Traiciones en cadena El séptimo arte acumula desde sus inicios muchas películas basadas en piezas teatrales o que simplemente pretenden situar la acción en un único escenario o sede principal, y ello ha generado un “estilo histórico” en el rubro vinculado a tomas contemplativas, muy pocos floreos visuales y una fotografía ascética que en esencia busca duplicar el punto de vista fijo e invariable del espectador tradicional. A partir de las décadas del 70 y 80 el subgénero experimentó una sutil metamorfosis que lo fue acercando al resto de la producción cinematográfica con la manifiesta intención de cortar con un minimalismo reconvertido en otro cliché más y hermanar a la claustrofobia de las tablas con la propia del medio que nos ocupa, haciendo más dinámico el desarrollo y enfatizando más que nunca los rostros, los diálogos y la misma presencia de una cámara que sigue los movimientos de los personajes. The Party (2017) es otro exponente más de una vertiente teatral o semi teatral -como en este caso- que tiene a algunas de las últimas obras de William Friedkin y Roman Polanski como sus ejemplos más conspicuos e interesantes, pensemos en Peligro en la Intimidad (Bug, 2006), Killer Joe (2011), Un Dios Salvaje (Carnage, 2011) o La Piel de Venus (La Vénus à la Fourrure, 2013). Aquí la máxima responsable es la realizadora británica Sally Potter, aquella que se hiciera conocida con la despampanante Orlando (1992) y que luego caería, sobre todo a partir de su siguiente película, La Lección de Tango (The Tango Lesson, 1997), en una ristra de estereotipos del cine arty que sólo parecen haber servido para condenar a la directora al olvido gracias a su autoindulgencia y la falta de algo en verdad valioso para decir, panorama que hoy por fin pudo revertir vía el film en cuestión. Esta pequeña epopeya verborrágica de apenas 71 minutos se sostiene en el recurso más extendido del rubro, la catarata de revelaciones y acusaciones a discreción entre un grupo de individuos que en esta ocasión se reúnen en la casa de la política Janet (Kristin Scott Thomas) para celebrar el reciente nombramiento de la susodicha como cabeza del gabinete en la sombra del Ministerio de Salud: así tenemos a su esposo intelectual Bill (Timothy Spall), su amiga hiper cínica April (Patricia Clarkson), el cónyuge alemán de esta y suerte de gurú espiritual Gottfried (Bruno Ganz), la profesora amiga de los anfitriones Martha (Cherry Jones), la chef y pareja lésbica de la anterior Jinny (Emily Mortimer) y finalmente el banquero Tom (Cillian Murphy), marido de Marianne, una subordinada de Janet que promete llegar más tarde a la reunión y que de a poco se transforma en el eje del encuentro. La propia Potter escribió el guión original y echó mano a los truquillos por antonomasia de las comedias dramáticas, como por ejemplo la existencia de un amante secreto de Janet, el fervor cocainómano de Tom, el anuncio de que Jinny está embarazada de trillizos vía fecundación in vitro y el aviso de Bill de que padece una enfermedad terminal, le resta poca vida y pretende abandonar a su esposa por Marianne, con la que viene deleitándose en un affaire desde hace dos años en función del cual Tom -quien ya tenía conocimiento del asunto- planea matarlo como venganza. Con semejante elenco es muy difícil que la película resulte fallida y si bien la primera mitad cae en diversos lugares comunes en lo referido a los intercambios entre los personajes, la segunda parte remonta mucho al profundizar en la dimensión humana de cada uno sobrepasando la mascarada caricaturesca del primer acto. The Party encadena una serie de dicotomías que van desde los antagonismos idealismo/ racionalismo y compromiso/ apatía hasta sus homólogos espíritu/ materia y marxismo/ capitalismo, poniendo de relieve un tejido social inglés -y decididamente internacional contemporáneo- atravesado por múltiples posiciones intermedias entre los opuestos y una buena tanda de hipocresía por parte de las capas burguesas, esas que disfrutan señalando los defectos ajenos como si fuese un deporte o un hobby pero al mismo tiempo no suelen reconocer ni el más mínimo desliz propio hasta que llega el colapso de la mano de una crisis individual a puro canibalismo. Sin ser una maravilla, la propuesta cumple dentro del enclave del “cine teatral” ofreciendo un retrato -en un bello blanco y negro- de la crueldad egoísta y las traiciones entrecruzadas de las que son capaces todos los hombres y mujeres…
Imperdible, para disfrutar de punta a punta. Lo que sí, muchísima atención para el final. El último cuadro es la gran sorpresa de la película, por lo tanto tienen que estar muy atentos a la frase que se va a decir, sino ,,,,
Janet, miembro político del partido opositor parlamentario, prepara una fiesta en celebración de su elección como Ministra de salud. Mientras los invitados llegan, su esposo Bill permanece distraído, mirando al vació en el medio de la sala, y lo que era un sencillo festejo rápidamente se torna en una situación fuera de control. Filmada en blanco y negro y contando con un elenco de actores consagrados (Patricia Clarkson, Bruno Ganz, Cherry Jones, Emily Mortimer, Cillian Murphy,Kristin Scott Thomas y Timothy Spall), ”The Party” nos presenta una sencilla pero entretenida comedia negra sobre la clase media-alta británica, las diferencias políticas y los prejuicios en cuantos a las dogmas religiosos y sociales, en un formato que la hace parecer una adaptación de alguna obra teatral. Aún así, ninguno de los actores realiza un trabajo estelar, limitados solo a cumplir las expectativas que conllevan sus nombres en el póster de la película. Los giros de la historia la hacen entretenida pero no la elevan entre las grandes del género, siendo igualmente un producto algo más original que la comedia usual. Con una duración corta, en comparación con la duración casi estándar de las películas contemporáneas, termina siendo una película compacta que no sorprende ni decepciona.
The Party empieza con un plano detalle de una aldaba. La puerta se abre y una mujer desencajada con un arma en la mano apunta a cámara. Esa cámara podría ser la ruptura de la cuarta pared o la subjetiva de un personaje. Luego vienen los títulos y la acción principal del film que obviamente son los eventos previos a ese comienzo y desenlace. La mujer que abrió la puerta es Janet (Kristin Scott Thomas) quien acaba de ser nombrada ministra del Gobierno inglés. Con ese motivo varios amigos se reúnen en su casa para festejar. Siete personajes en busca conflictos remanidos y lugares comunes de ese subgénero insufrible al que podríamos llamar películas que parecen una parodia de lugares comunes de mal teatro. Sí, es un nombre muy largo, pero no tan largo como tener que atravesar los eternos setenta y un minutos que dura la nueva película escrita y dirigida por Sally Potter. Cada personaje tiene una personalidad marcada y exagerada. Como no hay forma de que la película encuentre en el lenguaje del cine sus ideas, no queda otra que cada personaje hable y repita una y otra vez lo que piensa, de donde viene, que le molesta y que está sintiendo. Si la película dura un poco más de una hora es porque todo se repite varias veces, a fin de guiar al espectador, subestimando su inteligencia y su capacidad de pensar algo de forma independiente. Si acaso el cine es el arte de manipular las emociones, la falta de ideas visuales solo puede ser reemplazada por la insistencia de guión. No se manipula con el lenguaje, se taladra con los clichés. El tono de comedia negra y drama que la película busca recuerda los peores intentos de Woody Allen por imitar las peores versiones del cine de Ingmar Bergman. Pero a diferencia de estos dos cineastas, esta película no puede evitar la peor de las tentaciones: la vuelta de tuerca. Luego de machacar con su discurso misántropo y explotar las miserias humanas, la película elige desembocar en su final ingenioso, justamente para demostrar que no hay nada menos inteligente que tapar la ausencia de profundidad con una fanfarronada ingeniosa. Esta idea tan pequeña de creer que subrayar las miserias humanas es la manera de entender a las personas, este concepto tan ramplón de buscar en ello el arte y la seriedad, son las cosas que convierten a productos como The Party en la peor clase de cine. Si su objetivo es amargar al espectador y generarle algo de angustia, lo logra, a cualquiera que ame el cine le amarga un rato de su vida y le genera la angustia de saber que en el año 2018 hay que gente que no entendió de que va el cine.
La directora Sally Potter (“Orlando”) nos ofrece esta interesantísima comedia negra que indaga en la clase media-alta británica y sus contradicciones, sus ideologías políticas, los prejuicios hacia las religiones y otro tipo de dogmas que contrastan con el racionalismo del cual hacen gala de abanderar y abrazar. El largometraje cuenta la historia de Janet (Kristin Scott Thomas), quien acaba de ser nombrada ministra del Gobierno y, por ello, varios amigos se juntan para festejar su nombramiento. Sin embargo, lo que comienza como una celebración terminará de desbandarse ante varias cuestiones que salen a la luz en aquella pequeña reunión. El film posee una puesta cuasi teatral que se desarrolla en un único lugar representado en la casa de la protagonista y de su marido Bill (Timothy Spall). Es allí donde irán llegando los diversos invitados interpretados por un elenco estelar e inmejorable compuesto por: Patricia Clarkson, Bruno Ganz, Cherry Jones, Emily Mortimer, Cillian Murphy. En general, estos actores consagrados siempre componen personajes secundarios y pocas veces logran protagonizar una obra, por lo cual hace más pintoresco el hecho de que se hayan reunido para esta ocasión. La directora parece haber dado justo en la tecla al erigir este relato que tiene un formato similar a las últimas películas de Roman Polanski como “Venus in Fur” (2013) y “Carnage” (2011), que comprenden dos adaptaciones cinematográficas de obras teatrales con fines narrativos similares. Potter intenta indagar en la naturaleza humana y en sus miserias, en los engaños, la ocultación de ciertas verdades, lo contradictorio del accionar de las personas y sus maniqueísmos intrínsecos. A su vez, se pone en tela de juicio el espíritu vengativo y revanchista que suelen tener las personas para con sus seres queridos ante períodos turbulentos de las relaciones maritales y/o familiares. Por otro lado, hay una profunda crítica a las ideologías políticas reinantes de la sociedad británica así como también un posible comentario sobre el Brexit que ocasionó una división dicotómica en los miembros de la población y sus representantes políticos. Como siempre, habrá una guerra entre los intelectuales y los representantes políticos y banqueros cuyas ideologías chocan, pero lo más interesante del relato está compuesto en aquellos choques que están motivados por conversaciones y diálogos muy logrados que sacan a relucir la forma inteligente en que el guion establece y termina de conformar las psicologías de sus personajes. El guion resulta sencillo y eficaz a los fines narrativos del relato llevando la acción hacia un in crescendo constante que termina de afianzarse en los momentos finales donde se da un giro inesperado y que dota a toda la obra de una marcada idea de sentido. La fotografía de Aleksei Rodionov, que ya había trabajado con la autora en “Orlando”, exige un eficaz y grandioso blanco y negro que, además de ser realmente bello y espléndido, sirve para acrecentar ese aire enrarecido por el que atraviesan los personajes. “The Party” es una comedia negra eficaz, llena de giros narrativos ingeniosos que saca a relucir la hipocresía de la burguesía por medio de la irreverencia y la frescura de su guion. El elenco es otro de los grandes aciertos de la obra que hacen que este relato se eleve. Un film interesante, agudo y sumamente entretenido que nos hará divertir a lo largo de sus escuetos 71 minutos de duración.
La fiesta constituye un espacio arquetípico en el que se produce la expansión, la catarsis, la expresión de emociones y sentimientos acallados. Momento de éxtasis, en todas las culturas posee una significación sacra, incluso en sus versiones más seculares. Es por ello que, cuando en una película se llega al momento de la fiesta, sabemos que entonces se experimentará un momento de transición, de giro. The Party es una película teatral que transcurre íntegramente durante la celebración íntima del nombramiento de Janet (Kristin Scott-Thomas) como Ministra de Salud, en una exigida carrera política. Transcurre casi en tiempo real y en una sola locación, típico huis clos: la casa de la ministra, su living, cocina, baño y patio. Allí se reúne un grupo de amigos junto a ella y su marido: todos llegan con sus historias y sus problemas, que se imponen al festejo. Casi todos guardan algún secreto, que se irán develando, en sucesivos giros y sorpresas, hasta llegar a la revelación final, magistral, que le confiere a la obra una estructura circular. El film es extremadamente austero y sintético: unidad de lugar y tiempo, pocos personajes, una excelente selección de música sólo diegética, fotografía en blanco y negro, y 71 minutos de duración. Y nunca la sentimos teatral, es cine puro y se siente espontáneo. Los diálogos son brillantes, ágiles y filosos; las actuaciones admirables, en un elenco de primera. Patricia Clarkson como la amiga fiel (el tema de la fidelidad es clave en el film), incondicional y muy cínica, radical y descreída de todo, es quien aporta la reflexión sobre política y liberalismo, sobre el idealismo de una generación que se ha vuelto realista; su marido, un exótico Bruno Ganz trasplantado a Gran Bretaña, es un sanador new age algo budista que abomina del sistema de salud que esta ministra ha de sostener; Emiliy Mortimer y Cherry Jones componen la pareja lesbiana, con años de amistad; Cillian Murphy, el outsider que nunca falta; y Timothy Spall como el marido de Janet en estado crítico. Hay dos ausencias que tienen su peso: la de Marianne, adjunta de la ministra, y la del personaje que le envía insistentes y enamorados mensajes de texto. Entre ellos han de desarrollarse tensiones extremas, tragedias inesperadas de las cuales no es ajena una pistola que cambia de mano. Sally Potter –amante de la música, directora de La lección de tango, y que incluye un tema de Pugliese en los títulos finales- maneja el sentido del ritmo de manera impecable, acompañado del expresivo uso de la luz, en esa tarde amable que deviene noche trágica. Las reflexiones sobre liberalismo, capitalismo, burguesía y postfeminismo se cruzan con esas revelaciones personales, íntimas entre las parejas, temas muy complejos y contradictorios subyacen en el guión de una comedia que parecía liviana. Pero no lo es.
Es una farsa tan divertida y narrada con tanta fiereza y desparpajo que parece la obra de un operaprimista. Peor no, Sally Potter (68 años), la que sorprendió con Orlando (hace 26), con un personaje que pasaba de hombre a mujer, la directora londinense que hace veinte años vino a rodar La lección de tango con fotografía de Robby Müller realizó una película pequeña sólo en apariencia. Corta (71 minutos), en blanco y negro y en un casi único escenario (la casa de la protagonista, de la que se muestra el living, la cocina, el patio y el baño), pero que está muy lejos de ser teatro filmado o tener una estructura dramática teatral. La “fiesta” a la que hace alusión el título es en verdad una reunión que Janet (Kristin Scott-Thomas) brinda a un pequeño grupo de conocidos para celebrar su reciente nombramiento como Ministra de Salud del gobierno británico. Veamos. Están su marido Bill (Timothy Spall), quien parece entre derrumbado e ido. No importa. Llega su gran amiga April (Patricia Clarkson), que destila ironía cada vez que abre la boca, acompañada por su pareja (Bruno Ganz), suerte de sanador new age. También hay una pareja de lesbianas (Emily Morter y Cherry Jones) y arriba Tom, siempre acalorado (Cillian Murphy). Si todos tienen algo que ocultar, y habrá sorpresas para revelar que involucren a más de uno de los presentes, hay dos personajes de los que se intuye o habla, y que no están presentes (Janet recibe demasiados llamados en su celular; la esposa de Tom). Pero el momento en que se desencadene la trama será cuando Bill haga un anuncio totalmente inesperado. La película, a través de la potencia que tienen los diálogos, es casi perfecta. La sátira, bien negra, desnuda debilidades. De la clase política, sí, pero también de la sociedad inglesa. Igual, The Party podría suceder en cualquier ciudad del mundo, en París, José Ignacio o Mendoza. No interesa tanto el entorno, sino cómo los personajes se miran, se hablan y se mienten. Es una comedia con suspenso, y suspenso no tanto de thriller sino de interés. Piense cuánto hace que un filme no lo mantiene no sólo entretenido, sino casi en vilo. Podrá pensarse en estructuras similares a Perfectos desconocidos, y en que The Party bien podría saltar a un escenario. Pero es cine desde cada encuadre, cada cambio de escena, desde la iluminación en blanco y negro y desde ese final que nos hace sacar el sombrero ante Sally Potter. Y también, ante sus geniales intérpretes.
La película escrita y dirigida por Sally Potter navega por aguas cinematográficas y teatrales al ser casi teatral. Los siete personajes se reúnen en la casa de Janet (Kristin Scott Thomas) para festejar su asunción como Ministra de Salud. Y todo el film transcurre en el mismo lugar. Su marido Bill (Timothy Spall) se dedica a poner discos mientras van llegando los invitados. Y así van apareciendo en escena su mejor amiga April (la siempre excelente Patricia Clarkson) quien siempre tiene respuestas rápidas y ácidas para cada uno de los presentes, y su marido Gottfried (Bruno Ganz), su otra amiga Martha (Cherry Jones) y su pareja embarazada Jinny (Emily Mortimer) y finalmente Tom (Cillian Murphy) quien llega muy nervioso y sin su mujer, Marianne, a quien todos esperan. Lo que iba a ser un festejo se transforma en una comedia negra cuando Bill hace un anuncio que nadie espera acerca de su salud. A eso se le suman mensajes al celular de un supuesto amante de Janet, más Tom y su lucha con sus adicciones. La película, filmada en blanco y negro, (lo que la hace aún más atractiva), muestra las contradicciones de éste grupo de burgueses y exhibe varios temas como la infidelidad, la política y los secretos que cada uno de ellos guarda y en esta velada, explotan. Todo eso, en escasos 70 minutos. ---> https://www.youtube.com/watch?v=Y-FuSuWienM
El regreso de Sally Potter, la directora de “Orlando” y “La lección de tango”, con un film en blanco y negro que reúne, encierra, a siete personajes en un festejo particular. La dueña de casa, luego de una larga carrera, es designada Ministra de Salud. Y en su casa reúne a sus íntimos: su mejor amiga, el esposo de mirada perdida, el marido de la amiga con sus practicas new age, una lesbiana militante y su pareja que espera trillizos y un joven que llega sin su mujer, implicada en las relaciones de todo el grupo. En esta reunión aparentemente social y amena que comienza a la tarde y profundiza los sucesos de la luz tranquilizadora a la profunda oscuridad, cada uno de los personajes se cuestionará personal y políticamente. Situaciones y discusiones que van desde los principios éticos de las luchas de una vida a los secretos mejor guardados que finalmente afloran para tener consecuencias transformadoras. La amistad, la lealtad, la fidelidad, el sexo, el estilo de vida de las nuevas generaciones, la soledad, la falta de comunicación. Un film corto y muy intenso donde se dicen cosas fuertes, se discute y polemiza con pasión. El guión de la directora pulido y punzante. Los actores maravillosos: Kristin Scott Thomas, Patricia Clarkson, Thimoty Spall, Bruno Ganz, Cherry Jones, Emily Mortimenr y Cillian Murphy. Un goce del principio al fin.
Crónica de una muerte anunciada El nuevo largometraje de la realizadora británica Sally Potter (Ginger & Rosa, 2012), The Party (2017), es una comedia negra con un planteo alegórico sociopolítico que va más allá de las vidas de sus protagonistas y la sociedad que representan. Janet (Kristin Scott Thomas) acaba de ser nombrada ministra de la oposición y la película arranca con las felicitaciones que recibe por teléfono mientras está preparando en la cocina una fiesta de celebración con sus amigos más cercanos. Su marido, Bill (Timothy Spall), sin embargo, bebe vino en la habitación contigua y escucha música con una expresión en su rostro que no muestra signo alguno de felicidad. Los invitados empiezan a llegar. Primero aparece April (Patricia Clarkson), una estadounidense cínica, y su marido, el alemán Gottfried (Bruno Ganz), una especie de coach de vida. Les siguen la pareja de lesbianas formada por Martha (Cherry Jones) y una embarazada Jinny (Emily Mortimer), y, por último, la mitad de la otra pareja invitada: Tom (Cillian Murphy), que afirma que su mujer, Marianne, está retrasada, poco antes de tomar unas líneas de cocaína en el baño y mostrar la pistola que lleva encima. La fiesta comienza y los anuncios se suceden, pero Bill, no tardará en detonar la verdadera bomba de la noche: le han diagnosticado una enfermedad terminal. Es la primera vez que oye hablar de ello Janet, quien, a su vez, recibe mensajes de texto amorosos de un “desconocido”. Los elementos en The Party están dispuestos para que haya multitud de oportunidades para intercambios y reacciones que apunten opiniones diferentes, a menudo conflictivas, sobre la confianza en la medicina, la política, la moral, la filosofía de vida y las interacciones. Por un lado la izquierda idealista, clásica y culta opuesta a la derecha neoliberal y joven, materialista, arrogante y espídica. Y por otro el establishment socialdemócrata, ensimismado en su ensimismamiento. Sally Potter reparte a unos y a otros, sin piedad y a mano abierta. Poco a poco se irán cayendo las máscaras y los trapos sucios, el cinismo y la falsedad irá saliendo a la luz. En su octava película, Potter disecciona las principales preocupaciones de una burguesía ilustrada histérica en su lucha por el amor de una sociedad que con sus conflictos de clase, complejos y relaciones amorosas disfuncionales termina cavando su propia tumba. Una curiosa apuesta de aires teatrales que recuerda a Un Dios Salvaje (Carnage, 2012) de Roman Polanski, una sátira rodada en un cuidado blanco y negro que apuntala la crítica a la irrealidad caduca en la que viven los personajes interpretados por un reparto soberbio.
Pequeña película que aprovecha al máximo los recursos, actores, puesta, espacios, para generar la tensión necesaria hasta llegar al desenlace. Potter vuelve a sumergirnos en un universo de egos, de trampas, de dinero, que tras algunas revelaciones demostrará que nadie es en realidad quien dice ser.
El teatro ha dado reiteradas muestras de que un grupo de personajes reunidos por algún motivo, desempolvan un secreto e inevitablemente se producirá el efecto “bola de nieve” que en términos de dramaturgia, es sumamente rendidor. Así lo hizo Jazmina Reza en “Un dios salvaje” y Polanski lo llevó a la pantalla con Kate Winslet, Christoph Waltz y Jodie Foster. No podemos olvidar la célebre “Quien le teme a Virgina Woolf?” cuya versión cinematográfica contó con la explosiva pareja Taylor/Burton … Y el esquema se repite con obras más recientes como “Perfectos Desconocidos” (llevada al cine en sus dos versiones: la italiana y la española dirigida por Alex de la Iglesia) o “Le Prénom” (con un elenco francés de primer nivel y con su remake italiana) que con el éxito logrado hablan del atractivo que produce convertirnos en voyeurs de un grupo de amigos que sacan sus trapitos al sol. Sally Potter, la aclamada directora de “Orlando” y ganadora del Festival Internacional de Mar del Plata en el año 1997 por “La lección de Tango” regresa al cine en un proyecto que no reniega en absoluto de su estructura netamente teatral y logra un entretenimiento sumamente efectivo, en sus tan sólo 71 minutos de duración. El guion de la propia Potter junto con Walter Donohue (quien colaboró en algunos films de Peter Greenaway, en realizaciones anteriores de la misma Potter y que participó de “Paris, Texas”) aprovecha el mecanismo explotado por el teatro y reúnen, en esta ocasión, a una serie de personajes variopintos con una excusa sencilla en un encuentro de amigos. Como ya se sabe, el mecanismo es rendidor y Potter lo explota al máximo, con líneas de diálogo vertiginosas, situaciones cortas y precisas, un ritmo constante y un elenco absolutamente sobresaliente. Kristin Scott-Thomas es Janet, la anfitriona de la reunión en la que se celebrará su ansiado nombramiento dentro del Ministerio de salud, aun siendo miembro del partido político opositor. Reunirá entonces, para el festejo, a un grupo de amigos en su departamento londinense: es así como además de estar presente su marido (Timothy Spall de “Mr Turner” y con participación en la saga de Harry Potter dentro de su extensa trayectoria en el cine inglés), aparecerá su íntima amiga de toda la vida –April- junto a su marido y la pareja lesbiana de Jinny y Martha que se encuentran esperando un hijo que lograron mediante fecundación asistida. Para completar esta galería de personajes tan diversos, estará presente Tom (Cillian Murphy, de “El viento que acaricia el prado” de Ken Loach y “Dunkerque”) un banquero que está casado con Marianne, que es la empleada de Janet que se encuentra demorada pero que llegará de un momento a otro. Presentados cada uno de los personajes, el cocktail está servido. Potter hace que los diálogos tomen un ritmo casi de sitcom y que los dardos se disparen certeramente entre ellos. Sin duda alguna la química entre Kristin Scott-Thomas y la excelente Patricia Clarkson (en el papel de April, su mejor amiga americana) son de lo mejor de la puesta. Ambas actrices demuestran un manejo de los matices y de la fina ironía que hacen que sus participaciones sean brillantes. A su vez, el contrapunto de Clarkson con su marido alemán encarnado por Bruno Ganz (inolvidable en su papel de Hitler en “La caida”) tiene ribetes de vodevil y delirio, muy bien manejados por ambos actores y por la directora, sin caer en el desborde. Todos los personajes alternativamente tendrán su momento de lucimiento y quizás las participaciones que luzcan algo forzadas sean las de Cherry Jones (con una amplia carrera en series televisivas) y Emily Mortimer (a quien hace poco vimos en “La librería” de Isabel Coixet y fue figura protagónica de “Match Point” de Woody Allen) encarnado a la pareja de lesbianas con notable diferencia de edad y que tienen muchos reproches para “vomitarse” delante de los invitados. Como buena reunión que se precie de tal, y para producir justamente el efecto deseado, seremos cómplices de ciertos secretos, ocultamientos y mentiras que guardan como as en la manga cada uno de los personajes y que se irán descubriendo en el momento indicado. Para cuando la fiesta haya terminado, ninguno de los protagonistas quedará indemne al tornado arrasador que se ha despertado a partir de las noticias que salen a la luz y nosotros, como espectadores, habremos disfrutado de una película muy bien construida a partir de su estructura coral en donde cada uno de los actores es pieza fundamental para que el engranaje funcione. Indudablemente Sally Potter ha contado con un elenco de una inmensa trayectoria tanto en el cine como en el teatro, cada uno disfrutando y haciendo que su papel se luzca en el momento adecuado. A pesar de su sencillez y de contar con una estructura arquetípica y fácilmente reconocible “THE PARTY” saca provecho de su elenco y de un guion con diálogos inteligentes que le permiten que esta comedia condimentada con fuertes toques de ironía e incorrección política, cumpla con su cometido.
Luego de ser nombrada ministra de salud del Gobierno británico, una mujer organiza una fiesta para celebrar el acontecimiento con sus seres queridos. Pero, tal como se ve en la primer toma de "The Party" de Sally Potter, con la funcionaria sosteniendo una pistola, distintas revelaciones se desencadenan en la fiesta. Filmada en un blanco y negro que logra algunas imágenes atractivas, Sally Potter urde una comedia de costumbres muy dialogada, casi al punto de lucir como teatro filmado, a pesar de que es un guión original de la directora de "Orlando" y "La lección de tango". Las situaciones se van volviendo más intensas a medida que las revelaciones se acumulan, incluyendo una enfermedad terminal y una pareja de lesbianas que, gracias a la inseminación artificial, esperan trillizos. A eso hay que agregarle una serie de infidelidades que se descubren a lo largo de los escasos 71 minutos de metraje. Las buenas actuaciones ayudan a disfrutar de esta reunión de gente civilizada, aunque el que realmente se luce es Bruno Ganz como un aromaterapeuta totalmente fuera de lugar en la fiesta de la ministra.
Un film cerca del teatro y la sobreactuación Directora poco prolífica, Sally Potter sedujo -embaucó- a parte del mundo del cine con Orlando a principios de los noventa del siglo pasado y un lustro después perpetró en Argentina La lección de tango y la presentó y la bailó en la apertura del Festival de Mar del Plata. En los 20 años posteriores hizo cinco películas más, y la más reciente es The Party, presentada en Berlín en 2017. The Party nos aplasta como esas obras de teatro de los setenta adaptadas al cine para llenar el celuloide de monsergas y derrotas y miserias, pero aquí no hay teatro previo, está todo volcado directamente en la pantalla, que rebalsa de sobreactuaciones, de módicos cambios de escena, de siete personajes en busca de un motor que vaya más allá de ¡qué mal hicimos las cosas! (el parentesco con Las invasiones bárbaras es visible). Esta reunión de gente lejos de la pobreza se produce porque Janet (Kristin Scott Thomas, la menos sobreactuada de la película) tiene un nuevo cargo político. Ahí está su marido en modo catatónico (Timothy Spall, el más sobreactuado del universo) y llega más gente, actores conocidos en personajes que van con el aire de los tiempos, que no suele durar mucho: se habla de política británica con el referéndum del Brexit muy cercano, de feminismo, de embarazos... y hay acideces y crueldades varias no muy imaginativas. Resta decir que este es un film en blanco y negro, característica difícil de imitar en el teatro.
Cuando el teatro le termina ganando al cine Filmar en un único decorado y con un elenco reducido implica resolver un problema: el de la relación teatro-cine. Se puede intentar convertir a toda costa ese esquema en cine, gracias a la relación de la cámara con los actores y el espacio, como lo hizo notoriamente Alfred Hitchcock en La soga o Festín diabólico (1948). Se puede, por el contrario, subrayar el carácter teatral, como forma de trabajar sobre la idea de artificio, como Alan Resnais en el dueto Smoking/No Smoking (1993), entre otras películas en las que apuntó a algo semejante. Se puede intentar “disimular” en cambio la condición teatral, “aireando” la trama con subtramas que transcurran en exteriores, suerte de cobardía estética a la que suele apelar el mainstream hollywoodense. Ocurre en ocasiones que el responsable no se hace cargo del tema, como si no hubiera ningún problema a resolver. Lo cual es una suerte de voto en blanco, ya que gana el candidato más fuerte. En este caso, el teatro. Es lo que sucede en The Party, donde la británica Sally Potter (Orlando, La lección de tango) filma un guion propio que, se puede anticipar, tarde o temprano será llevado a las tablas en el West End londinense. La modalidad es la comedia ácida, o negra, o escéptica, variantes todas del espíritu british llevado a las tablas. Siete personajes, todos pertenecientes a la burguesía ilustrada y liberal, se reúnen en casa de Janet (Kristin Scott-Thomas), para celebrar su flamante nombramiento como Ministro de Salud. En casa está su marido Bill (Timothy Spall), que parece muerto en vida y tal vez lo esté. Y van cayendo los invitados: la envenenada April (Patricia Clarksson, ideal para el papel) y su “novio” alemán, Gottfried, especialista en frases hechas sobre las cuales su pareja derrama toda su bilis (Bruno Ganz), la especialista en estudios de género Martha (Cherry Jones) y su pareja, Jinny, que acaba de recibir la noticia de que la implantación dio por resultado tres bebés en camino (Emily Mortimer), y finalmente el financista Tom (Cillian Murphy), que por algún motivo que ya se verá, por supuesto, vino sin su esposa. Algunos personajes son cool, otros parecen al borde de romperse. Todo está absolutamente escrito, ensayado y calculado: entradas y salidas de escena, diálogos esmerilados, incógnitas y vueltas de tuerca para espiralar el interés del distinguido público, sucesión dramática, montaje paralelo en algún caso, frases que parecen escritas por algún émulo de Oscar Wilde, actuaciones impecables, escenas cuidadosamente repartidas para que se luzcan todos los miembros del elenco y no se agarren de los pelos, apertura musical con el himno imperial Jerusalem y sorpresivo cierre con Osvaldo Pugliese. Para destacar en el rubro actuaciones, un Timothy Spall hecho pelota, a cuyo look decadente ayudan mucho los 50 kilos de menos, y su opuesto exacto, Kristin Scott Thomas, dándose el lujo de lucir bella, sexy y deseable a los 58 y sin un gramo de maquillaje. Pero también alternativamente angustiada, furiosa y sacada. Igual son todas emociones de papel. Fotografiada en un prístino blanco y negro y en atractivo formato scope, The Party es esa clase de lustroso divertimento al que alguna gente poco inteligente llama “inteligente”.
Janet (Kristin Scott Thomas) acaba de ser nombrada ministra del Gobierno, y por ello varios amigos se reúnen en una fiesta en casa de ella para celebrar su nombramiento. Pero, suele ocurrir, lo que comienza como una celebración terminará de la manera más inesperada y violenta. Ese recurso narrativo, tan gastado, adopta aquí un formato absolutamente teatral para poder ir revelando secretos bastante guardados. Infidelidad, intereses opuestos, miedos y revelaciones ocupan la velada. La realizadora Sally Potter hace a un lado su cine algo sombrío para abordar esta comedia negra, elegante y bien dialogada, que tiene algunas -pocas- buenas actuaciones ( Scott Thomas siempre brilla) pero más de una lastimosa sobreactuación. Los más desteñidos y exagerados son los hombres. ¿Violencia de género? A los ministros no les gusta la verdad. Por eso, todo al final se precipita.
Una inteligente y teatral comedia negra sobre la alta burguesía negra La realizadora británica Sally Potter había hecho varias películas en los ‘70 y ‘80 que pasaron sin pena ni gloria. “Orlando” (1992) y su particular reinterpretación de la novela de Virginia Wolf la convirtió en una de las realizadoras más interesantes por su mirada sobre el feminismo. Pero sus títulos posteriores: “La lección de tango” (1997), “The Man Who Cried” (2000), “Yes” (2004), no fueron bien recibidas. Con “The party” recupera esa posición de cuestionar la sociedad, pero ya no referida a un solo tema sino a todo su conjunto. Sally Potter comenta que su idea fue escribir una pieza de cámara que denunciara la situación política de su país y Europa. Lo que importa, afirma, no es tanto lo que se dice, como lo que se muestra: un ambiente de corrupción social y política en el que discurre todo. “The Party” es como una especie de obra en un acto a lo Simon Gray o Anthony Schaffer, donde todo se limita a una reunión de conocidos que se convocan para celebrar el nombramiento de su amiga como Ministra de Salud, personaje que encarna Kristin Scott Thomas. Sobre la base de un encuadre teatral, de ambiente oclusivo y clima asfixiante, se desarrolla el encuentro, en el cual se critica a la burguesía, la economía y el Brexit. Daría la sensación que Sally Potter está hastiada de todo, pero en lugar de lamentarse y crear un filme sin esperanzas, organiza un espectáculo de inteligentes giros narrativos, con puntos y apartes, y situaciones divertidas. En “The Party” Sally Potter se ocupa de enviar certeros dardos para demoler posturas sobre la lealtad, la homosexualidad, la familia. También sobre ideologías progresistas y conservadoras. Sin olvidar la educación y la necesidad de un buen sistema de salud, o la peligrosa dicotomía entre sanidad pública y curanderismo, la eutanasia. O sobre el capitalismo salvaje, de la mentira de los juegos financieros y el dinero que desaparece en paraísos fiscales. Todo es susceptible de explorar, lo hace con descarnada mordacidad y lo consigue de un modo ágil e impertinente, un tono muy acertado para una historia de luces y sombras, y contrastes moralmente difusos, en donde nada queda en pie. Potter habla de tantas cosas que en cierto modo desconcierta, porque no deja nada al azar y dedica igual cantidad de tiempo a la política como al corazón. Nada escapa a su ojo avizor, ni siquiera el amor y el deseo; circula por la infidelidad, la contradicción de ideas y actos, la fecundación in vitro y las nuevas estructuras familiares, para pasar del machismo al feminismo. El pacifismo se incorpora de la mano del new age Bruno Ganz, que intenta calmar los ánimos a través de la meditación, sin resultado. También roza el nazismo y el modo de ser alemán. Como si dijera: ellos perdieron la guerra y sus deseos de conquistar el mundo, pero los están haciendo otra vez, sin armas y a través de la economía. Europa está a sus pies y la han doblegado sin sangre, sino con algo semejante a una asfixia económica y llenándola de inmigrantes de países en guerra como África y Oriente Medio. Kristin Scott Thomas, junto Patricia Clarkson, Emily Mortimer creen que el festejo será alegre y tranquilo, pero de pronto Timothy Spall, su marido, revela que está desahuciado y que le quedan pocos meses de vida. El ánimo de la reunión cambia y se desbarranca a una serie de confrontaciones que no dan respiro a la acción, a la que luego se acopla una pistola, que va a parar a un tacho de basura y luego es rescatada, y el juego de equívocos se sucede en medio de una tensión que va creciendo a medida que cada uno de los presentes va desnudando sus frustraciones. En “The Party” sólo bastaron 70 minutos para que Sally Potter desarrollara un tema a la altura de sus ambiciones, a la vez que dar un tono irreverente a la propuesta, sostenida a su vez por el director de fotografía ruso Aleksei Rodionov. La música del filme, una selección de temas de jazz de los años ‘40 y ‘50, con algún tema de Aznavour, dan el marco ideal del encuentro que se caracteriza por diálogos brillantes que fustigan como saetas a cada uno de los participantes. A esto se anexa un invitado, Cillian Murphy, que no bien llega a la casa se encierra en el baño a darse un shock de cocaína, y en medio de una transpiración fría y olorosa se instala en un apartado rincón para observa a los demás, sin atreverse a participar. Siente vergüenza o rabia por algo que sabe que es, pero no quiere darle nombre, hasta que el dueño de casa lo enfrenta a la insoportable realidad de que su mujer es amante de él. Desde el timbre que suena en los primeros minutos de comenzar la acción, la directora da rienda suelta a una ácida crítica social que ilustra en tiempo real los reveces de la sociedad británica. Las grandes cuestiones de la sociedad contemporánea adquieren un realce superlativo al ser planeadas en blanco y negro, porque el mundo se dirige a esos opuestos confrontados sin ningún tipo de matices. Todo en “The Party” se relaciona con la vida, con nuestra vida y la de los otros. Potter se ha tomado el trabajo de deconstruir, no en el sentido de disolver o destruir, sino en el de analizar las estructuras sedimentadas que conforman la base de la sociedad. Este es un filme típicamente cuántico, en el que existe un personaje borroso, que es la sociedad prisionera de una moral dudosa que se despliega en una serie de actos que la llevan a su propia destrucción.
La británica Sally Potter (Orlando, La lección de tanto) hace teatro filmado, en blanco y negro, para narrar el encuentro explosivo entre un grupo de personajes. Convocados tanto a la fiesta como por el partido político que lleva a la anfitriona como ministra. Pero mientras ella (Scott Thomas) prepara la comida para los invitados, su marido (Timothy Spall) bebe y escucha música como ido, ajeno a todo. Así llega su mejor amiga, la pareja de lesbianas que anunciará que esperan mellizos, el marido de la que está retrasada, que no para de ir al baño a darse saques de cocaína y parece a punto de estallar. Son todos grandes actores, puestos ahí en modo repetición de un único gesto, hasta la exasperación más humillante. Nadie entra, nadie sale, excepto al patio, en un forzado recurso de extrañamiento que guiña a El Ángel Exterminador de Buñuel, mientras las miserias estallan y las sonrisas se van convirtiendo en gritos. Como ensayo sobre la hipocresía en las relaciones de los más sofisticados y cultos humanos, incluso como dardo hacia la política y sus disfraces, destila una misantropía feroz, que no deja personaje con cabeza. No hay compasión hacia nadie aquí, menos hacia el espectador, puesto frente a The Party como en un experimento sobre los límites de su paciencia, esperando en vano un diálogo que valga la pena recordar, un respiro, un giro dignificante. O la brevedad, hay que reconocerlo, con la que este extraño manifiesto premia al esfuerzo.
La directora Sally Potter volvió al ruedo con una película cargada de críticas, un poco de humor negro y sobre todo mucha ironía. Potter además se rodeó de un elenco de excelentes actores para rodar "The Party" de la cual sale exitosa a pesar de la diversidad de temas que toca a partir de una reunión en la casa de una mujer que acaba de ser designada ministra de Salud de Reino Unido. Con siete personajes, filmada en interiores en blanco y negro y en poco más de una hora, la directora arremete con elegancia contra todo tipo de hipocresía vinculada a las parejas hétero y homosexuales, el amor, la política, los partidos políticos, el estatus social, el sistema de salud, la corrección política y la maternidad, entre otros. El ritmo del guión con diálogos y réplicas ingeniosas aun en los tramos más negros y el uso poco ortodoxo de la cámara no dan respiro en la sucesión de temas y digresiones que plantean los personajes. Para que todo ese combo funcione de manera ágil y orgánica, Potter convocó a siete actores que exploran a fondo las características y contradicciones de sus personajes y el entramado de conflictos cruzados. La dirección y el elenco logran que lo que en otras manos podría haber sido un drama en este caso se transforme en una comedia mordaz en la que cada palabra y cada gesto está cargado de sentido.
“The Party”, de Sally Potter Por Mariana Zabaleta La política no puede ser más que una farsa, porque la realidad es dramática. Estas y otras oscuras ideas recorren la propuesta de The Party. Sus personajes dionisiacos, son poseídos por el gesto del impulso: de la histeria. Histeria colectiva de la post-postverdad. Personajes enroscados en el cinismo de pensar las relaciones en un eterno vinculo de rivalidad retórica. A pesar de tanta oscuridad existencial los temas y dinámicas que se establecen entre ellos construyen situaciones hilarantes. Fase diurna y fase nocturna de los personajes se articulan en un guion enroscado, dinámico y divertido. Dado cierto momento el arma aparece en la casa, como si de una Clue se tratara, algo de juego policial se suma al blanco y negro para exprimirle el jugo a la pantalla. Encarnando viejos ideales, una generación universitaria (y actoral) que dio debates en su momento y ahora muestra su brillo en la puesta. La diferencia generacional deja a los personajes más jóvenes la tragicomedia de las caras de velocidad y el feminismo de slogans. Entre todas estas miserias aparece un personaje enigmático. Marianne es la mujer mito, transita su presencia la casa a medida que la película avanza. Un enfrentamiento, por el amor del fantasma Marianne, despliega argumentos con culpa de clase y una contienda (casi filosófica) sobre la propiedad y el amor. Para estos personajes la única nobleza posible resulta el preguntarse si la empresa no fue en vano, si no se siguió el espejismo de un ideal antiguo. En tiempos voraces, donde el terreno parece cada vez menos fecundo para actualizar valores en propuestas reales. Es en la segunda mitad del film donde se empieza a mostrar una tragicomedia existencial. Luego de la presentación de las máscaras los personajes deberán romper con el estereotipo para entregar profundidad a sus conflictos internos y externos. No se puede dejar de pensar en Faces cuando se ven estos tipos de propuestas en la cartelera, más allá de que el fuerte éste en la idea de ver teatro en el cine. Cierta búsqueda de incomodidad se manifiesta en un enunciador mucho menos refinado que el de Cassavetes. Aun así, la propuesta utiliza hipérboles y ciertos excesos (muy marcado en las interpretaciones), para llegar a un cine lo más visceral posible. Ambas puestas concentran gran parte de su energía en construir relatos (en un tiempo y espacio acotado) donde la inestabilidad emocional y lo impulsivo convierte a los personajes en impredecibles. Otro recurso muy utilizado en The Partyes la presencia del componente musical para generar tensiones dinámicas en la puesta. Toda esta montaña rusa de disparos (de arma en primera persona, como en Asalto y robo en un tren) y retóricos necesitara de un espectador activo que pueda llevar al pie del cañón las punzantes líneas del guion. Sin lugar a dudas una escena que nos dejara agotados, como en el teatro. THE PARTY The Party. Reino Unido, 2017. Guión y dirección: Sally Potter. Intérpretes: Timothy Spall, Kristin Scott Thomas, Patricia Clarkson, Bruno Ganz, Cherry Jones, Emily Mortimer y Cillian Murphy. Guión: Sally Potter y Walter Donohue. Fotografía: Aleksei Rodionov. Edición: Emilie Orsini y Anders Refn. Distribuidora: CDI Films. Duración: 71 minutos.
EL PODER EN DISPUTA Ya desde la definición del blanco y negro, durante todo el film, podemos apreciar que esta fiesta destilaba un ambiente más solemne que otras. Y así es, porque por más que empiece con una celebración -por el nuevo cargo político que obtuvo Janet (Kristin Scott Thomas)- muy pronto todo tornará a tragedia. Entre las desdichas que se presentan el humor estará dado por el aporte intelectual, a través de las contradicciones de los protagonistas, entre la teoría que predican y su práctica. El peso de la argumentación es muy importante. Se utilizan como recurso los diálogos acartonados. Vemos así amistades de toda la vida pero que priorizan una actitud diplomática. Hay una hipérbole de la imagen del intelectual. De esta manera, la palabra es puesta en disputa y cada uno de los discursos es una batalla por ganar. De ahí la actitud de estar en pose, sin que resulten forzadas las actuaciones. Otro de los recursos es el de llenar todos los espacios del habla. No hay casi silencios, esto provoca una vorágine de acciones que se entrelazan y hacen muy dinámico el film, aun mostrando la pedantería de sus protagonistas. Esto, junto con el encuadre y la definición en blanco y negro, provoca también una sensación de sofoco en los espectadores. Precisamente la sensación de ahogo o incomodidad funciona de la mano de la angustia que vive uno de los protagonistas, Bill (Timothy Spall). En él es posible ver la hipocresía de un intelectual que dedicó toda su vida a la teoría feminista, pero que sigue un patrón bastante patriarcal. No resulta casualidad que decida contar su condición de salud, situación terminal, justo en la cena que estaba destinada a tener como figura principal a su esposa. Tampoco es casual que un hombre con argumentaciones tan precisas y pensadas decida manifestar su pronóstico de salud de manera tan imprecisa, no sabemos bien qué tiene afectado: “todo”, dice él. Así como una mujer es la que empieza a tener todos los halagos de la fiesta muy pronto, dada la noticia trágica de salud terminal, su esposo empieza a ser todo el foco de tensión. Esto podría no tener tanta importancia en otro tipo de películas, pero aquí es un hecho muy importante. El hombre que formó toda una cátedra feminista, no puede soltar el protagonismo en su casa. Y por si fuera poco, manifestar que decide terminar su vida con su amante, una alumna suya, muestra cómo el poder es una figura de gran peso en sus elecciones. Dentro de estos dilemas aparece una pareja que se lleva toda la gloria. April (Patricia Clarkson) y Gottfried (Bruno Ganz) tiene muchísimo peso en el film. Ella ocupa un lugar casi de relatora de todo lo que va pasado, su excesivo aporte y descripción de cada uno de los momentos hace posible, no sólo la gracia, sino el conocer un poco más las historias de cada uno de los protagonistas. Por su lado, Gottfried, ocupa el lugar del místico de la fiesta, desde esa postura sus palabras y acciones toman peso por el absurdo. Juntos forman una pareja que genera simpatía por sus peleas y por discrepar en la forma de pensar.
Esta película inglesa cuenta con una muy buena estructura narrativa, con diálogos agiles y bien logrados, tiene un humor negro, acido, bien inglés, con momentos dramáticos, los siete personajes nos ofrecen maravillosas interpretaciones como las de: Cillian Murphy, Bruno Ganz, Patricia Clarkson y Emily Mortimer, entre otros. La directora de cine, guionista y actriz británica Sally Potter (“Orlando”) realiza una interesante crítica a la sociedad moderna, al sistema político y además toca un abanico de temas: las infidelidades, los problemas familiares, los matrimonios gay, la guerra, el idealismo y la salud pública, entre otros. Toda la acción se desarrolla en un departamento, en ambientes cerrados, por momentos asfixiantes, además nos otorga muy buenos planos, cuenta con una destacada fotografía en blanco y negro y banda sonora.
Con magistrales interpretaciones y una ácida e irreverente sátira sobre la sociedad británica actual, The party es una comedia negra, con afilados diálogos y fino humor inglés, rodada en blanco y negro y ejecutada casi en tiempo real como si fuese una de obra teatral. Una mujer -Kristin Scott Thomas- que acaba de ser nombrada Ministra de Salud en Inglaterra ha alcanzado el cenit de su carrera y decide celebrarlo con su entorno mas intimo de amigos. Sin embargo, lo que comienza como una celebración terminará como una verdadera tragedia cuando no tardan en salir a la superficie los conflictos, las envidias y odios escondidos. Con una puesta de aires teatrales cuya acción transcurre en tiempo real y en un espacio reducido, que recuerda indefectiblemente a filmes como Un Dios Salvaje de Roman Polanski, o mas precisamente por el tema a el clásico de Buñuel, El discreto encanto de la burguesía, Potter presenta unos personajes que ejercen de arquetipo para disparar contra la democracia, la religión, el escepticismo científico, el idealismo, el capitalismo, el feminismo y los intelectuales, atrincherados en la teoría y la falta de compromiso, entre otros temas. Así es como aparecen Bill -Timothy Spall-, marido de Janet apático y pasional según la ocasión; April -Patricia Clarkson-, la mejor amiga cínica e insensible de Janet con su marido Gottfried -Bruno Ganz-, un alemán budista que se gana la vida como coach; una pareja de lesbianas, Martha -Cherry Jones- y Jinny -Emily Mortimer-, que se lanzaron a la aventura de ser madres in vitro; y Tom -Cillian Murphy-, un banquero joven ambicioso y egoísta que viene a la fiesta sin su mujer, Marianne, a la que todos esperan y será el centro de muchos de los secretos. El cinismo y la falsedad de cada uno de ellos irá saliendo a la luz en un retrato feroz de un país y cierta generación británica que entremezcla grandes cuestiones de la era contemporánea, proponiendo al espectador una ácida e irreverente comedia negra que señala la hipocresía de una burguesía ilustrada y progresista; la izquierda idealista y culta en fase terminal; la derecha neoliberal materialista y arrogante; y el establishment socialdemócrata enceguecido, que luchan por una sociedad que le da la espalda y que ha perdido la fe en sí misma y en el futuro. Rodada en un cuidado blanco y negro y una duración ideal de hora y diez minutos, The Party es una inteligente y entretenida película, llena de frases ingeniosas y observaciones ácidas, con una celebración que da pie a una catarsis en cada uno de sus personajes moralmente difusos, acompañados de una banda sonora que pasea por el jazz, blues y reggae con una colección de brillantes canciones, adecuadas siempre al espíritu de cada momento y al estado interior de sus personajes.
The Party es la octava película de la directora y guionista británica Sally Potter, recordada por la realización de cintas como Orlando, La lección de Tango o The man who cried (también conocida como “Vidas furtivas” o “Las lágrimas de un hombre”). Desde Ginger y Rosa, filmada en 2012 y estrenada en Argentina en 2013, Potter no realizaba ningún largometraje, por lo que podemos tomar la ocasión como un regreso. Vale resaltar también, que esta producción cuenta con un reparto corto, pero ciertamente de lujo, con nombres que van desde Kristin Scott Thomas, Bruno Ganz, Patricia Clarkson, o Timothy Spall, a Cillian Murphy, Cherry Jones y Emily Mortimer, completando el total del elenco. La historia de The Party trata sobre Janet (Scott Thomas), una mujer que tras una ardua (y naturalmente extensa) carrera política, acaba de ser nombrada ministra de Gobierno, y para celebrarlo decide realizar una reunión en su casa junto a su esposo Bill (Spall), y un grupo selecto de amigos. En su mayoría son personas que conoce desde hace décadas, y en quienes deposita su confianza. Los primeros en llegar serán su mejor amiga April (Clarkson) y su marido Gottfried (Ganz), ya anunciando que las probabilidades de una reunión amena serán pocas, no solo por los comentarios de tono irónico que despliega ella al hablar, sino por la previa mención de una supuesta pelea definitiva entre la pareja en cuestión. Luego llegarán Martha (Jones), con su novia Jinny (Mortimer), y por último Tom (Murphy), uno de los responsables del reciente logro de Janet. El clima festivo que se aparenta en un principio, irá progresivamente decayendo a medida que los invitados lleguen a la reunión, donde las problemáticas se irán entrecruzando, y el foco de atención ira oscilando constantemente de un lado al otro. Todos y cada uno parecen están mas absortos en sus devenires e incumbencias, que en la causa por la cual están reunidos, y esto irá mermando el estado de animo de la anfitriona, que verá la forma en que su celebración caerá en picada, sin poder evitarlo pese a sus buenas intenciones. Con un inicio un tanto desprolijo y alborotado, Sally Potter se tomará su tiempo, pero logrará exponer los caracteres de cada uno de sus protagonistas, ordenar las piezas y realizar una exposición certera, criticando principalmente a la clase política y sus meollos, pero cuestionando a la vez determinados hábitos y conductas que forman parte de la sociedad inglesa en general. Potter se vale de un solo espacio (la casa de Janet), blanco y negro, y 70 minutos de metraje para desarrollar la historia de The Party, que puede parecer simple en ciertos aspectos, pero tiene un entramado sumamente complejo y que dispara en diferentes direcciones. La fotografía es otro punto a destacar y que coopera a la hora de inducir al espectador en el relato. En lo referido a actuaciones, es difícil elegir una interpretación por sobre el resto, ya que el protagonismo va rotando entre los personajes, y la historia de cada uno va a tener su momento de desarrollo, pero podemos decir que todos cumplen, cada uno brindando una clara diferencia de matices y personalidades bien definidas, que serán las encargadas de dotar de particularidades a esta peculiar comedia negra sobrecargada de acidez, y que pese a ser breve, es notablemente efectiva, con sus pequeñas licencias e imperfecciones.
Janet (Kristin Scott-Thomas) acaba de ganar las elecciones como Ministra del gobierno británico, representando a un partido de izquierda. Ese proyecto que, luego de muchos años de trabajo, por fin se concreta, empuja una celebración íntima en su casa. La fiesta se va armando mientras se hace cargo de la cocina y su esposo (Timothy Spall) está sentado en el living mirando la nada. Los invitados llegan: su mejor amiga April (Patricia Clarkson) junto a su marido Gottfried (Bruno Ganz), el novio banquero de su -ausente- compañera de trabajo (Cillian Murphy), Martha (Cherry Jones) y Jinny (Emily Mortimer), quienes están a punto de convertirse en madres.
Sátira sobre los intelectuales y la política, sátira sobre familias, parejas, infidelidades y sexualidades (aunque todo el mundo anda todo el tiempo vestido), subrayado todo con un blanco y negro que parece totalmente decorativo. Más cercano al teatro -a cierto teatro burgués culposo, digamos- que al cine, tiene la ventaja de un gran elenco (Scott Thomas es extraordinaria) que nos hace pasar un buen rato aunque el trago sea bastante soso.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
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Hace 25 años Sally Potter dirigió un filme de provocadora factura: Orlando (1993) con la aún desconocida Tila Swinton montando un relato de épocas sobre una estructura narrativa no convencional. A lo largo de estas dos décadas y media pasaron algunos filme de Potter por la pantalla : La lección de tango (1997) presentada en el Festival de Mar del Plata que reabría sus puertas por aquellos años, The man who cried (2000), Yes (2004), Rage (2009), Ginger y Rose (2012) y ahora aterrizamos en su última película de corta duración y picante desfachatez que podrían ser el filme de una joven cineasta en sus inicios jugando con una dinámica vertiginosa y mordaz para montar esta farsa de temática contemporánea: The Party. Esta realizadora británica que hoy ya tiene 68 años encara un dispositivo narrativo seudo teatral “la comedia de encierro”, que no llega ser un género pero que estructura un relato de manera reconocible. Este modelo parte de encerrar con alguna excusa festiva a una serie de conocidos y hacer estallar una buena cantidad de secretos que desestabilicen aquella la aparente armonía inicial. Este disparador es algo más que conocido, algo más que utilizado, algo más que gastado sin duda. Pero no es de una manera ingenua que Potter apela a este recurso, sino que lo usa como el esquema perfecto para lograr obtener un solo espacio y un tiempo casi real, y así poder centrarse en la sátira extrema sin otras necesidades narrativas. Puede volcar en los diálogos casi todo el efecto dramático (esto sí que es una clásica clave teatral) pero en todo esto sin duda lo más importante es reírse del modelo utilizado para ironizar sobre la idea de lo confesional y del mito de esa verdad que, revelada en un instante, cambia el curso de nuestras vidas. Todo lo parodia y lo ridiculiza llevando al extremo aquello que toca: las actuaciones son extremas como una pantomima, la cámara se ubica en ángulos antinaturales, la luz densa y contrastada apela más a un drama serio cuando en todo el filme la comedia satírica trepa por las nubes. Verborragia contradictoria a velocidad imparable, una serie de conflictos tan obvios, tan reconocibles y utilizados que no hay más que darlos vuelta y cambiarles el género, la época o el lugar para ver que estamos frente al cliché del ser humano o al menos el cliché de los llamados “grandes temas” que nos aquejan: las ideologías políticas, la construcción de la identidad de género, el poder, la maternidad y la infidelidad. Y Potter se para en el actual discurso occidental para poner en duda, de manera burlona, las afirmaciones que sostienen nuestro discurso, afirmaciones que penden de un hilo, ese hilo que se corta con solo reírnos de su inconsistencia. Cuestiona así los imperativos categóricos de todas las ideologías, que son la muerte de todas las ideas como diría el pensador esloveno Slavoj Zizek en su documental La guía perversa de la ideología. “Cómo podés ser el referente de ese partido vetusto en la era del pos- post modernismo y del pos- post feminismo” le escupe el personaje de Patricia Clarkson a su amiga encarnada por Kristin Scott Thomas, que convoca a sus amigos a una reunión para celebrar que pronto asumirá como premier británica. Es este el tono de las posturas ideológicas y frases varias que tira la reina del cinismo en toda la fiesta. Clarkson acompaña su discurso progre satirizado por contraste con el maltrato descalificante hacia su marido que la va de gurú Made in Germany en manos del genial Bruno Ganz. La película está llena de guiños metatextuales, por ejemplo la idea del gurú berreta puesto en Bruno Ganz, el mismo actor que interpretó en la década de los 80 al ángel de Win Wenders en Las alas del deseo. Por otra parte están: Bill que es el esposo de la futura ministra, Tom que es el banquero cocainómano marido de la mano derecha de la festejada y el gurú germánico completa en primera instancia el club de varones del grupo que serán tratados como aquellas mujeres fueron usadas en el modelo patriarcal: descalificados, traicionados, abandonados, etc. Patético. Si es este el lugar de poder que se ganó la mujer, las ironías sobre los estereotipos del feminismo caen como una bomba en la cabeza del espectador. Bill ha dejado todo para que “ella” sea quien será, como aquella frase: “Detrás de todo gran hombre, hay una gran mujer”. Si la invertimos de género (como lo hacen en la película), reluce de todas formas su sentido vetusto. El juego que juega Potter es repetir el viejo cuento de los engaños, y el abuso de poder, pero “invirtiendo” los géneros donde antes eran los varones ahora van las mujeres y viceversa. Lo farsesco y lo patético es que se ve lo deplorable del esquema, al derecho o al revés. Más aún en presente, en pleno auge del cambio discursivo, todo se presenta en The Party como el fracaso paródico de las ideologías. Obvio que faltaban dos piezas más para que la fiesta esté en la cumbre del seudo progresismo: un matrimonio de lesbianas a punto de ser madres-padres de tres nuevos seres que llegan a este equilibrado mundo. Ellas encarnan el cliché del matrimonio, la que juega de masculina y mayor de edad se alía con los otros varones y comparte sus principios, la juega de “macho progre” cuando repite los esquemas que usaban nuestros antepasados: tiene un pasado oculto, le da terror la paternidad, y siempre tiene otros grandes temas que lo/la aquejan. En fin, es un dechado de clichés del estereotipo del marido clásico. Mientras la que hace de “madre”, es más joven, va vestida de manera ridículamente naif y habla y se queja con una actitud de padecimiento histórico. Parece que todos luchan con un pos post feminismo que no alcanza y un pos post modernismo que quedó olvidado en la alacena con olor rancio. Por Victoria Leven @LevenVictoria
“¿Cómo hemos llegado a esto?” Premiada en Berlín y distinguida en otros festivales, The Party indaga en un grupo de amigos distantes, díscolos, que hieren de palabra y esconden la cara. No faltará la chispa que prenda el fuego entre esas cuatro paredes. Como si se tratara de Asalto y robo de un tren (1903), el film pionero de Edwin Porter, precursor del western, en donde el bandido dispara a cámara para escribir un lugar de fundamento en el devenir cinematográfico, el nuevo film de Sally Potter, The Party, propone un inicio similar. Ahora bien, los tiempos han cambiado y ya no se trata de un pistolero, sino que es ahora Kristin Scott Thomas quien apunta con su arma al rostro del espectador. Si habrá disparo, eso es algo que el devenir del film perseguirá. Así que, hecha semejante invitación, cómo no querer ingresar en esta casa donde todo está a punto de explotar. En tanto palabra inglesa, “party” define tanto a la “fiesta” como al “partido político”. Con ambigüedad semejante, habrá que ver por dónde viene el asunto, y esto es algo que el film aclara gradualmente si bien nunca de modo suficiente. Desde lo inmediato y como McGuffin, todos celebran la victoria de Janet (Kristin Scott Thomas), quien radiante no hace más que atender su teléfono, a la vez que su casa se puebla de gente amiga con afectos distantes. De hecho, es en este reconocimiento frío cómo se entreteje el submundo que estos personajes habitan. Entre ellos, un marido hundido en su asiento y vinilos (Timothy Spall); la pareja amiga conformada entre la acidez de ella (Patricia Clarkson) y las frases fast-food de él (Bruno Ganz); una pareja lesbiana y de edades distantes a la espera de ser madres; un financista desbordado, que calma la ansiedad con cocaína (Cillian Murphy). Cada uno irá presentándose desde rasgos delineados de manera atractiva: la púa sobre el vinilo, los comentarios irónicos, los gestos seductores y los gestos despectivos, el celular a la vista y celular escondido. Entre todo esto, destaca como misterio la algarabía supuesta por el triunfo de Janet, el cual será develado de a poco y de manera inherente al juego político y parlamentario en el que ella –y todos- están insertos. Más aún, la particularidad tendrá que ver con el área política de la salud, con las conquistas logradas y el ascenso personal de quien es vista como artífice o consumación de un logro que, antes que colectivo, sería apenas grupal: el del partido. A la manera de una interna, subsumida entre cuatro paredes de fisonomía cambiante –living, cocina, baño, patio-, los partícipes de este partido decaído aprovechan toda oportunidad para largar reproches y herir de palabra. Sus edades delatan una vida de discusiones y alteraciones prolongadas, en donde –dicen- el cambio es bueno. “Alguna vez fuiste feminista”, le espeta la esposa al marido alemán; “¿Recordás cuando éramos idealistas?”, se dicen las “amigas”; para luego arribar a una puesta en duda sobre las virtudes del sistema de salud occidental. “Los médicos son corruptos”, se escucha. “Pero es la ciencia la que me permite tener hijos”, se responde. Scott Thomas es Janet, la nueva ministra de Salud británica. Ahora bien, nada de todo esto apela, desde lo cinematográfico, a criterio formal alguno en donde las máximas de los diálogos pretendan explicar angustias, sino al pleito mismo, como lugar vital al cual los personajes son arrojados; peor aún, es allí en donde están radicados desde hace, presumiblemente, mucho tiempo. Hay -y esto es para celebrar- una sorna continua en el retrato que de ellos la directora Sally Potter practica. Ninguno de los presentes, en este sentido, será santo de devoción, aunque sí se exponen ciertos contrastes dedicados a señalar diferencias que de ninguna manera relativizan lo que sucede, sino que recuerdan determinados fundamentos personales y sociales. Es esto, justamente, lo que dará razón a la frase que Bill, el esposo de rostro sumido en sí mismo –quien desde sus vinilos hace sonar a Bo Diddley, Ibrahim Ferrer, John Coltrane- diga: “¿Cómo hemos llegado a esto?”. La alusión no sólo apunta al grupo en cuestión, sino a la médula de un comportamiento que es extensivo y rebasa los límites de la sociedad inglesa. Desde la tarea docente y política, ellos son profesionales de la salud, esa área que es lugar de esencia para la sociedad, cualquiera sea. Nada impide, de todas formas, que se lo haga entre miserias propias y ajenas. De acuerdo con los lugares de fundamento aludidos, el dinero aparece como una instancia de encuentro y desacuerdo. Allí, entonces, el duelo entre el hombre de sensibilidad musical y el financista exitoso, de traje caro y zapatos con los que podrían comer tres familias. El duelo es evidente, de reminiscencia western, y vale recordar que el drama iniciaba con una cita explícita hacia el género. Allí la cuestión: puesto que se trata de un género cinematográfico de trayectoria masculina, Potter se atreve y lo feminiza. No sólo desde ángulos de cámara y réplicas verbales, sino también en cuanto a la disolución de los habituales lazos heterosexuales y machistas. Es decir, en The Party hay una distribución evidentemente simétrica de las elecciones sexuales. Esto es algo que puede leerse de varias maneras; por un lado, desde los cambios sociales mismos, de los cuales los personajes han sido y son sus protagonistas (la relación entre una mujer mayor y otra más joven agrega, en este sentido, una liberación subrayada); por otro, como señal de cierta pesadez que las edades expresan, en donde las luchas sostenidas han sido más o menos triunfales, algunas perdidas, pero sobre todo hay algo de la ilusión de aquellos años que la institucionalización hiere. En ese lugar incómodo cae el diálogo de las madres primerizas, ahora en el umbral de una vida por completo distinta. También sucede con la revelación que la película guarda en su seno, en tanto chispa que prende el fuego y desoculta episodios de otros tiempos. De este modo, la película cobra un vértigo ascendente que no pierde nunca el toque de humor, a veces sórdido, incluso en los momentos más sensibles. Y lo hace desde un blanco y negro nada gratuito, en tanto juego de contrastes que desborda hacia ese pasado que es habitualmente invocado, como rémora de una vida ya sucedida. Hay algo de desilusión en lo que se ve, y los personajes son, parece, un tanto víctimas de sí mismos. Que el pleito suceda entre paredes y un argumento de similitud teatral no es más que mera apariencia. El desglose de planos y el fuera de campo, la reiteración de ángulos (contrapicados que detallan al personaje y lo yerguen de modo extraño), el ritmo de acciones paralelas, la música siempre diegética, no hacen más que ratificar que esto es cine. Hay algo, de todos modos, que rompe con tanto entrevero, culmina por aclarar el asunto y lo hace en forma de sorpresa. El drama, lamentablemente, se diluye, tontamente se explica. Es por ello que puede objetarse el desenlace, porque pareciera -¿involuntariamente?- rozar los malos vicios de un simple golpe de efecto, de una tonta vuelta de tuerca.