"Qué difícil se me hace", decía Alejandro Lerner. Y a mí también se me hace difícil, pero no cargar el equipaje, sino aguantar a Nicolas Cage. Actor propenso a la exageración y a actuar en películas pedorras, pero que posee una indudable intensidad y, si es bien dirigido, la capacidad de crear personajes distintos. Y este es el caso de Bad Lieutenant: port of call - New Orleans, film en el que la típica pose exacerbada de Cage tiene una legítima razón de ser. Terence McDonagh es un policía de New Orleans que vive al límite. Si bien su carrera policíaca va en ascenso, su vida personal es bastante tumultuosa. Adicto a la cocaína (o a cualquier droga que caiga en sus manos), apostador empedernido, con una lesión en la espalda que le causa dolor crónico, de "novio" con una prostituta con clientes poderosos, hijo de un padre alcóholico, y varios etcéteras más... Un día McDonagh recibe el caso de una familia de inmigrantes senegaleses masacrados en su hogar, lo que lo llevará a investigar a un narco local que sería el supuesto asesino. Pero lo cierto es que la investigación en sí no es lo más importante del film, sino todo lo que pasa alrededor de la vida de este policía. Para quienes crean que esta es una especie de remake o continuación del Bad lieutenant de Abel Ferrara con Harvey Keitel, les aclaro que no. El único punto en común entre ambos filmes (además del título) es que su protagonista es un policía adicto y corrupto. Pero mientras que aquella era una película dramática y oscura, cargada de culpa, esta es más bizarra, con un rebuscado sentido del humor y carente del pesado intento de redención por parte de su personaje central. Que tengan el mismo título se debe a que ambos filmes son de los mismos productores, y quisieron sacar provecho de esto. Pero es una lástima, en mi opinión, ya que le quita cierta entidad a este film que tiene sus méritos por derecho propio. La historia comienza en la New Orleans post Katrina. Una ciudad arrasada, casi en ruinas. Y aunque la película no hace tanto hincapié en la situación de la ciudad, sí utiliza este deprimente escenario como fondo de su relato. McDonagh, al igual que la ciudad, está bastante deshecho. Tolerando una lesión de espalda que le obliga a tomar calmantes de por vida, y que le hace caminar ligeramente torcido, se comprometerá primero de manera casi personal con la investigación, hasta que las caóticas circunstancias de su vida privada vayan desviando su camino cada vez más. Debo aclarar que Bad lieutenant es una película bastante extraña, con un estilo muy personal. Su director es Werner Herzog, casi mítico realizador alemán reconocido, entre otras cosas, por sus filmes con Klaus Kinski, actor que estaba mucho más chiflado que Cage. La peli, que podría definirse como un drama policial, por momentos se convierte en una comedia muy oscura, y que requiere de un sentido del humor particular para ser disfrutada. Especialmente cómicas son las formas en las que Cage trata de hacerse de toda la droga que pase ante sus ojos. O sea, si bien la historia es deprimente y sórdida, la película nunca nos hace sentir tristes con lo visto. Pero no se vale para esto de un humor cool a lo Tarantino. En ese sentido es más bizarra. Y de hecho tiene un par de escenas que simplemente se pueden calificar de "extrañas", como las tomas de las iguanas... Creo que el disfrute de la película va a pasar mucho por la tolerancia que se tenga de Cage, quien aparece prácticamente todo el tiempo. Como dije, es un actor que soporto poco, pero en este caso su estilo de actuación concuerda con el tono del film. Y si bien hay momentos donde se va un poco de mambo, su actuación es intensa y, como señalé, divertida. Pero ojo, hay que bancárselo... También es bueno el aporte de Eva Mendes como su novia, además del colorido reparto. Bad lieutenant es un film inusual, por momentos desconcertante, pero siempre interesante. Y que sirve para recordar que Nicolas Cage, bajo las circunstancias correctas, puede rendir mucho. Ya lo había demostrado en Leaving Las Vegas (1995) y Adaptation (2002). ¿Será sólo cada siete años que el tipo hace cosas interesantes? Bueno, veremos qué hace en el 2016. Entretanto, seguramente hará 4 ó 5 pelis con Michael Bay. Él, como el personaje, también tiene que pagar varias deudas, parece.
Regreso con gloria Junto a My Son, My Son, What Have Ye Done, la otra película que Werner Herzog presentó en el pasado Festival de Venecia, Un maldito polícia en Nueva Orleans plantea una excéntrica aproximación al universo de la demencia urbana. Un ejercicio de antropología suburbial que el director de origen alemán sitúa en el corazón de una América que bascula entre lo mitológico y lo onírico. A Herzog le interesa investigar el modo en que el contexto social responde ante los trastornos psicológicos de sus habitantes y parece llegar a la conclusión de que, en el mundo actual, la supervivencia pasa por la locura. El resultado, es una película proclive al esperpento y bañada por una cruda ironía. En Un maldito polícia en Nueva Orleans, Herzog acomete la revisión/variación de la película que Abel Ferrara rodó en 1992. Espléndidamente protagonizada por uno de los peores actores del panorama actual, Nicolas Cage (cuyo incontenible histrionismo es hábilmente explotado por Herzog), el film sitúa su ámbito de acción en la Nueva Orleans post-huracán Katrina, convirtiendo la ciudad (sus calles, hoteles, casinos, suburbios y cementerios) en un agente narrativo primordial. En este escenario, Herzog lleva a cabo una disección alucinada de los códigos del cine policíaco. El denso y trepidante guión de William M. Finkelstein permite al director alemán aferrarse sin miedo a los pilares de la narrativa clásica y a los arquetipos del género negro (cerca, por ejemplo, del James Gray de Los dueños de la noche/We Own the Night). A la postre, son estos sólidos cimientos los que permiten a Herzog construir el truculento, eufórico y lisérgico universo por el que transita Terence McDonagh (Cage), un teniente de policía que se sumerge en el pozo de la drogadicción por culpa de unos dolores de espalda crónicos. La mano del director de Stroszek se deja ver en la exploración de la animalidad del personaje de Cage y en sus hilarantes brotes psicóticos, el más memorable de los cuales lleva al protagonista a exclamar “Shoot him again, his soul is still dancing!” (¡Dispárale otra vez, su alma todavía baila!), a lo que sigue un plano del “alma” del criminal en cuestión bailando break-dance. Finalmente, la diferencia más importante de la película de Herzog respecto a la de Ferrara es la ausencia del referente religioso que determinaba el declive y redención del teniente corrupto al que daba vida Harvey Keitel. En esta nueva versión, la redención llega de la mano del azar (una conclusión que recuerda a otro film de Ferrara, Go Go Tales) y tiene más que ver con el absurdo y caótico (des)orden social que rodea al personaje que con una regeneración espiritual, un cierre que pone de manifiesto la combinación de fina sátira y afilado cinismo que recorre todo el largometraje. (El presente texto es una extensión de lo escrito por el autor durante el Festival de Venecia de 2009)
Un Maldito Policia, el oscuro policial que Abel Ferrara estrenó en 1992 protagonizado por Harvey Keitel. Ahora uno piensa que hay una nueva versión, que su director Werner Herzog, bien niega a clasificarla como remake porque realmente no tiene nada que ver con la anterior. Nicolas Cage en el rol del problemático policía, y un personaje femenino encarnado por Eva Mendes que menos tenía lugar en la versión original. La historia se centra en Terence (Cage), un policía totalmente corrupto que sufre un problema en su columna de difícil curación, lo lleva a consumir cada vez más drogas y llevarlo a niveles de paranoia y locuras extremadamente agresivas y algunas lisérgicas como cuando ve a las iguanas cantando. El personaje de Cage es uno de los mejores papeles que ha interpretado últimamente, caminando con una espalda totalmente torcida por el dolor y la afección que lleva sobre sus hombros, hace olvidar esas películas mediocres que ha venido interpretando en los años anteriores. Val Kilmer lo secunda con ajustada presición, dejando el protagonismo de Cage intacto pero haciendo su papel impecablemente. Eva Mendez, de una belleza poco común, crece con más cada película. Herzog nos lleva de las narices y nos muestra una cuota bastante importante de agresividad y locura. De humor negro y ácido. Un maestro de la imagen que no ha perdido la creatividad con los años, muy por el contrario.
Vi Un hombre serio, la película de los Coen que se estrenó el jueves 25 de febrero. Vi también Un maldito policía en Nueva Orleáns de Werner Herzog, que está anunciada para el próximo 4 de marzo. Una me produjo un tedio monumental, y la otra me pareció inteligente, lúdica, gran cine. ¿Cuál es cuál? ¿Cómo convertir esas primeras impresiones en crítica? Vi primero la de Herzog, y una semana después la de los Coen. Cuando estaba viendo Un hombre serio, de solamente 95 minutos, el tiempo parecía eternizarse, con cada nueva peripecia que le ocurría al profesor de física protagonista sentía que los Coen querían decir algo. Mejor dicho, DECIR algo. La película DICE que Dios no existe. O que existe y que le da más o menos lo mismo lo que sucede en el mundo y a ese profesor en ese suburbio. Entonces los Coen DICEN cosas sobre el judaísmo y sobre la vida en los suburbios americanos en los sesenta. La película tiene algo tremendamente trabajoso, como si a cada rato se notaran las manos de los directores que ajustan un tornillo, ponen una situación justo en tal momento para DECIR tal o cual cosa. Un ejemplo (la crítica necesita dar ejemplos): en el momento en que el atribulado profesor está cerca de encamarse con la vecina, suena una sirena policial que corta la situación. De esos detalles, de esas cosas que “justo pasan en esos momentos” está plagada la película de los Coen. Un hombre serio es una película ripiosa, que parece trabarse a cada rato. Y no estamos hablando aquí de una película godardiana que evidencia su dispositivo, que lo delata a propósito por pura “modernidad”. No, los Coen no quieren decir a cada rato “esto es una película” sino “esta película DICE estas cosas”. Y se les traba el relato porque les preocupa más ese DECIR, no confían en relatar y que del relato se desprendan en profundidad las ideas; ponen las ideas por delante y se les nubla la gracia. Otro asunto por el que detesto la película es por esa típica maldad de los Coen hacia los personajes, pero eso es asunto de otra nota. Un momento: ¿detesto la película? Sí, apenas terminé de verla simplemente me había aburrido. Un rato después me di cuenta -por comparación- que la detestaba. Una película puede reacomodar nuestro pensamiento sobre otra película. Salí de ver la de los Coen y de repente me puse a compararla con Un maldito policía en Nueva Orleáns. Son dos películas sobre oscuridades, ciertamente. La película de Herzog también dice muchas cosas, pero las dice detrás de lo que cuenta, y cuenta con un desparpajo y una fruición que no se ven con tanta asiduidad. Herzog narra, se ríe de las convenciones narrativas pero desde el amor por la narrativa más desquiciada (esas iguanas canoras; esos cocodrilos; ese baile del espíritu). Un maldito policía en Nueva Orleáns termina hablando de la justicia, de la injusticia, de Estados Unidos, de los códigos del género policial, del clasicismo (que Herzog dinamita con un amor loco pero amor al fin). Y dice (sin mayúsculas) muchísimas cosas. Nos las dice. Pero nos las dice cuando terminamos de ver la película, cuando la película es un (buen) recuerdo. Cuando ponemos a jugar en la memoria sus escenas, los destinos de sus personajes. Cuando sentimos que nos estaban divirtiendo (divertir=distraer) con algo pero nos estaban diciendo otras cosas, cuando sentimos que había mucho más que lo que habíamos percibido en primera instancia. La diferencia entre las dos películas también puede provenir de la actitud de sus directores. Herzog es alguien con un apetito voraz por conocer el mundo, alguien con interrogantes y fascinado por lo que lo rodea, incluso por el mal. Los Coen, ya lo han probado demasiadas veces (una de ellas fue Quémese después de leer), parecen estar seguros de todo, y hacen un cine cerrado, claustrofóbico, calculado, tedioso, con anteojeras; un cine que no parece estar conforme con ser cine ni con mostrar los personajes que muestra. La película de Herzog, en cambio, nos renueva las ganas de ir al cine para que nos cuenten las cosas más maravillosas, incluso sobre las más fascinantes podredumbres. Herzog elimina la religión (recordar Un maldito policía de Ferrara y sus cruces y sus redenciones), o más bien se ríe de las culpas y de las redenciones porque se permite la duda, porque al mirar al mundo y a los seres humanos sigue sorprendiéndose. Y así, no siente la necesidad de fijar las imágenes a unas seguridades miedosas. Qué bueno que la duda sea la jactancia de los verdaderos intelectuales: aquellos que miran el mundo con los ojos abiertos y nos pueden contar lo contradictoria que es la vida mediante el cine, un arte no menos contradictorio, que puede albergar la mirada inerte de los Coen y la vitalidad de la visión de Herzog.
Su paso por Hollywood denotó placenteras experiencias frente a nuevos documentales que reivindicarían su naturaleza de viajar, explorar e interiorizarse en distintas culturas (Grizzly Man, Encounters at the End of the World), y una decepción frente al film Rescue Dawn, un drama bélico con un final inentendiblemente pro yankee, no estrenado en carteleras porteñas. El hecho de que Nicolas Cage esté frente al proyecto como productor, hace cerrar más la idea, Cage necesita salir un poco de la gama de films para las que es llamado, poner su rostro frente a proyectos banales, fracasos. Con Un Maldito Policía en Nueva Orleans, Cage rompe esa brecha que lo limitaba actoralmente de esos fracasos, quizás hace una labor similar, mismas muecas, mismos gestos, pero, bajo un guión sólido, con un gran cineasta delante de cámaras. Las diferencias entre éste y el film de Ferrara, son abismales, casi sin relación, salvo por tener en común a un detective policíaco muy particular, sacado de sus cabales, no respetando la ley, y utilizando el pequeño poder que le confiere ser un oficial, para provecho propio. El film comienza con un Terence McDonagh (Nicolas Cage) que se preocupa por el prójimo, recientemente tras el paso del huracán Katrina, ensucia su cara camisa y vestimenta por sacar a un tipo atrapado en una celda llena agua, es consciente de sus actos, tiene valores. Un acontecimiento que involucra una muerte, encamina a Terence hacia la investigación y búsqueda de un sospechoso, sus métodos no creo que sean aprobados por ninguna institución de Derechos Humanos, su conducta frente al desarrollo del film se va tornando a cada instante más acomplejada, sórdida y oscura. El film entrega momentos fascinantes, dignos de jolgorio entre la audiencia, a los conocedores del cine de Herzog se nos brindan pasajes metafóricos ridiculos y a la vez graciosos, por demasía. Se afrontan subtramas que a la larga convergen con el resultado final del film, podremos dar un pantallazo a la corrupción policial, a la vida de juegos y apuestas, las maniobras de un jugador de Basquet, el poder de políticos y sus hijos descarriados, las prostitutas, las mafias, el tráfico de drogas, rehabilitaciones y enfermedades, delirios que Terence vivirá en escasas semanas, que lo vincularán a actos extremos, cayendo cada vez más en un pozo muy difícil de escapar. Dentro del magnífico cast de secundarios, Eva Mendes, como una profesional que ama a Terence. Val Kilmer como su co detective, sin mucha participación ni importancia. Fairuza Balk en una pequeña pero lograda muestra de que continúa siendo una de las “¿chicas?” malas del cine. La genial Jennifer Coolidge, una actriz a quien sus años no le juegan en contra a la hora de querer bastardearse actoralmente y permitir reirse y desvalorarse de sí misma, cuestión que con los pocos proyectos en los que se la ha visto, sirvieron y han sido los necesarios como para acaparar la atención. Otras pequeñas de Brad Dourif, como un oficinista policial que toma apuestas y Vondie Curtis-Hall como el teniente en jefe de Terence. Tambien se incluye a Michael Shannon, Shawn Hatosy, o el veterano Tom Bower.
Maldito Policía, la gran película que Abel Ferrara realizará en 1992 con Harvey Keitel no necesitaba ni secuela ni remake. Además no se trató de un film comercial tampoco, sino todo lo contrario, la marginalidad, visceralidad y realismo “es” lo que caracteriza el cine de Ferrara. La película resultó fuerte, potente, un golpe al estómago, un clásico de culto de cine independiente estadounidense de los 90s. La Taxi Driver o Calles Salvajes de la década. Keitel encarnaba a un policía corrupto, drogadicto, violador, que buscaba redención en la religión como típico gangster ítalo americano de los años ’20 y ’30. Para hacer la remake se debía utilizar a un director tanto o más trangresor y alocado como Ferrara. Y fueron tras el alemán Werner Herzog. El cocktail prometía ser explosivo. Lo irónico es que si Ferrara, parecía un joven Martin Scorsese, Maldito Policía en Nueva Orleans parece dirigida por un Ferrara veterano, irónico, divertido, sarcástico, e inclusive, morboso y lisérgico. No se trata de una remake ni una secuela. Por lo tanto, cada uno de los films son incomparables, y tienen una frescura independiente. Más una estrategia de marketing que otra cosa, la versión de Herzog toma también a un personaje muy similar al que hizo Keitel (adicto a las prostitutas, al juego, a las drogas, corrupto), pero en vez juzgarlo y convertirlo en un villano, Herzog pone al personaje en una posición casi heroica. En vez, de rebajarlo moralmente, lo premia. El Teniente Mc Donagh no es un ejemplo de policía. En una Nueva Orleans, que todavia sufre las consecuencias del huracán Katrina, inundaciones, casas devastas, personas en la calle (no muy diferente a lo que se vive en nuestro país todos los días), se descubren los cadáveres de los miembros de una familia de inmigrantes ilegales africanos masacrados. El Teniente Mc Donagh se hace cargo del caso. Adicto a la cocaína, y a la heroína para curar sus dolores de espalda, Mc Donagh, empieza a investigar con la ayuda de su compañero y descubren que fue resultado de un altercado entre narcotraficantes de droga. A la vez, Mc Donagh tiene otros problemas: amenaza a hijo de un politico mafioso con matarlo tras descubrir que golpeó a su novia prostituta, tiene deudas de juego, y para colmo de males, su padre, que está yendo a “Alcohólicos Anónimos” le deja el perro a su cuidado. Mc Donagh empieza a descubrir que la única manera de mejorar sus situación es cambiarse de bando, pero sin abandonar la policía. Herzog convierte un policial ordinario en una comedia de enredos, con muchas, muchas adicciones. Lleva al personaje a límites de patetismo y absurdo realmente surrealistas. Si Ferrara quería hacer énfasis, en la hipocresía de un hombre que buscaba la redención mientras violaba y asesinaba sin código moral, enfrentar el bien y el mal en su solo cuerpo; Herzog muestra a un personaje que está más allá de todas las reglas… y de alguna manera, triunfa en su mundo… Sin regodeos visuales, apenas unos planos “místicos” con lentes angulares junto a iguanas y cocodrilos, filmados por él mismo, Herzog explora la enferma mente de un hombre sin caer en el moralismo, ni el sentimentalismo barato o ponerse didáctico. Con un ritmo y humor negro que podría ser propio de los hermanos Coen, también este Maldito Policía intercala (y critica) escenas estereotipadas del film noir con verdaderas escenas de una tensión delirante, capaces de arrancar carcajadas al espectador más deprevenido, debido a lo confuso e incierto que resulta el tono en que maneja los códigos y géneros cinematográficos, y la forma imprevisible en que inserta estas escenas. Sin abandonar cierta cuota de sadismo y debate existencialista, pero a la vez lleno de un cinismo y crítica a capitalismo más salvaje a través de la figura de la policía (corrupta) como “institución” básica, y de “respeto” como modelo de autoridad del “sueño” americano, cierto tono en la visión me recordó un poco al humor de Jarmursch también, el más onirico, donde se mezlcan sensaciones, pensamientos y sueños, como Ghost Dog. Nicolas Cage, estrella, que en algún momento prometía convertirse en un gran actor, calza como anillo al dedo con el personaje: desquiciado, histriónico, medido por momentos. Aquellas características desbocadas, que en una película mediocre ha terminando perjudicando, esta vez son llevadas al extremo de lo patético por la calculadora mano de Herzog, para disfrutar y sorprenderse. No hay duda, de que el espíritu de Klauss Kinsky deambuló por el set de filmación. En cambio, el elenco secundario no corre la misma suerte. No tanto por las interpretaciones en sí, sino porque el convencional guión de William Finkelstein no les permite levantar vuelo (a menos que sea en forma literal) a personajes bastante esterotipados y clisé. Eva Mendez, Xzibit, Fairuza Balk, Irma P. Hall y especialmente, Val Kilmer, solo forman parte del contexto de la película y no gran destacarse. Al contrario, con excepcion de Mendes, el resto lucen bastante sobreactuados y fuera de tono. El único capaz de hacer creíble su personaje es el siempre excepcional y subvalorado Brad Dourif (que ya trabajó con Herzog en la magnífica The Wild Blue Yonder). Es cierto, que este no es el Herzog de Woyzeck, Fitzcarraldo, o Aguirre. La relación del hombre con la naturaleza, para encontrar su verdadera y salvaje naturaleza interior hay que leerla más en la metáfora que en la película en sí (tras filmar Maldito Policía, hizo My Son, My Son What Have Ye Done, con Michael Shannon como protagonista, que empieza también en Nueva Orleans y sigue en Perú. Es el viaje místico de un asesino, muy en la línea de sus primeros films, y el personaje de Shannon también recuerda a Kinsky. La produce David Lynch y la empezó a filmar al mismo tiempo que Maldito… ya que Shannon, Hall y otros actúan en ambas). Excesivo, pero divertido, correcto, pero cínico, Herzog no ha perdido las mañas. Su intuición para captar lo más oscuro del alma humana y ponerla contra un paredón sigue intacta.
Con los pies en el infierno Basado en el film Un maldito policía, que Abel Ferrara rodó en los noventa y con Harvey Keitel en el rol protagónico, el realizador alemán Werner Herzog (Fitzcarraldo; Aguirre, la ira de Dios y Encuentro en el fin del mundo) impone su propia visión de la corrupción y el derrumbamiento personal de un detective corrupto. El teniente Terence McDonough (Nicolas Cage), quien sufre severos dolores de espalda que lo mantienen inclinado, es asignado para resolver el asesinato de cinco senegaleses y empieza un derrotero personal para atrapar al responsable. Claro que se apoya en sus adicciones (al menos se lo ve ocho veces consumiendo cocaína o inhalando crack) y tampoco le hace asco al juego, las deudas, el robo de droga y los favores sexuales que le facilita su novia (Eva Mendes), una prostituta, la única que lo apoya y lo contiene. El film permite el lucimiento de Nicolas Cage con un personaje que está con un pie (¿o los dos?) en el infierno y acierta al mostrar las alucinaciones que tiene a lo largo del film: serpientes, iguanas y un el espíritu danzante de un malviviente que no quiere morir. Herzog propone planos originales que distorsionan la vision del detective y también del espectador. Hay que aclarar que es un relato que no tiene demasiadas escenas de acción, por el contrario, se apoya en la investigación, en la aparición (y desaparición) de un testigo clave de los homicidios y en las reacciones del personaje central, quien no duda en sacar el arma o el tubo de aire a una anciana desprotegida. Todo está al servicio de una historia en la que el peligro se avecina lentamente. En el elenco desfilan Fairuza Balk, como una policía, y un desdibujado rol a cargo de Val Kilmer, el compañero de Terence.
Hecha la ley... Basada en el film Un maldito policía (Bad Lieutenant, 1992) de Abel Ferrara, Un maldito policía en Nueva Orleans (Bad Lieutenant, 2009) de Werner Herzog , levanta vuelo propio sin intentar ser una nueva versión del original, a partir del tono irónico que le imprime el director de Aguirre, la ira de Dios (Der Zorn Gottes, 1972) a todos los personajes de la película. El teniente Terence McDonough (Nicolas Cage), es un detective corrupto que utiliza todo el poder que su placa le da, a cambio de su propio beneficio, sin detenerse en cuestiones éticas ni morales. Siempre al margen de la ley –aunque es un representante de ella- continúa su accionar, cuyas consecuencias lo pondrán cada vez más, al borde de perderlo todo. Pero el mundo en el cual se desenvuelve es quizás tan corrupto como él, hecho que lo ubica con las mismas chances de perder su placa como de ser ascendido. Werner Herzog confronta a sus personajes con su contexto en toda su filmografía, desde Aguirre, la ira de Dios, pasando por Fitzcarraldo (1982), hasta Rescate al amanecer (Rescue dawn, 2008). La locura humana deviene del no poder darle un orden lógico al universo en el cual el hombre vive. La impronta “natural” desestabiliza a los hombres en su ambición de poder dominador. En Un maldito policía en Nueva Orleans, un sunami causa un caos natural que viene a afectar indirectamente a todas las criaturas de Nueva Orleáns. El Apocalipsis ecológico se hace presente desestructurando las leyes morales que ordenan el universo social. La clave está en la distancia que toma Werner Herzog de todas sus criaturas, partiendo del protagonista interpretado por Nicolas Cage. Y si hablamos de “todas sus criaturas” es porque el director le da espacio a una serie de reptiles –los cuales por momentos utiliza como puntos de vista, distanciándose así del punto de vista de los humanos del film- entre ellos serpientes, iguanas, lagartos y cocodrilos; que aparecen en específicos puntos de la trama, marcando esa extraña sintonía entre el hombre y su contexto. Mediante estos recursos, Herzog nos introduce en un relato cuyas acciones del personaje principal desbordan los límites de la decadencia, pero no para hacer una reflexión moral cristiana como en el caso de Ferrara, sino yendo mas allá, al mostrar la decadencia de todos los habitantes de Nueva Orleáns. Incluso con el correr de los minutos, convierte esa decadencia en un orden instalado, aceptado y institucionalizado, en el cual “todos” sus seres tienen razón de ser. Éstas actitudes de los protagonistas adquieren coherencia en ese universo apocalíptico en el cual se desarrolla la acción. Un maldito policía en Nueva Orleans termina siendo una ácida critica, en donde Werner Herzog se permite una reflexión sobre las normas sociales, fundando su punto de vista en la distancia que mantiene de ese universo, con los reptiles como recurso simbólico y -como recurso estético- el tono irónico, develando a través del mismo, todas las grietas posibles de los cánones establecidos.
Es posible que en el momento de decidir si vas a verla, el título y el actor principal te levanten dudas sobre la calidad de este film, pero por suerte tus sospechas...
Ni siquiera maldito... No es el maldito policía de Harvey Keitel, ni siquiera el Torrente de Santiago Segura. Ni dramático, ni gracioso, más bien patético es este teniente Terence McDonagh, encargado de conducir la investigación del asesinato de una familia de afroamericanos en la Nueva Orleans post Katrina. Cocainómano, corrupto, jugador, vicioso a tiempo completo y enganchado sentimentalmente con una prostituta, el oficial va acumulando problemas personales mientras intenta solucionar el caso. A poco de transcurrido el filme al espectador poco le importará quien fue el asesino, el director no pretende que nos interese y hasta la resolución del hecho pasará casi desapercibida entre tanto devenir del personaje principal. Es que ese es el objetivo de la historia, mostrarnos la decadencia de un sujeto que debe servir a la sociedad y por el contrario se aprovecha de su posición para obtener aquello que desea, siempre ilegal. Pero hay un par de problemas. Nicolas Cage y Werner Herzog. El primero compone uno de los papeles más sobreactuados de la historia del cine. Cuesta comprender por qué fue elegido para un rol que requiere de una calidad interpretativa de la que carece por completo. El segundo es uno de los realizadores más importantes del siglo pasado, con obras que le valen un sitial dentro de los grandes del cine. Pero eso fue en el siglo pasado. Si al hecho de que cuenta con un actor desbordado y poco creible, le sumamos un relato desprolijo y escenas que bordean el ridículo narrativo, entonces debemos concluir en que el bueno de Werner necesitaba algo de dinero para financiar vaya uno a saber qué proyecto, o gustito personal, y tomó su salario sin culpa alguna. Porque hacer un remake tiene sus riesgos y Herzog decidió correrlos. Le salió mal. Por ser servil a una seudo-estrella acabó destruyendo el sentido de la historia original justificando torpemente el accionar de un sujeto cuya naturaleza corrupta no necesitaba justificarse, sino asumirse. No hay manera de aprobar, sino desde el esnobismo o la obsecuencia, la labor de un cineasta al borde del precipicio que, para peor, tiene a un actor dispuesto a darle un empujoncito. Busquen "Bad Lieutenant" -1992- y disfruten del capo laboro de Harvey Keitel desde la sórdida mirada de Abel Ferrara. Nuestra calificación: Esta película no justifica el valor de una entrada.
Un maldito policía en Nueva Orleans es principalmente una película sobre un personaje pero, si bien ésto puede sonar como algo negativo, el agente interpretado por Nicolas Cage tiene tantos condimentos y matices que termina siendo una historia genial. La trama nos presenta al oficial Terence McDonagh -Cage-, quien debe resolver una seguidilla de crímenes a inmigrantes senegaleses en la Nueva Orleans post Huracán Katrina. Ahora bien, no se trata de un justiciero combatiendo a la delincuencia, sino que estamos hablando de un delincuente con uniforme que no tolera a estos homicidas: es un drogadicto, violador, adicto al juego, ultraviolento… en definitiva, parece ser alguien que comprendió que el mejor modo de mantener su estilo de vida sin terminar muerto era sumándose a la Policía. Ahh, me olvidaba: está de novio con una prostituta. Sucede entonces que su estilo de vida lo llevan a problemas monetarios: deudas impagables y compromisos con gente non-sancta. Mientras tanto, claro, tiene que resolver la situación de los asesinatos. Y así es que termina enganchado con una banda de traficantes que, por un lado son los principales sospechosos de los crímenes, pero por el otro lo suman a negocios que lo pueden sacar de las deudas por las que muchos lo quieren ver muerto. Igualmente, insisto: más allá de toda la trama, el personaje creado por Cage es fantástico. McDonagh le queda pintado, un hombre absolutamente desquiciado al que el actor le saca un brillo excepcional. No es menor mencionar la dirección: Werner Herzog evidentemente supo exprimir a Cage, a la vez que a lo largo de la película suma sellos y guiños con el espectador con un nivel de humor entre absurdo y negro digno de colgar de un cuadro (no se pierdan las distintas tomas de las iguanas siendo vistas por un Cage en pleno trance narcótico). También hay que recordar que el film está inspirado en la película de Abel Ferrara con Harvey Keitel, Bad Liutenant, de 1992. Sin embargo, lo que mantiene de relación es simplemente el título y el nombre del personaje, porque esta es una película distinta (recomiendo ver la de Ferrara también). Resumiendo: Un maldito policía en Nueva Orleans es un gran film que amerita ser visto por cualquiera que disfrute del buen cine.
Desde el abismo Un thriller alucinado, desmesurado, de humor sombrío. Para disfrutar Un maldito policía en Nueva Orleans, de Werner Herzog, se recomienda: 1) no compararla con Un maldito policía (1992), de Abel Ferrara 2) no centrarse en la trama policial 3) no tomarla con solemnidad. Herzog, amante de los personajes enajenados, arrebatados por la excitación, la megalomanía, la autodestrucción, el delirio y la desmesura (recordar Aguirre, la ira de Dios), trabaja la actualidad desde el desborde, la alucinación y la ironía: con humor sombrío. La aclaración parecerá innecesaria. No lo es. Hagamos lo que recomendamos no hacer en el punto uno. En Un maldito policía (a secas) -supuesta inspiración del filme de Herzog, aunque Herzog asegura que no vio el de Ferrara- el policía interpretado por Harvey Keitel descendía, sin frenos, al íntimo infierno del descontrol, las adicciones, la corrupción y, sobre todo, la culpa (cristiana). El teniente Terence McDonagh (Nicolas Cage), no menos desequilibrado ni corrupto ni atormentado, es, sin planteárselo, iconoclasta. Su mundo -el interior y el que lo rodea- no tiene Dios, ni Estado con reglas justas, ni replanteos psicológicos o sociales. Su mundo no tiene ética ni culpas ni redenciones posibles. La trama transcurre en Nueva Orleans tras la catástrofe del Katrina. Un ámbito opresivo, impiadoso, pesadillesco, apocalíptico: plagado de reptiles que, en algunas escenas, se adueñan del punto de vista del filme. Da lo mismo -como en todo lo demás- que existan o que sean alucinaciones de McDonagh, quien consume todo tipo de drogas, en especial cocaína; padece insomnio crónico (lo que exacerba su irritabilidad, su desestructura psicológica y su sensación de irrealidad); se contrae por dolores de espalda y se va endeudando por su adicción al juego. Excitado full time, debe resolver el asesinato de una familia senegalesa. Por momentos amaga con ponerse en el lugar de un héroe clásico; por otros, por muchos otros, en la vereda de enfrente. Sus excesos lo hacen oscilar entre el bien y el mal; el problema es que tal división moral no parece existir para él; actúa por mero instinto: los satisface y los padece en forma inmediata. Eva Mendes interpreta a su extraña pareja/amiga, adicta y prostituta; Val Kilmer, a un compañero inescrupuloso. Pasemos a un tema bravo: Cage. Sin chistes sobre sus implantes capilares ni críticas a sus excesos histriónicos, digamos que esos mismos excesos son funcionales a este papel. ¿Quién mejor para interpretar a un personaje desbordado hasta el paroxismo, en gradual deformación física y mental, casi paródico? Herzog no se equivocó al elegirlo. (Claro: si Klaus Kinski viviera, el papel lo habría hecho él y acaso nos habríamos sentido casi ante un documental). La escena en que, tras una balacera, Terence pide que rematen a un muerto porque "su alma todavía baila" -y Herzog nos muestra no un cuerpo inerte sino la alucinación del policía- es antológica. Sobre la base de un thriller, género que no lo desvela, el director de Fitzcarraldo filmó una ácida y lisérgica radiografía de una sociedad alienada, abusiva, devastada, individualista. El trabajo sobre los espacios, en una Nueva Orleans carente de clichés, es impecable; el humor, corrosivo. Es evidente que la degradación y la desestructura psíquica de los personajes le interesan al director más que la resolución de la trama. Terence es, a su modo, pasional. Pero jamás ante un estímulo humano: su búsqueda, frenética, es de excitación química o material. Cualquier parecido con personajes o situaciones reales es pura intención de Herzog.
Un maldito policía con los delirios de Herzog Nicolas Cage, protagonista del exacerbado thriller Ni remake ni secuela. Apenas unas pocas referencias vinculan a este film con el que Abel Ferrara dio a conocer en 1992, salvo que en los dos casos el protagonista es un detective loco, en cuyo caso "maldito policía" se habría empleado casi como una marca, o una especie de franquicia. Aquel era un film sobre la culpa -aclaró el mismo Herzog, aunque dice que no lo vio-; éste es sobre la seducción del mal. Desalentada una comparación que sólo llevaría a equívocos, queda saber cómo resolvió el alemán su ingreso en el territorio del thriller, un género con reglas propias, sobre todo teniendo en cuenta que partía de un guión convencional. Y no fue precisamente adaptándose a sus lugares comunes, sino exacerbándolo todo hasta sus extremos. Así, colma el film de excentricidades, de delirios que se confunden con los de su personaje, un policía de Nueva Orleáns adicto a la cocaína y las apuestas, capaz de robar y chantajear, de detener a una parejita de enamorados sólo para conseguir crack y sexo gratis o de obtener información para un caso que investiga (y que le rendirá lo suficiente para saldar sus deudas) impidiendo la salida del oxígeno que mantiene con vida a una anciana lisiada. Un episodio durante la catástrofe del Katrina acerca algún antecedente. En un acto de inopinado heroísmo, rescató del agua a un preso latino a punto de ahogarse dentro de su celda anegada. De resultas del hecho fue ascendido a teniente, pero también se lesionó seriamente la espalda, lo que derivó (o incrementó) en su adicción a todo tipo de drogas, legales o no, y en sus actuales alucinaciones pobladas de reptiles. Entre el policial trillado que hay en el guión original y la voluntad de Herzog de llevar todo hasta el límite con su inventiva endiablada (y su habilidad para aprovechar los tics y los desbordes de Nicolas Cage), la obra se carga de una suerte de tensión interior que por un lado parece conducir el film hacia el estallido y el caos y por otro genera su costado más interesante: con sus altibajos y su fantasía (a veces lírica, como en la evocación de la infancia que el policía comparte con su amante y pupila), parece la respuesta a tantos thrillers prolijos, adocenados y previsibles como los que pueblan las pantallas de todo tamaño. La redención no asoma aquí, pero en cambio hay finales felices detrás de los que puede adivinarse la sonrisa maliciosamente satírica del artista alemán.
En 1992 el cine independiente norteamericano brindó un film llamado Bad Liteneaunt, dirigido por Abel Ferrara, un sujeto que se especializa en contar historias oscuras y deprimentes. La película es considerada hasta el día uno de los trabajos más importantes que hizo Harvey Keitel en su carrera, quien interpretó a un policía decadente y corrupto que se enfrentaba a sus demonios personajes cuando se ponía a investigar la violación de una monja. Por supuesto que esto traducido en la visión de Ferrara es otro tema. Aquel film un poco ensalsado por la crítica tampoco narraba una gran historia, más allá de las alegorías religiosas y de mostrar al policía más corrupto del mundo abusar de su poder y la drogas. Es como que Ferrara estaba demasiado preocupado por hacer una película controversial y oscura que narrar una buena trama. Cualquier episodio de Los Sopranos es mucho más profundo y apasionante que ese film, pero es cierto que Keitel ofreció una actuación sumamente convincente. Un maldito policía en Nueva Orleans es un film inspirado en esa obra de Ferrara. En realidad no es una remake oficial ni una continuación, pese a que se repiten varias situaciones del film de 1992. La dirección corrió por cuenta del alemán Werner Herzog, quien en el pasado se destacó con películas como Aguirre, la ira de Dios y Fitzcarraldo. En este caso Herzog y Cage decidieron abordar la historia del policia corrupto más en joda sin tomarse demasiado en serio el género. Esa es la principal característica de Un maldito policía. Lo que era un drama depresivo en el film original acá se tomaron las cosas en solfa. Nicolas Cage, quien parece llevarse bien con los personajes con problemas de adicciones, es el que salvó la película y la verdad que está muy bien en este personaje. Es loco porque si bien el trabajo de Herzog de alguna manera es un poco más entretenido que el de Ferrara, por las situaciones disparatadas y absurdas que presenta, la película no termina de convencer del todo como propuesta policial. Werner es un gran documentalista pero queda claro que este género no es lo suyo. Hay un tiroteo al final de la historia que en manos de otros realizadores como Brian De Palma o Antoine Fuqua (Dia de entrenamiento) se hubieran lucido con más intensidad en el film. Lo mismo ocurre con la investigación que lleva a cabo el personaje principal que se resuelve en una escena de manera ridícula donde se atan todos los cabos sueltos como si fuera una serie clase B de televisión. Tampoco ayudan una serie de secuencias surrealistas que Herzog filmó con unas iguanas, donde parece intentar emular a David Lynch. Son momentos que representan alucinaciones del protagonista que no aportan nada y detienen el desarrollo del conflicto sin sentido. Todo esto sumado a un final Hollywodense hacen que la opción más recomendable con respecto a este film sea recordar la película original, que sin llegar a ser una obra maestra dentro de todo era mejor que esto.
Entre el humor oscuro y las fuerzas de la naturaleza Werner Herzog no es un cineasta: es una fuerza de la naturaleza. Sus películas, llenas de personajes y paisajes más grandes que la vida, pintan unpanorama preciso de la imaginación. Es cierto; como cualquier artista, tiene obras mayores y menores. Pero en cualquier caso está aparte del resto del cine. Films como Fitzcarraldo, Aguirre, la ira de Dios, Woyzeck o La salvaje y azul lejanía son películas en voz alta, cuyo desquicio sólo es aparente en la medida en que sus personajes viscerales –a tono con las fuerzas naturales que representan– colman la pantalla. Se trata en realidad de films precisos, donde cada plano tiene un sentido no necesariamente narrativo. El gran tema de Herzog es el contraste entre lo humano y la naturaleza, la necesidad del ejercicio del poder –y sus límites. Por lo demás, es claro que de lo humano le interesan las vísceras, y que el mundo vegetal, animal y mineral le son mucho más afines. Cualquier material que pueda reflejar esa preferencia es bueno para Herzog: Un maldito policía en Nueva Orleans, basado en el film original de Abel Ferrara pero, por suerte, sin su insistencia en la simbología católica que lastraba la famosa película. La historia es la de un detective, adicto a los analgésicos –y a toda clase de drogas, además del juego–, que debe investigar el asesinato cruel de una familia africana. Lo interesante del personaje es que, a pesar de sus abusos de autoridad y de ser absolutamente disoluto, es verdaderamente un buen detective. Nicolas Cage demuestra, una vez más, que es mejor cuando hace papeles desatados e imprevisibles. Su trabajo se vincula con el que realizó en El beso del vampiro, film de culto de 1988 donde Cage imitaba al Klaus Kinski de Nosferatu; film –claro– de Werner Herzog. El actor parece extraño y familiar, trágico y divertido, al mismo tiempo y en cada plano. Mérito del tándem actor-director. Ambientar el film en el Nueva Orleans del inmediato post Katrina agrega algo importante: la naturaleza está desbocada y permite que el comportamiento gigantesco del personaje de Cage tenga su correlato en el ambiente. Hay algo de alucinatorio en la puesta en escena, aunque jamás Herzog opta por algún efecto especial para subrayarlo: simplemente deja que el elemento extraño se note en el plano: iguanas que cantan, cocodrilos moribundos, tiburones en la pared. El mundo natural es la alucinación de la razón. Herzog filma Nueva Orleans –y Estados Unidos– como lo hizo en La balada de Bruno S., alejado del lugar común tanto de las luces urbanas como de la miseria campesina. Nueva Orleans es el cruce de caminos entre lo atávico y lo primitivo y lo moderno; eso mismo es el personaje. De lo insólito, de las reacciones únicas y naturales demasiado naturales, de la invención desprejuiciada pero precisa del realizador surge el humor –un humor raro y oscuro, ese que Tim Burton no logró en la Alicia que lanza este mismo jueves– que impregna todo el film. Paradójicamente, este Maldito policía es una película alucinatoria de dimensiones tan humanas que se vuelve gigante. Se disfruta y se sufre, como una montaña rusa. O, para ser fiel a Herzog, como recorrer descalzo y corriendo todos los Himalayas.
Cuando la vida parece un mal sueño Un Nicolas Cage atenazado por el dolor de espalda y distraído por el alegre consumo de drogas duras lleva el peso de un film ciertamente anómalo para los grandes estudios de Hollywood, que probablemente tenga destino de película maldita. Aunque su obra hasta ahora casi nunca lo había manifestado, hace ya más de una década que el alemán Werner Herzog está radicado en la ciudad de Los Angeles, no muy lejos de esa colina que aún luce orgullosa unas letras blancas un poco torcidas que dicen “Hollywood”. Sin embargo, a fines del año pasado, en la Mostra de Venecia y en el Festival de Toronto, el gran director de Aguirre la ira de Dios, El enigma de Kaspar Hauser y Fitzcarraldo entregó no una sino dos películas de neto cuño estadounidense, al menos por sus escenarios y por sus intérpretes, aunque no necesariamente por su manera de concebir el cine, que sigue siendo única, y ajena a eso que se suele llamar “industria”. Un maldito policía en Nueva Orleans (que es la que hoy se conoce en Buenos Aires) y My Son, My Son, What Have Ye Done (de estreno local incierto) también marcan el regreso en pleno de Herzog al universo de la ficción, que tenía bastante abandonado desde que había puesto casi todos sus esfuerzos en el cine documental, donde entregó últimamente algunas maravillas como Encounters at the End of the World (2008), que le valió una candidatura al Oscar y una butaca en el Kodak Theatre en la última ceremonia de la Academia de Hollywood. No es el caso de estas dos nuevas películas, de un grado de anomalía para el sistema de los estudios y para el gran público que hace que no resulte aventurado augurarles un futuro de auténticos “films malditos”, en el sentido que alguna vez definió Jean Cocteau: el de esas películas que pasan inadvertidas o no son apreciadas en el momento de su estreno y que con el correr de los años –por su naturaleza OVNI, por su excentricidad esencial– se convierten en raros objetos de culto. Bad Lieutenant: Port of Call New Orleans venía muy comentada en los medios especializados, porque ya desde su título insinuaba una remake del recordado film de Abel Ferrara protagonizado por Harvey Keitel. Pero si aquel Maldito policía (1992) era en su médula, más allá de su anécdota, una suerte de trip católico del protagonista (y, a través de él, del propio Ferrara) hacia un Purgatorio donde expiar todo tipo de culpas, el de Herzog no podría ser en cambio un film más agnóstico. De la película original, ahora reescrita por un tal William Finkelstein, no ha quedado absolutamente nada de la imaginería cristiana que poblaba el film de Ferrara. Y de su trama se adivinan apenas retazos, sobre todo la debilidad del protagonista por todo tipo de drogas duras, a toda hora. Que ese personaje esté ahora a cargo de Nicolas Cage, uno de los actores más proclives a la sobreactuación del Hollywood actual, y en manos del director que inventó a Klaus Kinski, no hace sino potenciar los desbordes de una película que, sobre todo, abjura del naturalismo al uso televisivo para encontrar, en cambio, una estética que quizá no sería del todo aventurado definir como neoexpresionismo trash. Los Estados Unidos que descubre Herzog son una suerte de territorio de la imaginación, el mal sueño que un alemán puede tener de una película de policías norteamericana. Está ambientada en Nueva Orleans después del paso del huracán Katrina y la ciudad aparece tan despojada y desierta como aquella aldea abandonada por la inminente erupción de un volcán, que Herzog encontró en La soufrière (1977) o el pueblo desmantelado de The Wild Blue Yonder (2005), que un desquiciado Brad Dourif –presente también en este Maldito policía– afirmaba había sido la base de una colonia extraterrestre. En este contexto apocalíptico, el teniente Terence McDonagh (Cage) se empeña en resolver el caso de una familia de inmigrantes ilegales que ha sido asesinada, pero se distrae –y la película alegremente con él– consumiendo todo tipo de drogas y visitando regularmente a Frankie (Eva Mendes), una prostituta de lujo y su única amiga en el mundo. Que Terence sufra de terribles dolores de espalda no es algo accesorio sino central al film: es la excusa con la cual Herzog filma siempre a Cage –que luce un viejo, desproporcionado revólver en el cinto a la manera de un film noir de los años ’40– como si fuera un Golem, una extraña mezcla del actor alemán Emil Jannings con el legendario Charles Laughton de El jorobado de Nôtre Dame. En su Bad Lieutenant, Herzog utiliza personajes estereotipados por Hollywood –el maldito policía, la prostituta, los dealers– para observarlos a través de una lente absurda y deformante, casi como si estuvieran vistos a través de los ojos de esas iguanas que aparecen de modo recurrente en el film. De hecho, hay incluso alguna toma “subjetiva” con el punto de vista de estos animales que confirma no tanto una atmósfera onírica sino más bien drogona, como si la película toda –y sobre todo la escena del muerto que baila– se hubiera contaminado de la infinidad de sustancias que consume su protagonista.
Su alma sigue bailando... La situación es la siguiente: Werner Herzog, autor mítico del “nuevo cine alemán” de los ’70, aceptó dirigir en Hollywood una remake de Un maldito policía (Bad Lieutenant, 1992), aquel clásico de culto del también enajenado Abel Ferrara, representante insignia del cine independiente norteamericano de los ’80 y ‘90. Las circunstancias contextuales no dejaban mucho margen para las predicciones por lo que el resultado de la aventura era toda una incógnita. Un maldito policía en Nueva Orleans (The Bad Lieutenant: Port of Call - New Orleans, 2009) es un film extraordinario que se abre camino a pura exuberancia y desenfado, una verdadera anomalía que combina sin prejuicios el drama criminal con la comedia negra, la sátira social y los apuntes alucinatorios- surrealistas. Nada quedó de la redención harcore con aires católicos de la original, la irreverencia cínica tomó su lugar. El convite se torna todavía más bizarro si consideramos que el protagonista absoluto es Nicolas Cage, el cual no entregaba una obra interesante desde la lejana El ladrón de orquídeas (Adaptation, 2002): por suerte en los últimos tiempos ha vuelto a su mejor forma, pensemos en Cuenta regresiva (Knowing, 2009). Su Teniente Terence McDonagh prácticamente no tiene contacto con el personaje alguna vez interpretado por Harvey Keitel, factor decisivo que se desprende además de la confesión por parte de Herzog en relación a que jamás vio el opus de Ferrara (desconocimiento que llega al punto de que ni siquiera sabe quién es el neoyorquino). Ambientada en la ciudad del título durante los meses posteriores a la devastación provocada por el Huracán Katrina, la película del alemán no evade las tragedias que expone sino que se sumerge en ellas con ironía y gran realismo. Nuevamente nuestro terrible “oficial de la ley” está empantanado hasta el cuello en el asesinato, el robo, la corrupción, las apuestas, el estupro y la adicción a las pastillas, la marihuana y la cocaína. Sin solemnidad o pedantería acartonada, el excelente guión del veterano William M. Finkelstein retrata las contradicciones del accionar policial a través de varias líneas de desarrollo paralelo: tenemos la relación de McDonagh con su padre alcohólico Pat (Tom Bower), su vínculo afectivo con la prostituta de lujo Frankie Donnenfeld (Eva Mendes), los problemas con el corredor de apuestas Ned Schoenholtz (Brad Dourif), los “arreglos” que atesora con el responsable del depósito de evidencias Mundt (Michael Shannon), etc. La coyuntura trágica está dada por la masacre de cinco inmigrantes senegaleses a manos de uno de los capos del narcotráfico de la zona suburbial. El relato se balancea entre la vertiente investigativa símil thriller, los chispazos de un humor extremadamente crítico y las secuencias orientadas al retrato de otro de los típicos antihéroes trotamundos del director. Sólo hace falta recordar su legendaria pentalogía con el inolvidable Klaus Kinski o el díptico con Bruno S. para tomar conciencia de hasta dónde puede llegar el hombre en su afán por registrar tanto las actitudes individuales más difíciles de asimilar por el colectivo social como los páramos más oscuros y recónditos de la enigmática naturaleza. Toda su producción se ha caracterizado por un constante porfiar a favor de los misántropos de índole quijotesca: desde sus primeros trabajos de fines de los ’60, pasando por la consagración de los ’70 y el período ulterior dedicado en esencia al formato documental, hasta la vuelta reciente a la ficción a partir de Invincible (2001). Según el cineasta la utopía visionaria y las luchas idealistas siempre aparecen amalgamadas a la autodestrucción progresiva, los ataques del entorno y el desbordar la frontera que separa cordura y psicosis violenta. En este sentido la posibilidad de colaborar con Cage, todo un experto en la sobreactuación, le vino como anillo al dedo: al igual que Christian Bale en la anterior Rescate al amanecer (Rescue Dawn, 2006) o el mismo Michael Shannon en la próxima My Son, My Son, What Have Ye Done (2009), el californiano desparrama impetuosidad y valentía (en este caso mezclando el reptar de Quasimodo con los exabruptos de Sledge Hammer y/ o Harry, el sucio). La bella fotografía de Peter Zeitlinger y la música incidental de Mark Isham, más detalles como la selección de las canciones o la enorme imaginación en la puesta en escena, hacen que el combo funcione de maravillas. Para los que hemos seguido la trayectoria de Herzog a lo largo de los años este no es el “gran regreso” del realizador por la sencilla razón de que nunca se fue a ningún lado. Si bien es cierto que es su primer estreno comercial en Argentina en más de veinte años, sus trabajos, cada vez más inaccesibles para el público masivo, no han dejado de obnubilarnos década tras década. De hecho, podríamos afirmar que su propio ímpetu perseverante e iconoclasta es el encargado de armonizar esa fuerza visceral que no deja nada en pie con las descripciones preciosistas de un universo vital en franca descomposición. Los conflictos culturales, ideológicos, sociales, procedimentales y éticos son el eje de una carrera única en la historia del séptimo arte. Las iguanas que piden libertad, el interrogatorio en el geriátrico y el alma que baila breakdance son manifestaciones concretas de esta sardónica genialidad.
Únicamente un director del talento y la osadía de Werner Herzog es capaz de llevar adelante un film tan anómalo y cautivante que se aparta rotundamente de su aparente versión original (de remake no tiene un ápice) donde la pátina cristiana prevalecía sobre la supuesta decadencia moral. Esta reinvención del personaje encarnado nada menos que por Nicolas Cage, cuya habitual sobreactuación se amolda de forma perfecta con la caracterización, es sin duda el mayor hallazgo que el director de Fitzcarraldo haya hecho y, lo más importante, un espaldarazo para un actor que había entrado en la pendiente de la decadencia y la ridiculez. Parte de ese logro se debe al tono desatado que el film sostiene sin ningún forcejeo con la trama, una mezcla de policial común con la sobreexposición de los estereotipos que pasan por el ojo deformante de la cámara, contagiándose de los efectos lisérgicos que irrumpen a cada minuto en el derrotero de este detective corrupto atrapado en un círculo vicioso. Un film agnóstico y mordaz que se permite arrojar los dardos ponzoñosos sobre los valores de la cultura Norteamericana, las redenciones hollywoodenses y la corrección política para mostrar una ciudad putrefacta tras el demoledor paso del huracán Katrina...
Reyes de los excesos. Un ejemplo de remake. En una época donde abundan las fotocopias de películas bastante buenas (o no: abundan remakes, de todo tipo) y franquicias que se (re)inician sin la mínima idea ignífuga, Wener Herzog presenta una película que tiene fuerza, inteligencia, y posibilidades (por mi parte, más que bienvenidas) de convertirse en una franquicia. Terence McDonagh discute junto a un compañero del trabajo (Val Kilmer) acerca de la posibilidad (o no) de salvar a un prisionero en medio de la inundación por Katrina. El escenario es Nueva Orleans, retratada como nunca con sus exóticos animales (cocodrilos e iguanas, que cobran vital importancia para la película) en medio de un paisaje devastado, desolado y arruinado. La fotografía está llena de azules y rojos intensos. No parece haber espacio para grisis o colores suaves. Así es el nuevo mundo en el que este policía se mueve. A propósito: Terence tiene un particular forma de moverse, y eso se debe a esta crucial secuencia inicial. Podríamos decir que tiene el karma está presente en esta película, que deja al hombre con un dolor de espaldas terrible, y lo convierte en un rengo adicto a la cocaína. El andar reptiloide del teniente no es lo único que lo hace tan característico. También la línea que lo separa del bando de los delincuentes. McDonagh no es un Harry Callahan que hace justicia por mano propia. Parece que sólo le interesa hacer lo que sus instintos indiquen. Es parte de la flora y fauna de la (nueva) Nueva Orleans. Va para la salida de los boliches. Espera a que alguna parejita sospechosa salga y los detiene. Roba la droga que tengan encima, y para colmo, abusa de la chica adelante de su pareja. Pero el placer no es sólo eso: el joven debe ver el abuso. Es un tipo encorvado, de andar raro, personalidad más ambigua aún, y con un revolver totalmente exagerado (no digo que no sea real). Y cada uno de sus actos parece jugarle en contra. No puedo más que esperar películas tan buenas como esta con otros "llamados portuarios". Algunos se sentirán casi tan abusados como el joven por pagar una entrada de cine y tener que bancar a Nicolas Cage en el papel protagónico, haciendo gestos totalmente desmesurados. Pero la realidad es que no me imagino otro Terence McDonagh que no sea Nicolas Cage. Sí, para mí también la mayoría de las apariciones del ganador del Oscar son insoportables. Y si la película es mala, la hace peor. Pero cuando un director inteligente sabe aprovechar los defectos de Nicolas, y los usa para un fin concreto, el tipo se luce.No digo que merezca una nominación al Oscar ni mucho menos, sólo que su personaje es bastante peculiar. Desmesurado. Histriónico. Como la película, encaja justo. En este caso, el llamado es en Nueva Orleans, donde Terence debe resolver el asesinato de una familia, presuntamente ligada a la droga y a un traficante llamado Big Fate (el rapero Xzibit). Mientras tanto, debe arreglar su situación personal: deudas por apostar (con un maniático Brad Dourif), una novia porstituta (Eva Mendes) a la que defiende de hombres demasiado poderosos y también cuidar de un perro y un chico. Aunque eso último es parte del llamado del deber. Quien espere un thriller rápido y barato, de esos que podrían equipararse con el fast-food que sólo deja dolor de estómago, no va a encontrarse con lo que esperaba en esta película. No es un relato caótico, pero sí desmesurado. Convergen en la trama el policial, la comedia (con un par de líneas que quedarán, con algo de suerte, en la historia del cine, como "His soul is still dancing!" y "Ain't no fucking iguanas"), y hasta la reflexión sobre el cumplimiento del deber. Werner Herzog es un gran director (Aguirre, la ira de Dios) que durante la última década se la pasó dirigiendo impresionantes documentales (uno de ellos, debió ganar el Oscar: Encuentros en el fin del mundo). Su sensibilidad para registrar pequeños detalles (y enamorarse de ellos) se nota en cada primer plano que hace a los lagartos que polulan por los edificios y carreteras de Nueva Orleans. Es un nuevo y apreciado enfoque a una ciudad que ya bastante trillada estaba (sí, acá también están los típicos pubs y la música soul, pero no se presentan como postales, sino como cosas habituales). Sólo basta con escuchar la excelente banda sonora de Mark Isham (Crash: Vidas cruzadas) y deleitarse con este héroe tan torcido, tan imperfecto.
La leyenda del indomable Para ver Un maldito policía en Nueva York de Werner Herzog hay que dejar atrás todo lo que uno supone: que es una remake, que el alemán se vendió a Hollywood y que Nicolas Cage en manos de un director de prestigio va a sacar el pie del acelerador. Y hay que olvidarse de todo eso porque: 1- Aunque tome en parte el título de la película de Ferrara (Bad Lieutenant, 1992) no sigue en nada los lineamientos de la “original”; para ser claros, acá no hay ninguna monja violada ni un policía carcomido por la culpa que debe litigar con su conciencia a cada violación de las normas éticas o policiales que comete. 2- Herzog en Hollywood sigue filmando lo que se le canta y mejor aún, les hace creer a sus nuevos patrones que filma lo que ellos esperan para después, subvertirlo desde adentro. 3- Nicolas Cage, lejos de poner un pie en el freno, es empujado por el ritmo de la película a una aceleración del personaje y sus conductas que se adaptan perfectamente al ímpetu que el director alemán le impone al relato. El primer cambio de la trama es que, como ya dijimos, no hay ninguna violación contra una monja sino que es una masacre la que dispara la investigación que arrastrará a Terence McDonagh (el maldito policía en cuestión) a una vorágine de conductas inapropiadas de las que el espectador será testigo, no sin asombro. Hay una dolencia que empuja a McDonagh a consumir Vicodin, un calmante poderoso. Y de ahí a la cocaína hay un paso que el protagonista no tarda en dar. Y hay un elenco sin fisuras en el que sobresalen Val Kilmer y la impactante Eva Mendes en el papel de una prostituta a la que el protagonista explota y comparte con ciertos personajes de la noche, más la música de Mark Ishan, diseñada como un personaje más de una película que vale la pena ver y con la que Herzog parece acatar las convenciones, pero solo para burlarse de ellas.
Remake de un film devastador, realizado por Abel Ferrara. El policía corrupto y drogadicto con arrebatos mesiánicos que interpretaba Harvey Keitel no tiene reemplazo posible. Nicolas Cage es un actor que tiende a sobreactuar. Puesto en la piel del teniente de policía de Nueva Orleans, Terence MacDonagh, lo suyo es un festival de exageraciones. En el film original, el asesinato de una monja en una iglesia produce en el detective una suerte de delirio místico. Acá la trama circula en otro registro. No sólo cambia de ciudad, sino que a McDonagh le toca investigar el asesinato de cuatro inmigrantes senegaleses. Adicto al juego y a las drogas, se mueve entre alaridos y risotadas absurdas. Las muecas de Cage, las perversiones sexuales del personaje, más alguna ironía, no alcanzan a hacerle sombra a aquel film ejemplar. Werner Herzog, mal trasplantado a Hollywood. Aquella era una lección de cine, esta por momentos parece su caricatura.
Maldito Cocodrilo Tomando como base el film Un maldito policía (1992) de Abel Ferrara, Werner Herzog se animó a realizar su propia versión de esa historia, creando Un maldito policía en Nueva Orleans, cinta en la cual el director de Aguirre, la ira de Dios (1972), Fitzcarraldo (1982) y Rescate al amanecer (2008) confecciona una particular visión sobre la vida de un policía adicto que debe resolver un complicado caso. Más precisamente, el film se centra en el teniente Terence McDonough, detective de homicidios en Nueva Orleans, que ha utilizado a su antojo los placeres prohibidos gracias a su status profesional. Terence tiene como novia a Frankie, una prostituta, que a pesar de su profesión, no cambia el hecho que él la ame y sólo hace querer protegerla aún más. Pero su nueva investigación, el misterioso asesinato de inmigrantes senegaleses, lo pondrá entre la espada y la pared. Desde su inicio, Herzog parece plantear un policial crudo, directo, sin tapujos, representando claramente la personalidad de McDonough y su comportamiento. Estos instantes resultan atractivos por la rigurosidad con la cual se reflejan los hechos, destacándose la tarea de Nicolas Cage que realiza una creíble interpretación del teniente. Con esta característica, transcurre la primera parte del film donde el nudo de la historia comienza a desarrollarse, siendo una trama interesante que podría ser bien explotada. Sin embargo, hacia la mitad de la cinta, Herzog comienza a agregarle elementos delirantes o incongruentes, mediante la inserción de reptiles y bailes sin sentido, que no tienen mucho que ver con esta ficción que se desarrollaba fluidamente, utilizando a la New Orleans post Katrina como un excelente contexto de desolación y oscuridad. Esos agregados incoherentes parecerían sólo servir para justificar que es una película de Herzog que para la trama en si, ya que lo mismo sólo trae confusión y distracción dentro de una historia que parecía resultar atractiva e interesante. Se suma que el nudo de la narración se resuelve mágicamente, de la noche a la mañana, sin entenderse bien el sentido o el fin por cual se cierra la ficción de esta manera, cuando todo se desarrollaba dentro de lo lógico. En la tarea actoral, la labor de Cage no decae en ningún momento y que, sin brillar, representa su mejor trabajo en mucho tiempo. Aquí su tarea como Terence McDonough resulta convincente, característica bastante difícil de encontrar dentro de sus ultimas participaciones en la gran pantalla. El resto del elenco acompaña aceptablemente, sin destacarse ninguno por ser la mayoría de los personajes bastantes caricaturescos, sin que nadie pudiera darle un toque personal a su interpretación. Con algunos planos visualmente atractivos y una primera parte acertada, Herzog intentó hacer un policial diferente, olvidándose las reglas del género. La utilización de simbología (reptiles, bailes, etc.) es un agregado muy personal del director dentro de esta trama, que parecía correr por los carriles lógicos. Un trabajo que busca ser diferente o distinto, pero que seguramente no será lo mejor del realizador alemán.
De la pretensión a la pretenciosidad Los excesos de Herzog esta vez no suman en el intento por realizar una buena película. Hay que reconocerle a Werner Herzog el hecho de no sentirse intimidado por ese pequeño clásico de culto policial llamado Un maldito policía, dirigido por Abel Ferrara en el mejor momento de su carrera y con un Harvey Keitel poniendo su cuerpo hasta el borde de la extinción. El director de Aguirre, la ira de Dios sólo toma un par de elementos presentes en el original de 1992, para pasar a construir un objeto fílmico totalmente propio e independiente. Pero la autonomía no significa necesariamente brillantez. Ni siquiera corrección. Y la verdad es que Herzog, un director que siempre supo hacer del exceso una virtud, explorando las distintas dinámicas del poder, del hombre enfrentado a lo abismal de la naturaleza, del ser humano sobrepasando los límites de la conciencia para adentrarse en la locura –casi como un equivalente cinematográfico del tratamiento literario que ha distinguido a Joseph Conrad-, acá patina y cae. Muchos elementos de la filmografía del director están presentes en Un maldito policía en Nueva Orleans. Desde la Naturaleza, así con mayúsculas, intentando convertirse en un personaje más, hasta el tour de force actoral –con Nicolas Cage tomando la posta de Klaus Kinski-, pasando por la noción del hombre desbordado por lo que él mismo genera a su alrededor, por un contexto del que él es su principal fabricante y exponente. Pero la pretensión se nota demasiado, las imágenes alucinatorias nunca fluyen sino que hacen demasiado ruido y Cage no sólo no es Kinski, sino que aparece en su peor vertiente: esa en la que confunde la actuación con la payasada. Un maldito policía en Nueva Orleans es un filme que ya a la mitad de su metraje cansa rápidamente, que no genera un interés genuino en los personajes y del que sólo se pueden extraer ciertos elementos interesantes, como la metáfora política que puede aparentar ser obvia y facilista pero aún así no carece de potencia y complejidad o un manejo de las tensiones y el suspenso que se aleja del lugar común hollywoodense, trabajando sobre las expectativas del público. No hay mucho más, y suenan bastante exagerados los elogios de la crítica local hacia la película, donde indudablemente pesó (y mucho) el nombre y la carrera de Herzog. Incluso se incurrió en el apresuramiento de tirar abajo el filme original de Ferrara, cuestionando básicamente su metáfora cristiana, como si su ideología religiosa fuera un defecto en sí mismo. En verdad, esa película se sigue sosteniendo como un pequeño clásico, crudísimo en su narrativa y concepción. Y supera por varios cuerpos a su remake.
Duro En 1992 se estrenó Un maldito policía, de Abel Ferrara. Esta película tomaba algunos elementos del universo scorsesiano (New York, la simbología del catolicismo, el actor Harvey Keitel) para relatar la balada de un oficial que, empantanado en la cocaína y el juego, se degradaba progresivamente hasta encontrar en las apuestas su tumba. Ahora, Werner Herzog (el director de las películas enormes, el alemán de la voz paternal y romántica) entrega su propia versión de aquel largometraje y el aura de su obra anterior se hace presente desde el inicio. Mientras una serpiente viaja por el agua, la pantalla nos indica que Un maldito policía en Nueva Orleans se ubica temporalmente en esa ciudad luego del huracán Katrina. Es bien sabido que la naturaleza y el vigor de lo salvaje, aquello que está en estado de pureza máxima, son vitales en el cine de Herzog. La imponencia y hostilidad de estos factores son un fantasma poderoso que envuelve a los hombres hasta quitarles la razón, causando demencia, detonando obsesiones épicas e incluso también la muerte. Ahí están, por ejemplo, el amante de los osos en Grizzly Man y la figura estoica e inmortal de Klaus Kinski en Aguirre y Fitzcarraldo. La resaca del desastre temporal se manifiesta en forma animal para Terence McDonagh, el policía interpretado por Nicolas Cage. Herzog prefiere no dar vueltas en la degradación de este personaje, al contrario, de arranque nomás y con la misma precisión con la que finaliza la película de Ferrara, lo sumerge de lleno en la mierda. Terence McDonagh es un oficial medicado y grotesco, un jorobado de hombros torcidos. Es un tipo duro, aspira todo el tiempo y se maneja solo (el personaje de Val Kilmer es apenas un adorno). Su mambo es exasperante; se acomoda insistentemente el pelo (¿la peluca?) y su risa es una caricatura sórdida que se regodea en sí misma cada vez que Nicolas Cage sobreactúa la sobreactuación. A pesar de estar hecho pelota no le va mal con las mujeres: cuenta con el irresistible refugio del personaje de Eva Mendes, logra la atención de una antigua compañera y también liga en la escena del chantaje a la parejita, todo lo contrario al teniente corrupto de Ferrara que en ese mismo momento no pasaba del onanismo. La magia blanca invade a McDonagh durante toda la película pero también aparecen el porro, el crack y la heroína, develando a su ronda policial como un auténtico festival de los viajes. El trip y la alteración sensorial toman forma en la irrupción de lo salvaje, en esos reptiles que, tal como sucede con los animales en las películas de Fellini, aparecen con la claridad de un espejismo, como arrojados a escena por un antojo onírico. Hablo de cocodrilos absurdos y de iguanas que miran de costado provocando una música extraña, esa misma que se manifiesta en el epiléptico sonido de armónicas de Stroszek que de tan endiablado puede hacer bailar breackdance a un alma agonizante. Hay también peces que refulgen cautivos desde sus peceras recreando la misma atmósfera de ensueño que respira La ley de la calle, aquel hermoso poema filmado por el Padrino Francis. En la última escena de Mi enemigo preferido, Herzog decide que el demonio Kinski aparezca, después de todo, sonriente y luminoso al tiempo que lo confunde con el resplandor de una mariposa. En la más reciente Rescate al amanecer detiene a Christian Bale, luego de la odisea, en un plano congelado que tiene mucho que ver con la conquista y la épica habituales en los largometrajes deportivos. Estos dos momentos son significativos por su funcionamiento al interior del universo de la película a la que pertenecen, pero además son antecedentes de la presencia de la redención en la obra del director. En Un maldito policía en Nueva Orleans, Werner Herzog vuelve sobre esa idea sumándole dos grandes valores del cine de Estados Unidos: la familia y el honor. Pero si Herzog se sirve de estos elementos es para, filmando desde la misma industria, criticarlos con dureza, burlándose con el fulgor de un patotero de colegio. Y es ahí donde esta película se termina de asumir como un manifiesto sobre una manera de pensar al cine, porque demuestra que hay que estar drogado o muy dormido para tragarse toda la chantada tranquilizadora de un final feliz.
El maestro Herzog vuelve al cine de ficción con esta película americana, protagonizada por Nicolas Cage y Eva Mendes. Sí, ya todos saben que esta es una remake, no declarada ni autorizada, del clásico de Abel Ferrara, que Herzog dijo desconocer la original, y a su director, y que Ferrara se pronunció de manera particularmente violenta contra el equipo responsable de la remake. Sí, es una remake, pero Herzog hace lo que podría esperarse de un director de su talla que toma la línea argumental de un director de culto, pero mucho menos trascendente que él, es decir, se despacha con un film completamente diferente al original. Ambas se asemejan en el perfil del protagonista, un policía hundido en las drogas e involucrado con lo más ilegal de su ciudad. La diferencia principal es que Herzog descarta de plano todo apunte católico, vinculado a la necesidad de redención del personaje, un signo propio de Ferrara. Lo que hace Herzog es llevar la materia prima para su campo, explorando el nivel de locura del personaje, una constante en su filmografía. Y en este camino se ha encontrado con Nicolas Cage. El pobre Cage está, indudablemente, en el peor momento de su carrera. Al pelo artificial, y el peinado ridículo e inamovible, que ostenta desde hace varias películas, se le suma una extraordinaria capacidad para elegir bodrios (más o menos redituables, pero bodrios al fin), y una insoportable tendencia a la sobreactuación. Ese Cage al borde de la derrota, una caricatura de lo que alguna vez supo ser, le viene perfecto a Herzog para hacer de esta una película que se sube a caballo del personaje y sigue un derrotero de progresiva desmesura. Y a Cage le ha venido mejor aún toparse en su camino con un Herzog, quien lo insta a elevar a la enésima potencia su consabida sobreactuación. Las adicciones de Terence no son la única causa de la exagerada performance. Esto también podemos verlo, por ejemplo, en el dolor de espalda del personaje, que hace que Cage camine como un monigote. Semejante retrato caricaturesco es comparable, en lo exagerado, con el Tony Montana de Al Pacino en Scarface. Aunque cabe aclarar, ambas películas sólo pueden ser comparadas por su desmesura (en Herzog sin predilección por la acción, como en De Palma), Cage carece del talento supremo de Pacino para la sobreactuación, y su interpretación dista de ser un clásico, como aquella. Herzog vuelve a hablar de la locura, aunque aquí no hay una conquista condenada al fracaso. Terence McDonagh está lejos de intentar conquistar algo, porque ni siquiera puede conquistar su propia vida, y como en todo film noir, la naturaleza se ocupa de enfatizar que el protagonista está condenado de entrada a la inmundicia, con lluvias torrenciales que cubren y acechan a New Orleans. Terence está condenado y su accionar así lo demuestra, siempre bajo los efectos de las drogas, capaz de cometer todo tipo de abusos y excesos, pero también preocupándose por una prostituta a la que ama, y por su padre, quien se encuentra en rehabilitación. Pese a las constantes de Herzog que pueden hallarse en esta película, no es una cinta fácil, ni siquiera para quienes siguen la carrera del realizador alemán. La locura del protagonista es progresiva, y se puede ver específicamente en algunas alucinaciones que quiebran la propuesta clásica general. La visión de las iguanas, con una puesta de cámaras y una música opuesta al resto, o la escena en la que el muerto baila breakdance, son muestras particulares de esa locura, pero extraña que Herzog no se haya inclinado por desarrollar esa vía alucinatoria, y se haya quedado en un par de escenas esporádicas. La única conclusión que podemos sacar de ellas es que Herzog ha estado viendo a Kitano, puntualmente la escena de breakdance parece extraida de las habituales escenas descolocadas de su cine, aunque a Herzog no le sientan tan bien, por no poder conseguir una unión sólida entre la narración clásica del conjunto y esas escenas especiales. Olvidándonos por un momento de Nicolas Cage, que acapara la escena, Eva Mendes no sale airosa. Pese a su esfuerzo, su personaje se ve opacado por la fuerza desquiciada de Terence. Ni hablar de Val Kilmer, que parece actuar con la fuerza de un cameo en segundo plano, completando un elenco irregular de una película irregular, que se despega habilmente del realismo crudo de Ferrara, para aportar una versión más cómica y alterada de la original. Herzog acierta al optar por un relato cíclico, repitiendo escenas para mostrar el extenso pantano en el que se encuentra el maldito teniente del título, una espiral en permanente descenso, consciente de que ningún final feliz puede tapar la terrible realidad del personaje. Aunque volviendo a las comparaciones, si el material con el cual se debe comparar esta película es la impecable versión de Ferrara o la formidable carrera de Herzog, esta Bad Lieutenant, irremediablemente, sale perdiendo.
Si bien comparte el mismo nombre que la película de Abel Ferrara de 1992, esta no es un remake ni una continuación, no tiene nada que ver con ese trabajo. Al principio arranca con la investigación de un caso policial, pero con el pasar de los minutos va dejando el tema como algo secundario y se enfoca en el detective interpretado por Nicolas Cage. La historia muestra su adicción a las drogas (causado por un dolor de espalda) y los manejos corruptos que utiliza para conseguirla, su relación amorosa con una prostituta (interpretada por la hermosa Eva Mendes) quien a su vez lo mete en problemas con un mafioso, su relación con su padre alcohólico y con su corredor de apuestas a quien le debe dinero. Osea, la trama se dedica mas al personaje que a resolver los asesinatos que investiga. Nicolas Cage es un actor que nunca me gusto, siempre me parece sobreactuado y su filmografía deja mucho que desear. Pero aquí debo reconocer que tiene su mejor actuación desde "Leaving Las Vegas" (por la que gano el Oscar). Su interpretación del detective adicto y corrupto es muy buena, inclusive esa voz nasal que le da al personaje. Val Kilmer hace de su compañero, un actor desmejorado en un papel chico lejos de los protagonicos que tenia en los 90. Si tuviera que ponerle una calificación por los primeros 90 minutos de película diría que fue Buena/Muy Buena, pero en los últimos minutos todo se resuelve demasiado rápido hacia un final feliz con algunas escenas ridículas. Werner Herzog, quien viene de dirigir la excelente "Rescue Dawn" en 2006, desperdicia un buen trabajo con un final muy flojo.
Si directores como Hawks o Ford caracterizan el período que ha dado en llamarse la edad de oro del cine en la que se afianzan y alcanzan su cumbre máxima los géneros, y nombres como los de De Palma o Godard marcan el surgimiento de lo que suele denominarse como modernidad, cuando la mirada ya no se dirige de manera inocente hacia el mundo sino que la realidad es observada a través del cine y de su historia (De Palma en especial es el estudioso del que probablemente sea el nombre que mejor sintetice las aspiraciones y posibilidades de la era clásica: Hitchcock), entonces Werner Herzog vendría a ser una especie de estandarte solitario de una suerte de prehistoria cinematográfica. No importa que el alemán empiece a filmar en los 60, o sea, en el exacto momento del nacimiento del cine moderno (que ya se venía gestando desde el neorrealismo): sus películas parecen hechas antes incluso que los primeros cortos de los Lumière, hablan un idioma milenario que ignora conscientemente todo el desarrollo del lenguaje del cine hasta la fecha. Su tan conocida búsqueda de imágenes nuevas, nunca antes captadas por el ojo de una cámara, en vez de acercar más bien separa a Herzog de sus compañeros de generación: mientras que la nouvelle vague explora las calles de Francia renegando del estudio, o Wenders viaja alrededor del globo registrando el mundo a partir de una mirada educada en la cinefilia pero con una poética marcadamente personal y contemporánea, lo de Herzog es más precisamente un movimiento hacia atrás, un desajuste con el tiempo de su época; un viaje al revés encaminado hacia los albores nunca vistos del cine, a una era lejana que pareciera nunca encarnó realmente en la historia del cinematógrafo, único arte originario del siglo XX e inventado (las películas de Herzog también son originarias, arcaicas en el sentido más insondable del término). La exploración elemental de Herzog, su continua indagación por el hombre desde una óptica mítica, puede apreciarse no solo en películas que transcurren en el pasado, como Aguirre, la ira de Dios o Fitzcarraldo, sino que a veces hasta se nota más intensa cuando el director dispara su mirada sobre el mundo actual, como ocurre en los documentales La soufriére o El gran éxtasis del tallador en madera Steiner: allí una ciudad abandonada por la amenaza de un volcán en erupción o la competencia de salto de esquí devienen puro primitivismo, signos de un pasado remoto que únicamente Herzog con el cine (en sus manos un verdadero ritual de luz y tiempo, una hechicería tecnológica) desentraña y captura, recordándonos incansablemente que somos algo más que lenguaje y sociedad, que alguna vez fuimos (y quizás todavía somos, pero lo olvidamos) otra cosa. En estos terrenos míticos, sus personajes tienen motivaciones que se nos escapan, que eluden de antemano cualquier intento de psicología: el héroe herzogiano es pura pulsión atávica, lo empuja un instinto ancestral que es el verdadero corazón de su cine. Esa pulsión y ese arcaísmo, vital, inefable, que se agita secretamente en los planos y en las criaturas de Herzog (ficticias o no), constituye una suerte de ruido en el mundo contemporáneo, un eco distante y perdido que reverbera en cada fotograma y nos interpela, misterioso, como nunca lo había hecho arte alguno. Para mí, sus películas siempre hablan de lo mismo: de la persistencia silenciosa de ese misterio. Ya desde el principio, la Nueva Orleans herzogiana se nos presenta como un terreno complejo: la película comienza con un plano de una víbora nadando sobre el agua que inunda una cárcel después del paso del huracán Katrina; la ciudad da paso a la naturaleza, la recibe, y ambas se funden en un abrazo siniestro. Como en otra escena en la que se atropella a un cocodrilo en medio de una ruta; Nueva Orleans es un territorio ambiguo, donde se diluyen los contornos habituales entre civilización y naturaleza. En esa zona de cruces transcurre la historia de Terence McDonugh, el maldito policía del título. El trailer nos incitaba a pensar que McDonugh era un buen policía que por culpa de un accidente se volvía drogadicto, violento y traicionaba a su institución. No es la primera vez que un avance nos engaña vilmente: el McDonugh de Herzog es un sinvergüenza máximo desde siempre, y eso queda bien claro ni bien aparece en pantalla, cuando no duda en extorsionar a un compañero con fotos íntimas de su esposa. Sin embargo, cuando temíamos encontrarnos con otro film del montón sobre policías corruptos, la escena que sigue se encarga de pintar a McDonugh como un personaje impredecible, que escapa a los compartimentos muchas veces estancos de los estereotipos cinematográficos: el detective se burla sádicamente de un preso que está a punto de ahogarse pero, inexplicablemente, enseguida se arroja al agua para salvarlo; esa caída, nos enteramos después, es la que le acarrea un problema en la espalda que va a ser el desencadenante de los problemas con la droga de McDonugh. En este sentido, la belleza de la historia que nos cuenta Herzog es que nunca llegamos a conocer del todo las motivaciones del protagonista: a primera vista parece que todos sus movimientos están ligados con su necesidad de drogarse y su afán de hacer dinero fácil apostando al béisbol, pero las breves aunque numerosas lagunas del guión y la ausencia de diálogos explicativos hacen que las acciones de McDonugh se mantengan grises y no puedan reducirse a móviles transparentes. Quizás esa sea la diferencia más radical con respecto a Un maldito policía de Abel Ferrara (de la cual, más allá de algunos puntos de contacto, la de Herzog no es una remake): mientras que Ferrara, para exhibir la podredumbre de la sociedad de la época, operaba sobre su personaje una condena moral (condena que se trasluce especialmente sobre el final, cuando el protagonista toca fondo para luego redimirse sorpresivamente), Herzog transita por un camino muy distinto: lo suyo es contar una historia que progresivamente se va enrareciendo y alejando del mundo actual; el relato se contamina de elementos alucinógenos y por momentos la película se torna inconcebiblemente irreal, casi mágica. Herzog, incluso situado en una producción de gran industria y con actores de renombre, es capaz de pergeñar una película personalísima que, en el fondo, conserva intacta la búsqueda de su cine. Las decisiones de McDonugh, el universo que lo rodea y lo precario de su equilibrio (las iguanas no son más que el signo de una irrupción oscura, que se torna inquietante por el hecho de no poder encajarla en algún rótulo simple del tipo “invención de la mente de McDonugh”: su carnadura, aunque fantástica, es demasiado real para la película, entonces si alguien delira no el policía, es el propio film) van resquebrajando lentamente el relato, y desde lo visual surgen momentos donde la estética se rompe para dar paso a un registro que nada tenía que ver con el anterior (por ejemplo, los planos con cámara en mano, ralenti y música extradiegética con que el director filma las iguanas). No deja de asombrarme la enorme cintura que tiene Herzog para hacer una de las películas más libres, gozosas y memorables del año en el corazón mismo de una industria por lo general anquilosada y poco dada a los riesgos. Bajo los ropajes del género y el mainstream, late una película misteriosa, anómala, que continúa la tradición herzogiana de acercarse y explorar al hombre desde un lugar atemporal, bien lejos de los estereotipos y la psicología de la época. McDonugh, como Aguirre, Fitzcarraldo o Reinhold Messner (el protagonista de Gasherbrum, la montaña luminosa) es una figura opaca, inclasificable, empujado por resortes que nos son extraños, que escapan a nuestro modo de concebir el arte o el mundo. Acaso el final sirva para resumir esto: después de un tiroteo, McDonugh ve, él solo, el alma de uno de los acribillados bailar. “His soul is still dancing” dice (seguramente la línea más hermosamente lunática del año), acto seguido, la cámara nos hace partícipes de la visión: al lado del cuerpo abatido, otro igual (el alma señalada por McDonugh, suponemos) está bailando breakdance. No hay música de fondo, no hay planos de rostros impresionados, solamente el bailarín fantasmal. No recuerdo haberme sentido tan impresionado viendo una película con una escena tan despojada, tan carente de artificios: tiene algo de mágico ese plano, de verdadero encantamiento que toca alguna fibra sensible de mí; algo que no puedo (ni quiero, tampoco) explicar con palabras. Algo similar me pasa mientras termino este texto, para mi gusto, demasiado vago e indefinido: quiero decir muchas cosas sobre Herzog y Un maldito policía en Nueva Orleans, pero a la vez no estoy seguro de estar diciéndolas bien, como si todo el tiempo se me escapara algo, o no encontrara las frases justas para explicarme. Es que, una vez más, el cine de Herzog nos interpela: está bien que la lengua empleada nos sea desconocida, porque nos habla de cosas nuevas, que no caben en las palabras como las conocemos.
La mueca bruta de muchos policiales Rara avis por donde se la mire. Un maldito policía es mixtura salvaje entre el desenfreno de Abel Ferrara cuyo film de 1992 sirve de "excusa" , el oportunismo del actor y productor Nicolas Cage, y la visión surreal/grotesca del realizador Werner Herzog. Un cóctel semejante e impensable que, sin embargo, ha sido posible. Si, por un lado, se recurre a la película original, no se puede dudar de su carácter de remake imposible. Sólo Ferrara pudo haber filmado algo semejante. Sólo él es capaz de marcar a fuego en el recuerdo uno de las personajes más crudos del último cine. (No habrá quien olvide la famosa escena masturbatoria del derruido lieutenant Harvey Keitel). Por parte de Herzog, otro carácter tanto o más indomable e inclasificable, sólo decir que hace lo que debe: una película propia e imposible; vale decir: un falso remake, con Cage de protagonista, y en tono policial noir. New Orleans es el ámbito elegido. Los efectos del huracán Katrina muestran sus huellas, mientras una víbora de agua serpentea los barrotes de una cárcel inundada. La naturaleza ha hecho escuchar su rugir y, como se sabe, en el cine de Herzog sólo un espíritu animal como el de Klaus Kinski (Aguirre, la ira de Dios, Fitzcarraldo) puede aceptar el desafío. Nada de ciudad carnaval o cuna mítica de jazz, sino restos de un hábitat inundado donde prolifera una fauna desbordada. Si Cage no puede ser, nunca, Kinski, que se transforme. Si en Aguirre... (1972) el actor desenfrenado utilizó un arnés para sumar una joroba, aquí Cage deberá cargar con otro peso. Un golpe en la columna lo deja retorcido para siempre, con un hombro más alto que el otro. Cage se vuelve caricatura de sí mismo. Si su perfil es impensable para el de un policía maldito, aquí se transforma en el ánima renacida de la ciudad selvática y delirante de Herzog. Como si se tratase -y tal vez lo sea de un guiño alla Dirty Harry, o a tanto cowboy de gatillo rápido, el lieutenant de Cage se pasea con su gigante Magnum 44 aferrada a la cintura. Una imagen grotesca, que comienza a extrañar cada vez más el entorno de disparate dark que le rodea. Drogas, alucinaciones, corrupción, medallas y ascensos, hasta un paroxismo burlón, a partir del cual se le pide al espectador que se crea todo lo que ve, como si de un mal chiste se tratase. ¿Qué es lo que queda entonces? Queda un film atípico, por fuera del canon hollywoodense -afín, así, al espíritu de Ferrara (quien, como se debe, ha hablado pestes de Herzog) , proclive a ser vilipendiado: porque no se trata de otra cosa más que de la mueca bruta de tanto film policial reaccionario. Desde un límite a veces tambaleante, el policía maldito de Herzog manifiesta la artesanía de un realizador que, con la gracia de tanto cine sobre sus espaldas, sabe cómo manejar su joroba, tan deforme y desconcertante como las mismas risas drogadas de Cage, mientras observa bailar las almas de los difuntos.
Desborde y locura en Nueva Orleans En 1992, el notable Abel Ferrara dirigió "Un maldito policía" con una maravillosa actuación de Harvey Keitel, y ofreció un filme meritorio. Ahora Werner Herzog -otro relevante hombre de cine- tomó aquella historia y la versionó, algunos dicen que aceptó la idea de los productores porque necesitaba dinero, y al caso llega que según declaraciones, el propio Herzog jamás vió la peli de Ferrara. Quede claro que no van a ver una absoluta "remake". No, aqui y ahora el corrupto teniente que interpreta Nicolás Cage es apenas un esbozo de aquél que ofreció Keitel, y que se hundía en su propia locura y enajenación. La dupla Cage-Herzog apuestan a un recorte para pegar y armar en una historia que tratada de otra manera, en otro tiempo y espacio, muestra como una trama se desvirtúa, cuando ese personaje tan fuerte desde lo fílmico, entra a fallar, y que las alfileres no alcanzan para sostener un producto que más allá de lo desparejo, tiene algunas -pocas- cosas interesantes.Lo cual tampoco alcanza para satisfacer las ganas de encontrarse con un filme bien hecho, y modestamente aceptable. El desborde que ofrece Cage en su personaje, del cana que lucha contra su propia degradación, parece instar a desintegrarse por el resultado de la propuesta. Ferrara proponía, como en la mayoría de sus materiales cinematográficos que dimensionalidad puede cobrar esa línea divisoria entre el bien y el mal, entre la locura y la razón, con la agonía espiritual como camino de redención, de única salida posible. Herzong va y viene, Cage lo sigue, y los resultados son magros, en las calles y lugares pintorescos de Nueva Orleans, que al igual que la atracción femenina de Eva Mendes o Fairuza Balk, la fotografía de Peter Zeitlinger, o la música lograda de Mark Isham, no logran para redondear un filme fallado.
Los reptiles de Herzog ¿Es una comedia? ¿Es una parodia (o quizás una purga psicoterapéutica) de Nicolas Cage interpretándose a sí mismo? ¿Es una lectura lúcida y una crítica humorística del cine estadounidense en manos de un maestro de la década del 70? Lo que seguro no es Un maldito policía en Nueva Orleans, precisamente, es una remake de un clásico de los ’90, Maldito policía, del gran Abel Ferrara: Nueva Orleans no es Nueva York, Cage no es Harvey Keitel y, si bien ambas películas transitan el infierno terrenal, la densidad teológica de Ferrara es aquí sustituida por la inteligente comicidad darwiniana del legendario Werner Herzog. Los planos de apertura son una clave hermenéutica: una serpiente acuática se desliza por el agua y unos títulos nos advierten que estamos presenciando las consecuencias del huracán Katrina. Es un territorio hundido y de sobrevivientes. Una pareja de policías, en medio de la catástrofe, se encuentra con un preso bajo el agua. Terence McDonagh (Cage) saltará y salvará al prisionero. Su hazaña le afectará la espalda por el resto de su vida. Seis meses más tarde, McDonagh tendrá que resolver un caso de drogas: una familia senegalesa ha sido brutalmente asesinada. Hay un testigo y sospechosos. El teniente, que no sólo toma analgésicos para calmar su dolor de espalda, sino que vive aspirando y fumando lo que le pase por el frente, dirigirá el caso. No habrá límites para este jugador empedernido y adicto sin cura, hijo de un padre alcohólico (y también policía), que tiene deudas astronómicas y una enamorada cuya profesión es la más vieja del mundo. La heterodoxia es su estilo, la transgresión de las leyes un método de trabajo. La resolución narrativa y las subtramas del filme poco importan, aunque las habrá y son todas sin excepción una gran carcajada respecto del universo moral y los reduccionismos filosóficos de los policiales hollywoodenses de la actualidad. Pero lo que interesa aquí es la atmósfera y el uso histriónico de clisés como elementos de indagación de tipos culturales. En la exacerbación de las conductas de todos los personajes, lo grotesco y lo hiperbólico figuran un embrutecimiento cultural (y un desarrollo evolutivo). En efecto, Herzog ve EE.UU. como una nación de reptiles (más o menos civilizados). No solamente Cage ve y escucha iguanas que cantan, o se topa con cocodrilos que cruzan las autopistas (y eventualmente espían desde la banquina), o ve entrar en escena un reptil cuando se sorprende ante el alma danzante de un mafioso recién acribillado, sino que sugiere, además, que, tras el Katrina, el caos y la supervivencia precipitan un tipo de conducta en la que el componente reptílico de nuestro cerebro domina las acciones. Si Herzog ha leído o no la teoría de los tres cerebros de Paul McLean es lo de menos: los ritos, la agresividad, la territorialidad, las bandas y sus líderes son rasgos y prácticas paradigmáticas de sus criaturas. Cage es puro instinto, y lo primitivo define todo lo que está a su alrededor. Quienes esperen encontrarse con el realizador de Fitzcarraldo y una película semejante, quizás experimenten una gran decepción. Éste es un Herzog camuflado, homeopático, escondido (y protegido) detrás de un género y trabajando en el seno de una industria foránea. Sin embargo, la demencia y el extremismo del personaje de Cage remiten a la especialidad de Herzog y a su famoso alter ego vehiculizado por Klaus Kinski: la locura, la risa, el fanatismo y el desenfreno de Cage (en uno de sus mejores trabajos) representan la afición de Herzog por ir más allá de la razón y confrontar con una experiencia extrema en donde la cultura ya ha perdido su eficacia simbólica y no nos protege de la condición animal. Más documentalista que narrador, Herzog ha sido siempre un gran observador de lo desconocido y un explorador de lo extraño. Los pocos planos generales de New Orleans son devastadores, más todavía cuando en un pasaje elige mostrar el sueño inmobiliario de un traficante en un paraje desolado. La película es indirectamente un retrato de las consecuencias de una calamidad natural (y cultural): el caos es psíquico, formal y narrativo. Herzog juega con algunos planos casi subjetivos en los que asumimos la perspectiva de iguanas y cocodrilos. Es casi un despropósito, aunque una alucinación lúdica. También, a menudo, el típico plano secuencia en movimiento de Herzog persiguiendo a un personaje en medio de una selva, una peregrinación o un volcán se manifiesta aquí en el seguimiento a Cage de espaldas durante algún procedimiento policial. Es un plano reconocible para cualquier admirador de Herzog. Un maldito policía en Nueva Orleans no es una de sus películas más sofisticadas, aunque su cine ha sido siempre más salvaje que delicado. “¿Los peces pueden soñar?”, pregunta el personaje de Cage. No hay respuesta, aunque mientras el teniente cavila sobre un cuestionamiento lógicamente absurdo, delfines, atunes y tiburones se deslizan en una piscina transparente detrás de él. De pronto ríe, como si hubiese comprendido algún misterio, tan impenetrable como el apodo de un rufián, G, que suele causarle mucha gracia. Herzog sugiere que la vida puede ser absurda, pero no deja por esto de ser misteriosa. Somos reptiles, pero podemos hablar, preguntar y soñar.
Visión dislocada del mundo Afincado en Los Ángeles desde hace unos años, el insigne Werner Herzog parece sentirse cómodo para filmar en un país en el que históricamente rehusó llevar a cabo cualquier proyecto. Excepción hecha por la parte norteamericana (la producción era totalmente alemana) de La balada de Bruno S. (1977), donde, claro, se aprovechaba de los excedentes del sueño americano al que su singular criatura venida de Europa veía como en un espejismo. Luego participó como actor en Julien Donkey Boy (1997), de Harmony Korine, y pocas cosas más como su aparición en documentales o documentales hechos por él con alguna participación estadounidense, pero siempre tangencialmente; su resistencia a entrar en ese sistema de producción fue equivalente a la de la mayoría de los protagonistas de sus films frente a las adversidades de las fuerzas exteriores, llámense naturaleza, furia animal o humana, o locura íntima. Pero las cosas cambian, y Herzog viene de hacer un film con producción norteamericana sobre Vietnam llamado Rescate al amanecer (2006) no estrenado aquí comercialmente, y acaba de rodar My son, my son, what have ye done, un thriller de terror producido nada menos que por David Lynch. En el medio, en 2009, hizo Un maldito policía en New Orleans, una reversión bastante libre de la emblemática Bad lieutenant que Abel Ferrara hizo en 1992 con un impagable Harvey Keitel como el torturado teniente de policía que hacía metástasis con el sufrimiento y el perdón cristianos. Lejos de aquella mirada piadosa, el maldito policía de Herzog está más cerca de los personajes habituales del realizador alemán, aquellos en conflicto con un mundo que les resulta hostil, que carece de garantías para su supervivencia y que más tarde o más temprano están condenados al fracaso. En casi todos los casos, la rebelión que asumen los envuelve en el desenfreno o los acerca al umbral de su propia muerte. El teniente McDonough asume todas estas características y las hace funcionar a partir de un cinismo a toda prueba; toma cocaína todo el tiempo, la que por supuesto consigue sacándola de los depósitos de la policía donde se guardan los secuestros de droga, o quedándosela cuando aprieta a alguien en una tranza minúscula; la necesita para él y para su novia, una prostituta de lujo que habita una suite en un gran hotel; tiene un padre ex alcohólico exonerado de la misma fuerza, y cada vez se encuentra más sepultado por deudas de juego. El teniente es un compulsivo en estos menesteres y además se comporta de igual manera para las investigaciones que lleva a cabo: poco cuidado ante situaciones de riesgo y un acelere que apenas lo deja dormir un par de horas sobre una camilla en una oscura oficina policial. Hasta aquí, los días y noches de este maldito policía se parecen bastante al que supo crear Abel Ferrara, a excepcón hecha de la distancia actoral entre Keitel y Nicolas Cage, que encarna a McDounog, de quien Herzog, hay que admitirlo, aprovechó muy bien su catálogo de tics manieristas. Pero sin dudas el estar puesto de Keitel seguirá siendo insuperable, como así también cierto tempo narrativo que detallaba la carga interior del protagonista. En Un maldito policía en New Orleans el ritmo de la acción es tan frenético que las opacidades y los brillos del teniente pasan desapercibidos, sólo en los ataques de cólera o de risa o en su constante dolor de espaldas, el personaje cobra una estatura acorde a su percepción dislocada del mundo. Sus visiones atravesadas por un flujo permanente de cocaína y falta de sueño adquieren la forma de las alucinaciones, y es en estas secuencias donde Herzog vuelve su relato más personal, escapando a ese itinerario bastante cercano a las vicisitudes del policía del maldito Ferrara. Es que no hay mucho nuevo en el tránsito hacia el fondo de este drogón impenitente, sólo su ateísmo, en marcado contraste con el catolicismo que profesaba su antecesor y la investigación de un crimen cuádruple en vez de una violación seguida de muerte. Tanto en esas alucinaciones de McDounough como en la New Orleans arrasada por el Katryna que es el ámbito de la acción y hasta en el magnum 44 a la vista de todos que ostenta el teniente, el relato adquiere otra fibra, más demente, más obstaculizada, más imaginaria. Unas iguanas que entonan un blues, el alma de un gangster que queda bailando mientras su cuerpo yace acribillado a balazos, el final en el que a McDounough se le arreglan los problemas y él aparece enderezarse para luego volver a la senda que nunca pensó dejar de andar, rozan un clima de pesadilla, como si Herzog tamizara sus inquietudes estéticas en una mirada afiebrada sobre, en este caso, el sur profundo estadounidense. Y allí, justamente, redimensiona la historia y la hace suya.
Un reptil avanza por el agua que inunda una cárcel de New Orleans tras el huracán Katrina. Ésta es la imagen con la que Herzog abre su film más reciente, una suerte de remake del film homónimo de Abel Ferrara de 1992 protagonizado por Harvey Keitel. En realidad se podría decir que el personaje está inspirado en dicho film, porque la trama varía. El sargento Terence McDonough (Nicolas Cage) salva de ahogarse a un prisionero que quedó atrapado, y al hacerlo lastima severamente su espalda, teniendo que depender de medicación contra los dolores para el resto de su vida. A partir de este acto heroico lo promueven a Teniente. Pero como el título en inglés nos advierte, no será uno muy bueno. Terence desarrolla una adicción a las drogas y a las apuestas que cada vez compromete más su integridad como policía. No ayuda el hecho de que su novia (Eva Mendes) sea una prostituta que también abusa de las drogas para escapar de su sórdida realidad. Ni que su padre (Tom Bower) y su madrastra (Jennifer Coolidge) sean alcohólicos. McDonough es puesto al frente de la investigación por el asesinato de cinco integrantes de una familia senegalesa como resultado de la lucha por el control del tráfico de drogas en la zona. El personaje de Cage deberá hacer malabares para poder seguir robando droga del departamento de policía, chantajear a celebridades y ciudadanos por igual, esquivar a los matones que vienen a cobrar sus deudas de juego, y a la vez esclarecer los asesinatos. Herzog lleva la narración de manera magistral, haciendo uso de los recursos propios del género policial norteamericano, a la vez que introduce elementos totalmente ajenos y que nos hacen conscientes de que el film es una construcción. Nos dice que como espectadores nunca tenemos que olvidarnos que ahí hay una cámara y una persona que construye el relato. Generalmente estos momentos están asociados a las alucinaciones del protagonista. La cámara digital y en mano que enfoca a los caimanes con música de fondo irrumpe en medio de la escena sin justificación aparente. El tono del film, lejos de ser serio, es de un humor ácido, corrosivo. La actuación de Nicolas Cage en sus momentos de enajenación es perfecta en su cometido de ser desubicada. New Orleans como ciudad devastada por la naturaleza es casi una metáfora de la destrucción del personaje principal. También es interesante reflexionar acerca de qué sentido se construye en torno al agua y los animales acuáticos, dado que el film abre y cierra con imágenes de animales nadando y se concede una importancia especial al pez del niño senegalés que vive en un vaso de agua. Tal vez Herzog nos dice sin palabras, al modo cinematográfico de puras imágenes, que así es su personaje, alguien que está ahogándose y que de todas formas sigue nadando, sobreviviendo.
Tras el paso del huracán Katrina, en la Nueva Orleans devastada, el rati Terence McDonagh tiene la mala suerte de lesionarse la espalda, lo que lo obliga a consumir calmantes sin parar y a convertirse en un adicto violento y vicioso. Una remake de “Un maldito policía”, de 1992 y con Harvey Keitel, que la verdad estaba mejor. Esta versión la dirige el veterano Werner Herzog, un chiflado de aquellos, y Nicolas Cage interpreta el papel que mejor le sale: el de un sacado que deambula enloquecido, jalando coca y disparando su arma sin parar.
Con la apariencia de un policial sórdido y melancólico, el genial Werner Herzog vuelve al ruedo –aunque esté filmando seguido y acá poco y nada recibamos de su trabajo-. entregando una particular semblanza de un corrupto policía americano. Empleando el marco de una ruinosa y dolida Nueva Orleans, el director de Kaspar Hauser integra un film de género con otro en el que determinadas visiones surrealistas, oníricas y sarcásticas se intercalan. Si bien Herzog lo niega, Un maldito policía en Nueva Orleans parece estar claramente inspirada -hasta el título es casi el mismo, tanto en inglés como en su versión en español- en Un maldito policía de Abel Ferrara con Harvey Keitel, que también retrataba un corrupto y licencioso teniente policial, sólo que emprendiendo un caso de otras características y en un contexto urbano muy diferente. Aquí el teniente en cuestión está a cargo de Nicolas Cage, quien es un detective de homicidios con fuerte dolores de espalda que fomentan sus tendencias adictivas. Sus vínculos con dudosos personajes, como una prostituta, un apostador usurero y finalmente un gangster responsable de una masacre, al que presuntamente se alía para traicionarlo; no hacen más que hundirlo cada vez más en un abismo. De todos modos el cineasta alemán se toma en serio muy poco de toda esta trama, entre las alucinaciones del protagonista y sus desbordes eufóricos y melodramáticos. Momentos surcados por una extraña poesía y un ácido sentido del humor van desvirtuando creativamente lo que se podría denominar un simple policial de acción. A esto se suma un tramo final envuelto en una absurda resolución serial de conflictos, que formarían parte de una ensoñada redención. De todos modos el pulso irregular puesto en juego por Herzog no alcanza para dar forma a una gran obra. Un Cage sobreactuado y burlón se luce junto a un elenco que ofrece curiosos matices.
La sola mención del titulo hace clara referencia, inevitable por cierto, a la realización de Abel Ferrara “Un maldito Policía” (1992) protagonizado por Harvey Keitel. Pero hay diferencias entre una y otra producción, no sólo desde lo estrictamente cinematográfico, digo, estética, estructura, discurso e interpretación, sino también en lo referente a la historia. La original ya es considerada entre de culto y clásica, hasta joya del cine, por algunos fanáticos, esta nueva versión tiene los toques autorales de su realizador, el gran Werner Herzog, que no es un improvisado, sabe lo que hace, que quiere decir y como decirlo. El problema esta (y esto es casi un axioma del séptimo arte, los actores no hacen las películas), en el responsable del producto terminado es decir el realizador, pero, y esto es netamente una sensación muy personal, a Nicolas Cage (Teniende Terence) no le creo nada. Así como hay actores que hacen creíble cualquier personaje, y son otro elemento para atrapar al espectador, y vaya como ejemplos Robert de Niro, Dustin Hoffman, Meryl Streep, etc. otros producen el efecto contrario. La historia gira alrededor de un teniente de policía, corrupto, drogadicto, violento, muy “inteligente”, al que se le encarga la investigación de una masacre perpetrada a inmigrantes senegaleses, la que tienen relación directa con el mundo de las drogas. En ese andar por la vida, tiene relaciones más o menos estables, como una prostituta, encarnada por Eva Mendes, o su compañero Val Kilmer, ambos lo protegen, lo cubren, y en algún momento son su cable a tierra. El guión peca por momentos de incorporar datos que sólo tienen como objetivo construir al personaje, no sólo desde las acciones sino como marcación de actuación. Es así que el Teniente Terence sufre un pinzamiento de las vértebras de la espalda y el médico que lo asiste le informa que ese dolor lo va a tener de por vida (pleno siglo XXI ¿Algún incrédulo por ahí?), la situación hace que el personaje transcurra durante todo el filme encorvado, pero también da lugar a escenas de violencia injustificada, además de valerse de su placa para conseguir el remedio que le alivia los dolores. La historia esta bien narrada, con muy buen diseño de montaje, aunque le sobren algunos minutos. Dispone de muy buena banda de sonido, mejor arte y fotografía, crea atmósferas por momentos asfixiantes, y cuenta con algunos momentos de buenos diálogos. Todo lo cual termina por redondear un buen producto, lástima el actor elegido para protagonizarla. El giro del final es netamente una manifestación de principios y una mirada critica del realizador sobre la sociedad actual, las estructuras de poder y su impunidad.
DURÍSIMO DE MATAR Llega a nuestras pantallas la película de uno de los grandes directores de la historia del cine, me refiero al alemán Werner Herzog. A primera vista, nada excepto su renombre que se trata de un gran film. Los actores que protagonizan esta historia, ambientada en la Nueva Orleans actual, son clásicos del más mediocre policial hollywoodense: Nicolas Cage, Eva Mendes y Val Kilmer. No obstante, esta producción demuestra, una vez más, cómo la mano de un director y de un equipo técnico pertinente puede brindar nuevos aires a un género que, en manos de los cineastas del gran imperio del norte, se hallaba retrasado o al servicio de la billetera de un decadente Robert De Niro. El "maldito policía" no es más el Harvey Keitel del Bad Lieutenant de Abel Ferrara, sino Nicolas Cage en el papel del recientemente ascendido -por sus valerosos actos- Teniente Terence McDonough, quien deberá encargarse, con la confianza de su superior, del caso de la masacre de cinco inmigrantes senegaleses a manos de un grupo de narcotraficantes de la ciudad sureña. Tras sencillas investigaciones, se descubre quién está detrás del asunto, pero la policía carece de pruebas suficientes para culpar al líder de la banda, conocido como Big Fate (Xzibit). McDonough, quien ama su trabajo y lo dirige con destreza, no puede, sin embargo, controlar dos de sus adicciones. Una, el amor por Frankie Donnenfeld (Mendes), prostituta de lujo que le profesa al policía verdadero cariño, y de quien también recibe ésta protección de sus oscuros y ricos clientes. Por otra parte, el teniente es adicto a la cocaína, y quién más que un policía para obtenerla fresca y variada. La destreza principal de Herzog consiste en no generar un personaje, por decirlo hegelianamente, "unilateral", sino "dialéctico". No vemos en McDonough ni al policía bueno, ni al malo. O mejor aun, vemos al malo haciendo su trabajo, hasta el punto de que el espectador podría conformarse con considerar al personaje de Cage como un paradigma de lo que podría ser la corrupción policial "eficaz". Por otra parte, McDonough es más que eficiencia. Es todo lo bueno que podría ser, pero es, llanamente, un hijo de puta. En este sentido, la construcción del bad lieutenant de Herzog es elogiable, porque es también esta estructura dialéctico-bipolar (es decir: unitaria) lo que las escenas, reflejo del teniente, pretenden enseñar. Claro que la intención del director no deja de lado la esfera política. Esta negatividad positiva se trasluce en la elección de la ciudad del policial, Nueva Orleans, centro urbano alejado de otros sitios del norte de los EEUU, como Boston, Chicago y Nueva York, privilegiadas locaciones para los clásicos conflictos entre la policía y alguna mafia extranjerizante. La citada ciudad del estado de Louisiana fue víctima, hace relativamente poco, del huracán Katrina, y es conocido cómo el entonces presidente George Walker Bush prestó poca atención a la población local durante el desastre. Total, eran todos negros y pobres. Inteligentemente, Herzog alude a esta catástrofe natural al principio de su obra, demostrando que no es sólo "color" lo que añade Nueva Orleans a Bad Lieutenant (¡y sí que le pone mucha onda!). Queda por decir que la trama de Bad Lieutenant. Port of call: New Orleans no tiene fisuras o desviaciones. Aquel resumen argumental que se proveyó más arriba es pertinente y recorre los 120 minutos de duración del film, sin que al espectador se le escape la tensión propia de todo thriller. Otros colegas críticos, he escuchado, aducen una excesiva longitud a la cinta. No lo negaría terminantemente, y quizá parte del público no se sienta atraido por la locura de Herzog, e incluso por su humor, que supera en risa o desparpajo a las comedias que tratan de levantarnos el ánimo. Algunas butacas abandonadas (asistí a una Avant première, no a una función exclusiva para la prensa) muestran que el gustito Herzog, que fácticamente es la afición por lo cotidiano y lo prohibido, no es digerible para cualquier dama de película inofensiva del corazón. Sin embargo, eso no es sorpresa para los cinéfilos, que buscamos baldazos de locura y escenas inexplicables e imprescindibles. Por fortuna, Herzog no usa aquí esos cuadros de belleza estática y aburrida de otros realizadores, quienes prefieren el drama para no introducirse en lo más complicado del cine: los géneros. En suma, la mano de Werner Herzog ha logrado sacar a flote toda la mierda que andaba dando vueltas, lección que he aprendido de Un maldito policía... . La riqueza de esta enseñanza estriba en el hecho de no poder aprehender una posición moral unívoca por parte de Herzog. El punto débil de un argumento es su punto más fuerte desde otra perspectiva. Por tonto que parezca, jamás querrían nuestras fuerzas de seguridad actuales un debate como el que puede surgir de esta película. Porque para ellos es mejor tener argumentos para justificar una cosa u otra, pero lo más peligroso es originar un debate en el que pensar y discutir sea lo crucial. Para el goce del espectador, Terence McDonough se pasa los argumentos por el traste.
Es el barrio que me hizo así Los reptiles se arrastran por doquier, moribundos. Un lagarto en la carretera causa un gran accidente de tránsito. Una serpiente se desliza sobre el agua marrón y nauseabunda que dejó Katrina. El desborde climático, el caos y la putrefacción se imponen para sintonizar perfectamente con un departamento de policía corrupto hasta la médula, con personajes descarriados y un protagonista infecto. Esta película tiene el curioso mérito de presentar un antihéroe aun más hijo de puta que el precedente encarnado por Harvey Keitel en Un maldito policía, de Abel Ferrara. Herzog dijo, quizá para acabar con una fastidiosa avalancha de preguntas, que nunca vio la película de Ferrara –algo altamente improbable– y que este filme no debería compararse con el anterior. El título fue resultado de la presión de los productores, que quisieron darle un aire de remake, pero Herzog insistió en agregarle las palabras Port of Call New Orleans para diferenciarlo del precedente. Nicholas Cage es un teniente de policía que, por haber hecho un acto heroico y loable –quizá el único de su vida–, sufre continuos dolores en su columna. Es inevitable comparar esta película con la otra, ya que el concepto general es similar: el detective trastornado del título entra en una vorágine autodestructiva de consumo de drogas y abusos de poder. Aquí hay, sin embargo, una celebración soterrada por tanto desmadre, y una clara simpatía por este descarriado que se salta todos los procedimientos y transgrede todas las reglas de buena conducta imaginables. Un hombre que quizá alguna vez fue una buena persona, pero que ahora es malo a rabiar, y que deambula, entre alucinaciones, improvisando atropellos con alarmante impunidad. Cage no para de sobreactuar en ningún momento, pero de todos modos es la película en sí misma la que está desencajada, pasada de rosca. Quizá no trascienda demasiado ni mucha gente se la vaya a tomar muy en serio, pero Un maldito policía en Nueva Orleans es una bizarrada sumamente disfrutable.
Terence McDonagh, detective de homicidios del Departamento de Policía de Nueva Orleans se ha convertido en un adicto al Vicodin y a la cocaína. Cuando una familia de inmigrantes africanos aparece asesinada, sus superiores deciden que él es el más idóneo para encabezar la investigación. Durante la misma, el teniente no dudará en utilizar su puesto para conseguir droga o sexo a cambio de favores. Werner Herzog, su director, deja bien claro de entrada que no estamos ante alguien heroico, mostrándonos cómo el policía comete actos abominables no sólo para un agente de la ley, sino para cualquier ser humano. “Teniente corrupto” es la remake del mítico film de Abel Ferrara. Lo más original y sorprendente resultan los lagartos e iguanas que aparecen sin aviso poblando las escenas; animales que sólo el protagonista ve en los momentos más álgidos de su exaltación, producto de sus dosis de droga, aportando un elemento de alucinación y pesadilla permanente, con una original y nerviosa puesta de cámara en esas instancias. La espiral de degradación personal y moral de su protagonista, en la piel de un Nicolas Cage excesivo e histriónico, tampoco aporta nada extra respecto de la gran labor de Harvey Keitel en la interesante "Bad Lieutenant", recordando una escena de las más impactantes de aquella película, que Herzog prefirió no incluir, en la que nuestro antihéroe obliga a dos chicas adolescentes a desnudarse y realizar actos obscenos mientras él se masturba en plena calle. Resultaba mucho más efectiva la original de Ferrara de 1992, con el gran Keitel , mucho más áspera y visceral que esta (innecesaria) repetición.
El extraño mundo de Herzog Nuestra ciudad tiene reservada una excelente sorpresa para sus anhelantes cinéfilos: por unos días, se convertirá en una metrópolis netamente herzogniana. Así, a una retrospectiva imperdible sobre la obra del gran director alemán, que comienza el miércoles 30 en el Cineclub Municipal, más otro ciclo análogo que viene dictando Flavio Borghi los lunes en el Auditorio Diego Torres de la UCC, el fin de semana se le sumó el estreno en las salas comerciales de la última película de este verdadero animal cinematográfico que es Werner Herzog, un director fuera de toda norma, testimonio vivo de una escuela, de un ethos cinematográfico hoy casi olvidado, y por eso mismo tan imprescindible. Se trata de Un maldito policía en Nueva Orleans, extraña y por cierto lúcida remake de un clásico del cine Indie de los ´90 (Un maldito policía, de Abel Ferrara), aunque es mejor dejar aquí comparaciones: el cine de Herzog es enteramente personal (él mismo declaró que nunca vio el filme original), y siempre tiene sus propias cosas que decir sobre el mundo. La idea de la remake no es más que una excusa para desplegar sus propias obsesiones, sus propias lecturas sobre el cine y el estado de cosas en Norteamérica: Un maldito… es también un regreso de su cine a los Estados Unidos (donde Herzog vive hace ya más de 10 años), que se complementa con My Son, My Son, What Have Ye Done, su última película aún no conocida en nuestras pampas. El primer detalle a resaltar es entonces el escenario del filme: la Nueva Orleans post huracán Katrina, un territorio apocalíptico, caótico y desalmado, que de a poco Herzog se encargará de demostrar que puede trasladarse a otras dimensiones de la sociedad que retrata. Su protagonista es el policía Terence McDonagh (Nicolas Cage), un buscavidas que al inicio sufrirá un accidente que le dejará una grave lesión en la espalda, amén de un ascenso a teniente. El filme se trasladará seis meses después, para mostrar a un McDonagh maltrecho pero en actividad, aunque dependiendo de ciertos fármacos para calmar el dolor, y consumiendo cada vez más drogas duras como complemento. El jefe de policía decide darle un caso trascendental, el asesinato de una familia senegalesa aparentemente por un problema de tráfico, y McDonagh verá allí una oportunidad, aunque uno no sabe bien para qué. Ocurre que nuestro protagonista es además un jugador empedernido, un adicto que roba las drogas secuestradas para satisfacer sus ansias, y un hombre cuyo código moral es por lo menos ambiguo: no duda en torturar a una anciana para obtener información, como tampoco en extorsionar a una joven pareja para satisfacer sus instintos sexuales. Como su doble de Ferrara, el policía de Herzog es un animal desatado por las drogas, aunque a diferencia de aquél no tiene ningún atisbo de culpa, como tampoco ningún código moral. Sí parece enfilar hacia el mismo abismo, ya que por sus propios abusos caerá en un círculo vicioso que lo llevará a corromperse cada vez más para saldar sus deudas, aunque ya en el pasado fue premiado por sus delitos… Un policía puede entenderse como un estudio sobre el poder y sus consecuencias en una sociedad dominada por el individualismo a ultranza, por una concepción darwinista del mundo que idealiza la competencia y desdeña la solidaridad. Pero el filme va mucho más allá: es, también, una crítica inclemente de cierto imaginario cultural construido por cientos de policiales similares (equiparables sólo en los papeles, claro), y por eso es dueño de un humor extraño, sutil, apenas adivinable en ciertas secuencias (un final al estilo Hollywood, que no tarda en darse vuelta) o ciertas características (como la sobreactuación desbordante de sus protagonistas). Un maldito policía es, así, un filme de múltiples caras, una película desprejuiciada que no vacila en contagiarse de la esquizofrenia de su protagonista (con tramos alucinados en donde es capaz de adoptar la mirada de un cocodrilo o de unas iguanas), y que tampoco busca condenar a nadie, sino más bien alertar sobre cierto estado de cosas, cierta alienación estructural a la que se conduce el mundo. Herzog, el cineasta de lo extraño por naturaleza, nos dice aquí que quizás lo más absurdo seamos nosotros mismos. Por Martín Iparraguirre