La nueva película de Diego Lerman, toca un tema que ya trato en Refugiado, su película del 2014. La desprotección infantil en nuestro país, Argentina. Una especia de familia nos cuenta sobre Malena (Bárbara Lennie), una Dra. de clase media que un día, deja todo y se va a Misiones, donde el Dr. Costas (Daniel Araoz) le entregara el bebe que tanto esperaba. A medida que la cinta avanza, nos vamos adentrando en la historia de nuestra protagonista, y la turbia manera en la que consiguió su bebe. De a poco, nos metemos en el oscuro mundo del tráfico de personas, que por más que este basado en las buenas intenciones y el deseo de nuestra protagonista, no deja de ser un crimen atroz. Navegando por los grises, y los no tan grises de la moral, vemos las decisiones que va tomando Malena, y si bien la comprendemos, no hay manera de justificarla. Dicho esto, la película tiene varios problemas. En primer lugar, excepto Araoz, las actuaciones no son buenas. Eso no quiere decir que no haya excelentes actores, sino que esta vez quedan cortos, o directamente erran completamente el tono e intención que debería, o por lo menos, creo que debería tener la historia. Además, nunca toma partido. Con la intención de ser espectador, y dejarnos decidir, queda tibia. Indefectiblemente, a menos que sea un documental, la dirección de una película tiene una intención. Y en esta, no se ve. Es la historia de una buena persona que hace algo mal? O la historia de una mala persona que por buenos motivos hace algo mal? O directamente un problema social donde nos hacemos creer que tenemos buenas intenciones pero somos mezquinos y egoístas? Nunca lo define, y parece cambiar de secuencia a secuencia. Y ahí esta el problema mas grande. Sinceramente esperaba más. Refugiado me gusto mucho, y a priori, la historia me hacia pensar que Lerman se iba a jugar mas. Una lastima que la culpa burguesa que todos llevamos dentro no se lo permitió.
A juzgar por sus últimas tres películas queda claro que Diego Lerman no anda con rodeos a la hora de indagar en temas espinosos, poniendo el foco en la vulnerabilidad femenina frente entornos hostiles. El machismo en una sociedad dictatorial (La mirada invisible, de 2010) y la violencia de género (Refugiado, de 2014) ya habían sido tratados por el director, que ahora redobla la apuesta entregando un audaz y consternador relato sobre el deseo de ser madre contra todo y contra todos.
El amor es más fuerte El premiado director Diego Lerman vuelve a la pantalla grande, después de La mirada invisible y Refugiado, con una historia conmovedora, y a la vez, difícil de digerir. Malena (Bárbara Lennie) es una mujer joven y de buen pasar económico, pero a la que la vida le ha puesto muchas trabas en su camino de ser madre. Al ejercer su profesión como médica, mantiene contacto con colegas, entre los cuales está el doctor Costas (Daniel Aráoz) que trabaja en un hospital público en la provincia de Misiones, y pone en contacto a Malena con una mujer embarazada que decide dar en adopción a su hijo por nacer. Por supuesto, las cosas no serán sencillas, ya que no solo se necesita voluntad para adoptar, sino que deberá enfrentarse a toda la burocracia que conlleva el proceso, lo que la hará cuestionarse hasta dónde es capaz de llegar para cumplir con su deseo. Lerman ya ha demostrado en varias oportunidades que no es un director que especula con el espectador ni tampoco lo hace con la historia que quiere contar. La trama, en este caso, es poderosa, llena de momentos donde la emoción y el suspenso encuentran su punto justo para sobresalir y atrapar a quien la esté mirando. Todo el peso de la historia lo carga Lennie. Su interpretación está a la altura de las circunstancias y sorprende gratamente, pasa por todos los estados emocionales que un ser humano puede vivenciar, llegando a un resultado satisfactorio. El resto del elenco (Aráoz en buena medida) también hace su parte de manera correcta, nadie busca ponerse por encima de su papel, todos siguen una misma línea y no desentonan para nada con lo que les tocó. El tema del tráfico de personas no es algo que pueda tomarse muy a la ligera. De hecho, otros directores hubieran utilizado la idea a su favor para poder concebir una película moralista, sin caer en golpes bajos ni tomar riesgos, y hasta con cierta carga denunciativa. No es el caso de Una especie de familia, un filme que toma todos los caminos habidos y por haber, que no se achica a la hora de mostrar la realidad de su protagonista en toda su crudeza y desesperación, que no cae en el relato fácil y mantiene una narrativa casi poética, gracias al guion de Diego Lerman. Es un gran mérito poder contar una historia tan compleja de una manera tan simple. El director comprende los momentos en los que las palabras sobran y una sola mirada/gesto puede lograr conmover al espectador. Como se mencionó al principio, es una película dura, fuerte en su contenido, pero a la vez muy llevadera y emotiva, ideal para dejarse envolver por la impecable fotografía de los paisajes norteños, que contrasta con el oscuro mundo que rodea a los personajes de esta historia.
La odisea de una mujer por adoptar. Así podríamos pasar en limpio la premisa de "Una especie de familia". En la misma semana, vi esta película y por Netflix enganché "Contratiempo", dos films totalmente diferentes que tienen como actriz a Bárbara Lennie y me explotó la cabeza. Una actriz versátil, con diferentes matices, que compone a dos mujeres muy diferentes. Bueno así con todos sus personajes, pero me sorprendió porque justo la vi en una misma semana, y me asombró desde lo básico, en una es una española con todas las letras y en otra es una porteña con todas las letras. En fin, "Una especie de familia", nos lleva a una mujer que viaja al norte de nuestro país para adoptar un chiquito que viene de una mujer que está a punto de dar a luz. Todo va a bien hasta que la familia le pide una "colaboración" a cambio del bebé y aquí viene la disyuntiva: por un lado, el de que un bebé no se compra y por otro, y como todo, cuando hay un pedido de dinero, no es sólo una única vez, sino que es la primera de muchas otras. Con ese panorama, Malena vivirá una odisea rodeada del calor norteño argentino. La participación de Daniel Aráoz como médico y Claudio Tolcachir como marido de Malena, se destacan, pero vale la pena resaltar el debut actoral de Yanina Ávila como Marcela, la madre biológica del bebé. Impresionante y conmovedor trabajo. Una película chiquita, una mujer haciendo lo imposible por conseguir lo que quiere, pero cuál es el límite? Hay escenas muy fuertes, de mucha tensión muy bien logradas por las calidad actoral de sus protagonistas. Un film para reflexionar sobre lo difícil que sigue siendo adoptar en nuestro país, sobre la lucha de una mujer, las trabas. Una película impecable desde la fotografía, planos y movimientos de cámara, con gran dirección de Diego Lerman.
Una Especie de Familia: Engualichados. Con una gran Bárbara Lennie, Diego Lerman nos trae una impredecible road movie sobre desigualdad e injusticia en que la mirada del espectador jugará un papel fundamental. Malena (Bárbara Lennie) es una médica en pleno viaje a un pequeño pueblo de Misiones en cuyo hospital, Marcela (Yanina Ávila) la madre de su futuro hijo adoptivo está dando a luz. Pero todo se irá complicando a medida que descubrimos las condiciones en que se está llevando a cabo esta adopción, y Malena tendrá que pasar por un sinfín de circunstancias tanto ilegales como moralmente cuestionables que pondrán a prueba su deseo de comenzar su propia familia. En “Una Especie de Familia”, el film simplemente sirve de acompañante silencioso para la historia de Malena y prácticamente no toma partido, por lo cual es probable que haya todo tipo de debates a la salida de la sala ya que el espectador es quien termina siendo interpelado con cada confuso eslabón en esta cadena de adopción ilegal que se beneficia tanto con la necesidad de los habitantes del pueblo como la desesperación de las parejas que no pueden tener sus propios hijos. Ni siquiera tenemos un claro antagonista al cual señalar y desquitarnos cuando una situación injusta se está desarrollando y eso es aun más frustrante, si bien en algún momento se nombra a un posible capo mafia a cargo de ésta organización turbia; el contexto y la mala fortuna tal vez sean los verdaderos antagonistas de la historia, lo cual no solo vulnera a nuestros personajes sino que también a los mismos espectadores. La historia pierde un poco el rumbo sobre el final del film, buscando una suerte de final redentor para nuestra protagonista, terminamos teniendo aun más razones para cuestionarla y perdemos algo de la empatía que nos venía generando hasta ese momento. En cuanto a las actuaciones, Barbará Lennie es la protagonista perfecta, se destaca desde la primera escena tanto cuando la vemos pensativa y a la deriva como cuando desespera en ataques de rabia y frustración, y si bien su personaje comete algunos actos más que cuestionables, siempre queremos que logre su cometido, cualquiera que sea en ese momento de la historia. Además, si bien vivió algunos años en Argentina, la actriz es española, y seguramente si están leyendo esta crítica después de ver el film no se habían dado cuenta. Daniel Aráoz también se destaca con una interpretación tan pacífica y tranquila como siniestra. Una Especie de Familia es visceral, genera emoción, tristeza, incomodidad, alegría y angustia constantemente, y si bien no tiene una historia perfecta, vale la pena darle una oportunidad ya inspira debatir y pensar la película una y otra vez al salir de la sala.
Todo arreglado Al igual que en su opus anterior, Refugiado (2014), los guionistas Diego Lerman (La Mirada Invisible, 2010) y María Meira (Tan de Repente, 2002) indagan en esta oportunidad en una situación social candente de la Argentina, la adopción ilegal de niños. Malena (Bárbara Lennie) es una doctora que ansía ser madre y tras parir a un hijo que nace muerto decide adoptar un niño. Para evitar la espera la mujer decide seguir un camino jurídicamente heterodoxo y se contacta con un colega, el doctor Costas (Daniel Aráoz), que ejerce la medicina en un hospital pediátrico de una pequeña ciudad de Misiones y participa de una red ilegal de venta de niños aún no nacidos en la que está involucrada prácticamente casi toda la ciudad. Costas convence a la vulnerable mujer de viajar a Misiones para buscar al niño a punto de nacer como si le hiciera un favor pero una vez allí la situación de irá complicando cada vez más en una trama siniestra. Una Especie de Familia (2017), el quinto largometraje de Diego Lerman, expone los procedimientos de la red de tráfico con gran meticulosidad, dando cuenta de la manipulación psicológica que cada agente del entramado ejerce sobre las víctimas. La violencia de la situación que la protagonista vive se multiplica con cada escena para ahogarlo con la ansiedad de los argumentos infaustos, las manipulaciones y el desasosiego que Malena siente, dando cuenta de la crueldad del asunto y la aquiescencia de unas prácticas aceptadas por una comunidad que solo piensa en sobrevivir, donde la ética es tan solo un significante vació carente de significado. Las interpretaciones de todo el elenco son extraordinarias, destacándose principalmente la actuación protagónica de Bárbara Lennie en su rol de madre desesperada que ve todos sus anhelos manoseados por una mafia inescrupulosa en la que cada elemento justifica como quiere su perverso accionar. Daniel Araoz y Claudio Tolcachir realizan una gran labor apoyando cada uno en su rol el vehemente trabajo de Lennie. La fotografía del polaco Wojciech Staron (El Premio, 2011) se destaca por los juegos de luces y las contraposiciones entre planos abiertos y cerrados que buscan exponer la angustia de los personajes, la situación de vulnerabilidad en la que se encuentran, la miseria en la que viven y los contubernios ilegales e inmorales que se despliegan rapaces ante ellos a través de imágenes de gran calidad artística. Una Especie de Familia combina así la sensibilidad social con un sentido estético preciosista que trabaja cada imagen con el fin de denotar sentimientos e impresiones para asemejarlos a lienzos que se contraponen con la realidad para crear conciencia social y denunciar una cuestión cardinal desde las posibilidades del dispositivo cinematográfico. Lerman crea así otra gran historia en la que seres atribulados por su contexto se abren camino como pueden, equivocándose, dejándose llevar por sus sentimientos, sufriendo, amando, acercándose y alejándose en un movimiento de sístole y diástole en el que las emociones y la razón se debaten para crear una dialéctica sobre nuestro devenir.
El deseo de ser mamá La nueva película de Diego Lerman, titulada Una especie de familia, cuenta la fuerte historia de Malena (la hispano-argentina Bárbara Lennie) en la busca adoptar a un niño de manera informal a través del Doctror Costas (Daniel Aráoz). Malena se llevará al hijo que dará a luz Marcela (Yanina Ávila) pero la aparición de un supuesto pariente de la embarazada hará que quede involucrada en una oscura red de tráfico de bebés. La película muestra de manera precisa la dificultad en la cual se relacionan personas que se desconocen tanto para dar en adopción a un hijo o para adoptar al recién nacido. Una historia muy fuerte que replantea la importancia de tener alguien a quien cuidar. Y sobretodo de las diferencias de clases sociales, donde el problema de la clase alta en este caso es querer adoptar a un bebé y en la clase humilde el conflicto consiste en sobrevivir. Bárbara Lennie se come todo el film de punta a punta, y aunque el resto del elenco no la acompañe mucho y por momentos se vean sobreactuaciones, logra funcionar. El director hace un buen trabajo en conjunto con el guion para poder representar puntos de quiebres en la vida de una persona.
El deseo en un personaje es algo fundamental para que una historia avance, pero si a eso le sumamos las limitaciones morales que puede tener ante lo que debe hacer para cumplirlo, tenemos el potencial para una buena historia. Una Especie de Familia es consciente de ello y lo sabe explotar. El suplicio de una madre adoptiva: Malena, una médica, viaja al interior del país con el motivo de recibir al bebé que adoptará de una familia carenciada. No obstante, crítica de una especie de familiauna vez producido el nacimiento, Malena deberá sobrellevar sendos obstáculos que pondrán a prueba las limitaciones morales de su deseo de ser madre. El guión de Una Especie de Familia es casi sólido, clásico incluso. Se trata de una protagonista capaz de hacer lo que sea con tal de obtener su meta, y no deja de encontrar obstáculos tan complejos como inesperados en su camino a alcanzarla. Esto plantea en el espectador una preocupación constante por saber cómo la protagonista sorteará el problema. Tan sencillo como eso, tan obvio como eso, pero lo destaco ya que es olvidado a menudo en muchas propuestas nacionales. Por otro lado es temáticamente innovadora, porque si bien toma como punto de partida el deseo de ser madre, el acento está más puesto en la necesidad de que la crianza de ese hijo no esté fundada sobre una mentira. Entonces ¿por qué “casi”, si todo parece estar en regla? A riesgo de sonar demasiado exigente, estoy obligado a señalar que iniciado el segundo acto, en una escena específica, la superación de uno de los obstáculos no nace de una acción directa de la protagonista. La única y minúscula falla en lo que es, como un todo, un relato bien armado y bien desarrollado en sus distintos frentes. En materia técnica, la película cuenta con una prolija fotografía y una notable dirección de arte que se vale de los colores lisos y saturados; verdes y azules en particular. Si tomamos en cuenta las limitaciones del contexto en el que se movían, el gesto es doblemente destacado. En materia actoral, Barbara Lennie desarrolla con gran determinación y sensibilidad el papel protagónico depositado en ella. Claudio Tolcachir prueba ser un digno acompañamiento en el papel del marido de la protagonista. Daniel Aráoz sorprende con su caracterización del médico que ayuda al personaje de Lennie con la adopción: la sobriedad y compenetración con su personaje son una evolución notable respecto del registro en el que es costumbre ver al actor. Conclusión: Una Especie de Familia es una narración tan competente como fluida, que tiene al espectador en constante curiosidad de saber qué es lo que va a pasar después. Si a esto le sumamos la sutileza con la que entreteje su tema en la estructura narrativa, y el apoyo que la historia recibe de una conmovedora labor del plantel actoral, el resultado es una película recomendable.
El destino de un niño en una adopción ilegal, el lugar que ocupan cada uno de los intervinientes en un hecho que de tan común en nuestro país se naturaliza. Pero como se trata de un director tan talentoso como Diego Lerman, que escribió el guión con María Meira, este film exige del espectador su máximo compromiso. Se basa en el raid emocional de una doctora de 38 años que viaja al norte de nuestro país porque un médico le avisa que hay un niño para ella. Esa mujer, encarnada con todos los matices de las dudas, la desesperación y la obsesión por Bárbara Lennie, encarna muchos de los dilemas morales a los que se enfrenta una sociedad en cuento a adopción, con todos los justificativos al alcance. Y en esta historia la médica se siente tan vulnerable, como la mamá que esta por parir y esta dispuesta a entregar a su hijo. La inteligencia del guión esta en mostrar como una persona de supuestas convicciones y bienintencionada, en un estado de fragilidad emocional, su marido no la acompaña en esta partida, hasta que ella le pide ayuda, puede caer en las formas mas oscuras, con dinero de por medio, actas y actos fraudulentos. Y hasta el ensayo de una reivindicación individual que deja tantos interrogantes y dudas éticas por responder. Acá no hay fórmulas fáciles, hay doble moral, una realidad angustiante, una pobreza sin límites, una organización delictiva aceitada. No se trata solo de malos y buenos sino de humanos con necesidades y locuras, seres que parecen transparentes y son opacos, otros que se ocultan detrás de una pátina de generosidad. Pero aquel que se siente inocente que tire la primera piedra. Un film que inquieta, que evita el discurso moralizante fácil. Que se construye como un thriller emocional y le deja al espectador el trabajo de las respuestas.
Una especie de familia: Por los hijos, todo. La quinta película del director Diego Lerman es un crudo relato sobre el vacío legal que existe en nuestro país sobre el tema de la adopción. Entre el drama y el suspenso, una propuesta de visión imprescindible. Quien siga la carrera del director Diego Lerman sabe que temas como la injusticia social, la violencia de género, el machismo preponderante en una sociedad tibia frente a los derechos de la mujer, suelen ser foco de interés para el realizador de películas como La mirada invisible (2010) y Refugiado (2014), entre otras. En Una especia de familia, y con un trabajo intenso de investigación previa, el argumento nos pone de cara frente a la injusta realidad a la que deben enfrentarse dos mujeres, porque de ninguna manera esta película tiene una sola figura femenina, la brillante actriz española Bárbara Lennie, quien encabeza los créditos, pero sería caer en la injusticia que el mismo relato convoca, si no damos cuenta al excelente trabajo que realiza en su primera experiencia como actriz, la joven Yanina Ávila. Ellas son las protagonistas de esta historia, Lennie interpreta a Malena, una médica de clase social media, quien ante la imposibilidad de ser madre recurre a Marcela (Ávila) una mujer con un tercer hijo a punto de nacer, al cual no puede criar por las precarias condiciones en la que vive. En primera instancia pareciera que una tiene lo que la otra necesita y viceversa, Malena tiene plata pero no tiene un hijo, Marcela tiene un hijo (tres de hecho) pero no tiene los recursos para poder darle un futuro prometedor, en términos económicos claro está, ya que aunque quede a debate abierto la siguiente afirmación, no hay duda que Marcela ama a sus tres hijos, aún cuando decida entregar a uno de ellos. Uno de los primeros planos del film nos muestra a Malena detrás de un parabrisas dentro de un coche, el cual funcionará casi como un personaje más, posiblemente eso la convierte en una especie de road movie, dentro de un género que combina el drama social con el suspenso psicológico que se pone de manifiesto en ciertos momentos del guión. Malena inicia su viaje hacia la provincia de Misiones , allí nos enteramos luego de unos minutos que la espera el hijo que ha convenido en adopción con la madre biológica, todo parece marchar “bien“ hasta que un accidente familiar (del padre biológico de la criatura) complica todo y aparece en escena el factor dinero, moneda corriente, valga la redundancia, cuando se trata de adopción de niños. Aquí todo se dispara hacia un viaje sin vuelta atrás, Malena hará lo (im)posible para irse de la provincia con ese hijo que tanto desea y que la vida le ha negado tiempo atrás, pedirá ayuda a su ex marido (Claudio Tolcachir), se verá involucrada en distintos delitos, que quedará a opinión del público, la justificación o no de los mismos. Lerman plantea un tema por demás complicado como lo es la adopción por vías ilegales, pero lo hace con una destreza sutil y un manejo preciso para denunciar un problema presente, desde hace tanto tiempo en nuestro país, sin juzgarlo ni condenarlo, resulta difícil señalar a una madre desesperada por tener un hijo y a otra desesperada por no poder mantenerlo, no hay heroínas no hay villanas, hay deseos, hay amor por sobre todas las cosas, y hay un sistema legal ausente, que condena a los buenos y hace la vista gorda “a los malos“. Todo el elenco es impecable, Lennie impregna de intensidad la pantalla, nos desespera, nos involucra. La acompaña un reparto secundario formidable, Tolcachir, Araoz, Paula Cohen, todos componen personajes de calidad notable, y allí es donde debemos hacer mención obligada a Yanina Ávila, en el rol de la madre biológica nos conmueve con una mirada, una lágrima, con la sonrisa que no le vemos, el talento de esta no actriz es uno de los puntos más altos que Lerman logra destacar. Una especie de familia es un drama conmovedor que se reserva un plano final dotado de una soledad devastadora, al fin y al cabo parecería ser que estas mujeres que comienzan una de cada lado de la historia, se tienen al final, solo una a la otra, inmersas en un mundo injusto y por momentos, desgarrador.
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Ser madre Diego Lerman reitera la forma fílmica de Refugiado (2014) en Una especie de familia (2017), film que aborda la adopción ilegal en el norte argentino. La película que forma parte de la selección oficial de 65 San Sebastián, se centra en Malena (Bárbara Lennie, la genial actriz española de Magical Girl), protagonista de este tour de forcé materno. Ella es una médica de clase media de Buenos Aires, que viaja al norte del país luego de recibir el llamado del Dr. Costas (Daniel Aráoz), quien le informa que su bebé está por nacer. Malena avanza, duda, llora, vuelve a avanzar, huye. El viaje representa su inestable estado emocional, producto del dilema ético que debe afrontar: ser madre y someterse al corrupto sistema de adopciones o renunciar a su deseo. Marcela (Yanina Ávila), la madre biológica de Pedro, el bebé por adoptar, funciona como la otra punta del iceberg del drama materno. Una especie de familia es una road movie en todos sus aspectos. El traslado al norte funciona de metáfora del viaje interior que experimenta la protagonista. A través de él vive un aprendizaje, una enseñanza que cambiará el estado inicial del cual parte. Como en Refugiado, Lerman utiliza el dispositivo cinematográfico para acorralar a su protagonista y, de esta manera, hacer que el espectador sienta junto a ella su dolor y angustia. Las sensaciones se trasmiten con una cámara en mano que la sigue de cerca mientras su imagen se dobla (al reflejarse en ventanas, parabrisas de su automóvil), para mostrar por un lado a la heroína que anhela ser madre a toda costa, y por el otro, a la víctima vulnerable del complejo cuadro de corrupción que envuelve a las adopciones. La desesperación materna traspasa la pantalla, con una tensión que crece de principio a fin. Una especie de familia es una película de denuncia social contada desde el punto de vista intimista de su protagonista. Una manera de narrar que vuelve universal la temática y la trasmite de la mejor forma.
Una historia oscura del tráfico de bebés Diego Lerman dirige este thriller dramático sobre los peligros y contradicciones de las adopciones clandestinas Malena es una médica que viaja a un pueblo de Misiones para adoptar de manera irregular un bebe que acaba de nacer. Lo que parece un deseo cumplido, el de ser madre, se transforma en una pesadilla cuando el dinero, la corrupción y la extorsión digan presente en la historia. Al igual que en sus anteriores películas, Diego Lerman nos cuenta la historia desde la mirada de una protagonista femenina fuerte (impecable Barbara Lennie), una mujer que se ve envuelta en una trama oscura de tráfico de bebés. Play El filme transita por varios géneros, el drama, la road movie, el thriller y hasta el western. Ayudado por paisajes naturales imponentes y una cámara nerviosa, el director logra trasmitirnos una atmósfera fílmica agobiante en la que el personaje de Daniel Aráoz, funciona como "el villano" de turno, un hombre que aun cuando no ha revelado su verdadera naturaleza resulta inquietante. Casi como un cierre de la trilogía que incluye La Mirada Invisible y Refugiado, Una especie de familia, es la mas redonda y efectiva de las tres, logrando tocar un tema urticante sin un argumento discursivo ni tomar partido.
Crítica emitida por radio.
El valor tiene cara de mujer Bárbara Lennie es el alma del filme, que trata sobre la venta de bebés, y que desnuda miserias humanas. Diego Lerman se está especializando, tal vez sin proponérselo de manera consciente, en un retratista de mujeres en condiciones de peligro inminente. Así como en Refugiado la protagonista era víctima de la violencia de género, en Una especie de familia Malena (Bárbara Lennie) se enfrenta a lo indeseado cuando llega a Misiones a adoptar un bebé. Malena es doctora, y ha acordado con Marcela (Yanina Avila), que está a punto de ser mamá, que ese hijo será suyo. Los costados legales en este tema parecen ser siempre más sinuosos que las rutas de tierra roja misionera, pero todo aparenta presentarse para que las cosas marchen bien. Pero no. Surge un pedido de “ayuda económica” que no estaba previsto, a lo que Malena se niega terminantemente. Eso, primero, porque cuando el asunto comience a enturbiarse, a oscurecerse, y la trama del filme del director de Tan de repente y La mirada invisible empiece a virar del drama al thriller -sin apartarse jamás del primero- la protagonista va a tener que apelar a acciones impensadas. A tomar decisiones, a necesitar ayudas. Una especie de familia se centra en Malena, insertada más que extraída con fórceps en una situación que puede ser de vida o muerte. Agobiante, la trama plantea lo pérfido del sistema, las miserias humanas, la corrupción, la lealtad y el valor de la palabra en un mundo, un universo no muy lejos de la General Paz, y con personajes que uno se puede cruzar, sí, a la vuelta de la esquina. Hay un médico, Costas (un serpenteante Daniel Aráoz, que demuestra que cuando se deja dirigir, como en El hombre de al lado, puede rendir muchísimo en el cine), que es una suerte de engranaje, que aceita la resolución del conflicto planteado. Un esposo (Claudio Tolcachir), que acude ante el machismo imperante. Pero hay mucho más dando vueltas que ni Malena (ni el espectador) se imaginan, y que Lerman va como proponiendo con sabiduría. Un nuevo problema, una solución, un aprieto, una salida. Bárbara Lennie, española pero que vivió aquí buena parte de su vida, es el alma de la película, le pone el rostro y el cuerpo. Tiene una actuación imponente y conmovedora, ofrece una entrega que llega hasta el hueso porque es natural, cuando es víctima de la situación y también al tratar de mantener la cordura. Lerman la obliga a un tour de force sobrecogedor, y la actriz que está rodando con Darín y Bardem Todos lo saben se apodera de todo. De la tensión, de la atención y del espectador.
Distintas formas de ser padres En sus últimas películas Diego Lerman abordó la violencia institucional (La mirada invisible) y la violencia machista (Refugiado). En Una especie de familia, el director de Tan de repente y Mientras tanto, siempre atento al punto de vista femenino, se concentra en la problemática de la maternidad ligada al dilema de la adopción en condiciones no demasiado cristalinas. Si bien esta temática ya había sido trabajada por el cine argentino en películas como Nordeste, de Juan Solanas; o El hijo buscado, de Daniel Gaglianó, Lerman construye un relato rico en matices, ya que maneja con sensibilidad y sin caer en la denuncia subrayada las distintas perspectivas de la protagonista (una médica porteña interpretada por Bárbara Lennie que viaja a un pueblo de Misiones para concretar la adopción); de su pareja, que no parece demasiado entusiasmada con la idea (Claudio Tolcachir); del doctor que hace de nexo en el acuerdo (Daniel Aráoz) y, sobre todo, de la madre del bebe que vive en condiciones más que precarias (Yanina Ávila, toda una revelación). La película sostiene la tensión y hasta cierta dosis de suspenso respecto de las distintas resoluciones, aunque el eje no es tanto el thriller como las decisiones éticas y morales de los personajes. Otra vez con el destacado aporte visual del fotógrafo polaco Wojtek Staron, Lerman se acerca a un tema contradictorio e incómodo con muchos más hallazgos que lugares comunes. No se trata de un mérito menor.
Diego Lerman (Refugiado) vuelve a decir presente con Una especie de familia para introducirse en el conflicto de una mujer a la hora de adoptar un niño. Él no emite juicio de valor sobre la condición ilegal de este hecho sino que lo pone directamente sobre la mesa para seguir las tribulaciones de Malena alrededor de un hecho que no solo la afecta a ella, porque la adopción tiene sus causas y efectos en todos los implicados.
La adopción ilegal bajo la lupa de Diego Lerman Una película fuera de lo común, sobre un asunto bastante común del que poco se habla: la adopción ilegal. ¿Cómo es? ¿Qué engaños y autoengaños deben soportarse? ¿Y hasta dónde puede llegar una mujer con sentido de la moral, pero también con necesidad enorme de ser madre? Superando vacilaciones, una doctora viaja hasta el remoto hospital de provincia donde un colega la ayudó a concertar el acuerdo con una parturienta. Pero cuando todo va bien encaminado, surge la realidad: nada es gratis en la vida. Este es un drama, una denuncia llena de suspenso y de nervio, también un policial sin policías, salvo en la Caminera. Justo en la Caminera. Más aún, es un policial con escribana, con falsos padres, gente muy amable y muy falsa, y otra gente decente que también puede hacer macanas, de tanto amor que tiene. Y es una historia realista de impecable elenco: la española Barbara Lennie, que de chica vivió en Argentina y le quedó el acento, Daniel Aráoz, con un personaje querible y repudiable al mismo tiempo, la misionera Yanina Avila, sin estudios pero actriz nata, verdadera revelación, más Claudio Tolcachir, Paula Cohen, y un pícaro que permanece anónimo (el rodaje es mayormente en 25 de Mayo y Alba Posse). Autor, Diego Lerman, excelente, y de nuevo con sus colaboradores de "Refugiado": María Meira, coguionista, Wojtiech Staron, director de fotografía, Alejandro Brodershon, montajista, entre otros igualmente buenos. Gran equipo, tema fuerte, bien contado, que atrapa y deja pensando.
Película que refleja a Lerman de cuerpo entero, propuesta claustrofóbica, arriesgada, que va tras los pasos de una doctora que en su afán de ser madre a toda costa se encuentra con una realidad inesperada, y en esa búsqueda, al aparecer obstáculos se transforma en alguien totalmente opuesta a ella. Rodada en exteriores, planos cercanos a los personajes, Barbara Lennie deslumbra con una actuación impecable, secundada por Daniel Aráoz y Claudio Tolcachir, en una propuesta dolorosa, necesaria y profunda.
El director Diego Lerman no saca nunca la cámara de su protagonista, la española Barbara Lennie como una argentina que viaja a Misiones sola, con su gato, a buscar al bebé por nacer que adoptará. Una especie de familia explora todos los factores y personajes que confluyen en esa operación delicada: médicos, burócratas, intermediarios. Entre esa mujer obsesionada por ser madre y llevarse a su hijo y el entorno al que el recién nacido pertenece. ¿Quiénes son víctimas, quiénes ganadores?, ¿acaso los hay? A través de ellos, Lerman y su co autora, María Meira, exponen el drama social que representan. Cuesta empatizar, sin embargo, con su protagonista excluyente, un personaje cuya ambivalencia impone una distancia que hace a la película más intrigante y menos complaciente, si cabe el término a un tema como este. Un guión que crece en tensión y dramatismo te mantiene atento, atrapado.
Una mujer de 38 años, médica, espera que nazca un bebé en el norte del país para adoptarlo. El llamado llega, debe partir y eso se transforma en una especie de aventura. El camino no es sencillo y es paralelo a otro derrotero, el moral, con el que la mujer deberá enfrentarse más allá de la fuerza de su deseo. Lerman crea el camino con precisión y complementando la aventura espacial con la interior. La emoción es genuina.
Concebir la ética y la moral en torno a la maternidad Una especie de familia, el quinto film como realizador de Diego Lerman (Tan de repente, Mientras tanto, La mirada invisible, Regufiado) es un crudo y desgarrador relato sobre el sistema de adopción en Argentina, su vacío legal y los procesos que atraviesan dos mujeres: Malena (Bárbara Lennie) y Marcela (Yanina Ávila), las dos grandes actrices del film. La trama nos presenta inicialmente a una médica de Buenos Aires quien tiene un fuerte deseo por ser madre pero no puede concretarlo. Frente a esa imposibilidad, recurre a Misiones donde Marcela – a punto de parir a un tercer hijo al que no puede mantener- la espera para entregárselo en adopción, y así darle a Malena lo que más ansía. Si bien todo pareciera estar encaminado, esto cambia rápidamente cuando se presentan nuevas condiciones –habituales pero cuestionables- para poder concretar esa adopción. A partir de ese momento, el film vira desde el drama hacia una especie de thriller psicológico, donde se ponen en juego la ética y la moral tanto de Malena, como del nuevo entorno. Todo lo que sigue es puro caos y desborde, situado puntualmente en Malena y en su creciente y desmedido deseo maternal – sobre el que luego se historizará más-, por el que acudirá incluso a su antigua pareja (Clauio Tolcachir). Una especie de familia no sólo es un relato desgarrador, sino que resulta un film actual y necesario para seguir analizando y cuestionando los sistemas de adopción de nuestro país -tanto legales como ilegales- y el perverso sistema detrás de ellos. Diego Lerman relata esto con un manejo sutil y, lo más destacable y admirable es que lo hace lejos de los lugares comunes de crítica, condena; aquí no se juzga ni a uno ni a otro, sino que se exhibe el padecimiento que hay en ambos lados y, en ambas madres.
Están las películas que te conmueven y están las que te pegan mal. Una especie de familia pertenece al segundo grupo. Adoptar un chico en Argentina puede llegar a ser una pesadilla por temas burocráticos y larguísimas esperas de años. Hay testimonios desgarradores de parejas con un gran corazón que están en listas de espera, y uno no deja nunca de escuchar y leer ciertas circunstancias –no del todo claras- que suceden en el interior del país. El film mete al espectador en ese mundo a través de Malena, quien viaja al norte Argentino para presenciar el parto de la mujer que le entregará su bebé en adopción, y luego todo se complica. El gran laburo de Bárbara Lennie hace que realmente nos metamos en su piel y sufrir con ella. Lo mismo con todas las situaciones que las rodean, tanto las que le dan un alivio como las que la amargan. Hay un elenco muy sólido compuesto por Daniel Aráoz, Claudio Tolcachir y no actores que son impresionantes y se roban sus escenas. El director Diego Lerman, quien viene de hacer Refugiado (2014), genera climas de mucha tensión y congoja pero sin caer en golpes bajos sino mostrando una cruda realidad. La puesta en escena es muy buena, se nota una maximización de recursos muy bien utilizados. O sea, la cinta aparenta más cara de lo que en realidad es. Una especia de familia es una película necesaria por un lado, y por el otro, una demostración que de que no se necesitan grandes nombres para hacer un buen alegato. Pese a todas las lágrimas que me sacó, aplaudo fuerte esta película por su valentía y profesionalismo.
“Malena camina pensante hacia su auto. Una langosta choca contra su hombro, ella sigue caminando. Otra langosta vuelve a chocar, ella se molesta. Mira hacia atrás y empieza a correr. Una invasión de langostas se asoma. Presa del pánico, corre hacia su auto, entra y cierra la puerta. Ve cientos de insectos afuera, inundan el aire, tapan el cielo“. En Una especie de familia, una pareja que no puede concebir un hijo opta por la adopción de un bebé. El deseo de ser padres los lleva a cruzar el límite de lo legal/ético. Y en Argentina conseguir un bebé no es un imposible… Diego Lerman no juzga a sus personajes, más bien los presenta como quien muestra sus cartas en la mesa. Malena luce cansada, ajetreada, desbordada y al borde de la demencia (un sólido trabajo de Bárbara Lennie). Mariano (Claudio Tolcachir), su esposo, se muestra ambiguo, quizás más reposado, la apoya pero la audacia temeraria de Malena parece excesiva para él. El Doctor Costas (interpretado por Daniel Aráoz) es afable y no es casualidad que el personaje más carismático del film esté en un negocio ilegal; habla de la imparcialidad de Una especie de familia, de desnudar la problemática mas no atacarla. El tópico “venta de bebés” suena controvertido hasta que lo vemos de cerca y se lleva a cabo como si fuese un trámite más por hacer en Anses. Una suerte de engranaje compuesto por policías, doctores, orfanatos y gente de pueblo al son de la complicidad y la clandestinidad. Funciona como un film de la fuerza de la mujer; una mujer que enfrenta una realidad claramente adversa. En una escena se la ve a Malena al lado de la ruta con el ansiado bebé, pero está sola, es decir, no tiene nada y lo tiene todo. El desierto como alegoría (notable el director de fotografía Wojtek Staron) parece ser una buena carta de invitación para ver Una especie de familia
Una especie de familia, de Diego Lerman Por Hugo F. Sanchez La adopción es un tema que siempre está latente en la sociedad y cada cierto tiempo adquiere el carácter de actualidad cuando llega a los medios de la mano del tráfico de personas. Con mayor o menor suerte, en general el cine aborda esta problemática trata de esquivar los lugares comunes y los golpes bajos cuando inevitablemente, confronta la necesidad de adoptar vs. las necesidades de alguna madre o familia sumidas en la pobreza. Una especie de familia es la quinta película de Diego Lerman y nuevamente retrata el universo femenino, esta vez centrándose en la maternidad, aunque también incluye la violencia ejercida desde el Estado, el machismo y las asimetrías, temas centrales en Refugiado y La mirada invisible. Con un gran fuera de campo que explicaría la historia de Malena (gran trabajo de Bárbara Lennie) y las razones por las cuales se encuentra a punto de viajar a Misiones para adoptar un bebé por nacer, la protagonista muestra un abanico de emociones, en donde se mezcla la expectativa por la inminente concreción de su deseo de ser madre con la incertidumbre del viaje y el miedo de que algo no salga como tenía previsto. Entonces llega el viaje de la médica, que por todo contacto en Misiones tiene a el doctor Costas (impecable Daniel Aráoz), que le facilita el acceso a la mujer que entregará su hijo y el resto de los tramites de adopción legal. Pero nada es lo que parece y mientras se acerca el momento del nacimiento del bebé, el relato se va enrareciendo conforme la historia empieza a girar hacia el tráfico de personas, una red aceitada y siniestra que influirán en las decisiones éticas y morales de la protagonista, sin su pareja -apenas se hará presente al final de su travesía-, solo acompañada por la angustia y su deseo de ser madre. Eludiendo el paternalismo o cualquier mirada maniquea -que por caso y más allá de las buenas intenciones, se insinuaban en Nordeste, un film sobre el mismo tema-, Lerman demuestra una vez más que es un gran narrador, que su mirada sobre los temas que aborda está lejos de ser intrusiva o superficial, y que su sensibilidad pone los límites precisos para no caer en golpes bajos o efectismos. UNA ESPECIE DE FAMILIA Una especie de familia. Argentina/Brasil/Polonia/Alemania/Francia/Dinamarca, 2017. Dirección: Diego Lerman. Guión: Diego Lerman y María Meira. Intérpretes: Bárbara Lennie, Daniel Aráoz, Claudio Tolcachir, Yanina Avila. Fotografía: Wojtek Staron. Música: José Villalobos. Edición: Alejandro Brodersohn. Duración: 95 minutos.
Alimentándose de la necesidad La película trata sobre la lucha de una mujer para convertirse en madre. Malena viaja a Misiones para cumplir su sueño. Gracias a las interpretaciones, al ensamble perfecto entre drama intimista, thriller y crítica, el film es uno de los largometrajes del año. El anhelo y la imposibilidad de ser padres es uno de los grandes conflictos que viven muchas personas en todo el mundo. En nuestro país, por cuestiones burocráticas o económicas, las chances de tener un hijo o adoptarlo se acotan mucho más, y algunas personas recurren a métodos ilegales y peligrosos para conseguirlo. Esa es la premisa de “Una especie de familia”, en la que una mujer desesperada, Malena (Bárbara Lennie), viaja en su automóvil mil kilómetros para ver a Marcela (Yanina Ávila), quien va a dar a luz un bebé que ella va a adoptar. Si bien Malena está separada de su pareja, Mariano (Claudio Tolcachir), y el plan había quedado trunco, un impulso la lleva a Misiones para cumplir su sueño de convertirse en madre. El Dr. Costas (Daniel Aráoz) oficiará de intermediario para lograr que cada uno obtenga lo que necesita, y aunque todo comienza como una negociación de intereses, para Malena se transformará en una carrera de obstáculos que no piensa perder. Motivos para elogiar Diego Lerman, su director, nos mete directamente en lo profundo del alma de Malena, pero equilibradamente sabe cuándo retirarse, para no forjar un juicio sobre ella ni sobre lo que sucede en la historia. El cineasta está más interesado en exponer la realidad con el mero hecho de retratar, poner el tema sobre la mesa, y que el espectador haga el resto. De todas formas, sabe inmiscuirse en los sentimientos y llevarlos al extremo, y que la historia nunca parezca inverosímil. La construcción del filme se erige sobre la crítica de una problemática actual, pero con una estética de thriller en gran parte del metraje. También existen muchos elementos dramáticos, todos a cargo de Bárbara Lennie, que es la gran protagonista del filme no sólo por la cantidad de escenas sino por su capacidad de comerse la pantalla con su performance. En los tonos secundarios, es destacable la aparición de villanos que no lo parecen (un gran logro) por estar dentro de un sistema corrupto que los cobija y se alimenta de la necesidad a niveles extremos. Tanto por las interpretaciones como por el ensamble perfecto entre drama intimista, thriller y crítica, “Una especie de familia”, que participó de la selección oficial del festival de San Sebastián, es uno de los largometrajes del año.
Ensamble onírico, especímenes sueltos Una Especie de Familia (2017) es el quinto largometraje de Diego Lerman. Su génesis es la mirada opuesta al opus Refugiado (2014), donde aborda la deconstrucción de una familia a través de un viaje y una situación de violencia doméstica. En esta ocasión, combina atípicamente los géneros road movie y thriller moral para mostrar la otra cara de la moneda: la construcción de nuevos lazos familiares a partir de la adopción de un bebé. Entretanto, revela cómo el presente contexto socioeconómico nacional permite el tétrico negocio de compra-venta de niños, cual objeto góndola/supermercado. Este paradigma oscuro es el marco elegido por Lerman para profundizar dos tópicos. Por un lado, el deseo de su protagonista Malena (Barbara Lennie), una médica de 38 años que viaja a Misiones por trabajo y, a su vez, está obsesionada por ser madre. Por otro, el destino de un bebé recién nacido -en una sociedad desigual liderada por el sistema capitalista e irregularidades jurídicas atroces- queda librado al azar en el hospital cuando su madre biológica X (Yanina Ávila), cómplice de la mafia circundante, lo da en adopción. Con este espíritu, Lerman denuncia cómo la mafia juega con la necesidad de una y el deseo de otra; dos realidades que coexisten y se chocan, pero al mismo tiempo las une el dinero. Sin más preámbulos que esta premisa ficcional y narrativa nacen las siguientes preguntas: ¿Qué define una familia? ¿Por qué la justicia no actúa y demora tanto los trámites e interviene la moral? Esta premisa permite que el espectador tenga un espejo del negocio atroz, producto del sistema legislativo argentino, que ve cómo son violadas las leyes que contemplan este acto jurídico en virtud del cual un adulto toma como propio un hijo ajeno con el fin de establecer una relación paterno-filial pero no acciona para arrancar el problema de raíz. Así la trama propone, de manera formidable, profundizar esta temática mediante cameos que recorren locaciones en Misiones, Catamarca y Buenos Aires para registrar el verosímil donde los controles son constantes pero avalan la triste y frágil realidad. A nivel artístico, cabe destacar la escena donde Malena está en una plaza desolada sentada en una hamaca y mira a su alrededor las dos que están a su lado, como esperando que se ocupen por un hijo y una pareja. Este recurso presenta, al mismo tiempo, la doble mirada de una madre: vemos la figura adoptiva en contraposición a la biológica que, sin importar el motivo, las une el bebé. Podría pensarse entonces que tiene una arista de feminismo intrínseca, propia de los largometrajes que anteceden la filmografía de Lerman, ya que la figura paterna es poco desarrollada; está presente pero distante, en esta decisión del devenir familiar, que con el correr de los minutos el espectador entenderá sus motivos y hará su propio juicio de valor sobre la moral del tráfico de bebés. Párrafo aparte para el magistral elenco compuesto actores y no actores. Por un lado, el humorista y presentador de televisión Daniel Aráoz que, atípicamente, encarna el rol de mafioso; el formidable Claudio Tolcachir en la figura del padre, y la actriz española Bárbara Lennie, de gran trayectoria cinematográfica, vista en films como Magical Girl (2014), de Carlos Vermut. Por otro, Yanina Avila que debuta con esta historia empapada de emoción. Sin tomar partido, Una Especie de Familia desnuda una realidad en función a la construcción de una denuncia que atrapa y aterra al espectador. Podría pensarse que, tal como afirmó Lerman, “Es un cierre de la trilogía que incluye La Mirada Invisible (2010) y Refugiado”. Sin dudas, esta historia y mirada ejemplar merece traspasar las pantallas e instalarse como debate social.
Historia construida a pequeñas partes. El opus cinco de Lerman, que viene de Toronto y competirá en breve en San Sebastián, ofrece una mezcla de drama social y thriller asentado en un uso magistral del fuera de campo, en el que la información sobre lo que sucede se ofrece a cuentagotas. Del relato coral y generacional de un grupo de mujeres sin rumbo en Tan de repente, a la presión de una joven preceptora del Colegio Nacional Buenos Aires en medio de la dictadura de La mirada invisible, y de allí a una madre y su hijo en huida constante de una ex pareja golpeadora en Refugiado. La filmografía de Diego Lerman venía exhibiendo una tendencia a explorar universos femeninos con personajes casi siempre fuertes, tenaces y perseverantes en sus objetivos, a los que el relato encuentra en medio de situaciones que ya no pueden retrotraer y a las que sólo les queda la fuga hacia adelante, cueste lo cueste. Estrenada mundialmente en el Festival de Toronto, y pronta a competir por la Concha de Oro en el inminente San Sebastián, Una especie de familia viene a confirmar el interés de Lerman por estas heroínas. ¿O acaso debería escribirse antiheroínas? Sucede que a diferencia de su última película, donde era imposible no sentir empatía por aquella mujer (Julieta Díaz) en pleno escape de la violencia familiar, la de aquí tiene una misión cuya evaluación moral se vuelve mucho más compleja, casi dilemática, angostando así la capacidad interpretativa de la propuesta. Una especie de familia presenta un gran problema a la hora de hablar de ella: es una película que gira alrededor de un conflicto cuyos detalles no conviene revelar. Esto porque su “gancho” tiene una pata en la resolución de ese conflicto y otra, que pisa tanto o más fuerte, en su construcción. Hasta se diría que es mucho más interesante la forma en que se lo presenta que el desarrollo de las consecuencias que genera. El opus cinco de Lerman comienza con una mujer yéndose de la ciudad antes del amanecer, como si quisiera ocultar su partida. Espacio innominado hasta bien avanzado el metraje, las referencias geográficas (se habla de Brasil) y visuales (tierra roja, calor húmedo y pegajoso, árboles frondosos) llevan a inducir que llega a algún pueblo del norte de la Mesopotamia. Tampoco se sabe por qué esa mujer –que se llama Malena y es doctora– va directo a un hospital con especial interés en el avanzadísimo embarazo de una paciente. Motivos laborales, por el carácter civil de su presencia, está claro que no hay. Pero todos la conocen, incluido el doctor que parece ser el jefe, Costas, y nadie duda en dejarla pasar a la sala de parto para el nacimiento. ¿Quién es? ¿Por qué está ahí? ¿A qué se debe el trato distante pero cordial de las enfermeras y los médicos? Dueña de una economía narrativa inhabitual para el cine argentino con ciertas aspiraciones de taquilla (Telefé es uno de los coproductores), Una especie... requiere de un espectador dispuesto a atrapar las piezas que el guión coescrito por Lerman y María Meira –en la cuarta colaboración conjunta– entrega a cuentagotas y sin subrayados. Piezas que llegan a intervalos que de tan regulares evidencian su cálculo y merman la sensación de urgencia y realismo que desde la cámara cercana a los cuerpos se intenta dar. Si esa urgencia no se pierde del todo es porque la acción recayendo sobre un único personaje ayuda a mantener concentrados el drama y la tensión en medio de un clima de opresión constante. Como en Refugiado, hay aquí una mezcla de drama social y thriller asentado en un uso magistral del fuera de campo, desde donde parece acechar una presencia que va adquiriendo materialidad a medida que Malena se acerque a su objetivo. La diferencia era que si antes todo ese fuera de campo hablaba de una posibilidad de muerte, ahora habla de una vida, lo que se corresponde con una fotografía (cortesía del polaco Wojtek Staron) que deja atrás la nocturnidad de Refugiado para abrazar la luz natural. Impecables son también el uso del sonido y las actuaciones. La española Bárbara Lennie (Magical Girl) soporta con estoicismo todo el peso del relato, y casi que ni molesta su acento forzosamente porteño, mientras que Aráoz da muy bien como ese doctor que sabe mucho más de lo que dice. Que no termine de explotar del todo su carácter siniestro se debe a que, una vez desandado gran parte del camino, la trama empieza a cerrar sus pliegues para quedarse únicamente con el tour de force de Malena y su marido (Claudio Tolcachir) recién llegado de Buenos Aires. De aquí en adelante lo que era fluidez empieza a parecerse a una carrera de obstáculos digitalizada con los corredores avanzando sin hoja de ruta, hasta una meta donde anida una toma de posición de Malena. Y de la película.
En su nueva película, Diego Lerman vuelve a abordar el tema de la familia pero, así como en Refugiado era la deconstrucción de la misma, en Una especie de Familia es la posible construcción de una nueva. Malena (Bárbara Lennie) es una médica porteña que viaja a Misiones para terminar los trámites de una adopción, con la cual su ex pareja (Claudio Tolcachir) no está muy de acuerdo. Allí está Marcela (Yanina Avila) a punto de dar a luz el bebe que dará en adopción mediante el nexo que realiza el doctor Costas (Daniel Aráoz). Visualmente Lerman nos tiene acostumbrados a que sus películas son, en esencia, puro cine. Cada plano, cada sonido, cada momento de Una especie de familia, está cuidado al detalle Nosotros, como espectadores, viajamos no sólo físicamente a Misiones sino también emocionalmente con Malena. Con sus dudas, con sus límites que, continuamente, está dispuesta a cruzar. Bárbara Lennie tiene sobre ella todo el peso de la película y pareciera no sentirlo dando una de las mejores actuaciones que se le haya visto. Pero el fuerte en Una especie de familia no está sólo en que la protagonista se luce, si no en que Aráoz interpreta de gran manera a este médico ambiguo, siempre llevándonos a dudar de sus intenciones, y tenemos a Avila, una actriz no profesional, sin experiencia en el medio, que cualquiera podría confundir con una actriz de trayectoria, con muchas cualidades y con escenas junto a Lennie que cortan el aire por la tensión y precisión con que son contadas e interpretadas. Lerman acierta en no hacer una película panfletaria ni de denuncia, sino en contar una historia y que a partir de ella se disparen muchas preguntas sobre la adopción en nuestro país.
La actriz hispano-argentina Bárbara Lennie se luce en el nuevo filme del director de “Refugiado” retratando a una mujer que se mete en problemas cuando viaja a Misiones a adoptar a un bebé y se ve enredada en medio de una peligrosa y tensa situación. Un drama con toques de thriller con un personaje central inolvidable. Una de las situaciones más complicadas de resolver a la hora de filmar una película como UNA ESPECIE DE FAMILIA tiene que ver con cómo hacer para evitar caer en los lugares comunes o situaciones previsibles que este tipo de temáticas trata. Se han hecho decenas, acaso cientos, de películas sobre adopciones complicadas, sobre tráfico de bebés, sobre las muchas variantes posibles de este tipo de situación por lo que resulta muy complejo salirse de la norma, escaparle a que el Tema (así, con mayúscula) se imponga por sobre el drama concreto y personal de los protagonistas. Pero como ya probó en la reciente REFUGIADO, otro filme que corría el riesgo de ser devorado por su temática (la violencia de género, en ese caso), lo que Diego Lerman encuentra como respuesta es adentrarse en las sensaciones y actitudes de su protagonista, en ambos casos mujeres, y dejar que esos asuntos atraviesen naturalmente la trama, sin adueñarse del filme sino incorporándose naturalmente a él. De entrada sabemos que, como fue el caso de Julieta Díaz en aquel filme, este será un retrato personal de una mujer. En este caso es una doctora, de nombre Malena (la extraordinaria actriz hispano-argentina Bárbara Lennie, la de MARIA (Y LOS DEMAS), MAGICAL GIRL y EL APOSTATA, entre muchas otras), a quien de entrada vemos emprender un viaje que, ya por la oscura y tenebrosa fotografía del polaco Wojtek Staron, sabemos que no va a ser fácil. La decisión de Lerman de registrar todo lo que sucede a partir del rostro de Lennie y utilizando una fotografía que no apuesta por el naturalismo sino por algo más impresionista dejan en claro esa idea: vamos a contar la historia de una mujer enfrentada a circunstancias muy complicadas en medio de un ambiente masculino y hostil. Esa hostilidad no se manifiesta de entrada, sino que se deja ver de a poco. Malena viaja a Misiones a adoptar de una manera no del todo legal pero, aparentemente, acordada entre Marcela (Yanina Avila), una mujer a punto de parir allí y la propia doctora al hijo que está por nacer. Todo parece correr por carriles esperables –tanto la paciente como los doctores del lugar, incluyendo al Dr. Costas (Daniel Aráoz), la reciben de la mejor manera– hasta que aparecen las sorpresas. Sorpresas que, inicialmente, tendrán que ver con un pedido de ayuda económica al que ella en principio se rehusará, lo cual hará escalar más la situación hacia zonas de peligro y narrativamente más cercanas al thriller. Como en REFUGIADO, Lerman usa ciertos recursos del cine de género para apretar las tuercas del drama, lo mismo que deja entrever los conflictos de clase entre la protagonista y el mundo en el que se tiene que mover. El conflicto no solo pasa por la mujer y su decisión de adoptar en condiciones un poco extrañas sino que la propia mecánica del sistema la lleva a meterse en un territorio del orden de lo policial, especialmente cuando hace su aparición su marido (Claudio Tolcachir) y la situación se va espesando y tensando por un perverso sistema que se aprovecha tanto de la que quiere dar en adopción como de la que busca adoptar. UNA ESPECIE DE FAMILIA mantiene, como TEMPORADA DE CAZA (otro estreno del jueves 14), una mirada feminista a la hora de pintar ese universo y a sus personajes. No solo por el constante requerimiento de la presencia de su marido (los locales no quieren dirimir el asunto con ella) sino porque iguala en condiciones de víctimas de ese perverso sistema a ambas mujeres, tanto a Malena como a la embarazada Marcela. Y si bien no es una mirada unívoca (también hay mujeres que participan de esta suerte de mafia), lo que Lerman hace es hermanar a las dos protagonistas de esta historia y ver de que manera cada una es explotada en su propio mundo y entender –sin juzgar– las necesidades y problemas de ambas. El filme es, de principio a fin, una clase magistral de actuación de Lennie quien, con su rostro tenso, su mirada firme y sus enérgicos movimientos da la impresión de ser una mujer capaz de sobrellevar ese literal temporal que se le viene encima, pero dejando entrever el costado frágil y temeroso de Malena entre esos pliegues, esa lucha entre el deseo y el miedo que la atraviesa. Que la actriz sea de familia argentina (nació en España pero vivió buena parte de su infancia aquí) hace que en ningún momento se sienta la habitual extrañeza que aparece cuando, sin mucha justificación, se fuerza un acento. Aquí eso no sucede y la película fluye con la potencia que tiene que tener, siguiendo bien de cerca a una mujer que le pone literalmente el cuerpo a la compleja situación que le toca atravesar.
Ser madre es un sueño que a veces puede ser una pesadill Honesta, dolorosa y conmovedora reflexión sobre la adopción ilegal y sus múltiples perfiles. Es la historia de Malena, una médica porteña, de 38 años, que decidió dar ese paso. Un atardecer, llena de dudas y de lluvia, se manda para Misiones para poder volver con ese bebe tan soñado que está por nacer. Su esposo no está del todo convencido, pero su deseo de ser madre puede más. De a poco, la buena noticia se va oscureciendo y enredando. Nada es fácil. La familia del bebe, la partera, el médico del hospital, la gestora, todos le harán sentir que ser mamá tiene su costo. Un círculo amable y mafioso muestra su cara. Y hay que ir arreglando situaciones cada vez más complejas. Viene el esposo de Buenos Aires, aparece la plata, Malena se desespera, crecen los obstáculos. El drama moral deja su lugar al suspenso. Lo que empieza como una historia familiar vira hacia el thriller. Y en los dos casos sobresale la mano firme de un realizador inspirado y riguroso, que no descuida ningún personaje y que sabe exprimir a fuerza de detalles una historia cargada de esperanza y peligros, donde la conciencia y el corazón chocan a cada paso. Pese a tocar un tema tan delicado, el film jamás pierde credibilidad ni sensibilidad ni fuerza. Es un trabajo digno, que no necesita golpes de efecto, estupendamente protagonizado por Bárbara Lennie, un relato concentrado, intenso y respetuoso que aborda con austeridad y rigor un tema con múltiples resonancias. Entre idas y vueltas el film deja ver el tenebroso juego de intereses cruzados y muestra la verdadera cara de cada personaje. Nadie parece ser del todo culpable, pero serán esas dos madres las víctimas de un juego que salta entre el amor y los reproches. Diego Lerman en “Refugiado” ya nos había mostrado a una madre acechada llena de dudas y dolor. Y aquí, con imágenes elocuentes y pocas palabras, traza otro desolador cuadro. Más allá de sus denuncias, la película también es un homenaje al instinto materno. Cuando el sueño de ser madre a toda costa empieza a ser una pesadilla, el llanto final de ese recién nacido con hambre le pone su mejor rúbrica a esta historia cargada de sueños y lagrimas.
UNA ESPECIE DE LOCURA. El sonido hipnótico del parabrisas en movimiento en el interior de un coche, luces de la calle adoptando formas inasibles, un fondo sonoro de tormenta: el comienzo de este film (sobre una mujer madura que procura adoptar un niño corriéndose de ciertos límites legales) resulta sugestivo, inquietante. Una melodía que a los cinéfilos nos remite inmediatamente a alguno de los primeros films de Leonardo Favio completa el prólogo prometedor. Lo que sigue mantiene ese clima tenso, si bien los brillos de la realización van imponiéndose por sobre la irregular convicción dramática de la historia: el trabajo del fotógrafo polaco Wojciech Staron es tan exquisito que, por momentos, atrae tanto o más que las peripecias que esta mujer debe enfrentar para intentar salirse con su objetivo. Cabe señalar que los obstáculos no son únicamente las exigencias de turbios interlocutores (incluyendo un médico dudosamente amigable, encarnado por Daniel Aráoz) o las imprevisibles reacciones de la madre que debe entregarle su bebé, sino también las propias dudas de la protagonista, su inquietud constante, su inestabilidad emocional. No se sabe bien por qué desestimó las formas lógicas de adopción, pero lo cierto es que el camino elegido la introduce, desde el primer momento, en una cadena de circunstancias arriesgadas que derivan en una suerte de calvario al que contribuyen su desesperación y su capricho. Una rara forma de locura parece interponerse en su conducta, y si es causa o consecuencia de su angustiada travesía es cuestión a ser debatida posteriormente por los espectadores. Precisamente, como en su anterior Refugiado (2014) –y a diferencia de lo que fue su ópera prima Tan de repente (2002), que jugaba más con la provocación e incluso el humor–, el director Diego Lerman parece interesado en poner sobre la mesa un tema de discusión. Esa intención, evidentemente prioritaria, debilita la propuesta, forzando a sus personajes a determinadas acciones que parecen pensadas con ese fin. Los permanentes contratiempos hacen que el melodrama que anida en Una especie de familia se desvíe ocasionalmente hacia el policial, con ciertos dilemas morales latentes. Resulta provechoso que no se desperdiguen datos precisos, indudablemente innecesarios: los lugares donde transcurre la acción, por ejemplo, mutando los cielos húmedos y la tierra roja a áspero territorio montañoso sobre el final. Como espectador, se agradecen varios planos generales admirablemente resueltos (como el utilizado para cerrar el film) y la elusión con la que son trabajadas algunas figuras, recortadas por puertas o intersticios en pasillos, así como la inteligencia con la que se insinúan en un segundo plano circunstancias que sirven para ambientar o completar la historia pero que si cobraran mayor importancia distraerían, como un baile tradicional que la atribulada protagonista no está en condiciones de detenerse a contemplar. Al gato de la mujer, en cambio, cámara y guión le dan una relevancia poco justificable, en tanto de la fugaz invasión de langostas puede desprenderse una alusión bíblica algo antojadiza. Otro logro de Lerman es el rendimiento de sus intérpretes: aunque sin poder acreditar la trayectoria de Bárbara Lennie (la actriz española de La piel que habito, Magical girl y El apóstata), quienes encarnan a la abogada, a la enfermera jubilada, a los policías y al resto de los personajes secundarios lucen beneficiosamente creíbles. De alguna manera, con su sinceridad opacan los esfuerzos de Lennie, tan efusiva en su sufrimiento, tan representativa de ciertos valores de la clase media acomodada (es digno de análisis la importancia que ocupa en el film su costoso automóvil). De entre todos ellos, se destaca especialmente Yanina Ávila (como la madre que debe entregar a su niño), cuya imagen va creciendo en la película hasta cobrar una fuerza inesperada en una escena de discusión, portando la verdad de su rostro y su capacidad para expresar la angustia ahogada de tantas mujeres de su condición social, resignadas a cumplir, casi inexorablemente –tanto en la sociedad como en el cine–, un rol secundario. Por Fernando G. Varea
Diego Lerman es un artista exquisito. Digo artista porque no sólo es un notable cineasta que transitó temáticas sociales muy fuertes (“La mirada invisible”, “Refugiado”) sino también un director y creador teatral que entregó delicias como “Nada del amor me produce envidia” (todavía en cartelera, felizmente), “Qué me has hecho, vida mía” o, más cercana al lenguaje cinematográfico “La dama del mar”, siempre protagonizadas por la admirada Maria Merlino. En este caso, Lerman cuenta la historia de una mujer que lucha por adoptar. Lo hace en una tensión (casi ruptura) con su marido. Tiene que pedir dinero prestado, y luchar contra las pequeñas corrupciones propias y de otros ciudadanos en un sistema corrupto en sí mismo. Cómo adoptar. Cómo conseguir que alguien tenga un niño en su vientre y luego lo dé, lo ¿venda? La protagonista (emociona la española Barbara Lennie) pugna -como en un parto- contra un conjunto de fatalidades, como réplicas de la fatalidad inicial de desear un hijo que no logra tener: busca en la miseria ajena llenar el vacío propio. Muy buenos trabajos de Claudio Tolcachir y Daniel Aráoz completan el trío protagónico, y Lerman sigue filmando con un talento artístico indudable y una reflexión sobre los conflictos actuales que, creo, es imprescindible. Algunos tramos previsibles y algunos trazos gruesos en personajes secundarios (al menos, fugazmente) conviven con un conjunto de aciertos técnicos y artísticos nada menores. Otro film para de Lerman para permanecer: habla de este tiempo, de lo no dicho, y desnuda luces, sombras e hipocresías con un nivel que el cine argentino a menudo no logra alcanzar o, peor, evade.
Luego de la muy buena “Refugiado” (2014) se podía esperar con ansias su nueva incursión como director, pero la decepción se instala pues retorna “casi” a la mediocridad general de sus antiguas producciones. Una razón podría atribuirse a la actriz protagónica, no es que la argentino-española Barbara Lennie (más ibérica que sudamericana) no dé con el personaje, sino que Julieta Díaz esta muy arriba como para ser un justo parámetro en el sostenimiento de un filme. La otra razón es que en la anterior el tema aplicaba con todo rigor, puntería y justeza, en la violencia de género, en esta última producción el realizador no tiene en claro donde profundizar, si en la vida dramática de su personaje, en la manipulación de la pobreza, el alquiler de vientres y trafico de bebes incluido, en la burocracia establecida para la adopción, o en la justicia ciega, sorda y muda. En ese deambular del texto está inmersa también Malena (Bárbara Lennie), una médica porteña de 38 años que tomo la decisión de adoptar un bebe de manera no muy legal, para lo que se contacta con el Dr. Costa (Daniel Araoz), médico todo terreno en una localidad perdida de la provincia de Misiones. Construyendo, o intentando hacerlo, un relato que se mueve por providencia impropia entre dos aguas, lo intimista del retrato del personaje de Malena y una especie de filme-denuncia, thriller, de mafias, que sin ser Al Capone, se los reconoce. Con pocos detalles el director nos va a ir conformando la historia, el pasado que pesa, la idea de la pérdida de un embarazo, la posible ruptura de la pareja, mientras que en derredor los que deambulan son los otros personajes no muy definidos ni demasiado desarrollados. Algunos no serian necesarios, otros si, desde Marcela (Yanina Avila), la madre biológica, y sus motivaciones tanto para entregar al bebe como para negarse hacerlo; la Dra. Pernia (Paula Cohen) dando cuerpo a la jueza involucrada en la ilegalidad, como así también Mariano (Claudio Tolcachir), como la pareja de Malena, que no termina de convencer, ni convencerse de su rol. Todo aparece como salpicado, ideas sin desarrollar totalmente, por lo cual mucho del accionar del personaje principal queda como injustificado. Si a esto le sumamos las revueltas de tuerca, llegamos a percibir que no se termina de ajustar pues el tornillo se quebró. Tampoco suman las actuaciones, posiblemente sólo Daniel Araoz de en la justa medida, es tan naturalista su actuación que es creíble de principio a fin, el resto lamentablemente circula entre la exageración y el minimalismo actoral Filme de tema importante, necesario, como los que siempre elige su director, eso no tiene que ver con sus resultados como texto fílmico. No se aplica la misma vara.
Maternidad fragmentada En su opus anterior, Diego Lerman apelaba a la fuerza de la urgencia como línea directriz de los avatares de una mujer que procuraba huír junto a su hijo pequeño de la violencia y la desprotección en un entorno hostil. No había intencionalidad de juzgar en ese caso a Julieta Díaz en la piel de esta madre desesperada. Se puede entonces seguir un planteamiento de despojo axiológico en esta nueva incursión cinematográfica del creador de La mirada invisible, un film valiente, conciso y muy visceral donde también entran en juego las asimetrías entre dos madres, una que tiene la necesidad de sustituir un vacío producto de la pérdida y otra víctima de una necesidad que la lleva a desprenderse de su futuro hijo. La urgencia nuevamente dispone una mirada aguda sobre la realidad de la protagonista y en eso la primera escena encierra tanto la acción como la reacción a partir de la llegada a Misiones en busca de su potencial hijo. Ella espera una señal y cuando esa señal llega deviene viaje relámpago a tierras desconocidas, pero la dilatación del regreso genera la tensión justa para que la historia avance por diferentes carriles. Una especie de familia sondea tangencialmente el negocio del tráfico de bebés, una realidad que en provincias con enormes carencias de recursos arrastra distintas aristas invisibles que oscilan entre la necesidad de la carencia hasta los niveles de miseria humana que hacen de esa necesidad un negocio monetario. No obstante, no existe un plano en este largometraje anclado a una bajada de línea ética. Los dilemas morales, los escarceos con prácticas ilegales y un sinfín de interrogantes sin responder se quedan desplazados en un segundo plano cuando todo se concentra en la paulatina transformación de la protagonista. Es destaclable la labor actoral de Daniel Aráoz y la española Bárbara Lennie, sin olvidar el aporte de Claudio Tolcachir, mérito absoluto de Diego Lerman que nuevamente demuestra sus condiciones de director ante cualquier reparto y su habilidad para narrar con imágenes pero con un énfasis importante en los diálogos y los modos de decir las cosas. Seguramente Una especie de familia abra en el público el debate sobre una temática cada vez más visible que muestra sus contradicciones cuando entran en juego las instituciones y las políticas sociales en referencia a dos actores fundamentales de la ecuación: aquellos que están dispuestos a construir nuevas familias y aquellos otros que deben disolverlas o separarlas por no contar con los recursos mínimos para sobrevivir.
La trama gira en torno de la desesperación de la protagonista Malena (con la actriz hispano argentina Bárbara Lennie, brillante interpretación) que desea ser madre y deberá enfrentar varios obstáculos para lograrlo, adoptar no resulta fácil. Quien le dará su hijo es Marcela (Yanina Ávila, su debut cinematográfico, en sensacional trabajo. Una revelación), una lugareña que no puede mantenerlo por eso acepta el trato. Por otro lado está el Doctor Costas (Daniel Araoz, es un poco el villano del film, ofreciendo varios matices a la hora de componer el personaje) quien se encarga que el negocio se mantenga dentro de los carriles acordados y la jueza del lugar (Paula Cohen). Una construcción profunda, muy fuerte, conmovedora, un thriller moral que toca un tema difícil como la adopción, algo actual y que además habla de la familia. Esta el deseo, el amor y el dolor. Pasa por la corrupción, la ilegalidad y lo moral. Un film movilizador que te invita a la reflexión y te deja pensando. Además muy buena la dirección de actores. Rodada en Misiones, Catamarca y la ciudad de Buenos Aires.
La nueva película de Diego Lerman se aventura a seguir explorando el tema de la maternidad (tras su última película, "Refugiado") desde otra perspectiva pero con la misma crudeza y naturalidad que aquella. Acá, lo que se pone sobre la mesa son dos diferentes modos de ser madre: la biológica y la que es porque adopta. Cualquier cosa menos simple, porque de acá se desprenden muchas aristas y es así que Lerman junto a la guionista María Meira desarrollan la película exponiendo al mismo tiempo que trabas y percances para su protagonista, varias cuestiones donde es difícil tomar una posición al instante. La madre que vende un hijo. La mujer que deposita sus últimas esperanzas para ser feliz en tener un hijo aunque salga del cuerpo de otra mujer. Sin embargo, no es el tema de la adopción en sí el principal en este film. Que alguien no pueda tener un hijo biológicamente no tiene por qué impedir que te conviertas en madre. El tema son los modos y, después, las razones. Una institución que se disfraza de ayudar y en realidad está manejada por el dinero. Registros manipulados. Extorsiones. Todo un submundo oscuro y que huele mal. Pero Malena necesita tener un hijo. La información que van brindando los guionistas es a cuenta gotas, pasa mucho tiempo hasta que uno descubre, primero por qué ella está viajando sola hasta este hospitalcito en Misiones y segundo por qué siente que necesita seguir adelante con eso más allá de que todo huele cada vez peor. Mientras una cámara en mano, algo nerviosa muchas veces, la sigue, dentro de Malena hay una mujer que está a punto de rendirse en la vida, que ya no puede con ella y el vacío que siente pretende llenarlo con un hijo, el hijo que no puede tener y que por eso compra. “Una especie de familia” es una película difícil porque expone muchas aristas y si bien no toma posición ni decide nunca juzgar a sus personajes, hay muchas cosas que no pintan bien, correctas. La misma Malena lo siente pero decide no verlo. Por ejemplo, una extorsión disfrazada de una ayuda a la familia que le está dando el hijo que tanto anhelaba. ¿Se la puede culpar por querer tanto algo que casi todas las mujeres desean en algún momento de su vida? ¿Se puede culpar a la joven que de repente se encuentra embarazada de nuevo y no tiene otra opción más que tenerlo, si decide que lo mejor para ese bebé es otra familia? Claro que se puede, todo se puede. Mientras en la primera parte se presentan las cuestiones más relacionadas con el mecanismo de adopción por los medios ilegales, es en la segunda donde el film toma un vuelo más interesante al reunir de manera más clara a las dos mujeres de la película. En su encuentro emocional, su conexión. La española Bárbara Lennie es la encargada de dar vida a Malena, quien emprende este viaje, una mujer cuya conducta resulta siempre impredecible, incluso hasta el final. Ya no sabe qué hacer con todo esto entonces va improvisando. Yanina Ávila, en su debut cinematográfico, es quien interpreta a Marcela, esa mujer que es tratada como un conducto para otra cosa. Daniel Araoz como el doctor del hospital de Misiones es otro de los personajes e interpretaciones muy interesantes por su complejidad: mientras parece muchas veces tener buenas intenciones y aportar algo de respiro y alivio a todo lo que le está sucediendo a Malena, es en realidad quien maneja los hilos en ese lugar. Por último, Claudio Tolcachir como este esposo ausente hasta que Malena lo convence, desesperada, de que aparezca para ayudarla, aunque él sólo quiere que esto se termine. Un drama intimista con algunos momentos teñidos de tensión y thriller, “Una especie de familia” es un película algo seca y distante, quizás más que nada a causa de personajes con los que cuesta o uno nunca sabe si, empatizar. Pero al mismo tiempo rica en sus complejidades y contradicciones, es imposible salir de la sala inmutado.
Primera imagen del filme: Vemos un plano corto de Malena (Bárbara Lennie) a través del vidrio del auto empañado, detrás del parabrisas, y su imagen inquietante se impone entre las luces del exterior que la rodean como manchas envolviéndola en una noche lluviosa y solitaria. Segundos después maneja hacia una dirección desconocida mientras comienza a sonar una versión moderna e intimista del concierto en Do mayor de Vivaldi, el mismo que Leonardo Favio versionó en su inolvidable filme El romance del Aniceto y la Francisca, un intertexto para nada accidental. El inicio es tan impecable en su factura cinematográfica que el clima de extrañeza, inquietud y tensión crecientes ya se instala en el minuto cero. A lo largo del relato toda la carga dramática crecerá sobre el rostro de Lennie con su precisa expresividad, haciendo de ella la piedra fundamental sobre la que se talla la narración entera. Diego Lerman en su quinta película avanza a pasos agigantados en su efectividad narrativa, en su capacidad de retratar el mundo femenino y presenta una creciente destreza en el uso del lenguaje con signos visuales y sonoros dignos de observar y escuchar con suma atención. Malena, una mujer de mediana edad, es una médica porteña que viaja sola a un pueblo humilde de la provincia de Misiones a la espera del nacimiento del tercer hijo de la joven Marcela (Yanina Ávila) que se ha comprometido a entregárselo sin fines de lucro, ya que no tiene recursos económicos para criar un hijo más. Concretar este proyecto de adopción algo casero y “agarrado con alfileres” se va a transformar en la mayor obsesión y la peor pesadilla de Malena, que con tal de concretar su maternidad parece capaz de hacer cualquier cosa. Pero el plan comienza a tomar otros matices cuando el niño nace y la familia de la parturienta plantea por una aparente y dudosa situación de emergencia la necesidad de recibir un dinero a cambio de la criatura. Nadie quiere hablar directamente de “venta de niños”, pero la escena idílica de una entrega desinteresada se transforma en un trueque ilegal sin salida. Ahora para tener al pequeño “aún sin madre definitiva”, hacen falta 10.000 dólares y la presencia del esposo de Malena en la escena. Desde ese instante el drama realista se carga de tensión y queda minado de todos los obstáculos esenciales de un intenso thriller psicológico, creando en la trama un giro narrativo tras otro hasta la última escena del filme. El tema de la adopción ilegal alimentada por la ineficiencia de la ley y el negocio sucio en medios de escasos recursos, no es un tema nuevo ni desconocido, pero no todos los filmes logran evitar los lugares comunes, los clichés moralistas, los personajes maniqueos y arriban al debate ético-moral desde distintos ángulos y sin golpes bajos como lo logra el guion de Lerman/Meira. Dos mujeres, la que quiere ser madre en términos non santos y la que entrega a su hijo en medio de otros tantos actos altamente cuestionables. Malena y Marcela son tan contradictorias como humanas, ni perdonables ni salvadas, dos mujeres/madres absolutamente desesperadas que han perdido más de lo que han ganado en esta vida y a las que el destino une a través de la llegada de un niño a este mundo complejo y perturbador. Como diría Paul Schader “Los personajes más interesantes son aquellos que actúan en contra de sus propios intereses”, y así es que nuestra protagonista se mueve con la fuerza del deseo irrefrenable que la motiva a que querer alcanzar lo inalcanzable, generándose más angustias que alegrías, pero es ese anhelo lo que la mantiene en pie, la que la hace vibrar hasta la médula y nos moviliza a nosotros al mismo tiempo en cada instante de la historia. Una escena muy metafórica e intensa describe a la perfección el estado emocional de Malena y la percepción del mundo que la rodea. Deambulando desesperada en su auto por el pueblo (el auto es otro personaje de la historia) en pos de conseguir la manera de obtener al niño en cuestión, queda varada en esas tierras rojas y anegadas de un camino perdido en el campo. Luego de pedir ayuda, retorna perturbada al lugar y una lluvia de insectos o animales, indefinible para el espectador en los primeros instantes, la azota en la escena. Con un zumbido atroz y como una imagen del filme Los pájaros de Alfred Hitchcok, centenares de langostas caen sobre ella amenazantes. Aterrada logra refugiarse en su auto hasta verlas desaparecer dejando en el aire la señal del peligro inminente. Esta escena es una clara metáfora de la relación entre el hombre y el entorno, lo que incluye la idea de una suerte de castigo divino. Por otra parte en cuanto al equipo de la película, sin duda nos tenemos que adentrar en el trabajo de Fotografía, y la fuente directa e indudable que está en el talento superlativo de Wojtek Staron y su equipo. Este director de documentales y de fotografía polaco, que ya había trabajado con Lerman en la impecable factura de Refugiado, despliega un abanico de recursos visuales de claro sello estético y narrativo. Tanto en el trabajo del uso de la cámara en su dinámica móvil/estática, como en la composición del cuadro y el uso de los climas lumínicos poblados de días grises, lluviosos, noches profundas y la permanente mirada hacia la protagonista a través del vidrio del auto jugando con sus diversos efectos y texturas posibles. Colores nítidos, negros profundos y cielos plomizos sellan el estilo. El trabajo de la banda sonora no es menor en su nivel de resultado. Una excelente elaboración capa por capa, nos da todas las herramientas para que el drama y el thriller se sostengan con solvencia y densidad. El combo imagen sonido sellan un pacto indisoluble de principio a fin. Incluyendo la versión de José Villalobos del concierto de Vivaldi, intimista y triste, clásica y moderna, el espejo perfecto del alma de nuestro personaje central. Bárbara Lennie se impone potente y magnética, es tal su relevancia expresiva que de momentos, al verla, se me venía a la mente los primeros planos de Monica Vitti en El desierto rojo de M. Antonioni, donde el primer plano de una mujer y unos pocos gestos, nos pueden dejar entrar a su universo emocional. El elenco que acompaña es altamente destacable: la revelación indiscutida de Yanina Ávila, el muy acertado Daniel Aráoz en el papel de médico local, Claudio Tolcachir como esposo de Malena cálido y preciso, más los personajes secundarios que parecen mezclar la impronta del no actor con la aceitada resolución del oficio. Un filme contundente que merece ser visto en cine. Por Victoria Leven @victorialeven
UNA MONTAÑA RUSA MORAL Diego Lerman es un director valiente, no tanto por los temas que aborda sino por la forma en que elige abordarlos, especialmente en sus últimas dos películas (Refugiado y esta Una especie de familia) donde no sólo trabajó similitudes temáticas y narrativas, sino también porque encontró un estilo que funde el cine autoral con un registro más industrial y genérico. En ambas películas la familia es el centro, su disolución y reconstrucción o su construcción lisa y llana, y también el punto de vista femenino asolado por la violencia machista o por la violencia institucional como en este caso. Pero en Una especie de familia ese punto de vista femenino se desdobla en los roles de Malena (Bárbara Lennie), la mujer que va la Mesopotamia a buscar un hijo adoptivo, y Marcela (Yanina Avila, actriz no profesional que nos regala la escena más impactante y emotiva de toda la película), la madre biológica de ese niño que se convierte en una suerte de botín de guerra a espaldas de un estado ausente y tironeado entre múltiples intereses espurios y aberrantes. En el medio, claro, el deseo obsesivo de la maternidad, y otros deseos de clase que quedan sutilmente sugeridos y atropellados por el tour de force al que se ve sometida la protagonista en territorio extraño. Como en Refugiado, Lerman encuentra la manera de abordar temáticas sociales desde una suerte de cine espectacular sin caer en el entretenimiento abyecto: Una especie de familia habla de los problemas de la adopción, pero se aleja tanto de la denuncia lineal como de la posibilidad de convertirse en material de debate para magazines televisivos con panelistas. De ahí la valentía señalada anteriormente: su cercanía con el thriller la aleja del vacuo esteticismo festivalero y del regodeo intelectual en el que muchas veces caen estas propuestas, a la vez que la imposición de un registro autoral en el que las cosas son sugeridas antes que pre-digeridas y explicitadas permite que la película crezca mucho más allá del tema que transita. Hay momentos en los que Lerman camina por una delgada cornisa en la que se puede llegar a caer del lado Iñárritu de la vida, pero gracias a su habilidad como narrador su película nunca cede al miserabilismo típico del realizador mexicano. Una especie de familia denuncia con herramientas puramente cinematográficas (ahí se luce una memorable secuencia con la protagonista acechada por una plaga de langostas), donde el uso del sonido y el fuera de campo son instancias clave para construir un clima de constante tensión, un universo de mercancía humana y desaprensión. Hay en la película, eso sí, una instancia en la que el drama social no fluye adecuadamente con los trucos del thriller, como sí ocurría en la perfecta Refugiado. Se me ocurre ahora la secuencia de la requisa policial, donde las decisiones de los personajes parecen demasiado extemporáneas y hasta forzadas por el guión para desencadenar un nuevo giro en la trama, más allá de que se pueda comprender ligeramente cómo el nerviosismo hace mella en la lógica de los personajes. Y hasta incluso molesta un poco la verbalización de cierto episodio del pasado que comentan Malena y su marido, que atenta contra la sutileza del resto del relato: ese episodio motoriza lecturas sobre el comportamiento de la protagonista que hasta ahí permanecían ausentes y hacían mucho más intrigante el recorrido. Pero claro, Lerman es un gran director y logra sortear los escollos que el guión impone (tal vez demasiado concentrado en la protagonista, y a riesgo de perder un poco la potencia de algunos personajes de reparto como el médico que interpreta Daniel Aráoz) con la construcción de imágenes poderosas, como en esa última secuencia donde, al igual que en un western, dos personajes se estudian, se observan tratando de comprender del otro aquello que no terminan de decodificar, mientras el paisaje los va moldeando dejando huellas imposibles de borrar. En ese final, Lerman sintetiza el viaje de su protagonista -e incluso el del espectador- por una montaña rusa moral que no parece tener final.
Malena (Bárbara Lennie) es una una doctora de Buenos Aires que maneja 800 kilómetros hasta un pueblo donde pretende adoptar a un bebé próximo a nacer. Lo hace en soledad, junto a un gato al que no sabe con quién dejar y sin la compañía de su esposo, quien no parece estar conforme con la decisión.
Crítica emitida por radio.
Contra viento y marea El director Diego Lerman viene asumiendo riesgos con temas espinosos. En su anterior película, "Refugiado", abordaba la violencia de género, y ahora, en "Una especie de familia", se concentra en la problemática de las adopciones que bordean lo ilegal. La protagonista es Malena (Bárbara Lennie), una médica porteña que viaja a Misiones para llevarse al hijo que está a punto de dar a luz Marcela (la "no" actriz Yanina Ávila, una revelación), una mujer muy humilde que quiere entregar al bebé en adopción. El bebé nace y todo marcha bien, hasta que aparece un supuesto pariente de Marcela que exige una suma de dinero para que se concrete la adopción. Con una cámara movediza, Lerman jamás pierde el foco emocional de su contrariada protagonista, que de a poco va descubriendo una red de corrupción alrededor de las adopciones, una red tan manipuladora como socialmente aceptada. Su gran aliada en este tour de force es Bárbara Lennie, la actriz española (de impecable acento argentino) que logra llegar al alma de su personaje. Otro punto a favor de la película es su sutil intensidad dramática, desde la cual nada parece forzado. Incluso los elementos de thriller, que aumentan el suspenso en el tramo final, surgen naturalmente de la desesperación de Malena, que lucha entre su deseo inquebrantable de ser madre y un ambiente hostil que desconoce.
Crítica emitida en radio.
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