Abierto por luto Ya desde el primer momento la difusa frontera entre ficción y realidad queda zanjada en este nuevo opus de Baltazar Tokman, Casa Coraggio, recientemente presentado en la Competencia Argentina del último Bafici, cuyo punto de partida es el retrato de una familia real dedicada por más de un siglo y cuatro generaciones al rubro de la funeraria. La premisa que los protagonistas sean tomados por la cámara en la impostura actoral genera al espectador la saludable sensación de ambigüedad, que lejos de ponerle coto a la naturalidad o espontaneidad de los personajes, los lubrica de algo más genuino en el sentido amplio del término, gracias a la distancia entre el director y sus retratados. En Casa Coraggio reluce la intimidad de una actividad poco visitada por el cine argentino, la convivencia diaria con muertes ajenas, con rituales ajenos para despedir a los muertos, y funciona en este caso como reflejo por donde traslucen las muertes más próximas o esas preguntas que cada uno se hace en momentos donde avizora la chance del final como le ocurre al padre de Sofía, quien maneja la funeraria pero debe someterse a una delicada operación del corazón. Precisamente es Sofía Urosevich, la protagonista del film,a quien la cámara de Tokman acompaña en su viaje de La Plata a Los Toldos para reencontrarse con ese negocio familiar y con aquellas preguntas que no tienen respuestas únicas como tampoco la certeza de saber si el legado continuará en ella tal como la tradición impone, con una abuela que parece portar mucha historia, secretos y convicciones no siempre ligadas al pensamiento de Sofía. Pero en un relato atravesado desde varias aristas por la muerte también se resignifica la vida, ya sea en las relaciones familiares que buscan consolidar lazos -a pesar de las distancias o separaciones- como en la celebración de un cumpleaños de quince, otro ritual que contrasta con aquel de los féretros y la luz tenue. Tal vez la omnipresencia de una banda de sonido con aires de música relacionada con los pueblos originarios como apunte de una subtrama vinculada al pasado de la abuela genera algo de ruido y no encuentra contrapeso con el tono y el registro de Casa Coraggio en su puesta caótica, otro rasgo dominante que le otorga al film del director de Planetario un elemento interesante que se contagia en el derrotero con una cámara testigo, no invasiva.
Funebrera familia funesta flanquea Festival: el BAFICI nos da la extrema unción con este ¿documental? ¿ficción? del cineasta veterano. El coming of age nos lleva de la ultratumba de Los Toldos para enterrarnos en una dinámica de familia ensamblada que excede al costumbrismo pueblerino. Nos gusta y te contamos acá por qué. La Cochería Casa Coraggio duerme su sieta de ultratumba provinciana en Alem 479, en la indiada bonaerense de Los Toldos desde que el pueblo es pueblo. Pero cuando la realidad supera a la ficción y la aliteración se come crudo al cineasta, nace la película Casa Coraggio, del director Baltazar Tokman para demostrar que la línea entre realidad y guion, entre vida y muerte, entre actuación y vivencia es, de a ratos, bastante difusa. El devenir en adultez de Sofía, madre adolescente y natal del pueblito en el que el dócil pasaje a la after-life es manejado por la misma familia desde que el tiempo es tiempo, incia con su retorno a Los Toldos para lidiar con la cochería familiar ante la afección cardíaca de su padre. Y su crecimiento, como la vida misma, se mimetiza con otro tipo de pasajes. La dialéctica vida-muerte todo lo empapa: el coming of age de Sofía florece entre el negocio familiar de servicios fúnebres y el universo íntimo de la muerte. La vida se abre camino y la constelación de tensiones filiales se opone a la pulsión de muerte: insoportablemente vivos, el erotismo y el drama familiar son el opuesto binario del negocio que se remonta prácticamente hasta el tiempo de la tatara-abuela de Sofía (una mapuche de pura cepa). La historia es bastante simple: la arqueología familiar sirve como excusa para ejecutar el arco dramático de la protagonista, y la progresión es correcta y sin pretensiones... Hasta que nos enteramos que se trata de una historia inspirada en la realidad: la familia Coraggio existe, y su empresa ancestral también. Sofía y Alejandro Usorevich existen y nos estrujan el corazón con su actuación/realidad tan genuina que nos desconcierta: desenterrar esa historia (viva) es puro mérito de Tokman y equipo. Verosímil, pueblerina, honesta: Casa Coraggio es un intento noble desentrañar las vicisitudes de vivir entre muertos (y con las consabidas complicaciones de hacerlo entre los vivos). No obstante, cabe mencionar que de la siesta que paraliza a Los Toldos también amodorra la segunda parte del film, hecho que se diluye entre las convicentes actuaciones, el caos que emula a la vida del guion, la cacofonía musical y el paisaje.
Funebrero de profesión Al cine argentino independiente le encanta los relatos existenciales que se mueven en espiral, con un personaje que deambula perdido entre los detalles de un contexto que no logra comprender ni mucho menos estabilizar del todo (suponiendo que ese sea el inefable “sentido de la vida”, el alcanzar una especie de autoconocimiento que viabilice la paz), en una jugada que por supuesto trata de obviar la dinámica de la narración clásica en pos del apuntalamiento de lo que podríamos definir como una andanada de retazos más o menos coherentes de un entorno general mucho más vasto e inaprehensible. La fórmula, a su vez influenciada por el cine europeo de las décadas del 60 y 70 y la Nouvelle Vague en particular, suele habilitar un armazón que va desde lo ficcional estático hasta el docudrama tradicional, ese que se sirve de los recursos del registro directo para señalar su autenticidad. La película que nos ocupa, Casa Coraggio (2017), es un ejemplo paradigmático de este último grupo, el que se siente cómodo coqueando al mismo tiempo con la fábula y la realidad, confundiéndolas para generar el típico extrañamiento de algunos productos del cine arty destinados a difuminar fronteras y estilos: como si se tratase de una versión argenta de Six Feet Under, aquella recordada serie de HBO sobre las minucias del “negocio de la muerte” a través del devenir de una familia que administraba una funeraria, el film en cuestión también se centra en un clan del rubro mortuorio pero con la diferencia de que aquí se hace foco en un único miembro, Sofía, una treintañera que es interpretada por Sofía Urosevich, quien efectivamente forma parte de una familia vinculada a los féretros en la ciudad de Los Toldos, en el norte de la Provincia de Buenos Aires, desde hace ya 120 años. Como era de esperar considerando las decisiones formales del director y guionista Baltazar Tokman, todo un especialista en documentales, la propuesta esquiva la opción de entregar una trama en el sentido habitual y opta en cambio por un conjunto de viñetas alrededor de la parentela y las amistades de Sofía, una chica que se debate entre trazar su propio camino o continuar con la actividad familiar, en especial teniendo en cuenta que su padre, el mandamás de la funeraria/ casa de sepelios, está atravesando problemas de salud y debe someterse a una cirugía coronaria. El realizador le saca partido a un elenco compuesto casi exclusivamente por individuos varios que hacen de sí mismos a lo largo de extensas conversaciones en torno al pasado hogareño en común, los recuerdos que persisten, las disyuntivas actuales y las sorpresas que cada tanto -o a veces muy seguido- plantea la vida. Quizás se podría decir que Tokman abusa del naturalismo en algunas escenas y nos expone a una colección de charlas bastante superfluas (aunque muchas de ellas derivan en instantes cargados de una interesante autenticidad) y en otras secuencias no termina de aprovechar del todo los chispazos de poesía etérea que ofrecen los recodos por los que transita la protagonista (la música de Alejo Vintrob suma mucho a la película ya que colabora en el “rescate emotivo” de los baches), no obstante la experiencia arroja un saldo positivo porque evita la impostación de buena parte del indie vernáculo y en su levedad mundana encuentra más verdad que la que hallan otras obras semejantes que pasan sin pena ni gloria por la cartelera de nuestro país. El derrotero de Sofía funciona como un pantallazo tan atractivo como caótico por una profesión que recorre a diario los límites entre la vida y la muerte…
La nueva película de Tokman (“I am mad”, “Planetario”) es una conjunción inextricable entre ficción y documental. Salvo por unas leyendas al comienzo, que nos indican que Sofía Urosevich Coraggio y su padre actúan de ellos mismos, no sabemos si el resto del elenco es real o no. Presentada y estrenada a nivel mundial, en el 19º Bafici -edición de este año-, en la sección de la Competencia Oficial Argentina, “Casa Coraggio” es la historia de una familia de Los Toldos, un pueblo de la provincia de Buenos Aires, que lleva adelante una funeraria hace más de tres generaciones. Sofía, con la intención de asistir al cumpleaños de quince de su media hermana, viaja al pueblo por unos días pero, al conocer el estado de salud de su padre y su próxima operación, se plantea si debe quedarse para manejar la empresa familiar o seguir con su vida. La dualidad entre la realidad y la ficción da a la puesta en escena una virtud camaleónica. Ese “vaivén escenográfico” se concentra, en mayor medida, en la casa de los Coraggio, al auspiciar de hogar y funeraria. Allí se destilan y entremezclan todo tipo de acciones: desde los quehaceres diarios y las actividades cotidianas, las reuniones familiares, los preparativos para la fiesta de quince y las tareas habituales de la empresa -la venta de ataúdes, el acondicionamiento de los cuerpos para ser velados, etc. Es curioso cómo, de esa mixtura de situaciones, se emparentan, de forma simbólica, el carácter contemplativo de los velatorios y sus preparativos previos con la abstracción nocturna de Sofía, tanto antes como después de irse a dormir. La convergencia, si se quiere mística, de estas escenas remiten a la irrupción del legado familiar en su vida. En este sentido, la futura operación del padre, los vínculos familiares y una relación amorosa son circunstancias que actúan como agentes del destino, cuya condescendencia, presuntamente irrevocable, inducen a Sofía a permeabilizar sus esotéricos pensamientos por medio de sus acciones, para luego corporeizarlos con sus palabras. Es notorio como el avance gradual de estos estadios expone la levedad narrativa con la que se desarrollan el conflicto y el desenlace del relato. La cámara toma imágenes que evidencian la dicotomía formal entre la ficción y el documental, pero, por su potencial técnico, fusiona y asimila ambos géneros en cada fotograma de la película. Este choque, adrede intensificado por no saber hasta qué punto lo que vemos y oímos es verídico, construye una fuerte connivencia entre realidad y artificio. En cuanto a los recuerdos que evocan vía oral la abuela de Sofía y ella, de ser ciento por ciento verdaderos, son dignos de estudio para la microhistoria y dan al largometraje un valor histórico más allá de sus méritos cinematográficos. Tokman logra, con esta historia perdida en los confines de la provincia de Buenos Aires, un relato sólido y pintoresco. Puntaje: 4/5
"¿Es ficción? ¿Es documental? No lo sé, yo creo que simplemente es", dijo Baltazar Tokman, director de Casa Coraggio, en una entrevista durante el último BAFICI (la película participó de la competencia local). Esa misma ambiguedad podrá asaltar al espectador, ya que todo el tiempo sobrevuela la duda sobre cuánto hay de cierto y cuánto de inventado hay en esta suerte de híbrido centrado en el quehacer de una cochería fúnebre (la Casa Coraggio del título).
Casa Coraggio, de Baltazar Tokman Por Marcela Barbaro La reconstrucción de una historia real a través de sus propios protagonistas fluye entre los límites imprecisos del documental y la ficción. Esa es la propuesta del director argentino Baltazar Tokman (Tiempo muerto, Planetario, I Am Mad) que da forma a su nueva película, Casa Coraggio, presentada en la última 17 ª Edición del BAFICI. Su título corresponde a la funeraria perteneciente a la familia Coraggio ubicada en la localidad de Los Toldos, Provincia de Buenos Aires, que la lleva más de 120 años de trayectoria. La historia no se dirige solamente al negocio familiar, sino a la vida de Sofia, quien será la encargada de dirigir el relato. Ella viaja desde La Plata hacia su pueblo natal para ayudar a su padre, algo delicado de salud, en la funeraria, aunque no siente estar preparada para ese legado que va pasando de generación en generación. En el pueblo se reencuentra con sus afectos: una madre algo resentida y demandante; una hermana en pleno proceso del festejo de 15 años; la abuela compinche, quien dirigió junto a su abuelo tantos años el negocio, la ayuda a reconstruir la historia e hilvanar recuerdos. A partir de allí, la cámara en mano se mete de lleno en la intimidad de los ambientes con la distancia justa y la mirada certera sobre lo cotidiano. Sigue el día a día de Sofía dando luz a los vínculos familiares (asados, partidos de fútbol, festejos) y, paralelamente, pero en menor medida, toma la actividad que se desarrolla en la funeraria: la preparación del cuerpo, la elección del tipo de ataúd y la ceremonia del entierro en el cementerio local. El foco del relato pone su acento en la dicotomía vida – muerte, un contraste asumido con gran naturalidad, por parte de los Coraggio, pero más resistido por Sofía. Su ambivalencia frente al futuro rol de reemplazar a su padre en el negocio y mudarse allí, la lleva por momentos a espiar las situaciones, a no querer involucrarse, mirar de soslayo la preparación de un cuerpo, por ejemplo. En otros, la vemos participativa y al mando de las distintas situaciones. Tokman propone ésta mezcla de géneros inclasificable donde el relato se desorienta por momentos o se disipa en prolongadas escenas de la intimidad familiar: paseos por los lugares de infancia, los preparativos de la fiesta, la enfermedad de su padre, etc. Esa búsqueda narrativa algo desbalanceada entre vida y muerte, logra interesantes pasajes del quehacer pueblerino donde las tradiciones se enfrentan al presente, como también acierta en el tono cálido e íntimo del entorno familiar. En Casa Coraggio el cómo se narra la dificultad del cambio, la naturalización de la muerte, el paso del tiempo y los lazos afectivos, lleva al espectador a una relación diferente frente a lo que mira, a ese rol variable de ser partícipe u observador. CASA CORAGGIO Casa Coraggio (Argentina, 2017). Dirección: Baltazar Tokman. Guion: Baltazar Tokman y Valeria Groisman. Dirección de Fotografía: Connie Martin. Montaje: Eliane D. Katz. Dirección de sonido: Mariana Delgado. Música original: Alejo Vintrob. Dirección de arte: Paula Repetto. Duración: 86 minutos.
Trascendente tradición Casa Coraggio es el nombre de una casa de velatorios propiedad de una familia de Los Toldos, provincia de Buenos Aires. Desde hace 120 años, la familia tiene un contacto con la muerte diferente al resto de las personas. Baltazar Tokman cuenta la historia de esa familia desde el interior de la misma, describiendo vínculos y generaciones entre ambos más allá del negocio que los identifica. Para hacerlo recurre a Sofía Urosevich, la hija adulta que vive en Buenos Aires y regresa a su ciudad natal para retomar contacto con la empresa funeraria, su madre, padre y hermanos. En esta dinámica aparecen los rituales y tradiciones asumidos con una responsabilidad trascendente. Baltazar Tokman se –y nos- sumerge en el seno de la familia. Desde cerca y con una cotidianeidad asombrosa vemos su rutina diaria, sus comportamientos típicos y su particular negocio con la muerte. El film trasmite momentos muy sensibles al espectador, generando empatía y familiaridad con las costumbres: el mate, la charla de mujeres, la cena de fin de año, los cumpleaños, etc. ¿qué distingue a esta familia de otras entonces? Su ocupación, la casa Coraggio del título, desde donde vemos el desarrollo de dicha actividad en pleno movimiento. Tokman reserva un momento, entrado el relato, para hablar de misterios asociados a espíritus y cuestiones místicas, inevitables en cuanto al tema retratado. Pero rápidamente deja de lado las confabulaciones tabú para acercarse al verdadero motor del negocio familiar: la función social. La cámara que acompaña los seres humanos sin vida desde el hospital hasta el nicho, indica la cualidad del trabajo que Tolkman destaca con su cámara, que no es otro que la responsabilidad social de la familia en respetar y seguir la tradición. No sólo se acompaña a los familiares del difunto sino al difunto en sí, dándole el trato correspondiente. A pesar del tema, Tokman logra alejarse de la asociación mortuoria, mostrando la vitalidad tanto en el interior de la familia como en la labor que realizan. El asunto es aquí la tradición, la que conserva –y preserva- a las personas, enaltece los vínculos y acompaña el ciclo de la vida. De esta forma el director de I Am Mad (2013) culmina con un sentido homenaje a la familia retratada.
Baltazar Tokman, autor también del guión con Valeria Groisman, se propone fusionar la ficción y el documental hasta que los límites se transforman en invisibles. Actores profesionales y no profesionales, testimonios, intimidades realmente logradas, la reinterpretación de la realidad hecha por los verdaderos protagonistas. Un documental cuidadosamente diseñado como una ficción. El tema una familia de funebreros, la del título, que remonta sus orígenes hasta con una lejana tatarabuela mapuche. Ese mundo formal, ese legado pesado e inevitable, pero también un padre en peligro, progenitores separados, rencillas familiares, un cumple de quince, conversaciones laterales que solo en contadas ocasiones llegan a lo que necesita se hablado. Y una protagonista a punto de tomar la decisión más importante de su vida. Una propuesta con objetivos claros y bien lograda, de un realizador inquieto y talentoso.
De los documentalistas argentinos en actividad, Baltazar Tokman surge como uno de los más preocupados en indagar dentro del ámbito de la familia, sin jamás renunciar a la honestidad. Planetario (2011) y I am Mad (2013) son dos buenas muestras. En Casa Coraggio (2017) toma un rumbo distinto, ya que agrega elementos de ficción. La cámara sigue a Sofía en su regreso a la ciudad de Los Toldos, provincia de Buenos Aires. Allí se reencontrará con su padre, a quien ayudará en las labores de Casa Coraggio, compañía funeraria de la que la familia es dueña. A su vez, se reencontrará con familiares, amigos y hasta habrá oportunidad para el amor. Los Coraggio son padre e hija en la vida real, lo mismo que la empresa, de modo que Tokman se adentra en el funcionamiento de la funeraria (incluyendo preparativos de los cuerpos en los féretros), pero más se centra en la vida de sus responsables y en quienes los rodean. El punto de vista se concentra mayormente en Sofía, quien se debate entre seguir el ya extenso mandato familiar y hacer su propio camino. De esta manera, se genera un contraste entre el ámbito donde predomina la muerte y otro rebosante de cariño, sueños, alegría, movimiento, amor. Aunque las participaciones de los actores que componen al resto de los personajes podría haber estado mejor ensamblada con el resto, Casa Coraggio no deja de ser la búsqueda interesante de un director siempre atento a lo más íntimo de la condición humana.
La última película de Baltazar Tokman participa de esa zona del cine actual que borra las fronteras entre realidad y ficción: Casa Coraggio cuenta la historia de una familia ligada a una funeraria centenaria en la que las personas se interpretan a sí mismas (también hay actores profesionales). Sin embargo, no se ve ningún resto de desprolijidad como presunto resultado de una improvisación impuesta por lo real: el director sigue a sus personajes y los hace moverse a lo largo de planos complejos y sofisticados. El presente de la casa Coraggio es solo el punto de partida con el que la película cree poder encontrar la belleza en los espacios y rituales naturales de Los Toldos. La notable Sofía Urosevich oficia de guía en ese recorrido por la cotidianeidad del pueblo. La muerte como profesión, y como posible destino de uno de los personajes, sobrevuela la historia y sugiere una tenue nostalgia por las cosas que están por terminarse. Este texto es una versión de otro publicado en la revista Haciendo Cine
En la ciudad de Los Toldos los Coraggio manejan desde hace varias décadas una empresa funeraria. Y ese es el eje (la historia de la familia y del negocio) de la nueva película del director de Tiempo muerto, I Am Mad y Planetario estrenada en la Competencia Argentina del último BAFICI. En un controvertido cartel inicial, el realizador explica que le pidió a los protagonistas que “actuaran” su cotidianeidad, despegando así al film de cualquier atisbo documental para sumergirse por completo en el universo de la ficción. Sin embargo, los mejores momentos de Casa Coraggio son precisamente los menos prefabricados, los menos articulados, los menos estilizados en lo visual; es decir, aquellos en que casi sin proponérselo impera la espontaneidad y aflora la intimidad de estos personajes. Si bien la película reconstruye la historia de cuatro generaciones (o más) de los Coraggio (la tatarabuela de la protagonista era una mapuche del lugar), quien carga el peso de la narración es Sofía, a quien vemos regresar a Los Toldos e instalarse para las fiestas y buena parte del verano. Ella ha sido madre adolescente y la dinámica con su hija (que está a punto de celebrar su cumpleaños de 15), con su padre (que sufre de insuficiencia coronaria y debe ser operado), con su mamá (que se ha separado de la familia) y con su abuela conforman el corazón del relato. El film sufre por momentos de un exceso de producción (como el abuso de tomas aéreas) y una musicalización un poco exagerada, pero en defensa de Tokman y en virtud de los (no) actores cabe indicar que la narración fluye con interés, no se resiente ni resulta forzada. Casa Coraggio pendula entre simpáticas y queribles viñetas de la vida pueblerina por un lado y ciertas confesiones e imágenes de la funeraria (con su transitar de cadáveres) que resultan impactantes. El resultado, algo contradictorio e irregular, no deja de ser valioso y por momentos incluso fascinante.
El peso de la empresa familiar Una placa al comienzo de Casa Coraggio explica que su director, Baltazar Tokman, quiso contar la historia de Sofía y su padre haciendo que ellos mismos actúen en una ficción inspirada en sus propias vidas. La mínima trama se centra en un problema de salud que aqueja al padre y en la decisión que debe tomar la joven sobre volver al pueblo para hacerse cargo del futuro de la funeraria que da título a la película. El aspecto documental es su gran acierto. La gran estilización de la puesta en escena es valiosa, pero lo que cautiva es el preciso retrato de la vida en un pueblo, de la cotidianidad del trabajo en la funeraria y del impacto que el legado familiar tiene sobre las elecciones de vida de los más jóvenes
Dos metros bajo tierra La naturalidad con la que están borrados los límites entre ficción y documental. El mundo funerario es carne de ficción: ahí está Six Feet Under, una de las mejores series modernas. Inspirado en las desventuras de los Fisher, Baltazar Tokman (Planetario, I am Mad) buscó una familia de funebreros para retratar esa convivencia cotidiana con la muerte. Encontró a los dueños de Casa Coraggio, que llevan 120 años dedicándose al negocio en Los Toldos, y les propuso que ellos actuaran su propia historia, borroneando aun más los ya de por sí difusos límites entre documental y ficción. En esta mezcla entre actores y gente actuando de sí misma, nadie aclara quién pertenece a qué grupo. Lo que sabemos es que Sofía Urosevich, la protagonista, es efectivamente la heredera de la empresa familiar: la película la sigue en una visita a Los Toldos desde Capital, donde vive. En el pueblo, ella pasa gran parte del tiempo con su padre, cabeza de Casa Coraggio, y la nueva familia que armó. Al estilo de Six Feet Under, se mueven en la ambulancia que traslada los cuerpos y viven en la misma casa donde está la sala velatoria: un asado en el fondo puede derivar en una charla sobre espíritus que quizá deambulen ahí nomás. Hay una abuela que es la memoria viviente de la funeraria (incluso cuenta quiénes de la familia “estrenaron” determinados servicios), una madre que se desligó de esa actividad comercial, pero se queja de la falta de estilo de los nuevos autos fúnebres, una medio hermana abocada a preparar su fiesta de 15. La naturalidad de todos es notable: es imposible distinguir qué es ficción y qué no. Lo que le falta a Casa Coraggio es un conflicto fuerte: el que aparece con el transcurrir de la película carece del suficiente peso dramático. Y si bien está presente, el elemento mortuorio no alcanza para darles a las andanzas de los Coraggio un interés especial. Entonces, lo que terminamos viendo son unos días en la vida de una familia argentina más.
No adelantamos nada si hablamos del último plano de Casa Coraggio antes de los créditos finales: Sofía y su papá, sentados frente a cámara en medio de la fiesta de 15 de la hermana y la hija respectivamente Se miran, sonríen, no hablan aunque parecen querer hacerlo. Hay en ese último plano una síntesis honesta de qué cosa es este nuevo documental de Baltazar Tokman de quien vimos hace dos años I´m mad, y dirigió también Planetario (2011) y Tiempo muerto (2010). Casa Coraggio es un momento particular, apenas unos días de fin de año, en la vida de una familia real de Los Toldos en la provincia de Buenos Aires: los Coraggio, dueños de una casa funeraria que heredan de generación en generación. Por lo tanto, una larga historia que se adentra incluso en las profundidades del siglo XIX. No hay cabezas parlantes aquí, hay personas reales actuando sus propias vidas, haciéndolas interesantes. Seremos testigos durante una hora y media de esas vidas y está muy bien. La manera elegida por Tokman para contarnos estos amores, muertes prematuras, familias ensambladas o discusiones sobre la modernidad y la tradición, es como suele hacerlo (insisto con I´m mad) de modo que las cosas pasen sin artificio frente a cámara y que además, resulten atractivas. La mirada de la joven Sofía es fundamental, ella se hace cargo de hilvanar los asuntos familiares que le atañen: el apartamiento de su madre, lo que pasa con la salud de su padre, las ideas de su abuela, el trabajo diario y cotidiano en la funeraria con la preparación de los muertos, las reuniones familiares. En Casa Coraggio, que se estrena este próximo 6 de julio, ese conjunto de momentos y situaciones tienen el mismo valor: construyen un universo familiar y social con la misma honestidad de ese plano del que hablábamos al principio de este comentario.
La muerte les sienta bien. Baltazar Tokman es uno de los documentalistas más eclécticos y particulares del cine argentino. En su filmografía podemos encontrar las disímiles Tiempo Muerto, Planetario, y I Am Mad, que no guardan demasiada relación entre sí salvo por huir de los formatos clásicos de lo que se supone un documental debería ser. Sí, Casa Coraggio es un documental, pero se sigue con el mismo interés con el que abordamos una película de ficción. Nos cuenta una historia, plantea una búsqueda y a su modo construye personajes que se gana nuestra total atención. Los Coraggio son una familia tradicional de la ciudad de Los Toldos, hace 120 años crearon una empresa que se volvió imposible de rehuirle, manejan la cochería más importante de la zona. La cámara sigue a Sofía Urosevich, heredera de la familia Coraggio, pero que se mantiene alejada del negocio familiar. Sus padres están divorciados y es él quien se quedó con el manejo de la funeraria. Determinados hechos, incluyendo problemas de salud del padre, traerán a Sofía de regreso a Los Toldos y otras revelaciones son las que la llevarán a revisar la historia familiar. Lo primero que viene a nuestro recuerdo al ver Casa Coraggio es otro documental revelación argentino como Buenos Aires, Beirut, Buenos Aires de Hernán Belón siguiendo a la actriz Grace Spinelli en un viaje por las mujeres de su familia que llevaba a cruzar el continente. Aquí Sofía no sale de Argentina, ni siquiera de Buenos Aires, pero viaja de La Plata a Los Toldos para enfrentar su destino. Hay una historia que tiene que ver con los fundadores de la cochería, con la tatarabuela de Sofía y un amor clandestino entre familias de orígenes y nacionalidades diferentes. Pero también está la historia de ese legado al que Sofía deberá enfrentar en el presente con su padre enfermo que debe operarse y una abuela que maneja los hilos del clan con mucha amabilidad y firmeza. Tokman logra que nos interese el destino de cada uno de los personajes que no son entrevistados, son vividos. Hay una placa a inicios de film que aclara que, al conocer a la protagonista, Baltazar le prometió hacer una película de su familia solo si sus padres se animaban a interpretarse a ellos mismos, claramente Tokman tiene buen ojo para saber dónde hay personajes reales con el carisma natural para captar nuestra atención. Muchos son las personas/personajes que atraviesan esta historia, el padre, la madre, los empleados, la abuela, la pareja de Sofía, y hasta los clientes en mudos pero llamativos cameos. Casa Coraggio no puede ni quiere evitar hablar de la muerte, es necesario que en una familia que vive de ese negocio la muerte los atraviese, y ahí están, expresándola, debatiéndola, de modo totalmente desacralizado, aunque siempre con respeto, nunca burlona. Habrá momentos de humor, o gracia, que provengan del accionar normal de los intervinientes, pero nunca se los ve forzados a algo. La muerte como un negocio, como un paso más, como una ceremonia, como algo que a la larga todos afrontaremos; y también como parte de ese destino. Porque, así como hay muerte, todo se desata a través de un festejo de quince, visto como el comienzo de las experiencias propias. La cámara de Tokman, aunque nunca interviene y se mantiene alejada, es un personaje más, capta momentos bellísimos, planos únicos, momentos que prescinden de la palabra porque expresan todo. La lente imprime un gran dinamismo y permanentemente desde el montaje y la elección de la fotografía hay un clima ameno, de familiaridad, que hasta es capaz de recordarnos a Familia rodante. Conclusión: Casa Coraggio expresa todo lo que se puede lograr desde el género documental alejado de la denuncia. Borra los límites entre la ficción y la realidad y hace que no nos importe cuánto de armado persiste, todo parece real. El carisma de las personas delante de cámara, la sutileza con la que aborda su temática, y la belleza con que se nos es presentada, componen un cuadro de gran riqueza. Baltazar Tokman logró nuevamente ubicarse muy por encima de la media.
Propuesta que bucea en el mundo de la muerte, las casas velatorias como espacio de trabajo para algunos y como lugar de duelo para otros. En el avanzar en el acompañamiento de una mujer que debe tomar algunas decisiones sobre el negocio familiar, el director propone un juego entre ficcion y documental. Justamente entre ese juego, y el no saber nunca si realmente aquello que se muestra es real o no, se contruye todo el relato, sin sorpresas y con la expectación como punto de referencia narrativa todo el tiempo.
Bastante se ha dicho (y aunque no se haya dicho, siempre fue una intuición, desde los comienzos del cine) del límite más bien difuso entre la ficción y el documental. La idea ¿inocente? de que un documental es un reflejo fiel de la realidad y no una construcción narrativa como cualquier otra, hoy en día, está más desacreditada. Lo interesante es que el efecto de un documental, aunque sepamos que es ficción (de otro tipo, pero una construcción ficticia igual) sigue siendo distinto al de una película, digamos, tradicional. La ilusión de verdad sigue estando, hay un pacto distinto con el espectador. Lo bueno de entender este efecto es que puede aprovecharse como recurso dramático en cualquier tipo de película. El ejemplo paradigmático, me parece, es Close-Up, de Abbas Kiarostami, que ficcionaliza un hecho real, pero usando de actores a los protagonistas reales del hecho. La distinción entre lo real y lo ficticio termina siendo de una vaguedad maravillosa. Casa Coraggio hace algo bastante parecido. Sofía, que está viviendo en la ciudad, viaja a visitar a su familia en Los Toldos. La película mezcla actores con personajes reales, articulando un relato clásico, construido alrededor de situaciones que, en el sentido original de la palabra, son documentales. Sofía, que es tanto actriz como personaje real, revive su infancia a través de su familia como del pueblo mismo. Llegamos con ella a la casa de los Coraggio (ahora Urosevich, en realidad), una familia que maneja desde hace varias generaciones la funeraria Casa Coraggio. En el transcurso de la película Sofía entiende, a partir de conversaciones con su abuela, con su padre (conversaciones, intuimos -pero en definitiva no importa-, reales) que debe quedarse en Los Toldos y abandonar su vida de ciudad para hacerse cargo de la funeraria. El gran mérito de Casa Coraggio es que no se limita a la curiosidad de que sus personajes no sean actores: la película funcionaría de igual manera si no conociéramos la naturaleza de la premisa. Es un relato íntimo, de nostalgia pura, con personajes entrañables y con la frescura que da un excelente manejo de la mezcla entre no-actores y actores, aunque a veces se note que algunos de los primeros se dan mejor maña que otros.
Una funeraria de pueblo da lugar a una singular película Una mujer joven se encuentra ante la alternativa de seguir como pensaba, o volver a la casa natal para reemplazar a su padre en el negocio familiar, que funciona en la propia casa. El hombre tiene problemas de salud. Quizá pueda superarlos pero, de todos modos, algún día va a pasar de dueño a cliente involuntario del negocio. Casa Coraggio es la funeraria de Los Toldos. La abuela cuenta la historia del viejo emprendimiento, que ya pasa los 120 años. La madre está alejada pero igual opina sobre ciertos detalles. Los demás van y vienen, el trabajo en la funeraria es cosa cotidiana (y lo vemos, aunque no demasiado), y alrededor la vida sigue, una vida sencilla, eterna, de ciudad chica. Eso es todo, y tiene, igual que la vida, momentos memorables. Una advertencia: empresa y personajes son reales, pero algunas situaciones son "preparadas", aunque a veces ni nos damos cuenta. Autor, Baltazar Tokman, que ya hizo un documental muy dulce sobre padres de diversas partes del mundo, "Planetario", y otro realmente duro sobre una familia hippie perturbada por un gurú, "I am Mad". Para variar un poco, es una lástima que no haya conocido a tiempo a una querida familia de Chajarí, Entre Ríos, que tenía un reparto de tareas muy singular: la hija era médica, el hijo farmacéutico, y el padre funebrero. Verdad que daban para una película.
Este film se presento en BAFICI de este año, bajo la dirección del argentino Baltazar Tokman (Tiempo muerto). El título del film está relacionado con una funeraria familiar. Durante el desarrollo de su trama vemos a Sofía (Sofía Urosevich) como se va integrando a su lugar de origen, a sus afectos, a los olores, como vive el recuentro con sus familiares: su madre, hermana, abuela y otras personas. Dentro de la cotidianidad están los recuerdos, los festejos, los ambientes, las comidas, el paisaje y también los reproches. Algunos diálogos resultan poco interesantes, demasiadas tomas aéreas y escenas escasamente atractivas. Su narración tiene algo de documental y ficción.
La vida y la muerte. –¿Y cómo anduvo el trabajo este año, pa? Sofía y su padre bordean la pileta de la casa familiar, llevados por el ritmo meticuloso con que él saca las hojitas que flotan sobre la superficie del agua, mientras el resto sigue con la charla en torno a la mesa navideña. –Bien. Tranquilo. Alrededor de 150... más o menos. –¿Eso es lo mismo de todos los años? No parece haber curiosidad genuina en las preguntas de Sofía. Sólo la conversación trivial de una hija que viene desde Buenos Aires a visitar a su familia que vive en Los Toldos, para pasar con ellos las fiestas de fin de año. –Sí, esa es la cantidad de gente que más o menos se muere todos los años, responde como si nada Alejandro, el padre, y los dos siguen en la suya. Casa Coraggio es la quinta película del director Baltazar Tokman, y la casa del título es también el nombre de la funeraria tradicional del pueblo bonaerense de donde son originales los protagonistas. Que son a la vez personas y personajes, ya que se trata de los miembros de la auténtica familia Coraggio interpretándose a sí mismos, en un relato con muchos puntos de contacto con su vida real pero que sin embargo no es un documental. O lo es sólo de un modo apenas parcial, en tanto se trata de una ficción basada libremente en la historia familiar y la vida de esos (no) actores que actúan los mismos papeles que les han tocado en la realidad. Sofía es Sofía, la hija de Alejandro, interpretado por Alejandro, que es quien lleva adelante, tanto en la película como en la vida, el negocio de pompas fúnebres fundado a principios del siglo XX por los antepasados de su ex mujer, la madre de Sofía. Este es el curioso mecanismo elegido por Tokman para contar una historia en la que la vida y la muerte, como en el famoso poema de Oliverio Girondo, “se miran, se presienten, se desean,/ se acarician, se besan, se desnudan,/ se respiran, se acuestan, se olfatean,/ se penetran, se chupan, se demudan...” (etc, etc). Porque la muerte, el trato cotidiano con sus consecuencias (esos 150 cadáveres anuales de cuyos rituales de despedida se encarga la empresa que integran los protagonistas), forma parte ineludible de la historia de cada miembro de esta familia desde hace al menos cinco generaciones. Y el tema, que es introducido de manera mecánica por Sofía en aquella conversación inicial, va cobrando cada vez más fuerza conforme la película avanza. No es arbitrario que sea ella quien saque el tema y quien vuelva a él de manera recurrente. Enseguida tendrá una conversación en la que indagando en la vida de su abuela, la última de las Coraggio, parece empezar a buscar respuestas para la suya propia. No tarda mucho en quedar claro que su mudanza a Buenos Aires parece haber obedecido a una necesaria toma de distancia de aquella existencia tan próxima a la muerte. Vida y muerte vuelven entrelazarse en un (no tan) sorpresivo problema cardíaco de Alejandro, a quien Sofía acompaña casi con devoción a todas partes, como si necesitara con urgencia religar algunas comunicaciones que la distancia (que es geográfica, pero que también se extiende sobre el tiempo) parece haber dejado en pausa. La enfermedad del padre pone a Sofía ante un avatar de la muerte hasta ahora inédito, desconocido para ella, y tal vez a partir de eso algunas preguntas empiecen a resolverse, a tener sentido. Curiosamente Tokman decide construir el esqueleto narrativo de Casa Coraggio a partir de tres instancias celebratorias: las navidades del comienzo, la fiesta de Año Nuevo a mitad de la película, para cerrar con el cumpleaños de 15 de la hija menor de Alejandro. Esta necesidad de crear mojones festivos para organizar un relato en el que la muerte aparece como un personaje decisivo, pero eternamente fuera de campo, dejan claro el punto de vista desde donde se cuenta esta oblicua saga familiar Tokman hace de los primeros planos una herramienta vital en la construcción de Casa Coraggio. Tanto desde lo fotográfico, intentando traducir en cine lo que se habla con las miradas, como desde lo narrativo, acompañando a sus personajes en momentos de sobrecogedora intimidad, muchas veces en silencio, generando la sensación de primeros planos emotivos. Eso, sumado a una banda de sonido inesperada pero extrañamente oportuna, le permite al director generar un código propio para hacer posible un relato sobre la vida, pero realizado a través del traslúcido cristal de la muerte.
Mezclando documental y ficción –o, como aclara el cartel que abre el filme, poniendo a personas reales a participar de una ficción junto a actores– esta película se centra fundamentalmente en Sofía, la hija del dueño de la funeraria que da título al filme, una treintañera mujer con un hijo adolescente que vuelve al pueblo de Los Toldos a pasar un tiempo con su familia extendida (padre, madre, abuela, hermana y sobrinos) y se encuentra ante la disyuntiva de tener que quedarse y hacerse cargo del negocio familiar que se extiende por generaciones ante la un tanto frágil salud de su padre. La película, sin embargo, no hace eje en las idas y vueltas de la “trama” de un modo convencional, sino que lanza apenas ese anzuelo narrativo para dedicarse a retratar la vida del pueblo (a su manera el filme tiene varios puntos de contacto con UNA CIUDAD DE PROVINCIA, de Rodrigo Moreno) y de los protagonistas, mostrándolos en sus relaciones y en sus vidas cotidianas, permitiendo que el espectador los conozca en su intimidad. La relación de la hija con su padre, el veterano dueño del negocio, será la central, pero también está la de ella con su hijo y con sus sobrinos (por momentos es confuso definir quién es quién, pero finalmente es secundario), con su conversadora abuela, con una incipiente pareja y con su más ácida madre, que está divorciada de su padre. El director de I AM MAD logra fusionar muy bien lo documental con la parte ficcional del filme, logrando que la película quede de una pieza: no se siente casi nunca el peso de la actuación ni del guión y esa fluidez permite que uno pronto se olvide de las características híbridas del material y se involucre con las vidas de los personajes, desde los procedimientos de la funeraria hasta los encuentros personales entre madre e hija y las reuniones familiares como cumpleaños o la fiesta de 15 hacia la que conduce la trama. Retratando casi amorosamente a Sofía –que es la verdadera heredera de la Casa Coraggio pero también es claramente alguien que se dedica a la actuación–, Tokman va construyendo una historia personal y familiar que, por añadidura y funeraria mediante, involucra a todo un pueblo y a su historia.
Casa Coraggio es un filme que mezcla documental y ficción para narrar un “coming of age” particular, a partir de la historia de una familia dueña de una casa de sepelios. Sofía es una mujer joven, madre soltera tempranamente, que vive en la ciudad con su hijo adolescente. Ella nació en Los Toldos y un verano regresa a su pueblo por un cumpleaños de 15 familiar y una cirugía de corazón (que siempre conlleva sus riesgos) a la que se debe enfrentar su padre. Su familia es la dueña de la centenaria casa funeraria del lugar y mientras está de visita (viendo a su madre alejada del grupo parental tras la separación, a sus amigas, etc.) o conociendo a gente (el nuevo empleado de la cochería) la protagonista se va incorporando de lleno en el negocio familiar. Tokman fusiona la ficción con el documental anunciándolo con un cartel en el comienzo mismo del filme: a partir de conocer a la muchacha y a su padre los convocó para que “actuaran” de sí mismos en este proyecto junto con actores profesionales. Si bien Sofia se luce frente a la cámara como una consumada actriz conservando la frescura de ser, las situaciones encontradas para desarrollar el relato tienen dos problemas: el material de la realidad suena algo forzado en su presentación (diálogos, construcción de escenas y planos) y la ficción acumula algunos lugares comunes. Todo hace que las escenas se alarguen, algunas parezcan innecesarias o no cortadas a tiempo y se estire esa búsqueda que uno intuye es el tiempo necesario para que la protagonista asuma su nuevo rol y el giro en su vida. Ciertas puestas y la musicalización no colaboran demasiado. Los motivos primigenios aparecen y desaparecen sin mucha lógica interna más que la de un guion o un montaje que no termina de cerrar y hasta ciertas situaciones son planteadas más por la necesidad del documental de dar cuenta de lo que quiere narrar que de lo que debería “actuar” Sofía, quebrando cierto verosímil (algún atisbo de sorpresa o inquietud ante los cajones, algún relato familiar que ella debería conocer). La enfermedad, la muerte y los ritos mortuorios sociales se tratan sin remarcarlos, y al límite del morbo, pero tampoco con un profundo desarrollo, y se conjugan con la vida, las celebraciones y el legado familiar como mandato o asunción, pero algo no funciona del todo.
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Un grupo de no actores actuando frente a la cámara del director Baltazar Tokman para poner en imágenes la vida cotidiana de distintas generaciones de una familia dedicada al negocio funerario en Los Toldos. Allí vuelve la protagonista, Sofía, para pasar una temporada, como pieza de un mosaico que alterna lo íntimo, familiar, con el trasunte de cadáveres y entierros. Sin grandes atractivos, algo larga y con una música desconcertante, Casa Coraggio se las ingenia, sin embargo, para interesar.
Una joven vuelve a su pueblo para ayudar a su padre en su negocio funerario. El film deja de lado toda truculencia, toda alegoría, para concentrarse en la humanidad de los personajes. Lo hace con amor por ellos, con paciencia y con humor. Ese paisaje emocional permite que comprendamos las elecciones de la protagonista, y que la emoción surja limpia, alejada de cualquier golpe bajo. Un verdadero film de pasaje.
Hay oficios que se transmiten de generación en generación como una suerte de mandato para la posteridad. Esto puede ocurrir por vocación, por necesidad, o por obligación. A estos elementos tan comunes en la sociedad se aferra el director Baltazar Tokman para transmitirnos la rutina diaria de esta familia bonaerense. Sofía vive en Capital Federal, es una treintañera de la que no tenemos información alguna. No sabemos a que se dedica, si tiene pareja, vida social, etc. En ella se centra esta historia cuando vuelve un verano a su pueblo natal, Los Toldos, a visitar a su familia que se dedica, encabezada por su padre Alejandro, a administrar una casa de servicios fúnebres. La muerte es tan natural para ellos, lo tienen incorporado a su ADN, ya que realizan esta actividad desde hace 120 años, cuando los tatarabuelos de la protagonista fundaron la empresa en esta misma localidad y siguen permaneciendo alli. Esta realización cuenta con varios detalles para tener en cuenta, como que los protagonistas son los Urosevich, es decir, no son actores, sino los dueños reales de la cochería. Y actúan con total naturalidad, especialmente Sofía, quien interactúa con todas las personas, charla con su abuela de apellido Coraggio, y le cuenta la historia de la familia, además se encuentra con su madre, que está separada de Alejandro, y critica a su ex familia política, entabla una relación con un nuevo empleado, etc. Todas estas acciones nos hacen creer que estamos viendo una ficción, pero no es del todo real, porque se mezcla con un documental, y un reality también. Es decir, tiene de todo un poco, y al no tener puntos fuertemente dramáticos que hagan dar giros en la historia y modifique el relato para hacerlo más atractivo, todo queda en la chatura general, se reduce prácticamente a entrar y mostrarnos la intimidad del peculiar modo de vida de una tradicional familia de Los Toldos. El director toma la decisión de no ubicarse en un rubro determinado y eso lesiona la calidad narrativa, porque determinadas puestas en escena están bien logradas, en contraposición a otras que se asemejan a videos caseros, y la ficción se transforma en otro género cinematográfico. Cuando Sofía volvió a su pueblo y se rodeó de sus orígenes, no sabía lo que iba a hacer de entonces en más, o tal vez sí, pero aprovechó esos días para tantear el terreno y tomar la decisión de continuar o no con el legado.
Casa Coraggio de Baltazar Tokman se muestra como un documental adentrándose en la vida de la familia Coraggio, dueños y señores de una cochería fúnebre en la localidad de Los Toldos. Su director registra la paz que se encuentra en una familia de pueblo cuyo negocio es simple: la muerte. El film sigue la vida de Sofía Urosevich y su viaje hacia a Toldos, La Plata, su pueblo natal. Entre la calidez pueblerina y las diferentes historias de familia, Tokman transfiere al espectador para que sea parte del film y no solamente un observador. Para ser un documental, Casa Coraggio plasma diferentes situaciones, las cuales hacen dudar si lo que estamos presenciando es ficción o realidad. La naturalidad básica de las cosas llama la atención. Cabe destacar que el realizador motiva al público con imágenes extremadamente bellas que necesariamente no utilizan diálogo alguno, para registrar eficiencia cinematográfica; es más, los mejores momentos de esta película se dan sin palabras, sólo con el registro de acciones acompañado de una banda sonora o simplemente el ruido del viento. Casa Coraggio se imprime con eficiencia en los ojos de los espectadores por su espontaneidad. En esta cinta no sólo conocemos al clan Coraggio, sino también a empleados de la funeraria, clientes, etc… Ellos comparten momentos de vida, costumbres y sentimientos; todos los participantes brindan un cierto interés en la sala por la vida en Los Toldos. Por ejemplo, una simpática conversación de Sofía con su abuela puede resultar sumamente atractiva gracias al cariño real que se da en pantalla entre familiares. La introducción de numerosos personajes presenta algo negativo: la cantidad puede apabullar al público, y tras ese carisma local, también hay personalidades altaneras e innecesarias -la madre de Sofía resulta tóxica para el film- que no suman absolutamente nada y generan malestar con presencias vacías y sin objetivo alguno. Inclusión por inclusión… no funciona y sin dudas la frase “pueblo chico, infierno grande”, resuena en una que otra oportunidad. Casa Coraggio es un viaje de ida en el cual no vemos resoluciones o cierres de historia, simplemente es una presentación de un estilo de vida y sus integrantes. Entre la vida y la muerte, el film documenta un negocio de forma correcta sin demasiados lujos de detalle.
El director Baltazar Tokman toma la historia real de una familia que se dedica, desde hace muchos años, a trabajar en una casa de sepelios ubicada en la localidad de Los Toldos, Provincia de Buenos Aires, para abordar este relato, en el que elige que el padre de familia y su hija Sofía sean los protagonistas, poniéndolo de manifiesto al inicio del filme. Sofía es consciente del delicado estado de salud de su padre, y esta será una de las razones por las que decidirá pasar una temporada en su pueblo natal. No solo para reencontrarse con su familia y recordar la cotidianidad de su infancia, sino también, como una especie de investigadora, indagará sobre el negocio familiar y la tradición de la Casa Coraggio, para replantearse si debe continuar, o no, con el legado. Se ocupa de su padre, de su madre que vive apartada de la familia, de su hija (que está a punto de cumplir quince años) y de una abuela que le transmite experiencia y le recuerda la importancia de continuar con el legado. Esta abuela, fundamental en su vida, será clave a la hora de tomar una decisión. Toda película reposa desde el punto de vista de Sofía, quien se pondrá al frente del negocio familiar y se asumirá dueña de Casa Coraggio. Un plano panorámico y la música instrumental, acompañan a padre e hija en el viaje hacia Los Toldos, es así como comienza esta historia en donde se desdibujan los límites entre la ficción y el documental. En la siguiente escena, nos encontramos en el patio con toda la familia e inmediatamente pasamos a formar parte de esta reunión. Por momentos, cuando la cámara acompaña a Sofía en la soledad de la casa, se quiebra la estructura del documental, sobre todo cuando el sonido ambiente se transforma en música extra diegética. Y entonces nos preguntamos si lo que estamos viendo es espontáneo o es algo que el director incorpora desde un guion. Con este recurso Tokman se despega, en parte, de lo documentado para dar vida a la ficción, e invita a los espectadores a que completen la otra parte de la historia que no se muestra. Cabe señalar que cuando todo surge de manera libre, más fluida se desplaza la narración. Las hermosas tomas panorámicas, sumada la presencia de los no actores y el adentrarnos en el ritual de preparar a un fallecido para un velatorio, aprender de esta profesión y ver con que profesionalismo y respeto lo hacen, dan como resultado un filme honesto y valioso. A través de la voz de la experiencia, Casa Coraggio busca que las personas se identifiquen con vivencias del pasado, para así poder delimitar en el presente la propia identidad y de esta forma trazar el camino a seguir. Por Mariana Ruiz @mariana_fruiz
Llega al Gaumont, luego de su paso por #BAFICI19, "Casa Coraggio", crossover entre una ficción casi experimental (o natural, arriesgaría), y un documental puro. Aquí Baltazar Tokman, luego de "Planetario" y "I am mad", nos trae una película sobre una familia en Los Toldos bastante particular En ese paraje, hay un emprendimiento familiar histórico, una casa de servicios fúnebres. En todos lados las hay. Pero esta "Casa Coraggio" despliega una historia real, es el retorno de la hija del dueño, a hacerse cargo del negocio de su papá. Y no cualquier hija, una artista. Plena de sensibilidad y abierta a experimentar con lo que desconoce. La cinta transita sutilmente por las preguntas más oscuras en relación a la integración de esos dos mundos, el de los vivos y el de los que ya no están físicamente. Porque aquí hay dinámica de trabajo y coqueteo con los universos materiales. ¿Qué es lo que realmente importa cuando desaparece lo que siempre fue parte de nosotros? ¿Genera algo en quienes lidian con ese previo paso a la despedida fina? Compleja y madura obra, Tokman apela a sus mejores armas para desconcertarnos. De a ratos, esperamos que la historia y el conflicto se haga visible, corpóreo, estructurado. Pero no. Aunque está ahí. Y lo sentimos en el cuerpo. Las anécdotas son pequeñas y coloridas, reconocibles pero a la vez, únicas. Y no sentimos que la historia cobra forma, pero habita. Se percibe. Y eso no sucede con la intensidad del mainstream, no. Sofía, nuestra principal protagonista, transita por escenarios con relajada presencia y deja traslucir la profundidad de un legado familiar que impacta. ¿En qué momento los sueños de nuestros padres se funden con los nuestros? ¿Cuáles son las estrategias para decir "no" a lo que nos es legado y avanzar con aspiraciones personales que marcan otros rumbos? Hay vida, no todo es Tanatos aquí, desde ya. "Casa Coraggio", para descubrir, un nuevo paso adelante de un realizador al que hay que mirar con detenimiento.
Podría ser el motivo para una comedia plagada de obviedades, pero es algo mucho más sutil: la nueva película de Baltazar Tokman se asienta en una idea simple y efectiva, la de entrar desde la intimidad en el mundo de una funeraria, Casa Coraggio, situada en el pueblo de Los Toldos. Por eso el protagonismo es tanto de la familia Coraggio como de Sofía (interpretada por Sofía Urosevich), la hija que vuelve desde la ciudad. La película es estrictamente una ficción en la que la familia Coraggio se interpreta a sí misma y actúa su cotidianeidad a pedido del director, tal como se anuncia al comienzo. Sobre la base de esta existencia tan peculiar -al menos si se la mira desde afuera, ya que a ellos su profesión no parece resultarles distinta que cualquier otro trabajo-, Tokman construye en tono bajo y valiéndose de actores profesionales una historia conocida, la del que debe replantearse la vida a la luz del pasado y la situación familiar, que cobra una fuerza particular por estar, de alguna manera inevitable pero suave a la vez, impregnada por la muerte. Los Coraggio parecen una familia animada, que suele hacer grandes reuniones alrededor de la mesa familiar y ostenta con orgullo una historia de más de cien años en el negocio fúnebre. La convivencia con la muerte no parece tocarlos a nivel emocional pero sí los pone, como es de esperarse, en un lugar donde la lucidez y la ceguera se combinan de formas extrañas; así, de boca de la abuela surge la anécdota de la parienta que al mirar los nuevos coches fúnebres que la familia había adquirido se preguntó “¿Quién los estrenará?”, sin saber que la afortunada iba a ser, poco tiempo después, ella misma. Por lo demás, cuando enumeran la cantidad anual de muertos en la que se sustenta su negocio o muestran distintas opciones de ataúdes a la familia de algún cliente, los Coraggio no parecen otra cosa que una versión realista y local de la familia de Six feet under. Pero hay un acontecimiento en puerta, el cumpleaños de quince de la hija menor de Coraggio, que permite desplegar el tiempo como paso vital entre generaciones, casi el opuesto de ese otro backstage que parecen representar las imágenes del padre y sus empleados levantando cadáveres con fuerza para meterlos en el ataúd y revestirlos de fundas con puntillas, una puesta en escena final que es, velorio mediante, el reverso de la fiesta. En la misma línea Sofía, que oscila y trata de mediar entre una madre y un padre separados, acompaña al papá a una consulta con un médico que tiene que operarle la aorta -una bomba de tiempo- y establece lentamente una situación de seducción con el nuevo empleado de la funeraria cuya primera manifestación visible es un coqueteo en el cementerio, frente a los féretros donde descansa la familia Coraggio. Lo más interesante de Casa Coraggio, cuya historia es simple y se va desplegando lentamente en diálogos para nada enfáticos, es el modo en que esos dos tonos aparentemente opuestos se mezclan para dar como resultado una composición enrarecida de principio a fin: hay muerte en lugares inesperados, como en una escena en que Sofía y su novio salen a bailar a un boliche y después se bañan en una laguna en completo silencio. Y hay paralelismos inevitables que dicen todo lo que nunca dice nadie, como el arreglo de los cuerpos que hacen el padre de Sofía, el modo en que les pone entre las manos con delicadeza una cadenita, y esa escena en que la hermana menor se maquilla para su fiesta y las mujeres de la familia la supervisan, le acomodan el vestido. Por eso cuando aparece la vitalidad, condensada por ejemplo en esa quinceañera que baila bajo los reflectores en su cumpleaños, es tanto más conmovedora porque esos cadáveres mostrados de soslayo en la funeraria siguen ahí, irradiando algo que tiene que ver con la tristeza pero también con la piedad.
UN HIBRIDO QUE NO FUNCIONA En su nueva película, Casa Coraggio, Baltazar Tokman cruza la ficción y el documental para contar la historia de una familia de trabajadores de una funeraria y sigue las relaciones que se dan entre sus integrantes, como por ejemplo el romance entre uno de los empleados y la hija del dueño. Por allí pasan también la madre del dueño, la abuela materna, una sobrina, entre otros, en un muestrario que alcanza sus mejores momentos cuando la espontaneidad se hace presente. Tokman aclaró, cuando presentó esta película durante el último BAFICI, que quería para los personajes protagónicos a no actores, en este caso padre e hija, y ese es uno de sus mayores aciertos ya que ambos están muy naturales en sus roles. Pero por el contrario y llamativamente, cuando aparecen los actores profesionales la película pierde esa frescura y las situaciones y diálogos se notan más forzados. En definitiva, ese híbrido entre documental y ficción que es Casa Coraggio nunca llega a ensamblarse demasiado bien, quedando en evidencia que muchos temas fluirían mejor si no se los actuara, como ese momento en el que la protagonista cuenta la historia de su tatarabuela mapuche a su novio y otra amiga. Por otra parte, hay algunas secuencias demasiado extensas que no aportan al desarrollo puesto que van perdiendo interés a medida que avanzan los minutos. Y la película va perdiendo fuerza más allá del carisma de algunos personajes.
La alegría de los muertos En Casa Coraggio Baltazar Tokman muestra a una familia verídica dueña de una ancestral funeraria de pueblo, entre la ficción y el documental. Se exhibe en Cineclub Municipal Hugo del Carril. Una familia ubicada literalmente entre la vida y la muerte es el fascinante eje de Casa Coraggio, quinto filme de Baltazar Tokman (I am mad, Planetario). Y es que el hogar pueblerino al que Sofía regresa en verano es una funeraria fundada por sus ancestros en el siglo 19, y así los hábitos domésticos están divididos sólo por una puerta de los ataúdes brillantes donde se acuesta y prepara a los recién fenecidos. Lejos de cualquier morbidez, drama, comedia o humor negro a lo Six feet under, el mérito de Casa Coraggio está en naturalizar esa convivencia entre planos en apariencia irreconciliables con pasajes y correspondencias de cotidiana luminosidad. “Desandarás el camino de tus antepasados” es la frase oída en un sueño que evoca un familiar, mientras que el brazo de Sofía lleva tatuado el lema spinettiano “Mañana es mejor”. De la misma manera, el pueblo Los Toldos donde opera el servicio fúnebre (que recepta misteriosamente todos los años la misma cantidad de muertos, 150) es conocido como “la capital de la alegría”: en Casa Coraggio conviven la fiesta y el velorio, la vejez y la juventud, el pasado y el futuro, la pulsión de vida y la de muerte. El padre de Sofía sufre del corazón y observa el sol caer consciente del carpe diem, el maquillaje sirve tanto para embellecer cadáveres como adolescentes que celebran sus 15, Sofía comparte diálogos retrospectivos con su madre y abuela y recuerda a su tatarabuela de origen mapuche, el amor nace entre las tumbas y los fantasmas son el tema de conversación de un asado. En Casa Coraggio el fin de la existencia es un elemento vital más, una instancia asumida como rito, negocio y providencia. Otra superposición, la de ficción y no ficción, define el registro del filme, en tanto Sofía y los demás personajes se reparten roles verídicos y ficticios. Tokman anuncia esa doble naturaleza al inicio. El gesto es innecesario como lo son algunos insertos sonoros y actuaciones forzadas, si bien la hibridez sale adelante y sella la extrañeza de Casa Coraggio, que fusiona dos tópicos del cine independiente argentino (la juventud en el pueblo y el hallazgo documental) como si sólo una pared los separara.
Sofía y los otros Ignacio Andrés Amarillo iamarillo@ellitoral.com La idea de homecoming (regreso a casa) ha sido disparador de diversas narrativas. Para el cine estadounidense, el abandono de la vida ordinaria en la gran ciudad para volver al pueblo natal y confrontar con el pasado, con los sueños perdidos y las expectativas familiares es un tópico corriente: el acceso a la universidad implica habitualmente un desplazamiento mayúsculo. Sin esfuerzo podríamos evocar a la cinta de culto “Tiempo de volver”, de y con Zach Braff; a “El juez”, el duelo actoral de Robert Downey Jr. y Robert Duvall; y a “Todo sucede en Elizabethtown”, la obra de Cameron Crowe protagonizada por Kirsten Dunst y Orlando Bloom, que tiene un regreso a casa antes del periplo turístico-espiritual del protagonista. En la televisión, el emblema fue “Ed”, el abogado interpretado por Tom Cavanagh que, tras la pérdida de su trabajo neoyorquino y su esposa, volvía a su pueblo a buscar a su amor imposible de secundaria. En la Argentina, a esos contrastes (pasado/presente, infancia/adultez, sueños/desilusiones, amor juvenil/mitificación de aquél) se le suma otra tensión inherente a los relatos nacionales: la que existe entre Buenos Aires y “el interior”; para nosotros, el resto del país es el pueblo al que volver, aunque quede ahí nomás, a pocos kilómetros del Camino de Cintura (especie de General Paz ampliada del Conurbano). Quizás el último hit del homecoming nacional sea “El ciudadano ilustre”, de Gastón Duprat y Mariano Cohn, pero una gran definición vino en 2003 (año en que se presentó en el Bafici, tres años antes de su estreno comercial), de la mano de Celina Murga y “Ana y los otros”. Allí, la paranaense mostró la vuelta a la capital entrerriana de Ana, su reencuentro con su entorno pasado, con una geografía familiar pero transformada, y su búsqueda de un antiguo novio. Explotó el potencial visual de Paraná y el interior de Entre Ríos, en contraste con una protagonista (Camila Toker, actriz de culto del cine independiente gracias a esta cinta y a “¡Upa! Una película argentina”), de quien la cámara parecía enamorarse y hacer enamorar al espectador. El eje quizás no estaba tan puesto en la intensidad narrativa cómo en ese vínculo entre lugares y sensaciones. En casa Por eso caminos transitó Baltazar Tokman en “Casa Coraggio”, que se presentó en el Bafici 2017, se estrenó en muy pocas salas del circuito de “cine arte” y alcanza ahora la circulación nacional a través de las plataformas de Fox Premium y Cablevisión Flow, donde también se puede ver “El incendio”, de Juan Schnitman, heredera conceptual de “El amor (primera parte)”. Tokman va un paso más allá a través de la historia de Sofía Urosevich, su padre Alejandro y su abuela Nilda Coraggio, miembros de una familia propietaria de una funeraria histórica en Los Toldos (emblema del origen humilde en tanto que patria chica de María Eva Duarte). Un texto preliminar avisa al espectador que el director decidió sumar a la protagonista (que es actriz) y a sus familiares y allegados toldenses (que no lo son) junto a otros actores (que sí) para construir algo nuevo, a medio camino entre la “vida real” de Sofía y un constructo de ficción, todo con límites difuminados. Sofía (la real y la ficticia) es una actriz a principios de sus 30, con un hijo que tuvo a los 16 (en otro contexto que la cinta no aborda). Las fiestas de fin de año la llevan a Los Toldos, donde vive su familia: su madre separada, sola, y el clan familiar de los Coraggio-Urosevich: la abuela Nilda y su padre Alejandro, con nueva esposa e hijos menores. El tiempo del estío se impone como un remanso en la vida de Sofía, que comienza a conectarse con el pueblo: recorre sus calles, se reencuentra con familiares y amigos y revisita su pasado en varias formas: desde evocar su cumpleaños de 15 (“real”) ante la inminencia del festejo de la mayor de sus medios hermanos, hasta remontarse a tiempos cuasi míticos, con los tatarabuelos fundadores de la funeraria. En el medio se introduce sin crisis una próxima operación cardíaca de Alejandro y el comienzo de un affaire con “el nuevo” de la empresa, cuyos empleados históricos viven con naturalidad su carácter de integrantes del clan ampliado, aunque como dice la abuela, alguno de la familia tiene que estar al frente del negocio. Así, casi por sedimentación, comienza a afianzarse en Sofía la idea de volver más definitivamente y hacerse cargo de la Casa Coraggio. Al natural No estamos spoileando al lector, porque acá tampoco la cosa pasa mucho por un arco argumental definido, sino más por emociones y sensaciones, cosas que se transmiten en conversaciones banales. Decisión narrativa que puede caer en la intrascendencia o el aburrimiento, pero que Tokman sortea con éxito: aprovecha el sustrato de lo real para darle espesor a los personajes, logrando que los actores se amolden a los no-actores en un registro naturalista. La sensación es rara: la cámara está allí, sabemos que son situaciones generadas, pero cuando Nilda arranca a contar anécdotas nos olvidamos. Lo mismo pasa con la puesta visual. El director aprovecha una fotografía limpia, luminosa, para absorber todo el verde de las calles y los patios, todo el cielo azul de una urbanización chata, la paleta rosado-violácea de un atardecer en la ruta; de la mano de un sonido directo que busca capturar el ambiente: los grillos, el viento, el silencio de la siesta o la sala velatoria. Lo interesante es la alternancia de recursos entre la cámara en mano, la cámara fija en planos largos, el drone que sobrevuela el cementerio y el hallazgo de la cámara sobre un ataúd, por delante del Cristo, con la madera pulida como espejo. Y lo que refleja es principalmente el rostro de Sofía: como Murga, Tokman también se enamora de su estrella. Le dedica primeros planos, la muestra bañándose en la pileta o el río, dueña de una belleza tan cotidiana pero contundente: está allí, en la firmeza del puente de la nariz con su piercing sutil, en su tatuaje spinetteano de “mañana es mejor”. Sutil es también el tratamiento de la muerte: está allí como oficio, como estadística, como canción mapuche; es un par de pies descalzos, inertes, que se pasan de la camilla al cajón. A pesar del título, no es un documental sobre funerarias, sino un retrato de la convivencia con el oficio, y con los fantasmas: “Ésta va a ser tu casa”, le dice Lucas (el galán/empleado) a Sofía, en el panteón familiar. La música de Alejo Vintrob viene a romper el naturalismo, aportando una atmósfera mística, espiritual: quizás para recordarnos que, al final, estábamos viendo una película. BUENA * * * “Casa Coraggio” Ídem (Argentina, 2017). Dirección: Baltazar Tokman. Guión: Baltazar Tokman y Valeria Groisman. Fotografía: Connie Martin. Música: Alejo Vintrob. Edición: Eliane D. Katz. Dirección de arte: Paula Repetto. Elenco: Sofía Urosevich, Alejandro Urosevich, Cristian Vega, Miel Bargman, Marcela Bea, Nilda Coraggio, Carla Goycochea, María Luz Avilés, Ciro Herce, Boris Urosevich. Duración: 88 minutos. Apta para todo público con reservas. En streaming por Cablevisión Flow y Fox Premium.