El robotxeo más espectacular de todos Para poder analizar bien esta película, primero que nada debemos entender bien su historia. En un futuro cercano, el boxeo y el resto de los deportes de combate desaparecieron, cediendo su lugar a las peleas de robots, tanto de forma ilegal como en ligas mundiales. Charlie, un ex boxeador que tuvo sus 15 segundos de fama, intenta vivir de este nuevo deporte sin demasiada suerte. Pero la vida le da una sorpresa cuando, repentinamente, debe hacerse cargo de su hijo Max, a quien no ve desde su nacimiento. Repasando la sinopsis, nos encontramos con un perdedor ligado al deporte, más precisamente con el boxeo; si están pensando en Rocky, están en lo correcto. Los paralelismos con la saga de Stallone son varios, sobre todo en las peleas de robots, donde seguro recordarán grandes momentos del púgil más famoso del cine. Pero también del breve repaso de la historia se desprende qué tipo de película tenemos enfrente. Estamos ante una propuesta que no busca ser una obra maestra, ni convertirse de culto con el paso de los años, sino solo ofrecer entretenimiento directo y fácil de digerir. Y si entendemos el film así, seguramente disfrutaremos de las poco más de dos horas de metraje. Obviamente el plato fuerte son las peleas de robots. Tanto por el nivel técnico, donde el CGI jamás se hace evidente —ni siquiera cuando comparten pantalla con humanos— como en la mano del director. El no uso de 3D es un acierto, dando libertad absoluta al movimiento de las maquinas en las peleas, sin caer en lo que seguramente hubiera sido un bombardeo de trompadas a pantalla para impresionar al espectador. El director Shawn Levy muestra bastante pericia a la hora de filmar las escenas de acción, evitando la nueva moda de cientos de planos por segundo. Levy utiliza un ritmo pausado y de cámara firme para mostrar la destrucción de robots. Otro punto que se agradece, ya que se puede apreciar con detalle la espectacularidad de la imagen. Otro punto a favor del film es el propio Hugh Jackman. Como es habitual en el australiano, desprende carisma a cada momento que sale en pantalla, y en esta ocasión, a esto se le suma la enorme química que hay entre Jackman y Dakota Goyo, el pequeño que interpreta a Max, hijo del ex Wolverine en la ficción. Estamos ante uno de esos casos donde el espectador siente que los actores la pasaron bien filmando entre ellos. Gigantes de Acero es una película sincera consigo misma y con lo que le promete al espectador, espectáculo y entretenimiento sin prejuicios por intentar hacer más de lo que es. En los tiempos que corren, esto escasea, tanto como una buena pelea de box.
El nuevo héroe americano Gigantes de acero combina el boxeo y la ciencia ficción. Shawn Levy, quien dirigió entre otras Una noche en el museo (A Night at the Museum, 2006) y la remake de La pantera rosa (The Pink Panther, 2006) demuestra su habilidad para fabricar un éxito. Charlie Kenton (Hugh Jackman) es un ex boxeador que tuvo su oportunidad para triunfar y no la supo aprovechar. En un futuro en donde los atletas son remplazados por robots, Charlie se adapta para sobrevivir. Cuando la desesperación económica arriba y las deudas se vuelven insostenibles, su hijo abandonado (Dakota Goyo) entra en su vida y en él descubre una vía de escape. Juntos, asociando su conocimiento del deporte y la sagacidad del niño, conducirán a un modesto robot-peleador hasta la gloria. La película se encarga de abordar la frustración de los deportistas frente a los avances tecnológicos y el temor de los mismos a carecer de vigencia. La tecnología desplaza la tarea de la persona a un segundo plano, eventualmente prescindible. De esta manera el potencial humano y su desarrollo comprometidamente laborioso pasan a ocupar un espacio tangencial. En esta distopía de la competición sana, el ascenso de la máquina está justificado por su capacidad de ofrecer un espectáculo fresco y deslumbrante. Los espectadores, fastidiados por presenciar de manera constante las limitaciones humanas, se ven hambrientos de contendientes inagotables, de desmembración y peleas hasta la muerte en despliegues vehementes y pomposos. Lo que resulta curioso, es cómo se traspola esta última premisa argumentativa a la estructura de su realización. Y es que Gigantes de acero es, en gran medida, fruto del aburrimiento del público. Si bien reproduce una clásica “película de boxeo”, se encarga de renovar el género, abusivamente exprimido, con giros en la trama y en los efectos visuales que hacen al esparcimiento, que hacen al espectáculo. Así como Charlie Kenton, el personaje principal, comprende que las exigencias del público cambiaron, también lo hacen Shawn Levy, Steven Spielberg y Robert Zemeckis, que ocupan los cargos de director, productor ejecutivo y productor respectivamente. Más allá de la trama, entretenida pero predecible, hay en la cinta algunas particularidades interesantes en la composición de personajes. El protagonista, que ocupa el lugar del valiente, se siente repudiablemente cómodo con el abandono infantil y no duda en comercializar al mejor postor sus esfuerzos técnicos y hasta, en una ocasión, la custodia del mismo. Sin embargo, se presenta como el héroe atemporal y su criterio moral no es cuestionado en ningún momento. Por el contrario, su persona resulta afable, simpática y su existencia destinada al éxito. ¿Por qué? La respuesta está en el actor, en la elección del mismo y en su posterior performance. Lo que sorprende, entonces, es el influjo de la presentación del personaje y de su apariencia. Porque si las mismas cualidades fuesen aglutinadas en otra persona, el resultado sería categóricamente distinto. Si el empático protagonista hubiese sido conformado con atributos físicos eméticos o con una inferior proporción de encanto masculino podría encuadrarse armónicamente en el casillero, siempre impúdicamente maquiavélico, del antagonista. De hecho quien hace de adversario en la película (Kevin Durand) no dista mucho de su forma de ser. El fino manto que divide a ambos, está compuesto por nada más que el curso del azar. Hugh Jackman, entonces, funciona como una especie de recipiente. No por su insustancialidad ni por su condición inerte. No en sentido peyorativo. Sino porque implica, además del simple hecho de comprender esas cualidades, trasegar su significación o, mejor dicho, de extinguir por completo el impacto revulsivo que naturalmente debería infligir. Hace tiempo que el espectador asiste a la permutación moral de la industria hollywoodense, o quizá a la comprensión de que nadie es perfecto. Cualquiera de las dos alternativas sugiere la agonía de héroes como Rick Blaine en Casablanca (Casablanca, 1942) o John T. Chance en Río Bravo (Rio Bravo, 1959) y el asentamiento de un nuevo tipo de héroe americano. Gigantes de acero es, quizá, más compleja de lo que parece. Lo real, es que es una película divertida y sus pocas incoherencias son insignificantes en comparación a los sensacionales efectos especiales y la atrayente línea temática.
Hombres de hierro Bajo la producción de Steven Spielberg y Robert Zemeckis, Shawn Levy contó en Gigantes de Acero con el inmenso Hugh Jackman para contarnos la historia de Charlie Kenton, un ex-boxeador que al prohibirse el deporte que practicaba decide dedicarse al boxeo entre robots, que vendría a ser una práctica bastante popular en el 2020. Para Charlie su vida no podría ser peor frustrado por no poder prácticar, debe plata por todos lados, su robot fue destruido por un toro, su relación amorosa con Bailey no va ni para atras ni para adelante y encima debido a la muerte de la madre, ahora tendrá que hacerse cargo de su hijo Max, del cuál no recuerda ni su edad. Aunque nada le sale bien, la aparición de su hijo traerá consigo un nuevo aire de triunfos y esperanzas, para que juntos puedan recuperar el tiempo perdido. Shawn Levy (Una Noche en el Museo, La Pantera Rosa, Una Noche Fuera de Serie) se sale de las comedias, género en el que no ha brindado grandes productos, para aprovechar al máximo una trama cargada de sentimiento, humor y drama que no se regodea jamás en las bajezas que puede llegar a tener el cine mainstream que náufraga dentro de este tipo de propuestas. Pero el sentimiento no va solo en la historia, sino que se transmite en la sensibilidad, prolijidad y tranquilidad con la cuál Levy nos narrá las más de dos horas de duración que tiene este excelente largometraje, algo que sinceramente me sorprendió gratamente por la mediocre filmografía que tiene este realizador. Incluso en las escenas de acción/pelea se asiste a un espectaculo muy bien filmado llamativo en un director que no viene de ese palo. Si al mencionado sentimiento le sumamos unos gigantes robots boxeando al mejor estilo Rocky Balboa, a Hugh Jackman brindando otra gran actuación, a Evangeline Lilly iluminando la pantalla con cada aparición, el drama y la tensión épica propia de las películas que poseen las películas de deportes y las subtramas de ajustes de cuentas, amorososas y familiares que se van metiendo, es imposible que Gigantes de Acero no sea una de las mejores propuestas que ha llegado a nuestras carteleras este año. Hugh Jackman puede hacer llorar y reir a una piedra. Este australiano que en solo unos días cumplirá 43 años tiene un carisma y una versatilidad que realmente asombra con cada oportunidad que tiene en la gran pantalla. Por otro lado tenemos al pequeño y "perfectito" Dakota Goyo que sostiene muy bien al film en los momentos que se le plantean en soledad, al igual que la hermosa Evangeline "Kate de Lost" Lilly que resultaron ser dos parteneres perfectos para el actor que interpretó en el pasado a Wolverine. Menciones apartes merecen la excelente utilización del "invisible" CGI y la contratación del ex campeón de boxeo Sugar Ray Leonard como asesor para entrenar a Jackman y coordinar las peleas de robots, en donde se demuestra la seriedad con la que se tomaron este producto. Gigantes de Acero ingresa a pura combinación de jabs con ganchos al selecto grupo de lo mejor que ha llegado a nuestras pantallas en este año.
Vencedores vencidos Agradable sorpresa, especialmente viniendo del director de mediocres títulos como Una noche en el museo 1 y 2, La Pantera Rosa, Recién casados y Más barato por docena. El paso de la comedia al cine de acción le ha sentado bien a Shawn Levy, esta vez con el know how detrás de la dupla Spielberg-Zemeckis como coproductores. El film -de algo excesivos 127 minutos- narra las desventuras de un antihéroe (patético, cínico, loser) que intenta salir de su malaria apostando por sus robots en las peleas de boxeo de estos "gigantes de acero". No le va nada bien y, para colmo, (re)aparece su hijo de 11 años, al que prácticamente no conoce. Lo que sigue es una gira por el circuito de luchas durante el cual padre e hijo intentarán rehacer (en verdad, construir) su relación. Típico relato sobre la redención, el film tiene muy buenas escenas de combate (hay más trabajo con animatronics que con CGI), un sentimentalismo a-la-Spielberg que no molesta y un sentido reivindicatorio de la aventura (y de la tecnología en "desuso" sobre el poder excesivo de las corporaciones) que lo convierten en un muy digno entretenimiento de pura cepa hollywoodense.
Robo Rocky Caí en la sala casi sin información de prensa. Son días complicados y también, porqué no, tengo una postura nueva (vaya a saber uno porqué) de desprenderme de la gacetillas y disfrutar (o sufrir) lo que veo, dandole la chance a la película que me sorprenda desde cero con sus nobles armas. Para bien o para mal. Cuando me terminé de acomodar en la butaca, miré el reloj y dije "lo que tengan que hacer, háganlo pronto". Y así fue, "Real Steel" se presentó frente a mí como una de esas películas que mirás con desconfianza pero que a medida que van pasando los minutos te dibujan una sonrisa en el rostro y te ganan por puntos. Era difícil a priori pensar en un producto comercial apuntado a chicos y adolescentes que dejara satisfecha a la audiencia adulta. Ese supongo era el desafío mayor para el equipo encargado de motorizar la historia y hay que reconocer que lograron apuntalar un producto que llama la atención por lo sólido que se muestra a pesar de su frágil envoltorio exterior (peleas de robots?). No obstante tener un metraje importante, "Gigantes de acero" logra atrapar desde el inicio mismo a la audiencia y a pesar de sufrir algunos desniveles narrativos en algunos tramos (demasiada ruta para mi gusto), el conjunto final luce bastante alentador. Bajo la supervisión de los magos Spielberg y Zemekis (producen), todo se hace fácil (parece). Es tan cierto como que un director, Shawn Levi, quien viene de hacer productos decididamente mediocres (excepto la primera "A night at the Museum"), cobre vuelo y termine redondeando una de sus mejores películas (y eso que lleva más de una veintena): "Real Steel" es atractiva, intensa y cien por ciento empática. Los estudios llevaban un tiempo largo trabajando en el proyecto (sobre una historia corta del famoso escritor de ciencia ficción Richard Matheson del año 1956) pero la preproducción se demoraba y la idea amenaza cajonearse por tiempo indefinido. Dreamworks incluso dudaba del mismo, hasta que luego de algunas conversaciones, firmó Hugh Jackman para el protagónico y rápidamente despejó todas las dudas con sus primeros ensayos. Si bien esta es una película que en apariencia habla de peleas entre máquinas, no es "Transformers" ni nada que se le parezca, aquí el factor humano era muy importante por lo cual el cast debería ser confiable para sostener semejante historia... Charlie Kenton (Jackman) es un ex-boxeador sin rumbo. Corre el año 2020 y parece ser que el deporte ha cambiado de protagonistas. Ya no se estila la pelea entre humanos y los combates son ahora entre robots. En ese escenario extraño (cuesta imaginarlo no?), Charlie vaga de ciudad en ciudad armando y desarmando guerreros metálicos para que peleen en todo tipo de antros pueblerinos. Hay un mercado interesante si sabés hacer bien las cosas (cada lucha ganada es dinero fresco), pero él, no hace bien los deberes y destruye sus chances de salir del pozo todo el tiempo. Tapado de deudas, cierto día recibe una citación judicial. La madre de su hijo (a la que no ve hace por lo menos una década), ha fallecido y él, según la ley de Texas, debe decidir sobre la custodia de la criatura que ambos tuvieron. De hacerse cargo, ni hablar. El chico en cuestión es Max (Dakota Goyo) y por una jugarreta del destino deberá pasar el verano junto a su padre, ese desconocido al que no vio nunca y al que le cuesta bastante relacionarse con la gente. Juntos, empezarán a vincularse mientras Max se adentrará en el mundo de los robots y los peleas con gran entusiasmo ya es un gran jugador de videojuegos y conoce bastante del tema. Buscando partes usadas en un depóstio, ámbos darán con Atom, un viejo prototipo para entrenamiento, quien será se convertirá en la nueva promesa del RoboBoxing americano, una vez que Charlie y Max sintonicen la misma frecuencia. De ahí, al estrellato (léase transmisión central de ESPN Sports!). Ah, la ex novia de Charlie, Bailey (Evangeline Lilly) sigue de cerca la evolución de la relación y se asombrará con los movimientos que el chico genera en su flamante padre-por-un-verano. Si, es cierto. "Real Steel" está llena de golpes bajos (el abandono del niño, el saber que estás haciendo las cosas mal pero no podés evitarlas, los actos mezquinos, etc), pero no son centrales en la trama. Están ahí para que los personajes tengan humanidad y la cinta sea una historia de redención y descubrimiento creíble. Las líneas invisibles que se trazan en esa red son muy ricas y conmueven a la platea: no sólo hay química, sino hay sentido de direccionalidad. Sabemos a dónde vamos. Las piezas encajan y el film avanza a paso firme. El aspecto técnico también está en un alto punto. Usando animatronics y cuidandose mucho del CGI, la cinta luce clara y bien fotografiada. Las coreografías de combates están encuadradas con precisión y el climax se presenta intenso y ajustado. El evento central de la noche de cierre parece extraído de Rocky Balboa, pero está bien, le hace bastante justicia al recuerdo. En síntesis, una muy buena película. Engaña un poco tanto metal y chatarra en sus trailers, pero confíen en que "Real Steel" garantizará entretenimiento del bueno para todos aquellos que decidan verla. Sorprendentemente buena.
Antes de asistir a la proyección de Real Steel suponía que se trataría de una película descarada. Imaginaba que habría tomado lo peor de Transformers, le había agregado algunos escenarios white trash y se la habría arrojado así al ring, como un pedazo de carne metálica dispuesta a saciar el hambre del que busca una de robots peleando. Es que, hay que entender, la primera impresión es que se arrojó la toalla y ya no se buscó una excusa argumental para que los autómatas peleen, sino que sólo se hizo sonar una campana. Gigantes de Acero es, por el contrario, un film que encierra la violencia de un cross a la mandíbula, en forma más precisa, a la de Michael Bay y sus personajes. A la inversa de aquella, que oculta su objetivo principal con un argumento a medias, esta no esconde en ningún momento que quiere mostrar a los robots asi, y con menos culpa puede desarrollar una muy buena historia de redención y segundas oportunidades. Charlie Kenton trata de salir adelante como puede en un mundo que lo dejó afuera muy joven. Tiene todas las cualidades de un timador, agradable, simpático y hasta querible, con nadie dispuesto a poner dos pesos a su nombre. El hijo con quien prácticamente no tuvo contacto en su vida llega a su puerta para pasar una temporada a su lado y encuentra en el boxeo una vía de formar un vínculo con un padre ausente que, sin que el niño lo sepa, lo vendió por unos miles de dólares. Tras una mala racha encuentran a Atom, un robot con un dispositivo de mímesis que tiene chapa de campeón. Los combates que se desarrollan son de una pasión que hace largo tiempo no se ve en cine, de esos que se palpitan al borde de la butaca. A decir verdad, los gigantes de acero del título parecen tener venas en vez de cables y sangre corriendo por sus circuitos. Real Steel es un film cargado de emoción, el del retador menor que tiene un vistazo hacia la gloria, en una revisión moderna de lo que fue Rocky. Baseball, básquet, carreras de caballos, John Gatins ha escrito guiones sólo de deportes, por lo cual parecía una elección lógica para tachar boxeo de la lista. Si bien el film tiene mucho servido por las excelentes secuencias de pelea, por momentos recurre a frases hechas y declaraciones solemnes ("¡Quiero que pelees por mi!"), que le restan fuerza y originalidad. Shawn Levy logra sortear la previsibilidad y el piloto automático con que se hacen estas películas, el no recurrir al falso 3D o al slow motion constante para estilizar secuencias de acción da la pauta, y acaba por ofrecer su mejor trabajo hasta la fecha. Son los ojos esperanzados de Dakota Goyo, el salto para lanzar un golpe de Charlie (en un slowmo bien usado), los movimientos humanos de Atom y sus bailes, como un Naseem Hamed robótico, los que hacen de Real Steel una película gigante que debe atesorarse, como una pieza útil en un mar de chatarra.
Steven Spielberg y Robert Zemeckis, productores de este estreno, brindaron una de las películas más entretenidas y originales relacionadas con el boxeo en estos últimos años. La historia es una interpretación muy libre del cuento de Richard Matheson (Soy leyenda) “Steel”, que previamente fue adaptado en 1963, en un recordado episodio de la serie La Dimesión Desconocida. Con el tiempo esa historia se convirtió en uno de los capítulos más populares de ese programa. Esta película dirigida por Shawn Levy (Noche en el museo) sólo toma el concepto de las peleas de los robots para brindar un relato muy diferente. De alguna manera Gigantes de acero es parecida a Halcón, el super clásico de Stallone de los años ´80, con la particularidad que en este film el catalizador que contribuye a reconstruir la dañada relación que tiene un padre con su hijo no es un torneo de pulseadas, sino un campeonato de peleas entre robots gigantes. La temática central de las dos películas es muy parecida y cito esta referencia porque Gigantes de acero me recordó muchísimo a ese clásico de Sly. La película sorprende también por este punto. A diferencia de lo que se vendía en los trailers, la trama tiene mucho más contenido dramático de lo que uno podía haber esperado. En el fondo el corazón de este film reside en la relación de Hugo Jackman con su hijo, más que en las peleas de los robots, que también son una gran atracción. La historia presenta un panorama futurista bastante realista donde salvo por la tecnología de los robots, el mundo en el que transcurre este relato es el mismo de la actualidad. Las secuencias de acción son realmente espectaculares y salvo que no hayas tenido infancia es imposible que no te diviertas con los combates de los robots. El concepto es muy divertido y ya se hizo realidad en el memorable programa de televisión de culto La Batalla los Robots, que el canal I-Sat emitió en Argentina hace años. Claro que aquellos contrincantes eran mucho más primitivos que los que aparecen en este film, sin embargo, el público enloquecía igual. Gigantes de acero es una típica fantasía infantil que los realizadores de este film lograron plasmar con éxito. Los efectos especiales son fabulosos y las peleas por mas delirante que suene son realmente emocionantes. Como suele ocurrir con estas propuestas el espíritu de Rocky Balboa se da un paseo por la trama. Creo que la historia del robot Atom que sale literalmente del fango para competir con el gran campeón tiene también algo de eso. De hecho, en la pelea final hay un par de referencias que remiten al combate de Balboa con Ivan Drago en Rocky 4. Por otra parte el coprotagonista Dakota Goyo, que interpreta al hijo de Jackman, es realmente muy bueno y sorprende con una interpretación muy espontánea, donde se destaca con sus reacciones en más de una escena. Gigantes de acero es una gran propuesta familiar muy entretenida que brinda una linda historia sobre un padre y un hijo que intentan darse una segunda oportunidad en la vida. Una de las películas que más disfruté este año y definitivamente recomiendo.
Heavy metal A no engañarse: Gigantes de acero no es una reflexión ni un tratado sobre las leyes de la robótica de Isaac Asimov, sino simplemente un entretenimiento con un CGI que no pasa vergüenza, escenas de peleas de box entre robots aceptables, y como todo producto de la factoría DreamWorks se trata de un film con mensaje (recordemos Super 8). Este Rocky reciclado con una mezcla de El Campeón (1979) nos sitúa en un futuro no muy lejano, donde los avances en la tecnología y en la robótica solamente se produjeron para satisfacer la demanda del entretenimiento con un público cada vez más ávido de sangre y destrucción, aspecto que derivó en la creación de un nuevo espectáculo: peleas de box protagonizadas por robots comandados por humanos. Sangre que se reemplaza por aceite y una danza de acero en un cuadrilátero tradicional levantan ovaciones y encierra un negocio multimillonario donde nadie quiere quedar afuera. Charlie Kenton (Hugh Jackman) tampoco. Ex boxeador, padre ausente y en la ruina económica, sobrevive con prototipos robóticos (al último se lo destruyó la cornamenta de un toro) casi obsoletos en peleas clandestinas pero ambiciona volver a las grandes ligas en algún momento en que la suerte llame a su puerta. Sin embargo, no es precisamente la suerte la que golpeará primero sino todo lo contrario cuando se entera de que debe hacerse cargo de un hijo de 11 años, Max Kenton (Dakota Goyo), antes de dirimir en tribunales la custodia final con su cuñada Debra (Hope Davis), quien pretende con su pareja -de muy buen pasar económico- hacerse con la tutela del niño. Lejos de sentirse herido en su orgullo paternal y al borde de la bancarrota, Charlie llega a un acuerdo secreto con la pareja de Debra por el que dejará la tutela a cambio de una considerable cifra que le permita una inversión en un nuevo robot pero se compromete a vivir con el chico durante unos meses en que Debra se ausentará a unas vacaciones. Así las cosas, Max de a poco se adentrará en el mundo de supervivencia de su padre, lo acompañará en sus viajes a bordo de un camión, e intentará ayudarlo a levantar cabeza pero también irá descubriendo los egoísmos y las debilidades de aquel desconocido que sólo piensa en el dinero hasta que un hecho fortuito zanje las distancias y finalmente Charlie Kenton comprenda que la pelea más difícil de su historia está por llegar: demostrarle que lo ama a su valiente hijo y que no es un cobarde ni un perdedor. Con una premisa eficaz pero trillada, el director Shawn Levy adapta la historia de un cuento de 1956 "Acero", de Richard Matheson lavando ese mundo distópico en función de un pretexto para la aventura que irá increscendo pelea a pelea, primero en antros ilegales y luego en la liga mayor, así como dejará abierta la puerta para la redención de un padre con su hijo en un relato al que se le agregan algunos tópicos de películas basadas en deportes para concluir un producto destinado a un público adolescente –y no tanto- que buscará el deleite con las luchas de las máquinas en un mundo frío y artificioso al que se le enfrenta la calidez humana y la del corazón.
La historia de la cenicienta del boxeo da un salto al futuro. Charlie Kenton (Hugh Jackman) solía ser un boxeador emergente que tuvo bastantes logros en su carrera, pero el tiempo pasó y las peleas fueron cambiando radicalmente: a nadie atraía el enfrentamiento de dos hombres que, a lo sumo, podían hacerse algo de daño. No, la gente quería ver cabezas volando, brazos amputados, muertes reales, y es por eso que se decidió reemplazar a los boxeadores por robots que podían destruírse tranquilamente sobre el ring sin ningún miramiento. En ese futuro, Charlie pasa de ser peleador a representante, aunque no en el sentido más literal de la palabra: él, cuando su desequilibrada economía personal se lo permite, compra un robot, lo sube al ring e intenta sacar algunos dólares. El problema es que la película comienza con él endeudado hasta los dientes, con una mafia de mala muerte que lo persigue y, para colmo, con la noticia de que su ex novia falleció, dejando huérfano a su hijo, Max (Dakota Goyo). Él sabe que no puede hacerse cargo del chico y, de hecho, no quiere hacerlo, por eso se lo “vende” a la hermana de su antigua novia. Pero antes de irse a vivir con ellos, Charlie se tendrá que hacer cargo por un tiempito de él. Al principio, obviamente, la tensión es palpable, pero luego (y gracias al fanatismo de Max por las peleas de robots) la relacion se va convirtiendo en algo más llevadero. Esta hermandad (no se le podría decir relación padre-hijo exactamente) llega a su punto máximo cuando el chico encuentra en un basural a Atom, un robot de cuarta creado para entrenar a los verdaderos luchadores. Él querrá meter a este cacharro en algunas peleas, aunque sea para despuntar el vicio, pero cuando las cosas comienzan a salir bien, el chico no se contentará con alguna pelea clandestina: querrá llevar a Atom a las grandes ligas. Gigantes de acero es la típica película de boxeadores. Literalmente, típica. Es que si la comparamos con Rocky I, la única diferencia que podemos marcar es que Stallone no es un robot (y tampoco estamos taaaan seguros, ¿no?), porque por lo demás, las similitudes saltan a la vista. De todas formas, prácticamente todas las películas de boxeo se parecen entre sí, y el día que hagan la vida de algún luchador que haya salido de una clase media tranquila y que gane todas las peleas no sería nada interesante. El fuerte de la película está en lo estético: las peleas y los robots están excelentemente logrados y la dirección de Shawn Levy logra que, sobre el ring, todo sea adrenalina. Las actuaciones están muy bien, y sobre todo sorprende Dakota Goyo, capaz de sacar de quicio a cualquier padre, y más a uno con tan pocas pulgas como Charlie Kenton. En definitiva, Gigantes de acero es una película para ver y divertirse, y no para pensar tanto. Tenemos robots matándose sobre el ring, ¿qué más queremos?
Una entretenida lucha con robots Un nuevo producto de la factoría Spielberg y DreamWorks que reafirma la intención del consagrado realizador en sus ultimas producciones, la de entretener a los niños. Basta con nombrar a la recientemente estrenada Súper 8 y ahora Gigantes de acero, para encontrar un común denominador que nos lleva a pensar que el prolífico director-productor esta decidido a volcar su producciones al target infantil. Gigantes de acero_1Si bien la gran mayoría de sus films fueron ATP (aptos para todo publico), podían descubrirse dentro de su temática algunos cuestionamientos o interrogantes interesantes. Sus ultimas producciones carecen de ello y da la extraña sensación que eligiera los directores para realizarlas de tal manera que parecieran estar dirigidas por el, pero sin tomarse el trabajo que ello exige. Así es como en Gigantes de acero podemos ver todos los tips característicos de Spielberg pero filmados por otro director, Shawn Levy (caracterizado por realizar comedias como Una noche fuera de serie (2009), Una noche en el museo (2006), La pantera rosa (2005), etc). Sólo que en esta oportunidad parecería haber dejado de lado cierta profundidad temática en detrimento de entretener a los niños. Gigantes de acero_p3Gigantes de acero es una predecible historia cuyo principal acierto es no haber recurrido a la tecnología 3D y limitar los efectos visuales a la lucha de los robots, que aun así, parecen pelear como humanos. (Mucho tuvo que ver en ello la intervención de una de las leyendas del box, Sugar Ray Leonard, asesorando a la producción en las escenas de entrenamiento y lucha. Pero en su construcción pueden verse claras marcas de Rocky (un boxeador fracasado que tuvo sus 15 segundos de fama y sobrevive haciendo pelear robots de poca monta en circuitos ilegales o amateur en este caso), con anécdotas y lugares de Inteligencia Artificial (la llegada de Charlie y su hijo Max al desarmadero de chatarra en búsqueda de partes para armar un robot me trae a la memoria aquella escena de la feria de robots de I.A. donde se cuestionaba cierta humanización de aquellos), la influencia de video games japoneses (el invicto Zeus, un gigante controlado por un diseñador japonés interpretado por Karl Yune, será el desafío final), y una pincelada estética en las batallas a lo Rápido y furioso pero de robots (véase las previas de los entrenamientos y las luchas), todo ello amalgamado por la excelente banda sonora a la que ya nos tiene acostumbrado Danny Elfman (compositor de la música de Desperate Housewives, Los Simpson, Número 9, Milk, El hombre araña 3 y Chicago, por nombrar solo algunos) Gigantes de acero_p4Las buenas actuaciones y la muy buena química entre H. Jackman y Dakota Goyo (el niño de Thor), el pequeño que interpreta a Max en la ficción, sumado a lo expuesto anteriormente hacen de este film un entretenimiento asegurado para padres y niños, donde no falta el robot que puede llegar a sentir emociones, los primeros planos de los personajes para conmover cada vez que uno de ellos afronta una decisión difícil y el reencuentro padre-hijo que contra todos los pronósticos, tendrán una última oportunidad de triunfar. Pero el gran maestro Spielberg, que no deja nada librado al azar, tenia que dejarnos algunos detalles que resultan interesantes destacar. Atom o Átomo (nombre que refiere al origen desde un punto científico, podríamos decir) es el nombre del robot que afianzará la relación padre-hijo y enfrentará en una batalla final nada menos que a Zeus (Dios), donde “el ganador del pueblo” termina siendo Atom. Una interesante analogía para expresar el terreno perdido por la religión en un tiempo donde parece que las cosas se obtienen con esfuerzo y trabajo, no por tener fe. Aunque a muchos les cueste reconocer. Gigantes de acero_p2 Otro dato curioso tiene que ver con el espacio-tiempo en el que se desarrolla el relato, un futuro cercano en el que el boxeo como lo conocemos desapareció, cediendo su lugar a las peleas de robots tanto de forma ilegal como en ligas mundiales, pero los autos y construcciones parecen haber sido victimas de la actual crisis y depresión del país del norte, ya que no reflejan progreso alguno.
Levy, con aportes de Spielberg, traslada el mundo de la pelea profesional a los robots " Rocky con robots." Ese es el "concepto" con que se ha definido esta película de Shawn Levy (un director ligado desde siempre a la comedia que aquí se prueba con bastante fortuna en la ciencia ficción, la acción y el melodrama familiar). También es decisiva -al menos en el desarrollo de una difícil relación padre-hijo como motor de la narración- la presencia de Steven Spielberg (acompañado, entre otros, por Robert Zemeckis) en la producción. Los gigantes de acerodel título han reemplazado en esta trama ambientada en 2020 a los boxeadores de carne y hueso generando un deporte masivo que maneja muchísimo dinero. En este sentido, es interesante apreciar cómo, desde la propia película, se apela al (y se abusa del) denominado product placement , es decir, las publicidades de múltiples marcas insertadas dentro de la propia trama. Claro que no todos en ese ámbito son empresarios de poderosas corporaciones tecnológicas y mediáticas. El perfecto antihéroe del film es Charlie Kenton (sólido trabajo de Hugh Jackman), un cínico ex boxeador que intenta sin demasiada fortuna sostener su alicaída economía y el interés de una atractiva joven (Evangeline Lilly) apostando por sus robots en combates que se desarrollan en clubes de mala muerte. Su situación cambia por completo cuando aparece en escena Max (consagratoria actuación de Dakota Goyo), quien no es otro que su hijo, al que abandonó cuando era apenas un bebe. Tras la muerte de su madre, este niño de 11 años -dueño de una ironía punzante, de una gran inteligencia y de una enorme capacidad para dominar la tecnología- terminará acompañando a Charlie (que en verdad pretende darlo en adopción a una tía) en una accidentada gira por el circuito de boxeo para robots. El film, es cierto, cae en cierto sentimentalismo algo exagerado (pero que no abruma) y en una hoy de moda reivindicación de lo old-fashioned en tiempos de consumismo exacerbado (el robot que los saca del anonimato y la miseria está construido con desechos de viejas tecnologías), pero la narración funciona durante buena parte de sus 127 minutos con nobles atractivos tanto para chicos como para adultos (un mérito no menor). Las escenas de acción (que combinan efectos visuales, animación con captura de imágenes reales y el uso de animatronics ) son muy llamativas y contundentes. Al revés que en la saga Transformers , no hay aquí un regodeo ni una búsqueda de apabullar al espectador, sino un despliegue estético que es siempre funcional en términos dramáticos. Así, entre la eficacia de las batallas entre robots y la buena química entre Jackman y Goyo para esta épica sobre la redención de un padre frente a su hijo, Gigantes de acero se convierte en un más que digno "tanque" hollywoodense con inevitable (y merecido) destino de éxito comercial.
Como Rocky, pero sin Stallone Hugh Jackman encabeza el elenco no metálico del filme. Crunch. Crack. ¡Ffzzzzzgh! ¡Plaff! Los robots que maneja por control remoto Charlie (Hugh Jackman) en un futuro no muy lejano (año 2020) hacen esos chirridos cuando, inevitablemente, son destrozados por su oponente en los matches de, llamémosle, boxeo. Charlie vive en un mundo que literalmente lo ha pasado por arriba, si uno quiere ponerse a filosofar sobre su devenir. No sólo las reglas de antaño parecen no tener actualidad, sino que descubre que debe hacerse cargo de su hijo de 11 años, cuando su madre fallece. Y para demostrar lo mal que andan él y el mundo en un par de años, Charlie decide aprovechar la situación, dándole la custodia de su hijo Max a su cuñada: con la plata que obtiene, se compra un nuevo robot para seguir peleando. Pero como la película, así, terminaría a los veinte minutos, Max querrá quedarse con su verdadero padre y pelear por lo que cree valedero. Ya que la cosa pasa por destruirse entre robots, ya no entre humanos, Max -que algo habrá heredado de su padre- se las ingeniará para crear su propio robot y salir a ganar, si no dinero, el orgullo perdido. Gigantes de acero conjuga algo de Rocky (el primero, cuando Balboa era un perdedor nato y un soñador), otro poco de El campeón y todo lo que puede venir de una producción de Spielberg. Así, esta pochoclera película tiene a Hugh Jackman mostrando músculos como en X-Men , a Evangeline Lilly (Kate Austen en Lost ) sufriendo como el amor imposible de Charlie y a un montón de chatarras enormes, con lucecitas y todo, golpeándose a lo bestia. Pero como los robots, más que tuercas o aceite no pierden -nada de sangre-, todos felices. Para los chicos quedaría la enseñanza de que hay que perseverar y no transar para obtener lo que uno se merece. Que en el caso de Max (Dakota Goyo) no es el cariño de su padre -que, obviamente, lo descubrirá- sino ganarse el respeto de los otros. Una maquinita (la de Max) contra toda la parafernalia de los millones de dólares que pueden tener los orientales (más claro...) en robot es algo así como una metáfora metalera. Con tanto ruido como los Transformers , pero algo más humanos y mucho más divertida.
El robot del pueblo, listo para luchar Para quien observe el cine estadounidense desde lejos, todas las películas se parecen. Pero para quien conozca bien el cine de los Estados Unidos, Gigantes de acero claramente se coloca del lado de las películas distintas. Aquellas que, justamente, representan a la perfección el estilo del cine industrial que construyó y llevó a su punto más alto Hollywood. Sin ser un film con un director muy personal –Shawn Levy tiene una filmografía de pocos méritos previos–, la película funciona de punta a punta. Se sirve de un montón de espacios y situaciones conocidas, pero las renueva y la ordena de forma tal que, como por arte de magia, vuelvan a funcionar en plenitud. Mezcla géneros, tonos, equilibra cada cosa para que la película se convierta en un placer constante. La historia es bien popular. Un ex boxeador (Hugh Jackman), digno en su momento pero caído en desgracia en un mundo donde los únicos que boxean son los robots, vive apostando y perdiendo, tapado de deudas y con pocas perspectivas luminosas en su futuro. Una chica bonita (Evangeline Lilly), valiente e inteligente, lo quiere bien, pero ya no puede seguir tolerando más esta decadencia que los llevará a ambos a perder la herencia de un viejo gimnasio, metáfora de valores de otra época. A esto se le sumará Max (Dakota Goyo), el hijo de él, que ha perdido a su madre y que por un arreglo poco noble pasará el verano junto a su renegado padre. El héroe en busca de la segunda oportunidad, la chica noble y leal, el niño inteligente y triste, algún villano y, por supuesto, un robot. Un robot que es la metáfora misma de la película. No un bello robot de última tecnología, sino uno creado para ser sparring, para recibir golpes pero no para ganar las peleas. No un ganador, sino un luchador. Con ingredientes tan sencillos pero eficaces, Gigantes de acero –basada en un relato del maestro de la ciencia ficción, Richard Matheson– cumple con creces el objetivo de entretener y emocionar, a la vez de hacer un cuento sobre la dignidad y la lealtad. Le bastarán los primeros minutos de película al espectador para ver a Hugh Jackman más parecido a Clint Eastwood que nunca, como si se tratara de esos films que el actor y director hiciera a fines de la década de 1970 y principios de los ’80. La comparación es la forma más clara de decir que Gigantes de acero es una gran película. <
Con humor y mucho movimiento Los encuentros entre padre e hijo se sacan chispas, porque si Hugh Jackman tiene personalidad, el niño canadiense Dakota Goyo, es una aplanadora de simpatía e histrionismo. Charlie Kenton tuvo un buen pasado profesional que vaya a saber porqué no terminó bien. Pero ahora es otro tiempo y no el mejor. Por vaya a saber qué transferencias psicológicas, se compró un robot gigante boxeador y recorre, como los domadores los rodeos, buscando rivales para su "ahijado". Ubiquémonos, estamos en un futuro próximo. El negocio es tener el mejor competidor, pero el de Kenton es un pobre y sufrido robot de tercera, o cuarta mano y en un momento terrible de lucha y valentía queda hecho un cascajo. Ahí va el pobre Kenton a buscar un "médico" para su pupilo. En este caso, una "mecánica" de primera, que arregla bien a todo robot que se precie de tal. También con él ejerció sus funciones terapéuticas y lo arregló románticamente hasta que el nomadismo de Kenton reapareció y se distanciaron. Este es un buen motivo para reencontrarse. Al desastre laboral, se le suma un hijo olvidado, que reaparece de la mano de una tía casada con un millonario que quiere adoptarlo y busca a Kenton para que, en un juicio, normalice la situación. El caso es que Kenton tiene que quedarse con el chico por un tiempo, previo pago por el futuro padrastro del niño de una suerte de "reaseguro" y descubre, entonces, que el pequeño Max es un conocedor del manejo de robots y un hábil negociador de posibles encuentros entre estos especímenes tecnológicos. BOXEO Y HUMOR "Gigantes de acero" es un entretenido relato de acción con notables encuentros boxísticos de despliegue visual y violencia extrema, tamizados con buen humor y efectos especiales. Los encuentros entre padre e hijo se sacan chispas, porque si Hugh Jackman tiene personalidad, el niño canadiense Dakota Goyo, es una aplanadora de simpatía e histrionismo. Las peleas robóticas (fiesta de animatronics) recuerdan las clásicas películas del oeste, o las actuales en que especialistas en rodeo y adiestramiento de caballos recorren campos y doman al mejor postor, hasta caer con los huesos rotos para siempre. Llama la atención el desparpajo paterno, sin pesares ni remordimientos de ausencias paternales (bueno, estamos en el futuro) y la clara ubicación del chico, conciente de que su dominio del manejo de las computadoras debe complementarse con la habilidad boxística de ese padre ex púgil, capaz de improvisar en cualquier torneo en los que pupilos robóticos serán bien entrenados para ganar competiciones. Un vistoso y entretenido filme con simpáticos y descomunales robots.
Sólido film de box futurista Pocas películas tienen un comienzo tan brutal como «Gigantes de acero», cuando Hugh Jackman lleva su robot boxeador a un rodeo de mala muerte para que se enfrente con un toro salvaje. Corre el año 2020, y el boxeo humano está perimido y reemplazado por robots de pelea. El protagonista, uno de los últimos boxeadores que subían realmente al ring, parece más apto para hacer que destrocen a sus púgiles robóticos, así que anda de aquí para allá escapando de sus múltiples acreedores, hasta que se le aparece un abogado explicándole que tiene una audiencia por la custodia de su hijo, al que prácticamente no ha visto nunca, ya que su madre acaba de morir. Viendo que su ex cuñada quiere adoptar al chico, nuestro antihéroe logra salirse con una especie de chantaje, consistente en quedarse con su hijo sólo por el verano, para luego entregarlo a cambio de una buena suma de dinero. Suma que alcanza para comprar un buen robot de pelea y volver al ruedo. Como los robots del padre siempre terminan convertidos en chatarra, hay que esperar para que el hijo, en un accidente providencial, encuentre al androide que les cambiará la vida. Se trata de un viejo modelo diseñado para sparring, es decir para aguantar muchos golpes, y no para el ataque. Pero dado que lo único que queda es el vejestorio, padre e hijo lo lllevan a pelear en un marginal zoológico abandonado. Claro que el robot, por mejor racha que les traiga, no les puede evitar el violento acoso de los apostadores y la promesa de entregar el chico a sus padres adoptivos. Inspirado en un episodio de 1963 de la serie «Dimensión desconocida», escrito por Richard Matheson e interpretado por Lee Marvin) «Gigantes de acero», de todos modos, es un film de ciencia ficción totalmente original, que no se parece a nada en el género futurista, aunque sí respeta la fórmula de los viejos dramas pugilísticos. Producido por Spielberg y Robert Zemeckis, ofrece una sutil descripción de un futuro cercano donde los efectos especiales se aplican más que nada al ambiente del boxeo, con todo tipo de robots alucinantes -incluyendo uno de dos cabezas que aparece en uno de los mejores encuentros del film- y algunos decorados formidables. El director Shawn Levy (el de «Una noche en el museo») se concentra más en la historia y los personajes humanos que en los robots, sin obviar los inevitables momentos melodramáticos, pero tampoco el clima de cine negro propio de los films de boxeo. Lo mejor de su trabajo es lograr un buen equilibrio entre todos los condimentos para que todo funcione correctamente, sin redundancias. Al final, «Gigantes de acero» es una muy buena película, con sólidas actuacioens, increíbles robots de todo tipo y calibre, y un guión con matices casi más realistas que muchos títulos famosos sobre boxeo al estilo «Rocky».
Luchá por él, papá Una de las críticas más feroces que se le hacen al cine norteamericano es acerca de su liviandad. Pero esas son generalizaciones. Esta película tiene la prueba de que aun cuando se planifica todo para llegar a una gran cantidad de espectadores, puede mantenerse viva esa llama de intimidad que hace que las buenas historias se comuniquen con las emociones de los espectadores. Gigantes de acero es una película que los niños de hoy probablemente recuerden mañana. Y algunos adultos también. Tiene el toque artesanal y sabe también vestirse de gala a la hora del gran espectáculo. Y tiene corazón. Un palpitante corazón metido entre las tuercas y tornillos. Corre aproximadamente el año 2017. Los boxeadores han sido reemplazados por robots encima del ring y un ex luchador trata de sobrevivir en ese ambiente entrenando a sus propias máquinas, cuando todo parece estar a punto de irse a pique en su existencia: los acreedores perdieron la paciencia; su casi novia le está contando hasta 10; y sus bichos metálicos no dejan de morder la lona una vez tras otra. ¿Algo más? Sí. El nocaut definitivo parece acercarse cuando a Charlie, así se llama el sujeto, se le aparece Max, un hijo abandonado hace mucho del que tendrá que hacerse cargo por un periodo. Pero a la mala suerte el tiro le sale por la culata. Max resulta ser un pequeño genio de la electrónica y de la nobleza y con su ayuda Charlie comienza a levantar el aplazo en la vida y a entender paulatinamente que él sí tiene algo valioso para darle a ese niño. Justamente como un pugilista que sabe cuándo pegar, el relato se toma su tiempo para soltar una de las consignas más fuertes de este cuento: si hay alguien por quien verdaderamente debes pelear, papá Charlie, es por ese chico. Magnífico en su realización visual, este largometraje lleva con altura el sello de los dos monstruos del cine fantástico que lo produjeron, Steven Spielberg y Robert Zemeckis. Sensible e inteligente en su concepción, saca por fuera la magia que se esconde en las palabras, en las imágenes, o como se llame el vehículo expresivo de turno. Adaptado al contexto del filme, Gigantes de acero, esta especie de Rocky del futuro metálico, logra sacarle a la chatarra un poco de algo intangible, que a lo largo de los tiempos recibió diversos nombres (moral, ética, principios) pero que de manera más modesta e imperfecta en el presente puede denominarse un mínimo parámetro para que lleven consigo los nuevos habitantes del mundo, que salen a caminarlo con el tesoro de quizá poder mejorarlo en algo apretado entre las manos.
Gigantes de acero. Leo varias críticas muy a favor de esta película dirigida por el monocorde y hasta ahora impersonal director canadiense Shawn Levy (Una noche en el museo, Una noche fuera de serie, entre otras). Gigantes de acero, ambientada en el futuro cercano, es una de esas de boxeo, pero de boxeo de robots, con hombre perdedor y chanta y que abandonó a su hijo que deberá volverse casi ganador y noble y crear lazos con el pibe. La película es simple, directa, lineal, lo que no está del todo mal, salvo porque muchas secuencias son pura burocracia, en el borde de la liberación grasa pero que se quedan en la mera chatura. Claro, para la liberación grasa es mejor Sylvester Stallone que Hugh Jackman (demasiado sofisticado para este protagónico). Y sí, hay que nombrar a Stallone porque Gigantes de acero es un poco Halcón y mucho Rocky, a veces hasta el descaro. Sí, el enfrentamiento de los buenos (un all-american de buen corazón, su hijo y la chica musculosa) contra un genio cibernético japonés malhumorado y una fría millonaria de Europa del este es como una linda golosina vintage. Sí, la pelea final es bombástica y puede emocionar mucho. Pero ojo, cualquier Rocky es mejor (menos la 5, que es horrible). Y si no vieron Rocky Balboa no prioricen Gigantes de acero. De todos modos, si ya vieron todas las Rocky este sucedáneo de lata no está tan mal, pero definitivamente moderen sus expectativas o, como nos dice Larry David, curb your enthusiasm.
Un padre rudo que recupera a su hijo. La tecnología y la modernidad dejando fuera de combate a lo humano, aunque lo humano recobra su sentido. Un drama de pareja. Un reflejo de la relación entre la naturaleza y lo artificial. No, no es El árbol de la vida, sino un film “para toda la familia” sobre robots boxeadores llamado Gigantes de acero, lleno de escenas conmovedoras y divertidas, producida por Steven Spielberg y dirigida por un cuatro de copas llamado Shawn Levy. Y protagonizada por ese genial comediante falsamente rudo llamado Hugh Jackman. Sí, la película se parece, sobre todo en su tramo final, a las conmovedoras Rocky y Rocky Balboa, pero a pesar de tener seres artificiales, todo ocurre en rutas americanas, en descampados, al natural. Como sabe hacer Spielberg, toma lo que parece una anécdota tonta -o apenas una idea de producción: “¡robots boxeadores!”) y, por detrás, se nos muestra un paisaje de sentimientos traducido en imágenes puras. Sí, claro que es un film divertido, claro que la pelea final lo va a tener en vilo, claro que va a sacar alguna lágrima antes de los títulos. Y reírse, y sentir cosas: la clase de películas, en suma, que justifican ese invento emocional que es el cine. Lleve a los chicos así se curan de las lagañas de Transformers.
Anexo de crítica: Con un poco de Rocky (1976), otro tanto de Halcón (Over the Top, 1987) y mucho de la recordada El Campeón (The Champ, 1979), Gigantes de Acero (Real Steel, 2011) se impone como un entretenimiento familiar a la antigua que cumple dignamente con la cuota estándar hollywoodense de CGI. Los atisbos humanistas de la trama y el gran carisma de Hugh Jackman compensan en parte la torpeza general del realizador Shawn Levy...
El corazón (detrás) de la máquina Charlie (Hugh Jackman) es un boxeador. O solía serlo, hasta que las peleas dejaron de ser cosa de humanos y se convirtieron en territorio de robots. Ahora, es una especie de entrenador de máquinas de luchar, aunque sin suerte. Se podría decir que a fuerza de desengaños y del puro trato con la chatarra (humana y robótica), Charlie ha perdido parte de su humanidad. Por eso no es de extrañarse que un hecho absolutamente demoledor en lo emotivo, como la irrupción de un hijo al que abandonó sin más y que acaba de quedarse huérfano de madre, signifique apenas la posibilidad de un nuevo negocio para él. Lo que Charlie no espera es que Max (Dakota Goyo) tiene más de él de lo que esperaba. Del Charlie que supo ser, el que enfrentaba a los mejores adversarios en el ring cuando el boxeo como lo conocíamos llegó a su fin. Obstinado y noble, Max guía a su padre a pura intuición hacia el robot que puede cambiarles la existencia: Atom, un sparring abandonado por inservible en medio de un lodazal. En medio de luchas épicas que tienen muy poco que envidiarle a la parafernálica "Transformers", crece una historia de profunda humanidad que es el verdadero sustento de esta película, un hallazgo inesperado en la casi siempre previsible cola de los blockbusters. Como exponente del cine de entretenimiento al que acostumbran Spielberg y Zemeckis (aquí productores ejecutivos del filme), "Gigantes de acero" es uno de los mayores aciertos de este dúo en los últimos tiempos. Cumple en su cadencia fílmica, en sus premisas de entretener sin golpes bajos. Shawn Levy (responsable de "Una noche en el museo", pero también de su lamentable secuela y de la remake de "La Pantera Rosa") se resarce como director y puede sacar adelante sin tropiezos un buen exponente del cine de acción y ciencia ficción. Sí, es menester decirlo: no hay guiño ni homenaje al "Rocky" de Stallone, sino una muy obvia referencia en todos los niveles. Por momentos el relato pierde potencia y si bien Jackman es un actor convincente en este tipo de roles, no es el tosco y cuasi arrabalero Balboa, sino una especie de reo "cool", estereotipado, que va encontrando el tono a medida que la historia progresa. Le acompañan en su justa medida sus dos pilares, Dakota Goyo y Evangeline Lilly, un poco de sensibilidad en medio de tanta ingeniería mecánica. Para ir a entretenerse sin pretensiones y salir más que satisfecho.
Rocky, pero a batería y sin sangre La historia que presenta el director Shawn Levy está ubicada en la segunda década del siglo XXI, cuando los combates de box entre seres humanos han pasado a la historia; el uso de robots púgiles le permite al realizador presentar escenas de gran dinamismo, muy similares a las de los videojuegos, a las que los chicos están más que habituados. Uno de los méritos del director (además de la excelente integración entre imágenes creadas por computación con actores reales) es el de no abrumar al espectador con ese ritmo vertiginoso que no permite apreciar los detalles de la acción. Los combates entre las máquinas comandadas a control remoto desde los rincones del cuadrilátero aportan los mejores momentos del filme, con un admirable empleo de los efectos especiales. También fue un acierto confiar los papeles centrales al tremendamente carismático Hugh Jackman y al debutante Dakota Goyo (padre e hijo en la ficción), que conforman una pareja capaz de lograr empatía con el espectador. El problema está en que el director no acierta del todo con el tono de la historia: no es una epopeya de superación personal como fue "Rocky" (la primera, claro, que dirigió John Avildsen en 1976) ni es un tremendo drama familiar como "El campeón" (1979, con Jon Voight, dirigida por Franco Zeffirelli), pero está claro que combina elementos de ambas. No es una comedia, aunque está sembrada de toques humorísticos o simpáticos para descomprimir la narración, ni un filme de ciencia ficción con crítica social implícita, si bien plantea ciertos cuestionamientos al mundillo del boxeo hiperprofesional o expone los peligros del consumismo exacerbado. Es evidente que el director apostó a un filme de acción, y que trató de garantizar el entretenimiento a lo largo de poco más de dos horas de proyección. Es cierto que logra divertir de a ratos, pero también lo es el hecho de que no aporta nada nuevo a un género muy transitado, que tuvo en otros títulos expresiones más logradas.
En 2020 los robots han reemplazado a los boxeadores de carne y hueso. Son peleas, como las de sus predecesores, que generan mucha emoción y dinero. En ese contexto, un ex pugilista gana y pierde combates viajando con sus máquinas. Sin tener en cuenta que, cuando fallece su ex esposa, debe hacerse cargo, aunque sea por un tiempo, de su hijo de once años. Es así como se amalgaman los dos protagonistas de este filme de aventuras, donde la tecnología es insoslayable. No solamente en la trama sino en la realización de una película entretenida y vistosa, pero que apela a algunos golpes bajos cargados de emoción y lágrimas. Jackman hace a su habitual canchero-simpático y el niño se roba la cinta con sus caritas de ángel. Una buena distracción.
VideoComentario (ver link).
Demasiado acero y poca sangre Hugh Jackman es Charlie, un perdedor que se la pasa viajando en su casa rodante con los pedazos de chatarra de lo que alguna vez fueron grandes robots. Los modelos, otrora campeones, quedan reducidos a pedazos cuando él se encarga de dirigirlos. En el futuro los boxeadores son reemplazados por gigantes mecánicos que no hacen más que obedecer las órdenes de sus dueños. Uno creería que deberían ganar siempre aquellos con el mejor equipamiento que el dinero pueda comprar y en efecto así es. El actual campeón está comandado por fríos directivos que hacen del deporte un negocio. Casi como una parábola de esta película (dirigida por Shawn Levy, de La Pantera Rosa y Una Noche en el Museo) que sigue al pie de la letra el manual de las películas de boxeo y se sostiene demasiado en la simpatía que nos puedan causar sus estereotipados personajes. Cuando el personaje que más gracia y corazón inspira es un robot (Atom, la fábula del underdog que tiene una chance en su vida) se nota que estamos en problemas. Charlie es una versión adaptada para los más chicos de Randy "The Ram" (Mickey Rourke) en The Wrestler, que de por sí era una suerte de parodia a estos personajes re-interpretados hasta el cansancio. Dakota Goyo es Max, el hijo que llega por obligación (el padre acepta cuidarlo por unos meses a cambio de dinero) pero es demasiado listo para preocuparse por su progenitor. La dinámica entre los dos, un poco conflictiva al principio, no tardará en dar sus frutos. Empezarán una travesía alrededor del país entrenando al robot que parece ser el indicado, sólo ante la vista del menor. ¿La moraleja? Todos pueden tener su oportunidad. Esa es la conocida. Por otro lado se plantea una más o menos "nueva": las relaciones humanas todavía pueden darle batalla a las frías organizaciones ultra-sofisticadas y su avanzada tecnología. Es una lástima que no haya un corazón latente en esta película, que se siente demasiado estereotipada como para ser sincera con lo que nos está diciendo. Todo se trata de terminar y lograr que los niños quieran comprar algún juguete de los robots. Al menos están bien diseñados y la película, en términos puramente técnicos, está bien. ¿Suficiente? Depende el grado de simpatía que logre usted con los personajes.
Lo bueno de este film es que todo lo que brinda es de buena calidad: la historia es atrapante desde el comienzo y tiene un guión muy sólido, las peleas entre robots son muy buenas y creíbles, el elenco está muy bien elegido y brinda un muy buen trabajo, la dirección es excelente, los efectos especiales y la estética de los gigantes de acero...
Está claro que el “pochoclo” no es un género cinematográfico ¿no? Pero el término ya está instalado entre todos para denominar un tipo de cine que sólo apunta a dos cosas: entretener y vender muchas entradas. Estados Unidos puede proclamarse como el país de mayor producción de este estilo, sin que esto signifique necesariamente un mérito. Ahora bien, dentro del cine “pochoclo” hay también convenciones, reglas y demás aditamentos que de no estar puede derivarse en un “pochoclo” incomible, y por el mismo precio en un fracaso de taquilla. Voy a hablar de “Gigantes de acero”. Si las páginas de los guiones de “Halcón” (Menahem Golan, 1987) y “El campeón” (Franco Zeffirelli, 1979) fueran cartas de un mazo y las mezcláramos durante varios minutos, seguramente al barajar quedaría el guión que John Gatins escribió para “Gigantes de acero”. En un futuro cercano, el ex boxeador Charlie Kenton (Hugh Jackman) es el dueño de un robot a control remoto que sirve para pelear (contra otros robots o contra algún toro en un rodeo). Fue tanto el deseo de sangre del público de boxeo que se decidió reemplazar a los hombres por máquinas así, de última, las que se hacen pedazos son ellas. En realidad Charlie es un perdedor nato. Todo le sale mal. Incluso ser padre de Max (Dakota Goyo), un niño de 11 años a quién está dispuesto a vender (dar en adopción) al marido de su ex – mujer con tal de conseguir dinero para otro robot y así saldar deudas, y ver si puede salir de pobre con el dinero generado en apuestas. Pero antes de deshacerse de su hijo deberá hacerse cargo él durante unos días, hasta que su madre vuelva de vacaciones. Momento propicio para que la relación entre ambos fluya, ya que Max es fanático de las peleas de robots, o sea la punta del ovillo para desarrollar el resto de la trama que irá deambulando entre acuerdos y desacuerdos. Entre los dos descubren a Atom, un robot sparring, al que entrenarán para intentar llevarlo de ser un “don nada” a campeón. Igualito a Rocky, vea lo que son las cosas. Como toda producción de este tipo, el trabajo de compaginación es fundamental para mantener el nivel de verosimilitud intacto (o sea que no se noten los efectos) En este aspecto el mérito es de Dean Zimmerman, quién ya hizo trabajos sólidos en producciones flojas como “Los viajes de Gulliver”, (2010) o la segunda parte de “Una noche en el museo”. (2006/2009) Gran parte de todo esto también se lo lleva el destacable trabajo de fotografía de Mauro Fiore. Por supuesto que los climas de pelea y de actos heroicos están bien apuntalados por la banda de sonido de Danny Elfman cuya composición salió casi de taquito. “Gigantes de acero” tiene el mérito de no jugar con la inteligencia de nadie; ni pecar de pretensiosa con alguna moraleja de ocasión. Es técnicamente ambiciosa (todas las secuencias de robots tienen un realismo asombroso) y estructuralmente sencilla. A usted le va a sonar haber visto esta película más de una vez, pero con otros actores y en todo caso sin robots. No va a estar equivocado. Por otro lado, si vio “Halcón” (1987) todas las veces que se dio por TV, entonces no tiene excusas para no entretenerse con “Gigantes de acero”. Vaya tranquilo con los chicos.
El ojo del tigre de metal La recepción de una película tiene mucho que ver con la actitud con que uno se acerca al cine mirarla. Es decir que la carga emotiva -prejuicios, expectativas, problemas financieros o lo que sea- que traigamos en nuestro cerebro cuando llega el momento del visionado, determina bastante el tipo de disfrute o no del film. No vamos a hablar sobre teoría del espectador aquí ni mucho menos, todo esto para que quede claro que muchos nos acercamos a Gigantes de acero porque era una de “robots que peleaban con Hugh Jackman a la cabeza”, de la misma manera que nos acercamos a Cowoys y Aliens por el título y porque estaba Harrison Ford. Sin embargo, mientras que la segunda estaba un poco por debajo de las expectativas (sólo un poco), Gigantes de acero está bastante por encima de la premisa robots boxeadores + Hugh Jackman. Gigante de acero nos cuenta la historia en un futuro cercano sobre un ex boxeador, Charlie Kenton, interpretado por Jackman, que ahora se dedica al boxeo de robots, dado que el boxeo “entre humanos” ha desaparecido. En su peor momento deportivo y financiero, aparece su hijo (digamos no reconocido) de once años, Max (Dakota Goyo) a quien no conoce y del cual deberá hacerse cargo hasta que sus tíos vuelvan de viaje y se encarguen de la custodia. Entonces, a partir de allí el director, Shawn Levy (Una noche en el museo 1 y 2, Una noche fuera de serie), toma la mejor decisión de todas, explotar al máximo la relación entre Charlie y Max, aprovechando la gran química entre Hugh Jackman y Dakota Goyo, ambos carismáticos, cancheros y a la vez lo suficientemente complejos. Y con esto logra el equilibrio entre la acción pura y dura de los robots masacrándose y la emoción del relato de la formación de un vinculo padre-hijo. Porque, mas allá de que se nos ha contado muchas veces aquello del “padre ausente que se redime cuando deja de pensar en sí mismo y comienza a pensar en su hijo”, no deja de ser efectivo e interesante cuando se cuenta con talento y gracia, como afortunadamente lo hace esta vez el señor Levy. Lección, que por ejemplo, debería haber aprendido ya, cierto director cabeza hueca responsable de una saga de películas de robots aburguesados, políticamente correctos e ideológicamente peligrosos, que piensa que un film de acción sólo debe tener un descalabro inentendible de efectos especiales y un montón de personajes idiotas y poco naturales. Habiéndome permitido el anterior desliz, decir que otro gran punto a favor de Gigantes de acero es la constante referencia-homenaje a la saga de Rocky Balboa, cada vez más presente a medida que pasan los minutos del film y cuando la historia de Charlie y Max se va convirtiendo en la historia de Charlie y Max con Atom. Atom es un robot antiguo según los tiempos que corren en el film, con el cual la pareja de protagonistas lograrán cosas extraordinarias, como las que logró el torpe semental italiano con sus puños. Quien haya visto y disfrutado las películas de Stallone, recibirá con agrado el continuo bombardeo de referencias, y con suerte volverá a sentir la emoción que provocaba ver al siempre venido a menos Rocky enfrentarse a la máquina asesina del momento. Siempre es atractivo y efectivo aquello del pequeño enfrentándose de igual a igual al grande, contra todas las expectativas. Sosteniéndose por habilidad del director, en cuanto a ritmo y decisiones tomadas; una buena y coherente historia; dos grandes actores protagonistas, y por qué no también gracias a la existencia de Rocky, Gigantes de acero es una muy buena película con entretenimiento, emoción, y que supera las expectativas, en la mayoría de los casos. Volviendo un poco al principio, quizás la mejor forma de recibir esta película es como niños. Niños con ídolos y héroes, niños con padres o figuras paternas, niños con ganas de jugar y divertirse a lo grande. Y también siendo niño, por supuesto.
El Robot del Pueblo Real Steel o Gigantes de Acero es una de esas películas que uno está esperando que sea una fallida movida hollywoodense, una cinta a la que prejuzgamos y de la que no esperamos nada más que efectos especiales y peleas CGI... pues NO. Me llevé una muuuy grata sorpresa cuando fui a verla al cine (sin muchas expectativas debo admitir) con mi novia y sus hermanos. La verdad es que me pareció increíblemente entretenida, con ese tipo de "halo" que se da cada tanto en estos tipos de películas puramente comerciales. Debería empezar a confiar más en las elecciones del gran Hugh Jackman, que algunas veces le ha pifiado como con el Bodrius Eternus "Van Helsing", pero que en general es muy cuidadoso para seleccionar sus proyectos, que en su mayoría han resultado ser de mi agrado. La historia trata sobre el ex boxeador Charlie Kenton (Hugh Jackman), un tipo con una vida bastante desastrosa, que incluye un hijo sin reconocer, negación para comprometerse con nada ni nadie, ni siquiera con él mismo, y un pésimo talento en los negocios, lo que lo convierte en un tipo bastante buscado por sus acreedores. Para ganarse el día a día, está metido en el sub mundo del boxeo con robots, participando en ferias de mala muerte que lo único que hacen es traerle más gastos. Como para empeorar la cuestión, le notifican que su ex novia ha muerto y como único pariente directo de su hijo al que no ve hace 11 años, debe hacerse cargo de la tutela. Este nuevo acontecimiento lo llevará a descubrir un nuevo Charlie que deberá ganarse el afecto del pequeño Max, pasando por una serie de situaciones que resultarán divertidas y emocionantes para los espectadores. ¡A mi casi se me cae una lágrima de emoción!!... En un film de ROBOTS BOXEADORES... He allí el toque del productor Steven Spielberg que sabe de estas cosas, y mucho. En 1er lugar, algo que me pudo de este film, fue que me llevó por 2 horitas a mi infancia, a esa inocencia de sorprenderme con los robots boxeadores que aparecían en pantalla dibujándome una sonrisa en la cara en más de una pelea. Los efectos están muy bien ejecutados, transmitiendo la personalidad de cada personaje robótico que aparecía... Noisy Boy, Atom, Midas, Zeus... me los acuerdo a todos y me quedó bien marcado sus sellos particulares. En 2do lugar, la historia central no es la pelea de robots, sino las idas y vueltas de la relación entre Charlie y su hijo Max, una cuestión que hemos visto mil veces en el cine, pero que por la calidad de los 2 protagonistas, se torna realmente entretenida. Hugh Jackman ("El Gran Truco", "X-Men") cumple muy bien su rol, yendo del tipo duro y langa, al padre tierno con ganas de superarse, pero el que realmente se robó la película es el pequeño actor Dakota Goyo ("Thor", "Defendor"), interpretando a Max Kenton con una frescura y actitud que resulta irresistible. Evangeline Lilly ("Lost", "The Hurt Locker") tiene un papel bastante secundario, pero que suma lo suyo como pilar de apoyo del desbandado Charlie. Para resumir, no hay nada nuevo o artístico en la trama de "Gigantes de Acero", pero está tan bien combinada en la acción, el "drama" padre/hijo, los efectos, el ritmo y el humor, que la convierten en un producto particularmente irresistible. Muy recomendable para aquellos que quieren hacer una pequeña regresión a la infancia sin morir del aburrimiento en el intento (como me pasó con Transformers).
Una manera de saber si una película es buena o no puede ser el medir las ganas que nos contagia de entrar en su mundo y habitarlo a la par de sus personajes. Poco distante para ser el futuro y demasiado esperanzador para tratarse de una distopía, el tiempo de Gigantes de acero es un presente apenas distorsionado por el auge de un nuevo deporte con grandes robots que se baten a duelo de manera incansable (y digo “apenas” porque las peleas de robots, aunque chiquitos, ya existen y hasta se pasan por televisión). Habría que preguntarse por los motivos de esta necesidad implacable de los personajes de pelear, de derribar al otro; una respuesta posible tiene que ver con las condiciones que rigen la sociedad de Gigantes de acero, muy parecida a la nuestra como para tocar la ciencia-ficción: todos los personajes, desde Charlie y Bailey hasta Max pasando por la tía y su marido rico, se paran frente a los demás en relación con el dinero. Charlie necesita plata para alimentar su sueño de ser un campeón de peleas de robots, Bailey para que no le cierren el gimnasio que perteneció a su padre y Max no se sabe bien para qué la necesita pero, cuando descubre que su padre (al que acaba de conocer) aceptó cuidarlo por un tiempo sólo a cambio de dinero, inmediatamente le pide la mitad de la suma y le ofrece irse y dejarlo tranquilo. Cuesta creerlo, pero Gigantes de acero probablemente sea la película que más habla de dinero que se haya podido ver en mucho tiempo sin servirse del tema para desgajar alguna clase de comentario aleccionador sobre las desigualdades económicas de una sociedad (alcanza con ver el camión en el que vive Charlie y compararlo con la mansión de la tía de Max). Este anhelo por el vil metal (y Gigantes… es una película sobre metales) se convierte en el motor de una supervivencia desesperada que no repara en los obstáculos que se emprenden para sostenerla: para Charlie primero y para Max después, se trata de subsistir cotidianamente mientras se lucha por alcanzar una meta casi imposible. No importa vivir en un camión, alimentarse a base de comida rápida, tener que escapar constantemente de acreedores o ir a robar partes de robots a un basural mugroso de noche y con lluvia: las ganas de cumplir un sueño justifica todo eso y mucho más. Tan simple y tosca como el Charlie de Hugh Jackman, Gigantes de acero sabe construir maniqueísmos funcionales a una historia que no le teme a las convenciones ni pretende ser novedosa o realista: la película de Shawn Levy es acerca de héroes y villanos, de fracasos y triunfos, de vínculos que se establecen de manera ruda y áspera. Un padre y un hijo desconocidos se vuelven amigos y compinches de ruta antes de llegar a hacerse cargo de la relación que los emparenta; tiene que transcurrir toda una película para que Charlie y Max se asuman efectivamente como padre e hijo. Una línea divisoria bien nítida separa a los buenos de los malos o, en todo caso, a los que salen a pelearla de los que la tienen servida, a los que necesitan ganarse el respeto de los demás a las trompadas (metálicas y de las otras) de los que buscan mantenerlo cómodamente a través del dinero. Pero por si todavía quedan dudas, Gigantes de acero no es una imprecación contra las inequidades del capitalismo. Más bien al contrario, porque la película cuenta el trayecto de dos personajes que quieren cruzar la línea y pasar del otro lado y agarrar como se pueda, aunque sea a los manotazos, todo el dinero, triunfo y prestigio posibles. Todo esto se cuenta sin ningún atisbo de filantropía ni aspiraciones de cambiar el mundo: nada de deseos de hacer el bien, ayudar al prójimo o ejercer alguna clase de denuncia moral. Es sobre todo en este sentido que Gigantes de acero se parece a la saga de Rocky, en el hecho de ser una épica meramente individual, bien americana, pero por eso mismo también singular, personal. Encontrar un lugar en el mundo es a la vez encontrarse uno y a los que quiere, descubrir que se tiene familia y animarse a reconstituirla, aprender que después de cada caída siempre hay que levantarse (Charlie tiene mucho de personaje cassavetiano). Claro, nada de lástima tampoco: si el guión de John Gatins exhibe un respeto notable por sus criaturas, eso lo hace más que nada porque los trata de manera digna y sin concesiones, sin ninguna piedad. Se ve en el personaje de Max; la referencia más dramática a su madre recién fallecida se produce cerca del final cuando dice: “Mom was cool, she was the coolest”. Max no cuenta con tiempo para llorar su pérdida, en cambio, tiene que adaptarse y moverse rápido para seguirle el paso a Charlie, y eso muchas veces incluye extorsionarlo (Max amenaza con tirarle las llaves del camión a la alcantarilla) o quedarse sin dormir (entrenando y arreglando a Atom, su robot) y sin comer. El chico desarraigado que compone Dakota Goyo no es un nenito débil que busca la compasión de los demás sino, como su padre, otro orgulloso con hambre de victorias capaz de cualquier cosa con tal de hacerse valer. En el universo de Gigantes de acero, la mejor (o la única) forma que encuentran Charlie y Max de ganarse algo del respeto que decía antes es hacer subir al ring un robot que hallan enterrado bajo el barro en la parte más baja de un basural; un robot sparring que fue diseñado y creado para recibir puñetazos, para soportar las piñas de otros robots sin defenderse. Dejar de aceptar los golpes de los demás para empezar a propinarlos, en eso se resume el entrenamiento de Atom y la épica toda de la película de Levy.
A veces el séptimo arte puede ser algo maravilloso que nos llena de una felicidad indescriptible. Lo gracioso es que no llegué a esta conclusión después de ver El árbol de la vida, sino después de ver una película por la que no daba ni dos pesos después de leer los antecedentes de su director ¿Cómo es posible que me haya emocionado hasta las lágrimas con una película que básicamente consiste en un futuro donde los robots se agarran a piñas en peleas profesionales y no con lo último de Terrence Malick? He aquí, damas y caballeros, el misterio del cine. Al ver Gigantes de acero uno puede hacer un conteo infinito de la cantidad de películas a las que remite, desde Rocky y Halcón (la influencia ochentosa de sendos films de Stallone es notoria) hasta El gigante de hierro y Transformers. Pero lo que hace genial a la de Shawn Levy (que venía de mediocridades tales como Una noche en el museo y Más barato por docena) es que aún conociendo el trayecto entero que va a recorrer la historia, es imposible no dejarse llevar por la emoción y la energía que transmite el camino a la gloria que transitan un padre, su abnegado hijo y un robot encontrado entre la chatarra para convertirse en campeones del boxeo metálico. Hay tres factores fundamentales en los que Levy acertó para lograr que el espectador se enganche con una historia que en teoría suena súper ridícula. El primer gran logro fue confiarle a Hugh Jackman el rol de ex boxeador al que la vida le dio más de un golpe. Este no es el Jackman pintón y carilindo al que la platea femenina está acostumbrada. Su Charlie Kenton es un hombre lleno de pesimismo al que sólo le importa hacer unos mangos llevando sus robots al cuadrilátero. Esa visión del mundo cambiará gracias a su interacción con su hijo Max, al que el principiante Dakota Goyo le entrega un carisma y una energía contagiosos. Es en esta relación que va desde el resentimiento hasta el amor mutuo (en parte gracias a la presencia de Atom, el robot al que ambos entrenaran para llevarlo a la victoria) en donde está el corazón de Gigantes de Hierro. ¿Pero qué pasa con las peleas robóticas? Este era el aspecto que más temía antes a ver el film, ya que si Michael Bay nos enseño algo con sus Transformers, es que ver a dos muñecos de metal dándose golpes durante más de dos horas puede ser algo agotador y aburrido. Es no es el caso. Primero porque desde el diseño cada robot tiene una personalidad definida (hay desde uno con sombrero de cowboy hasta otro que se parece al monstruo de Frankenstein) que los vuelve interesantes visualmente. Además, las peleas están filmadas con suma claridad, lo que hace que uno se involucre emocionalmente con el resultado final. Sí, señores, acabo de admitir que lloré viendo una película de robots luchadores ¿No es hermoso que el cine te sorprenda de esta manera?
Corazón de acero Pura nobleza y clasicismo, Gigantes de acero es de esas películas que hacen bien al alma, expresándose humanamente, sin vueltas ni lecciones baratas. En un plano especialmente conmovedor de la secuencia final de Gigantes de acero (secuencia predecible, pero a la vez, muy ansiada), el hijo mira con orgullo a su padre (ese padre llamado Charlie Kenton, pero que también es Hugh Jackman), quien está tirando piedras al aire. Lo mira así porque en realidad está boxeando, a través de una máquina, pero está boxeando. Arroja jabs, ganchos, upper-cuts, con sublime fiereza y pasión. Es un boxeador de nuevo. Es él otra vez. Gigantes de acero nos vuelve a probar por qué el género deportivo puede ser tan simple y esquemático, como profundo y conmovedor a la vez. Este tipo de películas vuelven a apelar a la metáfora de que “el deporte es como la vida”, para decirnos que eso que llamamos precisamente VIDA puede ser mucho más simple de lo que pensamos, o al menos bastante menos complicada. El rival más duro no es el otro, no es el equipo contrario, ni tampoco el universo complotando en contra nuestro. Es (¡obvio!) uno mismo. Esa obviedad es la que deberá descubrir Charlie, haciéndose cargo de lo que antes eludió. Para poder empezar a ganar, deberá aceptar que antes perdió, y que perdió porque tuvo miedo de ganar, porque no tomó riesgos verdaderos e hizo la fácil, que es autoboicotearse. En ese trabajo de introspección, Charlie podrá ver (en el sentido de descubrir, de tener una revelación, de deslumbrarse ante el hallazgo de una respuesta) lo que siempre fue evidente: la gente que lo amó y ama, y la que desea amarlo y ser amada por él. Shawn Levy (a quien, si atamos algunos cabos con las dos entregas de Una noche en el museo, podemos detectarle ya un gran interés por el deber paternal y las figuras masculinas que buscan encontrarse a sí mismas) consigue transmitir todo esto y hacer reflexionar de esta forma porque narra con plena convicción desde el plano inicial, con un montaje fluido, una narración pausada que no elude lo electrizante y un clima de gran melancolía por lo que perdió, con un fondo de vitalidad y esperanza por lo que puede deparar lo que viene a continuación, en la posibilidad de redención y reconstrucción. También cuenta con un muchacho como Dakota Goyo que es una sorpresa sumamente agradable, por su impactante personalidad, la facilidad con que recita sus diálogos y la firmeza con la que interactúa con el resto del elenco; una Evangeline Lilly que, a lo que aprendió con Lost, le incorpora una mayor sutileza y trabajo en su mirada, haciendo destacar aún más su belleza; y un Hugh Jackman que demuestra que puede pasar por cualquier registro, yendo del drama a la comedia, de la rudeza al patetismo, de los sentimientos guardados a la expresión lisa y llana. Pura nobleza y clasicismo, Gigantes de acero es de esas películas que hacen bien al alma, expresándose humanamente, sin vueltas, sin lecciones baratas, hablando (aún desde la ciencia ficción) de lo que le pasa a cualquier persona, aquí y ahora. Un filme situado en el futuro, que evoca cualquier tiempo. Si Hollywood fuera así siempre, que sea eterno.
De la lona a la gloria En la edición de mayo de 1956 de The Magazine of Fantasy and Science Fiction, Richard Matheson publicó un cuento titulado “Steel” (“Acero”), de la que en 1963 haría una adaptación para “La dimensión desconocida”. Allí mostraba una era en la que los boxeadores humanos fueron reemplazados por robots. El ex boxeador Steel Kelly y el mecánico Pole descubrían que su deteriorado Maxo no podía dar batalla, y Kelly se hacía pasar por la máquina para al menos sacar una moneda que les permita comprar repuestos. Dan Gilroy y Jeremy Leven tomaron algo de ese universo para crear la historia de “Gigantes de Acero” (“Real Steel”), sobre la que John Gatins escribió el guión. Algo de esa frustración, de ese encierro en peleas menores, pero generando una película que seguramente a Sylvester Stallone le habrá gustado: algo de “Rocky” y algo de “Halcón” hay en su trama. Volver a empezar Charlie Kenton es un ex boxeador (de los últimos), que brilló brevemente para hundirse luego en la mediocridad. En ese camino siguió luego en su nuevo rol de entrenador de robots boxeadores, los cuales (a diferencia del cuento) se fueron alejando cada vez más del aspecto humano para convertirse en unos gigantes con aspecto de mecha de animé, y que se enfrentan en unas peleas salvajes que muchas veces terminan en la destrucción de la máquina. Cuando está tocando fondo, se entera de que una ex novia murió, dejándole un hijo de 11 años con el que nunca tuvo relación. Los pudientes tíos del niño quieren la tenencia, y Charlie lo acepta junto con una suma de dinero para invertir en un nuevo bot. La condición: que el pequeño Max se quede con él durante el verano, mientras ellos viajan. Así, decide arrancar de nuevo pidiendo la ayuda de Bailey Tallet, heredera del gimnasio donde entrenó Charlie, hija de su maestro, “brevemente” su noviecita y ahora especialista en estas máquinas de dar golpes. Tras un nuevo fracaso, Charlie se lleva a Max a un depósito de chatarra, donde el niño rescata a un viejo androide llamado Atom: arcaico y aparentemente fuera de estado, cuenta con la capacidad de imitar movimientos. Padre e hijo construirán una relación a medida que Atom empieza a ganar peleas, hasta que llegará la posibilidad de enfrentar al campeón, el temible Zeus, construido por la rica Farra Lemkova y el soberbio ingeniero Tak Mashido. La historia tendrá que decidir entre la sangre y la fría maquinaria, entre el corazón y el dinero, y en el camino Charlie tendrá que ver si puede rehacer su vida y obtener más de una esperada revancha. Lágrimas y piñas El encargado de contar este cuento es Shawn Levy, director hasta ahora especializado en comedias (“Recién casados”, “Más barato por docena”, “La pantera rosa”, “Una noche en el museo” 1 y 2, “Una noche fuera de serie”). Y lo hace bastante bien, dosificando lo emotivo, lo romántico y la acción, que no puede faltar en una película con robots y box. Desde el punto de vista del guión, los más fanatizados se quedarán pensando en algunos cabos sueltos (¿Qué origen tiene Atom? ¿Por qué Mashido y Lemkova quieren comprarlo?). Pero el relato avanza hacia adelante, centrándose en las vicisitudes que afrontan los protagonistas. La puesta visual es impresionante, combinando animación digital y parafernalia real, mostrando unos combates magníficos, que atraerán a los fans del arte de los puños (como dato, vale agregar que el asesor boxístico fue Sugar Ray Leonard): alguno puede sufrir por los golpes que recibe Atom, y arengarlo para que se levante de la lona). La parte humana Una película así no podría funcionar si no se contara con el niño adecuado; en ese sentido, Dakota Goyo es el niño actor soñado, capaz de ser adorable o golpeable, y de generar buena química con los adultos, creíble en su euforia y en su enojo. Si hablamos de credibilidad, Hugh Jackman es uno de esos actores (junto con Russell Crowe, por ejemplo) que se pueden poner en la piel de los más diversos personajes con verosimilitud. El australiano se ha lucido haciendo antihéroes queribles (saltó a la fama con Wolverine), y aquí aplica nuevamente su rea seducción, encarnando a un perdedor tan entrañable como cuestionable en muchas de sus acciones. De Evangeline Lilly hay que aclarar que es buena actriz. Decimos esto porque si no lo fuera, igual uno tardaría en darse cuenta: su sola presencia en la pantalla ya se justifica, y verla recién levantada (a cara lavada, descalza, en suéter y pijama) ya justifica el precio de la entrada. A mitad de camino de la belleza apabullante de una Megan Fox y la mujer “real” que interpretó Amy Adams en “El ganador”, genera una química única con Jackman (Charlie podrá ser un looser, pero muy fachero, eso sí). Entre los secundarios, Hope Davis escapa al cliché (hacer una tía detestable); Karl Yune y Olga Fonda hacen una buena dupla como Mashido y Lemkova, una especie de villanos de cómic. La épica de los guantes Mencionábamos a “El ganador”, el filme que protagonizaron Mark Wahlberg y Christian Bale, una de las últimas en una larga saga de historias donde el boxeo se constituye como un espacio épico único: donde uno puede levantarse de las miserias arañando las cuerdas del ring, donde una pelea puede redimir toda una vida de sinsabores y errores. En esa tradición se inserta “Gigantes de acero”: porque más allá de las relucientes máquinas, Charlie peleará la última batalla como si fuera propia, a ver si el beso de la gloria (o de un hijo, o de una mujer) puede ser la revancha de todas las veces que besó la lona, adentro y afuera del ring.
Lo que más sorprende de Gigantes de Acero es la capacidad del niño para elaborar la muerte de su mamá. Lo hace con la velocidad propia del más avanzado robot. Cahiers du Zonafrèak sostiene que los niños del meinstrin actual elaboran la pérdida de sus seres queridos muy rápido por que tienen bocha de estímulos que atender y poco tiempo que perder y todo eso. Parece que cuando tenés la leche de ser un niño -y el destino te deja sin guardián- tus opciones se limitan a buscar desesperadamente una nueva figura de autoridad ó, caso contrario, renegar de la misma y rendirte a los estímulos que se te presentan. Como para olvidarte de lo que pasó y entretenerte un rato. Placebo-Robot. Por que el nuevo huérfano que protagoniza Gigantes de Acero es un enfermo de los robots y de las nuevas tecnologías. Y resulta que su padre (Hugh Jackman en su mejor interpretación, lejos) es un tipo que entiende poco de responsabilidades pero mucho de robots, al punto de hacerlos competir en matchs pugilísticos sin sangre pero llenos de bardahl máxima compresión. Al contrario de Transformers, aquí los organismos cibernéticos nos ofrecen coreografías suaves, entendibles, interpretables. En ningún momento perdés la línea respecto de quién le está destrozando la mandíbula (mecánica) a quién. Y eso es un mérito enorme en esta época llena de fuegos artificiales descontrolados. Antes de prestarnos a confusiones, debemos aclarar que Spielberg y Zemeckis produjeron el tanque que nos compete pero no se involucraron en el guión, que pertenece a John Gatis y está basado en un cuento corto de Richard Matheson (que siendo un pichón escribió Duel, que fue el primer telefilm extendido/largometraje de Spielberg). La industria gringa es un boomerang, amigos. Y sin embargo, encontramos aquí la historia de un hijo sin madre que busca espabilar el cariño de su padre ausente hasta que se aburre de no conseguirlo y deposita sus esperanzas de afecto en un robot viejo (con corazón de Sinclair Spectrum) que a veces parece estar un poquito vivo. Podría remitirnos a Spielberg. De hecho, lo hace. Y lo hace bien. Y el resultado respecto a Gigantes de Acero es de sorpresa. Se trataba de un film por el cual no nos atrevíamos a apostar ni siquiera un disco de Onda Vaga. Al final nos terminaron tapando la boca todos: Hugh Jackman, el nene, los robots, el guionista, la villana y sus tetas tridimensionales (*), el japo desquiciado que domina el mercado robótico, e incluso Onda Vaga. Zonafreak recomienda Gigantes de Acero con fervor. Viva el pochoclo, viejo. Viva este pochoclo.
Gigantes de Acero es una regurgitación masiva de clichés, y que conste subrayado en actas. No hay un momento original en todo el film - si uno conoce bastante de cine, puede ir poniéndole a cada escena el titulo de la pelicula de las cual fue tomada- y, a pesar de ser una tonelada de material reciclado, tiene su gracia. Quizás sea porque los mecanismos que prueba están tan usados, pulidos y perfeccionados, que resulta imposible fallar con ellos. No sé si el espectador promedio sentirá fresco al material de Real Steel, pero seguramente lo encontrará emocionante y, en definitiva, eso es lo que importa. Resulta curioso ver un filme americano con robots. Pareciera que su mitología fuera patrimonio exclusivo del cine fantástico japonés y, por momentos, Gigantes de Acero se siente como la adaptación live de algún anime nipón - el desahuciado robot que llega a las grandes ligas; la arena de combate de androides, etc, cosas que se pueden encontrar en Astroboy sin ir más lejos -. Pero en vez de obsesionarse con los robots luchadores, Real Steel prefiere hundir el cuchillo en el típico melodrama deportivo. Imaginen a El Campeón (1979), pero con la excepción de que Ricky Schroeder hubiera utilizado un "avatar" mecánico para salir a combatir en vez de su padre Jon Voight (y que tuviera más talento que él!); súmenle algunos elementos melodramáticos típicos de los filmes de boxeo - tipo Rocky -, sacúdanlo en la coctelera y sírvalo bien frío. Eso es Real Steel. Acá las cosas funcionan en gran forma gracias a que el elenco es más que competente. Hugh Jackman satura la pantalla de carisma, y está bien acompañado por el pequeño Dakota Goyo. El filme tiene su cuota de melodrama sanitizado - hay algunos malos que son más orgullosos y torpes que malvados; no hay conflicto que no se resuelva en menos de cinco minutos; nadie intenta sabotear o robar al robot; hasta la pareja de ricachones con la custodia del chico resultan más permisivos de lo que a primera vista uno podría pensar -, y decide poner la emoción en dos aspectos: el volátil padre que comienza a poner los pies en la tierra gracias a su hijo mientras recomponen la relación entre ambos, y los feroces combates de androides, los cuales están dirigidos con gran dosis de energía. Real Steel funciona gracias a que alterna una cosa con la otra, y de ese modo se vuelve cada vez más emocionante a medida que se acerca al final. Es posible que Shawn Levy haya encontrado la horma de su zapato y se redima artísticamente luego de engendros como la reimaginación 2006 de La Pantera Rosa, y la saga de Una Noche en el Museo. Acá ha logrado inyectar algo de magia a una historia remanida, convirtiéndola de nuevo en interesante y hasta apasionante. Y ésa es una virtud excepcional que amerita su recomendación en estas épocas de sequía creativa.
En Gigantes de Acero (Real Steel, 2011) Shawn Levy (La Pantera Rosa, Una noche en el museo I y II) se aleja de las comedias familiares que lo caracterizan y se despacha con una película que combina acción, ciencia ficción y melodrama. Charlie Kenton (Hugh Jackman) es un ex boxeador que en el año 2020 se gana la vida en peleas de robots. Los seres humanos han sido reemplazados por enormes luchadores de acero que son manejados por sus dueños desde la esquina del ring. Con la ayuda de la hija de su antiguo entrenador (Evangeline Lilly) tratará de sobrevivir invirtiendo en este deporte. Todo cambiará bruscamente cuando Charlie se entere de que su ex esposa ha muerto y deba encargarse de Max (Dakota Goyo), su hijo de once años a quien abandonó al nacer. Ahora recorrerán juntos el circuito del boxeo y su relación se irá fortaleciendo con el correr de los rounds. Steven Spielberg y Robert Zemeckis, dos tipos que saben de ciencia ficción, produjeron la cinta y confiaron a Shawn Levy la dirección y no se decepcionaron. El director logró combinar una buena película de acción con un par de escenas demasiado sentimentales pero que no llegan a cansar al espectador. Si bien las peleas entre los robots ocupan gran parte en la pantalla, estas se justifican en la trama y hacen que fluya sin que nos demos cuenta a través de los 127 minutos. A diferencia de la saga Transformers, donde los grandes efectos abruman al espectador, en Gigantes de Acero están dosificados de tal manera que pasan a un segundo plano dejando siempre en primer plano la relación entre un padre y su hijo. En fin, Gigantes de Acero rescata el espíri tu de Rocky y el valor de nunca bajar los brazos, enfrentarse a los poderosos y saber que la pelea no termina hasta que termina. 3/5 SI Ficha técnica: País de origen: Estados Unidos Año: 2012 Estreno(Argentina): 6 de octubre de 2011 Dirección: Shawn Levy Guión: John Gatins. Duración: 127 minutos Género: Acción Distribuidora: Buena Vista