Salvajes es una película para que la veas sin dejarte influir por ninguna opinión de amigos o críticos pues van a terminar desorientándote ya que seguramente van a ser muy contradictorias. A pesar de hacer pasar un buen rato por sus buenas secuencias de acción y su excelente fotografía, si Oliver Stone no fuera su director y no hubiera tanto peso pesado en el elenco es...
Ojo por ojo "La droga es mala, pero donde todo es malo, resulta buena", asegura Ofelia, uno de los personajes del nuevo film de Oliver Stone, que narra en off los acontecimientos que la llevaron junto a sus compañeros por una travesía de traiciones, venganzas y ola de violencia en torno al negocio del narcotráfico. Salvajes (Savages) instala su foco de atención en dos jóvenes de Laguna Beach, Ben (Aaron Johnson, el actor de Kick Ass), un budista pacífico y Chon (Taylor Kitsch, visto en John Carter), un ex miembro de las fuerzas especiales de la Marina estadounidense. Ellos montan un negocio lucrativo a partir del cultivo y la venta de droga. Inseparable, aparece Ofelia (Blake Lively), la joven que ama a los dos compañeros para sentirse plena. Pero las cosas se complican cuando un cartel mexicano, liderado por Elena (Salma Hayek) y su brutal matón (Benicio Del Toro) se instala en el lugar y quiere compartir el negocio con ellos. La aparición de un agente de la DEA (John Travolta) también complica las cosas cuando en materia de "negocios" se pone en jaque a todos los personajes. Basado en la novela homónima de Don Winslow. Oliver Stone entrega un poderoso film de acción e intriga con una interesante vuelta de tuerca final. La violencia se pone en marcha cuando Ofelia es secuestrada, y Ben y Chon deben rescatarla. Todo es válido para recuperar a la mujer que cual estrella fugaz cae en un cielo de tragedia. El método del "ojo por ojo" funciona en este relato como una suerte de espejo donde la dupla imita los pasos de sus enemigos. El relato contrasta las personalidades de los protagonistas unidos en esta odisea que, por momentos, recuerda a títulos como Carlito´s Way, de Brian de Palma. La película, que se mueve entre torturas y decapitaciones, mantiene la tensión y el clima enloquecido hasta el final. La presencia permanente de imágenes de San La Muerte presagia lo peor y el endemoniado villano de turno, compuesto por Benicio Del Toro, se lleva los aplausos.
Narcos New Age ¡Llegó el gurú del budismo… cinematográfico! No, el Ravi Shankar no va a dirigir películas ahora. Oliver Stone está de vuelta entre nosotros para inculcarnos su poderosa sabiduría. Especialmente si se trata de drogas y observaciones del capitalismo, dentro del sistema mismo. Stone, odiado, despreciado, pero también, muchas veces sobreestimado, es un director que genera polémica cuando no pretende generar polémica, y por lo tanto todos aquellos que lo critican por ser un realizador que busca siempre la confrontación política, también lo critican cuando no intenta serlo. Tras varios años de venir haciendo productos que van de malos (Alexander, Las Torres Gemelas) a mediocres (W., Wall Street: El Dinero Nunca Duerme), encuentra en Salvajes una suerte de regreso a un cine, que sin ser realmente trascendente, al menos se puede ver como uno de sus productos más osados de los últimos años, en cuánto a tono satírico y violencia gráfica, pero también que lo confirma como el gran narrador que supo ser a finales de los ’80 y principios de los ’90. Los primeros 15 minutos nos presentan a una trío amoroso que funciona a la perfección: Ophelia (Lively), Chon (Kitsch) y Ben (Johnson), tienen un romance perfecto entre ellos. Ophelia tiene una relación bígama con ambos, y Stone nunca los juzga ni condena por eso. Al contrario, hace apología de ello. Ninguno de los dos hombres siente celos por el otro, ni confronta por la mujer en cuestión. Ambos, además son productores y traficantes de la mejor marihuana de California, gracias a los conocimientos botánicos de Ben, y las conexiones de Chon, un ex soldado de la guerra de Afganistán. Ambos forman, en palabras de Ophelia el yin y el yan, el equilibrio perfecto de una hombre (o son dos mitades de la mentalidad del propio Stone). Ben es pacifista, usa las ganancias para viajar por el mundo y construir sistemas de economía ecológicos. Chon usa la fuerza militar cuando algún comprador no quiere pagar. Así funciona la economía. Stone nos muestra este sistema “perfecto” con un montaje veloz e inteligente, como si nos estuviera describiendo como funcionan los negocios de Wall Street. Pero no todo es paz, amor, porro, dinero y felicidad. En el medio, entra el cartel de Baja, México, para adueñarse del negocio de Ben y Chon. La metáfora es clara. Los narcos representan a las empresas multinacionales que van adquiriendo a cualquier negocio casero independiente capaz de triunfar. Si no se unen a ellos, les están en contra y por lo tanto serán castigados (esto lo podemos traspasar también a la política si queremos). El punto es que los narcos liderados por Elena Sanchez, la viuda de un antiguo magnate del negocio, venida a menos, decide secuestrar a Ophelia, hasta que Ben y Chon decidan agruparse a su empresa. Pero los muchachos, en cambio decidirán darle batalla. Si bien en W. y Wall Street 2, Stone había retomado un poco con su cinismo e ironía habitual, es en Salvajes donde el resultado termina siendo más redondo y contrastante. Por un lado, la pintura del mundo narco toma clisés y lugares comunes, pero por otro, sirve como sátira del mundo corporativo. El abogado de Elena (brillante Demián Bichir) es elegante y no muy diferente a lo que podría ser el de que cualquier multinacional gigante. Una suerte de Tom Hagen del mundo de las drogas. Pero también está la cara “salvaje” de Elena, representada por Lado, un mercenario sádico y violento compuesto por un Benicio del Toro border, grotesco, burdo, que sin duda, es lo más interesante del elenco. Estos dos personajes son un espejo exacto de Ben y Chon. En el medio se encuentran los femeninos: Ophelia, una joven que extraña la presencia de su madre, y Elena, la dueña del cartel, que justamente no se puede relacionar con su hija. Este juego de opuestos, marca uno de los puntos más interesantes del guión firmado por Stone, Winslow y Salerno. En ningún momento Stone descuida la relación padres-hijos en casi todos los personajes. Le aporta humanidad, aún con cierta ironía, a cada uno de ellos. Los narcos terminan teniendo sensibilidad, lo cual resulta irónico con la exhibición de actos que cometen. Así, Stone regresa a la sátira violenta y alocada de Asesinos por Naturaleza o Camino sin Retorno, sus mejores obras de los 90, y no teme mostrar torturas bastante gráficas. El absurdo domina gran parte del relato y especialmente en el desenlace “elige tu propia aventura”, donde Oliver juega a ser Michael Haneke y burlarse de los típicos finales moralistas del cine de Hollywood. Acá, en cambio lo que es un final de mierda para la sociedad, se convierte en un final feliz para los protagonistas, y paradójicamente, también para el espectador. El film tiene una narración fluida y mucho más dinámica de lo que Stone venía haciendo en los últimos 4 films, pero por momentos se extiende demasiado en alguna que otra escena, otorgando un ritmo un poco denso. Le sobran minutos, básicamente. Visualmente tiene algunos caprichos de montaje y superposición de imágenes muy típicas de la etapa más videoclipera de su realizador, pero no abusa de esto como en Asesinos… Está más contenido. Lo mismo se puede decir del trío de protagonistas. Kitsch, Lively y Johnson no consiguen interpretaciones inolvidables, pero tampoco desbordan. Son los veteranos: Del Toro, Bichir y John Travolta, (que interpreta a un corrupto agente de la DEA que funciona como comodín), los que logran las actuaciones más destacadas, con mayores matices, al borde de la caricatura. A Salma Hayek le toca el personaje más extraño. Funciona muy bien cuando es una asesina despiadada, pero su perfil más humano, parece sacado de una telenovela mejicana. Salvajes es un film extraño, políticamente incorrecto, de contrastes, con excesos, pero al mismo tiempo coherente con la mirada del director. Al igual que en Wall Street 2, Stone le impregna una mirada new age a sus personajes. Si bien humanizar a Gordon Gekko fue un pecado mortal, darle un tono zen a narcos parece una respuesta irónica a los cánones de la sociedad estadounidense. Stone se caga en la monogamia, promueve la legalización de la marihuana y convierte a torturadores en villanos queribles. Libre albedrío, amor y porro para todos. A happy world, a happy end.
Domésticos Luego de darse una vuelta por América del Sur intentando retratar a los líderes latinoamericanos y de la fallida aunque querible secuela de Wall Street, Oliver Stone volvía a las carteleras argentinas con la a priori interesante Salvajes y para contarnos cómo dos mejores amigos, Ben y Chon, montan una fructífera organización de narcotráfico de marihuana en California gracias en gran parte a la excelente calidad que posee su cannabis. Todo va de maravilla hasta que un poderoso cartel mexicano amenaza su tranquilidad con el secuestro de O (novia y gran amor de los dos) para quitarles el negocio. Allí ambos deberán planear el rescate de su novia sin poner en riesgo la vida de la persona que aman. Stone intenta plantear con Salvajes un film violento, impulsivo, irónico y visceral que se contrasta por completo con la lineal, crédula y hasta estupidez que presentan la mayoría de sus personajes. Hay cosas que a varios días de su visionado aún no me terminan de cerrar: ¿A un poderoso cartel de drogas, que en teoría es de lo más peligroso de México, le roban 3 millones de dólares y no mata a todos sus enemigos en represalia, especialmente a los dos a los que tiene a su novia secuestrada? No importa si los necesitan para desarrollar ese nuevo paraíso, en el espíritu que intenta imponer la película los matarían por las dudas. Incluso si encima hace que uno casi se mate sólo porque le faltó el respeto a la dueña del cartel, mirá si no los va a asesinar por un robo de 3 palos verdes. Justamente uno de los principales ¿atributos? de alguien salvaje es el no utilizar demasiado la cabeza y de guiarse por los impulsos. Vamos, no estoy siendo realista o exagerado, estoy atribuyendo la realidad que intenta imponer la película describiendo a una organización de violentos e inescrupulosos narcotraficantes. Resulta que estos salvajes narcos le creen a un pibe con una simple explicación y una mirada a los ojos cuando él dice que ellos no fueron los autores de ese robo. Seamos buenos, por favor. Volviendo más atrás en el texto veremos que la palabra imponer es repetida varias veces en esta crítica y lo hago porque Stone sólo en algunos escasos momentos desarrolla, justifica y demuestra lo salvaje del film, entonces todo termina siendo una imposición dentro de la estructura que marca la película. La escena del video con los decapitados es una gráfica perfecta donde encontramos muertas a personas que en ningún momento se explica de dónde salieron ni el por qué de su muerte, generando que la potencia de la escena sea puramente efectista en la impresión generada pero no efectiva al desarrollo de la historia, que siempre es lo más importante en una película. Estos salvajes terminan siendo unos lamentables personajes demasiado domesticados y pensados. Para colmo de males Oliver Stone vuelve a cometer el mismo error que en Wall Street - El Dinero Nunca Duerme con un final demasiado edulcorado y totalmente inconexo de la trama. Incluso en Salvajes es peor porque realiza dos finales donde el primero resulta mediocre y en el segundo embarra más el resultado del anterior. El inicial es insatisfactorio, pero dentro de todo cerraba en el salvaje contexto que el film imponía a lo largo de sus más de dos horas, pero el que le sigue (dotado por una voz en off a cargo de Blake Lively que en vez de ser complementaria es de lo más solemne y sobre explicativa) es tan timorato, estúpido y hasta vergonzante que termina por tirar el puñado de "incorrectas" e "irónicas" buenas intenciones que venía trayendo la cinta. Realmente no entiendo cuál fue la necesidad del escritor de Caracortada de imponer un segundo desenlace tan alejado de la propuesta inicial de la película. En el excelente elenco que presentaba Salvajes con Aaron Johnson, Taylor Kitsch, John Travolta, Salma Hayek, Blake Lively, Benicio del Toro, Demián Bichir y Emile Hirsch sólo se puede destacar la interpretación del actor español, donde su gran personaje es puro fruto de su compleja e inteligente caracterización. Sin dudas él es el único (y lo único) salvaje que habita el film. Por ser justamente todo lo contrario a lo que intenta pregonar su nombre y su propuesta, Salvajes se convierte lamentablemente en una de las decepciones del año, una película demasiado pensada y fallida, poco espontánea y feroz. Sin dudas una obra excesivamente domesticada.
Oliver Stone guía a base de adrenalina y un excelente desarrollo de personajes, un magnífico mosaico ultra-violento sobre las contras del pacifismo. Conozcan a Ben y a Chon, dos muchachos que lideran el tráfico de maricha en la pacífica comunidad de Laguna Beach, California. El negocio es redondo: Chon, ex NAVY SEAL (Fuerzas Especiales de la Naval Yanqui), trae las semillas de Afganistán; Ben, con sus titulillos obtenidos tanto en el campo de la botánica como en el de la administración de empresas, es el cerebro de la operación. Los muchachos ganan un montón de morlacos haciendo lo que hacen y como si esto no pudiera ser más perfecto, se comparten sin ningún celo o competitividad el amor físico y emocional de una rubia de curvas generosas que parece un clon mandado a hacer de Bridget Fonda en Jackie Brown. Todo muy lindo, ¿Pero cuál es el conflicto? Bien, como verán, el Cartel de Baja, una de las muchas organizaciones que controlan el narcotráfico en México, está empezando a ganar terreno en el gran país del norte y quiere meterse a estos caballeros en el bolsillo. Obviamente, éstos se rehúsan y para obligarlos a aceptar, el Cartel les secuestra a la rubia. Inicialmente buscan la alternativa pacífica para solucionar el problema pero luego van a tener que combatir el fuego con fuego. Ahora si te dijera que todo esto es el argumento de la nueva película de Oliver Stone, te me cagas de risa en la cara y me decís que te suena más a un argumento de la última versión del Grand Theft Auto que al film de un director cuya filmografía la integran títulos polémicos como Pelotón, Nacido el 4 de Julio y JFK; no podemos estar hablando del mismo Oliver Stone ¿Cierto? Muchos olvidan que este cineasta de visión tan polémica (motivada, entre muchas otras cosas, por ser veterano de la Guerra de Vietnam y por ser uno de muchos que nunca creyó del todo eso del “tirador solitario” que mato a Kennedy), tuvo su época de guionista. Este caballero, antes de dar el paso atrás de las cámaras, fue escriba de numerosos guiones que no distan del universo retratado en su más reciente opus como director. En este título recuperamos al Oliver Stone guionista; el de Scarface, Conan el Bárbaro, Ocho Millones de Maneras de Morir y Manhattan Sur. Todas ellas son películas de corte netamente genérico y gráficamente violentas, pero en las cuales, muy sutil y muy subtextualmente, se reconoce su ácida crítica a la sociedad estadounidense- que más tarde caracterizaría su labor de director. ¿Cómo está en el papel? Hay un proverbio en latín que podría resumir perfectamente el tema de esta película, Si vis pacem, para bellum, que significa “Si quieres paz, prepararte para la guerra”. Ese debate entre la civilización y la barbarie, la diplomacia y el belicismo, la paz y la guerra, es donde se mueve esta película. Concretamente la tesis que propone radica en la pregunta: ¿Qué estamos dispuestos a hacer, qué códigos estamos dispuestos a torcer y a romper, si nuestros enemigos atacan a los que más queremos para hacernos daño? La película tiene sus tres actos claramente marcados, aunque de los tres, el primero es el que toma más tiempo. Lo que inicialmente uno consideraría un punto en contra, es en realidad algo deliberado que nos adentra en la psicología de los personajes; no solo de los protagonistas, sino de los deuteragonistas e incluso de los antagonistas. Esta movida, muy poco usual en este género, nos deja en claro la notoria raíz literaria que posee y como tal, es una película íntegramente estimulada por las actitudes y el comportamiento de los personajes. La multidimensionalidad de los mismos es la mayor fuerza que tiene el guión, mostrando en toda su humanidad y en toda su vulnerabilidad a héroes y villanos por igual. Si esta película es original por algo, es por esto, porque si uno mira la trama, de lejos, no es muy distinta de lo que vimos en películas de acción con el mismo universo y/o el mismo conflicto. Las contradicciones que exhiben los personajes son la carne que hace a esta película un plato tan suculento. Sin esto, hubiera sido una película más del montón, pero Stone al elegir este camino tan poco transitado en el cine de acción y confiando en la esencia de la novela de Don Winslow, termina metiendo un golazo de media cancha que vale la pena el boleto desde el vamos. El segundo acto prácticamente no da tregua. Si bien hay una sola escena de acción, es ésta la mecha que detona sendos intercambios de palabras entre todos los personajes, donde se sacan chispas y se dicen frases de antología que ponen en evidencia la profundidad y multidimensionalidad con la que Stone, Winslow y Shane Salerno han desarrollado a los personajes. Les voy a tirar una sola línea para que se den una idea de lo que les quiero decir. La blonda que interpreta Blake Lively esta cenando con la reina narco que compone Salma Hayek. Cuando el personaje de Lively le pregunta al personaje de Hayek si tiene hijos, ésta le cuenta qué paso con toda su familia y remata el relato con un “Mi hija esta avergonzada de mí y estoy orgullosa de ella por eso”. Hemos visto muchos villanos con justificaciones a lo largo de los años y si bien el espectador no empatizará para nada con el personaje de Hayek, no podrá negar que tiene una humanidad que nunca se le otorga a esta clase de villanos. Pero lo que lo hace sorprendente y lo que rectifica la principal virtud de la película, es que emite esta conclusión sin hacer nada por lo que el espectador pueda sentir algo de lastima. La película concluye con un tercer acto bastante sobrio y con un revés que al espectador le va a parecer bastante ridículo. De esto último, les imploro que dejen que Stone se explique; se lo gano por toda la diversión que nos dio los primeros 100 minutos de metraje. Cuando replanteen el incidente en su cabeza van a ver que esta movida, aunque inesperada y tirada de los pelos, tiene bastante sentido. ¿Cómo está en la pantalla? La estética de la película es deudora de U-Turn, último paso de Stone por el cine de género. Una fotografía llena de sombras, sobreexposiciones y contrastes, rica en planos cerrados y una paleta de colores terrenales. Todo esto se suma a un montaje de pulso veloz para yuxtaponer los planos. Por el lado del sonido, solo diré que verán “El Chavo del Ocho” con otros ojos. Por el lado del rubro actoral, no se puede decir que Oliver Stone no practica lo que predica. Él dice “Uno puede hacer una mala película de un buen guión, pero no puede hacer una buena película de un mal guión”. Bueno, el buen guión ya lo tiene y para hacer la buena película, necesitó buenos actores. Este reparto está integrado, en algunos casos, por actores a los cuales nos cuesta ver en determinado tipo de papeles. Hay ocasiones donde el rol les calza como un guante y estarán de acuerdo conmigo que es una iteración completamente diferente a la habitual. La dupla protagonista es excelente. Me encanta verlo a Aaron Johnson en algo que no fuera Kick Ass y me parece fascinante su composición de un tipo pacifista en un negocio que es por naturaleza violento y cómo la situación límite en la que se encuentra lentamente lo obliga a contradecir su naturaleza. Taylor Kitsch me sorprendió, yo solo lo vi interpretar a Gambito en Wolverine y parece ser el arquetípico niño bonito; pero a las órdenes de Stone compone a la perfección a un recio ex Navy Seal veterano de esta última guerra en Medio Oriente, que parece haberse llevado la guerra a casa, una filosofía de defensiva que su personaje aplica cada vez que puede para dejar en claro su determinación. Benicio del Toro está genial como el lugarteniente de la capo-mafia que interpreta Salma Hayek. El tipo mete miedo –– y asco, cabe decirlo –– desde el primer momento en que aparece y su sadismo hace recordar al personaje que interpretó muy temprano en su carrera en Licencia Para Matar. John Travolta interpreta a la conexión policial de los muchachos protagonistas; el arquetípico cana corrupto que le importa tres velines lo que pueda pasarle a cualquiera, siempre y cuando reciba su paga en tiempo y forma. Sus analogías e ironías hacen de las escenas los momentos más risueños de la peli; en el sentido de “Es gracioso, porque es verdadero”. Compone logradamente la hipocresía que propone su personaje, pero también le dota una muy creíble humanidad cuando no está cerca de policías o narcotraficantes. Salma Hayek compone con mucha naturalidad pero con mucha rudeza a la reina del narcotráfico, a la que si bien no le tiembla el pulso para secuestrar y asesinar, también es capaz de caer de rodillas y sumirse en el llanto cuando le ocurre una desgracia. Esta ida y vuelta entre una máscara y otra, está presente en toda la película. Si me apuran, diría que es lo mejor de la peli a nivel actoral. Blake Lively compone con veracidad a la típica rubia de clase media-alta de California que, aunque no es la mejor actuación de la película, dice y hace lo suficiente como para quedar bien parada. Conclusión Una película de género brillantemente construida con personajes de una profundidad y una multidimensionalidad que muy, muy, muy, muy rara vez se suele ver en el cine. Materializado con interpretaciones brillantes de un ensamble de actores en los cuales ninguno decae. Todo apoyado por una factura técnica impecable en la que cada escena es un universo distinto. El mejor debate sobre civilización y barbarie que vi en muchísimo tiempo. Funciona como tema. Funciona como narrativa. Funciona como entretenimiento. Cuando una película funciona en estos tres niveles, por igual y yendo juntos a la par desde el primer fotograma, es lo que yo considero una ALTA PELI.
Norte y sur de la frontera. Si algo se puede decir sobre el método de Oliver Stone, es que sus relatos siempre cuentan con el elemento del exceso, buscando constantemente llamar la atención. Esto le ha funcionado en films como Wall Street y Pelotón, en los cuales su método maniático para tratar los temas extremos de la conducta humana pasaba con luz verde, debido a la naturaleza de los años ochenta. Sin embargo, esta fórmula también ha resultado en grandes fracasos pasados de ambiciones melodramáticas, como Las Torres Gemelas y Alejandro Magno. Ahora, con Salvajes (Savages, 2012), el director trata de volver a su época de incorrección política que terminó a mediados de los noventa. Afortunadamente para todos, logra hacer un producto entretenido, aunque también bombardeado por malos intentos de agudez. Basada en la novela homónima de Don Winslow, la película presenta la historia de Ben (Aaron Johnson) y Chon (Taylor Kitsch) - dos amigos que cultivan la mejor marihuana en California -, así como también cuenta las vivencias del objeto de sus deseos, O (Blake Lively), una joven adinerada que ellos comparten como novia. Si bien los hombres son distintos entre sí (el primero es un pacifista que usa sus millonarias ganancias del cannabis para ayudar a niños africanos a lo Bono; el segundo es un veterano de Afganistán con cicatrices de guerra, tanto en sentido figurado como literal), la blonda los une a ambos, formando un (consensuado) triángulo de pasión. Esto es observado por Elena (Salma Hayek), la brutal líder de un cartel mexicano, que secuestra a O para obligar a Ben y Chon a unirse a su operación. Si bien los amantes cumplen las demandas, en secreto ponen en marcha un plan para liberar a la chica en cautiverio. Igualmente, lo que ninguno sabe es que hay otra gente con planes ocultos para todos ellos. Como se mencionaba antes, con esta producción Stone busca regresar a los días en los que cautivaba a las audiencias mediante agresivos retratos de una página reciente de la historia. Así, decide tratar el choque entre la nueva generación y el régimen decadente, en el marco del conflicto narcótico que sigue llevándose en la frontera entre Estados Unidos y México. Lo bueno es que, por la mayoría del film, se maneja una buena burla de las percepciones entre las distintas culturas; un violento, apasionado y entretenido juego que se ríe de la forma en la que se ve a la otra cultura (como en varias escenas, en las que videos de tortura son precedidos por un particular ringtone; el tema de El Chavo del Ocho). Sumado a un grupo de intérpretes dispuestos a brillar, una fotografía llamativa y una banda sonora pegadiza, se genera un buen thriller de acción, con una destacable cantidad de momentos sangrientos y sensuales. El problema surge cuando Stone cree que de verdad tiene algo más que decir, y pone todo su poder en tratar de crear un clima poético e ingenioso al estilo de Asesinos por naturaleza, pero que termina sintiéndose demasiado artificial para tragar, incluso en el nivel de Stone. Interminables minutos teñidos por una pretenciosa narración omnipresente que ni siquiera tiene sentido, escenas en blanco y negro junto a la playa que parecen más afines a un comercial de perfume que a un largometraje hecho y derecho, un trabajo de edición al estilo de mal videoclip y, por sobre todas las cosas, un final desesperado por ser considerado innovador y perspicaz, pero que en realidad decepciona por el doble, terrible en su concepción y ejecución. Encima, con este material innecesario, a la producción le sobran alrededor de 20 de sus 131 minutos. De todas formas, si algo mantiene balanceado al film en esas caídas, es el nivel general de las actuaciones. Aunque Johnson, Kitsch y Lively no son realmente especiales como el trío protagonista, cada uno puede mostrar un buen nivel de intensidad en algunas escenas. De la misma forma, Hayek se planta satisfactoriamente en su rol de jefa con problemas familiares. A pesar de eso, los que sin dudas se roban la película son Benicio del Toro y John Travolta, en sus roles secundarios como el despiadado cómplice de Elena y el corrupto agente de la DEA que juega en varios bandos del conflicto, respectivamente. Ellos le otorgan la mayor cantidad de energía al film, y la única escena en la que comparten pantalla es definitivamente la mejor parte de la historia. Por desgracia, otros actores se quedan sin la suerte de expandir sus roles más allá de breves apariciones, como Demián Bichir (que este año fue nominado al Oscar para el Mejor Actor) y Emile Hirsch. En fin, Salvajes es una cinta que, durante un tiempo, logra entretener mediante tiroteos, sangre, sexo y una mirada hilarantemente exagerada del conflicto moderno de las drogas; lástima que Stone termine ahogando a su propia obra en insufribles escenas de alarde. Cuando Oliver se pasa, se pasa.
Las producciones de Oliver Stone a lo largo de su década infame llevaron a perder un poco de vista que, también por un rico período de 10 años entre mediados de los '80 y los '90, fue uno de los reyes de la industria. Dedicado a proyectos de temática "controversial" –las Torres Gemelas, Bush, la bisexualidad de Alejandro Magno y la reivindicación de algunos líderes latinoamericanos- optó por polemizar con el público y la crítica, antes que ofrecerles una buena película. En el último tiempo se propuso una vuelta a sus comienzos y, luego de una innecesaria secuela de Wall Street, el guionista de Scarface presenta Savages, una apuesta con una temática nuevamente en boga y un ensamble de figuras importante que no sólo falla en su ejecución sino, sobre todo, en su concepto. Es en su larga introducción en donde se encuentra un resumen bastante preciso de los problemas que perseguirán al film en su totalidad. La voz en off de Blake Lively presenta, con una breve descripción, a una decena de personajes y narra los pormenores que han llevado a su situación actual al trío protagonista, dando cuenta de que la sobreexplicación será una de las claves de un guión en el que tiene demasiado peso la mano de Don Winslow y el respeto al libro original. Se abre paso al paradisíaco escenario que ofrece Laguna Beach, con una diferencia particular respecto al reality show homónimo: los chicos cultivan la mejor marihuana que pueda encontrarse. Llama notablemente la atención cómo un director que se ha dedicado a explorar con sus documentales otras regiones de América, tenga semejantes prejuicios a la hora de construir a sus personajes. Los jóvenes bronceados cuya operación tiene base en el sur de California mantienen un negocio sin violencia, ofrecen el mejor producto a sus clientes y se dedican a la filantropía. Por otro lado están los malvados mexicanos, cuyas acciones se ven precedidas por la melodía del Chavo del 8 y sólo faltaría el sombrero para coronar todos los estereotipos posibles. Entre ambos grupos se encuentra el infaltable agente corrupto de la DEA, que juega para los dos bandos con una agenda propia. Que la marihuana sea una droga más liviana que la cocaína o las metanfetaminas no justifica la inocencia de su trillado argumento, cuando hay series de televisión como Breaking Bad o incluso la mencionada Scarface que demuestran que el crecimiento dentro del mercado se hace a base de sangre, y que cultivar y traficar cannabis afgana no es lo mismo que ponerse un kiosco. Tras disponer torpemente las piezas en su tablero, Stone deja rodar su historia y a los tumbos encuentra su camino, apoyado en un elenco entre los que se destacan Aaron Johnson -quien ha crecido mucho en poco tiempo desde Kick-Ass- y Benicio Del Toro, mientras que a John Travolta le quedan la mayoría de las líneas cómicas. Acompañados de actores de mayor peso, tanto Taylor Kitsch –a quien tres fracasos de taquilla seguidos le van a afectar- como Blake Lively se sienten más cómodos que en otras oportunidades, aunque el uso del primero como protagonista y no de Emile Hirsch (Alpha Dog) -relegado a un esporádico rol secundario- es algo que se lamenta. El director de Natural Born Killers, quien durante toda la película toma el estilo visual que caracterizaba a Tony Scott, se guarda un cuatro de copas bajo la manga tras haber logrado estabilizar su ligera propuesta: uno de los peores finales que se haya visto en años. La verdadera salvajada en sus extensos 131 minutos.
¿Dónde están los salvajes? Hace mucho tiempo que no veía un guión tan malo como el de Salvajes. Con frases como “Aquí Dios estacionó el séptimo día y se lo llevó la grúa el octavo”, “Yo tengo orgasmos, él tiene guerrasmos”, o “Buda es un hindú gordo”, algo que dice uno de los protagonistas y que supuestamente debería causarnos gracia. También debería hacernos reír la música del Chavo del 8 que le suena hasta el hartazgo a Chon en la computadora y en el celular. Pero describamos un poco a los dos protagonistas masculinos: uno es un muñecote G.I Joe/surfer que se las da de guerrero, pero es más bien un John Carter con esteroides. El otro, además de ser dealer, en su tiempo libre es filántropo en África y es “blandito” cuando de matar gente se trata. Pero eso no implica que no pueda prenderle fuego a un hombre que ellos mismos inculparon para salvarse y que fue torturado previamente delante de sus ojos...
Tan solemne que da risa Aaron Johnson, Taylor Kitsch, John Travolta, Salma Hayek, Blake Lively y Benicio del Toro se ponen a las órdenes del director Oliver Stone tras su paso anterior por el documental South of Border, en el que presentaba a los mandatarios latinoamericanos. Salvajes, su nuevo opus, busca por un lado una estética de la violencia encolumnada en un retrato algo kirch del mundo del narcotráfico mexicano y por otro la ironía de los estereotipos que representan cada personaje, a saber: jefa narco en la piel de Salma Hayek; policía corrupto encarnado por John Travolta; dealers yanquis carilindos que se tratan de pasar de listos en los negocios del cannabis y una blonda en apuros, secuestrada a la que deberán rescatar, interpretada por Blake Lively de la serie Gossip Girl. La estructura narrativa, si bien adopta algunos rasgos de estilo stonianos y un montaje atractivo, transita por el derrotero de toda película de venganza en la que victimarios y víctimas se entrecruzan dejando un tendal de muertes en el camino, cargadas de cinismo y violencia. Pero lo más llamativo de este film es el poco criterio de su director para evadir la mera anécdota y forzar -de manera arbitraria- un relato lleno de incongruencias donde los narcos parecen estúpidos y los héroes dealers unos verdaderos estrategas y capaces de enfrentarse a un cartel entero sin despeinarse. Si eso hubiese sido parte de la ironía, digamos que Salvajes alcanzaría el estatus de película violenta pero graciosa. Sin embargo, la pátina de solemnidad que la recubre, con dos finales lamentables que no se revelarán aquí, llevan a la conclusión de que estamos en presencia de una película fallida y decepcionante tratándose de un director interesante por lo menos como Oliver Stone, cuya relación con la mística de las drogas en esta oportunidad se hace más que visible.
Malditos latinos Cuesta entender que el director más "progre" y "contestatario" de Hollywood, el mismo que visitó y filmó en persona -para reivindicarlos- a los principales líderes latinoamericanos (Fidel Castro, Hugo Chávez y CFK incluídos), haga una película tan reaccionaria como Salvajes, transposición de la novela de Don Winslow que apela a todos los estereotipos y clisés imaginables sobre los latinos en Estados Unidos, sobre los mafiosos mexicanos. No digo que los líderes de los carteles sean señoritos ingleses, pero vean Salvajes y se darán cuenta cómo abona los peores miedos respecto de la invasión (violenta, claro) que viene desde el sur del Río Bravo. Si ideológicamente la película es de terror (los protagonistas son jóvenes y carilindos entrepreneurs californianos que se dedican a cultivar y comercializar marihuana de excelente calidad, con métodos pacíficos y hasta con una búsqueda espiritual y respeto por el medio ambiente), cinematográficamente la cosa no es mucho mejor: Stone nos somete a 131 minutos (un policial que podría haberse resuelto en 90) de bombardeo pseudo publicitario: bellas imágenes de la playa y sus atardeceres, erotismo adolescentón, una edición a-la-MTV (me refiero a la vieja MTV de los años ´90), cierto virtuosismo formal que en verdad cae en puro regodeo, violencia sádica e hiper estilizada, música estridente y un largo etcétera. Lo más triste es ver a grandes estrellas latinas (Salma Hayek, Benicio Del Toro y Demián Bichir, entre otros) interpretando a personajes ridículos, torpes, berretas, que potencian los peores fantasmas que los estadounidenses "puros" tienen sobre los inmigrantes de nuestra región. Porque no hay aquí relecturas en clave satírica. Cero ironía. Ni siquiera la omnipresente voz en off (a cargo del personaje de la bella Blake Lively) funciona como podría hacerlo en una película de, digamos, los hermanos Coen. El resutado, por lo tanto, es apenas un thriller demasiado largo con algunos momentos inspirados y muchos, demasiados, lugares comunes.
Traficantes por naturaleza Oliver Stone tiene en su obra dos tipos de películas: aquellas con claro mensaje patriota, donde entran también los films sobre presidentes norteamericanos, y las películas estéticas, donde prima la narrativa con gran uso de violencia pero desde un atractivo esteticismo clipero. Salvajes (Savages, 2011) se encuandra dentro de esta última categoría aunque sin profundizar ni en la violencia, ni en el recurso estético. Dos amigos tienen un negocio: trafican marihuana. Como pequeños empresarios, se dan el lujo de manejar a su modo la distribución del producto. Cuando se resisten a aceptar un trato propuesto por el cartel de droga mexicano, su novia (a la cual comparten) es secuestrada y comenzarán sus problemas. Deberán crear ua estrategia tal que les permita salirse con la suya y recuperar a su chica. En Salvajes prima el desequilibrio. El matón que interpreta Benicio Del Toro, mexicano malo y exageradamente ridículo, es un exceso en si mismo. El actor que supo interpretar al Che Guevara, parece no tomarse nunca en serio a su personaje inclusive riéndose de su composición. En ese mismo registro, aunque no tanto, están John Travolta y Salma Hayek. El estereotipo que envuelve a dichas criaturas es superado por el guiño al texto estrella que supieron construir los actores en cuestión a lo largo de sus carreras. Todo es exageración como sucedía con los personajes de Asesinos por naturaleza (Naturals born killers, 1994) o Camino sin retorno (U-Turn, 1997). Pero el problema es que ni los protagonistas –bastantes limitados en sus caracterizaciones- ni los demás personajes siguen ese registro, dejando el tono autopródico de lado en la construccion de la historia. Queda entonces un relato policial con algún que otro resquejo de imágenes oníricas olvidadas en transiciones del relato. Es decir, esos colores que ambientaban la atmósfera de Asesinos por naturaleza y daban al film un clima de extrañeza y perturbación, en Salvajes es apenas un dato de color rápidamente olvidado. La historia de Salvajes en si carece de ritmo, hay demasiadas escenas de diálogo para que se luzcan los actores de renombre, que interfieren en la fluidez narrativa. Sus apariciones son necesarias a nivel dramático pero no ayudan a enriquecer la acción de la historia. Y la película intenta ser de acción. Si algo caracterizaba al cine de Oliver Stone era su claridad de ideas. Algo que en Salvajes es difícil determinar.
Don Winslow es un autor de novelas policiales que trascendió por un libro que escribió titulado “El poder del perro”, una gran historia sobre el mundo del narcotráfico. Lamentablemente el resto de su obra es una porquería con la que yo por lo menos ya perdí la paciencia por completo. Prefiero leer a Lorenzo Carcaterra, Michael Conelly o Ed McBain que por lo menos crean conflictos inteligentes. En el caso de Salvajes se trata de una novela que parece escrita por un pibito alzado de 13 años que tiene una visión completamente pendeja del sexo y las mujeres. Un libro que parece destinado a la generación Tweeter con dificultades para leer más de 140 caracteres. Todo se desarrolla bien rapidito con muchos diálogos sobre temas intrascendentes. Vaya a uno a saber por qué Oliver Stone decidió financiar de su propio bolsillo la adaptación de este libro en el cine, en lugar de filmar “El poder del perro” que era mucho más interesante. Tal vez alguien ya compró los derechos de ese libro, no lo sé. Debo ser justo en esto. Hasta los 10 minutos finales, la película de Stone hizo mucho más interesante una historia floja y absolutamente irreal como la que propone Salvajes. Por lo menos las cuestiones sexuales las trabajó con más cerebro y madurez que lo que hizo Winslow en la novela, quien parece haber escrito su obra en plena sobredosis de Viagra. Con un estilo narrativo que evoca el último cine de Tony Scott, especialmente la película Dominó (con Keira Knightley), Stone brinda un policial decente, pese a los huecos argumentales que tiene la trama. El autor de esta historia es un famoso defensor de la legalización de las drogas para reducir el narcotráfico y la película un poco también tiene que ver con eso. En este caso tenemos como protagonistas a dos fumones con conciencia social que le roban dinero a traficantes para hacer tareas de beneficiencia en países del tercer mundo. Los actores en general están muy bien y en especial se destaca Benicio del Toro como un mercenario desalmado. Stone construye con bastante tensión el conflicto y brinda muy buenas secuencias de acción hasta que hunde la película, en los últimos minutos, con un final Hollywoodense que ni siquiera estaba en la novela de Winslow. Un hecho incomprensible porque la conclusión que le dio al film va a contramano con el tono que tenía la historia hasta ese momento. La película es como que tiene dos finales. Uno que se acerca un poco más al del libro original y el segundo que lo inventaron en la adaptación y parece forzado. Tendremos que esperar a escuchar el audiocomentario de Stone en dvd para enterarnos por qué tomó esa decisión que es muy loca. Salvajes no es un título memorable del director pero brinda una propuesta entretenida que se deja ver.
El regreso de un guerrero Oliver Stone vuelve al cine que lo consagró en los ‘90 con esta historia sobre un trío amoroso de narcotraficantes independientes en la soleada California, que debe resistir la violenta intromisión en el negocio de un cartel mexicano. Ben y Chon (Aaron Johnson y Taylor Kitsch) comparten a la rubia O (Blake Lively) y llevan una vida paradisíaca gracias al cultivo y la distribución de marihuana, hasta que aparece un brutal emisario mexicano (Benicio Del Toro) de La Reina Elena (Salma Hayek). El trío va a necesitar la ayuda de un agente sucio de la DEA (John Travolta) para meterse en un universo donde se vuelve imposible distinguir de qué lado de la frontera están los salvajes del título. Después de una década de películas históricas, Stone vuelve con Salvajes a su etapa más feroz y sensacionalista. “Sólo por el hecho de estar contando la historia, no significa que termine viva. Este es el tipo de historia donde se pierde el control de todo”, avisa la voz de Blake Lively apenas empieza Salvajes . Stone recurre a una brutal mezcla de géneros que empieza con el cine negro, deviene en una película de pandilleros, coquetea con el spaghetti western y hasta esconde un drama introspectivo. El cineasta se apoya en la banda sonora para marcar los cambios de humor en esta disparatada lucha de poderes y pasa del romanticismo de Brahms a la escalofriante resignificación de la cortina musical de la serie El chavo del ocho , con una parada en el universo de Gustavo Santaolalla. Stone es más sutil que de costumbre con su obsesión por la política económica en la historia de un par de universitarios que encontraron el ascenso social en un ámbito lejano al deteriorado mercado laboral americano. Salvajes se centra en la pérdida de la inocencia provocada por el proceder de una invasiva organización poderosa, como ocurría en Un domingo cualquiera (99) con las corporaciones y el fútbol americano. Los protagonistas buscan una salida desaforada que emparienta Salvajes con Asesinos por naturaleza (94), siempre con el tono alucinógeno de The Doors (91). Ben y Chon tienen que dejar de lado sus ideales neo-hippies y ensuciarse mucho más allá de lo que imaginaron en un descenso a los infiernos para recuperar parte de ese candor perdido a fuerza de robos, secuestros y asesinatos. Este camino circular en busca de la redención también parece ser el que recorre Stone en su carrera. Después de una década con demasiadas manchas para un cineasta de su talla, el sexagenario director resurge con este cándida y excesiva mirada sobre el tráfico de drogas en Estados Unidos.
Drogas, violencia y prejuicios Oliver Stone deja temporariamente de revisar con ánimo crítico la historia reciente de su país, los personajes políticos que la han protagonizado, las guerras, el mundo de las finanzas o el del deporte, para meterse en territorio de la pulp fiction y dedicar largos 130 minutos a desarrollar una feroz guerra entre traficantes de droga que se disputan el dominio del mercado en la zona de la frontera mexicano-norteamericana. Es decir que este Stone está lejos del de J.F.K., Pelotón o Wall Street y cerca del de U-Turn, camino sin retorno o Asesinos por naturaleza , lo que significa que sobrarán exageración, trazos gruesos, clichés, trampas, escenas de fuerte impacto y violencia de toda especie. Todo alternado, por cierto, con ocasionales tramos en los que el veterano realizador hará algún alarde de sus recursos formales. Nadie esperará, tratándose de Stone, que haya espacio para las sutilezas. Tampoco para la ironía. Y eso se confirma ya en el comienzo del film, cuando tras un ominoso video sobre perversos enmascarados y aterrados rehenes, una bella rubia se ocupa de anticipar algunos datos de la historia que vendrá ("una de esas en que todas las cosas se descontrolan") no sin advertir que el hecho de que ella esté contándola no significa que vaya a estar viva cuando concluya. LA HIPOTENUSA La chica se hace llamar O y es la hipotenusa del curioso y feliz triángulo amoroso que conforma con dos jóvenes, amigos inseparables, que se han enriquecido en la moderna industria de la marihuana. Por eso los tres viven en un paraíso californiano bronceándose al sol, tomando copas, drogándose, compartiendo sexo y diversión, y vigilando el continuo perfeccionamiento de su producto. Bien distinto es el panorama entre sus rivales de un cartel mexicano que presiona cada vez más para apoderarse de la floreciente pequeña empresa, hasta que las continuas negativas de los emprendedores del Norte los llevan a adoptar métodos más drásticos, secuestro y tortura incluidos. Y el blanco es O. Ya se sabe que sus muchachos, que incluso derivan ganancias para actividades humanitarias en el Africa, harán lo imposible por recuperarla. Tienen con qué. Son largos minutos de la guerra más encarnizada en la que, por supuesto, los salvajes del título -los latinos- harán honor al calificativo, con Benicio del Toro y Salma Hayek a la cabeza. Todos los estereotipos valen para Stone, aunque a esa mirada prejuiciosa y discriminadora (que quizás intenta equilibrar con las bajezas del agente de la DEA animado por Travolta), todavía agrega otro error imperdonable con un giro final que equivale -como suele decirse- a dispararse un tiro en el pie.
Tiros, líos, narcos y marihuana La nueva película del director Oliver Stone es la adaptación de un best seller sobre la guerra por una porción del mercado entre los cárteles de la droga mexicanos en Baja California. Los usos, abusos y costumbres del capitalismo aplicados a las drogas –en este caso marihuana pero de la sofisticada: cultivo hidropónico, cruza de semillas de Afganistán, las mejores del mercado–, una mercancía como cualquier otra sujeta a la oferta y la demanda, y ahí está Oliver Stone, para desgranar sus intereses, esta vez desde la perspectiva del narcotráfico entre los Estados Unidos y México. Y aunque se sabe que Stone tiene una visión progresista del mundo –si hasta se internó en los meandros de la política latinoamericana celebrando a líderes de la región como Fidel, Hugo, Néstor y Cristina en Al sur de la frontera–, no dudó en adaptar para el cine Salvajes, el libro homónimo de Don Winslow, un best seller exploitation sobre el miedo al Sur. Es una historia reaccionaria que detrás del thriller asentado en la guerra por una porción del mercado entre los cárteles de la droga mexicanos y dos narcos californianos new age que destinan parte de sus ingresos a generar emprendimientos sustentables en el Tercer Mundo (¿?), se esconde la xenofobia y el terror de la América blanca a la invasión de los desarrapados y violentos latinos. La puesta, que desde el comienzo tiene el estilo Stone (edición rápida y saturada de información, violencia estilizada, música omnipresente), es el vehículo para el relato que cuenta el triángulo amoroso entre el budista Ben (Aaron Johnson), O (Blake Lively) y Chon (Taylor Kitsch), un ex Seal de la Armada estadounidense. Los tres se aman sin celos, cultivan la mejor marihuana, sobornan regularmente a la DEA a través de Dennis (John Travolta) y tratan de mantener el negocio sin recurrir a la violencia para que el emprendimiento se mantenga sin contratiempos. Hasta que la guerra entre narcos al otro lado del río Bravo llega a la soleada California. Allí esta La Madrina (Salma Hayek en plan culebrón de Televisa), despiadada ama y señora del cártel de Baja, en lucha constante con otro cártel de la zona que busca expandir su territorio de influencia con una avanzada sobre Gringolandia a cargo de Lado (Benicio Del Toro, en su versión latino-que-mete-miedo). Lo que sigue es una negociación, un secuestro como para que se cumplan los términos de esa negociación, algunos caminos alternativos para que la negociación no sea tan asimétrica, otro secuestro, decapitaciones, traiciones, y un doble final, como para que el espectador tenga la posibilidad de elegir un cierre cantado u otro más feliz, donde los tres protagonistas rubios y de buena dentadura puedan vivir su vida. Si después de todo son buena gente y no molestan a nadie. Un thriller rutinario, que supuestamente profundiza la visión sobre las prácticas del capitalismo, un lustroso packaging cinematográfico que envuelve el miedo del civilizado Norte frente a la barbarie del Sur.
La guerra de O. Cuando dos amigos de toda la vida descubren que hay un muy buen negocio en el cultivo de la marihuana de altísima calidad, se asocian y si bien son muy distintos uno de otro, logran complementarse, y enamorar a la misma chica. Ben (Aaron Johnson) es el experto en finanzas y botánica, cultiva además de la mejor hierba del mundo, la pasión por la filantropía y destina parte de su dinero a misiones humanitarias. Su amigo Chon (Taylor “John Carter” Kitsch), en cambio, es veterano de guerra, fue el proveedor de las semillas Premium que iniciaron el emprendimiento, y es el encargado de la seguridad. Con ellos, en armoniosa relación triple, convive O (Blake Lively), la chica en cuestión. La vida de los tres transcurre en una preciosa casa con preciosa vista a las playas californianas, hasta que un cártel mexicano quiere ocuparse de este negocio independiente, y las cosas se complican. Bastante. A partir de ese momento, el film se adentra en una escalada de violencia y acción. Aparecen muchos personajes secundarios, entre los cuales figuran actores muy conocidos. La actuación más deslucida es la de John Travolta, que parece no creerse nunca su personaje de agente federal corrupto. También están Benicio Del Toro, Salma Hayek y Demián Bichir. Seguramente para muchos espectadores esta película remita a "Traffic", sin embargo se trata de miradas y posturas diferentes. En "Salvajes" no está el afán de denuncia que había en el film de Soderbergh. Se trata más bien de una historia de acción en el marco de la “industria” de la droga, pero incluso los personajes son bastante más ficticios, como la recia jefa del cártel, Elena (Salma Hayek), que sin embargo luce elegantes modelitos, y no deja de lado su instinto maternal. Es cierto que Oliver Stone se extiende un poco en la duración del film, la elección que hace al final no es la más afortunada, y modifica un resultado hasta entonces positivo. Así, el planteo, si bien violento, es bastante liviano en cuanto a contenido. Pero esa es la tónica de la propuesta, y funciona. El mundo de la marihuana, al menos, no parece tan sórdido como el de otras drogas, pero justamente eso hace que la película pueda verse más como film de acción, y no tanto de conflictos internos. Como ejemplos de la postura elegida, valga decir que hay algunas referencias a los “fumones” más famosos del cine: Cheech y Chong, y hasta un ringtone con la música del Chavo.
Oliver Stone se mete en una historia de tráfico de drogas. Primero se demora en una historia de bellos californianos que encontraron la manera de hacerse ricos sin culpa: cultivar marihuana de la mejor calidad y venderla. Pero los ambiciosos jefes de los carteles mexicanos se cruzan en su camino, sembrando su mundo idílico de muerte, tortura, corrupción, pases de mando y otras linduras. Acción hay para regalar, ideológicamente ambigua, aunque el dire proclame que la legalización de la droga seria la gran solución de un negocio que mueve cifras siderales.
Los juegos más sanguinarios Es una película "clase B", con el formal estilo de Oliver Stone. Para entretenerse con sangre, sol y violencia, lindos paisajes, la idea de que la droga será un peligro mientras sea ilegal y mucho sonido tropical y desiertos de ocasión. El director Oliver Stone supo dirigir inolvidables filmes como "Pelotón", o "Wall Street". Pasó el tiempo y el cineasta incorpora otras inquietudes estéticas y su golosina preferida: la violencia. Las primeras escenas acercan al espectador a Laguna Beach, en California, un paraíso de olas impresionantes, sol que quema chicas bellas y surfers musculosos. Súbitamente aparece el horror de los "críticos virtuosos", el relato en off, Ofelia (Blake Lively) narra sus aventuras amorosas que terminaron por juntar dos países a través de la violencia y la droga. Ofelia comparte amigos y amantes: Chon (Taylor Kitsch), ex Afganistan y Ben (Aaron Taylor-Johnson), un universitario budista. Ellos comercian droga de la buena, algo así como marihuana "en colores", angelicalmente pura. Chon sabe en qué está metido y puede llegar a la muerte por defender su mansión, su chica, sus deseos. Ben cree que la droga de alta pureza atempera enfermedades y hace la vida mejor. Súbitamente la soleada Laguna beach ensombrece, aparece gente de un cartel mexicano. Los muchachotes de Elena (Salma Hayek), una suerte de Madrecita de los carteles, tan sangrienta como el peor de sus sicarios. Y les exige parte del negocio a los muchachos de California. CABEZAS FLOTANDO Lo que sigue, una pileta de natación con señores despanzurrados y cabezas flotando. "Salvajes" es salvaje de verdad, brutal, bella estéticamente por la fuerza de las imágenes de Oliver Stone, que puede estereotipar personajes, pero exprime la imagen hasta sacar lo mejor de ellas. Hay muertes, violencia, sadismo, algunos momentos de diálogos audaces, secuestros, los traficantes mexicanos "sucios, feos y malos", los "dealers del Norte", ingenuos unos, violentos otros, pero muy bellos. Casi un melodrama mexicano pero en colores, con una de las mejores bandas de sonido de los últimos tiempos, galancitos, heroína sexy, dos personajes que se roban la película, la Hayek y el brutal Lado (Benicio del Toro) y Demián Bichir, una revelación en el papel de Alex, ayudante de Elena. "Salvajes" es una película "clase B", con el formal estilo de Oliver Stone. Para entretenerse con sangre, sol y violencia, lindos paisajes, la idea de que la droga será un peligro mientras sea ilegal y mucho sonido tropical y desiertos de ocasión. A los mencionados hay que sumar a John Travolta (Dennis), como un corrupto agente de la DEA.
Contundente regreso de Stone al policial A pesar de que en los comienzos de su carrera, cuando empezó a ser conocido como guionista, Oliver Stone escribió sólidos policiales del nivel de «El año del dragón» de Michael Cimino, o incluso verdaderos hitos como el «Caracortada» de Brian De Palma, una vez convertido en director casi no volvió al género. Descartando «Asesinos por naturaleza» por ser más una comedia negra con apuntes de sátira social, sólo quedaría «U-Turn» como exponente de un policial dirigido por Oliver Stone. Pero «U-Turn» era más una mezcla de film noir y película del camino que un auténtico film de gangsters modernos como el que plantea Stone en esta contundente «Salvajes», original historia de dos jóvenes narcotraficantes que consiguen cosechar y distribuir la mejor marihuana de California. Todo sin mayores problemas hasta que su operación llama la atención de colegas menos amables y relajados del sur de la frontera, un cartel de narcos mexicanos que les hacen una de esas ofertas que nadie debería rechazar si quiere seguir viviendo. La idea es que estos dos empresarios surfers deberían unirse al cartel para mejorar la calidad del producto, logrando vender buen cannabis en cantidades masivas. Entendiendo que por un lado no pueden negarse, pero por otro aceptar la propuesta implicaría relacionarse con el lado más sangriento del negocio, los protagonistas intentan escaparse y desaparecer por un buen tiempo. No cuentan con que los narcos ya conocen su punto débil, la hermosa rubia con la que ambos conviven en un apasionado ménage à trois. Taylor Kitsch y Aaron Johnson son los expertos en cannabis que de golpe deben enfrentar lo peor de su negocio para salvar a su querida Blake Lively. Benicio del Toro es el escalofriante narco mexicano que comete todo tipo de masacres en nombre de la reina del cartel, una sorprendente Salma Hayek que está entre lo mejor del film, mientras que John Travolta debe interactuar con la mayoría de los personajes interpretando a un corrupto agente federal que trabaja a varias puntas. Durante la primera mitad de la película, Stone consigue generar un clima de tensión y suspenso creciente, demostrando que mantiene su pulso narrativo en plena forma. Todo explota en una impactante escena de acción y ultraviolencia con el sello del director de «Pelotón». Luego todo se dispersa un poco, enfocándose en el lado más oscuro de todos los personajes, incluyendo escenas de temible crueldad que por momentos parecen fuera de control, aunque ayudan a llevar la historia a un desenlace que, no por tramposo, deja de ser convincente en medio del desmadre general. «Salvajes» puede no ser del todo parejo, pero es un muy buen policial con todo tipo de apuntes originales y detalles de humor negro, incluyendo la obsesión de la reina narco por la música de «El chavo del ocho».
Acción clase B en busca del ascenso Unos chicos que cultivan marihuana en su mansión extrañamente terminan siendo un canto al american way of life. Desde el comienzo de su carrera, cuando pasó de una peliculita de terror (La mano, 1981) a una avanzada de la corrección política como Salvador (1986), la obra de Oliver Stone se dividió entre el trash más desvergonzado y el progresismo yanqui al palo. Guiado por esa esquizogenia –perdón por el neologismo–, este veterano de Vietnam alternó entre chorreantes hamburguesas cinematográficas (The Doors, El cielo y la tierra, Asesinos por naturaleza, Alejandro Magno, Las torres gemelas) y denuncias bien pensantes (Wall Street, Nacido el 4 de julio), logrando a veces aunar con más fluidez lo político y lo comercial (Pelotón, JFK, Nixon) y alcanzando su cota máxima de progresía en la serie de documentales políticos latinoamericanistas que van de Comandante a Al sur de la frontera, pasando obviamente por Looking for Fidel. En el curso de este año, esa disociación quedó más a la vista que nunca: a comienzos de temporada, Stone estrenó su tercer documental sobre Fidel (Fidel in Winter) y ahora hace lo propio con Salvajes, su película más pulp desde Camino sin retorno (U Turn, 1997). Salvajes tiene problemas de verosimilitud: ¿cómo creer que tres chicos se enfrenten a un cartel? Chon, ex marine testosterónico (Taylor Kitsch, el hombre del apellido), el ecoamigable Ben (Aaron Jonson) y la bomba rubia Ofelia (Blake Lively, más que rubia, dorada, de la cabeza a los pies) son jóvenes, bellos, deportivos, sexies y emprendedores. Como si se tratara de una versión con sangre, sudor y tiros de Jules et Jim, Ofelia curte indistintamente con Chon y Ben, y no problem para ellos. Y ellos son dueños de una espectacular casa sobre las soleadas playas de Laguna Beach, que incluye un vivero gigantesco dedicado al monocultivo de cannabis. Se diría que es algo así como una empresa familiar, pero Chon y Ben –Ofelia no importa demasiado, como ninguna mujer en ninguna película de Stone– aspiran a más. Como la yerba, que traen directamente desde Afganistán, es de calidad ABC1, los muchachos aspiran a dominar el mercado de Baja California. Iniciativa que, como puede suponerse, no es del agrado de cierto cartel mexicano dominado por una señora llamada Elena (Salma Hayek, con peluca como de Cleopatra), que no tardará en encargarle a Lado, su matón de confianza (Benicio del Toro) que convenza a los beach boys dealers de que más vale se dediquen al surf. Pero sucede que los chicos cuentan con protección. O eso creen. Para Dennis (John Travolta como el agente de la DEA más corrupto del mundo), las dobles, triples y hasta cuádruples traiciones son como el pan cotidiano. O el faso cotidiano, más apropiadamente. La utilización de una sierra eléctrica, al comienzo de la película y no precisamente para talar árboles, hace pensar en algo así como un autohomenaje o ajuste de cuentas con Scarface, de la cual el señor Stone fue el guionista. Pero no hay ni un miligramo del carisma de Tony Montana en estos californian boys, ni en los miembros del cartel –Salma Hayek se confirma como la peor actriz latina desde que Penélope Cruz dejó el trono, de la mano de Almodóvar– ni en el agente de la DEA –pocas veces Travolta estuvo menos carismático– ni en los matones de sierra eléctrica, ni en nadie. Salvajes tiene serios problemas de verosimilitud: es imposible creer que tres chicos bronceados puedan hacerle partido al ejército de desalmados con el que se enfrentan; menos aún que el tráfico de marihuana movilice semejante guerra. Y es una de acción clase B en busca del ascenso, con más de dos horas de duración y una indudable tensión, sostenida a fuerza de cortes. Cortes de montaje y de los otros, gracias a los machetes, sierras y otras herramientas de las que los muchachos del cartel hacen uso. A la larga, la película termina resultando algo así como un canto a la libre empresa, la iniciativa individual y el american way of life, representados por estos Mark Zuckerbergs de la maconia. ¿Qué pensará Fidel de todo eso?
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Breaking savage La relación entre Quentin Tarantino y Oliver Stone cuando este último filmó Asesinos por naturaleza, un viejo guión del primero, no fue la mejor. Entre muchas cosas, Tarantino acusó a Stone de no tener sentido del humor y de no interpretar de qué estaba hablando con aquella historia que el director de Pelotón convirtió en una sensacionalista y banal crítica a la relación entre los medios y la violencia. En verdad, sin analizamos la filmografía de Stone y la ponemos en abismo, descubrimos que el humor es algo a lo que este hombre le esquiva o, en todo caso, posee un humor que el resto de la humanidad no entiende. Esta última posibilidad sería coherente si vemos el personaje de Salma Hayek en Salvajes, la líder de un cártel de drogas mexicano, construido a puro trazo grueso y con el espíritu de un culebrón (de los malos). Ahora, ¿el personaje está bordado desde el humor o es pura impericia de Stone para trabajar con sutileza un personaje bastante rico e interesante? Fundamentalmente una ironía que anda dando vueltas todo el film y nunca queda evidente, es lo que hace trastabillar a este correcto thriller. Salvajes, la película con la que Stone intenta enderezar su carrera, es una adaptación de la novela de Don Winslow pero también podría ser vista como una reescritura de Breaking Bad, la sensacional serie de Vince Gilligan que da la cadena AMC. Si la ven, imagínense a Walther y Jesse reconvertidos en un gurú algo hippie y un ex integrante del ejército norteamericano, que venden la mejor marihuana del mundo y se involucran tanto en ese mundo que quedan expuestos ante unos mafiosos mexicanos de los carteles de drogas. Al igual que aquellos, estos Ben y Chon se creen gente buena pero progresivamente se dan cuenta que pueden cometer los hechos más aberrantes. Sin embargo, a diferencia, estos están contenidos por un guión que los justifica y se vuelve bastante reaccionario cuando puede. Hay algo que de tan antiguo, termina causando cierta ternura en Salvajes. Y esto es el modo en que Stone filma: como decíamos, intenta reencauzar su carrera luego de varios films históricos y documentales que lo alejaron del gran público. Y más allá de la blandengue Wall Street 2, aquí se mete en el barro de sus películas menos respetadas pero más iconográficas: un poco de The Doors, otro tanto de Asesinos por naturaleza y una pizca de Camino sin retorno. Es decir, todo ese cine híper-violento que hizo en los 90’s. Y Stone lo vuelve a hacer, pero como si entre 1990 y 2012 no hubiera pasado nada en el medio. Hay filtros en la luz, montaje abrupto, virajes de color, una narración fragmentaria, que hacen que una película pretendidamente moderna parezca más un museo. Lo más interesante que aporta aquí son dos personajes femeninos complejos, especialmente el de Salma Hayek (una mujer poderosa en medio de un mundo habitualmente patriarcal, pero que no puede dejar de lado su costado maternal), aunque está totalmente desperdiciado por el trazo grueso del director. Stone ha sido calificado, un poco a la fuerza por los temas que abordó en sus películas, un director político. Digamos en ese sentido que lo suyo nunca fue la sutileza, sino más bien lo exhibicionista, que en el caso de JFK funcionaba muy bien. Por eso, todo lo que filme, así sea el cumpleaños de 15 de su hija, será visto como un relato político. Es cierto que Salvajes es un policial, con ecos de neo-noir, algo de western y un sadismo particular en algunas escenas de violencia, pero es también, gracias al filtro de Stone, una mirada a cierto desencanto y nihilismo actual, posicionando a las drogas como símbolo del mercado y de la crisis global. Pero lo que choca fatalmente con esta posible lectura, es la impericia del director para darse cuenta que antes que todo eso, el relato es una ironía gigantesca: allí está la palabra “salvajes” usada como ofensa desde los norteamericanos hacia los mexicanos y de estos hacia aquellos. En todo caso, el humor en Stone es reaccionario y xenófobo, haciendo ver a los mexicanos (lo de Del Toro y Hayek bordea el peor grotesco) como unos pajueranos y a los norteamericanos como víctimas involuntarias de esa corrupción que llega desde el sur del continente. Esa pérdida de la inocencia, que sostiene el punto de vista de la narradora (Blake Lively), quiere ser filtrada hacia el final como un drama existencialista. Sin embargo esas imágenes postreras resuenan tan falsas como las de ese paraíso-infierno que encontraba DiCaprio en La playa, de Danny Boyle. Salvajes, en definitiva y al igual que sus poco confiables personajes, no sabe muy bien qué quiere decir ni cómo lo quiere expresar. En definitiva, lo salvaje termina siendo un oso de peluche. Pero ni siquiera es Ted.
COMPARTIR TODO Ben y Chon comparten todo: el negocio de la marihuana, sus ambiciones, el pasado en la universidad y sobre todo una rubia que les alegra los días y la noche. Dejaron atrás las aulas para probarse como productores de la merca. Y es tan buena la que hacen, que los narcos los invitan a compartir el negocio. Y ya se sabe, cuando los narcos invitan, es tan peligroso decir que sí como rechazarlos. Y una cosa lleva a la otra y al final el trío aprenderá que en el shopping de la falopa no es fácil poder conservar la cordura, la calma, la paz… y las rubias. El film nos trae al Oliver Stone de sus primeros tiempos. Su cine es vulgar y aguerrido, como siempre, pero la historia funciona, los personajes tienen carácter y el elenco no falla, aunque cae muchas veces en una innecesaria crueldad y el final suene muy forzado. Detrás de este espeso entramado de asesinos despiadados, billetes mal habidos y cocaína a discreción, aparece el elenco estable de los malvados de siempre: jerarcas implacables, alcahuetes traidores, traficantes poderosos y policías corruptos. Un lindo grupo humano.
Basada en la novela homónima escrita por Don Winslow, Oliver Stone dirige este thriller que sumerge al espectador en la particular historia de dos mejores amigos, y jóvenes emprendedores, llamados Chon (Taylor Kitsch, recientemente visto en "Batalla Naval") y Ben (Aaron Johnson de la genial "Kick-Ass"), quienes comparten un negocio pequeño, independiente y muy lucrativo: el cultivo de marihuana de la mejor calidad que se ha desarrollado hasta el momento y que sólo puede encontrarse en el sur de California. Uno es un ex-miembro de la Marina de los EE.UU. (que tiene varios tours a Irak en su haber) y el otro, un botánico pacífico y caritativo que aspira a salvar el mundo y que hace beneficencia en pueblos africanos. Ambos muchachos se llevan tan bien que además comparten un amor único y una relación poco ortodoxa y sexual con la joven y bella O (una Blake Lively que actúa siempre igual a su "Serena van der Woodsen" de "Gossip Girl"), personaje que, además de ser el hilo conductor de la narración y el que une toda la acción que se desarrolla en el film, se encarga de anticiparnos que las cosas se saldrán de control y de brindarnos detalles de los personajes a través de la voz en off. Este despreocupado trío disfruta de una vida idílica, aunque ilegal, en Laguna Beach... hasta que el cartel mexicano de Baja California, liderado por la temida Elena "La Reina" Sánchez (gran desempeño de Salma Hayek), exige asociarse con ellos debido a que su legendaria hierba e innovador negocio capta su interés. Como Chon y Ben no aceptan, la novia que tienen en común es secuestrada, lo cual los obliga a aceptar el trato. Aunque no cuentan con una gran organización como la de un cartel, este par de amigos tienen todo lo necesario para librar un plan para hacerle frente a "La Reina" (quien también tiene su propio talón de Aquiles) y sus secuaces -Lado (Benicio Del Toro), su brutal matón, y Alex (Demián Bichir), su inescrupuloso abogado- para así poder recuperar a su amada Ofelia, ya que el lazo que los une es irrompible. Con la reacia ayuda de un corrupto agente de la DEA (encarnado por John Travolta) y un astuto contador denominado Spin (pequeña participación de Emile Hirsch), entre otros, comienza una serie de estratagemas cada vez más violentas y de situaciones extremas en una salvaje lucha de voluntades. Co-escrita por el director de "Nacido el 4 de Julio" junto a Shane Salerno y al propio novelista, "Salvajes" cuenta con un argumento sólido en el que lo que verdaderamente importa no es el background de los personajes sino la acción y la interacción que se desencadena entre los mismos. Además, si hay algo que hay que destacar es el elenco coral y multiestelar que participa de esta producción en la que el cineasta incorpora elementos culturales muy mexicanos para ambientar cada escena (en su mayoría violentas) y darle más realismo, como la música de la serie de televisión "El Chavo del 8" y la imagen de la perturbante Santa Muerte.
El trío que juega con fuego Oliver Stone ya no es el mismo que escribió el guión de “Expreso de medianoche” en los 70, el que deslumbró con “Pelotón” en los 80 ni el que filmó “Asesinos por naturaleza” en los 90. Aquí tampoco hace tallar su perfil politizado de “JFK”, “Nixon” o “W”, pero trae un tema demasiado trillado como es la batalla de narcos. Lo destacado de “Salvajes” es que hay una historia de vínculos amorosos algo atípica, como el de dos hombres que conviven con una mujer e incluso el nexo sentimental entre los dos hombres de ese trío, aunque enfocado de un modo muy ambiguo. Ben y Chon son dos jóvenes que le encontraron la vuelta al negocio de la marihuana. Viven cómodos en Laguna Beach, no se relacionan con los narcos poderosos, y se relacionan, muy bien, con Ophelia, una rubia sensual que comparte consumo de drogas y sexo con ambos. Todo se complica cuando la jefa del cártel, Elena Sánchez (Salma Hayek), se le ocurre “compartir” el negocio con Ben y Chon. Ahí va a terciar el agente corrupto de la DEA (el siempre efectivo John Travolta) y se desatará una trama de secuestros cruzados. Stone deja su sello en la musicalización descontracturada, en la habilidad para cruzar géneros y en un cierre que jerarquiza la película. Eso sí, el que pretenda ver en esta película un cine de autor seguramente saldrá desilusionado. Sí, en cambio, el filme cumple con la cuota de acción y algo de triller.
Policías y drogas a medio camino El cine de Oliver Stone es, puede decirse, muestrario de una presunta carrera vaivén, dada entre proyectos más comerciales y otros más "personales". Siempre y cuando tal distinción, claro, sea pensable. En tal sentido, sus films más autorales serían los mejores. Pero esto no es así. Tampoco a la inversa. Porque la obra de Stone es más o menos siempre la misma, tanto en lo que refiere a Wall Street como a Comandante, a Salvador como Al sur de la frontera. Más o menos buenas. Más menos que más. Es que sus películas son, cuando se lo proponen, obvias, redundantes, aleccionadoras. A veces, la cuestión camina mejor. Sea quizá por cierta ironía involuntaria o merced al clima de época; tal es el caso de Asesinos por naturaleza o U Turn. A medio camino puede situarse Salvajes. Algo -?positivo-? tendrá que ver la colaboración justa que en el guión significa Don Winslow, autor de la novela de origen. La literatura de Winslow oscila entre la ironía brutal, la pornografía, el crimen, la traición, la delación, la deshumanización, y el tráfico de drogas. Diálogos sardónicos, comportamientos animales, pueblan sus relatos. Algo de esto hay en Salvajes. Quizá no lo suficiente. Aunque con un espíritu más o menos consecuente con la literatura winslowiana. Por ejemplo: ¿por qué quiere un cartel mexicano quedarse con la tajada que significa el pequeño trío de traficantes californiano? Porque es lo mismo que hace el Wallmart con sus competidores, explica el agente de la DEA, corrupto, interpretado por John Travolta. También: ¿de dónde viene la droga? ¿México? No... de Afganistán. Ninguna marihuana mejor que la de Afganistán. El marine, así, acumula semillas mientras mata por la patria. Las siembran con su amigo/amante en Estados Unidos. Y burlan con cinismo suficiente la moralina á la Traffic. Dos amigos y una amiga. Uno, violento y soldado; otro, espiritual, dado a la beneficencia; ella, vínculo sexual que, por éso, será víctima de secuestro para el chantaje del cartel mexicano. ¿Lo mejor? Benicio Del Toro. Mexicano bruto, abigotado, insensible, asesino. En él la caricatura es precisa. Pero el desdibujo comienza por la gran jefa (Salma Hayek). Más la música de Chespirito como contrapunto a la violencia. Hay algo allí que no termina de funcionar. Que acerca a Salvajes al clima que tuviera Asesinos por naturaleza pero sin la consistencia suficiente. Como si de un mamarracho se tratase, en donde los apuntes críticos no terminan de cuajar con una puesta en escena que, por no animarse a ser de una política incorrecta plena, se vuelve imprecisa. A medio camino. Pero lo suficientemente lejos de la perorata discursiva. No es poco.
Oliver Stone es un director netamente político. Sobran muestras como “Frost/Nixon” (2008) “JFK” (1991), “Pelotón” (1986); “Salvador” (1986); “Asesinos por naturaleza” (1994); “W” (2008), “La radio ataca” (1988) y “Wall Street” (1987). Para su propio beneficio sabe contar historias. Un narrador nato. Ignoro las razones por las cuales decidió, para esta última producción, dejar de lado todo lo que la novela de Don Winslow tiene de política (incluyendo un párrafo concreto sobre republicanos y demócratas), para convertirla en una simple historia sobre uno de los carteles de drogas más importantes en conflicto con tres neohippies que cultivan la marihuana más pura del mundo. No está ni bien ni mal, son elecciones. Llama la atención de todos modos un doble final inexistente en la novela, que se parece más a un requisito de los productores que a una decisión propia, peor aún, cuando uno lee en los créditos que la adaptación es del propio Winslow junto con Shane Salerno. Ben (Aaron Johnson) y Chon (Taylor Kitsch) son amigos desde la infancia. Uno es soñador (con ínfulas de mártir, yendo al Africa, para ayudar a los más necesitados financiado por la droga que vende), el otro terrenal (ex combatiente en Irak y Afganistán, duro, crudo y visceral). Ambos comparten la misma mujer, O (la bella e insulsa Blake Lively). En efecto, O (auto abreviatura de orgasmo y su nombre original Ofelia), comienza con una narración de la historia estableciendo las características de ambos, y de ella misma. El personaje queda dibujado como una hija de millonarios adicta al sexo y a un buen porro, que le sigue el tren a estos dos amigos. Una hippie con plata, que vendría a ser como el helado caliente, pero que a esta historia le cabe perfecto. Mezclado en todo esto está el Cartel de Baja, liderado por Elena (Salma Hayek) y su lacayo Lado (Benicio del Toro). ¿La conexión en California? Es Dennis (John Travolta), un policía-mercenario que cambia de color como el camaleón. Todos tratan de sacar tajada de la torta con sus respectivas motivaciones. Planteada la situación, el guión trata de demostrar (fallidamente) por qué, se tenga la filosofía que se tenga, los seres humanos son salvajes, algo que sí logra la novela, aún estando lejos de ser una obra maestra de los best sellers. Entonces, ¿qué es “Salvajes” de Oliver Stone? Una película de acción (con más baches que la ruta 4, enmarcada en una narración en primera persona que en vez de elegir ponderar o condenar a sus personajes los conmina a un cuento de hadas (por momentos inverosímil). Impecablemente filmado, pero negador de su final y, por si fuera poco, con el discurso original licuado a un desaparecido "american dream" , que se sostiene (y lo muestra posible) en un marco ilegal. Definitivamente, Oliver Stone debería dejar de pretender ser Quentin Tarantino y ocuparse de lo que realmente sabe hacer. Tiene con qué hacerlo, pero sin dudas no lo hizo en esta producción.
Retomando lo mejor de su imaginería visual y expresiva, el cineasta Oliver Stone propone con Salvajes un acercamiento al brutal mundo del comercio ilegal de sustancias en los límites de la frontera mexicana-estadounidense. Luego de la claustrofóbica y melodramática Las torres gemelas, la interesante secuela de Wall Street y los potentes discursos políticos de Al sur de la frontera, Stone le da un giro drástico a su filmografía a través de un film de tono descarnado y feroz, donde la estética –con mucho de comic y video clip- se impone claramente al contenido. El director de La radio ataca, de todos modos, narrando con pericia, busca en todo momento diferenciarse a otros productos rutinarios sobre el mundo de la droga y los enfrentamientos entre narcos. Con pasajes de tintes tarantinescos y soderberghianos (pese a que está claro que Stone hace cine desde antes que ellos), el film tiene un atractivo arranque a través de dos traficantes de marihuana de alto rango que llevan adelante su negocio mientras son parte de un triángulo amoroso casi estable. Engañosa armonía que se quebrará con violencia, venganza y desenfreno ante el secuestro del objeto de deseo de ambos. Con climas densos y al borde de lo tolerable, la trama arriba a un desconcertante doble final que prolonga el absurdo y la ensoñación de un film ya de por sí –y acaso deliberadamente-, desequilibrado y antojadizo; y con actuaciones asimismo desparejas. Dentro del joven terceto protagonista, Taylor Kitsch se destaca frente al desabrido Aaron Johnson y la bellísima Blake Lively, mientras que en el lote de figuras la formidable caracterización de Benicio del Toro y el buen trabajo de John Travolta opacan a una poco convincente Salma Hayek. Salvajes es un film que está lejos de ser redondo pero que de la mano de un Oliver Stone cercano al espíritu de su extraordinaria Asesinos por naturaleza, puede llegar a ser icónico.
Es una de las películas que más estuve esperando este año. Principalmente porque vengo siguiendo la por ahora fallida carrera de Taylor Kitsch (John Carter y Battleship, los dos desastres de taquilla más importantes del año, y ambas protagonizadas por él). Lo conocí en esa genial, pero poco reconocida y valorada serie de fútbol americano llamada “Friday Night Lights” donde interpreta a la perfección al problemático Tim Riggins, y pensé que iba a llegar lejos. No sé que pienso ahora. La película, dirigida por Oliver Stone, que viene alternando documentales sobre política con obras de ficción (aunque se podría argumentar que un documental es ficción, no viene al caso por el momento), está basada en el libro homónimo de Don Wislow, que junto a Stone y Shane Salerno (guionista de Armageddon) colaboró en la escritura del guión. El film se trata de dos jóvenes que viven en The Orange County, que son mejores amigos, y compañeros de negocios, llamados Ben y Chon, protagonizados por Aaron Johnson (Kick Ass) y Taylor Kitsch respectivamente. Ellos comparten todo, incluso su novia llamada Ophelia o “O”, como ella prefiere ser nombrada, estelarizada por Blake Lively (Gossip Girl y Linterna Verde). Ambos producen la mejor marihuana de cultivo hidropónico del mundo, Ben es el cerebro detrás de la organización y Chon es el músculo, Ben es tierno, dulce espiritual y hace el amor y Chon es duro, agresivo y tiene otra concepción sobre la intimidad, además de ser un ex Navy Seals. Ben posee un modelo de negocios que logró quitar el 99% de la violencia y paranoia que existe habitualmente en este ámbito, el 1% restante es donde entra Chon. Cuando el cartel mexicano de Baja los contacta enviándoles un video sobre decapitaciones, y los “invita” a unir negocios con un contrato por tres años, empiezan los problemas. Ellos se niegan, ya que en primer lugar se estaban cansando del negocio del narcotráfico y segundo; no quieren ser empleados de nadie, y menos del Cartel mexicano. Cuando el Cartel decide secuestrar a su novia compartida para que ellos reconsideren es donde todo se termina por descontrolar. Los dos empezarán una búsqueda frenética, pero a la vez disimulada de su novia. Saben que están lidiando con salvajes, por lo que necesitan medir cada uno de sus pasos. Juntos y con la ayuda de sus amigos emprenderán un viaje en donde todo va a salir mal. Oliver Stone logra imponer un ritmo incesante al relato que se mantiene bastante fiel al del libro. La música está manejada de manera adecuada, con grandes momentos, y algunos bastante irónicos y los paisajes del sur de California se muestran en toda su magnitud y belleza. Las actuaciones tanto de Kitsch como de Johnson no son ni por menos brillantes, pero están al tono con el relato. Comienzan como unos simples jóvenes que viven la buena vida en el condado naranja, y terminarán por convertirse en lo mismo que sus enemigos. En salvajes. El film cuenta además con la increíble actuación de Benicio Del Toro, que realmente se roba la película y que en mi opinión merece una nominación a los premios de la academia. En el libro su personaje, Lado, tiene los ojos más fríos que uno pudiese imaginar, Benicio lo lleva hasta dimensiones inimaginables. Salma Hayek no logra consistencia, aunque por su belleza es imposible quitarle los ojos de encima, y logra transmitir en la mayoría de su tiempo en pantalla esa frialdad que uno imagina en quien es la reina del negocio de la droga. John Travolta está acertado con su papel de policía con pocos escrúpulos, un papel que le sienta bien y Demián Bichir (que en mi opinión le regalaron la nominación a los Oscars por “Una vida mejor” el año anterior, pero es simplemente mi opinión) y Emile Hirsch (Into The Wild, La chica de al lado, Milk, etc.) están bien, pero no aportan demasiado al relato. El problema está con Blake Lively. Es hermosa, indudablemente, por lo que ese requisito lo cumple, pero no solo no es buena actriz, y en esta película queda expuesto, sino que no logra interpretar a O como debería. O por lo menos como es el personaje del libro. En el libro ella es además de despreocupada, muy energética, alegre, impulsiva y exultante. La señorita Lively tiene una forma de ser más parsimoniosa. Tiene una forma sufrida de hablar y realmente no irradia mucha energía. Y puesto que es la narradora de la historia, es según mí entender un error importante en el casting. En definitiva el film posee mucha violencia, mucho sexo, mucha playa y muchas drogas, un gran reparto, un gran director, aunque es de esos impredecibles, una historia más que atractiva de un libro más que entretenido, un gran potencial, todo eso para que termine, a diferencia del libro, implotando en un final no a la altura de las circunstancias.
Oliver Stone vuelve al campo del policial retorcido, donde a veces suele refugiarse de tanto bucear en la alta política (por cierto, últimamente no anda demasiado afortunado en ese campo, especialmente en sus documentales-panegíricos de líderes políticos sudamericanos). Dos veces pasó por este cuasi género con muy buenos resultados: las satíricas “Asesinos por naturaleza” –con guión de Quentin Tarantino, algo no menor– y la extraña y caricaturesca “Camino sin retorno”. En ambos casos, Stone terminaba tomando el partido de los criminales (o de alguno de ellos al menos) para construir una mirada despiadada sobre la sociedad americana, aunque en algún caso se pasaba de simbólico o subrayado. En “Salvajes” narra cómo dos jóvenes dedicados al pacífico cultivo de la mejor marihuana del mundo y que comparten novia, deben enfrentar a un cartel mexicano que rapta a la chica y les exige todas sus ganancias de los últimos años. Hay menos acción, por cierto, que drama, vueltas de tuerca o escenas de tortura, que en algún caso son molestas. Lo interesante es que, como en casi todo el Stone “no biográfico”, el realizador apuesta por el romanticismo de los personajes, por algún valor caído en desgracia como motor de las acciones. Es raro, porque la película termina pareciéndose a un melodrama o, más bien, a su parodia. No deja de ser interesante, aunque está lejos de la locura satírica de “Un domingo cualquiera” o la fuerza narrativa de “JFK”, sus mejores películas.
Tensión fronteriza Al igual que los personajes de Salvajes, las películas de Oliver Stone siempre se situaron en una frontera, la que separa la reflexión del entretenimiento, la denuncia comprometida y el placer culpable, el filme político mainstream y el pastiche trash. Salvajes, en ese sentido, se ubica más en este último lugar, allí donde se alinean Asesinos por naturaleza, Camino sin retorno e, incluso, Scarface (guión de Stone), aunque este thriller narco carezca de un Tony Montana y de todo rastro de adrenalina. La premisa es interesante: un trío de chicos y chica lleva adelante una empresa de cultivo y distribución de "la mejor marihuana del mundo" en Laguna Beach, un paraíso californiano surfer y hedonista. Los jóvenes Chon (Taylor Kitsch) y Ben (Aaron Johnson) importan las semillas de Afganistán y se dedican a la vida disipada, fumando y compartiendo sexualmente a la blonda O (Blake Lively), a la vez que Ben invierte parte del cuantioso dinero ganado en beneficencia internacional, viajando al Tercer Mundo. Del otro lado de la frontera están los "salvajes", un cartel mejicano que se quiere quedar con el negocio de los muchachos "gringos" y que lidera una gatuna Elena (Salma Hayek) con flequillo pulp a lo Uma Thurman, quien se apoya en las andanzas del sanguinario Lado (Benicio Del Toro) para llevar adelante su negocio. Si a eso se le suma un par de ex soldados de Afganistán que hacen de francotiradores mercenarios, un agente inescrupuloso de la DEA (John Travolta) y la hija latina de Elena que vive la gran vida en California y se avergüenza de las fechorías de su madre, se obtiene un fresco en principio atractivo y complejo en torno al narcotráfico global. Cuestión que Stone desaprovecha con sus estereotipos, sentencias "reveladoras" y clichés gangsteriles de clase B, que no supondrían un obstáculo si el filme al menos se hiciera cargo de ese registro y narrara una historia intensa. Pero Stone se queda parado en la frontera sin jugarse, ambivalencia hecha explícita en el doble e indeciso final. El defecto de Salvajes no es su falta de solemnidad, sino el tedio de su pretendida diversión.
Director de "Platoon" (1986), "Nacido el Cuatro de Julio" (1989) y "W." (2008), entre tantas otras, Oliver Stone vuelve a las historias de género para brindarle al espectador una propuesta algo confusa en sus planteamientos, muy bien interpretada y con las características visuales y narrativas como para tomar literalmente su título. Una película estéticamente fuerte, en la que la droga, el sexo, la violencia y la pasión se transforman en costumbres.
Todo menos salvajes Dos amigos cultivantes de marihuana combaten contra la mafía mexicana en una película bastante débil y cuya trama presenta tantos agujeros que impiden tomarsela en serio. Una historia bastante violenta donde ineficazmente se intenta mostrar el lado más humano de estas organizaciones criminales y se termina creando un relato inverosímil, pesado y condescendiente. Ya de entrada el espectador debe preocuparse al oír una voz en off bastante explicativa y poética que intenta guiarlo sobre el mundo representado. Lástima que la misma contiene definiciones muy infantiles y posee una condescendencia atroz hacía la inteligencia del espectador. A través de ella, uno se da cuenta de los problemas de la película, ya que si con ella se duda de la comprensión del espectador y se tiene que explicar todo, desde las personalidades de sus protagonistas hasta la naturaleza de la historia, nada bueno puede esperarse del resto de la trama. Es muy probable que uno de los mayores inconvenientes de la película sea entender cuál es el objetivo de la misma o a qué género corresponde. Continuamente el espectador observa una trama sumamente irreal envuelta contrariamente en un mundo visualizado de la manera más real posible. Tenemos un cartel mexicano bastante bien desarrollado con métodos cercanos a la realidad (aunque con licencias) enfrentado con una organización delictiva indescriptible que profesa la buena voluntad y el budismo. Es decir, es inentendible como alguien pudo armar semejante historia con elementos tan disparejos. Cuando uno ve "Salvajes" no puede dejar de creer como los hechos se van sucediendo, ya que a pesar de seguir una lógica interna siempre dejan en el espectador una interrogante sobre la verosimilitud del comportamiento de los personajes. Cada acción que toman es cuestionable y carece de inteligencia alguna. Por lo tanto, es muy difícil encariñarse con los protagonistas si sus decisiones cuestionan un comportamiento clásico y común en las personas en general. Por ejemplo, están planeando escaparse de uno de los más peligrosos carteles de Méxicos quienes días atrás le mostraron como advertencia un video donde decapitaban personas y la chica, Blake Lively, no tiene mejor idea que irse de compras al shopping. Otro de los aspectos más llamativos de la película es el rol que juegan las mujeres en la trama. Aunque solo hay tres personajes en total, estos son débiles de carácter o demuestran ser solamente objetos de deseo. La jefa de la mafia interpretada por Salma Hayek asombra por sus malas decisiones, su falta de liderazgo y su endeble personalidad. Incluso al nunca estar en control de la situación parece no tener voluntad propia. Increíble que la llamen "madrina". En conclusión, "Salvajes" es una película incoherente y superficial cuya historia es demasiado pobre para intentar representar el significado de su título.
The Real Laguna Beach "Salvajes" es un buen y entretenido thriller de acción dirigido por Oliver Stone, en el cual se toma la historia de una novela moderna del escritor Don Winslow (que lleva el mismo título que el film) y se le aplica la buena narrativa y la experiencia del director. A título personal, debo decir que prefiero infinidad de veces al Stone épico y grandilocuente que nos ofreció trabajos como "Pelotón", "Wall Street" y "JFK". Esta nueva etapa artística un poco más simplona con títulos como "Las Torres Gemelas", "W" y "Wall Street 2" no me copa mucho... de hecho, pienso en ellos como entretenimientos pasajeros, intrascendentes, que no quedarán en la historia del cine como sí lo harán algunas de sus cintas de los '80s y los '90s. La trama tiene una especie de aura progre en la que se toman situaciones normales que ya hemos visto muchas veces en el cine, pero se le agregan algunos condimentos que la hacen un poco más vistosa, cuestión que en gran parte es mérito de Winslow, escritor de la novela. Por ejemplo, O (Blake Lively) es una fuertísima rubia de Laguna Beach que vive su relación amorosa en un trío consensuado con Chon (Taylor Kitsch) y Ben (Aaron Johnson), dos mejores amigos que se dedican al contrabando de marihuana de alta calidad, y en sus momentos libres, a la filantropía. Otra vuelta de rosca, es que el capo del narcotráfico mexicano y rival de estos jóvenes emprendedores es una mujer, Elena (Salma Hayek), una viuda despiadada que se hizo cargo del imperio mafioso de su esposo. Bueno... y así algunos condimentos más que la convierten en una propuesta atractiva, al menos para pasar el rato. La calidad de las actuaciones está un poco repartida, destacándose el trabajo de Benicio del Toro, Blake Lively y Demián Bichir, por otro lado, los protagonistas masculinos, Aaron Johnson y Taylor Kitsch, no fueron de lo mejorcito. Hay mucha acción con algunas escenas de decapitación incluidas, hay sexo con cuerpos sudorosos en 1er plano (Sí chicas, salen Taylor y Aaron en bolas), y algunas vueltas de tuerca que pueden impactar sobre el final. Una propuesta buena para ver en la gran pantalla, pero que no producirá ningún efecto a largo plazo como otras películas del director.
Salvajes giros en otra película editorial de Oliver Stone Savages (Salvajes) es algo así como una historia simple que ha fumado una buena dosis de estética característica de Oliver Stone. Un par de personajes muy bien construídos por actores veteranos y la estampa joven para un guión que termina solamente dándole el gusto al Director de dejar sentada su visión sobre el narcotráfico, las drogras y la violencia que la entrama. El film tiene como anfitriona, narradora y pose constante a Ofelia (Blake Lively). Después que la hermosa rubia muestra el paraíso californiano y desarrolla un prólogo concreto, el espectador no tiene mas que relajarse y mirar. No hay nada que descubrir, los giros de la trama se anuncian y por momentos parece que vemos el constante preámbulo de distintas reuniones que terminarán con algunos muertos. Dos young narcos amigos hacen una vida de nuevos empresarios en Laguna Beach y tratan de producir la mejor marihuana de Estados Unidos, con conciencia ecológica y evitando una sobredosis de violencia. Cuando en la sala las mujeres se están decidiendo por Chon (Taylor Kitsch) o Ben (Aaron Taylor-Johnson) y los hombres están empezando a envidiarlos porque comparten el amor y la piel de la gringa, llega “la Reina”. Elena (Salma Hayek) es quien comanda el cártel que ahora pretende quedarse con la botánica y red de distribuidores de los buenos muchachos. Su brazo armado es Lado (Benicio Del Toro) quien mata, secuestra y traiciona. Toda la secuencia de trampas y matanzas serán avaladas por el agente de la DEA Dennis (John Travolta) buscando un final que al espectador parece darle lo mismo si es feliz o no. Oliver Stone filma Salvajes con su calidad recostada en una playa de California. Desde la reposera, el Director anuncia cada muerte, se anima a ensangrentar el guión y recurre a los flashbacks o rebobinados como quien pide un Mojito. Don Winslow y Salerno Shane escribieron esta adaptación para filmar junto a Stone, una serie de personajes que pintan la problemática de la droga desde la posición de narcos high level. Muestra colorida de la obscena violencia de los traficantes, reparte mini críticas políticas y not much more. Benicio Del Toro es la perla del film, con un Tarantino’s Style que cautiva cuando ruge con la mirada antes de matar. Sádico aunque atento, loco pero inteligente. Es el pulmón de la película y termina siendo la bala plateada entre los disparos con los que el guión intenta rendirte. Blake Lively es la belleza de la película y de todas las que estén dando en el Cine. No actúa, más bien desfila delante de la cámara haciendo que la sigas a ver de qué se trata la historia. Suena hueca por momentos pero volvamos a decir que es bella y punto. Pensar que su papel casi se lo dan a Jennifer Lawrence. John Travolta encarna bien ese papel de corrupción, su cara se lo permite, su versatilidad lo disfruta. Es Travolta y ahora con menos panza y un cuello que no oculta años, larga su experiencia para que sus ojos o sonrisas sean las que se esfuercen en cada escena. Salma Hayek es una linda señora que termina reflejando un buen manojo de insultos entre sus líneas y algunas muecas, pero termina siendo esa esfinge con mala peluca que intenta no fallar cuando la película solo hubiese necesitado su voz.
Publicada en la edición digital #243 de la revista.
Casi, casi un videoclip Es cierto que el cine es amplio y generoso. Admite historias de todo tipo. En el cine casi todo es posible y parece que no hay prenda que no le siente. O dicho de otra manera, en el cine siempre hay público dispuesto. O más bien, con un par de ideas básicas podés hacer desde una película taquillera clase B hasta un peliculón que rompa todos los parámetros estéticos convencionales y siempre habrá alguien que la quiera ver. Por eso se pueden apreciar muchas veces buenas ideas maltratadas en formatos mediocres y desprolijos, o, en el otro extremo, exquisiteces formales para hablar más o menos de lo mismo que habla la vecina en una tarde aburrida sin nada nuevo que contar. Quiero decir, “Salvajes”, la última película de Oliver Stone, toma un tema candente que ocupa mucho tiempo en los medios de comunicación últimamente: el narcotráfico y sus manifestaciones violentas. Inspirado seguramente en las imágenes truculentas de muertos decapitados en las regiones calientes de México, el director estadounidense se puso la cámara al hombro y quiso mostrar cómo ve él las cosas. Más bien, se lo hace decir a una joven, porque el relato en primera persona está puesto en boca de O (de Ofelia), la muchacha protagonista de esta historia (Blake Lively). O es una chica muy joven, muy rubia y muy linda, que creció en un hogar en el que la madre cambiaba de marido como de vestuario y no tenía mucho tiempo para dedicarle a su adorable pequeña. O es una joven rica que creció sin afecto. Ese sentimiento lo encontró al lado de dos muchachos, Chon (Taylor Kitsch), un ex combatiente de la guerra de Irak, y Ben (Aaron Taylor-Johnson), un pacifista budista experto en botánica, especialmente en plantas de marihuana. Estos muchachos son amigos y socios en el próspero negocio del cultivo de las mejores plantas de marihuana en California. Han conseguido un producto de altísima calidad que distribuyen a través de una amplia red, lo que les permite vivir muy confortablemente junto a la bella O, en un triángulo amoroso ultrafuncional. ¿De dónde vendrán los problemas? Pues, de la competencia. Estos chicos hacen alarde de su independencia, cosa que molesta a los capos de la droga, sobre todo los vinculados al comercio de la cocaína. Entonces empiezan a acosarlos para que acepten asociarse con ellos. La invitación no acepta un no como respuesta y ahí empiezan los líos. Captar la realidad El tono de la película de Stone tiene más semejanza con la historieta que con la vida real, aunque no hay que subestimar su capacidad para captar la realidad, porque no hay por qué pensar que los narcotraficantes tengan un cerebro mucho más sofisticado que lo que se ve en la pantalla. Es muy probable que sus mentes funcionen así como lo muestra la aparentemente fantaseosa película de Stone. Es probable que haya cierta ironía en ese enfoque y que pese a todo, refleje el mundo de los narcos tal como es: drogas, sexo y violencia, y dinero, mucho dinero para gastarlo a manos llenas en todo lo que se te antoje. “Salvajes” cuenta los pormenores de una guerra entre capos de la droga rivales, que se disputan el mercado. Los más violentos son los mexicanos, donde un tal Azul le hace la guerra a La Reina, y ambos terminan destruyéndose mutuamente a causa de los hipposos californianos. ¿Quién pondrá fin a la carnicería? Un corrupto agente de la DEA capaz de controlar la situación y poner a todos en caja. “Salvajes” parece un cuento de hadas al que no se puede tomar muy en serio. Muestra una versión casi paradisíaca de la violencia narco, en un estilo demasiado parecido al que puso de moda, tiempo atrás, Quentin Tarantino. Se lucen John Travolta, como el oportunista agente de la DEA; Salma Hayek, como La Reina, una jefa narco despiadada y cholula; y Benicio Del Toro, como Lado, su bruto brazo armado más cruel y sanguinario.
La última película de Oliver Stone es un problema. Y no es el argumento el que forma parte de la dificultad: dos amigos que viven en Laguna Beach, un hippie pacifista y un ex soldado trastornado, comparten novia y se dedican al tráfico de marihuana. Un cartel mexicano en decadencia secuestra a la chica y para recuperarla se desata una guerra entre narcos. Catalogar las actuaciones sí es un conflicto: en el frente de los veteranos tenemos a actores ya consagrados como Benicio del Toro, Salma Hayek y John Travolta, que de alguna manera se burlan de sus personajes estereotipados. Tantos clichés acerca de traficantes mexicanos no pueden ser representados más que con una sonrisa escapándose de sus rostros. Los jóvenes tratan de ser actores serios en una película de un director de renombre…y fallan. Pero en esa delgada línea entre actores consagrados tomándose sus roles en broma y actores de broma tomándose sus roles en serio transita todo el film. No se puede decir que la película no sea entretenida, pero las extensas escenas de diálogo al estilo Tarantino llevadas a la boca de una narradora con voz insulsa y monocorde pueden agotar al espectador. La trama del film es completamente inverosímil y ridícula, pero en medio de ese delirio lisérgico hay tratamientos levemente interesantes, como la guerra. Mucho se ha filmado acerca de la Guerrade Vietnam y su relación con las drogas. Aquí Stone retoma esa relación, aunque de manera diferente. Más bien hay un paralelo entre la guerrilla narco y los horrores cometidos en Irak con la toma de prisioneros…aunque tampoco está presentado como un alegato del director, sino más bien como una sugerencia al espectador. Quienes quieran ver un film clipero donde chicos ricos y lindos hacen menages a trois y se drogan, lo pueden ver; quienes quieran ver una crítica a los métodos guerrilleros que usan tanto los soldados como el aparato estatal, también lo pueden ver. Pero en términos generales, la película sigue siendo un problema por todas estas cuestiones: no se termina de jugar por una postura, y eso hace que el espectador se pregunte, en última instancia, para qué pagó la entrada de cine, si para ver entretenimiento o para ver una crítica ácida sobre los Estados Unidos. Ni chicha, ni limonada.
El nuevo trabajo de Oliver Stone viene circulando hace un tiempo, con su atractivo (y trillado) cartel, teniéndonos a todos intrigados. ¿Qué tendrá en esta ocasión el director de “Asesinos por Naturaleza” para entregarnos? Savages (Oliver Stone, 2012), una historia de traficantes con Blake Lively a la cabeza… pero le damos una oportunidad. Ofelia (Blake Lively), Ben (Aaron Taylor-Johnson) y Chon (Taylor Kitsch) conforman un triángulo amoroso que viven idílicamente del cultivo de marihuana. Las cosas se complican cuando el cartel mexicano les ofrece un trato que no cumplen y llevará al secuestro de Ofelia. Así se desarrolla una historia de embrollos, mentiras, violencia y extorsiones donde todos los personajes alcanzan su estado primitivo de salvajismo. Tenemos una historia más que usada ya en el cine, pero eso no importa, Savages tiene sello propio porque ve más allá de la historia en sí, pone a los personajes en situación para inmiscuirse en sus psicologías y mostrar su salvajismo. No estamos frente a una gran película, pero sí ante un film original. La historia se desarrolla más o menos como todos imaginamos pero con muchos rodeos y vueltas innecesarias, lo cual hace un film bastante extenso con un ritmo que por momentos decae. savages movie poster 2012 1010750715 Savages: El hombre en su estado primitivo cine Al ser una historia rebuscada y extensa también nos encontramos con una gran variedad de personajes. Y se puede decir que, en este film, los personajes son el sustento más importante de la historia. Stone se dio el gusto de contar con un elenco bien diverso y atractivo: Blake Lively, “la chica de Gossip Girl”, al principio asusta su presencia, pero luego entendemos que es ultra necesaria para el papel: una niña rica buena devenida en pseudohippie liberal experimentado con sexo y drogas, encaja justo; Benicio del Toro interpretando al estereotipado mexicano pesado, metido en narcotráfico, le pega a su mujer, aspira cocaína y bebe, violento, etc. Pero es tan exagerada su caracterización que encontramos una suerte de ironía y parodia en él; como también en el personaje de Salma Hayek, capa del tráfico de marihuana, en su millonaria mansión, con su exuberante pelo y su pretensiosa ropa. En sí, podríamos decir que todos los personajes son paródicamente estereotipados, ya que el trío amoroso rebalsa de amor y hipismo al igual que de comodidades y dinero, y John Travolta interpreta al infaltable policía corrupto. En cuanto a la estética, al igual que el ritmo, es muy variante. Tenemos escenas que rozan lo gore realmente atractivas, otras cuasi poéticas y románticas con el deslumbrante paisaje detrás, otras que nos recuerdan a alguna película bélica y otras tan suntuosas que abruman. Pero de esta ensalada estética, Stone saca un buen producto con una fotografía fascinante. A esto se agrega la acentuada belleza de los tres niños consentidos del narcotráfico y la poca ropa que usa Lively durante el film. Savages es una película desordenada porque mezcla estéticas y oscila entre varios ritmos. Pero sobre todo es sorprendente por su giro final. Y encontramos que, en fin, las idas y vueltas de secuestros, dinero, robos y asesinatos fueron vanas, porque tanto los buenos como los malos son Salvajes; salvajes que se encuentran en un estado primitivo al que siempre se vuelve. Por supuesto prevalece el estado primitivo de amor y pureza de esta tríada de bellos amantes. En ese punto es sosa la película pero podemos ver un poco más allá de sus fallas narrativas y clichés para interpretarla como parodia y reflexión sobre este estado primigenio (y permanente) del hombre según el cual todos somos Salvajes.