Un drama fantástico Con diálogos escritos por Silvina Ocampo (extraídos de su cuento), el director Daniel Rosenfeld inscribe su película dentro del drama-fantástico y ambienta la acción en una mansión habitada por extrañas presencias. Cornelia frente al espejo cuenta la historia de la joven del título (encarnada con buenos recursos expresivos por Eugenia Capizzano) quien llega a su casa paterna para suicidarse, pero su tarea no se concreta porque es interrumpida por una misteriosa niña, un ladrón (Rafael Spregelburd) y un amante (Lenardo Sbaraglia) con bigote postizo. Como en un juego constante de imágenes reflejadas o una trágica visión de Alicia, de Lewis Caroll, la protagonista atraviesa su existencia a través de los otros personajes que se hacen ¿presentes? en la trama. Excesivamente dialogada y plasmada en una puesta teatral, el film sólo llega a interesar por la presencia de su actriz principal y su juego con Sbaraglia, pero el clima hermético que se respira en el lugar y lo tediosa que se hace su visión, terminan envenenando el mismo cuento. La tercera película de Rosenfeld (Saluzzi -Ensayo para bandoneón y tres hermanos-, y La Quimera de los Héroes) evidencia una sólida factura técnica pero con eso solo no alcanza. Lejos de conmover o inquietar, el film aleja a sus propios fantasmas.
Celebración de la palabra y el gesto Tratando de alejarse, radicalmente, y en diversos sentidos, de las convenciones de las adaptaciones literarias al cine, Daniel Rosenfeld -director de las notables Saluzzi, ensayo para bandoneón y tres hermanos y La quimera de los héroes- apuesta en Cornelia frente al espejo, su primer largometraje en nueve años y el primero que puede considerarse estrictamente como ficción, a presentar el cuento de Silvina Ocampo en el que se basa la película como una serie de tensas y opresivas conversaciones, escenas que nunca intentan negar su origen literario en busca de una “ilustración” del texto, sino que -un poco a la manera del cine de Manoel de Oliveira- deja claro y presente ese origen, respetando cada coma del libro original. No es casual que para contar esta historia -acerca de una mujer (Eugenia Capizzano) que llega a una casona con intenciones de suicidarse, pero a la que distintos encuentros en el lugar parecen impedirle cumplir con su cometido-, haya preferido elegir escenarios enrarecidos. Es que, acaso, ese cometido ya lo cumplió y lo que vemos sean figuras espectrales de esta “nueva vida”. Leonardo Sbaraglia, Rafael Spregelburd y Eugenia Alonso encarnan a esas extrañas figuras que desvían el camino de Cornelia quien, como el título “lewiscarolliano” del cuento -y del film- deja en claro, puede no estar hablando con quien cree estarlo. Esa atmosfera casi surrealista se ve reforzada por la música del compositor chileno Jorge Arriagada, gran colaborador de Raúl Ruiz, otro cineasta con el que este film dialoga. La cámara de Matías Mesa y la muy ajustada performance de los actores son elementos que se suman a un largometraje que, encima, les presenta la doble dificultad -por decisión del director y su coguionista, Capizzano- de decir los textos de Ocampo tal cual están en la página, sin cambiar nada. Pese a ser una película opresiva, por momentos, y no del todo sencilla de asimilar, Cornelia frente al espejo muestra un enorme riesgo formal y una búsqueda inusual para la lógica y los parámetros habituales del cine argentino. Un cruce entre el cine, la literatura y algo que se parece al teatro que no se ubica, fácilmente, en ningún casillero predeterminado.
Imágenes vacías Más de una vez la película misma se encarga de recalcar que Cornelia frente al espejo está "basada en el cuento homónimo de Silvina Ocampo". Al parecer, le resulta muy importante que el espectador lo sepa. En los créditos de apertura dice, además, "Diálogos: Silvina Ocampo". Ahí parece estar la semilla de esto que veremos en pantalla: la voluntad de adaptar un cuento de Silvina Ocampo al cine y de hacerlo respetando al pie de la letra los diálogos que ella escribió para otro formato diferente. La rigurosidad de este punto de partida es notoria: no vamos a ver una obra de cine que haya nacido o que se muestre en la pantalla de forma natural. Hay algo contrahecho, incómodo en este artefacto que está a punto de comenzar. Algo que tiene que ser advertido al espectador antes de arrancar, con todo el pedigree literario que supone citar a una de las hermanas Ocampo. Sabemos, entonces, que los personajes de esta película van a hablar raro. Todo transcurre dentro de una gran casa (con una breve excursión hasta el jardín, hacia el final), los personajes aparecen y desaparecen de la nada, sus voces se disuelven en el vacío, la lógica de las acciones y del intercambio verbal parecen caprichosos, el tiempo es más o menos indeterminado. Lo que vemos en Cornelia frente al espejo es esencialmente arbitrario, lo cual nos hace suponer que debe seguir una lógica simbólica. O tal vez no sigue ninguna lógica, aunque el peso de sus propia poeticidad sugiera en realidad que la lógica que impera es la poética. Cornelia (una muy luminosa Eugenia Capizzano) al parecer regresó a la vieja casa de su infancia para suicidarse. En la casa se encuentra con diferentes figuras (fantasmas/recuerdos/fantasías/voces). Nada está definido y nada está claro. La música de Jorge Arriagada es uno de los más grandes aciertos de la película (junto con la piel de Capizzano), pero le juega una mala pasada a Cornelia frente al espejo. Un cinéfilo podrá asociar el nombre de Arriagada con el del gran Raúl Ruiz, con quien colaboró durante largos años. Ruiz es una de las referencias desde las que podría pensarse esta película: un director latinoamericano que siempre trabajó la artificialidad en el cine y que muchas veces adaptó textos literarios para la gran pantalla. Pero Ruiz, gran innovador de la forma cinematográfica, no limitaba la artificialidad de sus trabajos a lo rebuscado de los diálogos y a unos personajes que entran y salen sin secuencias lógicas. Gran maestro barroco del cine, la comparación con Ruiz pone de manifiesto la verdadera debilidad de esta película: el problema no es que le exija demasiado al espectador, que sea demasiado "rara", que se acerque tanto al capricho que roce ya la vacuidad; el problema de Cornelia frente al espejo, en todo caso, es que no es lo suficientemente artificial. No hay en realidad nada que no se termine de entender: cualquiera puede captar de una forma más o menos rápida que su juego es el de la indeterminación y las sorpresas se acaban bien pronto. No hay acumulación, no hay vértigo, no hay desorientación: todo es muy pausado, puntuado por frases poéticas e imágenes lindas. Cornelia frente al espejo sí es demasiado literaria, pero no es lo suficientemente cinematográfica. Preocupada por generar imágenes bellas, la película se olvida de que la cámara puede hacer mucho más, sobre todo en un artefacto tan claramente caprichoso como este. Hay, si se quiere, una especie de ancla qualité que le impide a la película volar realmente alto. Donde no hay narración, donde no hay lógica, podría haber poesía, pero Cornelia frente al espejo no llega a eso porque la idea que tiene de la poesía la trae de la literatura y de la pintura, pero no del cine. Hay, sí, frases lindas bien dichas y rodeadas de colores cálidos y ventanas líricas, pero esa combinación no produce cine. Hay mucho de ejercicio de teatro y poco de ejercicio de cámara en este experimento que, a fuerza de sumar arbitrariedades, termina apenas como un ejercicio de estilo.
Un amor literario, detrás del espejo Robert Bresson adaptó la novela de Georges Bernanos Diario de un cura rural para su película homónima. André Bazin escribió: "Bresson suprime, pero no condensa jamás, porque lo que queda de un texto cortado es todavía un fragmento original: como el bloque de mármol procede de la cantera, las palabras pronunciadas en el film siguen siendo de la novela". Así, para Bazin, Bresson confirmaba a la novela en su ser. El cine confirmaba a la literatura. Un cine impuro, a favor del cual estaba Bazin, que usara el patrimonio teatral y literario. En una apuesta inusual para el cine argentino, el guionista y director Daniel Rosenfeld (con dos antecedentes valiosos como Saluzzi, ensayo para bandoneón y tres hermanos y La quimera de los héroes ) y la coguionista y protagonista Eugenia Capizzano han permanecido fieles a las palabras del cuento de Silvina Ocampo "Cornelia frente al espejo". Han suprimido algunos pasajes, sí (y con buen criterio), pero las palabras que están son del cuento, ese en el que una mujer se relaciona con el espejo, con una niña, con un ladrón y con otro hombre. Rondan por ahí el deseo de muerte, los anhelos, los deseos amorosos y los recuerdos de esos deseos. También la posibilidad de que todo sea un sueño o una fantasía (la referencia directa a Alicia en el país de las maravillas está en el cuento) o que todo transcurra en el espejo. La película de Rosenfeld-Capizzano pone en imágenes un cuento con muy poco de descriptivo, entonces debe imaginar no sólo el aspecto de los personajes, sino además los espacios. El caserón en el que transcurre el relato es parte del clima de misterio y dolor sentimental que se nos propone, y funciona mayormente, salvo por algunos detalles como el baño, que muestra una imagen chirriante (una decadencia, en canillas injertadas y cerámicos, que nos sitúa fuera de época). Si se objetan detalles es porque ésta es una película de detalles, de sentimientos que se revelan en un brillo de la mirada, en un mohín. Su relación con la literatura de Silvina Ocampo también se juega en esos pequeños, pero definitorios detalles. Y ahí es clave la protagonista Capizzano, que hace un trabajo fascinante en las inflexiones, las entonaciones, los gestos que acompañan los diálogos: sabe siempre cómo decir lo que dice, con qué acentuación cobran más y mejor sentido las palabras. Se nota que Capizzano está enamorada del cuento, y eso se transmite: en una película siempre es atractivo ver el registro de alguna clase de amor. La película luce bien y se escucha aún mejor, y los recursos de aireado narrativo con dibujos y fotos son eficaces. El límite de la película es su acartonamiento (el tramo inicial es el peor en ese sentido, con una actuación gestualmente demasiado enfática de Eugenia Alonso), su ultracorrección de "cine serio" que le impide desarrollar su potencial: por momentos Cornelia frente al espejo luce encorsetada, casi acartonada, y reduce la vitalidad que le imprimen los movimientos y la voz de Capizzano. Tal vez la clave esté en los títulos al principio y al final: se lee "Cornelia frente al espejo" y abajo dice "Basado en?". El masculino del "basado" refiere a un film y no a una película. Y "film" siempre fue un término más acartonado que el más plebeyo "película". Así, puede decirse que este buen film que es Cornelia frente al espejo podría haber sido, con la misma devoción por las palabras, pero con un poco más de vuelo libre, una muy buena película.
Una realidad hecha de deseos y pesadillas El director y su actriz y coguionista Eugenia Capizzano tomaron uno de los relatos más exigentes de Silvina Ocampo y reencontraron la potencialidad del cine desde el lugar más impensado: la palabra. Algo está cambiando en el cine argentino. Con todas sus diferencias, tres de los estrenos nacionales de esta misma semana (que están entre los más importantes del año y por lo tanto no debieron haber coincidido en su lanzamiento) van dejando atrás el realismo puro y duro que fue predominante en los últimos tiempos y se internan por otros caminos: Los salvajes se asoma al universo de lo mítico y lo sagrado; La araña vampiro se arriesga por la vía del fantástico; y Cornelia frente al espejo propone la que quizá sea la aproximación más audaz –y también la más lograda– a uno de los mundos más singulares de la literatura argentina. La más audaz, porque el director Daniel Rosenfeld y su actriz y coguionista Eugenia Capizzano tomaron uno de los relatos más elusivos y exigentes de Silvina Ocampo y lo hicieron respetando casi línea por línea cada uno de sus diálogos, sobre los que se construye toda la estructura del cuento. Y la más lograda, porque al asumir esa literalidad esencial de su fuente no han resignado ninguna de las potencialidades del cine. Por el contrario, se diría que las reencontraron desde el lugar más impensado, desde la palabra, que aquí reencarna en la imagen. La extrañeza esencial y la sutil perversidad del universo de Silvina Ocampo podían encontrarse hasta ahora solamente en el cine de Lucrecia Martel, que nunca adaptó ninguno de sus textos pero siempre pareció dejarse impregnar por ellos. El acercamiento del film de Rosenfeld es completamente diferente, porque recurre a la fuente directa, pero esa fidelidad no está entendida como sumisión al texto, sino como la manera de apropiarse de un mundo y materializarlo de un modo sorprendente, a fuerza de un conocimiento profundo de la obra y de un sinfín de detalles que hacen al todo, al punto que la película parece “habitada” por el cuento. O incluso como si el cuento ahora pudiera leerse como el guión publicado a posteriori del film. Como ya sugiere el título del relato, hay algo de Lewis Carroll en la aventura de Cornelia, cuando inicia un diálogo consigo misma frente al espejo y decide suicidarse, casi como un gesto de coquetería, con “cierta crueldad inocente u oblicua”, como definía Borges a la literatura de Ocampo. El film de Rosenfeld resuelve muy bien este primer tramo, con otra actriz –otro rostro, otro cuerpo (el de Eugenia Alonso)– que asoma detrás del azogue del espejo en el que Cornelia cree reflejarse. Ese espacio fantasmático que se abre a partir de allí no hará sino profundizarse: la realidad se trasmuta y paulatinamente esa vieja casona familiar, plagada de objetos y recuerdos, funcionará como una usina de espectros. Una niña inquietante, que habla de muñecas y piedras preciosas (¿o “esmeralda” hará referencia a la calle con nombre de joya?), un ladrón obsesionado con abrir una caja fuerte que lleva en su cerradura la marca “Borges” (Rafael Spregelburd), un amante que dice haberle dado un beso que Cornelia no recuerda (Leonardo Sbaraglia). A todos, ella les va pidiendo que la maten, pero como en un sueño –o peor aún, una pesadilla– le niegan una y otra vez ese capricho. Es notable la manera en que Eugenia Capizzano encarna a su personaje, al punto que la actriz, sin desaparecer, sólo permite ver a Cornelia, con sus dubitaciones y desplantes, con esa indecible melancolía que aflora detrás de su juventud y su sonrisa. Se diría incluso que en su interpretación está también la dramaturgia del film, como si esos diálogos que no fueron escritos para ser representados encontraran de pronto en ella la manera de ocupar el espacio y el tiempo. A esa precisión, Rosenfeld –con la colaboración inestimable de Matías Mesa en fotografía– le suma la suya propia desde la puesta en escena, siempre abierta a la ambigüedad, al misterio. Se diría que su modelo estético es ése que sugieren los collages de Max Ernst (provenientes de su libro Una semana de bondad) que ilustran los créditos iniciales: una realidad transfigurada, onírica, inquietante, hecha de ensoñaciones, temores y deseos sin tiempo.
Una película con literaria treatalidad Silvina Ocampo siempre tuvo una forma muy particular de escribir. Para ella era la manera suprema de comunicación. En su libro (escrito, según algunos estudiosos, como obra de teatro) “Cornelia frente al espejo” se mezclan sin saber cual es cual la realidad y la imaginación. La historia, para contarla de alguna manera cuenta cuando la joven Cornelia va a suicidarse a una gran mansión y allí se encontrará con distintos personajes. Como la “Alicia en el país de la maravilla” de Lewis Carroll, Cornelia va dialogando, con una literatura suprema, con algunos personajes que se le van cruzando. Con una forma naif por momentos y cruda en otros. Daniel Rosenfeld lleva con guantes de seda todo el camino que Ocampo trazo para Cornelia, llevando una literatura sublime a la pantalla grande, y transmitiéndole cierta teatralidad por momentos. Las maravillosas actuaciones de cada uno de los actores también le dan un marco mayor a la película. “Cornelia frente al espejo” no es un film fácil de ver y entender. Hay que tener una mente abierta que permita no solo disfrutar de lo que se ve, sino de gozar con lo que se oye, desde los diálogos más amorosos hasta los más siniestros. Eso era lo que imprimió en su novela Silvina Ocampo y que Rosenfeld, respetando a rajatabla los diálogos creados por la autora, plasmó en un film sumamente bello.
Fantasmas en la casa La película, basada en los relatos de Silvina Ocampo, cuenta la historia de Cornelia (Eugenia Capizzano), una mujer joven, que vuelve a la casa de sus padres, para suicidarse. Durante su estadía en la casa, Cornelia se encuentra con diferentes personajes, y a través de ellos vamos conociendo su historia, y sus reflexiones. La muerte y el suicidio son temas centrales en los diálogos que Cornelia sostiene con los demás personajes, una mujer (Eugenia Alonso), un ladrón (Rafael Spregelburd), una niña que apenas llega hasta la puerta, y un policía (Leonardo Sbaraglia). La historia es suave, onírica, de a poco nos damos cuenta que ya no estamos en la realidad, es como si la casa nos transportara en el tiempo, en el espacio. La casa es un personaje más de esta historia, y es allí donde se da el paso entre la vida y la muerte. Con una estética exquisita, cada detalle de la casa nos va contando algo, una caja fuerte, una llave que no aparece, y otros objetos que fueron parte de la vida de la protagonista, y que tienen un peso importante en la historia. Mas allá de la estética tan detallista y cinematográfica, el exceso de diálogos la torna muy teatral, y un tanto opresiva. Así por momentos termina resultando un poco lenta, con algunos tintes aristocráticos que la acartonan un poco, y la hacen no del todo accesible. Las actuaciones son excelentes, sostienen muy bien los largos diálogos, especialmente Eugenia Alonso, y Eugenia Capizzano, quien lleva sobre sus hombros todo el peso de la historia, de manera satisfactoria. La música está a la altura de lo estético, y aporta lo necesario para llevarnos entre la realidad y los sueños, mientras escuchamos las reflexiones de estos personajes, entre reales e imaginarios, que nos llevan de un lado al otro del espejo, mostrándonos la vida y la muerte, y la doble cara que tiene la mayoría de las cosas.
Daniel Rosenfeld toma esta película como un riesgo creativo que es desde el vamos más que valorable: basarse en un cuento de Silvina Ocampo respetando su texto y a su vez crear una película con clima acorde, llena de misterio, desde la fotografía, los encuadres, los actores. Un cine distinto y valioso.
Alma en pena En Cornelia frente al espejo (2012), la primera obra de Silvina Ocampo que consigue una transposición cinematográfica, una mujer que quiere morir y ser salvada al unísono es la encargada de llevar adelante un maravilloso relato de género fantástico. Cornelia, interpretada magistralmente por Eugenia Capizzano, se enfrenta a los fantasmas de su pasado, mientras un estado de letal agonía se apodera de su cuerpo y alma. Cornelia ha decido morir envenenada y es en esa transición entre la vida y la muerte que se enfrentará a tres seres que no serán otra cosa que el reflejo de ella misma. Daniel Rosenfeld (La quimera de los héroes, 2003) logra mantener intactos los diálogos originales del cuento sin que pierdan peso en la traslación cinematográfica, cobrando fuerza a través de una puesta en escena armonizada por las composiciones musicales que el notable Jorge Arriagada creó como si tratase de una pieza de ballet, y que la fotografía de Matías Mesa refleja en imágenes que se asemejan a pinturas con vida propia. De tinte surrealista, aunque de género fantástico, Cornelia frente al espejo es una obra que necesita de un espectador ávido de nuevas experiencias cinematográficas, no se va a encontrar con un cine que apuesta al minimalismo pero tampoco con un relato clásico, sino que más bien deberá someterse a un estado de ensoñación, de magia pura, de juegos exquisitos, un cine en donde todo funciona en base a un texto que cobra vida en la piel de cuatro maravillosos actores que hablan a través de sus vísceras. Cornelia frente al espejo invita a vivir una experiencia única, que no tiene comparación alguna con nada que ya se haya visto, conduciendo al espectador, de la misma forma que lo hace con Cornelia, por una serie de laberintos sensoriales que no necesitarán ningún tipo de explicación. Sólo disfrute.
Una múltiple mirada exquisita Irrepetible, será tediosa para muchos, pero valiente por los que lograron hacerla y los que se animaron a distribuirla. Su hermana Victoria Ocampo, decía de Silvina, que "sus cuentos, son recuerdos enmascarados de sueños, sueños de la especie que soñamos con los ojos abiertos". Esta es quizás la más perfecta definición de la obra de la gran escritora argentina, que fue mujer de Adolfo Bioy Casares. El filme es una singular transcripción cinematográfica de su cuento, "Cornelia frente al espejo", integra un libro de treinta y cuatro relatos. La película respeta el texto, toma algunos de sus diálogos y no sólo recrea la atmósfera que uno siente al leerlo, sino que logra, casi en el final, algo indefinible, como es atrapar el arte en estado puro. LA PROTAGONISTA La historia de amor que cuenta Cornelia (Eugenia Capizzano), la que casi le pertenece, es la de Elena y Pablo. Cornelia, una bella mujer llega a la casa familiar para suicidarse, sus conversaciones con seres que aparecen y desaparecen como el amante (Leonardo Sbaraglia), la amiga (Eugenia Alonso), un espejo como interlocutor válido, hablan de la extraña materia con la que trabajó toda su vida como escritora Silvina Ocampo. Esa que le permitió vivir plenamente. Ficciones, imágenes, realidades, ¿qué importa mientras Cornelia dialogue como una novia renacentista, o una monja medieval aceptando, o rebatiendo la discusión sobre la realidad? Película única, creemos, en la historia del cine argentino, que reproduce el mágico mundo literario de una autora también única. Y lo hace con magia y talento, desde la adaptación impecable, hasta los actores que como la exquisita Eugenia Capizzano, hasta Leonardo Sbaraglia y Rafael Spregelburd (El ladrón) respetan silencios y palabras y aparecen y desaparecen en esa casa fantasmal de recuerdos y cajitas de música. RELATO DE CAMARA Filme de cámara en el que confluyen diálogos sin tiempo y espacio, donde se puede ingresar a una historia de amor, a través de la misma Cornelia que es una joya de sensibilidad y a la que enmarca el sonido, la música del maestro Jorge Arriagada. Daniel Rosenfeld ("La quimera de los héroes") con la chica Eugenia Capizzano, también como coguionista, son los hacedores de esta audaz propuesta de cine arte. Hipnótica, nimbada por tufillos decadentistas que pueden escandalizar a puristas y desmayar con su evanescente fotografía. "Cornelia frente al espejo" es una película con mini filme sorpresa incluído, casi al final, al que se accede por viejas fotografías y con Ana Pavlova bailando "La muerte del cisne", desde un televisor apagado. Irrepetible, será tediosa para muchos, pero valiente por los que lograron hacerla y los que se animaron a distribuirla.
“Los espejos son exclusivos: se adueñan de las almas en cualquier momento” Silvina Ocampo Ya desde los fascinantes créditos iniciales, con las imágenes de Max Ernst -uno de los pioneros del dadaísmo y el surrealismo-, nos anegamos de lleno en este mundo, un universo de metamorfosis constante, simbolizado en las pinturas de seres mitad hombre, mitad animal, que reflejan el desdoblamiento de la personalidad y el carácter dual de todo ser humano. Estamos frente al collage en imágenes Una semana de bondad o Los siete pecados capitales (estos últimos se retomarán más adelante cuando la protagonista, junto a uno de los personajes de su pasado, reflexione acerca de la presencia o ausencia de cada uno de ellos en sí misma), acompañado por El Lago de los Cisnes, otro símbolo constante e iterativo: la agonía del cisne que muere como paralelo de la mujer al borde de la muerte...
Una literatura sutil a través del espejo Siempre es difícil trasladar al cine el espíritu y el estilo de Silvina Ocampo. Se acercó mucho el exquisito Carlos Hugo Christensen en la coproducción braso-argentina «La casa de azúcar». Hicieron la suya Arturo Ripstein y Manuel Puig en la mexicana «El otro». Acá lo intentaron Marcos Madanes, Lilian Morello, Alejandro Maci (dos veces, una de ellas con guión de María Luisa Bemberg y Jorge Goldenberg). Ahora, y de primera intención, Daniel Rosenfeld y Eugenia Capizzano han logrado instalarse en ese espíritu y ese estilo inasibles, casi indefinibles. Y no como quien toma una casa por asalto, sino como quien la invade sin hacer ruido, para filmar han logrado instalarse en la casona de Domselaar donde se veneraba el recuerdo de Felicitas Guerrero, muerta por amor a manos del tío abuelo de Silvina Ocampo. Lugar indicado, según se advierte, para ilustrar este cuento de amores evanescentes, decisiones fúnebres, espejos y conversaciones que amablemente confunden a quien se acerca. Pocos datos se ofrecen para su comprensión inmediata. En un momento medio atemporal, una joven coquetea con la idea del suicidio y charla sucesivamente con una mujer levemente mayor, que recuerda su infancia y sus defectos, con una niña desconocida que viene «a ver las muñecas de piedra», un ladrón ineficiente, de antifaz ridículo, y un comedido de buen aspecto y bigote falso. Si son reales o no, si son evocaciones alteradas o fantasmales, o la misma joven es un nuevo fantasma que todavía ignora serlo, eso ya corre por cuenta de las felices especulaciones de nuestra aspirante a suicida y de quienes se sienten enganchados en la trama. Para conducirla, Eugenia Capizzano, protagonista y coadaptadora, muestra un encanto casi espiritual muy adecuado. Un adagio de Saint-Saens aplicado en más de una ocasión, algo de Josef Suk, Brahms y Arriagada, colaboran en el clima. El rostro de la niña, confuso a través de un vidrio biselado, la repentina aparición de alguien de ropas negras atrapando de atrás, por la cintura, a la joven de ropa clara, el empleo de viejas fotos para acompañar una supuesta confesión y, al comienzo, la visión de los perturbadores grabados de Max Ernst para «Una semaine de bonté» (que no era nada bondadosa) predisponen a ver misterios inquietantes. Los largos diálogos fielmente transcriptos del cuento original, que, precisamente, se desarrolla en base a diálogos, la falta de otras instancias estremecedoras, también la falta de mayor sentido del humor y del ritmo, y la extensión a más de hora y media, hacen que el final, agradable, preciso, nos agarre cansados. Curiosamente, están el espíritu y el estilo de la escritora. Falta un poquito de su levedad. ¿Lo hubieran hecho mejor Christensen o Carlos Schliepper, autores de muy gratas comedias de situaciones fantásticas en los años de juventud de Silvina Ocampo? Para saberlo habría que acompañar a Cornelia a través del espejo.
Entre el cine, la literatura y el teatro Inspirado en un cuento de Silvina Ocampo, este primer film de ficción del documentalista Daniel Rosenfeld es una rara avis del panorama local, que aborda el desafío de pasar una historia del texto a la pantalla grande. A la sombra de su hermana Victoria, de su esposo Adolfo Bioy Casares y de su compinche Borges, la literatura de Silvina Ocampo adquirió en las últimas dos décadas una merecida valoración. Sin embargo, con la excepción de un par de telefilms y del frustrado proyecto de La casa de azúcar, el cine aún no reparó en sus cuentos fantásticos. Bienvenida, por lo tanto, la riesgosa propuesta de transponer a las imágenes el cuento Cornelia frente al espejo, a cargo del documentalista Daniel Rosenfeld (Saluzzi, ensayo para bandoneón y tres hermanos; La quimera de los héroes), por primera vez embarcándose en la ficción. Riesgosa, porque la adaptación reposa en su origen literario, apoyándose en el libro original de forma similar a cómo se expresa en el papel. Semejante pasaje de la literatura al cine, donde este último nunca esconde su génesis impura, conlleva a otros riesgos que se manifiestan desde la solemnidad y gravedad con las que se transmiten los textos. Efectivamente, Rosenfeld aúna literatura y cine para contar la intención suicida de una mujer, quien llega a una casona para cumplir con su propósito. A partir de allí, un trío de personajes fantasmales alteran el objetivo de Cornelia (Eugenia Capizzano), acaso retardando su cometido, tal vez explorando las consecuencias del propósito inicial como si ya se hubiera cumplido. Dentro de esos climas asfixiantes –que también le deben a la "teatralidad" que señala el encierro de la protagonista–, Cornelia frente al espejo invoca a Lewis Carroll y su Alicia en el país de las maravillas, fusionando lo "real" con un espacio onírico que tampoco disimula sus características procedentes del surrealismo. Pero acaso el inconveniente mayor que transmiten las imágenes de esta rara avis del cine argentino se encuentre en la presuntuosidad misma de la propuesta, en la extraña sensación de estar observando una excelente versión teatral de un gran cuento, que parece concebido por un excelso taller literario con los mejores alumnos como protagonistas centrales y secundarios. Y allí, en ese punto tan específico, es donde el cine pierde la partida, sometido al carácter imbatible del texto original, a la estupenda protagonista y al sutil acompañamiento de un trío coprotagónico de raíces espectrales.
Al otro lado de la realidad Las adaptaciones de la literatura al cine suelen dar, por mayoría abrumadora, decepciones. No es el caso de Cornelia frente al espejo , cuento mayormente dialógico de Silvina Ocampo que Daniel Rosenfeld transformó en un filme exquisito que más que respetar al texto -¿qué significaría respetarlo? ¿ser literal, ilustrarlo?- lo hace propio y lo potencia con elementos fílmicos. El cuento -elegante mestizaje de prosa y poesía- es singular, como casi toda la literatura de Ocampo: inasible, digresivo, alejado del concepto de trama e incluso de descripción. Su núcleo: una mujer joven (Eugenia Cappizano) que a mediados del siglo XX entra en su casa paterna, opresivamente aristocrática, con la intención de suicidarse, aunque su actitud parezca más lúdica que angustiada. Allí, en medio de un juego especular deudor de Lewis Carroll, mantiene una serie de conversaciones con personajes fantasmáticos: una mujer (ella misma en su improbable futuro; interpretación de Eugenia Alonso); un ladrón (Rafael Spregelburd), un amante (Leonardo Sbaraglia): acaso reflejos, proyecciones de Cornelia. Todos llevan algún elemento que los enmascara; a todos, ella les pide, en vano, que la maten. La apuesta es arriesgada y, hay que decirlo, sin que implique una valoración, esquiva para un público masivo. Cappizano (que demuestra sentir pasión por este papel) y Rosenfeld construyeron juntos el guión, que reproduce casi exactos los diálogos creados por Ocampo, siempre en base a una realidad transfigurada, onírica. El lirismo y un humor sutil, que incluye la melancolía y la crueldad, alternan con pasajes que resultan un tanto más solemnes, retóricos, en los que la estilización contrarresta la empatía. El trabajo impecable con los espacios y los objetos de la casona le da un marco visual y sensorial al cuento. Igual que la música de Jorge Arriagada, la fotografía de Matías Mesa, o los collages de Max Ernst, que acrecientan la atmósfera fantástica. En definitiva, más allá de algún automatismo, Rosenfeld (director de Saluzzi, composición para bandoneón y tres hermanos y La quimera de los héroes ) ha creado un filme original, fuera de norma, audaz, en tiempos dominados por la pereza, la seguridad, la repetición y la fórmula.
Espejos que están y que no Más allá de toda referencia literaria -que la misma película parece obligar a asumir- Cornelia frente al espejo comienza con una interesante desarticulación de la lógica espacio temporal. Sin embargo, durante el resto de la película pierde ese interesante gesto subversivo. He aquí probablemente un problema central de la película. Basada en el cuento homónimo de Silvina Ocampo y respetando el texto casi en su totalidad (el cuento es una larga secuencia de diálogos entre Cornelia y diversos personajes), la película de Daniel Rosenfeld repone en el presente, al apropiarse del texto, una larga tradición del cine nacional, especialmente vinculada a grandes directores de los años sesenta como Leopoldo Torre Nilsson o Manuel Antín. En este sentido, el relato recorre el espacio simbólico marcado por la condición femenina al mismo tiempo que por la condición de clase: una suerte de relato íntimo de una mujer de la alta burguesía porteña. En ese espacio se incluye la represión sexual, la muerte, la tradición familiar, la casa como espacio a la vez contenedor y asfixiante, el deseo del otro, del violento, del pobre, del ingenuo. Cornelia ingresa en la vieja casona familiar y atraviesa aquel espejo que la traspone al otro mundo, ya viva, ya muerta, ya real, ya ficticia. Allí se encontrará con la mujer (ella misma u otra, dejemos que nuestra intuición lo decida), con la niña, con el ladrón y con Daniel. Los diálogos, pues la película es por sobre todo sus diálogos, son mucho más que sus textos y dan cuenta de la complejidad de ese universo de género y clase, que con tanta propiedad relató Ocampo. Rosenfeld asume riesgos en muchos aspectos y eso es un valor para destacar. Pero del mismo modo que se anima a una película sostenida por las voces tanto más que por las palabras y las acciones, se conforma con un marco estético contenido, limitado a un cine prolijo, bellamente fotografiado, cuidado plásticamente y con una música incidental que, aunque apropiada, muchas veces parece redundante. De aquella primera ruptura que permitió ingresar al espectador a un universo confuso, no queda nada. Nunca el realizador se permite desestructurar nuevamente el relato, modificar la noción espacial, interpelar a la comodidad. ¿Cómo reponer el relato de la mujer de la alta burguesía en el presente más allá del gusto literario, de la pose estética? Creo que de algún modo la película no termina de resolver esta cuestión, y por ese motivo su morosidad no actúa como cuestionadora del relato ni como interpelación al espectador, sino como reposición acrítica de un momento clave de la narrativa nacional. Las fantasmáticas, las apariciones, los espejos, los sueños son, en los mejores momentos del cine, cuestionamientos a los imaginarios afianzados y a los sentidos comunes. Ya vengan de la mano de Lewis Carrol, Raúl Ruiz o de Miyazaki. Cornelia frente al espejo no parece inscribirse en ese mismo espacio crítico.
Letras filmadas Interesante relato sobre una mujer desolada que ansía la muerte pero es retrasada por la visita de extraños y misteriosos personajes. Muy enigmática y llena de detalles, basa todo su potencial en el excelente oficio del narrador. Ya sea a través de los diálogos de Silvina Ocampo, la actuación Eugenia Capizzano o los encuadres de Daniel Rosenfeld, la película encuentra su principal atractivo en el modo y no en su contenido. De esta manera, el espectador es hipnotizado con asombro, pero defraudado cuando el hechizo desaparece. Partiendo del hecho de estar ante un relato divido en capítulos titulados, nada hace pensar que el espectador se encuentra ante una obra ciento por ciento cinematográfica. Prácticamente todas las formas de arte se impregnan en está película donde cada una de ellas deja su esencia intacta. Por ejemplo, la actuación será teatral o los diálogos serán más poéticos que factibles. El principal problema de la película es el continuo misticismo de la trama. La aparición de incógnitas o diálogos sin un aparente trasfondo complican la posibilidad de tomar en serio los hechos. Por lo tanto, La constante incertidumbre en el relato logra llevar al espectador a tener una indiferencia notable con lo acontecido. Incluso la falta de un desenlace verdaderamente profundo debilitan a la historia. Si uno se encuentra ante una película forjada por los detalles, es imprescindible que cada uno de ellos estén a la perfección, sino todo el relato se debilita considerablemente. "Cornelia frente al espejo" tiene la elocuencia de las palabras, la expresión de la actuación, la belleza de las imágenes y la emoción de la música. Sin embargo, no logra concretar la armonía necesaria para ser considerada una expresión cinematográfica de gran calibre.
Daniel Rosenfeld llevó al cine el mundo literario de Silvina Ocampo con belleza, poesía y riesgo. Inocencia y crueldad se mezclan en un espacio que atraviesa el tiempo, encerradas dentro de un espejo que busca un sujeto para soñar, hablar y querer morir. Cornelia mira el mundo desde un umbral entre la realidad y la imaginación, un estar más acá de los objetos que son mucho más que cosas quietas, una liberación a través de las palabras. Cornelia es todo decir, es un ser hecho de su propia voz y de las voces de los otros, que rebotan en las paredes de una casa majestuosa y derruida, que expresan relaciones difusas, como estancadas. Cornelia frente al espejo es una película basada en el cuento de Silvina Ocampo. El director, Daniel Rosenfeld, en su primer largometraje de ficción, se atrevió a llevar al cine la obra de la gran escritora argentina con el texto original, las mismas frases, los diálogos, los silencios. Una decisión arriesgada por las dificultades de esa transposición que en los primeros minutos ya quedan de manifiesto. El punto frágil de la película es que esos diálogos de la literatura no resultan del todo creíbles llevados al cine, el traspaso no puede evitar cierta inadecuación. Pero esa debilidad queda en segundo plano cuando aparece toda la fuerza del texto maravilloso de Ocampo, la poesía que expresa cada frase, la enorme belleza de las imágenes que la acompaña y el gran trabajo actoral de Eugenia Capizzano. La película se vuelve una ceremonia porque transita ese camino alejado del realismo, de las explicaciones repetidas para detenerse en los detalles, como los primeros planos de los objetos, siempre protagonistas en la obra de Ocampo. El relato está narrado a través de referencias a la autora, estudiadas y cuidadas alusiones a los temas que más se relacionan con la escritora: el misterio, la resistencia a la normalidad, la muerte, lo extraordinario en medio de la vida cotidiana, el lenguaje y los personajes que todo el tiempo están cruzando la frontera de la realidad. "Siempre jugué a ser lo que no soy", dice Cornelia para dar cuenta de una identidad compuesta de multiplicidades. Cornelia primero habla con el personaje que interpreta Eugenia Alonso, luego con una niña, con un ladrón (Rafael Spregelburd), y con un supuesto viejo amante (Leonardo Sbaraglia). Todos personajes construidos a la sombra del misterio, que podrían estar vivos o muertos, como fantasmas dentro del espacio interno que conforma la casona que los enmarca, una construcción antigua que recuerda a Villa Ocampo. La protagonista busca el suicidio, pide que la maten, quiere irse. "La felicidad, la falta de obstáculos, no me parecen indispensables para desear vivir", dice él en un diálogo encantador sobre las razones para morir. La película se vuelve una experiencia poco habitual para el cine nacional, que tal vez poco a poco comienza con más firmeza a animarse a ofrecer esta clase de películas hechas de sutilezas.
Una historia que discurre entre la realidad y la ilusión. Este film se encuentra basado en el cuento homónimo de Silvina Ocampo. El director Rosenfeld (La quimera de los héroes, 2003; Saluzzi -Ensayo para bandoneón y tres hermanos, 2001), retrata los momentos que pasa una joven cuyo nombre es Cornelia (Eugenia Capizzano, "El nido vacío"), que ingresa a una enorme mansión, lugar que perteneció a su infancia. No es por simple gusto o azar que se encuentre allí rodeada de objetos y de retratos familiares, ella eligió ese lugar para envenenarse y morir. Lugar donde habitan fantasmas, porque mientras la van envolviendo esas paredes del pasado, un ambiente asfixiante, se enfrentará a seres que son el reflejo de ella misma; entre colores tenues y una muy buena interpretación de Capizzano, se encuentra con su amiga (Eugenia Alonso), Una niña (Estefanía Conejo) se refleja a través de un vidrio donde apenas se ve su silueta, (en realidad representa a ella de niña).Un ladrón enmascarado (Rafael Spregelburd) y un novio (Leonardo Sbaraglia); con todos estos seres dialoga, recitan y nos introduce en un mundo lleno de fantasías, poesía, misterio, melancolía, miedos, dudas, utopías, y algo surrealista. El film resulta bastante teatral, llevarla al teatro puede resultarle atractivo, esto a veces puede resultar muy difícil plasmarlo o reflejarlo en el cine. Las primeras secuencias resultan ser muy interesantes. Muy bien actuada con actores convocantes, la fotografía de Matías Mesa y la música del maestro Jorge Arriagada (magnifica), pero luego al ser tan dialogada y poética a algunos espectadores les podrá resultar soporífera, lenta y que le sobran algunos minutos.
En Copia conforme Abbas Kiarostami le hacía defender a su protagonista la legitimidad estética de las copias en las obras de arte argumentando que estas segundas versiones no eran otra cosa que la exaltación por repetición de la belleza del original. En la película del director iraní, mezclando confusos propósitos de seducción con la defensa de un libro chapucero, William Schimell le decía a Juliette Binoche que una segunda versión puede ser hasta más valiosa que la primera siempre que dispongamos de suficiente inocencia y predisposición para admirarla. El tema del original y la copia está especialmente presente en Cornelia frente al espejo por el énfasis de sus realizadores en resaltar la literalidad de la adaptación respecto del cuento en que está basada. Ya desde los créditos podemos entrever esa voluntad cuando se consigna directamente a Silvina Ocampo (autora del cuento homónimo que originó el film) como responsable de los diálogos. La temprana declaración de principios otorga una primera tranquilidad al espectador, quien sabe que por lo menos el texto no va a ser mancillado con una mutación traicionera capaz de hacer revolcar a la escritora en su paqueta tumba dela Recoleta. Sinembargo, este apego a la vez puede implicar una limitación que termine asfixiando el resultado de la adaptación y su valor como hecho artístico autónomo. La mayor parte de la película transcurre en los interiores de una casa familiar, grande, bella y antigua, a la quela Corneliadel título llega con un frasquito de veneno para suicidarse y donde sucesivamente va entrevistándose con distintos personajes que, algunos más explícitamente que otros, se revelan como pedazos de su propia experiencia y personalidad. Entre muebles antiguos, que parecen pertenecer a gente que ya no está, el director Daniel Rosenfeld pone a conversar a los personajes que craneó Ocampo en una puesta más cercana al teatro que al cine. Entre escenas de acción, la cámara se ocupa de registrar esos objetos que contribuyen a crear ese clima de indecisión entre el mundo real y el de los fantasmas que propone el cuento pero que, muchas veces, atenta contra el ritmo de la narración. Por su parte, los actores corren dispar suerte en la tarea de dicción de las palabras que fueron pensadas para ser leídas y no dichas. A Eugenia Campizzano se la nota orgullosa del personaje y segura en la piel de su Cornelia, y Rafael Spregelbourd, quizás por su experiencia teatral, sale airoso encarnando al buen ladrón que quema iglesias pero que no le da para matar gente. Su fragmento es el más afortunado de la película y en el que se rescata el sabor naif y siniestro que Silvina pone a sus historias. Pero más allá de sus de sus aciertos y errores, es la doctrina Kiarostami la que redime esta copia certificada. La vuelve querible por el amor a su original e interesante para nuestra subjetividad si nos interesa la observación del esfuerzo de sus realizadores para traducirla al cine. Ahora, si creemos que Abbas es un charlatán o que toda su teoría es una excusa para decir una cosa diferente que no tiene nada que ver con el objeto de esta nota, Cornelia frente al espejo está en serios problemas.
La película de Daniel Rosenfeld permite que los fantasmas literarios del cuento de Silvina Ocampo cobren vida en imágenes cinematográficas de gran valor estético y artístico. por Carlos Folias “Nosotros los seres humanos somos irreales como las imágenes” Llevar al cine o al teatro o a cualquier otra manifestación artística un texto pensado para ser leído puede llegar a ser un gran desatino o una aventura conmovedora. Con cuentos tan maravillosos como los de Silvina Ocampo, bien vale la pena intentar el desafío. El resultado de Cornelia en el espejo, la película, es conmovedor. Por momentos, las imágenes y los sonidos le confieren a las palabras nuevos matices y en otros, parecen advertir colores y tonos que dormían en su esencia a la espera de nuevas relecturas. Daniel Rosenfeld y Eugenia Capizzano han escrito el guión tomando como base el cuento homónimo de Silvina Ocampo. La decisión de mantener intactos los diálogos originales le otorga al film una personalidad particular en la que el sensible y maravilloso universo de ese cuento breve se potencia con múltiples estímulos visuales y sonoros. La dirección de Rosenfeld y la exquisita actuación de Capizzano (Cornelia) junto a los sólidos trabajos actorales de Leonardo Sbaraglia, Rafael Spregelburd, Eugenia Alonso y Estefanía Conejo construyen un relato cinematográfico de gran valor estético y artístico. Cornelia ha decidido suicidarse. Regresa a la antigua casona de su infancia poblada de fantasmas del pasado. Una búsqueda de si misma en objetos, personas, olores, texturas. Presencias o ensoñaciones que le devolverán imágenes de su propia existencia, un reencuentro con todo aquello que la conforma y a la vez no le pertenece. Una forma de encuentro y también de despedida. “De todo el mundo me despido por carta, salvo de vos. La casa está sola. A las ocho Claudio cerró con llave la puerta de la calle. ¡Cornelia!. Mi nombre me hace reír. Qué quieres, en los momentos más trágicos me río o enciendo un cigarrillo y me echo al suelo y te miro como si nada malo tuviera que suceder. Ciertas posturas nos hacen creer en la felicidad. A veces estar acostada me hizo creer en el amor” La calidad de la música original compuesta por Jorge Arriagada acompaña el relato y se suma a la acertada elección de la exquisita melodía para cuerdas “El Cisne”, de Camille Saint-Saëns (considerado el Mozart francés por su precocidad para la música), que aporta el sonido del violonchelo desde los primeros minutos de la película. La dirección fotográfica de Matías Mesa permite planos y contraluces de gran riqueza visual y narrativa. La cámara por momentos parece enamorarse de la tierna y sensible expresividad de la protagonista contribuyendo junto a un gran trabajo de arte, sonido, montaje y vestuario, a redimensionar en lenguaje cinematográfico un texto de por sí contundente. “Qué fresca, qué incontaminada,qué parecida a nadie eres. Pego mis labios a tus labios como si nadie pudiera separarnos jamás. Todas las fotografías son espejos de lo que fuimos, pero no de lo que somos ni de lo que seremos. Deja que me mire. Soy lo único que no conozco” Cornelia irá al encuentro de su propio final. Un mundo especular en el que la realidad y la imaginación parecen habitar en ambos lados del espejo. Objeto que junto a ella encontrará su fin por ser su condición necesaria de existencia y al igual que la imagen que se queda atrapada en cada fragmento de cristal, algunas secuencias de la película se quedarán en el espectador en ese lugar de la memoria reservado para los buenos recuerdos.
La vida de los espectros Los fantasmas son recurrentes en el cine, un arte literalmente de fantasmas. Pero la tercera película de Daniel Rosenfeld nada tiene que ver, eventualmente, con los espectros de las películas de terror. Tampoco es un tratado del espíritu en clave esotérica. En principio, Cornelia frente al espejo es la trasposición al cine de un cuento corto (de título homónimo) de Silvina Ocampo. El procedimiento es atípico y arriesgado. Cada palabra pronunciada por los intérpretes corresponde al texto de Silvina Ocampo, de tal modo que la escritura reencarna, adquiere sonoridad, vive. Hay cuerpos y una casa. Y también música: Jorge Arriagada, un músico vinculado al cine de un genio, el gran cineasta chileno Raúl Ruiz, aporta misterio. Cornelia mira el espejo de su casa y ve a una mujer. ¿Es una pariente? Hablará con ella como si estuviera muerta. Luego tendrá una aparición breve una niña que quiere ver una muñeca de piedra, e imperceptiblemente desaparecerá para ser sustituida de inmediato por un ladrón obsesionado con las llaves de una caja fuerte. ¿Qué viene a robar? Poco importa. Finalmente, llegará un amante, pero Cornelia no lo recuerda y menos aun que él la ha besado. Le pedirá que la ayude a morir y él aceptará si ella le cuenta toda su vida, un segmento glorioso en el que viejas fotografías ilustran el pasado de la potencial suicida. Extraña y hermosa película la de Rosenfeld, destinada quizás al limbo en el que viven sus personajes y a cierta incomprensión general. No es teatro filmado, tampoco una adaptación literaria ni una película acartonada. Su anacronismo es su fuerza; su estilo, una certeza. ¿Cuál es su secreto? Después de un plano secuencia tan lírico como preciso en el que Cornelia se esfuma en el bosque, seguido de unos planos fijos de la casa en la que transcurre toda la película, se escucha: "Soy lo único que no conozco. Voy a beber algo mejor que la vida. Por suerte, ya sé todo lo que no soy yo". Lo que está frente a nuestros ojos no es otra cosa que la experiencia literaria, allí donde el yo confronta con la palabra su deleznable materialidad.
Publicada en la edición digital #244 de la revista.
Publicada en la edición digital #244 de la revista.
Despejemos los prejuicios: Cornelia frente al espejo no es una película solemne, tampoco es teatro filmado ni adaptación literaria. Se trata, en cambio, de una apuesta arriesgada, sugerente e intensamente poética que escapa a las convenciones de manera radical. El procedimiento es atípico: los diálogos respetan literalmente el cuento de Silvina Ocampo que la película toma como fuente. Rosenfeld es fiel al texto, deja claro el origen pero no se somete, asume la literatura sin resignar la potencia cinematográfica. Cornelia frente al espejo es una de las películas más sorprendentes del cine argentino de este año que quedó disimulada por la acumulación de estrenos de las últimas semanas y es imprescindible rescatar. Cornelia, joven y hermosa, regresa a la vieja mansión familiar para suicidarse. Cuando inicia un diálogo frente al espejo aparece otro rostro que la interrumpe. Luego, el espejo devuelve la imagen de Cornelia resquebrajada por un golpe que le ha abierto una herida en la mano. Más tarde, surgen otros personajes que desvían su atención: una niña (o una enana adivina), un ladrón que usa antifaz y está obsesionado con una caja fuerte marca Borges, un amante que dice haberle dado un beso en otro tiempo y que viene a salvarla con un revólver de juguete. La falta de certezas sobre lo real es inquietante. Acaso Cornelia ya cumplió su objetivo y lo que vemos son espectros, también está la posibilidad de que la acción transcurra en el espejo, o tal vez todo sea un sueño. La atmósfera enrarecida de la vieja casona, plagada de objetos y recuerdos, contribuye a crear un clima ambiguo y ambivalente. La protagonista, que trabajó en la adaptación del guión junto con el director, es toda una revelación. Eugenia Campizzano demuestra un profundo conocimiento de la obra hasta en los mínimos detalles. Su interpretación, sus movimientos, sus inflexiones, consiguen que el texto suene natural y fresco. La actriz utiliza siempre la entonación justa y el acento adecuado para encarnar a Cornelia de manera notable, con sus dudas y su melancolía. Cornelia frente al espejo es una película atrapante gracias a su extraordinaria protagonista, pero también por el rigor de la puesta en escena, la variedad de recursos narrativos que incluyen fotos y dibujos, los cambios de clima, las ironías, y la ligereza de los contrapuntos. En un hermoso plano secuencia final, Cornelia desaparece en el bosque, se esfuma, despega hacia un mundo más amplio, pleno de lirismo cinematográfico.