Una nueva película post-apocalíptica, con un giro ingenioso, pero que quizás con otro actor como protagonista, en vez de Denzel Washington, funcionaría mejor, ya que...
El movimiento falso Hay un plano interesante como muestra del planteo estético de El libro de los secretos (si no ha visto la película, no siga leyendo y salte al siguiente párrafo): Atrincherados en la casa de dos supervivientes del holocausto nuclear que ha enfrentado el planeta tierra, Eli y Solara (Denzel Washington en piloto automático pero bien predispuesto y Mila Kunis, predispuesta, respectivamente) resisten los embates de una patrulla parapolicial de ladrones y saqueadores a manos de Carnegie (un Gary Oldman en histérico tour de force, cada vez más parecido físicamente al Drácula de Coppola y sin necesidad de maquillaje). Eli tiene algo que Carnegie quiere pero no lo va a entregar hasta las últimas consecuencias. Se desata una balacera, una suerte de Asalto al precinto 13 en pequeñísima escala (la escena dura unos siete minutos). De repente, los Hughes abandonan un criterio relativamente coherente de puesta en escena y reponen el memorable (para mal) plano secuencia semicircular de Bad Boys II y Swordfish: los hombres de Carnegie ametrallan la casa dejándola hecha un queso gruyere de madera y vemos la balacera por medio de un desplazamiento que atraviesa todo el interior de la casa, sale por uno de los agujeros de las balas y termina con el mortero y su ametralladora disparando a cámara, para luego volver al punto de partida y terminar el asunto. Tarea lograda y fin de la cuestión… aparentemente. Es interesante pensar qué concepción tienen los hermanos Hughes del cine y sus procedimientos. No me refiero a la estilizada violencia que puede presuponerse implica el susodicho plano que describí, sino a los usos, a la función de cierto imaginario visual que es dispuesto frente a cámara. En ese desplazamiento aparecen, como ejemplo, muchos de los peores errores que la película carga en sus hombros. De haber reflexionado sobre alguno de estos procedimientos, estaríamos hablando de una película del montón pero amable al fin. Veamos de qué se trata esto: Diseño de producción. Estamos frente a una película que centra una de sus cartas más importantes en el diseño del imaginario post apocalíptico. Lo que vemos suena a rejunte que va de La guerra de los mundos, La carretera, Soy leyenda, El amanecer de los muertos y Mad Max II, por mencionar algunos casos de la lista. Nada de eso está mal, simplemente que la apuesta fuerte por el lado físico, material de ese mundo no afecta, no sorprende ni molesta: es decir, estamos ante un falso materialismo de la imagen. No se nos genera la más mínima disposición a interesarnos por ese mundo. Es como si hoy una película de ciencia ficción quisiera presentarnos el imaginario visual de Blade Runner o Star Wars. Cuando menos le recomendaríamos no apostar todas las fichas ahí. Puesta en escena. El anteriormente mencionado diseño de producción tiene un poco feliz correlato con una puesta en escena que despliega una histeria audiovisual ruidosa. Hay, en este sentido -y para ampliar el concepto- un cine con mayúscula con dos variantes: un cine de ideas grandilocuentes y un cine gritón. A la segunda categoría responde El libro de los secretos, no por sus pretensiones estéticas sino por su necesidad de reforzar un diseño ampuloso que necesita narrar por medio de planos generales y primeros planos sonoros pero sin mayor criterio narrativo del uso de tales tamaños. Se presume, de esta manera, una elección: imponer el verosímil por agotamiento de recursos. Un hiperrealismo fallido. Engaños narrativos. Los Hughes ya han demostrado en films anteriores que su fuerte no es el guión. En cierta medida, las películas endebles que se posicionan en la construcción de un guión sólido lo hacen en pos de un artilugio que los salve de aquellas incoherencias que no se resolvieron afirmativamente en rodaje. En El libro de lo secretos tenemos bastante de estas ideas “ingeniosas”: idas y vueltas en la perspectiva y el punto de vista que remite al protagonista, hechos que no cierran pero que se resuelven con la simpleza de un Deus est machina y finalmente, una resolución que apela a la consabida y clásica perspectiva invertida: narrar en primer persona la historia que se reconoce míticamente en tercera (básicamente la historia del Mesías), decisión que podría haber sido mucho más honrosa de no estar plagada por tantas irregularidades narrativas. Releo la nota y me doy cuenta que el plano mencionado no deja entrever todos estos aspectos; sin embargo, resulta una buena excusa, un buen punto de partida: un planteo estético de un plano vacío de ideas es directamente proporcional a una película quieta. Las imágenes nos hacen creer que la película avanza hacia algún lado, en el fondo, estamos ante un movimiento falso.
Sea por los efectos del atentado del 11-S, sea por la crisis financiera, sea por lo que sea, Hollywood se puso postapocalíptico. Por lo menos eso es lo que demuestran film como Soy Leyenda, 2012, Número 9 y La Carretera. Futuros en donde unos pocos humanos sobreviven entre las ruinas del fin del mundo, a merced de peligros generalmente representados por ellos mismos. El Libro de los Secretos no se queda atrás. Eli (Denzel Washington) es un misterioso caminante que atraviesa los Estados Unidos en un mañana devastado por incontables guerras. Todo es devastación, miedo y muerte. La civilización ya no es tal. Los hombres ahora son caníbales y los gatos se alimentan de cadáveres. El agua, uno de los bienes más preciados. Aunque un tanto como el libro que Eli lleva en su mochila, libro que sólo él pude tener y leer: un ejemplar de la Biblia, imposible de encontrar en ese paraje cementeril. Carnegie (Gary Oldman) el líder de un pueblito moribundo, está muy interesado en el tesoro literario que porta el caminante y mandará a sus matones para conseguirlo. Pero Eli no es ninguna rata de biblioteca: sus armas de fuego, y sobre todo, su temible machete lo convierten en un arma mortífera, un samurai del siglo XXI dispuesto a proteger lo que puede significar la esperanza que necesita lo que queda de la humanidad. El Libro marca el regreso al cine de Allen y Albert Hughes. Estos gemelos supieron patear encías en 1993 con Verdugo de la Sociedad, una de negros de barrios marginales. Luego vino Presidentes Muertos, de 1995, sobre veteranos de Vietnam, que, lejos de poder insertarse en la sociedad, deciden atracar un camión con dinero. Su siguiente creación llegó en 1999 y fue el tremebundo documental American Pimps, sobre proxenetas. Para 2001 nos entregaron una de sus mejores y más inusuales obras: Desde el Infierno, basada en la novela gráfica de Alan Moore y Eddie Campbell, sobre los crímenes de Jack, el Destripador. Luego hubo un largo silencio, que no fue tan así, ya que dirigieron avisos publicitarios y episodios de la serie Touching Evil, de la que eran productores ejecutivos junto a Bruce Willis. El Libro... responde perfectamente a las obsesiones de los hermanitos. Tenemos personajes moviéndose en un entorno mugriento, decadente, hostil, impredecible. Un entorno en que nadie te brinda oportunidades, en el que hay que ingeniárselas para poder sobrevivir. Además, está —por debajo de la historia, afortunadamente— el sentido de la denuncia social y de la avaricia y la violencia de las personas. Pero la película es una de acción y ciencia-ficción (aunque casi no hay ciencia) que le debe un montón a la saga postapocalíptica por excelencia: la de Mad Max. De hecho, los escenarios son mayormente rutas desérticas, como en aquellas películas protagonizadas por Mel Gibson. También se cuela por ahí una referencia a otro exponente del subgénero: en una pared de la habitación donde Carnegie hospeda a Eli hay un poster de Un Chico y su Perro, película de 1975 en la que un joven Don Johnson y su amigo canino recorren un país devastado y enfrentan amenazas extravagantes. Denzel Washington (también productor del asunto) le da vida a Eli, una suerte de vaquero, parco, metódico, letal si se lo provoca. Un hombre que olvidó lo que era reír, pero con un costado espiritual y compasivo. Es posible pensar que entre Denzel y el Viggo Mortensen de La Carretera hubiera estado el definitivo Robert Neville del cine, el protagonista de la novela Soy Leyenda (Ojo, Will Smith no estuvo mal en la reciente adaptación cinematográfica). Luego de mucho tiempo haciendo de buena persona, Gary Oldman regresa al papel de villano como los que lo caracterizaban durante los ’90. Como no podía ser de otra manera, su Carnegie es un tipo paciente, contenido al principio, pero que chilla como un histérico cuando las cosas le salen mal. El resto del elenco tampoco tiene desperdicio. Mila Kunis es Solara, hijastra de Carnegie, quien se suma a la causa de Eli, pese a que el caminante no le tiene demasiada confianza. El papel de Solara estaba pensado para Kristen Stewart, pero no pudo hacerlo por su compromiso con Luna Nueva. La Kunis le da humanidad y fiereza a su personaje, algo que tal vez la Bella Swan de la pantalla grande no hubiera conseguido con su cuasigélida expresión. Jennifer Beals es Claudia, la invidente madre de Solara. Por si no lo recuerdan, Beals supo ser la protagonista de Flashdance, aunque sus espectaculares pasos de baile fueron ejecutados por una bailarina francesa. También se lucen, en roles más pequeños, Tom Waits, Michael Gambon, Frances de la Tour, Ray Stevenson y Malcolm McDowell. Un giro del final puede resultar tramposo para muchos, predecible para otros, aunque resulta ser un simpático homenaje a una obra literaria que mejor ni dar pistas de cuál es. El Libro de los Secretos parece no tener destino de clasicazo, pero bien vale verla para divertirse un poco... y rezar para que la raza humana no caiga más bajo.
Todo color plomo En El libro de los secretos (The book of Eli, 2010), Denzel Washington toma un híbrido rol, mezcla de justiciero de western con profeta futurista, para ser protagonista de una película que busca alinearse dentro de un marco de films críticos al sistema. El resultado es un exceso de mensajes morales pretensiosos y solemnes con algunas estereotipadas ideas acerca de lo espiritual, tan vacías como las del propio guión. Luego del apocalipsis, la tierra se ha convertido en un lugar gris; devastado y poblado por ladrones sin valores humanos. Es una lucha sangrienta de todos contra todos. Eli (Denzel Washington) es un viajero cuya misión es realizar una travesía hacia el Oeste de este asolador territorio para transportar un libro fundamental para la humanidad. En el camino deberá evitar que Carnegie (Gary Oldman), un letrado capitalista, le arrebate dicho objeto para hacer un perverso uso de este. Dentro de los interminables juegos de intertextualidad que podemos realizar, es posible poner a dialogar a El libro de los secretos con la historia de Ray Bradbury, luego llevada a la pantalla grande por François Truffaut con Fahrenheit 451 (1966). El film de los Hughes conserva de éste ideas como la importancia y el amor por los libros o la capacidad del relato oral como canal alternativo en la transmisión de ideas. Pero hay una diferencia sustancial entre estos relatos: la ontología del libro. Mientras en Fahrenheit los libros son considerados subversivos porque permiten cuestionar, razonar y pensar, en el film norteamericano, tienen una función evangelizadora. Que sea la Biblia el libro que es necesario transportar puede manifestarse como arbitrario para todo aquel que no se sienta representado por ese texto. Aquí aparece uno de los problemas. Hay escasa preocupación por mantener un verosímil fílmico que explique la importancia de ese libro para la humanidad. Se confía demasiado en signos y símbolos universales como si ellos bastasen para crear un sólido vínculo con el espectador. Ahora bien, hay una respuesta en el film para justificar la elección de la Biblia como gran libro: su función educadora y capacidad para promover la fe en las masas. Es la misma fe que tienen estos directores en el trabajo de estilización del Apocalipsis: las esperanzas de conquista del espectador están todas puestas en un impactante color plomizo en el cielo, en un montaje y banda de sonido que recrean la estética del videoclip, y unos logrados combates de sombras. Pero sobre todo en el pobre Denzel Washington que resulta abandonado a su suerte. Sin embargo es nula la empatía posible con ese personaje. Es una incógnita de dónde viene, por qué viaja solo por paisajes desérticos y lleva a cabo una misión encomendada por no se sabe quién (como si se hubiera intentado emular la caracterización típica de un personaje de western más que encontrar su justificación en las necesidades del relato); y uno termina queriendo más al personaje de Gary Oldman, no por lo que representa sino por su sólida actuación. Así, El libro de los secretos termina abandonando el poder de la palabra y concretando paradójicamente una contra enseñanza: si la película desde su superficie intenta decirnos (parafraseando a el libro “El Principito”) que lo esencial es invisible a los ojos, sólo es necesario adentrarnos un poco en ella para ver como lo humano y lo espiritual en este film brillan por su ausencia.
Cámara, acción, fe y devoción Sobre un marco post apocalíptico de la tierra, los directores Allen Hughes y Albert Hughes (ambos Desde el Infierno en 2002) muestran un mundo desolado y árido, donde solo abunda la necesidad, la miseria y el peligro. En esas comprometidas calles una persona llamada Eli (Denzel Washington), provisto de lo indispensable para su viaje: armas, un misterioso libro, valor y mucha fe. La película va llevando al protagonista por distintas pruebas de fuerza y decisión, que logra surfear bastante bien, como un guerrero inmortal y capaz de desafiar todo lo que se le cruce en su camino. Pero como las provisiones son escasas debe a diario negociar elementos propios o encontrados para conseguir otros. Es así que sin desearlo se encontrará con un excéntrico buscador de libros (Gary Oldman), al que solo le interesa uno, ese libro lleno de fe que empuja a Eli hacia su destino. Sin ningún desperdicio, la cinta corre junto al protagonista con buen ritmo y va entre la mística del bien y el mal y la acción de este personaje que es como Highlander infiltrado en la película de Madmax. El director no se molesta en ocultar lo inevitable, dejando ver con facilidad de que libro se trata, pero guarda un pequeño secreto para el final, que le da un buen encuadre a la historia. Mucha acción, buenas ambientaciones y como casi siempre, unas solidas interpretaciones tanto por parte de Delzen como así también del estupendo Gary Oldman.
A dios rogando y con el mazo dando Un hombre con una misión, ese es el personaje de Denzel Washington en este filme al que podriamos calificar como un western post apocalíptico religioso. Más allá del calificativo, no hay nada novedoso en esta trama que presenta a un solitario sin nombre que busca sobrevivir en un mundo de cielo gris y sol enceguecedor. En el camino se encuentra con forajidos a los que ajusticiará sólo si ve peligrar su propia vida -este hombre nunca ataca, sólo se defiende- y con destreza de samurai rebana al que se le cruce con su espada, o lo atraviesa con una flecha, si es que no lo agujerea a balazos con una recortada. Como en toda película del Oeste que se precie de tal, el forastero llega a un pueblo y allí se las tiene que ver con el villano que lo domina. La primera imagen que tenemos de él nos lo muestra leyendo una biografía de Mussolini e inmediatamente descubrimos a Gary Oldman en el rol de Carnegie, listo para demostrarnos la clase de actor que es y cuánta vileza puede desplegar a través de su personaje. Carnegie tiene a una banda de pandilleros dedicada a encontrar un libro, uno muy especial. Y lo que son las cosas, da la casualidad que Eli, el forastero a quien nadie nombra pero da título al filme, tiene un libro que lee todas las noches y lo cuida como si fuera una vida. Adivinen el resto. Persecuciones al estilo Mad Max, citas bíblicas, la infaltable muchacha y situaciones místicas en medio de balaceras, hacen de este filme un pastiche extraño, bien realizado desde lo técnico y apoyado en un libro delirante que hacia el final revela una sorpresa, pero que no alcanza a cumplir con ninguno de los géneros que busca abordar.
Los hermanos Hughes (Desde el infierno) regresan al cine con una muy buena película de acción relacionada con las historias post apocalípticas, donde el espíritu de Mad Max (muy especialmente la segunda parte, El guerrero del camino) está presente durante toda la trama. Los directores desarrollaron esta propuesta como una especie de western futurista que sobresale por la hermosa fotografía de Don Burgess (Spiderman, Forrest Gump), un fabuloso uso moderado de la animación computada y un elenco tremendo donde se destacan Denzel Washington, Gary Oldman (que siempre garpa como villano) y una participación especial de Tom Waits, que tiene un pequeño papel. El tema de los efectos especiales es notable porque muchísima gente trabajó en el film en este campo pero lo que hicieron con los escenarios y algunas secuencias de acción estuvo tan bien realizado que ni te das cuenta hasta que ver los nombres del numeroso equipo en los créditos iniciales. Me quedó la sensación que los Hughes fueron muy cuidadosos con este tema y se preocuparon por brindar un film de acción como los que se hacían antes. Hay muchísimo CGI pero estuvo bien trabajado y las secuencias de acción no se ven artificiales como si fueran un malo video juego estilo Se Busca. Otro aspecto técnico que no quiero dejar pasar es el excelente laburo que hicieron con los efectos de sonido. Hace mucho tiempo que no disfrutaba del sonido de las balas en el cine! En El libro de los secretos hay momentos donde sentís que las balas te rozan la cabeza y los tiroteos tienen el sonido típico de los spaghetti westerns donde los disparos sonaban con un silbido especial. Denzel Washington, por cierto, interpreta un típico anti héroe de los viejos westerns italianos que recuerda bastante al Hombre sin nombre de Clint Eastwood y el memorable Django de Franco Nero. Hasta los 10 minutos finales este estreno es un peliculón que no defrauda a quienes disfruten del buen cine de acción. Lamentablemente en la conclusión los Hughes se van al carajo en cuestiones argumentales, sobre todo cuando el film entra en el terreno religioso. El final está muy tirado de los pelos en ese aspecto, pero con total impunidad voy a expresar que la pasé tan bien con esta película que se las dejo pasar. Sí, la jodieron en los últimos minutos, pero el balance general es más que positivo y la verdad que después de ver lo que hicieron con esta historia futurista les tengo fe para la próxima adaptación de Akira, una de las grandes obra maestras del manga japonés.
Un thriller religioso sobre el mundo en ruinas Denzel Washington interpreta a un guerrero y profeta solitario que carga durante años la última copia del preciado libro del título Los hermanos Albert y Allen Hughes -dos directores esenciales en la explosión del cine afroamericano de los años 90- concretaron con El libro de los secretos la película más costosa y ambiciosa de toda su carrera. El libro de los secretos es una historia posapocalíptica (el planeta ha quedado reducido a polvo y escombros, mientras los pocos sobrevivientes conviven con una creciente contaminación, con la escasez de agua potable y con una decadencia moral que ha degenerdo en una violencia extrema que tiene a la mujer como víctima principal) que combina elementos de ciencia ficción, de road movie, de western y de drama romántico, aunque esencialmente se trata de un thriller religioso. Mezcla entre la clásica saga de Mad Max y la inminente La carretera -transposición de la novela homónima de Cormac McCarthy- con ciertos rasgos estilísticos que remiten al cine de Sergio Leone, El libro de los secretos narra la historia de Eli (Denzel Washington), un guerrero y profeta solitario que ha recorrido a pie el territorio norteamericano durante los últimos 30 años cargando la última copia existente del preciado libro al que hace referencia el título. En su camino hacia el mar se topa con Carnegie (Gary Oldman), un aspirante a dictador que domina a puro sadismo un pueblo de Nueva México y que desea extender el alcance de su poder a partir de la "sabiduría" que está oculta en ese volumen. El personaje de Oldman, que parece extraido de un cómic, es el principal comic relief para un film grave, lúgubre, solemne y por momentos subrayado, y la bella Mila Kunis es la heroína de turno, aunque por momentos parece una modelo que exhibe ropa de marca en medio de un mundo desolado. Washington está siempre convincente en un papel que combina lo místico con las artes marciales, mientras que Tom Waits ofrece un simpático papel secundario, aunque son los veteranos Michael Gambon y Frances de la Tour, quienes logran los pasajes más inspirados como un matrimonio de caníbales. Dentro de una película que se sigue con cierto interés, aunque sin grandes hallazgos, la mayor audacia tiene que ver con una propuesta visual -a veces lastimada por un montaje más cercano al videoclip y la publicidad- que prescinde casi por completo del color para apostar a imágenes grises y sepias que el reconocido director de fotografía Don Burgess consiguió trabajando con cámaras digitales de alta definición.
Eli, el cruzado Denzel Washington cuida un volumen único en pleno Apocalipsis. Eli deambula por un territorio desolado, postapocalíptico. Casi no consigue agua, y con quienes pueda llegar a verse, mejor no cruzar palabra, porque Eli es precisamente un cruzado que lleva en su mochila el Libro del título, que defiende con sable, puntapiés, golpes de puño o lo que tenga a mano. Eli no se llama a sí mismo un Elegido, pero sabe que ese libro, el Libro, que una voz le dijo hace tiempo que debe llevar al Oeste (¿para hacer la película en Hollywood?) es casi imprescindible para que sobreviva la humanidad. Y si Carnegie, con toda la maldad y los tics que Gary Oldman impone a los perversos, de El perfecto asesino a esta parte, está buscando el libro, por algo será. Denzel Washington tiene esa presencia y esa prestancia que le da la ambigüedad necesaria para que cuando empiece una película, uno se pregunte si interpretará al bueno o al malo de la película. Aquí claramente es el bueno, aunque sanguinario defensor de quienes sufren al costado de su camino. "No te apartes del camino", se dice así mismo. Pero cual buen samaritano, no puede. Por lo general, en la nueva película de los hermanos Hughes (aquéllos que despacharon Desde el infierno, con un Johnny Depp pasado de droga) tiene que ayudar a mujeres. Principalmente a la bonita Solara (Mila Kunis, de That '70s Show), hija del personaje ciego que interpreta Jennifer Beals, quien a 27 años de Flashdance no se muestra tan atlética: Gary Oldman la maltrata que da miedo. Eli es una suerte de cowboy que llega a un pueblo no diríamos fantasma, porque todo por allí tiene aspecto fantasmagórico, pero que es el salvador. Guerra nuclear de por medio, esa idea de desprotección y de un futuro sin futuro se hace carne en el espectador, aunque algunas incongruencias del guión -pavadas- no nos hagan olvidar que estamos viendo un filme de Hollywood.
Cómo evangelizar con un spaghetti western Un hombre solo. Un bosque de noche. Un cadáver. Un gato. Un cazador que hace del felino su cena. Paisajes desérticos. Un viaje. Cadáveres, automóviles carbonizados, rutas abandonadas. Durante los primeros 15 minutos de El libro de los secretos, entramos en el misterio de un mundo futuro desolado. Algo pasó, y ese Eli interpretado por Denzel Washington debería ser vehículo para penetrar el misterio. “Debería”: el potencial es preciso. En algún momento, temprano en el film, sabremos que hubo una “Guerra del Sol” que destruyó a gran parte de la humanidad. En algún otro, cerca del clímax, tendremos algunos detalles más. En el medio, los hermanos Hughes toman la iconografía, el ritmo y los colores del spaghetti western para narrar algo así como el summum –bien filmado, eso sí– del film cristiano-evangelista. La historia es lineal: Eli guarda un libro, el malo de la película quiere el libro; Eli llega por pura casualidad al pueblo del que el malo es el dueño; el malo persigue a Eli; la hija de la mujer del malo está del lado de Eli y lo acompaña en la huida-misión. Después y antes hay algunas escenas de acción (bien resueltas en su mayoría) y algunos hallazgos, como el segundo rol secundario bueno del año para Tom Waits (el anterior fue El imaginario mundo del doctor Parnassus). Denzel Washington tiene la capacidad de interpretar a un personaje que, a la vez, tiene que parecer un cowboy, un náufrago y un predicador sin que ninguna de estas tres características opaque las otras. Es un tipo peligroso con una misión. O, digámoslo mejor, con una Misión, en el fondo divina. Justamente allí radica el problema de esta especie de adaptación desértica de Waterworld: en que en cierto momento, las ideas –especialmente las del villano– respecto de la religión son incoherentes dentro de la trama. La película parece olvidar su lógica en pos de su “mensaje”, algo por cierto imperdonable. Aunque, mientras tanto, y salvo cuando los realizadores deciden cosméticamente subrayar un movimiento con la cámara lenta, hay cine y, en algunas secuencias (sobre todo las de acción) del bueno, incluso si la trama parece una especie de collage de elementos conocidísimos –hasta hay una resolución que recuerda al Fahrenheit 451 de Bradbury, más una sorpresa cuasi final. Pero hay dos elementos que diluyen el placer cinemático y fantástico que puede proveer esta historia. El primero es el peso de lo religioso declamado, algo que no queda sólo circunscripto a la personalidad del héroe –eso sería loable– sino que pretende desbordar como “mensaje de validez universal” (en cierto punto, riesgosamente cerca del fundamentalismo). El segundo, una solemnidad a toda prueba que está estrechamente relacionada con lo anterior. La diversión de una gran aventura parece, para los hermanos Hughes con la Biblia en alto, algo así como un pecado. Extraño, dado que se trata de tipos que se persiguen a los tiros en un mundo que –todavía– no existe.
Un apóstol armado Los hermanos Hughes (Desde el infierno) arremeten esta vez con un western futurista, que empieza con tremendas escenas de acción (tres luchas, miembros lacerados y varios litros de sangre en apenas la primera media hora) y se transforma paulatinamente en una historia de mística y redención, para iluminar un probable devenir desde un presente sórdido. Han pasado 30 años de la última gran guerra, que dejó a la tierra desolada, abrasada por el sol, y a sus habitantes muertos, ciegos y apenas unos pocos sobrevivientes. En ese escenario, un caminante, como se auto define este cowboy errante (Denzel Washington), tiene como misión ir siempre hacia el oeste. En las rutas no vuelan cantos rodados, sino chatarras viejas, los bandidos cabalgan motocicletas y en las cantinas la bebida más valiosa es el agua. La poca humanidad sobreviviente sufre de sed, soledad e ignorancia, mientras que los poderosos sólo ansían encontrar “el” libro cuyas palabras les permitirán dominar a los más débiles. En su trayecto, el caminante (otra vez, Denzel en rol de héroe solemne y omnipotente), se encuentra con Carnegie (Gary Oldman), un tirano que busca aquel libro sagrado para conquistar y controlar multitudes. De él huye el caminante junto a Solana (Mia Kunis, la actriz de That 70’s Show), una joven a la que decide proteger, y lo más parecido a una promesa de un futuro (otra vez, como los últimos filmes de Denzel, héroe siempre célibe, la relación entre ambos es casi paternal). La fotografía de la película es la gran clave de la narración para pintar este mundo árido, sin esperanzas, tormentoso (que evoca a filmes desde Mad Max a Soy leyenda), en el que el caminante se abre paso, impulsado por la fuerza bruta y los versículos bíblicos. Washington, por su parte, aporta su estampa de guerrero-profeta-justiciero entre tanta incivilización, mientras que Oldman añade el toque de malo (caricaturesco, por momentos) y Kunis se pone en la piel de la heroína que nunca se despeina. Algunas intervenciones breves de Tom Waits o Malcom McDowell condimentan con caras raras el periplo. Así, el filme de los Hughes es certero en su relato de acción y aventura, en sus imágenes de un futuro estéril, y en el desarrollo de las convenciones de western. Sin embargo, el giro místico y evangelizador con el que pretenden poner una luz entre tanto apocalipsis desliza la historia hacia lugares comunes y, hacia el final, desemboca en la salida más fácil.
El libro de los secretos es una película post apocalíptica, de esas que tan de moda están por estos días. Nos ubicamos en “un futuro no muy lejano”, con sólo unos pocos humanos que han logrado sobrevivir. La tierra está absolutamente devastada y todo es una lucha por supervivencia, al punto que es común matar humanos con tal de comer. En este contexto tenemos al personaje de Denzel Washington, quien más tarde nos enteraremos de que se llama Eli, un hombre solitario con una sóla misión: llegar al Oeste. Otro cliché de los que abundan en estas historias es este de “llegar a algún lugar, aunque no se bien su locación exacta”. Evidentemente es un ex militar o un hombre con entrenamiento militar: viene caminando desde hace 30 años y más de una vez lo han intentado matar. De hecho, en los primeros minutos del film se despacha a una decena de personas que intentan robarle (y, porqué no, comerlo). Su andar lo lleva a un pueblo dominado por una especie de dictador, Carnegie -Gary Oldman-, que está buscando un libro del que ya no quedan copias en el mundo. Ese libro es la Biblia que, según palabras de Carnegie, contiene la receta como para convencer al resto del planeta a que lo sigan. La Biblia puede dominar las mentes. Pero en la Guerra quemaron todas las Biblias del universo. Todas menos una: la que tiene Eli, que, reitero, quiere llegar al Oeste porque le dijeron que allí el libro iba a estar a salvo. Es una pelea por una Biblia como “martillo”: en buenas manos, es genial, en las manos equivocadas, es infernal. En realidad la película tiene algunos ribetes previsibles, pero en sí no es intrínsecamente mala. Igualmente, creo que lo mejor de todo es poder ver a Gary Oldman haciendo de villano, un papel que le sienta como anillo al dedo. Al respecto: imperdible su primera aparición, recostado en un sillón con las piernas cruzadas sobre el escritorio leyendo la biografía de Mussolini.
Un panfleto religioso fundamentalista Mad Max con una Biblia: eso es, básicamente, El libro de los secretos. El título refiere al Libro de los Libros, del que el héroe posee el que podría ser el último ejemplar sobre la Tierra. Es que no queda nada en el futuro más o menos próximo en el que la película transcurre. Una catástrofe ecológica convirtió el planeta en una tierra yerma, en la que bandas semisalvajes matan por unas gotas de agua, devorando luego los restos de la víctima. En ese contexto, el caminante encarnado por Denzel Washington comienza como durísimo guerrero solitario y termina como beato y mártir, predecesor tal vez de una civilización futura. Civilización que se asentará, es claro, sobre las enseñanzas de la Biblia. ¿No será que la era Bush está empezando, en lugar de haber terminado? Es tiempo de fantasías (o profecías) apocalípticas y post-apocalípticas. Luego de Soy leyenda, 2012 y La carretera (que se estrena aquí en un par de semanas más), El libro de los secretos es esencialmente un pastiche. Lo cual no está necesariamente mal, todo depende de qué se mezcle y cómo. Con la inminente La carretera, la película dirigida por los hermanos Albert y Allen Hughes (los de Menace II Society y Desde el infierno) comparte una sensación general de abatimiento, producida por la caída de la civilización. Entre puentes caídos, chatarra dispersa y enormes baldíos, todo es polvo y desierto. Como en las dos últimas Mad Max, en medio de ese desierto semisalvaje hay una población (abundan las referencias visuales al western) dominada por un tipo culto, inteligente y cruel. Se llama Carnegie, lo interpreta un Gary Oldman con el rostro más poceado que de costumbre, anda siempre rodeado de matones y su obsesión es dar con el Libro. En la primera parte se sobreimprime, sobre ese feeling de desazón terminal, una ética de la sobrevivencia a cualquier precio, acunada entre brochazos de comic. Entre ellos, una pelea inaudita, en la que el héroe (un Denzel Washington de barba, camperón militar y espadas que saca de todas partes) lucha solo contra media docena de rivales (uno de ellos armado con una sierra eléctrica), todo ello fotografiado en siluetas y recordando, entre otros clásicos del género, la argentinísima El sueñero, de Enrique Breccia. Pero a la vez se va abriendo paso, muy de a poco, una suerte de panfleto religioso fundamentalista, según el cual la posibilidad de refundar la sociedad de los hombres depende, paradójicamente, de una vuelta atrás: hasta la Biblia misma. Entre críticas al hiperconsumo de las sociedades desa-rrolladas florecen citas bíblicas a montones, cuya solemnidad creciente termina barriendo de la faz de la película los atisbos de humor que hacían llevadera la primera parte. No puede menos que recordarse la advocación bíblica bajo la cual Bush puso la entera guerra de Irak, asociarla con los carteles aparecidos recientemente en los Estados Unidos (el rostro de George W. y una pregunta: “¿Me extrañan ya?”) y vincular esta película con la apología del cristianismo sureño que practica Un sueño posible (otro estreno de esta semana), para terminar preguntándose si los tiempos de Obama no serán, en verdad, los de Bush.
Profecías del cuchillo Los hermanos Albert y Allen Hughes regresan al cine luego de nueve largos años con El libro de los secretos (The Book of Eli, 2010), una suerte de western post apocalíptico propenso a las alegorías religiosas. Al igual que en Desde el infierno (From Hell, 2001), aquí tratan de construir un relato dinámico que respete los cánones del género en cuestión y al mismo tiempo no sacrifique “seriedad” (la interpretación es libre...). Nuevamente el ejercicio no sale del todo bien pero la profesionalidad técnica del dúo hace que el convite valga la pena: el resultado entretiene a pesar de tomarse demasiado en serio a sí mismo. Denzel Washington compone al Eli del título original, otro personaje recio y elegante de esos a los que nos tiene acostumbrados (sólo basta decir que desde hace 30 años recorre un mundo devastado por un holocausto bélico y ni por un segundo es capaz de sacarse los anteojos oscuros...). En un contexto general que recuerda a Mad Max 2 (1981) por la sensación de amenaza continua y los enfrentamientos con aires místicos, la trama se centra en el viaje de este profeta itinerante con cuchillos muy afilados: contradicciones de por medio, el hombre es todo un pacifista new age aunque no teme derramar sangre a su paso. Así las cosas, su tesoro más preciado es un libro por el que está dispuesto a entregar su vida (o más bien la de los demás...). Los directores trabajan con gran eficacia el apartado visual y las coreografías de los duelos, destacándose en especial la falsa toma secuencia del tiroteo en la casa de la pareja de ancianos. Algunas falencias del guión de Gary Whitta están compensadas por la excelente labor del elenco: como la antítesis del protagonista tenemos a Gary Oldman, una vez más regalando un psicópata maquiavélico, y hasta nos topamos con pequeñas participaciones de genios absolutos como Malcolm McDowell y Tom Waits. Más allá de la ausencia de ideas novedosas y la sobrecarga de proselitismo cristiano, el film permite pensar el rol de la religión en la construcción político- social de un estado a la vez que ofrece ejemplos “positivos” y “negativos” al respecto (a fin de cuentas no hay muchas diferencias entre Washington y Oldman...). De hecho, los Hughes en buena medida esquivan el típico maniqueísmo de Hollywood y la intolerancia extrema de los fanáticos de la fe, refritando Fahrenheit 451 (1966) y el espíritu de los spaghetti westerns. Aunque el desenlace se prolonga más de lo debido, el giro mesiánico por suerte no llega a lo risible...
Esta es la nueva película de los hermanos Hughes, su primer trabajo desde el estreno en 2001 de "From Hell" con Johnny Depp. Ambientada en un Estados Unidos post-apocalíptico, es inevitable su comparación con "The Road", otra estrenada hace poco con la misma temática. Pero "The Book of Eli" es un producto mas pochoclero que "The Road" y por ende mas entretenido. La historia es muy básica, Eli es un hombre solitario que se dirige hacia el Oeste trasladando un libro sagrado. Cuando cruza un pequeño pueblo se encuentra con Carnegie, un malvado hombre que controla el suministro de agua y de esa forma controla al pueblo. Carnegie se entera que Eli lleva el libro y sale junto a su banda en busca de ese valioso objeto y de Solara, la hija de Carnegie que huyó con él. Quien haya disfrutado films como "The Road Warrior" seguramente se enganchará con ésta. Las escenas de acción están muy bien dirigidas y no faltan peleas, tiros y explosiones como en aquella película con Mel Gibson. También es impecable el uso de efectos para la creación de ciudades destruidas como San Francisco. Me sorprendió la vuelta de tuerca en el final, algo original mas allá que si luego uno repasa mentalmente lo visto hay cosas que no encajan. El héroe y villano están interpretados por dos grandes actores como Denzel Washington y Gary Oldman. Washington con poco diálogo se la banca bien como héroe de acción y Oldman es ideal para papel de malo. Mila Kunis interpreta a la hija de Carnegie, una actriz muy chiquita para estos roles de acción. Hay también pequeñas participaciones de Tom Waits y Malcolm McDowell. Con todos los elementos de un western, pero moderno.
El evangelio según Denzel El estreno de El libro de los secretos, antecediendo al de La carretera nos hace retomar por el camino del mundo post apocalíptico tan de moda en los ’70 ’80, cuando la inminencia de una guerra nuclear era cosa de todos los días. Los que tenemos unos años nos acordamos de Mad Max como uno de los títulos testigo de ese género, pero claro, hubo muchas más. Esas películas siempre tenían a un hombre con una misión y una supervivencia, y a un grupo de malos detrás de él. Mucha agua (¿o más bien polvo?) ha corrido bajo el puente, y aquí estamos otra vez frente a un film que calza perfectamente en el género. Que esto sea viejo para unos no quiere decir que no exista como novedad para otros y los más adolescentes encontraran en El libro… sin sorpresas pero que en definitiva entretiene. Treinta años después de un Apocalipsis, no importa cuál, Eli (Denzel Washington) camina la Tierra en busca de un lugar seguro para el tesoro que carga, la ultima copia de la Biblia. Carnegie (Oldman) es el malo, sabe leer, ambiciona poder y tiene conocimientos, eso lo hace peligroso porque además es capaz de gobernar a un grupo de gente que lo obedecen ciegamente y que van tras de Eli y su libro. E decir, fe versus conocimiento en un mundo destruido, si las implicancias ideológicas se pudieran saltear, por ahí el espectador un poco más despierto no se sentiría preocupado, lo cierto que el mensaje es medio raro por no decir bravo. Abstraerse es fácil, ya que entre tiros y muertes la cosa no se nota tanto. Sumado a Mila Kunis que hace de la chica que aprende todo, es más llevadero. Oldman hace que cada película que lo tenga en pantalla parezca un poco mejor, Washington hace que cada película en que participe tenga varias lecturas, inclusive las evangelizadoras. El libro de los secretos es entonces un secreto a voces, la gloria del evangelio que sobrevive a los desastres, claro que eso es también una parte de la ficción.
En un mundo de posguerra atómica, un viajero solitario camina rumbo al Oeste. Su misión es transportar el último ejemplar de un libro que es codiciado por un hombre que pretende crear un reino de terror. Los directores Allen y Albert Hughes narran una historia épica con Denzel Washington y Gary Oldman como enemigos tan irreconciliables como el bien y el mal. Con ritmo sostenido y algunos trazos gruesos en las acciones violentas, los directores dibujan una historia que entretiene y apabulla por su atmósfera opresiva y oscura. Sin embargo, el mayor acierto del filme radica en lo que no se ve: los sentimientos de sus protagonistas. El canibalismo cunde entre los sobrevivientes y la violencia es la moneda de cambio. Una historia entretenida y, por momentos, inquietante sobre lo que puede deparar el futuro.
Los Hughes no tienen vocación subversiva, no toman los géneros para burlarse o modificarlos. Elaboran tesis sobre la violencia aprovechando la superficie de cada género / universo, y el mundo post-apocalíptico no es el terreno más fertil para ellos. Desde Verdugos de la sociedad, pasando por Presidentes muertos y llegando incluso a Desde el infierno, los hermanos Allen y Albert Hughes han construido una obra alrededor de la violencia. Esa violencia está bien emparentada con un grupo social, una época, un contexto, incluso una moral. Con El libro de los secretos no sólo continúan en esa vertiente, donde las verdades se resuelven por medio de la sangre, sino que dan en el blanco con una forma de la violencia, esa que encuentra fundamentos en la fe cristiana. De lo que no estoy muy seguro es que su visión, como sí lo habían logrado anteriormente, adquiera alguna posibilidad crítica sobre el elemento observado. Eli (Denzel Washington) recorre un mundo post-apocalíptico, donde el mayor bien es el agua. Se mata por una cantimplora. Y él está dispuesto a defenderse, incluso cuando le quieran sustraer el libro que transporta con singular motivación. El film, a partir de un trabajo estético exacerbado, incorpora elementos del cómic, recuerda concientemente a otros clásicos del subgénero (algunos viejos, otros recientes como Soy leyenda) y se construye sobre las bases del western. A los Hughes no los alimenta una vocación subversiva. No toman los géneros para burlarse ni para modificarlos: son las superficies sobre las que elaboran su tesis acerca de la violencia en la sociedad como forma de educación cultural. Para ellos tanto da recrear el cine urbano de pandillas (Verdugos de la sociedad), como el cine bélico sobre el fracaso de Vietnam (Presidentes muertos), como el thriller gore y gótico (Desde el infierno). De hecho, si vemos bien, se amparan en un registro genérico y estético para hablar de diferentes estadios de la violencia instaurada. Si la violencia urbana de los guetos, Vietnam o la Inglaterra de siglos pasados existieron como objetos reales, aquí se aplican en verdad a un mundo imaginario, el post-apocalíptico, del que sólo tenemos registro a partir de lo que han imaginado el cine y el cómic. Por eso funciona el film desde el concepto: tanto la sobreactuación de Gary Oldman como el villano Carnegie, dueño del pueblo en el que recala Eli, como cada escena de violencia estilizada, contraluces, falta de color en la imagen y movimiento de cámara, se sostienen por ese ideario. El film, en ese sentido, es un pastiche. Pero el problema radical de El libro de los secretos es que mientras antes los Hughes se valían de lo real como condimento para sus historias fantásticas, ahora invierten en rasgo. Todo lo que la película construye está guiado por la necesidad mensajística y plomífera de la causa de Eli: transportar la última Biblia que queda sobre la faz de la tierra. Sólo la aparición de Michael Gambon y Fraces de la Tour parecen darse cuenta que lo que se está contando es un disparate. Sobre la última parte (aunque en verdad lo venía haciendo desde el principio, pero no nos habíamos dado cuenta por ausencia de mensaje), la película se toma demasiado en serio a sí misma, cuando en realidad lo que tenía para decir era sólo superficie. Se pone solemne, pesada y, para colmo de males, la ausencia de una mirada crítica avala a la violencia como forma de construir ciudadanía. El reinicio de la humanidad, en los parámetros de El libro de los secretos, es la ponderación de la fe cristiana ungida a sablazo limpio. En su buceo por la moral de la violencia, los Hughes hallan la mayor inmoralidad que han hecho hasta el momento.
Luego de años de ausencia y de rodar varios spots comerciales, los hermanos Albert y Allen Hugues vuelven a la gran pantalla con una historia impecable desde el punto de vista técnico y flojísima en cuanto a lo narrativo. El mundo está vacío. Ubicados en un futuro distópico, prontamente nos enteramos que treinta años atrás “una luz” azotó a la humanidad dejando a la especie al borde de la extinción; sólo algunos habitantes sobrevivieron y la mayoría de ellos quedaron ciegos. El protagonista de la historia –interpretado por Denzel Washington– camina hacia el oeste guiado por Dios con un solo objetivo: transportar la última Biblia sana, gracias a la cual se podrá restaurar el orden tras el caos generado después del Apocalipsis. Sí señores, lo que ustedes acaban de leer es cierto. El leit motiv que mueve al protagonista es cien por ciento religioso y pareciera ser una historia producida por el mismísimo vaticano. Lamentablemente este mensaje católico que quieren transmitir los Hugues embarra la cancha y le quita estabilidad a un film que, de no haber contenido dicho mensaje, hubiera sido mucho mejor. En el aspecto técnico no hay nada para recriminar. La fotografía y el trabajo de los escenarios y fondos computarizados están muy bien realizados. Se destaca también la elección de la música y el manejo de cámara en las escenas de acción. A nivel de realización todo muy bien logrado. Los problemas surgen en el campo narrativo. El antagonista de la historia es Carnegie –interpretado por Gary Oldman–, que maneja el comercio y la única fuente de agua de un pequeño asentamiento. Desde hace años, tiene un grupo de sabuesos que persigue a las personas para apoderarse de los libros que poseen con el fin de localizar una Biblia. El villano sabe y afirma que en los tiempos de desesperación que se viven, el “Libro del Señor” es el arma de control más poderosa. Nada más acertado. Al mejor estilo inquisición, con la Biblia en una mano y el cuchillo en la otra, el personaje de Denzel Washington descuartiza a todo aquel que se interpone en su camino hacia la salvación de la humanidad. Promediando el film, que dura casi dos horas, el relato avanza alternando buenas con malas. Después de mirar varias veces el reloj, ya que es fácil distraerse, la película llega al final, donde los realizadores decidieron tirar al tacho lo poco que habían construido con un final muy disparatado que le quita todo sentido y credibilidad a la historia. Sinceramente es de no creer con la que salieron y pude ver a más de uno agarrarse la cabeza en la sala con lo que sucede. Una película muy poco recomendable, que no amortiza el valor de la entrada.
Religión, historia, fantasía. Elías (Denzel Washington) es un hombre de fe: como el significado de su nombre indica (“Dios es el señor” o “Mi Dios es Jehová”), y dejando de lado cierto enmascaramiento del sentido que ese diminutivo le impone a través del título original del film (The Book of Eli), este individuo residual, especie de excedente de otro tiempo que ha devenido profeta en tierra devastada, recorre el vacío de un mundo post apocalíptico de tonalidad gris verdosa rememorando al western y en algunos aspectos a aquel loco correcaminos llamado Max, hijo de esa trilogía futurista a puro road movie iniciada a fines de la década del setenta por el director George Miller. Pero si aquel personaje tortuoso interpretado por Mel Gibson tenía como única misión sobrevivir mientras escapaba constantemente de un pasado que lo condenaba a las más pavorosas memorias sin vislumbrar un lugar concreto a donde ir (los flashbacks eran constantes e hirientes), el héroe del universo imaginado por los Hughes brothers, por el contrario, es un caminante que se dirige hacia un punto determinado del oeste por una orden que se intuye celestial (ya que no hay registro concreto o histórico de tal mandato en la película), siendo acompañado por aquel primer texto en la historia de la humanidad en ser editado masivamente por la imprenta: la biblia, que según la traducción local del título sería el libro “de los secretos”. Secretos que aplicarían un mecanismo específico por el cual se concebiría un nuevo mundo, un nuevo orden, bajo la imposición de una ideología específica: la religiosa. Es que esa ideología, dentro del film de los hermanos, se vuelve la base determinante desde donde se ejecutan las acciones más rigurosas de una película que se nos presenta con aires de folleto evangelizador: si el ya mencionado Elías no duda en ejecutar a sus agresores, machete en mano, como todo un servil cruzado (escenas cuyas imágenes son representadas por lo general desde la lejanía o a través de una sucesión frenética de planos danzantes al tempo del montaje acelerado), el reposo del guerrero lo encuentra aferrado al libro: orando en silencio para elevar su propia espiritualidad o brindando discursos aleccionadores a quienes se evidencian como seres ignorantes y desesperanzados (la mayoría de los habitantes del “nuevo mundo”, digamos). Por ende, esa ignorancia, velo que se manifiesta negativo, debe hallar la iluminación a través de la palabra, de la fe. Porque el hombre que no tiene fe en esta historia es, sin duda, el peor de su clase: un individuo que entiende la religión como poder, como orden, como sistema opresivo, como ideología dominante. En suma: como aquello que la religión ha sido históricamente. Y ese hombre, en el Libro de los secretos, se llama Carnegie (interpretado por el inmenso Gary Oldman), cuya primera aparición lo muestra descansando en una silla mientras lee un libro sobre Mussolini. Lo que esa imagen nos anticipa, especie de prólogo del mal, es que estamos ante un dictador, un hombre violento que durante el transcurso del film no dudará en potenciar lo amoral de su naturaleza para llegar a obtener lo que quiere (la biblia). Así, las representaciones maniqueas quedan establecidas con bastante simpleza: protagonista y antagonista, bueno y malo, creyente y ateo (vean, para confirmar tal dicotomía, la escena en donde Carnegie le dispara a Elías: la víctima resiste y el victimario se burla). Por supuesto que el destino de Carnegie se convertirá, más adelante, en una condena a la soledad y a la pérdida del poder: cerca del cierre, su imperio se deshará en la pura barbarie, bajo una especie de paganismo que no ha sido capaz de ver la luz que porta el religioso e inmaculado Elías. Una luminosidad, una esperanza, que tendrá en el profeta del título su portavoz perfecto: si el protagonista se convierte en mártir, no sin antes dictar por completo ese libro religioso que ha memorizado durante el transcurso de los años mientras es registrado en una curiosa toma cenital que lo muestra postrado y adornado por ropajes blancos (los atuendos oscuros son sólo exclusivos de Carnegie, el dictador que no cree), la palabra de Dios, de la religión, de ciertos hombres, volverá a los caminos arrasados para ser generalizada como toda actividad evangelizadora dicta. Y tal vez, lo más horrendo de esta película sea observar su clausura: pose canchera mediante, la nueva creyente que ha sido protegida por “Eli” reemplaza a su salvador con gran estilo: desde un primer plano de su rostro se pasa a un plano general que describe esa artificialidad horripilante de los backgrounds gestados digitalmente gracias a la siempre salvadora green screen. Allí, acompañada únicamente por la fe, la mujer se pierde en el horizonte. La biblia ha sido nuevamente impresa (circularidad histórica), y ya hay un nuevo mesías para impartir justicia en el camino. Es, sin duda alguna, el triunfo de la religión. O, como bien supo decir Charles Baudelaire en Arte y Modernidad, el triunfo de “la más alta ficción del espíritu humano”.
El Caminante errante Varios films ya han apuntado a presentar al planeta destruido, con una visión futurista bastante decadente a la actual. Un mundo sin espacios verdes, todo árido, devastado por las guerras y los problemas ecológicos, que si se observa las pocas decisiones que se toman hoy en día para intentar salvar la Tierra, es un futuro que no parece tan lejano. Desde Mad Max hasta Wall-E presentan este tipo de contexto para contar sus historias y a partir de este ambiente, dirigirse hacia un tema específico. Ahora, dentro de esta categoría se debe incluir a El libro de los secretos, cinta dirigida por Allen Hughes y Albert Hughes, protagonizada por Denzel Washington y Gary Oldman, que busca ser diferente mediante la utilización de lo místico. Esta producción transcurre en un futuro no muy lejano, unos 30 años después de la guerra final, donde un guerrero solitario (Washington) camina sobre la desolada tierra que una vez fue los Estados Unidos. Como un héroe solitario, custodia un libro que guarda importantes secretos que podrían salvar a la humanidad de la extinción. Sólo otro hombre en este mundo en ruinas entiende el poder que Eli tiene en sus manos y está dispuesto a arrebatárselo: Carnegie (Oldman), un déspota que se ha autoelegido jefe en un improvisado pueblo de ladrones y pistoleros. Desde su inicio, el film presenta fantásticamente el mundo en el cual transcurre esta historia. El tono casi sepia constante, los paisajes desolados y la destrucción producida por las guerras son acertadamente exhibidas, característica que será una constante en toda su duración. A esto se le sumará, la brillante tarea en la realización y filmación de las escenas de acción, y a su vez, el gran manejo de los efectos especiales, que le agregan a la cinta una espectacularidad que impacta y sorprende. El tono oscuro, casi sórdido, que plantea la película permite que el espectador se ubique en ese mundo y comprenda las reglas en ese contexto. Apoyan esta idea las acertadas tareas de los protagonistas, ya que Washington personifica a este “caminante” que no se detiene ante nada ni nadie por cumplir su objetivo y Oldman, con su papel de malvado histérico y enérgico que tan bien le sale. Ambos son acompañados por un elenco que no se destaca pero que logra cumplir su función de manera correcta. A pesar de todos estos aspectos positivos, la producción falla en su guión, en su trama, porque incorpora un aspecto religioso, casi místico, que no concuerda con el aspecto ficcional que contiene la historia. Este elemento es demasiado real, tangible, como para agregarlo con lo fantástico, ambos chocan y nunca terminan de unificarse. Además, que el agregado religioso represente la base de una creencia, la de mayor convocatoria en el mundo, pero que no es la única y dar por sentado que ese elemento engloba a todos los seres humanos y sea la salvación en tiempos oscuros, resulta bastante cuestionable. Más allá de esta interpretación, el guión usa este artificio católico de una manera solemne y seria pero en ningún momento propone argumentos o bases que haga entender la utilización arbitraria de éste. Y a su vez, solo utiliza la cáscara de este elemento y no su profundidad o importancia, haciendo que todo se desvanezca en un oscuro vacío. Si se analiza el film como un producto de ciencia ficción, El libro de los secretos es atractivo y entretenido con instantes muy bien logrados, y un trabajo técnico destacable. Cuando se incluye la temática religiosa, algo comienza a hacer ruido y nada termina de encajar como debería. Tal vez faltó poner la misma dedicación que se colocó en lo técnico dentro de lo guional, como para que un elemento tan fuerte de la escritura no sea utilizado en vano.
El Libro Gordo de Eli Hay muchas estéticas en esta nueva peli de los hermanos Hughes, bordeando una mistura con referencias al genuino género western, a las historietas apocalípticas, a filmes como la saga de Mad Max, a ejemplos literarios de la CF como "Soy leyenda" de Richard Matheson, y hasta un protagonista que parece un calco de aquél "hombre sin nombre" que interpretaba Clint Eastwood en la "trilogía del dólar" de Sergio Leone. Este héroe solitario -Denzel Washington-, sagaz con su sable afiladísimo que ejecuta cual marcado samurai al enfrentar a sus atacantes, posee un libro del cual al estallar anteriormente una guerra caótica que casi terminó con la vida en el planeta, ha sido destruido en su totalidad pero....éste tiene el único ejemplar, el cual por otra parte será codiciado por aquellos que quieran ejercer dominación sobre los pocos y derrapados habitantes que han quedado con vida, como el villanísimo, cruel, despiadado Gary Oldman -con su interminable cara de déspota- que busca adueñarse de esa figurita difícil, entonces intentará desde seducirlo con su hijastra hasta aniquilarlo con tal de obtener su objetivo con páginas. La consistencia de este drama apocalíptico, resiste sin demasiadas exigencias de un espectador que busque en ella entretenerse y pasarla bien -no más que eso- durante casi sus dos horas de duración. Y no le pidan peras al olmo. El olmo no las dá. El cine prediseñado con origen en Hollywood parece ultimamente dedicarse a esto, y los ejemplos cunden desde la desastrosa "2012" a la retrasada "La Carretera". Y la posta de todo esto es que el verdadero apocalipsis se vive a diario, en la calle. No hay más que levantar la vista para apreciarlo, o tomarse un bondi cualunque. Pero claro, Hollywood nunca filmará eso, y además..a quién le importa??.
Vaivenes de la invulnerabilidad divina En un panorama apocalíptico logrado con un diseño artístico fabuloso, una fotografía espectacular y un vestuario bastante westereano, los hermanos Hughes dirigieron esta interesante obra sobre un guerrero solitario (cliché N° 1), que es casi imposible de vencer porque pelea y usa el sable que mete miedo (cliché N° 2), y que lleva un instrumento -en este caso, un libro- que puede cambiar el mundo (y llegamos al cliché N° 3). Pero esta original y algo compleja historia escrita por Gary Whitta, además de estar construída sobre un armazón de clichés indefendibles, no sólo se presenta con esa trama tan descifrable y predecible. También tiene como escudo protector generador de puntos a favor un reparto de lujo, que despliega e irradia talento por todos lados, cubriendo la pantalla de un elemento pocas veces visto en propuestas como estas: buenas actuaciones en un guión mediocre. Aún cuando sabemos desde la mitad de la película como va a terminar todo (aunque cabe reconocer que el giro que da en el final es una muy buena maniobra para pulir lo que parecía imposible de pulir), la película nos atrapa y nos lleva por un camino austero, desolador y tortuoso, dejándonos en claro algunos aspectos esenciales sobre la invulnerabilidad divina en lo que a selección de profetas que sí predican en su tierra respecta. Denzel Washington y Gary Oldman protagonizan un duelo antagónico monumental, haciendo que uno no sepa con cuál de los dos quedarse en la actuación. Washington parece frío durante toda la película, pero con el desenlace y un posible segundo visionado uno aprecia mejor el trabajo de este multipremiado y polifacético actor. En cuanto al malo malísimo de Oldman, con este papel uno recuerda aquel memorable personaje tan despiadado en León (1994), aunque también se pueden apreciar ciertos matices de Zorg, de The Fifth Element (1997). Ambos protagonistas deslumbran en sus repectivas escenas, y ofrecen grandes momentos cuando comparten algunas. Del resto del reparto uno puede rescatar algunos nombres que pueden mover el piso: un acmuflado Tom Waits haciendo de un ingeniero; la bellísima Mila Kunis en un papel tan aceptable como innecesario (pero nunca puede faltar la chica que empieza molestando al héroe hasta terminar con él en la acción... cliché N° 4); y quizás la más apreciada de las participaciones, Michael Gambon haciendo de un anciano encerrado en su casa de 'en-medio-de-la-nada-pero-justo-donde-están-los-protagonistas', armado hasta por los tobillos y con una característica que no vamos a revelar en este texto. Con un apartado técnico intachable (la escena del tiroteo en la casa simulando un plano secuencia quedará en nuestra retina por mucho tiempo), actuaciones excelentes, y un guión original pero que parte de una premisa bastante explotada con anterioridad, The book of Eli se reduce a una hora y cuarenta minutos de espectativa, western apocalíptico -si es que eso existía-, y un largo y violento caminar que intentará por cualquier medio insertar un mensaje ético-religioso al espectador, inspirados en una historia que ni siquiera parece estar demasiado convencida respecto a lo que será el futuro de la humanidad.
Otra con onda se pudrió todo: Eli (Denzel Washington) es un superviviente tras el fin de la civilización. El mundo se ha convertido en un baldío donde pululan patotas de gente muy mala que te mata por nada. Pero Eli, que es re paz y amor, se la re banca. Es el guardián del susodicho libro, que esconde el secreto para salvar a la humanidad y que es codiciado por el más malo de todos (Gary Oldman en otra lunática interpretación). Muchos tiros, patadas y piñas aunque al final se ponga medio cursi y pretenciosa.
Así como hace unos días comente ‘La carretera’, este fin de semana pude ver este film que también transcurre en un entorno post-apocalíptico. La gran diferencia entre las dos películas es que la primera es un drama sobre la lucha por sobrevivir de padre e hijo mientras que acá tenemos un western hecho y derecho. Incluso durante gran parte del metraje el personaje de Eli (Denzel Washington con un papel hecho a su medida, como hace mucho que no le tocaba) me recordó mucho al legendario Dyango, el máximo antihéroe de los spaghetti western; siempre solitario, reservado y metido en problemas a su pesar. Lo que tiene Eli de original es su personalidad y la motivación religiosa; me recordó bastante a una historieta llamada ‘Just a Pilgrim’ que contaba la historia de un fanático religioso en (adivinaron) un mundo devastado y sabiendo que los hermanos Hugues son fans de los comics (ya habían hecho ‘Desde el Infierno’ y próximamente ‘Akira’) no creo que esto sea pura casualidad. Por suerte en el caso de Eli se nota que es un tipo copado. Tiene que ser duro y recio porque el entorno en que vive y la misión que tiene que cumplir se lo reclaman pero se nota que también tiene un lado afable y trata muy bien a la gente amable con él. Algo bastante curioso en los protagonistas de este tipo de filmes que suelen ser más antisociables o garcas. Los Hugues siempre se han caracterizado por hacer películas muy realistas más allá de la historia y acá además de una increíble fotografía de los escenarios muestran peleas y tiroteos con gran intensidad y crudeza, sin caer en tomas generadas por computadora o efectitos digitales de cuarta. Una escena en particular, cuando Eli y Solara (la bella y talentosa Mila Kunis) estan atrapados en una casa y rodeados por los enemigos, esta muy bien filmada en una toma de corrido. Además de Washington y Kunis, hay un gran elenco de secundarios donde se destaca Gary Oldman como el villano, un terrateniente que conoce el poder del libro que lleva Eli pero lo quiere usar para su bien personal. Me agradó mucho ver a Oldman de vuelta en un rol de malparido, algo que le sale muy bien y que estaba desaprovechando en sus ultimas actuaciones. Hacia el final la historia derrapa con una vuelta de tuerca un poco traída de los pelos; no es un mal giro porque esta mas o menos justificado a lo largo del film y ayuda a cerrar la trama pero igual más de uno va a decir “nah, déjame de joder, eso es imposible”. A pesar de esto, ‘El libro de los secretos’ es una película muy interesante y diferente a las propuestas típicas del genero que me hubiera gustado poder ver en cine.
EPÍLOGO ¿Puede haber esperanza en un mundo devastado, en el que la civilización parece haber llegado a su epílogo? Eli (Denzel Washington) cree que sí: tiene fe y camina hacia el oeste llevando un libro en soledad, en un paisaje con mucho gris-ceniza-tristona y mucho marrón-descolorido-melancólico. Ese es el punto de partida de la nueva película de los hermanos Hughes (FROM HELL), un film por momentos entrentenido, pero con pocas escenas memorables. Como el título indica (THE BOOK OF ELI, en inglés) aquí hay un libro que funciona como elemento central, impulsando a los personajes a realizar acciones y tomar decisiones. Mientras Eli lo protege, Carnegie (Gary Oldman) es el capo de un pequeño pueblo que quiere tenerlo por su contenido: quiere usar el mensaje que hay entre sus páginas para ganar poder, y hará todo lo posible para ser su dueño. El viaje de Eli es una historia con elementos de western y de otros filmes post-apocalípticos (como MAD MAX), con escenas de acción breves y escasas, a excepción de un largo tiroteo cerca del final filmado en un ingenioso plano secuencia circular. A pesar del giro argumental, EL LIBRO DE LOS SECRETOS es una película con un guión simple y que mezcla confusamente el misticismo religioso con lo badass. Además, el film no pasará a la historia por introducir elementos nuevos en este sub-género de películas post-apocalípticas. A ver, hay pocos detalles originales o interesantes en este “nuevo mundo” de sobrevivientes del desastre que acabó con la civilización humana: hay bandidos caníbales como los de LA CARRETERA (aún no estrenada aquí) y vehículos que recuerdan a los de la saga MAD MAX, por citar algunos ejemplos. Washington y Oldman, dos grossos de la actuación, cumplen con sus papeles sin sorprender a nadie. El grone, con mucha presencia y seriedad; Gary, con locura, soberbia y maldad (recuerda a su personaje de EL QUINTO ELEMENTO). Algo desdibujado y poco interesante es el personaje de Solara, interpretada por Mila Kunis, que acompaña a Eli sin aportar mucho más y, para peor, al final... bueno, veanlo ustedes pero ¡es cualquiera! EL LIBRO DE LOS SECRETOS es buena cuando es una película de acción (o sea, casi nunca): las coreografías de las luchas están bien hechas (y filmadas de modo que se las pueda apreciar) y no se abusa de los efectos CGI en las peleas (se los usa para sobrias decapitaciones y mutilaciones, y por suerte no hay nada de esa sangre digital tan de moda ahora). Sin embargo, cuando se tratan temas como la fe y el poder de la religión (que, justamente, terminan siendo los temas centrales)... bueno, digamos que es algo ridícula. Para decirlo en una palabra: decepción.
A esta película es posible analizarla a partir de dos aspectos concretos. Por un lado, su construcción del mundo postapocalíptico en el cual sucede la acción. Por el otro, su necesidad de imprimirle a la trama un discurso religioso. Siete años después de la adaptación de From hell, los hermanos Hughes emprendieron este relato fantástico, con una estética por demás cuidada y con escenas de acción que consiguen agregarle nuevos elementos al género, pero terminan trastabillando al volver excesivamente explícita la línea cristiana que sustenta el argumento, organizando todo de modo tal que todo lo demás dependa del “mensaje” del film. Centrémonos en los aspectos más interesantes de la película. Para este relato de una humanidad hecha cenizas, se ha elegido una ambientación similar al western, que le aporta algo de originalidad al universo que se ha construido para la ocasión, pese a que esta puesta en escena posee elementos que remiten directamente a un sinnúmero de films por el estilo (lo bueno es que sabe despegarse de otros exponentes postapocalípticos contemporáneos, como The road). Al aroma a western que se respira en el ambiente, lo acompaña la rudeza del héroe en cuestión, interpretado por Denzel Washington, en una de sus actuaciones más interesantes. Mila Kunis sorprende como su eventual compañera de ruta, mientras que Gary Oldman brilla como siempre. El otro punto destacado corresponde a las muchas escenas de acción que acumula, y que, si bien se despachan con resoluciones propias de Matrix (una variante del efecto conocido como “bullet time”, que aparece en varias oportunidades), en su despliegue tienden a ser más originales que buena parte de los films de acción recientes. A esto se le suma una fotografía exquisita, que reluce incluso más que la propia puesta en escena. Ahora bien, el componente religioso, que aparece en muchos relatos del fin del mundo (inevitable, ya que el apocalipsis es un concepto bíblico y cristiano), en esta película se convierte en su esencia argumental. Es interesante observar la forma en que se presenta un mundo en el cual la religión parece haber sido sepultada, pero desde el momento en el que aparece el libro, sabemos de qué se está hablando, y la manera en la que todos los caminos confluyen hacia la biblia, tomándola como salvadora de los restos de la humanidad que han subsistido al apocalipsis, hacen de esta una película demasiado pomposa y solemne, elementos que sólo se ven opacados cuando las escenas de acción adquieren el protagonismo necesario. Afortunadamente, lo pretencioso y las obviedades que acumula no se contaminan con las respuestas que, afortunadamente, no se dan, y que nadie quiere escuchar (como el por qué del fin del mundo, algo de lo que también prescinde The road, aunque aquella se destacaba por ser una propuesta más arriesgada, realista y reflexiva). Un relato fantástico a medio camino de los convencionalismos y del costado solemne del género, y las posibilidades de innovar que tienen los hermanos Hughes.
El libro de Eli podría ser uno de los tantos films post-apocalípticos a los que estamos acostumbrados, una película de Ciencia Ficción más con algunos elementos literarios reconocibles- como aquel de Farenheit 451, por ejemplo. Sin embargo los hermanos Hughes elaboran una gran historia donde los escenarios tópicos - ciudades destruídas, caos social, enfermedades pululantes, etc- enmarcan una historia digna de grandes reflexiones. Sazonada con muy buenos diálogos y actuaciones impecables la película entretiene, atrapa y no desepciona. Denzel Washington, quien además produjo el film, es Eli, un viajero solitario que carga con el peso de protejer un valioso libro que no deja de ser otro que la única edición existente de la Biblia. Gary Olman es Carnegie, el típico antagonista culto y aparentemente refinado que ha sabido armarse de una miniciudad donde todos se le someten. Carnegie, como Eli, es uno de los pocos hombres que han sobrevivido a un tipo de guerra o fin del mundo del que apenas se nos cuenta, sabe que existe este libro único al que intenta poseer desesperado porque intuye que si alguna vez la historia de la humanidad pudo ser sometida por las palabras que contiene nada le impediría volver a repetirse. ¡No es un puto libro! ¡Es un arma!. Un arma que conquista el corazón de los débiles y deseperados. Nos daría control sobre ellos. Lo que algunos podrían ver en las palabras con que Carnegie se refiere al libro, y sobretodo su porqué para obtenerlo, una crítica feroz a la religión, no deja en realidad de ser un elemento más de la profundidad con que la historia- escrita por Gary Whitta- se nos presenta dividida entre dos personajes que simplistamente pordríamos catalogar como el bien y el mal. Pero aguzando los sentidos esas fuerzas en constante choque por el mismo objeto de deseo hablan por si mismas. El film mismo nos presenta dos caminos, el que recorre Eli lleno de violencia, de injusticias y aquel al que busca, el de la luz, el del orden, aquel del que le han hablado pero aun no ha visitado. Eli tiene una misión, completarla es su única tarea porque sabe que en ese libro no yace el poder sino la salvación. -¿Recuerdas el mundo de antes? - La gente tenía más de lo que necesitaba...Tirabamos cosas por las que ahora la gente se mata. La película da para mucho pero no quiero incurrir en sopilers; quizá no destaca grandiosamente en fotografía, ni banda musical, ni efectos especiales.Sí tiene buenas e infaltables escenas de peleas en las que Denzel no dejó que lo doblaran, y cuenta con un reparto que además incluye nombres como el de Jennifer Beals y Mila Kunis, quienes interpretan madre e hija bajo el puño amenazador de Carnegie.Un final espectacular que corona una película que a pesar de estar hecha por y para Hollywood no necesita de estruendos para darse a entender. Recomendable aunque parezca en camino de pasar inadvertida.
Eli (Denzel Washington) es el protector de un libro sagrado que debe llevar al lado Oeste de los Estados Unidos para salvar a la humanidad. La travesía se desarrolla en medio de la violencia y el desamparo en los seres humanos que sobreviven librados a su propio destino y fuerza. Eli deberá defender su vida y, a la vez, resguardar la tan codiciada obra literaria, particularmente por la empecinada actitud del tirano Carnegie (Gary Oldman) para adueñarse de ese libro a cualquier precio, pues le significará alcanzar el poder total y el dominio del mundo. En el trayecto Eli permanentemente se va diciendo a sí mismo "no te apartes del camino", mientras se desplaza en paz por un territorio hostil que no dejará de provocarlo, lo que obligará a poner en juego sus habilidades en la lucha cuerpo a cuerpo, con el sólo aporte adicional de un machete manejado con gran destreza. El enfrentamiento entre Eli y Carnegie fundamenta, una vez más, la lucha entre el bien y el mal esta vez tres décadas después del apocalipsis que sacudió al planeta. Finalmente el bien triunfará sobre el mal, no sólo en la exitosa defensa del singular libro (que no es otro que la Biblia) con el cual arribará al destino final que tenía fijado, sino que en su periplo rescata de las garras del mal a la hermosa Solana (Mila Kunis) y su madre ciega Claudia (Jennifer Beals), sometidas a la escavitud por Carnegie. El “Libro de los secretos” es una producción que parte de un guión bien estructurado, aun sin apartarse de lugares comunes clásicos en las obras donde predomina lo espectacular, sobre la base de una historia nada original, que cuenta con apropiado tratamiento técnico y un elenco muy atendible, encabezado por dos actores de reconocida valía como Denzel Washington y Gary Oldman, quienes le sacan muy buen partido de los personajes que les fueron confiados.