El Rey de la Comedia Hace cuánto tiempo esperaba una comedia así. Les soy honesto, la Nueva Comedia Americana, tan vanagloriada por un sector de la crítica me parece espantosa. No me provoca gracia, no veo provocación, es fría, banal y poco inteligente. Hay excepciones, para mí la comedia estadounidense murío con Tootsie. Más o menos por esa época, la otra gran nación de la comedia, Italia, también empezaba a mostrar los últimos grandes exponentes del género. Lo que pasa es que en los años 60 y 70, casi todos los cineastas italianos hacían comedia (excepto los dedicados a los giallios, como Argento o Bava, o los más artísticos como Visconti, Pasolini o Bertolucci, y claro los westerns de Leone). Pero todos los grandes, pasaron por la comedia: desde De Sica hasta Fellini, pasando por Moniccelli, Risi, Sordi y Scola. Mientras tanto, en Estados Unidos, los grandes maestros del humor se dividían entre un grupo de guionistas que empezó a trabajar en forma conjunta, y luego se convirtieron en autores y referentes natos, como Carl Reiner, Mel Brooks, Neil Simon (que nunca llegó a dirigir) y Woody Allen. Alguno dirá, bueno, Reiner, Brooks y Allen continuaron. Sí, pero las comedias de los dos primeros en los últimos 20 años carecían del ingenio de El Joven Frankenstein, Cliente Muerto no Paga, El Hombre con Dos Cerebros o Locuras en el Oeste. Pasaron tantos imitadores de ese estilo en el medio, que Reiner y Brooks quedaron atrasados. En cambio, Allen persiguió el drama. Las últimas comedias de Allen no eran tan ingeniosas. Incluso, Medianoche en París no se puede encasillar tanto como comedia, sino una obra romántica. Pero A Roma con Amor es humor anárquico en estado puro, risas constantes, con notables influencias de la comedia de enredos paródica de Neil Simon (California Suite y Perdidos en Nueva York principalmente), referencias al timing humorístico y temática de los films Moniccelli, Risi o Sordi, con una impronta netamente alleniana (el de Bananas y el de Crímenes y Pecados), y con el resultado final de haber visto una cínica mirada sobre la gente de Roma, como la podrían hacer Fellini (Roma) o Scola (Gente de Roma). La película se divide en cuatro historias que nunca se cruzan, pero suceden simultáneamente (como California Suite). La mitad con estadounidenses, la otra mitad con italianos. Por un lado tenemos a John (Alec Baldwin, cada vez más sólido como comediante), un arquitecto que vuelve a Roma y regresa al barrio donde pasó su adolescencia. Allí se cruza, con Jack, un estudiante de arquitectura fanático que lo invita a formar parte de su vida, y ser testigo de cómo su novia (Greta Gerwig) le pide que sirva de guía de su amiga Mónica, una actriz estadounidense con carrera caída que acaba de romper con su novio. Jack quedará completamente enamorado de la neurótica Mónica, mientras que John se infiltra aconsejando que se aleje de ella. La segunda historia está integrada por una joven turista, Hayley, que se enamora de una abogado italiano comunista cuyo padre es funebrero (Fabio Armillato). Cuando los padres de ella Jerry y Phyllis, un “vanguardista” director de ópera jubilado y una psiquiatra, (Allen y Davis), llegan a Italia y conocen a sus suegros, Jerry aprovechará el talento de su suegro para salir de su retiro. Las dos historias italiana están compuestas por una pareja de campo que se muda a Roma, cuando a él le ofrecen un puesto en una compañía importante. Por una serie de enredos, ambos se separan del otro y el joven termina recorriendo Roma junto con una prostituta, y su novia con un destacado, pero mujeriego actor. Por último, está Leopoldo, un empleado de clase media que opina sobre todo y todos con completa libertad hasta que se convierte en objeto de noticieros y programas cholulos, que solo están interesados en conocer sus rutinas y opiniones, convirtiéndolo en la estrella del momento. Esta vez, Allen quiso dejar de lado el romance para apuntar directamente hacia otro tema que le encanta: la fama. Con su típico humor irónico, dispara contra la persona común que busca tener sus 15 minutos en el cielo, ya sea saliendo con una actriz famosa o actor famoso, paseando por los sitios más aristocráticos, o teniendo la oportunidad de su vida para estar en el ojo de todo el mundo, para luego caer, y estrellarse estrepitosamente cuando se da cuenta que todo fue falso. En este mundo de infidelidades a uno mismo y su cónyuge, es que se mueve Allen en esta película que tiene uno de los guiones más ingeniosos y creativos que Allen haya escrito en años. En muchos sentidos, superior al de Medianoche en París. No solamente se trata de la efectividad de los chistes (es verdad algunos son viejos y predecibles, pero siguen funcionando) sino de una intuición del corte, del momento cómico. Mezcla del humor tonto con que se originó con una mirada universal, pero aplicando el tono costumbrista de la comedia alla italiana. Y también la fama y los paparazzis son típicos de la cultura italiana. Recordemos por ejemplo La Dolce Vita de Fellini. Sin duda, la influencia es conciente en Allen (tema central de Celebrity). Nuevamente, y como era predecible, Allen nos muestra la Roma más turística, histórica y bella. No sale de esa zona. ¿Para qué mostrar otros sitios, sino le sirve para las historias? Si justamente su propósito es criticar la superficialidad de los estadounidenses intelectualoides, los conocimientos de arte, el capitalismo, frente al italiano de clase media que se conforma con la vida rutinaria (aunque sueña con ser reconocido alguna vez). A diferencia de Medianoche… Roma es importante, aunque no tanto como París. No podría pasar en otra ciudad, pero por otro lado, no toma mayor protagonismo literal que los personajes Acá hay otro tipo de magia, menos obvia, más anárquica y como es típico de su autor, azarosa. El “místico” John de Alec Baldwin es inclasificable e ingenioso. A Allen no le importa el verosímil: hay personajes que aparecen de la nada en los lugares menos esperados, óperas que contienen los más disímiles artefactos… y a pesar de toda la ridiculez e incoherencia a la que apela, todo cobra sentido durante el metraje. Nada parece forzado, Allen va sorprendiendo al espectador minuto a minuto con situaciones y diálogos inteligentes, aún cuando sean solo monólogos, la narración fluye y cierra perfectamente. Grandes figuras del cine italiano desfilan en pequeñas apariciones, la banda sonora nos remite a las comedias dirigidas e interpretadas por Sordi (el episodio que interpreta Allen se parece más a una película del gran Alberto que una de Woody), las arias operísticas, los cafés, las escaleras… De repente estamos frente a una película, de la edad de oro de Cinecittá. Cinéfilo empedernido, viste a Penélope Cruz como una Sofía Loren o Gina Lollobrígida sacando lo mejor de la artista española, explotando su sensualidad y gracia que había perdido en Estados Unidos y recuperó con Almodóvar. A pesar de que las historias y los personajes no tienen el mismo nivel de sordidez y profundidad (las partes con personajes estadounidenses son mejores generalmente porque se nota una mayor ironía, mientras que los episodios italianos, son un poco más naif), el film desborda en calidez y humor atemporal. Conflictos existenciales, la relación del artista y el crítico, los sueños de gloria, la fantasía de ser infiel con la mujer o el hombre perfecto, el miedo a la muerte, la sátira al psicoanálisis; obsesiones típicas de Allen, que se convierten en parodia sin compasión. Anarquía pura hacia los personajes, crimen y castigo' no hay sentimentalismo en este film. Ese es el contraste que tiene con otro tipo de comedia que está más de moda, que busca a un público adolescente haciendo referencia a objetos que en diez años perderán su significado. Allen como los grandes cineastas italianos o Neil Simon, apunta a conflictos que no se modifican, que son comunes a todos, con los cuáles nos identificamos, pero aportando esa magia cinematográfica que es capaz de transformar el tiempo y el espacio sin que nos demos cuenta. Con un elenco fantástico, donde Roberto Beningni está moderado (otro alter ego de Allen), Elle Page histriónica, se convierte en una joven Diane Keaton, Judy Davis regresa con su maravillosa parquedad y Alec Baldwin consigue uno de los mejores personajes de su carrera, A Roma con Amor, muestra a un Allen lleno de ideas, (algunas nuevas, otras remanidas), pero que lo confirman nuevamente como EL referente de la comedia mundial.
La Impunidad de la Tercera Edad Woody Allen está en un momento de su vida en el que puede hacer lo que se le cante el culo. Y está muy bien. Tiene la plata, el renombre y todo eso que se necesita para hacer lo que a uno le venga en ganas. Incluso, si usara un bastón, seguramente iría por la calle golpeando a la gente con él, y eso sería genial y lo convertiría en mi ídolo...
La tanada de Woody Mientras veía A Roma con amor sufría más de lo que disfrutaba. Me molestaban bastante sus excesos, sus ampulosidades y, para colmo, las buenas ideas (como la del "cantando bajo la ducha", ya verán) se repetían una y otra vez. Y, se sabe, al contar un mismo chiste varias veces deja de ser gracioso. Me quedé, entonces, con un sabor agridulce, con la sensación de una película demasiado irregular, precaria, como hecha a las apuradas. Sin embargo, con el paso de los días, la sensación comenzó a mejorar. Ahora, cuando me pongo a escribir estas líneas, la veo de otra forma. Woody hizo una commedia all' italiana, con un tema que lo obsesiona como eje principal (la infidelidad), con escenas de ópera y, claro, con los lugares más turísticos y pintorescos de Roma como fondo (operación que ya había concretado antes con Londres, Barcelona o París). A Roma con amor está lleno de desbordes, de gritos, de enredos, de personajes estereotipados (la prostituta que hace Penélope Cruz, el tipo común que se convierte en famoso de la noche a la mañana que encarna el insoportable Roberto Benigni o la chica de provincia que llega a la ciudad para su luna de miel, se pierde en sus calles y se encandila con un actor famoso) y, si el tono puede no ser mi preferido, Woody incursiona en el cine de sus amados referentes italianos, con Mario Monicelli y Federico Fellini a la cabeza. Medianoche en París era un homenaje a la Ciudad Luz, casi un documental de promoción de sus lugares más famosos, pero no tenía demasiada vinculaciones con el cine francés. A Roma con amor también sirve para atraer turistas (algo que Allen ofrece a cambio de financiación local), pero aquí sí construye una comedia coral con un espíritu bien italiano. Los críticos peninsulares no la trataron demasiado bien, así que su mirada puede no haber sido demasiado "lograda" o "auténtica", pero la forma y el contenido tienen esta vez bastante que ver con el lugar elegido para la filmación. En medio de ese mosaico, aparece la veta "intelectual" y "neoyorquina" del director. El propio Allen interpreta a un director de ópera ya jubilado que llega con su esposa (la gran Judy Davis) a Roma para conocer a sus futuros suegros (italianos), ya que su hija (Alison Pill) está a punto de casarse con una abogado "comunista" (Flavio Parenti). En este sentido, los diálogos políticos a cargo del personaje del mismo Woody son bastante elementales. La otra linea argumental tiene a Jesse Eisenberg (en plan Woody Allen joven), como un arquitecto estadounidense que vive en el Trastevere con su novia (una muy desaprovechada Greta Gerwig) y se termina enamorando, obsesionando y frustrando con una joven, neurótica y manipuladora actriz (Ellen Page). Encima, tiene a un Alec Baldwin fantasmal (una versión adulta de sí mismo) siguiéndolo, advirtiéndolo y reprochándole cada una de sus decisiones. En el "European tour" de los últimos años (con un único regreso intermedio a Nueva York, experiencia que repetirá en pocas semanas más para su nueva película), Woody hizo escala en Italia con resultados que no satisfacen por completo, pero que tampoco caen en el ridículo que muchos comentarios previso auguraban. Filmó con Benigni y muchas otras figuras del cine peninsular (desde Ornella Muti hasta Antonio Albanese, pasando por Riccardo Scamarcio), homenajeó a sus ídolos de juventud, incursionó en lugares icónicos de Roma, apeló a temas de Domenico Modugno, a composiciones de Verdi y de Puccini... y se fue rumbo a nuevos destinos. Como hace siempre. Se dio unos cuantos gustos y está bien. A su edad y con semejante carrera sobre sus espaldas, no hay que pedirle mucho más. Su lugar en la historia grande del cine ya está asegurado y no cambiará (ni para bien ni para mal) con A Roma con amor.
Enredos a la Italiana Luego de recorrer cada rincón de New York, Woody Allen decidió hacer varias escalas por bellas ciudades como Barcelona y París. Ahora le llegó el turno a Roma. Esta comedia situada en la capital de Italia comienza con el relato de un carismático inspector de tránsito, que no sólo es privilegiado por estar en un punto panorámico exclusivo, sino también por ser testigo de todo lo que pasa a su alrededor. A Roma con amor hace foco en cuatro historias independientes, la de un arquitecto estadounidense (Alec Baldwin) reviviendo su juventud e intercediendo en una pareja de adolescentes (como si fuera la voz de la conciencia experimentada); un romano común y corriente de clase media (Roberto Benigni) que se convierte repentinamente en la mayor celebridad de Roma; una pareja de jóvenes provincianos atraídos intempestivamente en distintos encuentros románticos, y un director de ópera norteamericano (Woody Allen) tratando de lanzar la carrera operística de un empresario que canta estupendamente, pero sólo en la ducha. A roma con amor, no es la mejor producción de Allen, pero es una atractiva muestra de su ingenio, que acumula acertados condimentos, en especial, la arrolladora presencia de Penélope Cruz. Cabe recordar que la actriz obtuvo su Oscar por Vicky Cristina Barcelona. En este caso aparece como una prostituta de la alta sociedad, aun más conocida que el mismo Berlusconi, y colabora con el recién comprometido e inocente provinciano. Con un magnífico elenco que completan Elle Page (El Origen), Judy Davis, Alison Pill y Jesse Ensenberg (Red Social), el film se disfruta y hasta se da el lujo de cerrar el circuito turístico con un romano desde su balcón invitando a conocer más historias y regresar a la cuna de la civilización. Un escenario distinto donde aparecen las obsesiones y fobias del director.
LA EXPERIENCIA, LA AUTOCRÍTICA Y LA PASIÓN Viajando por Europa, Woody Allen llega ahora a Roma. Pero se vuelve evidente que esta escenografía es solo una excusa para tratar en forma de comedia los temas que le han obsesionado siempre. A Roma con amor cuenta varias historias. Al estilo coral, que tanto le gusta al director, se le suma uno de sus recursos más comunes: desdoblarse él mismo en esas historias. Las cuatro que narra en este film son aspectos de los temas que siempre lo obsesionan. Algunos de ellos llegan hasta el comienzo de su carrera, otros son temas que se han vuelto recurrentes en su cine de los últimos años. Lo que sigue es un análisis de esas historias, y se cuentan elementos importantes de la trama. Dos historias son “americanas” y dos son “italianas”. En estas últimas Woody Allen no reprime un homenaje al cine italiano querido por tantos, añorado por muchos, pero esencialmente dejado de lado con los años. ¿Cuántos de los que dicen amar La dolce vita son capaces de citar hoy alguna escena que no sea la de la Fontana di Trevi? Allen, de hecho, se lanza sobre esa locación al comienzo de la trama. Y he ahí un agradecimiento al director, que abandona el turismo y el paisajismo y se mete de lleno en la historia, sin tanta vuelta. El homenaje, por suerte, es narrativo. Una conservadora pareja de recién casados llega a Roma para recibir la bendición de los familiares de él. Una vez allí, la novia sale a buscar una peluquería, se pierde y termina encontrándose con su actor favorito. El joven novio, por el contrario, termina enredado con una prostituta. ¡Claro que es El jeque blanco, de Federico Fellini! Es la misma historia, de punta a punta, con las variaciones del caso, aquí la prostituta tiene un rol principal y la joven novia es menos virginal que en el film de Fellini. Si bien esta historia es un homenaje, el tema de la pareja reprimida versus la sexualidad desinhibida es una constante en el cine de Allen, así como también que las prostitutas estén asociadas siempre a una sexualidad sin neurosis. Claro que la prostituta del film, interpretada por Penélope Cruz, ya destinada a ser la Sofia Loren del cine actual para algunos directores, es buena como las prostitutas de los films de Fellini. La otra historia italiana es la de Leopoldo (Roberto Benigni), un hombre común a quien nadie le presta atención y cuyas opiniones son, según sus propias palabras, ignoradas por todos. Hasta que un día los paparazzi (recuerden que el término nació en La dolce vita, de Fellini, con el personaje fotógrafo llamado Paparazzo) y los medios se interesan por él, y todas y cada una de las cosas que hace comienzan a volverse interesantes. ¿Metáfora de los Reality Show? No creo. Más bien el tema ahí es otro y es bastante agridulce. Leopoldo, interpretado por un cómico como Benigni, es el alter ego de Allen. Allen, que odia los medios, la fama, las luces y que lo persigan para saber su opinión sobre cualquier cosa. Pero que, y acá hay una confesión inédita en Allen, necesita de esa fama, la desea y en el fondo le gusta. Algo que siempre había negado. La primera historia americana es la de John, un famoso arquitecto norteamericano interpretado por Alec Baldwin, que con esos pases de magia termina cruzándose con un joven que es una metáfora de su propia juventud y los errores que cometió en su pasado. John lo seguirá al joven Jack, su pareja Sally y la aparición de Mónica, una amiga de ella que amenazará con destrozar la pareja, cuando Jack se sienta atraído a ella. El propio Allen, maduro, parece recordar sus errores del pasado y saber que no volvería a cometerlos, pero también expone que, como decía Kierkegaard, la vida sólo puede ser comprendida hacia atrás pero sólo se puede vivir hacia delante. La licencia poética y el recurso de hablar con su pasado, una herencia de Bergman que Allen ha usado mucho, le sirve al director para mostrar con humor y piedad este tema. Finalmente llegamos a Woody Allen protagonizando la cuarta historia. ¿Qué papel hace el Allen actor aquí? El de… ¡un jubilado que no quiere serlo! Allen, más tierno que nunca, se muestra viejo, fóbico como siempre, aunque dando a entender no puede ni quiere retirarse. Un productor musical “adelantado a su época” qué básicamente es un desastre en muchos aspectos. Como en La mirada de los otros, Ladrones de medio pelo, Scoop, Conocerás al hombre de tus sueños, y otros films de los últimos años, Allen se ve a sí mismo como alguien “qué no ha logrado sus objetivos”. Se critica y se quiere, pero siempre con humor. Acá tendrá una propuesta artística insólita para su consuegro italiano, que no por nada es funebrero. Más gracioso todavía es que la esposa de Allen, Judy Davis en el rol de una psiquiatra, pone en palabras las metáforas obvias, dejando no muy bien parado el oficio al que el director le debe tanto. Finalmente Allen se queda feliz cuando los críticos italianos los llaman “imbecile”. Su esposa le dice que significa: “adelantado para su tiempo”. Allen convirtiendo a un enterrador en un artista, jugando –de forma muy metafórica- con la muerte como lo hacía su querido Bergman en En presencia de un payaso- muestra su vitalidad y su deseo aun vivo. Su cine, siempre coherente, encontrará como único escollo cierta falta de autenticidad cuando elija ciertos personajes italianos para narrar el comienzo y el final de la historia, pero son detalles menores para un film inteligente, simpático y sí, muy demagógico en la superficie. Ese es el trato, parece decir Allen: acompáñenme unos años más, yo a cambio hablaré de los temas que me obsesionan, pero con humor, ternura y bellas locaciones. Esto, no deberá el espectador confundirse, está muy lejos de convertir a A Roma con amor en un film carente de profundidad o amarga lucidez. Allen ligero, sigue siendo Woody Allen.
Woody Allen ha vuelto y la comedia realmente necesitaba un humor mas inteligente. Los grandes directores siempre vienen precedidos por la polémica, por el tono de sus obras, por la genialidad perdida, por la repetición de sus formulas. Ocurrió la semana pasada con el estreno de Tim Burton y sus Sombras Tenebrosas y sin lugar a dudas ocurrirá nuevamente hoy cuando las salas porteñas estrenen el último film de Woody Allen A Roma con amor. Como en todo pequeño mundillo existen los juicios supuestamente inteligentes y agudos que se erigen sobre cierto cine y el lugar común obligado para ser un progresista critico cinéfilo es "el nuevo cine de Allen es una agencia de viajes constante que nos brinda postales turísticas de centros vacacionales”. Segundo tópico obligado de las criticas cinéfilas es el hacer referencia a la vejez de Allen que le da el beneficio de escudarse en una senilidad artística. Si hasta el derecho penal conmuta el cumplimiento efectivo de las penas por la vejez, digamos que en el peor de los casos Allen cumplirá arresto domiciliario por su falta de originalidad según sus detractores sentencian. El film como es obvio y ya parte de la tradición de los últimos tiempos del director se inicia con unas postales de Roma, de los puntos de visita obligados de todo turista y a partir justamente de una turista perdida arranca la primera historia de amor interoceánica. Hayley (Alison Pill) y un bello y joven abogado defensor ad honorem de causas perdidas Michelangelo (Flavio Parenti a quien ya conociéramos en el film Io Sono L amore con Tilda Swinton) se cruzan en las calles de la ciudad, comenzando entonces un apasionado romance. Para el compromiso de los jóvenes llegarán a Roma los padres de ella (Woody Allen y Judy Davis) La vejez , la jubilación y los deseos por seguir activo serán la fuerza motora del personaje de Allen que encontrará en el futuro suegro de su hija la encarnación de esos anhelos. Por otro lado tendremos la historia de enredos que se tejerá entre una joven pareja que se separa accidentalmente en medio de un viaje de negocios importante para el novio y de la nada aparecerá una despampanante Anna (Penélope Cruz) para brindarle sus servicios sexuales, regalo de unos amigos del novio. La confusión será imparable y continuará por todo el film con una serie de malos entendidos que avanzan con el desenfreno y frescura que la prostituta italiana profesa. Otra de las historias de "amor neurótico" será la que se gestará entre Jack (Jesse Eisenberg) y Mónica (Ellen Page) la cual tendrá todos los ingredientes de esas seducciones malsanas , intelectuales e irremediablemente condenadas al fracaso que todos hemos tenido en nuestras vidas . El personaje de Ellen Page se muestra como una encarnación del espíritu masculino femenino que enarbolára allí por lo setenta Diane Keaton, un estilo de mujer que seduce desde el cerebro para desencadenar una revolución hormonal quizás mas irrefrenable que las pasiones mas carnales Junto al personaje de Jack un moderno Pepe Grillo que se ocupará de descodificar las señales del amor intelectualoide estará en manos de un genial Alec Baldwin. En otra parte de la ciudad amanecerá Leopoldo (Roberto Benigni) quien cuan metáfora de la popularidad actual sin sustento ni sustancia , será un hombre romano a quien los medios erigirán en celebridad sin razón alguna y saboreará las mieles de la aprobación de las masas como nunca había soñado. El sentido del ridículo vuelve a aparecer en el film como otrora lo hiciera en antológicas comedias a través del glorioso orgasmatron (en el film El dormilón) o aquellos espermatozoides paranoicos y temerosos de salir al exterior de Todo lo que usted quiso saber sobre el sexo y no se atrevió a preguntar. Woody Allen ha vuelto y la comedia realmente necesitaba un humor mas inteligente que exorcizara las mareas de films que se suponen cómicos pero solo son un desfile de escatológicas baratamente hiladas con un guión inexistente. @Cariolita
Un neoyorquino en su salsa La diferencia entre un gag efectivo y uno elaborado reside básicamente en el efecto sorpresa que genera en el espectador cuando todas las condiciones para que pase lo inesperado están servidas en bandeja. Pero justamente ese riesgo de predisponer al público a la risa, sin apelar al golpe de efecto, conlleva la sensación de que no siempre se llegará a buen puerto. Woody Allen lo sabe desde hace décadas y es por eso que opta siempre por la auto referencialidad para no dejar ningún cabo suelto ni tampoco mostrarse indiferente frente a esa cantidad de gente que lo sigue cada vez que estrena alguna nueva película, y más en esta etapa europea, por llamarla de alguna manera. Frente a la mediocridad reinante en el campo de la comedia en general, cooptada por lo que se denomina nueva comedia norteamericana, que ya demuestra signos de desgaste y falta de ideas, la nueva propuesta del director neoyorquino A Roma con amor es un bálsamo y un retorno de Woody Allen a su sarcasmo y humor inteligente, para no dejar títere con cabeza en una película decididamente anárquica, cáustica, mordaz, a la vez que graciosa e ingeniosa. Un elenco afiatado, en el que destaca Alec Baldwin, quien ya demostró su veta cómica en la serie televisiva 30 rock; Roberto Beningni, mucho más contenido que lo habitual en sus otras películas y la sensual Penélope Cruz -híbrido entre Sofía Loren y las tetonas de Fellini- aportan el registro justo para que la trama, en donde confluyen cuatro historias simultáneas, se nutra de una comedia de enredos amalgamada con cinefilia rabiosa que pone especial atención en las comedias a la italiana, quizás a modo de homenaje al cine de aquella época y a la ciudad que da nombre al título del film. El absurdo como basamento para desarrollar el discurso crítico de, por un lado, la frivolidad de las celebridades y por otro la decadencia del propio público que alimenta esa falsedad mayúscula -que se encierra en sí misma cuando se apaga una cámara- es una clara afrenta a la cultura Youtube, que consagra gente común al estrellato en tres segundos y así los destruye a la misma velocidad. Pero completamente consciente de los tiempos que corren; de las relaciones vía mensaje de texto y de los rumbos trazados por GPS tan de moda en el imaginario cinematográfico, Woody Allen sube la apuesta para contar sus historias desopilantes sin el recurso de celulares (de hecho un personaje pierde el suyo en plena Roma en una alcantarilla) y despliega una galería de personajes bien construidos que buscan un rumbo y propósito para sus vidas, sin ayudas de GPS espirituales o geográficos. De ahí el ligero pero contundente revés a todos aquellos turistas que deambulan en contingentes sin saber demasiado qué hacer; de ahí la severa sorna al psicoanálisis (el GPS espiritual con más prensa de las últimas décadas) y como no podría ser de otra forma para un enamorado, neurótico y empedernido -como el autor de Zelig- la arrolladora carga sobre el amor idílico y sus lugares comunes. Entonces qué decir de los intelectuales: tampoco en esta ocasión salen indemnes porque el mismísimo Woody encarna a un snob amante de la ópera y productor musical en etapa de retiro, quien junto a su esposa psicoanalista llegan a Roma para que su hija les presente a su novio, abogado de pobres y ausentes que esgrime un discurso antiburgués pasado de moda. El otro pilar de la intelectualidad dinamitado por esta película lo encarna el personaje interpretado por Elle Page (algo así como una Juno pero más histérica) que cita de manera constante e irritante frases de escritores ante un incauto Jesse Eisenberg (actor alleniano si los hay) que se dedica a la arquitectura. Sin anticipar demasiado las historias es necesario y justo decir que no hay un balance entre los relatos protagonizados en su mayoría por actores italianos y aquellos concentrados en los estadounidenses, aunque ninguno de los cuatro carece de atractivo y humor a la hora del enredo con un meticuloso texto como soporte en el que aflora la aguda y filosa verborragia del responsable de Bananas. A Roma con amor era la película que muchos estábamos esperando tras la reblandecida -pero no por ello menos interesante- Medianoche en París, que confirma un lugar en el podio de los gloriosos escritores de comedia a un director que siempre habla de lo mismo pero se las ingenia para reinventarse y jugarse todo por el cine que le gusta hacer.
Eterno retorno Woody Allen recorre sus obsesiones de siempre, con levedad y sin novedades, de regreso de casi todo. Para bien o para mal, a esta altura, ir a ver una película de Woody Allen es como asistir a un partido o a un recital de una vieja estrella que ya dio lo mejor de sí. El goce principal es seguir viéndolo en acción, esperando que con un toque, un tema, una escena nos devuelva su carga mitológica, aunque él luzca más cansado o más displicente o (mucho) menos intenso que durante sus épocas de gloria. Lo raro es que en Allen -pero cómo saberlo- esta “declinación” parece deliberada, una suerte de regreso de todo o casi todo. Uno imagina, siente, que él disfrutó haciendo A Roma con amor , en la que volvió a actuar. Su personaje carga con un nuevo dilema: qué hacer al jubilarse. La respuesta podría ser la película misma: seguir rodando, sin exigirse como antes. Grata laborterapia woodyallenesca : recorrer las viejas obsesiones, sin angustia, burlándose de ellas desde otra orilla, sin esforzarse en ser novedoso. Woody debe de ser consciente de las “carencias” de su cine actual: incluso parecería exponerlas como una broma más de un genio despreocupado. Otra vez rodó en Europa, haciendo eje en una ciudad a la que captó -sin pudor- desde una perspectiva turística. En este caso, enhebrando cuatro historias que felizmente no se cruzan y que combinan un aire de homenaje a la cultura italiana con otro aire, neoyorquino: el sello Allen. Su personaje, un director de ópera vinculado con la industria discográfica, en ambos casos retirado, se burla de su neurosis, de sus antiguas ideas progresistas, de él mismo, y le pide a su esposa (Judy Davis), psiquiatra irónica, que le solicite a Freud la devolución de la fortuna gastada en terapia al cabo de una vida. La película tiene un par de ideas ingeniosamente absurdas, aunque demasiado extendidas. La de un hombre formidable para el canto lírico que sólo mantiene el nivel cuando se ducha. Y la de otro (Roberto Benigni), sin atributos, al que todos toman, de pronto y sin justificación, como estrella mediática. Las otras dos historias están centradas, sin gran pasión, en un dilema pasional que es medular en la obra de Allen, como lo es -por dar otro ejemplo de un intelectual afín- en la de Philip Roth: el adulterio. Pero si Roth se volvió devastador con el paso del tiempo, Allen tomó el camino inverso: la comedia indolente. Uno de los personajes de A Roma..., interpretado por Alec Baldwin, le habla -como el Bogart imaginario al joven Woody de Sueños de un seductor - a un muchacho (Jesse Eisenberg) acorralado entre la tentación adúltera y la culpa. Al ver a estos dos personajes nada nos cuesta vincularlos con un Allen actual y otro pasado. Este último experimenta -aunque no demasiada- angustia. El otro se limita a lanzar ironías anticipatorias sobre las conductas de ciertas intelectuales manipuladoras. En resumen: Woody opta por una distante levedad para abordar sus persistentes miedos y amarguras: la pareja en crisis, la neurosis, el paso del tiempo, la muerte. En algún momento, cierra las cuatro historias como si fueran fábulas que ya no desea seguir. Algunos encontrarán, en esta actitud, un signo de decadencia irreversible. Otros, la posición de un artista que mientras mira las nuevas olas ya forma parte del mar. El personaje de Baldwin dice: “Los años traen sabiduría y también fatiga”. Para disfrutar las nuevas películas de Woody -a razón de una por año- conviene resignar la mirada cinéfila rigurosa y dejarse llevar por el personaje, el ícono, el mito y, obviamente, su filmografía, que en muchos casos es como dejarse llevar por la propia vida.
Ni la eterna belleza de Roma, espléndida bajo la luminosidad del verano, alcanza para inspirar a un Woody Allen que parece necesitar vacaciones. La última etapa del tour europeo lo encuentra pobre de ideas y tal vez demasiado cansado para proponerles a sus fans alguna sorpresa, alguna novedad. Lejos, muy lejos de la fantasía ligera y tenuemente melancólica de Medianoche en París , su paso por la Ciudad Eterna apenas expone algunas ocurrencias, una dosis bastante reducida de sus diálogos chispeantes, bromas no demasiado ingeniosas sobre la base de una colección de estereotipos muy comunes acerca de Roma (y de los italianos), y cuatro historias desiguales, la más elaborada de las cuales, o al menos la que contiene las situaciones más cómicas, lo tiene a él como protagonista en el papel de un ex régisseur de ópera jubilado. Por supuesto, neurótico, y responsable de algunas frases filosas, como una que reserva a Freud. De la escasa voluntad de innovar se tiene evidencia desde los títulos, acompañados por una versión de "Nel blu dipinto di blu", de Domenico Modugno, y poco después en una primera escena donde el típico Woody hipocondríaco en viaje a Roma está en pleno ataque de nervios por las turbulencias que hacen bambolear el avión y ni siquiera su mujer, psiquiatra (una desperdiciada Judy Davis) logra calmarlo. Algo ya visto en mejores películas suyas. Cuando llegan, descubre a un nuevo Caruso (Fabio Armiliato) sólo capaz de cantar bajo la ducha. El hombre es el padre del abogado italiano con quien su hija va a casarse, y del encuentro del director y la promisoria estrella saldrá la única escena que produce carcajadas en la película. El más pobre de los cuatro episodios es seguramente el que protagoniza Roberto Benigni, un romano cualquiera que los paparazzi y la televisión convierten de un día para el otro en celebridad sin que haya hecho nada para merecerlo. Quiere ser una sátira a la debilidad de los romanos por los famosos, pero carece de ingenio y le sobra moraleja. Las otras dos historias versan sobre la infidelidad. En una de ellas, una pareja joven recién llegada de Pordenone (Alessandra Mastronardi y Alessandro Tiberi) se separan por accidente justo antes de asistir a una decisiva cita de negocios: el azar quiere que ella se pierda en Roma y pase la tarde con un veterano actor de cine al que admira mientras él es visitado por error por una llamativa prostituta (Penélope Cruz) a quien debe hacer pasar por su esposa. La otra incluye a un arquitecto milagrosamente ubicuo (Alec Baldwin) que vuelve al barrio donde vivió de joven, el Trastevere, y se convierte en ángel de la guarda de un estudiante (Jesse Eisenberg) que está a punto de repetir los mismos errores que él cuando se deja embaucar por una actriz nerurótica y mistificadora (Ellen Page) y casi abandona a la mujer que ama. Hay aquí ciertos apuntes certeros, pero también alguna moraleja. Felizmente, los actores aportan su talento aun en papeles que los aprovechan poco (Armiliato es una excepción: puede lucirse como cantante y como actor) y sobre todo, está Darius Khondji, que sabe cómo explotar la fotogenia de una ciudad que sigue siendo bellísima.
De vacaciones en la Ciudad Eterna De todos los paseos turísticos que el director de Medianoche en París ha venido haciendo por distintas ciudades de Europa en los últimos años, su nuevo opus es el que hace más evidente la pereza con la que encara estas excursiones off New York. La Fontana di Trevi, Piazza Spagna, el Coliseo, Trastevere... Ni una sola de las más trajinadas atracciones turísticas de la Ciudad Eterna falta en A Roma con amor, el paseo más reciente de Woody Allen después de sus películas promocionales sobre Londres, Barcelona y París, que parecen financiadas (y en algunos casos lo son) por las respectivas oficinas de turismo de cada ciudad. Claro, no todas sus excursiones tuvieron la misma calidad. Match Point fue uno de los puntos altos de la última, irregular etapa de Allen, no sólo por el excelente uso que hizo de Londres, sino sobre todo por el espesor dramático del guión. Exactamente lo contrario de lo que sucedió con El sueño de Cassandra y Conocerás al hombre de tus sueños, su triste despedida de la capital del imperio británico. Vicky Cristina Barcelona y, sobre todo, Medianoche en París fueron más disfrutables, aunque no menos turísticas. Pero con esta desvaída, anémica declaración romántica a Roma, Allen parece haber tocado su piso más bajo. En To Rome With Love es más evidente que nunca algo que siempre estuvo de manera más o menos latente en los últimos tres lustros de la obra de Allen (lo que no es decir poco, considerando que filma al ritmo de, al menos, una película al año): la pereza, la dejadez, la falta de rigor, el todo vale, como si Woody ya no quisiera tomarse la molestia de pegarle una segunda revisada al guión o de pensar alguna solución a la puesta en escena que no sea el más ramplón y cómodo plano y contraplano con elemento decorativo de fondo. A diferencia de su opus más reciente, en el que imaginó un dispositivo que le permitiera abordar París de una manera más original (aunque se trataba de un reciclado de un viejo cuento de Allen, “Memorias de los años veinte”, incluido en el volumen Cómo acabar de una vez por todas con la cultura, reeditado infinidad de veces por Tusquets), aquí todo empieza (y termina) por lo más obvio. Una turista norteamericana (Alison Pill) quiere ir de las escalinatas de Piazza Spagna a la fuente de La dolce vita y, previsiblemente, no encuentra el camino en el mapa que da cuenta de ese laberinto que es Roma. Pero tiene la fortuna de tropezar con un joven abogado italiano, pintón y dueño de un impecable inglés (Flavio Parenti), que la acompaña personalmente y de quien la chica no podrá sino enamorarse, a pesar de que el anzuelo no podría ser más gastado: “Déjeme adivinar, a ver, usted es una... turista”. A partir de allí, todo es más fragmentario que episódico, más caprichoso que azaroso, como si con la excusa de hacer una commedia all’ italiana se pudiera recurrir a los clichés más remanidos o a los estereotipos más fatigados, que tanto irritaron a la prensa italiana. Está el uomo qualunque (Roberto Benigni, imitándose por enésima vez a sí mismo) que la televisión hace famoso de la noche a la mañana para después abandonarlo por otro; el talento natural (Fabio Armiliato) que canta magníficamente las arias más complejas en la ducha, pero le cuesta enfrentarse al público fuera del cuarto de baño; y la pareja de ingenuos recién casados de luna de miel en Roma (Alessandro Tiberi y Alessandra Mastronardi), que más que un homenaje a El sheik blanco (1952), de Federico Fellini –uno de los ídolos de Allen desde los tiempos de Recuerdos, su infatuado 81/2–, parece directamente un plagio, con la tierna esposa cayendo rendida a los encantos de un capocomico a la manera de Sordi. Y como los enredos de alcoba no faltan, también hay una prostituta de lujo (Penélope Cruz) que se hace pasar por cónyuge legítima y una pareja de jóvenes intelectuales norteamericanos (Jesse Eisenberg, Greta Gerwig) desestabilizada por la presencia de una actriz histérica y presumida (Ellen Page), la clásica tercera en cuestión, vigilada de cerca por una suerte de ángel guardián encarnado por Alec Baldwin, por lejos lo más desafortunado de la película. Para los nostálgicos, el Woody actor está de regreso, por primera vez desde Scoop (2006), pero con el mismo desgano con el que últimamente se coloca detrás de la cámara. Junto a su esposa (Judy Davis), llega a Roma para conocer al novio de su hija –aquel abogado romano–, pero termina enredado en el mundo de la ópera, lo que da la excusa para decorar la banda de sonido con Verdi y Puccini, además del infaltable “Volare” que popularizó Domenico Modugno. Una última aclaración: si en las reseñas de un film de Allen, para agilizar el texto, suele ser rutina (los críticos también las tenemos) citar textualmente una o dos frases graciosas de esas que los estadounidenses llaman one-liners, aquí más vale no hacerlo. Son tan pocas las que valen la pena que al potencial espectador ya no le quedaría casi nada para disfrutar de la película.
Turismo cinematográfico con sello Allen El cineasta neoyorquino continúa con su periplo europeo y desembarca en la capital italiana. Historias corales, que incluyen al propio Woody, quien encarna a un director de ópera retirado con las características que lo identifican. Woody Allen está viejo. Obvio. Su cine perdió originalidad, impacto, sarcasmo verbal, emotividad y ferocidad con buenas armas. Más que obvio. En los últimos años algunas de sus películas parecen paseos turísticos por ciudades europeas (Barcelona, Londres, Roma) más que films trascendentes por sus temas y elecciones estéticas. Obvio otra vez. ¿Y entonces, cuál es el problema? Ya hizo las obras maestras, las buenas y aceptables películas, también las malas y de inmediato olvido. Ya van 45 títulos dirigidos y resulta imposible, obviamente, encontrarse con una filmografía sin subas y bajas, donde se perciben sus reiteraciones, esquemas, lugares comunes e historias que traslucen como concebidas de “taquito” A Roma con amor es una de ellas donde Allen hace turismo cinematográfico contando una historia coral con personajes centrales y secundarios, mejor tratados algunos que otros: una joven pareja que el azar separa por unas horas, otra que espera la llegada de los padres de ella (Judy Davis y el mismo Allen), un rutinario empleado que se hace famoso de manera inesperada (Roberto Benigni) y un veterano que anduvo por la ciudad tiempo atrás (Alec Baldwin) y conocerá a su alter ego italiano. Con esos personajes y con el paisaje previsible de Roma en plan territorio para enamorados (la Fontana di Trevi, otra obviedad) y con el inicio y final con “Volare” de cortina musical (seguimos con los lugares comunes), Allen construye una película con sus momentos felices y no tanto, aquellos donde se intuye la mirada de turista enamorado de una ciudad por encima de situaciones no construidas en películas anteriores. A Roma con amor marca su retorno como actor luego de algunos descansos donde no encontró un rol ideal para mostrar el paso inexorable del tiempo. Justamente, su dupla con Judy Davis, donde él encarna a un director de ópera retirado, con las características que lo identifican desde Annie Hall hasta hoy, resulta uno de los puntos fuertes de un film menor, deshilachado, que fluctúa entre profundos pozos narrativos y aislados momentos de genialidad y originalidad desde la puesta en escena. Hay otros personajes, como la joven pareja de italianos y el charlatán que encarna Benigni (insufrible, como siempre), que parecen olvidados por el guión, cuestión que sorprende tratándose de la obsesión esencial del autor. Penélope Cruz, interpretando a una prostituta (¿fetichismo de Allen de los últimos años?), trasluce como un atractivo y hermoso decorado. En fin, otro Allen que no será recordado ni ahí como una obra importante pero al que también cuesta omitirlo sin vueltas por tratarse de un film inofensivo, pasatista, inocuo y tan leve y livianito como el pegadizo estribillo de “Volare, oh, oh, oh; cantare, oh, oh…”
Cosi cosa El gran Woody está de vuelta entre nosotros y nos trae una nueva entrega de lo que ya podemos definir como su etapa "turística". Ahora le toca a Italia, Roma para ser más precisos. El neoyorquino nos presenta varias historias que se suceden en la capital italiana, todas en tono de comedia, algunas más desopilantes que otras. Una joven estadounidense que está como turista en la ciudad y pide ayuda a un romano acaba en pareja con él de inmediato, obra de la magia de Woody que siempre nos ha mostrado el poder de un flechazo. Esta unión nos permite conocer al padre del muchacho y también al de la joven, el tenor Fabio Armiliato y Woody Allen respectivamente. Ambos tendrán a su cargo la parte más hilarante del filme. Roberto Benigni es quien protagoniza la historia de un hombre común, padre de familia y empleado responsable que de pronto y sin explicación alguna se vuelve famoso. Los periodistas lo persiguen noche y día haciéndolo cada vez más popular. En otra parte de la ciudad una joven pareja se pone a prueba cuando una amiga llega y provoca en el muchacho (Jesse Eisenberg) sentimientos encontrados. En este segmento Woody echa mano a un recurso ya utilizado por él, el del consejero solo visible por el aconsejado, que es interpretado aquí por Alec Baldwin; punto flojo en el guión ya que el resultado es poco claro para el espectador y su inclusión no es del todo lógica en el contexto presentado. También vemos a una pareja de recién casados que llega a la capital desde el interior de Italia para iniciar una nueva vida, pero una serie de hechos fortuitos provocan el desencuentro entre ellos y desata la posibilidad de vivir nuevas experiencias, entre las que está incluida una prostituta encarnada por la española Penélope Cruz. El tono del filme nos remite a las comedias italianas de la década del setenta, por su montaje y estilo liviano. Allen no presenta en esta obra lo mejor de su cosecha, apenas unos pocos efectivos gags hechos a su medida y otros muy bien desarrollados, especialmente el que lo une al tenor Armiliato. Hay algo de crítica social en la parte de Benigni, acerca de cómo la fama le llega a cualquiera sin importar el por qué, y unos toques ligeros de romance a cargo de las parejas más jóvenes. Obviamente no faltan las postales de la ciudad, solo que sin la inspiración que mostró en "Midnight in Paris", filme que tiene el encanto que este no posee. Nuestra calificación: Esta película justifica el 60 % del valor de una entrada.
Personas públicas, personas cotidianas La nueva película de Woody Allen, A Roma con amor (To Rome with love, 2012), es deliberadamente una comedia. Tomando como base El Decamerón de Giovani Boccaccio, donde varias historias giran en torno al sexo, el director neoyorkino pone el foco aquí en las fantasías que los personajes alcanzan mediante la fama y su poder de atracción. Y Roma, ciudad de ensueño, tendrá mucho que ver en eso. Roma es historia e “historias” asegura su presentador, un policía de tránsito en medio de una de las tantas rotondas de la ciudad. El tipo mira a cámara y da paso a los distintos personajes de las cuatro historias que conviven en el film. Un arquitecto americano (Alec Baldwin) aconseja a un joven (Jesse Eisenberg) con muchos puntos en común con él, un romano que disfruta del anonimato (Roberto Benigni) de repente se convierte en una celebridad, una joven pareja (Alessandro Tiberi y Alessandra Mastronardi) llega a la ciudad e inmediatamente se ven involucrados en diferentes encuentros sexuales, mientras que un director de orquesta jubilado (Woody Allen) que viaja para conocer a su yerno, intentará revivir su período de esplendor transformando a su nuevo consuegro, un agente funerario (el tenor Fabio Armiliata), en cantante de ópera. Las ilusiones son un tema recurrente en el universo Woody Allen. Conocerás al hombre de tus sueños (You will meet a tall dark stranger, 2010) aborda el tema desde la nostalgia, Celebrity (1998) hace lo propio desde la tragedia. En este caso y con Roma de contexto, Allen aplica un tono de comedia al relato presentando a la ciudad como el lugar donde todo es posible. Y la fama viene a cumplir ese anhelado objetivo en los personajes al consumar sus deseos, sus fantasías por más irreales que sean. La popularidad tiene ese poder de atracción que luego Allen derivará en situaciones de cama, haciendo alusión a El Decamerón. Woody Allen no es de los directores que se caracterice por incursionar en nuevos géneros y formatos tecnológicos como si es el caso de Martin Scorsese por citar otro director con amplia trayectoria. Sin embargo, Allen es efectivo en su propuesta: temas recurrentes con brillantes ideas para seguir desarrollándolos. Y la idea de la ducha (no adelantaremos más al respecto) es una genialidad.
A Roma con amor tranquilamente la podrían haber titulado Woody Unchained (Woody desencadenado) ya que el director de Annie Hall volvió a los cines totalmente desatado. Allen está más allá del bien y el mal y hace lo quiere a esta altura de su vida sin que le importe lo que puedan decirle de sus trabajos. Lo cierto es que esta es una de las producciones más bizarras que brindó en los últimos años donde las situaciones sin sentido están a la orden del día. En este caso presenta cuatro historias independientes que tienen como escenario principal a la ciudad de Roma, que es el personaje más importante de esta propuesta. Se trata de un film sumamente anárquico tanto en su narración como en los hechos que se desarrollan, donde el absurdo es el gran protagonista de la película y eso es justamente lo que la convierte durante gran parte de su duración en una propuesta divertida. Situaciones como las del cantante lírico que sólo es talentoso cuando se baña o el personaje de Roberto Benigni que se convierte en una celebridad sin entender la razón de por qué lo idolatran son elementos maravillosos de este film que logran sacarte un par de carcajadas y además tratan temáticas interesantes más allá del humor que ofrecen. El problema que tiene este estreno es la repetición. El film comienza con mucha fuerza al presentarte los cuatro relatos y sus personajes pero después es como que los argumentos se desinflan al repetirse una y otra vez los mismos chistes y situaciones. Una cuestión que se da en todas las tramas. Cuando el mismo elemento gracioso es explotado de manera continua en la historia el argumento termina por perder su gracia y eso es lo que le juega en contra a la película hacia el final. El año pasado Allen brindó un gran trabajo como fue Medianoche en París y es entendible que no haga una obra maestra con cada proyecto que emprende. A Roma con amor tiene este inconveniente de la repetición del humor que mencionaba, pero no deja de ser también un film decente que se disfruta más allá de sus falencias si te gusta el director.
A cada uno le llega en distintos momento de la vida el "hago lo que quiero". Pobre el que no puede disfrutar algo así. Y eso se puede manifestar en distintos aspectos. Trabajo, familia o lo que sea. Woody Allen claramente en esta película hizo esto. Después de una correcta Medianoche en París, acá busca mostrar distintas cosas con estilo aleatorio. No se si realmente quiso hacer una película como la que salió, pero es de una estructura diferente a todas las que hizo. El comienzo es lo mejor, es donde hay más líneas graciosas. El mejor personaje sin lugar a dudas es el mismo Woody Allen. La realidad es que uno lo ve y se rie. Las mejores situaciones y remates vienen por su lado. El resto acompaña. Personalmente a Benigni no lo soporto, pero acá zafa. La película es desordenada en su desarrolló. Roma es una ciudad caótica. ¿Woody lo hizo a propósito así entonces? Algo que me sorprendió es ver un par de chivos... cosa que no recuerdo en anteriores de el. El más claro es el de la aerolínea por la cual viaja, y luego una marca de café. Volviendo a la película, luego de ese comienzo donde uno cree que la va a pasar bárbaro y bien arriba, baja bastante el ritmo. Pero sin lugar a dudas los fans de Woody la van a pasar bien porque el resultado final es similar a otras películas anteriores con el mismo tono de comedia. O sea con distinto desarrollo logra lo mismo, pese al altibajo evidente que tiene. Un personaje... no hace falta aclararlo. Y esta es la película de ese personaje tan particular.
De paseo por Roma En varios sentidos esta puede ser considerada una película turística. En su concepción plástica y narrativa, pues es un sobrevuelo sobre lugares de fuerte atractivo para los visitantes de la capital italiana. En la construcción de la trama, dado que la mayoría de sus personajes son turistas o habitantes transitorios en la ciudad. Y en el modo en que parece haber sido concebida y producida, ya que todo indica -al mirar A Roma con amor- que Woody Allen se fue a pasear y ya que estaba allí, rodó su enésima película. Director irregular y auto referencial si los hay, consiguió un laburito en Roma y decidió hacer una película fácil, que no le diera mucho trabajo y que se pudiera vender en varios mercados internacionales. A Roma con amor es una película pobre, regular. Recurre a chistes viejos y a esquemas de relaciones y personajes vetustos. Alguien con un punto de vista privilegiado, un policía de tránsito en este caso, es quien introduce al espectador en la ciudad y sus personajes: una pareja joven, ella turista estadounidense y él un abogado que viaja a Nueva York habitualmente; un arquitecto yanqui, famoso por su éxito comercial, que vivió en Roma en sus años de juventud, y un joven estudiante que repite de algún modo su experiencia; una pareja del interior de Italia, recién casados y virginales, que viajan a la capital por un posible empleo con sus tíos, conservadores y pacatos; un hombre de la clase media romana, con su familia y su empleo común. Con ellos se cruzarán padres romanos y neoyorquinos, una prostituta y un galán de cine, y la fama de la televisión basura. Todas las historias navegan hacia los peores lugares. Humor anticuado, vacío para una película pensada como una fábula sobre la vida, el amor, la familia y otras cuestiones. El propio Allen, cuando aparece por primera vez en escena, lo hace recurriendo al gastado gag a propósito de sus fobias. De este punto de partida sólo pueden surgir situaciones obvias y repetidas. Es cierto que al comienzo la película parece amable, tan cierto como que rápidamente desbarranca y se hace presa del desconcierto. De todos modos lo peor de A Roma con amor no es ni su falta de ideas novedosas o bellas, ni que apenas cuente con un par de momentos divertidos, ni tampoco que sea sorprendentemente moralista. Hay dos ejes que atraviesan las historias que son potentes y revelan la mirada del realizador. El primero es el juicio de valor que expone Allen sobre la vanguardia o cualquier forma de cuestionamiento a las formas dominantes en el campo del arte o la técnica. Lo expresa en la dialéctica entre el arquitecto adulto y el joven, casi con una sutil defensa del cinismo y el utilitarismo vital. Pero la perorata a favor del convencionalismo se hace brutal a partir del personaje representado por el propio cineasta. Su personaje es un vano y egocéntrico auto definido artista creador de propuestas alternativas sobre los clásicos, aunque siempre sus trabajos fueron descartables. Y de un solo plumazo generaliza la impericia del “imbecile” a toda búsqueda no convencional en el campo artístico. Esta mirada no sólo revela lo que piensa Allen en relación con las disputas al interior del campo artístico, sino que al mismo tiempo le sirve para establecer un discurso estético político que legitima su propia película, conservadora en lo formal, conformista en lo poético y normativa en lo que respecta a los personajes. El segundo eje en cuestión es la mirada del realizador sobre Los Otros. En la película hay dos grupos de personajes: los estadounidenses sofisticados y modernos (entre los que se encuentra Allen protagonista y desde donde se establece el punto de vista “turístico” que domina la película) y Los Otros -los italianos- presentados como “provincianos”, apegados a la familia desde una idea antigua de la misma -jerarquía, tradición y patriarcado- y sujetados por la moral cristiana. Estos pobres latinos corren tras cualquier cosa que la televisión presente como importante, y su mundo se reduce a las relaciones cristalizadas en la década del sesenta. De este modo, esa suerte de afecto compasivo que expresa Allen sobre sus personajes italianos, sumada a la música de Domenico Modugno y otros clásicos vetustos, hace de su visita a Roma una mezcla de exotismo y superioridad. ¿Qué amor hacia una ciudad -como propone el título- puede amar al Otro que menosprecia?
Una constelación de estrellas El filme narra intrascendentes historias, algunas increíbles como la del descubrimiento de Woody Allen, como director de ópera, deslumbrado por el futuro consuegro que sólo canta bien en el baño, o la de Alec Baldwin en un personaje irreal, alma en pena guardián de un estudiante de arquitectura. No podemos compararla con "Zelig", ni "Manhattan" o "La rosa púrpura del Cairo", porque era otra constelación, tenemos que aterrizar en "Vicky Cristina Barcelona" y su imagen de España, o la endeblez atractiva de "Conocerás un extraño", para acercarnos a esta liviana comedia coral, donde distintas parejas circulan por Roma, se encuentran, se desencuentran, admiran la ciudad, no arrojan monedas en la fontana de Trevi y no tienen encuentros sorprendentes en el Coliseo. Lo que uno puede evocar luego de finalizar la proyección es que Roma es bella y la música de una época ("Volare", cantado por Domenico Modugno) nos deslumbró. Pero de esas historias mínimas, casi tradicionales, de esas divagaciones sobre el amor, la amistad y las desilusiones, no queda nada. LOS PERSONAJES Por Roma transitan parejas, turistas y no turistas, recién casados cuya novia se pierde en las calles de la ciudad, directores de ópera que no parecen directores de ópera sino ejecutores de performances vanguardistas metidos a jubilados que buscan no parecerlo, pobres psiquiatras destinadas a soportar un marido imbancable (Judy Davis), o incomprensibles adolescentes que conocemos como "bombas eróticas" y cuyo físico y comportamiento no va más allá de una chica de barrio pedante y bastante insípida (Ellen Page). De vez en cuando, algún comentario agudo o el enfrentamiento de la derecha y la izquierda en las personificaciones de jóvenes abogados idealistas e insoportables sexagenarios y alguna sorpresa vocal con el tenor Fabio Armiliato, metido a funebrero, o Roberto Benigni, bastante moderado, como el hombre famoso. "A Roma con amor" narra intrascendentes historias, algunas increíbles como la del descubrimiento de Woody Allen, como director de ópera, deslumbrado por el futuro consuegro que sólo canta bien en el baño, o la de Alec Baldwin en un personaje irreal, alma en pena guardián de un estudiante de arquitectura. Hay figuras como Penélope Cruz en una suerte de deslumbrante Sofía Loren, una desaprovechada Judy Davis, como la esposa de Woody Allen, divertido en su papel o Antonio Albanese en un poco agraciado personaje de seductor. En síntesis esta es una nueva broma de Allen luego de cuarenta y cuatro películas.
De la medianoche francesa al sol italiano A esta altura de su vida Woody Allen se ha dedicado a hacer el cine que le viene en ganas, y quizá por eso sus dos últimas películas europeas, ésta y la anterior «Medianoche en París», son de las más libres y frescas de su carrera. Así como hace mucho que la edad le impidió seguir jugando al galán (intelectual y neurótico, pero galán al fin), es evidente que tampoco se propone ya remedar a Bergman, Antonioni, Kurosawa o Fellini, o concretar su propio «Rey Lear» monumental, como dijo alguna vez. No hay más tiempo. Pero por fortuna, antes que deprimirse, esa certeza lo liberó: no tiene que rendirle cuentas a nadie; ni a los críticos fundamentalistas y resecos como una pasa de uva, ni a los italianos que le condenaron la fotografía turística (sí, los exteriores son una visita guiada), ni a los norteamericanos off-Nueva York que continúan y continuarán sin entenderlo, ni -sobre todo- a su propio ego: no puede rodar «Amarcord» o «Cuando huye el día», de acuerdo, pero al menos hace esta «A Roma con amor» que rebosa de placer. En la película hay una broma capital que define lo que hoy ha de estar sintiendo: Judy Davis, su esposa en la ficción, es psicoanalista, y en un momento ella dice, refiriéndose a él: «Es la única persona que en lugar de tener un Ello, un Yo y un Superyó, tiene tres Ellos». Más adelante, él le responde: «Si lo ves a Freud, reclamale que me devuelva toda la plata que me sacó durante mi vida». Así sin Freud, neurótico sin que le importe, Woody Allen recuperó su identidad, o su marca de nacimiento: «A Roma con amor» no es otra cosa que un largo y chispeante monólogo de stand-up, camuflado tras la forma de comedia coral, con multiplicidad de personajes, historias y situaciones, y habitado exclusivamente por fantasmas, esos mismos fantasmas que venían desde el París de la Generación Perdida en su film anterior y que ahora se trasmutan en las gozosas sombras de una cultura en crisis, velozmente mutable, contra el fondo de las postales de la «Ciudad Eterna». «A Roma con amor» es una película-vinilo, una película orgullosamente analógica. De allí Woody Allen no se va: la cultura digital les pertenece a quienes viven un presente donde no está, como en el suyo, una Ornella Muti otoñal, apareciendo de manera casi etérea, y seguramente irreconocible para ese público nuevo. El personaje de Allen es el de un productor de discos y régisseur de ópera al que le repugna la idea de jubilarse: excéntrico hombre de vanguardia, en su carrera llegó a montar, entre otras cosas, un «Rigoletto» protagonizado por ratas de laboratorio (chiste que hará reír sólo a quienes no frecuenten demasiado la ópera, ya que para más de un puestista podría ser una propuesta más que atendible). El encuentro con su futuro consuegro, un funebrero que sólo canta bajo la ducha (interpretado por el tenor Fabio Armiliato, viejo conocido del público del Colón), es uno de los momentos más felices del film, en especial por el desenlace que tiene. Sin embargo, no sería riesgoso apostar a que su auténtico «alter ego» en «A Roma con amor» no es él mismo sino el personaje encarnado por Alec Baldwin, quien dice padecer «melancolía Ozymandias» (referencia al famoso soneto de Shelley sobre el rey Ozymandias, de cuya vasta obra ya no quedan más que huellas). Baldwin, un arquitecto famoso, se pierde por las callecitas del Trastevere y se topa con un joven estudiante de arquitectura, que vive en la misma casa que él habitó en sus años universitarios. Tampoco es difícil advertir que, en esa «melancolía fantasmal», ni ese estudiante es real, ni son reales su propia disyuntiva amorosa entre la muchacha sensata con la que vive y otra que le hará, desde su locura y terrible atracción, la vida imposible. La omnipresencia de Baldwin en la vida de ese estudiante, que no es otro que él mismo de joven, no sólo «espeja» la historia (si se supone que Baldwin también es Allen), sino que le permite al film liberarse, aun más, de cualquier corset de verosimilitud. Para anotar: la cita que hacen tanto Baldwin como el estudiante de la película «The Fountainhead» (que en la Argentina se llamó «Uno contra todos») y su protagonista, el rebelde arquitecto Roark, una creación de la novelista Ayn Rand que hoy sería subversiva, habla a las claras de esos fantasmas que ya no existen. En ese marco, no el del fluir de la conciencia sino el del relato de stand-up escenificado, también hay lugar para el provinciano cuya flamante esposa se pierde con un actor y él, a su vez, con una de esas prostitutas típicas del cine de Allen (potenciada ahora por una Penélope Cruz más tentadora que nunca), o para el hombre gris súbitamente famoso y rodeado de paparazzi que interpreta Roberto Benigni, en la subtrama tal vez más previsible de todas. Pero, gracias a ella, se dio el gusto de cerrarla en la Via Veneto, exactamente en la misma acera de «La dolce vita».
Tras visitar París y Barcelona, Woody Allen marchó rumbo a Roma para filmar esta película, en lo que algunos denominan su "etapa turística". Se trata de una comedia de enredos, con muchas historias paralelas, un elenco lleno de actores conocidos, como es habitual en Allen, y la escenografía natural de una ciudad hermosa. Parcialmente hablada en inglés, el resto en italiano, los temas de las historias varían: la fidelidad, el amor, la fama injustificada y efímera, la angustia por la pérdida de un "lugar" en la vida, la muerte. En particular el personaje que interpreta el propio Woody Allen, un músico jubilado, transmite mucho de los miedos habituales en sus caracterizaciones, especialmente el miedo a las enfermedades. Pero también nos expone uno de los que podrían ser los miedos actuales del director: el temor a la inactividad, a dejar de hacer lo que siempre hizo. El análisis que hace su esposa psiquiatra en la ficción es que equipara el retiro a la muerte, y bien podría ser la razón tras la prolífica producción de Allen en este último tiempo. Algo que puede desconcertar al espectador, es que si bien las historias están narradas en paralelo, no todas tienen la misma duración temporal. La historia de Penélope Cruz, una prostituta que se equivoca de cliente, por ejemplo, transcurre en un día, mientras que la de Allen, potencial suegro de un italiano defensor de los trabajadores cuyo padre es funebrero - nada más y nada menos - implica mucho más tiempo. Otras de las historias son la de Jesse Eisemberg, estudiante de arquitectura que se ve envuelto en una situación complicada con la mejor amiga de su novia, y la de Roberto Benigni, un ignoto empleado clase media, que de la noche a la mañana se hace famoso. De todas, ésta es quizás la historia con más trasfondo, al dejar en ridículo toda la maquinería mediática, e incluso las reacciones de la gente común ante las "celebridades". Si bien no es su mejor film, no por eso A Roma con amor deja de entretener y resultar agradable. Es una película con una atmósfera fresca, música simpática que remite al cine italiano de los años '70, y bellísimas locaciones. Hay gags muy divertidos, y otros no tanto, pero la película funciona y está bien resuelta. Con otra tónica que "Medianoche en París", Woody Allen mantuvo la tipografía de sus títulos, pero en esta oportunidad, salimos del cine cantado "Volare"
Woody Allen completa su pasión por Europa El hijo predilecto de New York vuelve a las salas cinematográficas con el último trabajo (hasta el momento) de su saga ambientada en locaciones europeas. Ya le tocó el turno a España (Vicky Cristina Barcelona), Francia (Medianoche en París), Gran Bretaña (Conocerás al hombre de tus sueños) y en este caso llega Italia, con una producción que sigue la línea de cuasi folleto turístico que viene probando con éxito. Esta comedia ambientada en las calles de la legendaria ciudad europea alguna vez imperial cuenta varias historias cruzadas, más el agregado de las ya previsibles imágenes de tarjeta postal al comienzo (como en Medianoche en París), inspiradas quizá por el fanatismo con el que Woody encaró esta serie de films, con el plus de la ayuda económica de los municipios, que participaron de la filmación (lo que no le sucede al realizador cuando la locación es estadounidense). El relato cruza los derroteros de un perfecto desconocido que de un día para el otro se vuelve famoso (Roberto Benigni); una prostituta que debe hacerse pasar por esposa de un joven con aspiraciones (Penélope Cruz); un cantante amateur que sólo puede interpretar ópera bajo la ducha y un joven enamorado (Jesse Eisenberg) que cae en las redes de una actriz nómade (Ellen Page) e irresistible. En contraste con el gran trabajo de guión que Allen entregó en su anterior producción (que le valió el Oscar en ese rubro después de seis años de manos vacías) aquí la falta de armonía narrativa es una constante, con enormes baches de continuidad temporal, toscos cambios de escena y una resolución pobre. En este punto, el resultado se asemeja al que puede que sea el peor guión de la factoría Allen, Conocerás al hombre de tus sueños, que dejaba tantos cabos sueltos que todo parecía ser parte de un rompecabezas a armar en algún otro momento. En cuanto al elenco, el director de Manhattan vuelve a demostrar que es un gran seleccionador, un arquitecto de dream teams actorales, que puede jugar con una Penélope Cruz escotada y fatal y al mismo tiempo hacer que Roberto Beningni resulte menos insoportable de lo que puede ser. En el mismo sentido, la incorporación del gran tenor italiano Fabio Armiliato da pie a la única idea brillante de la ocasión, que a fuerza de repetición se consolida como el gran paso de comedia del film. Nos queda la espera de la que será su vuelta a los escenarios de América del Norte en 2013, con el estreno de una comedia ambientada en San Francisco y New York, además de un elenco interesante, principalmente por la inclusión del cómico Louis C.K., el "Ben" de Lost, Michael Emerson y la camaleónica Cate Blanchett. Por el momento, bien vale repasar su filmografía, muy por encima de lo que esta pequeña desilusión romana nos dejó.
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Un Woody Allen imperfecto, pero siempre por arriba de la media. De la mano del humor y del delirio recorre los lugares más reconocibles de una ciudad única, donde grandes actores italianos, junto a nombres famosos como Penelope Cruz, Alec Baldwing, Judy Davis, Jesse Eisenberg, Ellen Page, el inefable Roberto Begnini y el mismisimo Woody se prestan a equívocos, enredos, reflexiones inteligentes y una idea delirante que por sí sola justifica ver el film.
Woody Allen regresa a la comedia en una película que reúne cuatro historias que no tienen nada en común. Este director, guionista, actor, músico y escritor estadounidense ganador del premio Óscar en cuatro ocasiones (Mejor director Dos extraños amantes 1977; Mejor guion original Dos extraños amantes, 1977; Hannah y sus hermanas 1986 y Medianoche en Paris, 2011), siempre en sus historias filmo recorriendo cada rincón de New York, luego filmo en Barcelona ("Vicky Cristina Barcelona"), Londres ("Match Point") y Paris (“Medianoche en Paris”) y ahora le llega el turno a Roma. Esta comedia logró reunir un elenco internacional de actores: Penélope Cruz, Alec Baldwin, Jesse Eisenberg, Roberto Benigni, Antonio Albanese, Judy Davis, Ellen Page, Fabio Armiliata, Alessandra Mastronardi, Ornella Muti, Flavio Parenti, Alison Pill y también actúa Allen que no lo hace desde la película “Scoop en el 2006”. Narra cuatro historias paralelas que poseen como escenario la capital italiana; John (Alec Baldwin), un experto arquitecto norteamericano conoce a Jack (Jesse Eisenberg, “Red social”), un estudiante de arquitectura, entre ambos se establece una amena relación, la novia de Jack es Mónica (Ellen Page, “El origen”), y entre elocuentes diálogos, John le advierte de no caer en la tentación fácil, hacia Sally (Greta Gerwig) amiga de su novia; se encuentra llena de clichés y situaciones que producen risas frescas, aunque podría haber sido más interesante con algún otro contexto. Por esas calles de Roma se encuentra Hayley (Alison Pill) quien rápidamente se enamora de Michelangelo (Flavio Parenti), van a dicha ciudad los padres de Hayley, que son Jerry (Woody Allen), un productor discográfico, y Phyllis (Judy Davis) psicóloga, cuando estos conocen a sus consuegros, Jerry se impacta con Giancarlo (Fabio Armiliato, quien es su vida real es un conocido tenor), el padre de Michelangelo, cuando lo escucha cantar en el baño, lo ve como un artista del futuro, intenta iniciar una carrera musical para Giancarlo, todo en medio de situaciones woodylanesca y muy divertidas. Vemos un matrimonio que vive en absoluta monotonía Leopoldo (Roberto Benigni), Sofía (Mónica Nappo), con dos hijos, Leopoldo es extremadamente aburrido, de pronto es el centro de la escena mediática, perseguido contantemente por los reporteros, hasta que un día el foco se desplaza a una nueva incógnita, Aldo Romano (Vinicio Marchioni); una interesante crítica a los mediáticos y situaciones bien ironizadas y sarcásticas. Y por último una parejita de recién casados Antonio (Alessandro Tiberi) y Milly (Alessandra Mastronardi) llegan a Roma, con la idea de conseguir un empleo muy bien pago, pero ocurren varios imprevistos y Anna (Penelope Cruz) una prostituta se ve obligada hacerse pasar por su esposa, mientras que su verdadera esposa Milly se encuentra con la estrella de cine Lucas Satta (Antonio Albanese), siguen los enredos en todas las escenas, también participa un ladrón (Riccardo Scamarcio) que le da su toque. Debo aclarar que no es lo mejor de Allen, pero aquí vemos cuatro historias en Italia bien coral, personajes variados: americanos, italianos, residentes, y visitantes. Surgen algunos romances y aventuras. Una comedia a la italiana donde se utiliza la ironía. Un film es criticón y mordaz que tiene toques de sus referentes, por Ej.: Fellini. Un capítulo aparte para la música que es extraordinaria.
Woody Allen se da gustos caros Woody Allen rinde culto a la belleza de Roma y al talento de los actores que convoca para una comedia de enredos entretenida En lo que parece la fase final de la gira de Woody Allen por Europa, que ha dejado una buena cosecha de películas, A A Roma con amor expone ante la ciudad imponente y magníficamente fotografiada, algunos temas recurrentes en Allen, los encantos de la comedia y un elenco numeroso, aprovechado a medias por el director. La historia sirve a la clásica comedia de enredos, ingenua, contada como si ya hubiera sido escuchada muchas veces. Hay algo de eso en el planteo de Allen que convoca a cantidad de parejas, cada una con su búsqueda o conflicto. Un inspector de tránsito inicia la narración en la que se cruza distinta clase de gente. El recurso aparece cuando Allen necesita liberar a los personajes de las explicaciones. Por las historias breves desfilan: un arquitecto famoso (Alec Baldwin), que encuentra a un colega joven (Jesse Eisenberg) y su pareja (Greta Gerwig), a la espera de Mónica (Ellen Page), la tercera en discordia; otra pareja, la de Hayley (Alison Pill) y el italiano Michelangelo (Flavio Parenti) que provoca el viaje desde Nueva York, de los padres de Hayley (los roles de Allen y Judy Davis). Roberto Benigni es Leopoldo, un hombre rutinario que de golpe se vuelve famoso; y el tenor Fabio Armiliato es el padre de Michelangelo. Como ocurre en las comedias de Allen, soluciona la banalidad de las historias con cantidad de personajes encantadores y reflexiones que sortean la superficialidad general. Todos tienen que resolver alguna insatisfacción o se enfrentan a un deseo oculto. Van y vienen por Roma, discretamente mostrada. Allen rinde culto a los artistas sobre los que detiene la cámara. Baldwin acompaña, como un ángel de la guarda nostálgico, el affaire de Jack; Benigni compone un personaje a su medida, con cambios frenéticos; y Penélope Cruz se luce en todo sentido en un papel que pone picardía y mucho humor, metida en otra pareja joven, recién llegada de la provincia, por un trabajo para el aspirante a hombre de negocios. El hallazgo de Allen, que hace despabilar al espectador sometido mansamente a esa sinfonía de sentimientos, es el tenor en el rol del dueño de la funeraria que sólo canta cuando se ducha. En la película, italianos y americanos se esfuerzan por comprenderse; reaparece del halo protector de la calidad de turista y Allen deja entrever sus temas favoritos, en el rol de un director de ópera jubilado: la fidelidad en la pareja, el romanticismo, el arte, los clichés de la actriz neurótica, el chiste sobre la estrecha relación entre ser un imbécil (sic) o un tipo progresista.
Commedia all’italiana estilo Woody Allen Soy un seguidor de Woody Allen, me siento identificado con casi todos los personajes de sus películas; con el neurótico comediante Alvy Singer de Annie Hall, con el obsesionado Elliot de Hannah y sus Hermanas, el cinéfilo que busca desesperadamente el amor en Play It Again, Sam, con el nostálgico director de cine Sandy Bates de Stardust Memories y el igualmente nostálgico guionista Gil Pender de Medianoche en Paris (Oscar merecidísimo al Mejor Guion Original que me arrepiento de no haber visto en el cine). Su reciente opus aunque mantiene algunos de los quintaesénciales personajes que nunca faltan en su filmografía, se anima a narrar cuatro comedias de enredos que emulan a la perfección las grandes comedias italianas; al punto tal uno debe recordar que está viendo una película del maestro. La Tanada A nivel guion, esta es la primer comedia de Allen desde Todo lo que usted quiso saber sobresexo pero no se atrevió a preguntar (la única adaptación que dirigió Allen) en la que trata varias historias diferentes. La cabal diferencia entre ésta y la anterior es que en el filme de 1972 las historias van por turnos como si se tratara de un libro, y en esta Allen armó cuatro historias perfectamente desarrolladas que si bien podrían haberse narrado una a la vez, el que hayan sido mezcladas no afecta nada al disfrute del espectador. Son cuatro cuentos muy bien contados y con instancias cómicas que dejan un subtexto sobre la insatisfacción que a Allen tanto le gusta dejar en claro. Los segmentos que se roban la película son indudablemente los de Roberto Benigni como un oficinista que se encuentra inesperadamente con la fama (y por ende con los Paparazzi) y los del propio Allen como un director de ópera retirado que encuentra un tenor de primer nivel en su futuro consuegro; el problema es que solo puede hacerlo bajo la ducha (como todos nosotros; vamos, háganse cargo). Los otros dos segmentos son un poco más flojos pero salvados por los personajes carismáticamente desarrollados de Alec Baldwin en uno y Penélope Cruz en otro. El Resto A nivel actuación dio gusto ver al maestro Woody interpretando a su arquetípico neurótico, inseguro y con temor a los aviones. Me encanto ver a Jesse Eisenberg más allá de Mark Zuckerberg, aunque creo que era muy joven para el rol que encaraba. Lo mismo va para Ellen Page. Alec Baldwin se roba la película como un arquitecto exitoso, que sirve como una suerte de mentor del personaje de Eisenberg. Penélope Cruz entrega a una prostituta con corazón de oro, recordable a la Mira Sorvino de Poderosa Afrodita (también de Allen), que en más de una ocasión me hizo pensar “Bardem, you lucky S.O.B.” Pero el que diría que se roba la película es el querido Roberto Benigni, que bajo la dirección de Allen uno se olvida que fue el mismo tipo de La Vida es Bella y el fiasco de Pinocchio. Allen le dio un muy necesitado RPC a su veta cómica y demuestra, que con un buen personaje (como su Leopoldo Pisanello) y una historia sencilla, Benigni consigue un factor identificatorio con el espectador que más de un actor (incluso los que ganaron un Oscar como él) quisiera tener. De la técnica no puedo decir mucho más que una buena fotografía que más allá de su paleta otoñal no atrae más atención sobre sí misma de la necesaria, hay poca cobertura de planos y cuando no, solo un plano general con zoom; cosa a lo que Allen nos tiene acostumbrados. Eso sí, quiero destacar la música original; cosa rara en un film de Allen ya que casi siempre se inclina por el Jazz (música que él toca) o la Ópera para musicalizar sus películas. Pero lo movedizo de la partitura ayuda mucho a subrayar las cómicas acciones de la película. Conclusión Aunque cabe decir que los incondicionales de Woody disfrutaran de este nuevo título, los que no lo son tanto podrían querer echarle una mirada; sobre todo los que son versados en comedia italiana de las que se hacían en los ’60s y ’70. Es un Allen similar, pero a la vez distinto.
Divertida… pero sin magia Woody Allen fue quien renovó el género de la comedia en Estados Unidos cuando éste se encontraba en una etapa de transición debido a la desaparición de Charles Chaplin, Buster Keaton, los Hermanos Marx y, más adelante, Billy Wilder. Lo paradójico es que ahora en su país de origen le cuesta encontrar financiamiento para sus películas; por eso, en los últimos años, se habituó a filmar en Europa. Esta etapa actual es recurrentemente criticada –si bien hay muy buenos films ligados al drama como Match Point o El Sueño de Cassandra- quizá porque sus comedias no están a la altura de sus grandes obras y solo devienen en trabajos correctos como Scoop o Conocerás al Hombre de tus Sueños. Pero toda duda se disipó con el estreno de Medianoche en París, película dueña de un argumento exquisito que explota al máximo el universo Allen que, con su original paralelismo entre lo real y lo fantástico, consagra una obra maravillosa. En A Roma con Amor, su siguiente y último film, no se ve reflejada una continuidad respecto de su predecesora y, aunque sea entretenida, está lejos de la profundidad artística de la rodada en Francia. Esta nueva obra narra la experiencia de varias personas en la capital italiana, y justamente es ahí donde falla, ya que entre tantas historias y subtramas la narración se pierde y se hace un tanto confusa. Allen supo concretar películas de este estilo, con una notable exquisitez, como Días de Radio o Celebrity; en ésta –la más coral de todas– no logra construir un universo armónico como acostumbra. Un joven (Jesse Eisenberg) que se enamora de la amiga de su novia (Ellen Page); un don nadie (Roberto Benigni) que repentinamente se vuelve famoso; un representante musical ya retirado (Allen) que quiere volver célebre a su futuro consuegro (Fabio Armiliato), el dueño de una funeraria, a quien escucha cantar en una ducha; y una pareja que se ve envuelta en una situación de adulterio -él (Alessandro Tiberi) con una prostituta (Penélope Cruz), ella (Alexandra Mastronardi) con un actor reconocido (Antonio Albanese)-. Todas estas historias resultan demasiado numerosas para amoldarse en menos de dos horas, más aún cuando solo concuerdan en tópicos ideológicos y están mal organizadas a nivel narrativo. Todos estos relatos que transcurren paralelamente en Roma inciden en algún punto en las recurrentes temáticas del cine de Allen y en su conflictiva manera de retratar las relaciones humanas. Todos estos personajes le escapan a su vida habitual, ya que el adulterio, la confusión y la neurosis que las situaciones les provocan los lleva tanto a disfrutar como a chocar con la realidad a la que se enfrentan. Pero hay que decir que A Roma con Amor tiene su lado positivo, empezando porque cumple con su función de entretener. A pesar de tener personajes sin mucha justificación como el de Benigni o el de Alec Baldwin –una especie de conciencia de Eisenberg– Allen desarrolla un film un tanto voluptuoso y hasta bizarro. La película, además, ironiza la propia figura de Allen y se muestra crítica con el arte moderno –esto sucede en la historia protagonizada por el propio WA, en la que hay incluso una interesante toma de posición-. En conclusión, se puede decir que A Roma con Amor es una comedia pasajera en la carrera de Allen, correcta, con divertidos gags y frases cómicas a pesar de sus errores, pero a la que le falta la magia de Medianoche en París -película que enamora en cada plano y es fundada por la encantadora caracterización de cada uno de sus personajes-. A Roma con Amor es, o sea, un paso atrás respecto del producto anterior.
Proponiendo un puñado de historias que giran alrededor de los habitantes y los espacios clásicos de la capital itálica, Woody Allen diseña una de sus comedias más logradas de los últimos años con A Roma con Amor. Pequeñas y cautivantes crónicas caricaturescas y paródicas con las que el ingenioso cineasta newyorkino homenajea a Roma con un espíritu similar con el que ha tributado a Londres, Barcelona o París, pero en este caso apelando con más énfasis al humor y el gag. Sin que jamás se entrelacen, el director de Match Point va narrando las peripecias de una serie de personajes estadounidenses y romanos que a través de sus vínculos se ven dominados por emociones que no son capaces de controlar. El amor, el sexo, la notoriedad, la altanería, el cinismo y la vanidad los hacen caer en comportamientos tan insólitos y vergonzosos como desopilantes. En un registro de aparente liviandad y gracia, Allen hace algún apunte incisivo sobre la injusticia social, pero aprovecha para hacer una semblanza sobre la vida y los caracteres típicos en esa gran urbe. Hurgando, por ejemplo, en los vaivenes inauditos de la fama, que llevan allí a personas poco calificadas a alcanzar popularidad extrema. Tópico que fue la esencia de aquel Celebrity suyo, y que en este caso apunta al estilo avasallante de los medios italianos, encabezados por los inefables paparazzis, para terminar con una escena metafórica y antológica de Roberto Benigni. No vale la pena detallar las cuatro tramas que recorren la película, solo garantizar que cada una de ellas proporcionan, aún extravagantes y absurdas, distintas formas de deleite. Momentos convenientemente realzados por un elenco que aporta sin pausas su talento, como la inesperada tana Penélope Cruz, un lúcido Alec Baldwin, los estupendos Jesse Eisenberg y Ellen Page y un fenomenal, más allá del mencionado Benigni, grupo de intérpretes italianos.
Hay quien dice que Woody Allen ya no es un cineasta sino un publicista del turismo. Es probable que tenga razón, pero más allá de las cuestiones de presupuesto que hacen que el hombre haya salido al mundo, hay algunas otras razones. La primera, que siempre intentó analizar el pensamiento del americano medio y supuestamente culto: llevarlo fuera de los Estados Unidos suele enfrentarlo con lo peor de sí (lo que se veía en los mejores pasajes de Vicky Cristina Barcelona o en Medianoche en París). El problema suele ser que él mismo pertenece a esa clase de personas y a veces cae en los mismos pecados que condena. Sin embargo, y si bien esta última etapa de su carrera, la que comenzó después de su separación de Mia Farrow, es quizás la más floja, no se puede negar que hace perfecto uso de la libertad que el talento y el nombre le permiten. Este A Roma con Amor no es el primer film sobre Italia del director: hizo una extraordinaria parodia de los films de Antonioni en aquella Todo lo que usted quería saber sobre el sexo..., de 1973, y su mirada no ha cambiado demasiado, lo que no es ni bueno ni malo a priori. Aquí cuenta cuatro historias que giran alrededor de la relación que los EE.UU. mantienen con Italia, y cae en no pocos estereotipos. Pero cuando acierta, lo hace con perfecto timing cómico y con una precisa dirección de actores (incluso Benigni está soportable, aunque las palmas se las lleva Alec Baldwin, alguien de quien nadie esperaba genio cómico hace una década). Ligera, cómica cuando debe, y despareja, es el equivalente a un pequeño viaje a tierras que se creen conocer.
Woody Allen sigue de paseo En “Medianoche en París”, iba al encuentro de sus fantasmas preferidos. Y ahora, en Roma, sale a buscar sus propios fantasmas, ese arsenal de temas y criaturas que inspiraron una de las obras más disfrutables que dio el cine. Woody se mira adentro y deambula por una Roma eterna y cautivante que descorre sus mejores ventanales para echarle un vistazo a cuatro historias livianas y amables. Una de ellas, protagonizada por un Woody Allen que nos avisa que no quiere jubilarse y que va seguir paseando por el mundo, ligero de equipaje. El paso del tiempo se le nota. No sólo al actor, sino también al escritor. No están sus réplicas brillantes; algunos buenos momentos sólo se sostiene a puro oficio; y la historia recrea viejos asuntos sin agregarle nada nuevo: la muerte, el análisis, los artistas, la fama, las dudas del amor. No hay tiempo ni ganas de seguir gastara ironías, El resultado es un filme liviano, llevadero, de notas suaves y románticas, el amable diario de viajes de un ex cínico que se ha vuelto condescendiente. Y al fondo, de esa Roma eterna y enamoradiza que acaso nos enseñe que no todo lo viejo pierde encanto.
A Woody con Amor En nombre del respeto que tengo por Woody Allen voy a olvidarme de toda su filmografía anterior, incluso de su última, la sumamente bella Medianoche en París. Ahora con esta liviandad en mi cuerpo que me otorga el haberme desecho de las imágenes más cómicas, delirantes e ingeniosas de la historia del cine voy a proseguir a hablar de A Roma con Amor. A Roma con Amor es una película extraña, por momentos la elección de la ciudad en donde está rodada parece ser un capricho más que tener una intención narrativa, por momentos, las cuatro historias que se cuentan parecen ser tan caóticas como esa ciudad que crea el director. Digo esa ciudad que "crea" porque hay algo que siempre estuvo ahí, latente, algo que siempre supe pero que cuando vi A Roma con Amor apareció ante mí como las luces de un camión sin frenos hacia mi persona, esa revelación es nada más ni nada menos que esto: "El director es neoyorquino"... Ahora lector que acabo de ganarme su desconfianza, expongo la razón de este comentario tan estúpido, la forma en que Roma es mostrada es de las cosas más estereotípicas que vi, es como disponerse a hablar sobre una persona a la que nunca conocimos en nuestra vida más allá de algo que nos enteramos por un tercero, así es esta Roma, una Roma que se funde en una mirada que la desvaloriza. Éstas cuatro historias antes mencionadas tienen sus momentos, cada una uno o dos momentos de esos históricos, de esos que los cinéfilos usamos para explicar algo o expresar una idea, el resto se disfruta, la inteligencia está ahí, se percibe, el humor ácido también, cierta neurosis, un amor destinado a fracasar, un malentendido enorme, una sátira sobre los medios, todo está ahí sólo que las historias no se entrelazan orgánicamente como tampoco resulta orgánico el humor border del que se tiñe el film en ocasiones. Las actuaciones son correctas, nada más, la dirección a veces correcta, a veces desenfrenada, a veces torpe. En definitiva A Roma con Amor es una película que tiene algunas similitudes con el cine del gran Woody Allen, es divertida, diferente e ingeniosa.
Porque sí. Woody Allen sigue rodando una película por año porque sí. No hay otra explicación. Si uno acepta esa pauta desde el vamos, sin demandar las genialidades de antaño, entonces A Roma con amor (To Rome with love) puede disfrutarse sencillamente por lo que es: una comedia leve y simpática. Pero parece que nos cuesta tolerar el porque sí, sobre todo si hablamos de arte y más aún si estamos frente a uno de esos autores de quien seguimos esperando que tenga cosas para decir. Y aquí es cuando Woody se exaspera y decide volver a actuar para proclamar, con su propia voz en la ficción, que él no se quiere jubilar, porque dejar de trabajar para él equivale a la muerte. No es lo principal estar acompañado por la inspiración, y a esta altura él tampoco se angustia si esa laguna queda en evidencia, porque Woody es ante todo un hacedor. La compulsión no puede esperar a la epifanía. Es por eso que a veces el hombre hace maravillas y otras veces sólo nos entrega actos reflejos, como sucede en este paseo por Roma. Pero lo interesante es que la película se descubre totalmente conciente de su envoltura de souvenir. Porque sí. Porque la piedra insiste en ser piedra y Allen persiste en la proyección de sus fantasías a través de diversos personajes entrelazados bajo el cielo de un verano italiano. Las historias se cruzan porque sí, pero por las dudas, para quienes no soportan lo aleatorio de la ficción (que siempre se supone más coherente que la vida), el relato comienza presentando nada menos que un narrador-policía que dirige el tránsito en un cruce neurálgico de la ciudad. Algunos interpretaron la apertura y el final del film como pruebas del desgano del director a la hora de elaborar el guión. Sin embargo, creo que Allen justamente aprovecha la ocasión para burlarse de las exigencias dictadas por las estructuras narrativas, sobre todo en lo que respecta al “relato coral”. Él solo quiere contar muchas historias, y punto. En esta misma línea, Allen se anticipa al blanco más previsible de los ataques: la factura “turística” del film. Lejos de disimular el hecho de ser un vehículo para la exhibición de Roma, la película subraya esa certeza desde la misma enunciación, cuyo ejemplo más nítido es la larga panorámica de 360º en la Piazza dei Popolo, movimiento que tiene un efecto curioso: deslumbra y marea a la vez. Por eso Allen sabe cómo capturar la mística de la ciudad sin caer en el empacho. Porque sí, entonces. Porque le gusta hacerlo. Porque pocos como él pueden darse el lujo de materializar el sueño loco de abrir una puerta para que de repente aparezca Penélope Cruz al rojo vivo. Puede haber momentos de fatiga (tema del que habla Alec Baldwin), o gags que se estiran (como la ducha en la ópera), o algún personaje demasiado pasado de rosca (la actuación de Ellen Page), y sin embargo, a pesar de ser una película pequeña, Allen esta vez nos cae bien al mostrarse modesto y al mismo tiempo absolutamente fiel a sus obsesiones de siempre, esos devaneos del cuore que no caducan nunca (para nadie) y que él sigue investigando con fruición.
Lo que impresiona no es tanto el relajo estético que parece estar atravesando Woody Allen sino la manera en que lo perpetra. Por si todavía quedaban dudas después de Vicky Cristina Barcelona o Medianoche en París, A Roma con amor viene a confirmar unas sospechas un poco inquietantes: que el neoyorquino está grande pero no se equivoca; que las películas no se le van de las manos y que mantiene un control pleno sobre ellas; que todo lo que se ve y escucha son objetivos fijados por el director y nunca errores cometidos durante la filmación o en la sala de edición. La primera escena de la película se encarga de dejar esto bien en claro: dos personajes se conocen por casualidad, se gustan y, en apenas tres planos fugacísimos, se muestra cómo se ponen a salir, son pareja y deciden presentarse a sus respectivos padres. Hayley es una estudiante estadounidense de vacaciones que anda buscando la Fontana di Trevi (homenaje a Fellini, se dirá, pero también lugar de paso obligado de cualquier recorrido turístico romano); Michelangelo un habitante de Roma. Las diferencias no representan un obstáculo para el encuentro porque él, debido a sus constantes viajes a New York, habla un inglés fluido (después nos enteramos que trabaja de abogado de personas que no pueden costearse una defensa legal y que adhiere a un izquierdismo cerrado al diálogo, y uno se pregunta cómo es que el personaje llegó a ser tan cosmopolita). Pero nada de eso importa, parece decirnos el director cuando relata la unión de esos dos perfectos extraños en tres planos que duran un par de segundos cada uno. El que avisa no traiciona, y no debería sorprendernos que en las sucesivas historias haya personajes que realizan una especie de viaje en el tiempo (pero conservando el presente como paisaje), vean cambiada su vida drásticamente de manera misteriosa y casi mágica, o se descubran envueltos en una serie de enredos grotescos propios de la comedia disparatada más grasa. A esta altura es casi una obviedad señalarlo, pero el cine de Woody Allen, que durante mucho tiempo fue una exploración de un universo y unas criaturas particularísimas, ahora ensaya una especie de amalgama a nivel casi planetario, que licúa las diferencias regionales y de época en pos de quién sabe qué búsqueda autoral (una búsqueda humanista, seguramente, porque a ninguna otra cosa puede servir el borramiento de tantas realidades heterogéneas). El tradicional interés del director por la pareja y la constelación de temas circundantes (matrimonio, infidelidad, convivencia, amor) está presente en A Roma con amor, sí, pero la forma en que esos temas se integran en la trama lo despojan automáticamente de cualquier interés. En este sentido, la película se revela como liviana en un sentido bien abarcativo, casi como manera de entender la vida y el cine. Los nuevos personajes de Allen pueden relacionarse, cambiar de profesión, sufrir modificaciones fundamentales en sus vidas o visitar su propio pasado, siempre sin ningún tipo de barrera, limitación o sufrimiento; también el espacio se recorre sin un costo físico o de tiempo (el único viaje que se muestra es el de los padres de Hayley, y la escena en el avión –brevísima– cumple la función de presentarlos y no aspira a narrar el traslado de un continente a otro). Si alguna vez Woody Allen fue un explorador de lugares y gentes particulares (New York, clase media educada), hoy se erige como un narrador que no piensa en términos geográficos ni temporales, interesado solo en contar historias despojadas de cualquier especificidad. El resultado es que los personajes se convierten en estereotipos sin demasiada carnadura narrativa; son chatos, con unos pocos atributos que vienen a construirlos desde una única faceta. Así, en buena medida quedan librados a la suerte de sus intérpretes: el cuarteto compuesto por John, Jack, Monica y Sally (Alec Baldwin, Jesse Eisenberg, Ellen Paige y Greta Gerwig) representan lo mejor de la película; ellos resultan los más interesantes y los más creíbles, y su historia es la que mejor aprovecha las relaciones entre los personajes, incluso la imposible que se da entre John y Monica (ubicados, suponemos, en planos temporales distintos). Uno intuye que la fuerza de ese relato está no solo en la calidad de los actores sino también en el hecho de ser el único que recupera algo de las viejas historias del director: un grupo de gente joven, tentaciones, manipulaciones románticas y una infidelidad, todo contado con gracia, atención a los detalles cotidianos y sin intento atisbo de moralina; al menos esa historia recuerda a lo mejor del cine de Wood Allen. El resto es apenas un recorrido cómodo y pintoresco por una Roma de postal, e incluso los chistes buenos (como el de la ducha) son utilizados y exprimidos hasta que aburren y pierden toda su frescura.
A esta altura de la filmografía de Allen es prácticamente imposible no ver sus películas como una suerte de sistema, donde los elementos interactúan entre sí. Desde los créditos en blanco y negro, con los actores nombrados por orden de aparición en una misma tipología de letra y con una música alusiva al film (preferentemente jazz), hasta la presencia de ciertos actores fetiche (aunque siempre incorpora nuevos), pasando por la tragedia o la comedia como únicos géneros, el espectador sabe lo que Allen propone y siempre va en busca de más. Una de sus marcas como autor es la importancia que adquieren las ciudades donde sus personajes cobran vida. Tradicionalmente había sido la ciudad de Nueva York, a la que parecía haber abandonado hasta que filmó Que la cosa funcione. Entretanto, se había trasladado a filmar por Europa, y algunos de esos resultados son estos tres films donde la ciudad aparece ya homenajeada desde el título (Vicky Cristina Barcelona, Medianoche en París, y la reciente A Roma con amor). En los tres casos, las ciudades mantienen un halo de misterio y de fascinación por parte de los personajes extranjeros que deciden trasladarse a ellas. Aquí, Woody juega con el hecho de que en Roma la historia vive y que su geografía laberíntica invita a que uno se pierda (y se reencuentre). Por algún lado circuló la versión de que su intención era realizar una suerte de lectura sobre el Decamerón de Bocaccio, y de allí que todas las historias se relacionen con el amor y el sexo. Hay tres parejas de jóvenes (Eisenberg-Page, Tiberi-Mastronardi, Parenti-Pill) cuyas historias de amor dan un giro cuando la fantasía se apodera de la situación. Curiosamente, la primer pareja es de dos chicos americanos viviendo en Europa, la segunda de dos italianos que se mudan a la capital, y la tercera formada por un local y una extranjera. De este modo, la presencia de lo foráneo marca no solo una diferencia cultural que genera muchas de las situaciones cómicas, sino que refuerza la idea de la ciudad como algo misterioso, porque en algún punto es nueva y diferente para todos. Pero las fantasías en esta película no están asociadas sólo al sexo, sino también a la celebridad (tema que Allen ya había retratado en Celebrity) por ejemplo en el personaje de Benigni, quien de la noche a la mañana salta a la fama, o el del consuegro de Allen, quien posee una voz prodigiosa para la ópera, siempre y cuando cante en la ducha. Por allí circula también la siempre presente idea de que lo irracional es, paradójicamente, lo propio del hombre. Por eso sus personajes habitan mundos a medio camino entre la realidad y la fantasía, por eso el sexo siempre aparece como algo que complica las situaciones pero de lo que no se puede escapar. En A Roma con Amor nos encontramos con que los temas que frecuentemente han marcado la filmografía de este aclamado director vuelven a aparecer, sin por ello caer en una repetición de sí mismo. Cosa curiosa, ya que nos queda siempre la sensación de que Allen habla de sus propias neurosis, repetidas una y otra vez, en Nueva York o en Europa.
Declaración de amor a la ciudad eterna El laureado director norteamericano presenta un film coral en esta Roma que va descubriendo toma a toma, en la que se escenifican cuatro historias en clave de comedia, que llevan la huella de la voz de las narraciones de Boccaccio. En su itinerario europeo, y tras haber filmado previamente en Londres y en París, (se habla de un próximo proyecto en Dinamarca y algún día, quizás, en nuestro país), Woody Allen se ha hecho presente, una vez más, con su tan esperado estreno anual. Y ahora lo hace con este film que, originalmente, se iba a llamar ¡Bop, Decameron!, y que en su versión definitiva manifiesta ese tono y modo que el film presenta: Una declaración de amor a esta ciudad que lleva el epíteto de "Eterna" y que ha sido escenario de tantos encuentros y equívocos a lo largo de la historia del cine. Particularmente en la memoria del realizador, como igualmente acontece en los recuerdos de Martin Scorsese como se puede seguir en su film Il mio viaggio in Italia del 99, el cine peninsular desde los años del Neorrealismo, con los nombres de Rossellini, de Zavattini, De Sica y Fellini, adquiere un lugar relevante en su filmografía. Y esto se puede seguir no sólo en este film, sino en tantos otros ya sea por mención directa o bien por ciertas alusiones que se bosquejan en el interior de numerosas tramas. Así, en su film de 1980, Recuerdos (Stardust Memories), film del 80 que la sala Madre Cabrini repone el próximo martes a las 20.45, los personajes que interpretan Allen, en el rol de un cineasta, y una joven Jessica Harper mantienen un extenso diálogo sobre el más que sublime film de De Sica, Ladrón de bicicletas del 48. Desde el título del film, toda una dedicatoria, una voz nos lleva a un espacio que no por ser identificable, es menos sorpresivo. ¡Cúantos encuentros tuvieron lugar en Piazza Spagna!. Este es el punto de partida, tras la huella musical de la voz de Domenico Modugno que nos transporta en su "Nel Blu Dipinto di blu". Debo decir con alegría que parte del público de cierta edad, acompañaba cantando el tema principal. Un film coral es lo que ahora Woody Allen nos ofrece en esta Roma que va descubriendo ante nuestros ojos, en la que se escenifican cuatro historias en clave de comedia, y que, según él, llevan la huella de la voz de la cuentística de Boccaccio. Cuatro historias que trazan un puente entre personajes del uno y del otro lado del Atlántico que se animan desde la pluma de una divertida, ocurrente y melancólica cinefilia; como la que vive el personaje que compone Alec Baldwin, este renombrado arquitecto que alguna vez fue, quien afirma "no me divierto siendo turista, prefiero perderme entre las callecitas; que vaga buscando los días de su juventud por las calles del Trastevere, movido por ese síndrome de Ozymandias, refiriéndose a los versos que el poeta Percy Shelley en relación con la fragilidad de las glorias del pasado. En A Roma con amor es, desde mi punto de vista, la huella de aquellas co?producciones de los 50 entre Estados Unidos e Italia para rodar en exteriores y en Cinecittá lo que podemos reconocer en el transcurrir de estas historias que se irán cruzando en nuestra memoria con tantas otras de aquellos años; ya que aquí, están, la Fontana di Trevi, Piazza Navona, el Coliseo, Terme di Caracalle y tantas otros lugares. Y la más que reconocible canción, buscada deliberadamente, "Arrivederci Roma" que tantos sueños de regreso motivaron luego de escapadas y tres monedas en la fuente. Y siempre la Opera. Allen compone a un director de orquesta, ya jubilado que ahora, tal vez, este viaje junto a su mujer, psiquiatra ella, rol que compone Judy Davis, le planteará una más que sorpresiva y dislocada puesta en escena de I Pagliacci, como jamás imaginó. Y es que el padre del prometido de su hija, que no es actor de cine, sino el gran tenor Fabio Armiliato, dueño de una funeraria, es poseedor de una prodigiosa voz, pero sólo en momentos muy especiales. Y al hacer honor a su vínculo con sus films anteriores y a un ajuste de cuentas con terapias y divanes, en un momento le dirá a su mujer: "Vos que tenés contacto directo con Freud, decile que me devuelva mi dinero". Cuatro historias que no se entrecruzan, como es habitual en el cine de hoy. Y de una ciudad de provincia llega ahora una pareja de recién casados, a esa Roma que representa para ellos el lugar soñado, donde la familia de él, atenta a los fieles preceptos de la moral conservadora y del más ortodoxo catolicismo, ya le tiene agendado sus días. Pero comienzan los imprevistos y los mismos se abren en dos direcciones, en los que el gran Federico Fellini ya había aventurado en su film del 52, El Sheik ("Lo sceicco bianco"), ya que desde el hotel, ella, atenta a su única objetivo se lanzará por las calles de la ciudad; y él, por un error, recibirá, una visita, que nos ubica, desde el recuerdo a aquel personaje, vestido de rojo que componía Sofía Loren, en uno de los episodios "La rifa", dirigido este por De Sica, del film Boccaccio '70 del 62. Entre Monicelli. Risi y Fellini, la sonrisa de sus films, circulan estas historias que nos llevan a la propia imagen del gran clown que interpreta Roberto Benigni, como este padre de familia, empleado, que, de un día para otro, pasa a ser el hombre del momento. Y ahí están los paparazzi corriendo detrás de él (recordemos que este vocablo remite al apellido de uno de los periodistas que interpretaba La dolce vita, Paparazzo), desde las primeras horas de la mañana hasta el último minuto de la noche, transformando en profunda reflexión filosófica cualquier tipo de respuesta. Visión que nos lleva, por igual, a evocar la mirada crítica que Fellini planteaba sobre los mass media en Ginger y Fred. Y Benigni, el actor de su último film, La voce della luna, marca, por igual, para Allen, ese lugar de encuentro, desde el hoy, con toda la tradición del género desde los días de la Commedia Dell' Arte. En estas historias, algunos nombres y rostros se irán cruzando, como el de Ornella Muti en el de rol de la actriz Pia Fusari y el de Giuliano Gemma, en tanto conserje de hotel, por citar sólo algunos entre tantos otros. Mientras tanto, allá en el Trastevere, ese joven arquitecto, asistido por su alter ego, por el fantasma de su maestro, como le acontecía a aquel Allen de Sueños de seductor (Play it again, Sam) de Herbert Ross respecto de su admirado Bogart, se sentirá seducido, en el filo de una riesgosa nueva relación, por esa amiga de su prometida que recién acaba de llegar. Y desde su profesión, y por extensión a todo lo que se proyecta en nombre de la creación artística, Allen nos lleva a recordar el film de King Vidor, Uno contra todos ("The Fountainhead") de 1949. La crítica italiana, en su mayoría, no recibió de manera favorable este film. Consideró que la Roma de Allen era de tarjeta postal. Creemos, por el contrario, que Allen, entre Verdi y Puccini, las canciones populares, los espacios por los cuales tantos personajes animaron tantas historias, se ha permitido reanimar no sólo el fantasma que compone Alec Baldwin, sino el de tantos clásicos de la comedia italiana.
Lo que parecería ser la ultima producción europea del geniecillo de Nueva York, llama a la decepción desde varios ángulos. En principio, no deja de ser una película turística mostrando las bondades y bellezas de la ciudad eterna. Para ello construye historias de parejas, cuatro para ser más precisos, todas del repertorio alleniano, construidas meticulosamente a lo largo de su exitosa carrera. Nada nuevo bajo el sol. El más infortunado de los episodios es el protagonizado por Roberto Benigni, un ciudadano común y corriente al que el periodismo, más precisamente el de la televisión, convierten de la noche a la mañana en celebridad sin justificación alguna. Lo que en realidad debería ser una critica casi impiadosa sobre el cuarto poder, gira queriendo cerrar como una sátira sobre la sociedad italiana, pero recurrió con el protagonismo de Benigni, quien se actúa a si mismo, repitiendo siempre los mismos gestos payasescos, terminando por construir a un idiota más universal que puramente romano. Otras dos historias se centran en la infidelidad. Una, la de jóvenes italianos recién casados que se mudan a Roma por un trabajo que consigue el marido. Fuera de todas las anécdotas que narra, esta trata de mostrar cuan fagocitantes son las ciudades para los habitantes de los pequeños pueblos que llegan a la gran capital pero, no sólo en la forma sino que también en el contenido, huele a rancio más que a un homenaje al cine italiano. La otra, un joven arquitecto se enamora de la mejor amiga de su esposa, una actriz, que como buena histérica seduce, confunde y se retira, teniendo en el marido a una voz de la conciencia, un arquitecto famoso que vuelve a Roma a recordar épocas pasadas, personaje jugado por Alec Baldwin, que resulta lo mejor del filme aunque no se sabe si por la maestría actoral o por el personaje en sí mismo. Por ultimo, tratando de emular el discurso que instalo en parte en “Medianoche en Paris ” (2011), juega con el retiro de la vida activa a un ex manager de música (Woody Allen), quien viaja con su esposa a Roma para conocer a la familia del novio de su hija. Allí se le manifiesta su consuegro como un gran cantante de opera por nadie descubierto, situación que lo haría volverlo a revivir por su profesión. Historias de amores, desencuentros, amistad, deseos, proyectos, fama, talentos, todos con el humor ya conocido por los seguidores de Woody Allen Es como si fuésemos a escuchar a un humorista por décima vez en un mismo espectáculo. Como decía el gran Juan Verdaguer: “Si no podes cambiar de repertorio, al menos cambia de auditorio”
Historias en la ciudad eterna En contraste con “Medianoche en París”, que se remitía esencialmente a la edad de oro que encerraba el pasado de la ciudad, en “A Roma con amor”, la mirada se sitúa en el presente de historias cotidianas, más prosaicas y banales, que pudieran ser entrevistas por un policía de tránsito o un curioso vecino que -situado en las alturas de algún edificio- espiara desde su ventana a los personajes que se mueven por los lugares emblemáticos de esta ciudad cosmopolita. Fugaces presentadores que Allen usa precisamente para abrir y clausurar las cuatro historias sin conexión entre sí, protagonizadas por un elenco desbordante de estrellas internacionales como Penélope Cruz, Alec Baldwin, Roberto Benigni, Ellen Page, Jesse Eisenberg y hasta el mismo Woody que encuentra un papel a su medida. Desde los acordes iniciales con la voz de Domenico Modugno y las imágenes de la Fontana di Trevi se indica que la mesa está servida para que un público amplio pueda disfrutar de una comicidad ingenua con gestos histriónicos y enredos múltiples que no excluyen a los habituales chistes neoyorquinos con observaciones filosóficas y acotaciones sobre el arte, la fama o los amores malogrados. Con mayor liviandad y espíritu lúdico, los temas y las obsesiones de un Allen más descomprimido siguen en su eje conocido: la infidelidad, la fragilidad del amor, el temor a la vejez y a la muerte. Pero entre chistes intelectuales junto a escenas de farsa se construye una comedia coral con un espíritu más latino que sajón. Los protagonistas de un par de episodios son estadounidenses de paso por la ciudad y en los otros dos son italianos (capitalinos en el caso de Benigni y provincianos ingenuos como los recién casados que arriban a Roma para buscar trabajo). Hay parejas jóvenes y parejas maduras que proponen un mix de contrastes culturales y generacionales que disparan el humor tanto en los gags de los turistas americanos como en los enredos de los italianos. Todo está impregnado del espíritu de la commedia all’ italiana, con exageraciones farsescas acentuadas en los episodios protagonizados por actores italianos junto a una desbordante Penélope Cruz en el rol de simpática prostituta con una contundente fisicidad que recuerda las curvas de Sofía Loren o Gina Lollobrigida en la plenitud de su carrera. amabilidad garantizada Siempre dentro de las inquietudes, el ritmo y la calidad de los diálogos habituales de los filmes de Woody Allen, las historias que conforman “A Roma con amor” tienen diferencias estilísticas entre sí, como la inclusión de lo extraordinario a través del personaje interpretado por el veterano Alec Baldwin que funciona como contrapunto fantasmal de la conciencia amorosa del joven Jesse Eisenberg (el enfant terrible de “La red social”), aquí enamorado de la manipuladora actriz interpretada por Ellen Page. Esta diversidad narrativa se reitera con la situación totalmente inexplicable del hombre que se vuelve famoso de la noche a la mañana o el absurdo estético de la historia sobre el cantante lírico. Sin embargo, en el relato de la inexperta pareja de Antonio y su esposa Milly (Alessandro Tiberi y Alessandra Mastronardi), todo funciona en base a un realismo con toques de farsa que provoca las mayores risas. Tal vez allí se den las situaciones más cercanas a los cuentos de Boccaccio, porque hay que recordar que Allen admitió haber buscado inspiración en los relatos de “El Decameron”, donde zumban la picardía, la sexualidad, el vitalismo, las mentirillas graciosas y las moralejas de los que se percibe una afortunada influencia. Los relatos nunca resultan aburridos con sus variados momentos de humor optimista y cinematografía consistente. Aunque sus resultados no satisfacen por completo, tampoco caen en el ridículo ni decepcionan, ya que -ante todo- hay un estilo intacto que se traduce en una película agradable. En la coyuntura entre el viejo y el nuevo cine, Allen se sostiene como uno de los últimos de la vieja escuela, alternativa a la industria que sólo produce tanques con efectos especiales o comedias que no le llegan ni al principio de los talones.
En su última escala (por el momento) de su etapa europea, Woody Allen decidió plasmar Roma a través de cuatro historias independientes que jamás se entrecruzan. Como suele suceder en estos casos, el resultado es dispar, brindándonos una cinta amena pero lejos de lo mejor del neurótico neoyorquino. Por la Ciudad Eterna se pasea un renombrado arquitecto americano -en la piel de Alec Baldwin- quien revive su época de estudiante e intentará cambiar, sin éxito y en sentido figurado, las malas decisiones que tomó varios años atrás; habrá una pareja de recién casados que se involucrará en una serie de confusos episodios románticos (que permitirá la inclusión de Penélope Cruz en uno de los mejores roles de la película); un nerviosísimo y retirado director de ópera -encarnado por el propio Allen- descubrirá un nuevo talento musical que podría relanzar su carrera; y finalmente, un cincuentón romano sin ninguna cualidad que lo diferencie del resto de las personas pasará a convertirse en celebridad de la noche a la mañana (Roberto Benigni al frente del episodio más aburrido y deslucido de la cinta).
Este es un filme menor dentro de la sólida filmografía de Allen. A lo largo de 46 años de carrera Woody Allen construyó una filmografía sólida que cuenta con más de 40 largometrajes, algunos de ellos notables. El último de los grandes filmes de Allen fue Medianoche en París, su anteúltimo título hasta la fecha. El nivel y la vigencia demostrada por Woody en aquella película nos brindaba expectativas ante la llegada de su nueva película. A Roma con amor es un filme menor que tranquilamente se puede ubicar entre lo peor de la carrera del autor neoyorkino. En este nuevo largo cuenta cuatro historias independientes que solo comparten el espacio físico: la de un renombrado arquitecto americano que está rememorando su juventud en Roma (impagable Alec Baldwin) y se relaciona con un estudiante de arquitectura que está a punto de experimentar una crisis romántica. La peor de estas crónicas la de un típico romano de clase media que, de repente, se transforma en la mayor celebridad del país, un Roberto Begnini más infumable que nunca, y donde más claramente se percibe el pobre trabajo de guión. Otro de los relatos es el de una pareja de provincianos que llega a la ciudad por una importante ofrecimiento laboral, y finalmente la anécdota protagonizada por el propio cineasta que interpreta a un fracasado director de ópera jubilado que intenta llevar al dueño de una funeraria al escenario. Si algo tienen en común todas estas historias, además de que transcurren en la ciudad de Rómulo y Remo, es que el desarrollo del libro cinematográfico resulta vergonzoso. Por momentos Allen muestra un trazo sumamente grueso indigno de su trayectoria. Hay películas de Woody a las que la salvan un puñado de buenos chistes, la brevedad o la excelente música que suele amenizar el metraje. Ninguno de estos es el caso de A Roma con amor, filme que los amantes de Allen deberán olvidar rápidamente.
Es difícil no ser redundante a la hora de escribir sobre To Rome with Love cuando la ciudad supone la cuarta parada dentro del tour europeo de Woody Allen. Tiene sabor a poco volver a hablar de la fascinación del prolífico realizador por las capitales del viejo continente porque, aún con diferencias de argumento, se ha hecho lo mismo con sus últimos trabajos. Ya no es una cuestión de comparación entre los films del presente con los que hizo en los años '70 u '80, la repetición conduce a que se considere cada nuevo trabajo del neoyorquino a la luz del anterior, con la consecuencia de que su originalidad natural se vea resentida desde el principio. Esta comedia coral sigue cuatro historias independientes que en ningún momento se conectarán, aunque aborden un tópico similar. Si bien pueden inscribirse bajo la idea general de las nuevas experiencias u oportunidades, todas se pueden leer a partir de temáticas diferentes que por décadas han sido del interés del director, como la infidelidad, la música, el sexo, la psicología o la fama y la felicidad. El problema central reside en lo irregular de las ficciones que se tratan ya que, si bien la creatividad de Woody Allen se mantiene intacta, en general sólo dos de las cuatro anécdotas resultan efectivas. Por el lado norteamericano, tanto las historias de Jesse Eisenberg, un alter ego del realizador, como la protagonizada por el propio director funcionan y cautivan al público, con esa frescura y el timing preciso que caracterizan a su obra. Es por el lado italiano que se encuentran las patas más flojas, con una narrativa en círculos que sólo se rompe al final, en donde recién se puede apreciar un poco el relato, original pero no atractivo, que se contó durante 100 minutos. Al momento de la evaluación, To Rome with Love da cuenta del desgaste del formato turista del director, a la vez que prueba que su ingenio para el guión y su sentido del humor todavía perduran. Así como aquel que canta como los dioses desde la comodidad de la ducha, es evidente hasta para el propio Woody Allen que ya es hora de regresar a su zona de confort, su amada Nueva York.
Luz y arrugas Muchos estrenos esta semana, de los que vi les recomiendo El chico de la bicicleta y El sorprendente hombre araña. Pero este texto es sobre uno de la semana pasada: A Roma con amor, de Woody Allen que, como podía preverse, es todo un éxito en Buenos Aires. Sí, ya se sabe, Woody Allen dedicó gran parte de su cine en los últimos años a explorar otras metrópolis lejos de Nueva York. Por ahora no salió de Europa. Generalizando, se puede decir que Londres –tal vez por no ser lo suficientemente extranjera, por hablar “su mismo idioma”– lo impulsó a un cine feo, malhumorado, con ínfulas de profundidad mal entendida. Conocerás al hombre de tus sueños, El sueño de Cassandra y Match Point fueron gruesas y torpes. Y sus reflexiones sobre la maldad, la ambición y la vulgaridad proponían un trabajo interpretativo mínimo y obvio, con lo cual el director pagaba el tributo al sector de sus seguidores que querían sentirse “recompensados” por entender, por ejemplo, que el paralelo entre la pelotita de tenis y un anillo golpeando una baranda los llevaba, con cartelones, al concepto del azar. En cambio, París, Barcelona y Roma han obrado de distinta manera en el director. Las tres películas son vitales, luminosas, livianas. Sí, seguramente tienen un gran componente de folleto turístico. De ser así, se trata de lindos folletos turísticos, un poco obvios, sí, pero agradables. Las tres son, a su manera, películas cargadas de erotismo: Allen, de buen humor, sabe contagiar la alegría de filmar mujeres hermosas, o incluso –gran mérito de director y guionista– sabe exhibir (y hasta crear) cualidades impensadas en sus actrices convertidas en personajes. Rebecca Hall y Penélope Cruz en Vicky Cristina Barcelona y Rachel McAdams en Medianoche en París brillaban por su hermosura, y brillaban más porque Allen encontraba aún más fotogenia, más personalidad, más encanto en ellas. En A Roma con amor hay tres mujeres cargadas de electricidad cinematográfica: Ellen Page, otra vez Penélope Cruz, y Judy Davis. Lo de Penélope Cruz es obvio. Lo de Judy Davis es destacable: con cerca de 60 años, su tonicidad de jugadora de tenis, sus arrugas de expresión y expresivas y un aderezo gruñón incomparable, Davis es el contrapeso ideal para el personaje de Woody Allen: ante cada mohín y frase a repetición del actor-director-guionista, ella aplica el rigor, como podría hacerlo un espectador ya cansado de la neurosis fílmica alleniana. Este dispositivo de comentar las acciones de un personaje se da como interacción realista en el caso de la historia de Davis y Allen, y con fantasía y arbitrariedad narrativas en la historia de Jesse Eisemberg, Greta Gerwig y Ellen Page: quien comenta, primero como aparente personaje presente, y luego como presencia a modo de conciencia palpable, es Alec Baldwin, uno de los más grandes comediantes del momento (por timing, por sus pausas convincentes, por sabiduría, por cansancio irónico de escuela Bill Murray). Bueno, en esa historia (la película tiene varias líneas narrativas unidas apenas por el ambiente romano y la liviandad de todo el asunto) está Ellen Page, en un personaje que, contra todo pronóstico, es prometido como un imán sexual. Y, contra todo pronóstico, gracias a diálogos que, sí, son habituales en Allen (habituales pero eficientes), cumple con la promesa. En A Roma con amor hay también otras historias, las de italianos sin estadounidenses alrededor, y son más lineales en sus citas y homenajes (y hay que adaptarse durante varios minutos al histrionismo chamuscado de Roberto Beniigni, después pasa). Sí, claro, no es una película brillante, ni de las mejores de Allen. Es apenas, una película feliz, liviana, que en su espesor mínimo tiene unas cuantas marcas de sabiduría de viejo zorro.
Roma con amor debe ser una de las peores películas de Allen de su filmografía. “Con la vejez llega la fatiga”. Una línea del film, o su inconsciente expuesto. En Roma hay muchas historias, nos dice mirando a cámara un vigilante, pero no hay indicios de Historia en las cuatro historias. Como en todo paseo turístico el limbo prevalece. El coeficiente intelectual de Allen, aparentemente, es de 140 o 150, aún expresados en “euros”, es menos interesante que Judy Davis diciéndole que él tiene tres ID. A Roma con amor: el inconsciente al aire libre, una suerte de Idless: fantasías sin vuelo en bolas: el adulterio como picardía y la misantropía light como filosofía social. El gag de “Cantando bajo la ducha” es tan simpático como propio de un principiante, al igual que las citas de Freud y Marx (y varios novelistas). Alec Baldwin, Roberto Benigni y Penélope Cruz son tres presencias que no pueden ser conjuradas ni con un guión de Charles Lederer, ni con una relectura de viejas películas de Allen. El coro griego sin coro encarnado por Baldwin como interlocutor del deseo del alter ego juvenil de Allen interpretado por Jesse Eisenberg, quien condensa en tics el conductismo refinado de Woody, es un recurso perezoso, clonado y fallido del propio Allen. El después de los 15 minutos de fama del personaje Benigni posee casi la misma eficacia crítica sobre la sociedad del espectáculo que los gestos de Stanley Tucci en Los juegos de hambre. Una película irregular como Celebrity recupera aquí cierto valor, y El escorpión de Jade es una obra maestra. Penélope devenida en furcia y su correlato necesario en la novia ingenua venida del campo a la gran ciudad cumple con la cuota necesaria de misoginia, no siempre omnipresente pero amenazante, de muchos filmes de Allen. La virtud de Allen a la hora de filmar interiores se circunscribe a un movimiento de cámara hacia delante y atrás en el instante que Eisenbeg le declara su amor a Ellen Page. Fatiga ostensible, o el sitcom avanza sobre la puesta en escena. Finalmente, es lógico que Medianoche en París abriera Cannes y que A Roma con amor haya quedado afuera de Venecia y Roma. Como panfleto turístico no está lejos de Soledad y Largirucho. La ciudad se filma como en un video de promoción de colectivo interurbano. Ps: una declaración: en general me gustan las películas de Allen, pero no soy un fan acrítico. Este texto de Rosenbaum fue clave en cierto momento de mi formación como crítico. Pinche y lea.
Es muy común escuchar que los que han sido grandes en un momento luego caen, sólo se repiten a sí mismos y hacen arte de medio pelo. Eso he escuchado sobre el gran Woody Allen, que hubo quienes adoraron y quienes odiaron su anterior película, “Medianoche en París”. Pero, ¿Qué esperamos de alguien que le ha dado muchas de las películas más histriónicas e ingeniosas al cine? ¿Qué siga haciendo lo mismo? Allen es un señor de 76 años que, con una extensísima y valiosísima carrera por detrás, hoy elige realizar comedias románticas un poco más livianas. Así que, libre de prejuicios snob me siento en la sala y disfruto de lo que este veterano monstruo del cine tiene para dar. to rome with love poster 420x600 A Roma con amor: La simpleza de un hombre maduro cine Roma se convierte en el escenario para que turistas y romanos se enreden y diviertan en historias amorosas. Nada muy sofisticado. Con la ciudad como un factor determinante y un personaje más que presente, como en su producción anterior, grandes actores juegan a enamorarse mientras este genial guionista mete chistes sardónicos o críticas mordaces. Esta vez eligió para narrar, un recurso que (bien realizado) suele funcionar muy bien y es el de las múltiples historias simultáneas. Y efectivamente, el director se despliega con maestría manteniendo al público expectante por el desarrollo de cada historia. A partir de cada una de ellas, Woody juega con la banalización del arte y la divinización de lo mundano como discurso que subyace a las livianas historias de amor que presenta. Podemos decir que nos encontramos ante un film harto entretenido, con diálogos que esconden gran elocuencia pero que cuando salimos de la sala no nos vamos con ninguna reflexión o interrogante como uno podría esperar del gran Allen. Pero, como decía al principio, asistimos a otra etapa del realizador, en la que la complejidad argumental disminuye y los (anti)héroes neuróticos son cada vez menos profundos, aunque los toque “woodyallenses” nunca falten. Esta vez nos encontramos ante una diversa cartilla de actores que (en su mayoría) se desempeñan con esplendor: vemos a la siempre deslumbrante Penélope Cruz en el papel de una vulgar prostituta, que entra en escena para deslumbrar con su cuerpo pulposo y su italiano trabucado, el cómico y tierno Roberto Benigni en un papel de hombre común que deviene en celebridad le da un toque más que irónico a la película, Jesse Eisenberg aporta poco al film, con su sosa actuación, no así Alec Baldwin que desde una sabiduría de un hombre maduro le da un toque magnífico a su historia, metiéndose en el papel de “la voz de la conciencia”. Ellen Page, interpreta a una típica libertina y snob puesta en ridículo, que nos recuerda al insoportable personaje de la fila del cine en “Annie Hall”. Y el que da la nota, por supuesto, el director y escritor de esta película vuelve a ponerse frente a la cámara para interpretar ese eterno papel de “sí mismo” que ejecuta a la perfección y que nunca caduca. La estética del film es definitivamente muy acertada; no sólo porque el encanto de la ciudad italiana llega a apreciarse en su totalidad, sino también por la bella música que acompaña de maravilla la atmósfera pasional que crea el film. Recomiendo ver la nueva película de Woody Allen con un ojo poco pretensioso, porque así es como se disfruta, dejándose llevar y sin pensar en el momento sobre la poca consistencia de las historias o esperando al viejo Woody. Resulta interesante apreciarla como una etapa diferente de su carrera, sin pretender volver a los maravillosos hitos que ha creado, que sería inútil volver a realizar.
Anexo de crítica: -A pesar de trabajar con una lógica de historias paralelas, cuyo resultado suele ser una mera concatenación de historias cuya ausencia de lazos orgánicos fuertes operan en desmedro respecto del resultado de conjunto, no obstante el film del director de Crímenes y Pecados logra un producto más que decente, y con buenos momentos de comedia que valen la pena celebrarse. El punto más flaco –a mi juicio- es la historia vinculada con la pareja italiana (la que protagoniza Penélope Cruz), que merecía un desarrollo más interesante, quedando muy relegado en comparación con el esfuerzo creativo que Allen pone en las otras tres historias.
Amores (y vidas)... superficiales La última película de Woody Allen, A Roma con amor, es una comedia “coral”, con gran elenco: Ellen Page, Jesse Eisenberg, Penélope Cruz, Alec Baldwin, Greta Gerwig, Roberto Benigni, Judy Davis y el mismo Allen, donde hay cuatro historias que transcurren en la gran ciudad –“la ciudad eterna”– donde trabajaron algunos de los directores que más admira Allen: Federico Fellini y Michelangelo Antonioni. En una historia tenemos a Roberto Benigni interpretando a un “burgués pequeño” que de repente saltará a la fama, siendo acosado por los papparazzi. La otra historia gira en torno a un joven matrimonio que llega del interior a la ciudad para que el esposo consiga trabajo en una empresa importante por medio de unos parientes ligados al Vaticano. Habrá dos enredos: él terminará simulando que una prostituta es su esposa, en un encuentro social; y la verdadera esposa, perdida en la ciudad, se encontrará con una filmación donde está el actor que más admira, un galán, en una suerte de parafraseo a El jeque blanco, de Fellini. Acá encontramos un “clásico” (recurrente) tema de Allen: los matrimonios y las infidelidades. Similar temática tiene la tercera historia, donde una joven pareja asiste a la amiga de la mujer, una actriz neurótica (y seductora) que acaba de terminar su relación y está deprimida, y donde Baldwin representa la “voz de la experiencia” que aconseja al muchacho que no entre en ese juego… Finalmente, está la historia que protagoniza Allen: su hija, de vacaciones, conoce a un muchacho, se enamora y se compromete con él, lo que obliga a que el norteamericano y su mujer (una psicóloga) viajen para conocer a su futura “familia política”. Allí el personaje de Allen descubre que el padre de su yerno canta en la ducha ópera como los dioses. Y, aunque está a punto de jubilarse en la industria musical, pretenderá sacarlo de allí, del baño, para llevarlo a cantar ante “el gran público”. Con todo, tenemos lo que se podría llamar una “película menor”, teniendo en cuenta la filmografía de Allen, de casi 50 películas, donde hay algunas imperdibles como Robó, huyó y lo pescaron, La última noche de Boris Grushenko, Manhattan o Zelig. Acá tenemos una comedia liviana, donde si bien hay algunos logros –por ejemplo cómo logra Allen que el hombre que trabaja en una funeraria salga a escena, a cantar– no logra la agudeza, el ingenio y la profundidad que ha tenido (muchas) otras veces. Incluso la crítica, divida, ha optado (el sector “más benévolo”) por conformarse y decir que el stand up de Allen “alcanza”. Las críticas que lo defienden dicen algunas cosas ciertas: Allen ya es un grande, y (por supuesto) está entre los mejores directores de cine del siglo XX; además de que no se puede producir una “gran película” por año, ya que es muy difícil, y más si hay grandes elencos, ya que requiere mucho trabajo que haya un buen protagonismo y “desarrollo” para cada uno de los personajes. Pero también es cierto que la crítica y el público, generalmente “unánime” en las décadas de 1960, ‘70 y ‘80, comenzó a dividirse en los ‘90, y ya, comenzado el siglo XXI un sector se adaptó acríticamente a esta nueva faceta, de “cine globalizado” podríamos decir –ya que Allen rodó sus últimas películas en París, Barcelona y Londres, apoyado financieramente por los gobiernos, interesados en que estas películas promuevan el turismo: todo un dato de hasta dónde llega la injerencia capitalista en el arte, deseoso de aprovechar lo que sea, para ganar dinero–. Es en estas películas de nuevo siglo cuando Allen pierde profundidad y entonces, el genial comediante admirador de Bergman y Kurosawa deja de explorar, como un aguijón crítico –gracioso, irónico, paródico… pero crítico– a la clase media norteamericana, con sus manías, sus contradicciones personales y sus frustraciones (infinitas). Desde ya que no se puede pretender de Allen que se repita eternamente con los mismos temas. Pero la exploración de subjetividades “específicas” se perdió, y hoy hay chistes y observaciones más “estándar”, más simples, que podrían ocurrir en cualquier país debido a su “inespecificidad”. Y por ello, aunque se puede ver esta película, y muchos/as salgan conformes (sobre todo, las generaciones más jóvenes que no conozcan sus anteriores obras), no hay que dejar de recomendar sus “viejos” éxitos: las ya mencionadas, y otras como Todo lo que usted siempre quiso saber sobre el sexo y jamás se animó a preguntar, Interiores, Comedia sexual de una noche de verano, Crímenes y pecados, Alice y Poderosa afrodita, entre otras. Un gran cine donde el drama y la comedia –o ambas juntas en una misma película– reseñan las debilidades y fortalezas de diversos sectores sociales, con humor, sensibilidad y genial creatividad.
Larga vida al cine Woody Allen ha vuelto a la comedia. Y lo hace con un humor inteligente, explotando el sentido del ridículo, como es su costumbre, apostando por un elenco sin fisuras. Descubrir una Roma eterna, hermosa como ninguna, llena de arte y de historia a cada paso es el pretexto del director para presentar al público las historias que componen este filme. Las calles empedradas y los cafés del Trastevere junto a la plaza España y la fontana di Trevi son los escenarios habitados por los personajes atribulados y delirantes que dan vida a esta obra. Con ellos Woody Allen rinde un homenaje al cine italiano -a la comedia y a sus comediantes- a quienes suma sus habituales fobias, titcs y sentido del humor y del absurdo. De este combo surge una película que genera aplausos en una platea que, por más que intuye cada paso que da el director, no deja de sorprenderse con escenas y actuaciones difíciles de olvidar. Como las que vive el personaje que encarna Roberto Benigni, o las actitudes del mismo Woody Allen, fóbico por la muerte y la jubilación junto a su mujer, una espléndida Judy Davis de visita en Roma para conocer a sus futuros consuegros. Y aquí es increíble ver las dotes histriónicas del consuegro, un cantante de ópera aficionado, que es manipulado por Woody Allen. A la cita no faltan el amor y el desamor, la pasión y la nostalgia que llega con un sobrio Alec Baldwin y la aparición fugaz de Ornella Muti. Es esta una buena oportunidad para disfrutar de un Woody Allen cerca del retiro.
"CUENTOS ROMANOS DE SEXO, AMOR Y FAMA" Regresó Woody Allen, esta vez, inspirado en El Decamerón , aquel libro constituido por cien cuentos, terminado por Giovanni Boccaccio en 1351, alrededor de tres temas: el amor, la inteligencia humana y la fortuna. Estamos frente a una agradable comedia, con algunos eventos disparatados y simpáticos. Resulta excelente la elección del reparto de actores, especialmente de los italianos que le dan aún más identidad al guión, que tiene como telón de fondo a la bella ciudad que le da título al filme. Y también Woody se pone frente a cámaras, cosa que no hacía desde 2006, cuando protagonizó la olvidable “Scoop”. “A Roma con amor” gira en torno a 4 pequeñas historias, 4 cuentitos que paso a detallar brevemente: Historia 1: un arquitecto (Alec Baldwin) pasea por la Roma en la que supo estar en sus años de juventud y se topa con un joven (Jesse Eisenberg) que estudia arquitectura y que pierde la cabeza por la amiga de su novia (Ellen Page), que viene de visita a la ciudad. Aunque, acaso, ¿se topó este hombre con su propia historia del pasado? Historia 2: un matrimonio adulto (el propio Woody y Judy Davis) viaja a Roma para conocer a sus futuros consuegros, dado que su hija, durante su estadía como turista, conoció a un abogado romano que la enamoró. El padre del joven italiano es funerario (Fabio Armiliato) que, aficionado al canto lírico, entona como los dioses, pero sólo puede hacerlo mientras se ducha; y el padre de la joven es un régisseur de ópera jubilado con puestas estrambóticas… ¿Qué sucederá cuando ambos consuegros se crucen? Historia 3: un matrimonio provinciano de recién casados (Alessandra Mastronardi y Alessandro Tiberi) se hospeda en un lujoso hotel, puesto que él va a conocer a los que serán sus futuros jefes en una poderosa empresa. Su flamante esposa sale en busca de una peluquería y se pierde en la gran ciudad, conociendo por casualidad a su admirada estrella de cine. Él queda solo en el hotel y una prostituta que lo confunde (Penélope Cruz) tendrá que hacerse pasar por su mujer cuando recibe la intempestiva visita de los que van a darle una gran oportunidad laboral. Historia 4: un hombre de clase media (Roberto Benigni), oficinista, padre de 2 hijos, se ve acosado por la prensa de la noche a la mañana, convirtiéndolo en una celebridad sin motivo alguno. Es invitado a programas de televisión, premieres y desfiles, y las mujeres de la farándula mueren por él. Sin importarle el motivo, aprende a aprovechar de su injustificado éxito, pero cuando se acostumbra, sólo le resta decir: “La vida es muy difícil, seas famoso o no. Pero al final es mejor ser famoso”. Estas historias breves avanzan cada una por su lado. En montaje paralelo vemos que cada historia acontece en su propio tiempo, transcurriendo algunos días, en unas; y muchos, en otra; menos en la que protagoniza Penélope Cruz, que transcurre en sólo un día. Las historias, además de contar con la bella y encantadora fotografía de Darius Khondji, transcurren y se unen con una simpática y pegadiza canción que resulta una reversión de Amada mia, Amore mío de El Pasador, dándole el “color” necesario a estos cuentos romanos. Woody Allen propone diversas historias pequeñas, algunas divertidas, otra más nostálgica, alguna con un corte sexual, pero todas recorriendo sus viejas y eternas obsesiones sobre el amor, el sexo, el adulterio, la fama y el psicoanálisis. Muchos detractores podrán opinar que Allen, así como su personaje en este filme, debería jubilarse y proceder al retiro. Pero otros tantos seguimos esperando, año a año, su pequeño o gran aporte a la cultura cinéfila, que divierte, que a veces hace pensar, que siempre entretiene y que nos hace saber que él está vivo, y nosotros también.
Woody al Tuco Cada filme de Woody Allen tiene esa marca segura que no deja de mostrarnos su impronta, con sus chistes inteligentes, sus sabias reflexiones y la bijouterie de actores que corren a su llamado seguro sin ni preguntar cuantos les van a pagar. En esta oportunidad el realizador la toma con la esplèndida y eterna Roma, para mostrar sus postales paisajìsticas tanto como el tìpico modo de alguno de sus habitantes o turistas. Son tres historias paralelas que no se corresponden entre sì, ni tienen nada que ver: el conflicto de unos chicos provincianos recièn llegados -quizàs el màs trivial- que experimentan cada por su lado un "affaire", otro el de la visita de una matrimonio americano para conocer a los familiares del novio italiano de su hija y el restante que muestra a una pareja de jóvenes intelectuales norteamericanos que se ven consternados por la presencia de una visita inesperada -una chica actriz en algùn punto insoportable-, en esta ùltimo hay una presencia que es tan superflua como tirada de los pelos: el papel de Alec Baldwin, suerte de alter ego invisible que da consejos como el Viejo Vizcacha. Allen tira varios momentos de humor bueno y disparatado, los cuales protagoniza èl mismo con su relaciòn del consuegro tenor pero de ingenioso, el gag termina repitièndose interminablemente. Si en "Medianoche en Parìs", su muy buena propuesta del año pasado habìa cierta magia y encanto, y ofrecìa un Woody notable, aquì parece sin demasiado ingenio y màs dispuesto a homenajear a la Italia de celuloide: el sketch de los chicos parece un calco de "El Sheik" de Fellini, y la prostituta de Penèlope Cruz, nos retrotrae a la Sophia Loren de los filmes de De Sica. La banda musical està completa de lugares comunes (Modugno cantando "Volare", o un acordeòn ejecutando "Arrivederci Roma", etc), este filme parece una de esas comidas de supermercado, imaginemos que compramos una bandejita de Fideos al tuco envueltos en un papel trasparente, y en casa lo recalentamos en el Microondas, todo bien, sabroso quizàs pero es no lo mismo...falta algo...falta.
4 Historias 1 Ciudad Luego de la gran “Medianoche en París”, Woody retorna con otro largometraje donde el foco principal lo tiene la ciudad. En esta ocasión, Roma, con hermosos paisajes y 4 historias que la tienen como escenario. La película nos muestra Roma y nos cuenta cuatro historias en paralelo que se desarrollan en ciudad (quien termina siendo una protagonista clave del film). La primera nos cuenta la historia Hayley una chica que visita Roma y conoce a Michelangelo; su relación avanza y llega el momento de conocer a los padres. Woody Allen encarna al jubilado y neurótico padre de Hayley que encontrará en el padre de Michelangelo no sólo un talento oculto sino un escape a su situación actual como retirado. La segunda historia nos presenta Leopoldo un trabajador de clase media que tiene una vida monótona y rutinaria hasta que los medios lo hacen famoso. La tercer historia tiene por protagonista a Alec Baldwin que conoce a un joven arquitecto en un barrio en el que él de joven solía vivir. A partir de allí, Baldwin se convertirá en un consejero del muchacho. La cuarta y última historia tiene por protagonista a una pareja recien casada que viene a pasar su luna de miel a Roma. Diferentes situaciones los van a separar y los llevarán a vivir desopilantes situaciones. To Rome with Love Las actuaciones de Woody Allen y Roberto Benigni se llevan casi todos los aplausos del público. Respaldado por las historias que protagonizan le sacan provecho al personaje y explotan al máximo cada escena que están presentes. De resto del cast podemos destacar la actuación de Alec Baldwin, actor que siempre me gustó como labura, que si bien no se destaca tiene una performance estable y seria. En mi caso, la película no me resulto muy buena, sólo buena. Y digo sólo buena porque justamente el argumento de algunas de las historias me resultó algo aburrido y desconcertante. Pero, digamos que como mencionamos, el otro protagonista clave es la ciudad. La fotografía de la película es impecable. Se ven hermosos lugares de Roma y locaciones clásicas que hacen a la ciudad. Otro gran acierto, es la música (me encantó y es la razón por la cual la película es buena). La banda de sonido es impecable. Está muy bien ambientada y tiene melodías que el día de hoy sigo tarareando en mi cabeza. En Resumen, buena peli, no una de las mejores de Woody Allen, pero merece ser vista sobre todo si les gustan las comedias romáticas.
Publicada en la edición digital de la revista.
Publicada en la edición digital de la revista.
A Roma con amor es un film pasatista con algunas fallitas que no impiden para nada de pasar un grato momento disfrutando de una comedia divertida con la actuación de un excelente elenco. Las cuatro historias, completamente independientes entre sí, tienen un buen arranque, pero a medida que avanzan el interés va decayendo ya que...
Publicada en la edición digital #2 de la revista.
En esta filmografía itinerante que lleva a cabo Woody Allen, ahora le toca el turno a Roma (antes fueron Londres, Barcelona y París). Hace mucho que abandonó su amada Manhattan, pero la neurosis sigue en pie, tanto como la necesidad de amar y ser amado. A eso habrá que agregarle el choque de culturas. Aquí asoman cuatro historias para recordar. Un matrimonio de maduros estadounidenses, que viaja a Italia a conocer al prometido de su hija. Un italiano de tantos, hombre común, verá cómo le cambia la vida de la noche a la mañana. Un arquitecto americano, en viaje con amigos por la península, conoce a alguien que le recuerda un amor de juventud. Una recién casada, viaja a Roma a conocer a los familiares de su marido. Nadie saldrá como entró de la Ciudad Eterna. Sin alcanzar los momentos brillantes de “Medianoche en París”, el cine de Allen, a pesar de algunas reiteraciones, nunca defrauda.
Con el sello de Allen, sin ser lo mejor de su cosecha Esta séptima película "europea" de Woody Allen no está a la altura de, por ejemplo, Medianoche en París , pero lleva su inconfundible sello. En este caso rinde homenaje a Roma y también a los directores italianos admirados por él: Fellini, De Sica, Risi y Monicelli. El relato abre y cierra con Nel blu dipinto di blu , el famoso tema musical de Domenico Modugno. En el medio, narra cuatro historias en clave de comedia, en las que se pueden descubrir algunos matices de la cuentística de Bocaccio. Esas historias le permiten mostrar sitios emblemáticos de Roma como el Coliseo, Piazza Navona, Piazza di Spagna, la Fontana di Trevi, las termas de Caracalla, Via Veneto, Piazza Venecia, Trastevere, Piazza Mattei, Via del Corso y los jardines de Villa Borghese. En una de las historias, el arquitecto norteamericano John Foy se encuentra con un joven estudiante de su profesión, quien lo invita a recorrer el barrio de Trastevere, donde aquél vivió un año y se convierte en su ubicuo ángel guardián para evitar que repita los errores que él cometió. En otra historia, que también trata sobre la infidelidad y la hipocresía, una pareja de recién casados llega a Roma procedente de Pordenone para su luna de miel y el azar los separa. A él le llega la inesperada visita de una ramera interpretada por Penélope Cruz. Su esposa se pierde en las calles de Roma cuando sale del hotel a buscar una peluquería, llega a una plaza donde se está rodando una película y es seducida por un veterano actor de cine que ella admira. Pero las dos historias más hilarantes, mejor logradas, pero también las más sarcásticas son las interpretadas por Benigni y el propio Woody Allen, aquí en el papel de un director de orquesta retirado, llamado Jerry, quien equipara la jubilación con la muerte. Jerry, inevitablemente hipocondríaco, llega a Roma acompañado por su esposa Phyllis (Davis), quien es psiquiatra. Con ironía y muy suelto de cuerpo, le dice: "Vos que tenés contacto directo con Freud, decile que me devuelva mi dinero". En Roma, Jerry descubre en el dueño de una funeraria, encarnado por el gran tenor Fabio Armiliato, a un notable cantante de ópera, que lo hace bien sólo cuando se ducha. Jerry pretende realizar con él una dislocada puesta en escena de I pagliacci y convertirlo en luminaria lírica de los más grandes escenarios de Italia y de Roma, pero casi muere en el intento. Benigni interpreta a un humilde empleado a quien súbitamente la televisión transforma en una celebridad, sin que él entienda nunca las razones de su convocatoria y su consagración. A través de esta historia, Allen elabora una crítica feroz contra los paparazzi, los movileros y la televisión "carroñera", que contribuyen a alimentar lo que Vargas Llosa denomina "la civilización del espectáculo" y en el mundo del periodismo se conoce como infoentretenimiento. A Roma con amor es una de las películas más críticas de las realizadas por Allen en Europa. Registra una exquisita fotografía, mientras que la música, como es habitual en su cine, contribuye a crear climas o contrapuntear lo que muestran las imágenes.