Con el western no, MacFarlane El western es el género norteamericano por excelencia, en más de cien años ha sabido dar más obras maestras que cualquier otro género y construir una mitología cinematográfica capaz de incluso ponerse en duda a sí misma. Maestros como John Ford, Howard Hawks, Anthony Mann, Budd Boetticher, Don Siegel, Sam Peckinpah y Clint Eastwood, entre muchos otros, han encontrado en el Oeste una de las pocas épicas posibles en el siglo XX, esto último según nada menos que Jorge Luis Borges. Pero de tanto en tanto llega un objeto anómalo como A Million Ways to Die in the West, de Seth MacFarlane (el creador de Family Guy y Ted). No hablamos de una rareza, ni de una nueva mirada, ni siquiera de una ingeniosa parodia, hablamos de un film que toma el western sin justificación alguna, con el único objetivo de atacarlo e insultarlo de punta a punta. Pero si aceptáramos por un instante la mirada bruta e ignorante del director, si creyéramos que esta ignorancia no es síntoma de un director mediocre, aun así la película es terriblemente mala. El humor está fuera de timing, los gags están ejecutados de manera tal que no pueden interesar, muchas escenas no conducen a nada y ni siquiera ayudan a expresar alguna idea o mirada por parte del realizador. No falta una dosis de humor escatológico de grueso calibre y humor políticamente incorrecto que de todas maneras se contradice a sí mismo porque el director tiene también su agenda política muy clara. Una series de sorpresas que no anticiparemos acá y una escena al final de los títulos no logran salvar a este pseudo film de un naufragio catastrófico. Incluso aquellos que hacen un genuino esfuerzo por actuar bien, como Neil Patrick Harris, sucumben frente a los caprichos de un director que se enreda en sus propios lugares comunes. Incluso toda su carga de cinismo y revisionismo se borra con la historia romántica, tan mediocre y edulcorada como las más estándar de las películas. El que haya tantos planos del Monument Valley no deja de ser la peor manera de recordarnos que allí, años atrás, el más grande directores de todos los tiempos, John Ford, dirigió varias de sus obras maestras. Pero A Million Ways to Die in the West no es digna de comparación. Ni siquiera está a la altura del cálido homenaje paródico que hizo Mel Brooks en la década del 70. Seth MacFarlane llegó tarde a todo y no aportó nada. Una invitación a no ver esta película que de punta a punta y hasta el cameo final, es un verdadero elogio de la ignorancia cinematográfica. Una vergüenza.
Luego de años escudado detrás de la creación sus series animadas, en poco tiempo Seth McFarlane hizo un meteórico ascenso en el mundo de la “acción real”. Como director de Ted, una de las comedias más populares de los últimos tiempos; con la presentación de la anteúltima gala de los Oscars; ya era el turno de protagonizar, y sí, A million ways to die in the west lleva la firma y el sello de McFarlane por todos lados, principalmente desde su absoluto protagónico. Es la historia de Albert Stark, un cobarde, un hombre con la palabra y el chiste justo para salir de cada situación; sí, Albert es Seth McFarlane. Lo que sucede con Albert podría resumirse en pocos renglones, es abandona por su pretenciosa novia Louise (Amanda Seyfried) y para intentar reconquistarla contará con la ayuda de la nueva visitante del pueblo, Anna (Charlize Theron) que nadie sabe es la esposa del pistolero más peligroso del Oeste Clinch Leatherwood (Liam Neeson en un rol que no vale el estar tercero y en el afiche). El resto, puede adivinarse, Louise lo abandona para irse con el dueño de una bigoteria (Neil Patrick Harris), y este y Albert terminarán con la promesa de un duelo. En realidad, el argumento del film es sólo una excusa (más o menos) hiladora para enganchar un chiste con el otro, y así funciona; como una suerte de films de sketchs que no es, o como un film episódico, que tampoco es. McFarlane tiene gracia y chispa, eso es innegable, más de una vez con solo verle la cara ya alcanza para empezar a reírse. Sus chistes rondan lo sagaz, lo provocativo, la crítica social, lo burdo, y lo más ramplón y directo, hay para todos los gustos y efectividades; eso sí, hay que ir sin ningún tapujo. Tal como sucedía hace una semana atrás con Maléfica en otro “rubro”, el excesivo centralismo en Albert/McFarlane hace que el resto sea periférico, así personajes graciosos como los de Giovanni Ribissi, Sarah Silverman, y el siempre efectivo Neil Patrick Harris pasan a un segundo plano. Hasta Charlize Theron se da el lujo de mostrar sus dotes de comediante (de guión, por supuesto) y sale airosa, aunque también, relegada al segundo lugar. A million ways to die in the west plantea una mirada actual sobre una historia del Lejano Oeste, la gran mayoría de sus chistes apuntan a la cultura reciente, incluyendo referencias fílmicas y cameos importantes (hay escena post crédito que no agrega nada); por supuesto, hablamos de la cultura estadounidense, por lo que si no se es muy ducho, mucha de la gracia quizás se pierda. Con todo, si la triada de guionistas hubiese creado un entorno más sólido estaríamos hablando de una gran comedia. Desde la primera escena se nota que asistiremos a una serie de monólogos de McFarlane, sino fíjense en la cámara, que cuando él habla, tiene a enfocarlo en exclusiva como si el resto se desvaneciese. Divertida, entretenida, muy llevadera; el director/guionista/productor/protagonista apunta a su creciente ola de fanáticas, y es posible que acierte, para el resto, para los que quieran ver una comedia a secas como cualquier otra, tendrán que aceptar las reglas del personaje, guste o no.
El odio mueve montañas. Si existe un concepto que ha caído en desuso en el contexto cinematográfico actual es el de “película fallida”, no precisamente por un déficit analítico de la noción en sí sino por las características concretas de una sociedad en la que la profusión informativa y la andanada de metadiscursos -todos autoadjudicándose una legitimación inmediata- terminan licuando las expectativas “sopesadas” de antaño y volcando el discernimiento del espectador promedio hacia un péndulo facilista determinado por los opuestos. Hablamos de la soberbia del “muy bueno” o “muy malo” sin ningún replanteo en el medio, casi un dogma contemporáneo que podemos hallar en esa multiplicidad de sandeces que leemos a diario. Más allá de los prejuicios de la interpretación popular y la lógica de un fundamentalismo de rasgos ombliguistas, del que por cierto la crítica forma parte porque ayuda a reproducir estos dictámenes “cerrados de antemano”, aún continúan poblando la pantalla películas fallidas como A Million Ways to Die in the West (2014), por más que acumulen buenas intenciones e incluyan alguna que otra escena hilarante. Vale aclarar que nos referimos a una “potencialidad desperdiciada”, específicamente al talento de un grupo de responsables con un “pedigrí artístico” e inquietudes varias que no han sabido trasladar al resultado final, cayendo en un pozo cualitativo al momento de la inevitable comparación con opus pasados. Aquí el declive para Seth MacFarlane es más pronunciado que de costumbre debido no sólo al “detalle” de que actúa, produce, escribe y dirige, sino también porque hereda el inusual éxito de Ted (2012), una realización correcta que reventó la taquilla a fuerza de captar al “público común”, para el cual aquel humor irreverente fue una novedad por desconocer -o no haber visto más que un par de veces- Padre de Familia (Family Guy). Así como Ted funcionaba como un capítulo de “medio pelo” de la serie animada, repleto de lucubraciones sexuales innecesarias, el presente film imita la estructura de un episodio decididamente flojo de la tira, ahora sobrecargado de alusiones escatológicas que se sienten fuera de lugar. De hecho, ese es el problema principal de la propuesta, los constantes “manotazos de ahogado” para con fórmulas satíricas extraídas de la genial Locuras en el Oeste (Blazing Saddles, 1974), del gran Mel Brooks. A diferencia de aquella, A Million Ways to Die in the West no se decide entre la parodia a los westerns y la comedia romántica, con MacFarlane como Albert Stark, un ganadero cobarde y paranoico que es “botado” por Louise (Amanda Seyfried) para rápidamente establecer contacto con la bella Anna (Charlize Theron), esposa del pistolero más despiadado de la región, Clinch Leatherwood (Liam Neeson). Un tono aletargado y rebosante de clichés marca el ritmo de una progresión general muy errática. Vaya uno a saber cuál habrá sido el objetivo del señor a la hora de encarar un proyecto de este calibre, lo que sí podemos asegurar es que el desfasaje entre la excelente performance de Padre de Familia y lo que hoy tenemos ante nosotros es por demás notorio. El desnivel entre Theron y MacFarlane (quien en esencia es un “actor de doblaje” y debería haber delegado el protagónico en un intérprete con mayor experiencia delante de cámaras) y las pocas ideas realmente novedosas detrás del relato (apenas un refrito de gags setentosos, chistes inconducentes y situaciones sin pies ni cabeza) conspiran contra el mismo leitmotiv, ese amor de la pareja central en función del “odio compartido” hacia el Lejano Oeste…
La gran prueba. De todas los estrenos del 2014, si había uno que quería que me gustara con todas mis fuerzas y por sobre todos los otros, era A Million Ways to Die in the West o Pueblo Chico, Pistola Grande -sí, siempre sutiles- de Seth MacFarlane. Quería que me gustara por muchas razones. No sólo porque el director, co-guionista, productor y protagonista de la película me cae muy bien, sino porque mis expectativas post Ted eran muy altas y todo lo que el tipo hace me parece fresco e increíble y agradezco que una de las razones por las que el mundo es más hermoso es porque existe un comediante como él. Pero a la hora de sentarme a escribir una nota sobre la película, me encuentro esforzándome por recordar la primera escena después de los títulos en rojo sobre el paisaje fordeano. Y cuando me di cuenta de lo mucho que me costaba eso, recordé que al llegar a mi casa luego de la función, apenas podía recordar alguno que otro chiste de la película. Algo que no pasaba con Ted, de la que hasta el día de hoy recuerdo escenas completas y me sigo riendo. Pero riendo fuerte, a carcajadas, de esas risas que nos hacen llorar y nos dan dolor de panza de la felicidad. Es que comparar a Ted con A Million Ways… es hablar sobre la diferencia entre reír y sonreír. Ahí donde las aventuras del oso arrancaban lágrimas de felicidad, la verborragia en carne y hueso de Albert Stark en el Oeste deja apenas -y solo por momentos- entrever una sonrisa. Es que Stark es el Doc Brown teletransportado al Oeste en 1882. Totalmente fuera de lugar. El “padre de familia” se mete con el padre de los géneros estadounidenses, de hecho, el primer género cinematográfico estadounidense: el western, que nacía allá por 1903 de la mano de Edwin S. Porter. Sería injusto comparar A Million Ways... con Blazing Saddles primero porque si bien el grandísimo Mel Brooks fue el iniciador de este tipo de parodias referenciales, sus estilos son completamente diferentes y sus visiones parten desde lugares y épocas diferentes. Segundo, porque MacFarlane apela a la cita inmediata, ligada al “ahora” que vivimos. Pero lo que realmente las separa es que A Million Ways… no es más que una seguidilla de ideas ingeniosas. Muy buenas ideas por cierto, pero mal implementadas. No es que falte acción, ni peleas, persecuciones, robos, cabalgatas, indios -con escena onírica de por medio- y toda la iconografía del western mezclada con el universo MacFarlane: chistes sobre pedos, diarrea, porro y cultura pop. Todo eso está. Entonces, ¿qué es lo que no funciona? MacFarlane sabe contar historias. Pero, ¿sabe contarlas visualmente? Allí reside el mayor problema de A Million Ways… y es simplemente que le falta cine. Las escenas más divertidas son aquellas en las que el director juega con nuestro imaginario colectivo sobre el género, pero la película parece estar hecha con cierta vagancia, como si la hiciera de taquito. Podría haber sido concebida como una serie de sketchs o episodios de una serie y no habría diferencia. MacFarlane es un genio de las voces y escucharlo haciendo chistes es lo más cercano a la felicidad que podemos experimentar. Pero verlo, no tanto. En carne y hueso, el actor no puede sostener sus planos que luego de unos segundos comienzan a pesar como un extenso y fallido monólogo de stand up, sumado a su falta de carisma en la pantalla. Pero lo que no tiene de carisma le sobra de ternura. Lo que no significa que no recordemos más un vestuario de Charlize Theron que un chiste de él. De hecho, son más ricas las actuaciones y las historias de algunos de los personajes que lo rodean, como la relación entre Anna (Theron) y Clinch (Neeson) o la de Edward (Ribisi) y Ruth (Silverman). Ésta última es también la que más explota su potencial. MacFarlane sabe sacar algo gracioso de cualquier cosa, de eso no hay duda. Pero para volver a reír a carcajadas, de esas que duelen en el estómago, habrá que esperar la segunda parte de las aventuras del oso parlante o, como le dijo el cacique de los apache a Stark, tendremos que “tomar drogas en grupo”.
Mil maneras de bostezar en el cine. Seth MacFarlane apareció como un fresco exponente del humor en la animación, casi como un empujón a Los Simpson, serie que se mostraba demasiado relajada en la cima. Así apareció Padre de Familia, con una fisonomía similar a la de la familia amarilla de Springfield pero con más irreverencia y sin inconvenientes para nutrir sus chistes de violencia explícita, racismo y otros rasgos incómodos para el público medio de la TV. Hoy en día esta articulación no resulta suficiente para hacer reír, ni siquiera para molestar a los conservadores prestos a elevar el grito en el cielo sobre los temas que sí pueden ser tratados bajo el intento de hacer comedia. En lo que es su segundo largometraje, luego de la exitosa Ted, MacFarlane se mete con el western, un género que ha pasado por casi todas las fases posibles de parodia: desde el spaghetti western hasta la lectura en clave farsa de Mel Brooks en Locuras en el Oeste. No hay muchas razones para que Universal haya accedido a este capricho de MacFarlane, en hacer de un chiste/ argumento una comedia rancia por los modos de parodiar pero más que nada por mostrarse canchera y pasada de irreverente. El argumento es que hay muchas maneras de morir en el Oeste, que esos tiempos fueron espantosos, que nadie en su sano juicio querría vivirlos y sí, hay un tipo que ve todo esto en ese tiempo, como una suerte de adelantado, ese es Albert Stark (el propio MacFarlane, claro). Así es que el protagonista/ director se posa sobre un pedestal, al poner una voz en off que enuncia: “hay tipos que viven en un lugar y en un tiempo equivocados”. La repetición de esta idea, acerca de la facilidad de morir en el Oeste, aparece como un procedimiento que busca entrar a la fuerza al punto de creer que todo lo relacionado con las muertes absurdas es gracioso por la propia operación de ese estilo humorístico. Ni siquiera los one liners surgen con el timing de Padre de Familia, que se chocan con la vacuidad del cliché sobre los indios y el misticismo, el chiste ambulante sobre las prostitutas que interpreta Sarah Silverman y la participación innecesaria de Giovanni Ribisi. Ambos personajes podrían no estar y la historia no los reclamaría. Tan solo la presencia de Charlize Theron, como compinche de un protagonista cobarde y envuelto en una serie de situaciones extraordinarias, se eleva por encima de la mediocridad de un producto predestinado al desastre y confirmado por las pocas luces de un MacFarlane demasiado canchero y contradictoriamente preocupado (como su personaje en el final) por si los chistes se entendieron o no. MacFarlane descansa en la irreverencia y en la incomodidad de sus gags, especialmente en ciertos guiños con el espectador de su serie más famosa (su propia voz que interpreta las voces de varios de los personajes de Padre de Familia). Un par de citas de películas recientes (y no tan recientes pero clásicas) no bastan para comprar a un público que en el surgimiento de su figura celebró una renovación en la comedia animada, destinada al público adulto pero que ahora puede sentirse estafada ante una tipología ya demasiado fermentada como para generar los efectos alguna vez logrados en… la TV. El western, ya sea para un ejercicio genérico, paródico o simplemente como mapa para una cartografía de chistes, le queda demasiado grande a este Seth MacFarlane.
A los tiros (y a los pedos) El creador de Family Guy y Ted redobla su apuesta por el humor absurdo y provocador, pero esta vez jugando con los clichés, estereotipos y códigos del western. El resultado, sin ser del todo decepcionante, tampoco deja demasiado margen para el entusiasmo. Hay, sí, un puñado (¿5? ¿10? ¿15 con toda la furia?) de gags y diálogos inspirados, pero que no alcanzan a disimular la sensación de comedia bastante esquemática, artificial y forzada. Los anacronismos, la fuerte carga escatológica y los chistes sexuales funcionan razonablemente bien durante los primeros minutos, pero luego MacFarlane parece quedarse sin ideas y, con el tanque ya vacío, apela una y otra vez a los mismos recursos para llenar las casi dos horas de película. Hay desde el trabajo fotográfico (el imponente desierto de Arizona) y musical algunos homenajes bastante logrados al más tradicional de los géneros del cine norteamericano, pero en el terreno de la parodia MacFarlane no llega a ser ni la mitad de un, digamos, Mel Brooks. A nivel actoral, lo de Farlane es aún peor: su Albert Stark, típico antihéroe, hombre racional y sensible en una época (1882) donde todo se resuelve a los golpes o a los tiros, resulta muy poco atractivo. Abandonado por su novia (Amanda Seyfried), que pronto encontrará refugio en el adinerado y bigotudo Foy (Neil Patrick Harris), Albert -patético pastor de ovejas- se topará luego con Anna (Charlize Theron), la esposa del sanguinario villano Clinch Leatherwood (el siempre convincente Liam Neeson). Todo queda servido, por lo tanto, para una serie de enredos románticos y violentos (con duelos incluidos). MacFarlane se da unos cuantos gustos: desde un simpático homenaje a Volver al futuro con el mismísimo Christopher Lloyd y otros cameos de figuras como Ewan McGregor, Jamie Foxx o Ryan Reynolds, entre otros. El resto pasa por situaciones demasiado obvias, torpes, previsibles, con un mar de eructos, pedos y diarreas. El más terrenal espíritu adolescente (tardío) llevado al ambiente del Viejo Oeste.
Locuras en el Far-West Con el sello del director de "Ted", Seth McFarlane, llega esta parodia al western en la que la débil trama deja lugar a los gags más disparatados y anacrónicos con un elenco de primeras figuras. A Million Ways to Die in the West gira alrededor de Oveja Negra (MacFarlane), un granjero que es abadonado por su novia (Amanda Seyfried) y que termina enamorándose de una experta tiradora (Charlize Theron) y esposa del asesino Clinch (con un Liam Neeson en alusión directa a Eastwood) que llega al pueblo para sembrar el caos. Con las infaltables escenas de duelos y peleas de saloon, la película entrega personajes graciosos (el ingenuo Edward encarnado por Giovanni Ribisi y enamorado de su novia, la prostituta Zorra del Oeste) y situaciones que funcionan a manera de sketches, como el sueño fantástico del protagonista entre ovejas que levantan vuelo. La otra pata en la que descansa la película son los toques escatológicos (mejor no describirlos) y las escenas sangrientas que emulan a títulos clásicos del género. El film se permite además los cameos de una popular figura de una película de ciencia-ficción que también vistó el Lejano Oeste o la del actor que aparece después de los créditos. Tampoco falta la presencia de Wes Studi como el jefe indio. Con este marco, el creador de Padre de familia se divierte como un niño y sus balas dan el blanco cuando juega a la parodia desmesurada, sin filtros y con un humor directo que llega al espectador. El resto levanta polvareda entre cabalgatas, persecuciones, amores cruzados y hechizos indígenas.
Hay muchas maneras de morir estúpidamente, pero según Seth MacFarlane en el oeste hay más de un millón, porque así es como en “A million ways to die in the west” (USA, 2014) nos contará la épica aventura de Alex Stark (MacFarlane) mientras intenta adecuarse a la época en la que le toca vivir y su particular manera de esquivar la muerte. Como habitualmente hace en sus series animadas, el director fagocita el género de western (tomando cada uno de los temas y tópicos) y los reinventa, agregándoles su toque personal, más un plus de cultura popular actual (el guiño a “Back to the Future” es hermoso) y bromas escatológicas. Stark es una persona que vive en una época que no le corresponde y tiene la capacidad de abstraerse del patético entorno y las limitaciones de los seres que lo rodean. Enamorado de Louise (Amanda Seyfried), su mundo se desmorona aún más cuando ella lo deja por Foy, el “villano” millonario del pueblo (Neil Patrick Harris). Sin un motivo aparente para vivir, ni siquiera la compañía de su amigo Edward (Giovanni Ribisi) y su pareja (Sarah Silverman) harán quitarle de la cabeza las ganas de perderse en el alcohol y escaparse hacia una ciudad con vida y acción. Hasta que un día llega al pueblo Anna (Charlize Theron) y lo acompaña en sus diarios infortunios y derrotero de calamidades, y comienza a vislumbrar la posibilidad de ver un futuro diferente al que hasta el momento vivió. Pero hay un pequeño detalle, que hasta casi el final de la historia Stark no sabrá, y es que Anna es la mujer del forajido más peligroso del oeste Clinch Leatherwood (Liam Neeson), quien volverá para recuperarla y enfrentarse en un duelo mortal con él. Igual hasta ese momento de revelación, que torcerá el destino del protagonista, la aventura seguirá su curso demostrando la capacidad que tiene MacFarlane para construir relatos en los que los perdedores terminan siendo los verdaderos triunfadores. Respetando casi al pie de la letra los signos e íconos del western (paisajes, escenas de duelo, vestimenta, construcción de los espacios, utilización de la cámara –aunque abusa de los travellings-) seguramente el producto final no será apreciado por aquellos amantes a rajatabla de las clásicas películas de vaqueros (si hay hasta números musicales que hilvanan y suman a la trama). El resto de los mortales seguramente sí podrá apreciar la apuesta revolucionaria que con esta segunda película de ficción el director nuevamente busca narrar una historia de amor tradicional (como ya lo hizo en “Ted”), pese a que el entorno y el contexto sea completamente revolucionario y adverso. Las bromas escatológicas, los insultos y la capacidad de mostrar un desmembramiento en pantalla, a la par que la pareja protagónica tiene un primer acercamiento, nada hace opacar la idea que sobre el amor va construyendo desde el primer momento. Obviamente que este producto no será para todo los públicos, pero si hay que reconocer que MacFarlane se apoya en un gran elenco, que le responde con buenas actuaciones y que sabe que el filme se convertirá en objeto de culto (atentos a todos los cameos) entre todos los seguidores del creador y que tan bien le hace a la cultura popular y a la comedia actual.
A million ways to die in the west tiene una historia pasable y amena, pero si se le saca todos los gags y diálogos guarros, sexuales y escatológicos, de comedia divertida queda poco y nada. En cambio, todo lo relacionado con la parodia en sí al género del western es lo mejor y creo que si hubieran ido más por ese lado hubieran logrado un producto...
A million tuvo su controversia inicialmente en la Argentina al ponerle como título local Pueblo chico Pistola grande. La realidad es que ni ese título ni el original en inglés son prácticos para la película. Pero tampoco que se llame "el show de Seth MacFarlane" hubiese sido comercialmente potable. Porque eso es la película. Por parte "vemos" a Ted, luego recordamos al que condujo los Oscar el año pasado. Es una seguidilla de chistes, y el millón de formas de morir en el oeste queda limitado a no más de 15 formas. Por eso es raro el título. La verdad es que no sabían que ponerle. Pude ver la película en una sala llena de cinéfilos y eso ayudó mucho. Como en su momento pasó con Loco por Mary o comedias de similar estilo. Las risas contagian. No tiene el humor de Ted, claramente va por otro lado y es como el caprichito que le dejaron hacer a su director entre aquella película del oso irreverente y su secuela. Hay situaciones muy asquerosas y otras de un humor muy refinado y nerd. MacFarlane realmente mezcló muchas cosas y para mi el resultado fue positivo. Me reí en muchas de esas escenas, festejé los pocos cameos que hay, que incluye uno de los más grandiosos de la historia del cine ;) Para mi es una película que se disfrutará si uno entra con ganas de reirse y olvidarse de los problemas cotidianos.
En 1974 Mel Brooks estrenó Locuras en el Oeste (Blazing Saddles), una creativa sátira sobre el racismo que tuvieron los viejos filmes del western hollywoodense. Una película irreverente con el humor de este artista que hoy es un clásico. Desde entonces no hubo tantas comedias que se desarrollaran dentro de este género que no es tan sencillo de parodiar como parece. Los europeos también lo intentaron con los filmes de Lucky Luke, basados en el cómic, pero tampoco lograron ser producciones populares a nivel internacional. A Million Ways to Die in the West es probablemente la peor película y la más aburrida que se hizo con este tema. Después de 12 temporadas de la serie animada Padre de familia y el film Ted, parecería que Seth MacFarlane se volvió incapaz de hacer humor con otra cosa que no sea la escatología, las drogas y el sexo anal, una curiosa obsesión que tiene este muchacho. La película del oso de peluche fue divertida por el concepto absurdo que presentaba. La trama si bien tenía alguna que otra escena zarpada, el fuerte del film residía en la buena dupla que formaban Mark Wahlberg y MacFarlane, quien interpretaba la voz de Ted. Lejos de levantar la apuesta con una historia más divertida, el comediante en este caso presenta un film donde el humor se centra exclusivamente en situaciones gráficas de escatología y chistes burdos sobre sexo que parecen escritos por un pibe de 12 años. Algo curioso de este estreno es que los pocos momentos graciosos de la película son aquellos donde están ausentes las vulgaridades. Pequeños destellos de comicidad como la referencia a la actriz Mila Kunis, que es una pavada pero es divertida, o el cameo de un actor muy querido que te saca una sonrisa. Sin embargo, el film en general está muy lejos de ser una propuesta desopilante. De movida, MacFarlane no es gracioso cuando aparece en la pantalla como actor y su desempeño en el rol protagónico es bastante pobre. Dentro de la trama su labor no aporta nada interesante más allá de sus tediosos y reiterados monólogos sobre la dura vida del viejo Oeste. A diferencia de Ted, acá no hay personajes atractivos y buenos artistas como Sarah Silverman, Giovanni Rivisi y Liam Neeson estuvieron completamente desperdiciados. Charlize Theron es la única miembro del reparto cuyo personaje tiene una finalidad concreta en el argumento. La película es desastrosa como parodia del género y la mayoría de las situaciones cómicas están forzadas y no tienen gracia. Un claro ejemplo es el soporífero entrenamiento con el revólver del protagonista. Después están los trillados chistes de marihuana que Cheech y Chong ya hicieron en los años ´70 y eran más divertidos. Ahora bien, también es cierto que hay público para todo. Si te parece desopilante ver como un tipo se descompone y defeca en un sombrero, una oveja que orina sobre la cara de MacFarlane o una mujer a la que cuelgan restos de semen sobre su rostro (situación, que por cierto, los hermanos Farrelly presentaron 15 años atrás en Loco por Mary), esta es tu gran película del mes. Para un buen catador del humor escatológico el film seguramente será una experiencia religiosa, ya que McFarlane se esforzó por ofrecer una amplia gama de pedos con distintos sonidos a lo largo de la trama. Tampoco se le pide al director que se convierta en Woody Allen, pero me parece que podría levantar un poquito más el nivel de los chistes. En Padre de familia demostró un gran manejo de la ironía y creo que tiene la capacidad para hacer algo mejor . Ojalá Ted 2 resulte un poco más divertida.
Por un puñado de risas Si Ted (2012) aclaró si Seth MacFarlane puede dirigir cine, su segundo film A Million Ways to Die in the West (2014) eleva la incógnita de si puede protagonizarlo. MacFarlane es conocido como el creador – y muchas de las voces – de Padre de familia (Family Guy), el show que la gente ama u odia, pero no como actor protagónico. Sabemos que puede poner la voz. ¿Puede poner el cuerpo? La respuesta es no. No tiene el talento ni la presencia. El Western es un género intensamente físico y cada tiroteo, tropiezo y caída de caballo subraya la inhabilidad de MacFarlane para doblegar su lenguaje corporal al servicio del humor. Carece de madera actoral y es de madera actuando. Su único truco es su voz, un sobrio barítono del cual se vale para actuar de contrapunto intelectual en un mundo menos inteligente que él. Para este propósito no podría haber elegido mejor escenario que el de Arizona en 1882. La película se presenta como una deconstrucción del romántico Viejo Oeste pregonado por las versiones edulcoradas del cine y la televisión. Nuestro protagonista es Albert Stark (MacFarlane), un ovejero cobarde que vive deprimido por la “terribilidad general del Oeste”, donde “todo lo que no eres tú te quiere matar”. Efectivamente mientras habla unos coyotes se están comiendo el cadáver del alcalde del pueblo, que hace tres días que se está pudriendo en la calle. “¡Es como si estuvieran ahí para probar mi punto!”, acota. Muchos infelices sufrirán muertes súbitas y absurdas a lo largo de la película. MacFarlane interpreta a Stark como un hombre anacrónicamente moderno rodeado de palurdos decimonónicos que jamás han tenido un pensamiento inteligente en sus vidas. Su humor es el de Adam Sandler: “riámonos de todos menos de nosotros mismos”. MacFarlane se salva hasta cierto punto por su elocuencia y el apropiado contexto histórico de la película. Tiene algunos buenos chistes para hacer sobre los arcaísmos de la época y otros que se mantienen vivos como el racismo, sexismo y colonialismo. Nada muy mordaz o que no hayan visto ya en Padre de familia. A su vez hay una generosa cantidad de escatología, la cual da más asco que risa. Loco por Mary (There’s Something About Mary, 1998) demostró que hay una forma de encuadrar y reírse del falo, o de la mórbida proximidad del rostro humano al semen y la orina. ¿Cuál es la excusa de esta película? Sufre la pésima dirección (y a menudo interpretación) de MacFarlane, que parece estar más preocupado en el resultado de sus chistes que en construirlos debidamente. El humor a menudo resulta aleatorio y fortuito. Probablemente polarice a la audiencia entre aquellos acostumbrados a las socarronas indulgencias de MacFarlane y aquellos que busquen algo más accesible y menos condescendiente. Pero más allá de la cuestión del gusto la película comete un error que no favorece a nadie, y es el de tomarse en serio a sí misma. Maneja un verosímil bastante bipolar y ninguna mitad ayuda a la otra mitad. Con excepción de una parejita secundaria (una laboriosa prostituta que tiene sexo con todo el pueblo menos con su pusilánime novio, interpretados por Sarah Silverman y Giovanni Ribisi) el elenco parece estar tomándose la idea de un Western en serio y recibimos actuaciones totalmente serias y comprometidas de parte de Liam Neeson y Charlize Theron en el papel de un violento forajido y su mujer. Consideren su escena introductoria, o la del escape de la cárcel, o la que él trata de violarla: escenas largas en una película larga que no causan gracia y escriben una historia a medias. Cuando Stark no está en escena la película parece seguir sin él en otra dirección, y no termina de llegar a ningún puerto en particular. A Million Ways to Die in the West probablemente hubiera funcionado mejor como una serie de sketches cómicos en una película más breve protagonizada por un actor capaz, con una dirección más segura y un guión que terminara de conjugar sus ideas en vez de concluir maquinalmente (con un final que ratifica todo lo que se pretendía criticar acerca del idealismo pueblerino norteamericano, por cierto). Pero no se puede criticar una película por lo que no es. Lo que es, es un episodio extra largo de Padre de familia en una de sus temporadas más tibias.
Sin amor por el western Debo aclarar desde el principio que nunca fui precisamente un fanático de las creaciones de Seth MacFarlane. No llego al mismo rechazo que mi colega Mex Faliero, pero Padre de familia nunca me pareció una gran serie animada. Apenas si rescato algunos aspectos o ideas aisladas. Pero lo cierto es que Ted, su debut en el cine, había sido una agradable sorpresa, gracias en buena medida a que dejaba el cinismo bastante a un costado, dándole la importancia requerida a los personajes. No dejaba de haber sarcasmo, ironía, incluso crueldad, pero lo que primaba era el cariño por los protagonistas y sus dificultades para crecer. Por eso, A million ways to die in the west no deja de ser una decepción. Pequeña, pero decepción al fin, porque se podía esperar que el realizador siguiera progresando en su vertiente más humana. Pero no, el film termina siendo un claro retroceso, un paso atrás que nos hace preguntar si Ted no terminó siendo un accidente. Es que si prestamos atención, podemos ver cómo Albert, el granjero protagonista que pierde a su novia debido a su cobardía y que conocerá el verdadero amor en una misteriosa mujer, cuyo marido es el pistolero más temido en todo el territorio, se la pasa despotricando con toda la dureza que caracteriza la vida en el Oeste. Y lo que en principio podríamos caracterizar como una mera sucesión de observaciones (apenas) sagaces que buscan desmitificar determinados relatos históricos, en realidad termina siendo una declaración de principios en extremo negativa: a MacFarlane no le gusta el western como género y hasta incluso no le interesa como herramienta discursiva. Sólo lo utiliza como trampolín para sus chistes. Que él mismo le ponga su rostro a Albert, asumiendo el protagonismo no sólo detrás sino también delante de cámara, refuerza esta aproximación. A primera vista, podría pensarse al film como una parodia al estilo de las películas concebidas por el trío ZAZ (David Zucker, Jim Abrahams y Jerry Zucker), como Top Secret! o La pistola desnuda, donde más que una burla hay una reescritura en clave humorística de un género determinado. Sin embargo, termina siendo una sátira, pura chanza desde el desprecio, que recuerda lo que hizo MacFarlane con su versión para Padre de familia de La guerra de las galaxias, donde prácticamente no se innovaba respecto al argumento, copiándose algunas escenas al carbónico, con lo que se demostraba que no había un real interés por pensar estructuras narrativas, visiones sobre el cine o configuraciones de estereotipos. Pero aunque sea en esa sátira había cierto ingenio posmoderno, diálogos filosos, hasta consciencia de algunas herramientas lingüísticas. Nada de eso hay en A million ways to die in the west: sólo pedos y más pedos, bromas sexuales superficiales y repetidas hasta el hartazgo, y una idea más o menos ingeniosa referida a las incontables muertes que suceden a cada rato en el pueblo, que es explotada y estirada hasta que pierde su sentido como chiste. En consecuencia, la película termina cayendo en el mismo nivel de calidad que adefesios como Una loca película de Esparta o Una loca película épica, reproduciendo una visión sobre el cine -y el mundo- que no escapa al machismo, la misoginia y el sexismo. MacFarlane pierde muchas oportunidades con A million ways to die in the west: no le saca el jugo esperable a un elenco con varios nombres interesantes, como Charlize Theron, Liam Neeson, Giovanni Ribisi, Sarah Silverman y Neil Patrick Harris; filma las secuencias de acción de forma totalmente rutinaria; y en vez de ir al grano se enreda en demasiadas escenas de transición que entorpecen totalmente el relato, sin permitir que fluya adecuadamente. Pero lo peor es que deja escapar la chance de zambullirse en un género apasionante como es el western, que ha ayudado a cimentar una identidad cultural no sólo en Estados Unidos, sino también en numerosas partes del globo. Y eso le pasa por su ausencia de amor: se podrá ser cínico, irónico, sarcástico, incluso muy pero muy cruel, pero algo de cariño -aunque sea un poquito- por lo que se cuenta, por el universo que se aborda, se debe tener. MacFarlane no lo tiene, y su risa distanciada y superficial termina siendo la risa del ignorante.
"Humor para pocos" No conforme con su enorme terreno conquistado dentro del mundo de la comedia, el creador de “Padre de Familia” desembarca por segunda vez en la pantalla grande con una propuesta indispensable para los amantes del género. Después de “Ted” (2012) Seth Mac Farlane demostró que, en el cine, también había un público dispuesto a consumir ese humor absurdo, escatológico e irreverente que tan bien sabe combinar en sus producciones televisivas. Humor que, claramente, no tiene límites ni restricciones y que tampoco es para cualquiera. Los hechos fueron contundentes: su opera prima costó alrededor de $50 millones de dólares (presupuesto poco habitual y bastante alto dentro de las comedias) pero terminó recaudando más de $200 millones solo en los Estados Unidos, lo cual le dio a Mac Farlane el derecho a seguir probando suerte tras las cámaras como guionista y realizador. Y si bien lo más factible era una secuela de aquella producción protagonizada por Mark Wahlberg y Mila Kunis, su nuevo trabajo apuesta por homenajear, a través de la comedia, al casi extinguido género western. Si el año pasado Tarantino se dio el gusto de hacer “Django Unchained”, ¿Por qué no iba a aparecer alguien más dispuesto a aprovechar este contexto actual que intenta revitalizar la temática de los westerns? El principal acierto de “A Million Ways to Die in The West” es que se trata de un film donde hay cuatro vertientes del humor fácilmente reconocibles que rara vez logran funcionar muy bien juntas: el absurdo, el escatológico, el inteligente y el lisa y llanamente infantil. Por ese motivo, desde el arranque y hasta final de esta propuesta te vas a encontrar con varios monólogos avanzados para el 1800, algunos penes de ovejas haciendo de las suyas, excelentes cameos y guiños a películas que marcaron a toda una generación y muchísimos golpes y muertes estúpidas. Sin embargo, ya sea por el gran absurdo de su trama que sigue los pasos de un aburrido pastor de ovejas en el violento y lejano oeste, o por los miles de chistes de toda índole que Mac Farlane despliega a lo largo y ancho de toda su película, “A Million…” siempre logra su principal objetivo: generar risas en el espectador. Ahora bien, pese a cumplir con creces esa misión, Mac Farlane (guionista, director y protagonista de esta propuesta) también apunta más alto en términos de realización ya que en esta oportunidad no solo contó con un elenco de mayor vuelo humorístico sino también con una producción de gran nivel técnico. Ver a Sarah Silverman, Neil Patrick Harris y Giovanni Ribisi haciendo de las suyas dentro de una comedia adquiere un valor agregado cuando encontras a su lado a actores de la talla de Charlize Theron y Liam Nesson en personajes poco habituales dentro de su carrera. Hasta Mac Farlane logra generar cierta empata con la audiencia gracias a ese humilde pero patético personaje, autodenominado en un momento del film como un “cowboy nerd”. En definitiva, “A Million Ways to Die in The West” es una oferta más que eficaz para matar el aburrimiento, donde los guiños exclusivos a los consumidores de una cultura moderna son más que eficaces y se capitalizan con uno de los mejores cameos que presentó el cine en los últimos años, aunque esto difícilmente alcance para posicionarla entre lo mejor del 2014.
El western no es para cualquiera. Acercarse al género cinematográfico por excelencia implica conocimiento, respeto o al menos una noción clara de sus componentes más allá de "los hermosos paisajes". El western potenció a Tarantino en Django sin cadenas; a Sam Raimi cuando era un cineasta con fuego e inventiva en Rápida y mortal, e incluso a los extraterrestres de Cowboys &Aliens de Jon Favreau. Esas películas, y aquellas con componentes de western como Calles de fuego, de Walter Hill, o Los paranoicos, de Gabriel Medina (con ese final de duelo sin balas), sabían de western. Seth MacFarlane -de la sobrevalorada Ted, de la serie Family Guy y presentador de los Oscar 2013- protagoniza, escribe, produce y dirige este "western". Las comillas son intencionales, para poner distancia, y no se deben a que MacFarlane intente hacer una comedia -menos paródica que Locuras en el oeste de Mel Brooks- con los códigos del western. Se agregan las comillas porque MacFarlane hace un western sólo para tomar los elementos exteriores -sí, hay lindos planos del paisaje- y cree que puede hacer descansar buena parte de su película en chistes basados en anacronismos: "La gente vivía poco hace un siglo y medio"; "La corrección política no era moneda corriente"; "Todo era más brutal en la frontera". MacFarlane le aplica una mirada de cómico stand-up a un asunto que desconoce, o que al menos no demuestra conocer. Quienes hacen humor saben que para exprimir al máximo un asunto hay que manejarlo, mirarlo desde diversos ángulos. No es el caso de MacFarlane, que plancha la película, plancha los personajes, usa un timing imposible -los chistes, que no son tantos, se ven venir a gran distancia, con el de la barra de hielo como ejemplo máximo- y agrega escatología cuando no está seguro de que el chiste haya funcionado: el sombrero con diarrea es mostrado innecesariamente por no confiar en el poder del cine. Hace un humor televisivo desde el gesto y desde la redundancia, por eso siente que tiene que dejar bien claras las cosas y cree que puede salirse con la suya al ponerse metadiscursivo e intentar hacer un chiste acerca de explicar un chiste. Pero confía poco en el humor o no tiene muchas variantes- más allá de las referencias sexuales o los guiños pop -chistes pequeños y efímeros-, y su película avanza con una lentitud exasperante. A esta historia básica sobre "el muchacho que no está hecho para vivir en el oeste que debe juntar algo de habilidad y coraje" la apuntala un poco la presencia encandilante de Charlize Theron, que parece moverse con una libertad y una gracia ausentes en el resto (hasta Sarah Silverman está apagada). MacFarlane no se decide por hacer una comedia delirante basada en un western -la utilización de la música es de un convencionalismo apabullante- y cuando finalmente avanza en ese sentido con los indios y el sueño, sobre el final, ya es tarde: el espectador de cine de comedia muere pronto si no hay sorpresa, si no hay comedia sino "comedia".
Con la pólvora mojada Parodia al género del western, con Charlize Theron y Liam Neeson. Mel Brooks, que hizo la mejor parodia del western con Locuras en el Oeste (1974), tenía un método para saber si un gag era bueno o no. El director de El joven Frankenstein lo decía en voz alta, y si se reía, lo repetía cinco veces. Y si se seguía riendo, lo dejaba en el guión de sus películas. Tras la serie animada Padre de familia, cuando Seth MacFarlane, su creador, estrenó en los cines Ted, sobre un muñeco de peluche que habla y a lo largo de los años sigue siendo compañero de parranda del personaje de Mark Wahlberg, se aplaudió la osadía y, si no la originalidad, cierto aire de parodia a las comedias sexistas del llamado nuevo cine americano. MacFarlane apostó más alto y, antes de rodar la continuación de Ted, se metió con el western, uno de los géneros, junto con la comedia musical, creados por Hollywood. Y si el intento fue parodiar, aquí a MacFarlane el ingenio se lo agotó pronto. Demasiado rápido. La andanada de gags escatológicos y sexuales termina siendo como la diarrea que sufre uno de los personajes. No es puritanismo, sino que la reiteración no suma sino que resta eficacia. MacFarlane también se pone delante de la cámara (en Ted le ponía la voz al osito) y ahí tampoco zafa. Es Albert, un pastor de ovejas miedoso, que al escapar de un duelo en la calle principal del pueblo, por 1882, su novia (Amanda Seyfried) lo abandona por un bigotudo (Neil Patrick Harris). Albert conoce a Anna (Charlize Theron, con look siglo XXI), que le enseñará a disparar para poder reconquistar a su chica, y de la que, obvio, se enamora. Pero es la esposa de un bandido (Liam Neeson), y cuando pase por el pueblo, el lector ya se imagina lo que sucede. Como con la mayoría de las escenas que comienzan y terminan más o menos igual. Hay un par de cameos sorpresivos, con homenajes a otros filmes, y si decide ir a ver A Million Ways to Die in the West ( Un millón de maneras de morir en el Oeste ), ya que está, quédese hasta el final de los créditos. Incomprensible la decisión de mantener el título en inglés. No es como Flashdance, o RoboCop, éste es casi una oración. En España y en Chile lo tradujeron como Mil maneras de morder el polvo y Pueblo chico, pistola grande , como reza chico como subtítulo en los afiches locales.
Comediante perdido en el oeste “Del tipo que te trajo Ted”, reza uno de los afiches promocionales de A Million Ways to Die in the West, evidenciando así la búsqueda de generar en los potenciales espectadores una asociación directa entre éste y aquel film del oso parlanchín y fumón estrenado aquí en septiembre de 2012. A ellos, entonces, debe advertírseles que la referencia es tan cierta en los papeles como engañosa en los hechos. Al fin y al cabo, lo que allí era una amalgama armónica entre distintas vertientes de la comedia, principalmente buddy movie y coming of age, y predisposición constante a la sorpresa y al zarpe funcional antes que gratuito, ahora es un cocoliche que apelotona situaciones hiladas únicamente por los designios de “el tipo”. “El tipo” es Seth MacFarlane, el mismo que, además de Ted, ideó la gran serie Padre de familia, antecedente que hace aún más sonoro el fracaso de su flamante propuesta. A Million... es una acumulación deshilachada de escenas debilísimamente enhebradas en el marco narrativo y geográfico de un western clásico. Esto es, el sudoeste norteamericano a fines del siglo XIX con la expansión blanca de contexto. Por allí anda un cuidador de ovejas (MacFarlane) cuyo grado de torpeza e ineptitud le depararía un balazo a los 20 o 30 segundos de cualquier exponente más o menos regular situado en el Far West. Que aquí se mueva como pancho por su casa es el primer síntoma de que a MacFarlane no le interesan el homenaje ni muchos menos el aporte de una nueva mirada al género norteamericano por antonomasia. El problema es que tampoco le interesan la sátira o el ensayo de una relectura, lo que convierte a la locación y temporalidad en los primeros “porque sí” de varios a lo largo de todo el film. El tercero es la premisa elegida, que no es otra que el enamoramiento entre él y una recién llegada (la sobrehumanamente bella Charlize Theron) que terminará siendo la esposa de un temido bandolero interpretado por Liam Neeson, a la postre el único que se divierte encarnando un villano de manual. Mucho antes que una película, A Million... parece un ejercicio onanista de MacFarlane. Esto dicho no sólo porque se reserve los roles de director, coguionista, productor y protagonista absoluto, sino porque todo está edificado con el fin único del lucimiento de su figura y la saciedad de sus caprichos, más allá de la pertinencia narrativa (allí están el ¿homenaje? a Volver al futuro, la escena del pedo y un largo etcétera). Sí, él tiene talento y algunos de sus chistes son eficaces, entendiéndose esto por una verbalización justa en el momento indicado. Pero, a diferencia de Ted, aquí no se atisba una mínima intención de circunscribir su show a un marco lógico, asentando sobre las bases de la coherencia y en el que anarquía y arbitrariedad no son sinónimos, algo que MacFarlane parece haber olvidado en apenas dos años.
Para reírse… pero no para caerse por ello. Ted probó ser un más que efectivo debut en la dirección para Seth MacFarlane, creador de Family Guy y American Dad. Los que están acostumbrados a su humor acido y políticamente incorrecto obtuvieron un titulo que valía el precio de la entrada. Aunque las comparaciones son odiosas y cada película debe ser analizada y/o valorada según los meritos y carencias que esta tenga por si misma, debe aclararse que Ted tenía a su favor un halo de misterio que residía en el hecho de que se te hacía difícil predecir un final para una historia como esa. Era algo que solo viendo la película, y sólo viendo la película, se podía contestar. Traigo esto a colación dado a que A million ways to die in the west corre con la enorme desventaja de ser un relato en el cual se ve venir su final no solo desde el primer cuadro, sino desde el mismo tráiler. ¿Cómo está en el papel? A million ways to die in the west cuenta la historia de Albert Stark, un pastor de ovejas, que huye de un duelo armado y dicho acto de cobardía genera que su novia lo abandone para irse a los brazos de otro hombre. Esa noche, en medio de una tradicional riña en una cantina, Albert salva la vida de Anna, una recién llegada al pueblo con muy buena puntería, y los dos forman una amistad mientras esta le enseña a tirar para poder vencer al nuevo novio de su ex en un duelo. Lo que Albert no sabe es que Anna es la esposa de un peligroso forajido. Como historia funciona, como comedia también y hay un contenido temático subyacente sobre enfrentar los miedos y darse cuenta que hay personas sobre las cuales no vale la pena sufrir. Los personajes están bien desarrollados y te generan cierto nivel de simpatía. Aun con todo esto la película no logra pasar de lo simplemente adecuado. Como había dicho en el principio, es una de esas historias que sabes inmediatamente cual va a ser el final, y con esa desventaja esperás, como mínimo que las situaciones cómicas que propone la película sean lo que prometen. Y lo son, pero si comparamos entre las escenas en las que te doblas de risa en la butaca y aquellas que apenas te sacan una risa, el último apartado es el que gana por goleada. Lo que no es malo, pero uno esperaba más. ¿Cómo está en la pantalla? La palabra que define a la estética visual de la película es la de homenaje. La fotografía, el diseño de producción, el vestuario y sobre todo la música (al igual que en Ted, MacFarlane prueba un enorme conocimiento y sabiduría sobre la música clásica de películas) parecen salida del mejor exponente del genero filmado durante los años ’40 y ’50. Una estética tomada en serio y que ayuda a subrayar el verosímil en el que se mueve la película, a pesar de que muchas veces no ayuda en algunas situaciones cómicas que solo tendrían sentido en la modernidad. Por el costado actoral, Seth MacFarlane sale lo suficientemente airoso de su primer desafío actoral —en carne y hueso; ya que había sido la voz de Ted— y me gustaría que lo vuelva a intentar. En lo personal, se me olvidó al toque que estaba viendo al creador de Family Guy. Liam Neeson es efectivo como villano pero solo a costa de un gran esfuerzo. Sarah Silverman y Giovanni Ribisi, entregan roles decentes como los amigos del protagonista, pero nada más. El pico más alto a nivel interpretativo es definitivamente Charlize Theron. Es un personaje que se gana al espectador desde el vamos a puro carisma. Conclusión Aunque genera pocas carcajadas, A million ways to die in the west cumple como comedia. La película no aburre en absoluto, y aunque está narrada decentemente y con un buen sentido del entretenimiento, al final no podes evitar sentir que esperabas más de lo que te dieron.
Desparejas maneras de morir en el Lejano Oeste Hay muchas maneras de morir en el Lejano Oeste, como sabe cualquiera que haya visto un par de westerns. En la ultima comedia de Seth MacFarlane (autor de la serie "Family Guy" y de la exitosa comedia con el osito de peluche marihuanero "Teddy") hay algunas realmente ingeniosas y divertidas. Lamentablemente, no hay mucho más. Se podria definir "A millions ways to die in the West" como una especie de versión moderna de "Locura en el Oeste" de Mel Brooks, comparación que cae de madura dado que en realidad no hay muchos westerns jugados en tono de comedia. Aquí la mayor originalidad de MacFarlane es hacer que sus personajes incluyendo, o mejor dicho, sobre todo, el suyo, un criador de ovejas, es decir no precisamente la profesión más respetada en el Oeste- hablen con modismos modernos expresando conflictos contemporáneos, truco que se agota rápidamente una vez planteada la premisa argumental. Básicamente, la trama consiste en los intentos del protagonista por reconquistar a su novia que lo dejó por alguien con más poder adquisitivo, el dueño de la "bigotería" del pueblo, para lo que intenta darle celos con una recién llegada, sin saber que la bella joven es la esposa del peor bandido de la región. Hay chistes fuertes tanto en lo sexual como en lo escatológico, y también algunos hallazgos en incorrección política relativa a los afroamericanos y los pieles rojas, que desafortunadamente demoran mucho en aparecer, ya que su irrupción es de lo mejor del film. Algunos apuntes típicos del género, como las locaciones y la música, ayudan a disfrutar un conjunto que más que hacer reír lo que a veces logra cuando los gags son realmente eficaces-, permite una sonrisa constante, algo que teniendo en cuenta el talento involucrado deja sabor a poco. MacFarlane se guarda demasiadas escenas actuadas por él mismo y descuida a otros actores, como por ejemplo a Giovanni Ribisi que tiene un muy buen personaje. Y sí le saca el jugo a los malos, sobre todo al increíble Neil Patrick Harris, como el fetichista amante de su propio mostacho, lo que da lugar a un delirante número musical sobre la importancia del bigote. Su película es muy despareja, pero sin duda cuando la pasen por cable asombrará al público que se enfrente con guarradas generalmente ajenas al Far West.
Meteorismo e incontinencia pueril Es bueno poner las cosas claras desde el principio. Seth MacFarlane es vendido como un comediante políticamente incorrecto. Pues no, no lo es. Mel Brooks era -y sigue siendo-políticamente incorrecto cuando en 1974 parodió al género western, con John Wayne todavía vivo, al poner como protagonista de "Blazing Saddles" a un sheriff negro. Eso era incorrección política y no la sarta de chistes malos y escatológicos que propone MacFarlane en su nuevo filme. La película que nos ocupa trata sobre un melindroso sujeto llamado Albert (Seth MacFarlane), que vive en el lejano oeste a finales del siglo XIX y no se considera parte de esa época. Básicamente el tipo vive afectado por la posibilidad de morir en cualquier momento en un lugar donde la vida vale menos que una copa de licor. El tipo es un cobarde. Para colmo, su noviecita (Amanda Seyfried) lo dejó y ahora anda con un ricachón del pueblo. Las cosas comienzan a cambiar cuando una bella mujer (Charlize Theron) llega al lugar y simpatiza con Albert. El problema es que la mujer es la esposa de un peligroso y temido forajido conocido como Clinch (Liam Neeson). Para empezar, MacFarlane no es Bob Hope; ni siquiera Billy Crystal. Carece de gracia para protagonizar una comedia satírica y sus largos monólogos solo aburren. La mayoría de los chistes verbales son pretenciosos, y cuando no, son sencillamente tontos u obvios. Por otra parte, cuando opta por el slapstick lo hace de forma burda, sin ritmo, apelando a recursos que son insultantes para cualquier mayor de siete años. En la citada "Blazing Saddles" hay una escena escatológica y muy recordada. Alrededor de un fuego, los vaqueros echaban sus flatulencias en un crescendo que provocaba la risa del espectador por osado y bien realizado. Era grosero, sí, pero armado por un genio del humor que entiende el significado del tempo. Aquí, las flatulencias - y más que eso- abundan y solo terminan agotando. En la segunda mitad del filme, MacFarlane alcanza a ofrecer algo más parecido a una comedia, centrándose en la historia y aprovechando a Theron y Neeson. Es cuando todo parece encaminarse, que MacFarlane la emprende nuevamente con su humor embrutecedor y pueril. Otro síntoma de los tiempos que corren, la devaluación llega a todos lados y el cine estadounidense la padece hace rato.
Seth MacFarlane tuvo un debut glorioso con Ted(2012), que resultó un éxito de recaudación y se convirtió en la comedia restringida más taquillera de toda la historia. Con estudios que aspiran a bajar el nivel de calificación de sus producciones para hacerlas aptas para todo público o capaces de alcanzar el mayor nivel de audiencia que pague entrada, el novato director demostró que hay interesados en ver películas de este estilo en la pantalla grande. Impulsados por esto es que se le dio una inmediata luz verde para llevar adelante A Million Ways to Die in the West, una comedia western muy limitada a la que se le deben hacer muchas objeciones. Luego de unos créditos que se imprimen sobre los bellos e icónicos paisajes del Oeste norteamericano, el western prácticamente se agota. El género por excelencia del séptimo arte es utilizado para dar una locación espacio temporal de un chiste que se repite de forma permanente y es el que da título al film. Allí hay un millón de maneras de morir, algo que sabemos gracias a Albert Stark, un hombre fuera de época que despotrica permanentemente sobre los peligros del lugar en que vive, con un nivel de consciencia claramente moderno. El creador de Family Guy y American Dad! es un hombre dedicado básicamente al doblaje, pero su ego –Stewie, Brian, Peter Griffin, Stan, Roger, Ted, le pone voz a sus personajes destacados- lo lleva a encarnar al protagonista de su segunda película, algo que ayuda a dañar el efecto cinematográfico generalizado, porque no se ve al granjero cobarde, sino a MacFarlane. Hay que reconocer que el guionista y director tiene capacidad para el humor, tratándose de una fuente prácticamente inagotable de agudezas en pantalla chica y grande. Esta no es la excepción, dado que hay un gag atrás del otro. El problema de la película va más allá de contar un chiste -eso lo puede hacer cualquiera-, la clave de la comedia es qué se cuenta y, más importante aún, cómo se lo cuenta. Si bien hay secuencias inspiradas –mucha autorreferencialidad y homenajes que ayudan a pagar las cuentas-, no todo goza del mejor timing y se anuncia bastante -mucho de lo mejor de la película venía en los trailers-. Si bien eso es malo, puede disimularse cuando hay una catarata de bromas por minuto. El tema es en dónde MacFarlane busca el humor. El rótulo del film es un chiste por sí mismo, hay una innumerable cantidad de formas de morder el polvo en el Oeste de 1882. El director explora muchas de estas maneras y el chiste se vuelve cansino, sobre todo cuando la idea que él tiene de generar más gracia es el humor escatológico. Semen, diarrea, pis, no hay fluido corporal que no muestre, no hay chiste de pedos que no use. El hombre tiene el visto bueno para hacer una comedia para adultos y opta por el humor simple y facilista. Tan influenciado por su labor de años en televisión, A Million Ways to Die in the West parece un especial de dos horas de alguno de sus programas, con algún que otro logro pero sin la elaboración que se dedica al guión de un film. Este parece nacer del apuro, de tener un boceto listo para un nuevo capítulo por semana. El conformismo y la autolimitación son dos elementos que condenan a cualquier producción y esta no es la excepción. Amanda Seyfried, Giovanni Ribisi, Liam Neeson, Charlize Theron, la comediante Sarah Silverman, el showman de Neil Patrick Harris, el director tiene un elenco envidiable entre manos, un equipo que podría sacar adelante un proyecto de cualquier género y, sin embargo, se ven estancados en una propuesta mediocre que no hace un gran esfuerzo para aprovecharlos. Hay muchos buenos chistes que, por momentos, la vuelven una comedia divertida e ingeniosa, pero en líneas generales no sobresale de la medianía en la que está inserta. The Hangover – Part 2 repetía exactamente la fórmula de la original, pero tenía altas dosis de humor del bueno que generaban verdaderas carcajadas, algo que también ocurría en Ted. No es este el caso, que apunta más a mera la sonrisa. La parodia no es sencilla, no todos pueden ser Mel Brooks o los Monty Python. En vez de aprovechar el género que trata de burlar, MacFarlane lo usa como espacio para desarrollar una historia reconocible de muchos clichés, con algún que otro chiste políticamente incorrecto y demás guiños al espectador. No se puede decir que se la pase mal en el cine, pero sí que se lamenta el desperdicio de potencial que una propuesta así parecía tener. El director parece menos concentrado en realmente hacer reír que en impresionar, y no en el sentido de sorprender, sino lamentablemente en el de asquear.
No esperaba que después de “Ted”, el segundo largometraje de Seth MacFarlane como director sea tan flojo. La nueva comedia del creador de las exitosas e irreverentes series animadas “Padre de Familia” y “American Dad” (“The Cleveland Show” no sobrevivió en la pantalla chica) es un western, ambientado en Arizona en el año 1882, que resalta lo terriblemente depresivo y peligroso que es vivir en el Oeste Americano durante aquella época, un lugar en el que “todo lo que no eres tú, te quiere matar”, dice el protagonista. Albert Stark (interpretado por el propio MacFarlane), un granjero cobarde que cría ovejas, se refiere a los borrachos enojados, animales hambrientos (unos coyotes que despedazan el cadáver de la única autoridad representativa, el alcalde, que yace muerto por varios días en la calle), bandidos y hasta el propio médico de la ciudad. Pero no sólo eso, cada año en la feria del pueblo se suceden las muertes más ridículas que podamos imaginar. ¿Acaso no era eso lo que nos “vendía” el film? En medio de este contexto repleto de muertes insólitas (de allí el título que la distribuidora en nuestro país ha decidido mantener, “A Million Ways to Die in the West”, cuya traducción sería algo así como “Un Millón de Maneras de Morir en el Oeste”), la trama de la película se centra en Albert, quien al comienzo de la película es abandonado por su novia Louise (una Amanda Seyfried que pasa sin pena ni gloria) tras echarse atrás en un duelo pistolero. Ella, rápidamente va hacia los brazos de otro hombre, Foy (papel a cargo de Neil Patrick Harris). Sin embargo, una hermosa mujer llamada Anna (Charlize Theron, tan divina como siempre, nos brinda una buena actuación acorde a lo ridículo del film) llega a la ciudad, quien arrastra un marido prófugo que reclama venganza (un Liam Neeson que se toma muy en serio su personaje). Anna y Albert comienzan una amistad que más adelante se convierte en algo más mientras ella lo ayuda a descubrir su coraje (además de enseñarle cómo disparar una pistola), el cual es puesto a prueba cerca de la conclusión de la cinta. Si bien ofrece momentos que provocan risa (claro, se asemejan a los que hemos visto en “Padre de Familia” pero no tan bien logrado como en “Ted”), el resultado final no es lo que uno podría esperar. Se olvida de la premisa para pasar a abusar de lo escatológico y de fluidos corporales, logrando un efecto contrario a lo gracioso, lo cual hace que las participaciones de Sarah Silverman y Giovanni Ribisi no aporten absolutamente nada de nada a la historia. Lo que aquí termina siendo rescatable es la segunda mitad de la película, que cobra un poco más de ritmo, y las escenas entre MacFarlane y Theron… pero nada más.
Sin la contundencia de TED pero con un elenco variopinto, que da vida a personajes estereotipados del género, este bizarro y delirante homenaje al cine de cowboys es una comedia políticamente incorrecta, plagada de buenas ideas, chistes originales y gags logrados. Humor sexual, momentos fumones, bellas mujeres, hombres aguerridos y escatología explícita. Un cóctel ideal para los amantes de la comedia extrema.
Pistolas mojadas Marchas militares al estilo John Philip Souza, títulos en carteles que evocan a los films de John Ford y voluminosos escenarios naturales que evocan a los spots de Marlboro. El segundo film de Seth MacFarlane, actor, dibujante, músico y hombre espectáculo todo terreno, es un verdadero puñetazo a la creatividad y (lo que es peor) al sentido común. El protagonista de A million ways to die in the West (que transcurre, obviamente, en el mítico Far West) es Albert Stark (MacFarlane), un criador de ovejas eternamente endeudado por su novia Louise (Amanda Seyfried). A la hora de saldar deudas, Albert encuentra mil ardides y logra escaparles a los duelos de pistola, pero cuando el petit bourgoise Foy (Neil Patrick Harris) roba el corazón de su Louise, no le queda otra que enfrentarlo. Albert es torpe con ganas, una mala copia sonora de Chaplin y Buster Keaton, pero entonces aparece Ann (Charlize Theron), escapada de un grupo de forajidos, que le enseña a disparar y un par de cosas más interesantes. Y eso es todo, más o menos. Apenas hay una historia, aunque por cierto hay muchísimas bromas. Más allá de gustos e ideologías, la industria de Hollywood poseía un sello distintivo, un amplio margen de calidad que daba pistas acerca de lo esperable. A million ways to die in the West constata que, de unos años a esta parte, Hollywood está listo para entregar cualquier cosa. La película es altamente grosera, escatológica y a medida que las bromas suben de voltaje uno se siente más fastidioso, como soportando al Jaimito de una madre que no está dispuesta a ponerle freno. MacFarlane no tiene frenos, y eso es lo terrible; guionista, productor, protagonista y director, el todo terreno es padre absoluto de la criatura y la arroja, peluda, a grito pelado, en los brazos del público. Si a la gente le gusta o no parece, para él, harina de otro costal.
Falla la puntería La nueva película del autor de Ted tiene algunas escenas graciosas, pero no termina de convencer como una verdadera comedia. No son pocas las escenas graciosas que contiene la nueva película del creador de la aplaudida Ted, Seth MacFarlane. Sin embargo, esas abundantes dosis de humor no bastan para compensar una historia débil e inorgánica, esbozada apenas como un hilo conductor entre un chiste y otro. No mucho más puede decirse en beneficio de Un millón de maneras de morir en el Oeste. Como director y guionista, MacFarlane se toma todas las libertades posibles en relación con el tema que trata: el lejano Oeste, libertades que ya se había tomado Mel Brooks 40 años atrás en Locuras en el Oeste. Pero Brooks, como declaró alguna vez, quería hacer reír a Dios mismo. En cambio, MacFarlane se conforma con la carcajada adolescente y con quedar bien con Tarantino (la cita a Django desencadenado tras los créditos finales es casi una súplica de alguien necesitado de afecto intelectual) . También el mismo MacFarlane interpreta al personaje principal: Albert Stark, un criador de ovejas, que es abandonado por su novia (Charlize Theron) por cobarde, pero que en el curso de sus desventuras viriles y sentimentales descubrirá, gracias a otra mujer (Charlize Theron), que tiene un corazón valiente. Obviamente, lo que importa, desde el punto de vista cómico, no es la sinopsis argumental, sino todas las historias menores que se intercalan en esa historia mayor. Algunas son bastante insípidas, como la que vive el mejor amigo de Stark, Edward (Giovanni Ribisi) en su casto noviazgo con una prostituta del pueblo (Sarah Silverman). Otras elevan la puntería, como las apariciones del fantástico Neil Patrick Harris, en el rol del nuevo novio rico de la ex de Stark. En contraste con este último actor, que funciona perfectamente bien tanto en la comedia verbal como en la física, MacFarlane tiene enorme dificultades para hacer algo gracioso con su cuerpo. Casi al principio de la película, hay una escena en la que cabalga borracho que parece actuada por un colegial aficionado y subida a YouTube por su amigo cruel. Si hubiera que trasladar a un gráfico la cadencia humorística de Un millón de maneras de morir en el Oeste, veríamos una serie de mesetas interrumpidas por varios picos no muy altos, un paisaje abstracto bastante parecido al desierto de Arizona donde transcurre esta comedia.
Seth MacFarlane (el creador del oso Ted) se mete esta vez con el lejano Oeste para burlarse de sus estereotipos, a eso le agrega mucho humor escatológico, chistes sobre sexo y drogas. Agita y logra un producto que no llega a un nivel óptimo pero seguro divertirá a sus seguidores. Cuenta además con un elenco de lujo: Charlize Theron, Amanda Seyfried, Lian Meeson, Giovanni Ribisi y siguen los nombres y sorprendentes cameos. Con todo logra un VAYA
Sillas de montar calientes La parodia del western es acaso uno de los más antigüos subgéneros que existen en el cine estadounidense. Desde Charles Chaplin, Buster Keaton o Stan y Laurel, pasando por Doris Day hasta los exponentes más memorables de los últimos 50 años como Cat Ballou, The Hallelujah Trail o Paint Your Wagon, varios realizadores se animaron a jugar con los clisés y lugares comunes del género estadounidense por excelencia y encontrarle una faceta humorística, pero fue acaso, el gran Mel Brooks quién en 1974 – mismo año en que estrenó su obra maestra, El Joven Frankenstein que parodiaba a los films de James Whale – que llevó su humor paródico, autoconsciente, burdo y cinéfilo al lejano oeste. El resultado fue Locuras en el Oeste (Blazing Saddles), con Gene Wilder y el mismísimo Brooks en doble personaje. La película tenía muchos guiños al cine de los años 70 y había varios cameos de amigos de Brooks. Desde aquella inolvidable obra que le valió a la maravillosa Madeline Kahn una nominación al Oscar, pocas son las “comedias del oeste” que valen la pena resaltar. Acaso es recordada El Rabino y el Pistolero (The Frisco Kid, 1979), también con Gene Wilder y un joven Harrison Ford, o Volver al Futuro 3, que además jugaba con la ciencia ficción. Seth MacFarlane, el creador de Padre de Familia y American Dad, director de Ted y conductor de los Oscars 2013, se animó a dirigir y protagonizar su propia comedia de western llamada A MIllion Ways to Die in the West. La apuesta es grande, debido a que es un genero mucho más ambicioso que una comedia con un oso charlatán y porque es la primera vez que MacFarlane se pone frente a cámaras, ya que en sus series animadas, en Ted e incluso en Hellboy 2, solo había puesto su voz. Si bien es cierto que es mucho más talentoso haciendo doblajes que con el cuerpo, MacFarlane tampoco intenta hacer algo diferente de lo que se esperaría de él. Su talento para componer un personaje es comparable al de Woody Allen o Mel Brooks. Son comediantes directores, no son actores profesionales. Por lo tanto, esa barrera démosla por descontado. MacFarlane no busca ser el nuevo Will Ferrell. Con respecto al film, se destacan dos aspectos. En primer lugar que el director es fanático del western estadounidense desde los títulos mismos cuando vemos panorámicas aéreas de Monument Valley, épico escenario de los films de John Ford acompañado por una banda sonora que emula las melodías de Elmer Bernstein. Segundo, que es fanático de Mel Brooks. Mientras que los hermanos Zucker o los Wayans han destrozado y agotado el género de parodias a películas de moda, MacFarlane regresa a la base del humor más básico, efectivo y vulgar del creador de Los Productores. No solo por las interlecturas o guiños que hace con otros westerns contemporáneos (Volver al Futuro, Django) o series televisivas – los fanáticos de How I Met Your Mother derramarán alguna lágrima – sino porque se palpa cierta nostalgia, cierto amor por el género más allá del chiste. Amor relacionado con la propia cinefilia, como pocos realizadores actuales podría otorgarle a un producto similar. Albert Stark es un pastor de ovejas bastante cobarde y mediocre. Vive con dos padres que lo odian y hasta su novia (Amanda Seyfred) lo abandona. Cuando está a punto de viajar para San Francisco, en su camino se cruza Anna – Charlize Theron, en una de sus mejores actuaciones en años – la novia de un ladrón y asesino, que cae en el pueblo de Albert por pura casualidad. Anna y Albert se harán amigos, y ella lo entrenará a disparar para que pueda impresionar a su antigua novia y vuelva con él. Sin embargo, el esposo de Anna, Clinch (Liam Neeson, explotando su faceta humorística) regresa por ella y Albert le tendrá que hacer frente. Con una estructura bastante clásica y previsible, pero sólida, MacFarlane consigue filtrar su personal humor negro y políticamente correcto durante las casi dos horas que dura el film. Teniendo como base la violencia, prejuicios y misoginia del viejo Oeste, el actor-director aprovecha para burlarse de las reglas más conservadores del cine de Hollywood. Es cierto que apela al humor escatológico en exceso, pero siendo muy conciente de lo que provoca en las mentes más conservadoras de Estados Unidos. A diferencia de Ted, A Million Ways to Die in The West es humor puro. No apela a sentimentalismos, más allá de lo que puede generar en los cinéfilos reencontrarse con referencias a películas de la infancia. Es un viaje a un cine primitivo, infantil pero realizado con más corazón que odio.
I’m (not) fucking MacFarlane En la comedia el timing es todo, o casi todo, pero es absolutamente fundamental. Y Seth MacFarlane no se caracteriza particularmente por tener un buen timing. MacFarlane es un muñequito de torta, en el sentido más literal de la expresión. Es hermoso, con ese rostro precioso y blanco como de porcelana, los ojos ligeramente rasgados, y sonrisa y dientes perfectos, ideales para publicidad de sonrisa Colgate. Es el puto elegante, el puto con porte, el puto muñeco de torta. Y eso ya lo había demostrado cuando fue anfitrión de los Oscars en el 2013. Ama el musical clásico, baila y canta bien, luce increíblemente sexy en esmoquin, tiene gracia y estilo. Ahora bien, todo esto no equivale a ser buen actor de comedia, porque eso requiere, como ya dijimos, la piedra angular del humor: el timing. ¿Qué es el timing? Es ese no sé qué, que no se aprende ni se practica, que simplemente se tiene (se puede entrenar un poco pero hay que tenerlo), que le da a uno el ritmo para la comida, la noción acerca de cuándo hacer los remates, cuándo hacer las pausas, cuándo apelar a las repeticiones, cuándo saturar un recurso, cuándo simplemente estar sin hacer nada. Ese es el timing cómico. Y MacFarlane, como buen muñeco de torta, tieso y rígido, no lo tiene. Se limita a recitar sus líneas de diálogo, con gracia y soltura, por supuesto, a decir los chistes y meter los punch lines cuando hay que meterlos, pero hay algo que falta, ese pulso para la comedia, ese no sé qué del que hablábamos antes, que traza la línea entre los cómicos regulares y los grandes cómicos. Ahí está el problema: el tipo no es un capocómico ni parece pretender serlo, pero el cine cómico precisa eso, líderes con timing. El problema más grave quizás sea ese: A Million Ways to Die in the West no se decide si quiere ser comedia o cine cómico. Y MacFarlane tampoco, por eso opta por una estructura cómica pero organiza un cast propio de una comedia (los cómicos son solo-riders, las comedias son en equipo). Entonces, para suplir esta carencia propia, MacFarlane se rodea de geniales actores de comedia. Uno de ellos es la inconmensurable Sarah Silverman. Porque Silverman viene del palo del stand up, y se entrenó ahí, antes de pasar a la televisión. El stand up te da la ventaja de medir el timing con el público. Uno aprende de velocidad, ritmo y pausas con un público presente que te obliga a prestarle atención a esas cosas. La inmediatez y la cercanía con el público son el mejor termómetro de un comediante. El resto, como decíamos antes, se trae desde la cuna o no. Y Sarah Silverman es una comediante nata. Solo necesitar estar ahí, decir un par de líneas, y ya nos tiene a sus pies. Tiene esa expresión en la cara, mezcla entre sexópata, pícara e ingenua, combinación que explota a la perfección, y una forma de decir las cosas que funciona de manera brillante. Solo basta recordar los sketches que hizo con su entonces novio Jimmy Kimmel allá por el 2008, I’m Fucking Matt Damon y I’m Fucking Ben Affleck. Dos razones para vivir. MacFarlane desentona un poco, y se lo ve incómodo y poco instalado en su rol protagónico. A Million Ways to Die in the West se vale de buenos actores como Silverman, Giovanni Ribisi, Charlize Theron e incluso Liam Nesson, que conforman un ensamble que funciona bien, además del estereotipo del Oeste, muy bien construido. MacFarlane es el que desentona un poco, y se lo ve incómodo y poco instalado en su rol protagónico. MacFarlane es guionista y confía tal vez demasiado en los diálogos, en los chistes, los cuales se limita a repetir sin darles demasiada vida. Da la sensación de que A Million Ways to Die in the West podría haber sido una muy buena comedia, si hubiera abandonado la idea de que la comicidad es una acumulación de chistes, a pesar de que varios de ellos funcionen bien. Falta algo más orgánico, un espíritu que tiene que sobrevolar e impregnarse en la película. Se necesita más timing, más comedia, mayor conciencia sobre el humor, se necesitan más Sarah Silverman y menos muñecos de torta.
MacFarlane no entrega calidez interpretativa en la pantalla y no puede evitar un perfil de humorista de stand up o host que tira chistes metido en un film. Su protagónico, en manos de otro actor, hubiese dado otra vida a una comedia en la que no te vas a morir de risa, pero la vas a pasar bien. Escuchá el comentario. (ver link).
El mundo invertido del viejo oeste El relato se enmarca en la estrategia paródica de un género consagrado, como es el Western en este caso. La efectividad de la propuesta generalmente recae en la des-idealización que se hace de ese mundo diegético idílico que ha construido el mito norteamericano. En la versión cruda y des-idealizada, el relato plantea una realidad brutal, deshumanizada, despiadada, en la cual no se puede hacer otra cosa que morirse de las maneras más absurdas posibles, debido sobre todo a la ignorancia y a la idiotez de sus pobladores. Albert es el paradigma del sentido común, ese sentido del hombre burgués ilustrado que lo lleva a abandonar las armas en favor de una negociación razonable, y que le permite incluso reírse un poco de sí mismo. Evidentemente el universo le ha ha jugado una broma, y de las pesadas, pues no hay contexto más contrario a este sentido burgués de la existencia que el mundo del viejo oeste. A pesar de esta estructura básica que garantiza una correcta forma cómica al conjunto narrativo, el relato se organiza a partir de una secuencia sin respiro de gags desde el inicio hasta al final, insuflándole a la narración una dosis de ritmo frenético de suma eficacia. Sin embargo, dicha eficacia habría sido mermada si no hubiera mediado, por una parte, una muy sólida estructura del género cómico (centrada en la inadecuación del personaje al contexto), y, por la otra, una muy lograda construcción de personajes secundarios que no sólo resultan buenas figuras de contrapeso en relación a los protagonistas, sino que tienen peso propio en relación a la estructura de conjunto, expresando cada uno su inadecuación al contexto, pero además una inadecuación mútua entre los personajes secundarios, y entre éstos y los principales. En este sentido es muy interesante cómo se articulan las oposiciones semánticas entre Edward/Albert y Anna/Ruth y Edward-Ruth/Anna-Albert. En lo que atañe a la pareja masculina, tenemos una oposición básica de caracteres centrada en la actitud respecto del sexo. Albert se presenta, a pesar de su pusilanimidad, como un hombre experimentado, mientras que Edward es virgen y conservador. Sin embargo estos caracteres opuestos son a su vez opuestos en relación a las mujeres que cada uno desea: Albert, experimentado, siente atracción por mujeres de apariencia virginal o conservadoras, mientras que Edward (conservador y ultracatólico) tiene de novia a la prostituta de la taberna. La propia Ruth presenta unas características psicológicas sumamente contrarias (ultracatólica y conservadora) en relación a la profesión que asume (se acuesta con 14 hombres en un mal día, según se menciona. Es este armado riguroso y sistemático de las inadecuaciones centradas en los personajes, lo que otorga básicamente la potencia cómica al film y lo que permite sostener el elevado nivel de gags que ostenta. Cabe mencionar las muy buenas actuaciones y el muy logrado casting del film. El único punto débil, a mi entender, es el desenlace, un poco previsible, sobre todo en un contexto que acostumbra al espectador a lo imprevisto-efectivo de un modo permanente.
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Muchas veces, indiferente del género, los actores o colaboradores en general, los caprichos cinematográficos evidencian que no son más que eso. Un capricho. Por supuesto que esta generalidad tiene sus excepciones. No es lo mismo ver un capricho de Tarantino, de Spielberg o inclusive de Oliver Stone que uno de Seth MacFarlane. Basta con mencionar que la idea del film comenzó como una charla entre MacFarlane, Alec Sulkin y Wellesley Wild (los guionistas) en donde se planteaban el absurdo y la peligrosidad respecto de la infinidad de maneras de morir en el siglo XIX, en el oeste americano. Y lo que bien podría haberse convertido en un sketch de Padre de Familia terminó tomando forma de largometraje. Lo más fácil sería comenzar por decir que la línea argumental principal parece salida de una carpeta de guiones prearmados customizable al gusto del director promedio que se digne a tomarla, desafiando así los límites del estructuralismo. Resumiendo la historia: un perdedor, cobarde y poseedor de la particular capacidad de hacer acotaciones muy agudas y jocosas en todo momento, tiene una novia completamente inmune a su sentido del humor que lo abandona por ser pávido y fracasado. Pasa el tiempo. Conoce a su verdadero amor. Una mujer que ve que detrás de su cobardía existe una gran humanidad y bondad. Se enamora y decidirá si quiere a su antigua novia o a la nueva. Y entre medio MacFarlane parece empecinado no en hacer reír a toda costa, sino en asquear al espectador y desafiar los límites del humor escatológico como si quisiera imponer un record en cantidad de bromas de pedos en un mismo film. Vómitos, diarrea, semen y pis de por medio. No existe fluido corporal que quede fuera de esta maratón de mal gusto. Podemos dar gracias a Dios el sistema de Olorvisión que Hans Laube quiso implementar en la década del sesenta no sobrevivió hasta la actualidad. Entre tanta asquerosidad y empeño en causar gracia con este humor cochino, es difícil mantenerse inmune a todos los gags del film y por mucho que cueste admitirlo alguno de los vastos intentos del creador de Padre de Familia dará en el blanco y provocará alguna que otra sonrisa. Y no es para menos. Desprolija y torpemente el comediante ofrece todo su repertorio en las dos horas de metraje. Incluyendo varios cameos de personalidades famosas y otro buen par de referencias a westerns clásicos. Pero eso no convierte a su segunda obra cinematográfica en un buen producto. Más bien parece un rejunte de humoradas y rutinas de stand up adaptadas a un formato no correspondiente.
Nada de western y nada de cine No llamarse a engaño, que la música primera y sus reminiscencias a Elmer Bernstein (Los siete magníficos) nada parecido presagia. En verdad, nadie vinculado con el cine -o el western, su sinónimo- va a estar desprevenido ante A Million Ways to Die in the West. Tampoco buscará nada de western -o de cine- quien vaya a ver un film de Seth MacFarlane, algo parecido a un niño mimado dentro de la difusa "nueva comedia americana". Lo que sí puede destacarse es que MacFarlane es coherente consigo mismo, con el mundo de chistes animados de las series Family Guy y American Dad!, y con el sesgo escatológico que destila Ted (2012), su largometraje anterior. Es decir, su cine tiene una manera de entender el humor que es literal: no es suficiente con aludir a la flatulencia, sino que se la escucha y, corolario, se la ve. El chiste (su cine) es eso, nada más. Que A Million Ways sea un "western" es accidental, podría ser cualquier otra cosa. Que sea "paródica" no es dato que la disculpe. Una parodia puede ser gran exponente del género aludido: El joven Frankenstein (1974, Mel Brooks), Crimen por muerte (1976, Robert Moore), Rápida y mortal (1995, Sam Raimi); en esta última, el western (el cine) está desde el primer hasta el último plano. En la de MacFarlane, no hay nada. Lo que en todo caso hay es televisión. Si el parecido con los diálogos "afilados" de Family Guy se nota es porque lo que se ve se escucha es televisión. Acá con Charlize Theron y el propio MacFarlane en réplicas que, evidentemente, hasta guardan algo de espontaneidad. Pero sólo eso, aportan tanto como las imprevistas sucesiones de muertes accidentales, molestas no por inconexas, sino por dispersoras, aún cuando una de ellas (en la feria, con el toro) tenga una dosis surreal imprevista. Además, o sobre todo, el recorrido que propone el film no es más que el previsible: Albert (MacFarlane) se debate consigo mismo para superar su cobardía, vencer al malvado, recuperar su mujer. Hace cada una de las tres cosas; no confundir: que la mujer cambie de rostro no altera lo sustancial: esposa y familia. Si el camino propuesto es éste, no se entiende dónde habría transgresión o cosa parecida en cine o comediante semejante. Por eso, A Million Ways se encuentra decididamente cercana al espíritu edificante de series como Bonanza y La familia Ingalls, no es más que uno de sus retoños. Pareciera que lo "subversivo" radicaría en ver hasta dónde tensar la cuerda del "mal gusto". El mal gusto no es para cualquiera, hay artesanos que saben muy bien qué hacer con él (John Waters), mientras que otros (MacFarlane) lo integran con moño de torta como adorno. Un punto a favor, de todos modos, para el actor Neil Patrick Harris, cuya composición odiosa, con mostacho ladino, es mucho más que la diarrea que le victimiza.
Una ametralladora de chistes para dos horas de buena comedia El momento creativo por el cual está pasando Seth McFarlane ya no puede ser definido como “momento”. Es un rato largo que, como todo en Hollywood, comenzó con el típico “There’s a new guy in town” (hay un nuevo muchacho en la ciudad) en los ‘90 como guionista de algunos episodios de los dibujitos más “borders” de Cartoon Network como “La vaca y el pollito” o “Johnny Bravo”. Pero fue en 1999 con “Padre de familia” (la versión sobrecargada de Los Simpsons) para la señal Fox, en donde el hombre de Connecticut se soltó con la comedia de diálogos filosos, ácidos, políticamente incorrectos, y con una irreductible capacidad de observación de la realidad presente en la clase media norteamericana con la cual es visceral. Casi condenatoria. El turno del cine fue con “Ted” (2012), ese osito de peluche asqueroso, mal hablado y desopilante, que cobraba vida para convertirse en partenaire de su dueño. Luego de su brillante participación en los Oscar 2013 avanzó con su humor sobre nuevos escenarios, esto último ha de tomarse literalmente. En “A million ways to die in the best” Albert (Seth McFarlane) es un criador de ovejas en Arizona en 1882. Para los códigos sociales de esa época es un cobarde bueno para nada, lo cual no parece del todo incierto porque en el arranque trata de evitar un duelo a fuerza de chistes. A partir de ello su novia Louise (Amanda Seyfried), lo abandona por el dueño de una “bigotería”, dejando a nuestro protagonista en una tremenda depresión de la cual se desahoga de vez en cuando con su amigo Edward (Giovanni Ribisi), un idiota que conserva su virginidad para casarse con su novia prostituta de profesión. Clinch (Liam Neeson) aportará al guión el rol de villano codicioso que mientras planea un asalto a una diligencia deja a su bella esposa Anna (Charlize Theronm) en el pueblo en donde conocerá a Albert. Claro, se enamoran. El resto ya se sabe por donde irá. En términos de ritmo, el humor de McFarlane es como un solo de batería, una ametralladora de chistes que en este caso son casi todos sobre el oeste o sobre el western como género. Todo vale aquí. Desde romper la cuarta pared a homenajear a “Volver al futuro” o al propio Clint Eastwood (el villano se llama Clinch Leatherwood). Por eso no debería uno confundirse. Este, ni es un western ni aborda su temática. El far west sólo sirve como marco, como escenario para justificar todo tipo de gags, en especial los sexuales o escatológicos que el director (por su oficio de comediante) hace funcionar bien. Por supuesto que para desplegar todo esto hace falta una historia básica y archiconocida, lo cual es lógico porque sino no habría parodia posible. Habrá varios cameos, tomas panorámicas grandilocuentes y hasta la banda de sonido suena como una suerte de reverencia musical. Si el espectador lo analiza a nivel macro, ver “A million ways to die in the best” es, en el texto cinematográfico, como presenciar una rutina de stand up por momentos literal (al principio cuando Albert habla del lejano oeste), por momentos desde la imagen. Todo para dos horas de pura comedia. Ideal para los que vayan a buscar todo tipo de variantes de humor y sobre todo para los fans de éste gran comediante.
Si hay algo que destacarle a Seth MacFarlane, quien nos hizo reír con "Ted" o bien, con "Family Guy", es que con esta historia logra su cometido, hacernos pasar un buen momento. Si bien "A Million Ways To Die In The West" está plagada de gags y chistes (algunos bastante asquerosos), quieras o no, una sonrisa - en más de una oportunidad - te va a robar y eso es destacable. La dirección de Seth es aceptable, no caben dudas que es un talentoso absoluto, pero sobre todo, es un gran productor de elencos... En la peli vas a poder disfrutar, además de él, de Charlize Theron, Liam Neeson, Amanda Seyfried, Neil Patrick Harris y varios, muuuuchos más en distintas intervenciones que te vas a morir de risa... Sobre todo con una escena en un granero que en la sala donde estaba presente explotó en un aplauso... Ahhh, y al final, quedate que a los pocos segundos aparece un actor que TENIA que estar en la peli por el género. Historia que dura casi 2 horas, y que logra su cometido, hacernos reír (no todo el tiempo) pero como dije antes, que nos roben una que otra sonrisa ya es terreno ganado.
Seth MacFarlane hace comedia como si fuera a la guerra, disponiendo una batería gigantesca de gags que son disparados todos juntos y sin respiro. En medio de todos los chistes físicos, escatológicos, anacronismos y citas, A Million Ways… consigue algunos impactos más o menos certeros, pero el ataque se diluye rápidamente y pierde precisión a los pocos minutos de película. La estrategia es más o menos la misma que en otras creaciones suyas para televisión como Padre de familia o American Dad, pero también para cine como Ted, su debut como director: en los tres casos, MacFarlane no se toma tiempo para construir la comedia, no tiene idea de cómo generar el clima para el estallido de un gag. Lo suyo es el humor acelerado y precoz, ansioso, que procede como un staccato: los chistes se suceden a una velocidad casi lumínica sin darse espacio mutuamente, sin permitirse cosechar el éxito de una carcajada lograda en buena ley o de preparar el terreno para el próximo. El método no cambió en su segunda película, es solo que esta vez MacFarlane está menos agudo que en otras ocasiones; como a su protagonista, le falla la puntería, se la pasa a los tiros pero no le pega prácticamente a nada. El principal problema es que la pose canchera del director y actor para con el western se agota enseguida: ¿hace cuánto tiempo dejó de ser original o mínimamente interesante reírse de uno de los géneros con convenciones más rígidas y, para colmo, caído en el olvido hace décadas? Pasan los años y hay que decir que Blazing Saddles de Mel Brooks no es para nada lo mejor de su filmografía, y que tampoco resulta tan graciosa. ¿Por qué cree MacFarlane que puede hacer una comedia que se erige enteramente en el mismo, repetido e interminable motivo que puede resumirse en que el western idealizó el pasado violento y peligroso del viejo Oeste? Por más pedos, puteadas, muertes y manchas de semen que la película desparrame, A Million Ways… se muestra increíblemente infantil, como un nene que descubre por primera vez las leyes de un género y juega a subvertirlas, a ponerlas pata para arriba. Durante los primeros dos tercios del relato, MacFarlane no ensaya ninguna otra táctica que la de conquistar a su público con un sinfín de gags desparejos: la seguidilla ininterrumpida demuestra ser poco efectiva, pero por lo menos se juega todo al plan inicial que le diera réditos en ocasiones anteriores (en Ted la cosa no era muy distinta, pero allí había un comediante enorme como Mark Walhberg que le ponía el cuerpo a cada chiste y que terminaba opacando al osito doblado por MacFarlane). Pero sobre el final, la película sufre del mismo mal que una buena cantidad de parodias: para que la copia funcione tiene además que imitar cosas como el romance imposible entre los protagonistas, el rapto de la amada por el villano, el cambio de actitud del héroe y el acto de justicia final. Y es acá donde MacFarlane, de golpe y contra cualquier pronóstico, se pone respetuoso y sigue los mandamientos del género más o menos al pie de la letra, como si de repente creyera en el drama de los personajes. Para nosotros, que ya estamos acostumbrados a los pedos, las referencias extemporáneas y la autoconsciencia canchera, esta nueva seriedad nos aburre, nos descoloca y nos expulsa para siempre del universo precario que había podido levantar la película. No es que estuviéramos matándonos de risa, pero al menos sabíamos qué esperar del escuálido batallón cómico del director. Cuando de un momento a otro el relato trata de convencernos de lo verosímil de lo que se está contando, la película se desmorona. E incluso antes de ese respeto inesperado, la comedia se estaba convirtiendo cada vez más en arbitraria y gratuita: los chistes que se construían mediante el montaje (como el momento de Volver al futuro 3) o que implicaban alguna clase de violencia lanzada contra los personajes desde el off (el toro que ensarta a un feriante) ya anunciaban la creciente incapacidad del guión de causar gracia por otros medios que no fueran meros golpes de efecto.
Un buen elenco para realizar una parodia al género del western. Regresa a la pantalla grande y al igual que con Ted, MacFarlane co-escribe, dirige y protagoniza, (en la anterior le ponía la voz al osito) esta película; acá es Albert Stark, un criador de ovejas cobarde porque cuando debe enfrentarse a un duelo, como lo hacían los vaqueros se retira porque teme morir y su contrincante le da dos días para pagarle. El género del Western casi siempre tuvo su público, y en esta oportunidad nos encontramos en Arizona en 1882 donde una serie de fotos hacen referencia a distintos detalles. Albert está enamorado de su novia Louise (Amanda Seyfried), como todo el pueblo ella lo vio y como no aceptó el reto, lo ve débil y sin agallas y pese a que él le declara su amor y le dice te amo, Louise lo abandona, pero Albert intentará recuperarla. En el salón del lugar los hombres, beben, juegan y pasan su tiempo con mujeres, infaltable la Madame y en el primer piso habitaciones donde van las prostitutas, pero allí hay una muy especial de nombre Ruth (Sarah Silverman) a quien como en una suerte de humorada su novio Edward (Giovanni Ribisi) que nunca la ha tocado, espera que ella termine de atender sus clientes. En el pueblo siguen sucediendo situaciones alocadas; el Alcalde lleva muerto dos días en un costado del otro lado de la calle y termina siendo la cena de unos lobos (se juega a lo largo del films entre la sátira y la comedia). La ex novia de Albert, Louise es ahora la novia de Foy (Neil Patrick Harris, “Los pitufos”) dueño de un importante bigote, es un villano y el millonario del pueblo. En esas grandes llanuras llegan cada tanto una banda de forajidos que andan por ahí en busca de oro y escapando de la ley. Ahí aparece Anna (Charlize Theron), con su marido Clinch Leatherwood (Liam Neeson), Lewis (Evan Jones), entre otros. Albert no tarda en relacionarse con la pistolera Anna quien termina tomando una dura tarea: enseñarle a disparar a Albert, de esta forma comienzan a suceder una serie de momentos cómicos hasta llegar al romanticismo. Existen muchas formas de morir tontamente dice Albert “Un millón de maneras de morir”. La música del film es de Joel McNeeley ("American pie: La boda"), enredos, bromas escatológicas y grotescas, escenas locas y absurdas, algunas escenas sin mucho sentido, una dosis de bromas sexuales, los escenarios son fieles al Western con: llanuras, cabalgatas, vestimenta, los comportamientos típicos de los cowboys, infaltable el duelo en la calle, los indios, fogatas, la fumada y la fiebre por el oro, homenajeando al western. Una serie de sorpresas (atentos a cameos de varias figuras) y una escena al final de los créditos. Se abusa del travellings, cae en lugares comunes, con un guión pobre, su duración de casi dos horas resulta excesiva, además de ser muy previsible.
Ridiculizando al western A Million Ways to Die in the West (traducido como “Un millón de maneras de morir en el Oeste”) es el título original de la película escrita, dirigida y protagonizada por Seth MacFarlane que aquí se presenta con el desafortunado “Pueblo chico, pistola grande”. Seth MacFarlane es conocido por ser el autor intelectual de la serie de televisión “Padre de familia” y por haber dirigido la comedia “Ted” (la del oso de peluche que habla), dos experiencias que han hecho bastante ruido entre el público consumidor de comedias. En esta oportunidad, el joven talento incursiona en una temática muy cara al imaginario estadounidense: el Lejano Oeste. Y lo hace con la explícita intención de demoler a golpes de sarcasmos la mitología del género western, un clásico de la cinematografía. MacFarlane aplica su sentido del humor entre descafeinado y deconstructivo sobre los rasgos y personajes típicos de la época, utilizando para ello un lenguaje audiovisual muy influenciado por el cómic y con alusiones irónicas que suenan como homenajes irrespetuosos o burlas desenfadadas y hasta bastante groseras, en muchos casos. Por ejemplo, el malo, interpretado por Liam Neeson, se llama Clinch Leatherwood (un guiño a Clint Eastwood, un maestro del género). El personaje de MacFarlane, un joven criador de ovejas llamado Albert, utiliza como recurso reiterativo un discurso que hace hincapié en el contraste anacrónico, al asumir una postura crítica sobre sus coetáneos con frases más propias del pensamiento políticamente correcto actual. Aparentemente, pretende ridiculizar la situación en la que un individuo autodenominado como “nerd” se tiene que enfrentar a la violencia sistemática y cotidiana de la sociedad en que le toca vivir. La anécdota es intrascendente. Se trata de un muchacho que vive con sus padres y tiene que encargarse del negocio familiar: una granja de ovejas, cosa que hace a desgano. Pero está de novio con una bella joven del lugar y está entusiasmado con la idea de casarse. El plan fracasa porque ella lo deja al no poder soportar que su prometido sea ridiculizado en público por su falta de coraje para enfrentar a un pistolero. Entonces, aparece una rubia despampanante (Charlize Theron) cuya presencia cambia la historia del pueblo y la suerte de Albert. La película está plagada de mensajes subliminales que apuntan como dardos envenenados contra prejuicios culturales de la sociedad norteamericana y muchos de sus mitos que contribuyeron a diseñar el llamado “sueño americano”. Hay “palazos” contra la sexualidad, la religión y el trato a los indios, entre otros aspectos. Y una historia de amor y coraje, que se resuelve de manera un tanto rocambolesca. La experiencia recuerda la llevada a cabo por el italiano Gore Verbinski en su versión de “El Llanero Solitario” (2013), por su desprolijidad y su irreverencia más inclinada a lo grotesco que al humor, conformando un producto que no termina de cuajar y no resulta muy grato a los sentidos. Rogamos que no se vuelva tendencia y que aparezca algún justiciero que salve el honor del western.
MacFarlane se lo ama o se lo odia Albert no encaja entre cowboys. Es un pacifista que odia todo lo referido al far west. ¿Por qué se queda en el pueblo? Porque está enamorado de Louise. Pero ella lo abandona y él entra en crisis... hasta que la aparición de una chica -Anna- cambiará su manera de ver las cosas. Hay en “Un millón de maneras de morir en el oeste” (basta con eso de “Pueblo chico pistola grande”) algunos pasajes desopilantes. Por ejemplo, cuando Albert (Seth MacFarlane) enumera -justamente- todos los caminos que llevan a la tumba en el far west. Hay juegos de palabras felices, algunos chistes buenísimos y también personajes inteligentemente delineados. ¿Por qué no es entonces una gran comedia, sumando además lo generoso del presupuesto y la calidad del reparto? Será porque MacFarlane (a la vez protagonista, director, coguionista y coproductor) dinamita cada hallazgo con una inmediata vuelta de tuerca incomprensible. No por lo escatológico del humor o por la incorrección política, que por otra parte constituyen su ADN artístico, sino por la hibridez de la que se contagia su película. Hay una loable intención en MacFarlane de homenajear al western, el género por excelencia en la matriz identitaria del cine estadounidense. De allí los magníficos planos, la belleza de la planicie en toda su extensión, la música de Joel McNeeley, los estereotipos que marcan a los personajes del pueblo y hasta la secuencia de los títulos. Todo conforma el más clásico de los westerns. McFarlane construyó el marco ideal para un cuadro pintado con trazos de un grosor innecesario. “Un millón de maneras de morir en el oeste” se estanca a mitad de camino entre la sátira, la comedia, los duelos al sol, el homenaje, las cabalgatas, el mal gusto mezclado con algún chiste brillante, los pasajes oníricos que regalan las drogas -otro tópico en el discurso de MacFarlane- y el desfile de cameos. Pasan velozmente Ryan Reynolds, Ewan McGregor, Christopher Lloyd (atención ochentosos), Jamie Foxx y hasta un minishow de stand-up, cortesía del gran Bill Maher. Mucho para ver, todo mezclado y, aún así, se nota que el metraje de casi dos horas resulta excesivo.
Un western peculiarmente cómico Interesante el póster que lleva A Million Ways to Die in the West, llamativo además por la presencia de Liam Neeson, algo que sirve como elemento que invita a la curiosidad del espectador por ver al norirlandés en este tipo de proyecciones caracterizadas por un estilo de humor bastante particular. Sabemos de qué van los chistes y los momentos que planta en escena Seth MacFarlane, algo que divide las aguas entre detractores y seguidores de sus métodos o modos destinados a suscitar risas. Quienes se ubiquen en la primera línea de las mencionadas anteriormente, difícilmente cambien su parecer con el visionado de esta comedia; sin embargo en aquellos fieles partidarios del realizador oriundo de Connecticut las sensaciones que experimenten es muy probable que estén más cerca del disfrute en complicidad con cada circunstancia jocosa que se enseñe en pantalla. La película representa un nuevo escaparate al “mundo MacFarlane”, ese espacio en el que lo políticamente incorrecto está a la orden del día, siendo este uno de los principales motivos que aproxima a muchos a sus formas y aleja a otros tantos. El director aquí se la juega también protagonizando la historia como un granjero llamado Albert, que tras acobardarse en un duelo es abandonado por su novia. Entre penurias conoce a una pistolera (Charlize Theron) que le servirá de consejera y le ayudará a aprender a disparar con el fin de medirse en un nuevo tiroteo y así reconquistar a su ex pareja. MacFarlane, también guionista, encuentra una narrativa más aceitada y ágil que en su trabajo anterior, esto es con Ted, en la que si bien existían pasajes de comedia interesantes, se percibían determinados vacíos que desacreditaban la opción de tener un cambio de ritmo o un punch más dinámico. En esta entrega, el timing es mucho mejor y generalmente, salvo excepciones, las ocurrencias portan un grado de frescura más disfrutable y ácido que en la producción encabezada por Mark Wahlberg y Mila Kunis. En este sentido y como factor que permite renovar ciertos aires en la narración, vale destacar las apariciones de personajes secundarios como Giovanni Ribisi (en el flanco antagónico en Ted) y Sarah Silverman, en una suerte de subtrama que involucra la relación entre un hombre bastante bonachón e inocente y una prostituta. Este dúo le aporta frescura a un relato que por momentos e inevitablemente, dado su entretenido arranque, decae un poco. Puede que la duración sea algo más extensa de lo que se requiere, teniendo en cuenta lo que hay por contar, no obstante, A Million Ways to Die in the West se pasa rápido y divierte, especialmente a quienes gustan de ese universo chabacano y desbordante de situaciones absurdas, socarronas y flatulentas que crea Seth MacFarlane. LO MEJOR: el ritmo. Ocasiona unas cuantas risas y quizás alguna que otra pequeña carcajada. Supera a Ted. Actuaciones. LO PEOR: predecible. Cuando los gags se tornan repetitivos. PUNTAJE: 6,5
VideoComentario (ver link).
Yo no sé quien pudo haber iniciado la movida, pero asumo que debe haber sido Robert DeNiro. El tipo era un actor de carácter y, en un determinado momento - y con una frondosa carrera dramática detrás - decidió probar la comedia. La gente aplaudió a rabiar al ver a un actor tan serio y amargo burlándose de sí mismo, y el tipo comenzó a enviciarse con la jugada. Empezó a aceptar papeles en comedias cada vez mas horrendas, con tal de que le dejaran hacer unas muecas en la pantalla y que le dijeran que era un comediante nato. La otra fuente posible puede ser Saturday Night Live - el decano de los programas cómicos norteamericanos -, en donde gente seria es invitada a hacer payasadas. Por allí pasó The Rock y se descubrió a sí mismo como intérprete con talento... y hace unas semanas pasó Charlize Theron, haciendo de una nerd desprolija y algo lésbica que regenteaba un refugio para animales abandonados. Imagino que, como una terapia de shock, debe ser liberador para alguien interpretar a un personaje ubicado en el polo diametralmente opuesto de lo que es su respetable personalidad pública. Es mas que posible que ese vicio - probarse en la comedia - haya sido el disparador para que un monto de gente seria se lanzara de manera suicida a tomar algunas de las peores decisiones de su carrera. DeNiro sigue pagando las consecuencias con las interminables secuelas de Los Fockers en que se ve involucrado, y en su momento Gene Hackman se metió en más de un brete con semejante criterio. Hace poco vimos Movie 43 - en donde una horda de talentosos ardía a lo bonzo, protagonizando algunos de los sketches mas zarpados de la historia del cine -, y por su parte están Adam Sandler y Seth MacFarlane, los cuales actúan como corruptores seriales de estrellas de Hollywood. Todavía no me puedo olvidar del bochornoso papel de Nicole Kidman en Una Esposa de Mentira, o cómo Guy Pierce era basureado hasta el paroxismo en Cuentos que no son Cuentos. Ahora es el turno de MacFarlane, el cual se ha dado maña para enrolar a intérpretes tan talentosos como Charlize Theron, Liam Neeson o Amanda Seyfried en una historia que involucra fluidos corporales de todo tipo, chascarrillos racistas, y chistes malos y ofensivos de todo tipo y color. O sus agentes son idiotas, o el monto del dinero ofrecido fue obsceno, o MacFarlane posee grabaciones secretas - y escandalosas - de alguna actividad privada ilegal en la cual estuvieran involucrados. Si no, me resulta inexplicable el cómo toda esta gente, en su sano juicio, terminó involucrándose en semejante bosta. En sí, A Million Ways to Die in the West no es un filme carente de gracia. Hay momentos en que uno se ríe - y fuerte - pero esas secuencias están espaciadas con cuentagotas a lo largo de una trama demasiado larga e insípida. Momentos como cuando los fotógrafos de la época explotan en llamas (por exceso de fósforo en sus improvisados flashes), o algunos chistes de burdel protagonizados por Sarah Silverman - que trabaja de día como prostituta, pero se reserva de mantener relaciones sexuales con su novio ultracristiano hasta la noche de bodas - generan carcajadas, pero las cosas pasan al estado de Coma 4 cuando MacFarlane abre la boca. Es el ego de Seth MacFarlane el que arruina las cosas, creyéndose el ombligo del mundo y el dueño de toda la gracia. Yo creo que, cuando MacFarlane escribe algo para otros actores es un autor inspirado pero, cuando él mismo se ubica en el centro de la escena, termina por ser insufrible y anodino. - algo similar ocurría con sus especiales de Star Wars (protagonizados por sus criaturas de la serie Padre de Familia), los cuales eran desternillantes hasta que aparecía Han Solo / MacFarlane y pretendía chupar toda la atención del público -. Aquí pasa lo mismo; hay gags de fondo realmente graciosos, pero el tipo aparece, se planta en medio de la pantalla y se despacha con dos toneladas de palabrería, discursos sabihondos como si él lo supiera todo. Es como una versión hipercafeinada de Woody Allen, con mas ego y menos gracia. Pero el filme no funciona sólo por lo plomizo de MacFarlane como actor; el libreto intenta encontrar la gracia perdida lanzando toneladas de chistes groseros, los cuales son mas ofensivos que cómicos. Ver a la Silverman contando las minucias de su trabajo, o cómo Neil Patrick Harris tiene un súbito ataque de diarrea durante un duelo - amén de varios chistes sobre ovejas -, sólo aumenta la sensación de bochorno general. Al menos el papel de Liam Neeson es casi lineal y puede escapar indemne de la quema - aunque cualquier otro actor ignoto podría haber ocupado sus botas -, pero la Theron hace de partner de MacFarlane y debe darle pie a sus monólogos largos y horribles. Hay momentos en que la sudafricana se ve visiblemente incómoda, y con cara de preguntarse como cacso vino a parar en esta pelicula. La historia es simple y remanida: un cobarde debe enfrentarse en un duelo, y termina siendo ayudado por una forastera de la cual se enamora. El problema es que la mujer es la esposa del matón mas letal de todo el estado, y con el cual deberá enfrentarse en un nuevo duelo, mucho mas desigual y brutal. Todo esto está matizado por un clima típico de las comedias de Adam Sandler, en donde las estrellas son obligadas a vomitar algunas de las peores líneas de su carrera. MacFarlane intenta arreglar esto haciéndose el torpe - y el objeto de unos cuantos gags de munción gruesa -, pero el esfuerzo no ayuda. El tipo empieza a hablar y te entumece los oidos, y ni siquiera es muy bueno como director ya que un par de cameos - incluyendo uno que involucra a Doc Brown y lo que hubiera sido una linda referencia a Volver al Futuro - son arruinados por su mano inexperta. Como siempre digo, yo no tengo problemas con el humor ofensivo si al menos es gracioso. Los hermanos Farrelly son los maestros del rubro, aunque a ellos a veces también se les escapa la coneja - como en Movie 43 -. Acá las cosas carecen de comicidad y no vale el esfuerzo comerse 90 minutos de MacFarlaneadas para ver los únicos 5 o 6 gags que realmente hacen blanco. A Million Ways to Die in the West es desperdicio de tiempo y talento, un bochorno que intenta equipararse al gran clásico del género - Blazzing Saddles de Mel Brooks -, y al cual no le llega ni a los talones. - See more at: http://www.sssm.com.ar/arlequin/million-ways-west.html#sthash.u1HQyQUD.dpuf
El humor incorrecto viaja al lejano oeste El "western" tiene la particularidad que es el único género inventado en Hollywood. En 1903 el director Edwin S. Porter lo inició con su corto The Great Train Robbery y tuvo su época dorada en los años cincuenta. Aunque hubo intentos de revivirlo, sobre todo en los noventa, nunca pudo volver del todo. Se hicieron westerns de terror, incluso de ciencia ficción, pero no fueron tantos los intentos de combinarlo con la comedia -la mejor, sin dudas, la genial "Locuras en el Oeste" (Blazing Saddles, 1974) de Mel Brooks-. Seth MacFarlane, el creador de la serie "Padre de Familia" (Family Guy, 1999- ), puso toda su energía en escribir, producir, actuar y dirigir un filme que combinara estas dos cosas: y no le salió del todo bien. Arizona, 1882. Albert (MacFarlane) es un criador de ovejas (sí, ovejas) bastante cobarde que no encuentra su lugaren el salvaje oeste. Para colmo, es retado a duelo y enfrente de todo el pueblo demuestra que carece de valor. Esto hace que su novia Louise (Amanda Seyfried) lo dejé y busque un mejor partido en Foy (Neil Patrick Harris), el dueño de la "bigotería". Albert decide entonces mudarse a un lugar más civilizado. Pero antes conoce a Anna (Charlize Theron), una hermosa mujer que acaba de llegar al pueblo. Ella empieza a ayudarlo para que recupere a su novia, pero lentamente se empiezan a enamorar. El problema es que Anna en realidad es la esposa de Clinch Leatherwood (Liam Neeson), el pistolero más rápido y despiadado del oeste, que llegará al pueblo buscando venganza del hombre que está saliendo con su mujer. No es fácil de digerir el humor de MacFarlane. Prueba de ello son sus series de televisión -la ya mencionada Padre de Familia, American Dad! y The Cleveland Show- o Ted, que fue su debut como director. Irreverente, políticamente incorrecto, verborrágico, con una predilección por el humor escatológico y los chistes racistas, puede resultar bastante ofensivo si se lo toma en serio. Uno espera eso de él, y eso es justamente lo que viene en detrimento de esta película: tenemos a un MacFarlane demasiado lavado y cuidado. Hay chispazos, destellos, pequeñas dosis de su sello distintivo, pero pareciera que se cuida mucho en la pantalla grande de darnos lo que esperamos de él. Tal vez porque necesita que la gente vaya a verla; por condicionamientos de los estudios o vaya uno a saber por qué, pero lo cierto es que nos quedamos con ganas de más. De todas maneras lo que más hace ruido es este tipo de humor puesto en un western, se hace una mezcla rara que no llega a funcionar del todo nunca. Del elenco no se puede decir nada: Charlize Theron y Liam Neeson ponen todo su talento actoral al servicio del filme y sobresalen ampliamente. Neil Patrick Harris, Giovanni Ribisi y Sarah Silverman (en un hilarante rol de una prostituta que quiere "guardarse" para su matrimonio y no tener sexo con su novio), son personajes secundarios que tienen sus momentos justos. La sensación también es que le sobran 20 minutos a la película. Atentos con algunas apariciones especiales y no se levanten enseguida de la butaca: hay una pequeña escena final después de los títulos. No caben dudas de que la película le sacará al espectador más de una carcajada y hasta alguna risa violenta. Pero MacFarlane tendría que darle gracias a Dios de que John Wayne esté muerto porque, si "El Duque" viviera, seguramente lo retaría a un duelo por faltarle el respeto al western de esta pobre manera.
Publicada en la edición digital #262 de la revista.
A Million Ways to Die in the West es una pobre inversión del tiempo de la audiencia si la intención es querer reírse, con una carcajada cada 20 minutos, no justifica gastar 2 horas irrecuperables de nuestras vidas para tan poca risa, el filme tiene claramente la intención de provocar risas, y el único motivo para ir a verla es ese; pero los chistes no dan en el blanco y es una pérdida de tiempo. Al terminar de verla, simplemente estamos 2 horas más cerca de la muerte, sin estar un poco más alegres siquiera. Un filme que no funciona. Escuchá la crítica radial completa en el reproductor.