Un largo camino. Una relación es un camino de conocimiento de otro insondable, que nos será siempre sorprendente en su previsibilidad. 45 Años (45 Years, 2015) podría ser un capítulo de lo que el escritor norteamericano Kurt Vonnegut definió como “la patria de dos”, refiriéndose a las relaciones de pareja. La vida es tan solo ese efímero camino hacia lograr compartir nuestra soberanía. A diferencia de sus obras anteriores, Weekend (2011) y Greek Pete (2009), el tercer largometraje del realizador británico Andrew Haigh es una adaptación del cuento del escritor inglés David John Constantine, In Another Country, una alegoría sobre las relaciones de pareja en la vejez. El film narra la preparación de una pareja septuagenaria, Kate (Charlotte Rampling) y Geoff (Tom Courtenay), de su aniversario de casados. La historia comienza cuando una semana antes de la celebración de los cuarenta y cinco años de matrimonio, el esposo recibe una carta de las autoridades suizas informándole que encontraron el cuerpo de su novia de hace cincuenta años preservado en el hielo de los Alpes. La chica había desaparecido en una fisura en la nieve mientras ellos realizaban una expedición en los años sesenta, antes de que Geoff conozca a Kate, y había muerto instantáneamente congelada. La noticia impacta tanto al hombre que comienza a comportarse de manera errática y a preocupar a Kate, que descubre de a poco que su esposo no le ha contado toda la historia sobre su novia de la juventud. La paternidad que nunca llegó a la vida del dúo se mezcla de forma subrepticia y sutil para corroer las bases de esta pareja que desde afuera parece perfecta pero que oculta varios defectos. La vejez es representada en 45 Años como una época cargada de reflexión y de arrepentimientos pero también de alegría y agradecimiento. La comicidad se mezcla con el drama tenuemente a través de la personalidad tímidamente extravagante del esposo. El opus de Haigh mantiene un tono sobrio y sereno, con una gran calidez que aporta la pareja protagónica a cada escena. El guión logra mantener el drama de una historia irresuelta y traumática que estalla en un matrimonio de ancianos progresistas con una excelente relación pero que decide replantearse toda su vida a raíz de una noticia que podría ser irrelevante. 45 Años ofrece un gran trabajo de fotografía a cargo de Lol Crawley y unas actuaciones extraordinarias de todo el elenco, que sostienen la tensión de un conflicto en una relación que ha recorrido un largo trayecto. Haigh logra crear una gran atmosfera dramática que trabaja los gestos y lo que los personajes no son capaces de decirse. La vida es aquello que nos ocultamos a nosotros mismos y que escondido en nuestro corazón decide explotar cuando estamos más débiles.
Llega a nuestros cines la tercera película de Andrew Haigh, 45 Años, que refleja los conflictos de un matrimonio en vísperas a los festejos de su 45º aniversario. Toda una vida juntos En 45 Años el matrimonio de Kate (interpretada por Charlotte Rampling) y Geoff (un excepcional Tom Courtenay) se encuentran a tan sólo una semana de la celebración por sus 45 años de matrimonio, una fecha poco redonda ya que por cuestiones de salud de él no se pudo hacer nada para el 40º aniversario. Pero justamente, no todo es una fiesta en una pareja luego de estar tanto tiempo juntos. Una carta en alemán llega a la casa rural donde vive este matrimonio, y en la epístola, Geoff -que del idioma alemán “recuerda los sustantivos mejor que los verbos”-, logra traducir a grandes rasgos que debido al derretimiento de nieve en los alpes lograron encontrar luego de medio siglo el cadáver de Katya, la que por entonces era su novia. De esta forma lo literal y lo metafórico comienzan un juego a lo largo de toda la película, donde no sólo el cadáver aflora, sino también los problemas que tiene la pareja. El Pasado que Vuelve 45 Años de Andrew Haigh funciona como un reloj, se denota un guión sólido en el cual todo está todo calculado a la perfección y el ritmo y tempo de la narración es sostenido a lo largo de toda su duración. El conflicto en la pareja es un devenir que se va presentando primero por acciones y luego se explicita con diálogos, en los cuales el personaje de Kate es la que lleva las riendas, aunque los silencios que existen entre ellos es el mayor pesar porque dan cuenta que luego de 45 años de estar juntos, se conocen menos de lo que creían. De alguno forma pareciera que el matrimonio de Geoff y Kate se construyó con adobe y con la lluvia comienza a ceder, derrumbándose lo que creían que era sólido, donde una pregunta sobrevuela toda la película: ¿qué hubiera pasado si Katya no moría en los Alpes?. Claro que con el guión solo no alcanza, las actuaciones Rampling y Courtenay son de un nivel que pocas veces logra darse en el cine, incluso genera por momentos la sensación que uno está viendo una película del mismísimo Ingmar Bergman ante el dramatismo y el nivel de gestos en los silencios que logran la pareja de protagonistas. A diferencia de la anterior película de Haigh, Weekend, donde la cámara es más fluctuante, en 45 Años se presenta una puesta de cámara más fija y clásica, donde se dedica a observar sin entrometerse en lo que se está narrando. Además tiene una dirección de arte que optó por ir acorde a la historia tomando al otoño no sólo como estación simbólica para esta etapa de la vida, sino también como paleta de colores para el matrimonio. Conclusión 45 Años es el retrato de un matrimonio que oscila entre Bergman y Haneke, aunque no logra alcanzar a ninguno de los dos y no creo que Andrew Haigh lo pretenda. El público que disfrute de ver un cine con un ritmo más tranquilo y pausado, además de reflexivo, seguramente disfrute de esta película.
Un año después de su estreno en Estados Unidos llega 45 años de Andrew Haigh. Kate (Charlotte Rampling) y Geoff Mercer (Tom Courtenay) componen una pareja a punto de cumplir 45 años de casados. Viven una apacible madurez en el condado de Norfolk, en días que transcurren entre salir a caminar, pasear al perro, lecturas, salidas a la ciudad y rutinas sin sobresaltos. En la semana previa al festejo de aniversario, Geoff recibe una carta desde Suiza en la que le comunican que han encontrado el cuerpo intacto de un viejo amor que cayó por un precipicio en un lugar inaccesible. Basada en un relato corto de David Constantine, En otro país, 45 años tiene una estructura episódica dividida en los días previos a la celebración evocativa de este matrimonio, desde el lunes hasta el sábado. Y a la vez, en cada uno de esos días se destaca la mañana, algún hecho del día y la noche, que es casi siempre un momento de balance y reflexión. La carta conlleva el revivir un hecho del pasado, las consecuencias en el presente y el fantasma latente en esa larga relación, en la que todo parecía haberse dicho. Pero la irrupción de una muerta, con ecos a Rebeca, de Alfred Hitchcock, trastoca los cimientos de lo que se suponía sólido y obliga a una revisión perturbadora del pasado, en la que el recuerdo de Katya (la novia muerta) irá cobrando forma de manera cada vez más inquietante. Andrew Haigh consigue con éste, su tercer largometraje, otra notable obra, luego de Weekend (vista hace unos años en BAFICI) que aparenta una sencillez que tiene implicancias de una profundidad agotadora. Es un drama desdramatizado, sin altisonancias. Y además cada línea de diálogo entre ese matrimonio parece tener la precisión de un bisturí, pero que debido a la longitud de la larga relación que los une, no es necesario levantar la voz en las conversaciones, que son por cierto discusiones, y las verdades mas tremendas parecen ser dichas con la levedad de una pluma pero con el peso de una montaña. La escena en la Kate mira las viejas diapositivas del periplo de Geoff y su novia por sinuosos y escarpados terrenos en Suiza y descubre un detalle muy perturbador es un prodigio de cine en estado puro, en la que la información de la imagen es a todas luces relevante y no necesita de palabras. En 45 años las miradas y los silencios son, a veces más elocuentes que lo que se verbaliza. Haigh prescinde de flashbacks para evocar el pasado y es en esa fluidez de la intimidad del presente donde encuentra el mejor vehículo para repasar toda una vida. No hay elemento, de lo que se ve y de los que se habla, que no tenga una carga simbólica. ¿O acaso ese glaciar que contiene el cuerpo de la mujer que Geoff amó cuando era joven y que ahora se está derritiendo no es una imagen tan fuerte que puede impregnar toda la película de solo imaginarlo? La solidez de algo congelado ¿en el tiempo? pero que a pesar de tener la dureza del hielo, es en realidad agua, que puede derretirse y verter en el presente. Haigh se vale de relojes, cajas en el altillo, papeles viejos, diarios de viaje, los ambientes de la casa que habitan y hasta un proyector de diapositivas para embeber al relato del significado del paso del tiempo. Merecen un párrafo aparte las magnificas actuaciones del dúo protagónico. Sin dudas la película no hubiera sido la misma de no haber contado con Charlotte Rampling (nominada al Oscar por este papel) y Tom Courtenay. Ambos ganaron el premio a la interpretación en el Festival de Berlín. Con gestos mínimos y sutilezas construyen dos actuaciones enormes 45 años cuestiona una relación y a la vez coloca al espectador en un interrogatorio que lo interpela sobre su propia memoria y los secretos del pasado bajo una aparente languidez pero con el estruendo de un glaciar que se desploma.
Genio y mesura Desde su transparente título hasta su elección de escenarios (una tienda de relojes) y motivos sonoros (el redoble de las campanas de una iglesia), todo en 45 años parece señalar hacia una meditación en torno al transcurso del tiempo. El empuje del tiempo, al mismo asfixiante y liberador, ya se había convertido en la materia prima de Weekend, la anterior y muy prometedora película de Andrew Haigh. En ella, el realizador británico adoptaba el motivo narrativo del breve encuentro romántico, a la David Lean, y lo comprimía en un fin de semana, a la manera de la trilogía de Jesse y Celine de Richard Linkater. Con su talento para la construcción tipológica de personajes (dos jóvenes gays situados en los polos opuestos de la autoaceptación) y su habilidad para reanimar narrativamente una colección de tiempos muertos, Haigh se proponía como el próximo adalid del intimismo naturalista. 45 años parece la siguiente estación en un camino (certero, brillante, sin riesgos) hacia la consagración. Caben pocas dudas acerca del talento de Haigh para retratar los vaivenes anímicos de sus personajes, convertir en sonoros los silencios, y modular con delicadeza el trabajo de sus actores. En 45 años, el reto para el director y guionista consiste en desdoblar en diferentes senderos temporales el cataclismo privado de la pareja protagonista. Por un lado, un pasado en penumbra desde el cual una Rebeca hitchcockiana ensombrece la vida presente de un matrimonio a las puertas de las bodas de oro –un pasado que Haigh evoca a través de diálogos, fotografías y gestos, pero sin acudir a los flashbacks de baratillo–. Y, por otra parte, encontramos un presente tocado por un aura de amargura alimentada por la vejez, por la acumulación de años, ilusiones y sinsabores. La película puede ser descripta justamente como una pieza de cámara fílmica, pero también podemos verla como una sinfonía susurrada de tiempos y puntos de vista: serena en el tono, volátil en su zigzagueo narrativo. Una inmersión en la dimensión agridulce de la vida en pareja que tiene como punto álgido la construcción y encarnación del personaje de Geoff Mercer: una criatura a ratos evidente, a ratos impenetrable. Tom Courtenay regala en la piel de Mercer una interpretación para enmarcar: punteando discretamente la cara más simple del personaje (su ternura y sus aires taciturnos) y subrayando enfáticamente la más compleja (su melancolía, su fragilidad), el actor juega al desequilibrio y encuentra vida en el camino. Incluso en la resolución del film, cuando se descubren todas las cartas, Geoff (Courtenay) sigue siendo un enigma para el espectador desde un punto de vista empático: ¿Su presencia nos genera más simpatía o incomodidad? Por su parte, Charlotte Rampling borda una de esas interpretaciones milimétricas que garantizan reconocimientos (es posible imaginar a Meryl Streep en la piel de Kate Mercer, o a Kate Winslet o Cate Blanchett en una versión rejuvenecida del personaje). Mientras el personaje de Geoff se va construyendo en el fuera de campo, el de Kate se apodera del encuadre: el semblante tenso de Rampling es el verdadero leit motif de la película y el desarrollo de su personaje la carta más espectacular de la película. Una evolución psicológica que, para mi gusto, resulta demasiado esquemática. Basado en un relato corto de David Constantine, el guión de Haigh hace gala de una escritura de alta precisión y, por desgracia, de una estructura demasiado reconocible. La progresión emocional de la pareja protagonista –del aparente bienestar al arrebato de alegría, de la aparición del recelo a la consagración de la amargura, de la desconfianza a la puesta en escena del simulacro– resulta algo esquemática y evoca aquellas cinco fases del camino hacia la muerte con las que ironizaba Bob Fosse en All That Jazz: rabia, negación, negociación, depresión y aceptación. Con su tempo narrativo moroso y al mismo tiempo tirante, 45 años exprime a conciencia su lista de ingredientes de cine-gourmet: personajes complejos, actores en estado de gracia, elegancia formal, grandes temas (la pareja y la vejez), suspense e incluso giros sorprendentes. Una receta perfecta para un equilibrado menú de cine académico.
El tiempo entre los dos La película de Andrew Haigh se centra en los días previos al festejo de un matrimonio de avanzada edad. Una historia del pasado produce un cimbronazo emocional, que le permite a Charlotte Rampling lucirse en una actuación concisa, pero de gran entrega emocional. Con Weekend (2011), película que pudo verse en el BAFICI algunas ediciones atrás, el realizador Andrew Haigh mostró su habilidad para generar climas y transitar el realismo sin ir en desmedro de las emociones más profundas. En 45 años (2015) continúa en esa senda, sólo que esta vez ya no lo hace a partir del encuentro entre dos gays solitarios, sino desde la óptica de una pareja de avanzada edad y en unos pocos días. Kate (Charlotte Rampling) y Geoff (Tom Courtenay) conforman una pareja que ha llegado a los 45 años de casados. Como le dirá un organizador de eventos a ella, en general nadie festeja los 45 años; se celebran, claro, los años terminados en cero. Pero cinco años atrás, él tuvo un problema de salud y el festejo de los 40 debió ser postergado. En los días previos a esa celebración se desarrolla la película, un relato en donde el paso (y el peso) del tiempo es nuclear. No sólo se hace “palpable” el tiempo en los cuerpos; se rememora el pasado, se reflexiona sobre su incidencia en la pareja, y se conjetura de manera contrafáctica (“qué hubiese pasado si…”). A medida que transcurre el film, se irá develando un secreto tan antiguo que va incluso más allá del momento en el que la pareja protagónica se conoció. Se trata de una mujer, pareja de Geoff, que murió en un accidente, y cuyo cuerpo es encontrado congelado (metáfora del tiempo detenido). Ese hecho promueve una serie de confesiones y un sorpresivo punto de giro que pondrá a Kate en un estado de perplejidad y angustia. Sentimientos que el espectador captará durante el metraje, gracias a la mirada atenta del realizador, y al esencial trabajo gestual de Rampling, merecidamente nominada al Oscar por este papel. 45 años es una de esas películas en donde la transparencia cinematográfica es esencial; la cualidad que tiene el cine de fundar una omnipresencia en donde la imagen, las palabras, tienen la facultad de naturalizar el acontecimiento. Las revelaciones del film generan ese impacto emocional que se siente a medida que pasan los días, que además funcionan –con toda lógica- como los capítulos de esta historia íntima, pequeña, pero con las emociones a flor de piel.
Pasado olvidado Las historias de dulces abuelos festejando sus bien llevados aniversarios de casados siempre son alegres historias que a uno le enternece y le dejan que pensar en el futuro con su propia pareja (en caso de tener una, claro). Bueno, 45 años es una película que básicamente nos cuenta eso, una pareja de ancianos festejando sus más que envidiables 45 años de casados, ya que el festejo de los 40 se vio interrumpido por la salud de uno de ellos. Pero la historia de esta película es engañosa, y cuanto menos llamativa. Es que la trama real no se nos presenta solo como los preparativos de la fiesta, si no, de unos entretelones mucho más oscuros e inesperados que desentierran, casi literalmente, el pasado de uno de los ancianos y desatará así una seguidilla de reacciones y situaciones inesperadas. El problema con el film es que este conflicto no se nos presenta de forma seria hasta casi llegada la primera hora de metraje, otorgando un giro inesperado en la historia y dándole de una vez por todas un poco de jugo a la trama. Hasta ese momento 45 años no es más que una mera estepa dramática con pequeños picos destacables solo desde lo actoral, que se mantendrán durante todo la película. Tal es el caso de la muy buena actuación de la actriz inglesa de enorme trayectoria Charlotte Rampling (Melancholia, Swimming Pool), a tal punto de haberle valido su performance en el film con una nominación a mejor actriz principal en la última edición de los premios Oscar. Lejos de eso, la nueva y tercer película de Andrew Haigh (Weekend, Greek Pete) deja sabor a poco y grita clemencia por más contenido, mucho y más rico contenido. El peor pecado es que esto podría haber sido fácilmente remendado desde el guion y la dirección, pero se le intentó dar tanto una imagen distanciada a la película que termina cayendo en el aburrimiento rápidamente.
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El melodrama es uno de mis géneros favoritos, donde se van tejiendo las pequeñas situaciones que hacen que el aleteo de una mariposa desencadene el caos. En este tipo de historias que son en un pueblo diminuto, sobre gente común y corriente, el impacto es mucho mayor. 45 años cumplen de matrimonio Geoff y Kate. No tienen hijos y ya están jubilados. Ella fue maestra y él fue un operador de fábrica, siempre dentro del sindicato con fuertes ideas políticas. No pudieron festejar los 40 años de casados porque él se enfermó, con lo cual lo pospusieron 5 años más. Mientras ella está en el idilio de re pensarse como novia, él recibe una notica de un hecho traumático de su pasado involucrando un viejo amor que lo desestabiliza. El trabajo de Charlotte Rampling es realmente impecable y le sirvió para estar nominada como mejor actriz en los Oscars, pero es mucho más fuerte lo que nos hace como espectadores. Es muy complejo sostener con tantos silencios y gestos mínimos a un personaje tan complejo como Kate. Ir teniendo nociones de lo que le sucede y ella diciendo claramente que no puede expresar todo lo que le gustaría es verla deshaciéndose frente a nosotros. Tom Courtenay, quien interpreta a Geoff, responde a los estímulos planteados con un aire parco que funcionan muy bien para el personaje y sí usa estos monólogos y confesiones eternas porque será la primera vez que Kate empiece a conocer a su compañero de hace 45 años. La fotografía se maneja con una luz fría que al principio cambia dentro de casa y luego se convierte en gélida para siempre. Es un espacio de encuentro y de intimidad de la pareja, de la química, de los secretos y el peso del pasado y todo eso se ve en el vestuario simple, en el pueblo que se reduce a un par de tiendas y a una casa como templo. Y con fantasmas en los áticos. Es una película brillante, que se perdió en las nominaciones de los brillos de la Academia, pero de una sensibilidad y una maestría actoral y de dirección que merece ser revisada. Íntima y tajante.
En 45 años, el pasado está dolorosamente vivo Un matrimonio sin hijos está por festejar 45 años de casados. La celebración se avecina y él, Geoff, recibe una carta en alemán acerca del encuentro de un cadáver. Una amada de su pasado, desaparecida en una montaña 50 años atrás, es hallada finalmente en un témpano de hielo en Suiza. Por supuesto, semejante hallazgo no podrá hacer otra cosa que remover los cimientos -nunca tan fuertes, al menos en este modelo de cine- de esta pareja. La presencia del pasado que vuelve, con los condimentos del hallazgo y del tipo de hallazgo, es el disparador para los malestares y la exacerbación sutil de esa distancia siempre infranqueable entre dos personas, esa separación evidente: son dos seres, no uno solo. La película de Andrew Haigh se construye con seguridad, con aplomo, con solvencia, sobre una constatación obvia. Charlotte Rampling borda una actuación sin fisuras, sin espacio para el tono equivocado: en su calma acaecen las tormentas con una capacidad actoral indudable. Los diálogos y las emociones no se salen de cauce, aunque a partir de la mitad de la película prometen fugazmente alguna turbulencia. La procesión va por dentro como máxima, como biblia cinematográfica. Incluso algunas breves interrupciones de baile o de sexo o de subidas de tono en el diálogo, en 45 años todo está filmado con distancia respetuosa y aséptica. El film de Haigh es del tipo de cine que en su corrección encuentra su techo, sus límites. Es un cine de construcción inobjetable si uno acepta sus constricciones, sus ataduras. La presentación sutil de temas universalmente conocidos: la vejez, una pareja con cuentas pendientes, ítems ya tratados con mucha mayor enjundia por grandes maestros europeos. El nombre de Ingmar Bergman aparece fácilmente en las comparaciones, pero no es necesario ir hasta el sueco para comparar. Otra película reciente sobre una pareja mayor inglesa, Fin de semana en París (no confundir con Weekend, la película anterior del director Haigh), de Roger Michell, estrenada el año pasado en la Argentina, tenía otros riesgos, otra vitalidad: era menos homogénea, más despareja. Y a la vez mucho más apasionante, móvil y vital. 45 años es cine hipercorrecto, sólido, cercado, tan limitado en su vuelo como sutil en sus planteos, tan movilizadores como se lo permitan probables identificaciones emocionales. Cine seguro, demasiado a salvo, sobre temas abismales.
Escenas de la vida conyugal Una noticia hace temblequear un matrimonio de 45 años. Charlotte Rampling tiene esa fiereza y esa frialdad que conmueve. Kate y Geoff viven algo apartados de la sociedad, por decisión propia, en Norfolk, en la campiña inglesa. Se reúnen con amigos a almorzar, tomar el té. Pero ellos están bien juntos. El matrimonio está por cumplir, y festejar, sus 45 años. Toda pareja tiene sus altos y sus bajos, pero parece que uno de estos últimos ha estado acallado en esos precisos 45 años. Porque lo que llega desde afuera no hace sino recordarles a los de adentro los temores y deseos que pueden sacudir a cualquiera. Y a cualquier pareja de 45 años. La película retrata la semana previa a esa celebración. Y arranca con la carta que Geoff (Tom Courtenay), recibe, y en la que se le informa que encontraron el cuerpo, congelado e inaccesible hasta ahora, de quien era su pareja, que había desaparecido tras un accidente en las montañas en Suiza, hace, claro, décadas. La trascendencia que al hecho le da Geoff comienza a inquietar a Kate. Ella estaba dispuesta a tomar el hecho como lo que fue .algo que sucedió antes de que ellos dos se conocieran y formaran pareja-, pero Geoff parece ensimismado en recordarlo todo. Y Kate empieza a tejer sus pesadillas. Pareja sin hijos, los sentimientos comienzan a contraponerse. El director Andrew Haigh (Weekend), de 43 años, con una larga tarea como editor, no fuerza ni las reacciones ni las relaciones. Puede tomarse su tiempo mientras Kate cocina, esto es, decide seguir a la pareja en su cotidianeidad, y allí mostrar qué es lo que puede estar resquebrajando una unión que parecía imposible de separar. Esa tranquilidad en una pareja ya anciana (y se supone, madura, que no es lo mismo), con él balbuceando ante la evidencia de lo que lo conmueve. Es casi un adolescente. Ella, más calma y segura de sí misma, comienza a temblequear. Pero 45 años habla de inseguridades (de ella, también de él), con heridas que uno se ve que tenía aparentemente cerradas, y que en ella surgen y se abren. ¿Cómo seguir?, Kate ¿puede soslayar lo que intuye o lo que averigua, en pos de mantener su relación? Charlotte Rampling mantiene esa frialdad que la ha caracterizado a lo largo de su extensa carrera, y su elección ha sido sabia por parte de Haigh. Economía de gestos para disimular el dolor que, se siente, le recorre las venas, y primeros planos que muy pocas actrices serían capaces de soportar. Lo suyo es una magistral clase de actuación, que opaca un tanto la de Courtenay (El vestidor, entre tantas), porque también el guión decide ceñirse más a elucubrar el personaje femenino, mucho más misterioso que el de su pareja.
Crítica emitida por radio.
EL AMOR DESPUÉS DEL AMOR La joyita de la semana. Dos actores en la plenitud de su talento: Charlotte Rampling y Tom Courtenay, elogiados y premiados, ella nominada al Oscar, son perfectos para protagonizar esta historia. Dirige Andrew Haigh, quien también adaptó el guión de un relato de David Constantine. Un hecho irrumpe devastador en la vida tranquila de sus protagonistas días antes de festejar el aniversario de su unión. En un glaciar de los Alpes suizos aparece el cadáver congelado de una novia de la juventud de él. Y esa realidad desata celos, inquietud, sentimientos de traición, reflexiones sobre la vejez, el tiempo perdido, la vida desaprovechada. Todo en un tono sutil, callado, inteligente. Véala.
Cómo enfrentar los fantasmas del pasado según una gran actriz Es otoño. Una casa de campo en las afueras de un pueblo, allá en el condado de Norfolk, pero lo mismo podría ser, quizás, en muchos otros lugares. Paseando con el perro, una profesora ya jubilada, todavía firme. Ella prepara con sus amigas la fiesta de aniversario de su matrimonio. Celebran los 45 de casados porque cuando los 40 el marido estaba enfermo. Los primeros achaques, como se sabe. Nada que no pueda sobrellevarse. La vida para ellos es sólo una amable rutina sin mayores sobresaltos. "La monotonía diaria no está exenta de sus propios encantos", ha dicho David Constantine, en cuyo cuento "In Another Country" se basa esta obra. Pero ahora el hombre acaba de recibir una carta desde los Alpes. Un glaciar en retirada dejó al descubierto el cuerpo bien conservado de su novia de juventud. Él podría ir a reconocerlo, sugiere la carta. Él da unas vueltas sobre ese asunto. Con mayor lucidez, la esposa da más vueltas. Un recuerdo se interpone ahora entre ambos. Un "hubiera sido" que duele. Quizá para la esposa no hubo nada, y no habrá nada, en todo su largo matrimonio, que pueda ser tan intenso como el noviazgo de juventud de su marido, y el recuerdo de esa juventud. Constantine ha dicho, también: "Si sobrevive tanto tiempo, entonces el pasado es extraordinariamente potente". Pero la vida seguirá, la fiesta de aniversario ha de cumplirse. Una dulce alegría, a la vista de los seres queridos. La procesión va por dentro. Charlotte Rampling y Tom Courtenay, tan lindos que los hemos conocido cuando jóvenes, encarnan ahora a estos viejos. Aquel muchacho rebelde que fue un símbolo de su generación en "El mundo frente a mí, interpreta a un viejo reblandecido. Esa muchacha que empezó bailando en una película de los Beatles, y subyugó a toda la generación de los 70 con su mirada, ya es una señora grande. Pero su mirada sigue firme, intensa, tremendamente expresiva. La secuencia final, ¿cuánto dura? ¿Cinco, diez minutos desde que ella dice su última línea? Pasan varias cosas, hay otra gente que habla, ella participa, baila, todo en plano medio, casi alejado, y sin embargo nuestros ojos sólo están atentos a ella, a su rostro, su boca, su mirada. Lo dice todo sin una palabra. Fue candidata al Oscar por esta actuación. Ganó una chica joven, por supuesto. Director y adaptador, Andrew Haigh. En la banda sonora, y en el tocadiscos de la fiesta, Los Plateros. Hermosa, muy apropiada y muy bien utilizada la versión original de "Hay humo en tus ojos".
La noticia parece sacada de una película de ciencia ficción o fantástica, pero las consecuencias son tremendamente reales en 45 AÑOS, la extraordinaria película de Andrew Haigh que protagonizan dos leyendas de la actuación como Charlotte Rampling y Tom Courtenay, interpretando a Kate y Geoff, una pareja que está por cumplir los años de casados que dan título al filme. La noticia en cuestión llega por carta: el cuerpo congelado de una ex novia de Geoff, que había desaparecido en un accidente en las montañas suizas medio siglo atrás, ha reaparecido tras ceder las nieves que lo cubrían. Pero ese disparador no lleva a los protagonistas a hacer una investigación ni un viaje físico, sino uno emocional e íntimo, uno que pone en duda la en apariencia sólida relación que tienen desde entonces. Geoff comienza a obsesionarse con ese recuerdo del pasado y Katya más aún, incapaz de comprender porqué nunca habían hablado del asunto más que de forma pasajera. ¿Siguió Geoff enamorado de ella todos estos años? ¿Los 45 años que vivieron juntos no fueron lo felices que parecieron? ¿En qué pensaba él todo este tiempo? ¿Cómo ella no lo vio? Es una suerte de quiebre emocional que los afecta de manera diferente. Para él –que es mayor que ella y en apariencia un tanto senil– es un viaje a recuerdos que creía olvidados, pero con la claridad (o una resignación ya incorporada) de que esa relación pertenece al pasado más remoto. Para ella –por más que haya sucedido previo a su historia en común– lo que es una novedad es enterarse que su marido siempre ha estado un poco acá y un poco allá. Y que algunas decisiones que tomaron en su vida en común estuvieron ligados a ese hecho. 45 AÑOS está narrada sin apuros ni escenas de intensidad dramática convencional. Como corresponde a una pareja de septuagenarios ingleses este drama se va manifestando en dosis módicas y discretas, sin romper del todo el contrato mutuo ni las apariencias, lo que implica seguir adelante con los planes de la fiesta aniversario. Pero ese dolor de Kate (Rampling captura a la perfección cada uno de los delicados matices emocionales de su personaje) se va haciendo cada vez más hondo y, ya imposible de tapar, brota cuando menos lo espera al punto de volverse devastador sobre el final. Pero Haigh se mantiene siempre a una distancia prudencial de las emociones, apostando por un pudor y sobriedad que son similares a la de los personajes. Y el efecto que consigue es extraordinario: la acumulación de pequeños incidentes y frustraciones no expresadas de toda una vida terminan generando en Kate y en el espectador un nudo en la garganta que tarda mucho tiempo en desaparecer.
El pasado que vuelve 45 años cuenta la historia de un matrimonio de septuagenarios que se vuelve universal gracias al genio de Charlotte Rampling y Tom Courtenay. Parece mentira, pero después de cincuenta años de carrera, Charlotte Rampling fue nominada al Oscar por primera vez este año. La actriz inglesa fue modelo en el Swinging London y participó de películas emblemáticas como La caída de los dioses (Luchino Visconti, 1969) y Portero de noche (Liliana Cavani, 1974), pero fue en la madurez que alcanzó la excelencia. Sus trabajos con François Ozon son extraordinarios: Bajo la arena y especialmente La piscina son de esas películas que más allá de sus virtudes y defectos, tienen en su protagonista un espectáculo aparte. Este año Rampling fue la convidada de piedra en el Dolby Theatre. Le ganó Brie Larson por La habitación (merecido), pero cualquier otra candidata tenía más chance que ella. Es que la película por la que había recibido su primera nominación era la inglesa 45 años, la menos “fuerte” de todas, que venía del Festival de Berlín (donde Rampling ganó, también por primera vez, el Oso de Plata) y no de la taquilla norteamericana. El director es Andrew Haigh, cuya película Weekend se pudo ver acá en el BAFICI de 2011 y que es productor de la serie de HBO Looking. Ahora deja por completo la temática gay y de relaciones entre jóvenes para entrar a un terreno completamente diferente y, en principio, ajeno: el matrimonio en la tercera edad. Pero 45 años no es una película qualité o para viejas domingueras, a pesar del asunto que parece tan propenso a eso. Sin apelar al humor ni a la liviandad, Haigh logra contar una historia adulta y seria sin solemnidad ni patetismo, con sutileza y agudo sentido del ritmo y la narración, con la ayuda insustituible de la enorme Rampling y del no menos fundamental Tom Courtenay (también ganador en Berlín). La premisa es fuerte y concreta. Kate y Geoff son un matrimonio sin hijos que viven tranquilos en una casa agradable en la zona rural de Norfolk, al este de Inglaterra. Están preparando su fiesta de aniversario: en pocos días cumplirán 45 años de casados. Llega una carta de Suiza: apareció el cuerpo congelado de Katya, la novia que tenía Geoff en los años ‘60 antes de conocer a Kate y que había muerto durante una caminata por un glaciar. Esa carta, y la conciencia de que a unos cientos de kilómetros está el cuerpo joven, intacto e inerte de su amor de juventud, hace que Geoff se empiece a distanciar de Kate. Y Kate lucha, primero pasiva pero cada vez más activamente, contra esa rival del pasado. Casi no hay diálogos melodramáticos: todo pasa por debajo, por adentro. Pero Rampling y Courtenay son tan extraordinarios -y Haigh tiene tan claros sus personajes- que comprendemos perfectamente lo que sienten, y a medida que los vemos, pensamos en qué nos pasaría a nosotros en su lugar. ¿El amor se elige o sucede? ¿Se puede tener más de un amor en la vida? ¿Extrañamos amores del pasado o extrañamos la juventud, solamente el pasado? Fascinante, melancólica y de una aparente sencillez, 45 años es un pequeño milagro escrito por un tipo relativamente joven (Haigh tiene 43) que gracias a la colaboración de dos actores de 70 y 79 años -y de una sensibilidad privilegiada- logra hacer universal una historia eminentemente generacional.
Galería de secretos En su reciente visita a la Argentina, Peter Bogdanovich contó que una vez almorzando con Jimmy Stewart, éste le dijo que para él el cine le da a la gente “pequeños pedazos de tiempo”. Sin dudas, el cine es ese arte que, como ningún otro, es capaz de imitar la vida con uno de sus elementos más intrínsecos: el paso del tiempo. 45 años es una obra que sirve de gran ejemplo para esto, ya que está centrada en una semana dentro de, como lo remarca el excelente título, 45 años de matrimonio entre Kate y Geoff. Las expresiones, los movimientos, los espacios de la casa, la ausencia de ese registro en el paso del tiempo, todo está allí para mostrar que el tiempo ha pasado, y el final está más cerca del principio, pero siempre hay motivos para celebrar la vida y sus embistes a pesar de todo. En una combinación actoral descomunal, Charlotte Rampling –nominada al Oscar por esta actuación- y Tom Courtenay –premiado en Berlín por el papel- encarnan esta agradable pareja de ancianos a punto de conmemorar de forma muy particular su aniversario de bodas. No cuatro décadas ni las bodas de oro, sino el punto medio. Y precisamente este tipo de detalles van hilando fino la psicología de los personajes, que se encuentran ante un fantasma del pasado que comienza a minar la relación hasta sacar hacia la superficie sus peores secretos. Más allá de los bellísimos planos que arma Andrew Haigh en este drama, no hay mucho para decir a nivel formal de una película que está más enmarcada en una corrección narrativa y cierto esquematismo propio de un cine más medido que de uno que busca “jugar” con las herramientas disponibles. Sin embargo, en este caso está bien que así sea, ya que está todo dispuesto por esa contienda dramática por parte de la dupla de actores, que realmente están impresionantes en su trabajo. Los momentos de silencio y contemplación por parte de Rampling (que se carga al hombro cada uno de los planos de la película) y el pantano emocional que construye Courtenay son dignos de aplauso, teniendo como resultado final una película muy difícil de leer en cuanto a empatía, pero sumamente atrapante. Sobre todo por ese punto de giro que da hacia la mitad, cuando se revela el secreto más importante que Geoff le guardó durante tantos años a su amada Kate.
Espectros que hacen más que asustar. El comienzo de la película podría hacer pensar en una de terror, aunque pronto queda claro que la cosa va por el lado del drama. Para construir la asifixiante atmósfera que rodea a la pareja protagonista, resulta esencial la labor de Charlotte Rampling. Un viejo matrimonio vive en un caserón en las afueras de un pueblito, en medio de la típica campiña británica. Están a una semana de celebrar sus 45 años de casados, pero de repente algo ha cambiado. Ella, que es algo más joven, espera a que él se vaya al pueblo y tras dudar unos segundos, sube al altillo sin estar del todo segura de que sea lo correcto. Pero algo la llama desde arriba. Max, el ovejero alemán que vive con ellos, empieza a ladrar sin que haya ningún motivo, como si su instinto le permitiera percibir algo que a ella se le escapa. Insegura, asustada y nerviosa, ella le grita al perro que se calle y desaparece por la boca oscura del desván que se abre en el techo. Arriba, revisando papeles, cuadernos, diapositivas que él guarda como recuerdo de una lejana vida anterior, ella será sorprendida por una presencia que surge repentinamente desde ese pasado pero que todo el tiempo ha estado ahí, escondida en silencio. Aunque no es un film de terror, sin embargo se puede considerar a 45 años, tercer largometraje del inglés Andrew Haigh y el primero que se estrena en la Argentina, como una película de fantasmas. No sólo porque la escena recién relatada y muchas otras dentro de la película están construidas a partir de atmósferas que tienen mucho de ese cine, sino también porque todo el relato gira en torno de una figura fantasmática. El punto de partida mismo de 45 años, que en términos estrictos es un drama, podría haber sido la excusa para una historia de ese tipo. Justo una semana antes de la fiesta de aniversario, Geoff (Tom Courtenay) recibe una carta desde Suiza en la que le informan que el cuerpo de Katja, su pareja anterior, fue hallado congelado e intacto en el fondo de una grieta junto a un glaciar. En ese mismo lugar había caído en 1962 durante una excursión, cuando ella y Geoff tenían algo más de 20 años, sin que entonces pudiera hacerse nada para recuperar su cadáver. La noticia conmociona a Geoff, pero de a poco comenzará a afectar cada vez más a su esposa Kate (Charlotte Rampling), quien comienza a sentir que esa mujer muerta hace más de 50 años se convierte en una presencia concreta que se interpone entre ellos. De ese tipo de fantasmas está habitado el relato que Haigh va hilvanando con paciente eficacia; espectros de la memoria capaces de hacer que el pasado se vuelva presente en un solo movimiento; el espíritu de un sentimiento irresuelto que retorna para poner en cuestión una vida entera. Con inteligencia, el director y guionista superpone la celebración con el duelo, haciendo que la sombra de uno vaya opacando las luces del otro. Y en el centro la figura de Kate, en torno de la cual Haigh estructura la película, haciendo que sus dudas y temores se conviertan en el hilo que guía la narración. A tal punto que si ella y Geoff comparten un mismo plano, la atención siempre está puesta en Kate y es él el desenfocado. Hay un gran cuidado en la forma en que el director va haciendo gráfico el agobio que progresivamente invade a Kate. Como esa escena en la que va al pueblo para comprarle un regalo de aniversario a Geoff y tras deambular perdida en sus cavilaciones, ella misma convertida en un fantasma, se detiene frente a una relojería. Mientras mira la vidriera es posible notar en su rostro como comienza a incomodarse y cuando al fin se retira angustiada, casi de reojo puede verse que, como la de cualquier relojería, la marquesina está repleta de publicidades que hacen gala del origen suizo del producto que promocionan. Con detalles mínimos como ese, Haigh va cerrando cada vez más el círculo en torno a la protagonista. Sin embargo la eficacia de la escena, igual que la del final o la del altillo, en la que proyectando unas diapositivas Kate descubre el verdadero fantasma que Geoff ocultó durante tantos años, no sería la misma sin una intérprete tan dúctil como Rampling. Dueña de un arsenal expresivo que el tiempo no consigue agotar, es la actriz la que sostiene no sólo al personaje sino, sin despreciar el potente trabajo de Courtenay, la que logra que su precisión y economía de recursos se conviertan en la gran riqueza de 45 años. Una de esas veces en las que una nominación a los Oscar, como el que recibió, representan un acto de justicia.
El talentoso director Andrew Haigh (Weekend) pone en escena como protagonista a Charlotte Rampling quien casi siempre compone muy bien sus personajes y suele resultar muy agradable, no me gusta hacer comparaciones pero es algo similar cuando vemos en escena a Norma Aleandro. Dentro de su desarrollo antes de la gran fiesta que celebra la feliz pareja sus 45 años de casados comienzan a surgir una serie de secretos y confesiones. Los personajes principales comienzan a mostrar cierta incomodidad y una varios replanteos. Los protagonistas ofrecen soberbias actuaciones y una clase magistral. Los distintos climas, tiempos, silencios, fotografía, acordes musicales y el seguimiento de la cámara resultan fundamentales para el espectador que sigue cada secuencia con cierta intranquilidad.
Sin apelar absolutamente a nada sobrenatural, 45 años se convierte casi en una angustiante película de fantasmas. No sobre espíritus de muertos, sino sobre esos fantasmas que más asustan: los fantasmas de la memoria. [Escucha la crítica completa]
Cuando Kate ultima detalles para celebrar su 45 aniversario de casamiento, recibe una carta, dirigida a su marido, que trae el recuerdo de un viejo y gran amor. Como una semilla que crece en silencio, esa irrupción del pasado cambia profundamente, pero sin que se note, la plácida vida de esta pareja de intelectuales ya mayores, que parece disfrutar de los pequeños placeres en la última etapa de la vida: la lectura, las caminatas por el campo, la compañía de un perro, una comida sabrosa, el amor. Así se va produciendo una sutil, pero no menos devastadora, tormenta emocional que develará otras verdades. 45 años es la minimalista crónica de esa pequeña gran catástrofe, narrada con elegancia y pudor, aunque sin concesiones, sobre el rostro de la extraordinaria Charlotte Rampling, nominada al Oscar por este papel y la misteriosa presencia de Tom Courtenay. Uno de esos films en los que parece que no pasa nada cuando pasa de todo.
Nada mal porque, además de una historia interesante, la gigantesca Charlotte Rampling y don Tom Courteney son dignos de ver. Hay una pareja que festeja 45 años de casados; hay un mensaje: el cuerpo congelado del antiguo amor de él acaba de ser encontrado muchas décadas después de aquella muerte. Y hay una reflexión agridulce sobre el paso del tiempo, los sentimientos y el sentido de eso que solemos llamar amor. Se resuelve todo con las imágenes y las miradas, y eso es lo que mejor sostiene la película.
Secretos y mentiras El director británico Andrew Haigh, quien sorprendiera con “Weekend” (2011), retoma el tema del amor y sus formas, trabándolo desde la intimidad individual hacia la mirada sutil, pero diseccionando una pareja longeva. El cuestionamiento sobre si realmente se conoce a ese otro con quien se compartió la vida. El filme abre con un sonido muy específico en pantalla en negro que sostendrá una duda, repitiendo el sonido en otras ocasiones. Ese sencillo enigma queda sin resolver para luego descubrir en una imagen de placidez en la campiña inglesa a una mujer casi septuagenaria que pasea un perro en regresa a su casa. Su marido denota confusión en su rostro. Falta sólo una semana para el 45º aniversario de su boda, y Kate (Charlotte Rampling) está muy atareada con los preparativos de la casi una “segunda boda” con Geoff Mercer (Tom Courtenay), el primer y único marido. Pero el pasado se hace presente en forma de una misiva. Llega una carta dirigida a su marido en la que se le notifica que en los glaciares de los Alpes suizos ha aparecido congelado el cadáver de su primer amor. A la manera de reverso en todo sentido del texto de Jorge Amado, “Doña Flor y sus dos maridos”, pues es aquí el hombre quien tuvo la perdida que parecía olvidada, al fin y al cabo irreparable, cómo competir contra el recuerdo amoroso que no dejo de ser, sino que fue extirpado por la tragedia. El fantasma de una persona muerta pesa más de lo supuesto y esto queda sumido en el rostro de Kate. ¿Han vivido una mentira, tan grande era el secreto? Trabajada con la mayor de las sutilezas, con más rostros, ojos y cuerpo que palabras, el director va desarrollando esa duda en la mujer sobre si ha vivido engañada. Simultáneamente desarrolla el estado de Geoff ante la duda que le despierta la certeza de lo ocurrido hace 50 años, ahora transitando el lento camino del deterioro. Con infinidad de delicados matices, una cámara casi siempre tomando a los personajes desde una misma posición, sin diferenciación, pues esa carta le ha dado vuelta al mundo de ambos. Todo transcurre en esa semana. De estructura narrativa clásica sólo que es seccionada día por día, en desarrollo lineal, con una dirección de arte que parece pasar desapercibida pero que juega desde otro lugar, desplegando espacios dentro de los espacios recurrentes. Una banda de sonido muy bien pensada, siendo la canción “Humo en tus Ojos” el “leiv motiv” perfecto para el texto fílmico. Todo esto sustentado en las maravillosas interpretaciones de sus protagonistas, claro que a esta altura nadie está descubriendo nada con semejantes actores juntos, con más de 170 películas, en cien años de cine. (*) Realización de Mike Leigh, de 1996.
Como dos extraños Una carta basta para demoler la estabilidad de 45 años de convivencia. Y todo ocurre en una semana. Este planteo, que en las manos de otro director podría haber sido el punto de partida para un melodrama convencional, en las de Andrew Haigh se transforma en una especie de explosión controlada que solo deja secuelas a quien la padece. Una pareja de clase media y sin hijos, a sus casi 70 años, está a punto de celebrar sus 45 años de matrimonio, pero una carta dispara al corazón de ese equilibrio. Allí le informan al marido que una mujer, el gran amor de su juventud que murió congelada al caer en una grieta, fue hallada seis décadas después. En días sucesivos todo lo que parecía sólido comienza a desvanecerse y a generar dudas, recelos, silencios. El filme, por el cual Charlotte Rampling ganó el Oso de Plata a mejor actriz en el Festival de Berlín y aspiró a un Oscar, muestra de forma pausada, con elegancia narrativa y economía de gestos tanto del director, como del guión y los actores, cómo una pareja que cree conocerse, también puede comprender que en el fondo siguen siendo dos extraños. Las metáforas delicadas y perturbadoras, la sobriedad al abordar la madurez, entre la intensidad de "Amour" y la precisión de Bergman, así como la estructura del relato, transforman a "45 años" en una conmovedora reflexión el amor, el tiempo y su deriva.
Un drama psicológico de espíritu británico La película de Andrew Haigh, “45 años”, cuyo guión está basado en un relato corto (“Another Country”) de David Constantine, comienza un día lunes, el lunes de una semana que culminará el sábado, cuando está previsto que la pareja de Kate (Charlotte Rampling) y Geoff (Tom Courtenay) festeje con sus amigos de toda la vida el 45º aniversario de su matrimonio. Ellos viven en un pueblo, en la campiña inglesa de Norfolk. A simple vista, se puede observar que tienen un buen pasar económico. Tienen una amplia casa, con todas las comodidades, y por sus costumbres, se intuye que son un matrimonio de personas cultas (hay muchos libros en la casa) y de buena educación, que está disfrutando de su jubilación en una posición acomodada. Aparentemente, no han tenido hijos, aunque sí un perro que Kate saca a pasear todos los días, mientras Geoff acusa costumbres más sedentarias. Todo parece deslizarse con tranquilidad, previsibilidad y armonía, en la vida de ellos, y están por festejar 45 años de convivencia; y si bien no es una fecha que responda al estándar de los aniversarios merecedores de una celebración especial, en algún momento del relato se explica que cuando debían festejar los 40 años tuvieron que suspender el evento porque Geoff atravesó por una enfermedad, a la que evidentemente ha superado. El detalle es significativo porque es un indicio que contribuye a discernir qué tipo de personajes son los protagonistas, cómo es su mundo y cuán importante es para ellos respetar y cumplir con determinadas convenciones sociales. A lo largo del relato, se los ve como una pareja muy afianzada en el lugar, donde llevan una activa vida social, participando en reuniones de amigos y compartiendo actividades con otras familias. En ese lugar, todos se conocen y no hay secretos. El caso es que ese mundo armónico, organizado y bajo control, se pondrá en riesgo, sobre todo para Kate, “el alma del hogar”, cuando su esposo reciba una carta, desde Suiza y escrita en alemán, con una noticia que cae como una piedra sobre las aguas calmas de un lago. Resulta que las autoridades de ese país le comunican que a raíz del deshielo de un glaciar, ha aparecido el cuerpo de una mujer que murió allí hace 50 años y se trataría de la novia que tuvo Geoff antes de conocer a Kate, y que tuvo ese triste final trágico cuando ambos estaban de paseo en los Alpes Suizos. Evidentemente, Geoff nunca le había comentado a Kate todos los detalles de aquellos sucesos ni de la relación con esa mujer y probablemente nunca lo hubiera hecho. Ahora, forzado por las circunstancias, el hombre, que tiene alrededor de 75 años, se ve confrontado con su pasado de golpe y sin aviso previo, y no sabe muy bien qué hacer con todas las emociones que empiezan a despertarse en su interior. En tanto que Kate, cuyo semblante era luminoso, seguro y apacible hasta ese momento, de ahora en más comenzará a luchar con sentimientos, inquietudes y sospechas que ensombrecerán su rostro, dibujando en él un rictus de amargura y tal vez de temor. “45 años” describe una crisis no solamente de pareja, se trata de una crisis existencial que pone en jaque los sentimientos que han mantenido unidas a dos personas durante tanto tiempo y también la misma estructura psíquica de ambos personajes, que no estaba preparada para descubrir profundos secretos nunca antes confesados, a esta altura de la vida. Es algo que Kate no puede asimilar con tranquilidad y empieza a sentir los síntomas de un desmoronamiento de su estructurado, ordenado y controlado mundo, acusando la novedad como si fuera la invasión de un intruso, un enemigo que amenaza toda su estabilidad. En tanto que a Geoff se lo ve un poco tambaleante y vacilante ante el resurgir de viejos dolores ocultos. Se trata de un drama psicológico, de estilo clásico y espíritu muy británico, en el que Charlotte Rampling pone en evidencia una vez más la gran actriz que es y toda la gama de emociones que es capaz de transmitir tan sólo con mínimos gestos de su bello y curtido rostro. Y Courtenay demuestra ser un partenaire solvente y eficaz. Ambos fueron merecedores de varios premios por este trabajo, entre ellos, los Osos de Plata a mejor interpretación en el último Festival de Berlín.
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Pasado continuo Probablemente el último plano con el que se queda Haigh tenga el poder de síntesis que dos de las secuencias previas del asfixiante clímax anunciaban: por el lado del personaje de Kate (Charlotte Rampling) el momento en el que se dirige bruscamente al baño y se observa en el espejo y por el lado del personaje de Geoff (Tom Courtenay) el accidentado discurso con palabras que se atropellan con emociones contradictorias. Ese gesto de cansancio que cierra el film, con Kate sacando bruscamente su mano de la de Geoff puede parecer anticlimático o ambiguo, pero es de una claridad que corresponde al verosímil del relato. Y este es el punto donde la película de Haigh gana autenticidad a pesar de lo forzadas que puedan resultar algunas metáforas, la atención a los detalles y la progresión de cómo ese vínculo se va desmantelando hasta el punto de lo irreparable, más allá de lo que la imagen nos muestre. El relato arranca con la pareja planeando la celebración del aniversario de bodas de 45 años, hasta que durante una conversación matinal inofensiva le informan a Geoff que hallaron el cuerpo de una mujer que estimaba en Suiza. Por supuesto, esta mujer que estimaba, un pasado borroso al que apenas había mencionado, va cobrando una presencia cada vez más relevante en el relato, conforme Kate va descubriendo que esa mujer de alguna forma nunca ha dejado de persistir en la vida de Geoff. La invasión de ese fantasma que rompe la cotidianeidad de esa pareja va tornando la preparación del aniversario en un verdadero calvario que cuestiona desde el recuerdo la solidez de ese vínculo. Esa mujer difunta y congelada en las montañas de Suiza, cuyo cuerpo sin embargo ha permanecido intacto al paso del tiempo, es de alguna manera una metáfora de cómo esa historia no ha sido superada más allá de su relación con Kate. Lo que es peor, esta presencia es aún más relevante en el espacio físico de su hogar, que se va volviendo cada vez más presa de ese recuerdo. Pero el punto de vista se encuentra sobre Kate antes que en Geoff, permitiéndonos descubrir a través de los ojos de ella cómo las nociones sobre lo que estaba construido se desmoronan. La lentitud con la que se puede achacar que avanza la trama corresponde al paso de los días, permitiéndonos entender porqué el relato se sostiene en sutilezas antes que en gestos explosivos: la película avanza sobre una pendiente inevitable a la que los diálogos, los silencios y los pequeños gestos nos llevan. Es por ello que el film se sostiene en las actuaciones de Rampling y Courtenay para llevar el tono de la narración. Pero claro, no estamos hablando de teatro, y la dirección encuentra desde el encuadre la lucidez para contar la historia y que entendamos las sutilezas narrativas que sobrelleva; no hay mejor ejemplo que el encuadre final, con un plano medio que se queda con el personaje de Kate sacando bruscamente su mano de la de Geoff, que se encuentra fuera de cuadro. 45 años es un drama que puede resultar denso por momentos, pero la solidez de las actuaciones y un guión que no deja ningún detalle al azar la hacen una propuesta intensa que no dejará indiferente.
EL RITMO DE LA COTIDIANEIDAD Inspirada en el cuento In another country del autor inglés David Constantine, 45 años es una película que explora la intimidad de una pareja de adultos que planea festejar su aniversario de bodas. Ubicada en una zona rural de Gran Bretaña, la historia adquiere escenas de delicada simpleza combinadas con profundos parlamentos en los que el espectador juega a reconstruir la historia de estas personas a la par de Kate (Charlotte Rampling), la protagonista. La armonía de la vida en la vejez, lejos de la locura citadina invita al merecido ocio, pero también a la revisión del pasado. Y es por eso que inmersos en esta lógica nostálgica, los personajes transitan un período de reflexión que, sumado a la llegada de una noticia inesperada los hace replantear el sentido de su vida juntos. El filme además de una historia atrapante, cuenta con una estructura interna que confirma la representación del paso del tiempo a través de letreros que indican los hechos que suceden cada día de la semana, aspecto que cobra debida importancia ya que el sábado es el festejo del aniversario. Y lo que la película muestra es cómo se modifica la vida de estas dos personas en una semana que comienza con la llegada de la noticia antes referida y que termina con el evento en el que re confirmarán su amor luego de tantos años. Hay dos tópicos que 45 años pone en escena, y más allá de la construcción de este paso inevitable del tiempo cronológico, el filme se atreve a narrar el costado más íntimo de la vida en pareja. Por un lado está la que quizá sea una de las escenas más conmovedoras del filme, aquella en la cuál Kate y Geoff tienen sexo; pero por el otro está la charla en la que Kate se arrepiente de no haberse tomado el tiempo de sacarse fotos y guardar en instantáneas pequeños pedacitos de todo lo vivido hasta el momento. Por ejemplo, los arreglos de la primera casa en la que vivieron juntos, el rostro de su padre, su primera cachorra o un retrato de ellos mismos. Pareciera que la materialidad inexistente del pasado cobra el peso de un vacío que no pueden llenar con nada, excepto la memoria cada vez más frágil. A su vez uno de los puntos más interesantes de la película es cómo la presencia incorpórea de una tercera en discordia logra perturbar la solidez de este matrimonio. Situación que el filme aprovecha para abrir el juego al espectador invitándolo a participar del descubrimiento de un secreto que cambiará para siempre los sentimientos de Kate. El triángulo es perfecto, y con una punta invisible pero fuertemente anclada en el relato, la historia toma ribetes cada vez más intensos, hasta el punto de hacer insoportable ese paso del tiempo inevitable que marcan los intertítulos. Entonces el tiempo pasa, y con él, se amplifica el desgarro emocional de Kate que se ve reflejado en un rostro que no puede mentir. Sin embargo, le propone a su marido, olvidar todo y continuar, al menos hasta el viernes. Lo que sucede el sábado forma parte del final del filme y por ese motivo aquí no haré referencia a su develamiento, lo mismo que el secreto y la noticia que llega el lunes. Con un actuación magnifica por parte de Charlotte Rampling, 45 años es un filme cautivante que invita a la reflexión sobre el paso del tiempo y el coraje de aprender a perdonar y seguir adelante, sobre todo luego de una vida entera al lado de otra persona. Sin embargo el interrogante queda abierto acerca de si Kate podrá o no superar el ocultamiento y volver a un estado cero de la pareja. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
Los materiales iniciales de 45 años parecen discretos, escasos, casi pobres: los Mercer viven un plácido retiro en una casa en el campo hasta que una carta dirigida a Geoff trae noticias de un romance del pasado que trastoca la relación de los dos. Desconcierto, sospechas. La antigua amada anuncia su regreso, después de medio siglo de ausencia, desde un bloque de hielo en los Alpes que, parece, habría garantizado la conservación del cuerpo y hasta de su ropa. A partir de esa consigna, el director Andrew Haigh consigue que el universo de sus protagonistas, hecho de pequeñas cotidianeidades de provincia, cobre un espesor cada vez más evidente: los gestos imperceptibles, los movimientos erráticos del cuerpo maltrecho de Geoff, las pequeñas anotaciones que hace el relato sobre la rutina, todo acaba por establecer un vínculo entre Kate y Geoff en el que ella resulta ser una presencia demasiado fuerte, protectora pero algo sofocante, que dirige en parte la vida del esposo al que le cuesta un poco escapar del gobierno de su mujer. Haigh trabaja el drama sin caer en marcaciones psicológicas: prácticamente todo surge de la interpretación de los actores, de sus acciones, de los gestos leves con los que llenan el día a día. Adoptando el punto de vista de Kate, el guion apuesta al misterio (¿a dónde va él? ¿Tiene pensado viajar a Suiza para reconocer el cadáver?) tanto como al desempeño notable de Tom Courtenay. Su Geoff, hombre mayor enfermo, que todavía padece las secuelas de un ACV y que alguna vez supo ser de izquierda y coquetear con la militancia marxista, resulta en la actualidad un ser gris y apagado que se mueve con dificultad por la casa, que no sabe bien cómo llenar las horas libres (agarra libros que no lee, se propone arreglar utensilios domésticos rotos que no arregla). Hay incluso alguna clase de morbo en el interés de la película por relevar hasta el más pequeño e insignificante de los tics del personaje, su permanente desorientación, la dificultad con la que emprende hasta la tarea hogareña más minúscula. La vuelta de ese amor desconocido para Kate acaba por hacer de Geoff alguien misterioso, errático, que pareciera esconder más de lo pensado detrás de su incapacidad física, como si la enfermedad y sus efectos no fueran más que una máscara con la que la película da forma ya no a un hombre sino a un enigma. De paso, pone en jaque la voluntad de control de ella: la relación con la otra mujer le demuestra que no sabe todo de Geoff, que no administra completamente la existencia y los sentimientos del marido. Al tomar el punto de vista de Kate, se vuelve el vehículo afectivo del relato: al revés de lo que ocurre con el esposo, sabemos todo del sufrimiento de ella, de sus dudas, de sus celos, sobre todo ante un descubrimiento relativo a la maternidad. La película manipula el suspenso de manera ostensible siempre en torno de breves escenas cotidianas en las que uno y otro suelen compartir el espacio del encuadre y dejan ver en la pantalla una familiaridad y una complicidad que refuerzan la credibilidad de la ficción de Haigh. Pero el director, más o menos invisibilizado detrás de su propia maquinaria narrativa, decide salir a la superficie y dejar ver su mano, hacer patente su presencia, en dos planos groseros: en uno, cuando ella toma conciencia de estar perdiendo a Geoff y, por obra de una corriente de aire poco verosímil, una puerta se cierra muy, muy despacio detrás de ella; en otro, durante la escena inmediatamente posterior, la protagonista camina por una calle llena de gente y aparece rodeada milimétricamente de ¡una madre con un carrito de bebé! de cada lado. Uno se pregunta a qué obedecen estos subrayados, qué hace que el director olvide el rigor inicial, su habilidad para registrar con cierto pudor los intercambios entre los personajes y la casa, y se entregue a estos golpes de efecto inncesarios. El resto del tiempo, Haigh parece conservar su singular habilidad para los planos distantes legibles y que favorecen el surgimiento de tensiones, demostrado de paso que la economía visual en muchos casos puede servir para contar más. La película no asume demasiados riesgos, es cierto, más bien transita cómodamente por el camino un poco borroso del drama gerontológico con algunas dosis suplementarias de misterio, y el desenlace sugiere en parte una falta de compromiso, cuando el director juega a dejar todo abierto porque tampoco parece tener demasiada idea de cómo cerrarlo.
TIEMPO DE PERDONES Kate y Geoff están a punto de festejar sus 45 años de matrimonio. Viven en una casona de las afueras. No tienen hijos ni preocupaciones. Pero una carta traerá una noticia que sacudirá esa mansa existencia. Kate siente que el piso se le mueve. No está en juego la fidelidad sino algo igualmente perturbador. Le duele la deslealtad, ese secreto tan guardado. Y le cuesta perdonar. Siente que ha estado junto a un hombre al que nunca conoció del todo, un marido que guardó en un altillo el recuerdo de un amor que, cuando salió a la luz, le terminó echando sombras a un vínculo que acaso haya sido el sobrante de una historia mejor. Ya nada será igual. Y el plano final de Kate en la celebración del 45 aniversario, con esa mirada amarga, le da su sentido final a este film triste y sentido, que acumula escenas obvias, es cierto, que al comienzo es medio plañidero, pero que nos recuerda la fragilidad del amor, lo fácil que resulta derrumbar aquello que parece inmenso. ¿Qué hacer? ¿Perdonar o romper? El film dice que a cierta edad, perdonar es más cómodo. Amainada la pasión, el hijo rojo esta vez se apuesta más a la durar más que a estallar. Un film sereno y sentido que tiene sus baches, pero que invita a la reflexión. T.S. Eliot lo había dicho: “Los hombres viven del olvido; las mujeres, de recuerdos”.
45 años (45 Years, 2015) se destaca por la actuación de Charlotte Rampling, quien interpreta a una mujer que considera que su matrimonio es su principal riqueza. El director Andrew Haigh refleja una historia pequeña, pero profunda, en la que se remarca el efecto del devenir de la vida en el ser humano. Kate (Charlotte Rampling) está planeando su fiesta de aniversario: con Geoff (Tom Courtenay) cumplen 45 años desde que dieron el sí. Durante ese período la pareja se afianzó y los dos se abocaron al otro por completo, debido a que no tuvieron hijos. Pero inesperadamente, Geoff recibe una carta con una fuerte noticia de su primer amor. La película se centra en las decisiones y sentimientos de Kate. De por sí es una mujer segura que ha llevado su casa adelante, por eso ahora siente que con las novedades todo se desvanece frente a sus ojos. A tal punto de desconocer a su marido. 45 años muestra hermosos escenarios del paisaje rural en el que se desarrolla. A un tiempo paulatino, por momento demasiado, se rearma una historia del pasado que los espectadores conocerán junto a su protagonista. Porque es como una sombra que aparece en el presente y amenaza el equilibrio de tantos años. Rampling deslumbra con una actuación en la que transmite las distintas emociones por las que atraviesa su personaje. Y Courtenay hace lo propio, acompañándola en un papel más reservado y misterioso. Haigh delinea una película elegante, trazada por la distinguida mirada de Kate. Una mujer moderada y expectante que mantiene el interés del público. Sin darle todas las respuestas.
El fantasma de los tiempos pasados Con interpretaciones magistrales, 45 años aborda la crisis de una pareja. El fantasma de una antigua relación, los celos y el disimulo. Un guión preciso y bien elaborado donde los pequeños detalles de la trama articulan miedos mayores. Las mujeres fantasmas son irrebatibles. Ahí está el cine para corroborarlo: ha sido temática preferencial de Alfred Hitchcock en La dama desaparece y Vértigo. El cine negro la ha invocado en títulos como La dama fantasma, de Robert Siodmak, y Laura, de Otto Preminger, inscriptas en un año sintomático: 1944. Luego vendría Trágica sospecha (1951), de Robert Wise, con el horror de los campos de exterminio como herencia irresoluble. Tal es la línea sugerida también por esa obra maestra reciente que es Ave fénix, de Christian Petzold. Ahora bien, al hablar de maestros, Hitchcock otra vez. De entre su cine de mujeres inasibles, destaca Rebecca (1940), sombra terrible que acecha sobre los designios de la pareja que conforman Laurence Olivier y Joan Fontaine. Rebecca descansa entre las habitaciones y pasillos de Manderley, esa mansión en donde un ama de llaves custodia la memoria y presencia de la muerta. En este sentido, 45 años propone una variación cercana, pero con el tiempo ya sucedido. "¿Recuerdas? Te he hablado de Katya", le dice Geoff a Kate (Tom Courtenay y Charlotte Rampling). La carta intempestiva marca el inicio, el quiebre, la develación de la mirada sesgada. Que Katya haya sido relegada a algún rincón oscuro, no significa que hubiese desaparecido. Ese lugar, de hecho, tiene en la casa de esta pareja su recoveco en el altillo, allí donde Geoff guarda memorias dentro de cajas, papeles y diapositivas. "¿Por qué no nos hemos sacado fotografías?", preguntará Kate. La misiva, efectivamente, arriba desde otro tiempo, en otro idioma. Su lectura fuerza a Geoff a balbucear un alemán que no recuerda, pero que en algún lugar suyo todavía anida. Kate le ayuda, pero hay gestos que la traicionan, retraen, que dicen que no quiere hacer lo que fatalmente invoca. Katya es el amor de un tiempo lejano, que surge de manera inmaculada, desde la imagen intacta: la carta informa sobre el hallazgo de su cuerpo, congelado en un glaciar, desde el día del accidente fatal. Geoff altera su habla, sus lecturas -Kierkegaard vuelve sobre sus preocupaciones; Kate le reprocha tal inutilidad: "hay por lo menos tres ediciones de ese libro, nunca superas los primeros capítulos"-, el cigarrillo se apodera de él otra vez. El tiempo se extraña, los días dejan de suceder tal como lo hacían, mientras la cuenta regresiva sobre la fiesta, de apenas una semana, sucede. De este modo, 45 años dramatiza la superposición entre un tiempo cuantitativo y otro subjetivo: a partir de la madeja desovillada de recuerdos que el cuerpo inerte de Katya provoca. Así, los intertítulos recuerdan el paso del tiempo a través del nombre de los días, mientras Geoff desvaría entre los paseos a solas, la vitalidad sexual, y la posibilidad de viajar al encuentro con su otrora amada. Kate le persigue, le vigila. Pide consejos, sabe que hay algo que se ha despertado de manera inesperada. La semejanza de su nombre con el de aquella, acentúa la simetría. Por esta referencia, 45 años merece también ser pensada a partir de Vértigo, donde James Stewart habrá de vestir y adornar a Kim Novak hasta lograr la superposición entre la realidad y su fantasía. La Novak lo vive de manera quebrada, a sabiendas de tener que dejar de ser quien es para estar con él. Así como Stewart, el Geoff de Courtenay naufraga desesperado, perdido y enamorado de otra mujer. Entonces, mejor será entender que 45 años no es un film sobre la crisis repentina de un hombre, sino sobre la crisis repentina de esta mujer. Es ella quien finalmente descubre en su compañero de vida una mirada atrapada en otros ojos, cuya captora descansa indemne en su agonía de tiempo detenido; así como en esas fotografías que se empecina en descubrir, y que encierran más, como si fuese el impacto final, de esos que hacen temer a estos fantasmas. Será a la manera de un golpe de gracia, luego de que su perfume invada los ambientes de esta casa donde el dominio fuera sólo de ella, tal vez ilusoriamente. Es por eso que la canción "Smoke gets in your eyes", de Los Plateros, será prólogo y epílogo del drama. Primero desde su alusión, como elección para esa fiesta en donde celebrar, entre otras cosas, con la canción preferida; después, como reversión de lo sucedido, como mirada romántica quieta ante el humo que finalmente se disipa. Para hilvanar ambas instancias, 45 años apela a detalles numerosos, que habrán de llevar la relación entre Kate y Geoff al momento límite, como formas que ambos alternan para sostener, así, lo que deben parecer: una pareja feliz. Es destacable la caracterización conjunta de Rampling y Courtenay, desde matices que se tocan de maneras ambiguas, a partir de la rutina, a partir del cariño. Son dos intérpretes soberbios, sin reemplazo posible. Las miradas ladinas de ella, el caminar desasosegado de él. Es un film de momentos íntimos, en donde el espectador está invitado a participar pero sin entrometerse, a través de dilemas que merecen silencio, pesar, malestar. Con la ironía puesta en la vida como tiempo sucedido, en su angustia, con las experiencias que no pudieron ser de otro modo. Cuando Kate se detenga en la curiosa coincidencia de fechas entre la muerte de su madre y la de Katya, hay algo más que rebota y no se aplaca. Casi como si luego de este suceso, no hubiese habido en ella nada más que Geoff. La desorientación -tal vez, mutua- tendrá en la celebración su momento mayor, sometidos como lo estarán a la mirada pública, al rito social. Una vez allí, el discurso de Geoff será momento soberbio. La manera desde la cual el gran Tom Courtenay lo interpreta (ese actor mayúsculo, rostro del cine inglés de vanguardia, elegido por notables como Tony Richardson y Joseph Losey), con maneras vocales que dan énfasis y que simulan pero, finalmente, se abren al sentimiento, logran la síntesis de este film destacable, al caminar sobre un límite difuso, sin aportar la pieza última que explique sino, antes bien, al localizar el drama en la intimidad del espectador, a partir de un primer plano desmembrado, sólo posible en esa actriz única que es Charlotte Rampling.
Rampling and Courtenay deservedly won the Silver Bear at last year's Berlinale for their performances POINTS: 8 It’s Charlotte Rampling what and who you will remember the most long after seeing Andrew Haigh’s seductively understated 45 years, an account of a week in the life of a blissfully happy long-married couple preparing to celebrate their 45th anniversary and who face unforeseen news which could change their lives forever. I don’t mean what they actually do in their lives — walks with the dog, meetings with friends, afternoon tea, book reading — but what goes on inside their hearts and souls. Above all, inside those of Kate, the graceful retired schoolteacher played by Rampling. For it is her shaken expression captured by the camera in the final shot what’s most revealing of uncertain times soon to come. Tom Courtenay who plays Geoff, a retired factory manager, is as convincing as Rampling is, and in a sense he carries on his shoulders a more difficult role — Kate, as British as she may be, still conveys a certain degree of what she feels, whereas Geoff is ever elusive, apparently naïve to the commotion that an unpredicted blast from the past brings to the meaning of their everlasting love. More than deservedly enough, both actors won the Silver Bear for Best Actress and Best Actor al last year’s Berlin Film Festival. Kate and Geoff are a well-learned, middle-class couple who’ve been together for — yes — 45 years. Some people can actually do that and even be happy — and I’m not being sarcastic at all. They’ve had their ups and downs just like any couple and it’s not like they stem that sort of glossy, manufactured happiness typical of a US couple from the ‘50s. You can sense their life together is real and that they’ve worked hard to earn what they have. They don’t have any children — and this will later on in the plot prove to be no small detail. On a given afternoon, their pleasurable present together is invaded by shocking news in the shape of a letter from Switzerland. The dead body of Katya, a former girlfriend of Geoff who had died in a mountaineering accident while they were on a trip together 50 years ago, has been found and recovered from a glacier, almost intact, wearing the same clothes and all. The authorities in charge contacted Geoff for they believe he is the next of kin. You can imagine all the sorts of questions that may arise from such a situation. Now try to imagine how this couple will try to answer them — whenever possible, that is. Could Kate possibly remain indifferent to knowing more about Katya? For her sake or for the couple’s, should she? What place did Katya actually have in Geoff’s life? She knows about her because he’d told she was his girlfriend and he’d told her about the accident when they met — yet never in detail. Because, upon closer look, what Katya meant to Geoff is to affect what Kate has meant to him as well. Consider it from Kate’s perspective. The past is never frozen, and though the metaphor of the body rescued from the iceberg could sound too blunt, it actually isn’t. For writer and director Haigh, who adapted David Constantine’s short story In Another Country for 45 years, never makes an issue of it in a melodramatic way. He simply states his very acute emotional gaze upon what this triggers in the couple in a matter of fact manner and places. He could have, of course, resorted to melodrama and that wouldn’t have been necessarily wrong — we all love a good old tearjerker. But I find that the material the filmmaker is dealing with here is better explored in the vein of a fine, intimate drama that won’t tell viewers that much about what happens, once again, inside stirring hearts and afflicted souls. There’s a particularly shattering scene. Kate has managed to get a hold of a box of old slides and by herself starts viewing them, until she reaches one that shows something different from the rest. I mean the scenario is the same, the composition is basically the same, the lighting is the same; and yet there’s one crucial difference. When Kate realizes what she’s actually seeing, time freezes. It’s like when you see that one detail in the big picture and then the big picture can’t ever be the same. Ever. Haigh is relatively well known for Weekend, the enticing story of a sexual encounter between two young gay men which ends up being more than just sex. Though slightly overrated, Weekend is nonetheless a mastery of subtlety, minor gestures and emotional honesty. In my view, with 45 years Haigh has outdone himself into a work of a deeper resonance and far more nuances. This is the type of movie that stays with you for years to come. Production otes 45 years (UK, 2015) Written and directed by Andrew Haigh. With Charlotte Rampling, Tom Courtenay, Geraldine James, Dolly Wells. Cinematographer: Lol Crawley. Editor: Jonathan Alberts. Produced by The Bureau, Tristan Goligher. Running time: 93 minutes.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Amenazada 45 años después de haber decidido pasar su vida junto al hombre que creyó el indicado, Kate (Charlotte Rampling) ve como sus seguridades desaparecen al revelarsele una verdad ineludible sobre la relación. El realizador Andrew Haigh (“Weekend”) logra plasmar en imágenes la situación de Kate y el enfrentamiento que con ella misma deberá asumir cuando la amenaza de algo que pudo ser, pero terminó convirtiéndose en otra cosa, la aceche a pesar que Geoff (Tom Courtenay), con su honestidad brutal, le diga que la sigue eligiendo. Y en el medio de ese debate, la organización de la fiesta por los 45 años de casados pasa de algo bello e interesante para ellos y los suyos, terminará por convertirse en una tortura para Kate, que no sabe cómo debe seguir con su vida. La puesta en escena de “45 años” (Inglaterra, 2015), austera, simple, árida, rústica, constituyen la atmósfera ideal para que Rampling regale una clase magistral de actuación, con su lograda composición de Kate, la mujer, la ama de casa, la amiga, la amante, aquella a la que el pasado la golpea sin haber prevenido de dónde venía el mismo.
Publicada en la edición #284.
Publicada en la edición #284.
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Crítica emitida en Cartelera 1030-sábados de 20-22hs. Radio Del Plata AM 1030