Criatura de la noche es una historia distinta. Me cuesta catalogarla en un género en particular y si lo tuviera que hacer, la pondría en Fantasía por sobre cualquier otro, y así poder orientar al posible espectador. Su origen no es común y es para destacar que ha cruzado las fronteras de muchos países. Indudablemente logró cautivar a muchos públicos distintos, y eso es un gran mérito. ¿Cuáles son las razones? La película tiene una historia de cierta manera chiquita, un relato tranquilo, pero unos personajes muy bien construidos y unas actuaciones impresionantes de los chicos. Va con paso lento, pero seguro y donde se mete sale bien parada. Que su estreno coincida con otra película de vampiros en la cartelera, es una lástima, porque si bien estos chupasangre no se mueven en buenos autos, no tienen cuerpos adiamantados, se destacan por sufrir en serio, y por tener que remarla (o morderla) día a día. Criatura es una película arriesgada, que seguramente no provocará lo mismo en toda la platea, pero quienes disfruten su originalidad la van a adorar. Conviene saber que si bien no es larga, su relato es algo lento y si uno está cansado la debería dejar para otro día. Para mi no es una obra maestra, pero si es una historia bien contada que seguramente será referenciada en el futuro y que vale la pena ver.
Al fin una película de terror decente!! Cada vez se hace más difícil encontrar una gran propuesta de este género en la pantalla grande. Criatura de la noche es una de los mejores filmes de vampiros que se han hecho en el último tiempo. Esto no hay que darlo por descontado porque con la enorme trayectoria que tienen estos personajes en el cine, no es fácil brindar un espectáculo original e interesante en estos días. Más allá del terror, el film es una gran historia de amor y amistad, al menos desde mi punto de vista, entre un joven adolescente y una vampiro. Sería como la versión inversa de Crepúsculo sólo que con más cerebro. Si le quitamos la sangre y los elementos sobrenaturales, Criatura de la noche se centra en la relación que tiene dos chicos muy solitarios que están desesperados por tratar de encontrar alguien con quien puedan conectarse y expresarse sin represiones. Para mi el film va a más allá de los vampiros. Esta película sueca del director Tomas Alfredson es una adaptación de la novela de John Lindqvist “Dejame entrar” que se puede conseguir en la librerías locales. Los personajes principales ya de por si son tan raros como la trama. Por un lado tenemos a Oskar, un chico solitario, cuyo hobby es coleccionar recortes de diarios de crímenes violentos, quien suele ser humillado constantemente por sus compañeros de escuela que lo toman de punto y lo maltratan. Eli, por otra parte, es una chica vampira que es nueva en el vecindario de Oskar y entabla una particular amistad con el joven. A diferencia de los vampiros fashion de Twilight, para Eli su condición es una verdadera pesadilla. La protagonista no conoce el programa vegetariano del doctor Cullen y cuando no se alimenta su cuerpo apesta y su apariencia es absolutamente desagradable. Como si esto no fuera poco, conseguir presas humanas cada vez se le hace más difícil. En este contexto surge la relación de los personajes principales La película se desarrolla en Estocolmo en 1981, donde la recreación de época que hace el director no es menos aterradora que la vampiro que mata gente para alimentarse. Hay como una atmósfera extraña en esa ciudad y ambientes que presenta la película que contribuyen a que el cuento sea más escalofriante todavía. Por lo menos así lo viví yo. El motivo por el que la remake hollywoodense que se prepara para el año que viene va a ser un fiasco se debe a que Criatura de la noche es un film que sobresale, más allá de la historia, por el trabajo de sus protagonistas. No podés reemplazar a Kade Hederbrant (Oskar) y Lina Leandersson (Eli). Ellos son el alma del film y están brillantes. Especialmente Lina, quien tiene una enorme capacidad de expresión a través de sus ojos, algo que el director supo capturar a la perfección. Más allá de la exitosa saga de Stephenie Meyer en los últimos años hubo una tendencia, sobre todo en el cine de mostrar al vampirismo como algo cool. La película sueca presenta un enfoque más tradicional sobre este tema donde el vampiro es una figura más trágica. La secuencia final que transcurre en la pileta en mi opinión es uno de los grandes momentos cinematográficos del 2009. Criatura de la noche es una de mis películas favoritas de este año que recomiendo no dejar pasar ya que realmente es un gran historia para disfrutar en el cine.
Bailando en la oscuridad Ella se mueve como una anguila. De izquierda a derecha, de arriba abajo, su cuerpo dócil y fibroso la convierte en una entidad inusual e inclasificable. El problema es verla. O que te vea. Eli se oculta de los ojos y duerme entre la melancolía de saberse inagotable y el gustito sádico de volver a buscar energía, todos los días. Como una anguila, carga y descarga su voltaje. Un shock eléctrico, como sus desplazamientos. Eli tiene 12 años… desde hace varios siglos. Lo que ella no sabe es que se acaba de mudar al lado de la única persona que podrá verla, por primera vez: Oscar, un melancólico-chico-ostra-abandonado-a-su-suerte-con-madre-divorciada/incomprensiva-y-una-vida-escolar-de-abusos. Y el problema para Oscar es ver qué se hace con tanta mierda guardada dentro. El problema, del otro lado de la pared, también es la energía. Y cómo compartirla. Más si se tiene 12. Let the Right One In (volvamos a la musicalidad de su título en inglés, mucho más cercano al sueco original que la poco feliz versión local traducida como Criatura de la noche: Vampiros. Fin de la oración de queja) es una película compleja justamente porque esconde un proceso de depuración tan sofisticado e invisible que nunca nos percatamos que lo que estamos viendo, amén de su retórica, sus rituales escénicos y su imaginería visual, es menos una película de terror que un extraordinario melodrama. Un melodrama freak, un amor loco, un encuentro imposible. A diferencia de Martin (George Romero, 1976), película con la cual se entablan fuertes lazos filiales, Alfredson toma una directriz opuesta a la de Romero: no juega a la ambigüedad con lo vampírico. No juega a ser elusivo con ese carácter. Esto evita, entre otras cosas, que el espectador construya una víctima social, como en parte si lo era el protagonista romeriano. No: En Let the Right One In conviven dos extremos irreconciliables que hacen del terror una excusa perfecta para la experiencia melodramática. Veamos. Por un lado el extremo de la brutalidad, de la frialdad del registro de las muertes (con momentos que recuerdan a Trouble Every Day, Claire Denis, 2000), con una mirada impasible, pero nunca gozosa, sino curiosa, impúdica, sensual. En el otro extremo, una construcción narrativa que si elude datos, que cuando podría (“debería”, demandará un espectador que espere “otra de vampiros”) ser clásica y abrir el campo de visión, opta por una distancia ínfima de los hechos, que no permite armar el cuadro de situación completo. En un extremo, la mirada sádica y salvaje. En el otro, los saltos en la mirada táctil, un mundo hecho pedazos. Paradoja andante: 1. Por un lado, se nos somete a una puesta venal pero distante, que incomoda y no permite tomar posición alguna ¿Por qué? Porque la película opera a pura marca y desmarca del código de terror, traicionando expectativas, haciendo de lo obvio un equívoco (pero sin apelar a la sorpresa de los golpes de efecto). 2. Al mismo tiempo, el gusto por los objetos y las superficies rugosas, la precisión milimétrica de una puesta en escena rica en detalles convierten a Let the Right One In en una fiesta íntima para los ojos. Pero ahí, en donde el ojo goza con el detalle y donde pispea la sangre a borbotones es donde hay que mirar con atención, a no perder la vista (porque esta también es, esencialmente, una película sobre el poder de la mirada). Porque en algún momento, como diría George Constanza, ¡los mundos chocan! Y es ese el momento en que tenemos que estar preparados. Porque esa mirada estrábica, que antes diferenciábamos, esa bifurcación óptica a la que se nos sometía, ingresa en un tornado furioso en donde impetuosamente se funden y conviven universos que parecían rotos y disímiles: García Lorca con Peter Pan, George Romero con Max Ophuls, Luis Buñuel con Georges Franju y finalmente con Kathryn Bigelow. Y de ahí en más todo es exceso melodramático, todo es entrega pasional, todo es palpable y la pantalla se hace lenguaje braile, hasta que estallen los puntitos y nos sangren las yemas de los dedos y nos estallen los pulmones y el corazón por un amor exagerado, excesivo. Nuclear. Porque, como dijimos al principio, todo era un asunto de energía, de cómo compartirla…de cómo administrarla (¿al fin y al cabo no es el eterno prejuicio sobre los chicos que no son chicos pero tampoco adolescentes y que las abuelas llaman edad del pavo?). La película de Alfredson nos da una lección: nos enseña a abandonar los trajes, nos convoca a mirar micromundos y nos muestra su estallido, no su disolución. Porque en toda fusión hay algo nuevo: al fin y al cabo es un principio físico. La energía no se pierde, se transforma. Nuestros ojos también.
Como Crepúsculo, pero en serio Víctima de una engañosa campaña publicitaria, con afiche que promete "una de las mejores películas de terror de todos los tiempos" incluido, la multipremiada Criatura de la noche (Let The Right On In, 2008) es una historia donde el terror es apenas un elemento más de un complejo retrato del crecimiento, el amor y la identidad. La película de Tomas Alfredson es el reverso genérico de Crepúsculo (Twilight, 2008), con perdón a la producción escandinava. La criatura del título no es un torneado adolescente ávido de hemoglobina sino una doceañera siempre noctámbula, Eli (Lina Leandersson). Ella es la nueva vecina de Oskar (Kåre Hedebrant), un estudiante lacónico y solitario, objetivo predilecto de los embriones de pandilleros juveniles que tiene de compañeros de curso. Ambos establecen una relación que comienza amistosa y, al igual que en la primera parte de la saga de Stephenie Meyer, deviene en amor. Al igual que Marley y yo (Marley & Me, 2008) o Viviendo con mi ex (The Break-Up, 2006), melancólicas reflexiones sobre la convivencia y la maduración que sucumbieron ante la crítica y el público gracias al envoltorio de película descartable que implica la rotulación de “comedia pasatista” con que sus campañas publicitarias la presentaron, el encuadre de Criatura de la noche dentro del género del terror que proponen sus sinopsis oficiales y material fotográfico no sólo soslaya gran parte de su potencia artística sino que resulta escaso, insuficiente y por momentos hasta incorrecto. Sí, la protagonista y sus larga cabellera renegrida remite a los distintos exponentes del J-Horror que se adocenaron a comienzos de la década y la escena de la pileta mixtura el cinismo y la truculencia propia del gore. Pero esas premisas son sólo construcciones narrativas de una historia donde también están presentes elementos del drama romántico o del relato iniciático: del primero, la conflictiva ambivalencia entre las necesidades físicas vampíricas y los sentimientos humanos producen en Eli; del segundo, la maduración y el descubrimiento de la sexualidad de Oskar. Ambientada en los gélidos y desaprensivos suburbios de Estocolmo, con una narración alejada de los cánones habituales de las grandes producciones, el aspecto más rico de Criatura de la noche no es la búsqueda del susto ni la utilización de efectos sonoros sino la dicotomía entre del amor-alimento, también presente en la más superficial Crepúsculo. Es la certidumbre de que el gran amor de la vida puede ser también la colación de media tarde.
La soledad de los malditos Oskar (Kåre Hedebrant) no tiene una vida especialmente feliz. Es inteligente, aunque no lo suficiente para deshacerse del acoso de unos compañeros de clase particularmente agresivos. Sabe cómo entretenerse solo, pero no lo disfruta del todo. Así las cosas, una noche conoce a Eli (Lina Leandersson), que desde hace poco tiempo vive en un departamento cerca del suyo. En medio de la noche helada, Eli no parece tener frío ni sufrir desasosiego alguno. Sin embargo, rehúye las preguntas de Oskar y parece interesarse más en lo que él tiene para decirle. Entre los dos surgirá un vínculo extraño, destinado a trascender los conceptos de amistad, afecto y lealtad que Oskar creía conocer hasta ese momento. Paralelamente, una serie de inquietantes crímenes conmocionan a la ciudad. Un psicópata parece haberse adueñado de las calles, rapiñando por las noches la sangre de desprevenidos transeúntes y dejando los cadáveres a su suerte. El barrio de Oskar es el vértice de esa conmoción que poco a poco va ganando a los vecinos y los acerca, sin saberlo, a la revelación inesperada: una criatura de la noche habita entre ellos. Es inevitable caer en la comparación odiosa con el nuevo giro que se le ha dado últimamente al mito del vampiro (ya sobado, recauchutado y diluído, con su cúlmine en la mélange "Crepúsculo" y sucesivas), pero frente a una cinta de semejante calidad, la comparación es aceptable e incluso necesaria. Basada en un libro del propio Ajvide Lindqvist, éxito de ventas en todo el mundo, "Criatura de la noche" aborda el mito desde sus aristas más desdeñadas, quizá. Así, el vampiro se revela como un ser solitario y de bajo perfil, especie en peligro de extinción, con una moral imposible de encasillar e interacción social compleja, cuyos apetitos se exacerban o amortizan en pos del único imperativo que lo mantiene, por así decirlo, vivo: la sangre. La supervivencia a cualquier costo. Por si el gancho argumental no fuera suficiente (la perspectiva del preadolescente acosado y la pérdida de la inocencia, si bien están suavizados respecto del libro), hay una excelencia técnica que excede lo audiovisual. Los climas y los escenarios de esta película son personajes adicionales en una trama que parece escatimar los clásicos sobresaltos, aunque ofrece estremecimientos mucho más genuinos. De esos que sacuden la psique más que electrizar el cerebro, vamos. La única crítica que se le puede hacer a este filme increíble es que dura poco. Y que el ritmo narrativo no es para cualquier amante wannabe del cine de género.
La voluntad del ocaso Alcanzar la máxima excelencia cinematográfica implica combinar satisfactoriamente los ancestrales resortes del género (estructura recurrente), el desempeño de los rubros técnicos (coherencia profesional) y la imperiosa necesidad artística de trascender (contenido específico). Nunca está de más recordar que sólo un puñado de anomalías ha logrado llegar a este nivel de insólito esplendor, circunstancia tan deseada por los cinéfilos como desconcertante cuando por fin se presenta. Criatura de la noche: Vampiros (Låt den rätte komma in, 2008) o Let the Right One In, tal su título internacional en inglés, es una obra maestra desde todo punto de vista. Estamos ante un film que funciona a la perfección en términos argumentales y en lo que respecta a su previsibilidad comercial, léase sustrato temático y/o expectativas en función del subgénero trabajado. El horror vuelve a perturbar los sentidos. El vampirismo como tópico, esa nocturnidad póstuma adicta a la sangre, pocas veces fue aprovechado en su desbordante plenitud, reducido en la mayoría de las oportunidades a esquemas de nulo valor discursivo. Por suerte las excepciones a esta regla general todavía pueden arribar desde las geografías más remotas y saludarnos con su mejor rostro en los momentos menos pensados. La historia gira en torno a la relación entre Oskar (Kåre Hedebrant), un chico retraído que sufre de maltratos por parte de sus compañeros de colegio, y su vecina Eli (Lina Leandersson), una extraña niña que hace poco se mudó al mismo edificio de departamentos. Estos dos jóvenes cuentan con apenas doce años pero ya tienen bien en claro que en la humanidad cohabitan sentimientos aparentemente opuestos como la compasión por el prójimo y los impulsos destructivos, la furibunda sed de matar. Ambas vertientes de la existencia forman un todo complejo que a su vez se manifiesta de las maneras más diversas. Mientras que él practica desenvainando un cuchillo y sueña con una venganza terminal contra sus hostigadores, ella arrastra una angustia de siglos y por sobre todas las cosas debe cazar para subsistir. Cuando por una mueca del destino Eli se quede sin su Renfield personal y las agresiones contra Oskar superen su umbral de tolerancia, no sólo se pondrán a prueba las habilidades de cada uno para enfrentar un contexto que solicita a gritos respuestas violentas, también surgirá un amor taciturno basado en la melancolía y la solidaridad. La película se caracteriza por su tono sosegado, su prudente narración, el desarrollo cauteloso de los distintos personajes y un minimalismo expresivo que jamás baja la guardia, aún en las sucesivas dentelladas y amputaciones. El hecho de que la acción se sitúe en los suburbios de Estocolmo, en Suecia, no es un detalle para nada menor. El constante clima nevado, la frustración de las capas sociales marginadas, un modo de ser sumamente parco, la ausencia de perspectivas familiares y cierta claustrofobia esencial son componentes más que significativos en un extraordinario planteo vinculado a las disrupciones primordiales y los muchos callejones sin salida que el devenir diario suele imponer. El director Tomas Alfredson, proveniente de la televisión y verdadero especialista en comedia satírica, hace maravillas con el sólido guión de John Ajvide Lindqvist, adaptación de su propia novela. A través de una escenificación etérea, un ritmo pausado y un diseño de producción bastante crudo, la trama se sostiene y avanza con una enrarecida naturalidad, siempre en consonancia con esa imaginación intransigente. Aunque el equilibrio dramático es uno de los elementos centrales dentro de una propuesta que ha sido balanceada a conciencia, no podemos dejar de destacar las estupendas interpretaciones de Hedebrant y Leandersson, dos actores que a su corta edad deslumbran por la profundidad y el realismo alcanzados. Sin adentrarse demasiado en la riqueza ambivalente del relato, únicamente diremos que asuntos escabrosos como la homosexualidad y la insatisfacción afectiva son tratados de forma sutil, a puro ingenio. Sendos estados de ánimo, la ternura sugerida y la furia explícita, confluyen a lo largo de esta fábula romántica hasta desembocar en un final de una macabra belleza. Reformulando los cuentos de hadas más tenebrosos y tal la interpelación del título original, el juego de voluntades a los pies del portal hace que el ocaso justifique la extracción de hemoglobina.
Romanticismo bello y terrorífico Basada en la novela "Déjame entrar", combina vampirismo, amor y angustia adolescente. Algunos opinan que en Criatura de la noche, del sueco Tomas Alfredson -basada en la novela Déjame entrar, de John Lindqvist- prevalece la historia de vampiros; otros, la de amor. La atracción casi hipnótica que provoca la película se basa, precisamente, en su carácter lábil, inasible, indefinible, ambiguo: el mismo de su protagonista femenina, Eli, interpretada magistralmente por Lina Leandersson: una niña, llamémosle, vampiresa. Aclaremos, en este punto, que Criatura... no desecha los lugares comunes del género. Mucho mejor: los reformula como background, los resignifica, les da un tratamiento delicado y novedoso -perdido en el cine de terror-; los transforma en una hermosa, potente, siniestra combinación de arte y divertimento. El miedo y la furia, la angustia y la potencia/impotencia adolescente, son el motor de este filme que cruza una y otra vez la frontera entre realidad y fantasía. En un suburbio de Estocolmo, siempre helado y nocturno, vive Oskar (Kare Hedebrant): un chico abusado por sus compañeros, que amenaza con convertirse en una especie de personaje de Elephant. De algún modo, le fascina que en su barrio estén apareciendo cadáveres desangrados. Como también que llegue Eli, un vecinita que se instala con un hombre mayor. En el primer diálogo entre ambos, en medio de la noche y la nieve, Oskar se sorprende de que ella esté desabrigada y despida un aroma raro. El le dice que tiene 12 años; ella, que tiene 12 desde hace mucho tiempo. En el horror, como en el erotismo, lo sugerido es mucho más eficaz que lo mostrado. En las antípodas del terror pornográfico de sagas como El juego del miedo y tantas otras, Criatura... excita -aterroriza- con lo entrevisto, lo inexplicado, lo imprevisto: así hunde al espectador en una suerte de estado de irrealidad y otredad que conoce el que ha presenciado algún accidente grave. Alfredson crea una atmósfera gélida y espectral -con una fotografía y un trabajo sonoro, muchas veces basado en el silencio, impresionantes- y prefiere los planos generales, en los que algún detalle quiebra la lógica de esa composición y petrifica al que mira. El maniqueísmo y el juicio moral quedan afuera de este sofisticado -y a la vez simple, a la mirada del espectador- relato trágico. En la novela de Lindqvist, también autor del guión, Eli es un chico castrado 200 años antes; en la película, una anciana encerrada en un cuerpo infantil, o algún ente no aclarado. Varias veces, le pregunta a Oskar si ella le atraería igual si no fuera una niña. Las paredes y los vidrios, como los siglos y la condición, los separan: hablamos de la infinita atracción y desdicha de los amores imposibles. De un chico extraño y una niña sobrenatural que provocan empatía. Y terror y comprensión y lirismo. La historia transcurre en el mundo bipolar de los '80. El título original -basado en la leyenda de que los vampiros sólo pueden entrar si se les permite el paso- fue traducido como Let the Right One In (Deja entrar al correcto), que refiere además al romántico y fatalista Let the Right One Slip In, de Morrisey. En España, se degradó a Déjame entrar; en la Argentina, a Criatura de la noche. Esperemos que el descenso termine acá. Leve reparo local a una película bella y terrible, cargada de significados que el espectador puede o no intentar interpretar. Una obra mayor, detrás de su sencilla apariencia.
Trágico y brutal film sobre vampiros Un género clásico revisitado con lo mejor de lo actual. Entre tanta película reciente sobre vampiros concebida con adolescentes carilindos, fórmulas prefabricadas y mucha astucia de marketing, la demorada llegada a la cartelera local con copias en fílmico de esta joya sueca que reinventa el género con las herramientas más nobles y genuinas del cine resulta un acontecimiento digno de ser celebrado. Este film de Tomas Alfredson (que ya ha sido contratado por Hollywood para dirigir a Nicole Kidman y Gwyneth Paltrow) está basado en un guión que John Ajvide Lindqvist escribió a partir de su propio best-seller. Los protagonistas son Oskar (Kare Hedebrant), un chico de 12 años, inteligente y retraído, que es objeto de las burlas más crueles por parte de sus compañeros de escuela en un suburbio de Estocolmo; y Eli (Lina Leandersson), una nueva vecina de su misma edad y tan solitaria como él, pero con una gran diferencia: bebe sangre. Entre ellos surgirá una relación de amistad, comprensión mutua y un incipiente amor preadolescente. El tándem Lindqvist-Alfredson, con la invalorable ayuda de los dos intérpretes, concibe una extraña y fascinante combinación entre el cine de terror (hay escenas muy sangrientas), una conmovedora épica romántica y un implacable retrato sobre la violencia, los excesos y las contradicciones dentro del universo escolar y sobre el patetismo del mundo adulto con sus miserias de pueblo chico-infierno grande (abusos, paranoia, alcoholismo). Bella y melancólica, trágica y brutal, lírica y fatalista, digna de Nosferatu pero también del cine de Ingmar Bergman, Criatura de la noche está muy lejos de ser un producto efímero y demagógico sustentado en el impacto fácil (de hecho, el uso de los efectos visuales es mínimo y siempre funcional a las búsquedas narrativas). Se trata de una película para analizar, admirar y "degustar" incluso más de una vez. Una de esas sorpresas que aparecen muy de vez en cuando. Una cita insoslayable para aquellos que disfrutan de los géneros clásicos cuando son revisitados con los mejores recursos del cine moderno.
Sangre joven en la vieja mitología vampírica Proveniente de un director sin experiencia previa en el cine de terror, el film de Alfredson, que por momentos parece una versión hardcore de Melody, llega tan fresco al género que se permite abordarlo sin tener necesidad de rendirle culto a sus tradiciones más anquilosadas. Como un antídoto contra los vampiros pasteurizados de la saga Crepúsculo y Luna nueva, llega por fin, después de múltiples postergaciones, Criatura de la noche, un film sueco capaz de devolver no sólo a la mitología vampírica –que sigue desafiando fronteras, continentes e idiomas–, sino también a la adolescencia, su carácter más transgresor y revulsivo. Lo interesante del caso es que el film de Tom Alfredson –un director sin experiencia previa en el cine de terror– llega tan nuevo y fresco al género que se permite abordarlo sin tener necesidad de rendirle culto a sus tradiciones más anquilosadas. Es significativo que Criatura de la noche se pueda empezar a definir no tanto por lo que es, sino precisamente por lo que no es. En primer lugar, no hay nada de la iconografía gótico-romántica, a la manera del Drácula de Bram Stoker o las películas de la Hammer, en el film de Alfredson. El escenario es un triste suburbio de Estocolmo, tan limpio como la nieve y tan geométrico como el cubo Rubik que el protagonista tiene al comienzo como único amigo. No se puede decir que los indefinidos años ’80 de la película pasen por lo que se suele llamar “un film de época” y, si algo debe concederse, es que la noche suele tener más protagonismo que el día, aunque hay más de una escena diurna inquietante. Antes que una invasión del alma, al modo romántico, el vampirismo que propone Criatura de la noche es una necesidad de orden físico. Eli, la pequeña vampira de la película, necesita alimentarse y no le queda más remedio que hacerlo con sangre. Su impulso es el de la supervivencia. No hace más que seguir la inclinación de su naturaleza. Y si no fuera por ese hombre que se hace pasar por su padre y no es más que el Renfield que por las noches sale a reponer unos bidones de sangre fresca para su protegida, como quien faena vacas en el matadero, Eli estaría tan sola en el mundo como Oskar, el retraído vecino con quien vivirá una extraña historia de amor, en una suerte de versión hardcore de Melody. “¿En serio tenés 12 años?”, le pregunta Oskar a Eli cuando empieza a tomar confianza con esa niña que se le aparece súbitamente y sólo de noche, casi sin abrigo en medio de un frío que corta el aliento. “Sí, salvo que he tenido 12 por mucho tiempo”, responde Eli. Hay algo en el aislamiento de Oskar que atrae inmediatamente a Eli: él es rubio nórdico y ella, una morocha de aspecto gitano, pero en sus respectivas soledades no podrían ser más parecidos, sentirse más juntos. Oskar es la clase de chico de quien los demás chicos se burlan y discriminan, por tímido, sensible e inteligente; nada muy distinto de la discriminación que sufriría Eli... si fuera al colegio. Donde el film de Alfredson se encuentra netamente con la tradición del género es en la concepción del vampiro como héroe trágico por excelencia. Despreciado, perseguido, condenado a la soledad, Oskar no es el vampiro, pero podría serlo, como ya lo es Eli. Ella, en todo caso, tiene los medios para defenderse de la hostilidad de las instituciones –la familia, el colegio–, medios que él apenas puede imaginar. Mientras Oskar juega con un cuchillo y descarga contra el tronco insensible de un árbol toda la violencia que no se atreve a dirigir a quienes lo humillan diariamente, Eli en cambio puede poner a su disposición los poderosos recursos de su naturaleza, que hasta ahora sólo utilizaba para sobrevivir, sin interponer ningún juicio moral. Históricamente, el vampiro es doble, sombra, reflejo; por eso no puede verse a sí mismo en los espejos ni enfrentarse a la luz del sol. ¿Y si Eli no fuera más que una proyección de Oskar, la expresión de sus deseos, la materialización de sus pulsiones, su Ello freudiano? La agudeza del film está en aludir a esta ambigüedad sin tener necesidad de enunciarla. Como en muchos films de David Cronenberg (y la cicatriz que luce Eli en lugar de su sexo no hace sino evocar las monstruosidades de Crash), toda la película se beneficia de un gélido registro hiperrealista, donde la tétrica banalidad de la vida cotidiana está exacerbada. Que en ese contexto, la vampira –el elemento fantástico– aparezca literalmente de la nada, en la noche de Oskar, puede sugerir que se trata quizá del ángel vengador que su inconsciente estaba necesitando.
Frágiles y feroces criaturas El título con el que se estrena en nuestro país y la fama ganada tras su paso por distintos festivales destinados al cine fantástico, llevan a suponer que Criatura de la noche (o Déjame entrar, como se conoció en otros países) es un film de terror con seres monstruosos. Sin embargo, dentro de esta historia sobre la relación de afecto y contención que se prodigan Oskar (un pre-adolescente frágil e introvertido) y Eli (una especie de chica-vampiro), late el problema de la incomprensión que sufren quienes rondan los doce años. La importancia dada por el film a los sentimientos de ambos se evidencia, por ejemplo, en los reiterados primeros planos sobre sus rostros, en tanto padres y profesores aparecen brevemente y de soslayo. Oskar logra atenuar su debilidad a partir de la amistad con Eli, quien, a su vez, encuentra en él un amable confidente para la angustia que le provoca su condición de marginal perseguida. Protegiéndose de los demás y defendiéndose uno al otro, ambos adquieren una inesperada ferocidad. El director Tomas Alfredson (1965, Estocolmo, Suecia) no sólo demuestra aptitudes para fundir climas fantasmales con melancolía adolescente, sino que lo hace, además, con un estilo sutil y depurado. Así como el protagonista es presentado con escasos diálogos y tomas laterales -como si la cámara fuera acercándosele discretamente-, con la misma parsimonia progresa ante el espectador su relación con Eli, desde el momento en que empieza a sospechar que hay algo extraño en ella (“Hueles raro”, le dice) hasta llegar a una relación de mayor confianza. Las mismas características bestiales de Eli van presentándose pausadamente, descubriendo las reacciones que despierta en un gato o viéndola reptar como ningún ser humano podría hacerlo. Toda la película está compuesta por lentos travellings, planos donde cobran nitidez elementos fuera de foco y momentos fuertes cuidadosamente eludidos (como la notable secuencia final en una piscina). La hipnótica languidez de Criatura de la noche (producto de su elegancia formal, con sus bosques helados y asépticos interiores, a lo que se suma el acompañamiento de una música adusta) es esporádicamente interferida por golpes de auténtico suspenso, como las gotas de sangre que se precipitan sobre la blanca nieve.
La vampira que vino del frío El secreto de la inmortalidad del vampiro probablemente resida en su dieta líquida, pero la clave de su supervivencia como mito está seguramente en su increíble capacidad de adaptación. Así han desfilado por la pasarela de la cultura popular vampiros aristócratas centroeuropeos, vampiros del espacio, vampiras lesbianas, vampiros negros, vampiros adolescentes, vampiros afectados vestidos de seda y volados o vampiros fetish vestidos de cuero y látex. Una de las últimas encarnaciones, la más exitosa al menos, son los vampiros para la Generación Emo de Crepúsculo, que brillan a la luz del sol y se niegan a tomar sangre humana, autodenominándose por ello “vegetarianos” (¡?). Semejante aberración podría hacer temer seriamente por la salud del mito. No tengan miedo, porque el vampiro más original y la mejor película del género de los últimos tiempos ya está aquí y llega bajo la forma de una nena de 12 años y la película que se estrena en las salas locales como Criatura de la noche. El film es una adaptación de la novela, que en castellano se editó como Dejame entrar, de John Ajvide Lindqvist, a quien califican nada arbitrariamente como “el Stephen King” sueco, y cuenta el encuentro entre Oskar, un niño solitario y retraído, frecuente víctima de abusos por parte de sus compañerito matones (y por ende poseedor de una fuerte carga de rabia contenida), y Eli, una chica también solitaria y algo triste, que vive en el mismo piso pared mediante, y que además necesita sangre para sobrevivir. Entre ambos se forjara una relación de amistad y solidaridad que se ira afianzando aun cuando Oskar se entera del carácter vampírico de la vecinita de al lado. Ambos se harán compañía y se darán apoyo. Oskar sacará de esa amistad fuerzas para defenderse, mientras que Eli, si bien posee los poderes de su especie, es también una criatura vulnerable que necesita ayuda. El escenario no es gótico pero sí muy oscuro. Hay (mucho) frío, sordidez, violencia, alcoholismo, alienación, crueldad, maltrato y ensañamiento con el más débil. Si el vampirismo jugó más de una vez como metáfora (de las relaciones de explotación, de las adicciones, de la homosexualidad, del SIDA), aquí la dependencia de la sangre de Eli y su necesaria apelación a al asesinato no desentonan en ese suburbio de clase media baja arrasado por el alcoholismo y las relaciones quebradas. Y si bien el nivel de sordidez no es tan alto como el de la novela (donde también entran a jugar temas más bravos como la pedofilia), el film de Alfredson logra un ambiente de densidad en el que la presencia ominosa del elemento de terror se inserta naturalmente. En todo caso, la adaptación, a cargo del propio autor de la novela, es lo suficientemente inteligente para ser fiel en lo que conserva y a la vez coherente a pesar de lo que necesariamente tiene que dejar afuera. Y además está lo más importante, que es la amistad entre Oskar y Eli que, cual flor que crece en la basura, termina siendo lo único puro de ese escenario, aún cuando el es un nene con problemas y ella es una predadora. Criatura de la noche es un film bello y sutil, donde priman las atmósferas, el frío y la melancolía. Alfredson explota el contraste entre la oscuridad de esos ambientes y la blancura cegadora de la nieve, y a ese clima de opresión y desencanto le opone el refugio de calidez y ternura que surge de la relación de los protagonistas, verdaderos niños prodigio que se cargan al hombro un gran desafío. Con esa sutileza, ese trabajo con los climas, Criatura… prueba también su efectividad como film de género. Y además Alfredson no tiene problemas en mostrar la brutalidad o en derramar sangre cuando es necesario. El vampiro está vivo y goza de buena salud, a pesar de las repeticiones rancias o los aggiornamientos berretas para adolescentes con vampiros abstinentes. Y eso es gracias a libros como el de Lindqvist y películas como la de Alfredson, que sin traicionar la esencia del mito le aportan un buen chorro de sangre fresca.
En el estado del malestar El sueco Tomas Alfredson reinventa y a la vez se mantiene fiel a la raíz del mito vampírico en una de las grandes películas del año. Las criaturas de ficción, especialmente las fantásticas –que son las más bellas–, tienen siempre un atractivo doble: aquello extraordinario o imposible y aquello que es metáfora de lo humano. Pongamos por caso los vampiros: por un lado, nos atrae su sensualidad, sus poderes sobrehumanos y su inmortalidad. Pero también, y de allí el lazo que establecen con nosotros, eso de adueñarse de la vida de otros para seguir viviendo. Negar cualquiera de estas dos caras de la moneda imaginaria –como hace la paupérrima saga Crepúsculo– es negar el mito. Es válido reinstalarlo en otros contextos y espacios; es válido combinar otras posibilidades. Es válido incluso cambiarle el tono a un film “de vampiros”, sacarlos de lo terrorífico a lo épico/trágico (Drácula, de Francis Ford Coppola), a la acción lisa y llana (Vampiros, de John Carpenter) o a la comedia (La danza de los vampiros, de Roman Polanski), siempre y cuando no se niegue su naturaleza. Criatura de la noche llega a ser una de las películas del año justamente por jugar a la combinatoria, cambiarle el ambiente al asunto y seguir fiel a la raíz del mito. Aquí hay dos personajes: un chico de doce años abusado por otros muchachos; una adolescente aparentemente utilizada por un viejo lumpen. La chica es un vampiro y su compañero, un viejo profesor acusado de pedofilia que la provee de sangre y que está enamorado de ella –o al menos– la desea. Entre estos personajes se va tejiendo una trama que combina una descripción social precisa con lo fantástico. En realidad, hace lo que da fuerza a toda obra fantástica: jugar a que ocurre en un universo reconocible y cotidiano para que el miedo se haga carne en el espectador. Lo logra con creces partiendo de asumir la adolescencia o el final de la infancia como una zona de la vida donde la crueldad se sufre y se ejerce, donde los sentimientos de amor, amistad y odio tienen una pureza y una fuerza inusitadas. El paisaje melancólico y plomizo de Suecia juega como contrapunto e ilustración del paisaje interior de estos personajes desesperados, viviendo en una pecera enorme que funciona como extensión teratológica del estado de bienestar. El espectador puede preguntarse cómo en ese país, siempre erigido como un ejemplo de organización y eficiencia pública, unos chicos pueden abusar cruelmente de otro, un hombre viejo puede enamorarse de una niña, un chico puede sentir todo el agobio de la vida cuando la adolescencia recién despunta. Como mucho del cine sueco reciente (ver por ejemplo Descubriendo el amor, de Lukas Moodysson), aparecen las pasiones escondidas o reprimidas, el aburrimiento y lo extraordinario como único vehículo para escapar ya no del horror –el horror de este mundo es que carece de horror– sino del aburrimiento. En la secuencia final, uno de los mejores inventos del cine en años, donde todo se resuelve en una pileta de natación en plena noche, el realizador Tomas Alfredson parece tomar conciencia de todos los símbolos que se cruzan en el film y transformarlos en purísima acción cinematográfica, en espanto, en sentimientos estallando sanguínea y sangrientamente, en belleza. Allí se condensa la verdadera historia de vampiros: aquella donde la vida se toma por la violencia o se cede por amor. Ambas cosas suceden y, en un epílogo de enorme sutileza (una característica que la película mantiene de la primera a la última escena), revierte de golpe el edulcorado celibato de mamotretos como el mencionado Crepúsculo: amar para siempre y vivir para siempre son goce y dolor al mismo tiempo. Lo mismo que ser un adolescente eterno.
Reivindicar la sangre Podemos convenir sin temor al error o a ser acusados de despreciar el género, que el cine de terror no se ha especializado -sobre todo en estos últimos tiempos- en crear atmósferas o climas sin caer en el golpe barato, en el shock de feria. Quizá por eso, la llegada a la pantalla grande de Criatura de la noche es tan significativa, provoca tanto entusiasmo en quienes creemos que el horror filmado es mucho más que la inocuidad de Paranormal Activity o los sacudones de sonido de las producciones del más rancio Hollywood actual. La historia transcurre en un pequeño pueblo sueco, al que una niña (Lina Leandersson) y un hombre mayor llegan para recluirse en un departamento. Los motivos no tardan en aparecer: él sale a cazar comida para la pequeña, un vampiro que nunca dejará la pubertad. Como vecino ella tiene a un niño-problema (Kåre Hedebrant), el centro de los pesares en el colegio, el menor con cara de extraviado que hace honor a su aspecto. Ambos peques se hacen amigos una noche de soledades compartidas junto al edificio, donde cada uno mide a su interlocutor, en un dueto de palabras, silencios y dolores no compartidos. Alcanzan unos minutos para que ambos caigan en que los une un lazo tan invisible como poderoso. El pacto está sellado. Tomas Alfredson eligió la gran novela de John Ajvide Lindqvist y contó nada menos que con el guión adaptado por su propio autor, lo cual le da un extra a un film que elige la formalidad de un camino más cercano a las formas del cine de autor que a las señas del terror made in USA. Hay mucho de cine negro, hay un anclaje en el expresionismo alemán, una mirada que parece heredada de Bergman a la vez que conectada con el nacimiento del subgénero de los vampiros, Nosferatu tal vez, pero apenas como para darnos un indicio de por donde se han izado las banderas, nada más. Hay una profunda tristeza en esta criatura de la noche que con acertada sutileza fue bautizada originalmente "Déjalo entrar", lo cual de por si es una muestra de la acabada marca de autor de su creador y de su padre en fílmico. El derrotero de la niña vampira, salvaje, desesperado, terminal, urgente, ve en ese niño raleado de todo un vehículo del que sin embargo no se aprovecha. La ¿bestia? establece un vínculo de sangre que va más allá de los colmillos, más allá del nexo víctima-victimario; hay aquí amor, y en toda la fatalidad del término, en toda la pobilidad trágica que conlleva la idea de amor entre dos. La estética que le dio Alfredson a su opus escapa a los clisés tanto como a la negación del género. Los primeros minutos nos muestran a ese hombre casi esclavizado por esa no-niña, en busca de un cuerpo al cual desollar cortarle el cuello y extraerle la sangre vital para la sedienta que espera. También tenemos a la criatura en acción, atacando en la oscuridad de la noche. La cámara nos la muestra despojada de todo glamour vampírico; clavando los dientes, escapando y regodeándose tristemente con la nueva sangre pero desde una áspera angustia. Aunque también, claro, hay espacio para el ajusticiamiento en nombre de la amistad. Pero esa es otra parte de la historia. Con más demora de la presumible, a la vez que como broche de un año que, más allá de lo nuevo de Sam Raimi y algún otro título, no tuvo grandes exponentes del horror, Criatura de la noche llega como para marcar territorio en un género que parece entregado a la banalidad de la repetición, la remake y la secuela innecesaria. Quizá dentro de muy poco le toque el turno de la versión yanqui, quizá incluso no puedan destruir la obra original y el resultado hasta sea apreciable. Lo cierto es que este trabajo ya puede considerarse como un clásico contemporáneo, un film que trasciende los géneros y se instala como referencia, más que ninguna otra cosa, de cómo debe tratarse al cine desde el cine. Bonus Track - El director Tomas Alfredson ya está trabajando en los Estados Unidos. El éxito artístico de Let the Right One In (tal su título de estreno en USA) lo llevó a ser contratado para hacerse cargo de lo que será The Danish Girl, película a estrenarse en 2011 y con protagónicos de Nicole Kidman y Gwyneth Paltrow.
SOLOS EN LA OSCURIDAD No quiero dar demasiadas vueltas, al menos de entrada, Criaturas de la noche, o como sea que le hayan puesto a Let the right one in de Tomas Alfredson, es una de las mejores películas del año. De la década. Y probablemente sea una de las mejores películas de terror de todos los tiempos. Si ustedes creen que el texto ya se ha rebalsado de marcas subjetivas con el uso de la primera persona es porque el entusiasmo de ver algo tan bien hecho genera esa sensación. Luego si, el análisis sistemático develara el “porque” de una afirmación tan contundente, pero quienes tengan en la cabeza todavía el melancólico encuadre final en un tren saben que es un film basado en las emociones, de una perfección formal apabullante y con un guión donde no se desperdicia ni una sola línea, ni un solo plano. Es una trama romántica, un comentario social y, además, un relato de género que demuestra que puede ser el móvil de una historia emotiva e intensa sin hacer a un lado el gore y la violencia. Es, en muchos puntos, un producto extraño y osado que demuestra que no todo es CGI y merchandising en el séptimo arte. Hubo cuatro películas basadas en el mito de vampiros este año, en las cuatro hay una intención de valerse del mismo para realizar una relectura que de lugar a una nueva historia. Las cuatro transcurren en pueblos pequeños, y tienen como protagonistas a personajes solitarios o alienados en un contexto que les resulta hostil, además de ser adolescentes o pre adolescentes. Pero Crepúsculo y Luna Nueva tienen un contenido reaccionario y personajes que carecen del más mínimo desarrollo y Diabólica tentación, la antitesis de las dos producciones norteamericanas de vampiros-vegetarianos-sacados-de-un-videoclip, es una relectura del subgénero con una puesta en escena por momentos torpe y demasiado autoconsciente de su carácter subversivo. No es una mala película (de hecho, es muy recomendable porque rebosa originalidad), pero por momentos la historia no fluye porque se encuentra bloqueada por el vendaval de ideas pop que la guionista Diablo Cody pone en tono de ironía y parodia, perjudicando la historia y los personajes. Criaturas de la noche pone en relieve a los personajes y el relato, sin abandonar una escenografía expresiva y claustrofóbica, además de actuaciones sobresalientes. Con este film, el director Alfredson no abandona el costado fantástico, pero las locaciones y el desplazamiento de la cámara permiten que esto sea visto más como una irrupción que como algo groseramente naturalizado como sucede en la saga Crepúsculo. Hay un trabajo sobre el contexto que enriquece a nuestros personajes de una manera particular: esa fantasmagórica aldea sueca, de una absoluta monocromía (brillante trabajo de fotografía), situada en la década del ´80, es un espacio que no es un adorno sino que forma parte vital de la trama. Esa extraña perfección simétrica de planos generales tomados de forma estática se transforman en un espacio siniestro y oscuro al que se lo podría definir como un “infierno grande” a medida que avanza el film. Aquí estamos hablando de una concepción estética que define de manera expresiva la subjetividad y el aislamiento de Oskar (Kare Hedebrant) y Ellie (Lina Leandersson), pero también la de personajes como los de la mesa del bar. Es una perfección desesperante que amenaza con quebrarse cuando su lado oscuro y caótico queda expuesto. Y en este caso, ese quiebre toma forma de vampiresa, pero también de amor. ¿Por qué amor?: aquí esta uno de los detalles narrativos mejor desarrollados por Alfredson y su guionista y autor del texto original, John Ajvide Lindqvist. El amor es el móvil de cada personaje, desde el más miserable al más noble, y la reacción que genera se basa en la prueba, en la necesidad de la aceptación del amor del otro para justificar la propia existencia. Oskar es abusado por niños que buscan la aprobación de sus violentos hermanos mayores, Hakan (Per Ragnar) es capaz de dar su vida y matar por Elli, Elli es capaz de suicidarse para poder verse con Oskar, aún si este no la invita a pasar, y esto, cada uno de estos actos, rompen el equilibrio de esa comunidad fría, prácticamente ascética. Así, una muerte llama a la venganza, a la contradicción respecto a lo pautado en un diálogo sobre la pena de muerte, y la venganza trae finalmente, la huida de ese ámbito hacia un destino incierto que queda bellamente esbozado en el crepuscular plano final. En el amor y la venganza se basan los puntos de giro de nuestros personajes y el desarrollo de esas relaciones aparece colmado de momentos mínimos, miradas espontáneas e inseguridades personales -actuadas minuciosa pero naturalmente- que enriquecen la tensión erótica (ok, tienen 12 años, pero con toda su candidez son mucho más auténticos que los muñequitos de Luna Nueva) o violenta que golpea como un mazazo cuando finalmente es llevada a la acción, al frenesí de la imagen pura. La secuencia de la piscina, con un magistral uso del fuera de cuadro, es un ejemplo del poder visual que adquiere el relato: es un momento increíblemente violento donde el espectador queda sumergido como Oskar, mientras sobre la superficie se desarrolla una matanza de la cual solo podremos ver los restos e intuir lo que sucedió. Quizá en ello este la matriz del film, en esa tensión superficial generada por aquello que esta latente y sumergido, y aquello que se manifiesta violentamente, explotando como un alter ego. Pero además también quizá sea una gran historia de amor, o un eximio relato de terror que toma con respeto cada elemento de su folklore para que fluya dentro de un relato de venganza. En todo caso, es un relato adolescente de construcción de la personalidad y, por sobre todas las cosas, una gran, una enorme película.
Entre el horror y el frío, un romance eterno. El panorama, si se quiere, más extraño para una película de vampiros: un clima frío, helado, purísimo como la nieve, en Estocolmo. Edificios que parecen apagados, sin vida. Pero aún así, todos los escenarios sobre los que desarrolla la acción de la película, despliegan un inquietante encanto. Es como si en ellos, hubiera cierta oscuridad, cierta violencia, que es mejor no conocer. Algo así como los protagonistas de este nuevo clásico (quizás, la mejor traslación de vampiros al cine desde Nosferatu) del cine de terror. La historia que transcurre en este gélido lugar tiene como protagonista a Oskar, un chiquito pálido, rubio, que es constantemente abusado en la escuela por sus compañeros mantoncitos. La falta de calor humano de esta ciudad de Estocolmo se deja ver en la soledad de Oskar, y en los continuos maltratos a los que lo someten. En tanto una aproximación (no estudio) sobre la violencia, y el medio ambiente, la película nos recuerda a otro gran thriller, Sin lugar para los débiles (e incluso, si se quiere, otro de los Cohen donde el clima es un personaje más: Fargo). El chiquito de 12 años, vive con su madre en una especie de monoblocks. Fascinado por los asesinatos que ocurren en Suecia, se descarga contra un árbol en medio de la noche, apuñalándolo como si fuera alguno de sus agresores. En medio de la noche, conoce a Eli. Una chiquita morocha, con muy poca ropa en medio de la nieve. Lo interesante son los pequeños informantes que sugieren la naturaleza sobrenatural de la muchacha: "Yo tengo doce años, ¿vos?" le preguntará Oskar, a lo que Eli responderá "Doce, durante mucho tiempo". Esta criatura nocturna nos lleva a reflexionar mucho sobre el personaje. Es decir, a partir de los indicios que se nos ofrecen, reconstruimos su pasado, y a partir de ello, surge parte de lo espeluznante. Sabemos que debajo de esa apariencia tranquila y bonita, se esconde un ser terrible, que seguramente vivió por siglos, y cuyo único contacto humano, es un asesino (viejo) que se encarga de proveerle los hectolitros de sangre correspondientes a cada día. Y también comprendemos mejor la tragedia del vampiro: un ser inmortal que priva de la vida a los demás, que la consume, y eso queda claro en la estructura circular de la narración. Para esto quizás es necesaria una explicación más profunda, y el párrafo que viene es, claro un Spoiler: Mientras el primer tercio se desarrollar descubrimos que Håkan (el asesino que la acompaña) está enamorado de la joven. Podemos intuir que es un pedófilo, pero él es muy consciente de que la chiquita es un ser demoníaco. Hacia el final de la película, el mismo Oskar, ahora horrorizado (y purificado) de la violencia, decide ser el nuevo compañero de viaje, de Eli. Ir juntos, escapar del pueblo, hacia vaya uno a saber donde. No es casual, entonces, imaginar que la historia se vuelve a repetir. La vida de Oskar, quizás sea más placentera al lado del ser que ama. Pero es difícil no imaginar un futuro como el de Håkan para Oskar, siendo el ciervo fiel, toda su vida, de la mujer vampiro. Fin del spoiler. Es notorio que la película funciona como un drama sobre el romance de dos almas separadas, solitarias. Y es ahí donde más miedo mete. Pensemos en la historia de Drácula, desvirtuada hoy en día a los vampiros light de Crepúsculo. En esencia, Drácula es una metáfora, una alegoría de la pérdida de la virginidad, el miedo a la consumación del acto sexual, y los deseos de pasión lujuriosa y desenfrenada con el conde. Lejos del castillo gótico de Lugosi, del virtuosismo de Oldman o de la sangre intensa de los films de Lee, Criatura de la noche es un terrorífico relato en tanto involucra a un chiquito, sumamente maltratado, que se enamora sinceramente, de Eli. Hay una breve secuencia donde el montaje intercala a la chiquita con el ser que verdaderamente ocupa el cuerpo, y claro, como debería ser, con todo el deterioro de los años encima. Es escalofriante. Hay un plano de pocos segundos donde, el tímido Oskar, espía a su amiguita mientras esta se está cambiando. Para nosotros, ese plano de pocos segundos supone fascinación e impresión. Los mismos sentimientos que habrá tenido Oskar en ese instante. Los personajes secundarios no son el fuerte de la película. Si bien no están mal, no son memorables como sus dos protagonistas. E incluso, se produce una rareza (¿error de recepción o error de emisión?) cuando conocemos al padre de Oskar. Creemos que es homosexual, pero en la trivia de IMDb figura que tanto el director como el guionista nunca quisieron comunicar eso. Y hablando del guionista: John Avjide basó el título de su libro (en inglés Let the right one in, mucho más interesante que nuestra traducción, que literalmente sería "Dejá entrar al indicado") en la canción de Morrisey, ex de The Smiths, cuyo título era "Let the right one slip in". Nunca mejor dicho: hay que saber a quien dejamos entrar a la cama. Oskar lo sabe, y para más detalles, Eli aclara que ella no es humana. Igual, él le pregunta si quiere ser su novia. Una sutileza estupenda. El uso de los silencios y el fuera de campo es importantísimo en esta pelícual, ya que cada detalle, cada ataque de Eli sobre los pueblerinos, no hace más que horrorizarnos. La composición de las imágenes, está tan cuidada, que es un acierto dejar planos tan abiertos y largos para poder apreciar la fotografía. Sí, que expresa que aún en los lugares más remotos e inesperados, la violencia y la oscuridad pueden brotar. Con todo, dentro de las situaciones más desesperantes y temibles, también puede existir el amor. Y si no queda más claro, vean la película, y admiren ese maravilloso final. Donde el contraste se hace notorio. A ver con qué trivilidad me salís... - La película no fue enviada a competir a los Oscar como Mejor película extranjera. En este caso, no es culpa de la Academia. Culpa de Suecia.
Los copos de nieve iluminan un suburbio perdido de Estocolmo. Naturaleza inquietante, calles desiertas, edificios lúgubres. Eli llega una tarde y se instala en el departamento vecino al de Oskar, un chico rubio, diáfano y frágil que vive torturado por sus compañeros y su deseo de venganza. Criaturas de la noche es una auténtica película sueca, hecha de nieve, sufrimiento interior e infinitas noches de invierno. Una polifonía extraña que mezcla la puesta en escena de la alienación de Oskar y la extrañeza radical de Eli, al tiempo que alterna los puntos de vista de diferentes personajes para evocar un malestar colectivo difuso. El virtuosismo estético para la organización de los planos y los movimientos de cámara está unido a la densidad narrativa y al rigor matemático con el que Alfredson encadena los acontecimientos, que oscilan entre horror y belleza, alarido y silencio, realismo y alucinación. El maltrato le provoca a Oskar una tristeza profunda vinculada a la exclusión, pero sobre todo engendra una terrible ira. La criatura al otro lado de la pared constituye el cuerpo de su cólera. Oskar profesa por Eli un amor platónico, más allá de su identidad, porque no puede sobrevivir sin ella y porque ambos comparten el mismo ostracismo social. Los dos freaks se fusionan a tal punto que generan cierta ambigüedad sobre la misma existencia del vampiro. El director filma los momentos sangrientos de manera inesperada, negando las convenciones del suspenso y la cámara subjetiva. Pero es ese desconcierto el que acentúa la extrañeza poética de la película. Tomas Alfredson construye un universo dónde el sonido, la duración de los planos y el fuera de campo están conectados en discreta armonía. Utiliza los distintos tonos de azul y rojo para multiplicar los contrapuntos. El espectador observa el pasaje de la inocencia a la locura, del sueño a la pesadilla, con una extraña cadencia que no remite a ninguna otra película del género. Todos los dolores emanan de la falta de comunicación, y las venganzas personales son motivadas por heridas íntimas que refuerzan el potencial universal de la historia. La nieve que cae sin cesar es, antes que un efecto poético, una forma melancólica de traducir la soledad. Criaturas de la noche es un cuento iniciático que transita las distintas formas del miedo, escoge los caminos desiertos y atraviesa sus túneles hasta llegar a la última escena, clímax del espectáculo, que explota el contexto de una pileta de natación para entregar unos planos memorables. El crepúsculo tan temido juega todas sus fichas y provoca una cumbre paroxística que mezcla risa y pavor. La película cautiva con su ritmo linfático y la belleza de las longitudes necesarias para desencadenar una intensidad final que no se agota al salir de la sala.
Unos vampiros incómodos y poéticos Se trata de un film que, entre los seguidores del género de terror y, particularmente, del tema vampiros, conoce una espera impaciente. Criatura de la noche es consecuencia de la traslación fílmica de la novela de John Lindqvist -guionista también del film , acerca de la amistad entre un niño y una niña vampiro, en los suburbios de Estocolmo. Hace bastante, y esto en función de tanta narrativa a la moda vampira, que no se presenta una buena relectura del tema. Sobre todo en el cine actual y norteamericano, tan proclive a la lectura moralizante de Crepúsculo y Luna nueva (y las que les seguirán). El vampiro, a diferencia de lo que ocurre en los dos títulos citados, es lugar para el desajuste, para la puesta en duda, para el ir más allá, para el abandono -también la denuncia de las torpezas moralistas. De acuerdo con el tono que Criatura de la noche propone, surge también el eco de un film hoy de culto como El ansia (1983), donde el realizador Tony Scott triangulara de modo difícilmente olvidable las interpretaciones de Catherine Deneuve, David Bowie y Susan Sarandon. Hay algo similar y compartido entre ambos films respecto de aquella melancolía maldita, de aquel clima opresivo y seductor. En el caso del film sueco, la fotografía es tan nívea y gélida como la propia piel de los vampiros, también como la misma soledad de los niños protagonistas. Hecho que reviste a la película de una situación más compleja, puesto que la amoralidad del vampiro no se encuentra tan lejana de la que oficia en todo niño. El pequeño Oskar (Kåre Hedebrant) sufre el desprecio y golpes de un grupo de compañeros de escuela. Se encuentra a merced de los designios paternos (es tanto el desafecto que se percibe). Juega a vengarse mientras acuchilla un árbol. Y es espiado por una nueva vecina, de misma edad y tan blanca como él, que de a poco conoce su amistad nocturna. Un adulto acompaña a la niña, alguien también solo, casi invisible, que escapa al afecto de los demás, que visita las noches con una valijita prolija y provista de todo lo necesario para matar y desangrar. De manera lenta se dibuja un triángulo imperceptible, que tendrá como lugar vincular al tiempo. Porque el vampiro es, entre tantas cosas, la tematización del tiempo, la victoria sobre la muerte. De acuerdo con el mito, el vampiro ingresará a la morada sólo si se lo invita. ¿Qué pasaría si hiciese lo contrario? Es lo que, justamente, ofrecerá la propia vampira como prueba de su afecto y de su elección. Es así que Deja ingresar a quien es apropiado (tal el título original del film) provoca también una búsqueda necesaria, de quien es pasible de compartirse con el otro, sea el punto de vista elegido el que más se quiera: tanto el de Oskar como el de la vampira Eli (Lina Leandersson). Por fin, entonces, vampiros desde una manera poética e incómoda. Las ojeras de Eli, sus labios humeantes de sangre fresca, la violencia irreprimible de Oskar y su soledad, no hacen más que desajustar, provocar, seducir. Así como los vampiros de veras.
Entre los vivos Pocas películas plasman y examinan la vida adolescente sin subestimarla y banalizarla. Paranoid Park, Adventureland, Glue son algunas excepciones, y Criaturas de la noche, filme supuestamente de vampiros, es uno de los exponentes más refinados de los últimos años. La película de Thomas Alfredson, basada en la novela de John Ajvide Lindqvist (que también escribió el guión), no es otra cosa que una meditación precisa sobre un sentimiento dominante pero silenciado en los púberes: el desamparo existencial. Es 1982. Un suburbio en las afueras de Estocolmo. Oskar vive con su madre; sus padres se han separado y su vida se concentra en evitar que sus compañeros de escuela le peguen sistemáticamente. En sus tiempos libres, colecciona artículos sobre un conjunto de crímenes recientes, infrecuentes en el vecindario, pues, si bien se trata de un barrio de trabajadores, el bienestar material les pertenece a todos. Su obsesión quizás sublima un deseo: desquitarse con la patota que lo martiriza, aunque semejante hazaña física es improductiva para conjurar su soledad infinita. Todo cambiará para Oskar cuando una noche muy fría conozca a Eli, una chica cuyo semblante indica tener la misma edad y que recientemente se ha mudado al lado de su departamento. No es un encuentro cualquiera, y Oskar no tardará en vincular a su nueva amiga, que parece vivir de noche y jamás padecer el frío, con los extraños asesinatos, al menos después de querer sellar su amistad con un pacto de sangre y constatar la transfiguración de quien sin duda es su aliada. En una línea memorable, Eli dice: “Tengo doce años, pero tengo doce años hace mucho tiempo”. Es la confesión inquietante de un vampiro, pero el inicio de una amistad inquebrantable. El resto es cómo convivir (y confiar) con una criatura nocturna que, como cualquier otra especie, mata para sobrevivir. Y de eso se trata tanto para Eli como para Oskar: ¿cómo sobrevivir a la hostilidad física y simbólica del mundo de los vivos? Como en Crepúsculo y Luna nueva, la película de Alfredson yuxtapone el universo mítico de vampiros con la melancolía y desolación adolescente, pero en vez de trivializar la ansiedad por la (in)finitud en pos de un romanticismo trágico, tan ramplón como ridículo, y filmado como un videoclip de larga duración, resuelve poetizar sobre la amistad como un ejercicio amoroso simétrico, a pesar de la diferencia de sexos y de especie. La seriedad de su empresa no carece ni de humor, ni de violencia. Una cofradía de gatos (digitalizados) se lleva las risas; un par de decapitaciones ejemplifican cómo representar la violencia, escena lúcida, lúdica y lucida que transcurre en una pileta y que además solamente es posible de concebir en términos cinematográficos. Formalmente prodigiosa y narrativamente elegante, Criaturas de la noche ostenta una perfección en la composición de los planos y un trabajo minucioso sobre el diseño de sonido. Los movimientos de cámara son parsimoniosos y elegantes. Véase la resolución de la escena en la que un hombre mayor que protege a Eli, quizás el padre o un viejo novio envejecido, fracasa en la recolección de sangre y espera no ser descubierto por algunos amigos de una posible víctima mientras se esconde en un vestuario. Alfredson elige la profundidad de campo para tensionar en el plano lo que se ve en el fondo respecto de lo que está en el frente. A su vez, todos “las cenas” de Eli se muestran a distancia o en fuera de campo. Y como lo que se ve es tan esencial como lo que se escucha, la nieve suena, el frío deviene en sonido y los movimientos del cuerpo son notas que pueden descifrarse. El desenlace de Criaturas de la noche es magistral, no muy lejos de ese giro narrativo ilustre de Sexto sentido. Se podrá pensar que en última instancia estábamos frente a una fantasía imaginaria de un alma solitaria. Se podrá suscribir a la lectura del realizador de que, como en las novelas de Herman Hesse, los personajes centrales constituyen un solo personaje escindido, acaso dos polos de la arquitectura de la vida anímica. Sea como fuere, lo cierto es que la vida entre los vivos no es del todo estimulante, pues la insignificancia es la regla y la crueldad un modus vivendi, excepto cuando la amistad conjura todos los males de este mundo.
Susurros en la noche Qué increíble es nuestra cartelera porteña. A pocas semanas de estrenarse la segunda parte de la saga Crepúsculo, que rompe records de recaudación en todo el mundo y se convierte cada vez más en un fenómeno cultural de masas, esta semana tiene lugar (¡por fin!) la aparición de una pequeña joya de origen sueco llamada Let the right one in (Criatura de la noche: Vampiros). Y si a primera vista ambas películas tratan sobre el amor entre un humano y un vampiro, no podrían ser más diferentes en cuanto a tratamiento y calidad se refiere. En Crepúsculo tenemos un producto, mientras que Criatura de la noche derrocha cine por todos lados. Let the right one in (título original del film) trata sobre la amistad que entabla el joven Oskar, un chico de pelo blanco albino, abusado constantemente en su escuela y con curiosidad por coleccionar recortes de diarios sobre asesinatos y muertes macabras, con una vecina que acaba de arribar a su departamento. La extraña pequeña de 12 años se llama Eli, vive con un anciano misterioso llamado Hakan y se pasea por el patio del edificio a la noche en camisón blanco sin que le molesten las heladas temperaturas del lugar. Esta amistad despertará en Oskar una serie de sentimientos que jamás había experimentado antes y culminará en un profundo amor, ignorando que en realidad Eli es nada más y nada menos que un vampiro de más de 100 años. Pero no un vampiro pintón que se pasea con ropa de marca y mirada de emo cool por la vida, sino un salvaje animal con instintos primarios que necesita alimentarse violentamente de sangre humana para sobrevivir, lo que la obliga a cometer una serie de asesinatos que conmueven a los habitantes del pueblo en el que ella y Oskar residen. No es esta una obra de fácil absorción a primera vista. Hay varias lecturas que se pueden establecer sobre la película, en donde se mezclan géneros como el terror, el melodrama, el romance y el thriller. Pero lo que realmente impacta es el naturalismo con que el director Thomas Alfredson retrata las inquietudes sexuales del protagonista, con la curiosidad propia de un joven a punto de salir de la niñez y entrar en la adolescencia. Por esto, y dado también el origen de Eli, la relación entre ambos se hace cada vez más compleja a medida que avanza el relato ¿Sentirá ella la misma atracción hacia él, o será que ve en Oskar a un futuro asesino, como consecuencia de esa obsesión suya por los asesinatos y abusos sufridos en su colegio? ¿Conseguirá que Oskar sea su nuevo proveedor de sangre para que ella no tenga que salir a revelar su verdadera naturaleza? La respuesta no le será dada al espectador en forma tan sencilla, y esa habilidad del director para no mostrarnos el cuadro entero de la situación (hay pocas pistas sobre el origen de Eli, que hasta hacen dudar de su verdadera sexualidad) es lo que hace de Let the right one in un film tan extraño como fascinante. Pero esas son sólo algunas de las razones que hacen tan especial a la película. No mencioné aún las brillantes actuaciones de los chicos protagonistas, ni el excelente trabajo de fotografía que recalca el contraste entre el blanco puro de la nieve con el rojo pasión de la sangre que derrama Eli cuando aniquila a sus víctimas, ni el brillante trabajo de puesta de escena y fuera de campo a la hora de crear suspenso en las escenas más aterradoras (la parte final en la pileta es una de las escenas del año). Por todo esto y más, recomiendo que en lugar de hacer colas eternas con adolescentes gritonas para ver Luna nueva se crucen a la vereda de enfrente y no se pierdan de una verdadera, trágica y apasionante historia de amor. Se llama Criatura de la noche: Vampiros.
Nieve y piel Let the right one in cuenta una historia, ni más ni menos impresionante que otras historias, hasta modesta a fuerza de no tener casi golpes de efecto, pero lo que la convierte para mí en la mejor película del año es desde dónde la cuenta. La gran decisión del director (no me interesa para nada lo que hizo con la novela) es haber hecho una película palpable, de texturas simples y colores nítidos. Lo primero que vemos es nieve cayendo contra la noche, ya en los títulos, y el fondo puede ser tanto la oscuridad de un suburbio de Suecia como la misma pantalla negra. Es casi como si esa irrupción material precediera a la historia. Poco después hay planos cerrados sobre las manos de gente que hace distintas cosas: las manos de la mamá de Oskar que trabajan en la cocina, las del papá de Eli que preparan un embudo, un bidón, los meten en una caja extraña, como si se tratara de un trabajo doméstico (y poco después vamos a saber que son los elementos necesarios para juntar la sangre con la que va a alimentar a Eli). De hecho, la primera vez que vemos sangre (el “padre” de Eli sale al bosque a buscar una víctima, la cuelga de un árbol cabeza para abajo y empieza a desangrarla) es a través del plástico de un bidón. Ya se intuye, en ese vampirismo de sangre en bidones de plástico y de ventanas tapiadas con cartones, que estamos lejos de la elegancia romántica y sublimatoria del Drácula de Coppola –por nombrar como ejemplo otra película que a su manera también es violenta-, inmersos en esa condición de Eli que la película no recubre de discurso ni metaforiza ni remite a ningún imaginario. El vampirismo en Let the right one in es ante todo una cuestión de supervivencia física, y eso está dicho con imágenes como las que traté de describir o a través del sonido, como cuando a Eli, después de hablar con Oskar por primera vez, le hace ruido la panza. Los casi ladridos de ella cuando ataca a sus víctimas, el moco que le sale a Oskar todo el tiempo de la nariz, el pelo sucio y engrasado de Eli, son las cosas más relevantes en esa experiencia material que es Let the right one in. Si ellos son niños y son conmovedores, a pesar de estar cargados de violencia, es por esos mocos de Oskar, por su piel blanquísima cubierta de un mínimo vello también blanco que la cámara nos pone todo el tiempo a diez centímetros, por la mugre que pone rayas negras debajo de las uñas de Eli. Es imposible no estar con Eli y Oskar (en sentido moral y en el sentido de asistir a una experiencia) en su necesidad de ejercer la violencia, por más que en algún punto del cerebro sepamos que está muriendo gente inocente alrededor y que Eli podría elegir, como Ginia (que encuentra rápidamente la manera de suicidarse como autosacrificio) no seguir existiendo. La sola idea nos produce dolor porque la cámara de Alfredson nos hace quererlos físicamente, de la misma manera que se quieren entre ellos, casi sin palabras, cuando nos pone todo el tiempo tan cerca de sus cuerpos frágiles o nos hace pegarnos con fascinación a los ojos de Eli. El resto del mundo, ése que está fuera del foco cerrado sobre ellos, es banal: está compuesto de adultos vulgares que sirven como víctimas, de padres que nada saben del mundo de los chicos, un mundo donde la violencia existe y no puede eludirse. La mano de Oskar que mueve los dedos tensionados en un primer plano, después de haber empuñado un cuchillo para defender la vida de Eli, puede ser la mano de un futuro asesino pero no dejará de ser la mano de un chico de cara angelical que frunce los labios como un bebé y que colecciona autitos. Eli tiene la boca sucia de sangre la mitad del tiempo, aparte de que vemos cómo manipula y mortifica al hombre que vive con ella para que le consiga sangre, tiránica, pero también es una chica-chico que dibuja un corazón en el reverso de una cajita y que usa un alfiler de gancho enorme para cerrarse el pullover. Es esa complejidad lo que parece no existir para el resto del mundo (adulto), lo que parece que no pueden concebir. Por eso, en medio del esfuerzo y del peligro, del chasquido de los golpes que le dan a Oskar y de esos ataques en los que Eli salta sobre el cuello de alguien, chupa como una bestia y después llora, la nieve que cae sobre la pantalla es un alivio y representa lo mejor de ellos, aunque también se vea en un momento cómo alguien escarba en esa nieve, encuentra barro abajo y sobre el barro, sangre pegoteada y fría. No hay pureza en este mundo material y violento; hay momentos de alivio, con una música cuyas pocas notas dispersas son el equivalente sonoro de esa nieve que cae sobre nosotros hasta el final (“Then we are together”, se llama la canción), cuando ya todo se puso negro. Cerrar el punto de vista de esa forma deja cosas afuera y es salvaje –si no vean 2012-, pero en Let the right one in es la manera de hacernos vivir eso mismo que Eli le pide a Oskar y que él debe, al revés que nosotros, cerrar los ojos para imaginar: “Sentí lo que yo siento”.
A no perderse Criatura de la noche – Vampiro (sí, ese es el ultra pavote título en Argentina de la película sueca cuyo título internacional es Let the Right One In) de Tomas Alfredson. Sí, como dice el título local, es una película de vampiros. Pero es más bien una película sobre soledades, sufrimientos y un encuentro entre esas soledades y sufrimientos. Y una película de una negrura impactante, filmada con suma inteligencia y belleza. Sí, también hay maneras bellas e inteligentes de filmar escenas sangrientas. Oskar y Eli son una pareja que crece en nuestra memoria al recordar esta película tan tersa como soprendente.
Sangre nueva En tiempos en los que Luna Nueva hace estragos en boleterías, esta criatura nocturna intentará abrirse paso con sus colmillos afilados. Y lo bien que hace. Vampiros suecos: toda una rareza. Una historia sólida, bien narrada y con recursos visuales que sorprenden. El público se encontrará con un relato que se toma su tiempo, pero dosifica correctamente los sustos y los climas hasta su sangriento final. Este también es un cuento de amor. Oskar, un niño tímido de doce años, vive en un suburbio de Estocolmo y, en su camino, aparece Eli, una chica recién llegada al vecindario. Su aparición coincidirá con una serie de misteriosos asesinatos y el caos no tardará en desatarse. Al igual que en La hora del espanto (donde el vecino recién llegado traía más de un dolor de cabeza al protagonista), el director Tomas Alfredson equilibra aquí una trama de lealtad, amistad y enamoramiento dentro del cambiante mundo adolescente. Y le imprime su mirada poética y misteriosa que la convierte en una propuesta original. El blanco de la nieve se funde con el rojo sangre en esta escalofriante variante del mito vampírico. Sangre nueva y burbujeante que tarda en aflorar, pero finalmente lo hace con gran belleza visual. La escena de la pileta quedará en la retina de muchos y es de las más logradas que se han visto en años. Esta criatura de la noche debería recomendarle un buen dentista a los chicos de Luna Nueva.
Una espera justificada. Quizás el estreno tardío de Criatura de la Noche (Let The Right One In) –exhibida en el BAFICI 2008- sirva como ejemplo para demostrar cómo hacer un buen film de vampiros frente a la comercial saga de Crepúsculo con el reciente estreno de Luna Nueva…pero, ¿para qué desperdiciar lineas en “vampiros edulcorados”?, sigamos con lo que tiene para mostrarnos nuestro nuevo amigo, Oskar. Oskar es un niño, de esos que mantienen de “punto” en esa tremenda etapa de la infancia, por ser distinto? Quizas apenas…mantener distintos intereses, ser callado, reservado, no deberian ser cuestiones por las cuales el resto te haga sufrir tanto. Por otro lado, hay otra personita que sufre y mucho, ella es Eli, vampira de 200 años en un cuerpo de adolescente. Vecina de Oskar, incomprendida, triste y apagada, convive con un señor mayor que por las noches sale a buscar su alimento, específicamente, sangre fresca. La historia transcurre en un invierno en Suecia, la ciudad cubierta de nieve, tan blanca como para permitir resaltar aun mas, ese color tan rojo que tiene el alimento liquido. Eli y Oskar, obviamente se conocen, entablan conversaciones nocturnas, ambos esconden sus misterios y comienzan sin querer a profundizar en una relacion casi adulta donde el pesar de ambos es el pilar de la misma. Eli ve en Oskar un niño muy puro, sombrio por fuera pero de limpida alma. Puede compartir algo un niño con una vampiro adolescente? Criaturas de la Noche, ésta especie de fábula dirigida por Thomas Alfredson, más cercana al genero dramático que al de horror / terror, constituye a mi parecer una nueva manera de ahondar sobre la temàtica de vampiros de la cual ya hemos visto demasiado, estos relatos que nos mantienen adictos, donde hay cambios en el comportamiento de uno u otro vampiro, algunos hasta irrisorios y dignos de parodias, pero, en este caso, Eli compone a un vampiro podria decirse en un estado cuasi depresivo, es una perdedora, un fracaso, una vida venida a menos donde el solo conocer a este niño termina “alimentandose”. Criatura…si debemos compararla con alguna otra obra de vampiros, a mi entender, creo que está muy cercana a El Ansia (The Hunger) de Tony Scott debido a la estetica, tiempos y ambiente opresivo, con rezagos de Near Dark de Bigelow. Es de esos films donde todo a nivel cinematogràfico ha funcionado como una melodia, fluyendo por diversos estados de animo hacia el espectador, mostrando originalidad sobre un genero abarcado cientos de veces, dando una nueva vuelta de tuerca. Finalmente, hemos “dejado entrar” a la cartelera porteña un excelente film, del 2008, se escurrió entre otros tanques, esperando calladito como Oskar con su mochila en esas frias noches, a la espera que el “boca en boca” frente a las escasas 12 salas en las que se proyecta haga eco. Una experiencia digna de ser vista en cine, para aquellos que hace meses la han visto en reproducciones de dvd, blu rays y copias.
En 1971 se estrenó Melody. Escrita por el por entonces desconocido Alan Parker, esta pequeña producción británica contaba el romance entre dos niños, tan enamorados que hasta deciden casarse (no de adultos, sino en el momento). Pero, a pesar de ser la ternura hecha cine, distaba de ser una simple película infantil, ya que cuestionaba a los adultos y al sistema educativo de aquel entonces, mostrando castigos físicos a alumnos y otros elementos impensados en una película protagonizada por chicos. Lo original de la propuesta, más la inolvidable banda sonora a cargo de los Bee Gees, la convirtieron en un film de culto. Por si no la vieron, dos fragmentos aquí y aquí. Criatura de la Noche viene a ser Melody, pero con vampiros... y sin música de los Bee Gees, por supuesto. La relación entre Oskar y Lin, de humano con chupasangre, remite inevitablemente a los éxitos comerciales del momento: Crepúsculo y Luna Nueva, estrenada hace dos semanas. Pero las diferencias de tono y enfoque son abismales. Criatura... no es rimbombante ni obvia ni graciosa ni edulcorada ni demasiado pop (en un momento suena The Clash). Aquí escasean los diálogos, abundan los silencios. Mucho frío, nieve, hielo, noche, desolación. Casi no hay música incidental, y cuando suena no resulta estridente ni terrorífica, sino romántica. Justamente —más allá de algunas escenas gore, que son pocas pero originales e impactantes— la película no está contada como una de miedo sino como una de amor imposible que transita los caminos menos obvios. Abundan ideas y personajes poco y nada comunes en esta clase de film. El hombre que cuida y da de comer a Eli, al estilo del Rendfield de Drácula, tiene tendencias pedófilas, y hasta pretende gozar con su ama. Por el lado de Oskar, el joven se dedica todas las noches a apuñalar un árbol con un cuchillo, imaginando que son los compañeros que lo agreden en la escuela. Además, podemos ver cómo es la vida de este chico hijo de padres separados y la falta de comunicación con su madre, cosa poco habitual en casi cualquier film que no sea dramático. Aunque tal vez este aspecto responda a la conducta de la sociedad de Suecia. La historia es casi una biografía del escritor John Ajvide Lindqvist, quien adaptó su propia novela. Es por eso que la acción transcurre en 1982, cuando el autor tenía doce años, la misma edad que Oskar en la ficción. Es más, al final del libro escribió: “Todo lo narrado en este libro ha ocurrido realmente, aunque no de esta manera”. El director Tomas Alfredson confesó no ser fanático del horror ni de los vampiros. Tal vez en parte por eso logra una joyita alejada de los tópicos de los bebehemoglobina. Es verdad que se respetan ciertas reglas de la mitología vampírica (como que uno de estos seres ingresa a casa ajena sólo si uno lo invita, de ahí el título original de la película), pero con una vuelta de tuerca distinta. Como se habrán dado cuenta, Criatura... es la antítesis de la saga de Crepúsculo. Pero ya se anunció la remake estadounidense, aparentemente dirigida por Matt Reeves (el mismo de Cloverfield), a estrenarse en 2010. A Alfredson no le gusta la idea, pero a Lindqvist sí. Igual, la peli se filmaría de todas maneras. Será difícil que una versión yanqui pueda respetar el espíritu de la original, pero quién sabe. Por si no los convencí de verla, los dejo con unas palabras de Guillermo del Toro: “(Criatura de la Noche es) Un inolvidable y poético film que no te podés perder. Un cuento de hadas escalofriante”.
Las películas de vampiros pueden convertirse en clásicos, así como "Dracula", pueden convertirse en películas de terror de puro entretenimiento, por ejemplo "30 days of night" o pueden convertirse en películas sin sentido como "Underworld". "Let the right one in" cruza esta costumbre, innovando en este subgénero, con una historia única y muy original.
SIMPATÍA POR EL VAMPIRO Luego de una importante repercusión crítica en todo el mundo desde hace más de un año, finalmente se estrena en Argentina este film sueco que narra –con preciosismo estético y una mirada romántica- la particular relación entre un niño conflictuado y una niña vampiro. 1- Oskar es un chico retraído y solitario. Ya sea en la escuela, en su hogar o en el patio del complejo edilicio en el que vive, siempre está apartado; además, sufre el acoso y la violencia de un grupo de compañeros. Oskar es pura melancolía. Una de las primeras escenas lo muestra en su cuarto ensayando, cuchillo en mano, una venganza contra esos compañeros de escuela. Esto lo vemos desde afuera, a través de su ventana. Mientras, en el departamento de al lado se instala Eli, su nueva vecina, alguien que en apariencia parece ser una niña de su misma edad, y que comparte cierto parecido con su condición de excluido, aunque sus rasgos físicos y su forma de vestir parecen extremar las características de Oskar. Eli es un vampiro, y puede entenderse, dentro de la economía del relato, como un complemento necesario de Oskar, como su reflejo espectral, como un doble que se vuelve imprescindible para poder concretar sus fantasías de venganza. Así, este film sueco, mientras construye la relación de completitud entre los protagonistas a través de logradas decisiones de puesta en escena (espejos o ventanas y sus reflejos) y de ciertos detalles simbólicos (el cubo mágico que él le presta sin terminar y que ella le devuelve completamente armado), pone en primer plano uno de los temas fundamentales del género fantástico: el doppelgänger. Y tomando exclusivamente este aspecto del film es que se pueden verter algunos elogios. 2- Esa puesta en escena que en algunas ocasiones consigue darle profundidad a las imágenes (hay varias simetrías, sobre todo entre aquellos planos que resaltan ventanas y espejos) muchas veces se percibe afectada. Cierto espíritu artie recorre la película, y muchas veces se vuelve más importante el preciosismo de la iluminación y la minuciosidad de la composición de los encuadres que lo que pueden estar representando (o, yendo a un estadio superior, simbolizando). Así, cuando el soporte estético se vuelve más importante que el sentido último de las imágenes, éste se debilita, y hasta se vuelve imposible acceder a él. Siempre y cuando exista tal sentido, claro. En este aspecto, Criatura de la noche es una clara sucesora de la famosa (y también nórdica) Vampyr que Carl T. Dreyer filmó a principios de la década del 30. 3- En un par de ocasiones, Eli pregunta - primero a su tutor y luego a Oskar- si la dejan entrar. Además de aludir a un cuadro de situación específica de los personajes, esa pregunta, y la respuesta positiva de los receptores -sobre todo en el caso de Oskar- es un claro indicio de que hay un asentimiento y que no existe una invasión por parte de Eli, quién además necesita de esa aceptación para seguir viviendo (de hecho, se ve cómo ante una respuesta negativa el vampiro se iría consumiendo). El alma melancólica del torturado Oskar, contaminada con sus deseos de venganza y su morboso gusto por las noticias de asesinatos, no es más que un alma débil, ideal para que el mal se instale allí. Es más: es un alma que invita al mal (el vampiro). Pero este mal no es tal según el punto de vista de la película. La mirada del film sobre Oskar y Eli es siempre comprensiva, y el punto de vista nunca toma distancia de ellos. Incluso se percibe un excesivo regodeo en la perversa atracción que surge entre ambos. En todo caso, el mal está representado por lo social: la escuela, los compañeros violentos y las disfuncionalidades familiares; y en contraposición aparecen la ternura y compasión con la que el film intenta mostrar la relación de Oskar y el vampiro. Criatura de la noche es un film romántico. En el sentido más banal y oscuro de esa bastardeada palabra.
Practicando el vampirismo utópico Resulta gratificante ver cómo un proyecto se sale de los convencionalismos argumentativos del cuadrado cine al que se está acostumbrado por estos días. Y más gratificante aún resulta ver cómo se sale de los típicos parámetros de un tópico tan trillado como el vampirismo en las cintas pseudo terroríficas más tiradas al melodrama fantástico que al terror psicológico. Låt den rätte komma in, o como se la conoce en inglés -Let the right one in (algo así como "Déjalo entrar" en español)- se yergue entre las mejores películas del año, pasando por encima a sus hermanas compuestas por vampiros oligofrénicos tales como New Moon, Cirque du freak o Blood: the las vampire. Se caracteriza por una frialdad minimalista en las locaciones (los suburbios de Estocolmo) y un ritmo pausado para contar la aún más fría historia de dos niños unidos por la sangre, literalmente. Uno de ellos es Oskar (interpretado de manera magistral por el joven Kåre Hedebrant), un púber de doce años que vive atormentado por tres abusones de su colegio. Este muchachito ansía con todo su ser poder vengarse brutalmente de los imbéciles que tiene por compañeros, hasta que finalmente conoce a Eli (genial, soberbia, Lina Leandersson), una extraña niña que se muda al complejo de apartamentos donde él vive. El hecho de que la nueva vecina justo llegue cuando se cometen horribles asesinatos en el pueblo, hará que el rubiecito ambiguo en apariencia sexual pero de mirada indescriptible -lo que lo hace temible y temeroso a la vez- comience a explorar dentro de una relación que a simple vista puede ser normal pero en el fondo se ve unida por esas ansias de violencia desmedida, que en él se dan por una necesidad psicológica y en ella por una necedidad biológica. El ambiente que rodea los hechos, tan cutre en expresión pero tan vivo en demostración icónica (la escena de la piscina es gloriosa), hace que todo se suceda de una manera parca y solemne, generando allí el factor terror, y no en los estilos propios del subgenero. La dirección de Tomas Alfredson, con paneos de cámara que hacen que uno se mueva en distintas direcciones para poder desubrir antes lo que está por suceder, es digna de aplausos, al igual que la fotografía y el montaje. Todas las actuaciones son muy buenas, y el grado de realismo con el que se dosifica al filme es lo que la hace tan buena, aún utilizando como detonante una trama tan simple como la que tiene. Y es precisamente ese el mayor logro de Alfredson: sacarle partida a todos los matices cinematográficos que tanto esperamos cuando empezamos a ver una película, para pulir un tema que a esta altura de la historia del séptimo arte se debe tomar con pinzas y con mano de cirujano. No cualquiera hubiese hecho de Låt den rätte komma in lo que es. Y eso es admirable. Cuando hay buen gusto (el desenlace es majestuoso), empeño, buen aporte técnico -salvando las condiciones monetarias con que se lleve a cabo-, y un toque de originalidad (la forma con la que se trata la insatisfacción sentimental, la homosexualidad, e incluso la pedofilia, es muy meritorio por parte del guionista John Ajvide Lindqvist) puesta a prueba contra un obstáculo inmediato como el que supone un producto argumentativo utilizado hasta el hartazgo, el resultado no tiene techo. Quizás si este largometraje no se hubiese tomado tan en serio a sí mismo (hay hasta un aire de respeto para con el vampirismo o la criminalidad) y no hubiese sido tan inflado por la crítica especializada, hubiese sido una obra maestra hecha y derecha. Pero sin duda es una rareza en el campo, por lo tanto, digna de aplaudir de pie.
Hay películas a las que es injusto etiquetar o incluir dentro de un género. La sueca Let the right one in (título en inglés con el que se comercializó mundialmente) es un claro ejemplo. Porque si habláramos de ella simplemente como "una de vampiros" no sólo estaríamos dando un indicador muy vago sobre la trama, sino que estaríamos dejando de lado sus aspectos más importantes. Oskar es un chico de 12 años, solitario y retraído, blanco favorito del grupo de compañeros pendencieros del colegio. Hijo de padres separados, vive con su madre en un frío complejo de edificios. Un día (o una noche, mejor dicho) llega a su barrio Elin, una enigmática chica de la cual paulatinamente se va haciendo amigo. La niña en cuestión resulta ser un vampiro, pero su existencia no es muy diferente de la de Oskar. Ambos son seres que se sienten extraños en medio del mundo que les toca vivir. Y que sufren por ello. Así, irán formando un inusual vínculo, dándose fuerzas mutuamente para salir adelante. Como dije, sería engañoso enmarcar a este film dentro del subgénero de vampiros. Incluso sería erróneo considerarlo dentro del género de terror. Su tema central es la soledad, y la posibilidad de encontrar a alguien que nos haga sentir queridos. Que nos haga sentir "humanos", paradójicamente. No importa que sean chicos de 12 años, y que uno sea un vampiro. Eso es casi secundario. De hecho, y si bien la película tiene unos climas formidables, es difícil que el espectador sienta miedo en algún momento. Lo que predomina en la cinta es un sentimiento de melancolía y soledad. El ritmo del film es moroso. Así que aquellos que busquen algo en la línea de Crepúsculo, se van a aburrir de lo lindo. Creo que su estreno local intentó un poco subirse a la estela de Nueva Luna, aunque dada la sideral diferencia entre ambas propuestas cinematográficas, se trató de una estrategia con un basamento meramente comercial. Este film está a años luz de esos adolescentes de póster. Es una historia de personajes oscuros, sin carisma ni atractivos físicos. Pero con alma... Por suerte, hay películas para las que la palabra marketing no entra en la ecuación.
De la península escandinava están surgiendo sorpresas cinematográficas en número creciente, con producciones de gran calidad y originalidad que terminan por tomar por asalto a las plateas de todo el mundo. Arrancamos con la versión original de Insomnia (1997), seguimos por la competente serie B de Dead Snow, y culminamos con la trilogía Millenium. En toda esa parva de filmes que han superado las fronteras heladas de Escandinavia se destaca una joyita y que se trata de Déjame Entrar - un atípico filme de vampiros -. Muy pronto se convirtió en un objeto de culto y Hollywood se apresuró a adquirir los derechos para la correspondiente remake, la cual está agendada para este año. Aquí el autor John Ajvide Lindqvist parece haberse inspirado en el personaje de Kirsten Dunst en Entrevista con el Vampiro (1994), en donde una nena estaba condenada a permanecer atrapada en su cuerpo infantil para toda la eternidad - lo que terminaba por transformarse en una situación de pesadilla para la protagonista -. Además sigue de cerca la filosofía del filme de Neil Jordan, convirtiendo a los vampiros en figuras trágicas víctimas de una maldición que no pueden deshacer y que están condenadas a una vida eterna de contemplación de muerte y dolor. Pero hasta allí llegan las influencias; por el resto Déjame Entrar toma rumbos nuevos y, muchas veces, demasiado inquietantes. ofertas en software de facturacion para empresas de Sistema Isis Esta es una película que incomoda al espectador. Esa sensación extraña - que muy pocos filmes me han producido en toda mi vida - surge de la verdadera naturaleza del filme, que es la historia de dos sicóticos homicidas que tienen tan sólo 12 años de edad y que tienen una atracción mutua que va desde la ternura hasta lo puramente sexual. La enferma relación entre Eli y Oskar no difiere demasiado de la dupla central de Henry, Retrato de un Asesino, con la excepción de la edad de los protagonistas. Oskar es victimizado por sus compañeros de colegio, pero las reacciones del pibe no son muy normales que digamos - su primer pensamiento es rebanarlos con un cuchillo -. El chico es hijo de padres divorciados y los mismos no le prestan demasiada atención; incluso hay pistas que podrían llevar a pensar que su padre se ha metido en una relación homosexual. Por su parte, Eli es todo lo contrario: una figura dominante y demandante que lleva a su padre al límite de los sacrificios para saciar su hambre. Es una relación gélida y desagradable, en donde al hombre aún le quedan rastros de cariño por su monstruosa hija, pero no es un sentimiento recíproco - sería interesante especular si el hombre es realmente su padre y no "otro chico" que conoció hace 30 o 40 años -. Y, cuando el padre - cazador de víctimas para su hija - desaparece, la chica queda sola y se afianza aún más en su relación con el perturbado Oskar. Es en esos momentos en donde el filme entra en una zona de incomodidad creciente. Uno siente que estos dos son socios porque comparten vidas arruinadas, pero aún así - en su condición de pareja de parias - les resulta imposible liberarse emocionalmente y ser demostrativos el uno con el otro. Esta es gente con serios daños afectivos, y eso se nota (otro punto más de similitud a la relación de Henry y Becky de Henry, Retrato de un Asesino). La situación de Oskar no difiere demasiado de la de Eli, estando dispuesto a aceptar cualquier cosa con tal de que alguien lo quiera. Por su parte, la chica no puede frenar su naturaleza chupasangre pero la edad y actitud de Oskar terminan por ganarle. Dicho todo esto, el filme se sumerge en algunas situaciones risqué sobre la sexualidad reprimida de estos chicos de 12 años - visiones fugaces de Eli desnuda; los dos chicos pasando una noche juntos en la cama; la ciega obsesión de Oskar por aceptar a Eli, aún cuando ella le niegue que es una "niña"; algunos besos sangrientos después que Eli se merendara a alguno de los vecinos del barrio - que terminan de erizarle la piel a más de uno. El punto no es la atracción sexual entre los protagonistas, sino que su relación es muy retorcida. Aún cuando Eli no fuera un vampiro (y fuera simplemente una homicida) Déjame Entrar es inquietante. Ok, tiene unas escenas de shock muy bien filmadas, tiene un gran clima, hay muy buenas actuaciones. Pero el punto central es en realidad la relación entre Eli y Oskar, la que parece convertirse en una versión infantil de Dracula y Renfield con una atracción enfermiza y desubicada entre ambos. Eso no quita que en medio de toda esta amoralidad y apatía uno termine por tomar un poco de partido por los protagonistas, posiblemente porque la sinceridad de su cariño termina por traslucirse desde la pantalla hacia la platea. En el fondo no es más que la historia de dos sicópatas que no han terminado la escuela primaria y que se han enamorado al descubrir la mutua miseria de sus respectivas existencias.
Una de vampiros muy original. Este 2 de Abril está previsto el estreno en Argentina de “Déjame entrar” (Låt den rätte komma in),película Sueca que si bien es catalogada dentro del cine de Terror, al menos yo la consideraría un verdadero drama. Lejos de plantear una atmósfera de miedo y tener como objetivo el causar espanto, Tomas Alfredson nos muestra la historia de Oskar y Eli, dos niños torturados por la soledad, la marginalidad de sus pares y la agresión del mundo. Eli por su condición no humana, Oskar por su condición meramente de niño. Como si la moraleja más profunda de todas fuese que un vampiro no es más terrorífico que el mundo mismo. Una realidad donde existen los hogares quebrados, el desamor, el abuso y la violencia termina siendo más horrorosa que la existencia de una pobre niña que no sabe más que de sangre porque el único dulce que ha intentado probar, o la única regla que ha intentado romper ( la de entrar a una casa sin invitación del dueño) casi le causan la muerte. El film basado en la novela de John Ajvide Lindqvist (2004) nos cuenta sobre el lado oscuro del ser humano, las incongruencias de una especie amenazada desde tiempos inmemorables y del amor, el amor que puede despertarse dentro de las situaciones más ilógicas. Las “almas gemelas” no se eligen, se encuentran. El título parece venir de una canción de Morrissey titulada “Let the Right One Slip In” en la cual podemos escuchar: I’d say you were within your rights to bite/The right one and say, ‘What kept you so long?’ ” (Diría que estabas en tu derecho de morder/ al correcto y te digo/ por qué te tardaste?). Las actuaciones de ambos niños realmente deslumbran, sobretodo la del pequeño Oskar (Kare Hedebrant) quien posee un rostro de esos difícil de decidirse si es angelical o diabólico. Lina Leandersson (Eli) no se queda atrás mostrando de continuo una expresión de tristeza, seriedad y desconsuelo que realmente inspira de todo menos miedo. Si bien es un film que ha recibido infinidad de premios entre ellos de la Florida Film Critics y la Boston Society of film critics, cabe destacar que para los amantes del género quizá esta película esté muy lejos de ser la mejor de los últimos 10 años como fue descripta por varios críticos. Es una película intimista, lenta, con pocos toques típicos del terror y con un argumento más digno del drama. Eso sí, sería bueno que se vea esta versión antes que la planeada para el 2010 en manos de Matt Reeves (Cloverfield, La otra cara del crimen)
Intimidad. Soñamos juntos, juntos despertamos el tiempo hace o deshace, mientras tanto no le importan tu sueño, ni mi sueño somos torpes, o demasiado cautos pensamos que no cae esa gaviota creemos que es eterno este conjuro que la batalla es nuestra, o de ninguno juntos vivimos, sucumbimos juntos pero esa destrucción es una broma un detalle, una ráfaga, un vestigio un abrirse y cerrarse el paraíso ya nuestra intimidad es tan inmensa que la muerte la esconde en su vacío, quiero que me relates el duelo que te callas por mi parte te ofrezco mi última confianza estás sola, estoy solo pero a veces puede la soledad ser una llama. Mario Benedetti Esta no es una peli de terror, aunque hable de vampiros, es más bien un drama social, una historia de amor y de soledades, porque la soledad (como dice Benedetti) también puede ser una llama. Y los protagonistas están solos, incomprendidos, abandonados a su suerte, y fríos, ella por unas razones distintas a las de él, pero ambos tienen estas cosas en común. No encajan. Y todo eso esparcido en una película de vampiros la vuelve más noble, y diferente. Desde el título vemos también un pedido de ayuda, no sólo hace referencia a que la vampiro necesita permiso para ingresar a las casas, también hace referencia a la situación de ambos, a su pedido desesperado y su necesidad de pertenecer, de ser aceptado. ¡Déjame entrar! La peli tiene varios aciertos, uno de ellos es lo que elige contar, la parte de la historia de recorta para mostrarnos, eso nos deja con muchas ganas de saber más, qué pasó después, qué pasó antes. Y da la sensación que podría tener secuelas formando una especie de trilogía al mejor estilo “el silencio de los inocentes/hanníbal/dragón rojo”. Que bueno estaría!! Otro acierto es esto que venia diciendo, la historia de una vampiro contada en un contexto cotidiano, incluida en estos contextos como una historia más. Y este universo interno en el protagonista esta también muy bien planteado: sus conversaciones, o juegos a solas, en el que toma las fuerzas que en la realidad no tiene, todo esto hace ver cuánto afecta sentirse oprimido y acosado, todo un volcán por dentro. Muchas más cosas podría decir, rescatar muchísimas escenas, pero creo que es preferible que las descubran cada uno al visionar la peli. También podría dar mi opinión sobre el final, pero no quiero adelantar nada de cómo se resuelve, por lo que solo puedo decir que éste final, en realidad la anteúltima escena (y que ha sido la más controvertida de la peli), para mi es esencial. Necesaria para el último fotograma. Podría haber sido más Light, si. ¿Pero lo podría haber hecho más Light una vampiro enamorada?
Un poema vampírico Un joven introvertido, un tanto apático y solitario, hijo de padres divorciados y con algunos problemas de adaptación, conoce a una joven parecida a él, misteriosa pero atrayente a la vez. Una relación comienza a crecer entre los dos, aunque indefinida y poco clara. Ella intenta alejarse, para no lastimarlo. El no entiende por qué actúa tan extraño, hasta que descubre la verdad: ella es un vampiro. Si piensan que este planteo les resulta muy similar a Crepúsculo, así es, pero el resultado final es el extremo opuesto. Eli (Lina Leandersson) es una niña de 12 años que, como ella dice, ha tenido esa edad durante mucho tiempo. No sabemos cómo llegó a su situación actual, ni tampoco sabemos qué le depara el futuro; simplemente vemos como finaliza una etapa y comienza una nueva. Lo mismo sucede con Oskar (Kåre Hedebrant), el joven de quien se enamora, que poco a poco se va introduciendo en su mundo y pasa a formar parte de su vida. Somos testigos de muchas otras transiciones, además. Las de Eli y Oskar son las más obvias. Pero también presenciamos cómo varios de los habitantes de este pequeño pueblo de Estocolmo son víctimas y victimarios de lo que sucede alrededor de estos dos niños. No hay malos y buenos, cada uno sigue su “naturaleza”, su forma de ser, y las consecuencias que eso les acarrea. Porque ciertamente cada uno de los personajes que encontramos en esta película es artífice de su propio destino. Acá no van a ver al típico vampiro cazador de cuellos desprevenidos de los cuales alimentarse, ni hordas de individuos con antorchas y estacas buscando cazar al ser en cuestión. La historia refleja un típico pueblito con sus típicos habitantes, entre los que se inserta un elemento extraño y fuera de lo común pero que de todas maneras se integra a la forma de vida reinante. Todo se da de forma natural, la llegada de Eli al pueblo, el encuentro con Oskar, las situaciones que van viviendo juntos; nada es forzado o tirado de los pelos. Es natural al punto en que nos resulta más chocante un hombre que vive con decenas de gatos en su casa o la saña que muestran tres chicos del colegio para con Oskar, que el hecho de que Eli sea un vampiro y su cuerpo se descomponga lentamente a medida que se va quedando sin reservas de sangre. Y esto no es un logro menor. Algo más que chupasangres ¿Es verdaderamente una película sobre vampiros, o es esto una simple excusa para contar una historia romántica como tantas otras? ¿Es posible catalogar a una película como vampírica cuando esta característica de uno de sus protagonistas es apenas un elemento más de la trama, pero de ninguna manera el principal? Absolutamente. Y es acá donde reside el punto máximo de este film. Logra transmitir todo el clima romántico-depresivo que forma parte esencial de toda historia vampírica, pero sin hacerlo de la manera superficial y obvia a la que estamos acostumbrados. Toda la trama se construye por medio de una plétora de sutilezas, como los increíbles gestos y miradas entre Eli y Oskar (con magníficas actuaciones de Lina Leandersson y Kåre Hedebrant), los largos planos estáticos, los eternos momentos de silencio (presencia fundamental a lo largo de toda la película) y la nieve, infinita e imperturbable. Sin embargo, eso no quiere decir que no encontremos escenas de extrema crudeza. Al contrario, están presentes a montones a lo largo del film. Pero dentro del contexto en que se encuentran cobran un significado completamente distinto al de la película de vampiros promedio. Eli es lo que es, no reniega ni se vanagloria de su condición. Simplemente se presenta como un ser vivo que necesita de sangre para sobrevivir. Y hace lo que tiene que hacer. No demuestra placer en ello, pero tampoco el desdén o la tortura a la que nos tiene acostumbrados Hollywood. No es un alma en pena perseguida por su condición, simplemente demuestra la resignación de aceptar su realidad, al igual que Oskar y sus problemas en el colegio o el resto de los habitantes con sus trabajos, parejas y problemas cotidianos. Lo único que pueden hacer al respecto es decidir a quién dejan entrar a sus vidas que puedan marcar la diferencia. Oskar, un muchachito con... algunos problemitas Oskar, un muchachito con... algunos problemitas Y es que el título original (“Let the right one in”, algo así como “Deja al correcto entrar”) resume de manera muy certera el punto central de toda la película. No se trata de quienes se cruzan en tu camino, ni de quienes te atacan, quienes te quieren o quienes te odian, sino de a quienes dejas que entren en tu vida, te conozcan como verdaderamente sos y pasen a formar parte de tu existencia. El mito antiguo de que los vampiros necesitan ser invitados para poder acceder a la casa de cualquier persona es re-significado desde el punto de vista en que es Eli, desde el comienzo, quien debe decidir cuál es la persona correcta para entrar a su vida y compartir con ella sus secretos y sus miserias. Nada más alejado que “Criatura de la noche” para describir este film. Made in Sweden Por supuesto, gran parte de la gloria la merece la excelente dirección de Tomas Alfredson, que con un ritmo extremadamente pausado y encuadres muy meticulosos dio vida de manera magnífica al guión de John Ajvide Lindqvist, quien además es el autor de la novela original en la que se basa la película. Con más de 50 premios a lo largo de todo el mundo, no es raro que le haya valido al director un pase directo a Hollywood, donde ya comenzó la pre producción de “The Danish Girl”, una nueva película protagonizada por Nicole Kidman y Gwyneth Paltrow. Lo cierto es que hay que agradecerle a los suecos habernos brindado una película de vampiros diferente. Quienes estén buscando el gore o la acción trepidante típicas del género ciertamente van a sentirse defraudados. Esta es una película que se toma su tiempo para establecer los climas pertinentes y mostrar las reacciones y sentimientos de todos sus personajes. Todo es retribuido, ninguna escena sobra, ninguna mirada, ningún gesto, pero todo ocurre a su debido tiempo. Definitivamente es una película que no va a pasar desapercibida y el personaje de Eli te va a quedar grabado en la retina. Y si tenés alguna duda, preguntale a Oskar.