Nostalgias de un pasado que dejó sus marcas Un notable relato plagado de nostalgia, emoción y romance es el que impulsa la realizadora Paula Hernández y, para lograr su objetivo, cuenta con intérpretes de primer nivel. Un amor es un viaje al pasado que tiene sus repercusiones treinta años después, en un presente incierto y dominado por soledades e inseguridades. Con este esquema, la película hace foco en las vidas de Lalo (Luis Ziembrowski) y Bruno (Diego Peretti). El primero trabaja en un taller mecánico reparando kartings y en el mismo pueblo que nunca abandonó. Bruno escribe guiones en la ciudad y pudo construír su familia. Y la tercera en cuestión es Lisa (Elena Roger), la mujer que vuelve al país para reunir los cabos sueltos de una adolescencia marcada por el romance y la pasión. Los tres vértices de este triángulo están signados por una vida rutinaria y sin demasiadas sorpresas, cuyas piezas se reordenarán a partir de un reencuentro que trae recuerdos de un despertar (sexual) que los marcó para siempre. Al igual que en Herencia y Lluvia (los anteriores filmes de Hernández), los personajes hacen lo que pueden para sobrellevar sus vidas. La película transmite una sólida atmósfera dramática como consecuencia del buen manejo de tonalidades que imprime la directora: lo que no se dice y está presente, las pausas, las miradas y la pintura de una época que pasó. Su trabajo fusiona pasado y presente con la misma fuerza con la que Lisa irrumpe en la trama hasta el desenlace. Además de los intérpretes antes mencionados, se destacan Agustín Pardella, como el Lalo adolescente; Alan Daicz, como Bruno a los catorce años y Denise Groesman como la lanzada Lisa. Por su parte, la actriz de Piaf, Elena Roger, hace un debut más que promisorio en la pantalla grande con un personaje que transfiere confusión en las vidas de estos tres adultos. ¿O todavía jovencitos inexpertos?.
“Un amor” es la historia de Bruno (Diego Peretti), Lalo (Luis Ziembrowski) y Lisa (Elena Roger). Tres adolescentes que vivieron un triángulo amoroso, que jamás pudieron olvidar. El mismo transcurre en el pueblo de Victoria, Entre Ríos, Argentina. Oriundos del pueblo, Bruno y Lalo, llevan una vida sin demasiadas complicaciones. En Bruno encontramos un chico tímido e inteligente, mientras que Lalo es extrovertido, atractivo y divertido. Un día como cualquier otro, Lisa llega a sus vidas; irrumpiendo en su amistad. Por supuesto al principio existe cierta incomodidad, manifestada sobre todo por Lalo; pero con el tiempo se vuelven grandes amigos. Como no podía ser de otra manera, ella se enamora de uno de ellos (Lalo), pero a su vez también tiene sentimientos fuertes para con Bruno, con quien entabla una aventura momentánea, la que mantienen en perfecto secreto. Sin siquiera despedirse, Lisa se ve forzada a abandonar Victoria junto a sus padres, dejando un increíble vacío en las vidas de Lalo y Bruno. 30 años después, Lisa localiza en primer lugar a Bruno y luego a Lalo; logrando reunirse nuevamente con ellos por una noche. La película cuenta una historia sencilla, pero hermosa. Podría definirse como un drama suave con pequeñísimos tintes de humor. Por lo menos a mí me despertó mi costado sensible y he de reconocer que no pude contener alguna lágrima en más de una ocasión (de todas maneras advierto que soy bastante débil). En líneas generales, todo me gustó mucho, excepto por una actuación que logró sacarme de contexto en más de una ocasión. El personaje de Lisa adolescente (interpretado por Denise Groesman), es (a mi criterio) muy, muy flojo. Realmente parecía que la actriz tenía el libreto pegado en la frente en cada línea de diálogo que pronunciaba (no así en escenas de mayor actuación corporal). Realmente encontré una gran desconexión entre lo que dice el personaje y como lo dice; lo que me generó una inevitable ruptura, haciéndome sentir que Lisa adulta es una farsante y no la misma persona de hace 30 años atrás. Todo esto me hace pensar que la actriz fue elegida por un pequeño parecido físico con Elena Roger y no por sus aptitudes. Una vez que deja de contarse el pasado, pude volver a insertarme en el relato y afortunadamente, lo disfruté. “Un amor” es un buen film, que produce sentimientos muy cálidos, y habiendo finalizado nos deja un lindo bienestar. Recomendable.
Dos hombres y una mujer, treinta años después La directora de Herencia y Lluvia se basó en un cuento de Sergio Bizzio para un relato que trabaja sobre elementos quizás ya vistos muchas veces en el cine, pero que son abordados con encanto y sensibilidad en una película que encuentra un sano equilibrio que le permite conseguir la emoción sin caer en el sentimentalismo o el golpe bajo. Construida en dos tiempos distintos (unos adolescentes durante unas vacaciones de verano a fines de los años ‘70 en un pueblo entrerriano y la actualidad de esos tres personajes ya adultos), Un amor pendula entre la inocencia, el despertar sexual, los códigos de amistad y las contradicciones íntimas de Lalo, Bruno y Lisa, y el reencuentro de los protagonistas tres décadas más tarde, ya adultos, curtidos, bastante golpeados por la vida ¿Recordar? ¿Olvidar? ¿Retomar aquello que quedó pendiente? ¿Volver a empezar? ¿Una simple ilusión? ¿Un ejercicio de nostalgia? De eso se trata esta película honesta y sentida. Quizás sobren algunos parlamentos o ciertos pasajes musicales que enfatizan demasiado lo que la directora y sus actores ya habían conseguido con sus imágenes y sus climas, pero más allá de algún lugar común del subgénero "triángulo amoroso" y de los aislados subrayados, estamos ante una película sobria y tierna. Con el sello de una realizadora que, como Hernández (a contramano del minimalismo y la austeridad de buena parte del Nuevo Cine Argentino), parece no tenerle miedo a exponer en pantalla los sentimientos más primitivos y esenciales de sus criaturas.
Cuando ella volvió En Un amor (2011), la realizadora Paula Hernández cuenta la historia de un triángulo amoroso en dos tiempos: la adolescencia y la adultez. En su aparente sencillez, la película consigue momentos emotivos construidos a partir de un guión en donde el detallismo es central. El primer amor ha sido tema de abordaje en un sinfín de obras, al igual que el triángulo amoroso. La directora de Herencia (2002) y Lluvia (2008) trabaja ambas zonas a partir del retorno de Lisa (Elena Roger) a la vida de Bruno (Diego Peretti) y Lalo (Luis Ziembrowski), treinta años después de aquel tiempo que compartieron en Victoria, un pueblo del interior. Bruno se ha ido a la ciudad, en donde se casó y tuvo hijos, mientras que Lalo se ha quedado, es soltero y tiene un hijo pequeño. Lisa es, tres décadas más tarde, una mujer “moderna”, cuya profesión la lleva de un lugar a otro y –por lo visto- la deja sin una pareja estable. Un amor deambula entre los años ’70 y la actualidad sin que prevalezca ninguno de los dos tiempos. Si al principio resulta un tanto forzado ese ir y venir, finalmente el sutil guión que crearon la realizadora y Leonel D’agostino a partir del cuento de Sergio Bizzio consigue hilvanar una red de sentidos que amplifica la comprensión sobre cada personaje. Lisa mostrará que detrás de su carácter avasallante (el de la adolescencia y el de la adultez) hay una sensibilidad a flor de piel, relacionada en una buena medida con las actividades de sus padres en los ’70. Por fortuna, la película aborda esta cuestión a partir de lo no dicho, a tono con el detallismo y la sugestión que el relato jamás quiebra. El elenco adolescente (compuesto por Alan Daicz, Denise Groesman y Agustin Pardella ) genera empatía desde el comienzo, trazando los espacios de subjetividad que definirán a la tríada en la adultez. De este modo, Bruno (Daicz) será al comienzo “el excluido”, el más tímido de los tres y –en consecuencia- aquel que verá el surgimiento del romance entre Lisa y Lalo (Pardella). En esta parte del relato Hernández trabaja sobre todo la sensorialidad de los espacios y los cuerpos. La cámara en mano, los planos detalle, suspiros, y lo relacionado con la humedad (en el universo simbólico del film, lo inestable) construyen un entramado en donde lo sensitivo cobra gran preponderancia. Para la adultez, la palabra adquiere mayor protagonismo, al igual que el silencio. Pero, ¿qué se puede decir treinta años después? Tal vez porque cada uno deberá narrar su historia, en el mundo adulto esa sensorialidad cede ante el diálogo, que en la voz de Roger, Peretti y Ziembrowski alcanza la credibilidad necesaria para aunar las dos partes del relato. Con Un amor, Paula Hernández continúa con su interés por los vínculos amorosos. Ha tenido la habilidad de contar con un casting efectivo, en donde sobresale Elena Roger. Tal vez, porque su debut en el cine implicaba la duda acerca de cómo una de las actrices más estimulantes de su generación podría “llenar” la pantalla grande. Pregunta inevitable para quienes vieron su enorme labor en Piaf. Aquí, lo ha conseguido con creces.
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El tercer film de Paula Hernández la establece como una de las mejores directoras de la reciente filmografía argentina, lo cual no es poco teniendo en cuenta algunos de los nombres que podemos encontrar ahí (desde Lucrecia Martel hasta Ana Katz). Construye un relato conmovedor que gira alrededor de tres personajes, atrapados en un triángulo amoroso que nunca olvidarán ni dejarán del todo. Pocas películas logran con tanta rapidez y facilidad la conexión con el espectador: sospecho que esta es una de ellas. Gracias a la sutileza conque se maneja la historia de los personajes, podemos sentir lo que ellos están viviendo. Lalo y Bruno (Alan Daicz y Agustin Pardella) son dos amigos inseparables. Lalo es de perfil más bien bajo: ese tipo de personas calladas, que miran todo el tiempo al piso y no quieren dañar a los demás. Bruno es más efusivo, más directo, aunque en el fondo también comparte la inocencia y el miedo de su amigo. Los cimientos de sus mundos son sacudidos ante la llegada de Lisa (Denise Groesman) una jovencita que parece decidida a tener su primera experiencia sexual con alguno de ellos dos. A partir de ese momento el nombre de Lalo cambiará: será Concha. Tanto su amigo como su amor (¿imposible?) lo llamarán así. Las cosas no parecen ir mejor para Bruno, que entablará una relación con Lisa pero no sabrá cómo mantenarla. Esa descripción de la historia parece adelantar demasiado, pero no: lo que importa aquí no es cuán original es, sino cómo está llevada a la pantalla grande. Es allí donde se luce todo el elenco, de tan buen nivel interpretativo que cuesta elogiar a uno por sobre el resto. Incluso los más chicos están bastante bien. Luis Ziembrowski (Bruno adulto) y Elena Roger (Lisa adulta) establecen una relación profunda y sincera, basada en las miradas, los gestos y las caricias. Es un placer verlos juntos en la pantalla y a la vez, una tristeza enorme. Igual que las breves apariciones del confundido Lalo (Peretti) que no sabe bien cómo reaccionar. La música Axel Krygier es bella y melancólica: hermosa. Pero a veces está en primer plano y parece indicarnos qué debemos sentir ante tal secuencia o momento climático. Es una pena, en un film cuya principal fortaleza es la sutileza conque maneja las historias dramáticas. Mientras la miraba recordaba situaciones de mi propia vida: cuando una película, además de ser una amalgama emocional, me retrotrae a distintas etapas de mi vida, la considero un suceso en mi corazón. Son esas a las que vuelvo con el paso del tiempo para reveerlas con el mismo interés (o quizás mayor). Más aún si el título es Un Amor. No hay mejor descripción posible.
Retrato sensible y agudo sobre la adolescencia y los afectos en la adultez En la adolescencia, Lalo y Bruno eran inseparables. Un dúo de amigos que de un día para otro se vuelve trío cuando Lisa, una chica recién llegada al pueblo de Victoria, se mete entre ellos, no para separarlos sino para unirlos distinto. El nosotros infantil se vuelve despertar sexual, amoroso y un triángulo como sólo la adolescencia puede producir, tolerar y luego demoler. A partir de esa relación es que Paula Hernández construye el relato de Un amor, una historia que funciona entre el presente de los tres personajes como adultos y el pasado que los une a pesar de más de treinta años de separación. En el hoy, Lisa (Elena Roger) reaparece de improviso en la vida de Bruno (Diego Peretti) que ya no vive en el pueblo, ni lo visita y prefiere no hablar de Lalo (Luis Ziembrowski). Aunque ella insista impulsada por la nostalgia y algún problema médico que nunca se aclara del todo. En el pasado, Bruno está enamorado de Lisa, la hija de profesores universitarios en la clandestinidad que la obligan a mudarse de un momento para el otro y sin despedirse. Ni siquiera puede contarle a Lalo, su novio, que la ve irse y después no puede abrir las "19 cartas y una postal" que ella le envía. En la adolescencia primero y en la adultez después, Hernández consigue establecer los intensos lazos de amor, confusión, celos y resentimiento entre los tres personajes construidos con una complejidad que no siempre se refleja en los diálogos que sostienen (aunque sí en sus miradas de anhelo, deseo, amor y oportunidades perdidas). Y de eso se trata Un amor y el peregrinaje de Lisa hacia el pueblo: de recuperar lo perdido, de "volver a estar los tres juntos" como dice ella. A pesar de que en realidad se trate de una reunión de dos y uno más, Bruno, que siempre estuvo en los márgenes, testigo necesario de la relación de Lalo y Lisa. Evitando las obviedades y el subrayado de las diferencias evidentes entre la exiliada Lisa y el pueblerino Lalo -diferencias que el personaje de Peretti intenta destacar, celoso-, Hernández supo sacar lo mejor de sus actores. En el caso de Ziembrowski, su brillante interpretación de este personaje sencillo, profundo y contradictorio eleva las apuestas del film que Peretti y Roger también sostienen. Además se destacan las actuaciones de Agustín Pardella, Alan Daicz y Denise Groesman, que interpretan a Lalo, Bruno y Lisa en la adolescencia. Tal vez el costado menos consistente de Un amor sean sus diálogos que por momentos intentan explicar con cierta ampulosidad lo que ya estaba claro. Sensible y contundente, el tercer largometraje de Hernández la confirma como una cineasta talentosa y necesaria.
Avatares de un reencuentro En el largometraje de Paula Hernández el pasado habilita la posibilidad de un flashback que supera al presente. Bruno dice que cuando ella llegó, fue un tajo en sus vidas; Lalo, que cuando se fue dejó un abismo. La locación era Victoria, Entre Ríos. La época, finales de los ’70. La mujer adolescente que un día les revolucionó la existencia y otro día desapareció sin decir adiós se llamaba Lisa. Hoy ya han seguido caminos separados, pero es como si nunca hubieran podido dejar de mirar atrás. El relato se llama “Un amor” y es la nueva película de Paula Hernández (Herencia, 2001), basada en un cuento de Sergio Bizzio (escritor, guionista de XXY, entre otros films). Lalo (Luis Ziembrowski), Bruno (Diego Peretti) y ella alguna vez fueron adolescentes en Entre Ríos. Un día de calor y un chorro de agua mal apuntado jugando a mojarse los unió. Bruno la vio primero, pero Lisa (Elena Roger) probablemente haya mirado primero a Lalo. Aquél era un poco nerd, ávido lector, no muy dado a la cuestión atlética; el segundo, el tipo rudo y buenazo que parece más grande que los años que en realidad tiene. Ella, la rubia medio colorada recién llegada, cara dura y rea. En el trío que se forma, como suele ocurrir en esos casos, hay uno que se queda mirando de afuera. Son adolescentes con la vida apenas comenzando, repitiendo frases o conceptos hechos, con cuerpos chillando sin filtro la presencia de una idea fija que no es difícil de adivinar. Pero una mañana Lisa y su familia se van sin que nadie sepa bien por qué y ya nada será lo mismo. Más tarde en algún momento, parte Bruno y con el correr de las décadas terminan por imponerse el silencio y la distancia. Un día Lisa vuelve por trabajo y, en Buenos Aires, ve a Bruno por la calle; es como golpear la primera ficha de un dominó que había esperado más de treinta años para ser tumbado. El pasado es un flashback, un recuerdo lejano que parece reciente y a la vuelta de la esquina, que hasta tiene colores más cálidos y vivos que el presente. Ambas eras, no obstante, están atravesadas por el río –aquel que corre o devuelve cosas que se habían ido, que se mueve y transmuta permanentemente, por más que en la superficie se asemeje siempre a sí mismo–. A pesar del paso del tiempo, los tres protagonistas permanecen varados en aquel instante de allá lejos. Pueden tener hijos, más panza o menos pelo, más o menos éxito profesional, pero los aqueja un cierto dejo de infelicidad que les patea el hígado. La reaparición de Lisa fuerza, trastrueca, como ya lo hiciera antes y hasta ordena “juntémonos, como antes”. El reencuentro no es, sin embargo, para ellos el lugar de nostalgia dulce que recupera la inocencia perdida. Se dan cuenta de que han crecido, que son los mismos pero también ya otros, lo que no es necesariamente malo; es, si se quiere, un segundo despertar. El inicio del film los encuentra con miradas secas o como si ocultaran algo, pero el transcurso del relato les devuelve la capacidad de quitarse el peso que cargan, de mirar con otros ojos y descubrir los detalles vívidos ya no de lo que fue, sino de lo que es. Pueden, finalmente, contar su historia en lugar de vivirla todos los días como un asunto pendiente, lo que no es poco. Acá no hay tiros, explosiones ni grandes escándalos, sino un agridulce transitar, como el río.
Amor y amistad, del pasado al presente Los cambios en la vida de dos adolescentes, 30 años después. En la década de 1970, dos adolescentes de un pueblo del interior, Lalo y Bruno, pasan sus días compartiendo una amistad profunda, hasta que aparece Lisa, una chica que trastoca por completo el mundo de ambos y les arrebata, a cada cual a su manera, su corazón. Pasaron 30 años desde ese momento y aquellos adolescentes vuelven a encontrarse por primera vez en décadas. La película Un amor viaja del presente al pasado y vuelta, explorando los cambios en la vida de cada uno y cómo el paso del tiempo los ha cambiado o no. Apuntes sutiles van descubriendo los motivos y los hechos del pasado que marcaron a fuego a los tres personajes. Si sus miradas pueden parecer ambiguas en un comienzo, al final del relato sabremos mucho más de cada uno de ellos. Claro que para eso se necesitan también grandes actuaciones. La película encuentra un hallazgo extra en la actuación de Elena Roger. La famosa cantante y actriz es conocida por haber tenido el papel de Eva Duarte en el reestreno del musical Evita cuando se reestrenó en Londres en el 2006, y también, más recientemente, tuvo un éxito gigantesco protagonizando el musical Piaf. En este, su debut cinematográfico, demuestra que su gigantesco talento incluye también una poco habitual fotogenia. Roger empieza su carrera cinematográfica aquí, pero a juzgar por el resultado debería ser el primero de muchos grandes roles. De su probada capacidad para representar mujeres claves de la historias pasa aquí a este rol intimista, delicado en matices, donde ella se luce al no buscar, justamente, el lucimiento. Esto no habla mal de sus compañeros de elenco, Diego Peretti y Luis Ziembrowski, quienes ya habían mostrado y vuelven hacerlo, sus dotes actorales. La cámara de Paula Hernández, quien ya había mostrado su mirada atenta en Herencia y Lluvia, eligió a los rostros perfectos para sus personajes, tanto cuando están interpretados por los mencionados actores como cuando son mostrados en su adolescencia. Y aunque está claro que Hernández pertenece estéticamente a la generación posterior a la década de los años noventa, su cine cumple también con la emoción y los sentimientos. Impecablemente filmada, la película posee también una calidez y una ternura que movilizará al espectador, sin que esto implique jamás el más mínimo traspié ni un solo momento fuera de tono. Un amor es tan sencilla y clara como su título.
No hay dos sin tres Dos amigos, una chica y un triángulo amoroso que vuelve a armarse, treinta años después. La sensibilidad con que cuenta las historias y pinta a sus personajes son signos distintivos de Paula Hernández. Tanto en Herencia como en Lluvia , la realizadora de varios capítulos de la miniserie Vientos de agua no teme al sentimentalismo. Sus criaturas hablan como sienten y actúan como piensan. Si hay otra cualidad en el cine de Hernández es la honestidad con que se presentan sus protagonistas. El de Un amor es el relato, con más de semblanza, de un triángulo de amigos y de amor. Ya desde el título con que bautizó al guión, que escribió basándose en el cuento de Sergio Bizzio (le quitó el ”para toda la vida” ), marca una diferencia de peso para situar al espectador. Se habla de amor, de uno, pero que puede ser efímero. Potente, pero pasajero. No se sabrá hasta desandada buena parte de la proyección. La misma empieza con Lalo, Bruno y Lisa siendo adolescentes, a fines de los años ’70 en Victoria, Entre Ríos. Es ella quien llega para irrumpir en la amistad de los chicos. Ambos se enamoran de la recién llegada –que viene con sus padres, se verá, huyendo de Buenos Aires- y la relación singular y general, en pareja o entre los tres, no será la misma. Nunca. La película irá yendo y viniendo en el tiempo, ya que pronto se encontrarán Bruno y Lisa en Buenos Aires, después de treinta años, y ella disparará su deseo: “¿Vamos a Victoria, a visitar a Lalo?” El reencuentro ofrecerá de todo, momentos para la alegría, la nostalgia, la desazón, el dolor. “Ya recordamos suficiente, no quiero recordar más”, dice Lalo, a quien le cabe una de las más hermosas declaraciones de amor. “Cuando te fuiste te veía en todos lados. Te buscaba en otras chicas en lo que eras parecido, en lo que eras distinto”. Allí es donde Hernández da en el blanco. Cuando los personajes están sin defensas –casi siempre-, sin armaduras y vuelven a ser lo que fueron en la adolescencia. Historia de amor, sí, pero también de soledades, Un amor cuenta con un trío protagónico de excepción. Elena Roger, en su debut cinematográfico con un papel de peso, hace eso que tan bien sabe hacer sobre el escenario. Mostrar distintas facetas de sus personajes, ser tierna y desconsolada a la vez, comprarse a la platea pareciendo sincera en cada diálogo. Los mismo va para Diego Peretti y para Luis Ziembrowski (Lalo), en una composición que lo aleja de lo que hizo en Lalola en TV, y lo acerca a Tatuado , su mejor composición junto a ésta en el cine.
Tres para quererse muchísimo Lalo, Bruno y los muchachos del pueblo hacen su vida rutinaria de adolescentes. El colegio, los paseos en bicicleta, el balneario, algún baile de fin de semana (estamos en la década del "70). Hasta que aparece Lisa, que es algo así como "La Maga" de Cortázar, esa de "Rayuela", atractiva, desafiante, sorpresiva. Y los más grandes se marean y la amistad tambalea porque se tiene, justo, la edad de amar "en serio" y ellos no saben que la pareja puede incluir un tercero, aunque uno lo ignore. Todo esto recuerdan Lalo y Bruno, treinta años después, cuando Lisa reaparece después de su intempestiva mudanza que, de alguna manera, los obligó a madurar. Cada unos se casó, tienen hijos, uno se separó y la vida debió haber sido tan rutinaria como ese espacio en que Lisa todavía no había aparecido. Ahora ella los va a reunir. Emociones, pensamientos, pasiones se reavivan. El recuerdo puede quemar, porque Lisa está tan fascinante como antes. UNA REVELACION El filme basado en el cuento de Sergio Bizzio "Un amor para toda la vida", fue el desencadenante de esta propuesta cinematográfica y la recogió la directora Paula Hernández ("Herencia", "Lluvia"), que la adapta libremente, pero conserva el espíritu del relato. Indudablemente es la autora ideal para mostrar la intensidad de las emociones, las sutilezas de la melancolía, la fragilidad de los sentimientos y ese delicado equilibrio que separa la comedia dramática del drama y el melodrama. En una historia que contrapuntea presente y pasado, la Hernández guía con firmeza y sensibilidad un camino sutil de emociones. Más allá de su estilo austero pero intenso se rodeó de un magnífico equipo joven, donde desde los más chicos a los adultos se sumergen en su aventura interior con pasión. Diego Peretti y Luis Ziembrowski son sus personajes, Alan Daicz, Denise Groesman y Agustín Pardela asombran por su espontaneidad, pero quien se muestra como una verdadera revelación, hasta ahora sólo conocida por sus presentaciones teatrales es Elena Roger, un rostro caleidoscopio, de riquísimo mapa gestual y receptora agradecida de primeros planos impecables. Sus secuencias "primer plano" con Peretti emocionan. Música y arte (Aili Chen), impecables. En síntesis un filme que derrocha autenticidad.
Una amable historia sentimental con elenco bien elegido La historia sentimental que aquí se nos presenta, basada en el cuento largo de Sergio Bizzio «Un amor para toda la vida» (largo, melancólico y por suerte algo distinto a lo que generalmente se espera de este escritor), habla del reencuentro de dos amigos con la chica que les partió la cabeza cuando eran adolescentes. Ahora ya grandes, enfrentan sus recuerdos y algunas obsesiones que les quedaron desde entonces. La chica era viva, manejadora, consentida como hija única, hizo carrera y sigue igual que antes. Ellos eran dos muchachitos de pueblo. Uno muy serio y medio pavo, y el otro ya con responsabilidades laborales, el más hombrecito del barrio, pero inocente en las cosas del amor. Cada uno tuvo algo con ella, que después se fue, luego cada uno hizo su vida, y ahora ella se les reaparece de golpe. Tal vez le falte algo, aunque parezca tenerlo todo. Eso quizá podamos saberlo más adelante. Así es la historia, que alterna dos épocas y dos elencos. En uno, tres chicos prometedores, los debutantes Alain Daicz, Agustín Pardella y Denise Groesman (apareció como la novia del hijo mayor en «Rompecabezas»). En el otro, Diego Peretti, Elena Roger, debutando en pantalla grande, y Luis Ziembrowski. Grande, Ziembrowski, tantas veces hizo de malo en el cine, que habíamos olvidado su capacidad para hacer un personaje tierno, un mecánico de carreras metido para adentro, en su nostalgia, un tipo que sufre en silencio su frustración de amor, creíble casi ciento por ciento. Muy bien elegido. Paula Hernández, la de «Herencia» y «Lluvia», afirma su mano para esta clase de relatos, y cierta habilidad para el manejo de los matices, como esas miradas que aparecen cuando uno queda fuera de la conversación, por ejemplo. El casting es realmente bueno, y la adaptación (donde participó Leonel DAgostino) sabe ubicar las situaciones y los diálogos más memorables del cuento, aunque sin salvar del todo el peso de algunos lugares comunes. Sólo un detalle causa una leve perplejidad: las locaciones. Porque se ha filmado en Colonia Liebig, Colón y Victoria, hasta allá se ha desplazado parte del equipo, pero es tan poco específico lo que vemos de esos lugares, que daba casi lo mismo hacerla en Ramallo.
Paula Hernández es una de las grandes promesas del cine argentino. En esta época de auge de narradores minimalistas (la moda del NCA impregna), ella es reconocida por intentar un camino distinto. Su estilo directo y sensible a la hora de crear universos íntimos la hace una directora a la que hay que prestar atención. Hernández recrea su puesta en escena con pocos pero efectivos elementos (tanto aquí como en sus anteriores trabajos, "Herencia" y "Lluvia"), a saber: una trama cercana para el espectador (en tiempo y espacio), movilizante y con personajes que no dudan en mostrar su interioridad y jugarsela hasta el fin por lo que sienten. La premisa central sobre la que se construye "Un amor" es primero, apostar a la conexión emotiva con su público. Una vez que logró ese objetivo, el film busca crecer en intensidad a partir de una cuidadosa descripción del mundo interior de los protagonistas, hasta llegar a conformar el escenario esperado que resolverá (o no), la necesidad planteada en el comienzo. Esa curva ascendente es claramente visible en el film y se afirma en la solidez interpretativa de su elenco, maravillosamente conducido Quizás todos conozcamos una historia parecida. O hayamos vivido algo similar. En la quietud pueblerina de algún barrio de Victoria, cerca del río, dos amigos, Lalo y Bruno (inseparables ellos) reciben con extrañeza la llegada de una nueva chica al lugar. Elena, (hija de una pareja fugitiva del régimen militar en esos duros años), es de esas mujeres que marcan destinos. Transgresora nata que busca su lugar en el mundo, bella y desafiante, desde el primer encuentro cautivará con su encanto a los dos y los seducirá (inocentemente) hasta que se rindan a sus pies. Ese vínculo triangular establecido en ese tiempo, perdurará en la memoria de cada uno de ellos, marcada a fuego con la intensidad de lo vivido . En este segmento, los adolescentes Denise Groesman, Agustín Pardella y Alan Daicz se lucen y trasmiten la gama de emociones que se juegan con sobrada naturalidad. En el presente, Elena (Roger, una auténtica revelación) regresa. Al parecer, algo en ella hace ruido y necesita imperiosamente volver a ver a Bruno y a Lalo. Cae de sorpresa en la casa del primero (un Peretti a la altura de lo esperable), y lo invita a viajar a Victoria, a reencontrarse con el otro vértice de esta historia (Luis Ziembrowski, fantástico), de quien ambos no saben mucho en estos años. Bruno y Elena se muestran exitosos desde lo económico, pero no satisfechos. Algo se percibe en el aire que no cierra en ámbos. El duda de ir en busca de Lalo, ella no. Es allí cuando "Un amor" comienza a palpitar con fuerza, esas heridas del pasado anhelan sanación y el espectador lo sabe. Elena irá en busca de su pasado y aquellos chicos que se han transformado en hombres maduros, reaccionarán ante esa amenaza apelando a todos sus mecanismos de defensa para enfrentarla. Claro, se saben enamorados de una mujer a la que no vieron por casi treinta años... Sabemos que es el debut actoral de Roger, (quien no necesita presentación) y aún nos estamos reponiendo de la sorpresa que nos generó su trabajo. La cantante se anima a probarse otro traje, el de actriz, y lo hace de manera notable, componiendo una mujer en crisis querible, auténtica y decidida. Diego Peretti aporta la solvencia esperada y Ziembrowski se roba la película... y se la lleva a su casa, de una. Los tres congenian maravillosamente y destilan una química que se ve pocas veces en el cine nacional. El último tercio de la cinta es lo más logrado del film, un segmento que estremece al atravesarlo como audiencia. No se puede explicar con palabras. Hay que experimentarlo en el cuerpo. Paula Hernández nos ha regalado una gran obra. "Un amor" es de esas películas que se instalan en el corazón de quienes la vieron y desde ahí, se multiplica en cada evocación, hasta hacerse parte de nuestra vida misma.
Nostalgia y exilio Un amor, tercer opus de la realizadora Paula Hernández -también guionista- basado en un cuento de Sergio Bizzio, responde desde el titulo a un concepto ambiguo y fugaz: se puede hablar de un amor a un lugar; a un tiempo; a una época o a una persona y así de fugaz también es la adolescencia como esa etapa transitoria hacia la adultez, que viene acompañada de los primeros amores y despechos en tiempos de despertar sexual y de decisiones que nos marcan para toda la vida. El pasado recién se valora cuando se lo aprende a mirar desde el presente y en ese umbral es en donde se apoya este relato intimista sobre la nostalgia y los exilios, los forzados y aquellos autoexilios que de un modo u otro determinaron el rumbo en las vidas de Lisa (Denise Groesman en la etapa de adolescente y Elena Roger para el presente), Bruno (Alan Daicz para el pasado y Diego Peretti en el presente) y Lalo (Agustín Pardella de adolescente y Luis Ziembrowski ya adulto) en una corta pero intensa amistad en el pueblo de Victoria. Antes de la llegada de Lisa, hija de padres que viven en la clandestinidad propia de los 70 con un ojo puesto en el lugar de refugio y otro en la forzada huida hacia otra parte, Bruno y Lalo mantenían una amistad inquebrantable en la normalidad y la tranquilidad pueblerina hasta que sus miradas chocan contra un témpano de energía y vitalidad que desde el primer minuto alimenta en ambos una rivalidad creciente y los pone a prueba de manera constante. De ese cruce, nace un lazo afectivo que se fortalecerá con las salidas; los encuentros a escondidas, donde Lalo llevará una ventaja al cumplir el rol de novio y Bruno simplemente el de amigovio con el irritante apodo de ‘concha’ a cuestas. Pero cuando las cosas se empiezan a estabilizar y sin aviso previo, Lisa huye con sus padres y todo lo vivido para los tres jóvenes se vuelve, tras 30 años de ausencia y rencores, un recuerdo agridulce que se le niega al olvido. Entre aquel instante de la última vez y el tiempo transcurrido durante todos esos años, los destinos de Bruno y Lalo se separaron para siempre. El primero logró escapar de la abulia pueblerina para volverse un citadino guionista de televisión y en Lalo el peso del lugar, la carga de una madre enferma -que debió cuidar de chico- y las incontables horas en el taller mecánico hicieron estragos como el paso de los años en su cabellera devenida en prominente calvicie. Para Lisa, la ausencia y la distancia se acortaban en 19 cartas y una sola postal y en la sensación de que en algún momento regresaría a buscar ese amor que la época de adolescencia le arrebatara de un plumazo. La nostalgia se diferencia de la melancolía porque permite avanzar pese al dolor y en ese sentido es la melancolía la que habilita el olvido por quedarse estancada en un recuerdo eterno e irrepetible. Esas fluctuaciones son las que determinan el derrotero sentimental de cada uno de los personajes que Paula Hernández construye meticulosamente y sin trazo grueso. Gracias a la avasallante y fotogénica Elena Roger en un inmejorable debut en el largometraje, la idea de tránsito y estancamiento se resignifica en relación a la pasividad de los dos hombres a quienes el reencuentro obliga a decidir cuál va a ser el próximo paso, con la incerteza y el miedo permanente de si no será demasiado tarde. La directora de Lluvia consigue con muy poco esfuerzo trazar el puente entre pasado y presente exponiendo la transformación y los matices de una relación que tiene aristas de triángulo amoroso pero que trasciende los vértices conocidos para sumergirse en la intimidad de cada uno de los involucrados sin subrayados y dejando que los actores fluyan con su natural expresión y gestualidad, sin que ninguno intente lucirse por encima del otro. Un amor es un film maduro, tierno, sensible que no le teme a exponer los sentimientos en estado de latencia y confusión así como tampoco a hablar desde otro espacio de lo efímero y de los autoexilios que condicionan la felicidad de las personas.
VideoComentario (ver link).
Paula Hernández, directora de Herencia y Lluvia, lleva Un amor a Victoria, Entre Ríos, donde Luis Ziembrowski, Diego Peretti y Elena Roger reconstruyen, tres décadas después, un adolescente triángulo amoroso. La cineasta consigue el tono justo a la hora de narrar, por duplicado, la violenta irrupción del amor en un tiempo y un lugar donde no pasaba nada. Esta adaptación del cuento de Sergio Bizzio confirma a Hernández como una cineasta con una sensibilidad inusual para hablar de aquellos momentos del pasado que marcan las vidas de sus protagonistas.
Una mujer que vuelve provoca un resurgir de viejos recuerdos anclados en aquel verano de los setenta cuando Lisa, Lalo y Bruno eran adolescentes y estaban enamorados. El presente los encontrará cambiados pero por un rato volverán a sentir, quizás, lo mismo. Una historia de reencuentros, con la calidez narrativa de la directora de “Herencia” y “Lluvia” que cuenta en el elenco adulto –en especial, el debut en cine de Elena Roger, lo mejor lejos- a su mejor aliado, y su zona más fallida en los flashbacks, cuyos intérpretes no terminan de volver convincente ese amor inolvidable.
Una invitación a retroceder en el tiempo con una mirada nostálgica y feliz nos es algo común en estos días. La simpleza narrativa y personajes creíbles son las dos virtudes sobre las que se apoya Un Amor de Paula Hernández...
La directora Paula Hernández tiene la cualidad de dejar que los sentimientos inunden sus películas y, sin embargo, consigue no saturar a sus personajes ni al espectador con sensiblería. Como lo hizo en su ópera prima, “Herencia” (2001), y como lo reiteró en “Lluvia” (2008), el encuentro y el desencuentro de los afectos es el motor de su nueva propuesta cinematográfica llamada “Un amor”. El filme relata la historia de tres amigos, en notables trabajos de los actores adolescentes Alan Daicz, Denise Groesman y Agustín Pardella. A quienes se suman Diego Peretti, Elena Roger y Luis Ziembrowski, los tres protagonistas de ese triángulo que se forma y se deshace según pasan los años. El conflicto entre dos amigos sobreviene cuando una chica llega a un pueblo y revoluciona las hormonas de los chicos, hasta que un día desaparece sin decir adiós. Treinta años después ella reaparece por sorpresa y los tres lados del triángulo comienzan a reunirse nuevamente. No hay pretensiones de moralejas ni golpes bajos, y sí una exposición de tres maneras de entender el primer amor de la adolescencia, ese que inevitablemente se recordará siempre (para toda la vida, como el título original del cuento de Sergio Bizzio). Todo ocurre en una trama que viaja del pasado al presente y viceversa. Con una fotografía cuidada y el uso sensible de la luz, una puesta en escena realista, pero nunca costumbrista, Hernández vuelve a conmover con sólo hablar de amor.
Cuando el pasado puede remover el presente Como en Lluvia, cuando una mujer que había dejado a su marido se topa con un desconocido que entra a su auto, la realizadora Paula Hernández vuelve a profundizar en los encuentros inesperados...
Cuando el amor es para toda la vida, no hay manera de escapar. Paula Hernández ha demostrado durante su corta pero interesante filmografía (Lluvia, Herencia) que es una directora que sabe lo que quiere contar y sabe también cómo contarlo. Dos saberes esenciales y claves para lograr que una película como Un Amor sea lo que es, una gran obra cinematográfica. Dos amigos, Lalo y Bruno, son inseparables. Tan amigos que parecen hermanos hasta que un día cualquiera, llega ella: Lisa. Y la tranquilidad y pasividad que viven los amigos, en un pueblito de Entre Ríos se verá alterado con esta adolescente atrevida, divertida, bella y desafiante que pondrá en jaque todo aquello que esos dos amigos creían a esa edad saber o sentir. Treinta años después, nuevamente será Lisa quien vuelve a alterar el mundo adulto de estos dos amigos que lejos de seguir siéndolo, son solo para el otro un recuerdo.Pero algo sigue latente, y la llegada de ella pone al descubierto que el pasado tiene tanto peso como el presente, incluso mucho más del pensado y más cuando las heridas del ayer nunca se han cerrado. El triangulo amoroso de niños, vuelve a estar presente en el hoy y sin dudas, la marca del primer amor puede tan fuerte como eterna. El racconto de la primer parte de la historia es maravilloso. Con una fotografía impecable y locaciones perfectas para narrar esta historia cita en los 70´, mientras que las actuaciones de los jóvenes actores: Agustín Pardella (Lalo), Denise Groesman (Lisa) y Alan Daicz (Bruno) son tan bien logradas que la transposición en la vida adulta con Luis Ziembrowski, Elena Roger y Diego Peretti (en ese orden),demuestran que el casting de Verónica Bruno es de lo mejor del filme. El tramo final de la historia (no se preocupen no hay spoiler aquí) es perfecto. La actuación de Ziembrowski es brillante, hay en esos ojos de hombre golpeado por la vida, el mismo sentimiento que hace 30 años. Elena Roger en su primer actuación para cine, demuestra que es una estrella internacional por el gran talento que tiene. Cada sonrisa suya en pantalla genera atracción inmediata, logra apoderarse de la cámara de una manera excepcional (Muy poca gente logra eso). Y Diego Peretti, se impone como el punto de equilibrio necesario de este triángulo, no sólo en la historia si no en su actuación, que logra compensar las dos grandes performance de los otros dos protagonistas y encontrar los espacios justos para lucirse. Ahí el trabajo de dirección de Hernández con ellos denota que ha sido muy bueno. Si toda la obra nos lleva a experimentar múltiples sensaciones, su final nos hará revalidar mucho de lo que vivimos. Realmente Un Amor es cálida, reveladora y una experiencia única en el cine argentino actual. Imposible no verla.
Con un notable trío de intérpretes, que sostiene gran parte del peso dramático y emocional del film, Un Amor muestra una faceta diferente dentro de la ecléctica trayectoria cinematográfica de la realizadora Paula Hernández. Luego de la excelente Herencia y la no tan lograda Lluvia –pero dotada de una cautivante estética visual- , aquí la directora se embarca en una búsqueda diferente, vinculada a la indeleble permanencia de las experiencias adolescentes. Vivencias que en este caso están centralizadas en un pueblo donde dos amigos inseparables verán obstaculizado su vínculo ante la tormentosa irrupción de una chica recién llegada y de pasajera estadía. Luego de una previsible separación esta situación se reiterará décadas más tarde en la gran ciudad y también en aquella añorada localidad de la infancia. Hernández logra volcar todas estas alternativas con genuinos recursos técnicos, expresivos y dramáticos. Los trabajos de los personajes en su juventud son también eficaces y creíbles, pero quizás el problema esencial sea la escasísima semejanza física con el trío en su adultez. De todos modos esto se puede pasar por alto, especialmente por la revelación que representa Elena Roger en su primer protagónico fílmico, un Luis Ziembrowski impecable y un Diego Peretti pleno de matices y vulnerabilidad ante postergados y escondidos sentimientos.
Sentimientos atrapados en el tiempo No abundan en el cine argentino de la generación posterior a la década de los noventa, registros tan sutiles de la emoción, como en el caso de Paula Hernández, una realizadora que no teme al sentimentalismo y lo manifiesta de una forma intimista, sin caer jamás en la grandilocuencia. Éste es el tercer largometraje, luego de “Herencia” y “Lluvia”, con los que mantiene estas características pero sumando una sensualidad más intensa. La película posee calidez y admirable naturalidad en escenas captadas con mucha espontaneidad, incluso las dos escenas de sexo que se incluyen, sin que esto implique una salida de tono. La historia comienza con Lalo, Bruno y Lisa siendo adolescentes, a fines de los años setenta, en Victoria, Entre Ríos. La muchacha no es del pueblo, sino que viene con sus padres (profesores universitarios exiliados de Buenos Aires) y los jóvenes amigos se enamoran de la recién llegada, lo que los lleva a una serie de descubrimientos y transformaciones que tienen lugar en el transcurso de un verano. Ese breve tiempo, bruscamente interrumpido, resulta ser tan fuerte como para que treinta años después, aquellos adolescentes quieran volver a reencontrarse. La línea narrativa oscila entre el presente y el pasado, para anclarse finalmente en esa vuelta, explorando los cambios externos en la vida de cada uno, develando los acontecimientos que los marcaron para siempre. Aquella adolescencia apresurada Una de las escenas más recordables del film es el conocimiento del trío en una tórrida atmósfera veraniega, donde los amigos buscan refrescarse con el agua de una manguera con la que -sin querer- mojan a Lisa, que en vez de enojarse se pone a jugar con ellos. El despertar de la sexualidad, presionado por los prejuicios, irrumpe también a borbotones, atrayendo y apartando a los protagonistas. Los devenires de la historia se sostendrán sobre todo en el protagonismo femenino de la Lisa adulta, compuesta por Elena Roger (de enorme expresividad gestual) y su mismo personaje adolescente a cargo de Denise Groesman, cuyo desenfado verbal y actitudes recuerdan a la Inés Efron de “XXY” (no por casualidad la película se basa en un cuento de Sergio Bizzio que guionó también la película de Lucía Puenzo). La faz expresiva de Elena Roger permite mostrarse en el ámbito del cine, en su debut cinematográfico con un papel de peso, muy bien acompañada por las reconocidas dotes actorales de Diego Peretti y Luis Ziembrowski. Hernández supo sacar lo mejor de ellos y particularmente, de los personajes adolescentes (Agustín Pardella, Alan Daicz y Denise Groesman). El tiempo recobrado La búsqueda de raíces en los paisajes y hechos iniciáticos de la infancia y adolescencia (algo también buscado por otras películas recientes como “La Tigra”, “Chaco” o “Buenos Aires 100”), encuentran en Paula Hernández el más sólido referente desde la producción profesional y un sello estilístico distintivo en la composición de cada plano, los juegos de luz externa e interna, primeros planos, banda sonora extradiegética que no redunda sino que complementa los silencios y las emociones contenidas. El reencuentro ofrecerá momentos para la alegría, la nostalgia y un dolor impotente. Historia de amor, sí, pero también de soledades como la letra nostálgica del olvidado Carlos Barocela “hay tanta adolescencia apresurada y tanta soledad arrepentida”, que busca aquellas pequeñas cosas que el tiempo agrandó en la ausencia. “Es un milagro, el río nunca devuelve nada...”, le dice Lalo a Lisa en el pasado, cuando recupera una alianza perdida y regalada como símbolo de amor. Ese mismo magnífico río marrón, filmado en un registro que permite mostrar la maravilla de su magnitud y el laberinto verde de sus islas, es -no casualmente- elegido para cerrar las imágenes del presente, donde al final la amistad y el amor parecieran reencauzarse y ofrecer al corazón -como el río- un viaje de ida y vuelta.
Paula Hernández hace unos años nos sorprendió con su excelente ópera prima “Herencia” (2001), en ella se contaba una interesante historia y se veía el comienzo de una gran carrera. En su segundo opus, “Familia Lugones” (2007), demostró que los documentales cuando se saben hacer no resultan para nada aburridos. Sin embargo, con “Lluvia” (2008) la historia no estaba a la altura de su debut y se diluía. En su nueva realización, “Un amor”, hay una historia bien contada, bien actuada, pero también se va diluyendo a medida que avanzan los metrajes. La historia transcurre durante unas vacaciones en un pueblo casi fantasma donde la calle principal, el río y un balneario, son los refugios de aquellos adolescentes setentistas. Lalo y Bruno son adolescentes. Dos adolescentes haciendo nada en medio de la nada, pero en una tarde húmeda, y sin pedir permiso, llega Lisa, arrasando con la monotonía del pueblo. Hasta ese momento, ni Lalo ni Bruno habían visto nada igual. Treinta años más tarde, lejos de esa inocencia engañosa, propia de la adolescencia, Lisa vuelve a irrumpir en esas dos vidas, ahora ya adultas, con la misma impronta que a los catorce, produciendo un temor nuevo e inmanejable, aunque teñido por la huella que el tiempo deja en cada uno de los seres vivos. No obstante es una película para ver y disfrutar de las actuaciones de Elena Roger (es su debut en la pantalla grande), Diego Peretti y de Luis Ziembroski. “Un amor” quizás sea para Paula Hernández un peldaño más que la lleve a estar entre las mejores directoras del cine argentino.
Es un cuento de Sergio Bizzo, este es un film intimista como lo fue Herencia (2001) y Lluvia (2008), aquí nos relata una historia de amor en sus dos etapas: la adolescencia y la adultez, en un lazo de más de 30 años de tres amigos y se encuentra protagonizada por: Diego Peretti, Elena Roger y Luis Ziembrowski. Todo comienza con el reencuentro entre Lisa (Elena Roger) y Bruno (Diego Peretti) este escribe guiones en la ciudad y pudo formar una familia; ella sigue viajando como hace treinta años atrás, ahora por su profesión, y vuelve para reunirse con Lalo (Luis Ziembrowski) del cual no sabe nada de él. Ahora Lisa vuelve a irrumpir en esas dos vidas adultas, como lo hizo en el verano de los 70, cuando ellos eran adolescentes, en Victoria un pueblo de la provincia de Entre Ríos, un lugar tranquilo con un río y un balneario, y su llegada rompe la monotonía de estos jóvenes. A raíz de esto vamos conociendo mejor a los personajes de adolescente y de adultos, porque la historia va y viene en el tiempo, Bruno (Alan Daic), y Lalo (Agustin Pardella) son amigos y Lisa (Denise Groesman) una chica especial, hija de militante; atractiva, le gustan los desafíos y es sorpresiva. El film tiene una gran fluidez narrativa, tiene ritmo, logra que el espectador se meta en la historia, le interese, se emocionen, viva el mundo de cada uno de los personajes, tanto en la adultez como en la adolescencia, y logra: sentir la pasión, la melancolía y donde se abre un abanico de situaciones y sentimientos y no cae en golpes bajos. Algunos en sus butacas quizás conozcan una historia parecida o hayan vivido algo similar, quien en su adolescencia no se enamoró, no fue abandonado, no abandonó, o quiso y no fue correspondido y cualquiera de nosotros pudo haber vivido un gran enamoramiento, sentir ese cosquilleo y el despertar sexual; bueno en fin puede ser la historia de cualquiera. Esta excelentemente bien interpretada, todos se lucen, hasta quien realiza su debut actoral como Elena Roger, los actores: Alan Daic, Agustin Pardella y Denise Groesman (Rompecabezas 2009) que son quienes interpretan a los personajes en su adolescencia, lo realizan a la perfección desde sus movimientos, sus miradas, logran expresarse igual que los personajes ya adultos y consiguen dicha interpretación (un buen casting).
Un amor con minúscula Cuando todos objetamos saber de “amores”, muy pocas historias sobresalen de las comunes. El amor está a tan punto idealizado que hasta, a veces, muchas parejas rompen por no soportar la desilusión que provoca la realidad de lo cotidiano. Imagínense entonces cuánto tiene que hacer un director para llamar nuestra atención sobre esta sensación tan polémica: mucho. No alcanza con hablar simplemente de una historia bonita, tiene que tener algo sumamente especial. Paula Hernández realiza una película simpática, pero que no llega a conmover. A pesar de estar muy bien hecha no deja nada, no provoca al espectador nada en especial. Lalo y Bruno son los protagonistas de esta historia de amor junto a Lisa. Sí, es un trío de amigos con algunas confusiones. Son dos hombres enamorados de una misma mujer pero aquí no hay lugar a ninguna competencia, ella sólo ama a uno de ellos. Lisa fue la revolución de dos chicos pueblerinos cuando llegó a Victoria en 1970. Con actitudes alocadas y rebeldías propias de adolescencia, esta mujercita les muestra otro mundo, los hace divertirse en medio del tedio de un pueblo en el que no pasa nada. Pero acorralada por las decisiones de sus padres, Lisa tendrá que partir sin avisar a sus amigos. Los progenitores de la muchacha eran perseguidos políticos por eso viajaban de una parte a otra sin dar aviso de su salida. Pasarán 30 años para que los adolescentes vuelvan a encontrarse. Lisa buscará recuperar ese amor que perdió en su adolescencia y, que a pesar de conocer en esos años a muchos hombres, nunca había podido olvidar. Es uno de los fuertes de la película las actuaciones. Conectar el pasado con el presente requiere que los actores que hacen de los protagonistas crecidos tengan mucha compenetración con el personaje de adolescente. Si este pasaje no resulta creíble, difícil podemos tomar en serio a la narración. En este caso Luis Ziembrowski con Agustín Pardella haciendo ambos de Lalo realizan unos muy buenos papeles. Es muy impresionante ver cómo manejan una mirada tan similar y cómo llevan consigo ese aire pacífico. Los demás actores están bien, pero este dúo sobresale del resto. La historia plantea de trasfondo la persecución política que vivían los padres de Lisa, pero aún así resulta muy poco, es un aderezo que sólo aporta el porqué de los viajes de la protagonista. Al film le falta algo de chispa, de emoción. Hay sufrimiento, hay tristeza y depresión pero no está bien trasmitida. Le falta alma, quizás. No es empalagosa, como muchas otras, pero tampoco emotiva.
Diecinueve cartas y una postal Uno de los grandes méritos de Un amor es el de anular cualquier posible rastro de cinismo. Ver la última película de Paula Hernández implica creer. Creer en que eso que nos pasa en la adolescencia y que suponemos es “todo” puede perdurar en el tiempo como una grieta que nunca acaba por cerrarse. Para sumergirse en el apacible mundo de Un amor no se necesita mucho más. Bruno y Lalo son amigos inseparables, de esos que siempre van juntos como un combo. Hasta que al pueblo imperturbable de Victoria, en Entre Ríos, llega Lisa para perturbar todo. Irrumpir donde no pasa nada. Tomar por asalto el festival de hormonas adolescentes y también la cómoda mansedumbre de la adultez. Invade de chica; invade de grande. Lisa funciona como una bisagra, hay un antes y un después de ella, o al menos eso pareciera. Paula Hernández construye el relato en un ir y venir del pasado a la actualidad. En un primer momento, se produce un choque importante por la representación juvenil de esos seres adultos; narices, mandíbulas, ojos jóvenes no se corresponden con ellos mismos cuando pasa el tiempo, pero conforme la película fluye esas disparidades desaparecen. Lo que podría ser disruptivo en esas vueltas temporales es un plácido vaivén. No sabemos mucho de los chicos, sabemos apenas un poco más de los grandes: que Lisa emana y emanará un halo de misterio, que Lalo porta la simpleza en la mirada sin importar la edad, que Bruno carga sobre los hombros una cierta inconformidad que es menos real de lo que él quiere hacer parecer. La historia –la de ellos, pero también la de la película– es de amor, de despertar sexual, de crecimiento, de amistad pese a las diferencias (de clase e intelectuales, son sutiles, apenas se esbozan, pero están). Es de esos tríos inseparables que a veces también duelen y golpean. Pero igualmente es de separarse porque las vidas van en direcciones opuestas. Lalo queda en Entre Ríos; Lisa viaja por el mundo; Bruno vive en Buenos Aires. El contraste entre ellos se ve hasta en los colores: los fríos del hotel en el que se hospeda Lisa o los de la casa de Bruno, tan moderna, en contraposición con los colores cálidos de Victoria y la casa de la infancia de Lalo. Sin lugar a dudas el cariño está puesto ahí en ese lugar donde el río siempre devuelve las cosas, como los devuelve a Lisa y a Bruno, aunque sea por un instante. Hernández plantea hipótesis sin argumentar respuestas ni soluciones. No nos presenta una historia para que miremos desde un lugar privilegiado de saber, no conocemos el contenido de esas diecinueve cartas porque Lalo tampoco lo conoce; no tenemos idea del problema de salud que tiene Lisa porque a ellos tampoco se lo dice. El único privilegio con el que contamos es el de recorrer con los protagonistas un período de sus vidas. Las preguntas están planteadas: ¿Puede la amistad perdurar en el tiempo a pesar de las distancias y las diferencias? ¿Puede el amor durar para toda la vida? Quién sabe.
Lisa sale de hacerse unos estudios y cree reconocer en un extraño de la calle a Bruno, un amigo de su infancia en Victoria, Entre Ríos. Sus recuerdos viajan a un verano de los años 70, donde el trío que ambos conformaban junto a Lalo parecía indestructible. En el presente, treinta años después de aquellas calurosas tardes de río, los ahora desconocidos se reencuentran para saldar deudas pendientes. La directora Paula Hernández acierta en recrear los momentos de este triángulo amoroso adolescente y consumar los deseos más profundos y reprimidos durante la adultez. Sin embargo, es difícil alcanzar el nivel de su destacada cinta “Herencia”. Con momentos desparejos, de los actores jóvenes el que se destaca por amplia ventaja es Agustín Pardella, es innegable el cuidado trabajo de fotografía a cargo de Guillermo Nieto y la frescura que aporta Elena Roger, una cara nueva para el cine nacional, que brinda aires de renovación a las protagonistas femeninas argentinas.
Que treinta años no es nada La directora Paula Hernández no pierde el tiempo con preámbulos: la primera escena muestra a los dos protagonistas masculinos, hace más de 30 años, en un pueblito de Entre Ríos. La segunda, al personaje femenino, que vuelve al país y a reencontrarse con sus amigos de la adolescencia. El relato va a continuar así durante más de una hora y media, proporcionando al espectador los datos necesarios como para que comprenda (y palpite) la relación entre los tres al cabo de los años. Ese es el centro de la película: el vínculo entre estos chicos, que viven momentos muy intensos en esa primera etapa, y que se van a reencontrar mucho tiempo después para darle (o no) continuidad a aquella relación. Resulta sumamente interesante el montaje de la película, que superpone las escenas con independencia del tiempo; hay aquí un mérito sustancial tanto del guión como de la narración cinematográfica, porque el hilo del relato aparece con absoluta claridad para el espectador. Paula Hernández maneja con seguridad tanto el rumbo y el ritmo de la narración como el trazado de los personajes: los construye en paralelo entre la adolescencia y la edad adulta, y tiene en esa tarea un muy buen aporte por parte de los actores, sobrios y eficaces tanto los adolescentes como Roger, Peretti y Ziembrowski en la piel de los adultos. La directora evita también apelar a golpes bajos o a situaciones ya transitadas por muchos otros filmes, y lo logra acabadamente; Hernández consigue climas intensos y escenas conmovedoras con muy buenos recursos técnicos y artísticos. Y el resultado es una película interesante y atractiva, en la que las relaciones entre los protagonistas fluyen con intensidad pero sin estridencias; no hay en este filme buenos ni malos, sino seres humanos que vivieron (y viven) experiencias que los marcan y que determinan el rumbo de sus existencias, aunque ni siquiera ellos mismos sean conscientes de las transformaciones que experimentan. Como suele ocurrir en la vida misma.
La acción principal transcurre en Victoria, Provincia de Buenos Aires, allá por fines de los 70s. Lalo y Bruno son dos adolescentes con poco que hacer, más que ir a la escuela y divertirse como pueden durante las vacaciones. Todo transcurre como siempre, hasta que un día llega Lisa, arrasando con la monotonía del pueblo. Ella es apenas menor que ellos, inquieta, simpática, avasalladora, sensual y sexual, no particularmente bella, pero su conquistadora personalidad logra lo que quiere. Ambos se verán seducidos por la jovencita, y también algo enfrentados. Treinta años más tarde, lejos de esos inocentes años, Lisa vuelve a irrumpir en las vidas adultas de estos hombres, produciendo un notorio desequilibrio en la existencia de ambos, y en la suya propia. Éste es el tercer filme de Paula Hernández, la realizadora de “Herencia” (2001) y “Lluvia” (2008), que además está basado en un cuento de Sergio Bizzio y está protagonizado por Diego Peretti, Elena Roger y Luis Ziembrowski. Lo que define el éxito de esta película es la soberbia actuación del trío protagonista, especialmente de Roger y Ziembrowski, que logran conmover con su naturalidad, sus miradas, sus silencios, cierto amor contenido, y con la nostalgia que aflora por el reencuentro, sabiendo que no son los mismos que décadas atrás. Cada uno ha vivido una vida diferente y, lo que en un pasado podía unirlos, en el presente todo puede ser diferente… O no. Con una austera y creíble puesta en escena, Hernández logra persuadir con este simple cuento agridulce, que nos conecta con el pasado de cada uno, con los lazos que nos unen a nuestra adolescencia, llena de recuerdos e idealizadas vivencias.
El efecto de las personas ¡Cuánto hace que esperaba un film como este! Este es cine argentino del bueno, del que anhelamos ver en nuestras pantallas. Una simple historia de amor adolescente y sus secuelas 30 años después, termina convirtiéndose en una experiencia absolutamente inspiradora, reflexiva y melancólica. La directora Paula Hernández le imprime un encanto fabuloso, de esos que sólo el buen ojo puede construir con tanta eficacia. No es un ensayo conceptual, ni una experiencia artística del más allá, simplemente es una historia menuda contada con mucha grandeza y entendimiento de lo que el público común va a disfrutar en el cine. "Un Amor" nos muestra una de esas particularidades que tiene la vida, que siempre resulta difícil de entender, la situación de que el amor no siempre responde a la razón, a lo lógico, que el pibe que tiene todas las de ganar porque supera ampliamente las capacidades del adversario no siempre es el que se queda con la chica y esto sucede por la sencilla verdad de que el amor es ciego, de que hay una cuestión "de piel" que es inmanejable y que más allá de los esfuerzos que uno pueda hacer para revertir la situación, la mayoría de las veces termina venciendo la ceguera emocional que tiene la pretendida (o el pretendido) sobre otra persona que no somos nosotros. En esta interacción radica lo mejor del film, que dividido en 2 segmentos temporales (uno cuando son adolescentes y otro cuando ya son adultos) nos sumerge en la nostalgia y la frescura de revivir los amores de verano, la importancia de la amistad y los pasos iniciales hacia la adultez en el primero, mientras que en el segundo segmento nos entrega grandes actuaciones, emociones y tristezas por el efecto que puede causar el paso de una persona por la vida de la otra, un paso que a veces se supera y a veces no. Algo más que me gustaría resaltar es lo bien que se impregna a la película con la cultura argentina, nuestras costumbres, nuestra esencia, nuestras creencias, con sus cosas buenas y sus cosas malas, logrando que el público se sienta identificado con todo lo que va sucediendo. ¡Muy recomendable!