El fantasma y la culpa Luego de pasar por el Festival de Berlín, Un crimen común llega con las mejores referencias y las más altas expectativas, tratándose de la siguiente película de Francisco Márquez y Andrea Testa (ambos directores de La larga noche de Francisco Sanctis); aquí él dirige y ella produce. Las pequeñas decisiones que pueden transformar a un personaje parece ser el motor de las historias para estos realizadores. El relato transcurre en una actualidad contorneada por problemáticas sociales irresueltas como la violencia policial y, más precisamente, el gatillo fácil. Cecilia, una profesora en la Facultad de Sociología (Elisa Carricajo), está a las puertas de obtener un cargo de Jefa de Trabajos Prácticos (JTP), lo que a su edad sería importante para acomodarse dentro del prestigio académico; una demanda que la institución universitaria supone urgente para los docentes. La calma de una cotidianeidad sin sobresaltos se verá alterada cuando el hijo de su empleada doméstica se aparezca durante una noche tocándole el timbre y golpeando violentamente las persianas. Ella, presa del miedo, decide ocultarse en la oscuridad de su casa. Al día siguiente la noticia de su desaparición y muerte, posiblemente por un caso de abuso de poder policial, generará una transformación indeleble en su vida. Un crimen común es la contracara de La larga noche… Mientras que Francisco Sanctis decidía hacerse cargo de esa bomba de tiempo que le fue entregada contra su voluntad, aquí esta docente tomó una decisión y la culpa la carcome durante toda la película. Circunstancias, situaciones y contextos distintos también marcan una diferencia entre ambas películas, pero lo más importante está en la idea instalada del “no te metás”. Si en la primera escena de la película ella intenta ayudar a un joven que es maltratado por la policía, en la escena que genera el conflicto decide esconderse, sin conocer el final del derrotero del joven asesinado por la policía. La alteración de su vida se verá afectada notablemente, desde la relación con su hijo hasta el esperado concurso docente en su trabajo. Elisa Carricajo lleva adelante un tour de force, que puede pensarse como una procesión interna irradiada por el secreto que debe retener junto con la culpa que la atormenta. Márquez y Testa como directores habían demostrado, en su anterior film, cierta destreza en el uso minimalista de una puesta de cámara claustrofóbica. En esta película, Márquez presenta de manera astuta algunas variaciones sobre el hecho que desencadena el conflicto de la narración. El ejemplo más claro es en el natatorio, donde el hijo golpea el vidrio sorpresivamente mientras Cecilia lo busca con desesperación. Otro de los momentos sutiles es la escena de la fotocopia de su DNI, allí se pone en juego la identidad a partir de ese juego de claroscuros borrosos de la hoja que se lleva. Hay una riqueza de lo no dicho verbalmente pero que está expresado de manera perturbadora en la estrategia visual pensada por Márquez, en una nueva instancia del juego entre el fuera de campo y lo anónimo que representan como figura sus protagonistas. El cierre con el parque de diversiones, además de ser formalmente un final circular, resulta la síntesis entre la vida trillada de una profesional de clase media y el golpe de la realidad que la transforma. Mientras que al inicio está preocupada por organizar el cumpleaños de su hijo en el parque, el final la muestra siendo “abandonada” por una amiga, en el momento justo de subirse a la montaña rusa. En el grito final está la última transformación; ya no hay un fantasma que la acecha sino que ella es un fantasma que deambula en lo que alguna vez fue su vida.
Mirada introspectiva a la culpa "Un crimen común(2020) conducirá al espectador a comprender y sentir la culpa desde un punto de vista auto reflexivo" Un crimen común, la nueva ficción de Francisco Márquez Cecilia es profesora de sociología en la Universidad. Una madrugada de tormenta Kevin, el hijo de la empleada doméstica que trabaja en su casa y que ella apenas conoce, toca la puerta de entrada con desesperación. Ella, asustada, no le abre. Al día siguiente el cuerpo de Kevin aparece en el río, asesinado por la policía. Cecilia comienza a ser acechada por el fantasma del joven. Un homicidio habitual en estos tiempos, genera una problemática de manera sutil, reflexionando con respecto a una emoción que todos compartimos: la culpa. Relatándonos, cómo en lo diario, en la que los diálogos son relevantes para contar lo que hoy es moneda corriente. Esta narración logra su objetivo, a pesar de que conllevará un ritmo lento para cierto espectador. Aunque la película podría condensar las emociones en escenas mucho más rítmicas, su lentitud nos permite apreciar las buenas interpretaciones y los detalles del filme. Se destaca por su fotografía, enmarcando las escenas de una especial belleza. Sin embargo, las actuaciones se sienten algo forzadas para exponer las emociones a flor de piel. Aun así, el ritmo de la trama dramática es lenta, lo que ocasiona confundirnos y distraernos de lo que realmente sería el eje del film. "Un crimen común es una película interesante, aunque lenta, que puede llegar a gustar mas o menos, sin embargo, la problemática del film no le será indiferente a nadie." Calificación: 7/10ACTÚAN Elisa Carricajo, Cecilia Rainero, Mecha Martínez, Eliot Otazo y Ciro Coien Pardo. FICHA TÉCNICA Dirección: Francisco Márquez Guion: Francisco Márquez y Tomás Downey Productoras Ejecutivas: Luciana Piantanida y Andrea Testa Director de Fotografía: Federico Lastra Directora de Arte: Mariela Ripodas
La coherencia de Francisco Márquez El codirector de "La larga noche de Francisco Sanctis" y el documental "Después de Sarmiento" vuelve a indagar sobre la responsabilidad civil ante una situación de abuso de poder. Esta vez en un caso de violencia institucional. Cecilia (Elisa Carricajo), tiene 38 años, es profesora de sociología en la UBA, madre divorciada, ideológicamente progresista. Una mujer de clase media, que trabaja, cría a su hijo, tiene un gato y como se ve en una de las primeras escenas no es de quedarse de brazos cruzados frente a la injusticia. Pero, una noche lluviosa, unos gritos la despiertan. Presa del miedo se dirige a la ventana y ve a un adolescente algo golpeado al que reconoce. Es Kevin, el hijo de Nebe, la mujer que la ayuda con las tareas de la casa, y al que apenas conoce. No sabe cómo actuar, siente miedo y no le abre. Kevin corre. Al día siguiente encuentran su cuerpo en el río. Gendarmería lo mató tras hostigarlo durante semanas. Si todo cine es político el cine de Márquez claramente no busca escaparle a esa afirmación. Su obra está atravesada por una coherencia estética que hace a sus películas aún más nobles de lo que son. Su postura ideológica no solo está implícita en la historia propiamente dicha sino también en la formas de encuadrar, de elegir que mostrar y que no. Si en La larga noche de Francisco Sanctis (2016) la dictadura estaba fuera de campo ahora es la violencia institucional la que circunda todo el relato pero no vemos. En su obra indaga sobre las responsabilidades de la ciudadanía común frente a situaciones de abuso de poder. Mientras que en La larga noche de Francisco Sanctis un ciudadano podía salvar a otros frente a una redada militar, en Un crimen común (2020) sucede lo mismo. Aunque la diferencia es que si en su antecesora la narrativa estaba construida sobre los instantes previos al hecho ahora cuenta el después. Filmada en formato 1:1.33, con una cámara voyeur que va mostrando el agobio y la encrucijada en la se va perdiendo Cecilia, magistralmente interpretada por Elisa Carricajo, un personaje simple que se va complejizando hasta convertirse en su propio fantasma, Un crimen común no esquiva las responsabilidades civiles sino que las asume como propias.
“Un crimen común” de Francisco Márquez. Crítica Andrea Reyes 24 noviembre, 2020 0 47 La película “Un crimen común” de Francisco Márquez es parte de la sección Competencia Argentina del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Está disponible desde el 24 al 26 de noviembre inclusive. A través de este thriller político, su realizador narra una historia impredecible en el que el “no te metas” deja una gran lección. Todo empieza con el nostálgico terror de un parque de diversiones que nos introduce en el relato de lo que será una noche de pesadilla en tiempo real. Cecilia (Elisa Carricajo) es madre de Juan y trabaja como profesora en la Universidad de Filosofía. Toda su vida, aparentemente controlada y sin sobresaltos, se debate entre la crianza de su hijo, ya que está separada, y su crecimiento profesional en la facultad. En apariencias, se la puede describir como una mujer correcta y poco empática. Entrada una noche lluviosa, el hijo de su empleada doméstica (Kevin), golpea en su puerta pidiéndole ayuda. Cecilia se asusta y no le abre. Al día siguiente, a través de los medios se entera que el joven fue hallado muerto en un baldío cercano a su casa y que la policía está incriminada en el hecho. A partir de este momento, ella siente la presencia persecutoria del fantasma del Kevin. En verdad, es su propia consciencia la que la persigue. Aunque no queda explícito, el film genera los interrogantes de ¿por qué no abrió la puerta? ¿A qué temía? O más bien, ¿qué prejuicios en la postura de una mujer correcta y poco empática, jugaron en su contra? Este thriller político retrata la relación entre la protagonista y su cargo de consciencia, lo cual se evidencia mediante cambios aparentes en su personalidad y forma de pensar. Sin embargo, a pesar de que Francisco Márquez en “Un crimen común” presenta una historia impredecible con signos de una atmósfera trepidante, por momentos el guion resulta poco verosímil. En cuanto a la actuación de Elisa Carricajo, su personaje envuelve al espectador en sus propios fantasmas y logra traspasar su estado irascible y confuso que la atormenta en todo momento. Desde la parte técnica, podría marcarse la característica de algunos planos muy largos y que la música tiene muy poca presencia en la hora y media que dura el film. No obstante, la trama que propone “Un crimen común” es lo que más se rescata de la película porque presenta mediante un thriller política una de las tantas historias que a diario vemos, el “no te metas”, y deja a merced del espectador interpretar si la acción del personaje fue la correcto. ¿Qué hubieras hecho en su lugar? Es la pregunta que en el final del film encuentra respuesta a través del atormentado grito, metáfora de un cúmulo de sentimientos de la protagonista. Calificación Dirección Guion Arte y Fotografía Actuación La trama que propone “Un crimen común” es lo que más se rescata de la película porque presenta mediante un thriller política una de las tantas historias que a diario vemos, el “no te metas”, y deja a merced del espectador interpretar si la acción del personaje fue la correcto. User Rating: No Ratings Yet ! EtiquetasCompetencia ArgentinaElisa CarricajoFestival Internacional de Cine de Mar del PlataFrancisco MárquezUn crimen común Editar FacebookTwitterGoogle+LinkedInCompartir por correo electrónico Andrea Reyes
“Un Crimen Común” de Francisco Márquez. Crítica La culpa y el remordimiento. Bruno Calabrese 24 noviembre, 2020 0 40 El otro estreno de la Competencia Argentina del día de hoy del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata es la nueva película del director de La Larga Noche de Francisco Sanctis. Por Bruno Calabrese. Cecilia es profesora de sociología y vive sola con su hijo pequeño. Una noche lluviosa, Kevin, el hijo adolescente de su empleada doméstica, llama insistentemente a la puerta. La soledad y el miedo la llevan a no dejar entrar a Kevin, pero al día siguiente el cuerpo del joven es encontrado en un río. Las sospechas de la parte más pobre de la ciudad recaen sobre las fuerzas de seguridad, a quien acusan de haber asesinado a Kevin. Pero el drama del film no gira en torno al crimen, sino alrededor de la atormentada conciencia de Cecilia, perseguida por los fantasmas y la culpa de no haber ayudado al joven. Con un lenguaje cinematográfico notable, Francisco Márquez nos introduce en el claustrofóbico mundo de la culpa. Así como Gus Van Sant se metía a explorar ese mismo universo de los fantasmas del remordimiento de un adolescente en Paranoid Park, el director argentino lo hace en la mente de una mujer grande. En el film ganador de la Palma de Oro de Cannes en 2007, la culpa del joven skater por la muerte de un guardia de seguridad, funciona como un camino de redención y de búsqueda de la identidad. Esta vez, el camino es inverso, quien tiene que cargar es una mujer marcada por el trabajo social. Pero los miedos pueden más y con ello su identidad queda en disputa, las dudas aparecen y el remordimiento luego del crimen común serán mayúsculos. Pero conseguir meternos en la piel de la protagonista, no solo es necesario destacar la labor de la dirección, el sonido y la fotografía; Elisa Carricajo se luce en el papel de Cecilia. Desde nuestra posición privilegiada de espectador conseguiremos desentrañar la mayor parte de los secretos que destila su mirada limpia pero velada. Seguiremos sus pasos por pasillos y calles de la ciudad, oiremos los ruidos de la casa que se cuelan en su memoria como una letanía que la acompaña, veremos las cosas con un filtro en ocasiones opaco, en ocasiones traslúcido, en ocasiones turbio, pero rara vez, con un filtro transparente y diáfano. En “Un Crimen Común”, Francisco Márquez demuestra que a veces no hace falta rellenar todos los espacios para que una obra sea completa. El director deja una libertad absoluta a la mente del espectador y lo sumerge en una paranoia cinematográfica que nos interpela. Un film que despertará debates internos sobre nuestros miedos y nuestros prejuicios, pero sobre todo sobre nuestra mirada del otro. Puntaje: 95/100.
Nos encontramos frente a una valiente película que nos muestra la desintegración que ocurre en la vida de una profesora de sociología universitaria a partir de un hecho traumático que atraviesa. Bajo esta premisa argumental, “Un Crimen Común” resulta un film comprometido, que nos habla acerca de las víctimas inocentes acaecidas por las fuerzas represivas del estado y que, al posicionarse sobre el rol que cumple la protagonista -en el desenlace de los hechos en los cuales accidentalmente se ve inmersa-, nos lleva a indagar sobre como cualquier individuo podría éticamente transitar lo delicado del caso, una vez que un acto criminal deja ser de un hecho noticioso para invadir el territorio de lo real y cotidiano. La película nos coloca, invariablemente, en la piel de la protagonista y su entorno degradado. Un profesional instruido y con formación académica, con quien empatizamos en su estado anímico alienado. El espacio laberíntico en el que se mueve, como clara alegoría, nos presenta su interior resquebrajado, pleno de dilemas morales. Dentro de sus profundas capas de análisis, “Un Crimen Común” nos permite reflexionar acerca de la crueldad de aquellos que detentan el poder, también de la condena que implica vivir en lo indigno para las clases más desfavorecidas. Con gran acierto, interpela desde el dolor sin juzgar, sino involucrándonos intelectualmente para generar un pensamiento bienhechor. Indagando en nosotros espectadores, en lo colectivo e individual, como mecanismo fílmico de discurso abierto que presenta ciertas fisuras sociales en donde el problema se verbaliza, podemos apreciar las delicadas connotaciones que la trama propone. Mixturando el uso de actores y actrices no profesionales, muestra un abordaje sensible a la historia, al tiempo que nos alerta acerca del abuso de poder que visibiliza grietas sociales como factor naturalizado. Conceptual y estéticamente, es interesante el trabajo que se hace desde el uso del lenguaje fílmico: desde lo minimalista lo sutil, destaca la fina artesanía en donde el trabajo sonoro y visual se complementa para la construcción del sentido. En tal dirección, resulta interesante observar como operan los simbolismos y el uso del espacio como medio narrativo y su fin expresivo, faceta que enriquece la propuesta. Su director, Francisco Márquez, realiza una inteligente tarea, prefiriendo la construcción de un sentido desde una mirada cercana, íntima e invasiva, como forma honesta de comprometerse con el conflicto que plantea. Lo común que refiere el título llama nuestra atención: la poca trascendencia y la acepción que alude a la normalidad de estos casos agrava la elocuencia de cifras alarmantes cuando la injusticia social está sostenida por instituciones corruptas.
Cecilia es docente universitaria, enseña sociología en la Facultad de Sociales, es separada, vive en una casa del Conurbano con su hijo en edad escolar y tiene una mujer, Nebe, que va a trabajar algunos días a su casa. Nebe tiene un hijo adolescente, Kevin, morocho, con gorrita y portación de rostro, carne de cañón ideal para ser hostigado por la policía, cosa que efectivamente sucede. Una noche de tormenta Kevin toca la puerta de la casa de Cecilia, parece que está en problemas y se nota cierto apremio. Cecilia se asusta, se esconde y no abre. Kevin se va. Al otro día está en las noticias: Kevin desapareció y los vecinos sospechan de la policía. Más tarde su cuerpo es encontrado en el río. A partir de ese momento la realidad de Cecilia se transfigura, no solo por la culpa, por lo duda de si podría haber evitado esa muerte, sino también porque algo que podría ser el fantasma de Kevin empieza a rondarla y mandarle señales. Como en su anterior film, La larga noche de Francisco de Francisco Sanctis (2016, codirigido junto a Andrea Testa), Francisco Márquez toma elementos del cine de género en un contexto social realista para una historia de clima enrarecido. Narrada en principio en un tono naturalista, con el transcurso del relato entran en juego atmósferas propias del thriller y el cine de terror a medida que la realidad de su protagonista empieza a tambalear. En este, su primer largo de ficción en solitario, Márquez juega con cierta ambigüedad en cuanto a lo real de lo que representa, porque si bien por momentos parece claro que hay algo de lo sobrenatural en juego, también es cierto que la percepción que tiene Cecilia del entorno está bastante alterada y, como vemos los acontecimientos desde sus ojos, la realidad se nos presenta cada vez más extraña. Al igual que en La larga noche…, acá tenemos a una protagonista corriente a quien una circunstancia extraordinaria la pone en una encrucijada que la cuestiona. Cecilia es una intelectual progresista, que lee a Foucault, es bienintencionada y solidaria (como se desprende de una escena del comienzo) pero también tiene miedo y una decisión o falta de esta puede tener para ella consecuencias inmanejables. Se trata de un film sobre la culpa, sobre la culpa burguesa incluso, pero sin intentar juzgar sino intentar entender a un personaje a quien se le viene abajo gran parte de sus certezas sobre si misma y sobre la realidad. La vamos acompañando en sus dudas e incertidumbres a la vez que empezamos a percibir como su comportamiento y reacciones son cada vez más erráticas. Elisa Carricajo hace una interpretación intensa que transmite de manera convincente ese periplo emocional con toda su fragilidad y complejidad, a la vez que el film expone temas sociales actuales y relevantes de manera sutil y en un formato original. Reseña publicada en oportunidad de la cobertura de la 35 edición del Festival de Mar del Plata (2020). UN CRIMEN COMÚN Un crimen común. Argentina, 2020. Dirección: Francisco Márquez. Intérpretes: Elisa Carricajo, Cecilia Rainero, Mecha Martínez, Eliot Otazo y Ciro Coien Pardo. Guion: Francisco Márquez y Tomás Downey. Productoras Ejecutivas: Luciana Piantanida y Andrea Testa. Director de Fotografía: Federico Lastra. Directora de Arte: Mariela Ripodas. Director de Sonido: Abel Tortorelli. Montajista: Lorena Moriconi (EDA). Distribuidora. Cinetren. Duración: 96 minutos.
Cecilia es una profesora de sociología en la Universidad, está separada y vive con su pequeño hijo Juan. Una madrugada de tormenta, Kevin, el hijo de la empleada doméstica que trabaja en su casa y con el que no tiene demasiada relación, toca la puerta de entrada con desesperación. Sin embargo, entre la oscuridad y el miedo ella no atiende. Al día siguiente, el cuerpo de Kevin aparece en el río, asesinado por la policía. Es así como Cecilia comienza a ser acechada por este suceso. Al igual que realizó con «La Larga Noche de Francisco Sanctis», que dirigió con Andrea Testa, donde abordó el tema de la dictadura, el silencio y la complicidad, pero de una manera muy sutil casi imperceptible, Francisco Márquez vuelve a hacer una película de denuncia, en este caso sobre la violencia ejercida por la policía, principalmente hacia los sectores más populares. Nuevamente la historia corre del eje a la temática en sí, sino que la utiliza como detonante para contarnos el impacto que tiene este hecho en la vida de una protagonista con convicciones fuertes, que son completamente derribadas. «Un crimen común» nos ofrece un thriller intrigante, incisivo, con tintes de terror y lleno de momentos de suspenso y tensión pura donde la protagonista siente la presencia de alguien, de su propio fantasma. En este sentido los aspectos técnicos ayudan a generar el clima deseado y van cambiando con el correr del metraje a medida que sea necesario. La banda sonora se va volviendo cada vez más inquietante y tensa, los espacios se observan más solitarios y angostos, provocando un encierro asfixiante, y la iluminación se nota cada vez más oscura y tenue. Durante todo momento la película consigue ahondar en cuestiones éticas y morales sobre el accionar de una persona ante un determinado hecho, los límites entre lo que pensamos y lo que hacemos, las diferencias de clase, el destino, la responsabilidad, la culpa y la reflexión sobre lo que creemos que somos. Sin embargo, el film no juzga ni condena a sus personajes, sino que simplemente los retrata. Elisa Carricajo hace una labor excepcional a la hora de interpretar a Cecilia, una mujer simpática, dedicada y atenta pero que por una falta de acción o susto empezará a cuestionar todo su alrededor, su persona, sus convicciones, y a volverse completamente perseguida, afectando su profesión, su maternidad y hasta su propia psiquis. A medida que va avanzando el metraje, va retratando de buena manera su dejadez, su culpa, su inestabilidad, inquietando al espectador. Si bien está bien secundada por el resto del elenco, compuesto por actores profesionales y amateurs, como Mecha Martínez, la empleada doméstica, la actriz permanece siempre en pantalla, poniéndose la película al hombro. Francisco Márquez vuelve a demostrar con «Un crimen común» que sabe realizar buenas películas mezclando temas políticos y sociales a partir de un thriller atrapante e intenso, con aspectos técnicos que sustentan el clima ideal para que se desarrolle la historia y con un protagonista que lleva adelante la trama con gran oficio. El resultado es un más que satisfactorio film.
El fantasma de la culpa. La subjetividad de la protagonista Cecilia (Elisa Carricajo) atraviesa tangencialmente este segundo opus de Francisco Márquez (La larga noche de Francisco Sanctis, 2016) para desarrollar un relato, que introduce elementos de género disparados por una situación límite que pone en juego un conjunto de valores relacionados con la ética y la moral, en un contexto donde lo cotidiano absorbe el contrasentido de lo que puede considerarse orden o justicia. En ese aspecto, la oposición entre teoría y práctica confronta discursos de la intelectualidad frente a realidades sociales que se alejan completamente de la retórica vacía o académica, la cual naufraga en intentos de explicaciones sobre conductas sociales o humanas cuando existen factores que definen otro tipo de código ético o moral. Trastocada, sería la palabra adecuada que encaja en Cecilia, profesora de sociología en la Universidad, a cargo de un hijo pequeño y ayudada en los quehaceres domésticos por una empleada, Hebe (Mecha Martínez). Una revelación alcanza para hacer de ese bienestar y círculo de confort la peor pesadilla y a partir de ese instante alimentar todo tipo de fantasmas en Cecilia, que incluyen el de la culpa a la vez que da rienda suelta al instinto de supervivencia ante amenazas latentes. Todo lo que sucede en los noventa minutos de la trama transita por una ambigüedad interesante que el realizador logra sostener gracias a la predisposición de Elisa Carricajo, cuya ductilidad a flor de piel se amalgama perfecto en un rompecabezas de emociones controladas y disparadas a partir de sutiles detalles, donde el terror subjetivo se conecta desde la puesta en escena con una pseudo objetividad. Como lo indica su título, la idea central de esta película obedece a la deconstrucción del término “común” ligado a la variable constante de que los hechos se repiten como una norma cuando en la realidad, en la suciedad del mundo de hoy, deberían verse u observarse como la excepción.
¿Qué pasa con aquellas decisiones desafortunadas tomadas en la urgencia de una situación imprevista? Francisco Márquez propone una radiografía de la sociedad actual, con sus diferencias, con sus mecanismos opresivos, con su invisibilización del otro, y construye una tensa y opresiva propuesta de thriller social que, en la potente actuación de Elisa Carricajo, encuentra el vehículo para trascender el hecho cinematográfico y atravesar la pantalla con su profundo análisis de un estado de cosas.
Después de su paso por el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata 2020, se estrena en los cines el nuevo trabajo de Francisco Márquez, el director de “La larga noche de Francisco Santis” (ganadora del 18º BAFICI) quien vuelve a instalarse en un relato atravesado por lo social y lo político bordeando el cine de género. Tal como sucedía en su trabajo anterior, Márquez vuelve a trabajar sobre un clima de incertidumbre, una construcción particular en donde solamente se van ofreciendo algunas imprecisiones, para que el espectador participe en la construcción de un relato que se irá desdoblando en varias aristas. En el caso de “UN CRIMEN COMUN” la protagonista es Cecilia (Elisa Carricajo a quien vimos en “Las Insoladas”, “Cetáceos”, “La Flor” de Mariano Llinás y ganadora del premio a mejor actriz en el último BAFICI por su trabajo en “Bahía Blanca”), una profesora de sociología de la UBA, separada y con un hijo cuyo mundo interno se fractura completamente a partir de un hecho que, en apariencia simple, termina en una sorpresiva tragedia. Una noche lluviosa, Kevin, el hijo adolescente de su empleada doméstica, llama a la puerta y su insistencia, mezclada con el clima enrarecido de aquella noche, hacen que Cecilia tome la decisión de no dejarlo entrar a la casa, haciendo como que no lo ha escuchado. Al día siguiente, se entera que el cuerpo sin vida de Kevin ha aparecido flotando en el río, suceso en el que queda involucrada Gendarmería. Pero el centro del relato no es precisamente la dudosa muerte del joven y las enigmáticas circunstancias que la rodean (aquí Márquez nuevamente pone el condimento político frente a esta muerte, junto con algunos comentarios dentro de los compañeros de cátedra de Cecilia sobre hechos en la oscura época de la Dictadura que le ocurrieron a su padre) sino el impacto que provoca en la protagonista, poniendo en crisis toda su escala de valores y fundamentalmente, la intromisión de la culpa y el miedo, que la transforman en un ser completamente vulnerable. El juego de causa / consecuencias va diezmando las seguridades con las que Cecilia contaba anteriormente, generando una sensación de efecto dominó que va demoliendo todo ese andamiaje teórico e intelectual sobre el que se sostenía, para dejarla notablemente expuesta frente a su imposibilidad de haber actuado conforme lo que ella misma sostiene en sus clases y en su discurso moral. Márquez sutilmente, sin ningún tipo de subrayados ni marcas dentro de los diálogos –sino por el contrario, sólo dejando que algunos de los detalles que desliza en su puesta hablen por sí solos- pone al descubierto la doble moral y el doble discurso que impera en el personaje, la fractura entre lo que expone y lo que realmente hace. A esto se suma además una clara connotación de la diferencia de clases y los estratos sociales de los personajes desde donde también el guion (del propio Márquez junto a Tomás Downey) permite elaborar otra lectura sobre desigualdades insalvables y reacciones que van más allá de lo racional en un momento de extrema tensión. “UN CRIMEN COMÚN” cuenta con el invaluable protagónico de Elisa Carricajo que transmite a la perfección ese campo minado sobre el que Cecilia transita tanto la sorpresa, como la incertidumbre, el cargo de conciencia, sus debilidades y la forma en que comunica al espectador cada uno de sus estados de ánimo. Carricajo entrega una nueva composición que requiere de una entrega absoluta frente a la cámara, y lo cumple con creces. Simbólicamente ese parque de diversiones donde inicia la película desde el punto de vista subjetivo de un carrito de tren fantasma, es uno de los elementos con los que cuenta el espectador para armar este rompecabezas de sensaciones encontradas que empiezan a habitar en Cecilia, que se sumergen en un terreno oscuro, incierto y donde el miedo a lo sorpresivo lo domina todo. Para cuando regrese al punto de partida, en ese parque de diversiones, será otro juego el que represente el cúmulo de sensaciones atravesadas en ese tiempo. Ella ya es otra Cecilia, desde todo punto de vista. POR QUE SI: » Elisa Carricajo transmite a la perfección ese campo minado sobre el que Cecilia transita tanto la sorpresa, como la incertidumbre «
El director de La larga noche de Francisco Sanctis (2016) vuelve a apostar en Un crimen común por el thriller psicológico (aquí incluso con elementos propios del cine de terror) para ofrecer una impiadosa mirada a la crisis moral y las profundas diferencias sociales. Cecilia (Elisa Carricajo) es una profesora de sociología de la UBA que está divorciada desde hace poco tiempo y vive sola con su pequeño hijo Juan y su gato. Más allá de las angustias típicas de cualquier mujer de 38 años que se debate entre la crianza y la consolidación de su carrera profesional (está a punto de ser designada como Jefa de Trabajos Prácticos), su vida no parece diferir demasiado de la de tantos exponentes de la clase media porteña. Todo cambiará durante una noche de tormenta. En medio del diluvio alguien golpea con desesperación la puerta de su casa. Se trata de Kevin (Eliot Otazo), el hijo quinceañero de Nebe (Mecha Martínez), su empleada doméstica. El joven parece estar bastante golpeado, pero ella -presa del pánico- se esconde hasta que él se va corriendo. Al día siguiente, el cadáver del muchacho aparece flotando en el río y los testigos coinciden en que fue asesinado por la policía. Con una impecable descripción del trasfondo, un inteligente uso del fuera de campo, personajes bien construidos y una combinación entre intérpretes profesionales y no profesionales, Márquez ofrece un inquietante ensayo sobre la responsabilidad individual y colectiva, los dilemas íntimos, la negación, el miedo, la culpa y los fantasmas que empiezan a dominar a una protagonista que no puede sostener la mentira, la incomodidad y el dolor.
Un crimen común puede pensarse como el reverso de La larga noche de Francisco Sanctis, la ficción que Francisco Márquez realizara anteriormente (en codirección con Andrea Testa). En ambas películas el desencadenante de la acción involucra a una persona común y corriente en un hecho de relevancia política. La tensión se centra entre la oportunidad –y los riesgos– de pasar a la acción de manera concreta o –por el contrario– mantenerse al margen, en la comodidad del statu quo. En el caso de Francisco Sanctis, se trataba de un hombre de familia rutinario con un pasado militante que, en plena dictadura militar, tenía la oportunidad de advertir y salvar a una pareja a punto de ser desaparecida por las fuerzas represivas del Estado. Esta vez, el relato se sitúa en la actualidad y la protagonista es Cecilia (Elisa Carricajo), una docente de Sociología que tiene –y rechaza– la oportunidad de salvar a Kevin (Eliot Otazo), el hijo de su empleada doméstica, de ser asesinado por la policía víctima del gatillo fácil. A partir del rechazo a involucrarse, la película se desarrolla como un thriller introspectivo en el cual el peso moral de la decisión de Cecilia se agiganta sobre su espalda. Sus intentos de acercarse a su empleada (Mecha Martínez) y acompañarla en el duelo revela, en todas sus interacciones, la insalvable asimetría de un vínculo regido por la culpa de clase, por la contradicción que experimenta quien enseña teoría marxista en una universidad pero es incapaz de superar el miedo al Otro. La ausencia de Kevin se vuelve presencia fantasmagórica en un sugerente juego con los códigos del relato de horror que aparece en la segunda mitad de la película, que se vuelve más sensorial y menos discursiva que la primera mitad –quizás demasiado preocupada por plantar bandera cayendo en algunos subrayados que no benefician a la sutileza del conjunto–. La secuencia final merece una mención especial, reuniendo la despreocupación del juego infantil –un lujo del mundo del burgués al cual pertenece Cecilia– con el grito munchiano de horror ante la violencia real: esa que no se ve y que, si se vislumbra, es siempre de lejos.
El cineasta Francisco Márquez vuelve a jugar con el thriller psicológico y el cine político denunciante en Un Crimen Común, su segunda película. Al igual que en su aclamada ópera prima La Larga Noche de Francisco Sanctis (2016), co-dirigida junto a Andrea Testa (también productora de este film), Márquez hace aquí un estudio psicológico de un personaje que se ve enfrentado a una dura patada de la realidad cuando debe tomar una decisión personal. La máquina de desaparecer El relato comienza exhibiendo imágenes de los muñecos monstruosos que habitan en el tren fantasma de un parque de diversiones. Lo que parece un simple divertimento para niños simboliza en realidad la antesala del desconcertante viaje que la protagonista está a punto de atravesar. Cecilia (Elisa Carricajo de La Flor) trabaja como profesora de sociología de la Universidad de Buenos Aires y vive con su pequeño hijo, Juan (Ciro Coien Pardo). A simple vista, parece una intelectual interesada por las cuestiones de clase, que no duda en intervenir cuando ve que las fuerzas represivas se llevan a la rastra a un joven humilde en pleno parque de atracciones. Una noche lluviosa, Cecilia se despierta perturbada tras escuchar golpes en la puerta de su casa y el pedido de auxilio de una voz conocida. Se trata de Kevin, el hijo adolescente de su empleada doméstica (Mecha Martínez). Atemorizada, la protagonista decide no responder al llamado y ocultarse en la oscuridad de su hogar mientras a lo lejos se puede escuchar la sirena de un patrullero. Al día siguiente, Cecilia se entera de que Kevin ha desaparecido de manera forzosa y todo apunta a que fue la policía, quien ya lo venía hostigando hacía tiempo. El sentimiento de culpa por omisión lleva a que la docente comience a cuestionarse acerca de la brecha entre las teorías y la experiencia y su papel dentro de este universo académico. Un Crimen Común hace un gran trabajo, en principio, al interpelar al espectador sobre qué hubiera hecho en el lugar de la protagonista. Pone en conflicto el discurso progresista, la conciencia de clase con las acciones (o inacciones) individuales y los miedos propagados por un sistema perverso que se alimenta de la criminalización de la pobreza y las divisiones entre el conjunto de los trabajadores. Por otro lado, resulta atractivo cómo el director retrata el mundo en picada de Cecilia, quien pasa de ser una profesional exigente y segura de sí misma, a una mujer desorientada que duda de su metodología y hasta se deja llevar por la paranoia al sentirse amenazada por la presencia fantasmal de Kevin. Podemos decir que Un Crimen Común, más que una continuación de La Larga Noche de Francisco Sanctis, es su contracara: acá el miedo a ese «otro», construido ideológicamente por el aparato estatal y los poderes fácticos, termina ganando y se elije como opción no involucrarse. Pero lo que parece el camino más cómodo, en realidad se vuelve una bomba de tiempo para una sociedad en donde la violencia institucional ha sido naturalizada y los jóvenes de sectores populares son ahora sus víctimas predilectas.
El realizador Francisco Márquez, el mismo de La larga noche de Francisco Sanctis, coguionista con Tomás Downey parte de una realidad que naturalizamos, que la policía mata casi todos los días a algún chico de situación vulnerable, y el impacto que produce en alguien involuntariamente protagonista del suceso. Una profesora universitaria, que vive sola con su hijo, de firmes convicciones, que tiene una relación de aparente amistad con la señora que se ocupa de los quehaceres domésticos de su casa, se enfrenta a una situación límite: Una noche el hijo de esa mujer golpea su puerta pidiendo ayuda desesperada, ella por miedo no le abre, al día siguiente el chico esta muerto. Un crimen común como reza el título que pone patas para arriba las certezas y la ideología de la protagonista, la discriminación, la incapacidad de brindar ayuda, el origen estigmatizado, la grieta insalvable. El film muestra, con la brillante actuación de Elisa Carricajo, como esa mujer pierde su eje y el film pasa a lo fantasmagórico y al terror para mostrarlo. Una gran realización, con lujos en todos los rubros técnicos, y el aporte de actores no profesionales.
"Un crimen común": dilemas de clase y el problema de un "otro" peligroso. El film sigue un sendero poco trajinado por los cineastas argentinos, combinando una mirada social con otra más enraizada en la tradición del cine de género. Las primeras imágenes de Un crimen común están tomadas desde el tren fantasma de un parque de diversiones que recorre un túnel oscuro mientras, entre penumbras, se dibujan contornos de monstruos clásicos de la ciencia ficción y el cine de terror, desde Freddy Krueger hasta King Kong, pasando por figuras mitológicas provenientes de las catacumbas del mundo. De lo monstruoso, justamente, habla la primera película en soledad de Francisco Márquez luego de haber codirigido La larga noche de Francisco Sanctis junto a Andrea Testa. Mejor dicho, habla de una idea adquirida de lo monstruoso, de cómo se construye y cómo esa construcción mueve las cuerdas internas cuando finalmente se materializa. Pero los monstruos aquí no surgen de la imaginación de un escritor o guionista, sino de la más desigual y violenta de las realidades, la misma que –literalmente– toca la puerta de la casa de Cecilia. Como La larga noche…, Un crimen común es circunspecta y contenida, una historia de minucias gestuales y de frases dichas al pasar, casi siempre en tono temerosamente susurrante, por personajes sometidos a dilemas impensados y cuya resolución, sea cual sea, tendrá resonancias éticas y morales impensadas para ellos y su entorno. Personajes hijos de un contexto y formados bajo determinados parámetros que crujen ante una situación impensada. En el caso del atribulado Franscisco Sanctis, típico padre-proveedor de familia con un trabajo gris, la cuestión era si hacer llegar a destino la carta con información sobre una inminente “chupada” de la dictadura militar entregada por una ex compañera de facultad a la que hacía años no veía. Aquí, Cecilia es una profesora de Sociología de vida cómoda, divorciada y con un hijo, a la que se le queman todas las teorías marxistas que enseña, todas los cuadros y apuntes sobre circulación y dominación del capital, cuando duda si dejar entrar o no al hijo de su empleada doméstica, un morochón con gorrita y llantas que trata de huir de la Gendarmería durante una noche lluviosa. Sanctis, incluso contra sí mismo, iba para adelante observando los pliegues nocturnos de la ciudad con una mirada de gato amenazado. Cecilia, en cambio, no acciona. O no al menos hacia el exterior, pues lo suyo es un torrente de emociones solapadas que la cámara de Márquez entrevé en la mirada asustadiza de la actriz Elisa Carricajo (del grupo Piel de Lava y conocida por sus recurrentes colaboraciones con Matías Piñeiro y Mariano Llinás). Y a medida que dimensione las consecuencias de su (in)acción, peor: no hay nada en el ideario progre que intenta transmitir que diga qué hacer cuando observe el rastrillaje para encontrar una víctima que ella, por temor o imposibilidad, ayudó a crear. Su trayecto es el de la duda y la vacilación, el de acercase a esa madre desahuciada que busca respuestas mientras el inminente ascenso laboral empieza a pender de un hilo a raíz del desgano impuesto por la situación. Cecilia debe luchar contra la culpa pero también contra un bagaje con más libros que calle y una cosmovisión atravesada por la concepción de un “otro” peligroso, una tensión de clases que lleva a la película a un sendero poco trajinado en el cine argentino contemporáneo, combinando una mirada social con otra más enraizada en la tradición del cine de género. Aquí conviven giros argumentales (la potencial disociación con la realidad) y estéticos (los recurrentes primeros planos de una Cecilia carcomida por dentro) del drama psicólogo más tradicional y una atmósfera opresiva y paranoide cercana a los thrillers políticos de los ’70. ¿Es palpable el miedo? ¿Puede señalarse con el dedo el motivo de esa sensación? Preguntas que Márquez deja abiertas, dejando que sea el espectador el encargado de encontrar respuestas.
Un crimen comùn: un universo material puesto al servicio de un conflicto irreconciliable. Imposible no comparar Un crimen comùn (titulo inquietante de por sì, què crimen puede ser comùn) que se estrena este jueves con La larga noche de Francisco Sanctis film anterior de Francisco Màrquez. En el mismo sentido en que el cuerpo del actor Diego Velazquez era vehìculo para retratar en La larga noche.. lo ominoso del cuerpo social, el de Elisa Carricajo sirve para atravesar la transformaciòn de un conflicto que es personal, pero tambien social. Ambos cuerpos actores/personajes representan una historia, con mayúsculas. ¿Cómo vivir con la decisión y la culpa por no salvarle la vida a alguien? Si la victima es el hijo adolescente de la empleada doméstica, asediado por la policía o la gendarmería, y la persecusión de la que fue victima lo termina matando, ese agregado le da otra trascendencia. Ahora bien, Cecilia es docente universitaria, dicta clases sobre Althuser y Marx, tutorea alumnos para que sus sean presentados en jornadas universitarias, y aspira a una recategorizacion en su cátedra. Es exigente en ese sentido. En el ambiente académico, el lenguaje que se usa claramente es lejano, difícil, entramado, elevado. Incluso aparece, pero de soslayo, el tema teórico de la interpretación de la realidad como alejado de la transformacion de esa realidad. Algo que la película, en su materialidad, pone en evidencia. Marquez borra toda señal de localidad, puede tratarse de cualquier ciudad y cualquier universidad, de cualquier centro y cualquier villa. La càmara siempre està atenta a la transformaciòn fisica y emocional de su protagonista. Por eso está pegada al cuerpo. El universo visual apela a las sombras de la noche, las proyecciones de esas sombras que atraviesan las ventanas de la casa, el mundo sonoro produce incluso visiones sonoras fantasmáticas. Ahi radica la fuerza de la pelicula: todo el espectro de materialidad sumada a la actriz como agente de esa metamorfosis. Lo que sucede alrededor de Cecilia se puede espiar, pero tambien puede pasar desapercibido (el chico maltratado por la gendarmeria en el parque de diversiones, los albañiles en la obra del edificio de la Facultad). Ella aparece fràgil, casi tonta, atraviesa los espacios con esa fragilidad. Pero la villa la camina sin temor, ¿nada puede pasarle ahi?. pareciera que no. Acompaña el dolor de una madre, culposa, pero mentirosa. La culpa le afecta fisicamente y en su comportamiento. Los cambios son sutiles pero fuertes. La enorme cualidad de Carricajo es interpretar esa putrefaccion paulatina, interna, casi invisible. Cuando en la cena con su amiga escupe de una manera inquietante la comida irrumpe algo de lo ominoso que es interesante. Asi y todo Un crimen común cae en un lugar común algo molesto: el del poner en conflicto dos puntas que se trazan como irreconciliables: la academia y la vida, la teorìa y la pràctica, la villa y el barrio. Podrán decir, y asi es. Universos reprendidos taxativamente en Un crimen comùn por no “bajar” a la realidad, dura y comun realidad de un villero muerto por la fuerza de seguridad.
LOS PEQUEÑOS CRÍMENES DE LA BURGUESÍA La culpa y el miedo son los grandes temas sobre los cuales asoma este segundo film de Francisco Márquez, director también de la interesante La larga noche de Francisco Sanctis. Aquí las contradicciones ideológicas de la clase media aparecen sugeridas, pero el film es un fresco descarnado que hace del suspenso y la sospecha una reflexión que pone la lupa sobre esa cuestión sin concesiones. Un crimen común es una película que al igual que Historia del miedo de Benjamín Naishat o La mujer sin cabeza de Lucrecia Martel pone el foco en los detalles, los rostros y la intriga para asomar desde su expresionismo con una feroz crítica social. El foco de la historia está sobre Cecilia (notable trabajo de Elisa Carricajo), una profesora universitaria de formación progresista que ve sus convicciones devastadas ante un simple incidente. Pero este incidente, que tiene un eco en la desaparición y luego muerte del hijo de quien le ayuda en sus tareas domésticas, desnuda un terror de clase que desde la teoría no se le había presentado. Este hecho sucede en los primeros minutos, por lo tanto el resto del film problematiza sobre la culpa de la protagonista y la lenta descomposición de sus convicciones académicas. Un crimen común no ofrece salidas fáciles y algunas metáforas pueden resultar un poco forzadas (los monstruos), pero el suspenso y la sutileza con que se desarrolla retratan el infierno personal de Cecilia desde la intimidad de su vida doméstica, un apartado logrado que le acerca al género de terror. En este sentido, la película encuentra su punto en común más importante con La mujer sin cabeza al cristalizar un thriller desde aquello que no se encuentra explicitado y corrompe la vida personal de la protagonista. Lo no dicho es más importante que lo que se dice. Con su segundo film, Márquez encuentra a pesar de sus irregularidades un relato sólido que tiene un magistral manejo de los climas y las emociones que empapan la intensidad del dilema de sus protagonistas.
En esta nueva película de Francisco Márquez, su primera en solitario (es uno de los directores de la aclamada La larga noche de Francisco Sanctis), Elisa Carricajo interpreta a una mujer de clase media, profesora de sociología, mujer separada que vive con su hijo en una casa donde tiene contratada a una mujer más humilde para algunas tareas de la casa. Ella conoce a al hijo de esta empleada un día cualquiera y todo parecería quedar ahí. Las cosas cambian una noche de tormenta cuando alguien golpea de manera desesperada a su puerta. Cecilia (Carricajo) espía desde el interior a través de las persianas y cree reconocer a este joven. Pero entre la desesperación y las sirenas y luces policíacas se asusta y no hace nada. Al día siguiente, las noticias anuncian la desaparición de este muchacho y la policía es acusada por la gente de su entorno. Pero nadie vio nada y no hay pruebas y en cierto modo se naturaliza que la Policía tenga el poder en estas situaciones. ¿Entonces qué queda por hacer? Cecilia intenta pero no puede volver a ser la profesora compinche y activa que era porque hay algo dentro suyo que empieza a revolverse. pero está como entumecida. El guion, escrito por el director junto al escritor Tomás Downey (de quien me permito recomendar con fervor su libro de cuentos El lugar donde mueren los pájaros), no elige enfocarse en el costado político y social de la historia -aunque por supuesto está presente-, sino que pretende introducirse en lo que le pasa a esta mujer que no le dice a nadie lo que vio, una mujer que intenta seguir con su vida como si todo siguiera igual pero algo dentro suyo le indica y le demuestra que eso no es así. Pero lo hace desde la observación de las acciones que lleva adelante Cecilia ahora de una manera que no parece normal, como un poco corrida de la realidad. Se puede percibir algo de La mujer sin cabeza de Lucrecia Martel en esta historia. La realidad de la protagonista empieza a percibirse cada vez más rara, siente presencias casi fantasmales y voces dentro de su casa e incluso en su profesión no puede funcionar como solía hacerlo, y los estudiantes que antes tenían cierto tipo de respuesta de su parte ahora se encuentran con algo diferente, casi como un zombie por momentos. Cecilia se convierte en una mujer confundida que contiene el miedo y las dudas que la situación le genera pero no puede evitar que estos empiecen a crecer dentro suyo: es la culpa que aflora en medio de un laberinto en el que se encuentra perdida. Un crimen común es entonces el viaje interno, un viaje que puede ser vertiginoso como subirse a una montaña rusa, una experiencia física de una mujer que explora los límites de su propia empatía y compromiso por fuera de la teoría, porque a la larga en la práctica no es igual de fácil. Y Márquez y Downey plantean su historia sin bajadas de líneas, apostando por un manejo sutil de recursos. Márquez presenta una dirección notable, con un importante uso de las luces para transmitir sensaciones y estados anímicos. La película así resulta tan intrigante como provocadora pero sobre todo genera más preguntas que respuestas e invita a repensar y repensarnos. Y, por supuesto, cuenta con una actuación destacable de Carricajo aunque también de quienes la rodean, varios actores no profesionales.
“Un crimen común”. Crítica. Un grito. Una película de Francisco Márquez que invita a la polémica y a la reflexión bajo la mirada psicoanalítica cinéfila de nuestro colaborador Mario Betteo. Javier Erlij Hace 28 mins 0 2 Amplias avenidas se abren a partir de la proyección del film de Francisco Marquez “Un crimen común” (2020). La política, la económica y la analítica. Es una película simple, común en apariencia pero provocadora, porque deja (no sabemos si ex profeso o por descuido) hilos sin anudar, donde la trama parece que se deshace y allí retoma su andar. Es la línea que define a la protagonista fundamental de la película, Cecilia (Elisa Carricajo), que a raíz de un acontecimiento delictivo en los linderos de su vida, se desnudará el frágil sentido de su vida. Es una joven docente de sociología de la Universidad, que vive con su hijo Juan (Ciro Colen Pardo), quien los acompaña Nebe (Mecha Martinez) , una empleada doméstica que va todos los días a su casa y que comparte la mesa con ella. Una noche, en plena tormenta, Cecilia escucha ruidos en la ventana de la sala, golpes, que la han despertado bruscamente y no sabiendo qué estaba pasando ni si había gente queriendo entrar, entrevé por la persiana semibajas que un joven golpea el vidrio y presa de pánico se esconde como detrás de la pantalla de un televisor para así no ser vista, hasta que unas sirenas a lo lejos hace huir al muchacho en cuestión. Ella sospecha quien puede haber sido. Ese incidente, ocasionará el florecimiento de toda la trama de un crimen. El joven en cuestión era Kevin (Eliot Otazo), hijo de Nebe (a quien Cecilia ya había visto en un par de ocasiones). Luego de un par de días sin aparecer, será encontrado muerto en el río cercano. La gendarmería, que ya lo venía persiguiendo, es denunciada como autora de ese crimen. De allí en más, las vidas de Cecilia y Nebe cambiarán sus rumbos anteriores y la historia encontrará a la larga un equívoco cauce final. Marquez llegó a decir en una entrevista que: “creo que lo que atormenta a Cecilia, más allá de la posibilidad de la culpa es la pérdida de sentido. Sentido con mayúscula. Ella tiene un orden en el mundo, una construcción teórica, que de un momento para otro, gracias a un único hecho, es desarticulado, destruido por completo. El derrotero del personaje tiene que ver con esa pérdida de sentido y se manifiesta no sólo en sus acciones sino en los ambientes que habita, su casa y la universidad, que se empiezan a convertir en otra cosa. La casa es algo hostil, las aulas en algo irreconocible.” Me permito hacer otra lectura del film. No acompaño la idea que Cecilia llevaba una vida asentada, común, y que a raíz del crimen ella habría perdido el sentido que tenía su rutina de docente junto a la educación de su hijo. No es que a raíz del crimen, ella pierde un sentido, sino que es porque ella no ha encontrado un sentido, que el acto mortal que de alguna manera la incluye, la muestra tal como es. Es notable el clima y la estampa que le imprime Carricajo a su Cecilia, en la medida que transita en muchos momentos del film: está como ausente, en otro espacio y tiempo, distraída, se le pasan las cosas, se le moja la ropa, llega tarde a sus citas, se pierde en su propio laberinto. A veces luce indolente, ida, dormida, perpleja, pensando en otra cosa que nunca advertimos de qué se trata, como si no entendiera cuál es el sujeto del asunto. Un poco incrédula, hay momentos en que se iguala a su hijo, quien también se olvida de los cuadernos o se lleva el vaso con leche a la kombi, andando un poco como sonámbulos y dormidos. La relación entre ellos puede incluso parecer más como de hermanos que como madre con su hijo. Se sabe que ella está separada del padre de Juan, quien únicamente aparece en la historia a través del teléfono o quedándose Juan en su casa alguna noche. No queda claro cual es la época en que esto sucede; podría ser hoy, pero la ambientación es más bien de los años 90, cuando todavía no estaba invadida la vida cotidiana con los celulares, las computadoras y las pantallas por doquier. Por allí se ve una laptop, una TV, algún celular pero sobre todo un Scalectric que Cecilia le ha regalado a su hijo (una antigüedad diríamos), un juguete simple y sin gracia alguna, un óvalo cerrado donde se repite lo mismo vueltas y vueltas, una rueda sin fin. Juan es el “Tontino” para ella, un apodo materno que dice más de ella que de él. Por algo Juan va a pedirle que ya no lo llame más de esa manera. Otro ejemplo: avanzada la historia, despierta a su hijo diciéndole que él está teniendo una pesadilla (cuando más bien es ella quien vive de noche esas apariciones); o en una noche siguiente, lo invita a la cama a que duerma con ella y amanece mojado. Nada nuevo bajo el sol, pero el director incluyó estos detalles para acentuar un estado de las cosas en esa casa, detenida en un tiempo. Kevin, es el familiar extraño que irrumpe del otro lado de la ventana, entre sombras y precipitaciones, que busca entrar para protegerse, no de la lluvia, sino de sus perseguidores. El crimen común, ¿ no es finalmente aquel que muestra , de manera oblicua, sesgada, la complicidad colectiva de los personajes presentes y ausentes de la gran escena del mundo? No hablamos ni de la culpa ni de la responsabilidad, sino de la participación por acción o por omisión. No hay crimen que no sea un acto social, colectivo, que revela incluso más de lo que oculta. Pero también el crimen produce algo nuevo, una forma social que se abre, se expande, se difunde y muestra una estructura que era invisible. En este caso, las partículas elementales de la tragedia estaban en el aire. El poder represivo de la justicia (la gendarmería en este caso y no la policía); las desconocidas iniciativas de Kevin y sus historias de impulsiones y delitos menores no sabidas por nosotros pero sí por su madre; el miedo y el sobresalto de Cecilia que vive entre sueños y distracciones al mismo tiempo que lleva adelante su trabajo docente como socióloga (un tanto naif, inverosímil, casi sin libros sobre la mesa ni en la biblioteca, como si fuese una alumna avanzada más y no alguien que está disputando con otros profesores un supuesto ascenso en la escala de nombramientos). Además está la presencia en forma de ausencia del padre de Juan y del padre de Kevin. Son siluetas que se presuponen, que están en la oscuridad y no sabemos cómo intervienen. Nada de terror, sino de una ominosa familiaridad. La tensión narrativa del film alcanza su punto cúlmine cuando Cecilia necesita nuevamente hablar con Nebe, la madre. El personaje de Cecilia no sabe qué decir ni cómo decir lo que no puede ya silenciar; que de algún modo, miedo, su espanto entrevisto en la ventana, alteró el posible curso de la vida de Kevin. Habrá un “¡Andate!” proferido por Nebe, un personaje que encuentra una presencia de mando donde antes era el de una empleada. Se abogará el derecho de culpar y echar (como si fuese una revancha de clase) a quien antes era una aliada, un soporte para la economía de su casa precaria y muy concurrida. Nebe sabía sin saberlo plenamente, acerca de la persecución que Kevin era objeto y sujeto en la precariedad de una villa, en la que se convive en una abroquelada y cerrada existencia . Incluso para los propósitos del film, la gendarmería quedará encuadrada como una encarnación del mal, sin nombre, sin autor, en el anonimato que ofrecen las instituciones. La violencia es social y no individual. Marquez se adentra en una historia pequeña y con claroscuros y dibuja, con la asistencia de Carricajo, una película nada común. Porque tal vez convenga decir que no hay crímenes comunes. Cada uno es particular, único, diferente y de alguna manera escandaloso si se quiere. El crimen es una manera extrema de hacer saber, de mostrar la cosa interior y exterior que nos habita, y además esas cuentas pendientes que la sociedad tiene con amplios sectores marginados. No está de más recordar que el caso de George Floyd en los EEUU, como tantos en otros territorios, son los que engarzan las pequeñas historias en la gran historia. En ese contexto puede que el grito final, un grito que nos recuerda aquel cuadro de Gustav Munch, sea donde Marquez entremezcla cierto goce que da el vértigo con lo inarticulado del grito, cuando vemos a una Cecilia que no sabe si reír o llorar, algo asombrada por la decisión de subirse sola a una montaña rusa mientras festeja el cumpleaños de su hijo Juan. Un intento por hacerse oír, y que solamente nosotros, los espectadores del film, alcanzamos a escuchar.
Perdida en mis pensamientos. Cecilia (Elisa Carricajo) camina despacio casi como analizando cada paso que da. A Cecilia se le quema la comida y a diario suele pensar en pequeñas cosas que le hacen olvidar de las importantes. Su rol como madre sobreprotectora y docente universitaria ocupan la mayor parte de su vida. Está separada y la tenencia es compartida. Vive junto a su pequeño hijo Juan y cuenta con la ayuda de Nebe, una señora que trabaja en su casa. Si bien su cabeza parece estar un poco caótica, la desaparición de Kevin (el hijo de Nebe) detonará en su rumiación un planteo casi existencial: ¿Cuál es el rol de las teorías sociales? ¿Cuánta distancia existe entre pensar cómo debe funcionar una sociedad y cómo realmente funciona? ¿Cómo accionar más allá de lo teórico y catedrático? Cecilia es docente de sociología y todas estas cuestiones la preocupan demasiado. Un crimen común cuenta una historia sobre la desigualdad, también sobre el uso que tiene el Estado de las fuerzas y cómo éstas, muchas veces, no miden sus actos dejando como saldo violencia injustificada, humillación garantizada e impunidad. Utilizando al personaje de Cecilia como excusa para la ficción, el film avanza en el desarrollo de un relato sobre la vida de una madre desde dos puntos de vista: la de clase media y la de clase baja. Y lo curioso es que no intenta establecer diferencias contrastadas, sino más bien se esfuerza por emparejar las distancias mostrando el sentido universal del concepto de madre: la protección hacia un hijo. Además, el film, con oportunas intervenciones de carácter de crítica social, expone una realidad vigente en Argentina: la desaparición de jóvenes en manos de las fuerzas de seguridad. Cecilia sin querer es testigo de haber visto a Kevin con vida por última vez, pero no lo dice porque la invade el miedo. ¿Cómo explicarle a otra madre que no pudiste (ni supiste) salvar a su hijo? Así comenzará el derrotero mental de la protagonista que intentará seguir con su vida cotidiana sabiendo que ni toda la teoría social de Althusser ni el marxismo podrán sanar su culpa. Ella que siempre incluyó a Nebe en su mesa y luchó por exponer las desigualdades. En este sentido la película expone una contradicción narrativa que bien podría asemejarse a las bases del pensamiento sobre la estructura de las sociedades. Un crimen común propone una reflexión muy bien narrada, y desde el punto de vista cinematográfico muy bien diseñada. La estructura del relato fluye de la mano de un guion con ritmo interno y una lucidez social impecable. A su vez logra crear un escenario de realismo contemporáneo a través del vagabundeo de la protagonista, quien además de perderse en sus pensamientos de culpa, se pierde en la vida misma cuando, por ejemplo, los pasillos de la villa se vuelven un laberinto sin salida. Un reflejo de su mente. Otro laberinto será su vida profesional que parece estancada. Como si esto fuera poco, la película se soporta en las bases de la ficción adhiriendo algunos recursos del cine de suspenso que enriquecen definitivamente el conjunto. Una ficción social con tintes de thriller, eso es Un crimen común.
Un thriller con denuncia social sobre los dilemas morales de la clase media, algo que vemos a diario, la cultura del “no te metas”, del hacer que no vimos nada. Un crimen común invita a la reflexionar sobre qué haría uno en ese lugar, sobre la elección de no entrometerse en lo social porque es “más cómodo”. En cuanto a la estética, es excelente jugando con tonos oscuros y sombras que enaltecen el suspenso. Pero, lo más importante, interpela al espectador poniendo en conflicto su propia consciencia. Un film que destaca en todos sus aspectos, con una narrativa sólida, actuaciones excelentes y, por último pero no menos importante, la desnaturalización de esta forma de pensar y vivir.
Cuando los interrogantes son protagonistas Un crimen común, la última película de Francisco Márquez (La larga noche de Francisco Sanctis) es una incómoda historia que, con eje en los abismos entre estratos sociales, indaga alrededor de diversas –y complejas- reflexiones. Con acotada distribución, llega a los cines locales tras su paso en 2020 por Berlinale y el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Todo lo que sucede en y tras Un crimen común es político. Claro que hay quienes entienden a todo film como político, pero quienes se opongan a dicha premisa, sin embargo, podrían coincidir en que la nueva obra de Francisco Márquez alude, tanto en la forma como en el contenido, a un cine que busca transformar, más que con acciones –al menos, en primera instancia- con preguntas. Lo fundamental, quizás, es detenerse en cuáles son los interrogantes que surgen tras el último –y memorable- plano de la película. Los créditos iniciales se intercalan con el recorrido de un tren fantasma, rodeado de bruma, icónicos monstruos y oscuridad. Son dos niños los que, entre probables risas y gritos que no oímos, “escapan” de aquel terror artificial hacia la luz del día. Uno de esos niños es hijo de Cecilia (Elisa Carricajo), una socióloga y profesora de la universidad pública que aspira a un cargo como Jefa de Trabajos Prácticos. La primera aproximación al personaje de Cecilia, si pensamos en la idea de inevitables interrogantes que surgirán tras la película, justamente, inicia con una pregunta, que, en el marco de la cotidianeidad, podríamos encuadrar como “preocupación”: “Podría festejar acá el cumple, ¿no?”, refiriéndose al cercano cumpleaños de su único hijo. Acto seguido, Cecilia ve como unos efectivos de la Gendarmería zamarrean a un joven, presumiblemente desprotegido y con una gorra en la cabeza, por no pagar la entrada al parque. Inmediatamente, la protagonista reacciona cuestionando el accionar de los agentes: “¿Por qué lo están empujando?”. El conflicto se disparará luego de que una noche lluviosa, Cecilia escuche suplicando fuera de su casa a Kevin (Eliot Otazo), un joven de 15 años e hijo de Neba (Mecha Martínez), la empleada doméstica que trabaja para ella. Tras ver a Kevin (por segunda vez, siendo que la película presenta un encuentro anterior) lastimado, con su gorra en la cabeza y escapando de sirenas, Cecilia opta por asumir un rol que, producto del pánico, la convierte en espectadora de la desesperación del joven. Al día siguiente, se confirmará que Kevin fue asesinado por fuerzas de seguridad. De una primera reacción protectora en el parque de juegos, la cual no involucró mayores sobresaltos, ahora la duda se torna inevitable: ¿Qué debió haber hecho Cecilia? ¿Puede comprenderse su accionar o, más precisamente, su inacción? El desarrollo posterior –y absoluto- del personaje de Cecilia es el que le interesa a Márquez, acompañándola en todo momento y dotando a la historia de notorios signos que exploran la psicología de la protagonista. En efecto, no estamos ante un cuestionamiento explícito al personaje principal, aunque sí frente a una reflexión que, como ha explicado oportunamente su director, indaga entre la práctica y la teoría; una teoría en la que, en primera oportunidad, como profesora, Cecilia se muestra imponente, tanto a la hora de corregir a sus alumnos como también a la hora de explicar –o prácticamente recitar- a los autores que profundiza con armoniosos métodos de estudio. Pero a su vez, una teoría que se desmoronará progresivamente a raíz del propio desmoronamiento emocional (e identitario) de Cecilia, ejecutado mediante una puesta en escena que se vale de la re-imaginación de los espacios y lo que acontece en ellos (por ejemplo, mientras Cecilia estudia en su casa o se encuentra en un bar con dos alumnos para asesorarlos sobre una exposición) o de elementos propios del terror. En definitiva, Un crimen común transita por el dilema, la culpa, el abismo entre clases y el quiebre definitivo de estructuras cotidianas a través de un sólido ejercicio que, más que detenerse en la mera representación de una realidad a modo crítico, se empeña en construir formas que, sin dudas, desencadenarán en el espectador a través de preguntas incómodas, pero necesarias.
En todas las artes y en sus expresiones, el contexto lo es todo. El aquí y el ahora del artista, a la hora de ejecutar su obra, es más que necesario. Muchas veces inconscientemente, y otras veces haciendo un gran hincapié, la expresión artística la va a determinar el entorno social y la actualidad. La contemporaneidad de cualquier producto artístico va a ser, de alguna u otra manera, el resultado de la realidad que está viviendo el artista, en la sociedad a la que pertenece. El caso de ‘Un Crimen Común’, la nueva película de Francisco Márquez, no es ajeno a esta teoría. La preocupación por una situación particular es inminente. El contexto social no solamente afecta al artista (director), sino que también al personaje principal de la historia en cuestión. Esta producción argentina sigue a Cecilia (Elisa Carricajo), una profesora de universidad que será testigo indirecto de un crimen. Más concretamente, una noche de lluvia, Cecilia cree haber visto al hijo de su criada afuera de su casa luego de tocar la puerta desesperadamente. Al día siguiente, el cuerpo del joven aparece muerto, asesinado por la policía. Cecilia es el centro de la historia, pero el contexto social y su situación serán el principal motor de sus acciones y su comportamiento. Francisco Márquez se hace eco de una situación recurrente en la actualidad de Argentina para contar una historia cuyo conflicto interno será el detonante principal. La brutalidad y el abuso de fuerza policial ya es algo normalizado en el país. En los últimos años, fueron populares ciertas circunstancias en las que los encargados de protegernos, en realidad, tenían el protagonismo por hacer exactamente lo contrario. Ante este contexto, los sentimientos de inquietud e inseguridad serán los aspectos principales de la protagonista, Cecilia. Una profesora de sociología, separada y que tiene la custodia de su hijo de siete años. Una mujer que sufrirá un desequilibrio luego de una noche de terror. En plena lluvia torrencial, Cecilia se despierta al escuchar ruidos fuera de su casa, y cuando tocan fuerte y desesperadamente su puerta, intenta saber qué es lo que está pasando afuera. Al asomarse por la ventana, divisa un joven que porta una gorra y una actitud por demás de sospechosa. Aquella noche, la puerta no se abrió. El joven resultaría ser el hijo de su criada, una mujer humilde. Allí empieza un enorme debate por más de una hora de película. El espectador se encarna en la piel de Cecilia y pasa a incomodarse y a hacerse las mismas preguntas que se hace ella. A partir de esa noche, el personaje principal cargará con una mochila demasiado pesada. La culpa se apodera de Cecilia, y pasa a vivir de una manera intranquila e insegura. Todos los aspectos de la vida de la protagonista, estarán demarcados por esta inestabilidad que sufre el personaje. Y así es como todo se repite. El contexto y la situación actual de una sociedad determinan, casi de manera involuntaria, la conducta de Cecilia, que, hasta el final, no se liberará de su “pecado”. Esta realidad se torna como el sinónimo del regalo que le hace Cecilia a su hijo: un circuito de carreras de autos a control remoto. La forma de este juguete/obsequio es ovalada, donde los autos giran constantemente en una carrera sin fin, y pasan siempre por los mismos lugares, el ya conocido circulo vicioso. La protagonista estará atrapada en todo momento, y la mayor parte de estas situaciones van a estar controladas por su misma mente. Por otra parte, este contexto social en el que habitan los personajes de esta historia, no solo forma parte del conflicto de manera directa, sino que presentará también, similitudes con el ámbito social aún vigente. ‘Un Crimen Común’ es una película muy actual, donde se retratan los más grandes conflictos internos de un personaje en un entorno que preserva lo establecido. La división de clases, un concepto y una idea muy recurrente, también tendrá su lugar en el filme. Márquez es autoconsciente de la realidad, y bebe de ella para desarrollar un testimonio de culpa y aceptación personal. El final es más que esclarecedor. El personaje principal se deshace finalmente de sus demonios internos y se resuelve. En la última secuencia, donde Cecilia se sube a una montaña rusa, se termina de desahogar a gritos. Por momentos, son alaridos de alivio y tranquilidad, pero el grito concluyente es de terror. Si bien limpió su mente y su vida, aún quedan en ella las secuelas de haber formado parte de un crimen común.
Lo primero que nos llama la atención de Un crimen común es su formato de exhibición. Resulta tan raro ver hoy algo más angosto que el 16:9 del standard televisivo, que una película con aspect ratio “cuadrado” nos hace, por lo menos, cuestionarnos por esa decisión. José Luis Guerín dijo una vez que era su formato favorito y me pregunté por qué. Con el tiempo llegué a la conclusión que éste es el plano de lo humano, del rostro. Porque los cuerpos ocupan casi todo el ancho del cuadro, sin dejar lugar para nada más. El entorno desaparece, pero sólo de lo visible y, con ello, automáticamente se amplía el fuera de campo. Y cuando hablamos de un filme que habla sobre el miedo y el terror, la elección parece casi evidente. Un crimen común es una película marxista, una película que habla de la lucha de clases. Su protagonista, Cecilia, es una madre separada con un hijo, profesora universitaria en Sociales. En su casa trabaja una mujer que tiene un hijo joven. El drama se desencadena cuando ese joven desaparece, luego de haberse presentado de noche en su casa y huido ante la negativa de ella a recibirlo, para luego aparecer muerto en un río. El culpable de su muerte es Gendarmería, que se la tenían jurada, según dicen los vecinos y su madre. A partir de ahí el equilibrio burgués que sostenía la vida de su protagonista comienza a tambalear. Cecilia enseña autores marxistas y que dialogan con el marxismo en sus clases. Reprende a dos estudiantes que le presentan un abstract con poco o nulo marco teórico. Cecilia se mueve en el mundo de las ideas, allí encuentra su anclaje. Cuando muere el joven, la culpa comienza a atormentarla, pero no sólo por no haberle abierto la puerta aquella noche, sino porque, previamente incluso, había desconfiado de él; lo creyó una amenaza, lo prejuzgó por pobre, lo creyó un delincuente. En un principio, refugiada en sus ideas y sus textos, Cecilia pensó que había en su vida una armónica convivencia de clases. Incluso almorzaba con quien era su empleada. Pero cuando su miedo burgués a perderlo todo comienza a azotarla, los textos dejan de dar respuestas. El conflicto de la película es entre teoría y praxis. Al tener que confrontar con otra clase social los textos se vuelven letra muerta. Esto se evidencia por un progresivo desentendimiento de sus responsabilidades académicas e incluso un cuestionamiento sobre los autores de la cátedra. A aquellos estudiantes que primero reprendió, ahora, ya con marco teórico establecido, directamente los ignora. La academia no resuelve sus miedos. Ante el primer conflicto con su empleada, la lucha de clases se materializa e impide cualquier tipo de convivencia o tregua. La culpa no es de ninguna de las dos, ambas están determinadas por su clase social. El director nos dice que no hay reconciliación posible, no hay pacífica convivencia porque el sistema capitalista lo impide. Una vez que ocurre la contienda, todo vuelve al equilibrio, un equilibrio capitalista, un equilibrio que pone a cada uno en su lugar: la burguesa con su conciencia tranquila, la proletaria con un hijo muerto por “negro”.
Otra actriz del grupo Piel de Lava, las de la exitosa Petróleo, Elisa Carricajo, es la protagonista absoluta de este inquietante thriller, o estudio psicológico de un personaje que es también el de una foto social. Ella es Elisa, profesora de sociología que vive con su hijo en una casa típica de algún barrio del conurbano. Separada, pasa algunos días sola, cuando el chico va con su padre. Y una noche de lluvia, sola en casa, se despierta asustada por fuertes golpes a la puerta. A través de la ventana ve a Kevin, el hijo de la señora que la ayuda en casa. Lo ha visto antes, de pasada, un chico algo huraño. Lo reconoce. Pero no le abre. Cuando el cuerpo del chico aparece, y se dice que fue asesinado por la policía, Elisa se sumerge en una nebulosa de temores y culpa, una inquietud que no la deja dormir. El director Francisco Márquez (La larga noche de Francisco Sanctis) logra un relato muy potente, íntimo, enrarecido. En el que se tocan cuestiones más externas, como la diferencia de clase, e íntimas, como la ansiedad que invade a su protagonista, con los mejores recursos que ofrece el cine. Desde un guion inspirado, inteligente, a una puesta que las locaciones, el fuera de campo, la notable expresividad de su actriz, en un trabajo notable.
En 2017 el policía Luis Chocobar asesinó por la espalda a Juan Pablo Kukoc, en el barrio de La Boca, alegando legítima defensa, luego que el joven haya asaltado y acuchillado a un turista estadounidense y —según la versión del policía— intentado abalanzarse sobre él. Hace poco más de un mes se conoció la sentencia: dos años de prisión en suspenso y cinco años sin ejercicio de su profesión para quien popularizó con su apellido el protocolo de gatillo fácil (Resolución 956/2018) avalado por el ex-presidente Mauricio Macri y Patricia Bullrich, mientras el menor de edad
La nueva película de uno de los codirectores de «La larga noche de Francisco Sanctis» se centra en las consecuencias de un asesinato en la vida de una mujer, interpretada por Elisa Carricajo. La primera película «solista» del codirector de LA LARGA NOCHE DE FRANCISCO SANCTIS tiene algunas diferencias específicas respecto a su anterior y exitoso film que pasó por el Festival de Cannes y fue premiada en BAFICI, pero son muchas más las coincidencias, ligadas a la idea de combinar ideas sociales y políticas en contextos de cine de suspenso, casi de género. Es un tipo de película que, por motivos que exceden el marco de esta crítica, no se ha explorado mucho en el cine argentino en lo que va del siglo XXI (a su manera, bastante diferente, el cine de Santiago Mitre o el de Benjamín Naishtat funciona por carriles parecidos) pero que tiene una larguísima tradición en el cine mundial. Márquez toma un caso policial a partir de la mirada de una protagonista –testigo privilegiada, si se quiere– para tornarlo primero en un drama psicológico acerca de las repercusiones de ese crimen en esa mujer y luego llevar esa situación de lo personal e íntimo a lo social y político. Una película que trabaja sobre interesantes temas como la empatía y sus límites, la diferencia entre la teoría y la práctica y, más que nada, cómo las diferencias de clase marcan muchas veces a fuego la vida de las personas, lo quieran o no. Cecilia (Elisa Carricajo, del grupo Piel de Lava) es una profesora universitaria de clase media, una mujer politizada y progresista que parece tener muy en claro su visión del mundo. Está separada, tiene un hijo y todo parece correr por carriles normales hasta que una noche tarde escucha ruidos fuera de su casa. Cuando golpean su puerta reconoce a Kevin, el hijo de la mujer que limpia en su casa y, por temor, decide no abrir la puerta. El asunto no terminará bien para Kevin y Cecilia, al descubrirlo y saberse «indirectamente» parte de la historia entrará, de allí en adelante, en crisis. Su castillo intelectual (llamémoslo, simplificando, progre) parece derrumbarse y, con ello, su propia relación con el mundo que la rodea. Con algo «dostoievskiano» (desde el título y algunos de los temas), UN CRIMEN COMUN explora primero esa debacle personal para luego confrontarla con la relación entre el hecho en sí, su situación y el mundo real en el que se inserta. Es decir, con el admitir o no –para sí misma primero, pero públicamente después– su inacción en un momento clave y afrontar las consecuencias de esa debilidad, miedo y fragilidad. Por decirlo de otro modo, con la decisión de limitar su idea de la solidaridad al ámbito de la teoría y no de la práctica. Con un clima oscuro e intimidante –que tiene puntos en común con el anterior film de Márquez– y con un sutil manejo del lenguaje cinematográfico que la aleja del thriller social realista más convencional al punto de apostar por un formato «cuadrado» de pantalla, UN CRIMEN COMUN pone en juego a través de la historia de Cecilia una serie de temas relevantes a nuestros tiempos políticos, pero desde un lugar inteligente y sutil. ¿Qué sucede cuando una persona que se cree «del lado correcto» en sus ideas sobre el mundo y sus injusticias desnuda, ante una situación de presión, sus prejuicios de clase y sus miedos más burgueses? ¿Cuánto se comprende la experiencia «del otro» desde la teoría cuando nunca se la ha vivido realmente de cerca como para saber lo que implica en la práctica cotidiana? Preguntas que exceden, claramente, el marco de un thriller y que, lamentablemente, se exploran poco en el cine argentino de ficción, salvo en casos como LA PATOTA o ROJO, por citar algunas películas que plantean similares dilemas morales y personales a través de sus protagonistas. LA LARGA NOCHE DE FRANCISCO SANCTIS ponía, también, en juego estas tensiones (un «hombre común» teniendo que tomar decisiones de fuertes implicancias políticas) y la nueva película de Márquez cambia el escenario y el tiempo pero trabaja sobre ejes parecidos. Aquí y ahora siguen sucediendo similares situaciones de violencia que, aunque no parezcan directamente políticas, están insertadas en una realidad específica que así la vuelven. Y antes, como ahora, tal vez no sea tan sencillo como parece, ideológicamente al menos, saber cómo actuar, qué hacer, hasta dónde uno está dispuesto a jugarse por el otro, por los otros. Plantear estas cuestiones desde el drama y hacerlo a partir de preguntas más que desde las respuestas es el gran mérito de esta muy buena película.