El gigantismo venido a menos Considerando la velocidad del olvido social, en este preciso instante vale recordar que Titanes del Pacífico (Pacific Rim, 2013) fue una propuesta encantadora de Guillermo del Toro que hacía las veces de homenaje a Mazinger Z y todos los mechas que le siguieron con el transcurso de las décadas (el subgénero de la ciencia ficción centrado en robots colosales tripulados por humanos desde los 70 estuvo presente en el manga, el anime y -en mucho menor medida- en el cine hollywoodense, de allí la sorpresa que representó el opus del mexicano). La secuela de turno no sólo cae unos cuantos escalones por debajo sino que además falla en recuperar el sustrato lúdico e inocentón de aquella porque en términos prácticos decide apostar por una catarata de recursos almidonados que en el pasado han conducido a muchos bodrios y que hoy acercan a la realización a una medianía cualitativa. Desde el vamos el relato renuncia al tono freak del trabajo de Del Toro para abrazar una suerte de militarismo light (ingrediente central del cine bélico norteamericano de derecha y de muchos ejemplos rimbombantes de la fantasía mainstream) y una colección de peleas a plena luz del día que nada tienen que ver con los combates nocturnos símil terror de la obra de 2013 (para colmo durante casi todo el convite los enfrentamientos entre robots y monstruos dejan paso a refriegas entre robots a secas, circunstancia que nos arrima -cortesía también de un diseño de producción bastante flojo- a la hiper horrenda franquicia de los Transformers, del paparulo de Michael Bay). Tampoco se puede decir que el film sea malo porque sinceramente el Hollywood contemporáneo suele ofrecer productos incluso más anodinos que el presente, pensemos en las insoportables películas actuales de superhéroes. La historia gira alrededor de Jake (John Boyega), hijo de Stacker (Idris Elba), aquel militar que murió cerrando la brecha oceánica por la que entraban a nuestro mundo los kaijus, unos engendros parecidos a los dinosaurios. Jake, ex piloto y ahora chatarrero de jaegers, esos robots monumentales creados por los hombres para luchar contra los kaijus, se topa con otra ladrona de partes, la joven Amara (Cailee Spaeny), y ambos eventualmente terminan apresados por las autoridades. Mediante la intervención de su hermana adoptiva Mako (Rinko Kikuchi), Jake es reclutado como instructor de futuros pilotos de jaegers y a Amara la transforman en aspirante a tripular uno de los titanes. Desde ya que nada sale según lo planeado porque un jaeger renegado ataca a los humanos justo cuando se está discutiendo el prescindir de los mechas y el enfocarse en la construcción de drones, asesinando a Mako. Titanes del Pacífico: La Insurrección (Pacific Rim: Uprising, 2018) nunca aprovecha el planteo inicial de thriller político y de a poco termina perfilándose como una simple y rutinaria epopeya de acción -con conspiración incluida- en la que las frasecitas cancheras de los yanquis y los chistes pueriles adquieren un lugar más o menos preponderante. El director y guionista Steven S. DeKnight licuó en buena medida toda la sensación de peligro, los secundarios bizarros y la algarabía del anime y las películas de monstruos de Del Toro con el objetivo de redondear un producto mucho más conservador que anuncia cada vuelta narrativa a la distancia, amparado en un gigantismo venido a menos. Por suerte existen alicientes: la actuación de Boyega es realmente muy buena, el personaje de Spaeny no se siente forzado y la batalla del desenlace, cuando por fin regresan los kaijus para romperse las cabezas con los jaegers, es bastante entretenida. En síntesis, lamentablemente la propuesta desperdicia la oportunidad de profundizar en el costado más inconformista del trabajo original del realizador mexicano, pero tampoco llega al terreno del desastre insalvable gracias a que el protagonista es en esencia un outsider en sintonía con aquellos antihéroes solitarios del western y no otro triste testaferro institucional con superpoderes…
Mezcla de Godzilla y Transformers, sin Guillermo Del Toro como director y sin los mismos protagonistas, Titanes del Pacífico: Insurrección llega luego de cinco años para contar la misma historia pero sin la fuerza ni la tensión de la versión original. Ambientada diez años después, y con Steven S. DeKnight -Daredevil- detrás de cámara, la historia muestra que el planeta vuelve a correr peligro cuando es atacado por los Kaiju, una raza alienígena que emerge de una grieta. Y, claro, para enfrentarlos están los pilotos super entrenados de los Jaegers, los robots gigantes de guerra, que en esta ocasión comandan Pentecost -John Boyega-, que sigue el legado de su padre -Idris Elba en el filme anterior-, la joven Amara -Cailee Spaeny- y Nate Lambert -Scott Eastwood, hijo de Clint-. Después de un buen comienzo durante el robo de piezas de repuesto a un robot en desuso, la trama ingresa en una meseta narrativa en la que sólo se aprecian los efectos visuales en detrimento de la progresión de la historia, la poca tensión que genera el relato y la superabundancia de CGI que desfilan por la pantalla grande. Entre escenarios internacionales como Siberia y Tokyo, una base militar con un rígido entrenamiento y Newton, el científico que traiciona a los suyos, la producción hace gala de los enfrentamientos entre monstruos de metal y los Kaiju que parecen salidos de una película de terror japonesa de los años cincuenta. Todo narrado de manera reiterativa, policromática y monocorde que aporta confusión más que adrenalina a un relato que continúa durante los créditos finales y promete una tercera grieta...
Diez años pasaron desde que Stacker Pentecost (Idris Elba) se sacrificó para salvar el planeta en la guerra contra los Kaiju. Su hijo Jake Pentecost (John Boyega) vive de una manera errante y fuera de la ley, vendiendo chatarra tecnológica para poder sobrevivir. De esta manera, conoce a Amara Namari (Cailee Spaeny), quienes llegarán juntos a la academia para pilotos, ella para entrenar y convertirse en Ranger y él para ser entrenador. Jake se rencontrará con su viejo amigo Nate Lambert (Scott Eastwood) y su hermana adoptiva Mako Mori (Rinko Kikuchi). Todos ellos deberán enfrentarse a una nueva e inesperada amenaza Kaiju. A nivel guión podemos decir que es una historia interesante, la cual continúa con la misma temática de su anterior entrega, aunque en varias partes se nota el cambio de dirección, con escenas extremadamente largas, que realmente no suman nada a lo que se está contando. La película podría haber sido más corta, con menos peleas, y un poco más de sustancia en el relato. Las actuaciones son buenas, podemos apreciar algunos nuevos talentos, que seguramente continuarán en las siguientes entregas de la saga. Si bien los hechos ocurren en un ambiente futurista, muchas veces se abusa del uso del CGI. Por momentos se vuelve excesivo, lo cual hace que la película se sienta pesada en algunos instantes. Para ir concluyendo, “Titanes del Pacífico: Insurrección” es una buena película de ciencia ficción, aunque no llega al nivel de su antecesora y se queda en el camino, tratando de contar una historia. Esperemos que eso cambie en las entregas venideras.
El apuro de volver. El reciente ganador del Oscar Guillermo del Toro continúa, ya sin dirigir pero desde el rol de productor, con su ambicioso proyecto de Titanes del Pacífico, esta vez con la secuela de la película que diera inicio a la saga en el año 2013. Ya sin la presencia en el elenco protagónico de Charlie Hunnam e Idris Elba, la segunda generación de pilotos Jaeger será comandada por los trabajos de los ascendentes John Boyega y Scott Eastwood. Año 2020. La Tierra es invadida por monstruos de dimensiones titánicas capaces de borrar de un manotazo ciudades enteras. Su origen: una grieta o brecha abierta en las profundidades del océano pacífico que conecta nuestro universo con el de estos monstruos que reciben el nombre de Kaijus. En la primera entrega de esta historia fuimos testigos del nacimiento de los Jaegers, robots de alta tecnología que equiparan en tamaño a los Kaijus con el objetivo de derrotarlos y que tuvieron éxito mediante una victoria que parecía definitiva. Lejos de eso, diez años después la amenaza Kaiju parece estar más presente que nunca y serán los mejores exponentes de una nueva generación los encargados de salvar al mundo. Ya sea porque el final de la primera película daba un verdadero cierre a la invasión Kaiju (probablemente porque la secuela todavía no era parte del plan) o por la necesidad de darle un poco de originalidad a una trama destinada a caer en la repetición, la cuestión es que esta nueva entrega del universo de los Titanes del Pacífico hace demasiado foco en sus personajes en desmedro de lo que cualquier espectador va a ver cuando saca la entrada para una película de estas características: los monstruos. Su aparición ridículamente tardía no hace más que darle lugar a una trama irrelevante entre personajes que compiten para ver quién es el más capo o cuál tiene la historia familiar más traumática. En una inevitable comparación con su predecesora, lo que acá tenemos son personajes más sosos que en la película anterior (con protagonistas cuyas historias traumáticas, razonablemente acotadas, hacían a la trama principal) y aún así se los desarrolla interminablemente en sus disputas que luego terminan en la nada. A favor de la película vale decir que se supera en términos de efectos visuales, incluye un buen giro en torno a uno de los personajes principales y sus verdaderas intenciones y, también desde el punto de vista técnico, viene con una buena dosis de planos generales cuya función es que tomemos verdadera dimensión del tamaño tanto de los Kaijus como de los Jaegers, cosa que en la primera película era más difusa. Dando un claro paso atrás como secuela, esta Insurrección de los Titanes del Pacífico apenas si logra mantener viva una historia de mechas que, como representante de ese género, es una de las pocas a nivel de cine de gran producción por lo que esperamos que continúe, aunque no por este camino.
La secuela de un éxito firmado por Guillermo del Toto, que aquí es productor y le dejó la dirección a Steven Deknight, que tuvo esplendores que sedujeron en su debut, ahora es un producto de muchos efectos especiales, pensado para adolescentes y con un argumento donde lo que menos importa es la lógica y los enfrentamientos son las estrellas. Básicamente es mas de lo mismo pero sin vuelo. Uniendo el pasado con el presente el personaje de John Boyega es el hijo del sacrificado protagonista Idris Elba en la primera. Se une a Scott Eastwood y a un grupo de jóvenes para manejar esos robots gigantescos, tiene que hacerlo de a dos, y luchar contra gigantescos lagartos que en el pasado vinieron por grietas temporales, y ahora se fabricaron en la tierra con la ayuda de humanos malísimos. Complicado pero no importa. Algunos momentos emotivos que se engarzan en la flor y nata de los lugares comunes, otros de rebeldía adolescente, personajes indecisos que se la juegan, héroes impensados y casi niños. Eso es lo de menos. Acá lo que se lleva el presupuesto son los monstruos y batallas digitales. Edificios cortados como manteca blanda, látigos, misiles y enormes criaturas metálicas frente a frente. Demasiado parecido a la saga de Transformes pero sin cambio de hábito. Y cuando los lagartos son vencidos una vuelta de tuerca que crea uno peor… La tierra es salvada y quizás se atrevan a una tercera película….No es una maldición es la industria.
Lo bien que hizo Guillermo del Toro en desistir de dirigir la secuela de su película Titanes del Pacífico. Aparece, sí, como productor, pero el mexicano decidió abrirse y dirigir La forma del agua. Mal no le fue. Y eligió otro tipo de agua. Esta Titanes del Pacífico: La insurrección transcurre diez años después que el filme original de 2013. Están de nuevo los Jaegers (robots inmensos, conducidos desde adentro por uno, dos o hasta tres pilotos) que son los buenos, contra los Kaiju, que son los malos, monstruosas criaturas del mar. No está el piloto heroico Stacker (Idris Elba), que murió, pero sí su hijo, encarnado por John Boyega (Star Wars), quien también oficia de productor. Difícil que su personaje tenga la misma suerte que su padre, entonces. Boyega está más cerca de Finn en la nueva saga intergaláctica que de Detroit, de Kathryn Bigelow. Aquí la trama se resume a que Jake Pentecost tiene la oportunidad de redimirse instruyendo nuevos y jóvenes cadetes para convertirlos en pilotos. Como la pequeña Amara (Cailee Spaeny), huérfana y que ella solito ha ido construyendo su propio Jaeger con pedazos sueltos. Steven S. DeKnight, director de la Daredevil de Netflix, no es que se haya propuesto hacer una obra que marque el futuro de esta incipiente saga. Lo que hace es pelear a los gigantes una y otra vez, rompiendo todo, principalmente en Asia. Se sabe que el mercado de Occidente ya le queda chico a Hollywood, y aquí no hay solamente intérpretes de Oriente, si no que lo que rompen todo es Tokio. O sea. Y así, a bordo del Gipsy Avenger, Jake gritará a los suyos “Ayúdenme a salvar el mundo”, cuando una mente criminal -no adelantemos mucho- quiere apoderarse precisamente del planeta, y hacer que resurjan de la brecha (!?) un montón de Kaijus. No hay que pedir coherencia, sino que rompan todo. Esto es así, hay final abierto y si quieren buscarle puntos en común conTransformers, se van a hacer una panzada. O no.
Hace cinco años Guillermo del Toro estrenó Titanes del Pacífico, sólido exponente del género fantástico y de ciencia ficción. El éxito comercial de aquel proyecto derivó en la inevitable secuela, ya sin el reciente ganador del premio Oscar en el guion ni la dirección. Si la ausencia del realizador mexicano podía generar algún resquemor o suspicacia, tras apreciar el resultado de esta segunda entrega de la saga la sensación es directamente de decepción y hasta de irritación. Película sin mayores ideas, sin sorpresas y construido a partir de un guion elemental, Titanes del Pacífico: La insurrección parece confiar exclusivamente en el incesante despliegue de efectos (y estímulos) visuales para narrar los enfrentamientos entre gigantes (monstruos destructores y máquinas piloteadas por humanos) que parecen salidos de la saga de Transformers. Es cierto que el cine catástrofe siempre tiene sus atractivos (y aquí vemos cómo se destruyen ciudades como Sydney y Tokio), pero el director Steven S. DeKnight no se corre un centímetro del camino prefijado desde el manual más elemental. Pese a los esfuerzos y la simpatía del protagonista John Boyega ( Star Wars) y a las múltiples referencias a la tradición asiáticas del género (Godzilla incluido), en La insurrección no hay espesor dramático en ninguno de los personajes ni posibilidad de empatizar con ellos y los supuestos momentos de "humor" son cualquier cosa menos graciosos.
No tan cancelado “Ya discutimos la trama de la tercera película, y cómo el final expandiría el universo al estilo Star Wars/Star Trek donde podes ir en muchas direcciones. Podes hacer películas centrales, podes hacer spin-offs, podes hacer historias aparte. Sí, ese es el plan” - Steven S. DeKnight, director de Títanes del Pacífico: La insurrección (Pacific Rim Uprising, 2018). Títanes del Pacífico: La insurrección es tan divertida como puede ser una película sobre robots gigantes que luchan con sables láser contra monstruos invasores pero sin poseer un elemento humano muy interesante o importante. La película original, Titanes del pacífico (Pacific Rim, 2013), no contaba con una trama más compleja o personajes más llamativos, pero se tomaba a sí misma en serio y el apocalipsis parecía mucho más peligroso entonces. La aspiración de DeKnight a un universo “al estilo Star Wars” es irónica considerando que su película arranca con John Boyega aliándose con una huérfana chatarrera y sumándose a una valiente resistencia momentos después. Como en Star Wars también recurre la temática de los padres muertos o ausentes; el de Jake (Boyega) no era otro que Idris Elba, sacrificado en la película anterior en plan de cancelar el apocalipsis (o en su defecto demorarlo diez años), y los de Amara (Cailee Spaeny) murieron como demuestra un oportuno flashback. La resistencia está llena de jóvenes huérfanos como Amara, adolescentes siendo entrenados en el arte de pilotar robots gigantes por Jake y su colega Lambert (Scott Eastwood). La insistencia con la que estos “curtidos” veteranos se separan de los “niños” que están entrenando resulta algo ridícula a vistas de que todos parecen tener más o menos la misma edad. Todos son capaces del mismo humor y además comparten la misma historia trágica. Aún deduciendo un par de muertes - los menos caracterizados - hay un elenco desproporcionado de cadetes heroicos, probablemente inversiones para futuras secuelas. Gran parte de la película parece haber sido formulada como una contestación a las críticas más prevalentes de la anterior. Así que la secuela viene con más acción, toda presentada prolijamente bajo cielos diáfanos; los personajes secundarios tienen un poco más de participación y la pelea más climática se reserva para el final en vez de la mitad de la película. Por otra parte no hay una gran innovación en el diseño o comportamiento de los monstruos. Cuando tres de ellos se fusionan en vez de una enorme abominación cósmica digna de Lovecraft el resultado es una versión más grande de algo que ya se ha visto incontables veces en la pantalla. DeKnight quería una franquicia y a toda vista lo ha logrado: la película concluye abruptamente con la promesa de continuar la pelea “en el espacio”. Quizás no es tan buena idea - la mitad de la gracia de las peleas con robots es la grosera destrucción de las metrópolis que supuestamente están defendiendo, algo que el vacío del espacio no puede aportar, y el componente humano es tan chato que no hay realmente otra cosa por la que entusiasmarse.
CANCELAME EL APOCALIPSIS En el año 2013 Guillermo del Toro se despachó con “Titanes del Pacífico” (Pacific Rim), su peculiar crossover entre las clásicas películas de monstruos japonesas y las historias de mechas, reminiscencias de esas series de acción animadas con las que crecimos desde chiquitos. El realizador mexicano se dio el lujo de jugar con sus queridas criaturas, con los convencionalismos del género y, de paso, despertar pasiones entre los nerdos más nerdos que nos emocionamos cada vez que vemos a un bicho gigante dándose tortazos con un robot de su misma altura. El reciente oscarizado director dio un paso al costado para esta secuela, y aunque su nombre figura en los títulos como productor y artífice de la idea original, poco y nada queda de su visión y su esencia, aunque “Titanes del Pacífico: La Insurrección” (Pacific Rim: Uprising, 2018) tiene sus propios méritos a la hora de la acción, el entretenimiento y los efectos especiales. Pasaron unos diez años desde que Raleigh Becket (Charlie Hunnam), Mako Mori (Rinko Kikuchi) y Stacker Pentecost (Idris Elba) cancelaron el apocalipsis, cerrando la Brecha del Océano Pacífico que permitía a los kaijus atravesar el portal y llegar hasta nuestro mundo para destruir todo a su paso. Mientras el planeta se recupera, la Pan Pacific Defense Corps. sigue reclutando cadetes, aunque la tecnología del enlace, y los pilotos en sí, pronto puedan quedar obsoletos debido al desarrollo de nuevos drones que, tranquilamente, se podrían ocupar de una nueva invasión. Lejos de los robots y los programas de entrenamiento tenemos a Jake Pentecost (John Boyega), hijo del general, que hizo todo lo posible para NO seguir los heroicos pasos de su padre. Bah, al menos lo intentó, pero cuando no pudo decidió bajar los brazos y dedicarse a la vida licenciosa y los delitos menores, como contrabandear con restos de jaegers, muy populares en el mercado negro y para aquellos que ilegalmente intentan construir sus propias máquinas de defensa. En medio de uno de sus “trabajitos”, Jake se cruza con Amara Namani (Cailee Spaeny), una adolescente huerfanita que, como él, creció durante la guerra, perdió a su familia y desde entonces vive de forma independiente robando tecnología para poner a punto al jaeger que logró construir, un “enano deforme y simpático” apodado Scrapper que no necesita de dos pilotos para salir al ruedo. El encuentro termina con los dos tras las rejas y pocas opciones: la cárcel o la PPDC. Para la nena, un sueño hecho realidad; para Pentecost, unos zapatos muy grandes que llenar. Jake está demasiado grande para volver al entrenamiento que alguna vez abandonó, pero ahora tendrá a su cargo el adiestramiento de una nueva camada de jóvenes pilotos, además de lidiar con Nate Lambert (Scott Eastwood), ex compañero y nuevo supervisor. Acá no hay mucho misterio. La cancherés e irresponsabilidad de Jake no encajan en el programa, al igual que la falta de experiencia de Amara. Pero no hay mucho tiempo para batallar con estos sentimientos ya que en medio de una demostración de los drones, uno de los jaegers se vuelve loquito, atacando civiles y haciendo destrozos por su cuenta en la ciudad de Sídney. Sí, hay olorcito a kaiju detrás de esta amenaza y no va a pasar mucho tiempo hasta que los pilotos deban alistarse para frenar una nueva invasión a través de la brecha. Steven S. DeKnight, más conocido como productor televisivo de “Dardevil”, entre otras cosas, debuta tras las cámaras y no se priva de sacar a pasear toda la parafernalia hollywoodense. El realizador y sus guionistas -Emily Carmichael, Kira Snyder y T.S. Nowlin- deciden apuntar a un público más joven con un elenco acorde a las circunstancias, por si el homenaje a “Neon Genesis Evangelion” se había quedado un poco corto con su antecesora. El verdadero problema de “Titanes del Pacífico: La Insurrección” es que se enfoca demasiado en crear este nuevo universo más allá de sus protagonistas originales –la única que sobrevivió es Mori, Hermann Gottlieb (Burn Gorman) y Newton Geiszler (Charlie Day), en ningún momento nos dicen que ocurrió con Becket-, y se olvida de lo que realmente importa: el enfrentamiento entre monstruos y robots gigantes. Algunas partes de su argumento están agarradas de los pelos, pero igual logra buena química entre sus protagonistas, la introducción de algunos toques de humor que no se ven tan forzados (bueno, casi todos), y le pone mucha onda al funcionamiento de estos nuevos y mejorados jaegers (amor infinito por Gipsy Avenger y Saber Athena), siempre desde la perspectiva de los pilotos y lo que ocurre dentro de la cabina. La película grita pochoclo a los cuatro vientos y cumple su cometido de entretener y romper todo como cualquier buen ejemplar del cine catástrofe. Mantiene su estilo cosmopolita y la diversidad de su elenco como bandera (todos unidos para salvar al mundo sin importar la nacionalidad), aunque carece de la humanidad de del Toro y de la épica banda sonora de Ramin Djawadi. Por suerte, Lorne Balfe lo compensa a su manera, como todo en esta historia, con un toque más modernoso y tecnológico, alejándose del steampunk y el “tradicionalismo” del realizador latinoamericano. Punto a favor para el equipo de efectos especiales que logra calidad y detallismo digital sin convertir toda la imagen en un amasijo metálico sin sentido (te estamos mirando a vos “Transformers”). Y claro, para Boyega, que esto de “salvar el día” ya le sale de taquito. Lo del inglés es natural y no necesita reforzar el heroísmo para lucirse en la pantalla. Hace lo mejor que puede con un guión bastante genérico, pero le calza muy bien esto de ponerse al frente de una nueva franquicia. “Titanes del Pacífico: La Insurrección” podría haber sido una gran secuela para la maravilla lúdica que nos regaló Guillermo (dale, que todos salimos del cine con ganas de jugar con nuestros muñequitos). Lamentablemente se queda por el camino debido a una historia recargada de giros argumentales en vez de concentrarse en lo fundamental: mechas, kaijus y cosa golda. LO MEJOR: - El carisma de Boyega. - Esos jaegers sí se pueden ver. - Al fin un CGI que no apesta. LO PEOR: - ¿Dónde están esos kaijus? - Menos cháchara y más pelea, muchachos.
Finalmente llegó el apocalipsis Después de problemas de producción, retrasos, la partida del director de la primera entrega -y reciente ganador al Oscar- Guillermo del Toro,para pasar sólo a producir su secuela, Titanes del Pacífico: La Insurrección (2018) finalmente llegó para continuar la guerra entre los Kaijus, monstruos alienigenas gigantes y los Jaegers, robots comandados por humanos de igual tamaño con Jake Pentecost (John Boyega) entre sus filas. La primera clara diferencia entre la película de 2013 y su secuela, tiene que ver con la falta de entretenimiento y acción en el film dirigido por Steven S. DeKnight (Daredevil 2015). Más de hora y media de película divagó en construir personajes vistos hasta el hartazgo, diálogos poco logrados y un elenco muy regular en su pobre desempeño. El sentimiento de peligro, pelea y defensa del planeta se ve perdido en un film que se centra más en desentrañar la personalidad de Jake (John Boyega), sin ningún giro o antecedente interesante tanto para el argumento de la película como para el espectador. El guiín de esta secuela de Pacific Rim (2013), es una producción muy vaga y práctica al caer en lugares comunes a la par de su narrativa: lenta y sin matices desde su puesta, tales como efectos y sonido que hacían diferente a la franquicia de las demás. Titanes del Pacífico: La Insurrección no cuenta con grandes coreografías de combate ni sorpresa tanto por los mecha como por sus enemigos: el giro argumental pecó de predecible y muy funcional para encuadrar una trama de estructura muy débil en todos sus polos. Ni en su guión, dirección, puesta o esencia, Pacific Rim defendió lo propuesto anteriormente por Guillermo Del Toro. La esencia del día D, de estar en menos condiciones que el rival, del heroísmo en el apocalipsis y la proeza de lo imposible quedó trunco y sin consistencia. La película se acerca más a la propuesta de Transformers de Michael Bay -incoherente, recicladas con efectos con mucha espectacularidad sin consistencia y personajes olvidables- que al querido Gipsy Danger y el dramatismo con el cual comienza la película protagonizada por Charlie Hunnam y Idris Elba de 2013. En este sentido, ni John Boyega ni Scott Eastwood estuvieron cerca de manejar la intensidad de sus personajes como así lo lograron Hunnam y Elba. Básicos, predecibles y sin ningún conflicto más allá de la superficialidad hicieron que los nuevos héroes lograran una empatía o desarrollo aceptable. No es mala la actuación de Boyega, sino que cae siempre en el lugar de interpretar el mismo papel -excepto con Detroit (2017), que mostró una faceta mucho más interesante-. El caso de Eastwood (Rápidos y furiosos 8, Suicide Squad) es un poco diferente, en un rol un poco más protagónico a los que suele acceder: no sale de actuaciones fuera del promedio y la aceptación acorde a la película, en films que oscilan entre lo mediocre o lo aceptable. En sus 120 minutos de duración, la película nunca corre de la zona de confort al espectador ni lo nutre con lo que fue a buscar en pantalla: una pelea épica entre robots gigantes y monstruos, con grandes proezas de sus protagonistas, sacrificio y grandes efectos especiales. Titanes del Pacífico: La Insurrección no estuvo a la altura de su propuesta original produciendo una película mezquina desde su historia, personajes, pero más importante en la acción y peleas. Lamentablemente, más cercano a la idea de Bay enfocado en el marketing por producir figuras de acción que por promover una película más original, funcional y correcta para la esencia que marcó su antecesora. Por Alan Schenone
La pelea entre los robots jaegars y los monstruos kaijus está de regreso en Titanes del Pacífico 2: La Insurrección, con Guillermo del Toro esta vez en la producción y Steven S. DeKnight que debuta en el cine después de su paso por series como Spartacus y Daredevil. Pasaron diez años desde la primera parte y el mundo no ha tenido más ataques de kaijus. Cuando una nueva tecnología de drones parece que reemplazará a los pilotos en los robots jaegar, Mako (Rinko Kikuchi) llama a su medio hermano Jake Pentecost (John Boyega) hijo de Stacker (Idris Elba en la primera película). De a poco se irá revelando una conspiración que está decidida en acabar con la humanidad. Guillermo del Toro abandonó el asiento de director para dedicarse enteramente a su proyecto La forma del agua (y sí que tomó la decisión correcta). Mientras que un primerizo en el cine Steven S. DeKnight se hizo cargo de la dirección y el guion. Muchos esperaban que DeKnight incorporara su particular mirada sombría en los nuevos personajes o en su estilo visual, habiendo estado encargado de producciones para tv como Ángel, Spartacus o Daredevil pero Titanes del Pacífico 2: La Insurrección es todo lo contrario. Mientras que el primer film era lo más cercano que los fans de animes como Evangelion iban a poder ver con tanta magnitud, su segunda parte se apoya en recursos ya vistos en decenas de películas y en su apartado visual, exceptuando algunas secuencias iniciales, se asemejan más a los robots de Michael Bay en Transformers. La historia se esfuerza por introducir a Jake Pentecost, dejando algunas lagunas en la coherencia del universo creado. Y salvo algunas referencias, los sobrevivientes del primer film desaparecieron sin explicación, especialmente su protagonista Raleigh Becket que interpretó Charlie Hunnam. Los personajes secundarios no tienen la misma construcción que había impuesto del Toro y la cinta presenta algunos personajes nuevos adolescentes que en poco tiempo ya pueden manejar esta alta tecnología. Con tan poca información, que se brinda en minutos, el espectador ya no se acuerda cómo se llama cada uno. La banda sonora y los efectos sonoros eran un homenaje a los videojuegos y su música heavy metal. Aquí cumple sólo el rol de acompañamiento.
Titanes del Pacífico 2: Apocalipsis volvé, no te cancelamos más. Acción, pochoclos, Boyega y robots gigantes. La secuela de Pacific Rim protagonizada por John Boyega es una horrenda película que cuesta mucho ver. Su insistencia con un terrible humor aparentemente interminable, la destrucción de todo diseño que pueda resultar mínimamente interesante, un guion que se encarga de que toda acción se encuentre tan vacía como sus personajes (nuevos huecos y los viejos que se ocupan de vaciar) y hasta una serie de inexplicables intentos por imitar a Michael Bay se ocupan de que el director Steven S. DeKnight pueda entregar no solo una de las secuelas más decepcionantes en mucho tiempo, sino un film que logra traspasar el terreno de la mediocridad para colocarse en el panteón de lo desastroso. No hace falta ninguna comparación con la original para entender lo mala que es Pacific Rim: Uprising. Hijo rebelde no quiere salvar al mundo como hizo su padre… hasta que el mundo necesita que lo salven. Boyega interpreta casi literalmente al único personaje de la cinta, el otro es una jovencita similar al ingrediente que Michael Bay continua agregando a sus películas, pero cualquier tipo de desarrollo de personaje queda truncado, gracias a que al menos la mitad de los diálogos parecen haber quedado en manos de la improvisación del actor. Una técnica de los libros de la comedia moderna estadounidense en los que la falta de interés alcanza su máximo nivel para culminar en un resultado que varía entre lo lamentable y desastroso. Increíblemente, los momentos de humor claramente guionados resultan aún peores. Si uno se quedaba inerte esperando que la improvisación acabe, los “chistes” ideados por el grupo de guionistas producirán un incontenible impulso por taparse la cara de vergüenza, posiblemente en un intento subconsciente de interrumpir la ingesta visual del film. Una consumición ya de por si riesgosa para la salud, con secuencias que muestran una combinación difícil de replicar o poner en palabras, con ideas/conceptos paupérrimos realizados de la peor manera posible. Chistes con Oreos y cereales demostrando que hasta el arma más noble del cine como es el montaje puede corromperse, o un plano secuencia para comenzar el último acto que realmente debería enseñarse en universidades de cine después de repartirle al alumnado su bolsita descartable en caso de que sus cuerpos no lo resistan. ¿Al menos hay acción, no? ¡Por supuesto! En las casi dos horas de película debe haber aproximadamente unos 10 minutos de mediocres escenas de la más aburrida acción que el dinero puede estafar, menos si solo contamos la danza computarizada de acción protagonizada por robots gigantes. Resulta sorprendente la poca acción del film, aunque no es más que lógico cuando uno mira el nulo impacto que las mediocres secuencias logran tener en la experiencia. Hace falta mucho más que no tener ningún interés en desarrollar un producto de calidad como para que una película termine siendo tan pero tan mala. Requiere una especial falta de criterio y, por supuesto, un mal gusto descomunal. El guionista, director debutante y hombre horrible de DeKnight claramente es una mezcla perfecta de todo eso; caso indudable (al igual que digno de investigación científica) gracias al “humor”, vergonzoso tono y nauseabundo ritmo que lleva la cinta. Hay directores genéricos que resultan victimas de un enceguecido estudio sediento de ganancias, pero también esta el extraño caso del director que se encarga de empeorar en todo lo posible un producto que ya de por sí esta prácticamente condenado al generarse en el hostil sistema de estudios hollywoodense. Personajes esqueléticos atrapados en una trama producto de una sola reunión (sin terminar) de guionistas. Con la muy ocasional y decepcionante escena de acción como única salvación de un producto que seguramente regalará postales para el recuerdo de como no hacer las cosas. Particularmente hay momentos tan malos que producirán varias carcajadas incrédulas durante algunos años cuando se vean los gifs en redes sociales al igual que varios clips que provocan risas y llantos por igual. Pero por el momento, lo más aconsejable es ignorar que este film alguna vez ocurrió y vivir nuestro día a día con la sonrisa que solo una forzada ignorancia puede brindar. Al menos hasta cerrar los ojos en la noche para conciliar el sueño y encontrarnos recordando momentos imborrables, cicatrices eternas mientras imploramos que el llanto de la noche permita terminar con todo, aunque sea solo por hoy… por favor. La música esta buena.
Titanes del Pacifico: La Insurrección traslada la acción 10 años después de los eventos del primer film. Con Stacker Pentecost (Idris Elba) muerto y su presencia personificada como símbolo de lucha, Raleigh Becket (Charlie Hunnam), desaparecido tras la batalla que destruyó “La Brecha” todo queda en manos de seguir la línea de sangre Pentecost y poner a Jake (John Boyega), el hijo de Stacker, en el frente del desarrollo de la historia. En esos 10 años de paz, el mundo se sumió en un estado de caos y fiestas descontroladas sobre las ruinas de ciudades y trofeos de batallas pasadas con forma de huesos de Kiaju – monstruos gigantescos -; a pesar de todo esto, la humanidad siguió avanzando, los edificios reconstruidos y claro, la pobreza aumentando; las únicas personas que parecen mantenerse firmes en el status social son los contrabandistas y los pilotos de Jaegers – máquinas monumentales que sirven para dar caza a los Kiaju -. Pacific Rim: Uprising – título en su idioma original – es una expansión de lo que planteó Guillermo del Toro en el año 2013. Estamos ante una evolución de lo pactado en pantalla sobre la lucha de robots y monstruos de otra dimensión, no obstante en la exposición de información que se da en La Insurrección hay algo faltante: el alma del proyecto. Esta secuela dirigida por Steven S. DeKnight (Espartaco, Marvel’s Daredevil) carece de un desarrollo convincente para atrapar al público en esta nueva historia. Tenemos enfrentamientos a gran escala y volvemos a ver a personajes de la primera entrega (Charlie Day, Burn Gorman y Rinko Kukuchi regresan a sus respectivos roles) pero ese espectáculo visual que contenía heroísmo en base de acción se pierde por ofrecer momentos de diversión lúdicos. La palabra: “porque sí“, suena constantemente en esta película y Titanes del Pacifico: la Insurrección se convierte en un gran espectáculo de nada y al pasar los minutos esa nada se transforma en algo absurdo. Hay caras nuevas en Titanes del Pacifico: La Insurrección. Scott Eastwood, Cailee Spaeny, Adria Arjona y Tian Jing se suman al reparto de secundarios pero ofrecen poco, al igual que Boyega, para mantener la película a flote; en el caso particular de Eastwood, el joven actor recurre a la imitación constante e imperfecta del manerismo de su legendario padre y para colmo sigue desperdiciando la posibilidad de un triunfo propio. Hablando un poco del protagonista de La Insurrección, Boyega resulta una caricatura al expresar sus líneas de dialogo con una elegancia falsa y forzada, todas sus reacciones en esta película resultan bochornosas y sin duda alguna los días de gloria del actor se están alejando de una abrumadora forma. Titanes del Pacifico: La Insurrección es un film que ofrece más del universo Jaegers vs Kiaju pero de una manera simple y efímera; la película lamentablemente quedará en el olvido en poco tiempo y es, sin dudas, una decepción.
Vuelven desde el océano Diez años pasaron desde que Stacker Pentecost sacrificara su vida para bloquear el acceso de los invasores que buscaban acabar con la vida humana, dando un aparente fin a la guerra contra los invasores. Pero aunque la humanidad comenzó la reconstrucción sigue latente el posible regreso de los Precursores, como decidieron llamar a la raza alienígena que diseñó y envió a los Kaiju a través de la brecha interdimensional en el fondo del Pacífico. Mako Mori, hija adoptiva de Stacker y piloto de combate, es ahora una figura prominente de la Pan Pacific Defense Corps, organización que continúa patrullando las costas con Jaegers y entrenando nuevos pilotos, pretendiendo estar preparados para un nuevo ataque. Su hermano Jake Pentecost, sin embargo, prefirió darse una vida de excesos y diversión financiada por su lucrativo talento para el robo de tecnología Jaeger y su venta en el mercado negro. Es durante uno de estos robos que entra en contacto con Amara Namani, una huérfana que vive en las calles pero que de todos modos se las arregló para construir su propio Jaeger en miniatura con piezas de chatarra. Ambos son reclutados forzadamente para unirse al programa poco antes de que la guerra regrese como nadie se esperaba, de la mano de un poderso Jaeger rebelde salido del mar. De manual Hay secuelas que se notan desarrolladas con la calculadora en la mano y Titanes del Pacífico: La insurrección es una de ellas. La historia que propone es, además de innecesaria, totalmente genérica y de manual. No solo con personajes que si bien al menos en su mayoría son nuevos, son los clásicos arquetipos del cine de acción sin algún agregado que los caracterice: también con una trama anticipable contada de forma contradictoria, planteando un misterio después de resolverlo. No es que se pretenda un guión rebuscado en esta clase de películas, pero sí al menos uno que sostenga el interés entre las escenas de robots y monstruos gigantes dándose tortazos, algo que en este caso se cumple a duras penas. Podría pasar como un detalle menor si pusieran menos el foco allí y se dedicaran solamente a armar coreografías de combate épicas repletas de referencias al cine japonés de monstruos gigantes; pero aunque las referencias están bien a la vista, la épica no tanto. Sin llegar a resultar aburrida, lo que sería su peor pecado, Titanes del Pacífico: La insurrección no logra salir de su chatura y todo parece sacado de otro lado. Juntando diálogos repletos de lugares comunes, combates sin personalidad y un uso del humor bastante fallido, el resultado es una película que hace pasar un buen rato y se olvida al dia siguiente. Conclusión Mas allá de algunas escenas de acción entretenidas, Titanes del Pacífico: La insurrección es una secuela muy chata y sin carisma que no aprovecha la potencialidad de su premisa.
El fiasco que presenta esta producción se puede resumir de un modo muy sencillo. Titanes del Pacífico, estrenada en el 2013, fue la obra de autor de un artesano del cine que no tuvo reparos en expresar su amor por el subgénero mecha del animé y las películas japonesas de monstruos gigantes. Por el contrario, la continuación no es otra cosa que el producto chapucero y desapasionado de un grupo de ejecutivos de marketing del estudio Universal (que ahora distribuye esta propuesta en lugar de Warner), que busca impulsar una nueva franquicia estilo Transformers. Con un concepto muy simple, el film original de Guillermo del Toro elaboró una historia entretenida que estaba muy influenciada por los clásicos de la animación japonesa. Si tenías una conexión con esa temática disfrutabas la película con más intensidad que el resto de los espectadores. No fue casualidad en ese sentido que a nivel comercial Titanes del Pacífico funcionara mejor en los países asiáticos que en Estados Unidos. Lamentablemente la nueva entrega es una producción que no consigue transmitir la misma experiencia. En principio esa impronta de animé que se destacaba con fuerza en el trabajo del realizador mexicano acá se perdió por completo y el resultado es un refrito hollywoodense de lo que fue el film original. Para ponerlo en otros términos, esta producción tiene una visión muy norteamericana del concepto del mecha japonés. En los aspectos visuales el nivel de las secuencias de acción y el tratamiento de los elementos fantásticos es muy ordinario y parece una película barata que se hizo a las apuradas. Todo se ve muy artificial y ni siquiera desde la estética el film consigue tener una identidad propia. Las secuencias con los robots después de un tiempo resultan redundantes y el diseño de los monstruos es bastante pobre y carece de esa variedad de detalles que presentaban las criaturas de Guillermo del Toro. De todos modos tampoco importa porque tienen un rol muy limitado, ya que gran parte del conflicto se pierde en una tediosa conspiración militar, que gesta un villano acartonado que encima hace chistes y pretende ser gracioso. Por una cuestión de spoilers no me puedo expandir en esta cuestión pero me pareció patético lo que hicieron con ese personaje. Dentro del reparto John Boyega (Star Wars) con su carisma rema completamente solo la trama y en más de una oportunidad levanta la película cuando se estanca en el aburrimiento. Su labor y la secuencia de acción final en el monte Fuji es lo único rescatable de este film. Entre las nuevas figuras, la debutante Cailee Spaeny encarna al típico personaje adolescente de Transformers que con 15 años construye y maneja robots como si fuera algo natural. Si bien su rol no tiene mucho sentido al menos entabla una buena dupla con Boyega hasta que los genios de los guionistas los separan durante la mayor parte de la trama. A la chica luego la insertan en un comando teen de soldados, cuyos miembros parecen salidos de una película de Disney Channel y obviamente no tienen ningún tipo de desarrollo. El resto de los actores están pintados. Scott Eastwood, quien no es un muchacho muy expresivo, no aporta nada y Adria Arjona (hija del cantante Ricardo Arjona) es retratada como un objeto de decoración. La dirección corrió por cuenta de Steve DeKnight, responsable de la serie Daredevil de Netflix, pero su inclusión en los créditos es más que nada una formalidad ya que se nota que tuvo las manos atadas en este proyecto. Reitero, esta es una película que fue manejada por ejecutivos de marketing que incluyeron las fórmulas comerciales que ellos entienden les puede dar mejores réditos económicos. No importa si no hay un concepto artístico detrás del film o la trama se desarrolla a las apuradas, sin darle respiro al espectador para que conozca los nuevos personajes. Mientras haya gente que pague la entrada de cine para ver un collage de efectos especiales el resto es intrascendente. A modo de consuelo por lo menos puedo afirmar que es más llevadera que Transformers 5. En resumen, una decepción que tampoco es una sorpresa ya que los trailers promocionales no auguraban un gran espectáculo.
Del amor al cashg grab El mecha no se mancha, resoplaría un molesto Mitsuteru Yokoyama al salir del cine luego de ver Titanes del Pacífico 2. Es que de alguna manera, la película consigue socavar gran parte de lo que su antecesora había logrado construir a fuerza de acero y sangre: esta sobria segunda parte dirigida por Steven S. DeKnight traiciona decididamente todo lo que se esperaba de ella. Deberíamos comenzar preguntándonos el porqué. En primer lugar, resulta una cuestión atendible la profunda incoherencia de la historia que se nos plantea. Aclaremos pues que los mechas, en su tradición más cruda, no necesitan una conflictividad complejizante. Los cánones más contundentes de este género abrevan en tres tradiciones más o menos bien diferenciadas a lo largo de su desarrollo. Históricamente surge primero la vertiente del Super Robot, centrada en el coloso –énfasis en sus poderes, en la descripción de otros enemigos metálicos, etc.- por lo que serán las batallas el nudo de este tipo de narrativa. Por otro lado, se encuentra la serie del Real Robot. El foco está puesto aquí no en la magnificencia del metal sino en las relaciones humanas y en las subjetividades que circundan a la criatura. Por último, con la venida de Neon Genesis Evangelion se inaugura una tercera alternativa, especie de mecha que podríamos denominar filósofica, donde entran en juego distintas Weltanschauungen. Esta tipología encierra interrogantes sobre tópicos variados como el poshumanismo, la religión, etc. En ese sentido, la primera Titanes del Pacífico tendía más hacia los dos primeros ejes: una fusión entre el drama de los pilotos y el regocijo en el choque metálico. Un enorme Guillermo Del Toro, mezcla de niño y fanboy, homenajeaba los casi cincuenta años del género. No había allí mayores pretensiones: la fórmula sencilla y transparente funcionó con éxito. Tras diez años de los eventos narrados en la primera entrega, asistimos ahora a la historia de cómo el chatarrero Jake (John Boyega), hijo del célebre Stacker (Idris Elba), conoce accidentalmente a Amara (Cailee Spaeny), una joven y locuaz mecánica, en un intento (infructuoso) por escapar de las fuerzas de la ley, representadas por un Jaeger. Este momento bien logrado resulta de lo poco rescatable en el film. Luego de ser capturados, ambos terminan eventualmente sus correrías y se transforman en instructor y cadete, respectivamente, en la prestigiosa academia de pilotos de Jaeger. A partir de este punto, todo comienza decaer ya que Steven S. DeKnight opta por una salida muy conservadora. Al comienzo, parece que se desarrollará un drama anclado en el estilo del Real Robot mediante los conflictos en la escuela de pilotos y la superación de las adversidades. Sin embargo, el personaje de la cadete Victoria (Ivanna Sakhno) enuncia, desafiante, que “grande es mejor”, y allí surge la verdadera brecha. Se deambula entre todo aquello que los pilotos traen consigo -mandatos familiares, pérdidas, problemas de conducta, etc.- y la eficiencia titánica de las peleas en la tradición del Super Robot. La propuesta de reproducir la fórmula que coronó Del Toro deviene mecánica y desangelada. La película no arriesga y convierte al salvaje e irracional espíritu nipón en una versión a la americana que agota la esencia del género. El registro narrativo es tan oscilante que los hechos y los personajes no logran sumergir al espectador en la trama, por lo que resulta indiferente lo que le pase a Jake, o cuál será el futuro de Amara fuera de la academia: sencillamente no nos importa. Las actuaciones, acompañadas de un guión pobre, no colaboran a la empatía con los personajes. Por último, los afiches presentándonos nuevos Jaegers fracasan miserablemente en saciar nuestro apetito de destrucción. La mano invisible de Del Toro nunca apareció.
Secuela del tanque de 2013, "Titanes del Pacífico 2: La insurrección" es una continuación tan innecesaria como desorientada. En 2013, Guillermo del Toro lograba su sueño de la infancia al realizar una película a gran escala en la cual robots y alienígenas se enfrentaban en grandes batallas cuerpo a cuerpo por el destino de la humanidad. Siguiendo el estilo japonés, "Titanes del Pacífico" logra una gran película militar, con soldados manejando robots mediante ondas vitales, y combatiendo amenazantes extraterrestres provenientes del océano. "Titanes del Pacífico" ganó más fanáticos y culto que números en taquilla. Por esa razón, los sueños de saga de Del Toro, en su momento, se vieron truncos. Cinco años después, aparece "Titanes del Pacífico 2: La insurrección", sin Guillermo del Toro ni en la dirección, ni en guion. Apenas un crédito en producción que, a la vista de los resultados, suena más a “agradecimiento” y cobro de alguna regalía, que a intervención real. La historia no podría ser más sencilla y oler más a excusa. Pasaron diez años de lo que vimos en la primera entrega, y resulta que los kaijus no estaban extinguidos. Todo lo contrario, vuelven, y más potentes que antes… porque las secuelas son eso, más de lo mismo, pero potenciado. De la película de 2013 no hubo muchos sobrevivientes, y los que sobrevivieron , la mayoría no quisieron saber nada con esto. Pero algunos vuelven, y forman parte de la nueva resistencia, junto a los hijos de algunos de los que murieron, y un nuevo grupo de adolescentes. Como los kaijus son más fuertes, ya no alcanza con lo miso de antes para derrotarlos, por eso los jaeggers (esos robots comandados por dos humanos a través de vías neuronales) tendrán nuevas estrategias de combate. Lo que sí cambia entre las dos Titanes del Pacífico es el clima que generan. El film de Del Toro se proponía como una gran aventura con un fuerte espíritu épico, grandes momentos de batallas, y referencias por doquier para quienes aman obras como Mazinger, Voltron, Robotech, o Gojira. Esta secuela, a cargo del novel Steven S. DeKnight, que también interviene en el guion, parte de un universo ya concebido, y se dedica a restarle todo tipo de épica, clima de gran aventura, dramatismo (perfectamente logrado anteriormente), y referencias a la cultura mecha. Lo que queda es un producto que intenta ser más divertido que el original, y que se asemeja demasiado al Godzilla según lo entiende Hollywood, y la saga cinematográfica Transformers (o cualquier otra película dirigida o producida por Michael Bay como "Battleship") a la que toma como el padre mayor al que copiar con menos estilo y presupuesto. Una de las quejas que tuvo Titanes 1 fue que pasaba demasiado tiempo dentro del entrenamiento, y poco en la batalla (gente que sin dudas nunca vio un film de robots vs monstruos a la japonesa). Titanes 2 "intenta remediarlo, con algo más de acción, pero todo se vuelve repetitivo e indistinguible, apabulla el ruido a metal ensordecedor y una confusión absoluta. Ninguna de las batallas de esta segunda parte está a la altura de los grandes momentos del primer film, que jugaba a menos acción, pero valiosa. Los personajes son más graciosos, pero rara vez esa comicidad funciona. Sus características son planas, y se extraña el desarrollo y dramatismo anterior. "Titanes del Pacífico 2: La insurrección" pudo ser un buen film estilo Clase B con presupuesto, tiene alguna base para no tomarse en serio, y un argumento simple como aquellas. Pero su intento de ser un tanque, y de complacer a quienes van a buscar metales retorcidos es tan grande que descarta esa idea. Una de las características del espíritu Clase B es el carisma por sobre lógica y argumento, algo que en Titanes del Pacífico 2 escasea muchísimo, todo. John Boyega y Scott Eastwood son Jake y Nate respectivamente, los nuevos entrenadores y protagonistas de esta entrega. Ambos actores no desentonan con lo que la película propone, no están mal, dentro del corsé cliché propuesto. "Titanes del Pacífico 2: La insurrección", de Steven S. DeKnight, es un film insípido que pudo pasar como apenas aceptable, de no ser porque nunca encuentra un rumbo propio, porque siempre intenta imitar a su predecesora, o a otras franquicias. En las inevitables comparaciones que genera, tanto de un lado como del otro, sale perdiendo casi por goleada. Llamativo, lo que Del Toro en su momento no pudo lograr, esto parece conseguirlo casi sin salir a la cancha, ya hay aires de saga que va a continuar.
El camino para que la secuela de Pacific Rim llegue a los cines del mundo fue arduo, mucho más difícil de lo que se estila para un proyecto de estas características. Es que, más allá de los elogios de la crítica, fue el público el que tuvo un tibio apoyo para la película de Guillermo Del Toro, que arañó los 400 millones en la taquilla mundial como para que no se descartara de plano la continuación, pero que tampoco se le diera luz verde sin reparos. En los seis años que separan un estreno del otro, se hizo cambio de estudio, se perdió al director –que viene de ganarse un Oscar por The Shape of Water, con lo que no se puede decir que eligió mal-, se sumaron muchas manos al guión y se alteró a la mayoría del elenco. Y el resultado dista de estar a la altura de la primera, pero no se puede decir que se haya perdido aquel espíritu lúdico que poseía.
Genérica, algo lenta y desprovista de carisma. Aunque esas batallas de Jaeger vs. Jaeger pueden mantener entretenido a cualquiera. No es mala pero está muy lejos del nivel de su antecesora. Hace 5 años el director Guillermo Del Toro (casi) cumple el sueño de todos los nerds que ansiaban un film live action de Neon Genesis Evangelion. El cineasta mexicano fusionó su pasión por las películas de kaijus y las series animadas de mechas para brindarnos un festín de monstruos gigantes luchando contra robots enormes. Poner semejante historia en manos de un realizador de menor talento habría resultado en un simple pastiche de referencias y homenajes, pero Del Toro se despachó con un film que exhibe orgulloso sus influencias sin resignar su identidad y el estilo propio que tanto caracteriza al director. Titanes del Pacífico (Pacific Rim, 2013) fue un éxito de taquilla que cosechó más de 400 millones de dólares —fue especialmente exitosa en China— y críticas generalmente favorables. Semejante tanque parecía ser una franquicia exitosa asegurada, pero por diversas complicaciones de calendario y distribución la película fue puesta en el freezer por tiempo indefinido. La venta del estudio Legendary Pictures a capitales chinos reflotó la posibilidad de una secuela de Pacific Rim pero para ese momento el protagonista Charlie Hunnam estaba ocupado con King Arthur: Legend of the Sword y Del Toro estaba en pleno rodaje de la película que le daría el Oscar: La Forma del Agua (2017) La labor de dirección cayó en manos de Steven S. DeKnight, productor y guionista televisivo conocido por su trabajo como showrunner en las series de TV Spartacus y Daredevil. Del Toro se mantendría ligado al proyecto en el rol de productor y su guion original de la secuela fue reescrito por el propio DeKnight junto a otras 3 personas. El panorama no parecía muy alentador pero con un nuevo elenco encabezado por actores jóvenes, la película se planteaba como un renacimiento para la franquicia. 10 años pasaron desde que Stacker Pentecost (Idris Elba) sacrificó su vida para cerrar la brecha del pacífico y detener la invasión de kaijus que amenazaban con destruir nuestro planeta. Durante esa década la Pan Pacific Defense Corp siguió creando Jaegers para defender la Tierra en caso de que los kaijus regresen. Jake Pentecost (John Boyega) decidió no seguir los pasos de su padre y vive de fiesta en fiesta, rodeado de lujos que financia robando piezas de viejos Jaegers desmantelados y vendiéndolas en el mercado negro. En uno de sus robos Jake se cruza con la joven Amara Namani (Cailee Spaeny), una huérfana experta en mecánica que armó su propio mini-jaeger llamado Scrapper usando chatarra y partes en desuso. Después de reencontrarse con su hermana Mako Mori (Rinko Kikuchi), Jake se verá forzado a unirse a la PPDC para entrenar a una nueva generación de pilotos de Jaegers junto a su ex-compañero y rival, el ranger Nate Nash (Scott Eastwood). Pero la aparición de un misterioso Jaeger rebelde y la amenaza de nuevos kaijus pondrá en jaque a nuestros protagonistas ¿puede ser que esta vez el enemigo no se trate de un monstruo de otro mundo, sino de algo más cercano?. Innecesaria, tal vez sea el adjetivo más correcto para definir a Titanes del Pacífico: Insurrección. Mientras la película triunfa en un aspecto clave para este tipo de películas —una serie de espectaculares escenas de acción y varias batallas— falla en muchos otros como la construcción de personajes, desarrollo de la trama general y de los arcos particulares de los personajes, etc. La película hace lo que puede para mantener la atención del espectador entre pelea y pelea pero lo que vemos no resulta para nada interesante y el film lo sabe, por eso avanza aceleradamente de una escena de acción a la otra para que no se note lo vacío de su premisa. Los personajes tienen situaciones emocionales o se encuentran ante un gran conflicto para resolverlo simplemente o dejarlo de lado así nomas en cuestión de minutos. El elenco está poblado de unos cuantos actores carismáticos, pero puestos a representar personajes acartonados y clichés. Boyega hace lo que puede en su rol, pero el guion no le da ni un momento que se acerque un 1% al nivel de epicidad del discurso de “cancelar el apocalipsis” y lo único que le queda es hacer su mejor intento para canalizar la buena onda que demostró con su Finn en Star Wars. Scott Eastwood hace de un militar parco y siempre enojado. La única que aporta algo nuevo e interesante es la pequeña Cailee Spaeny con su entusiasmo y fanatismo por los Jaegers. Aunque se tarda su tiempo en arrancar con la parte emocionante y es bastante genérica mas allá de las peleas, Titanes del pacífico: La Insurrección es una buena propuesta para aquellos que busquen un divertido entretenimiento pochoclero plagado de acción.
Luego de haber sido dirigida la primera entrega por el maestro Guillermo del Toro, esta secuela toma elementos de otros filmes similares como “Transformers”, para narrar una historia con pocos argumentos, demasiado larga, y que alcanza sus mejores momentos en la última media hora. En esta película, dirigida por Steve S. DeKight y escrita por él mismo y Emily Carmichael, nos situamos en un mundo post apocalíptico en donde Jake Pentecost (John Boyega), ha vuelto a caer en prisión por ayudar a una adolescente llamada Amara, que intentaba pilotear su propio Jaeger. En estas condiciones se ve en la necesidad de acudir a la ayuda de su hermanastra, Mako Mori (Rinko Kikuchi), quien le ofrece libertad a cambio de prestar servicio como entrenador de una nueva camada de pilotos. Es así como Jake, marchará hacia los cuarteles generales para cumplir con su palabra. Allí se encontrará con Nate Lambert (Scoot Eastwood) y formará parte de una nueva etapa en donde los Jaegers, en cumplimiento de ordenes de las Empresas Shao, lideradas por Liwen Shao (Tian Jing), pasarán a estar comandados a distancia y ya no piloteados por seres humanos. Esta nueva tecnología, despierta el enojo de los pilotos, pero sin embargo no es el argumento principal de la historia, pues una nueva y poderosa amenaza Kaiju se presenta, traición de por medio, para destruir no solo a todos los Jaegers, sino al mundo entero. El plan destructivo deberá ser combatido por todos aquellos que se animen a hacerlo para salvar al mundo del trágico final. Sí, suena cursi, reiterativo, y poco original. Y de hecho lo es. Más allá de los excelente efectos visuales de la película, y los elementos técnicos de primer nivel, en donde participaron decenas de profesionales, el filme no logra sorprender en ningún momento: las escenas de los jaegers luchando no muestran nada nuevo, ni tampoco logran salvar la película el guión ni las actuaciones. Sin embargo, además de algunas escenas bien logradas entre John Boyega y Amara (Cailee Spaeny), los últimos treinta minutos de la película tienen una adrenalina y un ritmo que entretiene bastante, de todas formas, no alcanza para compensar lo monótono que resulta todo el material durante la primera hora. Para los seguidores de la historia, y amantes de las luchas entre maquinas aparatosas, les recomiendo que, sin expectativas, vayan a verla al cine y en 3d, pues hay efectos que sin duda se disfrutan en ese formato.
La insurrección Ya es muy conocida la frase “las segundas partes nunca fueron buenas”, y si bien en los últimos años existieron muchas secuelas que han superado a sus antecesoras, lamentablemente Titanes del Pacífico: La insurrección no es una de esas excepciones a la regla. Si bien esta película no es un desastre ni mucho menos, es bastante inferior a la primera parte, la cual dejó una vara muy alta. Posiblemente esto suceda a raíz que Guillermo del Toro nos malacostumbró, allá por el 2013 cuando estrenó Titanes del Pacífico, una película llena de acción en donde se enfrentaban los Jaegers (robots gigantes) y los Kaiju (monstruos provenientes del centro de la tierra) durante las casi dos horas de duración. Si bien la primera entrega no fue tan aclamada por la crítica, logró acumular una gran cantidad de fanáticos, lo que llevó a que se inicie la producción de esta secuela. Sin embargo, el primer problema llegó cuando del Toro tuvo que hacerse a un lado de la dirección para ocuparse de otros proyectos (como La forma del agua que lo llevó a ganar el Oscar a mejor película y mejor director) y dejar su cargo a Steven DeKnight, conocido por ser el showrunner de la primera temporada de Daredevil. A partir de allí comenzaron una serie de problemas que llevó a que la película quede en standby durante varios meses hasta que finalmente pudiera terminar su producción. Titanes del Pacífico: La insurrección se ambienta 10 años después de los hechos sucedidos en la primera entrega y está protagonizada por John Boyega quien interpreta a Jake Pentecost, hijo de Stacker Pentecost (Idris Elba), que luego de abandonar su carrera como piloto de Jeagers se dedica a contrabandear partes de estos robots hasta que es atrapado y para cumplir su condena debe entrenar a una nueva camada de pilotos, junto a su ex compañero Lambert (Scott Eastwood), hasta que una nueva amenaza Kaiju se aproxima y debe seguir los pasos de su padre. De la primera película los únicos que repiten su papel son Rinko Kikuchi como Mako Mori, Charlie Day como el Dr. Newt Geiszler y Burn Gorman como el Dr. Hermann Gottlieb. Sin embargo, de Raleigh Becket (Charlie Hunnam), el anterior protagonista, ni siquiera hacen mención. Uno de los puntos bajos es que durante casi la primera hora se la dedican para presentar a los personajes, algo que en la primera parte se le dedicó lo justo y necesario ya que la acción y la pelea entre robots y monstruos era la verdadera atracción. Si bien en esta nueva película la acción está bastante presente y hasta vemos enfrentamientos entre Jeagers, los Kaijus, una de las dos atracciones más importantes, no aparecen hasta casi los últimos 40 minutos, en unas batallas que son de lo más destacado de toda la película. Como dijimos al principio Titanes del Pacífico: La insurrección no es una mala película, es solamente un pequeño traspié en una saga que esperemos no haya visto su final y nos presente nuevas aventuras en el futuro para poder ver peleas entre robots gigantes y monstruos.
Aunque sin suerte comercial, la primera Titanes del Pacífico pica altísimo entre lo mejor del cine de aventuras de la década y de Guillermo del Toro (es, por cierto, en su humor y cariño por el espectador, mucho mejor que la festejada La forma del agua). Es raro que se haya realizado una secuela en la que el mexicano aparece como productor, dado que no hizo el dinero que debía. Aquí se vuelve a la pelea entre los monstruos tremendos y los robots gigantes, ese homenaje a las series japonesas de la infancia, y hay tanta destrucción como corresponde a este tipo de películas. La historia “humana” (el protagonista es el hijo del personaje que jugaba Idris Elba) no está mal, pero aquí las cosas son un poco más directas y menos poéticas que en algunas secuencias notables de la primera. Como si alguien le dijera a Del Toro “Mire, estimado: lo que en realidad quería Hollywood era esto”. Lo que transforma esta aventura gigante en una película clase B ejecutada con mucho dinero y algo de nobleza. No aturde demasiado, y eso ya es algo.
UNA SECUELA DE ESTOS TIEMPOS La secuela que es Titanes del Pacífico: la insurrección no deja de ser un cabal reflejo de los tiempos actuales, donde Hollywood piensa la mayoría de los proyectos en función de construir franquicias, aún cuando no haya una necesidad o expectativa de que eso finalmente suceda. Esta segunda entrega, por ejemplo, se concreta no porque haya un público que la pida o un éxito que la justifique, sino más que nada por la terquedad de los estudios involucrados, que además parecieran necesitar gastar dinero y/o rellenar calendarios. En Titanes del Pacífico, Guillermo del Toro había construido un entretenimiento sumamente disfrutable –aún con sus deficiencias en el diseño de los personajes-, que se permitía desplegar superficies lúdicas e imaginativas, sin dejar de lado una lectura política que pasaba más que nada por el trabajo conjunto entre naciones y culturas en pos de enfrentarse a un enemigo común. Era un film donde se intuía la perspectiva entre adolescente e infantil de su realizador, pero también una mirada más adulta que reflexionaba sobre una época donde Oriente y Occidente comenzaban a encontrar puntos de encuentro, tanto desde lo económico como lo cultural. Y aunque hilvanaba un mundo -lleno de múltiples referencias a otras creaciones- con chances de mayor exploración a futuro, también funcionaba como un relato conclusivo, que contaba su propia historia autónoma. Distinto es el caso de esta secuela estrenada casi cinco años después. Y es distinto desde la repetición, porque se nota demasiado que la premisa argumental de Titanes del Pacífico: la insurrección es más bien una excusa, en la que la nueva amenaza de los monstruos Kaiju surge a partir de una traición interna y los que deben enfrentarla es una nueva generación de pilotos Jaegers liderados por Jake Pentecost (John Boyega), el rebelde hijo del personaje de Idris Elba de la primera parte. Hay un indudable intento por parte del director y co-guionista Steven S. DeKnight por construir una dinámica grupal entre los protagonistas, indagando en las tensiones internas entre los individuos, los pasados traumáticos, las relaciones con los legados familiares, la búsqueda de identidades propias y las implicancias del liderazgo, pero rara vez trasciende la superficialidad o la conexión deliberada con su predecesora. Todo es bastante simplista, los cambios en los personajes se dan de manera demasiado abrupta y el carisma (que ya era un problema en la película original) brilla por su ausencia: a Boyega le pesa demasiado el protagónico y luce forzado en su papel, y el resto del reparto (con especial énfasis en el anodino Scott Eastwood) no aporta mucho. Por eso es que Titanes del Pacífico: la insurrección solo alcanza un nivel decente de dinamismo y vigor cuando se zambulle en lo que el espectador espera, que son las secuencias de lucha entre los robots y monstruos. Ahí es donde la segunda parte ratifica una diferencia sustancial con la saga de Transformers: se entiende todo lo que pasa y hay un manejo más que acertado del espacio en relación con los objetos a partir del montaje. Pero eso es apenas cumplir con los estándares mínimos de lo que se podía esperar del film. Lo que imperan son los mecanismos de repetición, en una secuela forzada, que encima se muestra demasiado preocupada por dejar abierta la puerta para la concreción de una trilogía. Titanes del Pacífico: la insurrección es una representante pero también una víctima de estos tiempos, donde la voluntad por armar franquicias se impone a la creación de relatos que se sostengan por sí mismos.
La secuela de “Pacific Rim” (2013) se estrenó esta semana y ante lo visto en pantalla podemos determinar que el film perdió el motor/alma que hizo tan gigantesca y espectacular a la primera entrega. (Atención: Este artículo puede contener spoilers de la película) Guillermo del Toro dirigió hace cinco años un film de puro entretenimiento que nos mostraba cómo la humanidad luchaba mediante enormes robots contra un grupo de Kaijus o criaturas monstruosas que amenazaban con destruir la Tierra y todo lo que ella contiene. Aquella obra protagonizada por Idris Elba y Charlie Hunnam se destacó por incluir personajes definidos y peleas enormes donde la acción se podía visualizar y disfrutar a diferencia de lo que pasa con los films de “Transformers” donde todo es puro corte y vértigo generado por la fragmentación. GDT siempre fue un amplio conocedor del lenguaje cinematográfico y mediante éste supo crear historias que nos hizo emocionar y conmover. Quizás “Pacific Rim” no fue su mejor obra, pero supo explotar el costado del espectáculo y el entretenimiento por medio de una trama sencilla pero bien construida y escenas de acción impresionantes que nos mostraban una contienda monumental. “Pacific Rim: Uprising” dirigida por Steven S. DeKnight (“Spartacus”) busca lograr lo que generalmente se proponen todas las secuelas de films mainstream, redoblar la apuesta y aumentar la escala de los sucesos mostrados en la película anterior. Sin embargo, el resultado si bien no es tan catastrófico como los hechos narrados, la obra carece del atractivo o el alma que tuvo su antecesora. En esta ocasión, se nos relatan los acontecimientos que tienen lugar 10 años después de lo que pudimos ver en la cinta de 2013. El planeta vuelve a ser asediado por los Kaiju que controlan la mente del Dr. Newton Geiszler (Charlie Day) y buscan abrir nuevamente el portal para volver a intentar destruir a la raza humana. Ante esta nueva amenaza, los Jaegers, robots gigantes de guerra piloteados por dos personas para sobrellevar la inmensa carga neuronal que conlleva manipularlos, ya no están a la altura de lo que se les viene encima. Será entonces cuando los supervivientes de la primera invasión, además de nuevos personajes como el hijo de Pentecost (John Boyega), tendrán que idear la manera de sorprender al enorme enemigo, apostando por nuevas estrategias defensivas y de ataque. John Boyega, Scott Eastwood y Cailee Spaeny son las nuevas incorporaciones que tiene esta segunda parte y se busca por medio de estos jóvenes actores mostrarnos una nueva batalla interdimensional para salvar a la Tierra. Cabe destacar la actuación de Boyega que se siente cómodo con los blockbusters y la introducción de Spaeny que es una joven que puede llegar a tener roles más importantes en un futuro cercano. Lamentablemente, el resultado no es el esperado ya que un guion bastante genérico y sin sutilezas se encargará de poblar la pantalla durante casi dos horas con muchas dósis de humor forzado en el medio. Esta tendencia a la “marvelizacion” de las historias están arruinando el buen divertimento al que apelan este tipo de trabajos. Por otro lado, en ciertos momentos el CGI tambalea, en especial en la escena en la que se construye el super kaiju del final. No obstante, aquel espectador menos exigente encontrará más de lo mismo, mucha más acción (pero menos pensada que la del film de Guillermo) y más kaijus gigantes. El problema está en que se dejó de lado aquel aspecto geek que proponía del Toro como homenaje a “Godzilla”, “Mazinger” y “Evangelion”, y se optó por hacer un tanque que se asemeje más a los films de Michael Bay. DeKnight sacó varios de los componentes enriquecedores que nos dio el film original como aquellos personajes secundarios extravagantes (no nos olvidemos de los cameos de Ron Perlman y Santiago Segura), su eterno amor por el cine fantástico demostrado en la confección de las batallas y las criaturas y ese apego al anime o al cine de género tokusatsu. En resumen, “Pacific Rim 2″ sufre de la salida de su creador para terminar cayendo en manos de un director que construyó un tanque genérico pero entretenido. Un film que seguramente caerá en el olvido por no poder hacerle frente a la sombra de la primera parte.
Recordemos que este film se estrenó en 2013 con la dirección de Guillermo del Toro predominando mucho el anime japonés y tuvo una importante recaudación, ahora es uno de los productores. Esta es una entretenida secuela en la que vemos enormes robots jaeger que luchan contra los monstruos kaiju que vienen de otra dimensión para atacar al mundo, aparecen de una grieta e incluyen impresionantes batallas se van desarrollando a lo largo de la historia. Contiene mucha acción y es visualmente impresionante, hay varias batallas pero la que se desarrolla recreando el monte Fuji es de alto impacto. Personajes de la anterior: Mako Mori (Rinko Kikuchi), Dr. Newton Geiszler (Charlie Day) entre otros, nuevos personajes están quien sigue los mandatos de su padre Stacker Pentecost (interpretado por Idris Elba de la anterior) es Jake Pentecost (John Boyega, quien tiene mucho carisma, “Star Wars”); la debutante adolescente Cailee Spaeny hace todas las cosas típicas de su edad (imprudente, rebelde, inquieta y no mide el peligro); Scott Eastwood (hijo del actor Eastwood); la actriz puertorriqueña de origen guatemalteco Adria Arjona (hija del cantante Ricardo Arjona) estos dos últimos no expresan mucho. Su ritmo es vertiginoso y contiene mucho humor. Hay drones, edificios, autopistas, estupendas locaciones, la música y el sonido están logrados, los espectadores que busquen todo lo comentado lo tienen pero contiene poco suspenso, tensión y argumento. Seguramente dará buenos réditos económicos por lo tanto es posible que en la próxima entren en acción King Kong y Godzilla.
Un film que no defraudará a sus seguidores pues les ofrece exactamente lo que van a buscar, ya que es muy fiel a la original, tanto en la técnica como en el modo de contar las cosas. Si bien la originalidad es inexistente y los clichés y la repetición están a la orden del día...
Crítica emitida por radio.
Sabemos del amor y la devoción de Guillermo del Toro por el cine fantástico, pero en especial por ese cine de bajo presupuesto conocido popularmente como cine Clase B. Una forma de hacer y escribir nacido prácticamente desde la invención del séptimo arte pero logrando, de la mano de Roger Corman, un concepto sólido establecido en especial en las décadas del ’50, ’60 y parte de los ‘70’. Al menos eso parece ser a juzgar por lo visto también en “La forma del agua” (2017), por la cual ganó el Oscar hace tres semanas. Hablamos de esas ideas estrambóticas de una isla con una araña gigante, o una mujer de cincuenta metros de alto. o un hombre reducido a tamaño microscópico para meterse dentro del cuerpo de otro, era como plasmar en cine todo lo que ocurre en la mente de un niño. Todo ese universo mezclado con el fanatismo por Godzilla y Mazinger Z fueron las piedras basales para que el mexicano pusiese a funcionar el engranaje imaginativo y salir con un licuado de todas esas influencias llamado “Titanes del Pacífico:” (2013). En aquella producción la humanidad se enfrentaba con unos gigantescos monstruos alienígenos salidos de una brecha abierta en el fondo de los océanos. ¿Cómo lo hacía? Creando robots tan grandes como los extraterrestres que pudiesen estar “a la altura” de las circunstancias. El sueño del pibe llevado al cine. Por supuesto que una idea de semejante naturaleza tiene como premisa encontrar la manera más creativa de romper cosas para desafiar a los creadores de efectos visuales. Y cuando decimos romper cosas no hablamos de la vajilla de la abuela, sino de un robot tratando de romperle la jeta a un lagarto foráneo tirándole un barco trasatlántico por la cabeza. Es cierto que esta película era mejor que toda la saga de Transformers junta, pero tampoco era un guión para tirar manteca al techo en términos de conexión entre el espectador y los protagonistas. El eje dramático era débil y por eso al día de hoy en la memoria quedaron tal vez algunas imágenes de espectáculo puro y nada más. ¿Alguien se acordaba de los protagonistas? Llegó la segunda parte, “Titanes del Pacífico00: La insurrección”, y parece que vienen más acorde a como concluye esta. Pasaron diez años, la grieta se cerró (sin eufemismos, no empecemos) y hay gente que vive de vender chatarra de los robots porque hay una parte de la sociedad que no ha sido reconstruida. Jake Pentecost (John Boyega), el hijo del piloto de robots de la primera, anda transando en ese negocio, pero no le va bien. Escapando de gente pesada conoce a una prolífica y precoz niña llamada Amara (Cailee Spaeny), capaz de armar su propio robot a menor escala y de arriesgarse a escapar con él de la policía. En fin. Para no ir a la cárcel, Jake es reclutado nuevamente como entrenador de la nueva generación de pilotos y es llevado a la base militar en donde se reencuentra con un viejo colega y rival, interpretado por Scott Eastwood ( que cada vez se parece más al padre). No hay mucho más para contar porque realmente no lo hay en el guión escrito por Emily Carmichael, Kira Snyder, T.S. Nowlin y el propio director, Steven S. DeKnight. Adolece del mismo problema que la primera en el sentido de lograr empatía con los personajes y la buena chance que había para desarrollar el más interesante de todos, el de la niña, se diluye por la focalización en una rivalidad poco justificada y la flojísima construcción del personaje antagónico, no sólo por la construcción en sí, sino por manifestarse éste casi a la mitad de la película. Eso sí, rompen todo ¿eh? Bajan edificios enteros de una piña, vuelan puentes de un rodillazo, etc. Gran calidad de efectos especiales y visualñes, pero que parecen aislados de lo principal en este género que es poner al espectador del lado de alguno de los protagonistas. En este aspecto, Roger Corman podía resolver un monstruo con una máscara de goma, pero narrar la historia, la narraba.
Y seguimos con las películas pochocleras, bobas y divertidas. Ahora es el turno de la secuela de Titanes del Pacífico – ese homenaje de Guillermo Del Toro a toda la cultura cinematográfica japonesa de los monstruos y robots gigantes -, la cual anduvo floja en Norteamérica (claro, porque los yanquis prefieren los Transformers de Michael Bay en vez de una pelicula hecha y derecha) pero hizo estragos en la taquilla china. Como en USA se ha puesto de moda filmar películas pensadas casi exclusivamente para el mercado externo (especialmente para el masivo mercado chino), qué mejor que despacharse con una continuación co-producida con los mismísimos chinos. Y si la acción y las perfomances son muy buenas, el drama acá es que todo va muy rápido, algunas cuestiones fundamentales del filme original se pasan por arriba olímpicamente, y el guión tiene agujeros enormes de lógica por los cuales podría pasar tranquilamente todo un kaiju. Datahouse Company: el portal sobre management y estrategia de negocios Honestamente, el primer filme tenía un buen argumento, escenas de acción geniales y un par de sorpresas bajo la manga pero, por contra, la pareja protagonista era detestable (Charlie Hunnam tenía carisma cero y Rinko Kikuchi parecía un pollo mojado). Acá Pacific Rim: Uprising tiene protagonistas de muchísima mayor calidad – John Boyega sigue irradiando gracia y honestidad, y la gran novedad es Cailee Spaeny, que tiene una intensidad formidable; esa chica tiene un futuro enorme -, mas carismáticos y simpáticos; el drama es que les tocó un argumento de segunda. Ok, hay una cultura post kaiju donde la gente rapiña las ciudades devastadas por los bichos, los restos de los monstruos se venden en el mercado negro, los renegados construyen sus propios jaegers (¿en serio? ¿cómo hace una piba de 1.50 metros que apenas puede llevar una bolsa de supermercado para poder ensamblar una mole de acero sin tener grúas ni gente que lo ayude?), y hay algunos robots que parecen tener su propia agenda. Como Boyega es el hijo rebelde de Idris Elba (el severo comandante del primer capítulo de la saga), al tipo lo traen a la fuerza para una estación jaeger para que entrene nuevos equipos de pilotos. Por la ventana salió volando todo el drama de la compatibilidad mental entre los pilotos, los que debían ser hermanos, gemelos o padre / hijo para que el vínculo no les hiciera explotar el marulo: ahora cualquiera se conecta al cable como si fuera una Xbox con enchufe USB. Todo el mundo espera que los alienígenas (los Precursores, ahora se dignan en nombrarlos) regresen, pero no cuentan con que hay gente infectada / dominada por los extraterrestres desde la época de la guerra, los cuales se han convertido en colaboracionistas que complotan en secreto. Curiosamente ahí es donde Pacific Rim: Insurrección se mete en una onda visualmente inspirada en Evangelión – la idea de las ciudades que pueden esconder sus edificios bajo tierra; los jaegers hibridos (con cerebros alienigenas mutantes en vez de pilotos) que se transforman en unos robots monstruosos con mandíbulas que me hacen acordar a los EVAs cuando se salían de control -. Lástima que todo eso dura dos minutos porque el libreto – que vive inventando todo tipo de situaciones artificiales para mostrar que hay un complot (¿para qué corno se reúnen en Sidney? ¿qué diantres van a buscar a Siberia?) – decide cancelarlo todo en un instante para que los enemigos sean menos y manejables. La destrucción divierte, Boyega y la chica son bárbaros, el hijo de Eastwood sigue siendo de madera (¿captan el chistonto?), y hay algunos homenajes para los fans del género (como la batalla final en el Monte Fuji), pero la trama no es limpia, y las motivaciones de los villanos son traídas de los pelos. En serio, ¿nadie en la corporación china vió venir la conspiración?. Aún con todo eso, Pacific Rim: Insurrección me dejó bastante satisfecho. Será que uno pasó por momentos horribles hasta hace poco tiempo que ahora precisa un remanso de paz y desahogo, y películas como éstas calzan perfecto para lavarte la cabeza de toda la mier… que existe en el mundo (como le pasaba a mi vieja, que después del divorcio vivía en el cine viendo películas de terror!). El pasatismo es el pasatismo y Uprising no está pensada para hacer historia sino para pasar un buen rato, por lo cual soy amable y le doy un ok y una palmadita en el hombro por ser agradable y tibiamente recomendable.