Resulta difícil tratar ciertos temas en el cine sin caer en el melodrama o el golpe bajo. En “Rabbit Hole”, el director John Cameron Mitchell asume este desafío al plantear un tema doloroso: ¿Cómo hace una pareja para continuar con su vida luego de la muerte de un hijo? Basado en la obra ganadora del premio Pullitzer y del premio Tony a mejor pieza dramática en Broadway, el autor David Lindsay-Abaire realizó la adaptación de su exitoso trabajo de las tablas a la pantalla grande, presentando una historia dura acerca de una pareja quebrada que intenta salir adelante tras la muerte de su hijo de 4 años. Con una detallada construcción de los personajes, tratando el tema con delicadeza y aplicándole cierta cuota de humor, se describen las diferentes emociones que atraviesan los padres y la manera en que cada uno elige lidiar con esta tragedia, transcurridos ocho meses desde el accidente. Con su interpretación de Becca, Nicole Kidman logra su mejor labor dramática desde "The Hours" hacia acá. Una actuación imponente que le valió una nominación al premio Oscar, al Globo de Oro y al Independent Spirit Award en el rubro Mejor Actriz. Aaron Eckhart la acompaña interpretando a su marido, en un correcto trabajo que se ve opacado por la gran actuación de Kidman. Dentro de las participaciones secundarias se destacan la genial Dianne Wiest, como la madre de Becca, y el novato Miles Teller, como el joven Jason. Con "Rabbit Hole", John Cameron Mitchell se aleja del estilo de dirección de sus anteriores films ("Hedwig and the Angry Inch", "Shortbus") y se anima a abordar un tema desgarrador obteniendo como resultado un relato profundo y conmovedor.
El tema está tratado con altura sin caer en el dramón ni en los golpes bajos. El guión es excelente y brinda una gran diversidad de sentimientos profundos. No pretende dejar una moraleja, sino que simplemente muestra los vaivenes de una pareja que quiere superar el dolor de la mejor manera posible, pero...
Becca es una treiteañera casada con Howie Corbett, y ambos, cuentan con una dura historia que remonta a ocho meses en el pasado. La casa sola y el silencio de la pareja denotan una pérdida: Danny, su pequeño hijo de cuatro años, quien fue muerto tras seguir a su perro a la calle y ser embestido por la imprudencia de un joven chofer. Puntapié establecido, la historia se desarrolla en torno a la superación del problema con todo lo que ello conlleva, desde soportar las amistades, con sus familias formadas, hasta el repentino embarazo de la hermana de Becca, una niña en el cuerpo de una mujer adulta, inmadura e impreparada para la vida familiar con hijos a cuestas. La envidia, el dolor del pasado, el trauma a superar y la consecuente riña interna en la casa de los Corbett hace avanzar el relato donde paso a paso, marido y mujer, cada uno con sus tiempos, ritmos, creencias y costumbres independientes, intentan sobrellevar esa vida que parece condenada: por un lado, buscando apoyo en la familia devenida en perfecta respecto de la causa enorme sobre los hombros de la Becca, por el otro, otra mujer y drogas ligeras ocupan el pensamiento de Howie. Confundirse este filme está asegurado ya que cuenta con tres nombres que se dieron a conocer: Rabbit Hole, como título original y dos títulos hispanos que, no solo distan entre sí, sino que nada tienen de relación con el primigenio y homónimo de la novela en la que se basan: El Laberinto y Más allá del Corazón. El Laberinto (a partir de ahora), se vuelve conocida tras el paso, sin pena ni gloria, por los Academy Awards o entrega de los premios Oscar por nuestros pagos, bajo la nominación de Kidman como mejor actriz y nada más, es decir, el conjunto fílmico quedo relegado por la figura de la actriz opacando una historia que, si bien resulta bellamente contada, abusa del melodrama y sentimentalismo. Técnicamente hablando, El Laberinto es una joya fotográficamente, desde las luces hasta la consecución de planos y posiciones de cámara, con un gusto por el detalle y la textura más que destacable. Pero la recaída viene de la mano de la interpretación, o mejor dicho de la reconstrucción, tanto de Kidman, a quien no se le mueve un músculo a la hora de brindar dramatismo, como de la cuestión sonora que duda desde su ejecución como la actriz resultando aclimática por definición y alimentando un falso sentimiento que no termina de concretarse como veraz. Por otro lado, la figura que encarna Aaron Eckhart es impecable por donde se lo mire, recordando la excelente interpretación, como personaje, de Nick Naylor en Gracias por Fumar (Thank for Smoking, EE.UU. 2006). Insistiré entonces en el sentimiento. El uso del recurso fácil, ya sea desde el conflicto familiar o el de buscar en todo momento una excusa para llegar a la lucha o tensión de fuerzas que se justifican en dramas que ahondan en lo mismo, volviendo la tensión y el conflicto primigenio en un círculo vicioso en donde la tangente desaparece, sumiendo la narración en una repetición perpetua. Pero, y no debemos restar puntos a este aspecto, el delineamiento psicológico del resto del elenco, como hacedores y cómplices de la espiral traumática, es de una riqueza extraordinaria, lo que deja estática la labor actoral de Kidman que se aferra a los sólidos pilares de las construcciones de madre, hermana y esposo. Howie, por otro lado, resulta de una personalidad sensible que por mucho supera lo que se prevé en un comienzo, al punto de respetar una ascendencia muy marcada al juego del dolor. John Cameron Mitchell, director de la pieza fílmica, se encarga en esta ocasión de retratar la depresión y el proceso infinito de superación de una pérdida, siendo este detalle aumentado y agigantado por la especificidad del deceso: un niño de 4 años, hijo de la pareja. Lo narrativo e intencional, por más que se logre una parcialidad de la idea, recuerda a la expresividad emocional que dejaba cada palabra emitida, cada acción que acontecía en el universo increíble y atemporal Jonathan Caouette en Tarnation (Tarnation EE.UU. 2004), en donde Cameron Mitchell realizó la labor de productor ejecutivo. Mayormente destacado y reconocido en el ámbito profesional como campo, el joven director realizó otros dos trabajos más allá de la actual entrega, con un éxito que escapa a la miniatura que puede llegar a resultar El Laberinto en comparación, y que no dejan lugar a dudas del talento visual y narrativo: Hedwig and the Angry Inch (EE.UU., 2001), siendo la versión fílmica que lo catapultó al culto de la obra musical escrita también por él trece años antes; y Shortbus (EE.UU. 2006), presentada en Cannes el mismo año. En El Laberinto, alejando su historia y solo remitiéndonos a su nombre en la original, vemos que esos “agujeros de conejo”, que según otros teóricos, bajo el nombre de “agujeros de gusano”, nos permiten intuir la existencia de paralelismos a la vida del hoy, del ayer y del mañana, indicando también que no hay problema sin solución y, en el caso de la imposibilidad de encontrarla, debemos aprender a convivir con aquello y saber que hay algo en algún lugar que se encuentra en armonía. Es entonces cuando nos desprendemos para descreer de este mensaje y remitirnos a Alicia, en donde nada resulta mejor o favorable si no afrontamos la cuestión y entendemos que el agujero del conejo, donde se precipita la pequeña, es un gran profundo pozo depresivo.
Un relato sobre las pérdidas Un drama familiar profundo y descarnado es el que ofrece el cineasta John Cameron Mitchell, el mismo que saltó a la fama con Hedwig and the Angry Inch, Tarnation y Shortbus. "Dios necesitaba otro ángel" es una de las frases que escucha el matrimonio formado por Becca (Nicole Kidman) y Howie (Aaron Eckhart) cuando acude a terapia de grupo. Nada parece consolarlos luego de la trágica muerte de su hijo de cuatro años, ocurrida ocho meses atrás. El laberinto (Rabbit Hole) es la adaptación de la obra de teatro de David Lindsay Abaire y habla de cómo una pareja puede seguir adelante después de la tagedia. Consuelo. Aceptación. Pérdida. Son las piezas de un drama familiar que se encamina lentamente hacia la recomposición. Mientras Becca quiere borrar todo vestigio de su hijo desaparecido y se relaciona con el joven (un prometedor Miles Teller) que le causo la muerte al atropellarlo; Howie mira videos y se acerca a una de las mujeres de la terapia. Aunque parecen caminar en distintas direciones, los protagonistas buscan seguir con sus vidas como pueden. El realizador logra un film estremecedor que pone en primer plano el hueco existencial de la pareja, la falta de deseo ("Ya nada es agradable") y de comunicación. El panorama se completa con la madre (Dianne Wiest), una hermana inmadura que queda embarazada, la presencia deamigos y de un perro que "vuelve" al hogar. El título original alude a "universos paralelos", a un "espejo" que muestra una realidad que no puede cambiarse y en la que los personajes son versiones tristes de otros que viven otra vida en lugares remotos. El laberinto cuenta con dos intérpretes de lujo: Nicole Kidman (nominada en la última entrega de los Oscar en el rubro "mejor actriz" por este papel) y Aaron Eckhart, quienes logran transmitir el dolor por el que atraviesan. Un tema difícil para no tentarse y caer en golpes bajos, pero que el director sabe conducir a un buen terreno: el de las emociones.
Humana y dolorosa imagen de un duelo que nadie querría atravesar Es cierto que a Nicole Kidman le cuesta encontrar buenos papeles. En los últimos años, esto se hizo más evidente y excepto "The hours" y "Eyes wide shut" (mis favoritas) -más alguna otra que podemos discutir, quizás "Dogville" o "The others"-, viene haciendo films de escaso valor artístico y también, poca suerte en la taquilla. Incluso más, "Rabbit hole"; si bien la llevó a estar nominada a un Oscar de la Academia, fue un completo fracaso en su país y en el resto del mundo (apenas arañó en recaudación la mitad de lo que costó), también. Sabemos que el gusto del público no es medida en muchos casos, para medir el nivel artístico de una obra. Pero algo indica. En este caso particular, "El laberinto" aborda un tema que no es fácil para cualquier espectador y es entendible que la gente no decida elegirla entre varios opciones: habla de la crisis de un matrimonio que perdió en un accidente a su hijo de cuatro años... Es un producto sólido y complejo, pero si uno no está predispuesto a entregarse a él, puede convertirse en un relato áspero y denso que agobia por su recorrido, un auténtico descenso a los avernos... ¿Es una buena película? Sí. Definitivamente. Aunque no es mi género favorito, es fácil de percibir que este trabajo de John Cameron Mitchell es un punto de inflexión en su carrera: recordemos, tuvo un promisorio debut con "Hedwig and the angry inch" (delirante carta de presentación, diría) y conmovió a la sociedad norteamericana con "Shortbus", destrozada por muchos críticos en EEUU y amada por este cronista (una ácida comedia sobre parejas cruzadas, hetersexuales y de las otras, ambientada en la Gran Manzana, plagada de escenas fuertes donde el sexo es protagonista excluyente)... Es un cineasta singular, intenso y original que sabe contar historias y en esta ocasión elegió una obra de teatro famosa ("The rabbit hole", escrita por David Linsday-Abaire y ganadora del Pulitzer en su categoría en 2007) para seguir alimentando su aura de director prestigioso, lejos del cine mainstream comercial y cerca de las realizaciones viscerales y controversiales. Cameron Mitchell cuenta historias que no son de fácil asimilación y su enfoque interesa, aunque requiere de cierto estado particular de ánimo para acercarse a él. Cuando se empezó a diseñar el guión, conseguir financiación no fue fácil, incluso Kidman tuvo que poner su nombre como productora para juntar fondos ya que el proyecto se preveía de difícil llegada al público masivo. No es fácil conseguir dinero para rodar un drama. Becca (Nicole Kidman) y Howie (Aaron Eckhart) son un matrimonio a la deriva. Hace unos meses, su pequeño hijo fue arrollado por un adolescente imprudente y sumió a la familia en un drama sin fin. A pesar de que el tiempo pasa, ninguno de los dos puede sobreponerse a lo sucedido. Cada uno intenta sobrevivir como puede a ese gran dolor. Becca está siempre taciturna, apagada, abstraida y de a ratos reacciona ante ciertos estímulos relacionados con los hijos de la peor manera... Está peleada con la vida y le cuesta mucho relacionarse con el mundo. Encima, choca con el resto de su familia (especialmente con su madre, Nat, brillante trabajo de Dianne Wiest, quien también perdió un hijo pero de mayor edad) cada vez que se cruzan. Tiene un bloqueo emocional que le impide conectarse con Howie y elaborar una salida a tanto dolor. Su marido sufre de igual manera, aunque sus emergentes para leerlo son de otra índole y reflejan otra manera de atravesar el duelo de la pérdida. Tanto Kidman como Eckhart le ponen mucha humanidad a sus personajes y en las escenas de abordaje verbal de la crisis, brillan con luz propia. Están bien dirigidos y transitan todas las emociones vibrando en la misma sintonía (se quieren y no encuentran salida a lo que les pasa), a tono con la profundida temática del film. En definitiva, los dos se encuentran en una poderosa encrucijada, son incapaces de contener al otro (¿tanta angustia podría caber en un corazón humano?) y eligen caminos separados para enfrentar esa melancolía que muta en dolor puro y desesperanza de a ratos, haciendo estallar la pantalla. Becca irá en busca del asesino de su hijo (homicidio culposo, el joven responsable está libre) para vincularse de manera extraña con él y Howie explorará conocer a alguien nuevo que le permita descomprimir la oscura existencia que lleva. La ausencia del hijo enciende cada discusión y es representada con todos los matices compositivos que puedan imaginar. Y cada uno, adecuado al momento en que se produce. La banda de sonido acompaña mucho de los poderosos silencios que "The rabbit hole" tiene y subraya los espacios donde sus protagonistas viven su dolor en silencio: es exacta y complementa las máscaras que Kidman y Eckhart juegan con oficio, la fotografía y el montaje están a la altura de lo esperable y el film se potencia en cada mirada de la pareja central. Eso si, es una película sobre el dolor y la esperanza, sobre los espirales sistemáticos que nos encierran cuando el dolor nos impide reformularlos y pasar a otro estadío. "El laberinto" habla de los duelos, los tiempos de sanación y las estrategias equivocadas pero cercanas que todos usamos cuando nos enfrentamos a situaciones límite. Es una de esas películas que hay que ver sólo cuando uno está predispuesto a su mensaje, de lo contrario su lograda oscuridad invade e impide reconocerle sus destacados valores. Vale la pena acercarse a él si querés ver una de las mejores performances de Nicole Kidman en su carrera.
EL NIDO VACÍO (Y EL ALMA EN PENA) Luego de sus desprejuiciadas, provocativas e independientes (el musical gay/trans Hedwig and the Angry Inch y la porno artie Shortbus), el director John Cameron Mitchell ingresa en las “grandes ligas” y cambia por completo de registro con un melodrama clásico y puro basado en la obra del también guionista David Lindsay-Abaire que ganó el premio Pulitzer en 2007. El resultado es más que digno (evita caer en la explotación lacrimógena de una situación muy dura) gracias a una puesta en escena rigurosa que se sostiene en la solidez de la pareja protagónica, aunque al mismo tiempo hay algo de ostentación dentro de ese subgénero de cine-de-calidad-sobre-temas-importantes-para-ganar-premios. No les fue mal con esta apuesta, al menos en el caso Nicole Kidman, ya que obtuvo una nueva nominación al Oscar, entre varios otros reconocimientos. El film describe las penurias de Becca y Howie Corbett (Kidman y Aaron Eckhart), un matrimonio que lleva apenas ocho meses tratando de hacer el duelo luego de la inexplicable muerte de su hijo de cuatro años (atropellado en la calle mientras intentaba rescatar a su perro). Lo que sigue es un tratado sobre el dolor, la culpa, la negación y la reconciliación, en el que se abordan sin sensacionalismo las distintas maneras que tienen ambos padres a la hora de elaborar la pérdida y de (intentar) curar de a poco las heridas. Kidman recupera aquí parte de la expresividad perdida (en buena medida por la multiplicación de retoques de Botox), mientras que Eckhart ratifica su habitual versatilidad para trabajar en muy diferentes registros. Y quien merece también un aprobado por su “profesionalismo” es Mitchell. No será Nicholas Ray, es cierto, pero logra llevar a buen puerto su primera navegación por la producción con intérpretes famosos y presupuestos más generosos. Veremos hacia adónde apunta con su carrera, ahora que pasó de enfant-terrible a director de prestigio.
El amor y el espanto Lo que sucede en una joven pareja luego de la muerte su único hijo es el desencadenante de la nueva realización de John Cameron Mitchell, El laberinto (Rabbit Hole, 2010). Al igual que lo hiciera en sus películas anteriores, el director se corre de todo lo previsible para mostrar el otro lado del dolor y el amor. El matrimonio de Becca y Howie Corbett (magistralmente interpretados por Nicole Kidman y Aaron Eckhart) intenta volver a los causes de una vida aparentemente normal tras la repentina muerte, a raíz de un accidente automovilístico, de su pequeño hijo de cuatro años ocurrido ocho meses atrás. Ambos creen que la felicidad ya no les pertenece a pesar de que harán lo posible para demostrar(se) lo contrario. El laberinto (título con el que se estrena en Argentina) es una metáfora del dolor que causa la pérdida de un ser querido y cómo se hace para seguir viviendo con ese sufrimiento. John Cameron Mitchell construye el relato con un tono melodramático que remite a los años 50, donde el ámbito y los personajes que rodean al dúo protagónico parecieran ponerlo a prueba constantemente. Becca no acepta que su madre compare la muerte del niño con la del hijo de ésta, no soporta que su hermana haya quedado embarazada ni la terapia de grupo ni sus asistentes. Su manera de aliviar el dolor es deshaciéndose de todo aquello que le recuerde a su hijo, pero en reverso entabla una relación con quien fue el causal de la muerte. Por su parte, Howie hace todo lo contrario. Aunque mientras ellos no acepten la muerte y la pérdida todo cambio externo será en vano. Eso es lo que Cameron Mitchell deja bien en claro en cada una de las situaciones a las que somete a sus personajes y en paralelo al espectador. Una variación interesante que la historia propone es el vínculo que establece el matrimonio con el responsable de la muerte del hijo, un joven adolescente al que no le cabe culpa alguna y que, contrariamente a lo que suele suceder, ellos no acusan. La naturaleza humana tiende como mecanismo de defensa a manifestar un estado de odio sobre el causante del hecho y de esa forma deshacerse de la culpa que le perteneciese. El laberinto explora otro costado poniendo en el lugar de víctima al victimario, lo que en él sucede tras el accidente y el vínculo que establece con la familia. El lado B de una historia que habitualmente se expresa a través de la venganza y que en este caso se muestra desde el lugar del vacío del que no está y cómo cada uno intenta llenarlo. John Cameron Mitchell vuelve a transgredur lo políticamente correcto, tal como hiciera en Hedwig y the Angry Inch (2001) y Shorbus (2006). Mientras en su búsqueda anterior el sexo parecía ser su caballito de batalla para hablar de ciertos temas existenciales y políticos ahora lo hace a través de la muerte pero desde el lugar de los que aún siguen embarcados en la vida presente. Soberbia clase sobre la catarsis del dolor en pos del amor.
Belleza americana Una pareja sufre la pérdida de un hijo en este filme inusual. Ya en los primeros minutos, uno advierte que algo no está bien. Becca y Howie “actúan” en el hogar como si desearan que lo que están “actuando” fuese, digamos, normal. Pero no lo es. No faltará mucho metraje para que nos enteremos de lo que la pareja está sufriendo. Hay desavenencias, sí, pero vienen por una pérdida: hace seis meses su hijito de 4 años salió corriendo a la calle y murió atropellado por un automóvil. Difícil convivir con ello. Y difícil le resulta a la pareja no autodestruirse. De ahí que Becca y Howie (o Nicole Kidman y Aaron Eckhart, en dos de sus mejores interpretaciones en las carreras de ambos) traten, intenten escapar de ese falsa naturalidad e ir a lo que el común de la gente llamaría “normal”. Necesitan enterrar el dolor para poder seguir adelante. La cuestión pasa por preguntarse cuánto más están dispuestos a sufrir. El laberinto toma tópicos del mejor melodrama y les asesta un golpe de efecto. La película ofrece momentos extraños, en los que el humor parece campear por sobre el drama, creando una curiosa parábola sobre el dolor. El director John Cameron Mitchell, el de Hedwig and the Angry Inch y Shortbus , suele dar giros inesperados en sus relatos, y aquí Kidman, que también oficia como productora, le ha dado rienda libre. Pero donde mejor hace pie la historia, basada en la pieza teatral Rabbit Hole , ganadora del Pulitzer, es en los contrapuntos entre los protagonistas, o cada uno de ellos con otros secundarios. Si Becca no ve con buenos ojos las terapias de grupo de autoayuda, y así se lo hace saber a Howie, éste encontrará allí, medio perdido, el afecto y algo más en otra alma perdida (Sandra Oh, de Entre copas ). Y como hay un antecedente en la familia, ya que la madre de Becca (Dianne Wiest) ha perdido también a un hijo mayor, en otras circunstancias, esa relación de Becca como hija pero también como madre dispara, arroja señales de conflictos y colisiones más o menos ocultos que la tragedia lleva a la superficie. Es en ese círculo de la tristeza donde se debate la trama, con sus ramificaciones. Porque ¿cuál es la verdadera razón por la que Becca desea entablar comunicación con el adolescente que atropelló a su hijito? ¿La mueve la venganza, el remordimiento, la culpa, o qué? ¿Por qué le interesa charlar con él de ciencia ficción? El director ya se las había visto con historias en las que el deseo -latente o explícito- demostraba estar encarnado en los personajes, aunque no pareciera conveniente. Aquí la mano viene algo distinta, ya que se sugiere que reprimir (algún) sentimiento no estaría del todo mal visto. En síntesis, un drama como pocas veces se ve en la pantalla, con algunos clisés que pudieron evitarse, pero que en la mayoría de las situaciones que proyecta está lejos de lo políticamente correcto.
Dentro del cine, las historias sobre padres que atraviesan un duelo por la muerte de un hijo son más trilladas que las aventuras del Vengador Tóxico. Desde la ganadora del Oscar, Gente común (1980), de Robert Redford, estos relatos se contaron infinidades de veces con el correr de los años. Sin ir más lejos, hace poco se estrenó el film Prueba de amor, con Susan Sarandon y Pierce Brosnan, un bodrio manipulador totalmente olvidable, que buscaba la lágrima fácil del espectador a cualquier costo y estaba relacionado con este tema. Esta producción de Nicole Kidman que llega esta semana a los cines es el caso opuesto. El Laberinto es por lejos el mejor drama que tocó este tipo de conflicto desde La habitación del hijo, una gran película del director italiano Nanni Moretti estrenada hace unos años. La película sobresale por la honestidad, espontaneidad y realismo con el que se toca el tema y un trabajo inolvidable de sus protagonistas. La dirección corrió por cuenta de John Cameron Mitchell, el creador de ese gran y bizarro musical que fue Hedwig and the Angry Inch, cuya versión cinematográfica se estrenó hace unos años en Argentina. Su nuevo trabajo es una adaptación de la obra de teatro “Rabbit Hole” de David Lindsay Abaire y narra la vida cotidiana y el proceso de duelo de un matrimonio que meses atrás perdió a su hijo de cuatro años. El film aborda cómo los protagonistas intentan reconstruir de cero sus vidas luego de un golpe terrible. Lejos de ser una película deprimente y contra todos los pronósticos El Laberinto sorprende por la manera en que trabajó el humor dentro de una temática muy difícil de desarrollar, ya que en principio el conflicto no da para ningún tipo de chistes. Sin embargo, a veces el humor como se demuestra en esta producción es un vía de escape para hacer llevadera situaciones muy dolorosas. Aaron Eckhart y Sandra Ho comparten una escena desopilante que es más graciosa que los 90 minutos que dura ¿Qué pasó ayer? parte 2 y funciona a la perfección en el contexto de la historia. Momentos como ese son lo que hacen especial a esta película. El laberinto no busca deprimir gratuitamente al espectador como las repetitivas películas de Alejandro Gonzáles Iñárritu que intentan ser profundas de la manera más burda posible. Acá todos los personajes son desarrollados de un modo realista y la empatía que se genera con ellos es automática, porque como espectador te podés conectar con las experiencias que atraviesan. En uno de los mejores trabajos de su carrera, Nicole Kidman interpreta a una mujer que prácticamente está muerta en vida y busca la manera de hallar una salida de ese laberinto de emociones en el que se encuentra atascada. En ese sentido la traducción del título (Rabbit Hole) no podía haber sido más acertada. Por otra parte, Eckhart representa la cara opuesta de esa situación. Es un hombre que socialmente puede manejarse mejor con sus obligaciones, pero en la intimidad cuando está solo vive un infierno por la perdida de su hijo. Es una pena que Eckhart no fuera reconocido por la Academia de Hollywood por este trabajo, ya que nunca se lució tanto en un rol dramático como en este film. El laberinto a larga es la lucha de una pareja por reconstruir su vida otra vez luego de una perdida irreparable. Lo mejor de este trabajo de Mitchell es que sin caer en golpes bajos ni escenas manipuladoras brindó un film auténtico que logra conectar al espectador con el corazón de estos personajes. Una gran película que merece su recomendación.
El duelo que más duele. El duelo por la muerte de un hijo, es uno de los procesos más dolorosos que puede experimentar un humano, a lo largo de su vida. De hecho, es el temor más grande de aquellos que son padres. No hay nada que pueda cicatrizar tremenda herida, la tramitación de esa pérdida muchas veces queda inconclusa y sólo resta refugiarse en algún tipo de paliativo que consuele y teja frágilmente ese agujero en la psiquis humana. Este miedo universal, ya ha sido abordado en varias películas, las cuales nos intentaron mostrar como se las arregla un padre-madre, durante la tramitación de ese dolor, donde todo aparece como desesperanzador. Podemos citar, entre algunos, al maravilloso film italiano de Nanni Moretti La Habitación del Hijo, el drama norteamericano En el Dormitorio, la impactante cinta canadiense de Atom Egoyan El Dulce Porvenir, o la francesa, estrenada hace un par de años, Hace Mucho que te Quiero, con una memorable actuación de Kristtin Scott Thomas. Un largometraje que aborda esta temática dirigida por John Cameron Mitchell (Hedwing and the Angry Inch y Shortbus), hacía pensar que podíamos estar en frente de un film absolutamente cuidado estéticamente, como lo fueron sus sobrevalorados trabajos anteriores, pero lleno de exhibicionismo, moralejas y sentimentalismo, del que también abundaron en los mismos. La primera premisa se cumplió, la segunda, afortunadamente no. El Laberinto relata la historia de cómo se las debe arreglar una joven pareja, cuando le ocurre lo peor, la muerte accidental, y hasta tonta de su único hijito de cuatro años de edad. Se podría caer en el golpe bajo fácilmente, pero sobresale una narración que evita los lugares comunes y rescata la subjetividad e individualidad humana frente a un transe como este. Becca (Nicole Kidman), intenta renegar del dolor queriendo deshacerse de todo aquello que la sumerja en el recuerdo del niño. Howie (Aaron Eckhart), al contrario, necesita conservar aunque sea en objetos e imágenes, la presencia de su hijo. En esta diferencia, se rearma el lazo de esta pareja, que parecen estar condenados al puro desencuentro. De este dolor compartido trata este film, basado del guión original (Rabbit Hole) de David Lindsay-Abaire, ganador del premio Pulitzer en 2007. Una narración que retrata con altura, acidez, tensión, melancolía y mucha reflexión, lo que puede llegar a impactar un hecho como este en una pareja y su entorno. Cameron Mitchel se vale de su talento, para transmitir con impecables imágenes, gran ductilidad de planos y un preciso acompañamiento musical, los vaivenes y ambivalencias de los protagonistas. El trabajo interpretativo es notable, con gran altura Aaron Eckhart encarna a este padre puramente desanimado, pero con ganas de tramitar la situación como pueda. Nicole Kidman, hace un trabajo de gran nivel, que sería de lo más brillante, si no fuese que su metamorfosis facial le paraliza algunos gestos de su ex hermoso rostro. Maravilloso lo hecho por Dianne Wiest, como la madre de Becca, quien intenta aconsejar a su hija, para rescatarla del dolor, pero cuanto más hace, más la embarra. El Laberinto, es un interesante estreno de esta semana, que a pesar de lo mortífero que aparenta ser su argumento, de lo melancólica que puede llegar a ser su historia y de la dolorosa trama que relata, no deja de ser una oportunidad para reflexionar sobre la vida misma y como esta sigue aunque lo peor nos haya ocurrido.
Cuando el dolor no conmueve... En determinadas ocasiones la suma de nombres de peso, por mayor prestigio o capacidad que estos revistan, no configuran una obra a la altura de las expectativas en ellos depositadas. Algo de esto seguramente ha ocurrido con El Laberinto, el más reciente filme de John Cameron Mitchell (Hedwig and the Angry Inch, Shortbus) que se basa en una obra de teatro ganadora del Premio Pulitzer en 2007 y que ha sido adaptada al cine por David Lindsay-Abaire, el mismo dramaturgo que la escribió. Este autor parece ser uno de esos talentos que absorbe Hollywood para intentar moldearlo a su gusto y conveniencia tal como ha sucedido en el pasado (¿es necesario recordar nombres como William Faulkner, F. Scott Fitzgerald, Dashiell Hammett o John Steinbeck?) y seguirá sucediendo en lo eventual. Lindsay-Abaire, que ha colaborado con los guiones de Robots (¡bien!) y Corazón de tinta (¡mal!) además de escribir los textos para Shrek the Musical, si se descuida podría convertirse en un émulo del Barton Fink de los hermanos Coen. Mientras su trabajo para la industria con producciones clase A continúa viento en popa (Sam Raimi le encargó el guión de Oz: The Great and Powerful, su próxima película), Lindsay-Abaire fue contratado para llevar Rabbit Hole a la pantalla grande. La misma pieza con la que obtuviera el Pulitzer y que ahora llega a la Argentina con el no muy feliz título de El Laberinto. Debe decirse que el proyecto fue impulsado por la actriz Nicole Kidman (pobre… ¡qué deforme quedó luego de las inyecciones de botox!) que además de interpretar a la protagonista es una de las productoras del filme. Evidentemente Kidman sabía lo que hacía, o al menos tenía la convicción indispensable para llevarlo a cabo, ya que su demasiada bien calibrada actuación fue merecedora este año de una nominación a los premios Oscar. Y es que El laberinto es la clásica historia hecha a medida para el lucimiento de sus actores. Aaron Eckhart, Dianne Wiest, Tammy Blanchard, Miles Teller y en un rol más secundario Sandra Oh descollan en sus respectivos papeles complementando con enjundia a la Kidman. Si hay que rescatarle un aspecto a este drama desolador sobre la pérdida de un hijo sería sin dudas el desempeño de este grupo de actores. En verdad no hay nada intrínsicamente malo en la manera que se eligió de plantear un conflicto con demasiados antecedentes tanto en el cine como en el teatro y la televisión. De hecho guionista y director procuraron eludir los golpes bajos y el regodeo indiscriminado en el dolor de sus personajes principales: no hay aquí atajos melodramáticos para llevarnos con efectismo a un final redentor o catártico en extremo. Claro que tampoco encontraron la veta apropiada para reincidir sobre un tópico ya agotado y sonar a la vez frescos e interesantes. Dentro de un tono serio y solemne, aunque no totalmente carente de humor (a veces negro), el término que mejor le cabe a la narración es el de “correcta”. Y se me antoja que no es algo positivo. Desgarradora, melancólica, emotiva o apasionada serían palabras más adecuadas para este material. La tibieza impide que nos involucremos más con lo que le sucede al matrimonio y al muchacho responsable involuntario de la tragedia. Si esa era la idea no es de mi gusto pero la respeto. Caso contrario… No puede hablarse de una “trama” propiamente dicha. Hay aquí un detonante fuera de campo (el accidente), una elipsis de ocho meses y un punto de arranque donde el episodio de la muerte del niño (que es atropellado tras perseguir a su perro a la calle) ya generó enormes desacuerdos entre Howie (Eckhart) y Becca (Kidman) que no saben cómo superar el dolor y seguir adelante. El hombre supone que asistir a terapia con un grupo de ayuda compuesto por parejas que han perdido a sus hijos quizás sea una forma de lograrlo. Ella, por el contrario, prefiere canalizar su angustia buscando a Jason (Miles Teller) -el adolescente que conducía el coche propiciador del accidente fatal- e intentar conectarse emocionalmente con él. Una curiosa historieta creada por Jason, la Rabitt Hole del título en inglés, dispara un concepto sobre mundos paralelos que tal vez alcance a esbozar un principio de consuelo para Becca. El Laberinto es una obra a flor de piel por su delicada temática que nunca pierde el buen gusto en el trato de situaciones que podrían volcarse fácilmente hacia el exceso lacrimógeno. Empero, ese freno emocional promueve una sobriedad general que distancia al espectador lo suficiente como para localizar y dejar a un costado toda emoción profunda. Es una cuestión de sensibilidad: si la ve un padre probablemente la reacción sea muy diferente a la mía. Por eso, si bien en lo personal no me conformó, jamás me atrevería a desestimar de pleno su visionado…
Anexo de crítica: A pesar de las buenas actuaciones de Nicole Kidman y Aaron Eckhart, sumadas las del elenco en general, puede decirse que esta adaptación de la obra teatral queda a medio camino de convencer dada su liviandad y poca profundidad en el desarrollo del conflicto suscitado a partir del duelo por la pérdida de un hijo en un accidente. Es indudable su parecido por la temática con otra película estrenada meses atrás como Prueba de amor que también exploraba el proceso de pérdida en el seno de una familia desgarrada como en este caso. Sin embargo, más allá de la tibieza de tratamiento y el poco desarrollo dramático alcanza para tomar contacto con un drama que no recurre al golpe bajo pero que adolece de grandes emociones.
Inteligente ensayo sobre las múltiples formas de superar la pérdida Si al lector le resumieran la sinopsis de El laberinto en una sola frase (podría ser "un matrimonio trata de superar el inmenso dolor tras la muerte de su pequeño hijo"), lo más probable es que piense que se trata de un melodrama lleno de golpes bajos, concebido para la explosión lacrimógena y que semejante dureza resulte difícil de soportar. Nada de eso. Está claro que no se trata de un entretenimiento superficial, alegre y pasajero, pero esta transposición que David Lindsay-Abaire hizo de su propia obra teatral (ganadora del premio Pulitzer en 2007) está muy lejos de ser ese "telefilm de la semana" construido para la emoción fácil y propone, en cambio, un ensayo riguroso e inteligente sobre las muy diversas (a veces antagónicas) formas de lidiar con la pérdida, con la culpa, con esas cosas crueles y absurdas que no tienen explicación ni remedio. Becca (Nicole Kidman, nominada al premio Oscar por este trabajo) y Howie (Aaron Eckhart) conforman un matrimonio de clase media-alta cuya feliz y exitosa vida se derrumba por completo tras la accidental, inexplicable muerte de su hijo. Ella se vuelve cínica y negadora; él, en cambio, necesita procesar y compartir sus sensaciones (incluso en el seno de un grupo de autoayuda que Becca rechaza de plano). Entre ellos, por lo tanto, surge un abismo en todos los terrenos, aunque no dejan de estar juntos en medio de sus opuestos procesos personales. Si bien el director John Cameron Mitchell (el mismo de las desprejuiciadas y audaces Hedwig y Shortbus ) se concentra en las experiencias de la pareja, hay espacio para desarrollar interesantes personajes secundarios como el adolescente que desencadenó la tragedia (Miles Teller), la madre de la protagonista (Dianne Wiest), que también ha sufrido una experiencia extrema, la hermana menor de Becca que está embarazada (Tammy Blanchard) y una mujer (Sandra Oh) que despierta en Howie no sólo cierto interés sino profundas contradicciones. Película de climas y de sensaciones íntimas, El laberinto aborda un tema complejo (la exploración del vacío emocional de las personas) para luego sí, como cantaba Federico Moura, intentar salir del agujero interior.
Gris de ausencia y de duelo La nueva película del director de Shortbus construye la interioridad de sus personajes a partir de la clase de detalles que, por mínimos y cotidianos, suelen considerarse nimios, pero que van creciendo hasta convertirse en un núcleo dramático. ¿Para qué sirven las películas “de duelo”, ésas en las que los protagonistas deben sobrellevar la muerte, horriblemente a destiempo, del ser más querido? Las malas –que se caracterizan por un tono forzadamente grave y preocupado– sirven para que el espectador sienta que está participando de algo serio e importante, mientras se masoquea a gusto. Las buenas, en cambio, para proyectarse en el interior de los protagonistas y experimentar, durante una hora y media o dos, algo parecido a lo que ellos están viviendo. Es lo que sucede con El laberinto, título de estreno de Rabbit Hole, opus 3 del neoyorquino John Cameron Mitchell (realizador de Hedwig and the Angry Inch y Shortbus), basado en una obra de teatro que el propio autor adaptó para la ocasión. ¿Teatro filmado, entonces? Para nada. Con guión de David Lindsay-Abaire, El laberinto construye la interioridad de los personajes por inducción, elipsis y acumulación, a partir de la clase de detalles que, por mínimos y cotidianos, suelen considerarse nimios. Sólo al cabo de varias escenas se comienza a comprender por qué Becca Corbett (Nicole Kidman, como regresando de un largo exilio en alguna clínica quirúrgica) pone tanto empeño en plantar una flor, por qué rehúye la invitación de una vecina, qué la lleva a rechazar los intentos de acercamiento de su marido Howie (el gran Aaron Eckhart, de Erin Brockovich, Gracias por fumar, La dalia negra), a qué obedecen ciertas conductas locas de Becca, por qué tantas cosas no dichas o dichas a medias, entre Howie y ella. El laberinto no le tira la tragedia por la cabeza al espectador, no la usa como espantajo emocional sino como núcleo ausente, alrededor del cual giran Becca, Howie y quienes los rodean. La película tampoco busca –y esto es aún más infrecuente, en una cultura tan dada al revanchismo como la estadounidense– un chivo expiatorio sobre el cual llevar la carga de la culpa. Cuando parece que va a desbarrancar por ese lado es cuando se dirige, del modo más sentido y conmovedor, a ponerse definitivamente en lugar del otro. El otro, el chico que, se supone, habría tenido la culpa de la muerte del hijo, es en verdad una víctima más de la situación. No vaya a pensarse sin embargo en El laberinto como una de esas orgías de sobreactuada corrección humana: hay altos volúmenes de confrontación y de asumida inmadurez en ella. Como cuando Becca abandona de un solo golpe el grupo de rehabilitación para padres-deudos, en cuanto uno de los integrantes empieza con el versito de Dios, la reparación y el consuelo. O como en la gran escena en la que Howie y una compañera de grupo (Sandra Oh, de Grey’s Anatomy y Entre copas), irremediablemente fumados, no pueden parar de tentarse con el pobre tipo que habla de la horrible muerte de su hijo. Cuando algo te supera, olvidate de comportarte como un ciudadano ejemplar, sugiere, con enorme sabiduría, El laberinto. Esas compactas dosis de rebelión –reforzadas por la presencia de la hermana-tiro al aire de Becca– confirman que esta película pausada, interna y reconcentrada no es para John Cameron Mitchell una forma de “sentar cabeza”, tras esos desafueros que fueron Hedwig y Shortbus. Se trata, daría la impresión, de ponerse, por primera vez y con máxima entrega, al servicio de un guión ajeno. No sonaría tan genuina como suena Rabbit Hole, de no ser por la combinación de casting perfecto y perfecta dirección de actores, que da por resultado una Nicole Kidman a la altura de sus grandes momentos (piénsese en Todo por un sueño, Retrato de una dama, Ojos bien cerrados o Los otros). Tiene Kidman, además, una química tal con Aaron Eckhart, que ni en la cocina ni en la cama deja de sentírselos como pareja. Notable la desconocida Tammy Blanchard en el papel de hermana bardera y más notable aún el debutante Miles Teller, como el chico que trata de aliviar la carga inventando, con maniático detallismo, un mundo de historieta en el que la gente se muere, pero nunca del todo. Acá en la Tierra, en cambio, se puede aprender a convivir con la muerte de un ser querido. Pero esa muerte es, como bien sabe la mamá de Becca (la reaparecida Dianne Wiest), un ladrillo que uno no termina de sacarse del bolsillo.
El dolor inabarcable Becca (Nicole Kidman) y Howie (Aaron Eckhart) forman una pareja adulta, sin apremios económicos que viven en una bonita casa en los suburbios de Nueva York. Todo sería casi perfecto si no fuera por el hecho de que ocho meses atrás su único hijo, de cuatro años, murió en un accidente. Howie intenta buscar respuestas, o al menos algo de apoyo, en un grupo de ayuda formado por otras parejas cruzadas por la misma tragedia, al que becca no desea asistir. El dolor la hizo más dura, moldeó un humor ácido y áspero en ella mientras él sólo llora mientras ve un video del niño en su móvil. Todo el filme lleva un ritmo calmo, no exento de golpes bajos, pero a la altura de las notables actuaciones que brinda la pareja protagónica. El director supo capturar los momentos en los que el dolor primero se sugería y luego estallaba. Kidman tiene su momento, en un auto, al romper en llanto, un llanto contenido, catártico, tal vez sanador. Sólo ella y la cámara observándola, en una fotografía natural, sin estridencias. Acompaña la siempre solvente Dianne Wiest, como la madre de Becca, una mujer que también sufre la peor de las pérdidas, la de un hijo, pero por otras circunstancias distintas a las sufridas por su nieto. Sin embargo, tanta prolijidad en escena, en la vida de la pareja que no es afectada por ningún otro conflicto, acaba por poner cierta distancia, impide la empatía y por momentos algunas escenas parecen más propias del mundo publicitario que cinematográfico.
Cómo una pareja se rearma luego de una repentina y terrible pérdida familiar. Y lo que les cuesta tratarlo. Este film, nominado al Oscar, sobre un guión adaptado por el gran David Lindsay-Abairey de una gran obra ganadora del Pulitzer en el 2007 nos va a hablar de dolor, así que antes que nada aclaremos que no es una película que entretenga, así que si buscas esto te recomiendo que veas otro film, y ya lo vemos desde que nos encontramos, afuera del cine, con el conceptual poster de la película, que nos muestra el pasaje de sentimientos de los personajes principales. Becca y Howie, una hermosa y antes feliz pareja suburbana está pasando por el peor momento de sus vidas: hace ocho meses perdieron a su pequeño hijo en un accidente. Becca, interpretada genialmente por una Nicole Kidman que no veíamos hace años, va a tener que lidiar entre superar ese terrible dolor que la hace querer olvidar que alguna vez tuvo un hijo, tener que estar calmada para apoyar a su hermana que acaba de enterarse de su embarazo, una madre que también perdió un hijo en diferentes circunstancias y una nueva amistad con el chico que atropelló a su pequeño hijo. A esto le sumamos la historia de su esposo, Howie, personificado soberbiamente por un gran AaronEckhart, que trata de calmar su dolor de maneras muy diferentes, queriendo recordar constantemente a su hijo, acudiendo a grupos de ayuda (de esos tan famosos en Estados Unidos) y acercándose demasiado a una mujer que sufrió lo mismo que él. Con un sublime guión, que se encarga de presentarnos cada historia perfectamente y sin llegar a los golpes bajos y mostrando el terrible dolor de estas personas sin necesidad de largos diálogos y mostrándolo con imágenes que traspasan la pantalla para hacerte sentir lo que ellos sienten. La dirección de arte también está muy bien aplicada, utilizando una paleta de colores bastante monocromática por momentos, y desaturada en otros, que muestra esa vida que están teniendo, donde por momentos pareciera que no sienten más nada que dolor. Una tema difícil de tocar, en un film con un extraño clima, que podría haber dado algo más de sí y que, por momentos, se torna lento, pero que tiene un resultado bastante bueno, con increíbles actuaciones del perfecto trío de Nicole Kidman, Aaron Eckhart y Dianne Wiest (sumado a otros personajes muy bien interpretados también), un guión que no utiliza golpes bajos, y un final bastante esperanzador para esta familia que todavía puede seguir creciendo si se lo permite.
Es la última película de John Cameron Mitchell, basada en la obra teatral ganadora del Premio Pulitzer escrita por David Lindsay-Abaire, quien fue encargado de realizar el guión. Protagonizada por Nicole Kidman y Aaron Eckhart, este drama cuenta la historia de un matrimonio joven que tiene que lidiar con la reciente pérdida de su hijo de cuatro años tras un accidente de tránsito. El título de la película proviene de una expresión que tiene su origen en la obra de Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas, y su uso actual tiene correlación con las vivencias del personaje literario que al pasar dentro de la madriguera ("down the rabbit hole") se encuentra en un mundo alternativo, bizarro y surrealista. Rabbit Hole es la historia de Becca y Howie, un matrimonio que atraviesa esa situación dado que a ocho meses del fallecimiento de su único hijo están tratando de sobrellevar la pérdida, cada uno a su manera. Él busca consuelo, frecuenta un grupo de padres que han pasado por lo mismo, se aferra a los recuerdos de Danny que aún tiene, ella adopta una postura fría, no busca ayuda y sufre en soledad, trata de desprenderse de todo lo que la haga pensar en su hijo ya que es muy difícil recordarlo en todo momento. Un conflicto más grave para Becca es que su hermana Izzy (Tammy Blanchard) una joven inmadura y problemática ha quedado embarazada de un hombre al que poco conoce, con lo que la sensación de que la otra ha sido premiada con algo que no merece se hace palpable. La estructura narrativa elegida para realizar esta película dificulta que se haga referencia a otras situaciones sin dejar en evidencia aspectos importantes de la trama. El autor elige presentar temas, un nombre, un rostro o una conversación para retomarlos y desarrollarlos conforme avanza la película. Si hay un aspecto fundamental que hace que esta funcione son las actuaciones. Siempre importa que el trabajo de un actor sea creíble, pero hay historias que pueden ser contadas a pesar de sus actores. Rabbit Hole sólo puede ser una gran película si sus protagonistas brindan grandes actuaciones, porque el enfoque está puesto pura y exclusivamente en ellos y en cómo hacen para superar la terrible situación en la que se encuentran. Nicole Kidman, por momentos irreconocible, y Aaron Eckhart, sin duda en uno de sus puntos más altos de su carrera, se entienden muy bien en pantalla y eso se refleja en sus trabajos, brindando dos actuaciones desgarradoras que merecen su apropiado reconocimiento. John Cameron Mitchell, lejos de sus controversiales films anteriores -Hedwig and the Angry Inch y Shortbus- lleva adelante una historia compleja, cargada de emotividad. Su mayor logro es trabajar en torno a la situación más difícil que una pareja puede llegar a afrontar, sin caer en golpes bajos e involucrando al espectador en la narración, sufriendo junto a los protagonistas por su tragedia. El buen trabajo con los actores entre los que se destaca también Dianne Wiest como la madre de Becca, es uno de los logros significativos de un director que, como en el caso de Hedwig, no suele delegar los aspectos importantes de sus realizaciones. Otro punto alto de la producción es la música original, a cargo de Antón Sanko, que logra crear unos climas melancólicos o reconfortantes con base puramente instrumental. Rabbit Hole es así un gran paso para Mitchell, que demuestra que puede hacerse cargo de un proyecto de importancia para un público masivo y a la vez no perder su toque personal e íntimo, logrando así uno de los mejores dramas en lo que va de este 2011.
Kidman en melodrama moroso y deprimente Es dificil pensar qué llevó al director del musical rockero «Hedwig and the angry inch» a hacer una película tan deprimente como «El laberinto», depresión que no surge sólo de su argumento sino también de la forma monocorde con el que está elaborado el film. Nicole Kidman, en otra de sus obvias actuaciones, es una madre obsesionada por la pérdida de su pequeño hijo, que salió de la casa corriendo detrás de su perrito y sufrió un accidente fatal. Su marido, Aaron Eckhart (que muestra aquí el carisma de una percha de plástico), trata de sobrellevar el asunto lo mejor que puede, refugiado en su trabajo y concurriendo a grupos de asistencia religiosa para padres que han sufrido pérdidas similares. Pero ella no lo lleva nada bien, ve cada señal amable del marido como un artilugio para tener sexo, y anda persiguiendo micros escolares, además de entablar una relación más mórbida que amistosa con el responsable del accidente en el que murió su hijo, que le pide disculpas de todas las maneras posibles. Teatralidad La protagonista también tiene problemas de relación con su hermana (para colmo, desde su punto de vista, embarazada) y con su madre un poco loca y alcohólica, lo que trae el beneficio de una buena actriz como Dianne Wiest, que no está del todo bien dirigida, ya que en algunas escenas lanza sus diálogos con temible teatralidad. Lo que se puede decir a favor del director es que para teatro filmado, hay una buena cantidad de exteriores, lo que se agradece ya que las bonitas imágenes y paisajes ayudan a contener un poco tanta depresión. Al final, los personajes la pasan un poco menos mal, pero el espectador se sentirá bastante peor, sobre todo si piensa en lo que le costó la entrada para ver este flojo melodrama.
Tragedia familiar con humor asordinado En esta historia de la recomposición de una pareja tras la muerte de su hijo, el director John Cameron Mitchell elude la emoción gratuita y los golpes bajos mediante el tratamiento irónico de las relaciones entre personajes. Es tiempo de tragedias familiares en la cartelera de cine. Un par de semanas atrás se estrenó Aguas turbulentas, film de origen escandinavo, que relataba la pérdida del hijo de un matrimonio, valiéndose de un tono grave y solemne, donde la culpa y la redención gobernaba cada una de las acciones de los personajes. La historia que narra El laberinto toca temas parecidos pero en otra clave: la recomposición de una pareja, el dolor escondido e inexplicable, las terribles consecuencias que vive un matrimonio ocho meses después de la muerte de su hijo de cuatro años debido a un accidente callejero. Becca y Howie (Nicole Kidman y Aaron Eckhart), con interpretaciones funcionales a la trama, buscan mitigar el vacío concurriendo a sesiones terapeúticas en grupo, en tanto ella discute con su invasiva madre (Dianne Wiest) y observa –acaso con placer, tal vez con remordimiento– cómo crece la relación afectiva de su hermana quien, además, espera un hijo. Él, por su parte, encuentra un descanso a sus traumas cuando establece una amistad con otra mujer (Sandra Oh). Pero, por cuestiones del azar (y del guión, claro), el responsable de la muerte del chico se cruzará en la vida de Becca y desde allí surgirán las reflexiones más altisonantes de El laberinto, que al mismo tiempo, representa el costado rutinario y complaciente de la película. Sin embargo, las sentencias y los tonos graves no molestan demasiado, ya que las relaciones entre los personajes apelan a un humor asordinado, melancólico sin recurrir a los golpes bajos, tristón sin necesidad de buscar la emoción fácil y gratuita. El laberinto, en este punto, es un sugerente film de clisés y lugares comunes sutilmente reinterpretados por el director, quien se evade de la procedencia teatral de la película, por momentos de manera elegante y en otros con denodado y visible esfuerzo. En todo caso, se trata de una película-frontera entre el mainstream aburguesado y la producción pseudoindependiente de bajo presupuesto y con una estrella de protagonista como mercancía vendible. De allí que no sorprenda que John Cameron Mitchell se haya interesado por semejantes materiales, aun teniendo en cuenta su díptico anterior: Hedwig and the Angry Inch (film de culto queer) y Shortbus (una pavada porno-artie). Es válido pensar qué hubiera sido de El laberinto en manos de otro director, domesticado por un sistema de producción; en efecto, los puntos altos están en aquellos tramos donde de manera elegante se esquivan las convenciones y los aspectos previsibles y poco originales en esta clase de historias. Ahora bien, y aunque la frase resulte paradójica, sobre el futuro del ex transgresor Cameron Mitchell se autoriza un contundente signo de interrogación. <
Anexo de crítica: Por fin tenemos un drama tan sincero como despojado que le escapa a todo facilismo, “homenaje” y/ o afectación oportunista del cine arty contemporáneo: El Laberinto (Rabbit Hole, 2010) es un pequeño prodigio sustentado en las maravillosas actuaciones del dúo protagónico, el impecable guión de David Lindsay-Abaire y la excelente dirección de John Cameron Mitchell, ese “niño terrible” que nunca deja de sorprender...
SHOW SOME SYMPATHY! Immanuel Kant había propuesto una ética en la cual cada individuo debía considerar para actuar moralmente si su máxima podía elevarse a ley universal. Más allá de la discusión acerca de la moralidad -que yace con pocas respuestas en el seno de la industria cinematográfica-, la crítica cinematográfica tiene una máxima que podemos universalizar: hacer llorar es más fácil que hacer reír. Si acaso El laberinto (Rabbit Hole), dirigida por John Cameron Mitchell, puede extraer lágrimas de nuestros ojos no es lo que se tratará a continuación, aunque es menester reconocer que su temática -el dolor de un matrimonio por la muerte accidental de su hijo de cuatro años- se hace digna de esta secreción, aun cuando no lo logre ni tenga por qué hacerlo. La pareja protagónica, Becca y Howie Corbett (Nicole Kidman y Aaron Eckhart), no ha podido superar la muerte de su hijo y, siguiendo la costumbre estadounidense, acuden a grupos de terapia para intentar elaborar el duelo. No obstante Becca es reacia a seguir dicho tratamiento, y su parecer tiene un fundamento relativamente sólido: otro matrimonio concurrente ( lleva ocho años en el grupo. La historia demostrará que cada cual tiene sus métodos para sobrellevar una pena, pero sin duda los de Becca resultan chocantes y antisociales -y en el caso de que no lo fueran, su incomprensión sólo profundiza el parecer de esta mujer-, ya que la premisa de la imposibilidad de una empatía verdadera respecto de su terrible pérdida maternal, hace imposible prácticamente todo tipo de ayuda externa. Incluso la de Nat, su madre (Dianne Wiest), quien no cesa de comparar el fallecimiento de su nieto con el de su propio hijo, hermano de Becca. En consecuencia, el carácter antisocial de la protagonista devendrá en el deterioro de sus relaciones -sin excluir la que mantiene con Howie-, que exacerba su ya poco amigable personalidad. Es en el encuentro del adolescente Jason (Miles Teller), que Becca podrá comenzar cierto cambio, ansiado tanto por ella como por su marido, quien opta por otros caminos casi contrapuestos a los de su esposa. Los tópicos del film distan mucho de ser naïve y resultan ricos a la hora de un debate. Posiblemente, la riqueza conceptual (si bien no muy clara) del guión haya influido en la premiación con el Pulitzer que esta obra obtuvo en su original versión teatral, a cargo del también guionista de Cameron Mitchell, David Lindsay-Abaire. Sin embargo, las películas de JCM adolecen del problema de estar dirigidas por él (me basaré en Hedwig and the angry inch, no he podido ver aun la polémica Shortbus), y todo lo que en contenido y propuesta artística resulta interesante, es empañado por la errática o caótica organización por él dispuesta. El caos no resulta negativo de por sí, a menos que tal sea incluido en la unidad de la película en tanto concepto (visual, argumentativo, etc.). En esta producción, el director juega con la oscilación entre una cotidianeidad estereotipada y la disrrupción de la intromisión de los otros en la esfera individual, pero tal atractivo que se vislumbra en la primera escena es dejado de lado y una elección musical desatinada dan lugar a la sensación de inadecuación que no produce placer o, mucho peor, efecto alguno que pudiera distinguir a El laberinto de otras películas de su género. Eso mismo ocurría en Hedwig... y quizá no se trate más que de la impericia de un director caracterizado por su afán de escandalizar, y la destacable inclusión de dibujos que, en Rabbit Hole, merecen el crédito vital de reavivar muchos sentidos yacentes en un film inconstante. La paradoja de El laberinto es que, pese a sus defectos, su estreno es bienvenido, pues escapa del drama tradicional, aunque lamentablemente sin éxito. Al considerarlo "serio", se ha hundido al género dramático en la más negra de las noches, lo cual dificulta la ampliación del espectro de público plausible de debatir sus películas con mayor luminosidad. Lo mismo suele acaecer -con la premisa opuesta- respecto de los llamados "géneros menores": se asume su finalidad meramente lúdica y se descarta toda opinión posible. El crítico debe entonces escoger entre el mérito contextual y la calidad interna de la obra. Como ambos son inseparables, el equilibrio es siempre una decisión personal que puede modificarse con el paso del tiempo, así como puede hacerlo determinado objeto artístico. Por eso, es la argumentación -con sus premisas- la que distingue una crítica de cualquier parecer personal. El hecho de que en Rabbit Hole se haya permitido mezclar el aura o bien, si se quiere, los "efectos" del contenido con la estética general de la estructura de la película, no llevó este film a buen rumbo. El desadecuado balance de los elementos es análogo a una comida algo pasada de sal, sabe rico, pero todas sus virtudes corren el riesgo de ser arrastradas por la desmesura.
Hay películas que miramos con un contexto que condiciona lo que pensamos de ellas: no es lo mismo sentarse a ver algo si sabemos que es de determinado director o de uno ignoto. Hay un horizonte de expectativas que los artistas construyen en torno a sus obras y que hace que los espectadores busquemos ciertas cosas que nos interesan en sus producciones. Dicho esto, no es que El laberinto sea una película incorrecta, seguramente presiona todos los botones de la sensibilidad humana para que nos identifiquemos, el problema, para mí, es que es demasiado correcta, demasiado complaciente, demasiado convencional para quien la dirige. Esto no es per se algo malo, pero sí un tanto decepcionante. John Cameron Mitchell sorprende en la elección de este film, muy políticamente correcto, con actores consagrados, nada arriesgado en lo formal…vaya a saber qué estaría pensando el director de Hedwig and the angry inch y Shortbus cuando se puso al frente de esta historia convencional y tradicionalista, donde los valores familiares burgueses prevalecen frente al caos. Como si esto no fuera poco, uno podría quedarse con el trailer del film y allí ya están desarrollados todos los personajes: la madre alienada en su vida rutinaria, el padre también sufriente tratando de recuperar la vida en pareja, la abuela (Diane Wiest) dando consejos acerca de la superación del dolor, la relación entre la madre y el asesino involuntario de su hijo al que mira no con rencor sino proyectando la vida de su pequeño en la suya. El laberinto trata acerca de la pérdida de la cotidianeidad asociada a la pérdida de un ser querido. O si es posible retomar esa cotidianeidad donde había sido dejada. Nicole Kidman y Aaron Eckhart entregan unas actuaciones que seguro conmoveran a muchos: llanto contenido y liberado de golpe, sin sonido humano, sólo con la música incidental (de la que se hace uso y abuso). Algunos toques de humor, como la sesión de ayuda de grupo en la que Eckhart y su nueva amiga están drogados, matizan todo el dramatismo de la situación retratada. Pero allí en su primera producción quedaron los arriesgados juegos entre lo musical, lo visual (dibujos animados en medio del relato) y lo temático. Aquí nos encontramos con una versión edulcorada del potencial creativo de Mitchell: un libro de historietas acerca de los universos paralelos en lugar de la animación del mito platónico del andrógino, Nicole Kidman en lugar de él mismo travestido, la pérdida de un hijo en lugar de la búsqueda del amor verdadero…
El eterno duelo Nicole Kidman debuta como productora y protagonista de una misma película con El Laberinto. Y no es casual. Esta obra, éxito mundial en los principales escenarios del mundo, cautivó a varias estrellas por su temática y la simpleza con la que trata una experiencia que nadie quiere vivir. Kidman vio la pieza, peleó por los derechos y comenzó a trabajar para hacerla posible. Eligió ella misma a su marido en la ficción, Aaron Eckhart, y se dejó seducir por la mirada revolucionaria de John Cameron Mitchell. De ahí surgió esta película, una pequeña delicia del cine independiente norteamericano. El hecho de que Kidman sea la productora se nota principalmente en la profundidad que el guión le dedica a su personaje, Becca. En la obra, el argumento es más coral y se detiene a explorar las personalidades de los cuatro individuos que permanecían en el teatro. La historia es común como la vida. La muerte. En esta caso, de un niño de 4 años. La tragedia nunca es mostrada, pero sí narrada de una manera original. Justamente, mostrando el sufrimiento paulatino y ciclotímico de sus padres, los verdaderos protagonistas de la cinta. Y sus diferentes maneras de sobrellevar el sufrimiento, y los choques que producen esas incompatibilidades. La película comienza ocho meses después del accidente automovilístico que se lleva la vida de Danny. La vida matrimonial parece normal. Seca, monótona, pero nada extraordinaria. Esa es la depresión silenciosa en la que nos sumerge El Laberinto. Una tristeza que nos va apoderando a medida que vamos logrando ver las grietas incurables que producen una pérdida semejante. Si bien el hecho de que el mismo autor de la obra adapte el material para el cine implica un riesgo importante y una misma visión sobre el texto, este caso se convierte en una excepción. La labor de David Lindsay-Abaire es notable. Multiplicó los escenarios y los personajes, sin dejar de perder el foco. Amoldó el destino de cada uno para que sea clara su función. Incluso el personaje de Izzy, la hermana de Becca, sirve para romper el clima dramático, pero suma al conflicto principal. Un libreto sólido, bien pensado y a prueba de fallas. No se nota que proviene de una obra de teatro. Es un texto cinematográfico. Nicole Kidman es una actriz valiente, que no teme de pasar de tanques hollywoodenses (como Australia o Regreso a Cold Mountain) a películas independientes y alternativas (como La Boda de Margot o Dogville), a pesar de que la calidad de sus elecciones suele ser demasiado dispar. Hasta el momento su talento y versatilidad había sido demostrado en algunos proyectos, como Todo por un Sueño, Moulin Rouge! o Reencarnación, pero jamás había tenido una paleta de matices tan amplios como en este caso. Si bien Becca no es un papel que presente un gran desafío para ella, sí lo es para su capacidad de interpretación. No hay personajes reales ni retos abismales. Sólo se trata de navegar dentro del duelo de su ser. Es la mejor actuación de la carrera de Kidman. Acompaña con momentos de mucho lucimiento Aaron Eckhart, acertadísima elección. Al igual que Diane Weist, como la madre de la protagonista, que también perdió un hijo e intenta guiarla hacia la salida de este momento. Pero ante tanta sorpresa, hay algo inesperado. El mago John Cameron Mitchell, que nunca paró de sorprendernos con la osadía de Hedwig y la Pulga Rabiosa o Shortbus, esta vez cae sobre el convencionalismo cinematográfico. No se nota su firma de autor. Nada grave para un cineasta de años. Sólo una pequeña desilusión que, quizás, es culpa nuestra, al habernos malacostumbrados.
John Cameron Mitchell es uno de los realizadores estadounidenses más interesantes de la última década. Sus dos films anteriores, “Hedwig and the Angry Inch” –también comedia musical de éxito en la Argentina– y “Shortbus” –un film alegre y desesperado sobre el sexo, que causó cierto revuelo– tenían una libertad y un vuelo anárquico saludables. Sus personajes eran seres que creaban un mundo propio para escapar del de la mediocridad que los esperaba a la vuelta de la esquina: las soluciones pasaban por el afecto, el arte y la explosión del propio cuerpo. “El laberinto” es, en apariencia, algo totalmente distinto: un drama de personajes con estrellas, con un punto de partida trágico. Una pareja (Nicole Kidman y Aaron Eckhardt) pierde a su hijo de cuatro años en un accidente causado involuntariamente por un adolescente (Miles Teller). Lo que sucede después es lo interesante. Ella, poco a poco, sin aceptar las soluciones fáciles, se acerca a quien fue responsable de esa muerte; él se diluye entre un recuerdo enquistado y otro mundo. Aunque parece, en la superficie, otro drama más, lo que el film presenta es la posible ficción que se esconde detrás de eso llamado “familia”. Su costado iconoclasta, aunque mucho más escondido que en los anteriores films de Mitchell, corresponde a que esa muerte resulta una dolorosa liberación, un pensamiento a la vez paradójico y molesto. El cine estadounidense da por sentado que familia es lo mismo que amor; este film plantea la diferencia radical entre un contrato social y lo que realmente se siente. Aproveche a verlo en el cine.
Triste muerte de un hijo El tema de las pérdidas familiares es frecuentemente abordado por obras cinematográficas, teatrales y literarias, con diferentes resultados. Pueden desbordarse hasta el melodrama intolerable, crear una atmósfera diferente como "Desde mi cielo" o alcanzar resultados poco convincentes, el caso de "Pena de Amor", aquella película con Susan Sarandon. Un joven autor norteamericano ganó recientemente un premio Pulitzer al Mejor Drama por su obra "Rabbit Hole", con el que la actriz de "Moulin Rouge", Nicole Kidman se entusiasmó y llevó al cine, contratándolo para hacer el guión. Este es precisamente el estreno que con el nombre de "El Laberinto", se presenta en las carteleras porteñas. Luego de perder en un trágico accidente a Danny, su pequeño de cuatro años; sus padres no pueden salir de ese estado sin nombre en que se cae luego de la muerte de un ser querido. Si Howie se obsesiona con su recuerdo y repite una y mil veces la visión de las imágenes que un video emite, Becca se pone en una posición de frialdad que Howie no tolera. Ni los consejos de amigos, ni la madre de Becca, que pasó una situación similar con un hijo. Ni los grupos de ayuda pueden armonizar el caos e impedir la distancia que, poco a poco, los sobrepasa. Todo parece haberse salido de control. ANGUSTIANTE RELATO El filme del director John Cameron Mitchell trata de alcanzar un equilibrio que impida la inmersión de la película en un melodrama lacrimógeno y lo logra, gracias al cuidado guión del autor del libro y las notables actuaciones de los protagonistas. Estamos ante una de las mejores actuaciones de Nicole Kidman, que se apropia del personaje y lo vive desde adentro con absoluta verosimilitud y emocionalidad, algo que últimamente era difícil de ver en su bello, pero hierático y lamentablemente "intervenido" rostro, que no siempre logra la fluidez de los gestos. A su altura se luce Diane Wiest, como la madre de Becca, tantas veces disfrutada en filmes de Woody Allen. Aaron Eckhart logra que su Howie se mantenga en una justa línea de contención. Hay diálogos breves, austeros y dolorosos como ése que une a las dos mujeres, madre e hija, que hace preguntar a Becca sobre ese dolor que no se va "¿Algún día pasará?" Ante lo que Diane Wiest, con resignación, sentencia: "No, pero se hará tolerable". "El laberinto" angustia, pero tiene momentos de respiro y reflexión y pequeñas subtramas que alivian el dolor del tema en sí, gracias a la fluidez de las conversaciones. Un filme difícil.
La habitación del hijo Las paredes hablan, ante la ausencia inesperada de un ser querido, ante esa perdida irreparable, los espacios cotidianos se pueden transformar en asfixiantes. Para todas las perdidas hay una palabra que nomine al sufriente, a veces parecería ser un estigma que se llevará de por vida, pero no en realidad esta en el orden de sintetizar en el decir, viudo/a, huérfano. Uno de los pocos sucesos para los cuales no hay palabra que lo determine, que lo encierre, que se pueda apropiar, es la muerte de un hijo. Muchas veces hemos asistido, y hemos sufrido con películas de ese orden, sufrir en todos los aspectos, desde el tema que aborda hasta la resolución, pasando por muchos aspectos que terminan transformando al espectador en un voyeur perverso del dolor ajeno. Por lo cual debemos agradecer cuando el criterio por parte de los responsables de la producción de un filme va en otro sentido, intentan otra cosa, no pretenden sostenerse a partir de la empatía fácil, no promulgan al golpe efectista, al golpe bajo, no se asientan en los clisés para emocionar. “El laberinto” es un ejemplo aislado que se aleja de la media, en el mismo orden que aquella otra producción italiana “La Habitación del hijo” (2001), del director Nanni Moretti, con similitudes y diferencias. Los puntos de contacto están puestos en el dolor de los protagonistas, en el recorrido de la culpa, en la imposibilidad de la elaboración de duelo. Las diferencias las encontramos ya desde el titulo en español, esto se debe a que “Rabbit Hole” (“El hoyo del conejo”), tal el titulo original, nos pone en esa senda por las que transitan los padres, también a otros personajes, por acción, por compartir las mismas situaciones. Esta posible metáfora del conejo puede dar lugar a empezar a caminar sobre terreno desconocido, pero en este texto da lugar también a la mirada de un personaje, el adolescente involucrado en el accidente, pues no fue más que eso, un accidente absurdo. Jason (Miller Steller) al cual la muerte de ese niño lo marcará para toda su vida, que en su intento de elaboración dibuja una historieta en donde los personajes nunca mueren del todo, donde la muerte sigue siendo esa desconocida de siempre, pero al mismo tiempo le da la posibilidad de redención, el titulo de la historieta es consecuentemente lo que le da nombre al filme en ingles. Pero “El laberinto” tiene como protagonistas principales a la pareja parental, Becca (Nicole Kidman) y Howie (Aaron Eckhart), ella se ha ido aislando en su dolor, al principio se la muestra cínica, fría, él en cambio transita su dolor por otros carriles, se pone en juego, trata de reencauzar su vida, ama a su mujer, y lo demuestra más allá del desapego de ella. Una escena al principio del filme es claro al respecto, donde en un grupo de autoayuda para elaborar las perdida de cualquier tipo, muy en boga en la cultura americana, y que en realidad producen el efecto contrario al que buscan, otra pareja se refugia en Dios y dicen que éste necesitaba otro angelito, a lo cual Becca les responde si es Dios por qué no crea un ángel nuevo en lugar de arrebatarnos los seres queridos. Dicho esto, ellos se retiran del recinto al cual nunca más volverá Becca, en cambio si su esposo. Pero el punto de inflexión narrativo se muestra cuando Becca decidevender la casa, irse, alejarse lo más posible, ya que esos espacios, todos, los internos y los externos, del hogar hacen referencia constante a su pequeño. El intentará llevar a cabo la empresa, pero colisionará contra sus propias dificultades para olvidarse de alguien que siempre estará presente, sobre todo puede dar cuenta cuando entra a la habitación de su hijo. El laberinto al que hace referencia el titulo en estas playas incluye no sólo al joven sino a todos los involucrados en la historia, los vecinos, los amigos, los pares, ninguno será refugio de nadie, y todos existen buscando una salida posible. Tampoco ayudarán demasiado los familiares, ni sus historias, La hermana menor a quedado embarazada, tema que se le torna casi tabú para comunicárselo a Becca, ambas han perdido hace algunos años a su hermano mayor, no de forma accidental, Nat (Diane Weist, una soberbia actuación en el papel de la madre de Becca) continua sufriendo esa perdida, ella sabe que es una carga que sigue pesando. Es interesante como este filme intimista nos va introduciendo en la historia, lentamente, a través de los personajes, sostenido en principio por un buen guión, traslación de David Linsday Abaire de la pieza teatral homónima de su autoría, pero, por sobre todos los rubros, se ostentan las soberbias actuaciones de sus protagonistas, quienes por estar construidos desde ópticas diferentes darían la falsa impresión de una ausencia de química entre los actores, pero que el realizador se encargará de que nunca lo podamos ver como otra cosa que una pareja en proceso de duelo. (*) Film realizado por Nanni Moretti en el 2001.
El dolor después del dolor Becca (Nicole Kidman) y Howie (Aaron Eckhart) son un matrimonio que atraviesa una etapa dolorosa: hace ocho meses perdieron a su hijo de 4 años, quien salió corriendo detrás del perro de la casa y fue atropellado por un adolescente que manejaba un auto. Un accidente, un momento mínimo, una fracción de segundo que resignifica todo el después de un conjunto de vidas que harán con eso, lo que puedan. El laberinto, la sorprendente película de John Cameron Mitchell a partir de una adaptación de su propia obra de teatro a cargo de David Lindsay-Abaire, es un film sí sobre la muerte de un hijo, sí sobre la culpa, pero mucho más sobre el deber social que exige hacerse cargo de una situación como esa: qué necesitan los demás mucho más que qué puede hacer uno por uno mismo para mitigar el dolor; cómo es ese dolor que sobreviene al dolor original. Para que todo esto encaje perfectamente sin que la película se convierta en un melodrama irritante, Cameron Mitchell esconde aquello que podría haber sido trágico o difícil de filmar, y lo pone en un apreciable fuera de campo. Además, toma al matrimonio ocho meses luego del episodio, por lo que demuestra que le interesa antes que regodearse con el suceso, registrar el tránsito entre un dolor irrecuperable y una aceptación de las heridas. Pero hay algo más interesante aún: el director, que había apelado a cierta provocación con sus anteriores Hedwig y Shortbus, esconde esa virtud de confrontador social bajo capas y capas de normalización: así El laberinto es un film tenso y duro, pero contado a la manera de los dramas convencionales, que cada tanto evidencia su horror ante lo socialmente aceptado. La provocación en este caso está dada en cómo Cameron Mitchell demuestra que incluso el humor puede estar presente en una historia como esta, un humor asordinado, trágico y que evidencia lo ridículo de algunas posturas sociales; y que la verdad puede estar en las páginas de un cómic, género “menor” para estas obras que intentan acercarse a la alta cultura. Película de huellas y de cómo borrarlas, la lucha entre Becca y Howie (notables Kidman y Eckhart) está dada por las diferentes formas en que intentan superar lo ocurrido: mientras ella quiere eliminar toda huella de la presencia del hijo en el hogar, él persiste con viejas filmaciones, dibujos, ropas, elementos que llevan el recuerdo de aquello que no está. Sin embargo, ambos asumen sus posiciones como roles sociales que deben representarse hacia fuera: preocuparse en vez de ocuparse. Ella es la cínica que no cree en nada, sólo en su dolor y por eso irá a encontrarse con Jason, el chico que atropelló a su hijo, sólo a escondidas; él es quien hace el esfuerzo de ir al grupo de autoayuda, para de alguna manera intentar borrar aquello sin poder hacerlo, aunque el recuerdo persista más y más. Y esto es así porque El laberinto, antes que la película sobre un chico que murió y lo obviamente trágico que esto resulta, es fundamentalmente sobre la familia como una estructura conservadora y férrea que nos determina qué y cómo debemos sentir, por acción (Howie) u omisión (Becca). Becca y Howie descubren que las huellas, ese abstracto, son físicas, son ladrillos, como dice Nat (maravillosa como siempre, Diane Wiest), la madre de Becca. Son ladrillos y pesan, y deben ser trasladados por el resto de los días. En esa conciencia del dolor como algo que hay que atravesar, soportar y saber llevar, sin culpas cristianas, soluciones mágicas, ni metáforas bonitas (“es sólo un cuento”, dirá Jason); del dolor como algo que compone también a la familia y le da forma, es donde Becca y Howie se recostarán para seguir adelante. Evidentemente el terreno del film es más ese “hoyo de conejo” que promete el título original, antes que “el laberinto” que nos anuncia su versión castellana: es el filtro que nos obliga a pasar, como Alicia en el país de las maravillas, para devolvernos a otro mundo, más bello y con otros nosotros exitosos y felices. Por eso lo mejor de El laberinto está precisamente en el final, donde el film resignifica todo lo ocurrido y deja en evidencia que lo suyo es político: es una de las miradas más filosas sobre cómo se construye la familia, y con ella la sociedad. Entre lo que es y lo que se parece, entre el dolor que te come por dentro y la apariencia positiva que hay que mantener. De aprender a vivir en (esta) sociedad se trata El laberinto, de dolores personales e intransferibles que para los otros son, claro que sí, apenas un tema de conversación.
VOLVER A EMPEZAR Intenso relato sobre las inoportunas vueltas de la vida y sus posteriores consecuencias, que se destaca, no solo por el lado actoral, presentando a un elenco muy sólido y convincente en cada uno de sus personajes, sino por la fuerza, tranquilidad y realismo que el director le otorgó al desarrollo de la historia y esa bella manera, acentuándose en la iluminación, de mostrar la prosperidad del matrimonio en la cruel situación por la que están pasando. Becca y Howie son un matrimonio que debe encontrar la manera de volver a equilibrarse luego de la desgarradora y sorpresiva muerte de su pequeño hijo. Para hacerlo comenzarán a ir a terapia de grupo y a tratar, pese a los inconvenientes, de mantenerse unidos y superar la situación. La historia se introduce sin contar el hecho trágico de la película Uno poco a poco se va enterando de lo sucedido en el pasado y va comprendiendo las decisiones y reacciones de los personajes, al mismo tiempo que se descubren relaciones, miedos y fortalezas de cada uno de ellos. Esta decisión está muy bien llevada en escena, ya que desde el comienzo potencian el trabajo actoral, lo hacen mucho más creíble y a la vez más elaborado al tratar de comprender los sentimientos de los protagonistas con solo expresiones y movimientos, lo que aporta un dramatismo que se destaca en todo momento y mantiene con suspenso el conflicto argumental de la cinta. Esta es una historia sobre el sufrimiento, sobre un matrimonio que no sabe qué hacer con sus vidas luego del terrible acontecimiento que les sucedió, sobre las decisiones fallidas y correctas que juntos van a ir tomando, y principalmente, sobre las emociones y sentimientos posteriores a dicho momento. Es allí donde aparece el trabajo del director y del guionista, quienes lograron adaptar y llevar adelante, de manera respetuosa y con un realismo que se destaca en cada una de las escenas, una historia difícil de ver por momentos, muy bien lograda, profunda y muy fuerte. Se exploran con detallismo y hasta explicitud las reacciones de la protagonista, se crea una visual que en todo momento va mimetizando los ánimos de los personajes (atención a las luces del final) y se dejan en claro, desde la primer escena, las intenciones del director al retratar y profundizar los sentimientos de los roles principales. La cámara va adoptando con lucidez y dinamismo el preciso movimiento de los personajes, destacando, con tomas generales y algunos primeros planos a los rostros, la transmisión al espectador de las emociones de los protagonistas. La música acompaña suavemente el desarrollo de la historia y en un preciso momento, cobra un protagonismo muy efectivo, convirtiendo a dicha escena en una de las mejores logradas de la cinta (desencuentros cerca del final). El trabajo actoral es excelente. Nicole Kidman desarrolla un personaje que desde la primer escena uno trata de comprender y de sentir lo que ella está sintiendo. El mejor logro de la actriz al interpretar a Becca es la espontaneidad en cada una de las reacciones y esa maravillosamente lograda identidad que desde el principio desarrolla y que poco a poco la va personificando, cada vez que hay una reunión familiar o con amigos su personaje dice o hace algo que altera al resto. Su sufrimiento, su dolor al ver al chico con quien se pone a charlar en el parque por las tardes y esas intuitivas reacciones que tiene con las personas, están perfectamente interpretadas por Kidman. Aaron Eckhart también está muy bien, en especial cuando su personaje no soporta las decisiones de su mujer (excelente escena en la que se lo puede ver diciéndole todo lo que piensa) y al demostrar, con un silencio o una simple expresión de su rostro, el amor de Howie por su esposa. En los roles secundarios, quien más se destaca y quien cuando aparece se roba el protagonismo de dichas escenas (casi todas acompañando a Nicole Kidman) es Dianne Wiest, en una interpretación maravillosa. Vale destacar el trabajo realizado por Miles Teller. "Rabbit Hole" es una cinta fuerte, que no es para todo tipo de públicos, ya que explora con excelencia y virtuosismo los sentimientos de una pareja ante la muerte de un hijo y se centra en cada una de las reacciones y acciones futuras para superar el dolor. Una profunda, muy interesante, bien guionada y dirigida película, que su mayor virtud es la excelente calidad de las actuaciones de sus interpretes (Nicole Kidman y Dianne Wiest brillan). UNA ESCENA A DESTACAR: final y la escena de la discusión
Daños colaterales El director de "El laberinto - Rabbit Hole" es John Cameron Mitchell. Para los que no lo conocen, tiene en su haber dos películas aboslutamente novedosas y creativas como fueron "Hedwig and the Angry Inch" (aquí pasada en el Malba y también se ha conocido su puesta teatral) y "Shortbus", llenas de referencias a la cultura homosexual y las minorías sexuales americanas, con algunas dosis de sexo explícito y siempre bordeando la delgada línea de jugar arriesgadamente, que es lo que a Cameron Mitchell, estéticamente hablando, más lo motiva. Quizás por esto sorprenda, aunque sólo a primera vista, que la adaptación al cine de esta multipremiada novela de David Lindsay-Abaire estuviese entre sus manos porque dista en temática y en registro, a su anterior filmografía. Pero es también evidente que Cameron Mitchell ama los riesgos, y una vez afianzado como un director diferente, se juega con una puesta inteligente de un drama de estructura tradicional. La sutileza y la fuerza arrasadora con la que Cameron Mitchell ha filmado la historia de este matrimonio tratando de sobreponerse a la muerte de su hijo de cuatro años, fallecido en un accidente automovilístico, justifica ampliamente esta elección. La novela ganadora del Pulitzer nos muestra como ha cambiado radicamente la vida del matrimonio de Becca (Nicole Kidman) y Howie (Aaron Eckhart) desde el momento de la pérdida irreparable de su único hijo y cómo, cada uno por su lado, está tratando de volver a recomponerse. Becca y Howie se enfrentarán al dolor de las formas más diversas y hasta opuestas en algunos momentos: pasarán por la impotencia, la negación, la búsqueda de ayuda, la introspección, el silencio. Y cada uno de ellos necesitará de tiempos y de búsquedas diferentes, unidos en el dolor, pero separados en la manera de enfrentarlo. Un tema sumamente delicado para su tratamiento y muy dificil de desarrollar evitando caer en el golpe bajo ni en los lugares comunes, pero que con la mano firme de Cameron Mitchell en la dirección, además, logra sacar el mejor provecho para cada uno de sus intérpretes. Kidman, nominada al Oscar por este papel, entrega al personaje lo mejor de sí para dar vida a un mujer fría y distante a la hora de tratar de sobrellevar esta enorme pérdida y recomponer la pareja. Es, a la vez, quien necesita buscar explicaciones y reconstruir internamente ese momento del accidente, por lo cual obsesivamente intenta contactarse con el responsable que lo produjo (Miles Teller), logrando en ese encuentro, una de las escenas más dificiles y mejor logradas del film. Su actuación es sinceramente avasalladora, con algunas escenas donde es imposible permanecer ajeno a la conmoción que la atraviesa. Aaron Eckhart, por su parte, es quien necesita buscar ayuda en el afuera, en un grupo de autoayuda, ya que no encuentra cómo acomodar internamente este dolor y sufre además la indiferencia y la distancia de su esposa. Los roles secundarios a cargo de Sandra Oh (como una de las asistentes al grupo de autoayuda que está atravesando un problema similar y donde el guión aprovecha a mostrar otra manera de abordar la périda y cómo se modifica el dolor a través del tiempo) y Dianne Weist (sublime en sus intervenciones como la madre de Nicole Kidman, de una potencia única cada vez que aparece en pantalla) completan un elenco de singular calidad para un drama filmado de una forma exquisita, respetando el aire que van respirando los protagonistas. Inevitablemente el tema es tan potente que es imposible ver el dolor que quiebra a los personajes sin sentirse -en algún momento- profundamente involucrado. Se agradece a un director como Cameron Mitchell, que lo haya intentado radiografiar con tanta sensibilidad, con algunas marcas y detalles que van dando registro de la ausencia, incomparable ausencia, como es la périda de un hijo. Cosa que obviamente, no nos entra en la cabeza a quienes tenemos hijos. Un dolor inconmensurable que da lugar a un drama de grandes personajes y sutilmente filmado.
Esquivando el dolor ¿Cómo sobrellevar el dolor por la pérdida de un ser querido? ¿Qué hacer para superar un hecho traumático? Centrándose en un matrimonio de buena situación económica que tolera como puede la muerte de su pequeño hijo, El laberinto reflexiona sobre el tema, delineando posiciones diferentes. En las actitudes y comentarios de los personajes asoman la necesidad de olvidar o de recordar, la recurrencia a la religión y a la terapia, el debilitamiento de la unidad y la pasión en la pareja, la indiferencia con la que algunas mujeres asumen la maternidad. Aunque lejos de la provocación de sus anteriores largometrajes (Hedwig & the angry inch y Shortbus), John Cameron Mitchell (1963, Texas, EEUU) logra darle a su melodramática película cierta carga de ironía y de rabia que la distinguen de otras sobre cuestiones similares, oscilando entre lugares comunes y un oportuno desdén por la sensiblería. Hay alguna escena de llanto, pero también imprevistos –y hasta inoportunos– ataques de risa o comentarios jocosos. Previsibles discusiones en torno a la culpa se cruzan con gestos de rebeldía de la mujer (Nicole Kidman, exacta en cada gesto), capaz de definir a Dios como un “cretino sádico”. El marido (Aaron Eckhart) comienza a entablar una amistad con una compañera del grupo de rehabilitación (Sandra Ho), indudablemente más divertida que su esposa, pero la relación no llegará a lo que se supone. La protagonista, por su parte, insiste en encontrarse con un adolescente (el debutante Miles Teller, realmente notable), involucrado en el accidente que terminó con la vida de su hijo, pero no hay un enigma policial que develar ni el chico es un monstruo en quien depositar las culpas. Las imaginativas historietas que el joven hace y que, en cierta manera, se integran a la trama, pueden parecer un capricho del guión (escrito por David Lindsay-Abaire a partir de una obra teatral propia), pero valen para darle algo de color a una historia triste, añadiendo, además, otra mirada sobre el tema de la muerte. La relación de la pareja central es ríspida, pero El laberinto no lo resuelve con una separación ni oculta el amor que, a pesar de todo, sigue existiendo. No se evita el predecible flash-back con el recuerdo del accidente, pero es fugaz y deja fuera de campo lo que otro director hubiera mostrado con delectación. Un clima lánguido y sentencioso, procedente en cierta forma de la estética del telefilm, invade buena parte de la película, pero también hay vitalidad y calidez: en la fotografía, en las actuaciones (incluyendo un estupendo trabajo de Dianne Wiest), en la espontaneidad de algunas conversaciones casuales. Es una lástima que el espíritu medio belicoso que el personaje de Kidman le imprime a El laberinto vaya diluyéndose a medida que avanza la historia. Pero resulta interesante la manera en que –al igual que sus personajes– el film va esquivando lo doloroso, encontrando consuelo no sólo en la resignación sino también en el sarcasmo, en el cariño, e incluso en la ira.
Becca y Howie es una pareja de buen pasar económico pero de un pésimo momento personal y afectivo. Hace ocho meses que perdieron a su hijo en un accidente y desde ese día atraviesan un infierno. La película de John Cameron Mitchell no pretende dar golpes bajos ni especular con la obviedad del dolor. Sólo muestra, a través de notables interpretaciones de Nicole Kidman y Aaron Ekhart, el derrotero de estos padres en la noble intención de buscar un camino que les regale, al menos, una sonrisa al final del día. Becca (Kidman) tiene la necesidad de vincularse con el protagonista involuntario del fatal accidente y hasta trata de recibir de buena gana el embarazo de su hermana. Howie (Ekhart) fuma hierba e intenta seducir a otra mujer, pero no podrá ir más allá. "Laberinto" es tan dolorosa como impecable.
Siempre es difícil volver a vivir Tema complicado. Película dura. La pérdida de un hijo no es un asunto que nadie quiera vivir y un filme que aborde el tópico será muy raro que se propague por un público masivo. Nicole Kidman debe haberlo sabido perfectamente, pero aún así decidió producir y protagonizar esta película que descubrió a través de un periódico. Sucedió cuando leía la crítica de la obra teatral que acababa de subir a la cartelera de Broadway en el año 2006. Se interesó y al día siguiente estaba cenando con el dramaturgo después de ver la puesta, y cerrando trato para pasarla de las tablas a la pantalla. En la película la primera impresión que se tiene es la de estar viendo a una pareja feliz y exitosa, pero con el correr los minutos, comienzan a asomar las grietas producidas por la tragedia familiar que nunca fue ni será mostrada (tal vez una marca procedente del teatro, donde no todo debe ser mostrado en escena). El matrimonio asiste a terapia de grupo, alimenta otros lazos de familia, conserva rituales de pareja, se refugia en el confort y discute, ocho meses después del accidente, la venta del chalet donde una vez planearon pasar su vida, y hasta la posibilidad de concebir nuevamente. El suspenso está puesto en no saber cuál será el desenlace de la crisis, si se tiene en cuenta la cantidad de matrimonios que no pudieron superarla. Pero El laberinto tiene asuntos que no la ayudan. Situaciones que tal vez no fueron resueltas de la mejor manera posible aun dentro de la lógica de la historia contada, y que pueden significar algunas piedras en el camino de los espectadores. Por ejemplo que una terapia grupal de parejas que perdieron a sus niños no se torne tan deprimente como probablemente lo sea infinidad de veces en la vida real. También, trabajar la inclusión en el hilo del relato de algunas situaciones a las que si no se las vuelve lo suficientemente creíbles, hacen ruido. Segundo ejemplo: la relación que genera el personaje de Kidman con el adolescente que atropelló a su hijo de cuatro años. De cualquier modo, una película valiente, digna de ver, con tema y un enfoque que no suele estar en la agenda del cine de exportación norteamericano.
La tristeza sin salida Cuando pensamos en el dolor más insuperable que padecen los seres humanos, sin vacilar hablamos de muerte. Nosotros, los mortales que parecemos tener todo bajo control, que creemos dominar incluso a la naturaleza, vivimos amenazados por esa enemiga imposible de enfrentar, la muerte. Y, por supuesto, no es una temática menor dentro del séptimo arte, que ha sido tratada desde montones de ángulos: tomándola con humor (valga como ejemplo el genial Woody Allen, o la obra magnífica de Frank Oz, Muerte en un funeral), ahondando en la gran cuota enigmática que siempre la rodeó (el último trabajo de Clint Eastwood, Más allá de la vida), como excusa y temática para muchísimos films de terror (sobre todo el terror oriental) o, lo más clásico, haciendo hincapié en el nivel de dramatismo que los occidentales nos ocupamos de asignarle a la muerte. Rabbit Hole (John Cameron Mitchell, 2010) trata justamente la temática de la muerte desde quienes han perdido a un ser querido y cómo deben convivir con esa pérdida. Rabbit Hole nos trae la historia de una pareja, Becca (Nicole Kidman) y Howie (Aaron Eckhart) que pierden a su único hijo, cuando accidentalmente un joven lo atropella en un auto. A partir de esto, la pareja se desestabiliza, mientras cada uno de ellos hace su propio proceso, al mismo tiempo que sus relaciones en general se vuelven conflictivas. Y dentro de las formas que Becca encuentra para ahogar el dolor es contactarse con Jason (Miles Teller) el chico que atropelló a su hijo. Pensando a la muerte como aquel túnel sin salida, que nos atrapa y asfixia, el film se desarrolla mostrándonos el pozo en el que cada personaje está viviendo a partir de la muerte. Nicole Kidman en una actuación ilustre, con las emociones todo el tiempo a flor de piel, va dibujando el carácter de una madre ya casi sin vida, totalmente opacada y que da la sensación de estar buscando siempre algo y al momento, caer en la cuenta de que no hay nada. Por su parte, Aaron Eckhart encarna a un padre que no sólo pelea por superar la enorme pérdida sino que intenta “rescatar” del pozo a su mujer que cada vez lo ignora más, mostrando también una actuación sumamente emocional y sincera. Entonces, podemos decir que es la figura de la muerte la que desestabiliza elementos que se mantienen equilibrados sólo por la vida, en este caso la familia, la integridad emocional. El hijo nunca aparece en la película, sino que ésta se inicia cuando la muerte ya se ha dado, incluso ya hace algunos meses. Es decir, se está reparando en aquello que el fallecimiento de un ser deja en quienes siguen viviendo, en cómo la vida se ve obstaculizada por la muerte; aquella fuerza mayor que termina por destruir no sólo lo que se lleva sino también lo que deja. Rabbit Hole Rabbit Hole: La tristeza sin salida cine Resulta interesante observar cómo Becca necesita distraerse de la situación que le ha tocado vivir y cómo establece relaciones críticas con todo lo que la rodea. Creo que la psicología de este personaje llega a estar perfectamente lograda y muy acertadamente interpretada por la bella actriz. Mientras pretende seguir el curso normal de su vida como careta ante el mundo, busca deshacerse de las pertenencias del difunto niño o eliminar todo objeto que lo represente, incluso su casa; intentado un despojo total de aquello que recuerde a su hijo. Pero dentro de estos mecanismos, Becca entabla una relación secreta con el joven que conducía el auto que mató a su hijo, y es con él y en el parque (su lugar de reunión) donde más tranquilidad y alivio logra encontrar. Por último puedo decir que Rabbit Hole, en mi opinión, cubre muchas expectativas, aunque no todas, sobre todo por su lentísimo ritmo narrativo. Con una estética bellísima, con actores fluidos, naturales y compenetrados en un papel, con una historia simple pero honda, la película me ha dejado pensando durante algunos días, con una sensación amarga y dulce a la vez. Temática ya vista, argumento casi aburrido, Rabbit Hole logra mantener emociones fuertísimas desde estos clichés, justamente porque no hay que exigirle una gran historia ya que lo que se pretende es el retrato de los sentimientos más hondos en dos vidas y se logra a la perfección. Una visión de la muerte muy realista que nos lleva a pensar qué lugar tan débil el nuestro, que nuestra estabilidad en vida depende en sí de la vida de los otros.
El laberinto es la adaptación de “Rabbit hole” la obra de David Lindsay-Abaire ganadora del Premio Pulizter en 2007, en este caso dirigida por John Cameron Mitchell, el mismo de la jugada “Hedwig and the angry intch” y el drama cuasi pornográfico “Shortbus”. Nicole Kidman, en una senda que la hará volver a su exitosa y prometedora carrera pre-botox y con nominación al Oscar incluida, se compromete de tal modo con la historia de Becca que la atmósfera de profundo padecimiento, interno, intenso, se transmite de principio a fin. No hay un instante en que veamos a esa mujer poder quitarse el peso de la ausencia de su hijo. Incluso la conflictiva relación con su madre (Dianne Weist) se basa en la incomprensión que ambas presentan a la reacción de la otra frente a la muerte. Las mayores contradicciones pasan por el lado de Becca y no tanto por Howie (Aaron Eckhart), hombre decidido a tener otro bebé y recomenzar su vida.
Los Caminos del Alma El Laberinto o Rabbit Hole en su título original es una película acerca de las reacciones frente a la pérdida de un ser querido, de las dificultades de la superación y de cómo seguir adelante luego de esto... como se imaginarán tiene poco de light y mucho de depresión, conformando un drama que según mi opinión está muy bien ejecutado, con actuaciones convincentes y talentosas, pero que no aporta nada nuevo al género. La historia involucra al espectador y la mayoría de las veces lo incomoda, lo afecta o directamente le mete una patada en la aorta, pero si tengo que ser objetivo, la trama que nos ofrece el film ya la hemos visto muchas veces en el cine... quizás demasiadas. En este caso dirige John Cameron Mitchell en su 3er trabajo detrás de las cámaras, sus otros 2 anteriores fueron "Shortbus" y la aclamada "Hedwig and the Angry Inch". Mitchell, abiertamente gay, se aleja de la temática sexual en esta ocasión y compone un drama muy logrado en las sensaciones, tensiones y tristezas. Actúan la cada vez más talentosa Nicole Kidman (Becca), el carismático Aaron Eckhart (Howie), la veterana Dianne Weist (Nat), Tammy Blanchard (Izzy) y la cirujana más fría de Grey`s Anatomy, Sandra Oh (Gaby). Los actores hacen un trabajo espectacular, dándole a la cinta ese nivel de Oscar que es tan codiciado por los films de tipo dramáticos... Entonces te preguntarás... ¿por qué le puso 3 estrellitas y no más? El problema es la trama que no es original, que trata la pérdida de seres queridos, la culpa que esto genera y los procesos de sanación del alma, cuestiones interesantes de ver, pero que no le aportan nada nuevo al cine y que no innova en las temáticas abordadas. Quizás la pretensión del cineasta no era sorprender con un relato distinto de lo que venimos viendo en el género, pero lo cierto es que cuando finalizan los 91 minutos que dura, me quedé con la sensación de haber visto una muy buena versión de una película que ya he visto, al menos 5 veces. No es un drama con sentimentalismos, por lo que hay que tener cuidado. Hay algunos públicos que prefieren recursos que afecten rápido el espectro sentimental, que muevan a la emoción y el llanto rápido... bueno, ese no es el caso de Rabbit Hole que va de menor a mayor, incomodando y entristeciendo, pero nunca cayendo en el llanto simplista.
Empeñarse en seguir repitiendo la rutina familiar, como si nada hubiera sucedido, al cabo de una tragedia, es la arriesgada tarea que parecen haberse impuesto Becca y Howie Corbett, una familia feliz hasta que estalla el infierno tan temido. En ese retrato de familia, nada suena natural, porque ya nada será como antes, aunque se empeñen en llevar adelante, cada día esa comedia del hogar equilibrado. Hay pérdidas irreparables y heridas que no van a cerrar así nomás. Seis meses atrás, su hijito de cuatro años, había salido corriendo a la calle y murió atropellado por un automóvil. Falta saber, ahora, cómo, de qué manera elaborar esa ausencia. ¿Podrán soportarlo? ¿Podrán ellos seguir conviviendo y enfrentando lo que les espera, con una actitud que no se cargue de remordimientos y reproches? La película dispara todos estos interrogantes que sobrevienen ante una muerte inesperada.