Cornelio Porumboiu es un genio. Filma cada vez mejor; el suyo es un cine puro, consistente, de una eficacia narrativa notable. Por ejemplo: un auto; en él viajan el padre y su hijo. Plano medio sobre el niño sostenido por un rato y un conflicto en pleno desarrollo: el padre llegó tarde a buscarlo a la escuela. El congestionamiento callejero, aparentemente, lo demoró. Así lo entiende también el niño, pero todavía sigue molesto. ¿Por qué? La conversación que se mantiene en el auto es extraordinaria. Justeza melódica en los diálogos y decisión de registro perfecta sobre cuándo dejar el foco en un personaje o cambiar el ángulo y la perspectiva; la reproducción y la lógica de los giros argumentativos son contundentes, una especialidad de los rumanos en general y de Porumboiu en particular. El quinto plano será un primerísimo plano sobre un libro ilustrado de Robin Hood. Eso que los psicoanalistas llaman el ideal, he aquí un padre que siente y desea ser aquel legendario héroe literario en la representación imaginaria de su hijo. Digámoslo así. Ésta es tan sólo la primera capa de una película que parece sencilla (y lo es), pero que se reserva varias líneas de lectura. En el desenlace, el deseo del padre alcanzará una representación hermosa. Debe ser ese momento una de las escenas más amorosas que se recuerden con niños en el cine reciente. No describo la escena, tan sólo la califico. La segunda capa de este tesoro concebido por el director de Policía adjetivo consiste en trabajar sobre la crisis europea en su versión rumana convocando tanto al absurdo como a la suerte. Frente a la impotencia de todos aquellos que son víctimas de un sistema que ni siquiera eligen, imaginar la conjura de la miseria por parte de los sometidos proporciona placeres desconocidos. Es tan agradable filmar una fantasía de justicia distributiva. Tanto Costi, el padre del niño, como su vecino, viven y trabajan para pagar sus respectivas hipotecas. Costi, al menos, tiene trabajo y consigue cumplir con el pago de sus deudas, no así el vecino, que le pedirá auxilio económico por unos dos meses para amortizar su déficit. Necesita 800 euros, lo que aquí suena a fortuna. La suma no es inaccesible, pero The Treasure da a entender que ese monto es prácticamente imposible de tener como reserva. La clase media rumana sobrevive. El ahorro es una acción de otro tiempo. Y esto, como corresponde, se ve, no se dice. Tercera capa narrativa: el vecino volverá a llamar más tarde a Costi para proponerle algo insólito; aparentemente, en el patio de la casa de su madre reside un tesoro escondido. Lo que él necesita y no tiene cómo es alquilar un detector de metales para hallar la caja escondida bajo tierra que albergaría una posible fortuna. ¿Lograrán dar con ella? Y si lo logran, ¿la riqueza será fidedigna o falsa? ¿Podrán quedársela y compartirla? Interrogantes inmediatos que pone en movimiento la propia historia. El humor de Porumboiu es prodigioso. Éste se predica de una administración del absurdo en situaciones que implican casi siempre la intervención de algún procedimiento institucional. La forma de trabajo es siempre parecida. Una situación problemática menor da inicio al relato, que para resolverse debe pasar por un conjunto de obstáculos menores que constituyen un todo estructural revelador de una idiosincrasia burocrática en la que el impedimento define la naturaleza de los intercambios. De allí no solamente surge el humor sino que también se edifica una yuxtaposición de trabazones que empujan al relato en forma de preguntas y problemas a resolver en etapas. Cada situación que se presenta opera como si se tratara de la resolución de una palabra enrevesada en un crucigrama. En The Treasure primero se necesitan 800 euros, luego se trata de conseguir a alguien que pueda alquilar un detector de metales, inmediatamente todo radica en cómo conseguir un mejor precio para ese cometido, después la cuestión pasará por encontrar la caja misteriosa y corroborar que ésta albergue en verdad el tesoro oculto y prometido. Y, si todo sale bien, ver cómo se resolverá la pertenencia de la riqueza que debe pasar por una instancia de controles estatales. La burocracia es una filigrana que constituye la forma de estar en el mundo de los rumanos. Es así como se escribe e inscribe el argumento, el cual se mueve hacia delante por saltos y pruebas que los personajes deben enfrentar hasta resolver el objetivo inicial por el que se decidieron comprometerse. En este caso, el motivo es doble: cobrar, si existen, una acciones de una empresa alemana, y en el caso de Costi, más allá del dinero, perpetuar el reconocimiento simbólico de su hijo. The Treasure es absolutamente genial porque sostiene su suspenso diminuto en las derivaciones menos esperadas, un despliegue de anudamientos insospechados. La eficacia narrativa, por otro lado, no conlleva descuidos en el registro y encuadres despreocupados. Los planos generales suelen ser soberbios y la forma elegida para delimitar el espacio de los diálogos de los personajes deriva de una idea de puesta en escena consciente. El trabajo sobre el sonido tampoco es menor y el mejor gag, como si fuera una película de Tati, responde a un efecto sonoro y no lingüístico. Por otra parte, los actores rumanos siempre están perfectos: nunca sobresalen, siempre están con el registro justo y son piezas orgánicas de una trama. ¿Cuál es el secreto del cine rumano? No lo sabemos del todo. Lo que sí es comprobable es que la invención de las historias que filman nacen de breves anécdotas menores. En lo diminuto de los actos,, los directores rumanos consiguen identificar líneas de experiencias de mayor peso y relevancia que la vida privada y personal. A través de prácticamente nada, de un evento insignificante, son capaces de hacer hablar tanto a la crisis económica como a pretéritos sucesos revolucionarios que aquí remiten incluso a otro milenio. Los rumanos pocas veces subrayan, pero siempre sugieren con elegancia y sequedad cómo toda experiencia humana se puede inscribir en un presente socialmente problemático que no viene de la nada sino de una gran Historia que determina y mueve incluso las ocurrencias menos trascendentes. Pura lucidez la de Porumboriou, capaz de sintonizar con el espíritu de la comedia en una época en que la risa es escasa y se ve desterrada como rebeldía política.
Crítica realizada durante Pantalla Pinamar 2016 Robin Hood Postmoderno El Tesoro es la quinta película del realizador rumano Corneliu Porumboiu, y fue la encargada de inaugurar Pantalla Pinamar 2016 luego de ser premiada en la última edición de Cannes. Cabe destacar lo acertado de escoger esta comedia para la apertura de una muestra audiovisual argentino-europea, ya que es poco común ver este género inaugurando eventos tan importantes. La película nos introduce en un vínculo sólido y próximo entre padre e hijo, un diálogo que se genera en el auto cuando lo pasa a buscar al niño por la escuela, seguido de Costi -el padre que es interpretado por Toma Cuzin– leyéndole Robin Hood por la noche para que finalmente el pequeño se duerma. Sin embargo la lectura se ve interrumpida por Adrian (Adrian Purcarescu), un vecino que va a buscar a Costi pidiéndole ayuda económica ya que corre el riesgo de que le quiten la casa, pero el segundo le explica que no está en condiciones de prestarle. Finalmente Adrian le revela que necesita la plata porque en la casa de su bisabuelo hay un tesoro enterrado antes que los comunistas invadieran el país y le propone dividir el motín a cambio de que él corra con los gastos de la búsqueda. Pese a correr riesgos económicos, Costi, acepta la proposición y emprenderá junto a Adrian la búsqueda. Sin Movimiento El Tesoro tiene una estructura de guión bien construida, con personajes sólidos, subtramas, y que no abusa ni escasea en los condimentos de su narración. Asimismo es una película con mucho diálogo acordes al género y que se destaca por estar bien escritos que, para hacer un paralelismo, se aproximan a los del cine de los hermanos Coen. En cuanto a su estética, debo aclarar que no vi las anteriores películas de Corneliu Porumboiu, pero en El Tesoro no hay movimientos de cámara en casi ningún momento y prácticamente el trabajo de montaje es inexistente debido a la escasa cantidad de planos en cada escena. Es más, a tal punto busca evadir esto que hasta los diálogos entre los personajes se producen de perfil a cámara con planos prolijamente compuestos. Conclusión El Tesoro es una comedia que está más próxima a una etapa clásica del género donde lo cómico pasa por los diálogos producto de situaciones y contextos. Al ser una película rumana donde uno cree que las distancias culturales no permitirán el goce del filme, se disfruta, seguramente porque toca temas universales y finalmente uno termina de comprender que el título de este largometraje es más ambiguo de lo que parece.
Caracterizada por el sentido del humor y por radiografiar las penurias de la clase media, el realizador rumano Corneliu Poromboiu construye una fábula amena sobre un botín bajo tierra. La pelicula rumana El tesoro, del director Corneliu Poromboiu, premiada en Cannes y elegida para abrir la edición 12 del Festival Pantalla Pinamar, plasma a través de una historia sencilla ambientada en Bucarest el panorama político y social de una realidad que no siempre ofrece muchas posibilidades.Costi es un padre que se ocupa de su pequeño hijo, le lee las andanzas de Robin Hood y le enseña a no pelear en el colegio. Una vida como la de cualquiera hasta que su vecino le dice que hay un tesoro enterrado en el jardín de su abuelo en épocas pasadas. Sólo hay que alquilar un equipo -bastante costoso- para detectar metales, encontrarlo bajo tierra y la ganancia se repartirá entre ambos. Como en toda película, aventura incluída, las cosas no serán tan sencillas.Caracterizada por el sentido del humor -la secuencia en la que el detector de metales suena enloquecidamente resulta graciosa pero se vuelve reiterativa- y por radiografiar las penurias de la clase media, el realizador construye una fábula sobre la justicia distributiva y los obstáculos que se les presentan a los personajes: Costi tiene trabajo y paga su hipoteca mientras que su vecino le pide dinero prestado pero le abre un horizonte lleno de intriga y esperanzas.El ambiente oscuro de la quinta a donde acuden para poder "salvarse" se contrapone con el ritmo rutinario de la ciudad en medio de una trama sencilla que ofrece otros niveles de lectura, un repaso por las crisis económica y enfrentamientos entre los personajes durante la búsqueda del tesoro. Los mejores momentos vienen de la mano de sus intérpretes, Toma Cruzin y Adrián Purcarescu.
Un héroe para los malos tiempos La nueva película de Corneliu Porumboiu, elegida como apertura del 12 Pantalla Pinamar, aborda la fragilidad social, económica y política de Rumania a partir de un relato de connotaciones fabulescas. El director de Cae la noche en Bucarest y Policía, adjetivo evita los lugares comunes y, sin abandonar el laconismo que volvió célebre a una generación de nuevos directores rumanos, aporta un toque de ternura. La anécdota de El tesoro (2016) es sencilla. Durante la lectura nocturna de Robin Hood para su hijo, Costi es llamado por su vecino, quien, desesperado, le pide dinero prestado; si no paga un crédito, perderá su casa. Tras su negativa, el vecino vuelve a tocar su timbre. Esta vez lo hace para hacerle una propuesta. Hay en la casa de sus abuelos un tesoro enterrado. El problema radica en que para encontrarlo es necesario contar con un equipamiento especial, capaz de detectar metales. Con pagar tal herramienta, y en caso de encontrar el tesoro, Costi será recompensado con la mitad del tesoro. Tras su aparición en las pantallas del mundo, hace alrededor de una década, el cine rumano consolidó una suerte de “estética nacional”, merced a una puesta en escena plena de “tiempos muertos”, recorridos por espacios consagrados a la burocracia, y cierto laconismo que definía la conducta de sus personajes pero también de un estado de situación más actual y marcadamente política. Un cine inteligente, capaz de mostrar la devastación post- Ceaușescu sin caer en subrayados o en el típico esquema dramático del “cine de denuncia”. La denuncia, en tal caso, viene dada por el tono. Por el “cómo” más que por el “qué”. El tesoro sigue esos lineamientos, sólo que aquí les adosa cierta mirada enternecedora, dada por el vínculo entre un hombre y su hijo. Este vínculo, en buena medida graficado por la lectura, establece conexiones con lo que sucederá más adelante, una vez que el deseado tesoro es encontrado. A partir de ese momento, la película –que nunca se aparta de esa suerte de “naturalismo tedioso”- transita la comicidad y la alegoría política de forma orgánica a la historia. Está, como es de esperarse, la reconocible secuencia en la que los dos hombres son interpelados por la policía rumana, extensión de ese Estado ineficaz y caduco que no deja de tener una pata en el régimen dictatorial. Y el final, como toda fábula moral, ubica al espectador en una postura dialéctica. Y auspicia una reflexión sobre cuál es el valor de lo material, en un mundo en el que lo material está en manos de pocos, pese –o gracias a- el padecimiento de muchos.
Quizás El tesoro sea la película más austera de la ya de por sí austera filmografía de Corneliu Porumboiu. Sus recursos tradicionales siguen ahí (largos planos fijos, diálogos secos, humor asordinado, puesta sobria), que son, por caso, las características distintivas del cine rumano reciente. Pero en esta oportunidad todo estará reducido a la mínima expresión, empezando por la trama, escueta como nunca. Una noche, Costi (Cuzin Toma), un cuarentón que vive con su mujer y su hijo en un departamento de Bucarest, recibe una propuesta no menos que insólita. Agobiado por las deudas, su vecino Adrian le pide prestados 800 euros para costear un detector de metales destinado a buscar un tesoro que su abuelo habría enterrado previo a instalarse el comunismo en Rumania. De encontrarlo, Adrian le dará la mitad a Costi. Sin evaluar demasiado la veracidad del encargo, Costi, cuya situación económica tampoco es la ideal, consigue el dinero y se embarca en el emprendimiento. Es allí cuando la película deja atrás su morosidad inicial para adentrarse en terrenos más inquietantes. Si el mentado tesoro aparece o no, es lo de menos (de todas manera, no develaremos la resolución). Ganadora del premio Un Certain Talent en la última edición de Cannes, El tesoro es una película pequeña, ajustada en todos sus aspectos, conformada por herramientas que su director utiliza cada vez con mayor pericia. Un exponente que confirma (una vez más) que el cine rumano es algo más que una moda de festivales.
El procedimiento es lo que le interesa, fundamentalmente, a Corneliu Porumboiu, el director rumano de POLICIA, ADJETIVO y BUCAREST 12:08. Pero no el procedimiento en el sentido hollywoodense, en el cual una serie de peripecias tienden a conducir la narración hasta llegar más o menos firme a algún destino. Su forma se acerca más a la hitchcockiana en el sentido que en todo momento es evidente que el objetivo es secundario en relación al presente, a lo que sucede alrededor de ese procedimiento que es menos hilo conductor que ventana al mundo que lo rodea. Pero Porumboiu va aún más lejos. En sus mejores películas, el “procedimiento” en cuestión es materia de análisis, como si la película de principio a fin se discutiera a sí misma, se preguntara –y nos preguntara– por lo que está contando y las implicancias que eso tiene. POLICIA… es el ejemplo más claro de ese formato, que se repite de una forma para mí más arty y autoconsciente en CAE LA NOCHE EN BUCAREST. En cambio, THE TREASURE es un paso hacia la liviandad después de ese ejercicio algo afrancesado de estilización dramática. Se puede pensar que el primer paso en esa dirección la dio el año pasado cuando hizo la minimalista THE SECOND GAME, en la que miraba un partido de fútbol junto a su padre y se escuchaban sus voces comentándolo, entre lo casual/gracioso y lo políticamente denso. Aquí las peripecias entran en el territorio del detalle si se quiere excesivo, esa manera de ir y venir sobre situaciones que el cine americano habitualmente resuelve mediante bruscas elipsis pero que en las películas del rumano son el corazón del asunto. En esa reiteración aparece el absurdo, el humor y, más claramente, la realidad que circunda al motor narrativo de la película. El tesoro del título es en apariencia real y se le presenta como posibilidad a Costi cuando su vecino Adrian viene a pedirle prestados 800 euros. Costi le dice que no tiene, pero el hombre insiste y termina contándole para qué lo necesita: quiere comprar un detector de metales para descubrir un tesoro de la época de la Segunda Guerra que supuestamente está escondido en los jardines de la casa de campo de sus abuelos. Y si le presta la plata promete darle la mitad de lo que encuentren allí. Y Costi entra en el juego. Claro que la tarea no es fácil y cada complicación en el camino será detallada por Porumboiu a través de los protagonistas hasta el absurdo. Sintetizando, más allá de las dificultades específicas de encontrar el tesoro o no –cosa que hacen con la ayuda de un “especialista”– está un edicto que existe en el país por el cual todo tipo de material encontrado de antes de la guerra (imaginemos, monedas de oro) debe ser declarado y entregado al gobierno, que luego les devuelve un pequeño porcentaje. Y el “especialista” en cuestión es el que los debe ayudar a buscar el tesoro por fuera de los requerimientos y obligaciones legales. Este argumento de comedia de suspenso encuentra en manos de Porumboiu a un ejecutante de lujo, que sabe sacarle el jugo al absurdo de las situaciones, en una manera que hace recordar por momentos a esas comedias livianas de Hitchcock y otros de los años ’50, mitad en serio, mitad con un guiño en el ojo. Pero la película no apuesta a la comedia de forma evidente: son las complicaciones e idas y vueltas de la situación las que acercan a los personajes por momentos al absurdo, si bien lo que se esconde por atrás de ese “hallazgo” es bastante oscuro con respecto a la historia de ese país. El final será una sorpresa en todo sentido, narrativamente pero también en lo que se refiere a la mirada del mundo del director de BUCAREST 12:08. Casi como el reverso de CHRONIC, de Michel Franco, vista también en Cannes, en la que su director aprovechaba el cierre para meterle, literalmente, una patada en los huevos al espectador, THE TREASURE le entrega una sonrisa, tan fuera de contexto y potencialmente absurda como la otra, pero una que intenta no sólo darle una alegría al público, sino a los propios personajes.
Vaya si son apasionantes las películas con personajes en busca de tesoros. Desde El Mundo Está Loco, Loco, Loco, de Stanley Kramer, hasta La Leyenda del Tesoro Perdido, pasando por las andanzas de Indiana Jones y Los Goonies, ejemplos hay de sobra. ¿Qué puede resultar de un largometraje de este subgénero en manos de un autor tan alejado de la espectacularidad y la pirotecnia visual como Corneliu Porumboiu? Gracias a films como Cae la Noche en Bucarest y Policía, Adjetivo, Porumboiu se convirtió en uno de los nombres fuertes de los festivales de cine y de los espectadores más exigentes. Su estilo, seco y minimalista, y su sentido del humor absurdo, ya constituyen elementos fundamentales del cine rumano contemporáneo. En El Tesoro no se aparta demasiado de sus preocupaciones estéticas y temáticas, pero esta vez con un sabor, si se quiere, más tierno. Una noche, Costi (Toma Cuzin) le está leyendo aventuras de Robin Hood a su pequeño hijo, cuando aparece Adrian (Adrian Purcarescu), un vecino del edificio, para pedirle 800 euros. Su editorial quebró y necesita ir pagando las abultadas deudas. Costi no puede ayudarlo, ya que a duras penas puede con su trabajo y su familia. De ahí surge una revelación por parte de Adrian: supuestamente, su abuelo dejó un tesoro escondido en una vieja residencia familiar, en un pueblo vecino. Junto a un extravagante individuo que sabe manejar detectores de metales, estos antihéroes cotidianos partirán en busca de lo que podría ser la salvación a sus problemas económicos. A través de esta curiosa comedia, Porumboiu habla de la actual situación de la sociedad rumana (de hecho, de la situación europea en general), donde la clase media debe vivir día a día, sin demasiadas chances de ahorrar y pensar en un buen porvenir. Los planos largos, tan característicos del director, permiten apreciar un trabajo actoral fluido y realista, pese a que pueden provocar un efecto de monotonía en el público no muy acostumbrado a estas propuestas. Y resulta imposible no identificarse con estos personajes que se dejan llevar por el “tal vez” con tal de arañar una esperanza. El Tesoro es la contracara intimista de las cacerías de tesoros cinematográficas habituales, pero -a su manera- sigue siendo una historia de aventuras. Además, es la demostración de la buena forma creativa de un cineasta que no deja de sorprender.
El cine de Corneliu Porumboiu es un cine intimista que bucea en las sensibilidades de sus personajes para, de alguna manera, introducir, casi imperceptiblemente temas locales que se despegan del regionalismo y terminan construyendo una universalización de su propuesta. “El tesoro” (Rumania, 2015) de reciente paso por Pantalla Pinamar, y una de las películas de la última edición del Festival de Cannes, propone dos planos narrativos, que en conjunto, terminan por construir un relato, que sin sobresalir en su obra, terminan por consolidar su propuesta. En el arranque del filme, el primer plano de un niño en un automóvil en movimiento muestra la intimidad de un vínculo filial ante planteos irrisorios. El padre, por lo que luego nos enteramos, llegó a buscarlo tarde al colegio por problemas en el tráfico, éste le pregunta si está enojado, y ante la respuesta afirmativa le dice: ¿aun sabiendo por qué llegué tarde te molesta? En esa primera escena está la clave del relato, en donde el protagonista, Costi, será el eje de toda la película atendiendo siempre a los demás. Así, si en una primera instancia escucha al hijo, luego le lee párrafos de un Robin Hood ilustrado, para pasar a prestarle interés a un vecino que viene con una solicitud un tanto extraña, Costi, será la columna vertebral de los dos planos anteriormente mencionados. Hombre sostén del grupo familiar, pero también del que luego terminará por embarcarse en una sorpresiva aventura, Porumboiu intenta dejar de lado su afinidad por lo social, pese a que el vecino le plantee al protagonista una búsqueda de un extraño y olvidado tesoro para poder saldar deudas hipotecarias. La comedia invade la pantalla, pero no a partir de gags, sino de una rutinaria descripción de una búsqueda conflictuada y llena de obstáculos, en la que los intereses de los dos rastreadores, más la participación de un tercero con un extraño artefacto detector de metales, serán el puntapié para que “El tesoro” avance en su narración. Si encuentran o no el mismo, es lo de menos, porque el hábil guion termina por bucear en otras cuestiones relacionadas a los vínculos de los participantes dentro y fuera de la búsqueda, de cómo una pequeña mentira laboral puede llegar a las planas mayores planteando una situación compleja, o cómo la pasividad de la mujer de Costi puede sugerir en los otros una posible separación inmediata de ambos. La realidad del país se va colando de a poco, con diálogos sugestivos sobre la imperiosa necesidad de avanzar pese a los avatares económicos. Ese tesoro del título, tiene que ver más con aquello a lo que se aspira que lo que realmente se posee o poseerá. Una búsqueda que terminará por definir y transformar a sus personajes, algo que Porumboiu deja claro que la búsqueda del tesoro, es tan solo el puntapié para hablar de personajes honestos, simples, que terminan envueltos en situaciones complicadas por el solo hecho de querer ayudar. Los planos fijos, los interiores, los detalles del libro que Costi le lee a su hijo a diario, la descripción de la esposa, siempre en bata, pequeños indicios de una propuesta acorde al realizador, y que si bien podría haber volado mucho más en el guion, reposa su mirada en aquello que más desea mostrar, los vínculos.
En lo profundo de la noche El notable director rumano de Bucarest 12:08, Policía, adjetivo, Cae la noche en Bucarest y The Second Game apuesta otra vez por la tragicomedia y, más específicamente, por una historia de una búsqueda del tesoro para hablar del estado de las cosas (tentaciones, contradicciones, burocracia, control y miserias) en la sociedad de su país. Un pequeño gran film con múltiples connotaciones que le valió uno de los premios de la sección Un Certain Régard del Festival de Cannes 2015. El tesoro constituye un nuevo hallazgo de la cinematografía rumana, y otra muestra de cómo una historia pequeña, y que en este caso no cesa de transitar por el borde del absurdo, puede dar lugar a complejas situaciones y reflexiones que la trascienden. Costi, un burgués pequeño pequeño, un burócrata, comienza a soñar con grandezas cuando un vecino acosado por la crisis (el director Adrian Purcarescu), con una hipoteca que no puede pagar, llega a proponerle desenterrar un tesoro que su abuelo habría ocultado años atrás en el jardín de su casa de campo. Ese lugar, evocación de tiempos de abundancia ya idos, estuvo atravesado por la historia de su país. El tesoro a encontrar pasa entonces a constituirse como símbolo. Ambos se ponen a la búsqueda, en una suerte de programa de fin de semana. Desde la primera escena, con padre e hijo a bordo de un coche, se menciona a Robin Hood. La figura del héroe queda así instalada. Costi es un padre excelente, acompaña a su hijo, le lee historias de aventuras, y necesita de su admiración. Toda la búsqueda del tesoro está concebida como una aventura, y con el modelo del héroe Costi debe demostrarle al niño que ha tenido éxito. Hay complicaciones, claro: como en toda aventura, hay obstáculos que deberá superar. Conseguir el dinero para la empresa, después un detector de metales, cuyo técnico no es ni eficiente ni muy colaborador; durante la búsqueda del tesoro, se producen fricciones entre los protagonistas, que nunca se sabe cómo derivarán; y por fin enfrentar a la policía, y rendir cuentas: la ley indica que todo elemento que pueda contener valor cultural para Rumania debe ser declarado, y ceder parte de él al Estado. Una vez más, la burocracia siempre presente sólo está allí para entorpecer el desarrollo de las cosas y de sus protagonistas. El film está claramente estructurado en tres partes: la primera, urbana y fotografiada en una paleta de azules y grises, prepara la búsqueda. La segunda, rural, con tonos tierras y verdes, se desarrolla en el día de la búsqueda y está filmada en largos planos generales, sin los primeros planos que abundan al principio y al final. Sólo en el desenlae, cuando juegan los niños, como rasgo estilístico que aparecía en Policía, adjetivo, recurre a los colores cálidos. Y ese tercer acto, que tiene lugar nuevamente en la ciudad, constituye la peculiar consagración del héroe, con un último plano que es una lección de cine, y de gran significado moral. La película tiene momentos hilarantes, el humor, la farsa y el absurdo crecen a medida que pasan las horas de búsqueda, las derivaciones recuerdan a los films anteriores de Porumboiu, sobre todo Policía, adjetivo y su puesta en ridículo de la burocracia. Su film mantiene un suspenso inquietante, y la permanente duda de si se está hablando en serio o acaso todo se trata de una sátira. Pero sí, el asunto va en serio, sobre todo en la opinión de Costi, quien debe presentarse triunfador ante su hijo. Los diálogos entre marido y mujer (Cuzi y Cristina Toma), mínimos, secos, son imperdibles, y hablan del estado de la sociedad. Así como en Cae la noche en Bucarest una anécdota mínima, personal, daba pie a una reflexión sobre el estado del cine, en El tesoro toda la peripecia aparentemente muy simple, con su ambigüedad y cambios de tono, está abierta a múltiples lecturas referidas a la política, la historia de Rumania, la moral, la familia y la sociedad. Resulta inevitable el recuerdo de una obra de teatro reciente en nuestros escenarios, Cuando vuelva a casa voy a ser otro, de Mariano Pensotti, en la que también las huellas del pasado estaban enterradas en el jardín de los abuelos. Y este tesoro oficiaba como pretexto para hablar de la historia de los argentinos. Cabe subrayar también que tanto El tesoro como la obra teatral están basadas en hechos autobiográficos de Purcarescu, Costi y su mujer son esposos en la vida real, el chico es hijo de ambos, y el técnico es un verdadero especialista en detectores de metales, con todo lo cual ficción y documental se articulan de manera sutil y magistral. Ya en Bucarest 12.08 Porumboiu había abordado la historia de Rumania como sátira. En esta oportunidad, desarrolla su propuesta con mayor benevolencia: ácido, sí, pero también con ternura. En su quinto opus, Porumboiu se afirma como el mejor director del cine rumano.
El director de Bucarest 12:08, Policía, adjetivo y Cae la noche en Bucarest parte de una premisa en apariencia ridícula (la búsqueda de un tesoro en el jardín de una casa en la actualidad) para construir un film con múltiples alcances, que tienen que ver con la tentación, el miedo a ser descubierto y castigado, el sentido de la aventura y la fantasía, y el orgullo de un padre de ser el “héroe” para su pequeño hijo de 6 años. El protagonista es Costi, típico hombre de familia medio pelo de Bucarest. Un día su vecino Adrian, acuciado por las deudas, le pide que compre un costoso detector de metales y que lo acompañe a desenterrar una caja que supuestamente contiene todos los ahorros acumulados por su abuelo. Le ofrece, a cambio, la mitad de lo que encuentren. Con la ayuda de un tercer hombre (un supuesto experto en la materia) empiezan a recorrer el terreno y luego a cavar. Allí arranca la zona más interesante, contradictoria y compleja de un film que -como suele ocurrir en todos los de Porumboiu y con la inmensa mayoría de los exponentes del nuevo cine rumano- tiene varias lecturas y muy amplias connotaciones. Otro pequeño gran film de un país que no deja de sorprender.
Capas de la identidad rumana Por debajo de la engañosa llaneza de la superficie del film de Porumboiu se esconden todo tipo de niveles de lectura, que el espectador deberá ir encontrando paulatinamente, igual que los personajes de la historia van en busca de un ansiado tesoro. No hay que dejarse llevar por la aparente simpleza de El tesoro, la nueva maravilla del gran director rumano Corneliu Porumboiu, autor de films clave del cine de su país, como Bucarest 12:08 (2006) y Policía, adjetivo (2008). Por debajo de la engañosa llaneza de su superficie, se esconden sin embargo todo tipo de niveles de lectura, que el espectador deberá ir encontrando paulatinamente, un poco de la misma manera en que los personajes del film van en busca de su tan ansiado tesoro.Tres personajes que buscan un tesoro enterrado sirven como reflejo del estado de un país.El punto de partida no podría ser más básico y Porumboiu lo filma también con la mayor de las modestias, con funcionales planos fijos, donde lo importante es la relación de los actores con el reducido, asfixiante espacio que los contiene. Una noche, mientras Costi (Toma Cuzin) le lee una versión de Robin Hood a su pequeño hijo antes de dormir, suena el timbre de su austero departamento. Es Adrian (Adrian Purcarescu), un vecino que viene, sorpresivamente, a pedirle auxilio. No tiene para pagar la cuota de la hipoteca de su unidad y necesita 800 euros. Por supuesto, Costi tampoco los tiene, pero Adrian es persistente y le propone un plan: en su vieja casa familiar de provincia, se supone que su abuelo dejó enterrado un tesoro y si lo ayuda a encontrarlo, la mitad será suyo.Como sucedía en los films previos de Porumboiu, particularmente en Cae la noche en Bucarest (2013), quizá su experiencia más extrema junto con El segundo juego (2014), El tesoro está estructurado a partir de escenas que funcionan a la manera de pequeñas células narrativas autónomas, que se van imbricando unas en otras y van sumando distintas capas de sentido. Pero a diferencia de la aridez formal de esos ejemplos, El tesoro en cambio tiene un tono de comedia farsesca que la hace mucho más accesible y que la emparienta con la celebrada ópera prima de Porumboiu, Bucarest 12:08, donde el realizador también iba hilando con un humor muy cáustico la relación entre presente y pasado, entre la pequeña historia de sus personajes y la gran Historia con mayúsculas de su país.Lo primero que se infiere de la actualidad es que se está viviendo una crisis económica y que los bancos cobran cuotas e intereses usurarios por las hipotecas, al punto de que la única solución posible al problema parece tan irracional como encontrar un hipotético tesoro enterrado en el fondo de una casa. Que esa casa esté ubicada en una región en la que en 1848 se produjo una revolución de ricos terratenientes dispara aún más la fantasía de la fortuna que puede estar esperando a los dos socios circunstanciales. Pero, supuestamente, el abuelo de Adrian ocultó ese tesoro un siglo más tarde, ante la llegada del régimen comunista, para evitar una confiscación que el Estado rumano puede llevar a cabo también hoy, en caso de que considere que el hallazgo sea considerado “patrimonio nacional”. Por eso, el proyecto de Costi y Adrian debe llevarse a cabo en el mayor de los sigilos, casi en la clandestinidad, lo que no los exime del riesgo de ser delatados, una vieja práctica del antiguo régimen que tal parece no se extinguió con la llegada de la democracia y la incorporación del país a la moderna comunidad europea. Finalmente, que el lugar del “crimen” haya sido primero una importante finca familiar, luego durante el comunismo un albergue infantil, más tarde, en los albores de la democracia, un bar con desnudistas, y ahora lisa y llanamente una ruina, sugiere bastante sobre los últimos setenta años de Rumania.¿Y el tesoro? Para encontrarlo, Costi y Adrian contratan de manera irregular (¿hay algo que se haga por derecha en Rumania?) a un veterano operario que llega, a falta de uno, con dos detectores de metales, a cual menos eficiente, y uno particularmente ruidoso cada vez que descubre el más mínimo clavo. Lo que, al suspenso propio y un poco vano de la búsqueda, el film le suma una cuota de incómoda tensión dramática, no exenta de humor absurdo. Considerando que Porumboiu prescinde –como en todas sus películas– de música incidental, su uso del sonido es particularmente valioso, como esas sordas, envidiosas voces en off que se escuchan de unos vecinos, potenciales delatores.Hay infinidad de detalles más que el espectador deberá ir descubriendo y disfrutando en apenas 89 sintéticos minutos –el jefe de Costi, a quien es más fácil mentirle que decirle la verdad; la aparición en escena de la policía; un ladrón a quien unos y otros deciden recurrir–, pero debe decirse que el final no sólo es sorprendente sino de una rara nobleza. En las antípodas del cinismo imperante en mucho cine actual, Porumboiu cierra la película con un gesto de altruismo propio de las lecturas con que el bueno de Costi, sin duda el héroe del film, forja el espíritu y la fantasía de su hijo, con quien simétricamente se abre y cierra el film, como un signo de esperanza. Que un cine de un realismo tan crudo y duro como suele ser el rumano apele, sin traicionarse a sí mismo, a una coda casi de cuento de hadas no es sólo una novedad sino también toda una declaración de principios, un acto de fe en el cine mismo como máquina narrativa.
En junio de 2014 aterrizaba en Argentina el controversial film Cae la noche en Bucarest (Când se lasa seara peste Bucuresti sau metabolism), penúltimo del director rumano Corneliu Porumboiu, quien venía de triunfar en el Festival de Cannes con 12:08 al este de Bucarest (2006) y Policía adjetivo (2009). El tesoro no fue la excepción: ganó Un certain regard. Enderezándose frente a las convenciones del cine de género respecto a su anterior film, pero de todas formas sin dejar de mantener un grado de pequeñez, Porumboiu presenta una búsqueda del tesoro -literal- que sorprende por la cotideaneidad con la que es tratada. Pocas personas pueden negar que el concepto de “búsqueda del tesoro” resulte apasionante. Este latiguillo, casi siempre ficcionalizado y pocas veces verificado, entra en el imaginario de las películas de aventuras, westerns, videojuegos, cuentos y hasta leyendas. Por ejemplo, la búsqueda puede ser confeccionada de la manera que lo está en el spaghetti western El bueno, el feo y el malo (Sergio Leone, 1966), donde un soldado que agoniza logra “cantar” antes de morir las coordenadas de una importante cantidad de oro. O bien, más cercano en el tiempo, el tesoro del barco de Las aventuras de Tintín: el secreto del unicornio (Steven Spielberg, 2011), donde la búsqueda se envuelve de fantasía animada bajo la mano experimentada de un maestro; o las riñas contra piratas de Jim Hawkings en el libro La isla del tesoro, de Robert L. Stevenson, que es un as en lo que al tema refiere y que ha servido como un tronco del que se le desprendieron todo tipo de ramas. Hay algo que todas estas historias tienen en común: encontrar ese tesoro. ¿Qué harías si tu vecino toca la puerta de tu casa y te dice que lo ayudes a encontrar un tesoro en su antigua casa de campo? Costi (Toma Cuzin) no dudó mucho, le prometió a su pequeño hijo que encontraría un antiguo tesoro (el niño se imagina las historias contadas en el párrafo anterior) y se encaminó junto a su vecino Adrian (Adrian Purcarescu) y el encargado del detector de metales, Cornel (Corneliu Cozmei). Desde un primer momento, casi cualquier espectador sabe que no va a ver una búsqueda convencional. Si recuerda la última película de ficción de Porumboiu, a pesar de rozar lo experimental (tiene solo 17 planos), puede llegar a darse cuenta de que la mirada del autor se impone por sobre todas las cosas y que el ingenio es admirable. El director toma el concepto de niño como algo supremo en El tesoro. A pesar de no aparecer más que en unos pocos planos, el hijo del protagonista es el que lo provoca a actuar como el Indiana Jones más cotidiano y simple del mundo, o como el niño más aventurero de una fantasía animada. El compromiso con el que los secos personajes toman la búsqueda del tesoro es el motor de la comedia. El exagerado cuidado y compromiso con el que los personajes desarrollan la acción principal, en los tiempos de hoy casi convertida en un mito, alimenta a la comedia y transforma a esta película de aventuras en una muy singular. Porumboiu satiriza a la pérdida de la niñez y abraza esta etapa sin querer soltarla. Para él ese es su verdadero tesoro.
En El tesoro, la historia rumana enterrada en un jardín El film de Corneliu Porumboiu recobra el convulsionado pasado de su país a través de las peripecias de una familia en busca de un botín que los salvará económicamente Corneliu Porumboiu es uno de los directores más reputados de la nueva ola del cine rumano, consolidada en la última década. Parte de esa generación dorada que también integran Cristi Puiu, Cristian Mungiu y Radu Muntean, es un artista celebrado por la crítica europea y valorado especialmente en Cannes, donde esta película tuvo un espacio en la sección paralela A Certain Regard. El tesoro empieza con el diálogo entre un padre y un hijo en el que los roles parecen invertidos: es el niño el que pone en caja al papá que llegó tarde a buscarlo a la salida de la escuela. En esa conversación donde todo lo que se dice importa (una característica del cine de Porumboiu) aparece de pronto Robin Hood, el legendario héroe de la tradición británica que ayudaba a los más necesitados. La mención no es gratuita: no pasará mucho tiempo -apenas el necesario para pintar con dos o tres pinceladas la abulia de esa familia cuya gris vida cotidiana parece reclamar a gritos la aparición de algún golpe de timón que cambie las cosas- hasta que Costi, el papá regañado, se encuentre inesperadamente ante una oportunidad que considera única. Un vecino que tiene dificultades para pagar su hipoteca le pide dinero prestado. Ante la negativa de Costi regresa con una oferta que luce más tentadora: la búsqueda de un tesoro enterrado en el jardín de una vieja casa de campo familiar expropiada por el comunismo y que finalmente le fue devuelta en 1989, cuando el régimen de Nicolas Ceausescu cayera derrocado luego de veintidós años de controlar el Estado. Costi decide asociarse a su vecino para la búsqueda, que ocupa la mayor parte de la historia. Se les suma un especialista que genera con su rudimentario detector de metales una serie de situaciones cargadas de un humor no exento de melancolía. La pequeña aventura de los tres protagonistas revela sus ambiciones frustradas y sus sueños ocultos, a través de una farsa liviana que avanza a muy baja velocidad. Planos fijos y largos planos secuencia configuran ese ritmo aletargado -una especie de El tesoro de Sierra Madre en plan Valium, digamos-, mientras empieza a filtrarse con insistencia información sobre la convulsionada historia rumana: la revolución de Valaquia de 1848 -que pretendía expulsar al gobierno impuesto por el imperio ruso-, la implantación del comunismo y sus consecuencias -que aún resuenan-, y la crisis financiera de los últimos años. Capa sobre capa, Porumboiu trabaja sobre la sedimentación que, acumulada, le dio forma a la Rumania contemporánea. Mientras tanto, los personajes excavan, se hunden literalmente en ese pozo que representa para ellos la esperanza de un futuro distinto. Y cuando la monotonía y el desencanto parecen maniatarlos, un final de cuento infantil musicalizado con la áspera versión de la banda industrial eslovena Laibach de Live Is Life, famoso single de los años 80 de los austríacos Opus, los proyecta en otra dirección y confirma a Porumboiu como un agudo observador de la tragicomedia humana.
Un señor tiene un problema de dinero, y cree que en la casa de su abuelo hay escondido un tesoro que puede solucionarlo. Convence a un vecino para contratar a un buscador de metales y ver si allí está. Sutilmente, de manera aparentemente cansina, Porumboiu cuenta lo que sucedió en Rumania entre los nazis y la actualidad, especialmente en la era comunista. Y con humor sutil, con perfecto poder de observación, pasa de un retrato social a un (casi) cuento de hadas. De lo mejor del año.
El Tesoro, la nueva película de Corneliu Porumboiu. En medio de la crisis de trabajo más grande que haya vivido Europa en mucho tiempo, Coti se refugia en su casa, con su hijo, ocupándose de que el mundo exterior no entre a la vida perfecta que él tiene preparada para el niño. Pero es a través de un vecino que constantemente lo interrumpe, se lanzara en una empresa que contiene muchas promesas pero muy pocas probabilidades de éxito, la búsqueda de un viejo tesoro familiar que nadie nunca vio. El tesoro es una película como nada de los visto en mucho tiempo. Emparentada un poco con el neo realismo y otro poco con el cine francés, este film de origen Rumano se detiene en los momentos más contemplativos sin detener por un segundo el dialogo, volviéndose dinámica al mismo tiempo que pasiva. Toma Cuzin encarna a Coti, y encabeza un elenco muy divertido que guiados más por pulsiones que por objetivos, logran llevar adelante una búsqueda donde la paciencia y la constancia son claves. El guion de El tesoro por otro lado es una verdadera Joya. Los diálogos entre el vecino y el operario que los ayuda bordean el ridículo todo el tiempo, pero nunca pierden coherencia. El mismo Coti tratando de mediar entre ellos tiene líneas que son excepcionales. Con estética minimalista y una sensación de cine independiente, El tesoro es una pequeña joyita que habla de muchos temas, todos muy prolijos, pero que en ningún momento se olvida de su tema central, el hijo por el cual Coti hará lo que tenga que hacer.
Una aventura minimalista El cine rumano se fue consolidando en los circuitos especializados, tanto entre los críticos como en los festivales donde ha cosechado una gran cantidad de premios. El director Corneliu Porumboiu desde su ópera prima Bucarest 12:08 (A fost sau n-a fost?, 2006) ha ganado el premio La Cámara de Oro en Cannes, donde en 2009 también ganó el premio Un Certain Regard por Policía, Adjetivo (Politist, adjectiv, 2009) y en 2015 por su nueva película El tesoro (Comoara, 2015), la cual ahora llega a las pantallas argentinas. Costi (Cuzin Toma) es un apacible hombre de clase media que cada noche a la hora de dormir le cuenta a su hijo historias de héroes como Robin Hood. Una noche su vecino Adrian (Adrian Purcarescu) le ofrece un trato: si él paga un detector de metales podrán quedarse con el tesoro que su abuelo enterró en una gran propiedad antes de la llegada de los comunistas. A pesar de su incredulidad Costi hace unos sacrificios para obtener el dinero y decide embarcarse en la aventura. Esta historia escrita y dirigida por Porumboui es una comedia brillantemente ejecutada, no hay que buscar los momentos de carcajadas porque simplemente no los tiene, sus situaciones pasan por otro lado. Es sobre dos hombres que no tienen demasiada ambición, solamente poder pagar las cuentas y llegar a vivir bien. Técnicamente correcta la fotografía a cargo de Tudor Mircea es una de las cosas más destacadas del film, sobre todo cuando los hombres llegan al lugar donde se esconde el tesoro. El tesoro es un pequeño film que con un ritmo que no es el usual para una aventura así de la cual se esperaría fuese más frenética, es un acierto y su duración es la justa ni un minuto de más. Además su escena final es emotiva y una de las mejores cosas de la película.
Un cofre rumano con magro tesoro Para cualquier niño, un tesoro es un cofre lleno de joyas como en la época de Robin Hood. El adulto atesora, en cambio, papeles con dibujitos que pueden cambiarse por otros papeles con dibujitos, tanto más valiosos si tienen un lindo número y un buen respaldo. Pero eso puede ser algo decepcionante para la fantasía infantil. También esta obra del rumano Corneliu Porumboiu puede ser medio decepcionante para quien se deje llevar por los panegíricos que la acompañan desde su aparición en Cannes 2015. Aun así, tiene sus méritos. "El tesoro" es un cuento rumano de humor asordinado, ocasional, con personajes agradables interpretados por actores inexpresivos, trama sencilla e interesante, buen enganche inicial afectado luego por algunos estiramientos, desenlace también agradable y remate desconcertante para más de uno. Pero que ata bien el moño de la fábula oculta detrás del cuento. En él hay un empleado público, inspector de baja categoría cuyo hijito lo sigue atento en la lectura de "Robin Hood". Y hay un vecino inútil con una fuerte hipoteca sobre su cabeza y una loca obsesión dentro de ella: encontrar los posibles dinerillos que algún antepasado suyo escondió por ahí. Ambos hombres unen voluntades. La búsqueda requiere un detector de metales con el técnico que sepa manejarlo. El técnico requiere pago en negro. Y esto recién empieza. Ahora, ¿cuándo habrán escondido esa riqueza? Pudo ser cuando la revolución de 1848, la invasión nazi, las expropiaciones comunistas, los negociados de los jerarcas comunistas, los negociados de las mafias postcomunistas, quién sabe. A esto se suman ponderables e imponderables, el argumento amaga casi continuamente con ir para un lado y toma otro, y plantea un problemita anexo: si llega a descubrirse un valor patrimonial, el Estado se quedaría con el 30%. Como sea, conviene evitar que se enteren los parientes, los envidiosos, los prepotentes, etc. Por ahí va la fábula: el eterno asuntito de la distribución de la riqueza, de la que pueden beneficiarse, como si fuera un gesto justiciero, quienes no hicieron nada para merecerla. El asunto cierra bien, y tendrá el beneplácito del público que gusta llamarse intelectual, pero dista de ser la comedia desopilante que los panegiristas proclaman. Tampoco da para decir que Porumboiu sea un nuevo genio, pero hay que reconocer que es ingenioso, tanto en contar algo de cierto trasfondo con mínimos elementos, como en solucionar descuidos de rodaje. Por ejemplo, durante un travelling anodino del fondo del jardín, que termina en el protagonista sentado, se oye a alguien decir que "está el loco buscando el tesoro del abuelo", pero no se ve a nadie ni se justifica el origen de la voz. Ese es un relleno puesto en edición para cubrir la duración del travelling. Igual queda como una especie de bache, de muy poco rigor que digamos.
El valor de los detalles Parecería extraño afirmar que no toda comedia tiene que hacer reír, a veces sólo con una mínima sonrisa basta para apreciar que la ironía es mucho más certera que un chiste liso y llano frente a cámara. Como ejemplo de esto, y tomando algunas características del cine independiente más reflexivo, “El Tesoro” podría considerarse casi un reflejo de la crisis europea de los últimos años en clave de cuento. Desde Rumania y con varios reconocimientos festivaleros a cuestas, su director Corneliu Porumboiu (“Bucarest 12:08”, “Police, Adjective”) toma la ciudad de Bucarest como escenario para contar la historia de Costi (Toma Cuzin), un asalariado de clase media baja con la única preocupación de mantener a su familia y compartir con su hijo el poco tiempo libre que le queda leyendo las aventuras de Robin Hood. Un día, recibe la visita de vecino Adrian (Adrian Purcărescu), el cual le propone asociarse en la búsqueda de un tesoro incalculable supuestamente enterrado en la casa de sus abuelos. Desempleado y con problemas económicos, la única condición de Adrian para compartir la utópica fortuna es que Costi invierta sus ahorros en alquilar un detector metales que los ayude en esta cruzada. Con algunas dudas al principio, aunque sin pasar por alto lo inverosímil que suena el mito, Costi se dará cuenta de que más allá de sus ambiciones materiales, esta es la oportunidad perfecta para finalmente convertirse en el héroe de su hijo. Como si se tratara de una fábula, “El Tesoro” cuenta una historia por demás sencilla y poética, haciendo especial hincapié en los pequeños detalles en vez de buscar la evidente comicidad. Para esto, Porumboiu decide narrar – fiel a su estilo – casi únicamente a través de tomas llamativamente extensas, momentos aparentemente interminables en donde a simple vista parece que la acción se detiene por completo. Sin embargo, dependiendo el criterio, este ritmo excesivamente lento puede ser capaz de focalizar la atención del espectador en gestos y simbolismos que fácilmente pasarían desapercibidos. A fin de cuentas, son estas decisiones y recursos creativos del director los que definen a este film como una comedia distinta de lo que se ve habitualmente. Un relato en donde lo más importante no es la acumulación de risas, sino la forma en la que se cuenta. Y probablemente sea ese el tesoro que Porumboiu deseaba que encontremos.
La búsqueda del tesoro En cada película de Porumboiu se pone en escena una fricción entre la ley y la libertad, la regla y el juego, la verdad y la mentira, entre un pasado enterrado y el modo en que vuelve a surgir en la superficie del presente. En este caso, lo que está oculto es un tesoro que funciona a la vez como motor de la ficción y vector de una reapropiación de la Historia. Para la familia del protagonista, la ubicación del botín tiene múltiples connotaciones: la ocupación alemana durante la guerra, la nacionalización después del conflicto y la transformación luego de 1989. Corneliu Porumboiu combina con inteligencia el espíritu de la comedia, la radiografía política y el placer del juego, con una película en la que el valor del tesoro es tan importante como recuperan la propia historia. El cineasta crea tensión a fuego lento con una sorprendente eficacia narrativa y una puesta escena precisa donde las palabras hacen vibrar los planos. La primera parte sigue la lógica del plano y contraplano con encuadres cerrados, pertinente para filmar el acuerdo entre Costi y Adrián. La segunda se desarrolla en un espacio abierto, con planos generales magníficos en los que Costi se convierte en una especie de extensión del espectador para observar la extraña e hilarante danza entre Adrián y el detector de metales. Cuando los chicos juegan a la búsqueda del tesoro, el potencial contenido del cofre es menos importante que las mil y una historias y aventuras fantásticas que implican la búsqueda. En el comienzo, Costi duerme a su hijo con la lectura de Robin Hood. Bajo una historia sencilla, leve y lúdica, en la película de Porumboiu subyace la cuestión de la propiedad, las riquezas desmaterializadas por el paso del tiempo y una idea fuerte de posesión ligada a la historia reciente del país. Finalmente, lo que el padre le entregará a su hijo no será el valor de las dudosas joyas, sino la posibilidad de apropiarse de los objetos para integrarlos al juego. Costi le ofrecerá una hermosa ficción.
Es oro, aunque puede no brillar Una comedia del mismo director de "Policía, adjetivo" y "Bucarest 12:08", con el dilema moral como premisa y un final de los mejores que ha dado el cine reciente. Otra más que agradable sorpresa proveniente del nuevo cine rumano llega hoy a nuestras pantallas tras su paso, en 2015, por el Festival de Cannes. El tesoro, de Corneliu Porumboiu, es un filme de una realizaciòn tan simple, sencilla, como impecable, que vuelve a ponder el foco en la ética y la moral no sólo de una sociedad. Porque si bien está ambientada en un tiempo y un lugar preciso, su prédica es común a cualquier ser humano, aquí, en Rumania o en Egipto. Costi (Toma Cuzin) recibe la visita inesperada de un vecino. Adrian (Adrian Purcarescu) le pide 800 euros para evitar asì que le embarguen su hogar. Costi tambièn pasa por problemas econòmicos, y por más que testimonia que quisiera, se niega a ayudarlo. La crisis y el desesmpleo golpean en todos lados. Pero cuando Adrian le indica que necesita esos euros para desenterrar un tesoro que sus antepasados dejaron en una casa durante la Segunda Guerra Mundial, accede. Es en el momento en que advierte que puede obtener un beneficio propio cuando Costi evalúa el costo. No es ayudar sin mirar a quién. Entre la recesiòn, Costi ve una salida. Es como apostar. Porumboiu va rotando, no el eje, sino el género de la película una vez que ambos personajes consiguen por menos dinero a un hombre que con un detector de metales los ayude a barrer el jardín, para saber dónde estaría oculto el bendito tesoro... Si es que tal existe. Y el director juega -y eso lo advertimos recièn en el desenlace- con los ánimos y la desconfianza que traemos los espectadores a la sala de cine. Porque ¿no será todo cuestión de un arreglo entre el buscador de metales y el vecino, para sacarle los euros a nuestro abnegado protagonista? Si encuentran el tesoro, ¿es cierto que el Estado se queda con gran parte de èl, como si fuera patrimonio nacional? ¿Y qué haría Costi, si se halla el tesoro, con su parte? Por supuesto que no vamos a adelantar aquí el final de la película, pero es uno de los más hermosos que haya dado el cine en los ùltimos años. Como en otras peliculas de Porumboiu, como Policía, adjetivo, sobre la opresión y la burocracia, y la más sardònica Bucarest 12:08, la incorruptibilidad -o, mejor aùn, la integridad- es un tema latente. Y Poromboiu es, ante todo, un gran estratega a la hora de sentarse a escribir el guiòn. Y, lo que es mejor, al llevarlo a cabo. Como si El tesoro fuera una adaptaciòn personal de Robin Hood, que Costi lee a la noche a su hijo. Cambia la entonaciòn de su narraciòn, cuando la película se torna en algo parecido a una comedia, siempre satìrica, tomando en broma a la burocracia, otra tematica común a las realizaciones del director rumano. Como si Porumboiu utilizara cada cambio de montaje como una señal estetica y de ética. Es que Porumboiu es recurrente en analizar el pasado reciente de su paìs. Como la charla gramatical en el final de Policía, adjetivo, esa excavaciòn en busca de un tesoro del que no se sabe nada más que por una expresión verbal, un relato inasible, fuera una metáfora acerca de un hombre comùn ante una situación inesperada, y cuál es su reacción final. Una gran película que nos conecta -de nuevo, con sencillez- con lo que yace adormecido en medio del caos.
Se encuentra bien narrada y pese al tema que trata tiene su cuota de humor y aventura, ambientada en Bucarest los protagonistas de esta historia viven una fuerte crisis económica, el desempleo y lo que dejó el régimen de Nicolas Ceausescu. Una vez más el director rumano marca los problemas de clase y nos vuelve a introducir en los temas políticos y sociales. Dentro del relato tiene un sentido muy especial el cuento de de Robin Hood al que se hace referencia en algunas secuencias del film.Fue premiada en Cannes y elegida para abrir la edición 12 del Festival Pantalla Pinamar.
El cine rumano tiene muchas historias como estas para contar: es el pasado el que se atesora enterrado en el fondo de un vieja casa heredada, dividida entre dos hermanos, usada sucesivamente como jardín de infantes, metalúrgica, herrería. Si se cava bien profundo, se llega seguramente a las capas de la edad del bronce, al imperio romano, al mundo medieval. El lugar se llama Islaz, una pequeña ciudad en las afueras de Bucarest, centro de la revolución liberal de Valaquia de 1848, allí van a parar dos hombres, vecinos, en busca del tesoro enterrado por el abuelo de uno de ellos para salvar las deudas hipotecarias que podrían hacer perder su casa. Porumboiu (Policia Adjetivo, Cae la noche en Bucarest) tiene sus modos de hablar de la historia de la nacionalización de la propiedad con la llegada del comunismo, de la recuperación con la revolución de 1989, de la burocracia y sobre todo, de los intereses en los créditos hipotecarios que actualmente ahogan a miles y miles de europeos. Solo el pasado parece poder salvar a esa Europa inmersa en la crisis de la propiedad y la migración: dos grandes temas de los que esta película elige el primero para enlazar las referencias a esa historia social y política con los deseos personales: los del padre que quiere convertirse en héroe ante los ojos de su hijo pequeño. Es que de ese pasado no quedan los brillos, tal vez por eso la preferencia por los colores de tonos apagados en la composición de la imagen de la fotografía de Tudor Mircea y el diálogo sencillo y sin floreos que hace que lo que se dice siempre vaya al punto. En la primera escena, el tránsito lo demora para ir a buscar al niño al colegio, el diálogo se centra en el enojo del pequeño, e otra escena el padre le enseña a defenderse frente a un compañero que lo acosa. Los planos son fijos, y el encuadre recto con respecto al espectador. Literalidad que se replica en los modos de los personajes de Porumboiu: ellos tienen problemas concretos que buscan soluciones concretas, no siempre tan simples como ellos. Sin embargo en algún momento, la manipulación de esa literalidad se manifiesta y estalla en una manera poética, sugerida. La lectura amorosa de Robin Hood del principio tendrá su cierre al final buscando aquello de lo implícito y lo sugerido que a lo largo de la pelicula fue tan cerrado. El corazón de la película es la búsqueda del tesoro con un hombre contratado con el detector de metales de su jefe, por la mitad de precio, sin declaración a la policía ni papeles que llenar, la extensión de esta larga escena descompensa y problematiza un poco su propia clasicidad. En El tesoro el tema no es el dinero, ni el oro, ni las joyas sino los niños. En definitiva, ¿no son de niños las historias de tesoros?
Un buen día a Coti, un ordinario hombre de familia, lo visita su vecino con una propuesta fuera de lo normal. Le propone visitar un terreno que le cedió su abuelo, en las afueras de Rumania, donde él cree que décadas atrás se enterró un tesoro. Coti es beneficiario de la oferta porque tiene el dinero para alquilar un buscador de metales. Si bien no tiene el mejor empleo, el buen hombre no parece necesitar de tal decimonónica empresa, pero igual entra al baile para ayudar al vecino. Y así arranca la aventura. Con la neblina matinal, Coti, el vecino y el dueño del detector de metales, un viejo de pocas pulgas, arriban a ese paraje desangelado, que tiene algo tarkovskiano, si se quiere, una entidad cuasi fantasmal, como el planeta Solaris y la zona Stalker. El viejo y el vecino, ambos de mal talante, entran a sacarse chispas; el viejo arranca con un buscador computarizado pero tiene que recurrir a uno antiguo, de esos que lanzan zumbidos. Los pocos vecinos se despiertan; el tesoro no aparece y, si aparece, cabe la posibilidad de que lo incaute la policía, una institución con el recelo estatal de los años soviéticos. Entre el registro casual, el humor y la magia, este nuevo film de Porumboiu (12:08; Cae la noche en Bucarest) reafirma la relevancia del nuevo cine rumano.
Una pequeña aventura Tal vez las películas del director rumano Corneliu Porumboiu (“Bucarest 12:08”; “Policía, adjetivo”; “Cae la noche en Bucarest”) no sean para recomendar a viva voz. Su cine es austero, simple, sin artificios. Sus planos fijos y sus largos planos secuencia imponen un ritmo lento y reflexivo. Sin embargo, sin ser apto para todo público, Porumboiu puede deslumbrar y conmover desde su simpleza, y “El tesoro” es una nueva prueba. La película se centra en Costi, un trabajador de la clase media con una vida gris y monótona que entra en un dilema cuando un vecino, desesperado por una hipoteca que no puede pagar, le pide plata prestada. Ante la negativa lógica de Costi en tiempos de crisis, el vecino va por más: le propone buscar un tesoro que su abuelo habría ocultado antes de la Segunda Guerra Mundial en una casa de campo como la solución económica para todos. Costi y su inesperado socio empiezan así una pequeña aventura, que tendrá por supuesto sus obstáculos: desde la contratación de un detector de metales hasta la posible aparición de la policía reclamando valores históricos. Con estos pocos elementos Porumboiu construye un relato de una tensión muy singular, con un suspenso tan sutil como profundo. De a poco el tesoro se convierte en la metáfora de un proceso en el que se cruzan los sueños frustrados, las contradicciones, la tentación de sacar ventaja, la burocracia y la corrupción. Y todo está atravesado por la conflictiva historia de Rumania, desde la llegada del comunismo hasta la crisis financiera que estalló después de 2008. La película también se guarda diálogos breves y reveladores, momentos de humor y uno de los mejores finales que se hayan visto en el cine en los últimos años.
RIQUEZAS DE UN PEQUEÑO-GRAN TESORO. Una película puede hacer muchas cosas en torno al dinero, la necesidad de tenerlo y los usos que podemos darle. El tesoro, el largometraje más reciente de Corneliu Porumboiu (1975), lo aborda trazando una parábola que crece en matices a medida que va desplegando, serenamente, su cadena de sucesos. Dos vecinos con apremios económicos deciden embarcarse en la búsqueda de un tesoro que les implicaría poder pagar sus deudas y mejorar su vida: de los preparativos, contradicciones y resultados de esa aventura está hecha esta historia que transmite la desazón de gente humilde sin crueldad, la expectativa ante un posible hallazgo salvador sin triunfalismo y el tuteo con el delito (de civiles y uniformados) sin cinismo. Casi no hay risas, gritos ni llantos en El tesoro: todo fluye con la mansedumbre de sus conversaciones, y si bien por ahí aflora la desconfianza, aún con dificultades los personajes llegan a un entendimiento. La comprensión del otro es uno de los grandes temas de esta generosa película. Mientras Costi, el protagonista (un Toma Cuzin siempre medido), va involucrándose en la búsqueda de ese enigmático tesoro, las sutilezas se suceden. Las formas en las que se empleó el dinero en distintas etapas del pasado en Rumania. El deseo de Costi de ser una suerte de Robin Hood para su pequeño hijo. El rol del Estado y el ambiguo funcionamiento de sus instituciones. La codicia que parece irremediablemente enfrentar a los seres humanos, sean adultos o niños. La no violencia y la perseverancia como medios para lograr objetivos trazados. La fuerza del juego y del misterio como motores para cualquier misión. Premiada en la sección Un certain regard del Festival de Cannes 2015 “por su narración magistral”, El tesoro progresa suavemente, sin pasos en falso. Cada plano, cada travelling tienen su razón de ser: basta ver la gracilidad de movimientos (de los actores y de la cámara) durante el breve diálogo de Costi con su hijo enseñándole a defenderse de sus compañeros de escuela, o la manera de exponer el contenido de la enigmática caja en distintos momentos. Igualmente admirable es el uso de la luz en las escenas nocturnas, en torno a esa casona que parece encerrar varios tesoros: recuerdos, historias, incógnitas. Despojado como films anteriores de Porumboiu, hasta la dirección de arte y el vestuario contribuyen a la caracterización de sus personajes prototípicos y a su atmósfera gris, atravesada sin embargo por ráfagas de humor sarcástico. El tramo final, bello y liberador, dispara en el espectador diversas reflexiones. ¿Cuántas películas de las que aparecen en la cartelera deparan ese placer? Lleva a preguntarse, por otra parte –y vienen a la memoria películas como Nueve reinas (2000, Fabián Bielinsky) o Relatos salvajes (2014, Damián Szifrón)–, por qué en el cine argentino resulta tan difícil encontrar un desenlace tan noble y poco materialista como el de este pequeño-gran film rumano.
De uno de los directores más importantes del nuevo cine rumano; Corneliu Porumboiu, y un film que nace de una anécdota y el proyecto de un documental. A través de este planteo mínimo, la historia de Rumania se cuela en esta visión distanciada que pone a los protagonistas en una aventura especial: Desde la revolución de 1848, el poder comunista, los destinos azarosos de la casa del tesoro, los resabios autoritarios, las contradicciones. Muy interesante.
A veces la facilidad y la simpleza llevan a lugares mucho más profundos en el arte. Más aun cuando se quiere llegar a como de lugar, forzando el natural fluir de los acontecimientos. Cornelio Porumboiu, uno de los directores de este nuevo amanecer del cine rumano, llega con un planteo sencillo. Un triángulo de personajes metidos en un círculo vicioso, o al menos retroalimentado en forma simbiótica Adrian (Adrian Purcarescu) tiene varios problemas de bolsillo. El principal es que necesita cubrir los intereses de la hipoteca antes que el banco se quede con su casa: “con esta crisis no hay trabajo. Hago algunas changas nomás.” Un diálogo que ayuda a instalar el contexto socio-político-económico del momento. Todo esto se lo dice a su vecino Costi (Toma Cuzin) como introducción para pedirle 800 euros prestados y así salir del paso. La justificación de la negativa no convence a Adrian, de que “no tenga el dinero en este momento”, por lo cual vuelve a insistir. Esta vez la solidaridad se disfraza de falsedad, porque en realidad el atribulado hombre quiere ese dinero para poder alquilar un buscador de metales y así desenterrar un tesoro que supuestamente está en una casa que dejaron sus abuelos en épocas de la Segunda Guerra Mundial. Parece que las leyes de tesoros nacionales son estrictas en Rumania, de modo que recurrir a un hombre que tiene el aparato, y además está dispuesto a quebrarla, pone de manifiesto una sociedad (¿moralmente ilícita?) momentánea para llevar a cabo la tarea. El dinero y las proyecciones con el mismo, de poder conseguirlo, y la falsa sensación de bienestar, accionan en los tres personajes que llegarán a discutir hasta de comunismo. Más allá de la impronta de estos vecinos, el que rompe la hegemonía del tedio es Cornel (Corneliu Cozmei). Muñido de un detector de metales, que ni él mismo entiende cómo funciona, el hombre algo ido o torpe en su registro, cataliza la acción dramática durante el tiempo que convive con el dúo, y por cierto aporta la cuota de humor seco sin el cual sería difícil seguir el relato. Este guión sólidamente escrito por el director pretende (y logra) indagar sobre algunas condiciones humanas que por estar impregnadas de la situación actual se potencian, o se invierten según la fuerza de convicción, con lo cual “El tesoro” se convierte en una suerte de ensayo social, sin que por esto prevalezca un lirismo exacerbado. Esto es posible al esquivar el facilismo de la posible grandilocuencia que por momentos amenaza con surgir. La sutileza le gana por kilómetros a lo literal, empezando por la lectura que Costi le hace a su pequeño hijo. Leen Robin Hood, pero será en la escena final, de una altura poética notable, cuando cobre sentido esa lectura, aun cuando la primera referencia está en el comienzo. En las primeras líneas de diálogo entre Adrian y el vecino es cuando uno puede relacionar el contexto social de la clásica leyenda inglesa con el actual en Rumania, pues en la época en que ocurre Robin Hood también había crisis, malaria, falta de trabajo y de plata en la clase trabajadora. El manejo de los silencios en busca del timing de comedia, la dirección de actores, la creación de la simbiosis (aunque se junten el hambre con las ganas de comer), y un tempo aplomado para contar el cuento desafían al espectador “El tesoro” es más que la historia de dos tipos que buscan la oportunidad de hacer plata fácil para salir de la malaria. Tal vez en los años por venir podamos tener en el cineasta Cornelio Porumboiu a un cronista de su tiempo. Mientras tanto es un muy buen director que hace muy buen cine.
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
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Lo que guarda el final del arco iris Un tesoro escondido como móvil para aventuras, disputas, contradicciones. La historia rumana contenida bajo tierra, con personajes decididos a descubrir cuánto hay de verdad. Cannes premió este film por la magistral narración del director. La búsqueda de un tesoro remite a aventuras, juegos, relatos. El cine la ha abordado desde todas las facetas posibles; entre ellas, con películas que permiten a sus intérpretes (y espectadores) jugar como si fuesen chicos grandes. Allí, por ejemplo, Oro y cenizas (1992), donde Walter Hill actualizaba un mapa con promesa de fortuna entre mafiosos de suburbios. O la anterior y demente Piratas (1986), en la que Roman Polanski le hace comer un ratón al gran Walter Matthau. En todo caso, el premio que espera a ser encontrado es móvil para el drama. Qué es lo que allí se esconde, entre riquezas y secretos, no puede menos que seducir. Algo así sucede también en El plan perfecto, de Spike Lee, con sus joyas guardadas en un banco, junto al secreto cómplice de empresarios con nazis. Es que a los tesoros se los guarda en esos ámbitos, en los bancos, nunca en casa. Así le dice la madre al hijo en la estupenda El tesoro, del rumano Corneliu Porumboiu, cuyas películas previas, todas estrenadas, el espectador sabrá recordar: Bucarest 12:08; Policía, adjetivo y Cae la noche en Bucarest. Con su film más reciente, Porumboiu ha sido premiado en el Festival de Cannes en la sección "Una cierta mirada" por su "narración magistral". No es para menos, el realizador rumano posee una comprensión del tiempo cinematográfico que, si bien varía entre sus títulos, sabe dónde y cómo exasperar. Pueden ser momentos muertos, suspendidos en la nada, también llenos de ansiedad. Su cámara nunca se altera, y los personajes explotan por dentro. En El tesoro, el MacGuffin lo plantea la invitación del vecino: uno apenas conoce al otro, pero entre los dos habrán de unir fuerzas para encontrar un tesoro viejo, apenas contenido en palabras oídas. Allí hay legado familiar, también crisis, régimen comunista, esplendores caídos, fantasmas más o menos aullantes. Ese tesoro podría estar en el terreno que media entre dos casas abandonadas, heredadas por este hombre casi desvencijado, a punto de sucumbir económicamente. Esas casas hablan de otros tiempos. Han sido refaccionadas, remodeladas como bar y club de striptease, con resabios de ladrillos y hierro de cuando eran fábricas. El recurso es brillante, porque apela a una síntesis histórica, de luces y sombras. Si el tesoro en cuestión posee objetos que daten de tiempos anteriores a la Segunda Guerra, serán de un valor especial. La policía es la custodia de estos descubrimientos, así que más vale ponerla al tanto. Pero estos vecinos -no amigos, sino apenas socios- se ponen de acuerdo para ver cómo salirse con la suya del mejor modo posible. En este devenir, hay trampas que sortear, que parecen mínimas o ingenuas, pero que construyen de a poco un tejido en donde la hipocresía es moneda de cambio. De alguna manera, todos eligen un camino alterno. Desde este lugar, El tesoro se construye a partir de un guión meticuloso, en donde la suerte que podría guardar el tesoro se justifica pero también se problematiza. Por un lado, porque se condice con el comportamiento de la mayoría: buscar el camino más corto; por el otro, porque las presiones económicas son duras, y cómo no creer en las promesas del final del arco iris. Por eso, ¿desde dónde cuestionar a los personajes? O también, pensar el film de Porumboiu como la semblanza de una sociedad en donde las decisiones económicas, políticas y personales se imbrican en una homeostasis que necesita, finalmente, de promesas misteriosas, en la forma del mito que se elija, para continuar en sus contradicciones. Esta aventura -que Porumboiu trata como tal, desde las coordenadas habituales de su cine, sin exitismo ni golpes de efecto, pero con el acento puesto en el desvío de la rutina- convive con la realidad cruda, con la explotación del suelo y la inercia económica de pueblos enteros. Estos datos se cuelan en el film, a través del televisor casual, como comentario irónico: está claro que el televisor no es un lugar a partir del cual soñar, mientras que el cine sí. Con su película, Porumboiu apela a algo ajeno a cualquier programa televisivo, con la tensión puesta en lo que podría pasar si, finalmente, los sueños fuesen ciertos. La alusión a la tierra muerta de las noticias tiene relación con las bombas inertes que su interior todavía guarda. Pero no es para esto que los socios necesitan del detector de metales, cuyo operador -otro avivado- reparte comentarios que salpican con los de estos otros, particularmente con el más desesperado, el que sospecha y está más ansioso, a quien la plata no le alcanza y está a punto de perder lo poco que tiene. Cuando se localice el lugar dónde cavar, los ánimos comenzarán a estirarse densos, de manera articulada con el atardecer y la noche. Hasta alcanzar planos detalles que den cuenta de la inminencia del desenlace. Luego, lo mejor. Las posibilidades a desplegar son el momento para el que la película prepara, y el realizador lo tiene bien claro. De paso, dice lo que debe -sin mensajería a domicilio ni moralinas para leer- sobre un sistema financiero de marcas registradas, capaces de provocar la admiración de los desprevenidos mientras se manejan los piolines de un mundo entero. Pero en verdad, El tesoro es una película sobre la infancia. Hacia allí se dirigen todas y cada una de las paladas de tierra, en procura de ese mundo que alguna vez se habitó. Igualmente, no faltarán los matices, ya que hay que tener claro que se juega a los piratas porque se copia al mundo adulto. Es por eso que hay ciertos gestos que, si se los continúa de por vida, terminan por pegarse al cuerpo. La película culmina con un plano de cielo en donde el sol -en medio de una plaza, pero en alta mar, ¿por qué no?- supera todas las imbecilidades financieras o cotidianas. Ese sol, y nada más, es la elección final del director, así como la consumación de una puesta en escena magistral.
Como un golpe de suerte El director rumano Corneliu Porumboiu (“Bucarest 12:08”; “Policía, adjetivo”) sigue sorprendiendo al público con su particular modo de narrar. En su nueva película, “El tesoro”, condensa de una manera ingeniosa su estilo despojado y a la vez complejo de contar historias de su país. Historias que tienen como protagonistas a personajes impregnados de un espíritu que trasunta desencanto, falta de ilusión, chatura, hasta cierto derrotismo que los muestra apocados, serios y desprovistos de energía vital. Así es la impresión que ofrece Costi (Toma Cuzin), un hombre joven, casado, con un hijo pequeño, a quien se lo ve tratando de cumplir con su rol familiar pero sin poner ningún entusiasmo en su función, aunque es evidente que quiere que los demás, sobre todo su hijo, lo vean como un buen padre. El clima de chatura y mediocridad que se respira en su modesto departamento, sintoniza con un modo de vida burocratizado, gris y sin demasiadas expectativas, tal como Porumboiu describe a la sociedad rumana actual en todos sus films. Sus personajes son seres desangelados que parecen cargar sobre sus espaldas toda una sucesión de hechos convulsos que sacudieron al país en distintas etapas, provocando cimbronazos que afectaron de un extremo a otro tanto la economía como la inclinación política. Rumania forma parte de ese grupo de países que si bien pertenecen a Europa, han estado gran parte del siglo XX bajo la hegemonía del comunismo, y sus poblaciones han sufrido los azotes de las guerras mundiales y sucesivas ocupaciones, particularmente de parte de los nazis y los soviéticos. Pero a su vez, tienen sus propias raíces y tradiciones, que todavía subsisten, mal que mal, en el inconsciente colectivo, aunque en general, con una falta de vigor característica de quienes han vivido mucho tiempo bajo el yugo de regímenes autoritarios y represivos. Porumboiu explota todas esas vetas pero hace una lectura un tanto sarcástica de esa realidad. Muestra las contradicciones sociales acentuando el absurdo y las conductas un tanto extravagantes de los personajes, cuyas vidas están sometidas a los vaivenes del poder, que aunque cambie de manos y de orientación, al parecer, siempre termina castigando a los mismos. El caso es que Costi es un empleado cuyo sueldo apenas le alcanza para pagar su departamento, el auto, la escuela del niño y una vida sin lujos. En tanto que uno de sus vecinos, Adrian (Adrian Purcarescu), está en una situación un poco más apremiante. Su pequeña empresa editorial quebró luego de la última crisis económica del país y no puede hacer frente al pago de su crédito hipotecario, por lo cual está a punto de perder su casa. Una noche en que Costi está tranquilamente leyendo una versión del clásico Robin Hood a su hijo, Adrian llama a la puerta y se despacha pidiéndole 800 euros para tratar de resolver su problema. Costi no tiene para prestarle, pero Adrian insiste y viene con una insólita propuesta que logra quebrar su negativa. De modo que ambos se embarcan en una aventura que a todas luces parece delirante e infantil: intentar encontrar un tesoro escondido en una finca rural perteneciente a la familia de Adrian. Al parecer, su abuelo habría enterrado algo de valor en algún lugar, para salvarlo de la voracidad de los comunistas, quienes se adueñaron de la finca en su momento para darle diversos usos. Ahora, la vivienda, hecha una ruina, ha vuelto a las manos de la familia y es compartida con un hermano, quien aparentemente goza de una vida más acomodada. Porumboiu se divierte mostrando a estos dos perdedores esforzándose por encontrar una solución casi novelesca a sus problemas cotidianos, con la esperanza de salvarse mágicamente de la pobreza y la falta de futuro. El relato va incorporando pequeños detalles que hacen que la aventura parezca una insensantez propia de dos seres inmaduros y fantasiosos, y juega con el suspenso que crea la incertidumbre por ver cómo va a ser el desenlace, si trágico, tragicómico o (menos probable) exitoso. Pero el director rumano, sin abandonar su cáustico humor, le va dando giros inesperados a la historia hasta culminar con un broche de oro simpático y cargado de sentido, en el que el pequeño hijo y sus amiguitos tendrán un papel importante. “El tesoro” es una especie de fábula que ilustra un modus vivendi en donde las penurias de una vida gris y sin esperanzas puede verse sacudida por la irrupción de lo maravilloso y extraordinario, como un golpe de suerte.