2012 es una película que parece escrita por Homero Simpson. Es como si al gordo de Springfield le hubieran encargado que investigara sobre las predicciones mayas referidas al 2012 y en base a eso luego se puso a escribir el guión de este film. La nuez que habita en su cerebro finalmente concibió esta historia. La trama es un disparate épico que distorsiona, como lo vienen haciendo los medios de comunicación (también hay que destacarlo), las famosas predicciones mayas relacionadas con el año 2012 que no tienen absolutamente nada que ver con la desaparición del planeta o el fin de la humanidad. De alguna manera la película, desde el guión, contribuye a propagar la estupidez que hay con este asunto por estos días. Sobre todo en Internet. Hay muchísimos investigadores serios que siguieron este tema y coinciden en que los mayas se referían a un importante cambio de conciencia en la humanidad que comenzaría el 21 de diciembre de ese año. Por supuesto la destrucción del planeta en el futuro eventualmente es posible si no hay una toma de conciencia de la gente de cuidar nuestro medio ambiente y políticas serias de las grandes potencias mundiales, que son las que más contaminan, para frenar de alguna manera los cambios climáticos que ya se están viviendo en el mundo. Sin embargo, las profecías mayas no tienen nada que ver con una cuestión apocalíptica, sino con un proceso de evolución espiritual que tampoco se logra de un día para el otro. Es un tema mucho más positivo de lo que se cree, pero es una larga historia. De todas maneras no hiciste click en esta ficha para leer sobre temas espirituales sino sobre la película ¿no? Vamos a eso. Afortunadamente el director Roland Emmerich es un tipo mucho más inteligente de lo que sus detractores en la crítica creen y en realidad apenas toca el tema de los mayas en su último trabajo. La película es de alguna manera una extensión de El día después de mañana donde el cineasta utilizó la inexplicable paranoia mediática sobre el 2012 para brindar un gran espectáculo pochoclero que no va a decepcionar a ningún espectador que en el pasado haya disfrutado de los filmes de Emmerich. En lo personal, lo que más me gusta de este director es que nunca se toma en serio el cine catástrofe y en su trabajo suele ofrecer situaciones totalmente desopilantes. En Día de la independencia el presidente de los Estados Unidos se subía a un jet y lideraba el combate contra los aliens. En El día después de mañana el FMI cancelaba la deuda externa a Latinoamérica para que los países de la zona permitieran que los yanquis que sobrevivieron la catástrofe tuvieran un lugar para vivir. En 2012, entre otros momentos fabulosos de este tipo, hay una escena maravillosa donde aparece el gobernador de California Schwarzanegger, interpretado por un doble, asegurando a la gente que el gobierno tiene todo bajo control. No termina de hablar cuando Arnold desaparece bajo un terremoto junto con toda la ciudad. Ese es el humor de Emmerich y si al igual que él no te tomás en serio sus películas realmente la pasás bárbaro. Su nuevo trabajo está repleto de situaciones ridículas que no tienen sentido, pero de todas maneras te enganchás igual con la propuesta. Yo quiero destacar la tarea del reparto que reúne un elenco de gente muy talentosa como John Cusack, Danny Glover, Tandie Newton, Woody Harrelson, Amanda Peet y (muy especialmente) Chiwetel Ejiofor quienes tomaron un guión totalmente ridículo y lo interpretaron como si estuvieran haciendo “La tempestad” de Shakespeare. La verdad que son unos grossos. La historia es una pedorrada pero desde la realización 2012 es impecable y cuando vez lo que hizo el director con las secuencias de acción que no dan respiro te quedás helado. Si te gusta Emmerich o el género no la podes ver en dvd. La catarata de secuencias de destrucción masiva en la pantalla grande es un espectáculo magnífico (aunque suene raro) y lo más importante es que se ven totalmente creíbles. Sí, las situaciones que viven los personajes son disparatadas pero el trabajo que hicieron con los efectos visuales es impactante y no tengo duda que la película va a ser una firme candidata a competir en el Oscar por varios rubros técnicos el año que viene. Emmerich acá puso toda la carne al asador y es como que intensificó todo lo que hizo anteriormente en este género. En esta ocasión el director trabajó con cámaras digitales, que si no son el mismo modelo que viene usando Michael Mann pega en el palo y hay escenas que filmó bajo el agua y en ambientes oscuros que se ven espectaculares. Reitero, si no te la tomás en serio la pasás bárbaro porque la película está muy bien hecha, pero no busques profundidad. Andá ver Goodbye Solo, que es un gran film, si querés una historia pensante, esto es una propuesta de entretenimiento que pasa por otro lado. Me encantó que John Cusack atraviese situaciones de peligro terribles y nunca se quite la corbata que lleva durante el 90 por ciento de la historia. Maravilloso. Esas son las cosas que me matan de las películas de Emmerich! Hacia el final se alarga un poco sin necesidad la trama pero los 158 minutos pasan rápido. Cine pochoclero para distenderse un rato. Está bien.
Rompan todo Emmerich está obsesionado con las catástrofes y ya nos ha "regalado" ataques de Godzilla, de aliens, de mamuts y de cuanta amenaza pueda imaginarse. Ahora, directamente, destruye el planeta a partir de una doble "justificación": el apocalipsis que predijeron los mayas y una explicación científica (el calentamiento de la Tierra por las emisiones solares). La película tiene en sus laaaaaargos 158 minutos el espectacular despliegue de CGI que sus fans esperan (ciudades que son arrasadas en efecto dominó, cruceros que se hunden a causa de un tsunami, inundaciones que cubren el Himalaya) y, calculo, eso será suficiente para que varios miles de espectadores argentinos (al igual que en el resto del mundo) lo consideren válido de invertir el dinero de la entrada y de dedicarle semejante tiempo de sus vidas. Las múltiples tramas (una más torpe, absurda, obvia, exagerada, lacrimógena y conservadora que la otra) tienen como protagonistas desde un hombre divorciado y padre poco dúctil (John Cusack, absolutamente desaprovechado) que terminará reivindicándose ante su familia hasta el presidente de los EE.UU. (Danny Glover), pasando por un geólogo que analiza la catástrofe (Chiwetel Ejiofor) o un delirante conductor de radio que parece disfrutar del fin del mundo (Woody Harrelson). Los diálogos hieren los oídos, los excesos sentimentales bordean el ridículo y las apelaciones bíblicas (con arca incluída) son de manual escolar. Queda, por lo tanto, aguantar las transiciones y disfrutar (si les interesa) la destrucción del mundo a través de las set-pieces construidas a puro diseño y adrenalina. De cine verdadero, puro, genuino, aquí hay poco y nada.
Como cine catástrofe, 2012 es impecable en efectos y técnica. Las escenas de destrucción de las ciudades y los desastres naturales es impactante. Pero lo que no la hace perfecta es...
Sin final no hay paraíso La Tierra es destruida en el año 2012, tal como lo predecía el Calendario Maya. En 2009, unos científicos descubren severas anomalías en el Sol con consecuencias en el núcleo de la Tierra. De inmediato, los gobiernos mundiales se ponen en marcha para generar unas naves que sean las salvadoras en un “nuevo amanecer”. En el medio del Apocalipsis, una familia. Siempre hay una familia con pequeños rollos que intentan volverse tan importantes como la trama misma: una separación, un nuevo marido, lazos padre-hijo debilitados, un excesivo interés por el trabajo, serán pequeños indicios de humanidad en un cine catástrofe que todo lo tapa. El planeta se agrieta, los polos se magnetizan, el centro de la Tierra aflora creando súper volcanes, los mares sucumben ante la ferocidad de la naturaleza... pero siempre está el hombre. El animal con raciocinio que rompe y arregla. La parca y esperanza de la humanidad. El ser destructivo que siempre le encuentra la vuelta para sobrevivir. Sí, sólo en cines. Protagonizada por John Cusack como Jack Curtis, ese buenazo que cuida de sus hijos y salva al mundo, Amanda Peet como Kate, su ex mujer, esa que encontró nuevo novio y piensa que su primer marido está loco, y Chiwetel Ejiofor, un científico copado de esos que dan ganas de tener como amigo, 2012 se la juega para ser la gran novedad de esta época del año. En el cast, también figura Danny Glover como el presidente de los Estados Unidos (siempre manufacturado como más bueno que el pan, dando simbólicamente su vida por los demás). Buen elenco para una historia sostenida exclusivamente por lo sensual de la imagen. El cine de Roland Emmerich es espectacular. Siempre espectacular. El predominio absoluto de la imagen por sobre la historia supone una nueva filosofía del entretenimiento posmoderno. El director de 10.000 A.C. (10.000 B.C., 2008), El Día Después de Mañana (The Day After Tomorrow, 2004) y Día de la Independencia (Independence Day, 1996) sigue en su plan de ser el realizador de calamidades por excelencia. Aquí la trama poco importa. El espectador debe regalarle dos horas y media a la pantalla y de esa forma, sólo de esa forma, obtendrá el beneficio lúdico. Si alguien busca complejidades, que lo haga en otro estilo de cine. Esto es espectáculo, señores. Desde un sentido visual, nada puede reclamársele a Roland Emmerich, siempre cumple. Ahora bien, el guión es una fórmula matemática, es uno más uno igual a dos. Básico. Ante la amenaza de destrucción siempre están los norteamericanos que salvan al mundo, la familia tipo que sobrevive, una leve crítica al modo de vida destructivo; esto sostenido por groseros efectos especiales... y todos contentos. Pochoclos al por mayor con una leve intención de toma de conciencia.
"Estábamos advertidos" enuncia el afiche. Con esa premisa quiero comenzar esta crítica y de alguna manera "advertirles" del contenido de esta película para así pueden comprender mejor esta revisión y disfrutarla tanto como la disfruté yo. Cuando uno compra la entrada de 2012 tiene que saber que va a ver una película con unos efectos especiales pocas veces visto en el cine y también va a disfrutar de los grandes momentos de tensión y suspenso que fueron muy bien manejados por su director Roland Emmerich, un experto en el género debido a que ya realizó varias obras de este tipo. Volviendo a los efectos, realmente pagan cada centavo de la entrada y en más de una oportunidad los va a dejar con la boca abierta no pudiendo creer como una ciudad queda totalmente destruida por una ola inmensa o de que manera el gigantesco volcán de Yellowstone entra en erupción para sepultar todo lo que tenga al alcance de su furia. La historia tiene ciertos golpes bajos, como gente abranzándose ante el avecinamiento de un tsunami o las despedidas entre familiares, que tienen que existir debido a que es imposible que uno compre la historia sin sentirla como propia y poniéndose en el lugar del actor que esta viendo. Algo totalmente destacable es que a pesar de sus más de dos horas de duración, en ningún momento se me hizo larga. Esto se da porque el realizador de Día de la Independencia reparte muy bien los momentos destructivos altamente estimulantes en cuanto a lo visual, con los dramáticos logrando lo necesario para que una obra de este género sea lo más cercano a la realidad. La predicción Maya existe y coincide en muchos puntos con los citados por la cinta, aunque obviamente los que no crean en este fenómeno ni siquiera deben pasar cerca del cine porque seguramente saldrán totalmente defraudados. Este tipo de películas es para un público dispuesto a comprar la idea que nos quieren transmitir, ya que sin creerla es imposible aguantar la duración. Quizás el punto más flojo de la película es el guión, hubiera estado mejor que sea un poco más original y no esté tan plagado de frases ya escuchadas, ya que además el film tiene varios momentos predecibles. Obviamente esto no mueve la aguja del resultado final, pero es bueno mencionarlo. No quiero dejar de comentarles que esta obra es la típica historia donde los yanquis son los que dirigen la batuta y tratan de ser los buenos de la película, cuando todos sabemos que en la realidad esto no es así. Las actuaciones están correctas y aportan la cuota de realismo que puede llegar a tener un film de este tipo. John Cusack es una garantía y siempre cumple con sus labores. 2012 aporta la cuota pochoclera que tiene que tener una cartelera y desde Cine Nicasio festejamos que sea con un gran espectaculo de efectos combinados con una totalmente "creíble" historia apocalíptica. Luz, cámara... Showtime!!
A comundo que se acaba el ger Con solemnidad la trama nos acerca a la fecha cúlmine, aquella en la que el planeta colapsará a consecuencia de la acción solar. Las capas terrestres comienzan a ceder, la tierra se abre, cambia su eje, las aguas borran continentes del mapa y en medio de todo esto el director nos hace prestar atención a la sombría existencia de un mediocre escritor divorciado que se gana la vida manejando una limusina. Tiene dos hijos pequeños el tipo en cuestión, una ex mujer que lo mira como si no entendiera todavía que le vió y ella una nueva pareja de los más superficial y melindroso. Juntos esquivarán grietas en el suelo, bolas incandecentes caídas del cielo, edificios derrumbándose, mareas gigantescas, y todo a bordo de un limusina, una combi, una avioneta y hasta un avión de carga ruso. Como corresponde a toda película catástrofe que se precie de tal, primero se presentan a los personajes que formarán parte de la aventura. Entre ellos están los que sobrevivirán y los que no. Pero están delineados tan superficialmente que no generan empatía alguna con el espectador y lo mismo da si se mueren o viven. El director pone todo en las más de dos horas y media que dura el filme. Terremotos, barcos, aviones, tsunamis; todo lo que se ha visto en el género está acá. Sólo faltan ataques de insectos y cartón lleno. El problema es que el guión falla en el hilo conductor al presentar a un protagonista tan increíble en su accionar, con situaciones por demás inverosímiles aún dentro de la propuesta. La película acaba siendo un chicle demasiado masticado y sin gusto, de esos que dan ganas de escupirlos hasta con bronca. Claro que los efectos son muy buenos, es muy destacable la labor de los artistas digitales, pero sólo pasan a ser postales animadas sin mayor trascendencia al no estar sostenidas por un buen guión.
Cine catastrófico Si bien es cierto que 2012 -nuevo opus del mediocre director Roland Emerich- no exuda por los poros del celuloide el patrioterismo insoportable de Día de la independencia, durante las casi dos horas cuarenta de metraje, reemplaza ese costado panfletario por la exacerbación de la moralina pacata yanqui, quizá inaugurando lo que podríamos definir como la alegoría más básica y estúpida de la historia del cine: una familia promedio medio pelo se ve separada por el cataclismo que genera el ego de papá y su conducta abandónica en el contexto de un cataclismo climático que amenaza con la destrucción total del planeta. Cuando a una película con casi una hora cuarenta de metraje de más sólo se le puede rescatar el diseño de producción, ¿es indispensable agregar que no es buena? Ya no es necesario aseverar que las posibilidades que brinda el CGI (imágenes digitales) son infinitas y que prácticamente cualquier cosa se puede construir en estos días en una computadora o en un set rodeado de pantallas verdes, donde los actores simplemente interactúan. 2012 despliega el gigantismo acostumbrado y aún más, uniendo en la puesta en escena efectos visuales y efectos especiales en marcadas secuencias de pleno vértigo y acción, de las cuales si uno logra en algún momento abstraerse encontrará la torpeza propia del exceso y la abundancia en un director completamente funcional a un tipo de modelo de representación de una simpleza poco vista. Sí, Estados Unidos es el centro donde la catarata de calamidades climáticas (terremotos, incendios, desprendimiento de la capa terrestre, tsunamis, maremotos y un gobernador como Arnold Schwarzenegger) hace blanco y todo lo que uno se imagine. Sin embargo, eso no tiene sorpresa. No se puede sacar nada en concreto cuando el ritmo caótico abruma; no se puede pretender verosimilitud cuando lo inverosímil forma parte de la frutilla del postre (si eso se hace con solemnidad no entretiene). A la primera hora y media del relato se le debe reconocer una saludable dosis de cinismo donde tiene mucho que ver el único personaje rescatable escrito por un guionista que se cree William Shakespeare y simplemente es una mala copia de Corin Tellado. Ese personaje es una especie de profeta andrajoso, Charlie Frost –obviedades como éstas hay miles - (Woody Harrelson) que vive en un remolque en el parque de Yellowstone (falta el oso Yogui, pero pedía mucha plata), quien habla del Apocalipsis en una radio clandestina. El resto lo conforman la galería de personajes planos propios de este tipo de films: presidente abnegado y afroamericano (Danny “Obama “ Glover) que se sacrifica por el pueblo; funcionario de gobierno o secretario inescrupuloso (Oliver Platt); hija con afinidades artísticas sorprendida por las redes conspirativas que atraviesan el gobierno de su padre (la decorativa Thandie Newton); cerdo capitalista obviamente ruso y prostituta de turno ucraniana con perro pequeño horrible incluido y, como si esto fuera poco, la “american broken family “ separada por las vicisitudes de la vida con papá escritor (John “no me llaman nunca” Cusak), mamá (Amanda Peet) que intenta rehacer su vida con un cirujano plástico y los consabidos purretes que no le dan ni cinco de bollilla a papá en el eterno castigo de porqué nos abandonaste por esos libros que nadie lee. Toda esa mezcolanza pretende dejarnos una lección de vida; una suerte de dinámica de punición y compensaciones exhibiendo el salvoconducto irremediable de las segundas oportunidades y los heroísmos del hombre común tan necesarios en estos tiempos nihilistas. Si a eso se le suma el primitivismo binario de Roland Emerich separando las aguas de la trama en dos bloques: los que saben y los que no, por caso el geólogo también afroamericano (Chiwetel Ejiofor) y el padre que va descubriendo igual que nosotros la trama secreta en la que las esferas del poder tienen un plan y el resto de la humanidad se desayuna con que se acaba el mundo y no hay nada por hacer. Poco importa para esta panfletaria película la profecía Maya que ya es archi conocida en todos los campos de la ciencia, la astrología y demás ramas; nada importa el dramatismo del fin del mundo salvo el sufrimiento de una familia norteamericana y, mucho menos todavía, que hace varias décadas existía algo llamado cine catástrofe (¿se acuerdan de Infierno en la torre?) y que hoy -gracias a este tipo de ideas- podrá llamarse cine catastrófico.
El alemán Roland Emmerich se especializa en películas apocalípticas (“El día después de mañana”, “Día de la Independencia”), que no dejan títere con cabeza. Todas empresas de gran presupuesto, con abundancia de efectos especiales. Según el calendario maya, la vida en el planeta se extinguiría dentro de tres años. Una suma de desequilibrios ecológicos (entre ellos, el recalentamiento de la corteza terrestre), acabarían con todo. El film se abre con la señal de alarma que dispara un científico en una reunión de alta diplomacia, y prosigue con informaciones de último momento, que presagian lo peor. Hay mucha gente nerviosa en los estamentos de poder y una lluvia de órdenes y contraórdenes que no conseguirán impedir la inminente catástrofe. Uno puede pensar que se trata de una sana toma de conciencia para que dejemos de castigar al planeta. ¿Un film para ganarse el favor de los ambientalistas? No se entusiasmen. Se trata de otro producto apoyado en un gran espectáculo con música abrumadora, mientras vemos cómo las aguas sepultan las maravillas de este mundo. Emmerich es un director de brocha gorda, que no sabe de matices. Su película está construida a golpes de martillo, sin pausas para la reflexión. Hay un escritor (J. Cusack) empeñado en salvar a su familia del desastre, mientras allá arriba, los gobiernos de turno planean rescatar alguna gente para volver a empezar, cuando acabe la pesadilla. Para estar a tono con los tiempos, el presidente de los Estados Unidos (D. Glover) es negro y parece muy preocupado. No es para menos, con estas imágenes.
Les dejo la primera reflexión que generó en mí 2012: ¡un final no es sólo una parte de la película! Sin ahondar al respecto, debo decir que el film tocaba un tema ríspido llevándolo con un ritmo elogiable -sobre todo si se tiene en cuenta que dura más de 2 horas y media…-, pero sobre los últimos minutos la estocada hizo que todo se desbarrancara. Pero a no apresurarnos, vamos a ver de qué se trata. 2012 se inscribe en el género de “película catástrofe” que aventura el fin del Universo. Claro que, como sucede desde hace ya algunos años, esto no ocurre por una invasión alienígena, sino que son los propios hombres los responsables de la decadencia del Mundo por haber descuidado la naturaleza. Al respecto, es necesario mencionar la referencia a los Mayas, quienes desde hace miles de años predijeron que en el 2012 se destruiría el Planeta inevitablemente. El film comienza con una seguidilla de imágenes de catástrofes naturales que acontecen desde 2009 en adelante, y llegamos así al 2012. Adrian Helmsley -Chiwetel Eijofor- es un científico estudioso de los cambios ambientales que viaja hasta la India porque uno de sus colegas le advierte que la destrucción del Universo es inminente: el calentamiento del centro de la Tierra se ha producido a velocidades mucho más rápidas que las esperadas. Al recibir el informe, el Dr. Helmsley lo eleva a sus superiores e inmediatamente, dada la importancia del descubrimiento, pasa a formar parte del equipo de expertos de la Casa Blanca. Es cuestión de tiempo para que el Planeta tal como lo conocemos deje de existir, y esto generará la muerte de prácticamente toda la raza humana. Por otra parte, está Jackson Curtis -John Cusack-, un escritor de ciencia ficción que se ha dedicado en sus libros al fin de los días sobre bases geológicas y científicas. Al no haberse convertido en un autor de éxito, sobrevive como conductor de limusinas, pero este no es su único punto flaco: la madre de sus hijos lo dejó por un médico sumamente exitoso y hacia el cual el mayor de los chicos (de unos 10 años) demuestra un cariño supremo. A pesar de esto, los “ex” mantienen una buena relación, y la historia nos ubica al principio en un fin de semana de camping en el que Curtis se lleva a los niños al Parque Nacional de Yellowstone. Justo da la casualidad que los equipos de Washington deben investigar sucesos extraños en esa zona, y es así que Curtis y Helmsley se cruzan por primera vez, aunque más allá de una confesión del funcionario de ser un “fanático” del fracasado escritor, no entablan una relación. Sin embargo, a Curtis le parece sospechoso el despliegue en el área, y comienza a atar cabos con lo que ha escuchado del comunicador Charlie Frost -Woody Harrelson-, un hombre que tiene un programa de radio transmitido desde el mismo Parque Nacional. Charlie podrá parecer un loco de remate en primera instancia, pero lo cierto es que es el único que ha acertado con exactitud los cambios climáticos, y ahora asegura que falta muy poco para la debacle inevitable. Curtis se cruza con Charlie, quien le comenta que los Gobiernos más poderosos del mundo han construido unas naves indestructibles en donde unos “pocos elegidos” podrán sobrevivir al desastre universal. El escritor no le cree mucho, pero toma nota del dato. Finalmente, y como es previsible, la destrucción comienza de a poco. Primero con algunos sismos, luego tsunamis, inundaciones y demás etcéteras, hechos que convencen a Curtis de ir a buscar a su familia, averiguar dónde están las naves y rescatarlos. Aquí es donde empieza a trastabillar la trama. Gracias a Charlie, Curtis se entera de que las naves están en China, y para llegar deberían primero escapar de su barrio para luego tomar un avión hacia el gigante asiático. Esto, aparentemente imposible, no termina siendo tal: la nueva pareja de su ex pilotea avionetas, y con una de ellas llegan al aeropuerto, en donde un magnate jefe del protagonista (recordemos: conduce limusinas) tiene dispuesto un avión… Lo más interesante es la corrupción en torno a la entrega de lugares en las naves de salvación. Los funcionarios clave de los Gobiernos tienen un asiento asegurado, pero además hay unos 400 mil tickets que han sido vendidos a mil millones de euros cada uno a los hombres más ricos del planeta. La injusticia emana aún en los momentos en los que mayor solidaridad es requerida. Y sin embargo, lo que podría finalizar como una crítica a las actitudes miserables de los hombres, termina siendo un mensaje tibio, sin castigo, como un crimen sin condena. Lo cierto es que las razones para ver 2012 pasan casi exclusivamente por los efectos especiales. Ojo, tampoco quiero dejar de destacar la actuación corta pero efectiva de Woody Harrelson. Pero más allá de eso, no tiene sustento como para recomendarla.
¡Rompan todo! El director de "Día de la Independencia" nos muestra su visión del fin del mundo. Si algo le quedaba a Roland Emmerich por destruir después de Día de la independencia, Godzilla y El día después de mañana, lo terminó por hacer reventar en 2012, por lo que ahora deberá buscarse algún otro trabajito. Por lo pronto, ¿qué tal sería conseguirse un guionista para la próxima película? 2012 no es más que la suma de sus partes rotas, destruidas, una película sobre un apocalipsis ecológico -los mayas lo tenían claro, mucho antes que Al Gore- en la que se demuelen ciudades y monumentos mientras una familia disfuncional tiene su íntimo drama de rematrimonio en medio de lo que podría ser el fin del mundo. El filme comienza en 2009 cuando un geólogo, tras viajar a la India, se da cuenta de que el centro de la Tierra está ardiendo y que pronto el planeta podría dejar de existir. En esos años, secretamente, los gobiernos del mundo van buscando una salida (para pocos) al inevitable caos que viene. Pero el asunto llega antes de lo pensado y nada saldrá como estaba planeado. Yendo de lo global a lo personal, 2012 se centrará en Jackson Curtis, un escritor (John Cusack) separado de su mujer (Amanda Peet), la que se ha vuelto a casar. Con ella tiene dos hijos, con los que intenta relacionarse aunque su cabeza siempre parece estar en otro lado. Un día decide llevarlos al Parque Nacional Yellowstone y allí notará varias cosas raras que suceden, desde grandes operativos militares hasta extraños fenómenos naturales, pasando por un enloquecido profeta radial de desastres (encarnado por Woody Harrelson) que no para de predecir el inminente Apocalipsis. A partir de allí, la Costa Oeste norteamericana empezará a desmoronarse, literalmente, y unas grietas en la tierra darán paso al hundimiento y destrucción de Los Angeles. Todo, claro, mientras nuestra familia del siglo XXI (que a esta altura incluye a la ex esposa de Jackson con su nuevo marido) va esquivando edificios que caen, avenidas que se abren y autopistas que se derrumban como en un juego de Playstation. La película se divide en tres claras partes. La primera, en la que el caos se va preparando. La segunda, la destrucción propiamente dicha. Y la tercera, en la que se revelan los planes de "salvación de la especie". Y Emmerich va combinando, como en un juego de piezas móviles, una impactante escena de caos con una de narración "dramática", tan obvia como banal. Si al espectador le alcanza con disfrutar de los efectos especiales puestos al servicio de sí mismos, 2012 no los decepcionará. Los que esperan una película en la que toda esa parafernalia esté en manos de un cineasta con una historia para contar, seguramente sentirán que el asunto es interminable con sus 158 minutos de duración. Como alguien dijo por ahí, 2012 es como una película porno, a la que no tiene sentido pedirle ningún tipo de trama interesante, ni dirección de actores, ni diálogos que puedan ser dichos por seres humanos. Un filme que en el futuro la gente seguramente verá en fast forward pasando a las secuencias de destrucción y evitando todo lo demás. Cine Triple X.
La llegada del final Edificios que se derrumban como castillos de naipes, autopistas que se quiebran como si fueran de arcilla, cruceros que se hunden por las olas de un tsunami? El fuego sale de las entrañas de la Tierra y las aguas todo lo inundan en esta nueva película de un obsesivo y consecuente cultor del Apocalipsis como el alemán Roland Emmerich. El cine del director de Día de la Independencia, Godzilla, El patriota, El día después de mañana y 10.000 A.C. suele convocar multitudes ávidas de emociones fuertes. Sus historias -construidas gracias a un enorme presupuesto (en este caso, 260 millones de dólares) y a un bombardeo de imágenes diseñadas con efectos visuales generados en computadoras- apela al impacto y al morbo que provoca el género catástrofe. Así, a partir de unas profecías (las milenarias predicciones de los mayas para el año 2012) y de una supuesta justificación científica (las reacciones físicas que generan las erupciones solares terminan calentando el centro de la Tierra y desatando luego explosiones dignas de partículas nucleares), Emmerich nos llevará al fin del mundo y a una posterior resurrección con connotaciones bíblicas. Es indudable que cierto sector del público se siente atraído hacia un espectáculo que nos describe cómo las ciudades se desmoronan y millones de personas mueren aplastadas, pero entre destrucción y destrucción Emmerich es incapaz de construir un solo personaje, un diálogo, una situación dramática que trascienda el clisé, el estereotipo, la fórmula, el lugar común. La acción salta de la Casa Blanca al parque nacional de Yellowstone, del Tíbet a Londres, de París a la India y los personajes van desde el presidente estadounidense (Danny Glover) y su hija (Thandie Newton) hasta un geólogo (Chiwetel Ejiofor), pasando por un padre (John Cusack) que intenta reivindicarse ante sus dos hijos y su ex esposa (Amanda Peet), y un desquiciado profeta y conductor radial que viene anticipando el fin de los tiempos (Woody Harrelson), pero en ningún caso el film alcanza un mínimo de carnardura humana, de rigor psicológico, de empatía y, así, los 158 minutos se hacen cada vez más difíciles de sobrellevar. Por lo tanto, entre tanta explosión y muerte, sólo sobreviven el vértigo y el impacto, mientras la emoción genuina y la sensibilidad brillan por su ausencia.
Ruidosa caída digital del mundo 2012 representa la consumación de todo aquello a lo que siempre aspiró el alemán Roland Emmerich, realizador de Día de la Independencia, Godzilla y El día después de mañana. Descendiente distante de Nerón, a Emmerich le gusta poner el mundo en llamas para sentarse a contemplar el incendio, y la tecnología digital hace cada vez más posible esa artesanía de maqueta destrozada. A diferencia de su gozoso antecesor lejano, a Emmerich su deseo infantil parecería darle culpa, por lo cual necesita disfrazarlo de algo presuntamente maduro y universalizable: el drama humano. Ahí, el edificio entero se le viene abajo: para Emmerich, el drama humano es tan irrepresentable como un pobre para Mauricio Macri. Asistir a 2012 es como ir un sábado a la tarde a casa de nuestro amiguito rico, para que nos muestre –durante casi tres horas, en la que nos tendrá amarrados a una butaca– cómo destruye el carísimo Rasti que los papás acaban de regalarle. Materialización en bruto de la sensación de apocalypse now que recorre el mundo, en 2012 las manchas solares se ponen hiperactivas, los neutrinos se sacan, las placas tectónicas se corren de lugar y de pronto ese centro del universo que es la ciudad de Los Angeles aparece atravesado de rajaduras del tamaño del Kodak Theatre. De ahí en más, los rascacielos se caen unos contra otros, las autopistas se arquean como serpientes jorobadas, ciudades desaparecen de la faz de la tierra, hay diluvios universales y desfile de tsunamis, las olas arrastran al Air Force One como si fuera una plancha de telgopor, el portaaviones USS John F. Kennedy cae sobre las costas de los Estados Unidos y un reducidísimo grupo de sobrevivientes busca refugio en siete arcas, construidas para la ocasión por el G-8. Más allá de un azoramiento poco duradero, esta ruidosa caída digital del mundo tal como lo conocimos importaría, siempre y cuando la sufrieran esos alter egos del espectador a los que suele darse el nombre de personajes. En 2012, su lugar ha sido tomado por unos muñecos inanimados que llevan los rostros de John Cusack, Amanda Peet, Chiwetel Ejiofor y varios más, en los papeles de un escritor de best-sellers que terminará salvando al mundo, su ex esposa (que vuelve a él, al verlo convertido en megahéroe universal), un geólogo, el presidente afroamericano de los Estados Unidos y así. De todos ellos, el único con una personalidad es, como suele suceder, el villano, un asesor presidencial dispuesto a que el resto del mundo se hunda, siempre que se salven él, unos jeques árabes y otros doscientos privilegiados. En la única elección afortunada de cast, Oliver Platt está, como siempre, perfecto. En 2012 el sol se enfurece como un Dios indignado. Un lama tibetano se hace amigo de un soldado chino. Un niño se llama Noé, un predicador callejero lleva un cartel que dice “Arrepiéntanse”, un barco tiene el nombre de Génesis, la humanidad se salva a bordo de siete arcas y, al final, un sol providencial vuelve a brillar. Podría considerarse a Roland Emmerich inventor del género “superproducción de catástrofe bíblica”, si Cecil B. De Mille no lo hubiera hecho más de medio siglo atrás.
La Tierra que te da la vida Apenas cuatro minutos después del comienzo de 2012, las noticias que vienen de la pantalla no pueden ser más desalentadoras: el comienzo del fin está en marcha. En algo así como un repaso de la física elemental para espectadores del cine-catástrofe, la película muestra una inestabilidad excepcional en el Sol que afecta el núcleo de la Tierra con un bombardeo masivo de las partículas subatómicas, lo que produce desplazamientos de la masa del planeta, erupción de gigantescos volcanes, y tsunamis, que decretan la fecha de vencimiento de la humanidad. Sin embargo, y en pos de la simplificación, el film abandona rápidamente cualquier aspiración educativa y atribuye el cataclismo a las profecías mayas (¿?), que determinan el fin de los tiempos para el 21 de diciembre de 2012. Establecido el sombrío diagnóstico, “2012” toma velocidad y presenta a los extras, porque el verdadero protagonista del relato es la vieja y querida Tierra, que el desastrólogo Roland Emmerich ya martirizó y desguazó a conciencia en Día de la independencia, Godzilla, y sobre todo en El día después de mañana. Así, después de dar un breve pantallazo a la vida de Jackson Curtis (John Cusack), el héroe del relato junto a Adrian Helmsley (Chiwetel Ejiofor), casi toda la película es una divertida actualización de las posibilidades del género ci-fi en plan apocalíptico. Por aquello de los hombres ordinarios metidos en situaciones que lo exceden, Curtis es un chofer de limusinas, convenientemente perdedor, divorciado, padre más o menos ausente y escritor de un libro tremendista sobre el the end del planeta que casi nadie leyó (“Adiós Atlantis”). Por otro lado está Helmsley, el científico que da el alerta sobre el desastre. Y que sí leyó el libro del chofer. El cast se completa con Kate (Amanda Peet), la ex esposa de Curtis y por ahí anda Charlie Frost (Woody Harrelson), interpretando a una especie de hippie-visionario-loco y periodista freelance, algo así como la versión actualizada del lúcido y a la vez desquiciado fotógrafo que componía Dennis Hopper en Apocalypse Now, que sabe lo que va a pasar y al que por supuesto nadie le da presta atención. Lo que sigue es el desarrollo de un guión endeble pero que sirve para sostener la verdadera estrella del relato: un parque de diversiones visual en donde el espectáculo se organiza con algunas, pocas, puntadas de argumento para mostrar la lucha desesperada de Curtis por salvar a su familia cuando literalmente el mundo se derrumba, mientras los líderes mundiales organizan media docena de gigantescas arcas de Noe, que suponen, van a servir para preservar, algo, de la especie. Y ahí si, la frase que no por transitada se la iban a perder: “El mundo tal como lo hemos conocido se terminó”, dicha en tono grave por el presidente de los Estados Unidos (Danny Glover), mientras las grietas cortan en dos a un supermercado, los edificios se empiezan a derrumbar como si estuvieran hechos de gelatina, las olas alcanzan varios cientos de metros, y los volcanes aparecen en los lugares más inesperados. El alemán Roland Emmerich hace rato que está radicado en Hollywood, que no es lo mismo que los Estados Unidos, y si bien en El día después de mañana había mostrado un trato especial por el desarrollo de la historia, cuidando de que cada personaje tuviera un perfil definido, en 2012 este aspecto está menos presente, con un humor mucho más obvio y la espectacularidad de los FX en primer plano. Sin embargo, la película sí tiene una clara y pesimista visión cínica, en donde más allá de algunas, poquísimas excepciones, el futuro del planeta y de supervivencia humana está en manos de los políticos y sobre todo de poderosos, los únicos que a mil millones de dólares por cabeza pueden comprar el ticket que los habilita para salvarse arriba de una de las arcas que se supone, resistirán el cataclismo. En una película donde la verosimilitud se pone a prueba una y otra vez por la pirotecnia visual, la amarga visión de Emerich es la columna del relato, aún cuando por supuesto, una leve veta progresista se cuele a último momento y salve de la canallada a toda la mezquina humanidad, con un nuevo comienzo en… África.
La Humanidad revelada El director de grandes bodoques como Día de la Independencia y Godzilla logró narrar una historia con coherencia. Y efectos deslumbrantes, claro. La teoría de autor impide predecir las bondades de 2012: hasta aquí, la única seña personal del alemán de nacimiento, estadounidense de corazón, Roland Emmerich era su imposibilidad de narrar durante más de 40 minutos con cierta coherencia y tensión un cuento cualquiera. El otro rasgo de autor era ser muy patriótico respecto de su país de elección. 2012 no escapa a este americanismo, por supuesto, lo que es lógico porque los Estados Unidos son un país de inmigrantes: este film afirma por metáfora (con sus Mayflowers metálicos hacia el final) que la utopía americana está vigente sí y sólo sí se baraja y se da de nuevo. Para disfrutar el film, superior a la mayoría de los “tanques” de 2009, hay que preguntarse qué universo plantea, y si creemos, durante las casi tres horas de película, en lo que sucede en la pantalla. La respuesta a la primera pregunta implica la de la segunda: el mundo que aparece en pantalla, precisamente retratado, es el nuestro cotidiano, con sus tensiones, sus problemas y sus dilemas morales, económicos y sociales. Por lo tanto creemos todo lo que pasa en pantalla. Que es poco –basta describir el film como “se acaba el mundo”– y mucho –como en todo film catástrofe, está bordado de fábulas: el hombre común que se convierte en héroe; la familia unida en la adversidad; el científico que batalla contra intereses inhumanos; el viejo líder que sabe que su tiempo y su mundo pasaron; el paranoico que finalmente tiene razón y varias más–. Por supuesto, el atractivo principal del film como espectáculo es ver cómo se destruyen ciudades y países enteros. En esos momentos aparecen el humor de historieta y, sobre todo, el surrealismo puro: las fuerzas de la naturaleza juntan el paraguas y la máquina de coser sobre la mesa de operaciones, o a un portaaviones y la cabeza del presidente de los Estados Unidos en el parque de la Casa Blanca. La lectura política del mundo es compleja. El G-8 (sólo el G-8) descubre que en 2012 se termina todo; planean salvar a 400 mil personas elegidas “científicamente” para la nueva sociedad. De hecho, rescatan también animales y obras de arte. La pregunta es cómo eligen a la gente cuando los millonarios de siempre compran el lugar. El villano del film le dice al científico negro y de buena conciencia lo siguiente: “¿Te parece injusto que hayamos vendido lugares? ¿Sabés que con ese dinero financiamos el proyecto? Si te parece terrible que dejemos morir a los obreros, por qué no le das tu lugar a uno de ellos”. Por supuesto que el científico decide salvarse y el espectador, cuando el hombre da un discurso sobre la solidaridad, no olvida la agachada. Pero, después de todo: ¡el mundo se acaba y la Naturaleza no respeta a ricos, pobres, gobiernos, religiones o virtudes morales! ¿Qué haría uno por salvarse? Cualquier cosa, abyecta o heroica, y el film lo muestra de modo muy preciso. Por eso es necesaria la destrucción masiva que nos retrotrae a lo primario, a las razones más simples, a la lucha por sobrevivir. Incluso al humor como soporte de lo terrible. Emmerich, por primera vez en su carrera, justifica el tamaño de su film manteniendo el interés de modo constante. Salimos felices de la sala por el espectáculo, hipnotizados por el final feliz con demasiado olor a Obama. Y más tarde, quedamos intrigados por los problemas que plantea. Problemas que quedan en suspenso y que pocos films (ni la prepotente Transformers; ni la masturbatoria Luna nueva –ambas, además, carentes de tensión, suspenso y empatía) se animan a plantear en el mainstream de gran presupuesto. La gran virtud –y sorpresa– de este espectáculo enorme es que su vibración continúa en la memoria.
Después de detectar un posible fenómeno astronómico con consecuencias devastadoras para la vida en la biósfera, el geólogo Adrian Helmsley (Chiwetel Ejiofor), lector de libros como La consolación por la filosofía de Boecio y Adiós Atlántida, del desconocido (y apócrifo) Jackson Curtis (John Cusack), reporta el incidente al jefe de gobierno de los EE.UU. Es el fin del mundo, al menos de los latinoamericanos y los africanos, pues el G8, liderado por el presidente estadounidense (Danny Glover canalizando a un heroico Obama envejecido), ya ha invertido todo el capital en salvar a medio millón de almas millonarias (europeas, estadounidenses y asiáticas) y algún que otro homo sapiens simbólicamente relevante, sin descontar especies animales y algunas obras de arte. 2012 combina oscurantismo New Age californiano (legitimación del calendario maya), referencias bíblicas (apropiación del diluvio universal) y problemas familiares (el mítico reencuentro del padre con su hijo) en un relato ligeramente airoso y pletórico de efectos digitales. La secuencia en la que Cusack escapa con sus hijos, su ex mujer y el actual esposo de ésta manejando una limusina mientras se desmorona California justifica la entrada, aunque ver a Woody Harrelson como hippie paranoico extasiado por el fin del mundo no deja de ser satisfactorio. El humanismo ramplón del caricaturesco discurso de Helmsley para salvaguardar algunos hombres y mujeres que quedaron fuera de las arcas en el epílogo no es otra cosa que la conjura culposa e ineficaz de un relato que expresa una ideología precisa: el fin del mundo es posible e imaginable, no así el fin del capitalismo.
No le pidamos peras al olmo. A Roland Emmerich le gusta destrozar al mundo en distintas épocas y por distintas cosas cada vez. Nunca sus películas se destacaron por sus guiones, y esta no es la excepción. 2012 ya supera a una película en decir que tiene “buenos efectos”, porque en realidad se debería decir “tiene algunas escenas con actores bien filmadas”, ya que el resto son efectos y ya no sé si compite dentro del mismo rubro que Los fantasmas de Scrooge! La podrían nominar dentro de las películas animadas de esa manera ;) Está claro que uno entra a ver una película que brinda una experiencia similar a la de una montaña rusa. Es increíble como la gente siempre llena en películas de catástrofes, y por lo general no terminan saliendo conformes, pero se anotan en todas las que vienen de manera similar. Y si uno ve el tráiler o escuchó las declaraciones de la continuación que tendrá en una mini serie, ya sabe cómo termina la película! Pero está más allá de eso. Uno cuando ve una montaña rusa, sabe que al final termina y ve donde lo hace, pero uno se sube igual. Esta película es lo mismo, sabemos que es una catástrofe, pero queremos ver como se rompe todo y como nosotros morimos de esa manera. Masoquismo puro. Y 2012 tiene más de lo mismo, pero tuvo a su director imaginando muchas catástrofes más, haciendo todo mucho más grande. Tiene sus cositas de humor, tiene un par de momentos sensibleros, y listo. Pero el gran pecado de Roland en este caso, es que la gaseosa se queda sin hielo y se le va el gas. Terminamos tomando jarabe caliente a las 2 horas… y eso es lo imperdonable para mí. Ya sé que la historia es simplona y todo lo que muchos le pueden pegar. Pero se hace un poco larga, y en una trasnoche puede ser una catástrofe en si misma. Una película que para los pochocleros tienen que ver en una gran pantalla. No se hizo para revolucionar nada, pero paga el valor de la entrada.
No es novedad que las producciones del cine fantástico se nutren de la realidad y, especialmente, de las necesidades que tienen las sociedades en diferentes períodos. Son visiones que intentan profundizar en los miedos de la gente y, entre ellos, uno que acompaña al hombre desde que es tal: el fin del mundo. Esta vez el en otras épocas denominado “cine catástrofe” retoma una predicción de la civilización maya que habla de una catástrofe terminal en 2012. Y de allí el nombre de una película que desanda un guión (demasiado) simple y diseñado para el lucimiento de su indudable estrella: los efectos especiales. En definitiva, la sal del filme. Y para que ese condimento explaye su sabor fue elegido el mismo director de “10.000 AC”, “Godzilla”, “El día después de mañana” y “Día de la independencia”, un hacedor de ilusiones apocalípticas que vuelve a demostrar sus virtudes de buen narrador y excelente productor de desastres imaginarios. La historia. En esta ocasión, el culpable de toda las calamidades es el sol que tiene una actividad insutada generando cambios químicos que cambian la temperatura del centro de la Tierra. Sin tener basamento, el suelo comienza a bailar y a comerse todo lo que hay en su superficie. Y como si eso fuera poco, las placas terrestres se mueven y generan tsunamis gigantes que rearman el esquema de continentes como hoy lo conocemos. Metidos en el problema hay un escritor fracasado y divorciado y un científico al que nadie le cree. Ambos quedarán en diferentes campos cuando se trace la línea que separe a quienes se salvarán de la extinción de quienes no. Continua huída. Así “2012” se presenta como un relato globalizante donde los hombres vuelven a ser sólo un número en las cuentas de los políticos, la única lectura moralizante de una producción que exagera en sus secuencias de persecuciones. Es decir, la película se resume a la huida de los protagonistas de grietas hambrientas, inmensas nubes de polvo y lava o mares que se salen de cauce. De todas maneras, las dos horas y media que dura el filme son llevaderas a fuerza de esas y otras calamidades.
El fin del mundo según "2012" No es ningún desastre esta nueva, exagerada y adrenalínica película de Roland Emmerich. 2012 ofrece un menú para servirse catástrofes al por mayor, y empacharse en la gran pantalla de efectos especiales y de casi dos horas sin respiro. Lástima que tiene una media hora de final edulcorado, sin nada de emoción, obvia, y abrumadoramente positiva para un grupo de personas que vio derrumbarse el planeta, literalmente, pero que parece que acabaran de salir de tomar un té con leche. 2012 empieza en el último día del resto de nuestro mundo, luego de que en unas horas se cumple la profecía maya de que el fin está cerca. La tierra se abre, los vientos se convierten en huracanes incontrolables, las planicies se elevan en volcanes de lava en unos minutos, y las piedras en llamas son proyectiles que arrasan con todo lo que hay en kilómetros a la redonda; los tsunamis llevan las olas a una altura de 1,5 kilómetros.En ese panorama, un escritor medio fracasado (John Cusack) que conduce limusinas para millonarios, intenta acercarse a su familia. Pero ese tibio acercamiento se afianza cuando todo lo demás se destruye, en secuencias que juegan en el límite de la parodia y por momentos desdramatiza el fin del mundo. En el medio, la trama se completa con intrigas políticas sobre quiénes deben saber qué es lo que está ocurriendo y quiénes no; debates sobre qué méritos deben tener los que estén en condiciones de salvarse; codicia; avaricia; envidia; ira. El argumento es súper elemental. La película, entretenidísima. Igual, la premisa del final apocalíptico deja un mensaje esperanzador, cuando se sitúa el nuevo comienzo en el día 27 del mes 1 del año 0001.
Las películas del cine catástrofe deben ser tomadas con pinzas. El director Roland Emmerich, es un tipo que con este film se acaba de recibir de “desastrólogo a gran escala”. En el pasado realizó las también monstruosas, “El día de la Independencia” y “El día después de mañana”, películas en las que a la humanidad se le ponía fecha de vencimiento, ya sea por aliens, desastres ecológicos, o cualquier otra cosa y, de esta forma, le bajaban la persiana al mundo. Este cine apunta a un público muy particular, similar a lo que pasa con las películas tipo Crepúsculo o Harry Potter. Por eso voy a dividir esta crítica en dos. La primera parte será para los fan’s del género y la segunda para el resto de los espectadores, entre los que me incluyo. Bajo la premisa “Rompamos todo”, Emmerich dirige un film en donde un científico descubre, en el 2009, que el centro de la tierra se calienta rápidamente y, apoyándose en una teoría maya (¿?) que afirma que el fin del mundo está previsto para el 2012, alerta a los principales gobiernos del mundo. John Cusack interpreta a Jack Curtis, un chofer de limusinas, mal padre y separado de su esposa que casi sin querer, al darse cuenta de que el mundo se viene abajo, se entera de que el G-8 construyó una especie de “arcas” para resguardar la vida humana. Junto a toda su familia (incluidos sus hijos y el nuevo novio de su esposa) comenzarán un mega-viaje hasta estas naves, escapando siempre justo a tiempo. Las grandes ciudades serán devoradas por inmensas grietas que se abren en el piso, nuevos volcanes que se forman en la faz de la tierra y tsunamis de una altura incalculable que, de manera muy vistosa, arrasan con todo lo que se les cruza. Visualmente la película se va al carajo, es espectacular ver cómo esta serie de catástrofes climáticas destruyen todo, sinceramente está muy bueno. Todo es aparatoso, los escenarios son geniales, una producción monstruosa para que la gente que le guste este tipo de cine se deleite y coma mucho pochoclo. Todo cierra a la perfección, es obvio que el presidente de los Estados Unidos tiene un papel relevante y se pone la mochila al hombro para salvar a su pueblo. No faltan los mea-culpas de los protagonistas, los inagotables clichés del género y las salvaciones de último minuto, a pesar de estar en medio de un montón de bolas de fuego que saltan de un volcán. Definitivamente, si te gustan estas pelis, no te importa mucho que las cosas sean verosímiles, sino que querés disfrutar y pasar dos horas a pura acción, esta peli tiene para vos 10 puntos. Ahora bien. Vamos con la segunda parte de la crítica. Más o menos, desde el quinto minuto de la película, el mundo comienza a irse a pique y el protagonista, junto a todo su séquito familiar, permanecerán unidos e irán sumando gente a su grupito. Se salvarán inexplicablemente de situaciones en las que es imposible salvarse. Despegarán justo a tiempo en medio de altísimas llamas, le pasaran “raspando” a unos edificios con las ruedas y las alas de la avioneta y así como éstas, un montón de situaciones similares. El guión tiene múltiples tramas que de a poco (increíblemente) se van uniendo para llegar todas juntas al final. Una es la de John Cusack y su familia, otra es la de los científicos que descubren el calentamiento central. También tenemos la de una familia china, donde uno de los chinitos labura en la construcción de las “arcas”, la de un magnate ruso, que junto a sus hijos y novia compraron boletos para salvarse, la de un aficionado medio loco que tiene un programa de radio y habla sobre los mayas y, por último –y que no podía faltar– la del presidente yanqui, un negro buenazo que piensa en la humanidad (no como los presidentes yanquis de verdad) al cual la muerte lo encontrará, después de ser muy bueno y bondadoso, entre la multitud desorientada buscándole la mamá a una nenita que está perdida en medio de los terremotos. Solo en el cine pasa esto. El guión, que no tiene ni el más mínimo sentido, une todas estas historias de manera muy forzosa y a medida que se destruye todo, se muere medio mundo, los personajes siguen haciendo chistes, tomándose todo con soda, mientras ellos estén a salvo, el resto que importa. Por supuesto que no falta lugar para las “yanquiadas”, cosas sin sentido para que el público se ria o diga “Woaaaaaoooouuu”. Si viste las anteriores de Emerich, ésta es una más pero con mejores efectos, donde sinceramente hay que sacarse el sombrero, porque son muy buenos. Pero el resto es un asco. Casi tres interminables horas, que parecen mucho más. Un producto hecho por (y para) personas que piensan como yanquis. La calificación de esta sub-crítica es 1 punto. Entonces: el promedio de las dos puntuaciones (10+1), nos da 5.50, que redondeando para abajo (porque yo soy de los no-amantes de estas películas), deja como calificación: 5 puntos.
Emmerich Park "Buscate un laburo honesto" podría uno decir rápidamente como para resumir lo que se siente después de ver más de dos horas y media de despliegue técnico, posproducción exasperante y todo ese arsenal de explicitación del presupuesto abultado que suele plantearnos el director de las impresentables Godzilla, Independence Day y 10.000 B.C. Ya lo sabemos: Roland Emmerich la tiene larga y le gusta mostrar que es así y que mea más lejos que nadie y que se puede echar ocho polvos sin mosquearse. Los millones que papá Hollywood le da para sus fiestas de FX y maquetas grandilocuentes están ahí en pantalla para que los admiremos y, en el mejor de los casos, aplaudamos. Por eso ya hizo explotar Washington en medio de un ataque extraterrestre, por eso aplastó a toda una ciudad bajo las garras del monstruo importado de Japón, por eso inundó Estados Unidos y aledáneos en su catástrofe anterior. Y por eso acá, para no quedarse corto e ir por más, se ocupa de destrozar el planeta entero. Si la tenemos larga la mostramos, quedó claro. Y para no caer en la obviedad de Youtube, buenas son las distribuidoras internacionales y las pantallas grandes en alta definición. Allí está entonces el efectivo señor Emmerich, contándonos la misma historia de siempre, de familias disfuncionales en medio de una crisis cuasi bíblica (esas cosas que Spielberg contó o bordeó hace décadas con el delicado equilibrio que da estar por encima de la medianía), de decorados que se desmoronan, de narraciones que se desgajan tanto como los rascacielos o las calles que se abren a fuerza de maldiciones legendarias. Quizá todo tenga que ver con que Emmerich y la idea de guión son cuestiones que no se cruzan nunca, que jamás encuentran su punto en común. O quizá sea simplemente la hora de que este señor prolijo, este esteta de la nada más absoluta, ponga un parque temático y se deje de joder.
Ay Dios, Roland Emmerich volvió a la carga con sus marketineros mega-proyectos fílmicos, que con sobreabundante promoción logran que el público acuda al cine ver sus mamotretos, sus bodriazos increibles y con el cine brillando por su ausencia. Aquí tomó con olfato comercial un asunto como el calentamiento de la tierra para someternos a los pobres espectadores a un pasticho intragable como fué por ejemplo su anterior "10.000 AC". Puro efecto digital que no asombra como uno puede llegar a esperar, porque se hace todo el tiempo mentiroso, poco creible, el héroe repentino (héroe porque quiere salvar a su familia) que interpreta John Cusack -que más bajo no pudo haber caido en su carrera-, corre sin parar salvándose por un pelo, lo cual isnta a que la gente en la sala se ría a carcajadas, y además durante todo el filme su corbata luce perfectamente ajustada pese a los estallidos, explosiones, lluvia de fuego volcánico, maremotos, terremotos, caidas, saltos, etc etc. Por ratos parece un película financiada por evangelistas, porque tiene un argumento que rebasa, y asquea en su contenido del pro-americanismo (del norte) de la era "Reagan": conservador, deleznable y moralista a ultranza. Sus modelitos a escala de "Arca de Noé" saturan, no se puede mentir tanto, el fastidio de los efectos digitales cansa a la vista, y a los sentidos, por eso la pregunta es "Hasta cuando Emmerich, abusarás de nuestra paciencia....??"- ahhh....y su final semicopiado de la joyita de los años 50 de CF : "Cuando los mundos chocan", nos sugiere ver cuanto encanto y fantasía naif había en aquellas pequeñas gemas del cine.
LA DESTRUCCIÒN COMO REFLEXIÓN Decir que 2012 es una muy buena película sólo porque al medir los antecedentes de Roland Emmerich descubrimos la mediocridad de varios de sus trabajos, es injusto con la propia obra. Es más, se podría decir que 2012 es a Emmerich lo que Deja vu a Tony Scott: el punto en el que sus ambiciones estéticas encuentran su mayor fluidez y logran convertir todas aquellas fallas sistemáticas en algo cercano al arte. Si el montaje acelerado y videoclipero -sin que esto suponga un juicio de valor- decantó en Deja vu en una película capaz de analizar el sentido de las imágenes y divertirse con ello, en 2012 Emmerich logra darle a su apetito por los efectos especiales grandotes un sentido metafórico coherente, tan brutal es cierto como la destrucción del mundo que representa, pero al menos sí hace que el virtuosismo técnico logre darse la mano, por una vez, con un punto de vista artístico. No es sólo destrucción, o sí lo es pero al menos hay allí una dirección hacia la que se dirige el film. Sería injusto no mencionar como un antecedente válido a El día después de mañana, que ya mostraba algunos aciertos parciales que ahora se confirman. De hecho, como aquí, Emmerich confió en actores no tan exitosos pero de esos que interpretan sus personajes sin tics ni gestos para la tribuna: si antes Dennis Quaid y Jake Gillenhaal tuvieron que hacerle frente al derretimiento de los polos, acá John Cusack, Amanda Peet, Oliver Platt y Chiwetel Ejiofor se la pasan huyendo de las fuerzas de la naturaleza que destruyen todo a su paso. Y en este tipo de películas, donde lo que sobresale es la tecnología y el virtuosismo con el CGI, el componente humano se hace necesario como el agua. Es que así, y sólo así, podemos creerles a esos personajes en las situaciones inverosímiles que les toca atravesar. Precisamente una gran discusión ante este tipo de relatos es la verosimilitud: sepan que realmente lo que importa no es que la situación sea creíble, sino que precisamente los actores hagan que eso que vemos nos parezca cercano y riesgoso, a pesar de lo descabellado que pueda resultar. Eso pasa en 2012, y sufrimos con Cusack, Peet o Ejiofor. En su repitencia dentro de un cine que ha abusado de los efectos especiales y que sólo entiende el entretenimiento como una sucesión de escenas grandotas, Emmerich ha fallado en sus intentos ya sea por su escasa habilidad como narrador -Godzilla; 10.000 A.C.- o por su ideología -El día de la independencia-. No se podría decir que en 2012 haya habido un cambio radical, pero sí que algunas situaciones se han logrado aligerar porque supo imprimirle a esas imágenes impactantes cierta poesía y además una adrenalina que antes estaba ausente. Efectivamente dos cualidades que siempre se les reprocha como ausentes al cine hecho con abuso de CGI aquí logran congeniar: el film es en cierto punto de vista poético y además resulta entretenido, porque todo es contado con claridad y desde los personajes (aprendé Michael Bay). Es más, sin dejar de ser uno de los Americanos conversos más felices del planeta, Emmerich obtiene de esa digitalia que es su patria algunos momentos sinceros y reveladores: no otra cosa que un portaaviones es lo que destroza, al ser arrastrado por las olas, la Casa Blanca y toda Washington DC. No sé si el resto del cine norteamericano, supuestamente pensante, ha logrado capturar con una sola imagen una verdad tan cierta sobre los últimos años de la política norteamericana. Y que esa imagen cristalina en su subtexto venga de la mano de la tecnología, hace que la técnica se justifique como pocas veces. Claro también que 2012 es una película profundamente Obama, que cree en la reconstrucción de la Nación. Otro punto a favor del director está en ver cómo utiliza estas profecías mayas de moda. Para Emmerich no son más que punto de inicio para, sí, darle lugar al desborde y a la locura entendida como diversión. Como si fuera uno de los tsunamis que filma, nada detiene su espíritu aventurero. El film avanza y avanza con la lógica de un terremoto: nada de sutileza, todo es sacudón y destrucción. Por eso que los conflictos entre los personajes sean debidamente excesos melodramáticos. Problemas entre padres e hijos, entre ausencias y presencias, entre padecer el presente y necesitar un futuro porque ahora se hace urgente tener tiempo y recuperar lo perdido. Y cómo hacerlo cuando el mundo se está yendo al carajo. Emmerich deja de lado el intento de sutileza que siempre es eso, un intento, y decididamente cae en algunas situaciones desvergonzadas por su exceso. Y digo: ¿por qué debería una película que muestra edificios cayendo, cachos de lava volando por los aires, destrucciones colosales, ser medido, justamente, en los sentimientos de sus personajes? ¿Acaso la destrucción del mundo debería convertirnos en seres más pensantes o personajes de Bergman? Claro que no. Como decíamos, para el director la profecía esta tan difundida del fin del mundo en 2012 no es más que una excusa. Por un lado narrativa, para explorar los sentimientos de sus personajes, y por el otro argumentativa. En realidad podría ser el fin del mundo o cualquier otro evento, lo que importa decididamente es qué hacen los humanos con eso que les toca vivir. Los gobiernos más poderosos del mundo esconden información para no generar caos en la población, mientras se construyen unas enormes barcazas de metal en las que piensan salvar a una pequeña parte de la población, junto a obras de arte y algunas especies animales con la intención de mantener la vida como se la conoce. Si bien se dice que los tripulantes fueron elegidos por sus cualidades, lo cierto es que cada uno pagó una suma considerable. Más allá de la destrucción y los efectos colosales y la cosa gorda, el centro de 2012 es ético. Y Emmerich, por esta vez, logra que cada personaje se convierta en una compleja bola de sentimientos. Todos quieren salvar a todos, pero nadie quiere dejar su lugar ahí dentro. Desde el más vil funcionario yanqui, hasta el más humano científico. Y atención, claro que habrá redenciones de esas medio berretas. El científico mencionado tendrá su discurso final donde dejará en evidencia la crueldad del funcionario vil. Será ante la tripulación entera que lo mira con lágrimas en los ojos, en uno de esos momentos Emmerich que avergüenzan un poco. Sin embargo observemos una cosa: esa redención se da en el ámbito público, ante los ojos del resto. No deja de ser un gesto ampuloso, necesario, para la tribuna. En lo privado, puertas adentro, no sabemos bien qué le pasa a ese hombre, por qué hace lo que hace y cuál es su pesar ante la situación. Es ahí donde 2012 nos deja a nosotros, los espectadores, con la urgencia de saber qué haríamos: hacer carne un conflicto que corresponde a la Humanidad toda y no cerrarlo es otro de los aciertos del film, también lo es el hecho de mostrar cómo la naturaleza no hace distingos entre los que rezan, los que odian, los que aman, los buenos, los malos. En todo caso, es el ser humano el que intenta modificar las cosas. Si la esencia del cine catástrofe es mostrarnos en un momento crítico, y a nuestras reacciones, el film representa cabalmente al género. Como decíamos al comienzo, el largo peregrinar de Emmerich por la destrucción del mundo y del cine, trocó acá en una experiencia satisfactoria: los efectos especiales se convirtieron por una vez en una gran herramienta para reflexionar y también para crear imágenes poéticas -la caída de edificios es poesía de estos tiempos-, alucinatorias -animales colgando de helicópteros- o metafóricas -aquel portaaviones que arrasa la Casa Blanca-. Y en última instancia, 2012 también captura la desolación del instante en el que no hay marcha atrás y todo queda en nada, una exhalación final luego de la excitación de los efectos especiales, como aquellos contraplanos de David Cronenberg en Una historia violenta, que revelaban el horror de la sangre. Claro que como buen megatanque el final tiene que ser convenientemente esperanzador. Lo es, un poco a lo WALL-E, aunque deja pensando en este caso qué clase de sociedad se gestará con la ética de algunos que allí viajan. Un tanque que permite esas reverberaciones siempre es un buen tanque, y seguramente sea el mejor que se hizo este año en Hollywood.
Con ganas de romper. Ese subgénero tan raro que es el cine catástrofe... lleva a multitudes al cine, se interesa más por los avances tecnológicos que narrativos (las historias, con el paso del tiempo, se hacen más pesadas, y lo que era novedad, no lo es más, como el clásico Infierno en la torre) y termina siendo, cuando menos, ridícula en muchos aspectos. Para este redactor, sólo hay una gran película de cine catástrofe y es quizás, una de las más incomprendidas (hablo, claro, de Titanic, de James Cameron). 2012 es la mejor película de Roland Emmerich. El director alemán de algunos de los blockbusters más insufribles, podríamos decir, es casi un auteur. La mayoría de sus películas involucran a gente común viviendo situaciones extraordinarias. Algo así como un Spielberg bastante mediocre. Basta recordar sino el megabodrio que era El día después de mañana o Godzilla para dar prueba de ello. En el medio de las historias, hay siempre constantes: pasión por destruir rascacielos y edificios históricos, personajes que deben superar las pruebas para superar distintas dificultades personales. Ya sea reunir a la familia, volver con su antigua pareja, etc. El problema de los films pasados de Roland Emmerich, es que, en primer lugar, los guiones son pésimos. Ok, no digamos guiones. Los diálogos y las resoluciones, son lamentables. Incluso, como si la impronta de su cine no fuera suficiente, abunda un claro amor por la nación norteamericana. Está bien, el hombre destruye al país entero. Pero si alguien tiene dudas, basta la frase de 2012, donde al enterarse que el presidente de los EEUU se queda en su país a soportar la catástrofe, un científico agrega "El capitán se hunde con su nave". La nave, no son los EEUU, sino el mundo entero. Que quede claro: El presidente de EEUU, es el presidente del mundo. Ahora, Roland cambió de libretista (rareza: el mismo criminal de 10.000 a.C) y las cosas están un poco (o mucho) mejor. No sólo porque los diálogos no son (tan) malos, sino porque además, el pastiche CGI termina por transformar a la película en un pulp, si se quiere, disfrutable. Es una de esas películas malas que uno más o menos disfruta. Por ejemplo, ahora en el protagónico está John Cusack, alguien que, por fin, tiene carisma. Ok, Danny Glover es un plomazo, pero veamos el lado bueno. El disparate de personajes de esta película, hace que pareza un cómic barato. Y eso también pasa con algunas secuencias de la película, por primera vez, el director hace algo con nervio. Parece, casi, un jueguito que nos invita a ser parte de él, y (sin intención, tal vez) se vuelca por el absurdo. Porque digamos, que se arme un volcán gigante en medio del parque del oso Yogi, y que escapen en una casa rodante mientras Woody Harrelson (por su personaje, no deberían quedar dudas de que la película se toma a sí misma para la comedia) vocifera por radio (ah sí, porque el mundo se acaba, pero las líneas de teléfono, radio y TV, siguen como si nada) sobre el fin del mundo. El delirio es tan grande, que lo aceptamos, y bueno, lo disfrutamos. Hay incluso, un acierto estético: el color saturado de la fotografía de la película la hace parecer más, un nuevo clásico, tal como esos viejos seriales de los que, claro, se inspiró Spielberg. Aún con una buena factura técnica (más que nada los efectos visuales, que seguro cosecharán una nominación al Oscar), 2012 es muy larga. Emmerich comete el error de tratar de que esta sea una obra épica, memorable (y claro, ahora destruye el planeta) y termina por socabar las buenas intenciones con las que construyó el primer tercio de película. Salvo eso, la película, es, repito, uno de esos (¿sanos?) placeres culpables.
2012 está basada en las creencias populares generadas por el calendario maya, en donde los astrónomos indígenas habían previsto el fin de los tiempos en el año antes mencionado. Fin de los tiempos (o de los ciclos del calendario maya) no necesariamente significa apocalipsis; para los mayas era la visión del final de una etapa y el comienzo de un nuevo estadío para la humanidad. Mientras que muchos han visto el tema como la elevación del hombre a un nuevo nivel de conciencia - una creencia New Age que sería el equivalente a la Era de Acuario -, otros tantos se han volcado por un enfoque decididamente pesimista. Quizás en el hombre haya un deseo inconsciente sobre la necesidad de explicitar una fecha de vencimiento para su raza, lo que lo ha llevado a la búsqueda constante de poner una fecha tras otra al fin del mundo. Cuando no fue el cometa Halley, fueron las profecías de Nostradamus, el efecto del año 2000 en las computadoras, el nuevo milenio, el año 2008... y ahora el 2012. Y cuando pasemos el 2012, no faltará algún idiota que desentierre las leyendas de mongochito y diga que el mundo se acaba en el 2020 (u otro año a elección y relativamente alejado, así nos da tiempo para comprar libros de los autores apocalípticos de turno). Con la idea de prenderse a la movida de turno, Roland Emmerich ha decidido crear un filme exploitation de cine catástrofe. Si uno considera las atroces características del género - ensamble de actores conocidos; pequeñas historias personales que son mediocres, no le interesan a nadie y sólo sirven para identificar quién vive y quien muere en la hecatombe de turno; 10 minutos de efectos especiales después de 90 minutos de bofe dramático -, Emmerich ha creado la mejor película de cine catástrofe de todos los tiempos. No sólo contiene como 20 cataclismos (que podrían haber dado pie cada uno a su propia película), sino que masacra a miles de millones de personas de la manera más divertida. Oh, si: 2012 es abominable científicamente y en sus intenciones exploitation, pero es entretenimiento puro. La mejor movida que ha hecho Roland Emmerich desde Dia de la Independencia es haber puesto a su socio y guionista Dean Devlin en el congelador, y haberse buscado libretistas como la gente. Eso no quita de que Emmerich siga generando filmes con mayor o menor grado de atrocidad - como 10.000 BC -, pero al menos los diálogos resultan cada vez más tolerables. Acá el socio de turno es Harald Kloser que participara, además de la aventura cavernícola del alemán, en otros filmes pasables como El Día Después de Mañana y Alien vs Depredador. Y, sinceramente, el resultado final es mucho mejor de lo esperado. En sí 2012 cumple con todas las premisas del género. Hay un montón de caras conocidas que aportan su solvencia para decir parlamentos que son ridículos en lo científico y regulares en lo dramático. Hay una amenaza global que es tan disparatada que es imposible tomársela en serio - y que me recuerda a otro filme tonto y muy divertido como era The Core -. De allí en más Emmerich se pone a full, repartiendo el tiempo entre un 20% de diálogos pasables y un 80% de soberbios efectos especiales. Oh, si: cuando tiene que poner la carne en el asador, el alemán no escatima en recursos ni en pisar los tabúes más sagrados de los puritanos yanquis. Cuando en una de sus tantas huídas el avión de John Cusack debe atravesar la ciudad de Los Angeles, lo hace entre dos mil toneladas de edificios que se deshacen con miles de personas volando por los aires. Si este no es un tratamiento de shock para los traumados por el efecto del 11 de setiembre del 2001, sinceramente no sé qué es. Hay dos cosas que convierten a 2012 en el rey del género de cine catástrofe: por un lado, el libreto no se ensalza con situaciones dramáticas de stock. Cada vez que hay una escena emotiva - el reencuentro de Cusack con su familia; la despedida de George Segal de su hijo radicado en Japón -, es abruptamente cortada por un tsunami o un gigantesco terremoto antes de que la gente empiece hablar idioteces. Lo otro es que el exterminio de la humanidad nunca fue tan divertido. La destrucción está coreografiada en todo su esplendor, y es donde Emmerich despliega lo mejor de su talento. Desde la explosión del parque Yellowstone - al demonio con el oso Yogui!! - hasta tsunamis arrasando el Tibet (entre otra parva de cataclismos) se ven impresionantes y están filmadas con nervio. Para que tengan una idea, mientras que La Aventura del Poseidón nos hacía comer 90 minutos de basura dramática para poder ver un crucero dando una vuelta de campana, aquí Emmerich lo despacha en cinco minutos y al poco tiempo tenemos otra catástrofe en puerta. En sí, lo que ha hecho Emmerich no es sino una adaptación no oficial de Cuando los Mundos Chocan. Quiten el planeta de turno que va a chocar contra la Tierra, y el argumento es el mismo. Oliver Platt viene a jugar el papel de John Hoyt en el filme original de George Pal, pero tampoco es un tipo demasiado perverso o malo como para tildarle el rol de villano - a lo sumo es un desesperado y pragmático que busca salvar su pellejo poniéndose en primer lugar en la fila -. Quizás el detalle más relevante de esta nueva versión no oficial, es que no hay discursos heroicos ni justicieros. El plan de salvataje lo arman las naciones más ricas del planeta en secreto; el resto, que se embrome. No hay lotería por los cupos (Danny Glover lo menciona en un momento, como para que no queden dudas de que Emmerich se inspiró en el filme de 1951) ni elección de los más capaces, bonitos y fuertes. Los sobrevivientes de turno son políticos y millonarios, asi que todos los que estamos en la clase media para abajo estamos condenados. Tampoco publicitan el proyecto, así pueden escaparse en silencio y sin que reine la anarquía. El futuro de la humanidad reside en un grupo de egoístas millonarios del primer mundo; el resto, que explote. Pero aún con toda su agenda políticamente incorrecta, 2012 es un descerebre más que entretenido. Es un espectáculo pochoclero divertido y tan atroz que resulta imposible salir del cine pensando que ese va a ser el terrible fin de la humanidad de aquí a unos años. Es tan exagerada que resulta camp, y es enormemente amena.
Wiii, volvió Roland Emmerich a lo que mejor le sale. Para explicarme mejor, desde 'ID4' hasta acá (exceptuando '10000 BC' ) este alemán hollywoodizado ha hecho películas con varios elementos reconocibles: mucha destrucción, la exaltación de los USA como potencia que lidera/salva al resto del mundo (todavía intentó entender como hicieron los africanos con lanzas que muestran en 'ID4' para derribar a la nave), el propio presidente con algún papel importante y sobre todo los protagonistas zafando siempre por un pelo. Si, 'El patriota' es una excepción pero también te muestra la bandera estadounidense a cada rato. Ojo, igual todo bien con el tipo, más allá del propagandismo sus pelis suelen ser divertidas y aseguran un buen rato de pochoclo. De hecho '2012' dura más de dos horas que se pasan como si nada. Es un placer ver como las ciudades y todo el resto del mundo se viene abajo en temblores y maremotos. Es el film ideal para no cuestionar demasiado (¿como hacen Cusack y su familia para zafar justo? El suelo se hunde siempre un centímetro detrás de ellos pero nunca donde están parados) y disfrutar del espectáculo visual que es donde están todas las pilas. El reparto es decente pero los roles están llenos de cliches; tenemos el fracasado que se lleva mal con la familia y tiene la oportunidad de redimirse como un heroe (John Cusack, que todos sabemos que es un actor excelente pero también tiene que pagar la cuenta de luz), el loco de las conspiraciones -gran papel de Woody Harrelson, lastima que aparece poco-, el científico que descubre todo (Chiwetel Ejiofor), el que intenta manipular las cosas para sacar ventaja (Oliver Platt siempre haciendo de garca) y por supuesto, el honorable presidente (Danny Glover), que nunca es corrupto ni cobarde ni transpira una gota. Eso si, como es una pelicula con mucha destrucción, el mandatario es de color, igual que en 'Impacto profundo'. Moraleja: si se acaba el mundo durante el gobierno de Obama, Hollywood nos lo advirtió. Ah, y sin duda lo más importante: un montón de gente murió, todo quedo bajo el agua pero la hija del protagonista aprendió a no usar pañales. Maravilloso. En conclusión , entretenimiento bien hueco y con receta pero divertido al fin. Y mucho.
Hola, ¿cómo estás? Te llamaba para despedirme porque parece que el mundo se está acabando… Los films que exponen catastróficos resultados sobre el planeta Tierra suelen lucir notables quiebres en relación a vínculos afectivos que culminan por estructurar vaivenes emotivos de los más diversos: al goce producido por la espectacularidad del impacto de las imágenes de un mundo moribundo y terminal o, en algunos casos, de mutación caótica (2012, como El día después de mañana, se inscribe en el terreno del cambio) se le suele anexar un sentimentalismo obsceno que convierte a este tipo de películas, más allá de todo asombro producido por la animación digital contemporánea, en un exponente digno de ser pensado (perdón Barthes) como una serie de fragmentos de un discurso amoroso. Es que dentro del cataclismo que se hace presente sin pedir permiso alguno, y más allá del juego eterno de las ficciones cinematográficas que se valen de las advertencias científicas del desastre ecológico y las mitologías religiosas de culturas milenarias, las películas de catástrofes a nivel global suelen intercalar la acción vertiginosa de la supervivencia de un grupo determinado con diálogos y momentos intimistas repletos de gestos suaves y lacrimógenos de despedida: la inevitable esencia diminuta del hombre frente a la ya renombrada y temible furia de la naturaleza hace que todo inicio del fin de un mundo establecido se desarrolle, en ocasiones, mediante conmovedoras instancias melodramáticas que pueden representar la muerte heroica de un personaje en soledad (nunca falta un mártir en este tipo de films) hasta describir con énfasis los infortunios de un núcleo familiar o grupo de compañeros formado acorde a las circunstancias. La película del director Roland Emmerich (ya que estamos: responsable de catástrofes como 10.000 BC, El día después de mañana, El patriota, Godzilla y Día de la independencia) se estructura a partir de un ida y vuelta entre lo que puede concebirse como pequeñas y angustiantes escenas de despedida y grandilocuentes secuencias de desastrosos y asombrosos resultados: a los llamados telefónicos entre hijos y padres que buscan unas palabras finales frente al apocalipsis (hay varios, y todos ellos emotivamente detestables) le suceden y anteceden escenas muy bien elaboradas gracias al uso de la animación digital que no tienen otra función más que divertir y convertir al cine en puro espectáculo. O, en todo caso, en una más que decente espectacularización de las imágenes pertenecientes al género catástrofe: allí están los que intentan sobrevivir, guiados por un hombre que ha sido, evidentemente, tocado por la varita mágica y cuya suerte lo hace indestructible (a él y a su familia, claro). Como si de un superhombre se tratase, Jackson Curtis (el todoterreno John Cusack), es el protagonista central de los mejores momentos del film de Emmerich: escapando sobre un automóvil de un terremoto inimaginable en las mediciones de cualquier escala de Richter, alejándose mediante una corrida olímpica de un volcán que ha entrado en erupción y cuyas dimensiones son imposibles de determinar, hasta llegar a instancias en donde el hombre se calza el traje de Aquaman y, al mejor estilo de esos films que hacen de la catástrofe central una furibunda invasión acuosa en lugares reducidos para que las víctimas encuentren la muerte como ratas (vean Poseidón o Titanic en alguna de sus numerosas versiones), logra salvar el día. Es por eso que este hombre nada tiene que envidiarle, por ejemplo, al Ray Ferrier de la última Guerra de los mundos (ambos intocables y ambos ex – hombres de familia). Este protagonista, Jackson Curtis, como también aquel otro, Ray Ferrier, soportan el cambio o el declive de un mundo (ya sea por causas naturales o alienígenas) junto a sus seres queridos, ya que un numeroso grupo de personas sirve, en la mayor parte de este tipo de films de género, como disparador de emociones diversas. Y 2012 se vale de esas emociones en determinados fragmentos, pasajes, escenas: el odio, el amor, la angustia, el pánico y demás sentimientos afloran en varios discursos de manera extrema, pero el sentimiento que más se evidencia es el del amor, por más que sea representado de manera chata, previsible y acartonada a través de las palabras. De esta manera, a Emmerich le alcanza con unos primeros planos de hombres y mujeres sufrientes que se despiden unos a otros, y preferentemente por teléfono: ahí vemos a Adrian y a su padre, al presidente de los Estados Unidos (Danny Glover, todo un Obama avejentado) y a su hija, al loco Charlie Frost (un genial Woody Harrelson) y a sus oyentes, al doctor Satnam Tsurutani y a su amigo Adrian, etc. Durante esos momentos, que van conformando una especie de discurso amoroso que atenta contra el ritmo a pura catástrofe que impone el film una vez que el conflicto se desata, la película se resiente y cae en dichos acartonados y acciones vergonzosas como la despedida y las palabras del presidente norteamericano frente a lo inevitable (los presidentes made in USA en los films de Emmerich siempre lucen una impronta de sabiduría y heroicidad aterradora), las imágenes en ralenti que el director emplea sin pudor alguno retratando el dolor y la evacuación de aquellos que no cuentan con posibilidad de escapar a la tragedia y el rostro extasiado y conmovido de algunos de los restantes presidentes al escuchar el discurso valiente de la hija del principal mandatario yanqui. Es en estos momentos que el film decae y deshace todo lo asombroso que elabora a partir de lo que puede pensarse como la mejor de las despedidas. Porque si Emmerich logra sobresalir durante esos pasajes en donde la Tierra se despide a lo grande, con cataclismos diversos como principal fuente energética de lo hiperbólico y catastrófico que se representa en imágenes, por otro lado el director elige la solemnidad de un discurso fragmentado, que busca emocionar y conmover a partir del vínculo amoroso interrumpido por los sucesos trágicos que afronta el mundo. Lamentablemente en el caso de 2012, y como tantos otros del mismo género, este discurso se trata de un habla que paraliza todo ritmo, que trata de conmover sin lograrlo, que detiene el aspecto lúdico del género, que lo entorpece y que, finalmente, lo fragmenta.
Por alguna razón, que ahora no recuerdo, no ví "2012" en el momento que se estrenó, así que hace unos días fui a verla, y de paso conocí los cines del Dot Baires Shopping. Sin dudas, "2012" es una película del llamado "cine catástrofe", que tiene como único objetivo entretener al espectador por medio de explosiones, desastres naturales, maremotos, etc. Realmente lo logra, y de hecho logra mantener el ritmo durante casi 3 horas, lo cual es muy bueno. Es una película para ver en el cine, creo que verla en dvd le saca muchísimo, porque al ser una película que se basa en efectos especiales, verla en la pantalla chica, no tiene demasiado sentido, porque la idea es apreciar todos los efectos visuales, y sonoros, en la pantalla grande. La trama no es algo que sorprenda demasiado, sigue más o menos la misma línea que las películas de este género, así que por ese lado, no esperen mucho. "2012" es una película hiper pochoclera, para disfrutar en la pantalla grande, y que deben ver para saber si se viene el fin del mundo o no.
A esta altura, no se puede mentir. Es sabido que uno antes de ver una película se forma un preconcepto de ella, de ahí que haya determinadas películas que uno elije ver y otras que no. Esto sucede siempre, o casi siempre, y sucede tanto para un espectador común y corriente, como para alguien que vive de escribir críticas de películas. Bueno, tenemos 2012. Otra película de ese particular subgénero denominado “cine catástrofe”. Otra película de Roland Emmerich. O, deberíamos decir, otra de “cine catástrofe” de Roland Emmerich, que es más o menos lo mismo, porque el concepto que tenemos de Emmerich está formado casi exclusivamente por películas de este tipo. Bueno, ok, tenemos 2012, una película que, antes de verla, sabemos que va a tener muchos efectos, que va a ser invariablemente larga, y que, en el mejor de los casos, será entretenida, aunque esto último no lo esperamos tanto, al menos si nos atenemos a los últimos bodrios que estuvo entregando este director alemán. Bueno, 2012 entretiene. Sí, esta vez no aburre, por lo menos no aburre una vez que se mete de lleno en la acción y empieza a limpiar todo vestigio de importancia. En la primera mitad de la película convive tanto la petulante solemnidad, elemento tradicional en estas larguísimas películas de Emmerich, con la parodia, lo que más sorprende de 2012. Si vemos a una pareja en un supermercado, el hombre le dice a la mujer (que ya sabemos que es la ex del personaje de John Cusack) “creo que algo nos está separando” y, acto seguido, el piso se parte en dos, quedando uno de cada lado, sabemos que estamos ante una parodia. Inevitable no reirse con frases como esa, o como con la épica y bushística “El mundo, tal como lo conocemos, ha llegado a su fin”, pronunciado por el presidente interpretado por Danny Glover (sí, otra vez un presidente negro y, bien en la tradición ideológica de Emmerich, tan honorable como patriota hasta la médula). O con el personaje de Woody Harrelson, tan estereotípico como absurdo, o con la frase “We need a bigger plane” (“Necesitaremos un avión más grande”), parafraseando el “We need a bigger boat” (“Necesitaremos un bote más grande”), de Tiburón, uno de los mejores clásicos del cine catástrofe. Si algo hace que la película no aburra antes de tiempo es su apelación a la parodia de los elementos más obvios de este género, metiendo todos los tópicos juntos en un tanque capaz de soportar todos esos tópicos y muchos más. Una vez que nos sorprende la parodia, ya podemos adivinar que eso no se podrá sostener en toda la película, por más inverosimilitud esparcida en la segunda mitad. Lo inverosímil no va pegado a la parodia, muchas veces es sólo inverosímil, y esto es lo que es una vez que Emmerich decide abandonar los chistes y tomarse la historia en serio. Ahí la película empieza a cumplir con lo que promete de entrada, y entretiene gracias a una propuesta que, obviamente, privilegia más la acumulación de efectos especiales de primer nivel que las dimensiones psicológicas de sus personajes o los conflictos cotidianos que atraviesan estos, elementos que Emmerich se empecina en hacer que no le importen a nadie. Y 2012 entretiene, pero por más efectos sorprendentes que tenga, Emmerich se olvida de hacer algo relevante con el género, después de haber cometido la audacia de reírse en la primera mitad de los tópicos que él mismo se ocupó de promover en toda su carrera. Sencillamente abandona la inclinación hacia la comedia, y al no tener los cojones para seguir riéndose del género hasta el final, frena a mitad del camino, da media vuelta, y continúa hasta el final por la ruta más previsible por la que puede transitar el cine catástrofe (incluyendo los aspectos más recalcitrantemente conservadores de las películas de Emmerich). Cuando 2012 amagaba a ser algo distinto, algo capaz de reflexionar sobre sus propias formas, termina mostrándose como lo mismo de siempre. Otra vez sopa.
2012 de Roland Emmerich será uno de los éxitos de la temporada. Pero en la película no hay solamente muchos millones y muchos efectos. Emmerich (que con El día después de mañana había demostrado saber narrar además de hacer explotar cosas) arma un espectáculo de proporciones gigantescas en el que la sensatez de cualquier clase se pierde desde los primeros minutos. 2012 es una película vibrante, ESPECTACULAR (así, con mayúsculas) y que choca y se abolla contra cualquier ridiculez, pero sigue adelante. Emmerich no teme hacer cine BESTIAL y descarado, sin sutilezas pero con todo el poder de seducción del que tiene habilidad para hacer malabarismo con coches, cruceros, aviones y hasta continentes enteros. Por su parte, el gran John Cusack nos hace creer cualquier disparate. Y Woody Harrelson demuestra, una vez más, que los personajes de lucidez chiflada son su especialidad. Si puede decirse que Let the Right One In es una muy buena película, de 2012 puede decirse que está muy buena.
Roland Emmerich aporta una vez más una cosmovisión tan complicada como simplista. El mundo será del G-8 Hay que decir que la primera hora de 2012 es bastante decente. Roland Emmerich configura un escenario previo a la destrucción masiva bastante inquietante y, cuando llega el momento de las acciones espectaculares, no defrauda. Hay vértigo, emoción y los efectos especiales funcionan porque impresionan, porque dan cuenta de un mundo colapsando, donde las fuerzas de la naturaleza avasallan al hombre por completo. La escena del terremoto en Los Ángeles y la explosión del volcán son un buen ejemplo: nos creemos como espectadores lo que sucede, Emmerich se mueve adecuadamente dentro de las convenciones del género y consigue sostener un verosímil. Sin embargo, podemos detectar un problema de raíz, ya presente en anteriores filmes del director, como Día de la Independencia y en menor medida El día después de mañana: la excesiva multiplicidad de personajes, no del todo desarrollados, que terminan empantanando la narración. Es cierto que esta característica parece como algo inherente al sub-género “pucha, el mundo de una forma u otra se está yendo al demonio”. Pero tipos como Spielberg, Shyamalan o Wolfgang Petersen supieron tener esto en cuenta y configurar historias –que luego podían tener cualquier otra clase de defectos-, como Guerra de los mundos, Señales o Poseidón, donde el relato se centraba en un núcleo específico humano en determinada situación, con alusiones funcionales –en algunos casos casi en off- al contexto. Emmerich parece no conocer eso llamado “economía de recursos”. La historia va de un lado para el otro, porque el deseo del realizador de El patriota es antes que nada el contar una especie de fresco social sobre la Humanidad. Y esa es la base, la raíz del problema que se desata en la segunda parte de 2012. Roland nació en Alemania, pero parece considerarse una especie de ciudadano del mundo, aunque al estilo norteamericano. Su visión del estado de las cosas, de las relaciones políticas internacionales, del vínculo humano-naturaleza, de las dinámicas familiares y amorosas es, cuando menos, simplista y banal. Y de la simplicidad y banalidad a la irresponsabilidad e incoherencia hay un solo paso, y es muy cortito. En El día después de mañana podíamos apreciar cierta coherencia en el comportamiento de los protagonistas, aún en el caso de los más tontos e irritables. Pero en 2012 todo parece ir en función de una dañina arbitrariedad del guión. Entonces tenemos al funcionario encarnado por Oliver Platt que se lamenta resignado porque su madre va a morir, pero después no le importa para nada el funcionamiento de la instituciones, mostrándose insensible y autoritario; al hijo de John Cusack que le echa en cara que se lleva mejor con su padrastro, pero luego no derrama una lágrima cuando el otro se muere; la ex mujer que vuelve con el protagonista porque sí, porque bueno, en realidad lo amaba; al padre que, porque habla por teléfono con su hijo al que no le da bola hace años, ya se redimió de todas sus macanas; al ruso rico que pasa de ser un egoísta a un tipo piola, luego a un revanchista, luego a un padre sacrificado, sin pausa alguna; etcétera. Pero lo peor llega sobre el final, cuando ya, como espectadores, estamos un poco cansados de dos horas y media de idas y vueltas (¿era necesario tanto tiempo?). Porque a lo que asistimos es a la mirada política de la película. Y la futura sociedad que se propone implica avalar el mismo régimen capitalista que se criticaba al principio, donde los ricos compraban su salvación. En aras del “humanismo”, de la “solidaridad”, se reproduce una estructura de millonarios y pobres -entrando por la ventana- a su servicio. Los presidentes del G-8 se muestran conmovidos y salvan a un puñado de tontuelos que se estaban quedando varados. No importa entonces que hayan ocultado todo, que mintieran, que asesinaran a los que amenazaron con revelar la verdad, que hayan dejado a la deriva a los estados más pobres. Ya todo está fenómeno, total pedimos perdón, tuvimos un gesto piola y conmovedor, y listo, sigamos mirando para adelante, hacia el futuro, que es lo que importa. Ese es el discurso que siempre ha cimentado a los Estados Unidos y su accionar en el exterior, no es una novedad. Tampoco lo es que ese mismo discurso prenda tan fuerte en el resto del mundo. Es que Estados Unidos sigue siendo la aldea global, y Hollywood su mejor vocero.
El mundo se cae a pedazos... El año en el que la Tierra llega a su fin según la civilización maya. Con este punto de partida, el director Roland Emmerich (especializado en catástrofes de todo tipo) construye un relato que fusiona la aventura y las advertencias sobre una Tierra cambiante. En ese aspecto, parece que el público estuviese montado en una atracción de un parque de diversiones de Orlando junto a los protagonistas: un escritor separado (John Cusack), su ex esposa (Amanda Peet), un profeta loco (Woody Harrelson) y un geólogo (Chiwetel Ejiofor) que prevee el peligro que se avecina. En tanto, los mandatarios mundiales (Danny Gover como el Presidente de los Estados Unidos) tienen planes secretos para salvar a los sobrevivientes. Si bien su excesiva duración (153 minutos) le juega en contra, 2012 entrega adrenalina en la mayoría de sus secuencias, recordando a títulos clásicos como Terremoto o La aventura del Poseidón (con una escena casi calcada) y Volcano. Todo está pensado al detalle en esta megaproducción que no escatima gastos y en la que los personajes siempre se salvan raspando. Persecuciones, escapes , la Tierra que se devora todo en segundos y el agua que llega de todas partes, son los ingredientes para sorprender al espectador. El marco escenográfico también aporta lo suyo y juega con la imágen del Cristo Redentor en Río de Janeiro, derrumbándose como si fuera papel, o de la Capilla Sixtina hecha pedazos. El dato curioso: la película no fue pensada para exhibirse en el Imax. Hubiese sido una atracción más.
Nuevamente Emmerich en una pulseada contra la destrucción de la Tierra. En esta, toma la predicción maya de la llegada del Apocalipsis en el año 2012, teoria avalada científicamente gracias a la aparicion de neutrinos gracias a la radiación emitida por el sol, quienes en demasía pueden generar una reaccion nuclear haciendo hervir las aguas a miles de kilómetros bajo tierra y asi, causar extremos cambios climaticos a la altura de tsunamis, terremotos, maremotos, traslado de campos magneticos, polos… Nada que no hayamos visto ya, sino una mezcla de cine catástrofe, si queremos interiorizarnos podriamos abreviar como un collage de Volcano, Terremoto, La Aventura del Poseidon, Armageddon y las anteriores de Emmerich, Dia de la Independencia y El Día Despues del Mañana. En 2012, se toma por alto la religiosidad del evento crucial, otra vez, un departamento del Estado, arma una operación donde veremos el espiritu norteamericano de dar batalla a toda amenaza contra los EEUU, en esto caso contra todo el globo. Por momentos hubiese creido que el director se habia jugado en contra de lo que manifestaba en Dìa de la Independencia llevando al ridiculo ese “espiritu” en una escena donde el mismisimo Presidente de los EEUU se subia a un avion para combatir a la par de sus soldados, aquí, el inicio plantea un mea culpa que se diluye el terminar mostrando todo lo contrario, sino que encima lo potencia. Chiwetel Ejiofor, quien trabajó en Redbelt, el excelente film de Mamet que no llegò a la cartelera porteña, compone al unico personaje destacable dentro de esta superproducción un geólogo que descubre maravillosamente todo que estaría por suceder, con similitudes al cientifico interpretado por Jeff Goldblum en Dia de… Dentro del casting de estrellas venidas a menos en el constante ejemplo de sumarse a un proyecto multimillonario por el solo afan de recolectar unos cuantos dolares, encontramos a actores de talla como John Cusack, alguien que antiguamente no tranzaba con proyectos de esta magnitud, recuerdo haber escuchado de su boca en entrevistas su involucramiento con buenos guiones, de lo contrario no aceptaba propuestas, eran tiempos de City Hall, luego de ella, su mentalidad cambió. Igualmente podriamos mencionar a Thandie Newton y al mismisimo Woody Harrelson, actores que han perdido gran parte de mi respeto. 2012 solo se encarga de mezclarlos en una trama irrisoria para aportar un poco de dramatismo, alguna escena de llanto, emotividad forzada y personajes completamente estereotipados una y otra vez. Uno de los grandes problemas con 2012, es que nos encontramos con un film de efectos y nada mas que eso, efectos que ni siquiera asombran ya, escenas que ya hemos visto copiadas inclusive en films del mismo director, reproducidas y hasta repetidas al menos en tres ocasiones dentro del mismo film, como por ejemplo una huida en avion despegando mientras las pistas se desquebrajan por un sismo. Están tambien aquellos que van a ver este tipo de films solamente por las escenas de efectos, destrucciones, etc, para quienes me atrevo a decir que son contadas, y no mas que aquellas vistas en el trailer. Solo queda por decir que alguna vez hubo un director aleman, que entre sus brazos quizo brindar entretenimiento y lo logró con films menores hasta concretar Stargate, una novedosa propuesta que acercó en los 90’ un cine de entretenimiento familiar perdido a manos de Spielberg y otros, recreó una fantasia que sus nuevos y ostentosos films para las masas no han llegado a tener, espíritu ni osadia tal que, sin una historia por detrás por mas que volemos nuevamente la Casa Blanca, el Obelisco, el Pentagono, la Torre Eiffel, y demas, no valdrán màs que una entrada al aburrimiento.
Definición de obsesión: Se trata de una perturbación anímica producida por una idea fija, que con tenaz persistencia asalta la mente. Y vaya si Emmerich esta obsesionado, desde Dia de la Independencia nos muestra su imaginario de la destrucción de las grandes ciudades. Esa obsesión va mutando en formas , desde amenazas extraterrestres , pasando por el calentamiento global y terminando en cumplimientos de profecías de destrucción del planeta , inundaciones , explosiones , lava , congelamiento , tsunamis , terremotos , huracanes da la sensación que Emmerich busca y va a prueba y error , con un presupuesto ilimitado puede darle rienda suelta a su obsesión y convierte sus películas en festivales de fuegos artificiales , casi no hay historia , o si la hay ( quizás alguna insistencia en tratar la relación entre padres e hijos varones , donde siempre el hijo termina viendo al padre como un héroe) termina siendo un MacGuffin que se utiliza como cáscara para mostrar su apetito por la destrucción. En 2012 ya no hay términos medios , mientras en Dia de la Independencia se destruían las grandes ciudades y en El dia después de mañana la escapatoria era hacia el sur , acá Emmerich no deja salida alguna , pulveriza al mundo sin piedad ( los escapes de John Cusack y familia con la limo o el avión con el mundo , literalmente , cayéndosele en la cabeza son antológicos) y mas alla de la historia como cáscara para mostrar todo el despliegue , se intenta mostrar la ambigüedad del comportamiento humano ante una situación extrema ( mas allá de algunos personajes berretas como el ruso Karpov por ejemplo , gélido e inocuo villano) , destacándose el personaje que interpreta Chiwetel Ejiofor (Adrian Helmsley) típico personaje del cine americano que mantiene el equilibrio entre lo que sabe y lo que cree. Lo peor es como siempre el Emmerich político , no llegando al nivel indignante de Dia de la Independencia ( donde recordemos que el 4 de julio se convertía en el día de la independencia mundial) pero mostrando a un presidente ( Danny Glover , claro , ahora con Obama se puede mostrar un presidente negro , mas allá de la herejía de Deep Impact la década pasada , era algo totalmente prohibido por los estudios) que se inmola con el pueblo y ayuda a una niña a buscar a su padre , pero sin ningún reparo de mandar a asesinar a cualquiera que quisiera contar algo sobre lo que estaba aconteciendo en el mundo , “Daño Colateral” le dicen. Eso si; por un pasaje en el barquito de la salvación se cobrará mil millones de euros. El mundo se termina pero el capitalismo continúa. Salvo algún personaje que lo cuestiona al pasar a nadie parece molestarle y “las empresas privadas que hicieron esto posible” como dice el personaje de Oliver Platt continuaran, aunque el mundo no este allí para contarlo. Volviendo a la obsesión: siempre se hablo del fin del mundo, Virgilio dijo en su momento “El universo, sorprendido y aterrorizado, tiembla por temor de hundirse otra vez en la eterna noche”; hay una extraña añoranza de Emmerich de verlo convertido en realidad, y evidentemente se identifica con el Charlie Frost que interpreta Woody Harrelson; quiere subirse a la montaña mas alta y ver como el mundo se le cae encima.
PLACERES NO CULPABLES 2012 es la nueva película del director de superproducciones Roland Emmerich. Aferrándose con talento al manual más estricto del cine catástrofe, el realizador consigue sorprender, emocionar y mantener al espectador interesado durante todo el metraje con una película imperfecta pero llena de hallazgos. Films como éste parecen haberse convertido en una experiencia tan placentera para los espectadores como molesta para muchos críticos. Existe una expresión muy utilizada en el ámbito de la crítica cinematográfica, llamada "placer culpable", que hace referencia a esa especie de culpa que a veces sentimos cuando nos gusta una película aparentemente tildada como mala. Por mi parte, no coincido en absoluto con los motivos que inspiran una expresión tan poco feliz. Cuando a un espectador o a un experto le gusta una película, le gusta y punto. ¿Por qué habría entonces de sentir culpa? En el caso del "experto", existe un problema extra: la defensa de un film del que otros expertos dicen que es malo, puede dejarlo en una situación complicada frente a sus colegas o los lectores. El cine catástrofe, un género popular como pocos, no pretende complacer a un sector de los espectadores, sino a su gran mayoría; su apuesta es a la taquilla. Es un cine caro pero masivo, un espectáculo grandilocuente que conmueve a multitudes porque trata precisamente sobre multitudes. Notoriamente inverosímil -por suerte-, 2012 es un film de ficción, y no un documental, más allá de sus juguetonas y ridículas bases "científicas". Cuando el crítico norteamericano Andrew Sarris escribió su legendario libro El cine norteamericano, hacía una reflexión en su prólogo que no fue repetida por ningún otro crítico en ningún otro libro importante posterior. Sarris decía que el crítico es un espectador y que, como tal, no puede vivir la experiencia de ver una película como si no fuera una persona "normal" sentada frente a un film. El crítico generalmente evita eso, por miedo a quedar… ¡como si fuera un espectador común! Y la realidad es que lo somos. Además de saber de cine más que el resto de los espectadores (los críticos que saben, claro) y poder interpretar mejor las películas, tenemos la chance de disfrutar más del cine. Sin embargo, el crítico no aprovecha esa posibilidad, el fantasma del cine intelectual reprime al crítico hasta convertirlo en una mera caricatura de su profesión, incapaz de entender, por ejemplo, los códigos del cine catástrofe. Con este comentario no intento decir que los críticos tenemos la obligación de defender cualquier película por el sólo hecho de ser popular, sino simplemente que tenemos que ser capaces de valorar cierto tipo de cine, aunque con ello se pierdan puntos entre los intelectuales. Roland Emmerich, el director de 2012, ha realizado no sólo películas de cine catástrofe, sino catastróficas (nota: este chiste, muy malo por cierto, ha sido por tradición el lugar común de nosotros, los críticos, frente al género. Creo que queda claro, entonces, cuan imaginativos podemos llegar a ser), y no se lo puede comparar seriamente con cineastas de gran espectáculo y talento artístico, como Steven Spielberg, James Cameron o Bong Joon-ho (The Host). Películas como Día de la independencia figuran entre lo menos interesante del cine industrial, Godzilla es una desgracia, Stargate un perfecto bodrio. Bastan estos ejemplos para mostrarme poco fan de Emmerich. Sin embargo, El día después de mañana y 2012 funcionan. Y decir de una película de cine catástrofe que funciona no es un elogio menor. No es un cine sobre adolescentes abúlicos tirados en el fondo de su casa, no es un film sin estructura y filmado entre amigos, es un espectáculo difícil de hacer, complejo, grandilocuente, donde se ponen en juego cientos de resortes del lenguaje cinematográfico. Es la diferencia entre manejar un monopatín y una nave espacial. Claro que hay arte en el cine pequeño y minimalista, pero también puede haberlo en un film de 260 millones de dólares. De hecho no estaríamos aclarando semejante obviedad si no fuera por este desprecio excesivo hacia el cine catástrofe. Y al desprecio le sigue la burla fácil, la crítica a la poco profundidad de los personajes (¿en dónde estudiaron cine los críticos, en dónde aprendieron sobre personajes y drama?), a los lugares comunes del género (¿cuál es la definición de género?) y al exceso de efectos especiales (¿es acaso mejor matar animales reales en lugar de trucarlo, o que no haya decorados, ni música, ni actores profesionales?). Las películas de arte y ensayo, para llamarlas por uno de sus eufemísticos nombres, envejecen a la velocidad que envejece lo moderno que no se convierte en clásico. Que cada uno haga el cine cuya sensibilidad le pide, que cada uno vea el cine que le produce mayor interés, pero no pasemos por alto los méritos de un film como 2012 sólo por ser espectacular, caro, taquillero y divertido. Cuando uno ve 2012 tiene que entregarse a las reglas del género y del film, una cuestión básica para entenderla y/o para escribir la crítica, en el caso de los críticos. A los cuarenta y cinco minutos de película, las promesas de la catástrofe se cumplen y es mérito cinematográfico la manera en la que Emmerich y su equipo las plasman. Más de cinco escenas, por lo menos, dejan la respiración paralizada hasta saber si los protagonistas se escapan o no. ¿No es maravilloso que eso ocurra sabiendo que el que está en riesgo es el protagonista y que recién ahí está el primer punto de giro del film? Esto no lo solemos decir los críticos, pero deberíamos hacerlo: en esos momentos, pude sentir cómo mis pies intentaban aferrarse más al piso y mis manos se tomaban de los apoya brazos. Y no eran golpes de efectos, ya que el film no posee ni un solo plano que busque hacernos saltar de la butaca por la sorpresa. No conforme con esto, a medida que avanza la trama, los grandes dilemas humanos se suceden y, como siempre pasa en el cine catástrofe, comienzan los momentos de genuina emoción, de solidaridad, de sacrificio y de nobleza. Momentos conmovedores, en los que, como espectadores, podemos pensar en nuestra condición humana, en quiénes somos y en qué queremos ser. Como el protagonista del film, autor de una novela demasiada inocente, criticada con dureza, la película no es un profundo retrato psicológico (o más bien, psicoanalítico), sino un despliegue de ideas sobre el ser humano. No es un defecto del film, es la forma que elige el realizador y el género por el que ha optado. Es fantasía, es cine, es una manera espectacular y entretenida de hablar sobre el ser humano. Siempre resuena en mí el siguiente pensamiento de François Truffaut (crítico de cine y cineasta): "Observé que, por definición, los críticos no tienen imaginación y es normal. Un crítico demasiado imaginativo ya no podría ser objetivo. Precisamente la ausencia de esa imaginación es lo que les hace preferir las obras muy sobrias, muy desnudas, las que les dan la sensación de que podrían ser casi sus autores. Por ejemplo, un crítico puede ser capaz de escribir el guión de Ladrones de bicicletas, de Vittorio de Sica, pero no el de Intriga internacional, de Alfred Hitchcock y forzosamente, llega a la conclusión de que Ladrones de bicicletas tiene todos los méritos e Intriga internacional no tiene ninguno". Es hora de que los críticos recuperemos la imaginación y la capacidad de sorprendernos. Cuando eso ocurre, no sólo llegamos a entender mejor las películas, también nos damos el gusto y el permiso de disfrutarlas más (y sin culpas).
Con un despliegue inmesurado de efectos especiales y un trasfondo político que se hace presente en los últimos minutos de este film, "2012" es la quinta película en la que Emmerich le dedica toda su labor al deslumbramiento visual y al olvido de una historia que pueda sostenerse por más de dos horas y media. Según el calendario maya a fines de diciembre del 2012 el fin del mundo acoplará las mentes de los habitantes de la Tierra. Paralelamente a un movimiento secreto para resguardar la humanidad, Jackson y su familia van a hacer todo lo posible por sobrevivir y contar en un futuro esta terrible experiencia.
El director Roland Emmerich siempre encuentra una buena excusa para destruir todo. En "Independence Day" con el ataque de los aliens, en "Godzilla" con el monstruo tipo dinosaurio, en "The Day after Tomorrow" con el cambio climático y en esta ocasión con el tema de los Mayas. Sus películas mantienen un estilo similar y si uno paga la entrada sabe con lo que se va a encontrar. El tipo es un adicto a los efectos especiales y sabe como diseñar excelentes escenas de catástrofe que destruyen ciudades completas. Con esto te llena casi toda una película. A esto sumale un buen elenco de actores reconocidos, un guión malo con algunas historias ridículas de personajes que a nadie le importan (algunos investigadores o físicos, algún presidente y unas cuantas personas comunes) y el resultado es la típica película pochoclera que hace cada un par de años. Lamentablemente no esta a la altura de lograr una combinación interesante de efectos y personajes, como los clásicos de cine catástrofe "The Poseidon Adventure" o "Towering Inferno", pero mas allá de todo, el publico las disfruta por lo que son. El problema que se agrega en este film es su duración. Por mas que a uno le encanten esas escenas donde todo se cae a pedazos, no puede durar 158 minutos!!!!! Sacale tranquilamente 50 minutos y no te afecta nada. Si me baso solo en las escenas de efectos le pondría buena y si me fijo en el resto le pondría mala, así que elijo un punto medio.
La originalidad del director y co-escritor de este film realmente sorprende, porque no sólo ha logrado hacer una película catástrofe única en Hollywood, sino que también esta pieza es singular dentro de las que él mismo ha dirigido. Si usted vio esta película, se dará cuenta al instante que la frase anterior es un completo sarcasmo. ¿Cómo Roland Emmerich pudo copiarse a sí mismo de semejante forma? Y es que no existe una gran diferencia entre esta película y El día después de mañana, por ejemplo. Reconozco lo impactantes y espectaculares que son los efectos especiales, pero no dejan de ser diferentes a los de Independence Day o Trade, en donde el mundo se cae en el lapso de dos horas. 2012 cuenta la historia de cómo el planeta Tierra se destruye, en concordancia con la predicción maya. Pero, como en todas las películas catástrofe, siempre todo comienza en los EEUU. La historia del escritor Jackson Curtis (John Cusack), quien lucha por salvar a toda su familia de este cataclismo, funciona como hilo conductor. Y todo termina como lo habíamos supuesto: un final a lo Hollywood, completamente predecible.
Inundados por el estereotipo y la inverosimilitud. Hay que reconocerlo: en su salsa, Roland Emmerich hace buenas producciones. El problema empieza cuando se quieren interpretar sus historias. Ahí pasa a ser un tipo hasta detestable, con una preocupante obsesión por la destruccción del ser humano (sin detenerse si quiera un segundo en una mínima construcción psicológica que fundamente esa causa), el Apocalípsis, el derrumbe estructural de la Naturaleza, y, por qué no, un desmedido e incomprensible patrioterismo estadounidense (el tipo es alemán). 2012 llega a las salas de todo el mundo como un nuevo concepto del Apocalípsis, ahora visto desde una mirada un poco más abstracta, ya que en todo momento se trata la predicción maya -sobre la ocasional destrucción del mundo- como un argumento irrefutable al que estamos sujetos y no hay escapatoria, siempre y cuando no contemos con la tecnología china que, siempre precabida, guarda unos tanques del tamaño de Guatemala en el interior de una "represa" (a la que nos podemos dirigir en la chata que nos presta el Dalai Lama) que nos resguardará de toda catástrofe. Está demás decir que la película es un disparate de cabo a rabo, y que las actuaciones de John "nunca me llaman" Cusack (Pablo E. Arahuete dixit) y Amanda Peet no colaboran absolutamente en nada para que se revierta esa cuestión. Lo único a lo que debemos atenernos es a presenciar la demolición de los monumentos más representativos del mundo -con la Casa Blanca como el máximum de dicho conglomerado, y, ojo, el Presidente de los Estados Unidos de América (encarnado por Danny "Obama" Glover) como la entidad individual a consideración de la humanidad por excelencia- y un sinfín de escenas cursis e inverosimiles, representadas por un recital hecho y derecho (quizás hasta el más grosero del año) de actuaciones estereotipadas. Cada fotograma se puede advertir unos segundos antes. Todo es tan predecible, que incluso la predicción que propone la trama se puede tomar hasta como una especulación al lado de lo demás. En ese sentido hay que condenar a los guionistas, que no supieron darle vida a un relato que estaba presto a impactar al público, como sucedió en su momento con El día de la Independencia, ya que lo del año 2012 en el calendario maya es algo sabido por todos, incluso por la ciencia astronómica, que anticipa una inversión de los polos para ese año (motivo por el cual todo se va al carajo en la peli de Emmerich). No obstante, estamos ante un despliegue de producción im-pre-sio-nan-te, que hace digno de ver a este filme tan soso e irreparable. De hecho, si no fuera por el apartado técnico, esta película -con todo lo que la compone- se iba derechito a la hoguera, y se postulaba como una de las peores del año. Sin embargo, no hubo un mal desempeño desde los efectos especiales, sino todo lo contrario: estamos ante uno de los más grandes despliegues de CGI que se apreciaron en este 2009, y se olfatea una nominación a los Oscar. Escenas muy buenas como el despegue de la avioneta o la mega erupción del volcán presenciada por el personaje de Woody Harrelson (el único medianamente rescatable del elenco de planos actores), fundamentan este párrafo. Lamentablemente, el todo de dos horas y media que compone 2012 es un "casi-bodrio", solo salvado por el espectacular uso que se le dan a los efectos visuales. En líneas generales es un nuevo capítulo del fetiche de Emmerich por destruir a la especie humana y su hábitat. Eso sí, que Alemania pueda estar en peligro de extinción, ni se menciona... En fin... tal y como lo dice el póster: "Estábamos advertidos".
La inusual actividad solar derretirá el interior de la tierra y todo el mundo será tapado por el agua en el año 2012. Las superpotencias del G8 deciden construir unas gigantescas arcas en el Everest para refugiar a algunos (ricos) que sobrevivirán a la catástrofe. Los primeros en morir ¡somos los argentinos! Mezcla de “El día después de mañana” y “La aventura del Poseidón” la peli esta llena de gente que se despide por teléfono llorando y de alucinantes FX.
COSAS DE LA CIVILIZACION “Hay algo que está sonando, seguro que ya lo oías: la Tierra está sonando con distinta melodía. Ni dioses locos de furia, ni demonios vengativos, ni naves extraterrestres, ni algún cometa perdido. La historia es mucho más clara y tiene también sentido: la Tierra se está quitando de encima al peor enemigo.” Así empieza “Civilización”, una canción de Los Piojos que puede relacionarse con el nuevo film del director Roland Emmerich, especialista en cine catástrofe y fanático de la destrucción masiva, como lo demostró con EL DIA DESPUES DE MAÑANA, DIA DE LA INDEPENDENCIA y GODZILLA. En su nuevo film, utiliza el calendario maya (que llega hasta 2012) como una predicción del fin del mundo: radiación solar, placas tectónicas que chocan y se resquebrajan, tsunamis monumentales… en definitiva, el planeta se va a la mierda y la civilización humana se derrumba (literalmente). En el medio de todo, una familia tratando de sobrevivir. Hay que reconocer que el despliegue visual y los efectos especiales están muy logrados: lo mejor de la película es ver como se desploman los edificios y también como caen los autos y los seres humanos por profundas grietas en el suelo. El nivel de detalle asombra, lo que convierte a 2012 en una película que sólo puede disfrutarse en pantalla grande. Más allá de eso, la película es bastante floja. Tiene una historia simple, con escenas forzadamente emotivas y varios lugares comunes (OJO, SPOILER como el padre divorciado y medio fracasado que después de toda la aventura se convierte en héroe y vuelve a unir a la familia FIN SPOILER). También hay metáforas demasiado elementales (SPOILER como el portaviones destruyendo Washington, en una especie de símbolo antibélico tan evidente que da risa, o la fisura en el techo de la Capilla Sixtina, “separando” a Dios del hombre... puffff FIN SPOILER), personajes muy estereotipados, penosos diálogos efectistas “hechos para el tráiler” (como el “Vamos a necesitar un avión más grande”) y actuaciones tan berretas que parecen salidas de una parodia, como la de Woody Harrelson en su papel de loco/hippie fanático de las conspiraciones. Si a eso le sumamos algunas escenas bastante ridículas (SPOILER como los helicópteros transportando animales hacia las Arcas o la limusina saltando el precipicio FIN SPOILER), bajadas de línea muy explicitas y empalagosos mensajes de esperanza, nos quedamos con una peli pochoclera mediocre, a pesar de tener algunos momentos entretenidos o de tensión. ¿Por qué le siguen dando plata a Emerich para que haga lo mismo? ¿Por qué una película llena de fórmulas ya probadas funciona en la taquilla? ¿Por qué nos gusta pagar para ver como todo lo que conocemos se destruye? Y bue… cosas de la civilización.
VideoComentario (ver link).
No esperaba detenerme alguna vez en 2012. De hecho, no esperaba absolutamente nada de la película, salvo su aporte a la confusión ideológica generalizada, aunque admito que me intrigaba su escala global, el hecho de que hicieran polvo al planeta entero desde la comodidad de una computadora. Y ahora me pregunto, tras asistir a la debacle total, ¿qué le queda al cine por destruir? ¿La vía Láctea? ¿El infinito? ¿Inventarán un nuevo Bing Bang? Mientras se adose espectacularidad al producto, Hollywood no reconocerá límites. Pero los límites existen, empezando por la imagen misma y su capacidad de representar. “En una película como esta, tienes fácilmente un total de un petabyte (un millón de gigas) de información”. Marc Weigert (Supervisor de efectos visuales y co-productor del film). Hay una escena llamativa al comienzo del film, una vez que en la introducción ya se nos informó que se viene el fin del mundo (posta) y no nos queda otra que rezar. La escena transcurre en el Museo del Louvre, cuyo director está al tanto del inminente Apocalipsis y quiere preservar las obras de arte más valiosas, por lo que vemos cómo unos señores guardan La Gioconda original en una caja de seguridad y colocan una réplica del cuadro en la pared del museo. “La diferencia sólo se detecta con un análisis infrarrojo”, le dice una especialista al director, a lo que él responde: “Pero sigue siendo falsa”. La cámara entonces se acerca a la boca de la Mona Lisa, detalle que el montaje empalma de golpe con el cartel que anuncia el título del film, 2012, en número gigantes. De la imagen a lo visual. De un emblema de la pintura, esa sonrisa ambigua que aún hoy nos estremece, pasamos a la apoteosis digital, tan monumental y delirante como hueca y olvidable. Efímera y tranquilizadora. Es que ya no hay imagen, no hay interpelación, no hay un más allá de la pantalla que reclame nuestra mirada. Serge Daney diferenciaba la imagen, aquella que todavía se apoya en una experiencia de visión, de lo visual, que es la verificación óptica de un procedimiento de poder y sólo estimula lecturas unívocas. “Lo visual concierne al nervio óptico pero, aún así, no es una imagen” (1), aclara Daney. No asombra ver, por ejemplo, cómo se desmorona la estatua del Cristo Rendentor cuando antes nos enrostraron una y cien veces que la maqueta virtual todo lo puede. Los desastres se anulan mutuamente a la hora del impacto. El ojo apenas cumple un trámite burocrático. Todo está tomado de lejos, bien lejos, desde las alturas, porque para el catastrofismo paisajista el ser humano es un píxel y sólo importan los monumentos que sintetizan la desaparición de cada país. Emmerich no reniega de este cine falso, tal como parece asumirlo en la escena del Louvre. Al fin y al cabo, el cine es artificio, es símbolo, es la plataforma para comunicar un mensaje, si el creador así lo desea. La cuestión, como siempre, es qué se hace con estas premisas estéticas. “Primero los atraes con el humor, y luego los hacés pensar”, asegura el personaje del loco fanático del vaticinio maya, mientras muestra un video casero que armó para explicar la hecatombe en su blog (ese corto es mejor que la película toda). Estas notas autoconscientes, al menos en la primera parte, ayudan a navegar la superficie de 2012 sin demandar mayores verosímiles, esperando que el film en algún punto se rebele y a la vez revele alguna idea interesante, algún gesto de preocupación por el estado de las cosas, algo medianamente cercano a lo humano. Pero se trata de ilusiones vanas, rémoras de otras grandes películas del género que sí nos hicieron pensar y emocionarnos. “Corremos el peligro de destruirnos como raza. Mis films son un aviso contra eso.” Roland Emmerich El protagonista se reconcilia con su ex esposa y toda la familia se salva (previa eliminación cruel y canallesca del segundo marido de la mujer: la peor jugada del film). El presidente de Estados Unidos se sacrifica por su patria. La hija del presidente y el científico bueno serán lo encargados de reconstruir la sociedad. La dosis de camelo de los discursos humanistas es tan elevada que llega a rozar lo kitsch. Están todos los clichés y no tiene demasiado sentido indignarse por ellos. Pero 2012 intenta además pasar por cínica, blanqueando de entrada que sólo los más ricos de la Tierra podrán comprar su supervivencia. Otra vez le ponemos fichas a Emmerich, creyendo que desde el cinismo pretende cuestionar nuestra situación actual. Otra quimera. Nada de nuestro presente nutre la narración de 2012. Llegamos entonces al punto que me resultó más desconcertante del camino publicitario de la película. Logró colarse en los medios como “otra reflexión sobre el cambio climático”, y hasta llegué a escuchar que “Emmerich es ecologista”. Es cierto que su film El día después de mañana transitaba esa senda (con mucha ligereza científica), pero en 2012 no hay ninguna referencia a la devastación de la naturaleza perpetrada por el hombre. Repito: no hay ninguna alusión a la realidad que permita detectar que los personajes habitan el mismo mundo que nosotros, en donde las consecuencias del calentamiento global son concretas desde hace años. En el film la culpa la tiene el Sol, porque hace hervir el núcleo del planeta y las placas terrestres comienzan a fragmentarse, desplazarse y hundirse, generando un dominó de terremotos y tsunamis. Esto lo alertaron los mayas hace siglos. Es decir: para qué evaluar la acción del hombre, si el fin del mundo estaba anunciado y fechado de todas formas. El Apocalipsis llega como una fatalidad repentina. Y dado que 2012 no construye una realidad propia creíble con la que podamos identificarnos mínimamente, se disipa cualquier dialéctica entre el drama y la autoconsciencia o la ironía. Salvo exhibir el salvajismo que nace de la desesperación, la película nada dice sobre la responsabilidad que le cabe a la especie en la explotación de la Tierra. “Las películas reflejan angustias extendidas en todo el mundo y sirven para aliviarlas. Inculcan una extraña apatía respecto de los procesos de irradiación, contaminación y destrucción que, personalmente, encuentro obsesionantes y deprimentes. El ingenuo nivel de las películas modera hábilmente su poder de alteridad, de alienidad, respecto de lo groseramente familiar”. Susan Sontag (2) 2012 es un producto hipócrita, pero eso no sorprende. Lo que despierta cierta amargura es constatar una vez más el retroceso del género en comparación con los ’70: aun sin el amparo de la arquitectura digital, aquellas películas eran mejores porque sencillamente eran más honestas (bueno, tal vez todo el cine industrial lo era). Muchos recordarán la taquillera Infierno en la torre, de John Guillermin, estrenada en 1974 (la tengo fresca porque la vi hace unos días). Un rascacielos sufre un incendio el mismo día de su inauguración. En este film los cuerpos sí se exponen al fuego, al horror, a la muerte. Las imágenes vibran, sudan, tienen profundidad, aunque no siempre sean perfectas. La causa del siniestro es un error humano derivado de ambiciones y estafas, y todo esto se explica sin vueltas: la ostentación capitalista desmesurada conduce a la tragedia, igual que en el Titanic. Pero es la carnadura de los personajes lo que aporta verdadera perspectiva al drama. Al final del relato, el jefe de bomberos (Steve McQueen, extraordinario) le dice al arquitecto que diseñó la torre (Paul Newman): “Algún día, morirán 10 mil personas en una de esas ratoneras. Y yo tragaré humo y sacaré cadáveres...hasta que nos consulten cómo construirlos.” El cine catástrofe de buena cepa sabe ser a la vez espectacular y crítico. Tener además el don de la premonición es exclusivo de unos pocos: aquellos que mejor miran a su alrededor. Y se hacen cargo. Citas: 1- Serge Daney, “Antes y después de la imagen”, en Cine, arte del presente. (Ed. Santiago Arcos) 2- Susan Sontag, "La imaginación del desastre", en Contra la interpretación. (Ed. Paidós)
EL DESASTRE, EN TODO SENTIDO Roland Emmerich sigue apostando a una fórmula propia archiconocida, suscribiendo al subgénero del cine catástrofe. La receta a la que se está haciendo referencia es aquélla en la que un fenómeno natural o extraterrestre o desconocido ataca a la sociedad, y ésta, representada por un puñado de seres que protagonizan la historia y responden a diversas clases sociales, realidades y conflictos diferentes, debe hacerle frente al ataque y salvarse como pueda. Ya lo veíamos en “Día de la Independencia” (1996, 145 minutos), en la que una nave alienígena llega a la Tierra (más precisamente a USA) en la víspera del 4 de julio, y gente de lo más variada debe unir sus esfuerzos para salvar el planeta. Ya lo veíamos en “Godzilla” (1998, 139 minutos), en la que se origina la aparición en el océano de un reptil mutante, de poderosas dimensiones, que se dirige con rumbo fijo a Nueva York, en cuyas calles va a causar más de un estrago. Y también lo veíamos en “El día después de mañana” (2004, 124 minutos), donde las irresponsabilidades humanas desencadenan una catástrofe climática, provocando huracanes, tormentas y todo tipo de fenómenos sobre todo el mundo. Todas estas creaciones de Emmerich tienen la misma estructura, donde todo comienza en calma, luego el desastre se cierne lentamente sobre la sociedad, hasta estallar y producir el caos total, para luego llegar a un nuevo estado de las cosas más reposado, con una nueva realidad. “2012” repite esta misma estructura, concibiendo, tal vez, un sello Emmerich, en donde claramente prima el efecto especial antes que un guión digno. Lamentablemente el enfoque siempre es el mismo, impidiendo que se profundice en determinadas cuestiones sociales o políticas, o al menos en personajes con conflictos concretos que deban ser resueltos. En este caso, el mundo es devastado por el cataclismo predicho por el calendario Maya en el año 2012, antes del 21 de diciembre, dejando a los sobrevivientes luchando por sus vidas. Entre ellos está Jackson Curtis (John Cusack), un escritor divorciado que quiere proteger a su ex esposa (Amanda Peet) y a sus pequeños hijos. Entre las catástrofes de la película están la destrucción de la Capilla del Vaticano, la devastación de Washington por un maremoto, la ciudad de Nueva York hundida bajo el agua y el derrumbamiento del Cristo Redentor en Río de Janeiro, a causa de un terremoto. Además de esta familia protagónica, está el séquito que rodea al presidente de los EEUU, un grupo de científicos investigadores del caso y algunos más. Muchos de los personajes co-protagónicos adquieren un perfil heroico cuando la propia muerte se avecina, en donde se los ve hacerle frente con estoicismo y enorme valor a una gigantesca e inevitable ola marina, o a un edificio que se les viene encima o a un auto que se los va a llevar por delante en segundos. Ninguno de estos vocifera de terror frente a tan temible situación (sí lo hacen los demás, aquella masa indefinida de gente que corre por su vida). No faltan los momentos ultra tensos, en los que la familia se juega la vida, encerrada en un espacio que se está llenando de agua y que los ahogará en breves minutos. Eso sí (y aquí viene lo ridículo): antes de ir volando a buscar la salida que pueda salvarlos, con el agua hasta el cuello, les queda tiempo para reflexionar sobre cuánto se quieren y recapacitar sobre lo que hicieron mal, redimiéndose de sus pecados… “¡¡¡ANDÁ A ABRIR LA COMPUERTA QUE SE AHOGAN!!!”. Pero bueno, no nos escuchan desde la platea. También, ya sea a bordo de una limusina, o un automóvil, o una avioneta, todos indestructibles, los protagonistas tienen la suerte de que el mundo se derrumbe, se destruya y se desplome detrás de ellos, no delante, por lo que la huída siempre es efectiva, aunque peligrosa y hasta divertida. De esta manera, siempre los sitúa en momentos límite tan extremados que, obviamente, el efecto dramático se evapora y da paso al espectáculo más hilarante. Será por eso que, llegando al final, cuando la calma se reestablece, nuestros protagonistas están, incluso, mejor que cuando empezó la película, ya que no parece haber huellas ni físicas en sus cuerpos y rostros, ni emocionales en su corazón, porque pueden animarse a sonreírle a la vida, a pesar de haber visto la muerte muy de cerca, y de personas muy cercanas a ellos. Todo ello (y mucho más, lamentablemente) coexiste sostenido por un guión flojísimo e inútil, que ensombrece las monumentales virtudes visuales de la cinta, alargando las peripecias de los personajes durante excesivos 158 minutos de duración, constituyendo uno de sus filmes más largos de su filmografía, y más malos también. Aunque “Godzilla” sigue siendo indestructible…
El verdadero fin del mundo. Una vez más, de la mano de Roland Emmerich, se vino el fin del mundo. Pero esta vez al parecer va en serio. Cumpliendo (casi) con el calendario maya que pronostica la alineación de la tierra con el centro de la galaxia, se extiende el guion e historia principal de esta, particularmente gastada, película. Una serie de sucesos darán a conocer este avenimiento del hecho concreto, que desatara terremotos, maremotos, movimientos de placas tectónicas y el hundimiento o inundación de la gran parte de la tierra. Un problema pequeño. “¿Qué hará la humanidad para salvarse?” seria la pregunta adecuada, pero la verdadera pregunta del millón es ¿Dónde están las salidas de emergencia de esta sala? Sin dudas Roland Emmerich tiene una fijación con la destrucción de la raza humana. Ya lo vimos en sus producciones anteriores (Como puede ser “Independence Day”), que sus tramas cumplen una receta. Tomamos una escena cotidiana de la vida normal, mientras paralelamente se hace un gran descubrimiento, que terminara siendo el fin de la raza humana, o por lo menos potencialmente hablando. Mientras uno u otro suceden, te muestra cómo se desarrolla el otro por separado, y así sigue, hasta que se cruzan ambas historias (prácticamente en minutos, en cada entrega vemos como esto es más rápido), y se desata el conflicto “final”. Los personajes tienen un que otro latiguillo para funcionar en la pantalla y mismo en la película. Sin mayores profundidades. Está claro, que todo esto es acompañado por la mayor parafernalia y secuencia de imágenes prefabricadas, habidas y por haber en el repertorio de Emmerich. En fin, más de lo mismo. 2 Tipica escena de Roland, con la tipica corrida y con el tipico fondo apocaliptico. ¡Vamos! No sos vos, soy yo. Seguramente, como debatimos en el mini-podcast de estrenos “2012” no era una película a tener en cuenta por su profundidad y racionalidad a la hora de contar una historia o diagramar el guion. Obviamente nadie esperaba eso, y la mayoría de la gente va a mirarla “por los efectos” (una expresión que francamente ya me duele escuchar). Y les digo algo, ¡No lo vale! No señor. Es una tortura tener que bancarse más de 120 minutos de película para ver algo que, sinceramente, lo puedo imaginar mejor. Puedo decirles que uno no ve tampoco lo que quiere ver. Sin duda hay escenas apocalípticas bastante impresionantes, pero no equilibran la balanza. Creo que en esta entrega (ya que bastantes veces hablamos de quiebres en los “géneros”) va a haber un quiebre, pero hacia abajo. La gente ya no puede ir a ver cine simplemente por los FX. Es muy difícil mantener al espectador entretenido hoy en día solo con eso, necesitamos historia, desarrollo de personaje, algo con un poco mas de contenido. En la generalidad si, seguro va a recaudar… ¿Pero será un buen producto? O más importante aún, ¿Les interesa que sea un buen producto o una buena película? Creo que no y las pruebas las tenemos al alcance de la mano, nos basta con comprar un ticket e ingresar a la sala. Por eso es que decimos que hay un quiebre, estas películas van a dejar de funcionar como quizás en su momento funciono “Día de la Independencia” (que es remotamente mejor que “2012” pese a que no me convenza del todo), ya no funcionan así porque se hizo parte integral de la cotidianeidad del cine los FX, y ya no es novedad, no logran algo importante en nuestras sensaciones o sentimientos. Quizás la vuelta de rosca en lo que es “FX” del siglo XXI esta en contar una historia, en el desarrollo, en tener en cuenta al espectador y su mundo. Quizás un buen ejemplo puede ser, salvando distancias astronómicas, “Fantastic Mr. Fox”, en donde, a pesar de muchos, sigue siendo FX el Stop Motion utilizado para contar algo interesante y con contenido. En fin, “2012” en este sentido es un producto hueco, un holograma de las viejas películas que si solo se iban a ver por el gran despliegue de FX, pero hoy dejaron de ser novedad, y si no pueden Photoshopear bien un afiche, ¿Que podemos esperar de un fotograma en la pantalla grande? Podemos esperar el fin del mundo. 1 Escenas de la proxima entrega de Emmerich: "End of the Universe" Problemas Existenciales. ¿Qué buscamos cuando vamos al cine? Respondan con sinceridad. Mucha gente dirá entretención, o pasar el rato de manera amena. Bueno. No vayan a ver “2012”. Lo “entretenido” de la historia sinceramente no alcanza para completar esa falta de guion, de trasfondo. Es mas ni siquiera tomaron puntas interesantísimas en las profecías Mayas como para explotar más el tema y darle más sustento a lo que pasaba. Era un tema como para tratar un poco más subliminalmente, o con alguna bajada de línea sobre la conciencia, pero no, obviamente estábamos esperando demasiado. Volviendo a la pregunta… ¿ Sos un fanático acérrimo de la puesta en escena? Tampoco vayas, te vas a decepcionar bastante. Digamos que prometió y se inflo mucho la película en sí misma, y se olvido de mostrarnos una buena fotografía, una buena puesta en escena de los lugares y de las acciones. No me basta con ver una ola de 600 metros arrasar con el mundo. ¿Donde está la pasión, el sufrimiento, el dolor de la perdida, la melancolía y nostalgia? Es decir, no lo digo de sádico o de descendiente de “HellRaiser”, pero son puntas que uno no puede olvidar cuando trata al fin del mundo como temática central. En fin, mas allá de una o dos escenas “copadas” no vas a ver. La pregunta verdadera es ¿Qué buscan los directores? ¿Que buscan los productores y actores? Es decir, tienen los medios para hacer cada 2 años como mínimo producciones asombrosas, con un presupuesto, recursos y actores monumentales y de proporciones astronómicas. ¿Qué pasa que no lo hacen? ¿O será que nosotros estamos errados y ese tipo de cine funciona en otro lado del mapamundi?… En fin, equivocados o no, necesitamos una historia que seguir, un personaje que sentir, creo que nadie puede sentirse huérfano de director, y seguir pensando que algo vale la pena. Me lleve una gran decepción, no porque esperaba algo, sino porque finalmente cerré mi idea que hay cosas en este sistema de producción que no va más. Ya no hay mas ideas o hay pocas, y si las hay, no llegan. Es tiempo de cambiar la receta Roland. Es tiempo.
Apocalipsis now Una película como 2012 -la última producción del megalómano Roland Emmerich- es una cinta que llevará al cine tanto a ocasionales espectadores ávidos de un poco de entretenimiento de fin de semana, como a los cinéfilos más recalcitrantes, incapaces de contener esos pequeños placeres culposos que ofrece el mainstream de Hollywood. Es así, hay que comulgar con mucha firmeza con los códigos artísticos del séptimo arte para negarse a pispear (aunque sea por curiosidad) estas ultraproducciones hiperpublicitadas, porque cualquier persona que haya ido al menos diez veces en su vida al cine, sabe antes de comprar su entrada con lo que se va a encontrar. 2012 no depara sorpresas, pero esta es una conclusión a la que puede llegarse con facilidad incluso antes de ver la película. El argumento mixtura una antigua profecía maya con la caótica actualidad ambiental del planeta para dar forma a una catástrofe natural tan grande como relajante. El director toma el planeta tierra con ambas manos y juega al fútbol con él durante una temporada entera. Lo destruye, “lo hace pelota” y recién después, recuerda que tiene que hacer una película. El resultado es una cinta trivial, previsible y absolutamente prescindible, pochoclera por antonomasia, pero que al mismo tiempo esta llamada a reventar taquillas y a convertirse en el sueño húmedo de cualquier productor ávido de hacer rebalsar sus arcas. Y es que Emmerich hace las cosas a medida. Su intención es ser eficaz y en ese afán, es exitoso. Se sube a la tendencia y es políticamente correcto, usa un actor negro para encarnar al presidente norteamericano (en “Independence Day” el primer mandatario era un héroe de guerra que no duda en tomar las armas cuando ve en peligro el sueño americano por la amenaza alienigena, una especie de Capitán América encubierto) y a fuerza de fatalidades une la familia disfuncional y castiga al déspota ruso multimillonario y a su capitalismo foráneo, mientras ensalza la tecnocracia china y dispara un discurso moral cursi y empalagoso. El reparto se centra en un insípido John Cusack (¿el heredero natural de Nicolas Cage?) que con sus sobreactuaciones innatas por momentos encaja a la perfección con el desmesurado argumento, y Chiwetel Ejiofor, un buen autor que carga con un papel que cumple correctamente. Unidos por una casualidad que el guión pretende inocentemente transformar en causalidad, llevan adelante una narración que de no ser por la obscena exhibición de efectos especiales, caería por su propio peso transcurridos 30 minutos de la cinta. Porque el director no se atreve a sostener la película en los fuegos artificiales de los FX e intenta dejar un mensaje, y ahí radica la principal falencia de 2012. Los intentos vacuos de Emmerich de trabajar personajes cuya profundidad brilla por su ausencia y de brindar al espectador diálogos dignos de ser recordados por su contenido tan sólo crean agujeros negros en una cinta que sufre por la falta de coraje de su autor para plantar bandera y hacer frente a cualquiera que lo acuse de como un mero entretenedor cinematográfico. Así, los efectos especiales -única defensa de esta catástrofe de 150 minutos-, caen fulminados por los intentos del director de atenuarlos (como si fuera posible) con diálogos superfluos y personajes que intentan llamar a la reflexión con textos opacos a un público que sólo llenó la sala buscando un poco de entretenimiento, con una actitud que le da a 2012 toda la honestidad de la que carece.