Conéctame a Internet y verás… No hay duda de que esta película nos resultará muy familiar de principio a fin (y con sólo leer de qué se trata ya damos por descubierta gran parte de su trama). Transcendence: Identidad Virtual tiene como protagonista al Dr. Will Caster (Johnny Depp), que recuerda a aquel pequeño niño robot de Inteligencia Artificial, el film de Steven Spielberg que no fue precisamente el mejor de su carrera. En este caso, sucede lo mismo con Depp y más aún con el primerizo director Wally Pfister (responsable de fotografía de varias películas de Christopher Nolan). Aunque Caster no es un robot, sino el investigador más destacado en su campo, sí se transforma en una inteligencia superior con un poder increíble cuando su organismo muere debido a que una bala radiactiva impacta en su cuerpo en un atentado contra su laboratorio. El objetivo de estos “terroristas” es que Caster no lleve a la práctica su teoría de crear un ser artificial con pensamientos y emociones, una suerte de ser perfecto que todo lo puede. El planteo de este personaje es válido aunque no nuevo. “¿Quién alguna vez no jugó con ser Dios?”, se pregunta. La película así va desentramando una lucha de poderes: el de la moral y la ética, y el de salirse un poco de ambos para ir más allá y lograr cosas nuevas. Este último aspecto será el más difícil de comprender tanto por sus colegas como por los propios espectadores. Este es el momento en que uno debe tomar una postura frente a lo que ve. La idea de base entonces -que lleva un excelente nombre, por cierto- es justamente eso. Trascender, dejar una huella en el mundo y que todos lo recuerden, pero no con cualquier acción, sino con aquella que realmente sirva para el futuro de la humanidad. Aquí yace lo novedoso del argumento que en ocasiones dejará boquiabierto al público por su gran cantidad de efectos visuales. En cuento a Johnny Depp, está bien acompañado por Rebecca Hall, Morgan Freeman y Paul Bettany, pero individualmente quizá le sientan mejor otro tipo de papeles. La ciencia ficción pura no es un género para todos los actores, y él se luce más en roles cómicos e incluso más dramáticos (aunque aquí atraviesa pequeños momentos conmovedores). Hay que reconocer que Transcendence hace una buena lectura sobre las bondades y los contras de Internet (y todo lo que ello implica), las relaciones virtuales que son cada vez más recurrentes, las parejas a la distancia y su comunicación a través de una computadora, y en especial sobre cómo la concepción de vida privada se va desdibujando. El film llega a lucirse en estas cuestiones, pero no alcanza. Si por ejemplo lo comparáramos con Ella de Spike Jonze, en donde Scarlet Johansson y Joaquin Phoenix hacen de pareja virtual perfecta con una inocencia y una carga emocional muy fuerte, en Transcendence nos quedamos cortos porque faltó exploración y profundidad. Ya lo vimos mil veces. Una pena.
Escribir sobre una película como Transcendence es complicado porque se trata de hablar de lo que pudo ser y no fue; de lo que con un poco menos de prejuicio y más libertad hubiese sido un resultado digno y casi de culto. En esto redunda la complejidad, ¿se puede calificar sobre un supuesto o simplemente abstenernos a lo tangible que vemos en pantalla? La ópera prima como director del director de fotografía Wally Pfister podría incluirse dentro de un subgénero (Si es que este existiese) llamado “Misterios y peligros de la ciencia”; aquel que plantea las posibles derivaciones de avances científicos más o menos cercanos en el futuro, siempre con un anclaje en los avances actuales. Esta vez es el dilema de la llamada “Inteligencia artificial”, pero no en el sentido de la megalómana A.I. de Spielberg/Kubrick, sino sobre la posibilidad de prolongar nuestra vida hasta una suerte de eternidad transmitiendo todos nuestros datos genéticos a un sistema informático que imite la inteligencia humana; o por lo menos está es la premisa de la cual parte para luego expandirse hacia otras ramas. Será más fácil si lo explicamos. El Dr. Will Caster (Johnny Depp, más centrado que de costumbre) es un científico especializado en avances informáticos al servicio del progreso humano (o algo así), una eminencia casado con la también científica Evelyn Caster (Rebecca Hall), algo más ambiciosa que él. Durante la presentación de uno de sus proyectos (el traspaso de la inteligencia de un mono a una base de datos), sufre un atentado en manos de un grupo terrorista que decide no asesinarlo en el acto sino deteriorarle su salud progresivamente hasta sí, asesinarlo. En medio del deterioro irreversible de su marido, Evelyn convence a Max (Paul Bettany, quien alguna vez fue promesa de un gran actor), colega y amigo, de realizar con su moribundo marido el mismo experimento que hicieron con el mono. Por supuesto, el mismo da resultado y tras su muerte “física” Will regresa mediante un sistema informático. Pero he aquí el dilema ¿eso que se en una pantalla es realmente Will? Esta idea es sólo el puntapié inicial de las suposiciones que hace el argumento firmado por Jack Paglen (también debutante en el área), ya que a partir de ahí se acumularán varias derivaciones que aquí no develaremos pero que lejos de sorprender, se caen de maduro. Transcendence luce para un ojo agudo como un “remache” de varias historias ya vistas. Tenemos algo (mucho) de esa obra de culto del VHS llamada Ghost in the machine y El Hombre del jardín; algo de la saga Circuity Man; un ambiente lejanamente cercano a la primer Mad Max; más derivaciones que nos hacen acordar a la miniserie o telefilm Los Tommyknockers; una idea cercana al Skynet de Terminator (sobre todo Terminator 3); la versión de Usurpadores de cuerpos de Abel Ferrara con guión de Larry Cohen y Stuart Gordon; por supuesto algo de Matrix; y hasta Star Wars Episodio II entra en el combo. Esta idea de tomar partes de otros films conocidos para hacer algo nuevo no sería del todo desacertado de no ser por un detalle; nótese que, salvando dos o tres inspiraciones, la mayoría de los films nombrados pertenecen al llamado Clase B, a esos títulos que reinaron durante los ’80 y los ’90 en los videoclubes; y justamente eso es lo que falta en Transcendence, espíritu de Clase B. Es más, es una “sana costumbre” que el Clase B se base en éxitos del mainstream para desarrollar sus creaciones y sacar su tajada, algo totalmente aceptado y hasta querible dentro de sus seguidores. Este film cumple con eso a rajatabla, así como con otros preceptos, un argumento descabellado, varias resoluciones arbitrarias, escenas exageradas y sobrecargadas así como el ambiente general, y ramificaciones que cuestan ser tomadas en serio. Pero todo esto, al contrario de restar, sumaría si se hubiese cumplido con la principal regla del B, ser deliberadamente divertido, “berretamente” entretenido; y no, tanto Pfister, como Paglen y por consiguiente todos los actores (a los que hay que incluir a Morgan Freeman y Kate Mara en roles importantes) se inclinan por una estricta solemnidad, casi como si estuviésemos en un largo institucional de las revistas Muy Interesante o Conozca Más; el problema de esa decisión es que sus planteos científicos tampoco soportan un análisis muy profundo. Técnicamente luce correcta, se nota que su director tiene más trayectoria en la dirección de fotografía y hace un buen uso de planos desérticos y un clima gélido para el laboratorio. También se agradece su duración exacta no muy extendida lo que ayuda a que sea un film conciso. Algunos de sus efectos especiales (no es un film que se caracteriza por un gran despliegue visual) también lucen bien resueltos, de superproducción. Transcendence se encuentra en esa complicada zona de los medios, los grises; demasiado descabellada y emparchada para ser un tanque o un film científico; demasiado seria y correcta para ser un entretenido producto para la noche con amigos. Paradójicamente, si se hubiesen tomado el asunto con más liviandad, hablaríamos de otro resultado; tristemente no es el caso.
Ya es hora que las películas que trabajan con ideas sobre la imposibilidad de convivencia entre las máquinas y los seres humanos aporten algo diferente, o, directamente, no se generen. Un discurso sobre la inconexión, el destrozo de los vínculos sociales y la hiperconectividad que aisla cada vez más, viene construyéndose desde la década del ochenta con mejor o peor suerte, y se acumula en bibliotecas sin novedades. Este también es el caso de “Transendence” (USA, 2014), del debutante Wally Pfister (que supo lograr una fotografía maravillosa en “Inception”) en el que hay una pareja de investigadores (interpretada por Johnny Deep y Rebecca Hall) que tratará de lograr la Inteligencia Artificial con el agregado de auto conciencia para así poder controlar el universo. En el camino para lograrla, se verán amenazados por un grupo de radicales, y tras una serie de atentados en masa, que apuntan específicamente a unidades de trabajo/investigaciones tecnológicas, Will Caster (Deep), verá como su cuerpo comienza a deteriorarse al ser rozado por una bala con plutonio. Desesesperada, su mujer Evelyn (Hall) intentará que su marido trascienda bajo la utilización del programa de IA que juntos pudieron llevar y avanzar, y para esto robará todo el equipamiento necesario y eludirá a los controles más estrictos de seguridad. Pero Evelyn no estará sola, el mejor amigo de Will, Max Waters (Paul Bettany), la ayudará a la arriesgada empresa que consistirá el volver a ensamblar la máquina de IA y así conectarla al cerebro de Will antes que muera. Sin escuchar las advertencias de los grupos radicales, encabezados por Bree (Kate Mara, en un papel, una vez más, de “rara”), la “trascendencia” de Will a IA verá la luz y allí comenzará otra historia, porque si en una primera etapa asistimos a una película en la que la épica sobre el esfuerzo por lograr algo imposible como principal tema y con el amor como motor, luego comienza una sobre la exposición de la IA al mundo y su obsesión por controlar todo y el desengaño amoroso estará a la orden de la narración. El error de “Transendence” no es el repetir un discurso ya visto y leído en repetidas oportunidades, sino que cae en la vacuidad de la falta de una síntesis que logre homogeneizar la historia con coherencia más allá de su planteo inicial. Will como IA se vuelve un déspota, que quiere controlar a todos y ganar cada vez más espacios fuera de la máquina en la que habita. Hasta intentará meterse en los cuerpos de los cada vez más pasivos súbditos, que a fuerza de generarles milagros (hace ver a un ciego, caminar a un paralítico, etc.), formarán parte de un ejército con el que intentará avanzar en el mundo. “Transendence” no logra impactar tampoco desde lo visual (como sí lo hizo “Inception”) y ofrece pésimas actuaciones de sus protagonistas (está Morgan Freeman, hiper desaprovechado), a quienes seguramente, como a los espectadores, esta historia nunca terminó de cerrarles. Para ser un Dios en la era del 3.0 a Will le falta mucho, y pese a que uno intenta ponerle atención a una historia tan agarrada con alfileres y líquida, el debut en la dirección de Pfister pasará a formar parte del largo listado de películas de ciencia ficción que hace años no sorprende. En un momento alguien desliza una frase como “las emociones humanas son ilógicas”, este filme también. Aburrida.
Hay algo muy preocupante en Transcendence y esa es la evidente falta de ganas que hubo al producir un vehículo de lucimiento para el debut como director de Wally Pfister, colaborador de Christopher Nolan y hasta ganador de un Oscar por su labor en fotografía en Inception. Con un equipo técnico al tope de su juego y una idea nada novedosa pero interesante, el film proponía un futuro distópico no muy distante, pero en verdad el resultado es una historia trillada y aburrida, que se deja caer una y otra vez al suelo y nunca levanta vuelo. Partiendo de un pálido guión que con su prólogo nos transporta a un mundo devastado por motivos que conoceremos en las tortuosas dos horas de película, la trama escrita por Jack Paglen -en su primer trabajo- no hace muchos esfuerzos porque el espectador se compre la idílica vida de los científicos Will y Evelyn Caster. Absolutamente faltos de carisma y chispa matrimonial para una pareja que lleva junta muchos años, preocupa el nivel de no-actuación de Johnny Depp abandonado a su suerte y engullido por un personaje que no es más que una extensión de su propia persona, totalmente carente de inspiración y, por demás, aburrido. El otro extremo es una joven talentosa como Rebecca Hall que se cree demasiado su papel como abnegada esposa que hará lo imposible para mantener vivo a su esposo a toda costa, incluso cuando su relación parece más fraternal que otra cosa. Algo simplemente no encaja en la pareja, le falta alma, y para una película que tiene como uno de sus ejes principales el amor que se profesan un personaje al otro, es un error garrafal que se paga con creces. El peligro de los avances tecnológicos es el otro pilar fundamental de Transcendence, pero las causas y consecuencias del uso y abuso de dichos avances va perdiendo su tono moral conforme pasa el tiempo y los giros del guión se vayan acumulando. Llega un momento en el cual la credibilidad del espectador simplemente abandona la sala, donde la película entra al cenagoso terreno del cine clase B, hecho que Pfister nunca elige adoptar con los brazos abiertos. El tono solemne con el que empieza y termina el film no le permite reírse de sí mismo cuando todavía hay tiempo de al menos salvar la experiencia cinematográfica. Ni la experiencia y presencia de Morgan Freeman, ni la solvencia de un buen secundario como Paul Bettany, hacen a la producción menos soporífera. Al menos en el campo técnico no se le puede reprochar nada a Pfister, porque su armatoste se deja ver, y la banda sonora de otro oscarizado, Mychael Danna, acompaña las imágenes y la acción con buen ritmo. La expectativa por el debut de Wally era demasiado alta y es por eso que quizás duela demasiado ver el resultado en Transcendence, donde la historia y el guión debieron haber tenido un golpe de horno más fuerte, y en la que la idea resulta interesante -aunque recuerde demasiado a Terminator y otras similares- pero la ejecución es atroz. Johnny, anda buscando otro agente porque acá se acabó el amor por vos.
¡Me casé con una computadora! Si la idea de la ciencia ficción es explorar ideas más allá de los confines de lo científicamente posible, Trascendence: Identidad virtual (Transcendence, 2014) hace un pésimo trabajo al respecto. La premisa de un ser humano sintetizando su conciencia en impulsos eléctricos y subiéndola al internet es atractiva y eleva cuestiones filosóficas valiosísimas, pero la película tiene un interés meramente superficial por las mismas. El hombre de la conciencia digital es el doctor Will Caster (Johnny Depp), quien ha dedicado su vida a desarrollar una inteligencia artificial autónoma e indistinguible de la humana. Luego de un atentado contra su vida le informan que morirá en cuestión de semanas, y decide seguir el camino de todo buen científico loco y convertirse en su propio experimento, “subiendo” su mente a una computadora y de ahí a internet. Los aliados de Will son su esposa Evelyn (Rebecca Hall) y su amigo Max (Paul Bettany), que ni bien descargan al moribundo a una computadora se enfrentan irreconciliablemente entre ellos: la voz electrónica que les devuelve el habla, ¿es o no es Will? ¿Cómo comprobar si una máquina tiene conciencia o no? “¿Cómo saber si un humano la tiene?” responde la aburrida voz de Johnny Depp. Desgraciadamente ni la película ni los personajes están demasiado interesados en responder esa pregunta. La humanidad o artificialidad de Will es un tema que apenas se toca. ¿Qué siente el personaje al experimentar la vida como inteligencia artificial? ¿Qué siente su esposa al estar casada con una pantalla, un holograma, un micrófono? Pasan los años y apenas se nos permiten unas miradas esquivas a su vida íntima. Nunca sabemos qué piensan o sienten. A decir verdad tratan la situación con una sorprendente ecuanimidad. Will y Evelyn vendrían a representar el afán del conocimiento, ya que dedican su tiempo a investigar nanotecnología de punta capaz de otorgar la inmortalidad celular al ser humano… a cambio de una mente colectiva administrada por el todopoderoso Will. El bando opositor, la fuerza motivada por el miedo a lo desconocido, es integrada por una extraña alianza entre Max, un grupo terrorista “anti-enchufe”, el ex mentor de Will (Morgan Freeman) y un agente del FBI (Cillian Murphy) que podría estar pintado y no quitaría nada a la trama. El enfrentamiento entre estas dos fuerzas opositoras es lúgubre, romo y oblicuo. No hay ni tensión ni suspenso. Recorren dos caminos paralelos sin jamás tocarse hasta la conclusión de la película, que es reglamentariamente trágica pero entonces ya es demasiado tarde para que nos interesen los personajes. El mayor problema es el personaje de Will Caster, quien debería ser el más interesante de toda la película y termina siendo el más aburrido. No sólo está escrito de manera que aparta a la audiencia y nos priva de una mirada interna – Johnny Depp no fragua un atisbo de personalidad ni como ser humano ni como inteligencia artificial. Parecería que lo contrataron por su inexpresivo monótono, porque como ser humano no deja una gran impresión. Hay algunas buenas ideas atrapadas en la premisa de la película, y un nivel de competencia general en lo que consta la dirección (es la primera película de Wally Pfister, el director de fotografía de Christopher Nolan). Al menos el final termina de redondear aunque sea una idea clara acerca del tema titular de la película. Pero qué frustrante que es la opacidad del protagonista y la ausencia de un conflicto fuerte. Vean en cambio la infinitamente más humana y ambiciosa Ella (Her, 2013), en la que Scarlett Johansson da vida a una inteligencia artificial con solo poner su voz, y junto a Joaquin Phoenix problematizan cómo se desarrollaría tal relación. Trascendence: Identidad virtual podría haber hecho uso de un foco más concentrado y profundo.
Considerado como uno de los directores de fotografía más talentosos de Hollywood a partir de sus trabajos para Christopher Nolan, Wally Pfister debuta en la realización con una película que comparte ambiciones con, por ejemplo, El origen, pero cuyo resultado final queda a años luz de la maestría del cine de su mentor. No es que este guión escrito por el debutante Jack Paglen carezca de ideas provocadoras. El problema es que, a nivel narrativo, Pfister se queda muchas veces en la superficie a la hora de exponer cuestiones económicas, políticas y, sobre todo, éticas ligadas al irrefrenable avance de la ciencia y los riesgos de su aprovechamiento en términos personales y no en beneficio de las mayorías. El tema de las computadoras y robots inteligentes, que sienten, que tienen conciencia e interactúan con los humanos no es nuevo: desde 2001, odisea del espacio hasta la reciente Ella, pasando por Star Trek, hay decenas de ejemplos. Pfister y Paglen parecen haber visto esos y otros films y haber leído a Isaac Asimov, Philip K. Dick y William Gibson (también hay algo de la figura de Frankenstein) a la hora de elaborar Transcendence. ¿Puede un científico lograr a una suerte de inmortalidad por vía de la tecnología? ¿Puede un genio de la tecnología reencarnarse y convertirse en una suerte de dios todopoderoso y manipulador? Esos son algunos de los interrogantes que plantea -entre elementos de inteligencia artificial, juegos de realidad virtual con hologramas y una apuesta demasiado solemne y pretenciosa- esta película apocalíptica y paranoica de Pfister. El film arranca con la presentación de los tres protagonistas: Will Caster (Johnny Depp) y su esposa y colaboradora Evelyn (Rebecca Hall) son los máximos referentes de la comunidad científica más experimental. El mejor amigo que tienen es Max Waters (Paul Bettany), un experto en neurobiología que funciona además como narrador de la historia. No contento con la veta tecnológica, Pfister le agrega una subtrama romántica y aspectos propios del thriller, que incluyen a unos extremistas neoluditas (liderados por el personaje de Kate Mara) que se oponen con métodos violentos a los científicos, a un veterano experto interpretado por Morgan Freeman y a un agente del FBI (Cillian Murphy) que investiga tanto al grupo terrorista como a las actividades de Will. Son demasiadas aristas para una película que regala un virtuoso despliegue de efectos visuales, pero que se torna demasiado grave, ampulosa y derivativa. Tras una primera mitad que prometía varias cuestiones inquietantes sobre el fanatismo y la omnipotencia, termina apelando casi siempre al trazo grueso y al diálogo didáctico. Promesas incumplidas y, por lo tanto, un resultado frustrante.
Transcendence representa la ópera primera de Wally Pfister, el director de fotografía con el que suele trabajar Christopher Nolan, quien probablemente desarrolló una de las óperas primas más caras en la historia del cine. 100 millones de dólares tuvo como presupuesto este film que es un gran desperdicio de artistas talentosos y recursos. Por la historia que tenían para contar tranquilamente la podía haber hecho por mucho menos dinero. El director Pfister presenta un relato aburridísimo sobre la inteligencia artificial y el abuso de la tecnología que el film de culto El cortador de césped (The Lawnmower Man), de 1992, con Pierce Brosnan, ya había trabajado en su momento con un enfoque argumental mucho más interesante y entretenido. Una producción que costó apenas 10 millones de dólares, que es la mitad de lo que le pagaron a Johnny Depp por brindar otra interpretación olvidable y desapasionada. En el último tiempo parecería que el actor trabaja en estado de coma, como si hubiera perdido todo interés por el cine. Si bien el tema de la inteligencia artificial está bastante quemado en el género de la ciencia ficción, cada tanto aparecen propuestas que le encuentran la vuelta al desafío de hacer algo diferente. Lo pudimos ver este año con Her, de Spike Jonze, que fue una gran película que abordaba esta misma cuestión. Transcendence se plantea como un thriller futurista pero durante los 119 minutos que dura este estreno el director Pfister nunca logra generar tensión o grandes momentos de suspenso con el conflicto que trabaja. La película está muy cuidada desde los aspectos visuales, pero la trama es densa y ni siquiera explora con profundidad los temas que aborda el argumento. Johnny Depp adorna los afiches promocionales con su rostro pero en la película no aporta nada y tampoco presenta mucho entusiasmo en la interpretación de su personaje. Lo mismo ocurre con Morgan Freeman, Rebecca Hall y Cillian Murphy, tremendos artistas, que están completamente pintados en este conflicto. Paul Bettany es el único miembro del reparto que logra sobresalir un poco más dentro de las posibilidades que le brindaba el guión. Si se tiene en cuenta el elenco reunido y el presupuesto que tenía disponible Pfister, su debut como director deja bastante que desear. La idea de la trama no estaba mal, el problema es su ejecución que la terminó por convertir en un bodrio.
Ciberfantasía tediosa se cree trascendente Los experimentos al estilo Frankenstein se adaptan a cualquier época y tecnología, pero la parábola creada hace siglos por Mary Shelley sigue siendo la misma. Este es el principal problema de "Trascendence", que a pesar de aplicar esas ideas a la interacción entre el mundo real y virtual y a las nanotecnologías, no aporta nada sustancial en su premisa. Y por otro lado, la historia que cuenta no tiene el suficiente atractivo como entretenimiento, y para colmo se toma a sí misma muy en serio. Johnny Depp es el científico que, en un futuro cercano, se empecina en demostrar que se puede dotar de conciencia a una computadora. Sus experimentos no son del gusto de una organización de hackers que pasan a la violencia para expresar sus opiniones, y llevan a cabo un violento ataque en el que dejan malherido al protagonista. Moribundo, intenta junto a su amada esposa (Rebecca Hill) algo que nunca se había hecho, subir su propia conciencia al mundo virtual, lo que traerá consecuencias inesperadas y poco deseadas. Es que, una vez "subido" a internet este antiguo genio de carne y hueso convertido en un alma computarizada, se vuelve prácticamente todopoderoso y, con la ayuda de su esposa, colándose en cualquier computadora, red de internet o dispositivo portátil, puede hacer cualquier cosa. Ambos toman por asalto un pueblo abandonado y construyen una base de operaciones digna de esos villanos de James Bond (o de Austin Powers), y por supuesto siempre terminan vencidos. En este caso, en su objetivo por hacer evolucionar al mundo, este Depp virtual se pasa casi toda la película desde pantallas, lo que no ayuda mucho a darle carisma al personaje- tiene la idea de descargar su conciencia en el resto de las personas, lo que lo provee de una especie de ejercito de zombies indestructibles, ya que con sus nuevas biotecnologías toda herida puede ser curada. El director Wally Pfister, habitual fotógrafo de Christopher Nolan, no logra darle ritmo ni mucho menos credibilidad a una historia que sólo tiene destellos intermitentes y que nunca logra intensidad, ni siquiera en las escenas de acción que se vuelven más espectaculares hacia el final. Y el tono pretencioso, que tal vez quiera invocar la trascendencia que sugiere el titulo, vuelve la película más aburrida que otra cosa.
Inteligencias artificiales El Dr. Will Caster (Johnny Depp) está a un paso de lograr la creación de una inteligencia artificial capaz de pensar y actuar como un ser humano, pero al mismo tiempo, usando también la lógica. Por desgracia, su sueño se ve interrumpido cuando sufre un atentado que le condena a una muerte lenta. Entonces, su compañero Max (Paul Bettany), y Evelyn (su mujer, interpretada por Rebecca Hall) deciden salvarlo introduciendo su mente en una computadora a pesar de los riesgos que pudieran suceder. Una vez logrado esto, Will ambiciona más y necesita más, pero la pregunta es: ¿es realmente Will o la máquina ha adoptado su persona para lograr alcanzar el poder absoluto? Como queda anunciado, hay quienes se oponen al proyecto en general y habrá que tengan dilemas morales de los que carece Caster. El director de la película es Wally Pfister, colaborador de Christopher Nolan, quien le permitió que esta sea su primer film, al dejarle el proyecto. Eso explica la presencia de varios actores que trabajaron con Nolan a lo largo del largometraje, como Morgan Freeman, Cillian Murphy, Rebecca Hall. El guión sin duda es perturbador y el futuro de la inteligencia artificial sin duda es un gran punto de partida para una trama. La película sorprende en más de un pasaje y logra que sea creíble aun cuando sus desafíos de lógica son muchos. La ciencia ficción interpela al espectador constantemente, mostrando un futuro que no es otra cosa que la proyección disimulada de nuestro presente. El clima de opresión de angustia se desarrolla principalmente en la primera parte del largometraje, alcanzado allí sus mejores momentos, a todo nivel. Hacía el final, la película tiene muchas escenas espectaculares, muy bien realizadas, pero que le sacan el pie al acelerador de las grandes preguntas que al comienzo el relato proponía. Sobran ideas, pero muchas quedan sin desplegarse del todo. Aun así, un elenco verdaderamente de lujo consigue animar e interesar a lo largo de toda la historia. Como todo buen film de ciencia ficción, queda flotando la pregunta acerca de que tan lejos estamos de que literalmente lleguemos al mundo que describe Trascendence. Mientras tanto, queda claro que la virtualidad es parte de nuestra existencia y ha cambiado en mayor o menor medida el mundo tal cual lo entendíamos.
En TRANSCENDENCE Johnny Depp es WILL CASTER, el investigador más importante en el campo de la Inteligencia Artificial, que está trabajando en la creación de una máquina sensitiva capaz de condensar una inteligencia suprema y las emociones propias de un ser humano. Cuando Caster sea herido de muerte por un grupo terrorista anti-tecnología, su mujer y su mejor amigo trasladarán la conciencia del científico a la máquina, trascendiendo los límites de la condición humana. Este es el punto de partida de este interesante tecno-thriller de ciencia ficción notable en el apartado visual, cargado de buenas ideas con un argumento laberíntico y plagado de giros argumentales que precisa de un espectador atento a cada palabra y secuencia.
El que todo lo ve Will Caster (Johnny Depp) y su esposa Evelyn (Rebecca Hall) son dos exitosos científicos que en su afán por comprender el mundo y su funcionamiento, tratan de ir siempre un paso más allá en sus investigaciones. Ambos trabajan en un proyecto cuyo fin es crear una computadora que combine no solo datos, sino también emociones y acciones que hasta el momento solo pueden ser realizadas por el cerebro humano. Su trabajo con la inteligencia artificial los ha hecho famosos y han ganado grandes admiradores, como así también el odio de un grupo fundamentalista antitecnología que como parte de su extremo accionar atenta contra la vida de Will, quien poco antes de morir decide junto con su esposa y su mejor amigo Max (Paul Bettany) -también científico- conectar su cerebro a la computadora en la que están trabajando. Lo primero que se plantea el trío de científicos es si la idea será posible de ser llevada a cabo, si va a funcionar, y luego en caso de que funcionara, si sería ético crear inteligencia artificial con acceso a internet; lo que significaría no solo una inagotable fuente de información, sino también el acceso a datos personales de millones de personas y una enorme influencia en sus vidas. Al ser una película de ciencia ficción por supuesto que ese proyecto improbable funciona, y a partir de ahí todo es posible; el poder de esta sensible e inteligente computadora parece inagotable, y se convierte en una especie de fuente de súper poderes. La historia comienza con un interesantísimo planteo sobre la tecnología, la capacidad de crear, y la necesidad de entender y conocer, pero a partir de la segunda mitad de la película, cuando el cerebro del protagonista y la computadora se convierten en una especie de Dios falsificado, toda reflexión queda de lado y la película se transforma en una explosión de efectos especiales y una galería de poderes que entretiene mucho, pero desecha toda posibilidad de ver un filme de ciencia ficción de las buenos, de esos que nos hacen pensar en qué nos plantea el futuro, y qué estamos haciendo en el presente. La película cuenta con un gran presupuesto, actores taquilleros, y es visualmente muy atractiva, por lo que el objetivo de los productores parece haberse cumplido y podemos reemplazar la reflexión por el pochoclo y -en todo caso- cuando lleguemos a casa, abrir un libro de Huxley o en todo caso googlearlo, a ver qué nos cuenta.
Una trama de ciencia ficción que plantea el crecimiento de la de inteligencia artificial y como la copia del funcionamiento del cerebro de un de un hombre crea una maquina con infinitas posibilidades pero casi nada de lo específicamente humano. Más interesante al comienzo que al final, con buenos efectos especiales. Buenos actores encabezados por Jhonny Depp.
Transcendence, Identidad virtual, es una fallida propuesta tecnológica que termina más aburriendo que entreteniendo. Una vez más en el cine Hollywoodense se tratan los males que pueden traer los avances de la tecnología, pero si bien el relato comienza de un modo intrigante e interesante, a medida que transcurre la proyección todo se vuelve...
Fuga de cerebros El Dr. Will Caster (Johnny Depp), es un experto en Inteligencia Artificial, casi una celebridad en lo suyo. Está trabajando en la creación de una máquina que tenga su propia conciencia cuando un atentado de terroristas anti-tecnológicos lo deja al borde la muerte. Su compañera en la vida y en la ciencia (Rebeca Hall) decide, forzada por tan extremas circunstancias, transferir toda la información del cerebro del pobre Will al procesador que estaban desarrollando. El experimento, como era de esperar, tiene éxito (en el último momento, justo cuando ella creía que había fracasado, en un cliché más de una lista interminable). Pero claro, el resultado no será el esperado. Se puede pero quizás no se deba, aunque ya sea tarde para volver atrás. El mito prometeico se hace presente, como en Frankenstein y sus innumerables refritos. En una reseña anterior sobre Her en este mismo blog se resaltaba lo fácil que era caer en el ridículo con el tema de las computadoras que se comportan como humanos. El mérito de la película de Spike Jonze pasaba por no fascinarse con la realidad de lo virtual y poner el foco en la virtualidad de lo real. Y hacerlo con el tono exacto de liviandad. Wally Pfister, habitual director de fotografía de las películas de Christopher Nolan, opta por seguir el camino de su principal referente, que se toma todo demasiado en serio. Su debut en la dirección muestra pericia técnica, y nada más, al servicio de un mensaje anti tecnológico. Difuso oscurantismo en el marco de una historia que ya se ha contado demasiadas veces. No la necesitamos. Sus personajes son seres confundidos, no tanto por la ambigüedad de sus actos sino por los vaivenes de una trama intrascendente.
Una película que solo a una computadora podría gustarle. Cuando se anunció que Wally Pfister, habitual director de fotografía de Christopher Nolan, debutaría en la dirección con Johnny Depp a la cabeza del elenco, hubo mucha expectativa, pero parece que la asociación con Nolan les hizo olvidar que, tristemente, el historial de cinefotógrafos haciendo la transición a la silla del director no es lo que se dice favorable (Barry Sonnenfeld si bien tiene sus muertos, es la excepción que confirma la regla). Dicho esto, Transcendence es una película que si bien expone los riesgos de la inteligencia artificial, parece más empecinada en exponerla cerebralmente que emocionalmente. ¿Cómo está en el papel? El Dr. Will Caster (Johnny Depp) es uno de los científicos que mas progreso ha hecho en el campo de la Inteligencia Artificial, pero tiene la mala fortuna de que un grupo de activistas realiza un atentado contra su vida, que le termina dejando muy poco tiempo de vida. Antes de dejar esta vida mortal, junto a su mujer (Rebecca Hall) y a su mejor amigo (Paul Bettany) —ambos también científicos—, Caster sube lo que es su conciencia a una computadora. Eventualmente, el científico fallece, no sin antes comprobar que el experimento resultó. No obstante, cuando su mujer conecta la conciencia de Will al Internet, empieza de este modo un hambre de conocimiento, que aunque inicialmente tiene propósitos nobles (como devolverle la vista a un ciego, dejar como nuevo a alguien que fue molido a palos, etc.), comienza a despertar ciertos malestares de índole ética. Pero el verdadero interrogante que se cuece es si esta nueva conciencia sigue siendo Will Caster. Muchas películas han hablado sobre los peligros de la Inteligencia Artificial, pero siempre, siempre la narrativa fue encarada en función de apelar a las emociones —y sobre todo a los deseos— del ser humano (A.I. de Spielberg y T2 de Cameron son los argumentos más convincentes hasta ahora sobre este tema), y es precisamente eso en donde Transcendence falla. Es una película que carece de humanidad, sencillamente por no conectar con las emociones del espectador y se debe a que esta mas empecinada en demostrar la solidez científica de los escenarios que propone. Las pocas escenas con algo de emoción llegan tarde, y no surten el efecto deseado precisamente por no introducir los suficientes ingredientes por fuera del aspecto científico de la vida de los personajes, sin esto al espectador no le va a importar absolutamente nada lo que les pase. Lloran, se desesperan, tienen miedo; pero el espectador no siente esa tristeza, no siente esa desesperación, no siente ese miedo, porque no se hizo una introducción o una propuesta de tesis apropiada sobre las cuestiones emocionales que claramente tiene, pero que no están demostradas con solidez. Hay una frase de Billy Wilder que engloba perfectamente el problema de esta película: “Si el tercer acto tiene un problema, es porque el verdadero se encuentra en el primero.” Pero este es el problema a grosso modo de la peli. Hay otros problemas de verosímil que le dejan unos buenos agujeros a la trama. Hay escenarios en los que los personajes tienen que tomar una decisión con consecuencias casi apocalípticas y los muestran tomando esa decisión como si nada. Sin trauma, sin dilema, “hay que hacerlo porque no queda otra”. Otro problema se presenta con el personaje de Paul Bettany que no se entiende por qué de golpe y porrazo se adscribe a la causa de los activistas. Pero el mayor de todos los agujeros lo tiene el personaje de Rebecca Hall que en unas escenas mueve cielo y tierra para que no “desconecten” a su marido y en otras se muestra horrorizada y dispuesta a que lo desconecten. No estamos hablando de una progresión dramática o un desarrollo de personaje, sino de una mezcolanza hecha a tontas y a locas que más que exponer el dilema del personaje, lo hace quedar como una histérica. ¿Cómo está en la pantalla? Transcendence no fracasa por la dirección de Pfister, que como es de esperar de un tipo con años de experiencia como DF, tiene ricas composiciones de cuadro y un gustoso diseño de producción, hasta su direccion de actores está bastante bien para un debutante. Pero su problema reside en haber elegido una historia y una temática bastante complicados para su primera experiencia como realizador. En este apartado, y solo en este apartado, Pfister fue demasiado ambicioso. Con una historia más pequeña (Tipo Memento o Insomnia) le hubiera ido mejor. Un director tiene que demostrar que no solo tiene mucha pericia técnica, sino que tiene que saber manipular (si, fea palabra, ya lo sé) las emociones del espectador. Espero Pfister tenga una segunda oportunidad de probar la otra mitad de esta tesitura. Por el costado actoral, Johnny Depp, Rebecca Hall, Kate Mara y Morgan Freeman plantean trabajos actorales dignos que hablan más de su profesionalismo más que una genuina conexión con la trama, pero no es su culpa; el guion simplemente no los ayuda. No obstante, a pesar del mismo, Paul Bettany se las ingenia para insuflarle algo de emoción y empatía y por esto lo considero el trabajo interpretativo mas logrado de la película. Conclusión Cerebral, Carente de Emoción, Confusa, Contradictoria. Una película que teniendo lo suficiente para alternar la emoción con la ciencia, elige poner todas sus fichas a las cuestiones científicas y éticas del conflicto, y termina fracasando por la insuficiencia en desarrollar las emociones de sus personajes. En definitiva, una película que solo a una computadora le podría gustar.
En la década del 50, el cine de ciencia ficción en su primera ola invadió las salas con historias que reflejaban algunos de los temores de la humanidad. O al menos los de los guinistas de Hollywood que empezaron a escribir sobre invasiones extraterrestres, viajes interestelares y avistamiento de OVNIS. Unos años más tarde, el sci-fi comenzó a evolucionar y dirigirse hacia senderos más profundos con planteamientos filosóficos como el de Odisea al espacio de Stanley Kubrick o Solaris de Andrei Tarkovski. La tecnología ayudó a que estas historias se volvieran cada vez más palpables e creíbles para el espectador, y en el camino hasta la actualidad hubo varias producciones que además de funcionar dentro del género invitaban a preguntarnos cuánto de lo que vimos realmente podría llegar a suceder fuera de la pantalla. Nada de todo esto sucederá con Transcendence. Ni hoy ni en un futuro cercano ni lejano. Sería injusto afirmar que los espectadores vamos al cine o vemos una película sci-fi con la intensión de que nos vislumbren con futurología tecnológica o siquiera con pretensiones filosóficas al respecto de nuestro porvenir, nuestra actualidad o nuestro pasado. A veces uno simplemente ve una película con la idea de entretenerse. Y tampoco Transcendence es una buena opción para eso. El director Wally Pfister apadrinado por Cristophen Nolan que aquí obra de productor, debuta detrás de cámara a cargo de un proyecto que parte de un guión y una premisa que prometen un debate ético sobre los límites de la ciencia y la tecnología. Así se presentará al gurú digital de turno, un Johnny Depp en un papel de nerd con credenciales que se convertirá en una suerte de HAL que intentará salvar a la humanidad de sí misma. "Trascender" significa que esta supercomputadora dotada de una inteligencia artificial superlativa cura a los humanos con cualquier tipo de discapacidad con ayuda de nanotecnología (en una clara misconcepción de lo que es la nanotecnología) pero a la vez les quita parte de su humanidad convirtiéndolos en esclavos a la merced de su arbitrio. A veces cuando la historia falla, las actuaciones no están a la altura y la película parece perder interés a cada paso que da, el espectador tiene el consuelo de dedicarse a disfrutar de los esplendores visuales que la tecnología del CGI, la fotografía y el diseño de producción en general proponen. Resulta sorprendente que viniendo del director de fotografía de Christopher Nolan, la propuesta visual sea tan chata y aburrida. El guión de Jack Paglem pierde completamente su rumbo traicionando la identidad de los personajes que ha presentado y mostrando contradicciones que sugieren que la película se escribió de a partes en la modalidad "cadáver exquisito" en donde el guionista de la segunda parte no leyó la primera ni el del tercer acto leyó el segundo acto. Y así un intento de planteo ético sobre la computación y las ciencias aplicadas se dirige a la deriva con un final que roza el absurdo y deja al espectador con más dudas que certezas. Pero no sobre los planteos de la historia, sino sobre la historia en sí.
La trascendencia intrascendente ¿Una de anticipación sobre el futuro de la inteligencia artificial? ¿Una reflexión sobre la identidad, la cibertecnología, las relaciones entre lo virtual y lo real? ¿Un thriller con investigador, revelaciones de falsas identidades y cambios de bando? ¿Una de acción, con resistentes analógicos combatiendo, armas en mano, contra el desarrollo de lo artificial? Transcendence, que para peor y de puro tilinga se estrena en la Argentina con su casi impronunciable título en inglés (“una para la de Johnny Depp”, dirá seguramente más de uno cuando vaya a comprar su entrada), quiere ser todo eso y no es nada. Casi ni es siquiera “la nueva de Johnny Depp”, teniendo en cuenta que el rompecorazones de Kentucky –en la función a la que asistió el cronista, ante cada una de sus apariciones las damas suspiraban, contenían el aliento, aullaban piropos, sudaban y aplaudían– aparece de cuerpo presente unos veinte minutos. Los restantes cien es un montón de bits en una pantalla. Primera película que dirige Wally Pfister, director de fotografía de cabecera de Christopher Nolan, Transcendence: Identidad virtual gira alrededor del doctor Will Caster (Depp, en modo apático). Todo un genio de su especialidad (en Hollywood, el que no es un genio no califica para protagónico), el Dr. Caster está convencido de que la mente humana es transferible. No en el sentido de un Manu Lanzini, sino en cuanto a que se pueden traspolar los códigos que la rigen a un semejante... o incluso a un no tan semejante, como pueden ser una computadora, Internet y una buena conexión. Bastará entonces con que el grupo de anti ciberterroristas acaudillados por Kate Mara (la periodista arribista de House of Cards) cometa un atentado, haya un disparo y alguien infectado de un virus mortal, para que Evelyn, esposa y socia de Caster (Rebecca Hall, pura peca y ojitos melancólicos) decida tirarse a la pileta y probar el invento de su marido, junto al compañero de aventuras de ambos, el doctor Waters (Paul Bettany). De ahí en más todo se despelota, siempre manteniendo el tono muy serio, como de ensayo de Sabato. Y eso que Morgan Freeman no está tan engolado como supo estar en otras ocasiones. Hay mucha pantalla líquida, mucho Depp en pantalla, efectos raros producidos por su mente, que revive cosas a distancia haciéndolas crecer de la nada, como una especie de musgo virtual.
Un viaje a ninguna parte A principios de los años 80, el avance de la cibernética y la computación estimularon la imaginación de guionistas y escritores de ciencia ficción para crear futuros apocalípticos donde la humanidad es absorbida por máquinas que destruyen sus cerebros. La guerra computadoras vs humanos tuvo interesantes resultados cinematográficos como Brianstorm, dirigida por el mago de efectos visuales, Douglas Trumbull, o Tron, de Steven Lisberger. En ambas películas, los humanos eran transportados a otras dimensiones gracias a las computadoras. Más tarde, la serie Max Headrom, mostraba a una computadora imitando al protagonista y tomando vida a través de una pantalla. Hoy en día sabemos, que las máquinas han ganado la gran batalla gracias al Internet, y cualquier película que intentara mostrar en forma ridícula los peligros de la computación, resultaría ingenua e ignorante. O más bien anticuada. Transcendence: Identidad Virtual es la primer película dirigida por Wally Pfister, director de fotografía de Christopher Nolan, que en esta oportunidad solo se involucra como productor ejecutivo, seguramente como apoyo del debutante Pfister. El primer problema que tiene el film es su tono serio y solemne. La pretensión de realizar una obra filosófica que además crea conciencia a las nuevas generaciones acerca del abuso de las redes virtuales y la necesidad de cuidar la energía. ¿En serio es posible creer que hay una moraleja seria detrás de tanta ridiculez? Will Caster – sobreactuado e inverosímil Johnny Depp – es un científico que pretende capturar la conciencia y emociones humanas en el disco rígido de una computadora, para revivir a las personas después que estas hayan fallecido, al menos en el interior de una máquina. Como si fuera un deseo premonitorio, Wil sufre un atentado contra su vida, y antes de morir, su esposa y mejor amigo, deciden grabar sus expresiones dentro de una computadora. Ante la desintegración física, Will “revive” dentro de un espacio virtual y es capaz de atravesar Internet para acumular información, así como limpiar las cuentas de seguridad de millones de personas para construir un centro de comunicaciones gigante en medio del desierto. A través de su esposa consigue su objetivo, pero al mismo tiempo su poder evoluciona y el mundo se muere de hambre. Relato post apocalíptico con una buena idea, pero mal desarrollo, Transcendence es una obra demasiado dialogada, muy extensa, reiterativa, discursiva e incoherente. O el guión de Jack Paglen está lleno de fisuras, o el director no supo como armar el producto final, porque más allá de ser densa, previsible e intermible, lo que más llama la atención es la postura de cada personaje. Como se pasa de ser un villano a un héroe, y de que manera quedan impunes algunos crímenes que se comenten al principio del film. A pesar de contar con un elenco ecléctico, es muy parejo el nivel de ausencia de emotividad. Es notable como todos los personajes tienen siempre el mismo tono. No se ve un cambio justificado en el accionar de los personajes. Pfister juega a ser un deus ex machina, creando universos desde la nada misma. Hay poca evolución e la linea narrativa y al film le falta ritmo y dinámica. También preocupa la falta de humor para distender las acciones. Pfister no se juega por un tono absurdo o bizarro. Lo termina ejecutando casi por accidente, pero con cierta resignación. transcendence-paul-bettany-570x400 Se podría estar horas discutiendo sobre si el hombre controla a la máquina o la máquina al hombre, pero es mejor dejar todo en silencio y seguir escuchando a Hal 9000. No siempre el diálogo constante o los planos de corta duración aseguran un relato fluido, y el film decae en numerosos momentos. El conflicto romántico no es profundizado. Los personajes son buenos o malos, o acaso malos que se vuelven buenos, pero no tienen construcción, son demasiado estereotipados, presentan una sola capa, sin cuestionar lo que los otros personajes mandan a hacer. Existen resoluciones ridículas de algunas escenas, efectos especiales realmente mediocres, y así podemos seguir criticando por horas. Ni el exagerado final o los cómics relief pueden llegar a crear empatía con el espectador. Trascendence, de Wally Pfister nos engaña, promete un viaje liviano, comprometido, entretenido y en cambio se choca con la cuarta pared.
Cyber todopoderoso Demasiado presupuesto y nombres de estrellas para un producto tan poco atractivo como esta ópera prima de Wally Pfister, integrante del equipo de Christopher Nolan y encargado de la fotografía, con guión de Jack Paglen, que toma por un lado el intrincado y polémico universo de la inteligencia artificial y por otro esboza el planteo ético acerca de los alcances y limites de los avances de la ciencia. La frontera entre el hombre y la máquina; esa suerte de continente aún sin explorar del todo, han sido cooptadas como tópico y elemento distópico de la ciencia ficción y particularmente desde el cine con el claro ejemplo de 2001, odisea del espacio. Ahora a esa premisa siempre permeable a levantar vasos comunicantes con otros asuntos también explotados por la ciencia ficción se le suma la radicalización del pensamiento a partir de los extremos y fundamentalismos que chocan no sólo en el campo de las ideas sino desde la acción per se bajo la máscara del terrorismo tecnológico o los activistas anti tecnología. Bajo esas coordenadas binarias, poco o nada se puede desarrollar y ese es el principal escollo que no logra superar Transcendence, identidad virtual, con un Johnny Depp desganado en el rol de un científico, Will Caster, que apuesta a la idea que las computadoras tengan conciencia propia en pos de una evolución del pensamiento en el que una computadora todopoderosa logre aunar la inteligencia colectiva de todos los hombres capaces y así llevar a la humanidad a otro estadío. Claro que a esa utópica proeza tecnológica y humana se opone un grupo de hackers extremistas, quienes alertados por el peligro del avance de la ciencia y la neurociencia organizan un ataque a modo de boicot pero con el objetivo de eliminar la mayor amenaza: Will Caster. El envenenamiento radioactivo lo condena a una muerte rápida pero antes de desaparecer de la faz de la Tierra y alentado por su esposa Evelyn (Rebeca Hall), junto a la inestimable colaboración de otro científico y amigo, Max Waters (Paul Bettany), coordinan un procedimiento para trasplantar la conciencia de Will a una computadora denominada PINN, con el objeto de que su obra continúe y por supuesto su legado. Pero un científico con síndrome de dios o una relectura moderna del complejo de Frankenstein no son alicientes sólidos como para avanzar en una trama lineal que no consigue superarse a partir de sus planteos profundos a nivel ético o hasta pseudocientíficos que encuentran las respuestas más elementales y reduccionistas, con pretensiones de filosofía o metafísica y en un registro que no abandona una solemnidad tediosa, apenas transitable para los márgenes de la tolerancia. Dónde empieza la personalidad y termina la conciencia, interrogante que se encargó de explorar hasta las últimas consecuencias la gran película Ella, de Spike Jonze, tal vez hubiese encontrado en Transcendence otro costado siempre arraigado a la ambición humana y a la necesidad de prevalecer más allá de los límites de la propia existencia. Sin embargo, bajo la escueta dinámica de los acontecimientos y las acciones, el relato se achata y ameseta en el territorio del thriller cibernético que nada aporta a pesar del despliegue visual, que tratándose del debutante Wally Pfister tras la venia de Nolan cumple pero no satisface las expectativas.
Fantasma en la máquina No es patrimonio del cine ni la cultura copy paste. Las críticas, buenas o malas, se expanden cual efecto dominó con un veredicto que puede ser absurdo. El debut de Wally Pfister, director de fotografía cuya estética atraviesa un amplio arco (del cine clase B de Night Rhythms e Instintos animales a Inception y The Dark Knight, de Christopher Nolan), fue víctima de esa obstinación. Transcendence, cierto, lleva impreso el código de barras de ópera prima, no por aspectos técnicos, en los que el autor derrocha experiencia, sino por un palpable titubeo y la repetición de arquetipos. Sea como fuere, el film, igual que la serie Black Mirror y Her de Spike Jonze, sigue los postulados del teórico Raymond Kurzweil, que prevé una inminente interfaz cibernética para el cerebro humano. Y Transcendence muestra ese futuro sin grietas. En la línea del propio Kurzweil (¿homenaje o inspiración?), Will Caster (Johnny Depp) es un genial investigador y empresario, un filántropo que un poco, convengamos, por razones de fuerza mayor, cede el cuerpo a la ciencia. El amor de Evelyn (Rebecca Hall en uno de sus mejores papeles) hace imposible la idea de perder a Will y junto a su socio Max (Paul Bettany) lo resucitan en una computadora que expande su conciencia a través de Internet, crea un centro de investigación y regeneración de órganos y se perfila, progresivamente, como un Frankenstein dispuesto a reinventarse en la faz de la tierra. Este es el núcleo del guión de Jack Paglen: ¿la tecnología es un cambio para mejor o es la recta a la deshumanización? Mientras un grupo de luditas cree lo segundo, Will crea una naturaleza transgénica de una belleza que alcanza a Terrence Malick a través de Upstream Color de Shane Carruth. Pese a sus imperfecciones, Transcendence es un film honesto, envolvente y convencido. Un promisorio debut, sin duda.
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Una mente brillante Los planos iniciales de Trascendencia: Identidad virtual prometen algo que el filme luego no cumple. Las imágenes primeras funcionan como postales de una urbanidad destruida, abandonada, una ucronía social causada por un desastre tecnológico que acabó con la energía del mundo. Pero esa punta lleva a un ovillo enredado. Como un gran flashback, el relato muestra el origen del desastre mundial, que se circunscribe a una historia íntima. Will Caster (Johnny Depp) es un científico que trabaja con la inteligencia artificial y junto con su esposa, Evelyn (Rebeca Hall), investigan las posibilidades de "cargar" la información de la mente humana (recuerdos, emociones y toda la singularidad de un individuo) en un programa. Más tarde, un grupo terrorista anti-tecnología dispara una bala letal a Will, y su esposa y su amigo Max (Paul Bettany) hacen realidad el proyecto, convirtiendo a Will en un software sensible. A partir de ese momento, el personaje de Depp se convierte en una cabeza parlante que interactúa con su mujer desde las pantallas. La ambición de Will comienza a crecer y su deseo de viralizarse, de "estar en todos lados", lo convierte en un aspirante a la divinidad digital. Así, el guion de Jack Paglen surfea en una trama de ciencia ficción que incluye planteos románticos, filosóficos, políticos y, por si faltaba algo, también religiosos. El enfoque del relato se dispersa como la mente del mismo Will en millones de bytes, e impide el desarrollo de una buena idea original. Como una versión más solemne y pretenciosa de Her (la película de Spike Jonze sobre un hombre que se enamora de un programa de computación) Trascendencia: Identidad virtual pone el peso de sus escenas en Rebeca Hall, que resiste solita-mi-alma la mayoría de los planos de la película. A su alrededor hay todo un elenco desaprovechado, desde el mismo Paul Bettany, hasta Cillian Murphy, Kate Mara y Morgan Freeman, cuyos personajes orbitan alrededor de la pareja. Y si los roles de Johnny Depp se dividen entre aquellos a los que les da todo y aquellos a los que apenas les presta su cara (tomando como el primero a Jack Sparrow y como el último al personaje insulso de El turista), esta historia está más cerca del segundo caso. Sin embargo,Trascendencia: Identidad virtual tiene sus virtudes, entre las que se destaca su idea original y un sutil trabajo de efectos visuales, que prueba la pericia del trabajo anterior de su director, Wally Pfister, como responsable de fotografía de las películas de Christopher Nolan. Esta es su ópera prima, queda toda una carrera por delante.
¿Qué pasaría si la tecnología reemplazará al ser humano? El Dr. Will Caster (Johnny Depp) es un importante investigador en el campo de la Inteligencia Artificial, trabaja para crear una máquina sensible que combina la inteligencia colectiva de todo lo que conocemos buscando las emociones humanas. Juntos con otros científicos su esposa Evelyn Caster (Rebecca Hall, “El gran truco”) y amigo Max Waters (Paul Bettany) además es el narrador de la historia, están investigando hace varios años, para crear el primer ordenador del mundo que piense por sí mismo, y con el tiempo poder curar enfermedades y que el mundo sea mejor para todos. Pero no tarda en aparecer un grupo de terroristas anti tecnología que intentan eliminar a Will, pretenden detenerlo sin medir las consecuencias. Cuando esto sucede él vuelve por medio de la tecnología, porque Will responde a través de la máquina, a la que se encuentra conectado con un micrófono y una cámara para ver y hablar. Ahora el científico Will convertido en una máquina envía mensajes y quienes también están frente a esta situación son Evelyn, Max y en menor medida Joseph Tagger (Morgan Freeman). Cuando esto se manifiesta una organización terrorista pondrá todo su empeño en buscar la forma de destruir definitivamente y así poner fin a lo que podría ser el comienzo de una nueva era tecnológica. Esta es la primera película como director de Wally Pfister, conocido como uno de los mejores directores de fotografía, el ganador del Oscar por “El origen” (2010); los productores ejecutivos son Christopher Nolan y Emma Thomas. Este film se estrenó en Estados Unidos el 18 de abril. La historia intenta tener algunos puntos en común con otros films como: " 2001: A Space Odyssey" (1968), de Stanley Kubrick que dejó sin ninguna duda su sello a lo largo de los años; "A.I.", de Steven Spielberg (2001); “El origen” de Nolan y hace pocos meses se estrenó en nuestro país "Ella"(2013), escrita y dirigida por Spike Jonze. Contiene buenos efectos visuales y fotografía, pero nada del otro mundo. Entre las actuaciones se destacan: Johnny Depp que interpreta a un científico, y sus seguidores logran que su cerebro y su rostro ingresen al mundo virtual de la computación, demuestra una vez más todo su talento en un buen trabajo, aunque por momentos su rostro estático le impide mostrar lo gestual; Rebecca Hall transmite sus miedos, dolor, emociones e intenta inquietar; Morgan Freeman tiene poca participación, súper desaprovechado y el resto del elenco acompaña. Su relato es post apocalíptico y por momentos resulta reiterativa, otros de los problemas que tiene el film es que le falta desarrollo de las subtramas, entre otras fallas del guión.
El director de TRANSCENDENCE, Wally Pfister, es el habitual director de fotografía de Christopher Nolan. Y en ésta, su primera película como realizador, parece haber tomado la posta estílistica del director de INCEPTION. El problema es que Pfister parece haber mantenido las cosas menos interesantes de Nolan y dejando de lado las mejores. TRANSCENDENCE no es una mala película ni mucho menos, pero es un producto fallido, que estética y narrativamente no está nunca a la altura de sus ambiciones temáticas. El cine de Nolan se caracteriza por su seriedad y ambición temática, por su complejidad argumental y por su potencia visual. Pfister, responsable en cierta medida del look de la trilogía BATMAN (bah, de todo lo que ha hecho Nolan desde MEMENTO), mantiene en este filme de ciencia ficción el tono oscuro y opresivo, y a la vez se plantea un relato ambicioso acerca de las consecuencias que puede tener el uso indiscriminado de la inteligencia artificial en un futuro cercano, pero lo que no logra es que sus imágenes vibren, respiren cine. Es una película ausente de vida, letárgica y explicativa, que al no involucrar al espectador en lo que narra se vuelve solemne y pomposa cuando debería ser intensa y atrapante. TLa película plantea el conflicto entre científicos que quieren investigar la inteligencia artificial creyendo que servirá para salvar al mundo y un grupo de hackers que harán lo que esté a su alcance para frenarlos. Johnny Depp encarna a Will Caster, un prestigioso científico que está avanzando mucho en la investigación junto a su esposa, Evelyn (Rebecca Hall). Pero es atacado por los hackers y, herido de muerte, decide junto a su mujer que la mejor forma de “preservarlo” es subir su cerebro a esta red inteligente. Lo que sucederá después –el Will virtual empezará a volverse más y más poderoso e influyente– será el núcleo de esta complicada narración en la cual se ponen en juego, además de las cuestiones ya citadas, la relación de esta extraña pareja constituida por una persona real y una virtual. La trama dará unos peculiares giros tratando algo forzadamente de demostrar los peligros implícitos en darle demasiado poder a las máquinas, pero la intriga generada por estos temas clásicos de la ciencia ficción (de Ray Bradbury a Philip Dick, pasando por referencias cinéfilas, de FRANKENSTEIN a A.I., de Spielberg/Kubrick, hasta la reciente ELLA) vuelve siempre curiosa a la propuesta: ¿cuándo una copia deja de parecerse a un original? ¿existe “el fantasma” en la máquina? ¿dónde se separan cerebro y “alma”? El problema es que todos estos temas están planteados en la película de una manera directa, en diálogos obvios e imposibles, pero sin lograr volverlos efectivos como parte de la historia, algo que muchas veces le sucede también a Nolan, especialmente en la similar INCEPTION. TRANSCENDENCEPfister tiene la inteligencia como para no plantear el conflicto de una manera básica y simplista. Reconoce los potenciales “logros” de la tecnología, pero también deja en claro que sus beneficios pueden tener consecuencias peligrosas, especialmente en aquellos que, aprovechando sus beneficios, no se atreven a cuestionarlos. Lo mismo sucede con la relación entre “Will” y Evelyn: al evitar convertir al personaje de Depp en un villano clásico y al poner en primer plano las dudas de su mujer respecto a qué hacer con él (del otro lado de la ecuación están tanto el FBI como los hackers y otros científicos, con actores desperdiciados como Morgan Freeman, Paul Bettany, Kate Mara y Cillian Murphy), Pfister se las ingenia para crear una ambigüa situación tanto ética como moral. El problema es que no ha construido los elementos narrativos para sostenerla. Lo más interesante de TRANSCENDENCE, de algún modo, tiene que ver con su inteligencia política. Una película sobre una pareja poderosa (él muerto pero de algún modo vivo, ella su heredera) que quiere hacer “el Bien” pero para lograrlo necesita convertir a todos en un ejército de fieles zombies sin capacidad de decisión propia tiene su actualidad y potencia. Cualquier similitud con cierta realidad, claro, es pura coincidencia.
Para ser sintéticos, se podría simultáneamente darle una definición al filme y establecer el punto de análisis al presuntuoso discurso que intenta instalar alcanzaría con invocar a la poesía del cubano Israel Rojas ”Podrán sembrarnos la vida con tecnología, pero seguiremos llorando como un Neandertal”… El problema es que por no querer encasillarse en ningún género queda fuera de todos y termina en la intrascendencia absoluta, pero por sobre todas las cosas es una producción que intenta sostenerse desde la solemnidad de un discurso moralizante, no solo sobre el abuso en el uso de la tecnología sino sobre el mal uso de los recursos naturales, todo junto, pero mal realizado. “Transcendence: Identidad virtual” es la primer película dirigida por Wally Pfister, director de fotografía de casi todas las producciones de Christopher Nolan. Esta realización venia precedida con una muy buena expectativa, sea por los actores, sea por la idea, y tal esperanza se ve cumplimentada y satisfactoria durante la primera media hora. Luego de la presentación del relato, ubicado en un futuro posible, apocalíptico por cierto, nuestro narrador Max Waters (Paul Bettany), un científico sobreviviente, nos enumera (tal cual) el estado de las cosas, o sea no se vislumbra sentimiento alguno, para luego contarnos cómo se llego mediante la implosión de Internet a este apocalipsis. Will Caster (Johnny Deep) es el investigador científico más importante en el campo de la inteligencia artificial, durante una clase magistral en una universidad es atacado por un fanático contrario a los avances tecnológicos y a su mala utilización., todo un terrorista con conciencia “analógica”. En su intento de continuar con el proyecto de Hill, con el aporte de su esposa Evelyn (Rebeca Hall), ayudado por Max, amigo y colega de ambos, cargan su conciencia, sus conocimientos, todo aquellos que se pueda extraer de su cerebro en uno de esos programas, y esto termina adquiriendo implicancias peligrosas ya que se olvidó de cargar su alma, su ética y la moral. Bueno, del alma también se olvidaron el guionista y el director ya que a partir del primer punto de quiebre narrativo, casi a la media hora de comenzada la proyección, la narración se transforma en una especie de thriller anodino, previsible, aburrido, con cruces de géneros de producción romántica que termina ganándole a todos los otros géneros, pero que finalmente no ayuda al producto. Los personajes no tienen dobleces, o son buenos por antonomasia o malos por axioma, con una buena presentación de cada uno para estancarse en eso, no hay construcción, menos desarrollo, estereotipados, inmutables y redundantes. Por lo que la película, que posee también estas últimas características, se torna irremediablemente previsible y aburrida. Poco ayuda la presencia de los actores: Johnny Deep se pasea con gesto más que adusto, pétreo durante toda la narración, no tiene matices, ni puede tenerlos ya que la mayor parte de su presencia en pantalla es, valga la redundancia, en la pantalla de una computadora; Rebeca Hall demuestra sólo tristeza y que su belleza esta intacta; mejor suerte tuvo Paul Bettany, cuyo personaje al menos muestra un quiebre y un pequeño cambio en su desarrollo. Ni la estampa de Morgan Freeman (vio luz y entró) puede levantar el tono o la dinámica de la realización.
(In)Trascendente ¡Semejante título! Desde su nombre, Transcendence: identidad virtual parece declamar al espectador con un tono sobrio, conceptual. La TRASCENDENCIA, ese tema tan longevo como la historia sobre el cual se ve tentado más de un artista por tratar de abarcarlo, se presenta como una tentación inevitable para quienes osen sumergirse en sus profundas y pantanosas aguas. La cuestión es que ante semejante ambición, el problema radica en que hay que saber desmarcarse del desarrollo del concepto y profundizar sobre los personajes que se enfrentan a este dilema. De lo contrario, se tiene el desarrollo de un concepto que engloba a personajes que son marionetas en tramas vacías, sin vida. Lo que sucede con la ópera prima de Wally Pfister, experimentado director de fotografía que trabaja a menudo con Christopher Nolan, es que hay una tensión constante entre el bodrio conceptual al que habría podido caer y la narración de ciencia ficción con personajes interesantes que podría haber sido. ¿El resultado? Un film irregular con hermosos encuadres pero una pésima edición, personajes chatos, climas que nunca terminan de desarrollarse y actuaciones que no pueden nadar con la corriente en contra y terminan hundiéndose. Seamos justos: la historia tenía potencial en su concepción, a pesar de que presenta semejanzas con muchas otras. Will Caster (Johnny Depp), un brillante científico, crea una forma de entidad artificial pero, a raíz de un atentado que lo pone al borde de la muerte, no podrá culminar su investigación. Para salvarlo, su esposa, Evelyn Caster (Rebecca Hall), propone la posibilidad de utilizar su humanidad para unirse a esta entidad y así trascender la mortalidad. Por supuesto, se corre el riesgo de matarlo en el proceso (de lo contrario, ¿dónde estaría el drama en la decisión?), pero debido a que la situación de Will es insalvable, deciden probar el experimento. La cuestión es que funciona y la película relata las consecuencias de lo sucedido, manejándose por los lineamientos previsibles en lo que concierne a planteos éticos. No hay nada sorprendente porque la película parece confiar plenamente en el atractivo del concepto y todas las subtramas restan en lugar de sumar a la historia de Evelyn y Will. Difícil distinguir los giros o convicciones de los personajes de Paul Bettany, Morgan Freeman o Kate Mara, porque nunca cobran relieve en la narración o se ven sujetos a cambios bruscos que no llevan a ninguna parte. El caso de Bettany y su personaje de Max es una de las razones por las cuales uno se inclina a creer que el guión no tuvo una segunda lectura. Por otro lado, mencionamos la terrible edición, una cuestión ineludible para entender el ritmo soso de la película. Los cortes de las secuencias son, prácticamente en todo el film, anticlimáticos. Esto, que suena abstracto, explica por qué muchos afirmarían que el cine es el montaje: las secuencias que permitirían un mayor aprovechamiento de los actores son cortadas bruscamente o se les interponen planos detalles que pretenden ser descriptivos cuando, en lugar de ello, terminan siendo disruptivos. No hay prácticamente un crescendo dramático porque la película atenta desde lo formal contra ello constantemente. Si encima lo que cuenta no resulta tan interesante, lo que tenemos es un film al que sólo lo puede levantar, precisamente, lo que más lo condena: el concepto, un ancla imposible de llevar para una película tan desprolija. Irrelevante en cada uno de sus apartados, este primer esfuerzo de Pfister es un estreno al que no se le puede rescatar mucho más que algunos elementos de su idea. La forma en que está desarrollada es otra cosa y se encuentra lejos de resultar interesante.
Hombres o máquinas Trascendence: Identidad virtual es uno de esos misterios que asolan la pantalla todas las semanas. El carácter misterioso no se deriva de la oscuridad del tema de la película o de su naturaleza insondable, ni tampoco del alcance de su ambición, ni de su originalidad, ni de su rareza. Lo que ocurre es más bien todo lo contrario. El verdadero misterio relacionado con Transcendence: Identidad virtual resulta ser su mera existencia. La película cuenta la historia de un científico (Johnny Depp), una eminencia a nivel mundial especializada en investigaciones sobre la llamada “inteligencia artificial”. El hombre es asesinado por una banda de militantes antitecnológicos pero logra algo así como introducir su cerebro en la red y viralizarse inmediatamente por el mundo. Desde su nueva condición, el científico encanta primero a su mujer (Rebecca Hall), que apenas ha tenido tiempo de asimilar la pérdida, y despierta enseguida las sospechas de su colega y mejor amigo (Paul Bettany). La idea que se pretende hacer pasar por novedad es la de que la máquina y el humano encuentran una unión definitiva sin que se sepa cuál porcentaje corresponde al humano y cuál a la máquina y qué porción prevalecerá sobre la otra. El grupo de hackers parece tener razón en un principio, al haber advertido el peligro de una ciencia puesta al servicio de una eficiencia despojada de valores morales. Pero su caracterización como “luditas” del siglo veintiuno, dispuestos a combatir con metodologías violentas el avance tecnológico para volver a un improbable estado edénico, los reduce a un papel ambiguo del que la película no termina de hacerse cargo. Transcendence: Identidad virtual es un producto lujoso que carece prácticamente de cualquier atributo de los que acostumbran a estar presentes en los tanques de Hollywood, incluso los que damos por sentados. La trama es trabajosa, el arco emocional es fallido; la riqueza de detalles que suele aportar una gran producción se ve opacada por la torpeza del montaje y la falta de una dirección medianamente competente en las secuencias de acción. La emotividad discreta que aporta algún que otro plano de la película, con el personaje de Bettany recorriendo una ciudad devastada por la falta de energía, y después un par de escenas con Hall (sobre todo ella), recuperando la imagen de su marido en una pantalla, se diluyen penosamente en la gravedad y la falta de espíritu del conjunto. Transcendence: identidad virtual no tiene un gramo de humor o de audacia, ni los quiere tener, pero tampoco tiene gracia ni generosidad como espectáculo. Su tono de fábula falsamente humanista no logra disimular el carácter mercantil de una película concebida a partir del señuelo de un tema que se presta a priori tanto a la temeridad especulativa como a la ñoñería. Una gota de agua que se desprende de la punta de una hoja en cámara lenta mientras se oye la monserga pseudopoética de Bettany nos advierte desde el minuto uno hacia qué lado se inclina la película.
Jugar con los dados de Dios “¿Acaso usted está pensando en crear un nuevo Dios?”, pregunta el miembro de la audiencia. “¿Acaso no es lo que la humanidad ha hecho todo el tiempo?”, contesta el doctor Will Caster, personaje protagónico de “Transcendence: Identidad virtual”. Y esa réplica nos coloca en la tónica principal del filme y nos lleva a dos títulos que los lectores (aunque sea de solapas) podrán reconocer: por un lado el “Fausto” de Johann Wolfgang von Goethe, y por el otro “Frankenstein o el moderno Prometeo”, de Mary Wolstonecraft Shelley. En uno se ve el pacto con el Diablo a cambio de la sabiduría, y en el otro alguien que se arroga el derecho divino de crear vida, y remeda en el título a aquel que desafió a los dioses en la mitología griega. Fronteras Ahí nos aproximamos al tema: la tensión entre lo que la mente humana puede crear como forma de alejarse de lo humano, justamente. Ese tal doctor Caster del que hablamos en el comienzo no es otra cosa que un cientista de vanguardia en el área de la inteligencia artificial: su línea de trabajo está en la búsqueda de crear un computadora autoconsciente, “sentiente”: un alma artificial. Hay otros que trabajan en áreas aledañas, como Thomas Casey, que ha logrado replicar la psiquis de un mono, y Max Waters, amigo de Will y su esposa Evelyn (aunque la mira con sospechoso cariño) cuyo principal foco está en aprovechar esos avances para la cura de enfermedades, pero no está tan convencido con jugar a la divinidad. También está Joseph Tagger, que ha sido el maestro de todos y mira como un viejo gurú estos proyectos, Los que no los ven con tan buenos ojos son unos terroristas antitecnológicos conocidos como Rift, con la particularidad de provenir (al menos su líder Bree) de los equipos de desarrollo tecnológico; quienes vieron que se estaba jugando con el fuego de los dioses y no tienen la mejor idea que apagar la mecha de la manera más violenta. Así cometen una serie de atentados, envenenando a Caster con una bala embebida en polonio, poniéndolo en una situación terminal. Ante las puertas de la muerte, Evelyn -con la renuente colaboración de Max- convence a Will para replicarlo en unos servidores. Ahí nace otro debate en el que podríamos involucrar a fisiólogos y gurúes de la espiritualidad: ¿Es acaso el conjunto de las memorias, de las sensaciones y los recuerdos que alguien ha tenido, la persona misma? ¿Somos nosotros mismos una vez desprendidos de nuestro cuerpo, de nuestras hormonas, de nuestra química orgánica? Etapas Walter Pfister debuta en la dirección luego de ser director de fotografía de Christopher Nolan (quien lo apadrina desde la producción ejecutiva) sobre guión del también debutante Jack Paglen. La historia está bastante lograda, siempre trascendiendo, evolucionando, tal como su protagonista. Arranca con un pequeño flashforward, que de alguna manera transforma todo el relato en un flashback. Después, varios hechos inconexos se van uniendo hasta juntarse en el planteo inicial de la cinta, y va subiendo hasta alcanzar el momento que permite el mayor despliegue visual, con el desarrollo nanotecnológico, el mismo que va a llevar al estadio final. Hay algo bastante peculiar en la relación entre el gobierno estadounidense y los terroristas que puede asustar a algún cerebro de las agencias, de sólo pensar en estar del mismo lado que los peores asociales (ya en “Akira” de Katsuhiro Otomo vimos que más que el gobierno es su mejor amigo el que busca detener al “suprahumano”). Por ahí, lo único extraño es que como veríamos en otras cintas, de querer librarse de un enemigo así el aparato estatal estadounidense tiraría una bomba atómica y sanseacabó. Corporeidades Parte de la gracia está en la elección de Johnny Depp para un personaje muy particular: en su registro más sobrio, alejado de sus muy celebrados tics, en su carácter más seductor, pone al espectador de su lado, de parte de la “aberración” (tal vez sólo Robert Downey Jr. podría haberle disputado el papel). Rebecca Hall como Evelyn construye el perfil de esposa ideal, bonita e inteligente (¿qué combinación, no?), capaz de hacer todo por salvar a su esposo, incluso aquello de lo que después no estará tan segura. Paul Bettany como Max se para en el rol de alguien tan buenazo como para juntarse con los terroristas, o con lo más temible del aparato estatal americano, para cambiar las cosas. Morgan Freeman no necesita mucho para lucirse: el rol de viejo sabio es uno de esos papeles en los que con estar ya le basta. Cillian Murphy puede mostrar poco como el duro agente Buchanan, y Kate Mara como Bree está tan cautivante como siempre, aunque quizás un poco desperdiciada a la luz de lo que demostró que puede hacer en la serie “House of Cards”. Albert Einstein dijo alguna vez que Dios no juega a los dados. “Transcendence” se suma a una lista de obras de la industria cultural que demuestran lo peligroso que puede ser jugar con los dados de Dios.
Transcendence: Identidad Virtual es una pelicula fascinante, no por lo que es sino por lo que pudo haber sido. Plantea un puñado de ideas fabulosas, las cuales desarrolla con cierta decencia hasta el final en donde termina por desgranarse sin mucho sentido. No es ni por asomo el completo bodrio que plantea la crítica - seguramente enemistada con Johnny Depp, el cual viene sumando un fracaso de taquilla tras otro, incluyendo el filme que nos ocupa -, pero tampoco es una película redonda. En todo caso es una pifia gloriosa, un compilado de premisas formidables que hubiera merecido un mejor tratamiento a manos de un director mucho mas experimentado. En sí, la idea de fondo de Transcendence: Identidad Virtual no difiere demasiado de la de El Hombre del Jardín: ¿es posible trasladar el cerebro de un hombre a una computadora?. De ser así, ¿lo que tenemos es un verdadero estado de "transcendencia" - como dice el titulo del filme, el paso del humano a un estamento superior de evolución, liberado del cansancio fisico y las ataduras biológicas y morales, y convertido en un ser de pura lógica, ayudado por la infinita velocidad de los microprocesadores, y capaz de absorber dosis infinitas de información -, o simplemente la emulación de una mente humana conocida?. Tanto El Hombre del Jardín como Transcendence: Identidad Virtual terminan infiriendo de que se tratan de traslaciones reales, con lo cual el ciberespacio se transforma en una especie de Mas Allá virtual. En lo personal me hubiera gustado tomar la postura alternativa - esbozada aquí por Paul Bettany - de que se trata de una inteligencia pre-existente, creada con anterioridad por la computadora, y camuflada de humanidad al correr una emulación de la personalidad de Johnny Depp. Las posibilidades de la premisa son tremendas - ¿el humano seguirá siendo humano o, al verse despojado de su cuerpo y sentir sus poderes ilimitados, se dejará vencer por el deseo de autoridad?; ¿acaso la soledad de su condición - y del ciberespacio - no terminarán por desbarrancar su cordura? -. Y mientras que el filme hace un desarrollo bastante interesante del tema, nunca termina por darle la estatura estremecedora que se merece. A final de cuentas el discurso que esbozan los loquitos anti-tecnología que matan a Depp termina siendo cierto: una inteligencia artificial con conciencia de sí mismo sólo puede terminar por convertirse en una especie de Dios cibernético, un ente deseoso de acaparar poder e información, y sin mayor límite que su propia conciencia para determinar el radio de sus acciones. Ciertamente Transcendence: Identidad Virtual tiene algunas patinadas en el segundo acto, más que nada las que tienen que ver con los tiempos de algunas acciones cometidas por los protagonistas. Montar el Johnny Depp virtual requiere semanas, pero semejante superprograma es capaz de trasladarse a Internet en cuestión de segundos, instantes antes que los ecoterroristas destruyan el improvisado centro de computos montado por Rebecca Hall. Por otra parte, si tanto los terroristas como el gobierno saben que Depp y señora están montando un supercentro de cómputos en el desierto - con fondos provistos por superoperaciones bursátiles realizadas en Wall Street -, ¿por qué esperar varios años a que terminen de construir todo y ver como el Depp virtual se transforma en una especie de ciber Dios que amenaza a toda la raza humana?. También es cierto que el desarrollo del segundo acto es algo blando: una vez montado el centro de operaciones, Depp se transforma en una hiper inteligencia capaz de crear avances formidables en nanotecnología - lo que le permite ir mas allá de los límites del complejo, sea recreando tejido humano, o incluso infectando y controlando a individuos sanados con dichos nanorobots -, y aunque Depp parece autolimitarse a su propio ámbito (su radio de influencia no va mas allá del pueblo), debería resultar estremecedor ver cómo el tipo va creando su propio ejército, generando una multitud de individuos híbridos que obedecen a su control. En esos momentos Transcendence: Identidad Virtual amenaza por meterse en los mismos carriles de ese gran clásico olvidado de los 70 que es Colossus: El Proyecto Forbin, con una super inteligencia artificial dominando al planeta y teniendo como prisionero a su creador - en este caso, a su esposa Rebecca Hall -. Lástima que el libreto no termina de decidirse por convertir a Depp en un villano sino, en todo caso, en un científico fascinando con su nuevo estado y con las posibilidades que ello le brinda, y por lo cual se ha mareado y ha perdido el sendero original. El climax redime a Depp y transforma a todo esto en una especie de novela romántica con toques de sci fi, aunque resulte demasiado tibio - partiendo de la base que la quimica entre Depp y Hall no es lo que se dice brillante, y dista bastante de ser el romance mas apasionado de la historia del cine -. Desde ya, Transcendence: Identidad Virtual tiene una parva de inconsistencias, comenzando por los alcances de un super virus informático, siguiendo por las seudo mejoras que consiguen los seres infectados por los nano robots de Depp - que parecen haberse convertido en super hombres biónicos capaces de levantar 600 kilos o más, lo cual es físicamente imposible (la carne se desgarraría y los huesos se partirían, a menos que estén hechos de Adamantio!) -, la súbita ceguera de Rebecca Hall que la impulsa a ponerle un modem a Depp y subirlo a Internet, la rápida conversión de Bettany en un terrorista anti tecnológico, (alerta spoilers) o el flojo final en donde todo se resuelve con un par de cañonazos. Si al menos el libreto hubiera ido convirtiendo - de manera lenta y escalada - a Depp en un maníaco sediento de poder, quizás la historia hubiera resultado mas satisfactoria. Digo: ¿si se trataba de una super inteligencia, cómo es que no vio venir que la iban a bombardear?. ¿Acaso todo esto fué solo un complicado intento de resurrección, o había algo más - y que el libreto decidió podar para no convertir a una estrella como Depp en el villano de la cinta -?. Aquí hay mucha tela para cortar, pero el guión decidió irse por el costado menos oscuro (o mas políticamente correcto), lo cual no es lógico. Tal como pasaba con el Doctor Manhattan en Watchmen - y lo cual no deja de ser una evolución de lo que le ocurría a Griffin en el clásico El Hombre Invisible -, cuando un ser humano cambia de estado, automáticamente pierde su humanidad. Al principio sus costumbres, sus reglas morales, su conciencia permanecerán pero, al ver que nadie puede ponerle un freno - y que su poder es ilimitado -, resulta imposible no deshumanizarse con el correr del tiempo. El Will Caster de Johnny Depp es demasiado racional y reprimido para ser un ente que ha permanecido al menos 5 años en un estado virtual, pleno de poder ilimitado. ¿Qué le impide transformarse en un reglador de la humanidad, un ente capaz de acabar las guerras, la injusticia, el hambre? A final de cuentas, es un ente hecho de pura lógica, lo único que se encuentra barnizado con un tinte de humanidad. (fin spoilers). Yo le daría una segunda oportunidad a Transcendence: Identidad Virtual. Es posible que en un futuro resulte revalorada o que, al menos, sirva de inspiración para que alguien realice un desarrollo mas profundo del tema... el cual resulta apasionante pero que aquí sólo conseguir obtener una escritura a media tinta. - See more at: http://www.sssm.com.ar/arlequin/transcendence.html#sthash.JBFCjyGX.dpuf
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Hay trabajos que por querer abarcar demasiado terminan apretando poco. Esto podría ser una síntesis de lo que sucede con Trascendencia: Identidad virtual, película de Wally Pfister, quien tiene en su haber los créditos como responsable de fotografía en los filmes de Christopher Nolan. Dicho planteo surge porque este estreno de ciencia ficción es muy ambicioso con las preguntas que propone, pero nunca se decide del todo ante la encrucijada de convertirse en un producto convencional apto para un gran público, o de perder un poco de imán y tratar de ahondar más en su esbozo filosófico. Protagonizada por Johnny Deep, este último interpreta al científico Will Caster, quien junto a su pareja ("en la ciencia y en la vida", dice ella frente a un auditorio) Evelyn, papel a cargo de Rebecca Hall, se encargan de estudiar y llevar a la práctica la creación de una inteligencia artificial que sea capaz de sintetizar las emociones humanas y generar más poder analítico que todas las mentes que hayan existido. En esto son ayudados por otro científico (Paul Bettany), en un personaje que otorga un equilibrio ante la falta de escrúpulos de Caster en su cruzada por lograr el objetivo. Sin embargo, el atentado de un grupo anti-tecnología lo condena a una agonía gradual pero irreversible, por lo que su mujer decide pasar su conciencia a un procesador. Inmediatamente, comienza a comunicarse a través de la interfaz de las pantallas, y pide que lo pongan en línea, que lo "liberen" en la red. Y allí es donde comienza el verdadero problema. Inteligencia artificial. Como en aquel filme de Steven Spielberg donde Haley Joel Osment le da vida a un niño robot que juega con las emociones, lo que Trascendencia: Identidad virtual pone sobre el tapete es hasta qué punto los avances tecnológicos atentan contra la esencia de lo humano. Hace pocos días también se estrenaba en Córdoba Her, cinta donde Joaquin Phoenix se enamora de un software con la sensual voz de Scarlert Johansson. Lo que implica que ninguno de los interrogantes que surgen de la película constituye algo novedoso, y además está el hecho de que el guión no profundiza en lo conceptual y se tira hacia una estructura más convencional. El futuro, si las cosas siguen así, dependerá en gran medida de los límites que el hombre ponga a la hora de adjudicarle tareas a las máquinas, porque la moral no corre para ellas: las planchas no pueden hacer de nosotros personas sin arrugas. Uno de los puntos altos que hay que adjudicarle a la película es el gran elenco que trabaja en ella: además de los mencionados Deep, Hall y Bettany, se suma la presencia de Morgan Freeman y Kate Mara. Con algunas buenas secuencias de efectos especiales, una duración de dos horas que podría haber sido un poco menos y algunos baches promediando la trama, Trascendencia es uno de esos productos que se dejan ver sin inconvenientes, y que luego pasan a ocupar un lugar más en el casillero de la ciencia ficción.
A la trascendencia se la olvidaron en la casa... "Transcendence" es de esas decepciones dobles por las altas expectativas que había generado durante su tiempo de promoción. El trailer parecía muy prometedor y el cast reunido era más que atractivo. Johnny Depp junto a Morgan Freeman en un entretenimiento tecnológico con críticas sociales y un gran presupuesto... ¿qué podría salir mal? Al parecer, varias cosas. En primer lugar y ya lo habrán leído por ahí en Internet, la interpretación de Depp como el Dr. Will Caster fue bastante pobre y chata. Parece que el actor hubiera aceptado el rol a regañadientes para cumplir contrato o totalmente desganado, ya que sus gestos y energía en pantalla fueron tan débiles como un puente de papel. Inexpresivo y plano, esos serían los dos adjetivos que mejor describen la actitud del famoso actor para con este film. Si uno de los protagonistas máximos, en este caso el villano (esto no es spoiler, ya desde el trailer sabemos que así será), no logra conectar con el espectador, ya de base hay un gran problema. Los demás actores hicieron un papel correcto y profesional, pero ninguno logró volar la peluca y dejar al público encantado. Diría que Rebecca Hall y Morgan Freeman fueron de lo mejorcito. Otro gran problema tuvo que ver con la torpeza con la que se planteó el dilema moral acerca del uso de la tecnología para curar enfermedades y mejorar la genética de los cuerpos humanos. La premisa resultaba interesante, pero en la práctica se perdió el drama moral en pos de hacer un despliegue de efectos visuales y exponer con mucha redundancia la postura de los productores y director (en contra) sobre uso de la tecnología para la genética. Me parece que lo más inteligente es dejar que el espectador juegue con esas ideas acerca de lo ético y moral y saque sus propias conclusiones en lugar de que le estén imponiendo todo el tiempo como debe pensar. Se nota que el director debutante, Wally Pfister, tuvo buenas intenciones y lo que quiso exponer con este entretenimiento era ambicioso, pero las circunstancias lo superaron y no supo darle realismo y potencia al guión. Esa ambición con la que encaró el film por momentos se volvió exageración, al peor estilo Hollywood clicheroso y con exceso de uso de CGI. En general diría que no es una película recomendable, aunque los más fanáticos del sci-fi y los grandes casts puede que le encuentren más elementos interesantes de los que pude encontrarle yo. Mi impresión final es la de un producto que de lejos se ve muy bien, pero cuando uno se acerca un poco más, se da cuenta de todos los defectos que presenta.