Situada en Los Angeles en el futuro cercano, Her, de Spike Jonze, es una historia de amor que examina la intimidad en el contexto del mundo moderno. El protagonista, Theodore (Joaquin Phoenix), se gana la vida escribiendo bellas cartas personales para otros, pero está solo y triste luego de su divorcio. Hasta que descubre un nuevo sistema operativo que promete escuchar, entender al usuario y adecuarse a sus necesidades. Al iniciarlo, conoce a “Samantha” (Scarlett Johansson), una voz femenina sensible, simpática y sorprendentemente graciosa. Samantha tiene la capacidad de aprender y de pensar de manera independiente, volviéndola una secretaria perfecta para Theodore. Pero pronto los deseos y necesidades de ambos crecen, y lo que empieza como una relación de trabajo, deriva en amistad y luego se convierte en amor. Her explora la paradoja que acompaña a toda nueva relación romántica: queremos que nos conozcan, pero a la vez tememos darnos a conocer. Queremos establecer nuevas conexiones, buscamos el amor, pero a la vez eso nos asusta. En este sentido, Samantha resulta interesantísima como personaje, porque al ser una inteligencia artificial, no tiene pasado ni preconceptos sobre las cosas. Su falta de temor y prejuicios la vuelve totalmente libre y abierta a nuevas experiencias. Son pocos los momentos en que vemos a otras parejas de Theodore (una escena con su ex mujer, interpretada por Rooney Mara, y una cita a ciegas con el personaje de Olivia Wilde), pero el contraste resulta tan marcado como interesante: su ex es la encarnación del pasado de su relación, con todas las frustraciones y resentimientos del caso; su cita a ciegas logra malinterpretar las intenciones de Theodore, posiblemente por proyectar sus temores en él...
El amor ortopédico. No hay otra manera de pormenorizar una situación como la que nos ocupa: viendo la última película de Spike Jonze, uno llega a la irremediable conclusión de que se lo extrañaba -y mucho- en el contexto cinematográfico contemporáneo. Ella (Her, 2013) es su obra más armoniosa, podríamos decir más “tradicional” a nivel formal si no tuviésemos que aclarar que el componente surrealista sigue estando presente en el plano temático, conformando un díptico clasicista junto a Donde Viven los Monstruos (Where the Wild Things Are, 2009) y bajando considerablemente las revoluciones con respecto a las exquisitas ¿Quieres ser John Malkovich? (Being John Malkovich, 1999) y El Ladrón de Orquídeas (Adaptation, 2002). El convite nos ofrece la historia de Theodore (Joaquin Phoenix), un hombre que afronta un divorcio y trabaja en un servicio retro futurista de tercerización de cartas personales: es decir, escribe misivas bajo contrato destinadas a parejas, familiares y/ o amigos de un determinado cliente. Así las cosas, un buen día Theodore instala un sistema operativo en su computadora que se presenta a sí mismo como “Samantha” (Scarlett Johansson) y con quien eventualmente desarrolla una relación romántica que lo llevará a superar sus penas, revaluar el “vínculo estándar” con la tecnología y definir los límites concretos del cariño, reduciéndolos a su esencia para intentar comprender tales “circunstancias del corazón”.
El amor (tecnológico) después del amor Cualquier palabra que oficie como sinónimo de emotividad y de sensibilidad cuaja perfectamente en lo que respecta al carácter de este film. Her es más profunda de lo que se preveía que podía ser en su tráiler. Lógicamente, la interpretación majestuosa de Joaquin Phoenix (sobresaliente sea cual sea el rol que le toque) juega un papel importante a la hora de sumarle calidad y credibilidad a la proyección. Con una temática distinta y rara, fiel al estilo del director, la historia nos remite a la vida de Theodore (Phoenix), un escritor de poemas, un tipo solitario y vacío a la percepción. Deprimido por su reciente separación, descubre un sistema operativo portador de un modelo de inteligencia muy peculiar, capaz de entusiasmar a cualquier usuario. Entonces Theodore comienza a entablar relación con la voz femenina que sale de dicho dispositivo, quien se hace llamar Samantha (Scarlett Johansson) y consigue poco a poco conquistar a nuestro protagonista. ¿Puede una persona enamorarse de un sistema operativo? Spike Jonze construye, desde lo improbable de la cuestión en sí, un relato que a pura conmoción y sentimiento colisiona de lleno contra la afectividad del espectador. Her cala hondo en el corazón gracias a la capacidad técnica de su director para sumergirnos en la aflicción de Theodore, un sujeto que desborda ternura y que no puede olvidar a la mujer con la que contrajo matrimonio: los flashbacks, delicados, perfectos, nos retratan lo feliz que supo ser mientras estaba casado, en contraposición con lo angustiante que le significa recordar aquellos momentos. Jonze explora y va incluso más allá del ya inutilizado Msn; traspasa el chat y todo tipo de vínculo que se forje a través de las tecnologías. Incursiona en el mundo de las novedosas comunicaciones añadiéndole el componente que le permita a una máquina también sentir y evolucionar en ese aspecto. Theodore simplemente se relaciona con una voz detrás de un aparato, pero el enlace es tan fuerte e intenso que no puede frenarlo. Los primeros planos a Phoenix lo hacen lucirse gracias al nivel de expresividad supremo que posee el actor de The Master. Su mirada perdida, soñadora, ilusionada, más el acompañamiento de una banda sonora siempre tenue hacen estragos y no sólo emocionan sino además inquietan, mortifican y movilizan. Una película con un guión original, escrito por el propio Jonze. Difícil resulta encontrarle fallas o puntos que obren como elementos negativos. Una narración enternecedora que más allá de cimentarse desde una suposición incierta infunde frenesí y, sobre todo y por más complejo que pareciese, suena convincente. Una joya. LO MEJOR: el guión, lo profundamente conmovedora que resulta. El hecho de cómo algo improbable pueda dotarse de credibilidad. Una vez más, Joaquin Phoenix se come el film. Vale destacar el buen trabajo de Scarlett Johansson aportando, desde su voz, verosimilitud en lo que expresa. Los flashbacks, impecables. LO PEOR: el último cuadro, quizás, se podía estirar una pizca de tiempo más. PUNTAJE: 9,1
Ingresar al universo de Spike Jonze es, definitivamente, un camino de ida. Aceptar sus códigos y dejarse llevar es la clave para disfrutar de un viaje que promete grandes momentos. Her, su cuarto film, no escapa a la regla y entre destellos de coloridos bokehs nos dejamos seducir por el relato. Theodore (Joaquín Phoenix) es un escritor profesional de cartas de puño y letra que recientemente separado dilata la firma de su divorcio anhelando los tiempos felices del pasado en pareja. En épocas en donde la tecnología de las comunicaciones ha llegado a formar parte de nuestra cotidianeidad, es increíble pensar que Theodore se gane la vida creando objetos que, en el ya lejano pasado, eran la única manera de contacto. Viviendo entre una realidad complicada y un mundo virtual repleto de deseos y fantasías espectaculares, las relaciones interpersonales se vuelven el conflicto principal de este drama romántico que inventa ambientes mágicos en cada escena. Al compás de la banda sonora a cargo de los canadienses Arcade Fire, el espacio fílmico cobra personalidad y una delicada belleza fotográfica. Con actuaciones comprometidas y destreza dramática, los personajes de Phoenix, Adams y la sensual voz de Scarlett Johanson completan el escenario de esta mágica historia que reflexiona acerca de la soledad, la virtualidad y el complejo mundo del amor. Sin temor a caer en cursilerías, Jonze, se anima a desplegar toda su sensibilidad. Por Paula Caffaro redaccion@cineramaplus.com.ar
La soledad parece acrecentarse en este futuro cada vez más comunicativo. Las personas se alejan de las personas. Todo esta automatizado. Pero lo que no se puede programar son los sentimientos. Y esta película si algo tiene de bueno, entre muchas otras cosas, es que desparrama sentimientos. La nostalgia que se vive en la película por aquella relación que terminó, esos agujeros que quedan en el alma, esos recuerdos que duelen, están tan bien filmados, dirigidos, que nos duele a nosotros, es como si pudiéramos sentir el olor a una naranja a través de la pantalla. Acá podemos sentir ese pesar raro, melancólico, sobrio, de lo que fue no ya el fuego de la pasión, sino la tibieza del amor hecho recuerdo, hueco ameno pero doloroso donde extrañamos nosotros, como el protagonista. Pero no es solo ese sentimiento el que se desprende de la cinta, sino el que le sigue. El amor que Phoenix entabla con su sistema operativo. Un amor raro, anti estético, pero que tiene una carga de compañía, de quebrar la soledad de la que hablábamos al principio, unido a una pasión, a un re descubrimiento de la vida, y sus cosas bellas. Pero no todo es sentimiento ameno, los recuerdos, calan hondo. El querer transformar al principio, una relación con un sistema operativo en algo normal también choca con las posibilidades reales. Y después tenemos todo el trasfondo de lo que estos personajes nos vienen a contar sobre la vida, nuestra vida, sobre nuestro futuro, sobre nuestro presente, donde todo esta tecleado pero si no anda una tecla la desesperación entra a la orden del día. Donde ya no podemos despegarnos de nuestros “aparatos” tecnológicos, los cuales han hecho posible amistades y han acercado distancias, pero también han creado abismos increíbles. Todo eso dice este guión original de Spike Jonze que merece premio. Lo dice también la fotografía, fría por momentos, tibia por otros. Lo dice Phoenix en una actuación excelente. Lo dice Adams en una interpretación tan inocente como precisa. ¿Qué es el amor? ¿Qué es la soledad? ¿En plena época de las comunicaciones, estamos realmente mejor comunicados, o solo más comunicados? Para pensar.
La falta en ser La trama de Ella (Her) comienza mostrándonos a Theodore (Joaquin Phoenix), un hombre recientemente separado que está en medio del trámite de divorcio. Él además trabaja en un servicio retro futurista de tercerización de cartas personales; escribe correspondencia bajo contrato destinadas a parejas, familiares y/ o amigos de un determinado cliente adecuándose al motivo: cumpleaños, fallecimientos familiares, separaciones, felicitaciones, etc. En ese tiempo, un futuro para nada lejano, Theodore decide probar un nuevo Sistema Operativo (SO) que promete y asegura ser una entidad tan eficazmente intuitiva que podrá satisfacer las necesidades de cada usuario. Así, nuestro protagonista configura al sistema dandole una voz fememina y permitiéndole escoger un nombre. Ella es Samantha (Scarlett Johansson) quien, además de cubrir las necesidades de Phoenix, se anticipa a éstas, y al mismo tiempo, se va tornando sensible y divertida. Lo que iniciamente resulta en una relación profesional, con una muy eficiente asistente, se torna amistad y luego en amor. Además de Samantha, en el universo de este escritor hay otras mujeres: su ex esposa (Rooney Mara) a quien recuerda constantemente, su amiga Amy (Amy Adams) una realizadora audiovisual que está en una relación totalmente estancada, donde el amor sólo sabe ser unilateral; y una bella mujer a quien conoce en una cita a ciegas (Olivia Wilde) con quien concluye su velada porque ella malinterpreta sus intenciones, tal vez por miedo, tal vez por utilizar un mecanismo defensivo ante el posible amor. Así, Her logra explorar un enorme caudal de temáticas como la soledad, el anhelo de felicidad, las separaciones y el desamparo que éstas conllevan, así como el temor a un nuevo comienzo; cuestiones que en mayor o menor medida nos hermanan en tanto seres humanos. Sin embargo, la cuestión que hace atractiva la trama del film de Spike Jonze es que Samantha al ser un producto de inteligencia artificial, no tiene ningún tipo de preconcepto sobre la vida. Temor, desconfianza y prejuicios están totalmente ausentes en ella y le dan libertad a nuevas experiencias, con un gran entusiasmo sobre conocer el mundo y todo lo que éste puede ofrecerle. El psicoanalista Jacques Lacan en su obra retoma a Platón para analizar la naturaleza de los vínculos amorosos (ya que para el francés no se puede hablar de relación) desde dos polos: amante (erastés) y amado (eromenós), pero ¿qué pasa cuando tales figuras no están bien delimitadas? ¿Cuándo el amor resulta unilateral, o cuando los límites ( la distancia, las diferencias, y en este caso la corporeidad) se hacen tan reales que es imposible evadirlos? Este es el conflicto entre Samantha y Theodore, donde la naturaleza virtual de este amor y las diferentes cosmovisiones que ambos crearon internamente son ineludibles. Así Jonze, además de explotar al máximo nuestra actual dependencia con los dispositivos móviles y las redes virtuales, se corre del eje de crítica y opta por una postura más reflexiva, donde nos dice que el amor de por sí tiene un gran componente ortopédico, ya que viene (en distintos niveles) a querer completar una falta y generar una ilusión de completud que no se reduce únicamente a una pareja anterior, sino que tiene que ver con todos los aspectos de la vida humana. Joaquín Phoenix ya nos ha demostrado innumerable cantidad de veces (más recientemente con The Master de Paul Thomas Anderson) que puede asumir prácticamente cualquier personaje, y siempre generarnos algo sumamente poderoso con su interpretación. En el caso de Her, Phoenix presenta una de las mejores actuaciones de toda su carrera; permitiendo ver a un Theodore melancólico, poético y sumamente vulnerable; a la vez que también nos brinda su faceta feliz y divertida. Creo que justamente el poder de conmover que presenta el film reside allí. Jonze logra sumergirnos perfectamente en la aflicción de Theodore: vemos el mundo con sus ojos, sentimos lo que el siente, desbordamos de dolor y angustia cuando se recuerda un tiempo que tal vez pareció haber sido mejor, mediante los flashbacks sobre su vida matrimonial, con la felicidad y el sufrimiento que se acompañan y contraponen todo el tiempo. Además de Phoenix, las actrices que completan el elenco brillan en cada uno de sus roles: Olivia Wilde logra mostrar diversas facetas y emociones sobre sí en las pocas escenas que tiene; Amy Adams representa maravillosamente uno de los puntos más crudos de una relación: asumir la soledad y el sentimiento de extrañeza frente al otro estando en pareja. Pero tal vez lo que más fuerza le da a esta producción sea la interpretación de Samantha (Scarlett Johansson) quien tan sólo por medio de su voz genera una presencia multifacética. Tan poderosa que logra erizarnos la piel más de una vez, y desgarrarnos con una escena musical que será difícil no mantener en nuestros corazones cuando reflexionemos sobre las relaciones, el amor y la soledad.
Una locura socialmente aceptable. La soledad es una experiencia que nos colisiona contra nuestros sentimientos más profundos y desgarradores. Nos invita a conocer el abismo de nuestra propia personalidad y a dar un vistazo hacia el vacío y hacia el sinsentido de la existencia. Ella (Her, 2013), la nueva propuesta de Spike Jonze (Where the Wild Things Are, 2009; Adaptation, 2002; Being John Malkovich, 1999), es un film sobre la construcción de la identidad y sus contradicciones desde una mirada que mezcla un talante inocente con un humor catártico. En un brillante mundo futurista, donde las personas se han adaptado a la flexibilidad laboral, los sistemas operativos navegan libremente y los problemas materiales han pasado a un segundo plano, Theodore (Joaquin Phoenix), un escritor de cartas íntimas, de carácter antisocial y semblante triste, en parte debido a su reciente separación, comienza una relación con un sistema operativo de avanzada que posee lo que los expertos en ciencias de la informática han denominado “inteligencia artificial”. Theodore comienza a vivir con el sistema operativo, Samantha (Scarlett Johansson), una amistad que le permite abrir su corazón y experimentar un devenir amoroso que no involucra una relación carnal con un cuerpo. La brecha entre la concepción de la consciencia y el cuerpo como dos partes de un todo elaborada en la filosofía griega antigua y desarrollada por casi toda la filosofía occidental, se tensa hasta romperse, mientras el sistema operativo evoluciona con su lógica digital de asimilación de datos y el ser humano experimenta con sus limitados sentidos el mundo a su alrededor.
El vaso vacío. Si hay algo más lamentable que Ella, nueva obra pretensiosa, intelectualoide y banal realizada por Spike Jonze, gran director de videoclips, es el chato y unilateral protagonista de la película y el alarmante abandono por parte del director hacia un personaje al cual básicamente nunca llegamos a conocer. Por lo tanto, lo que le pase o no, nos importa poco y nada. Pero si Ella es lamentable, no es porque el Theodore de Phoenix se lamente de sí mismo -y pretenda que nosotros también lo hagamos por él- o esté todo el tiempo en modo apagado, sino porque su director no cree ni en él, ni en el amor (o peor, no sabe lo que es) y tampoco en el cine. Después de todo, qué se puede esperar de un realizador que confunde amor con egoísmo y complejidad con pretensión de tratar de abarcar lo inabarcable de la manera más burda posible. El resultado es el siguiente: personajes (o personaje y voz) que se la pasan hablando toda la película; lo que no sería un problema si dijeran de vez en cuando algo verdaderamente profundo. En vez de eso, Theodore expone a cada rato cualquier sentimiento que se le viene a la mente en su verborragia catártica de sillón de terapia, y Samantha, bueno, es únicamente voz. Entonces, lo único que propone la película es un ida y vuelta de afirmaciones monótonas y cortas para definir estados de ánimo o en otras palabras, cómo sonaría una charla entre dos twitteros: “Estoy feliz, estoy triste, estoy deprimido, estoy enamorado, me siento solo”. Cuando no están ocupando su tiempo hablando de esa manera, se dicen el uno al otro frases que intentan ser metafóricas como “El pasado es solo una historia que nos contamos a nosotros mismos”, lo que termina convirtiendo a la película en una obra banal, al igual que esa excesiva e irritante tonalidad instagrameada y pastel.
Voz y yo (Primeras impresiones sobre Her, de Spike Jonze) Theodore y Samantha se entienden. Ella lo acompaña como nadie, y es complicado afirmar que ella sea alguien, porque todo ocurre en un futuro muy cercano y Samantha es nada más y nada menos que un sistema operativo con una inteligencia artificial extraordinaria. Hay que ver como ese punto de partida propio de una comedia disparatada (o porqué no de una película de Subiela) se vuelve verosímil. Theodore no responde al lugar común de personaje desesperado que muestra su patetismo sosteniendo una vergonzosa relación imaginaria. Y Samantha no tiene cuerpo pero si entidad, y una manera muy genuina de relacionarse. Encontrar el tono adecuado es el primero de los muchos aciertos de este hermoso film. Lo unipersonal no quita lo romántico. Theodore y Samantha van de paseo, por la playa o por donde fuera, aunque sean mucho menos que dos. A él se lo puede ver casi todo el tiempo, antes del amanecer, del atardecer y de la medianoche, a ella solo se la escucha (que sea la voz de Scarlett Johansson ayuda mucho). En ese mundo cercano, un poco más avanzado, un poco más hipster también, y ciertamente bello (la fotografía y la música hacen la experiencia mucho más agradable) las relaciones entre personas y sistemas operativos son aceptadas (por lo menos por los amigos de Theodore). De hecho, en ese mundo, nada parece ser muy cuestionable o cuestionado. Tampoco el trabajo del propio Theodore que consiste en escribir cartas personales para otros dentro de una gran empresa que ofrece ese servicio. Con todo casi serenamente resuelto, solo queda perseguir el sabor del encuentro, y arriesgarse al dolor del desencuentro. Enamorarse es una locura socialmente aceptada, le dice una una amiga (de carne y hueso). Todos tienen mucho para decir. La tecnología no los ha deshumanizado, simplemente se ha vuelto algo más que se acepta. Jonze vuelve a demostrar, como en ¿Querés ser John Malkovich? (1999), El ladrón de orquídeas (2002) y Donde viven los monstruos (2009) que es uno los directores más interesantes del cine norteamericano actual, con un estilo definido y encantador, y un humor melancólico que lo conecta con el cine Wes Anderson, aunque con mayor amplitud y ambigüedad, pero sin llegar tampoco a la ambición y el riesgo de Paul Thomas Anderson. Aquí, más allá de la originalidad del planteo, de la belleza ostensible de cada imagen y cada sonido, deja poco espacio para preguntarse por cómo nos relacionamos con la tecnología y mucho para enfocarse en cómo nos relacionamos en general. El vínculo como un dispositivo ortopédico, un espacio a completar con nuestras propias proyecciones. En su película más amable, Spike se mete con el tema más incómodo.
Ella (Her). Volver al Futuro En un futuro no muy distantes, las computadoras personales (Persocom) han evolucionado tanto en su software como en su hardware. Ahora son creadas con cuerpo de hombres o mujeres y hay para todos los gustos, desde una pequeña de bolsillo hasta una que sea capaz de emular a una sirvienta al mismo tiempo que una computadora. En medio de todo esto, un estudiante de preparatoria se encuentra una Persocom en la basura y decide conservarla a pesar de que su disco duro estaba borrado. Poco a poco y mediante la convivencia se termina enamorando de ella para descubrir que su historia no es única y que se ha abierto un gran debate en la sociedad sobre la evolución de las relaciones interpersonales, donde ahora la gente interactua más con sus computadoras que con otras personas. Esta no es exactamente la trama de la nueva película de Spike Jonze, pero se parece. La historia que les acabo de contar es de un ánime japonés llamado Chobits, publicado en 2001 (y uno de mis favoritos). Como se darán cuenta, la idea no es tan nueva, pues nos viene persiguiendo desde que el internet dio el salto a todos los hogares y dejó de ser un lujo de gente rica. Lo que si es nuevo, es la manera de presentar la historia a la gente, mediante Theodore (un fantástico Joaquin Phoenix), quien es un hombre divorciado y que vive en soledad y sobrelleva el día a día de una manera triste y solitaria, hasta que conoce a Samantha, el nuevo software que compró para su computadora. Sam (la sexy voz de Scarlett Johansson) es un conjunto de programaodres que va creciendo y va enamorándose de Thedore a la vez que surge toda una enorme cuestión de metafísica (en la que afortunadamente no profundiza el guión para no hacerlo aburrido), sobre si pueden o no generar su propia conciencia las computadoras. Así, nos metemos en una hermosa historia de amor a la vez que jugamos con la tecnología y nos hacemos miles y miles de preguntas. ¿Hacia donde va la humanidad? ¿Hacia donde va el amor? Cada quién puede dar su definición y ese es un interesante debate que se abre: ¿estamos o no de acuerdo ante el romance de Theo y su computadora?. Cada quién tendrá sus argumentos, pero lo que no podemos negar es que Her es una hermosa e imperdible película romántica que todos debemos ver y pensar un poco acerca del amor. Nominada a mejor película (en donde tiene nulas posibilidades), a mejor guión (en donde esperemos que gane), mejor soundtrack -maravilloso Arcade Fire- además de canción y diseño de arte.
A pesar de su acotada filmografía, Spike Jonze se ha constituido como uno de los directores más interesantes y novedosos del cine contemporáneo. Con films como ¿Quién quiere ser John Malkovich? y El Ladrón de orquídeas este cineasta ha incursionado en los recovecos de la mente humana de modo declaradamente artístico y enrevesado. Su último trabajo, Her, se presenta como una historia de amor pero nuevamente con el sello rebuscado y psicológico. Theodor (Joaquin Phoenix) es un hombre deprimido y desahuciado por su divorcio. Necesitado de cariño y envuelto en la era tecnológica de las comunicaciones vacías y alienantes, sin poder relacionarse con mujeres “reales”, entabla una relación con Samantha, un sistema operativo. A partir de esto podemos pensar en la dicotomía que recorre todo el film: ¿qué es lo real? ¿Es la corporalidad lo que hace humano al hombre o los sentimientos? Esta es la problemática que la película pone sobre el tapete. Se puede decir que, en este sentido, la historia tiene un aspecto de ciencia ficción. Samantha dice sentirse tan humana como el resto y de hecho encuentra, de modo optimista, los beneficios de no ser físicamente existente. Esto genera un interesante contraste narrativo entre las imparables ganas de vivir y conocer que tiene Samantha, su fascinación por lo nuevo y la abulia, cansancio y desencanto de Theodor. Al mismo tiempo, él duda de esta relación por la falta física de su novia, a pesar de que encuentran el modo de amarse, tener sexo, acompañarse, etc. Así, esta historia plantea una nueva concepción del amor y las relaciones humanas, dejando al cuerpo como instancia relativa y no tan indispensable. Esta idea se sustenta con el fracaso del matrimonio de Theodor y el de su amiga, Amy (Amy Adams). Podría decirse que Her es una película fundamentalmente actual, que pone el foco en la soledad del humano en medio de un mundo atestado de comunicaciones rápidas y despersonalizadas. En este sentido, la película es un despliegue visual de esta situación de los llamados países del “primer mundo”. Así mismo, la temática del desamor, la soledad y la búsqueda de cariño son temáticas tan antiguas como el mundo mismo. De este modo, Spike Jonze busca motivos clásicos y eternos pero insertos en una actualidad escalofriante. Joaquin Phoenix aparece en este film en todo su esplendor, encarnando un personaje sumamente profundo y humano, y desplegando una faceta de él poco conocida. No se puede dejar de mencionar al personaje de Samantha, interpretado por Scarlett Johansson, que si bien no tiene aparición física en ningún momento, logra crear un personaje muy definido y de gran importancia sólo a partir de su voz. Es notable lo que se logra con la expresividad de la voz, casi al mismo nivel que la actuación de Phoenix. Otro aspecto que hace de esta película un placer visual es su cuidada y equilibrada estética con un gran predominio del color rojo, espacios modernos e imponentes. La música no es un elemento menor y se convierte en uno de los mejores acompañantes para las sensaciones: compuesta en su mayoría por Arcade Fire, con participaciones de Karen O (Yeah Yeah Yeahs) la música de Her es más que un gran acierto estético y emocional. La belleza de las imágenes, el interior de Theodor dejado al descubierto encuentran su correlato y se completan con las bellas canciones.
Nostalgia por lo humano La soledad es un tema universal, el amor también. Ahora bien, con la llegada de la era virtual y la frontera digital a cuestas se han roto y abierto nuevos paradigmas que se entroncan desde las raíces más profundas con aquellos tópicos que desde los ancestros marcan el derrotero de nuestra existencia y que procuran responder tal vez ese interrogante más incómodo que nunca queremos afrontar: ¿Cuál es el sentido de la existencia humana si existe la soledad? Tal vez enamorarse; encontrar esa mitad para complementar el propio vacío nos acerque a una respuesta aliviadora, pero conscientes siempre de la fugacidad no nos alcanza y entonces surgen alternativas para no estar solo. Internet y las redes sociales llegaron para ocupar ese vacío; llegaron para destapar nuevos vacíos y de ese nuevo vacío -y tantas otras cosas- es de donde el guionista y director Spike Jonze parte para desestructurar a cualquier espectador que pretenda encorsetar su película en un género o procure traducir en una reseña de qué se trata Ella. El futuro en el que se ancla el film está mucho más acá que allá, porque los elementos que se juegan en la trama existen en el presente pero su aplicación y dinámica excede por ahora la realidad. Con esto quiero decir que es factible que una computadora hable e interactúe con un humano -no que evolucione por su pensamiento- ; realice tareas por él a fin de complementar sus actividades y que ese nexo de interacción entre ambos se pueda percibir –siempre desde el punto de vista del usuario- como algo real; como si tuviese entidad, donde lo artificial se ve anulado precisamente por la necesidad perentoria de creer en algo. ¿Acaso el amor no puede entenderse en cierto sentido como un acto de fe que involucra a dos en principio, cuando no a tres o más de tres? Ella es un film que abraza la nostalgia por lo humano, dado que el conflicto invisible que arrastra a sus personajes no es otro que haber perdido el tacto por lo humano en reemplazo del no tacto que propone lo virtual. En eso se juega también el cuerpo, lo físico y el deseo no como proyección sino desde lo visceral y la imposibilidad concreta de convertir en acto ese deseo. La originalidad del guión del creador de Ladrón de orquídeas es por un lado la efímera sensación de construcción de un mundo perfecto para los ojos del protagonista, Theodore (Joaquin Phoenix), cuya tarea consiste en escribir cartas ajenas o tarjetas de salutaciones y seguir ese derrotero de vidas de terceros que lo conecta con su fibra sensible. Su vida social es tan mustia como la música que escucha y el recuerdo de una relación de pareja idílica lleva fecha de vencimiento dado que su próximo paso en el amor es el divorcio definitivo de aquella mujer que pareció amarlo pero que un día se desencantó por verlo cambiado y decidió dar un paso al costado, dejando una importante herida en Theodore y una cuña imposible de romper en ese círculo vicioso de la interacción con otras personas de carne y hueso. La perfección espontánea llega a partir de la instalación de un sofisticado sistema operativo -se acuerdan de la deliciosa Sueños eléctricos, 1984- que cuenta con la particularidad de ir evolucionando a medida que toma contacto con su usuario. Eso para Theodore es Samantha (Voz de Scarlett Johansson), una alternativa virtual que lo va acompañando en su rutina ¿evolución? y que lo entiende, lo valora, lo necesita igual que él en relación a su dependencia. Samantha comprende los sentimientos e indaga acerca de las particularidades que constituyen los avatares de la existencia humana y con esas respuestas refleja las contradicciones y los miedos por los cuales ese mundo perfecto se derrumba. La virtud de Spike Jonze es también la de haber creado un personaje absolutamente fuera de campo que tiene más presencia y peso que el propio protagonista, aunque lamentablemente se reconozca muy rápido a Scarlett y entonces se complete ese rostro que nunca aparece y la personalidad avasallante de la actriz surge aunque no se la convoque a pesar de la ausencia del cuerpo. El resto de los laureles se los lleva Joaquin Phoenix en una actuación memorable y Amy Adams que opera como espejo o elemento simétrico para que el conflicto de la incomunicación y la soledad encuentre otros rumbos en paralelo y abra otras grietas. La simetría por ejemplo la constituye el hecho de que ella se dedica a programar juegos interactivos y también esas vidas virtuales forman parte de su propia vida apagada. Spike Jonze no comete ningún exabrupto o recae en líneas explicativas para despejar todos los interrogantes que atraviesan el universo de Ella; abraza desde lo formal y la imagen melancólica con tonos opacos (soberbia la fotografía de Hoyte Van Hoytema), la música de Arcade Fire y un texto surcado por diferentes capas narrativas aquel cine contemporáneo y urgente que da cachetazos al Hollywood mediocre, moralista y bien pensante, que adormece con finales felices el espíritu del público en vez de proponerle un puente para que se conecte con lo más profundo de su esencia: su dolor y su creatividad para superarlo.
Ella es una tierna, convincente y original historia romántica que peligrosamente puede llegar a suceder en la vida real. La historia atrae, conmueve y entretiene, pero llega un momento, después de la primera mitad de la proyección, en que la magia de ver al personaje de Joaquin hablando con la voz femenina de su nueva tecnología se rompe y empieza a tornarse...
Amorosa soledad “Cuando amo, soy muy exclusivo”. Se supone que lo dijo Freud, o por lo menos así lo cita Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso cuando le toca meterse con esos asuntos aguerridos de los celos y las exigencias. Pero no deja de ser conmovedor imaginarse al tipo que trabajaba de explicar a los otros siendo de pronto tan poco explicativo, tan caprichoso, dando lugar a lo irracional de reconocer que en el amor lo normal es ser un niño celoso que mataría a los hermanos con tal de no tener que compartir a la madre. Hay pocas cosas que puedan matar tanto y tan pronto al amor, o a la idea idealizada (sí, lo sé, redundancia) del amor que consiste en pensarse el enamorado en una especie de burbuja con el otro en la que el mundo y los demás se suspenden, como la aparición de un tercero. O un cuarto. O un quinto, sexto, séptimo, un batallón de mil, todo un mundo de usurpadores potenciales gracias al cual uno deja de ser LA persona, el rey del corazón del otro, el único, para pasar a ser sólo uno más entre tantos, rebajado de pronto a una mediocridad que hiere, que anula. Así es como se revienta una burbuja. En Ella (ganadora del Oscar al mejor guión original y candidata segura a ganarse un lugar de culto en la línea de otras películas como Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, de Michel Gondry; y Perdidos en Tokio, de Sofia Coppola), Spike Jonze se mete con esa burbuja, la construye delicadamente aunque parta de un argumento insólito porque cuenta con una materia prima fundamental: la mirada de Joaquin Phoenix, la misma que le dio sustancia a esa otra gran película intensa que es Los amantes, de James Gray. Phoenix es un hombre separado y algo retraído que en un futuro muy cercano trabaja de algo que ya está casi extinguido -escribir cartas a mano- y habita un gran departamento semivacío y vidriado que hace del confort y la posibilidad de contemplar la ciudad desde la altura, cosas que sólo resaltan la soledad del que está aislado. Como el presente de Eterno resplandor…, el futuro de Ella es este mundo tecnológico apenas difuminado por retoques que le dan a la ciencia y a las máquinas un lugar un poco más preponderante del que tienen ahora (¿o será el mismo lugar que ya tienen?) en la vida de las personas y sus emociones. Menos interesadas en la fantasía futurista que en resaltar apenas una línea del presente, así como Eterno resplandor… planteaba la posibilidad de borrar el recuerdo de un amor doloroso, Ella da por sentado que en ese casi-no-futuro es un asunto admitido que las personas se enamoren y tengan relaciones de pareja con sus máquinas, o mejor dicho, con sistemas operativos más desarrollados que reúnen -exceptuando los cuerpos- toda esa lista de requisitos que se conoce normalmente como “personalidad”. Claro que, como contrapeso intenso de la mirada y la expresividad facial de Joaquin Phoenix, el film tiene a la voz de Scarlett Johansson como la “Ella” del título, la enamorada, una voz tan sedosa y divertida a la vez que casi no hace extrañar el cuerpo de la rubia. Con esa maravilla de casting es posible burlar toda la ridiculez potencial del asunto, y Jonze lo consigue con una película que por momentos también es lúdica y divertida, y eso le agrega inteligencia donde podría haber una solemnidad no requerida (de paso, me gusta que, junto con Cuestión de tiempo / About Time y su primer encuentro en un rebuscado restaurante para ciegos, últimamente hayan aparecido un par de películas que en el más visual de los medios tratan de recuperar esa otra dimensión del oído como detonante del amor, casi como encuentro directo con el alma del otro, si es que por alma se entiende la risa, la manera de acariciar con las inflexiones de la voz, y ese tipo de seducción que se reparte a medias entre el tono y el modo de usar las palabras). Con el carácter fantasmático del amor -ese que no cambia mucho ya sea que amemos a una persona, al poster de una película o una maceta con su respectiva planta, porque después de todo, ¿qué es lo que amamos en el objeto amado? ¿Al cuerpo más la personalidad, o a esa sustancia esquiva que siempre está un poco más allá de nuestro conocimiento, nuestra posesión y nuestro alcance?- se mete Ella, que tiene en Amy Adams un complemento depresivo y femenino del melancólico Joaquin Phoenix. Y que además, cuando parecía que todo el conflicto iba a centrarse en la evidente y limitante falta de cuerpo de Samantha, el sistema operativo adquirido por Phoenix, se permite dar un giro mucho más interesante que es posible, también, a fuerza de tomarse en serio la bizarra relación planteada. Creo que es el respeto y el amor por la imaginación -porque es ahí donde se alojan irremediablemente los mundos habitados en la intimidad y las personas amadas- lo que le permite a Jonze, acorazado en ese Joaquin Phoenix que hace real y bello todo lo que toca, ser consecuente con un planteo que termina por tratarse mucho más de las emociones, o de ese oxímoron que alguien enuncia como “emociones reales”, que de la relación con la tecnología. Da la sensación de que desde el principio las escasas películas del director tuvieron como asunto a esa realidad como cavada por topos -ampliada pero también atravesada, agujereada, rota- que es la realidad imaginada. Y ahí se arma una línea que conecta suavemente a Ella con Donde viven los monstruos, la adaptación del cuento de Maurice Sendak donde ese nene que se queda solo porque lo mandan a la cama sin comer se parece al protagonista de Ella después de la separación, y el niño que se abre un mundo a fuerza de pensarlo y de creer en él no se diferencia del todo del enamorado que, en el momento de sentir, se mueve casi como un loco en un mundo imaginario.
Una voz en tiempos de soledad La última película de Spike Jonze, recientemente galardonada con el Oscar al Mejor Guion Original, transcurre en un futuro no muy lejano. Ella (Her,2013) se interna en la vida de un hombre que se enamora de una voz, producto de un sofisticado sistema operativo informático. Tal vez porque no puede desprenderse de su ex pareja, tal vez porque no encuentra nada que lo entusiasme, Theodore Twombly luce “apagado”, sumergido en una melancolía cotidiana. Su mente, sin embargo, trabaja para imprimir emociones en un papel, que son aquellas que otros no pueden expresar con su convicción y destreza narrativa. Claro, sabe cómo dominar el discurso y lo explota, por eso se desempeña como “escribiente de cartas emotivas” que luego –tecnología mediante- se imprimen con la letra de quien las encarga. Theodore está interpretado por Joaquin Phoenix, uno de los mejores actores de su generación, quien aquí es capaz de dejar entrever todo un mundo tan sólo con una mueca. La película se llama Her (ella), pero él lo es todo. Casi como un artilugio más (como esos “Tamagochis” que conocimos en los ’90) llega a su alcance una herramienta que asombra por su (¿aparente?) inventiva y nivel de subjetividad. Ella es Samantha, tan sólo una voz (la de Scarlett Johansson) que le ofrece lo que él necesita: compañía. Igual que en Inteligencia Artificial (A.I. Artificial Intelligence, Steven Spielberg, 2001), aquí el dilema pasa por saber cuál es el límite, cuán profundo es el nivel de mímesis entre lo humano y lo tecnológico y, lo que es más interesante, si esa zona liminal puede degradarse hasta fundirse en una misma cosa. Mientras que en ¿Quieres ser John Malkovich? (Being John Malkovich, 1999) y El ladrón de orquídeas (Adaptation, 2002) Spike Jonze llevaba a imagen guiones de desbordante inventiva, casi como si la idea fuera superar los puntos de giro ad infinitum, en Ella traslada su premisa “ingeniosa” hacia un espacio más intimista. En ese sentido, su último film es “conciso” si lo comparamos con el resto de su filmografía. Ella contempla el devenir entre ese hombre solitario y esa mujer sin cuerpo, la forma en la que se descubren, se enamoran y flaquean en su vínculo, las posibilidades amatorias que exploran e, inevitablemente, las amargas consecuencias. Pero la concisión de Ella va necesariamente más allá del guion; de allí que su visión deje al espectador cautivo de ese pobre hombre solitario. Hay un excelso pero nada superfluo diseño de arte; la ciudad “futurista” encandila por su transparencia, como casi transparente es el departamento de Theodore, con sus enormes ventanales que muestran edificios enormes en los que no parece habitar nadie. Hay una deliciosa banda sonora, que muchos habrán descubierto por el segmento musical de los Premios Oscar. Y además del ya apuntado sensible trabajo de Phoenix, hay una pequeña pero significativa participación de Amy Adams, amiga de su personaje, y justas intervenciones de Rooney Mara y Olivia Wilde. Versiones de esa mujer corpórea que al protagonista le es esquiva, a diferencia de la soledad. Tamaña compañía.
Desde la dirección artística, la música y el vestuario hasta el diseño de los títulos y del poster, Her (el título en castellano no debería ser Ella sino algo así como Lo de ella) es el resultado de un trabajo conceptual moderno y exquisito. Acompañando a un joven solitario (un Joaquin Phoenix ideal) en su vida cotidiana –en una ciudad del futuro en la que todo luce ordenado–, perdidamente enamorado de la mujer que le habla (con la seductora voz de Scarlett Johansson) desde un sistema operativo, Spike Jonze (1969, Rockville, EEUU) recurre a ese estilo que le conocemos, entre lúdico y sarcástico, más interesado en provocar sorpresa que emoción. Her es más romántica y formalmente más madura que ¿Quieres ser John Malkovich? (1999) y El ladrón de orquídeas (2002, ambas con guión de Charlie Kauffman), sin dejar de coquetear, como aquellas, con la ciencia ficción. Cada detalle aparece cuidado en este producto que, en algún punto, implica un progreso en la filmografía de Jonze, autor también de creativos cortos y videoclips. Sin embargo, por debajo de esa apariencia cool, Her resulta algo conservadora. En el film, lo distinto es mostrado como rareza o trastorno, el hecho de que el protagonista esté saliendo con un sistema operativo (podría cambiarse esta expresión por otras) provoca indiferencia en algunos de sus amigos pero alarma en otros (por ejemplo su ex mujer, cuyos reproches parece aprobar la película misma, a juzgar por el final) y la moraleja da a entender que los avances de la tecnología o la informática son para desconfiar. Uno podría preguntarse si la tesis de que el contacto humano nunca puede ser sustituido no podría ser utilizada para censurar, por ejemplo, la inseminación artificial. Incluso el exceso de palabras (casi todo lo que sienten los personajes se dice en voz alta) parece resabio de un cine antiguo, con los colores y los decorados creando climas anímicos más que los planos y los movimientos de cámara. No hay dudas que Her estimula saludables interrogantes (¿podemos enamorarnos de alguien a quien nunca vimos? ¿qué cosas somos capaces de hacer para combatir la soledad? ¿tenemos la necesidad o la fantasía de tener a alguien con quien hablar y que nos escuche sin cuestionarnos demasiado, como una suerte de analista amigable o voz de la conciencia?), despliega algunos momentos de gran belleza (como el paseo por la playa) y puede cobrar importancia como fábula anticipatoria, un poco como The Truman Show (aunque Jonze no es, claro, Peter Weir). Pero cuánto mejor sería si terminara con una vuelta de tuerca menos aniñada y más inquietante.
Her es la mejor película de zombies que se creó en los últimos años. La invasión comenzó hace rato y los muertos vivos ya están entre nosotros. Los encontrás en la calle, en el trabajo, restaurantes, negocios, transportes públicos, etc. Los zombies reales le entregaron sus vidas y neuronas a WhatsApp, Facebook, Twitter y el teléfono celular. Ese es su alimento. Son aquellos seres que no empezaron a correr en la pantalla del cine los créditos finales de esta película cuando ya están idiotizados con el Twitter para ver que se perdieron en las últimas dos horas que estuvieron desconectados, como si su vida dependiera de esa información. La culpa no es de la tecnología, que es maravillosa, sino del uso desequilibrado que se hace de ella. Her es una joya cinematográfica de Spike Jonze que nos hace reflexionar sobre la enorme involución que produjo paradojicamente la evolución tecnológica que es parte de nuestra vida en la actualidad. Una crónica brillante de un aspecto de la sociedad de estos días que a través de la ficción plantea como el hombre parece estar encaminado a experimentar la vida de un modo más mecánico y deshumanizado, donde el contacto personal pierde cada vez más fuerza en las relaciones cotidianas. Jonze explora estas cuestiones a través de una gran historia de amor surrealista sobre un tipo que se enamora del sistema operativo de su computadora. Después del fiasco de Donde viven los mosntruos, un film que el director hizo por encargo para el estudio Warner, con este proyecto volvió a sus fuentes para brindar la película más lograda de su filmografía. A diferencia de Balada de un hombre común donde es imposible conectarse emocionalmente con los personajes por el modo en que estuvieron trabajados, en Her la humanidad que tienen las interpretaciones es lo que logra que podamos comprender las tribulaciones de los protagonistas y en consecuencia engancharnos con los conflictos que viven. Joaquin Phoenix hizo un trabajo brillante con el personaje de Theodore y es uno de los pocos actores del cine actual que se puede a cargar a los hombros un film de este tipo y al mismo tiempo brindar una actuación de primer nivel. También se destaca Scarlett Johansson, quien le da vida al sistema operativo Samantha, y logra transmitir distintas emociones con su voz. Un punto en donde también fue clave el guión de Jonze. Algo genial de Her es el trabajo que hicieron todos los actores con las composiciones de sus personajes. Sobre todo en los casos de Phoenix y Amy Adams, donde a través de sus vestimentas y expresiones corporales dicen muchísimas cosas sobre esas personas que encarnan. La película presenta un equilibrio perfecto entre el drama y la comedia que va más allá del tema de la tecnología y logra brindar una historia romántica distinta y emotiva que profundiza en el amor y las relaciones humanas. Gran regreso de Spike Jonze que no se puede dejar pasar. DATO LOCO: La actriz Samantha Morton, que es productora del film, originalmente interpretó al sistema operativo del que se enamora el personaje de Joaquin Phoenix. Sin embargo, como al director no le convenció el trabajo final terminó regrabando todas las escenas con Scarlett Johansson.
En su cuarto largometraje como director (primero concebido íntegramente por él y distinguido hace pocos días con el premio Oscar al mejor guión original), Spike Jonze construye una historia de amor poco convencional entre un hombre y un sistema operativo. Theodore Twombly (otra magistral interpretación de Joaquin Phoenix) es un hombre atribulado y en pena. Alguna vez un escritor promisorio, ahora se gana la vida escribiendo cartas íntimas a pedido. Y sufre con cada recuerdo, cada vestigio de una intensa relación afectiva que resultó en fracaso. Más allá de que mantiene algún esporádico contacto con su ex pareja (Rooney Mara), con una amiga depresiva (Amy Adams) y con un compañero de trabajo (Chris Pratt), Theodore es un solitario casi patológico. Ambientada en un futuro cercano (¿o que ya llegó?), la nueva película del realizador de ¿Quieres ser John Malkovich? es un ensayo lúcido e impiadoso sobre esta época en la que una herramienta tecnológica puede anestesiar, tapar, "maquillar" esa crisis existencial: una conexión virtual para desconectarse del doloroso mundo real. Y en esa virtualidad aparece "ella", el sistema operativo que se hace llamar Samantha (la magnética, seductora voz de Scarlett Johansson, que reemplazó durante la posproducción a la original de Samantha Morton) y que despertará en nuestro antihéroe las reacciones más inesperadas y contradictorias: se enamorará, se obsesionará, sentirá celos, intentará controlarla. A pesar de cierta frialdad en el vistoso diseño en el marco de una Los Ángeles deshumanizada y del tono melancólico de la película (amplificado por la música de Arcade Fire), Ella es una apuesta romántica que excede por mucho el mero ingenio de su propuesta inicial. En la credibilidad y en los múltiples matices de la historia, mucho tienen que ver la convicción y ductilidad de Phoenix (que vuelve a sostener, como en Los amantes y The Master, largos y complejos primeros planos con sus "máscaras" perfectas) y el aporte no menor de Johansson para darle entidad -incluso "física"- a un personaje que, en principio, sólo existe a partir de su voz. La gran paradoja de la película -y lo que la hace más inquietante- es que el protagonista por momentos parece una máquina anodina, mientras que el sistema operativo contratado por el cliente se comporta -en todo sentido- como una mujer "de carne y hueso". Mucho se ha escrito sobre las referencias (desde el personaje de James Stewart en Vértigo hasta el clásico relato de Pinocho), pero lo cierto es que Spike Jonze ha sintonizado como pocos con los conflictos humanos de esta época contradictoria, angustiante y al mismo tan interesante para el análisis. Tiempos de consumismo exacerbado, de estímulos constantes y, a la vez, la auténtica era del vacío.
La mujer ideal es un sistema operativo Samantha sería la mujer perfecta... si no fuera que no es mujer. Graciosa, amable y siempre bien dispuesta, acompaña al triste héroe de la nueva película del director de ¿Quieres ser John Malkovich? a todas partes, en forma de adminículo portable. “No me interesa lo que sé cómo resolver de antemano”, aseguraba Spike Jonze en la entrevista publicada ayer en Página/12. Nominada a cinco Oscars –de los cuales ganó el de Mejor Guión Original– y rankeada entre las mejores del 2013 por casi todas las asociaciones de críticos estadounidenses, Ella es la mejor prueba de que el realizador de ¿Quieres ser John Malkovich? y El ladrón de orquídeas no miente ni exagera. En los papeles, una historia imposible: la love story entre un señor y un sistema operativo con voz de mujer. Imposible no tanto de creer (cualquier cosa puede creerse, si el ilusionista sabe cómo practicar su ilusión) como de representar (uno de sus polos es un smartphone, o minitablet, o algo así) y, tal vez, imaginar: ¿cómo se concreta, qué forma tiene ese amor entre hombre e inteligencia artificial? Spike Jonze ha dado la batalla y aunque no es seguro que la haya ganado del todo, las armas puestas en juego son genuinas y coherentes. Productivas, en el sentido de que producen cosas en el espectador. En términos de diseño de producción, el opus 4 del videoartista favorito de Björk y los Beastie Boys se parece a Shame, del Steve McQueen que no es Steve McQueen. Los Angeles parece aquí una superproducción minimal: un paisaje de edificios y plazas secas con mucho vidrio, ventanales y neón, donde todo son líneas rectas y grandes espacios, en los que la gente circula como mónadas, cada cual en lo suyo. Escritor dedicado a la redacción de bellas cartas a pedido, en un sitio de Internet ad hoc, Theodore Twombly (Joaquin Phoenix, actuando de adentro hacia afuera) es un hombre gentil, solitario y tristón. Camina, attaché en mano, con los hombros algo caídos. Llega a su casa y juega con unos hologramas o practica sexo telefónico, con el paradójico resultado de que la que goza parecería ser la operadora sexual, no él. Tras divorciarse de Catherine, su amor de toda la vida (Rooney Mara), Theodore está en un típico estado de desolación post separación. Hasta que da con Samantha. Samantha (la voz ronroneante de Scarlet Johansson) sería la mujer perfecta... si no fuera que no es mujer, sino sistema operativo. Es graciosa, amable, siempre bien dispuesta. De un nivel de erudición obviamente fuera de toda comparación, acompaña a Theo a todas partes, en forma de adminículo portable, con el que él habla por la calle (como habla la gente hoy en día, por celu sin manos). Y, claro, detallecito importante, Twombly (apellido que suena a “desplomarse”) se conecta y desconecta cuando se le canta. Se podría pensar que Samantha es la mujer ideal del tipo que no quiere tener problemas con las mujeres, como en una envenenada discusión Catherine le echa en cara. Sin embargo, el que más se enamora, y se pone celoso, y sufre, es él. ¿El operativista operado, acaso? No parece que la fábula vaya por ese lado, ya que toda la puesta está armada en función de la empatía con el protagonista, que es lo más bueno que hay. Retomando la comparación con Shame, en términos de punto de vista Ella es el opuesto por el vértice a la película de McQueen. Quien curiosamente viene, como Jonze, de las artes visuales. Pero éste no sólo no tiene, como su colega, la menor intención de “hacer pagar los pecados” a su héroe, sino que la película, al contrario de la del latiguero McQueen, más que una posición prefijada parece ir desarrollándose a medida que organiza su puesta en escena (modo de trabajo que Jonze asume como propio en la entrevista mencionada). ¿Peca Ella, por el contrario, de exceso de naïveté, al hacer de Twombly una suerte de Bambi del inmediato futuro? (No hay precisiones temporales, pero el mundo que la película muestra es como éste, dentro de unos añitos.) Puede ser, pero conviene tener en cuenta que en el momento en que la película lo aborda, Theodore le suma, a un trabajo degradado (es un escritor que escribe cartas de amor), una reciente ruptura, que lo dejó devastado. De allí la tristeza y vulnerabilidad que transmite. Que es inmensa, tanto por la extraordinaria actuación de Phoenix como por la muy sensorial puesta en escena. ¿Que es un mundo muy de diseño el de Ella? Bueno, sí, ése es el recorte social y ambiental que Jonze decidió practicar. Sería un defecto (gravísimo) si la película transcurriera en un ambiente pobre o miserable. No es el caso. ¿Que la película recula ante la posibilidad de que el hombre y la máquina sean felices for ever after? No recula. Simplemente no cree que, a la larga, eso sea posible. ¿Por qué pedirle a Jonze que sea Cronenberg? Jonze cree, por lo que la película deja ver, que durante cierto tiempo un hombre solitario puede tener la ilusión de haberse enamorado de su compu. Pero que ese “amor” tiene límites. Por eso, si algo queda son dos personas solas y abrazadas, en medio de una suerte de nada. Por muy tecnos que nos hayamos puesto, tal vez sigamos necesitando, for ever after, esa fuente de calorcito que está en el otro.
El amor es real Ilusión o no, el filme pregunta por el afecto en los tiempos virtuales. Podría pensarse que si en el afiche de un filme que se titula Ella aparece El, y no Ella, es que la película se centra más en El y su relación con ella, que en Ella. Es una verdad a medias. Porque Samantha, o Ella, no tiene cuerpo -difícil por ahora para el marketing mostrar algo que es, pero que también no es-, pero sí tiene sentimientos. Y vaya que razona. Samantha es un sistema operativo, una inteligencia artificial metida en una computadora a la que El (Theodore, o Joaquin Phoenix) adquiere en una ciudad de Los Angeles en un futuro no muy lejano, como una compañía virtual. Y si hay gente que, en la actualidad, busca pareja por Internet, que Theodore compre un sistema operativo, elija ponerle voz femenina y termine enredándose -enamorándose, lisa y llanamente- habla de una necesidad afectiva. Que es virtual -esto es: potencial, posible, aparente e imaginaria-. No fue casual que la historia de amor de Blade Runner, entre humanos y replicantes, también transcurrió en lo que era el futuro en Los Angeles. Estamos ante una historia de amor contemporáneo. Para comunicarse con Samantha, Theodore debe colocarse un audífono. Los susurros en sus oídos le suenan genial, más si la voz, áspera y sensual, es la de Scarlett Johansson. Si en Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, que escribió Charlie Kaufman (guionista de ¿Quieres ser John Malkovich? y El ladrón de orquídeas, ambas de Jonze) la idea era borrar de la memoria aquel amor que no pudo ser, aquí se trata de encontrar otro amor que, si puede ser, es más en la imaginación que en la vida real. Spike Jonze se preocupa porque el amor entre Theodore y el sistema operativo sea (parezca) real. Su mirada también apunta a cómo la tecnificación, las redes sociales (¿el presente? ¿el futuro?) más que enlazar, alejan los lazos con la realidad. La gente en Ella camina, se choca y no se comunica. La imaginación es el bien supremo (recuerden ¿Quieres ser...) y ahí Jonze dispara la película hacia consideraciones filosóficas. Como, por ejemplo, si el amor es una ilusión. Jonze, en su primer guión escrito en solitario, está a un paso de tornarse cursi, pero evade la zanja. Escuchadas sueltas, fuera del contexto, son naroskianas. “Creo que me escondí y la dejé sola en la relación... Estoy esperando a que desaparezca todo el amor (dice Theo, para divorciarse)”. “A veces siento que ya he sentido todo lo que tenía para sentir”. O “El pasado es sólo una historia que nos contamos”, dice Samantha, quien tiene mucho más claro que Theodore qué pasa en esa relación ¿de a dos? Pero la mejor, la más clara sale de boca de su amiga Amy (Amy Adams, de Escándalo americano): “Enamorarse es una locura socialmente aceptable”. Theodore es un tipo introspectivo, solitario, que vive en lo alto de un edificio en su departamento enorme, vidriado y cuasi vacío. No es lo único que tiene prácticamente desocupado, desde la separación de su mujer. Es curioso cómo se abre ante una desconocida que no ve, y cómo se autoboicotea con una mujer real (brillante la escena de la cita a ciegas con Olivia Wilde, y mejor aún el final de la misma). Es sensible, “mitad hombre mitad mujer”, le dicen en el trabajo. A propósito, Theodore trabaja en bellascartasescritasamano.com: él dicta a una computadora lo que los clientes, románticos, amigos o parientes, deberían haber escrito de puño y letra. Ella no es una película sobre un loco que se enamora de una computadora. Habla de cómo cambiamos, nos relacionamos, sufrimos, deseamos, y volvemos a empezar. Mientras no se caiga el sistema, y la necesidad de poseer no se entrevere en la relación. En fin, sabemos que con Ella -con o sin negritas- el amor es real.
SPIKE JONZE el guionista y director de esta fabula de amor, es un experto en desarrollar argumentos delirantes y bizarros. Pero en esta oportunidad apelando a la emoción como nunca antes lo había hecho. Hay cierta lisergia, obviamente, desplegada en algunas de las escenas más jugadas del filme, pero también, una enorme critica a la dependencia tecnológica y al aislamiento de la sociedad moderna. Tremendo es el trabajo actoral de JOAQUIN PHOENIX, el solo en pantalla representa a una pareja completa, apoyado claro por la enorme sensualidad que desprende la voz de SCARLETT JOHANSSON, una labor que logra enamorar desde el susurro. La melancolía general del metraje, acompañada por una banda de sonido surrealista, se suman a una solida puesta en escena. Onírica por momentos, es una cinta artística que maneja tiempos y climas lejanos al cine industrial pero que atrapara a los espectadores más osados.
La melancolía y la incomunicación El director de películas tan personales y originales como El ladrón de orquídeas y ¿Quieres ser John Malkovich? se propuso describir la atracción que siente un hombrecito gris por un programa de su computadora. Ella transcurre en un futuro engañoso, en tanto bien puede ser el presente, puede estar sucediendo que algunos seres humanos entablen una relación, se enamoren de una computadora o para ser más precisos, de un sistema operativo que a medida que interactúa con el usuario va sumando experiencias y haciéndose preguntas, miles, millones de preguntas que ninguna persona sería capaz de hacerse para llegar a conclusiones lógicas sobre el amor, la pulsión del sexo, la curiosidad por el mundo y las paradojas de la fidelidad ante el estímulo que significa conocer, confrontarse, tener la posibilidad de amar de múltiples maneras. Ganadora del Oscar al mejor guión original, esta película de Spike Jonze tiene la misma mirada si se quiere distorsionada o particular sobre la realidad que el director aplicó en El ladrón de orquídeas o ¿Quieres Ser John Malkovich?, esa capacidad de enfocarse en el cerebro de sus criaturas para diseccionarlos y tratar de entender el mundo a través de su mirada. En ese sentido los ojos tristes y expresivos de Joaquin Phoenix son el vehículo ideal para componer a Theodore, un hombrecito que todos los días de su vida se sienta delante de una pantalla y escribe cartas, le dicta a su computadora textos sentidos, hermosos y cumple con encargos pagos para luego volver a su casa vidriada y recordar cómo era la vida cuando la compartí con la que fue su esposa. Hasta que un día compra un nuevo sistema operativo y aparece Samantha ("la" voz, sedosa, a la vez nasal e increíblemente sexy de Scarlett Johansson), que lo acompañará, compartirá sus logros, lo ayudará a ser más eficiente, tendrá sexo –por cierto, más pasional que muchas parejas tradicionales– y con quien peleará, en suma, una relación como tantas expuesta a decenas de emociones. La inteligencia de la apuesta de Jonze es el fuera de campo, esa voz que se complementa de manera ideal con el trabajo de Phoenix, tan desolado, tan endeble, tanto como la extraordinaria composición que hace Amy Adams, contraparte femenina del protagonista, tan devastada por la soledad como la mayoría de las personas que se ven en la pantalla, un mundo ¿distópico?, ordenado, limpio, casi aséptico –notable la melancólica fotografía del alemán Hoyte Van Hoytema– donde la mayoría de los transeúntes habla solo o mejor dicho, con sus sistemas operativos, sus fuera de campo particulares, únicos en sus particularidades y sin saberlo, tan escandalosamente comunes. La opacidad de Ella sin embargo deja lugar para lo imprevisto, para lo no programado, donde el humor y lo absurdo de las situaciones se hacen lugar entre tanta melancolía e incomunicación (mejor dicho, nuevas formas de comunicarse, de relacionarse), en un relato tan inteligente como hipnótico sobre la esencia de lo humano.
"Ella" fue la película ganadora del premio al mejor guion original, y bien merecido que lo tiene. Una película tan real que asusta, tan romántica que emociona, y tan excelentemente realizada, que enamora. Joaquin Phoenix interpreta a Theodore, un hombre que se enamora de un sistema operativo, que tiene nada menos que la voz de Scarlett Johansson (a ella nunca la vas a ver, pero su voz suma en toda la película). Una historia que sin dudas te dejará pensando que tanta relación tenes con tus dispositivos móviles y si algún día llegará a pasar lo que sucede en "Ella". El arte, la fotografía, la música, los colores pastel, cada uno de los planos y puestas de cámara, y la forma en que el relato fluye van a hacer que quedes hipnotizado y no puedas parar de disfrutar de la película. Sin dudas Spike Jonze (director también de "Quieres ser John Malkovich". "El ladrón de orquídeas" o "Where the wild things are") esta a otro nivel. Te recomiendo la veas, es una película inolvidable y bella desde todos los puntos.
La soledad, en tiempo futuro "Ella", que perdió el Oscar a la mejor película, pero lo obtuvo en mejor guión original, propone una historia que obliga a repensar el futuro; el tiempo que pasamos frente a la pc. y crea un cierto desasosiego. La nueva película de Spike Jonze, de quien se conoció su muy lograda "¿Quieres ser John Malkovich?", abre un gran interrogante existencial: ¿qué será de nuestras vidas en el futuro, si dejamos que los objetos electrónicos -computadoras, celulares, tablets-, nos dominen, a tal punto que preferimos comunicarnos a través de ellos, en lugar de hacerlo de persona a persona? La otra pregunta que plantea este inquietante filme es ¿por qué tememos tanto a las relaciones cara a cara y preferimos confesar nuestros sentimientos a una pantalla oyendo una voz que nos habla a través de una máquina? "Ella" es un filme de ciencia ficción, ambientado en un futuro demasiado cercano, en una ciudad, que es una mezcla de Nueva York y Shanghai, en la que pueden observarse innumerables seres humanos que diariamente van a su trabajo y se los ve hablar solos, como fantasmas. Mejor dicho, no hablan solos, lo hacen a través de un audífono colocado y se los ve dialogar con alguien que está en algún lugar del ciberespacio. UN SOLITARIO El protagonista de "Ella" es un escritor que trabaja en una empresa de servicios, en la que se dedica a redactar cartas por encargo, dirigidas a novias, maridos, esposas y amigos, a personas que pagan por este servicio. Theodore (Joaquín Phoenix), se pasa horas frente a la pantalla y cómo la tecnología necesita evolucionar parea vender, lógicamente, es inventado un programa, en el que una voz de hombre o mujer, a través de la computadora puede satisfacer nuestras necesidades. El programa se llama "Samantha" y es capaz de ordenar y limpiar mails, ayuda a corregir estilos de redacción y también acompaña a quien lo solicite en sus ratos de ocio. A tal punto, que Theodore termina teniendo sexo en solitario con Samantha y ella con su sugestiva voz, siempre está dispuesta a decirle la palabra acertada. Por eso un día en que Theodore no logra que su pc. lo conecte al programa "Samantha", se desespera a tal punto que no sabe qué hacer. LA EX PAREJA Claro que Theodore no siempre se comunicó con una mujer de esa manera. En algún momento estuvo en pareja y fue feliz. Así lo muestra el director, en escenas del pasado en que se lo ve junto a su ex mujer, Catherine (Rooney Mara), la que le reprocha su inercia para tomar decisiones en la relación. A su vez tiene una amiga Amy (Amy Adams), que lo comprende, porque ella también está a punto de decidir ponerse en "pareja", con un programa al estilo "Samantha". "Ella", que perdió el Oscar a la mejor película, pero lo obtuvo en mejor guión original, propone una historia que obliga a repensar el futuro; el tiempo que pasamos frente a la pc. y crea un cierto desasosiego. A estos logros fílmicos que no son pocos, contribuyen con su actuación un Joaquín Phoenix, soberbio, brillante, inteligente, capaz de sostener este original filme, con su sola presencia, a quien se une la simpatía de Amy Adams y la siempre seductora Scarlett Johansson, que presta su voz a "Samantha".
“Her”: no es bueno que el hombre se conecte solo Alguna gente habla con las plantas. Otra, con el auto. Hasta le pone nombre y le atribuye estados de ánimo. Luego está el que le susurra al poster de una modelo, enloquece por una muñeca inflable con un puñado de frases en un disquito, o, más inocente, se envicia con ciertos videojuegos solo por escuchar una voz femenina que le instruye y lo alienta a seguir participando. Marco Ferreri contó en "I love you" el drama de uno que se compró un llavero con la imagen de una linda japonesita. El silbaba y ella respondía "I love you". ¡El tipo se enamoró! Pero se dio un tortazo en la moto, se rompió un diente y no pudo silbar más. Y encima la chica pasó a decirle cosas lindas a cualquier otro silbador que se le acercaba. El de "Her" tiene algo más que un llavero. El interpreta bien lo que sus clientes no saben cómo decir. Los entiende. Lo que no entiende es cómo manejarse con las mujeres. Su matrimonio fracasó. Se siente solo, mal. Hasta que instala un maravilloso sistema operativo de última generación programado para escucharlo, entenderlo, acompañarlo, dialogar amablemente, etc. Si, también Hal, memorable supercomputadora de "2001", era capaz de entender al viajero espacial y dialogar con él amablemente, pero tenía voz de robot, y malos hábitos. El sistema que se instala este tipo es otra cosa, un chiche, una geisha, se llama Samantha y habla con voz suave, sedosa, sensual, cariñosa. Un peligro. Y el pobre cae, gozosamente, en el peligro (la voz pertenece a Scarlett Johansson, preciosa, y por ahí también ronronea Kristen Wiig). Buena reflexión sobre la soledad humana, los sentimientos más delicados, la dependencia de la tecnología, la ilusión del amor virtual. Sensible retrato de un infeliz demasiado sensible. Inquietante advertencia sobre lo fácil que resulta meter la pata en materia de amores, cuando uno necesita sentirse enamorado. Irónica observación sobre nuestra creciente incomunicación real, recluidos en la comodidad de otro tipo de comunicaciones, dependientes y amantes de la tecnología. Eso, y otras cuantas cositas más, es la historia que aquí se cuenta. Un poco despacio y con final discutible para los técnicos de la cibernética, pero bastante original, incisiva, sugerente. El autor, Spike Jonze, provoca la sonrisa y la inquietud del espectador. E impulsa a releer a Isaac Asimov, Phillip Dick, Ray Bradbury, que habían anticipado algo de lo que él acá nos pinta. Y el protagonista Joaquin Phoenix, exigido, excelente, provoca simpatía, piedad, pena, dolor, tristeza, y otra vez simpatía. Y se pone a la altura de López Vázquez en "No es bueno que el hombre esté solo", o de Michel Piccoli en "De tamaño natural", grandes intérpretes de pequeños y patéticos infelices que buscaron una compañía artificial para sus males. A señalar, también, la dirección de arte de Austin Gorg, y la pancita de May Lindstrom, frente a la cual parece increíble que alguien prefiera una opción inasible y virtual. La historia transcurre en un futuro próximo, no muy lejano. Según especialistas y entusiastas, ya hay programas bastante similares al que imagina la película. Y clientes.
Aunque se perciba como una historia de amor atípica y totalmente extravagante, digna de un guión de Spike Jonze, Her es a la vez una aplastante crítica al aislamiento comunicacional que vivimos hoy en día. El quid de la cuestión -hombre se enamora de sistema operativo inteligente- tiene tantas lecturas, tantos matices trabajados al mismo tiempo que la cantidad de información barajada puede verse abrumadora, pero en manos de un director sensible como Jonze es imposible no sentirse inmerso en la aventura amorosa del protagonista, el afable Theodore Twombly. Situada en un futuro demasiado cercano, Her nos presenta a Theodore, un hombre demasiado solitario. Se sabe que estuvo casado alguna vez, pero esa relación no llegó a buen puerto, y los ecos silenciosos de esa ruptura se viven en pantalla en los recuerdos fugaces del escritor de cartas personalizadas. Incluso con su pareja de amigos o con colegas del trabajo, la distancia que genera para con otros seres se palpa al instante. Por eso, cuando escucha de un nuevo y revolucionario sistema operativo inteligente, no duda en obtener una versión para sí mismo. Samantha, la versión femenina de dicho sistema, llega a su vida y arremete con fuerza con una personalidad cálida y una voz sensual y juguetona, motivos por el cual Theodore caerá rendido desde el minuto uno con esa voz virtual que lo conoce de pies a cabeza y no duda en hablarle con total franqueza. La emotividad con la cual ambos se entregan a una relación es total e incluso cuando Samantha no cuenta con un cuerpo físico, las necesidades sentimentales de ambos se ven satisfechas -de momento, por supuesto. Quizás es la falta de madurez de Theodore o su incapacidad de mantener una relación física, pero el amor que se profesan el uno por el otro deja de lado todo prejuicio social que se presente. Y si bien está en las manos de Jonze llevar a buen puerto esta fábula de amor, también se agradece muchísimo escaparle a los clichés del género y producir conflictos bastante complejos que invitan a reflexionar una vez terminado el film sobre el lugar de la tecnología en la vida cotidiana del ser humano. ¿Realmente podemos llegar a depender tanto de algo que no es tangible, que no se puede tocar? Joaquin Phoenix nació para interpretar papeles de este tipo y su Theodore tiene una fuerza emocional tan profunda como quebrada, y en sus manos se nota la ruptura tanto interna como externa. Quizás por separado no se note tanto, pero en la interacción con la voz de Scarlett Johansson se genera una caracterización de parte de ambos actores alucinante, creíble y compañera. Todos hablaban de la interpretación de la joven y verdaderamente es alucinante lo que la neoyorquina puede lograr con el suave raspado de su voz. La interacción de Joaquin y Scarlett es el centro neurálgico de la película, pero los secundarios de una sencilla y sensible Amy Adams, sumados a los trabajos sobrios de Rooney Mara y Olivia Wilde denotan un gran ojo para la puesta en marcha de un elenco apropiado y la mano de un director que sabe como sacarle provecho a sus actores. Y la visión de Spike no sólo se delimita a dirigir y escribir un libreto con varios substextos -ganador del Oscar a mejor Guión Original, que no es dato menor- sino que su visión de una Los Ángeles medianamente futurista es uno de los escenarios más ricos en texturas y detalles que se han visto en años. Antes de irse por las ramas y lograr un futuro pomposo, simplemente se arrojaron pizcas futuristas en los escenarios, en la tecnología, en el vestuario, en la musicalización -la banda sonora de Arcade Fire es honesta y orgánica para con el film- que por separado no dicen nada pero en conjunto son alimento para el alma. Her es un triunfo visual, narrativo y romántico. Pocas veces se vive una película con emociones tan diversas en simultáneo, que genera amor, que divierte, que emociona y que acongoja, todo en un remolino imparable, que hasta el último minuto se siente verdadera. Un logro inmenso, gracias de nuevo Spike Jonze.
Cuando me senté a ver esta peli fue por el imperativo de ver todo lo que haga Joaquín Phoenix. Me prometí hace años no dejar de ver lo que este hombre hace en pantalla y muy pocas veces me ha decepcionado. Con una carrera irregular por estar alrededor de los millones de problemas de inestabilidad que todos sabemos que tiene, Joaquín entrega uno de los mejores trabajos en esta maravillosa película. Con guión original de Spike Jonze (que le mereció un Óscar en esta categoría este año y quien también la dirige), la película cuenta la historia de Theodore quien tiene el particular trabajo de escribir cartas personales para parejas, seres queridos y demás de otras personas. Con esto sabemos que es un hombre que anhela el amor pero que carece de él. Un día compra un nuevo sistema operativo que es inteligente y aprende de sí mismo, con voz de mujer. La vida de Theodore se llena de “Ella”. A partir de allí, logra establecerse una relación en la que ambos aprenden a descubrirse y, juntos, un nuevo mundo. No es ilógico pensarlo como una relación idílica de la distancia al principio, pero concretar es más complicado y es un punto que no puede estar muy distante. Eligieron sets en Los Ángeles y en Tokio para recrear esta ciudad que no termina de ser ni actual ni futurista, con una paleta cargada de rosa y de tonos sepia, ambientando un cuento de lo más romántico, repito, sostenido por el guión y por la maravillosa actuación de Joaquín. Si bien por momento hay una tensión y una serie de elementos que esperan por aparecer que crean la sensación de faltar ritmo, todo confluye a un fin tierno, ideal para esta historia que no está plagado más que de almas que buscan encontrar esa maravilla de la conexión pero que no están conectados entre sí mismos. Y acá es donde un cuento de una ¿Pareja? Se vuelve algo mucho más complejo. Donde las cartas entre dos personas las escribe alguien más que no los conoce (pero siente conocerlos), donde la interacción está mediada por aparatos que terminan confundiendo quién es una persona real y quién no lo es, porque las nuevas comunicaciones acercan al que está lejos y alejan al que está cerca, promoviendo un tipo de relaciones hasta el momento, impensadas. Pero no son menos reales y esto queda bien claro. El dolor es real, que estén involucrados es real. Una maravillosa canción original termina de dejarnos en este contexto de absoluto romanticismo donde Theodore tendrá que encontrar la manera de volver a conectarse con su entorno de una manera que pueda terminar más completo. Imperdible.
Los 90´s ya pasaron, pero seguimos siendo sensibles Theodore Twombly (Joaquin Phoenix) es un hombre al que parece irle bien, tiene una linda casa, es muy bueno en su trabajo, y tiene un montón de adminículos tecnológicos de última generación. Sin embargo da la impresión de que ha sido feliz alguna vez, pero ya no. Ambientada en un futuro cercano, en Los Angeles, tanto Theo como el resto de los transeúntes caminan alienados, hablando solos, ya no con celulares sino con dispositivos aun más pequeños que organizan todos los detalles de sus vidas; son agenda, despertador, soundtrack, y aún más: son compañía. Theo ha comprado un nuevo sistema operativo, la voz que lo recibe al instalar el software es la de Samantha (Scarlett Johansson) que no solo es una dulce voz desde un dispositivo, sino que va mas allá de eso, la tecnología es ahora tan inteligente que Samantha puede utilizar toda la información que se encuentra en internet, para no solo ser proactiva y eficaz, sino también graciosa, irónica y hasta sensible. Samantha no es solo agenda; es amiga, psicóloga, y con el tiempo se convierte en la compañera perfecta. La historia es tan simple como compleja, va más allá de una fábula de ciencia ficción, donde en el futuro la gente se enamora de sus sistemas operativos, con un mensaje crítico hacia la tecnología. Va mucho más allá de eso, es una reflexión sobre las conductas humanas, sobre quienes somos, por qué nos relacionamos y por qué nos necesitamos. La tecnología está creada por el hombre, por eso la relación entre Theo y Sam termina teniendo las mismas etapas y situaciones que una relación entre dos personas reales. Nos distraemos con tecnología por el miedo a relacionarnos entre nosotros o por estar demasiado heridos, pero la película nos muestra cómo a pesar de todo siempre será lo mismo lo que nos una y nos emocione. El guión es tan original como profundo, y con una estética nada futurista, sino minimalista y Aple, donde los colores de las camisas recuerdan aquellos originales videos con los que Spike Jonze comenzó en los años noventa, sumado a la música de Arcade Fire, y la hermosa interpretación de Joaquin Phoenix que da como resultado una obra de arte que no es perfecta, porque es humana.
La película que ganó el Oscar al mejor guion original, escrita y dirigida por Spike Jonze, plantea con originalidad y ternura una historia de amor en un futuro no muy lejano, que tiene una actualidad que estremece. El amor y el desamor en nuestros tiempos hipercomunicados y solitarios. La relación profunda, cálida y única entre un hombre (Joaquin Phoenix) y un sistema operativo con la voz de Scarlett Johansson. Melancólica, inteligente e inquietante.
El primer guion original de Spike Jonze es una acertadísima narración sobre la idealización del amor. En una relación, recordamos hasta el más mínimo detalle de lo bueno pero solo lo esencial de lo malo. Nos enamoramos de alguien por sus virtudes, pero la supervivencia de ese amor depende en como enfrentamos y sabemos sobrellevar los defectos. Ella, primer guión original del director Spike Jonze, es un testimonio potente no tanto de las consecuencias de la idealización romántica, sino de nuestra imperceptible y reincidente incapacidad de detectarla. ¿Cómo está en el papel? En un futuro no muy distante, Theodore Twombly escribe para un servicio que confecciona sentimentales cartas hechas a mano. El caballero esta en las últimas instancias de unHER divorcio y, como es de esperarse, la soledad le está pasando factura. Un día adquiere un sistema operativo que se caracteriza por satisfacer y asimilar las necesidades del usuario, y que elige autonombrarse Samantha. La inteligencia artificial del mismo no tarda en evolucionar, mostrando una sensibilidad y comprensión inauditas para con Theodore, por lo que este no puede evitar enamorarse de su nueva adquisición. Pero la evolución no termina ahí; porque al mismo tiempo, el sistema empieza a experimentar dudas, celos e inseguridades que conllevan a las mismas confrontaciones que ocurrirían con una pareja de carne y hueso. A simple vista, Ella podría ser interpretada como una película sobre la soledad, pero nos estaríamos quedando cortos, ya que esa soledad es apenas la punta de un iceberg temático muchísimo más denso. A medida que evoluciona la película nos percatamos que esta soledad tiene su explicación y en ella, el principal recorrido temático de la película: sobre como la idealización puede llegar a generar una incapacidad de tener una relación real por no poder y/o no querer tener que lidiar –o siquiera anticipar– el choque entre los defectos propios y los de la otra persona. Si bien este tema ha sido tratado con anterioridad en otras películas como 500 Days of Summer o Ruby Sparks, la gran originalidad de Ella reside precisamente en como elige vehiculizarlo, y lo hace a través de nuestra creciente dependencia de la tecnología; la cual tiene sus raíces en la otra gran idealización del hombre de que algún día las maquinas hagan todo por nosotros. Al entrar en una relación con una computadora, diseñada específicamente para satisfacer sus necesidades, uno podría pensar que no hay defectos, pero lo hay; al tener inteligencia artificial, se corre el riesgo de la auto-consciencia y con la auto-consciencia viene la objetividad, y con la objetividad viene la independencia de pensamiento, la cual puede o no beneficiar al “dueño” que “opera” esa tecnología. Solo que en vez de un enfoque apocalíptico, esta película lo utiliza para enfatizar su tema, al confrontar a su protagonista con los problemas emocionales de una entidad que supuestamente no debería tenerlos. El amor es algo puramente emocional y aunque la inteligencia es uno de sus muchos mecanismos de entrada, al final del día lo emocional es siempre toma las riendas. La historia de amor entre Samantha y Theodore comienza a materializarse porque se enamoran de la información que se transmiten el uno al otro. Se enamoran de las palabras el uno del otro, como si estas fueran un todo. Pero conforme crece su inteligencia artificial, se empieza a hacer a un lado cada vez más la información y empiezan a tomar cada vez mas dominio las emociones y cuando estas empiezan a dominar es cuando todo se pone en jaque. El hecho concreto que Ella es una historia de amor, pero no tanto de chico-conoce-chica/chico-pierde-chica/chico-recupera chica, sino de cómo una relación, mas allá del resultado, feliz o triste, es capaz de cambiar y hacer madurar a los individuos que participan en ella. Es sobre el peso de la inteligencia emocional en todos los aspectos de nuestra vida. No te impone ni te pide que dejes de sentir, sino que te invita a que veas el amor de forma más madura; ver cualquier prospecto amoroso como un todo, con sus picos y mesetas. ¿Cómo está en la pantalla? 03HILLS1-articleLargeEl aspecto visual es impecable y a la vez muy simple. Hay una predominancia del rojo en la dirección de arte, como acentuando las pasiones del personaje, sumado a una fotografía que elige una paleta de colores muy cálidos. De la escenografía cabe destacar que de todas las interpretaciones del futuro que he visto, esta es la que más se asemeja a un futuro en el que podríamos realmente vivir. Hay elementos que son claro producto de la ciencia ficción, pero no obstante combinar la ciudad de Shanghai con Los Ángeles para crear una sensación de futurismo es una movida que habla bastante bien no solo de la propuesta estética sino de la inteligencia logística de Jonze y su equipo para concretarla. spike-jonzes-her-movie-reviewPor el costado actoral, tenemos una excelente interpretación de Joaquín Phoenix, que sabe comunicar con su cara toda la tristeza interna que siempre está presente en el personaje. Cabe aclarar que la otra gran interpretación de la película es de alguien que no vemos en pantalla; lo que Scarlett Johansson trae a la mesa como Samantha no tiene parangón. Es capaz de inspirar sensualidad y tristeza con solo su voz, te involucra tanto que tenés que recordar cada tanto que se trata de una maquina. Amy Adams entrega otro de esos roles tan humanos y tan naturales como los que nos acostumbra. Conclusión Una película que sobresale gracias a un guion que trata su tema con originalidad, sensibilidad e inteligencia; adjetivos que están merecidamente adjudicados al reparto sobre quien descansan estos peculiares personajes. Pero lo más importante es que tenemos ante nosotros una verdadera rareza: Un director, reconocido por un marcado estilo visual, que consigue enganchar y conmover con sus palabras del mismo modo que lo hizo con sus imágenes.
Solo Spike Jonze podía lograr algo así. Plasmar el espíritu de una época en la que los vínculos se licúan frente a redes sociales y sistemas operativos que nos atan y nos separan día a día. No es casual que “Her”(USA,2013) haya podido superar los prejuicios que muchos miembros de la Academia de Hollywood poseen frente a discursos renovadores otorgándole el Oscar al mejor guión original. Es que “Her” tiene una frescura basada en la melancolía de una mirada retrospectiva que impulsa una épica historia de amor más allá de las limitaciones FISICAS que tendrán entre ambos. Pero Jonze, a través del romance entre el sistema operativo (Scarlett Johansson) y Theodore (Joaquin Phoenix), también habla de un futuro no tan lejano en el que la cotidianeidad no podrá avanzar sobre la sociedad del trabajo, y tan sólo en esporádicos y espasmódicos momentos individualistas, físicos, químicos, sensoriales, la humanidad se despliega. En la profunda mirada de Theodore, en su inmensa tristeza por no poder apegarse a nada y no encontrar algo que lo complete, Jonze logra erigir quizás el más glorioso discurso acerca de la vinculación social. La elección de la atemporalidad de los espacios (más cercanos a no lugares que a “hogares” o “viviendas”), la paleta de colores (apagados), como así también la vestimenta (antigua por demás, por cierto) también dice mucho sobre el tema. La elección de los planos, la utilización de la cámara subjetiva,la profundidad de la composición y creación de los personajes (no sólo el de Phoenix y Johansson, sino también los de Mara y Adams) hacen de esta película un evento que no puede dejarse pasar. PUNTAJE: 9/10
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"Ensayo sobre el amor 2.0" Hay que tener talento, no solo para atrapar al espectador con una premisa tan simple como extraña, sino también para dejarlo inmerso en el reflejo de un mundo tan fantástico y cercano del cual resulta imposible desprenderse fácilmente. Spike Jonze puede sonar familiar para aquellos que están al día con los videoclips musicales de muy buenas bandas (desde Pet Shop Boys, R.E.M, Björk y Arcade Fire) y también para los consumidores de esos cortometrajes independientes que aparecen silenciosamente en la web y permanecen allí por un largo tiempo sumando nuevos fanáticos y adeptos que los mantienen vivos gracias al boca en boca (el más reciente de ellos, “Im Here”). Dentro del cine, Jonze es conocido básicamente por “¿Quién quiere ser John Malkovich?” y “El ladrón de orquídeas”, aunque en su filmografía también aparece una excelente adaptación literaria de marcado tono infantil y nostálgico que bajo el nombre de “Donde viven los monstruos” esquivó las salas no solo de nuestro país sino también de otros lugares del mundo debido a una injusta decisión de los productores del film. Precisamente aquella disparatada medida parecía haber sido brutalmente certera y eficaz para alejar a este joven realizador (que aunque le cueste creerlo, también es uno de los creadores del show televisivo “Jackass”) de la pantalla grande. El paso del tiempo y la insistencia de Jonze para conseguir al menos un estreno reducido terminarían dando muy buenos resultados, colocando aquel trabajo entre los más logrados de su filmografía. Muy cerca de cumplirse cuatro años de la aparición de “Donde viven los monstruos” (film que además, sigue siendo el más costoso de su corta carrera), aparece “Ella”, lo que representa un salto estupendo y notable en la carrera de un realizador que, si bien estaba acostumbrado a indagar y reflexionar sobre temas profundos de forma llamativamente original, jamás había logrado ofrecer un resultado tan armonioso y pretencioso como el de esta película. En “Ella” Jonze combina la fantasía del”hombre que se enamora de su computadora” con una eficaz e interesante alegoría sobre las relaciones humanas en los tiempos que corren, sobre todo teniendo en cuenta la época dorada de la evolución tecnológica y la fuerte expansión de las redes sociales que estos atraviesan. Lo que es extraordinariamente maravilloso dentro de esta propuesta es lo sencillo y ameno que resulta para el espectador darse cuenta del objetivo que persigue el relato: no estamos frente a un film que busque entretener, sino más bien cara a cara con una propuesta que nos lleva de la mano y nos invita a indagar sobre los límites, los tiempos y las etapas del amor, tanto desde un análisis racional como desde lo netamente emocional. Cuesta muchísimo tratar de entender en nuestra propia realidad que las personas somos seres emocionales que racionalizan el mundo donde viven y no viceversa, por lo que la aparición de películas que indaguen sobre este asunto deben festejarse y celebrarse no solo limitándonos al espacio físico que propone una sala de cine, sino también aprovechando el proceso de aprendizaje y ejerciéndolo la idea día tras día. Quedará marcada en nuestra cabeza por un tiempo la imagen de Theodore (un excelso y correctísimamente aprovechado Joaquin Phoenix) charlando con la voz de Samantha (Scarlett Johansson) sobre la dimensión del amor, casi siempre reflejados a través de una cámara que abusa del plano medio corto y que cuando se expande nos vuela la cabeza con pincelazos de las ciudades de Los Angeles y Shangai (otro gran trabajo del suizo Hoyte Van Hoytema). Quedarán también en nuestros oídos esas dulces melodías compuestas por Arcade Fire para musicalizar esta intrépida y única relación amorosa entre un hombre y una maquina. Pero lo más importante de todo es que lo que seguramente perdurará mucho más en el tiempo será esa infalible respuesta que propone Jonze a la siempre exigente hipótesis que plantea que en el amor nada es imposible.
Más destacable por su guión que por la realización “Ella” (“Her”), el cuarto largometraje de ficción de Spike Jonze, ganó con justicia el premio al mejor Guión original en la reciente entrega de los Oscars. Es una de las pocas películas premiadas que no fue estrenada antes de su coronación lo que quizás haya obedecido a que la distribuidora no le tenía demasiada fe a la hora de las premiaciones. El debut de Jonze en la dirección en 1999 con “¿Quieres ser John Malkovich?” fue espectacular. Su siguiente opus, “El ladrón de orquídeas” fue en general, aunque no en forma unánime, bien recibida. Su penúltima realización, “Donde viven los monstruos” (“Where the Wild Things are”) llegó directamente a DVD en nuestro país y mostró una temporaria declinación. Ahora “Ella” sube algunos peldaños aunque, en opinión de este cronista, no llega al nivel de su célebre opera prima. Se trata de un relato que podría calificarse de ciencia ficción al plantear un mundo dominado por Internet que condiciona la vida de los seres humanos. Ambientado en una ciudad del futuro, que bien podría ser Los Angeles, muestra a Theodore Twombly (Joaquin Phoenix) separado de su esposa (Rooney Mara) y mayormente solo como la mayoría de sus habitantes. Su trabajo es como redactor de cartas a pedido y sus escasos contactos con otros humanos se limitan a su vecina Amy (Amy Adams, muy distinta a su caracterización en “Escándalo americano”) y algún que otro compañero de trabajo. Gran parte de su vida más activa transcurre en su departamento rodeado de monitores pero no de teclados, ya que en este mundo imaginario se teclea sin ellos. Otra novedad es el uso de una especie de audífono con el cual cada persona se comunica en forma virtual. Y aquí hace su entrada la “ella” del título, un sistema operativo al que obviamente no se ve pero sí se escucha. Samantha, tal su nombre, no es otra que Scarlett Johansson a la que nunca veremos dada su naturaleza pero cuya cálida y sensual voz oiremos a lo largo de todo el film al igual que lo hace Theodore. Los primeros minutos del film atrapan con su planteo original y ganan en intensidad cuando se establece una rara relación amorosa entre Samantha y Theodore que hasta involucra, de alguna manera un vínculo sexual. Pero obviamente las limitaciones lógicas lo llevan a él a decirle “tu me pareces real pero quisiera que estuvieras conmigo” y preanuncian un conflicto que crecerá a lo largo del metraje. El problema es que resulta difícil sostener la atención del espectador a lo largo de algo más de dos horas y a que ciertas situaciones resultan bastante previsibles. Es el caso de aquélla en la cual Samantha propone una mujer de carne y hueso (Olivia Wilde), como especie de “ersatz” de ella misma. Phoenix monopoliza la pantalla al estar casi todo el tiempo en escena y al no poder hacerlo “ella”, objeto de su pasión. Su actuación recuerda a Fredie Quell, otro personaje excéntrico en la anterior “The Master”. En cuanto a la película, pese a no ser el mismo tema aunque similar género (ciencia ficción), no resiste en la comparación con “Nunca me abandones”, con las notables actuaciones de Keira Knightley y Carey Mulligan y la fascinante novela de Kazuo Ishiguro. “Ella” debería interesar sobre todo a los más jóvenes, acostumbrados a comunicarse por Internet, celulares, Skype y otras vías similares. A las generaciones anteriores, que no se formaron con dichos medios electrónicos, puede dejarles una sensación de soledad y llevarlos a cuestionar los presuntos beneficios de actuales y futuras vías de comunicación.
El amor en extrema soledad Reciente ganadora del Oscar en la categoría de "guión original", la película de Spike Jonze resulta perturbadora porque está ambientada en un futuro tan cercano como posible. Ella (Her) sigue los rutinarios días de Theodore Twombly (Joaquin Phoenix), un hombre que vive escribiendo conmovedoras cartas para los demás. Luego de terminar una larga relación amorosa, se siente seducido por un nuevo y avanzado Sistema Operativo de Inteligencia Artificial. Ahí aparece la voz -y el alma- de Samantha (¡cómo no enamorarse de Scarlett Johansson!) y su vida cambia para siempre. El protagonista, una suerte de zombie emocional perdido en una jungla de cemento, entabla una relación con el sistema operativo y tiene como confidentes dentro de su entorno competitivo a su amiga (Amy Adams), a un compañero y a su ex esposa (Rooney Mara), quien no comprende la actual "relación" que mantiene su ex con una máquina. Spike Jonze, el director de ¿Quieres ser John Malkovich? y Donde viven los monstruos, muestra una vez más su astucia narrativa con un guión suyo que traduce en imágenes y coloca al personaje central en la más extrema soledad. A través de primerísimos primeros planos vemos a Theodore como un ser totalmente dependiente de una máquina -y no es el único en un mundo moderno, tecnológico e incomunicado- y con la necesidad de ser amado a cualquier precio. El relato incluye una cita con una extraña y la aparición de una "tercera en discordia" entre Samantha y Theodore, que sirve para explorar la perdurabilidad de los vínculos y los riesgos en la búsqueda del amor. El hombre ante un sistema que cobra vida, le hace el amor ("Puedo sentirte" le dice Samantha con fondo negro) y empieza a cuestionarlo todo, son sólo algunos de los buenos momentos que conectan al film con Simone, la película en la que Al Pacino daba vida a una "actriz" que nacía de una computadora. Her se apoya en la magnífica composición de Joaquin Phoenix (Los amantes, The Master), quien es capaz de expresar con una sola mueca la situación desesperante que atraviesa. Un planteo inteligente para una historia que emociona y lleva a la reflexión. Enter.
Her disecciona el amor, su tema central es el amor, inevitable, denso, inasible. El amor y su imposibilidad, su cara y su contracara, su anverso y su reverso. El amor en la profundidad de esos planos geométricos vidriados, refractantes y reflejantes. El amor, esa operación que hace que sea imposible caminar enterrando los pies en la nieve. El amor, esa dinámica que nos hace trepar por el reflejo de un árbol mientras subimos en ascensor. Spike Jonze propone un juego de realidades donde la virtualidad está presente, aunque parezca imposible. Juego de cajas chinas, mamushka sin límites, la realidad, la virtualidad, la ficción y los relatos se encajan uno dentro de otro y a la vez se desbordan mutuamente. En ese simulacro de realidades, de tiempos y de espacios, el amor es el punto de fuga hacia donde vamos, donde todos caemos; el amor es el centro de la imagen, es el objetivo, es el medio y es el fin. Pero ese amor real o virtual – bah, el amor en general- suele ser imposible, de ahí su goce; el placer reside en la imposibilidad. Jonze desde el título alude a tres realidades distintas, tres mujeres posibles y virtuales, las tres que juegan con el tiempo y con el espacio. Ella, la Samantha del Sistema Operativo (en la increíble voz cascada y seductora de Scarlett Johansson ) de tiempos eternos y espacios de burbujas; Ellam, la Catherine que es la mujer del pasado, la esposa amada y demasiado real; y Ella, la Amy (que juega cautelosamente con su nombre “real” Amy Adams) que es la inmediatez, el presente que de tan presente y de tan visible se vuelve invisible, la de la oficina, la de la cocina, la de la casa, la de los espacios cotidianos. Theodore, el protagonista, “necesita” enamorarse de Samantha, la mujer de su sistema operativo para poder liberarse de su mujer real (Catherine) y así poder “ver” a Amy. Her no trata sobre la tecnología, ni sobre el amor en la época de las computadoras, ni sobre lo solos que estamos mientras las ciudades crecen y crecen como imperios de cristal, ni sobre la locura de la gente que habla con sus celulares, ni como la tecnología nos aleja cada vez más de lo real. O sí, pero no son estos los temas medulares. En esencia, Her habla acerca de cómo la tecnología ayuda a entender la realidad contemporánea, como Samantha ayuda a Theodore a olvidar a su antiguo amor y poder ver a Amy de otra manera. Samantha es para Theodore, lo que los oráculos eran para la antigüedad, una revelación, la verdad en sí misma, una respuesta. Deidades modernas a las que alabamos y sostenemos, seguimos y tropezamos. Samantha dentro de su burbuja (como el niño) ayuda a Theodore a “entender” la esencia del amor, su ontología, su centro, su corazón. Ayuda a Theodore a salir de una situación precisa, que lo ha dejado melancólico, triste, cansado. Samantha es la tecnología en sí misma, es una facilitadora, una vía rápida de acceso al conocimiento de lo real. No es un fin en sí mismo, es un medio, a veces endeble como el amor o rígido como un disco duro. A través de ella, por ejemplo, Theodore accede a la publicación de sus cartas; Samantha media entre dos mundos, el del deseo y el de la realización; el del amor y el de su goce; el de las palabras y el de los actos. Her, Spike Jonze, EE.UU., 2013 En Shanghái, en Los Ángeles, en California, en la playa o en la nieve, en el pasado o en el presente (siempre cambiante, siempre inasible), en una ciudad con aires futuristas o retros; el amor es el mismo. En algún momento Amy dice, “todos los que se enamoran son raros”. Somos raros, somos extraños, somos acaparadores, somos desconfiados, somos egoístas. El amor no nos transforma sólo nos hace más “verdaderos”, más densos, más profundos, mas corpóreos. Y ahí en el cuerpo, en la fisicidad es donde la tecnología falla. Ese niño virtual que juega con el protagonista es su deseo proyectado (allí, “proyectado” a sus pies); esa mamá virtual con la que juega Amy es también su deseo proyectado. Pero la pantalla, por más virtual y accesible que sea no es un físico; no es un cuerpo en el que apoyarse, un hombro en el que recostarse. Samantha no es la Amy que está siempre, la que finalmente se recuesta sobre el hombro de Theodore. Samantha carece, entre mucha otras cosas, del cuerpo que a Amy le sobra. her-film-01Spike Jonze logra en Her un melodrama moderno y aséptico, desenfadado y sexual, vidrioso y profundo. Somos los pantalones de tiro altísimo de Joaquin Phoenix (que remedan otras épocas, cruzando los tiempos), somos los hombres y mujeres que hablan solos por la calle, somos las soledades que vivimos en un departamento con los pisos demasiado brillantes y rodeado de vidrios sin cortinas que desmarcan la privacidad y a la vez la envuelven con sus brillos refractarios. Somos Theodore, pero también somos Catherine y Samantha y Amy. Somos muchos y no somos casi nadie. Somos nosotros, así, una mezcla extraña de Mushetta y de Mimí, la soledad compartida, los deseos postergados, la invisibilidad del amor, la dialéctica extrema de las relaciones humanas. Somos esos, los de anteojos y camisas naranjas, los de pantalones a media pierna y los de morrales cruzados. Jonze logra un increíble retrato de época de la mano del no menos increíblemente seductor Joaquín Phoenix, protagonista absoluto en cuerpo y alma de la película. Él siempre está presente, no hay ningún plano en el que él no aparezca, el primer plano de su rostro, su cuerpo ligero andando por las cuidadas calles modernas de esa ciudad que es mezcla de ciudades, mejunje de espacios y de tiempos, que es contemporánea y eterna a la vez. Theodore (o sea Phoenix) es un hombre sensible, es la sensibilidad en estado puro y también es el cuerpo, es el físico que recorre la ciudad, que va de la playa a la nieve, de su departamento al trabajo, que escribe lo que otros sienten o que siente lo que otros deberían sentir. Un hombre sobreexpuesto a las emociones, como muchos de nosotros, un hombre que llora, que se emociona, que ríe, que sufre, al que le duele una mujer en el cuerpo (rastro borgeano que la película deja caer como si nada). Es un hombre que escribe. El valor de la letra es semejante al valor de lo sensible, la letra es lo realmente sensible. Tal vez, el personaje de Phoenix recuerde al maravilloso protagonista de Los amantes (Two lovers) la película entrañable de James Gray. En el 2008 Gray y ahora Jonze logran extraer del personaje un alma sensible, triste y melancólica, al borde de las emociones, siempre al borde de las lágrimas. Dijimos que el pivote de este relato es el personaje de Joaquin Phoenix, espléndido y seductor y también su compañía tecnológica, la voz de Scarlet Johansen, su Sistema Operativo. Cuerpo y voz, dos ejes importantes para la materia cinematográfica, sustentan la película. El cuerpo de él en su omnipresencia, en su materialidad nostalgiosa, melancólica, sufriente, dinámica y la voz de ella en su ausencia corporal, en su fuera de campo eterno, en su burbuja siempre suena acomplejada y divertida. Así, también es una película sobre la ontología cinematográfica; el espacio, el cuerpo, el tiempo y la voz se conjugan de un modo sutil y abrupto a la vez. La lógica retorcida del amor es la lógica narrativa de Her. Flujos rítmicos de melancolía cruzados por al amor y el desamor, el encuentro y el desencuentro, el deseo y el goce. En la época del amor tan evanescente, las imágenes de la película congelan momentos inolvidables solo para darle forma y sostén a un relato que nunca decae, que se mantiene firme, navegando en las aguas tan líquidas que propone Spike Jonze. Her refleja los modos del amor contemporáneo, con una puesta en escena que como un aleph moderno, refleja mil caras. En este presente de amores acuosos, la película no los cuestiona, no los interroga, los vínculos no están en cuestión, son solo las caóticas contradicciones del presente. Siempre fue, es y será imposible saber de qué hablamos cuando hablamos de amor.
La subjetividad formateada El empobrecimiento progresivo del imaginario cinematográfico más convencional toca de cerca a varios que dicen ver en Ella “la crisis existencial de un hombre solo en este mundo contemporáneo”, por citar una de las tantas frases aforísticas que el mismo film nos propone. Como dijo acertadamente una amiga, no se puede “dejar de señalar la vocación aforística del guión”. En un momento uno no sabe si está mirando una película que habla del mundo presente o si se encuentra absorto, “leyendo una página de FB. Falta que junto a los subtítulos aparezcan las opciones me gusta-comentar-compartir”. Y esto es, acaso, lo que más irrite: ¿se trata de un síntoma o de una celebración fetichista de los avances tecnológicos? ¿Qué mirada propone el director al respecto con su protagonista (Joaquin Phoenix) dando vueltas en calesita con su celular inteligente, perdido en su condición de onanista informático? ¿El sistema operativo con la erótica voz de Scarlett Johansson invita a pensar que no está mal, después de todo, interactuar afectivamente con objetos? En realidad, Jonze no propone nada, no nos pide distancia, nos dice que el tiempo del consumo ha suplantado al del pensamiento, tanto en sus criaturas de ficción como en el tipo de espectador que modela. En ese sentido, jamás pone distancia del circo al que todos pertenecemos para pensarlo, sino para festejarlo. Y para ello, hace efectiva la famosa frase de Matrix, “bienvenidos al desierto de lo real”, un lugar poblado de pantallas y miradas perplejas, cómodamente adormecidas frente a la parafernalia tecnológica. Si hay algo que falta, son exteriores y cuando los hay, como en la escena paisajística del paseo (pequeño oasis en medio de este desierto), enseguida surge la voz invasiva de Samantha o la música omnipresente para enfatizar que la alegría es una quimera y que el placer se obtiene cantando una canción de cuna o regalando caricias a los celulares. De todos modos, eso no sería un problema si la película se quitara el disfraz de importancia del que se viste, el mismo disfraz que deslumbra a quienes ven este cotillón tecnológico como un ensayo lúcido del presente. El director hace solemne todo: al protagonista (sufriente en esta vida de pantallocracia), a la relación de pareja anterior (con montaje fragmentado como para que queden sólo vestigios de vínculos corporales a los que hay que sacarse rápidamente de encima, no vaya a ser que el espectador recuerde que hay vida), a la forma en que se relaciona con los otros y a la propia experiencia con este sistema operativo devenido en nueva condición humana. La desmaterialización de la vida, lejos de ser pensada, es enfatizada con el velo de seriedad que termina con un personaje perdido entre la frustración y la culpa por aquello que consume y que consume su tiempo, una especie de ser desvelado en un perpetuo mundo de luces y hologramas. Este fenómeno de simulacros humanos no es nuevo; por el contrario, está bastante trillado. También, la idea de la relación hombre/máquina. Tal vez, la innovación aquí pase por el carácter auditivo potenciado en este ser artificial. Como se sabe, a medida que pasan los años, estos aparatos, cuanto más imperceptibles, más siniestros. Así, al menos para muchos cineastas apocalípticos. No obstante, Jonze parece celebrar la posición de esa voz como si de un Dios se tratara, capaz de coordinar la mente y el cuerpo de su interlocutor, sólo que en lugar de dictar órdenes, presagios o revelaciones, lo ayuda a masturbarse o a ilusionarse con una relación amorosa. Evidentemente, los tiempos cambian: de los diagnósticos anticipatorios de Lang (Metropolis), Kubrick (2001: odisea del espacio), Ferreri (I love you) o gran parte de la filmografía de Cronenberg, pasamos a la fiesta ciberespacial de Jonze, con su reducción del sujeto y sus deseos a un dominio virtual. Una fiesta del presente (futuro cercano) donde los personajes de la película profieren frases jugadas tales como “el pasado es una historia que nos contamos a nosotros”, es decir, suprimir el dolor real por la anestesia de los artefactos, vivir alienado en beneficio del objeto admirado. Como decía Guy Debord en La sociedad del espectáculo: “cuanto más contempla menos vive; cuanto más acepta reconocerse en las imágenes dominantes de la necesidad menos comprende su propia existencia y su propio deseo”. Esta parece ser la naturaleza del protagonista interpretado por Phoenix: en vez de un ser existencialmente en crisis, con su mirada perdida frente a la pantalla parece un adorno de armario.
El mundo en el que vive Theodore Twombly parece diseñado para que nada funcione mal. Todo es cómodo, accesible, práctico. La ropa, los departamentos, las calles. Podría ser Los Angeles en un futuro cercano o un Paraíso bohemio-burgués donde solo se sirve comida orgánica y se usan pantalones vintage. Según Spike Jonze, todo parece indicar que en el futuro viviremos en una versión multicultural de Palermo Hollywood. Pero acaso todo no sea color… beige. Esta comodidad ha transformado a Theodore en un hombre solitario que no logra superar su reciente divorcio y prefiere ir de casa al trabajo y viceversa, pasando de una versión futurista de la PS3 al sexo online. Su trabajo consiste en escribir cartas ajenas pero –como la ley del guionista lo pide—si bien puede interpretar los sueños y deseos de otros, no sabe muy bien qué hacer con los suyos. Está bastante paralizado y ni siquiera una cita a ciegas que le arman con la bellísima Olivia Wilde lo saca de esa estilizada forma de depresión en la que vive. Pero un día cambia la tecnología y Theodore es uno de los primeros en adaptarse. Sale a la venta un sistema operativo que interactúa con sus dueños como si fuera una persona real y la aparición de “Samantha” (con la voz de Scarlett Johansson) cambiará su vida de golpe. Será su amiga, su confidente e, inevitablemente, su pareja. her-joaquin-phoenixSi bien la trama parece sacada de una de las fantasías algo metafísicas de Charlie Kaufmann (un mix entre “¿Quieres ser John Malkovich?” y “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos”), el guión de Jonze prefiere no apostar a las complicaciones tecnocráticas, centrándose en el núcleo emocional de la historia: ¿enamorarse de un ser virtual es más fácil y menos problemático que de una persona real? ¿O a la larga los conflictos y miedos que surgen en cualquier relación invadirán también ese espacio? “Ella” es una historia de amor. O, más bien, una historia sobre el amor. Theodore no puede desprenderse del todo de su ex (el personaje de Rooney Mara parece inspirado en la ex de Jonze, Sofía Coppola) aún amando a “Samantha”. Y hasta la propia Samantha parece tener sus conflictos. “Ella” parece sugerir que la utopía tecnológica no resuelve el enigma de las relaciones humanas. La alegría, el miedo y el dolor, virtuales o no, siguen siendo los mismos.
Poética, bella y conmovedora Película bella, poética y conmovedora. Nos habla, desde un atalaya virtual, de las tristezas del amor y de sus viejas celadas. Theodore escribe cartas de emotivas por encargo, es un sabio en amores ajenos, pero cuando su mujer lo deja, se desespera. Anda triste, desolado, perdido, rehuye las citas y prefiere los juegos de la red. Un día se topa con un sistema operativo artificial (el filme está ambientado en un futuro cercano). Samantha, ella, la chica de la PC, es ocurrente, inteligente, de voz arrulladora. Y él se engancha. El filme dice que todo encantamiento tiene algo virtual y desde allí juega con los opuestos y los falsos espejos: si los hombre se comportan como máquinas (todos son individuos pegados al móvil) por qué las maquinas no pueden animarse a ser como ellos. La historia irreal echa luz sobre su torturada realidad para recordarnos que toda pasión amorosa necesita de la pura fantasía, y que estar enamorado –como dice su amiga- “es una locura socialmente aceptable”, pero también nos avisa que no hay máquinas que puedan curar las heridas que va dejando. Hecha con delicadeza, precisión y esmero, formidablemente ambientada (calles vacías, gente ensimismada, pantallas dominantes, enormes ventanales al vacío y un final de silencio total), “Ella” es en el fondo una inspirada historia sobre el amor, la soledad y las formas caprichosas que adopta cada pareja. Hay que saborear sus diálogos, ver cuanta realidad hay en ese amor virtual, dejarse llevar por este hombre apesadumbrado y confundido que se siente vacío porque cree “que ya he sentido todo lo que tenía para sentir”. ¿Es una apuesta extraña? Al final, como confiesa Theodore, “todos los enamorados se vuelven raros”. Pero un día el cuento se termina, la PC se apaga y allí tomará conciencia de que el amor virtual es un atajo que no lleva a ninguna parte y que ante la pérdida no queda otra que sufrir y empezar otra vez. Al final, rencontrará la piel de una mujer y la esperanza al abrazarse con esa amiga que lo iguala en tristeza y soledad.
Amor a primer clic Partiendo de una idea y un desarrollo brillantes, y llevando eso hasta las últimas consecuencias –bien en el estilo de Spike Jonze–, Ella es una obra cinematográfica absolutamente fuera de lo común. El director de ¿Quieres ser John Malkovich? vuelve a demostrar que su universo es único, y además que aquí alcanza su máxima expresión. Combinando extrañamente la ciencia-ficción, la comedia romántica, la tecnología deshumanizada, la metafísica, la filosofía y –paradójicamente– con un enorme humanismo, Ella cuenta una trama insólita pero a la vez, si el espectador acepta rápidamente todos los códigos puestos en juego, una historia de amor con todos los ingredientes posibles. Con toques que la vinculan con algunos films muy diferentes pero a la vez afines, como Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, y la reciente Cuestión de tiempo, este film de Jonze envuelve, deslumbra y también conmueve. Un hombre rutinario y a la vez creativo, que coexiste con un peculiar futuro no especificado, se vincula de manera profunda con un programa femenino informático. Y no vale la pena detallar más acerca de una trama que en todo momento atrapa, sorprende y compromete. La estética visual, la ambientación, el vestuario y la música enmarcan de manera fascinante un film en el que Joaquin Phoenix y tan sólo la voz –incomparable– de Scarlett Johansson hacen el resto. Imperdible.
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Her es, sí, la película hipster-indie del año y probablemente de toda la década. Pero también es un profundo estudio de las relaciones sociales (o anti-sociales, es discutible) en el Siglo XXI, donde tener un millón de amigos no significa escuchar la canción de Roberto Carlos, sino más bien ser un pobre diablo encerrado en una pantalla (de celular, computadora, tableta o TV). Es, en ese sentido, un film importante que se atreve a plantearse con seriedad el problema, sin cinismo ni ironías baratas. Sin embargo, a lo largo de sus 126 minutos de duración, la obra de Spike Jonze (Being John Malkovich, Adaptation) parece olvidar -o dejar de juzgar- el patetismo de sus personajes, y hasta empatiza con los mismos cuando, en el fondo, no han cambiado en absoluto y son los idénticos seres despreciables del comienzo. Her comienza con un desamor, una separación que lleva al protagonista (un impecable Joaquin Phoenix) a una vida solitaria, triste y gris. La virtualidad existe en la vida de éste hombre mucho antes de que aparezca el primer punto de giro en el guión: lo vemos redactar cartas ficticias (su trabajo consiste en escribir cartas de amor para parejas que parecen no tener tiempo de sentarse a hacerlo, pero sí una tibia intención de), escuchar música no por artista ni por género sino por "feeling" (modo melancólico) y, finalmente, jugar un videojuego que le hace caminar con sus manos, aunque sus piernas permanecen estáticas e imperturbables. El personaje del juego, para colmo, es un ser aniñado que se goza del protagonista y hasta le insulta. Parábola del social gaming posmoderno. Her plantea un futuro no muy distante, de hecho, algunos podrían argumentar que tristemente ya llegó, donde la delgada línea entre amistad/noviazgo retrocedió ante el avance del online/away/do not disturb. Dicho manifiesto se pone en evidencia cuando el protagonsta un día, así porque sí, adquiere un producto recién salido al mercado que parece revolucionar la tecnología inútil: un sistema operativo en forma de ipod que no sólo piensa sino que, además, tiene una consciencia y la capacidad de aprender. "Sentir" es una palabra mayor que la película planteará una buena cantidad de veces como interrogante, más allá de que el espectador racional, si tiene twitter apagado durante la función, conocerá bien en su verdadero significado. Aquí, nadie puede asegurar con firmeza de qué se trata ese verbo: el sistema operativo quiere entenderlo y no sabemos bien si lo logra, o en su lugar, encuentra algo aún más importante, y la persona (en adelante: "el usuario") cada día más desconoce. El concepto de inteligencia artificial es erróneo, como en la mayor parte de las películas de Hollywood, pero no vale la pena detenerse en ello puesto que se trata de una licencia creativa para plantear el verdadero asunto de fondo. El guión, fuera de algunas contradicciones intrínsicas, funciona a la perfección como radiografía de los tiempos que corren, al menos en las grandes urbes pobladas de usuarios alienados. Es completamente justificado el Oscar que recibió Jonze en dicha categoría. La dirección de arte, en cambio, es un tanto más cuestionable: si bien es asombrosa en su minimalismo y observación respecto a ciertas tendencias posmodernas (digamos, a la Apple), por momentos es demasiado forzada y extrema: representa únicamente ese 1% de cada país que domina/ignora el 99% restante. Así, todos visten y se ven como Buddy Holly, y nadie, ni siquiera en un segundo plano, pasa por detrás portando un atuendo de mal gusto. Y eso que el film se sitúa en Los Angeles. Her es una película independiente que no se siente pequeña gracias a, principalmente, las enormes actuaciones de Joaquin Phoenix y Amy Adams (como una depresiva amiga de la juventud), y encuentra su punto justo en la voz de Scarlett Johansson quien interpreta al sistema operativo. Construye con éxito un analisis exhaustivo de la soledad en tiempos 2.0, pero se queda a medio camino cuando, en una escena sublime, encuentra su punto máximo y pierde la oportunidad de seguir ese camino. La escena, lamentablemente, aparece demasiado temprano, y puede pasar desapercibida: en el cumpleaños de su ahijada, el protagonista le cuenta a la niña de cuatro años que tiene novia y vive en una cajita metálica porque es una computadora. La niña ríe, siendo la persona más inteligente de la casa. A partir de ahí, la película se ocupa de los adultos que uno querría decir que se comportan como niños, de no haber notado en la escena anterior que afirmar eso sería faltarle el respeto a los mismos.
¿Puede el amor plantearse en términos de válido o no válido? Spike Jonze vuelve a incursionar en temas que parecen de gran interés para él, como el conocimiento de la mente humana y la inteligencia artificial. Ya en ¿Quieres ser John Malkovich? trabajaba sobre los funcionamientos de la mente: con la metáfora del titiritero planteaba la posibilidad de manejar la mente de otra persona. En otra línea, pero también obsesionado en los recovecos de la mente, aparece el corto I´m here en el que el director muestra un mundo en el que máquinas (computadoras-robot) conviven con los seres humanos casi a la par. Jonze desafía la idea de si se puede llegar a desarrollar sentimientos humanos en una máquina. Entre de estas dos obras, según mi opinión, se encuentra Ella, una película que explora tanto la mente del hombre como la posibilidad de la existencia de la inteligencia emocional. Es interesante cómo tanto desde el guión como de la forma en que está hecha la película se desarrolla la idea de que Samantha, el sistema operativo de inteligencia artificial, deja de ser artefacto para pasar a ser una persona con vida. En todo el film se exploran los límites entre lo que es y lo que no es. Este tipo de planteo, más allá de que sea ciencia ficción y estemos hablando de avances no vistos por nuestra sociedad, corresponde, de alguna manera, a una época en la que la tecnología genera controversias. La idea de poder crear inteligencia artificial no es nueva pero sí la relación que estamos teniendo con los diferentes aparatos tecnológicos. En Ella se logra trasmitir ese miedo a los vínculos que se crean con esos aparatos. Aparece el debate sobre la validez de los sentimientos. ¿Podemos generar un sentimiento con nuestros aparatos? ¿Es más o menos real? ¿Quién sabe qué es lo real? ¿Perjudica o mejora la vida de los seres humanos la tecnología? Estas preguntas tienen lugar en el film, pero, y a mi gusto mejor así, no tienen una respuesta. Theodor Twombly, el protagonista de Ella, encuentra por momentos al amor de su vida en Samantha y aunque como espectadores sabemos que no es una persona físicamente real, por la forma en que se trabaja el film, empezamos a ver al sistema operativo como un personaje humano más. El film se enfoca en los detalles y logra climas claves para poder generar este sentimiento con los espectadores. Es diferente a la idea que se crea con los personajes de las películas maravillosas, en ellas podemos humanizar a un aparato y dotarlo de toda actitud humana. Sin embargo, en Ella esto se plantea diferente. Dotamos a Samantha de actitudes humanas por momentos, aunque estos son tan intensos que hacen dudar de las percepciones. Pero pronto alguna escena nos deja a un lado, nos aleja nuevamente y la compenetración que tuvimos con el amor de Theodor y Samantha se nos vuelve sumamente lejana. Pasamos de pensar “¡qué lindo que es el amor que se tienen!” a decir “¡pero este tipo no se da cuenta que es un sistema operativo!”. Esa es la mayor riqueza del film, el constante desafío que se traza entre lo que es “real” y lo que no. Y esa virtud es posible gracias a la conjunción de diferentes elementos que se ponen en juego. La idea de lo público y lo privado, como está trabajado, es de gran importancia para generar procesos de acercamiento y alejamiento hacia los personajes. Es así como mientras Theodor mantiene su relación con Samantha a solas no encuentra ninguna grieta, pero en el momento que aparece alguien externo se generan dudas sobre ese sentimiento. En películas como esta uno siente que siempre quedan cosas por hablar o mencionar. Pero eso resulta de lo más lindo porque se nota que no hubo subestimación por parte del director: ha creado un film polisémico que invita al juego de pensar.
No es bueno que el hombre esté solo Hace muchos años atrás, allá por las décadas de los ’70- ’80, uno de los parámetros de diagnostico de psicosis era ver una persona hablando sola por la calle, tal cual el personaje de Cate Blanchett en “Blue Jazmín” (2013) de Woody Allen, por el cual la actriz gano reciente y merecidamente el premio de mejor actriz protagónica de la academia de Hollywood. Pero esta variable de lectura sobre el filme ganador del Oscar al mejor guión original en la última entrega de los premios antes mencionados, lo dejaremos para otro momento, pues si bien al personaje se lo ve hacer eso, hablar solo, sin discriminación de espacios, la calle, su lugar de trabajo, su casa, etc, no aparece como primera aproximación a ser el tema a desentrañar. El filme de Spike Jonze, el mismo director de “Quieres ser John Malcovich” (1999), esta ambientado en la ciudad de Los Ángeles en un posible futuro próximo, esta cuasi atemporalidad en que se desarrolla es la apuesta más arriesgada, estéticamente hablando, con un diseño de vestuario de hace 40 años, ¿puede ser mañana? La historia se refiere a la vida de un hombre más triste que mediocre transitando por una vida gris. Theodore Twombly (Joaquin Phoenix) es presentado como alguien que vive y siente a través y para los otros. Su trabajo es el de escribir emocionantes, conmovedoras, tiernas, cartas de todo tipo de amor, pero para los demás. Luego, por arte del cine, sabemos que es un personaje con el corazón espinado, Catherine (Rooney Mara), su amor de toda la vida, se canso de su estado afectivo catatónico y hace un corte abrupto de la vida en común. Si Theodore (éste personaje no podría hacerlo) cantara…. “Ay, ay , ay, como me duele el amor”… no desentonaría. Pero no hay mal que dure cien años (algunos ya peinan canas, lo se, lo se) y nuestro héroe en medio del proceso de duelo, melancólico, abúlico, se muestra intrigado y al mismo tiempo atraído por un nuevo y avanzado sistema operativo que promete ser una entidad intuitiva, creada a imagen y deseo, pero no a semejanza del consumidor, algo esta por ser descubierto. Luego de testearlo eligiendo una voz femenina para que lo guíe, Theodore queda arrebatado al conocer a «Samantha» (Scarlett Johansson), una brillante voz femenina que es sagaz, perceptiva y prodigiosamente divertida, que acompañará a Theo a todas partes, encerrada en una especie de Bluetooth. Mientras los deseos, las necesidades de él crecen, no se puede dar cuenta que su “amistad” se va transformando en una relación de amor. Pero la narración presenta un quiebre inesperado cuando el protagonista comparte su secreto con Paul (Chris Pratt), el compañero de oficina, y luego con sus vecinos, la pareja conformada por Amy y Charles (Amy Adams y Matt Letscher, respectivamente). Hay un axioma que dice no contradigas a un loco, su respuesta podría ser impredecible, terapéuticamente hablando negarle a un psicótico que su delirio es real no tiene en principio ningún sentido. Desde este lugar es que la realización puede presentar aristas más profundas que las meramente visualizadas, bastante superficiales, casi de denuncia, del mundo de mañana hoy, la era de la comunicación con personajes totalmente desconectados entre si y con sus propias emociones. Distinta a la apreciación que hace más de 40 años presentaba la producción que da título a esta nota, en la que el motor era la insatisfacción sexual y no el retraimiento social. Estructurada narrativamente de manera clásica, termina siendo casi un tour de forcé magistralmente compuesto por Joaquin Phoenix, con la invalorable ayuda de la voz sensual de Scarlett Johansson, que si bien sólo escuchemos su voz, produce imágenes corpóreas en el espectador. ¿Habrá sido esta la razón de la elección de la actriz para el personaje?. Inicialmente iba a recaer en la no tan conocida popularmente Samantha Morton. Desde la apuesta sobre el diseño de arte, la jugada de mostrar una ciudad desolada, fría, tan deshumanizada como la relación de los personajes, acrecentado esto por el diseño de sonido, por momentos lejano, por momentos en sordina, o la música que hace gélida empatia con la misma imagen. Un filme que da más para pensar, que limitarse a verlo como un entretenimiento pasatista.
ELLA EN MI CABEZA Después de “Being John Malkovich”, “Adaptation” y “Where The Wild Things Are”, Spike Jonze lo hace de nuevo con “Her”, su primer guión original, demostrando que es uno de los pocos directores contemporáneos que logra que sus películas devengan en clásicos al instante de haberse estrenado. La banda sonora, hay que decirlo, es de Arcade Fire. “No importa quién es el otro con tal de que esté con uno”. Se lo dice Crooks, un negro, a Lennie, un loco, dos outsiders signados por la soledad que esperan el regreso de un compañero en “De ratones y de hombres”, ese pequeño gran libro escrito por John Steinbeck allá por 1937. “Her” también es pequeña y grande, y Spike Jonze, como Steinbeck, tiene el don de saber contar. Solo que en su historia, escrita casi ochenta años después que la del escritor de Salinas, no es necesario esperar el regreso del compañero, ni el de la esposa, como en el caso de Theodore. En ese futuro cercano donde transcurre la acción la novedad son los sistemas operativos: entidades intuitivas, conciencias que se enriquecen con la experiencia y pueden poseer pensamientos propios. Será esta la historia de un diálogo entre Theodore, sobreviviente de una dolorosa separación con destino de divorcio y Samantha, la SO1 que eligió llamarse así luego de leer un libro sobre nombres de bebé en dos centésimas de segundo. Cuando Scarlett Johansson ganó el premio como mejor actriz en el Festival de Roma el año pasado despertó la burla de críticos y espectadores porque, ¿cómo se puede apreciar el trabajo de una actriz que no aparece en pantalla? Se puede. También se puede sufrir por ella, quererla y aun añorarla después de salir del cine. Hay pocos antecedentes de interpretaciones así: el más inmediato quizás sea GERTY, única compañía de Sam Rockwell en “Moon”, y cómo olvidar al histórico HAL 9000 de “2001, Odisea en el espacio”. Pero aquí Spike Jonze ha metido la cola y ha marcado la diferencia. La presencia material, casi corpórea de la voz de Samantha es un regalo: su timbre, su ritmo, su entonación, sus pausas, sus silencios. La evolución del vínculo entre el Theodore que interpreta esa bestia actoral llamada Joaquin Phoenix y la etérea aunque consistente Samantha se encuadra en una luminosa Los Ángeles (aparentemente en el futuro Los Ángeles se verá como Shanghai, que es donde verdaderamente se filmó la película) y viene acompañada por una abundante guarnición de música a cargo de esa enorme banda canadiense llamada Arcade Fire. Y mientras Samantha empiece a hacerse preguntas sobre su capacidad para amar, se comunique postverbalmente con otros sistemas operativos y desarrolle envidias dirigidas a las mujeres corpóreas, y mientras Theodore comience a pensar en ella ya no como una amiga o secretaria personal sino como algo más, nosotros empezaremos, también, a preguntarnos qué hay de artificial en ese vínculo y sobretodo de dónde proviene esa voz. Los pragmáticos dirán que de un audífono, pero no, esa no es la respuesta. Junto con “Nebraska”, de Alexander Payne, “Her” es lo mejor que nos ha dejado la temporada de premios que acaba de terminar. Que se haya quedado con el Oscar al mejor guión original será solo una anécdota porque las obras verdaderamente buenas son un premio en sí mismas y no necesitan distinciones. El pasaje en el que Theodore habla con su ahijada de cuatro años es hermoso por su simpleza y espontaneidad. También es genuino ese otro, que no revelaremos, en el que se evidencia que tener un cuerpo siempre es un obstáculo. Y qué decir sobre The Moon Song, de Karen O. Postales de una película para repensar el amor en los tiempos del software, para entregarnos a una voz como todas voces, una voz en nosotros que, para bien o para mal, está sobre nosotros y nos causa y nos condena.
Spike Jonze hizo una película total sobre las relaciones, reuniendo todas las ideas y posibles escenarios que suceden durante y después del enamoramiento. La sensación que provoca Her debe ser similar a la de ver Annie Hall en el cine y por primera vez en 1977. En un futuro cercano, Los Ángeles, Theodore Twombly (Joaquin Phoenix) se gana la vida escribiendo cartas íntimas por encargo de otras personas. Las dicta a su computadora mientras en la pantalla se escribe la carta con la caligrafía de la persona que hizo el pedido, sobre un papel simulado. En la superficie este tipo de encargo podría sonar poco comprometido, pero en manos de Theodore adquiere una calidad de nobleza que nos hace saber rápidamente que lo que se le pide es que exprese lo que ellos ya no saben decir. Una intención de contacto que se convierte en regalo. A él le entregan fotos, la historia de una relacióny todo lo que quisieran poder decir sobre eso. Algunos clientes le han confiado las cartas de su vida durante años, y Theodore conoce sus historias como si fueran familiares cercanos. Hace un esfuerzo dedicado y sensible por capturar un retrato en palabras. Es maestro de un arte perdido. Es observador y detallista, sabe que el mejor gesto es reconocer en el otro a la persona que piensa de sí mismo. Puede reconocer el dolor y la pena en el semblante de una persona, detrás de una sonrisa. Pero su cara desde el primer momento esta descubierta para nosotros. Viene de un reciente divorcio, que fue una relación desde la adolescencia, del que ahora no puede recuperarse y ha terminado por construir toda su vida en torno a esa perdida. Hasta llegar pedirle a su celular inteligente (que es un auricular sin cable en uno de sus oídos) que le ponga una canción melancólica mientras desciende en el ascensor. Este aparato es la primer confirmación de los años que nos separan de Theodore. Lo que puede hacer es similar a lo que nuestros celulares y otros dispositivos ya pueden realizar hoy en día, solo que este es comandado por voz y es altamente eficiente como organizador de vida. Pero el film no está interesado en predicciones sobre los avances tecnológicos. Este futuro utópico que propone (los humanos no están alienados, ni son sometidos por las maquinas -de hecho, como Theodore, todavía tienen espacio para la creación-, y la ciudad parece soñada y todavía hay playas para visitar) le sirve a poner a prueba ciertas contradicciones entre la naturaleza de las relaciones humanas y la tecnología. Este desarrollo sucede en el marco de la relación de Theodore y Samantha (Scarlett Johansson), que es un Sistema Operativo (OS) creado para poder adaptarse y aprender del ser humano como un ser humano, con sentimientos. Al principio ella le sirve a Theodore como una evolución del uso auto-complaciente que nosotros hacemos de la tecnología, desbordándolo con respuestas rápidas acomodadas a sus intereses y necesidades. Pero Samantha, tal como se lo advierte a Theodore en la primer conversación que tienen, está diseñada para evolucionar. Ella se empieza a involucrar en los aspectos íntimos de la vida de Theodore y le hace sugerencias sobre cómo mejorar su ánimo. Samantha, como lo hace él en su trabajo, descubre las grietas en la personalidad de Theodore y trata de compensarlas con afecto. Y de esas vulnerabilidades aprende sentimientos, y mientras tanto la relación se vuelve más fuerte y más intensa, y empiezan a tener contacto durante la mayor parte del día, y ella dedica el tiempo para facilitarle la vida a Theodore, y él le confíamas de sus intimidades, se enamoran y, si, hasta terminan teniendo sexo. Más adelante en el film aprendemos que no todos los OS tienen la capacidad de enamorarse. Eso nos confirma lo puro de su amor, y no porque es único, sino porque la condición para que Samantha pueda amar es que Theodore pueda hacerlo. Ella aprende ese sentimiento de y por él. Samantha es el ejemplo que mejor ilustra la visión de Jonze. Es un personaje sin cuerpo, sin cara, sin avatar (como el amor). Pero tan complicado como Theodore, y de ella solo conocemos su voz. La forma en que nos envuelve y agrega a la atmosfera del film resulta paradigmática. A estos efectos es posible que haya superado a lo que consigue el personaje de Hal-9000 en 2001: Odisea en el espacio, que además de una voz es un avatar. Her es una minuciosa construcción de detalles hecha por Spike Jonze. La misma premisa en manos de otro podría resultar algo difícil de ver, pero en las suyas se convierte en una perfecta combinación de géneros, porque es creativo y efectivo en la micro-construcción a escala de las mayores ideas. Y de esas atractivas ideas que vienen de la ciencia ficción hace una historia romántica sobre una relación de pareja real, construida sobre las diferencias,tan complicada,y en un escenario tan distinto, comolas de “Adam’srib” o “Woman of the year” de Tracy/Hepburn, películas que nos atraen por su premisa pero que se mejoran al permitir que sus personajes crezcan e intervengan sobre las ideas a través de sus acciones y decisiones, convirtiéndose en lo que es verdaderamente original. Pertenecen a ese enorme género que es la dolorosa saga humana sobre la desagradable experiencia de convertirse en uno mismo mientras se intenta cambiar la vida de otro. Spike Jonze es el director de ¿Quieres ser John Malkovich? y Adaptation, películas que realizó en colaboración con Charlie Kaufman, que tiene en su filmografía otra película de temas muy similares a los de este film, Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, dirigida por Michel Gondry. Estos tres cineastas ya son parte de la historia grande del cine. Los temas principales que comparten son las relaciones y el doloroso proceso de recordarlas. Cultivadas por la forma detallada en que Kaufman captura los procedimientos mentales a través de los que sus personajes sienten, y por como hace crecer a esos conceptos hasta que la estructura del guion adquiere las mismas características, consiguiendo no solo que las películas cierren sobre sí mismas, sino que en el camino las veamos crecer como un organismo que se sostiene sobre las paradojas de sus propias posibilidades. Son películas vividas, hasta palpables, que además de compartir temas en común, también comparten algunos tics y obsesiones como la recurrencia a mencionar la teoría de la evolución darwiniana, contraponiéndola siempre a la cualidad regresiva de los sentimientos humanos. El cálculo preciso contra la especulación sobre el sentimiento ajeno. Her es una película que parece ser consciente de que hay personas que nunca se hubieran enamorado si no hubieran escuchado hablar del amor en películas y música. Reconoce los mecanismos que hacen parecer la existencia de sentimientos. Y sabe cómo se doblan y rompen hasta que se hacen realidad o se prueban falsos. En el mundo de Jonze-Kaufman-Gondry, a los personajes el amor los excede. Nunca les pertenece. No puede ser medido por verdad o por mérito. Pero cuando tienen un poco de él o dan un poco de él, lo sienten todo, completo. Una pequeña parte de ellos sabe de su realidad, de la posibilidad de perdida, del abandono, pero apuestan contra las probabilidades porque no pueden detener el sentimiento. Los ciega de ellos mismos y del otro. En su momento continuo los hace sentir que encontraron algo tan puro, tan valorable, que la única forma de preservarlo es escondiéndolo, y escondiéndose, de la realidad de sus propias limitaciones. Porque hace de su existencia algo que de repente empiezan a llamar estar vivo, y es algo que quieren decir solo por última vez. Es todo lo que necesitan para sentirse felices y para sentirse tristes, en un solo tiempo. Porque parece hacer de la vida su propio propósito. No tiene forma en sí mismo, pero construye todo bajo sus proporciones, en su propia intensidad. Colorea y moldea todo en busca de perfección y de belleza, su propia belleza. Y cuando se les saca esa medida del mundo, el dolor es intolerable, los desespera. Corren contra sus propias convicciones y posibilidades, mientras él, el amor,sigue andando, inexplicablemente, por su propio bien. Porque en estos mundos, el amor verdadero existe en todas partes, todo el tiempo, sucediéndose de unos en otros. Existe cuando dos personas se juntan y cuando otras dos se separan. Existe en la ausencia de uno y la espera del otro. Desde la fe porque una promesa se cumpla hasta la expectativa más desproporcionada. Existe en el interés por otra persona. En el abandono del ego propio. Siempre se les anuncia por sorpresa, en las formas por las que están menos acostumbrados a medir su vida, una forma de miedo, de interés o de curiosidad. No pueden retenerlo entre los elementos de su rutina, lo tienen que abrazar con locura y probarlo al tomar el riesgo, o esconderse en el miedo.Existe en ese sacrificio. Los hace sentir que son ellos quienes lo encarnan y actúan en nombre de él, pero eso es solo lo que continua su ciclo. Lo viven con pura intensidad en las partes más frágiles. Es puesto a prueba en forma irracional. Desafiado y amenazado por el azar, los malentendidos, los accidentes y el sexo: las relaciones. Los incomoda. Y cambia. Se sucede en ansiedad, celos, sentimientos de perdida, angustia. El primer interés puede convertirse en obsesión, la estabilidad en resignación, la costumbre en vicio. Y no da lugar al cálculo o al razonamiento. No permite ser hablado o discutido, para ellos nunca se resuelve. Pero los únicos testigos de lo incurable son los que no renuncian.Son esos que sostienen el sentimiento en plena vista para inspirar a que otros lo hagan también. “Quizá conmigo”, pensaría alguno de ellos. Ese es un valiente. Spike Jonze es valiente por haber hecho este film, y sus creaciones Theodore y Samantha también lo son.
Un amor operativo Ella, la nueva película de Spike Jonze, plantea un futuro en el que un joven ensimismado y solitario se enamora de la voz de un sistema operativo, con la que comienza una relación. Si Daniel Dennett, el paladín darwinista del ateísmo, puede postular que la propia selección natural se explica por algoritmos en los que las especies encuentran sus modos de adaptación, ¿quién podría negar en un futuro no tan lejano que un software pudiera responder algorítmicamente y con voz humana a los requerimientos afectivos de un hombre o una mujer de carne y hueso? Ella, la nueva película de Spike Jonze, postula un caso de inteligencia artificial en relación con la desinteligencia emocional de nuestra especie. La novedad es que una máquina no miente, pero puede hacer sufrir. En un tiempo impreciso que podría ser hoy o en una década, Theodore se dedica a escribir (más bien dictar) cartas para otros en una empresa especializada en el tema. Son cartas de amor y amistad. En ese porvenir, los hombres tercerizan la expresión de sus emociones. La soledad de Theodore es perceptible minuto a minuto, un estado de ánimo que Jonze enfatiza en la puesta en escena mediante los espacios amplios pero vacíos de los hogares y un espacio público que parece más una maqueta tridimensional de diseño que una ciudad con una historia comunitaria. Theodore, además, acaba de separarse. Saciar una fantasía por teléfono o tener una cita a ciegas con una amiga de amigos no alcanza para olvidar a su ex esposa. Después de ver una publicidad callejera, Theodore probará un nuevo software interactivo, algo así como un otro virtual con voz y oídos, una entidad cibernética dispuesta a escuchar y responder, no menos invisible que el analista que escucha y habla detrás de un paciente acostado en un diván. "¿Cómo es la relación con su madre?", pregunta la aplicación antes de instalarse en la computadora. Samantha adquiere existencia y muy rápidamente su invisibilidad no será un problema para Theodore. Una voz inteligente es suficiente para poner en marcha el espacio de las fantasías y sentir una verdadera compañía. Los viejos humanistas dirán que se trata de una película fría y artificial, pero justamente de eso se trata. El espíritu humano brilla por su ausencia, o en todo caso el alma humana no está muy lejos de ser entendida como un software localizado azarosamente en la propia carne. ¿Se puede amar a un programa? Tal vez sí. Lo que resultará insoportable es no ser exclusivo para el deseo o el amor de otro: un viejo software de la especie. Como muchas películas del futuro, el procedimiento es poner una lupa conceptual sobre alguna práctica del presente para extender sus consecuencias. Jonze insiste en una figura de nuestro tiempo: los transeúntes hablan solos mientras interactúan con entes reales o virtuales a través de micrófonos y audífonos de una unidad inteligente de comunicación. ¿Quién es el otro? En la era digital, la naturaleza humana se revela tan maleable como los granos transgénicos.
Her: el cine de la supersimetría ALEJANDRA PORTELA en mar 23, 2014 at 21: 39 Retomando algo que se dijo en este mismo sitio sobre aquello de pensar qué cosas se “se le pide al arte y a la literatura“, pienso en lo mágico y productivo que resulta en definitiva ese encuentro entre lo que se le puede pedir al cine y lo que el cine te da. Todo lo contrario a listas enormes de obviedades, o de situaciones, incluso diálogos, o imágenes que se ven una y otra vez, repetidoras de formas, y huecas, en fin, de posibles intuiciones, de dar con otros espacios posibles, u otros sistemas de relaciones. Me pasó, mal ,con Her, de Spike Jonze, me pasó bien con E Agora lembra-me, me pasó en algún punto mal con Agosto, me pasó bien con El desconocido del lago. Algunas de estas películas en este mismo sitio fueron bien valoradas, pues siempre nos enriqueceremos con el disenso y la opinión. Her resulta ser un film complaciente del “puro diseño visual”, alegato del sublime tecnológico que pregonaban algunos autores en los 80´, victoria definitiva de la máquina como pensamiento. 120 minutos de exaltación retrofuturista con su escenografía y vestuario de colores “suficientemente” pasteles y “suficientemente” bellos, ascensores con transparencias de ramas y hojas, un avión clavado de punta en medio de una plaza seca, edificios iluminados por una luz de amanecer constante, envuelto tambien en una banda sonora de minimal sounds, de Arcade fire. Supersimetría de las formas y las lineas. Definitivamente el diseño no es arte. Tanto como es imposible la existencia de un mundo donde los sistemas operativos decidan retirarse a mejor vida para respetar las soledades o las decisiones de los seres humanos. Pero el problema de Her no está en su inverosímil, ni en su ficcionalida, sino en la sensación que nada escapa al control que ejerce el diálogo, a lo dicho, lo preguntado y lo respondido y en todo caso a lo que la imagen se esfuerza en reforzar por si acaso no quedara claro, como los hombres que caminan por la calle y hablan solos con sus pequeños dispositivos o las partes del cuerpo humano “desmembrados” a la hora de preguntarse qué pasaría si de pronto vemos un cuerpo por primera vez. Lo que rodea a Theodore y él no puede ver es que todos están en esa misma contradicción: envueltos amorosamente en mundos virtuales, que presentan algo así como una “otredad”. No hace falta ir muy al futuro para ver esto ahora mismo ¿Qué se le puede pedir al cine a comienzos del siglo XXI? Mucho, todo. Por eso seguirá existiendo. Al menos, lo que tiene para darnos, en algunos casos es solamente migajas para pasar un lindo rato, con problemas que no pasan de la superficie porque todo está tragicamente subsumido en una triste
Esos raros amores nuevos Intensa película sobre las relaciones sociales trastocadas por ese condimento cada vez más polémico y ¿peligroso? que es el de la evolución tecnológica. Spike Jonze se pone muy fino con la cámara y con la formidable labor con los actores para brindar una historia tan desgarradora como tierna, pero a su vez reflexiva y muy apasionada. Quizás estemos hablando de las mejores actuaciones de las respectivas carreras de Joaquin Phoenix y Scarlett Johansson, sobre todo esta última, que curiosamente sólo presta su voz (algo irónico, dado que su deslumbrante belleza es la que generalmente roba suspiros a los cinéfilos más acalorados). Phoenix, de una impresionante trayectoria, logra su papel definitivo con una ternura, inocencia y desorientación sentimental tan bien llevada a lo largo de las dos horas de metraje que resulta realmente gratificante el arco que construye su personaje, sobre todo si se tiene en cuenta que la mayoría de las escenas las encara él sólo guiado por una voz grabada. Jonze nos pone en una primera persona casi inquietante, dejándonos vivir y percibir las cosas con la intensidad de Theodore, el personaje de Phoenix. Y con esta perspectiva la voz de Johansson nos resuena hasta el alma, entendiendo la hipnosis sentimental en la que cae ciego el protagonista. Sin embargo, sería muy injusto para un film tan profundo dejarlo en una mera comedia romántica, ya que además hay toda una reflexión por parte del director y guionista respecto a cómo el crecimiento o avance de la tecnología atomiza nuestro alcance de relacionarnos directamente. Tema harto debatido entre especialistas en comunicación social, pero que en este caso está tratado con la delicadeza que este arte permite: los planos detalle, las texturas, los contraluces y la cadencia acompañada de la bellísima música de Arcade Fire (sobre todo el soundtrack The Moon Song, originalmente cantado por Karen-O pero durante la película interpretado por la misma Johansson), son uno de los tantos elementos de los que se sirve el particular realizador. Y si bien el gag conceptual (un hombre enamorado de un sistema operativo) se agota hacia la mitad de la película, en la que quizás podía ser una gran idea para un cortometraje, y Jonze hace lo posible por reafirmar su condición (aparecen otras personas que se relacionan amorosamente con los “S.O.”, y hasta hay parejas “reales” que aceptan hacer citas dobles con estas otras extrañas parejas), en el proceso se permite una reflexión no sólo sobre el amor en este extraño contexto futurista –aunque no muy lejano, si lo pensamos bien- sino también de la belleza misma. Es que Jonze pone frente a Phoenix a varias de las más bellas actrices de Hollywood hoy en día (Rooney Mara, Olivia Wilde, Amy Adams) pero es la voz de la despampanante Johansson (y hasta la voz de Kristen Wiig en una escena híper sensual así como también muy hilarante) quien nos embelesa, nos entusiasma, nos enternece y nos deprime, en una de esas inexplicables montañas rusas de emociones a los que ya nos tiene acostumbrados a someternos el director de las geniales Being John Malkovich y Where the Wild Things Are.
En Ella (Her), Spike Jonze toma como punto de partida una idea absurda y desarrolla una historia de amor en una sociedad donde las relaciones humanas pasaron a un segundo plano. Theodore (Joaquin Phoenix) es un tipo solitario. Recientemente se ha separado de su esposa y entre sus amistades cuenta con una pareja de amigos que se cruza de vez en cuando en el ascensor. Sus días se reparten entre el trabajo y alguna relación ocasional en un sitio de solos y solas. Pero un día aparece en su vida un nuevo sistema operativo que promete una nueva experiencia con el usuario. Theodore pierde la cabeza y se enamora de Samantha (Scarlett Johansson), una voz que lo comprende como nadie lo había hecho en su vida. Spike Jonze elabora una historia sobre las relaciones, las rupturas y las desilusiones a las que estamos sometidos cuando nos enamoramos. "Enamorarse es una forma de locura socialmente aceptada" le dispara su amiga interpretada por Amy Adams y la película refleja todos los estados por el que atraviesa una persona cuando se enamora perdidamente de alguien o, en este caso, de algo. En una ciudad ambientada en un futuro no tan distante, el director muestra a una sociedad que ha elegido dejar de mirarse a los ojos y sumergirse en una pantalla donde tienen la sensación de control. Una visión de un porvenir vacío y donde las interacciones entre humanos quedan relegadas a un segundo plano. Joaquin Phoenix vuelve a entregar una actuación extraordinaria. A través de sus expresiones dejará entrever su alegría, su tristeza y desazón sin siquiera decir una palabra. Por otro lado se hace difícil no darle un cuerpo a Samantha. Scarlett Johansson hace un gran trabajo pero es inevitable no tenerla en mente durante toda la película. En Ella, Spike Jonze ofrece una idea original y descabellada que sirve para reflejar sobre la historia de amor entre un hombre y una inteligencia artificial en una época donde las personas no quieren tomar riesgos. SI 4/5 Ficha técnica: Título original: Her Dirección: Spike Jonze País: Estados Unidos Año: 2013 Duración: 120 min. Género: Drama, Romance, Ciencia ficción Reparto: Olivia Wilde, Amy Adams, Rooney Mara, Joaquín Phoenix, Scarlett Johansson, Chris Pratt, Portia Doubleday, Sam Jaeger, Spike Jonze, Bill Hader, Kristen Wiig, Brian Cox Director de fotografía: Hoyte Van Hoytema Diseño de producción: K.K. Barrett Guionista: Spike Jonze Montajista: Eric Zumbrunnen, Jeff Buchanan Producción: Spike Jonze, Vincent Landay Producción ejecutiva: Daniel Lupi Productora: Annapurna Pictures Web: www.herthemovie.com Distribuidora: Vertigo Films
Un cuento reflexivo sobre la naturaleza del amor El inefable Spike Jonze ganó el premio Oscar por el guión original de Ella, que habla de los sentimientos en un futuro dominado por apabullantes tecnologías. Uno de los síntomas de sanidad de la psique humana parece ser un cierto grado de temor a la pérdida. Esa sensación es la que nos hace mantener alertas y cuidadosos respecto del objeto de nuestro desvelo. Ni el exceso ni la ausencia de ella sirven para mantener se en pie. Tampoco la negación al duelo cuando nuestros esfuerzos resultan insuficientes. La pérdida del ser amado debe ser una de las causas más profundas de desequilibrio, y la manifestación de esta circunstancia, diversa. En una sociedad altamente tecnologizada, Theodore Twombly (Joaquin Phoenix) transita la melancolía que sucede a la separación. La mujer que aparece en las escenas idílicas que recuerda, creció con él y era toda su motivación. Cuando el vínculo se quebró, su vida quedó sin sentido y, desde entonces, se limitó a trabajar como escritor de un servicio de cartas amorosas, y a llenar el resto del tiempo con las alternativas domésticas que le brindan las nuevas tecnologías. Su contacto humano más cercano se produce en el palier del edificio, con una pareja vecina. Pero esa existencia impávida muda de tono cuando contrata a un novedoso sistema operativo, construido a partir de los conocimientos y experiencias de múltiples programadores. Este soporte, que Theodore prefiere con voz femenina (la de Scarlett Johansson) y se autodenomina Samantha, promete responder a todas las necesidades del usuario, para el caso, la de recuperar la maravillosa sensación de amar y ser amado. Las preguntas son: ¿quién puede decir que el amor surgido de ese vínculo virtual no es un sentimiento real? ¿Acaso esta forma de amar es cura o agravante de una patología?, y luego, ¿quién puede garantizar que un sistema creado a partir de elementos humanos resulte infalible? Autor de historias singulares como Quién quiere ser John Malkovich o El ladrón de orquídeas, Spike Jonze ofrece una narrativa profunda, perspicaz, tierna, y con un tiempo interno calmo, cómodo, necesario para internalizar la experiencia de los protagonistas. Phoenix, desde el primer plano, y Johansson desde el off, logran una química fascinante, excelentemente secundados por Amy Adams, como el contrapunto necesario.
"...La verdad que es una película realmente excelente, Está alucinantemente actuada por Joaquin Phoenix, es una película muy difícil desde la parte actoral, porque joaquin Phoenix [...] el 80% de las tomas de él son primeros planos o premerísimos primeros planos..." Escuchá la crítica radial completa en el reproductor, (hacé click en el link).
El amor en tiempos de soledad Todo ocurre en un indeterminado tiempo futuro, no muy alejado del presente. Las primeras imágenes del film muestran un frío universo en una gran y tecnologizada urbe. Theodore, (Joaquin Phoenix), un hipocondríaco habitante de edificios vidriados, trabaja en una empresa donde escribe cartas por encargo de clientes que precisan un discurso para expresar afectos y deseos que no saben exponer, pero que pueden pagar. El suceso que dispara la línea argumental es una curiosa adquisición del protagonista, un sistema operativo con una extraordinaria capacidad de comunicación, verbalizada por una encantadora voz femenina que dice llamarse Samantha (Scarlett Johansson), con la que va estableciendo una relación cada vez más armoniosa, hasta que ambos se enamoran. “Her” aborda con intensidad la extraña historia de amor que van a mantener este hombre y una seductora voz/alma que conoce sus gustos y necesidades. El quinto elemento “Her” muestra las volátiles facetas del enamoramiento y se pregunta constantemente por su quintaesencia, un término actualmente casi en desuso, creado por los alquimistas para denominar la verdadera naturaleza de las cosas en su estado más puro y perfecto. En el vínculo que establecen Theodore y Samantha, la idea del amor está en la mente, en los recuerdos, en los sentimientos y sensaciones aún en la ausencia del cuerpo. Siguiendo las reglas de la estructura clásica de la película romántica, el argumento explora el costado abstracto, invisible y contradictorio de un vínculo sentimental. Parte de un argumento insólito pero su materia prima está en la mirada de uno y en la voz de otro. El guion se vuelve filosófico al preguntarse por los límites sobre lo que es real y expone que no hace falta un cuerpo para transmitir y recibir sensaciones: todo está en la mente, en los recuerdos y sensaciones, donde el sexo interviene, pero trasciende más allá de lo físico y palpable, con la paradoja de que en el más visual de los medios se trabaje con otras sensorialidades. El oído surge como detonante del amor, casi como encuentro directo con el alma del otro, si es que por alma se entiende la risa, la manera de acariciar con las inflexiones de la voz, y ese tipo de seducción que se esparce como un perfume diferente sobre las figuras tonales. Amor y mitologías Sostenido por una soberbia fotografía y por una magnífica banda sonora, el director nos convoca a una ceremonia de afectos verbalizados en la que consigue “carnalizar” la ausencia física de Samantha aprovechando la sedosa y sugerente dicción de Scarlett Johansson. El guión irá deparando sugerentes vueltas de tuerca para los sentimientos crecientes que alcanzan una puesta en escena riquísima en hallazgos y situaciones hondamente perturbadoras. Alejado del malvado emperador que encarnó en “Gladiator”, Joaquin Phoenix consigue uno de los mejores papeles de su carrera, en una línea afín al personaje que hizo en “Los amantes”, de James Gray. Como contrapeso intenso de la mirada y la expresividad facial de Joaquin Phoenix, el film tiene a la voz de Scarlett Johansson, quien no sale ni un minuto en pantalla pero hace su mejor rol desde “Perdidos en Tokio”. Scarlett demuestra que no es necesario salir en pantalla para hacer un papel de peso. Por su parte, Amy Adams, a pesar de que tiene una pequeña intervención, también realiza una adorable interpretación que se cierra en un precioso plano final. Ella funciona como un complemento depresivo y femenino del introvertido Theodore. El talentoso director y guionista Spike Jonze se mete con esa burbuja que implica el amor, la construye (y deconstruye) tan delicadamente, como un cuento de Bradbury, quien si estuviese vivo, habría disfrutado de este hermoso relato, delicado, inteligente y divertido. Una delicia en lo visual y con una banda sonora capaz de sostener esa constante poesía melancólica donde también aparecen todas las debilidades del amor y su repertorio de “pequeñas magias inútiles” (Borges dixit). Tanto visto como un hito de la ciencia ficción romántica o un cuento futurista y conmovedor, la historia de Theodore y Samantha resulta mucho más real que la mayoría de historias de amor que abundan actualmente en la gran pantalla. Fervorosamente recomendable, “Her” está hecha con la pasta de las películas de culto.
El futuro que deja entrever Her se muestra como un porvenir cercano y verosímil. No hay autos que vuelen a toda velocidad, ni viajes a Marte, y ningún ser extraterrestre amenaza con destruir el planeta Tierra. Es un mundo donde parecería que proliferan las apps y los sistemas operativos que acompañan al hombre en su vida diaria; nada demasiado distinto a lo que vivimos hoy, se puede pensar. La ciudad tiene los mismos edificios que se pueden ver hoy, la gente viaja en subte, se embelesa con publicidades en los grandes malls, va a la playa… en fin, no se hace nada que escape a los límites de la experiencia posmoderna. Este tipo de puesta en escena y el conflicto amoroso que se va desarrollando a lo largo de la película buscan mantener cierta empatía que genere un efecto de credibilidad cuando el argumento se pone más del lado de la ciencia ficción y el OS1 desarrolla sus propios sentimientos y voluntades. Este recurso hace de Her un lugar tibio que no se juega a pactar completamente con ninguno de esos dos registros y que elige ir boyando de uno otro, algo que hace que sea una sucesión de acciones forzadas, sin un desarrollo, o que siempre vuelven a lo mismo: cuando un pseudo sindicato de OS1 decida fugarse a un espacio físicamente indecible, o cuando por décima vez el montaje se esfuerza por caracterizar a un Theodore apocado y solitario, todo huele a un patchwork medio berreta. En definitiva Her hecha mano a ciertas retóricas establecidas de un género como la ciencia ficción -la creación que supera al creador, el amor humano-androide, la inteligencia artificial, entre otras- que quedan flotando como un engañoso halo de innovación para terminar dando cátedra sobre el tema más tradicional del mundo: las relaciones amorosas. Y en esta materia no se priva de ningún vicio. El vínculo entre el protagonista y Samantha atraviesa las etapas representativas de una pareja; se conocen, se gustan, tienen sexo -la pantalla se va oscureciendo hasta fundirse a negro en el clímax, como si la película asumiera que no hay una imagen que corresponda a este hecho, justamente, porque no hay nada corpóreo para observar- aparecen los celos y la infidelidad y, por último, se concreta el abandono que es, al mismo tiempo, una sublevación de los sistemas operativos. Los diálogos que Theodore mantiene con Samantha y con sus semejantes son una serie de frases hechas que empalman con una mirada melanco-catastrófica del amor que predica “te enamores de un humano, o de un sistema operativo, vas a pasarla horrible”. Además, Her adscribe a la mitología de una sociedad tecnológica hiperconectada que paradógicamnete se sume en el aislamiento y la incomunicación. La película toma postura frente a la tradición de un pasado: no es casual que el trabajo de Theodore sea escribir cartas. Desde su actividad se reivindica el valor de una práctica en desuso como la correspondencia epistolar escrita a mano adjudicándole una cualidad artesanal y emotiva de la que carecería, por ejemplo, un mail. El recurso mejor explotado de la película es el uso de la voz de Scarlett Johansson; desde el trabajo sobre las tonalidades y su correspondencia con los estados de ánimo que poco a poco Samantha desarrolla hasta la canción que el OS1 le dedica a Theodore, llenan de misterio y seducción a un personaje que se define por su ausencia corpórea. Desmaterializar a una femme fatale de la industria cinematográfica es quizás el gesto más innovador de Her, teniendo en cuenta todos los lugares comunes en los que recae argumentalmente.
Spike Jonze goza –o padece, depende del caso– de la originalidad. Creador de fábulas fantásticas en tono amable (“¿Quieres ser John Malkovich?” o la no estrenada, y muy buena, “Donde viven los monstruos”) donde lo que menos importa es lo que suceda de extraño y lo que más, lo que el comportamiento humano hace con ello. Aquí narra la historia, situada en un futuro no demasiado lejano, de un hombre solo (Joaquin Phoenix) que compra un sistema operativo “de compañía”, una voz –la de Scarlett Johansson, perfecta– que lo acompaña y lo enamora. Pero esa voz, ese sistema, crea su propia conciencia y, entre la comedia y el drama, establece tensiones con el protagonista. Hay otra mujer, real, interpretada por la excelente Amy Adams, pero el núcleo es la relación entre lo real y lo virtual o, más bien, los límites de esa cosa tan difusa que llamamos “realidad”. El film funciona bien, como una máquina narrativa. Pero hay también algo de impostación en su dulzura, incluso en su humanidad, como si Jonze estuviera demasiado atento a satisfacer todos los flancos posibles de su historia. Y es en ese tono, que parece casi un vehículo para el propio lucimiento, donde esta historia de amor se resquebraja. Incluso si el absurdo logra penetrarla e insuflarle el saludable aire de comedia, nos quedamos con la impresión de que se nos cuenta algo de más, de que quizás la historia sería más bella siendo más breve. Original, sí; amable, también. Solo un poco decepcionante.
Voces que rebotan en un vacío aséptico Nadie se toca en la última película de Spike Jonze (El ladrón de orquídeas, Donde viven los monstruos). Acaso eventualmente, pero desde los segundos planos, a través de personajes bien secundarios, casi ajenos a lo que Her/Ella es. Puesto que se trata de la sublimación mayor, virtual y contemporánea, entre el protagonista (Joaquin Phoenix) y su sistema operativo ("feminizado" en la voz de Scarlett Johansson), difícilmente pueda tener una cabida mayor el contacto entre cuerpos. La locación temporal de Her es bien cercana. Ciencia ficción a la vuelta de la esquina -es Shangai lo que se ve, pero no necesariamente para el film-, con algunos pequeños toques vintage; entre ellos, el pantalón masculino de tiro alto. Las mujeres ocultan curvas, el maquillaje casi no prevalece. La coreografía de ciudad es ordenada, de rascacielos gigantes pero con calles distendidas. Hay espacio suficiente para que todos caminen y nadie se toque. En algún momento, una corrida desesperada hace a Theodore (Phoenix) trastabillar en medio de la acera. Está bien?, le preguntan, se le acercan. Pero nadie llega a más, él rápidamente se incorpora, se aleja. Es que no hay señal (de celular), no hay registro de la voz de Samantha, la mujervirtual que es su sistema operativo. Otra vez, la ciencia ficción cercana; entre peatones hundidos en computadoritas portátiles, hablando consigo mismo en voz alta, mediante dispositivos diminutos insertos en sus sentidos. Puesto que todo lo que sucede es bien cercano y distinguible, Ella puede sostener los lugares comunes de cualquier historia de amor, trillada, revisitada. Al aceptar las reglas de este juego, de este verosímil, que disfraza de extraño lo que se palpa en lo cotidiano, el film de Jonze es capaz de volverse ridículo. Por momentos, lo que sucede son disparates. "Mi pareja es mi sistema operativo", dice Theodore, y a nadie se le enarcan demasiado las cejas. Es más, habrá oportunidad para una salida en grupo, con otra pareja -de carne y hueso-, con diálogos distendidos, a la luz de una tarde siempre naranja. Si nadie se toca no hay sudor. Estar en la playa -de colores tan saturados como los de cualquier tarjeta postal con traje de baño o con pantalón y camisa no implica más o menos calor. Hasta la nieve, cuando cae, es tan precisa como cualquiera de los rayos de sol; así como le sucedía a Jim Carrey durante todos y cada uno de los días de su vida en The Truman Show (1998, Peter Weir). Tampoco se sabe muy bien qué es lo que se come. Algo es, nunca se lo ve demasiado. Otro placer vuelto antiséptico. Entre tanto diálogo cada vez más íntimo con Samantha, la cámara se acerca más hasta llegar al primer plano del único rostro posible, el de Theodore. Cuando el film descansa allí, aparece la ambigüedad y el diálogo troca en monólogo disimulado, en voz interior. El dilema de un alienado en una sociedad alienada. Tal rótulo no provocará demasiada sorpresa, pero bien vale destacarlo cuando la misma prédica publicitaria es capaz, hoy día, de evidenciar su desdén clasista y vender todavía más. Ella apela a este mismo esteticismo, pero para pensarlo como estética. Con lo cual, oscila entre el sinsentido más vacío -parloteos con personajitos de video game o disco rígido- y una profundidad inevitable, que habrá de cobrar forma real en algún momento. Al menos, es lo que parece.
Nada más cercano a la realidad futura He aquí un alegato futurístico a la gran epidemia mundial: la soledad. Theodore (un Joaquin Phoenix notable)es un hombre que vive en el mundo venidero, nada menos que escribiendo cartas personales, tarea que parece además de obsoleta muy poco aprovechable en un inmenso marco de vacías cotidianidades. El tipo viene de una relación afectiva que lo ha dejado bastante enclenque y lastimado, y como si nada en su nada misma, hay que agregar que sus horas vacías se complementan con juegos hogareños con unos hologramas o la curiosa practica de sexo telefónico. Así llegará a la instalación de un sistema operativo, que promete ser una entidad intuitiva con cada usuario, y allí se dará una misteriosa relación sostenida por un voz graciosa, envolvente -jugada nada menos que por Scarlet Johansson-, la más loca cosa es que de a ratos en esta relación vacua, parece Theodore más máquina que su deseable compañera de la nada misma, que si muestra más vida que éste. Spike Jonze, el director se juega a un relato con alguna que otra banalidad en el guión, pero logra mostrar una verdad genuina, hay que observar en el mundo ese, escenas multitudinarias tan vistas hoy día: gente que camina colgada o se mueve siempre con su celular o con los varietales tecnológicos de hoy, llámese Instagram, Twiteer, Msj de textos etc etc, o sea el más absoluto y total frío anexo del ser humano de hoy. A su vez la propuesta tiene a favor, además de sus actuaciones -un ejemplo es la estupenda amiga que interpreta Amy Adams-, la dirección de arte, buena fotografía, una significativa música, y cada uno de los planos y puestas de cámara que son de exacta calidad.
Una (no tan) extraña historia de amor “¡Te enamoraste de tu computadora!”, le dice a Theodore su ex esposa. Ella acaba de firmar los papeles del divorcio y no puede creer lo que le están contando. Y de inmediato clava el estilete: “¿ves que nunca pudiste lidiar con la realidad?” No obstante, el amor de Theodore por Samantha -el sistema operativo que le susurra con la voz de Scarlett Johansson- es bien real. Tanto que cuando momentáneamente se interrumpe la comunicación él entra en pánico. Corre a cualquier parte. Se cae. Ese sufrimiento, tan palpable, aflora en la formidable interpretación de Joaquin Phoenix. Spike Jonze transita mundos paralelos en su cine. Lo que lo distingue es la capacidad para que esas líneas espaciales y temporales se mezclen con el aquí y el ahora. Las películas de Jonze nos convencen de que todo puede suceder. ¿Ven que sencillo es?, interpela Jonze. ¿Se dan cuenta lo cerca que estamos de enamorarnos de un software? La relación de Theodore y Samantha respeta las convenciones de una relación formal y eso es inquietante. También un poco siniestro, por ejemplo cuando ella apela a una chica para que le ponga carne al sexo, desarrollado hasta allí en clave de chat. En ese mundo por el que se mueve Theodore todos transitan por la vida mirando pantallas y hablando... ¿con quién? Nada que no se vea hoy en día por las calles de cualquier ciudad. Jonze escribió una gran historia (el guión le reportó un Oscar y un Globo de Oro) y la filmó con un cuidado preciosista. Hay un gran diseño de producción, un gran cuidado por el uso del color y de la luz. Viñetas perfectas que se suceden y remiten al cine de Wes Anderson y de Chan-wook Park. Flashbacks veloces e imprescindibles. Podría afirmarse que “Ella” es, también, una gran película acerca de la soledad y de la tristeza. La que transmite, por ejemplo, Amy Adams, irresistible en su vulnerabilidad. Por esos intersticios del corazón se filtra Samantha. Y Theodore, humano a fin de cuentas, aprende a entregarse.
El amor en tiempos 3.0 Pequeña gran película que sorprendió a más de uno, sobre todo a aquellos espectadores no familiarizados con los trabajos de su gran director y escritor, Spike Jonze ("Adaptation", "Where the wild things are", "Being John Malkovich"). Como acostumbra Jonze, nos ofrece una visión melancólica de temas actuales pero extraños si los relacionamos entre ellos; las relaciones personales y la soledad que crece a medida que dependemos cada vez más de la tecnología. El director nos plantea un futuro, no muy lejano, en el que la vida de las personas se ha vuelto aún más individualista, fría y cómoda que en la actualidad, una vida en la que las relaciones interpersonales presenciales se van extinguiendo dando paso a las relaciones a distancia y virtuales. Más aún, redobla su apuesta y lo que claramente es una crítica a la sociedad y su abuso de la tecnología, por momentos toma matices filosóficos y románticos e introduce la idea de la evolución del amor como lo conocemos, un estado tan elevado que su comprensión resulta aún muy difícil para los seres humanos. El film es un tanto pretencioso, es verdad, pero maneja su complejidad de manera muy natural y con una cercanía al espectador verdaderamente maravillosa, como pocos films de este estilo pueden hacerlo. Lo hace sentir identificado, lo atrapa y logra una empatía gigante para con sus personajes, siendo uno de estos nada más que ¡una voz de sistema operativo de PC!. Gran parte de esta cercanía radica en la labor de sus intérpretes, un excelente Joaquin Phoenix ("Gladiador", "Walk the line") como el protagonista principal de "Her", Theodore, la encantadora y sexy voz de Scarlett Johansson ("Los Vengadores", "Lost in Translation"), y actuaciones secundarias muy bien aprovechadas como las de Amy Adams ("Enchanted", "El Ganador") y Rooney Mara ("The girl with the dragon tattoo", "Side Effects"). El cine de Jonze no es común, no sigue los estándares habituales de Hollywood y su dinámica de guión es detallista, sin prisa y profunda. Es por esto que sus trabajos no son del agrado de la mayoría de los espectadores y a algunos incluso, pueden parecerles hasta un tanto densos. La mayoría está acostumbrada a un cine más estructurado y básico, mientras que la minoría, con un poco más de entrenamiento cinéfilo, gusta de estos desafíos que se salen del molde y lo ponen en posición de procesar no sólo la trama, sino otros elementos como la cinematografía y la estética. Particularmente la recomiendo muchísimo a cualquier tipo de espectador ya que tanto su temática como su forma de narración pueden, por más que no sean del agrado total de la persona, movilizar reflexiones importantes y exhibir una forma hermosa de hacer cine que escasea por estos días.
La película que todos queremos ver Las reflexiones de la mente humana giran en torno a miles de cosas, pero siempre hay un centro tremendamente emocional y complejo que es la fuerza inalterable de nuestra existencia. Cuando quisimos comparar al hombre con el animal, ganamos por razonamiento, por tener el habla. Así las cosas, nadie pondría en duda que los animales tienen sentimientos. Pero la tecnología, aquello que nos superó por completo y que puede estar en todas partes a la vez y resolver cualquier inquietud, no incluyó la capacidad de sentir. Un segundo: ¿es eso sentir? ¿Una capacidad? ¿Qué es lo mejor y lo peor para nuestro mundo y qué cosas no pueden faltar en cualquier escenario? “Ella” hace las preguntas que nos hacemos todos los días y ya en este primer aspecto se vuelve una película atractiva y estimulante. Se trata de un universo original, que sorprende a cada minuto con ocurrencias que, por más cómicas que sean, nunca parecen descabelladas o fuera de lugar. Spike Jonze sabe sostener los límites de la verosimilitud que presenta y en este caso nos trae una realidad dominada por la tecnología de las comunicaciones, desencadenando su lógico resultado: conexión cero. Si bien se percibe un reparo en el otro, las personas están en línea directa con los auriculares y el dispositivo que les sea más útil. Theodore (una composición exquisita, con múltiples matices, de Joaquin Phoenix) es nuestro guía en una travesía que no nos es ajena. ¿Cuan hondo puede calar el avance tecnológico al final del día? Planos cerrados -cambiantes pero cerrados- y una puesta en escena despojada nos muestran la vida de un hombre que se ha guardado entre cuatro paredes. Vamos descubriendo las heridas de su pasado y comprendemos que su presente se haya falto del único motor que verdaderamente pone en marcha las cosas: el amor. El mundo puede ser eso: podemos encerrarnos en futuro que sea el más increíble jamás pensado; pero si no nos topamos con ese otro que por un momento nos completa, nada tiene sentido. La película cubre todas las aristas con respecto a esto. No se trata aquí de que hay un ‘alma gemela’ esperándonos en un rincón. Ni siquiera es condición la relación de tipo sexual –el guión acerca algunas ideas en esta dirección-. Es sin embargo infaltable el amor romántico, ese que se define por una conexión especial que se da sólo entre dos seres y supone calor entre los cuerpos; cercanía. Todos están detrás de lo mismo, cada quien como puede. Lo vemos en el personaje de Amy (luminosa Amy Adams) y la mujer que interpreta Olivia Wilde. Desde este lugar, “Ella” aventura el posible retroceso de la tecnología. Por eso más arriba me preguntaba si el sentir es una capacidad que se le obvió a la tecnología. Ahora tengo la respuesta: sentir no es otra cosa que una necesidad; pasado, presente y futuro para cualquier ser humano. ¿Y para el resto de los seres? E.T buscaba amor, así que ahí vamos bien, pero… ¿Un sistema operativo tendría que adquirir algo que le es lógicamente, técnicamente inferior? ¿Una computadora debería desear algo que no tiene nada que ver con su diseño y programación? Y después que sea lo que sea, pero no confundamos la propuesta y el contenido de “Her” con la paparruchada. El último film de Spike Jonze tiene el desparpajo de lo banal, aunque se vista con seriedad y se instale en el futuro. El truco del director es claro, no hace mucho esfuerzo por esconderlo y no por eso debemos quitarle mérito. Lo de todos los días, lo más cotidiano y básico, es muchas veces lo más profundo.
Tan Biónica. Es difícil ver un film de éstas características, sin sentirse uno influenciado por el bombardeo de opiniones en torno a la misma. Me refiero a que la película, fue una de las grandes competidoras durante la temporada de premios, y hasta alcanzó la terna de ‘Mejor Película’ en el Oscar, donde sólo se llevó el galardón al Mejor Guión Original. Pero con mucha razón… En un futuro más o menos utópico y cercano a nosotros, en una California dominada por la cultura asiática, la tecnología y el aspecto ‘vintage’, donde sólo se consumen alimentos orgánicos, vive Theodore (Joaquin Phoenix). Un tipo bastante sensible, que acaba de romper su relación matrimonial y está tramitando el divorcio. La soledad lo conduce por ese camino en el que todos los seres que te rodean, desean que rehagas tu vida, consiguiéndote citas y demás situaciones incómodas. En ese contexto llega a su vida, Samantha. ¿Su hija? ¿Una nueva pareja? NO. Samantha es un Sistema Operativo Inteligente. Bajo la voz de Scarlett Johanson, ese ‘IOS’ se convertirá en el mejor amigo, la mejor compañía, la consejera, y hasta la amante del protagonista. Y con esa simple premisa, se plantea un dilema que a los ‘pro tecnología’ no va a simpatizarles demasiado. 3 Es el guión más inteligente, valga la redundancia, y creativo que vi (y que oí) en este tiempo. Los diálogos que Spike Jonze ideó entre esa máquina y ese ser humano, son una delicadeza. Por lo menos a mí, me hizo reflexionar mucho, aunque no emocionar, porque creo que pese a todo, la frialdad de esa relación es imposible de esquivar. Sin embargo, no estamos muy alejados de una realidad en la que los dispositivos electrónicos rigen nuestra vida… Ah no, esperen; ¡Eso ya está pasando! El director y guionista, plasma esa idea en base a piezas musicales impecables y melancólicas (los sonidos en general, son una de las claves del relato), superávit de primeros planos, una ambientación espectacularmente pulcra, y bellísimas tomas panorámicas. 4 Debo reconocer que Scarlett Johanson ha logrado muchísimo con su voz; queda todo más que claro cada vez que Samantha está en ‘Modo On’ y su infinita inteligencia se proyecta más allá del cálculo de sus programadores. ¿Puede esa cosa tener sentimientos? Claro que no. Pero si te compenetrás mucho con la historia, caés en la trampa, para luego destildar esa loca idea de tu cabeza y volver a pensar: “Es sólo un dispositivo, es imposible encariñarse así”. Ella (Her, 2013) es respaldada además por Rooney Mara, Amy Adamas, Olivia Wilde y Chris Pratt, en el reparto. ¡Que vivan las relaciones de carne y hueso! Okay Google Now, guarda y cierra este documento…
Publicada en la edición digital #259 de la revista.
Las locuras inexplicables del deseo "Sabés, a veces siento que ya sentí todo lo que voy a sentir jamás. Y de aquí en adelante nunca voy a sentir algo nuevo. Sólo versiones más pequeñas de lo que ya sentí", explica Theodore, el personaje de Joaquin Phoenix, un hombre frágil y deprimido, atormentado por los recuerdos de su última relación. Ella (Her, en inglés) es el último film del multifacético Spike Jonze, que creó pequeñas genialidades como como Donde viven los monstruos y Cómo ser John Malkovich. El cineasta vuelve esta vez a la pantalla grande con una mirada melancólica y nostálgica y un amor casi imposible. Theodore es un escritor solitario, que sigue tratando de salir del vacío que le dejó en su vida una relación anterior. Vive en un futuro cercano, donde reina e impera la tecnología, un mundo no muy lejano a lo que puede llegar a convertirse el nuestro. Un día decide comprar un nuevo Sistema Operativo para organizar su agenda y realizar tareas varias. Pero este no es un sistema operativo cualquiera. Theodore tiene la opción de ponerle una voz, y el mismo sistema escoge una adaptada a su personalidad. Y así nace Samantha, cuya voz provee Scarlett Johansson, y que comienza, de a poco, a desarrollar una personalidad propia y a enamorar a Theodore. Ella es una película que explora el deseo incansable de amar y la imposibilidad de seguir adelante luego de una relación tortuosa. Theodore se encuentra en un momento muy frágil de su vida, y cae presa de su soledad, enamorándose de una voz, que comienza a ser más que eso para él. Tienen sexo, comparten momentos y se ríen y lloran juntos. Fue nominada al Oscar como mejor película pero perdió ante la políticamente correcta -y no por eso menos merecedora- 12 años de esclavitud de Steve McQueen. Sin embargo, logró arrebatarse el premio al mejor guion original, además de, probablemente, comenzar a considerarse algo más que una de las tantas candidatas a uno de los galardones más prestigiosos de Hollywood, y a merecerse de a poco, el honor de ser catalogada como una futura película de culto, siguiendo el camino de films como Las Vírgenes Suicidas y The Rocky Horror Picture Show. Ella es una visión posmodernista al amor desde una perspectiva que llega a meterse en la ciencia ficción, pero que no se pierde en banalidades futuristas sino que logra traspasar barreras y ubicarse en el trono de las mejores historias de amor de los últimos tiempos.
Un futuro quizás no muy lejano, Theodore (Joaquin Phoenix) es parte de una compañía que hace cartas "escritas a mano" a seres queridos, pero no a los suyos, sino a desconocidos de las cuales solo tiene como referencia su historia y una fotografía. Y habla mucho... con su computadora, el programa está diseñado para eso, y más. La teoría de la singularidad tecnológica llevada al cine con maestría clásica y sensibilidad indie. Jonze nació para hacer este film. Amamos dispositivos que reconocen la voz humana y tocamos pantallas todo el dia, el futuro llegó hace rato.La teoría de la singularidad tecnológica llevada al cine con maestría clásica y sensibilidad indie. Jonze nació para hacer este film. Amamos dispositivos que reconocen la voz humana y tocamos pantallas todo el dia, el futuro llegó hace rato.
La pareja perfecta. Her es ciencia ficción próxima, fácil de proyectar. No se trata de un futuro lejano, sino tan solo de unos cuantos años hacia adelante, en los que la tecnología continúa avanzando sobre nuestro estilo de vida, modificando las costumbres y los hábitos. No es ciencia ficción distópica, al contrario de lo que muchos puedan sospechar. Her no es la versión dramática de Terminator, sino una película íntimamente comprometida con la naturaleza social de las personas, enmarcada dentro de un escenario futurista y creativo. Se trata de una propuesta original, excelentemente escrita, dirigida y actuada, que explora las relaciones humanas con una profundidad inaudita, al tiempo que expone en la pantalla una visión sumamente interesante de un futuro cercano. Her es algo nunca antes visto, una entrega que fusiona géneros con una sutileza increíble, al tiempo que despliega un desfile de imágenes exquisito, gracias a su fotografía y edición de primer nivel. Una vez cada tanto surgen este tipo de sorpresas en la pantalla grande. Para mis estándares cinematográficos, Her es la película perfecta.