A satirizar se ha dicho Allá lejos y hace tiempo, precisamente luego de hacerse conocido en todo el globo con la mítica Sexto Sentido (The Sixth Sense, 1999), el director y guionista M. Night Shyamalan terminó de confirmar su talento con la que sería su obra maestra definitiva, El Protegido (Unbreakable, 2000), una película maravillosa que logró destacarse del cine de superhéroes de su momento, aquel que todavía conservaba rasgos autorales y solía ofrecer propuestas muy distintas entre sí que por cierto poco y nada tienen que ver con la basura anodina e intercambiable de nuestros días del rubro, todos bodrios encadenados/ exploitations con presupuestos gigantescos que en esencia tratan de replicar en vano la astucia del Batman de Christopher Nolan. Aquella pequeña película no reproducía/ banalizaba cual autómata sin vida propia los latiguillos de los cómics, como hacen incansablemente los films actuales, sino que deconstruía, repensaba y adaptaba a la praxis diaria la lucha paradigmática entre el bien y el mal desde una óptima compleja y adulta que ponía el énfasis en la estructuración anímica de los personajes, el carácter social alegórico del opus y una atmósfera de misterio muy cercana a lo que sería un thriller de suspenso de autodescubrimiento sutil y paulatino. Los años pasaron, así como las diferentes fases de la carrera del realizador hindú, y éste finalmente decidió retomar su creación de antaño en ocasión de la también extraordinaria Fragmentado (Split, 2016), en la que la batalla moral/ ética se trasladaba al intelecto del protagonista, Kevin Wendell Crumb (James McAvoy) alias The Horde (La Horda), un hombre con un trastorno de identidad disociativo y 23 personalidades a cuestas que se correspondían a una escala de esa benevolencia y esa perversidad que en el film del 2000 estaban representadas en David Dunn (Bruce Willis) alias The Overseer (El Centinela), un hombre indestructible, con una enorme fuerza y habilidades semi telepáticas, y Elijah Price (Samuel L. Jackson) alias Glass (Vidrio), un afroamericano brillante con osteogénesis imperfecta, mal genético que desencadena que los huesos se quiebren con facilidad. Ahora desde la perspectiva del terror de encierro y los padecimientos mentales que derivan en la psicopatía, Fragmentado desarrollaba la génesis de La Bestia, una personalidad número 24 bien animalizada, y nos presentaba a Casey Cooke (Anya Taylor-Joy), una adolescente abusada sexualmente por su tío que se convertía en una de las víctimas del afligido Kevin. Hoy por fin tenemos ante nosotros a Glass (2019), la tercera parte de lo que se ha dado en llamar la Trilogía Eastrail 177 por la catástrofe ferroviaria del inicio de El Protegido, esa provocada por Elijah que dejó como saldo 131 pasajeros muertos y un solo sobreviviente, nada menos que el amigo David: en esta oportunidad Shyamalan vuelve a ratificar el prodigioso momento que está atravesando como autor luego de Los Huéspedes (The Visit, 2015) y la misma Fragmentado, ahora retomando todos los personajes principales previos en una historia que se centra en la captura y reclusión en un hospital psiquiátrico de Dunn y Crumb, donde también está encerrado Price. Allí, bajo el control de la Doctora Ellie Staple (Sarah Paulson), los tres serán sometidos a castigos varios, una medicación muy severa, una vigilancia constante -vía muchas cámaras de seguridad- y entrevistas con la médica en un contexto hiper maternalista a través del cual la mujer pretende convencerlos de que sus supuestas destrezas superhumanas son en verdad producto de un delirio compartido que posee una explicación racional (la susodicha a su vez les comunica que las autoridades le han otorgado tres días exactos para el intento de turno de reconversión psicológica express). Aquí nuevamente el cineasta lleva a cabo una disección de la arquitectura y engranajes más utilizados del universo de los cómics apelando por un lado al cariño en lo que atañe a la fuente primaria del rubro, léase las propias revistas en tanto narraciones ilustradas que nos reenvían a los relatos/ dibujos primigenios de la humanidad, y por otro lado al sarcasmo en lo que respecta al comercialismo berreta contemporáneo -símil Comic Con y mamarrachos de Marvel y DC para la gran pantalla- que inunda los mercados globales de productos lelos, caricaturescos y por demás mediocres. En este sentido Glass se ubica en el extremo opuesto del mainstream de nuestros días porque edifica seres sufrientes y escenas de genuina tensión sin recurrir a chistecitos bobos, lugares comunes dramáticos, secuencias de acción interminables y/ o una tonelada de CGI, dando a entender que el corazoncito de Shyamalan como director sigue estando en el campo de lo artesanal y los diálogos pulidos. Asimismo el señor sabe aprovechar a los secundarios en términos de enfatizar la sutil complejidad de cada uno de los tres protagonistas y sus anhelos más íntimos, colocando a Casey como el contrapunto pacífico/ “cable a tierra” de Kevin y haciendo lo propio con la madre de Elijah (Charlayne Woodard) y el hijo de David, Joseph (regresa un adulto Spencer Treat Clark), quien administra a la par de su padre un local de venta de equipamiento para la seguridad, recordemos que Dunn fue guardia en un estadio, y lo asiste en su rol de vigilante callejero. Pegándole en simultáneo a la psiquiatría, las fuerzas estatales, la industria del espectáculo y el cine de superhéroes actual, todos ejemplos perfectos de un dominio masivo amparado en dosis iguales de manipulación, mediocridad, vigilancia y marketing fraudulento, la película retoma con desparpajo y autoconciencia aquel binomio protección/ exterminio en función de un andamiaje general en verdad realista y trágico porque no cede frente a estereotipos vacuos para saciar la sed de previsibilidad de los oligofrénicos criados por la gran industria cultural, esos infradotados que viven en la ignorancia y jamás conocieron nada que evite el molde del cine chatarra escapista. La sátira ácida camuflada bajo los esquemas del drama/ thriller de manicomio, en sintonía con Shock Corridor (1963) y Atrapado sin Salida (One Flew Over the Cuckoo's Nest, 1975), se transforma en un interesante recurso de denuncia sobre el sustrato despersonalizador del poder público para con los ciudadanos de a pie y sobre el influjo empobrecedor y maniqueo barato del mainstream en torno a las soluciones narrativas más recurrentes de cada período histórico: el mismo Elijah señala una y otra vez los clichés literales que podrían acumularse si estuviésemos viendo una obra estándar hollywoodense y no la creación de uno de los últimos autores que quedan dando vueltas en el sistema de los estudios, hoy subrayando que la estabilidad identitaria -o psicológica- no pasa de ser una fábula construida por los agentes del control absoluto y homogeneizador…
Después de las dos obras magistrales que integran el universo creado por M. Night Shyamalan, Unbreakable (2000) y Split (2016), Glass reúne a los tres protagonistas para intentar darle un cierre digno a la saga.
Han pasado 18 años del estreno de “El protegido”, aquella película donde el personaje de Bruce Willis –David Dunn- se enteraba que era un hombre de acero gracias a Elijah Price -interpretado por Samuel L. Jackson- quien hacía de un hombre que sufría una enfermedad desde niño; ésta provocaba que sus huesos se quebraran como un cristal con apenas un golpe. Fanático de cómics, tenía la teoría que éstos podrían contener una verdad sobre la existencia en el mundo real de una legión de súper-humanos que ignoraban sus habilidades. Su teoría se basaba en que si había un hombre tan frágil como él, debería haber un hombre exactamente opuesto. La anterior a esta trilogía, nos presentó a Kevin Wendell Crumb, quien es un hombre que padece de trastorno de identidad disociativo, el cual se le manifiesta en 23 personalidades. En esta, con grandes monólogos que prometen una escena de acción espectacular… se disuelve con algo que sigue sin ser novedoso, pues la idea es la misma. Glass –o el hombre de cristal- quiere que el mundo se entere de su teoría. ¿No es lo que se planteó en la primera? James MÁcAvoy sigue demostrando lo que hizo en la segunda entrega a tal punto que cansa, pues es un protagónico de nuevo- y quien hace de psiquiatra no puede ofrecer la oscuridad que a mi modo de ver debería poseer este personaje.
M. Night Shyamalan volvió a sus mejores tiempos con el estreno de “Fragmentado” en 2016. La llegada de “Glass” se presenta como el cierre de una trilogía que nunca se planteó como tal, iniciada por “El protegido” (2000), pero que de algún modo cobró sentido. ¿Hace falta ver las películas anteriores para entender “Glass”? Primera pregunta. No. Pero alcanza con que sepas dos cosas: el personaje de Bruce Willis es irrompible (Unbreakable) y el de James McAvoy tiene 24 personalidades diferentes (Split – dividido). Eso era lo que yo recordaba de las primeras dos películas y alcanza para entender. El resto, M. Night Shyamalan se encarga de recordarlo o explicarlo. ¿De qué se trata “Glass”? David Dunn (Bruce Willis) es un vengador anónimo que se vale de ser irrompible para hacer justicia. El secuestro de un grupo de adolescentes lo lleva a buscar al responsable. Tras su encuentro con el culpable, Kevin Wendell Crumb (James McAvoy), un joven con 24 personalidades, ambos son enviados a un psiquiátrico. La Dra. Staple (Sarah Paulson) los tratará por un aparente trastorno que les hace creer que son superhumanos. En el mismo lugar, David y Kevin se encontrarán con Elijah Price (Samuel L. Jackson), un asesino experto en cómics con una inteligencia superlativa. ¿Superhéroes? ¿Cómics? No, es Shyamalan Antes de ver la película, me llamó la atención que se esperara “Glass” como si se tratara de una película de superhéroes. Es cierto que puede leerse así: tenemos tres protagonistas con una suerte de poderes extraordinarios. ¡Pero es M. Night Shyamalan! Eso significa que esto no es Batman, Superman o Avengers. “Glass” es una película sobre la psicología humana con guiños al mundo del cómic. El director entrega una película astuta, por momentos solemne, pero también con varios gags. No se trata tanto de un enfrentamiento de súperhéroes, que los hay, sino del verdadero conflicto: ¿son superhumanos o solo personas con delirios de grandeza? Esa es la pregunta y Shyamalan desarrolla el tema con buen tino. “Glass” es, también, una película original y eso vale oro. El director ahonda en la psiquis de la personajes, en su génesis, planteando una mirada inteligente sin caer en el golpe de efecto. El desenlace es, hay que decirlo, un tanto dilatado, pero también atrevido en términos de narrativa hollywoodense. Por otro lado, hay que destacar el estupendo trabajo del elenco. Imposible no hablar de la gran labor -casi un ejercicio actoral de alto rendimiento- que vuelve a hacer James McAvoy como este hombre de 24 personalidades, con sus cambios de voz, de actitud, de postura, de todo, como lo hizo en “Fragmentado” ¿Ni un premio por eso? En fin… Mientras que “El protegido” era la película sobre el hombre irrompible y “Fragmentado” la del hombre dividido, “Glass” viene a ser la del hombre frágil con huesos de vidrio, razón por la que el personaje de Samuel L. Jackson termina siendo clave en esta historia. Porque esta es la película del Sr. Glass, aunque sea casi un papel secundario. Conclusión sobre “Glass” Como película destinada a generar amores y odios, “Glass” es inteligente y distinta, con ciertos momentos dilatados que le juegan en contra. ¿Vale la pena? Si. Puntaje: 7.5/10 Duración: 129 minutos País: Estados Unidos Año: 2019
El cierre de la inesperada trilogía sobre super héroes prometía mucho más que lo que finalmente ofrece. Algunos encastres forzados entre las tres películas, la construcción débil y efectista del escenario para el enfrentamiento, y el insospechado advenimiento de la conclusión, que se precipita luego de varias redundantes explicaciones, resienten una película que se apoya en las actuaciones del trío protagónico para fundar su verdad y la relectura de la industria del comic.
“Glass”, de M. Night Shyamalan Por Jorge Bernárdez Cuando Shyamalan filmó El protegido el mundo del cine la recibió con la satisfacción de quien hizo una apuesta a un proyecto y este resultó ser un éxito. Sexto sentido, su película anterior, había sido exitosa pero a la vez el truco del final dejaba la duda sobre si era un genio o era un tipo ingenioso con un par de ases en la manga. Lo cierto es que El protegido fue mucho más de lo que se esperaba, Shyamalan confirmaba sus virtudes como director con secuencias extraordinarias y un clima sensacional para contar el nacimiento de un héroe que concluía la película reconociendo sus poderes. La carrera posterior -se sabe, la vida y el desarrollo profesional son una maratón- finalmente mostró que Shyamalan no era infalible y que podía alternar buenas películas con otras incomprendidas o simplemente malas. Por eso cuando se estrenó Fragmentado los espectadores y el mundo del cine se llevaron una sorpresa enorme porque al mejor estilo de las películas de Marvel, justo en el final de los créditos el director se despachó jugando una carta inesperada que, al igual que con el final de Sexto sentido, era mejor no revelar. Sí se puede decir que en el cierre de esa película violenta sobre un asesino serial de múltiples personalidades que elude a todo el mundo y muestra poderes superiores, se producía el inesperado cruce de McAvoy con Bruce Willis y confirmaba lo que para los fanáticos era obvio: el protagonista de Fragmentado y El protector se iban a cruzar de nuevo. Después se supo que Shyamalan tenía pensada una trilogía que debía terminar con la película correspondiente de Mr. Glass, el personaje que aparecía como villano en El protector y que interpretaba Samuel L Jackson. Desde ese momento las expectativas fueron en aumento y todos empezamos a esperar con ansiedad el momento del desenlace. En estos tiempos de universos expandidos y crossovers grandiosos el final de la trilogía de Shyamalan no podía ser otra cosa que espectacular. Llegó el momento. Glass está en los cines y se revelará que clase de final soñó el director para sus personajes. El resultado puede ser una decepción pero no deja a nadie indiferente. La primera hora de Glass tiene ritmo, tiene acción, tiene sorpresas y parece que Shyamalan se dispone a satisfacer la ansiedad de los espectadores pero todavía falta una hora y unos minutos y entramos en un pantano donde los recursos empiezan a repetirse y el show queda en manos de McAvoy sus veinte personalidades. Vayamos por partes y no nos adelantemos. La primera hora de película presenta la actualidad de cada uno de los personajes y sobre todo muestra el triste destino de Mr. Glass que aparece catatónico y confinado a su silla de ruedas, rendido y sin mostrar interés por nada. Por su parte Andy, La Bestia y las otras personalidades del protagonista de Fragmentado han vuelto a secuestrar a un grupo de chicas y David Dunn (Bruce Willis) está rastreando el lugar donde esas chicas están confinadas. Y justo cuando todo está dispuesto para el enfrentamiento hace su aparición el primer giro de guión a lo Shyamalan con una psiquiatra llamada Ellie Staple (Sarah Paulson) que estudia una nueva forma de enfermedad derivada de la obsesión por las historietas. La psiquiatra confina al trío en una enorme instituto para estudiarlos y que convivan en la terapia. La película entonces aquieta su ritmo y pone a los espectadores ante la gran duda sobre si lo que hemos estado viendo ha sido el brote de tres personas perturbadas que sólo necesitaban la pastilla adecuada para salir de su delirio o era una trilogía de nuevos personajes de historieta. No se puede contar mucho más a riesgo de spoilear y de que alguien se enoje, pero digamos que las dos horas diez se revelan excesivas y que eso grandioso que todos estaban esperando nunca ocurre. Lo que pasa en cambio de la explosión esperada es una sucesión de vueltas de tuerca, de finales que pueden resultar decepcionantes y porqué no decirlo, gusto a poco o de sensación de que la pólvora de la explosión prometida estaba mojada. Hace unos cuantos años recuerdo haber leído en “Super Humor” -una revista que era una especie de hermana menor de “Humor registrado”- que se llamaba que estaba dedicada a la historieta y que fue el germen de la mítica revista “Fierro”, una serie de artículos en los que gente cómo Saccomano o Sasturain debatían sobre el futuro de la historieta, eran los años en que la historieta europea de la mano de Manara y de otros grandes había copado la parada y en cierta forma ponían en jaque a los clásicos exponentes de la historieta norteamericana, todavía faltaba un tiempo para que surgieran las ediciones especiales de Batman y Superman. En aquellas notas se teorizaba acerca del agotamiento del mundo del relato clásico. ¿A qué viene toda esta digresión en el medio de la crítica de Glass? A que sencillamente lejos de ir a fondo, Shyamalan lo que hace es echar el freno de mano y utilizar la tercera parte de su trilogía para teorizar y reflexionar sobre los personajes de historieta, la creación y su significado. ¿Es interesante? Puede ser que lo sea pero no hay que engañarse, probablemente los espectadores esperen que estallara todo por el aire y el director decidió un camino diferente, lo que lo pone de nuevo en el centro de una controversia y que deja mucho para discutir. GLASS Glass. Estados Unidos, 2019. Dirección y Guión: M. Night Shyamalan. Intérpretes: Bruce Willis, Samuel L. Jackson, James McAvoy, Sarah Paulson, Anya Taylor-Joy, Spencer Treat Clark, Charlayne Woodard, Adam David Thompson, Luke Kirby, Marisa Brown. Producción: M. Night Shyamalan, Jason Blum, Ashwin Rajan y Marc Bienstock. Distribuidora: Buena Vista. Duración: 129 minutos.
El cristal se quebró Glass, dirigida por M. Night Shyamalan, es la tercera y última película de la trilogía que comenzó hace 19 años con Unbreakable (El protegido). Este film reúne a tres personajes ya conocidos: Elijah Price (Samuel L. Jackson), un discapacitado que sufre una peligrosa enfermedad que provoca que se debiliten sus huesos y por eso es más conocido como Señor Cristal (Mr. Glass); David Dunn (Bruce Willis), un hombre que fue el único sobreviviente de un feroz accidente ferroviario ya que tiene la capacidad de no poder ser herido; y Kevin Wendell Crumb (James McAvoy), un joven que posee en su interior múltiples personalidades. Con el paso de los años, Elijah Price ha estado recluido en una institución mental donde lo mantienen sedado, pero a pesar del tratamiento al que le somete la Doctora Ellie Staple (Sarah Paulson), tiene un plan para escapar. Su objetivo será unirse con La Bestia, una de las personalidades de Crumb. Será David Dunn quien trate de frenar sus planes, aunque eso no sera nada fácil. La conclusión de esta trilogía dirigida de Shyamalan llegó a su fin. Esta película, que es una continuación de Split (Fragmentado, 2014), es una de las películas mas esperadas de este año, y tiene razones para serlo: para empezar cuenta con un elenco muy especial, cada actor conoce muy bien a los personajes, y se nota que se sienten muy cómodos con ellos. También hay muy buena dinámica entre cada uno: James Mcavoy vuelve a sorprender y se roba la película con su papel de Kevin Wendel Crumb y sus 24 personalidades. La historia tiene muy buena acción, probablemente no tenga tanta profundidad como Unbreakable. La historia no recae en ningún momento aunque sí se puede sentir un poco fuera de lugar en ciertos momentos La direccion por parte de M. Night Shyamalan está muy bien, incluso tenemos su típico cameo. Es muy conocido por su forma de dirigir y esta no es la excepción. Si bien hay ciertos deslices en la historia, los cuales pueden sacar firmeza al relato, pero es algo muy normal, recordemos también que esta trilogía es casi improvisada, si bien la idea estaba hace tiempo, la historia surgió luego de la producción de Split en 2014 Con esta historia con buena acción, buenas actuaciones y buenos actores que saben cómo destacarse en cada momento, para muchos puede resultar un buen cierre y para otros no, pero no hay duda que esta trilogía será una de las mejores del cine.
Podría decirse que una parte esencial de la cinefilia de las últimas dos décadas se define por la grieta entre los exégetas y los detractores de M. Night Shyamalan. Yo, que descreo de los bandos y las posturas inamovibles, he estado la mayoría de las veces en la vereda opuesta del director indio, aunque en el caso de Fragmentado me llevé una agradable sorpresa. Por lo tanto, la expectativa ante Glass, que funciona como una suerte de continuación de El protegido y Fragmentado, era alta. La decepción, lamentablemente, también lo fue. Antes de analizar Glass hay que advertir que, aun con todos sus problemas y caprichos, es superior a los bodrios de Shyamalan de su período 2006-2013 (La dama del agua, El fin de los tiempos, El último maestro del aire, Después de la Tierra). Pero, en el camino de la recuperación que había insinuado desde Los huéspedes (2015), surge como una clara recaída. Más allá de su algunos destellos de creatividad e ingenio, siempre consideré a Shyamalan como un encantador de serpientes, un artista presuntuoso que convenció a no pocos cinéfilos de que realmente era un genio que había bebido de géneros populares (de la historieta al terror) para construir una iconografía y una mitología propias. Esa pretensión reaparece a la enésima potencia en Glass, un film en el que nos pasamos más de dos horas escuchando supuestas revelaciones trascendentales sobre los superhéroes, los hechos sobrenaturales y el lugar de los series extraordinarios en un mundo ordinario, pero todo se desarrolla y culmina de la forma más banal, terrenal y obvia que pueda imaginarse. Y no solo eso: Glass es de las películas menos lucidas desde lo visual y narrativo (la puesta en escena es absolutamente chata) en la carrera de un director que, aun en sus trabajos menos logrados, siempre había entregado momentos de gran cine. Aquí ni siquiera ese virtuosismo aparece en cuentagotas durante el clímax con la interacción entre los tres principales personajes que reaparecen: el psicópata Kevin Wendell Crumb (con sus 24 personalidades) que interpreta James McAvoy (a la larga sus excesivos unipersonales resultan de lo más simpático del film), el justiciero David Dunn de Bruce Willis y el manipulador Elijah Price de Samuel L. Jackson (que por momentos parece un alter-ego de Shyamalan). El director de Sexto sentido logra mantenernos medianamente interesados durante esas largas dos horas (buena parte de las mismas restringidas al interior de un neuropsiquiátrico de Filadelfia) a la espera de lo que, suponemos, será un desenlace lleno de sorpresas y hallazgos. Lo que sobreviene, sin embargo, es una acumulación de falsos finales, la mayoría de ellos entre explícitos, didácticos (sobre-explicados), impostados y decepcionantes. Así, el resultado de Glass es el de un film ahogado en su grandilocuencia, su ampulosidad y su solemnidad (todo lo contrario a lo que debería ser un trabajo sobre superhéroes ligado al espíritu del cómic). En definitiva, otro ejercicio autocomplaciente y autoindulgente de un director que ha logrado aquí convencer a Universal, Disney y Blumhouse (debe ser la peor película de esta productora tan de moda) de asociarse para financiar sus caprichos. En ese sentido, Shyamalan es, sí, un auténtico genio.
Tratado sobre la normalización El realizador de origen hindú M. Night Shyamalan regresa al perturbado protagonista de Fragmentado (Split, 2016) en su último trabajo, Glass (2019), para combinarlo con los personajes de uno de sus aclamados primeros films, El Protegido (Unbreakable, 2000), película que inició una trilogía de superhéroes -o anti superhéroes- que culmina aquí en una indagación sobre las posibilidades del cuerpo y la mente humanas. Glass retoma el final abierto de Fragmentado para seguir las andanzas de Kevin Wendell Crumb (James McAvoy), un joven diagnosticado con un severo trastorno de identidad disociativo debido a un trauma durante su niñez por el maltrato materno con veinticuatro personalidades distintas, entre las cuales se encuentra La Bestia, criatura mitad hombre y mitad animal y venerada por el resto de los personajes, autoproclamados La Horda, una secta que sigue a La Bestia como una entidad extraordinaria que purificará a la humanidad. El secuestro de unas adolescentes en Filadelfia alerta a David Dunn (Bruce Willis), un centinela con una súper fuerza y capacidades extrasensoriales, protagonista de El Protegido, que inicia una búsqueda para encontrar al psicópata secuestrador, pero ambos son encerrados en un instituto psiquiátrico junto a Elijah Price (Samuel L. Jackson), un pretendido archienemigo de Dunn que se hace denominar Mr. Glass debido a la fragilidad de sus huesos producto de una grave enfermedad congénita denominada osteogénesis imperfecta, encerrado allí hace dieciocho años tras revelarse como autor de varias catástrofes con una gran cantidad de víctimas fatales. Los tres hombres son tratados por la doctora Ellie Staple (Sarah Paulson) como víctimas de una patología psiquiátrica que los induce a creerse superhéroes o supervillanos en un intento médico de que reconozcan que no son personajes con poderes extraordinarios y sí sujetos estimulados por sus tragedias y traumas personales, ahora canalizadas a través de la identificación con prototipos de los cómics. A diferencia de los film de superhéroes contemporáneos, Glass disuelve la dicotomía entre el bien y el mal para trasladarla al ámbito de la psiquiatría y el psicoanálisis, proyectando el bien y el mal como dos caras entre muchas de un cristal que refracta las imágenes de héroe y villano como dos representaciones que les permiten a los protagonistas encontrar un propósito en una metáfora sobre la banalidad de la vida basada en la producción y el consumo de basura pasteurizada de la actualidad. En esta operación M. Night Shyamalan realiza también una crítica a la psiquiatría y a la sociedad de control como instituciones y dispositivos normalizadores y a las aburridas construcciones de la sociedad del espectáculo, a la vez que realiza una divertida sátira de los consumidores de cómics llena de guiños a la subcultura. Anya Taylor-Joy regresa como Casey Cooke, la única persona que logra escapar de las garras de Crumb en Fragmentado para intentar ayudarlo en su tratamiento, al igual que el hijo de David Dunn, Joseph, personaje interpretado por Spencer Treat Clark que en El Protegido idolatraba a su padre al descubrir su poder y ahora en la adultez lo acompaña logísticamente en su misión heroica. McAvoy se destaca nuevamente gracias a un personaje ecléctico e impredecible en una historia que privilegia la narración por sobre la acción y la construcción dialógica por sobre ese efecto por el efecto sin sentido que caracteriza al cine actual. La construcción de las identidades es el eje de una narración que prácticamente carece de efectos especiales en uno de los únicos films de autor del género en mucho tiempo. Shyamalan retoma aquí como eje de la trama la teoría que Mr. Glass le expone a David Dunn en El Protegido de que los superhéroes de las historietas son en realidad arquetipos de relatos de personalidades extraordinarias con súper poderes manifestados a lo largo de la historia humana, todo al servicio de un film que se burla del fanatismo por los cómics y por las historias de superhéroes. Con su característico estilo que combina terror y suspenso psicológico con cuestiones sobrenaturales, el director de Sexto Sentido (The Sixth Sense, 1999) propone un análisis respecto de la necesidad social actual de la creencia absurda en los superhéroes en una época nihilista y cínica, de falta de valores éticos y marcada por la construcción ficticia de identidades transformadas en máscaras creadas por y para el consumo, e incluso con el objetivo de abusar de terceros en distintos ámbitos. El responsable de Señales (Signs, 2002) logra resolver todas las tramas de los films anteriores de esta trilogía centrada en el descarrilamiento del ferrocarril Eastrail 177 que unía Nueva York con Filadelfia, ofreciendo respuestas para todos los interrogantes y cerrando los cabos sueltos de las tres películas en un acto que refuerza el carácter antitético respecto de los films del género de hoy en día. Glass se adentra así en la psicología de los tres personajes para descubrir tres tipos de patologías que resignifican los tipos de superhéroes o supervillanos que caracterizan a las historietas en un film atípico que utiliza el suspenso psicológico para dejar un mensaje al espectador sobre la necesidad de la sociedad de despertar de su largo letargo.
El director hindú M. Night Shyamnalan -Sexto sentido-, cierra la trilogía iniciada con El protegido y continuada en Fragmentado con Glass, una película que juega con los laberintos de la mente y los superpoderes y está directamente conectada con las dos anteriores. Por eso, es necesario el visionado de ambas para tener más claro el panorama en cuanto a los detalles de la trama se refiere. David Dunn -Bruce Willis- busca a la figura animal de La Bestia -James Mc Avoy- luego de la desaparición de unas adolescentes. En la sombra, Elijah Price -Samuel L. Jackson- surge como la figura clave que conoce los secretos de ambos en esta trama que si bien no tiene el suspenso de la anterior se propone a explicar el origen de los personajes. Este tercer eslabón se centra en un pabellón psiquiátrico donde los tres están confinados bajo estrictas normas de seguridad y cámaras que controlan sus movimientos. Acá se conocerá por qué Dunn fue el único sobreviviente de la tragedia del tren ocurrida en El Protegido,mientras lucha junto a su hijo para castigar a adolescentes que cometen robos gracias a su fuerza sobrehumana. En tanto, el trastorno de personalidad disociativa de Kevin Wendell Crump -un magníficoMcAvoy que brinda versatilidad y matices a cada una de las 23 criaturas, desde el niño de nueve años, pasando por Patricia o La Bestia- emergen durante su encierro bajo la mirada atenta de la psiquiatra Ellie -Sarah Paulson-. La trama traerá nuevamente a Casey -Anya Taylor-Joy-, la sobreviviente del film anterior que era ofrecida como sacrificio a La Bestia: a la madre de Elijah y al hijo de Dunn -Spencer Treat Clark, el actor que repite el mismo rol de El protegido casi viente años después-. La cámara de Shyamalan ofrece encuadres y movimientos frenéticos en esta película que analiza el comportamiento sobrehumano con un Elijah Price/Mr. Glass, el asesino en masa y teorizador de comics, que dará luz a los misterios que encierra la trama. El film ofrece momentos atrapantes y otros confusos con varias vertientes narrativas que se van abriendo como las personalidades del enigmático Kevin. Es un cierre de los traumas, la locura y los miedos infantiles y, a la vez, un nuevo comienzo. Todo tan extraño como la filmografía de Shyamalan, entre la violencia y la fragilidad de sus personajes.
El director M. Night Shyamalan, el reconocido y sorprendente creador de “Sexto sentido” transitó después un camino de aciertos y pavadas rimbombantes en muchos films que no hicieron el honor a sus comienzos. Siempre su dominio de la cámara y su composición, fueron superiores a sus guiones y especialmente a su ego indestructible. Un estilo pomposo para ideas, cuando mejor ingeniosas, formuladas como verdades rebeladas. Aquí completa una trilogía de héroes de acción, protagonistas de comics, y relaciona a Bruce Willis, de su film “El protegido” con un personaje que aparecía allí, Glass interpretado por Samuel L. Jackson. Pero también con el hombre de personalidades múltiples en la lograda “Split” con el trabajo exigido y sorprendente de James McAvoy. Pero si no vieron esas películas no se preocupen que Shyamaln les explica por lo menos tres veces como son los mecanismos mentales de tales protagonistas, y nadie se queda afuera con tanta reiteración. Ese es el principal problema de su película. Demasiada retórica y poca acción. Con los tres protagonistas en una institución para enfermos psiquiátricos y una doctora (Sarah Poulson) que intenta demostrarles con una serie de mecanismos e intervenciones quirúrgicas que esos señores no tienen superpoderes y que podrán atarse a la realidad convencional. Para el realizador la teoría que insufla su creación es que los comics no mienten y ellos tienen sus verdades reveladas e ignoradas. Hasta se parece como un personaje para hablar del tema. ¿Será este un intento del director y guionista de amar una saga propia, con secuelas varias? Eso dependerá de la taquilla y el entusiasmo de sus seguidores.
Glass: Quilombo. Una inesperada secuela dio lugar a este anticipado cierre de trilogía, tan polémico como el mismo Shyamalan. Shyamalan siempre fue un director que une la polémica con el entretenimiento. Con varios éxitos en continuado desde fines de los 90′ a mediado de los 00′, se hizo un nombre como pochoclero de las masas. Pero hoy en día ha devenido en un hazmerreir gracias a hilarantes desastres que cerraron la última década. Su alianza con la productora Blumhouse, conocida por obras de género y bajo presupuesto, hizo que volviera a lo grande con The Visit y Fragmentado, dándole la chance ahora de cerrar una trilogía que él siempre tuvo en mente con Unbreakable como punto de partida. Tres personajes se creen superpoderosos, pero una doctora tiene la chance de hacerlos entrar en razón con una terapia de tres días en los que se verán cara a cara tras muchos años (y películas) de conflicto. Se trata de un híbrido entre la capacidad cinematográfica que ya ha demostrado muchas veces su director, con el gusto por las estupideces que también se encuentra presente en todas y cada una de sus películas por igual. Aún sus films considerados “los buenos” tienen muchísimos detalles y momentos que evidencian el poco asco que le hace a decisiones que podría registrar como bastante cuestionables para cualquier otro cineasta. Algo que, como otras de sus más desencadenadas películas se encargaron de mostrar, aunque suene raro no es del todo negativo. ¿No es acaso The Happening, además de una terrible y desastrosa película, una muy entretenida de ver? Shyamalan no es ciego a sus decisiones, solo que tiene una visión… bastante particular. Incluso sin tener en cuenta esta cualidad de la que estamos hablando, Glass tiene muchísimos momentos de calidad mucho más tradicional. Aquellos que hayan disfrutado de Fragmentado, y que se hayan sorprendido por una de las obras menos Shyamalanescas del director, puede estar tranquilo que la mayor parte de este film es una experiencia excelente para cualquiera. Constantemente intrigando al espectador y logrando pequeños momentos de tensión que más que sufrir, gozan de una escala tan pequeña y personal. Asimismo, todos los personajes que regresan de entregas anteriores tienen bastante tiempo en pantalla y momentos de protagonismo, incluso la sobreviviente de Fragmentado y el hijo en Unbreakable. Pero es una realidad que para saborear por completo la cinta, y para no salir de la sala bastante irritado, uno debe saber disfrutar el gusto de un guion que no se preocupa demasiado por su seriedad. Momentos melodramáticos, ridículos y hasta incluso bastante infantiles dicen presente, aún cuando el mundo logra ser una mezcla balanceada entre nuestro realismo y el mundo en donde los superhéroes podrían ser una realidad. De igual manera es una cínica respuesta y conflictiva celebración de un mundo moderno obsesionado con los cómics. Sin dudas, esta es una película que se asegura no satisfacer a todo el mundo. Aunque lo hace de una forma particular y original, es una experiencia conflictiva que muchos no tendrán ni siquiera las ganas de excusar. Afortunadamente en los últimos años este tipo de películas tan comerciales como polémicas han encontrado un lugar más que aceptado por las audiencias del planeta. Venom y Aquaman son dos ejemplos perfectos, siendo de las más exitosas del año pasado al mismo tiempo que de las más destrozadas por la crítica e incluso el público por igual. Aún si uno no termina de ser fan definitivo de estas imperfectas películas, es un alivio que la cartelera anual de blockbusters no consista exclusivamente de superproducciones genéricas moldeadas para el consumo más sencillo de las masas.
Dos décadas atrás, Sexto sentido tuvo tal éxito que los más exagerados llegaron a calificar a M. Night Shyamalan, entonces un joven de 29 años, como el “nuevo Spielberg”. Así, el director encaró su siguiente proyecto en la cresta de la ola y, claro, El protegido no pudo repetir aquellos extraordinarios números de taquilla, por lo que cayó en la papelera de reciclaje con la etiqueta de “fracaso”. Pero se trataba de una película para nada desdeñable -menos aún, considerando la calidad de las siguientes creaciones de Shyamalan- que se anticipó al furor por los superhéroes y la influencia de los cómics en el cine. Con ritmo pausado y poca acción, era una "historia de origen" de superhéroe transformada en el drama existencial de un hombre común que desconoce sus poderes extraordinarios; como si Clark Kent ignorara su fuerza, su visión de rayos X y su capacidad de volar. El protegido pedía secuela a gritos, pero como no recaudó lo esperado, esa secuela llega recién ahora, 19 años más tarde, bajo la forma del capítulo final de una trilogía cuya segunda parte fue Fragmentado (2016; la escena final es su nexo más claro con El protegido). En Glass, Shyamalan reúne al héroe (David Dunn, a cargo de Bruce Willis) y al villano (Elijah Price, alias Mr. Glass, a cargo de Samuel L. Jackson) de El protegido con el villano de Fragmentado (James McAvoy como Kevin Wendell, el hombre de 24 personalidades). ¿Cómo? Con un recurso no muy sofisticado: los hace coincidir a los tres en un neuropsiquiátrico, donde transcurre la mayor parte de la película. Están en tratamiento con una psiquiatra que intenta curarlos de un tipo especial de delirio de grandeza: creerse un superhéroe (o supervillano). Es, como El protegido, la búsqueda de hacer una película de superhéroes diferente. Que privilegie la filosofía y la psicología sobre las patadas y las explosiones; que esté enfocada en el problema de la identidad y la idea que cada individuo tiene de sí mismo y sus habilidades y limitaciones. Un objetivo tal vez noble pero pretencioso, que tiñe a toda la película de tedio. Si bien es cierto que el género ya está un poco fatigado, este no es el camino para renovarlo: más bien habría que enfilar para el lado de Deadpool, Kickass o Thor: Ragnarok. La premisa del manicomio podría dar lugar a la comedia, pero no. Al bombardeo visual al que suelen someternos los superhéroes, Shyalaman le contrapone una soporífera teatralidad, con demasiados diálogos, explicativos hasta la irritación. Hay un intento de hacer un metacómic, pero ese ejercicio de autoconciencia también es víctima de la verbalización excesiva. Tampoco salvan las papas las múltiples referencias a las dos películas previas. Dentro de este panorama desangelado, pueden rescatarse las actuaciones de Jackson y McAvoy, que se luce con sus cambios de personalidad, aunque es un recurso tan sobreexplotado que pierde sentido y agota. Casi tanto como la tendencia de Shyamalan a terminar sus películas con giros sorpresivos: sí, aquí lo vuelve a hacer.
Glass completa la trilogía que M. Night Shyamalan gestó hace casi veinte años como la consagración de su carrera. Una pena que el resultado no esté a la altura de semejante ambición. Lo que sucede es que todo lo que en El protegido -puntapié de ese proyecto y hoy película de culto entre los fans del director- parecía contarse como un secreto entre entendidos, en Glass se subraya como sus más evidentes vueltas de tuerca. Incluso el hecho de que haya abandonado ese aire ligero de película de horror que exudaba Fragmentado -la segunda entrega- termina asfixiándola en un discurso con aires de inteligente revelación. Porque todo lo que era efectivo y poco pretencioso en el debut de James McAvoy como el recipiente de las múltiples personalidades ahora se convierte (aun su irritante actuación) en una versión intensa y con mensaje de aquel juego de sustos. Hitchcock decía que el villano es siempre la medida del éxito de una película, pero Shyamalan reduce Glass a un sonámbulo sin carnadura, prisionero de gélidos planos frontales, y convierte a la Bestia en una especie de Hulk de psicodrama, seguro de que es ese el camino que lo lleva a conjurar su propia convención de superhéroes. Y es allí, sin embargo, donde no solo el héroe (un Bruce Willis bastante desganado) se desdibuja, sino que todos los invitados sufren esa misma falta de atención de quien cree que lo importante no está en las acciones, sino en las grises palabras que se reserva para la última declaración.
Fuerte, fragmentado y frágil Para el personaje Elijah Price (Unbreakable/Glass)los comics son, al igual que toda obra de arte, testimonio de su contexto de producción y especialmente evidencia de que -en el universo de ciencia-ficción creado por M. Night Shyamalan- los humanos extraordinarios han existido en todos los tiempos: "(…) no es casual que el período que va desde el "crack" del 29, pasando por los años de la guerra civil española, hasta el comienzo de la segunda guerra mundial, coincida con la aparición de Superman, Batman o Capitán Marvel." Oscar Masotta[i] “En los´60 (…) en cierta medida, este universo de superhéroes es un reflejo de los cambios profundos que comenzaba a vivir E.E.U.U. con las luchas por los derechos civiles". José Saturnino Martínez García[ii Por Denise Pieniazek Después de dieciocho años desde El protegido (Unbreakable, 2000) ha llegado su secuela Glass (2019). Esta continuación, seguramente no planificada con antelación, surge debido al gag del final de Fragmentado(Split, 2016) en donde aparece el personaje de David Dunn deEl protegido. En consecuencia, Fragmentado resultó entonces un spin-off de El protegido, por lo cual estos tres largometrajes conforman una saga, escrita y dirigida por M. Night Shyamalan –director de Sexto sentido (1999) y La Aldea (2004), entre otras- quien sin dudas tiene la astucia de todo buen productor. Mientras que El protegido se centraba en el personaje fuerte e inquebrantable de David Dunn (Bruce Willis) y sus características opuestas al personaje frágil motrizmente pero inteligente de ElijahPrice(Samuel Jackson), Glass se centra en este último con el fin de profundizar en las creencias extraordinarias de dicho personaje. Fragmentado cuyo único protagonista excepcional era Kevin Wendell Crumb, un asesino serial que padece un trastorno de personalidad múltiple (interpretado talentosamente por James McAvoy). Es evidente que los títulos de estas tres películas refieren a las capacidades extraordinarias de cada uno de sus protagonistas. Ambos protagonistas que tienen que ver con el quiebre -en el caso de Elijah físico, y en el caso de Kevin mental- están ligados a lo moralmente incorrecto y representan el costado maligno, mientras que en oposición el personaje de David está más cerca de lo heroico y moralmente aceptable según los cánones sociales. Comúnmente se cree que esta saga pertenece al universo de los comics, se discrepa al respecto, porque tanto Glass como El protegido no son para quien escribe películas pertenecientes al género del comic, al menos no de forma completa sino más bien poseen un híbrido de géneros o mejor dicho es una reescritura de dicho género, puesto que es una película sobre comics pero que no está narrada a través de su tradicional poética. Glass no es un filme de comics sino sobre comics o parafraseando al personaje de Jackson “es la presentación de los personajes”. Tanto El protegido como Glass son más bien una interpretación distinta del universo de los comics. Los tres largometrajes poseen elementos del género de ciencia ficción, pero mientras que El protegido y Glass se acercan al misterio, Fragmentado tiene mayores componentes del thriller. Por último, a diferencia del género de superhéroes tradicional desconocemos los orígenes de dichos “poderes”, acentuando aún más sus condiciones humanas y terrenales. Otra transgresión al género tiene que ver con los vestuarios, estos hombres no usan un uniforme o mallas ajustadas bien coloridas, sino que en el caso de David al momento heroico viste un piloto negro (similar a una capa) para protegerse de su debilidad al agua, Kevin en oposición se desviste, volviendo a su piel su propio “traje” y Elijah suele vestir prendas extravagantes de color violeta (en simbología del color el violeta y el bordeaux suelen utilizarse para los malvados). Es importante recordar para la comprensión de Glass, que en El protegido, la identidad de Elijah se define, es decir encuentra su propósito en el mundo, por saber que David tiene un poder sobrenatural y considerándolo así un héroe, lo cual lo convierte a él en el villano como dice él mismo en su “archienemigo”. Mientras que estos dos personajes están en las antípodas del bien y del mal, Kevin puede pensarse que está en el centro, ya que, a pesar de ser un asesino serial, sus acciones parecen ser consecuencia de un trauma infantil y de la manipulación posterior. Retornando al filme en cuestión, en Glass estos tres peculiares hombres son reunidos por la psiquiatra, Ellie Staple. Interpretada de forma inexpresiva y poco convincente por Sarah Paulson, esta doctora quiere estudiarlos y normalizarlos según las normas de conducta sociales, funcionando entonces en términos de Foucault como una disciplina de control. A partir de allí, durante casi todo el filme la pregunta que ronda es ¿estos hombres poseen realmente poderes o creen poseerlo mediante un recurso mental que tiene una explicación lógica para cada una de las anomalías? Sin ánimos de otorgar un spoiler y por ende analizando superficialmente, es fundamental mencionar que a pesar de dos revelaciones acertadas sobre de la vuelta de tuerca del final, el tercer giro resulta algo forzado y poco verosímil. Al respecto de esta tercera revelación del desenlace, acerca la trama a la dicotomía y enfrentamiento ya planteado en X-Men entre personas extraordinarias y meros humanos. El final sorpresivo puede ser tomado como atrevido por el riesgo que corre sobre el resultado de los protagonistas o todo lo posterior a ello, puede pensarse como falta de creatividad a la hora de presentar un final, algo muy frecuente en el cine actual, la problemática de realizar buenos finales. En conclusión, Glass es entretenida pero no tan bien lograda como sus predecesoras. No sólo la actuación de Sarah Paulson resulta forzada sino también algunos elementos de la trama. Las conexiones más certeras se realizan con la predecesora El protegido, y sin dudas generará opiniones bien contrastantes en el público.
La genialidad visual y el bochorno con el texto conviven en Glass. Un muestrario de los mayores aciertos y las peores falencias que hay a lo largo de la filmografía de Shyamalan. El trabajo actoral logra rescatar este cierre apenas digno para una trilogía que despertó grandes expectativas y finalizó con su eslabón más débil. Después de sorprender al mundo con Sexto Sentido (The Sixth Sense, 1999), la segunda película más taquillera del año después de Star Wars Episodio I: La Amenaza Fantasma, el cineasta hindú sorprendió al mundo y se instaló como uno de los nombres más populares y brillantes de Hollywood en la época. A su éxito inicial lo siguió con dos grandes películas: El Protegido (Unbreakable, 2000) un film que deconstruía y repensaba los mecanismos y narrativas presentes en los cómics de superhéroes dentro de un contexto anclado en la realidad. Los espectadores entraban esperando un drama con tintes de thriller psicológico y se iban maravillados por la premisa oculta de la película. Dos años más tarde, el director amante de Hitchcock y Spielberg entregaría Señales (Signs, 2002), la historia de una familia lidiando con el duelo y una crisis de fe que deviene en thriller de ciencia ficción cuando unos extraños e inquietantes alienígenas aparezcan en la tierra y comiencen a acecharlos. Después de la dispar La Aldea (The Village, 2004) y cuando el público comenzaba a acostumbrarse (y hartarse) de sus finales con plot twists y los diálogos torpes y cargados de exposición, su carrera sufriría un intenso declive que parecía no tener final. Dos años más tarde, llegaría su primera bazofia infame conocida como La Dama en el Agua (Lady in the Water, 2006), un proyecto nacido del amor que Shyamalan siente por su propia genialidad y alimentado por su ego inflado por la prensa y sus fans (a modo de ejemplo: en la película, Shyamalan encarna a un autor que escribirá un libro tan genial y lleno de ideas revolucionarias que inspirará a un joven a convertirse en un líder mundial que cambiará el mundo para bien, pero el escritor será asesinado por eso. Él, abnegado artista dispuesto a mejorar la humanidad, decide valientemente morir por su obra para salvarnos a todos). Y no me hagan empezar con la protagonista a salvar, llamada Historia (¿entienden chicos? Es una metáfora ¡Brillante!). A ese bodrio seguiría con El Fin de los Tiempos (The Happening, 2008) un film de eco-terror que pretendía ser algo que asuste de verdad y terminó siendo un espectáculo lamentable que da miedo de lo mala y pobremente ejecutada que es (cuando las primeras críticas y reacciones negativas empezaron a surgir, Shyamalan fue rápido en decir que su idea siempre fue “hacer una película clase B” cuando las entrevistas previas del director y el marketing de la película indicaban un thriller serio y terrorífico), la mala racha siguió con sendos desastres genéricos como El Último Maestro del Aire (The Last Airbender, 2010) y Después de la Tierra (After Earth, 2013). La carrera del director daría un giro con la correcta y efectiva Los Huéspedes (The Visit, 2015) y volvería al centro de la escena con la sorprendente Fragmentado (Split, 2016), thriller sobre un individuo trastornado con 23 personalidades diferentes a la espera de la aparición de una nueva personalidad bestial con poderes sobrehumanos. Grande fue el asombro cuando los espectadores descubrieron en una escena post-créditos al mejor estilo Marvel que Fragmentado era una secuela encubierta de El Protegido. Sí, atestiguamos la historia de origen del villano que David Dunne debería enfrentar. 19 años después del estreno del primer capítulo de esta trilogía el hype está por las nubes y los fans esperan ansiosos el enfrentamiento del héroe con sus villanos, aunque tal vez deberían bajar un poco sus expectativas. Las múltiples personalidades de Kevin Wendell Crumb (James McAvoy) están preparando el terreno para una nueva aparición de su faceta más bestial. El justiciero David Dunne (Bruce Willis) está en la búsqueda de cuatro jóvenes secuestradas para alimentar a La Bestia. Sus caminos se cruzarán y después de una breve batalla serán detenidos por la Doctora Ellie Stapler (Sarah Paulson), una psicóloga especializada en tratar a individuos trastornados que creen ser superhéroes y villanos. Serán transferidos al Hospital Raven Hill Memorial, donde ya está internado Elijah Price (Samuel L. Jackson), la mente maestra conocida como Mr. Glass. El hombre detrás del atentado que “despertó” los poderes de David. La especialista intentará por todos los medios desarmar la psiquis de nuestros protagonistas y demostrar lógicamente que no existen las personas con habilidades sobrehumanas. Mientras esto sucede, la brillante y calculadora mente de Elijah se pondrá en marcha intentando orquestar un enfrentamiento entre La Bestia y El Overseer para demostrarle al mundo que los héroes y villanos con poderes no existen solo en las viñetas. Glass tiene todos los elementos para ser una gran película y cerrar esta trilogía por todo lo alto pero termina quedándose a mitad de camino por sus fallas en la ejecución, correspondientes a un Shyamalan que volvió a enamorarse de su propio genio y cae en lo peor de sus vicios. La película comienza apasionante y a los primeros 40 minutos todos los personajes están presentados, el film avanza con buen ritmo en su primer acto. Es en el momento en que los tres jugadores principales confluyen en el hospital psiquiátrico que la película decide clavar el freno de mano y entregar un nudo soporífero que se hace eterno. La historia no avanza hacia ningún lado y escena tras escena se sucede sin mayores cambios ni emociones, con la doctora y los tres supuestos superhumanos hablando sin parar. Es ahí donde Glass (y su director/guionista) comienza a mostrar la hilacha. Un constante intercambio de diálogos pomposos cargados de exposición que tiñen a su interesante comienzo con una capa de tedio difícil de sacudir. Nada en Glass es dejado al azar, no hay espacio para la interpretación. Shyamalan debe suponer que su público es muy corto de mente porque el texto de la película nos explica absolutamente todo, siempre remarcándolo más de la cuenta hasta hartar. El segundo acto es un verdadero ejercicio de paciencia. Es más cerca del final (ya habiendo pasado una hora y media de película) cuando las cosas vuelven a ponerse interesantes, pero para este punto la película ya perdió al espectador. El plan de Mr. Glass ya está en marcha y el duelo es inevitable. La emocionante conclusión que nos prometieron está ahí, desarrollándose ante nuestros ojos, pero también está esa inexplicable sensación de… vacío. El trabajo de cámara y puesta de escena de Shyamalan sigue siendo muy bueno y los actores lo dan todo, aunque es imposible no pensar que el gran enfrentamiento podría ser más que dos pelados forcejeando en un estacionamiento. Y no se preocupen, Shyamalan a través de Mr. Glass se toma el tiempo para explicarnos lo que es una confrontación (showdown) entre el héroe y el villano. Demás está decir que el trabajo actoral de Glass termina siendo su mayor fortaleza. James McAvoy es el verdadero MVP de la película dando rienda suelta a su histrionismo para encarnar las múltiples personalidades que ya habíamos visto en Split y algunas nuevas. Bruce Willis regresa al papel de David Dunne, el parco y duro héroe, mientras que Samuel L. Jackson se divierte siendo la mente brillante y manipuladora que maneja a los demás como piezas de un ajedrez macabro. Quien sufre por las desprolijidades del guion es Sarh Paulson, su personaje debe estar constantemente hablando y le tocó bailar con algunas de las peores líneas del guion. Anya Taylor-Joy vuelve a encarnar a Casey Cooke, la víctima que sobrevivió a La Bestia y parece ser la clave para detener al villano. También es un lindo gesto ver a Spencer Treat Clark volviendo al papel de Joseph, el hijo de David (sí, es el mismo actor de Unbreakable). Charlayne Woodward tiene poco que hacer en pantalla como la madre de Elijah (que extrañamente parece tener la misma edad que su hijo). ¿Todas estas falencias alcanzan para hacer de Glass una mala película? No. El film logra sostenerse en gran parte por el excelente trabajo que hicieron sus predecesoras al establecer estos personajes. La labor de Shyamalan con la cámara y el uso del color sigue siendo muy buena, ningún plano está librado al azar y el plan de la película parece estar meticulosamente calculado, tanto como las maquinaciones de Mr. Glass. Eso sí, como no podía ser de otra manera, prepárense para un plot twist antes del final que puede finalizar la experiencia de Glass en una nota alta o descarrilar completamente la película. Queda a gusto de quien la mire.
Superhéroes de neuropsiquiátrico Cuando todo indicaba que M. Night Shyamalan iba a sumarse a la moda del cine de superhéroes, el director de Fragmentado (Split, 2017) vuelve a dar un volantazo, de esos que le gustan desde su primera y exitosa película, para llevar su visión pesimista del cómic a un terreno personal. Glass (2019) sorprende y decepciona, según la vara con que se la mida. Cuatro chicas son secuestradas nuevamente por el hombre de múltiples personalidades (James McAvoy). La aparición de La Bestia para asesinarlas es inminente. David Dunn (Bruce Willis), apodado por los medios “El centinela”, hace caminatas esperando poder rescatarlas. Al cruzarse con el secuestrador se enfrenta con La Bestia pero, antes de ganar uno u otro, la fuerza policial los encierra en un hospital neuropsiquiátrico. En él también se encuentra internado Elijah Price (Samuel L. Jackson), el hombre de los huesos de vidrio cuyo poder es controlar las mentes. Las tres personas con poderes sobrenaturales serán interrogados por la doctora Ellie Staple (Sarah Paulson), quien busca convencerlos de que sus comportamientos tienen explicación psicológica. La fuga de los pacientes es cuestión de tiempo. Al igual que Fragmentado, la película tiene a una psicóloga tratando de comprender con parámetros científicos el comportamiento fantástico de héroes o villanos. De este modo las explicaciones sobre el origen de los superpoderes deambula entre recuerdos traumáticos del pasado y mitos originarios de los cómics. Esto le imprime una carga densa y dramática al film, que proviene de la primera parte de la trilogía, El protegido (Unbreakable, 2000). Quien busque relacionarla con una trama de aventuras al estilo Marvel saldrá decepcionado, quien por el contrario pretenda una reflexión sobre el género apreciará el riesgo abordado. Porque M. Night Shyamalan sabe que el cine es manipulación como buen discípulo de Alfred Hitchcock. Por eso para entender la lógica interna de la película hay que buscar las pistas -algunas falsas- desparramadas por la trama en relación al engaño. La imagen de video, las redes sociales y la psicología se presentan como recursos sociales de manipulación de la mente. “Usted me quiere insertar recuerdos de cosas que no sucedieron”, le dice el personaje de Bruce Willis a la doctora en una sesión de terapia de grupo con sus archivillanos. Hay un duelo por dominar las mentes entre la doctora y Mr. Glass, aunque el gran manipulador en esta historia es el director de Sexto sentido (The Sixth Sense, 1999), que da vuelta la trama a su merced tantas veces -quizás demasiadas- como crea necesario, para torcer el destino de la historia a su antojo. Los elementos propios de un relato convencional de superhéroes son tomados por Shyamalan para dar su visión personal y arriesgada sobre estos personajes. Antihéroes, personas sufridas que no encuentran su lugar en el mundo, condenadas a cumplir la misión que les fue encomendada. El realizador hindú lo hace desplegando pistas falsas para que el espectador crea que la historia va en una dirección, para luego dar un giro con nuevas pistas y presentar otro camino. Cada cambio genera una frustración -el mayor problema del film- pero aún en esa insatisfacción sobre el destino de la trama Shyamalan nunca pierde el control de su historia. Cae en situaciones inverosímiles y también genera expectativas que no cumple, pero siempre en pos de demostrar su dominio en un film sobre manipuladores donde él, es el rey.
Glass es una película que integró la lista de las producciones más esperadas del 2019 y la expectativa que había por este estreno era enorme. Las razones eran más que justificadas. El protegido, en mi opinión la mejor obra de M.Night Shyamalan, fue una producción que en el año 2000 deconstruyó con mucha creatividad el género de supehéroes en el cómic a través de un thriller psicológico fascinante. Luego vinieron "los años oscuros" del director y tras una sucesión de películas malas volvió a sus raíces con esa sólida propuesta de terror que fue La visita. El hijo pródigo, odiado y denostado por los críticos, había regresado con todo su esplendor y un año después consolidó su compromiso con el buen cine en esa gran historia que fue Fragmentado. Otra producción de bajo presupuesto donde pudimos disfrutar una de las mejores interpretaciones en la carrera de James McAcoy. Más allá de ciertos elementos bizarros la película era buena y se disfrutaba bastante. Sin embargo, ese giro inesperado del final donde el director conectaba la trama con el mundo de El protegido generó que las grandes expectativas por su siguiente trabajo estuvieran justificadas. Glass, la producción que concluye esta trilogía, finalmente llegó a los cines con una reacción negativa bastante exagerada de la crítica norteamericana. El modo en que el director concluye la trama no dejará a todos los espectadores conformes, pero tampoco es la peor película de la carrera de Shyamalan como anunciaron en algunas reseñas. El film tiene un comienzo muy sólido donde el director recupera el mejor Bruce Willis de Hollywood que no aparecía desde el estreno de Looper, en el 2012. Tras varias películas malas que hizo para el dvd en los últimos años al actor se lo nota mucho más comprometido con el rol de David Dunn. El primer acto de Glass funciona como una continuación de El protegido y luego se fusiona con la historia de Fragmentado donde McAvoy vuelve a ofrecer otra interpretación memorable. Quienes se engancharon con el personaje de Kevin y la Horda en esta película lo van a disfrutar más todavía, ya que sobresale como la gran figura destacada del reparto. Por ese motivo también resulta una exageración el ensañamiento que hubo con el director porque su trabajo funciona muy bien en varios aspectos. En general el elenco se luce con sus interpretaciones y el misterio que establece el conflicto está bien construido. Las debilidades de Glass cobran fuerza en la segunda mitad cuando el relato de Shyamalan se vuelve redundante. Por momentos hay un exceso de explicaciones en el argumento donde se repiten conceptos que a esa altura el espectador ya tiene claro. Por otra parte, el director comete el error de desplazar al rol de Bruce Willis a un plano muy secundario y el encuentro entre los tres personajes no tiene el impacto esperado, sobre todo por el rumbo que toma la historia hacia el final. No es que la conclusión sea mala, sino que el modo en que Shyamalan desarrolla el giro inesperado del final deja demasiadas incógnitas abiertas y hay algunas acciones de los personajes que no tienen mucho sentido. Por eso la película deja ciertos sentimientos encontrados ya que Glass se disfruta mucho en el cine, los tres protagonistas están impecables en sus roles, pero el destino final al que arriba el argumento no explota el potencial que tenían estos personajes. Lamentablemente no se puede desarrollar esta cuestión sin meternos en terreno de los spoilers. De todos modos si esta era una película que esperabas mucho yo recomiendo disfrutarla en el cine y no dejarse llevar por las impresiones ajenas. Después vendrá el tiempo del debate donde Glass deja varios temas para discutir. Si bien el destino final al que llega la trilogía no dejará satisfecho a todo el mundo, el viaje que propuso Shyamalan con estos personajes fue fabuloso y elijo quedarme con eso. El director creó un universo de ficción muy interesante que no estaba basado en ninguna franquicia literaria y exploró la psicología del género de superhéroes con un enfoque original que no encontré en otras producciones. Por ese motivo no sería extraño que el amante de la historieta valore a Glass, con todas sus debilidades, un poco más que el público general menos aficionado a estos temas.
Cuando en los últimos dos minutos de Split (2016) apareció Bruce Willis interpretando a David Dunn, todos gritamos en la sala de cine. No era para menos. M. Night Shyamalan no solo había brindado una gran película de suspenso (sobrenatural) sino que también una conexión/secuela hacia su obra más querida por los fans (El protegido, 2000) Ahora llega esta nueva entrega, convirtiendo a las dos anteriores en parte de una trilogía que no sabíamos que íbamos a tener, pero que necesitábamos. La expectativa era mucha, y la vara había quedado muy alta. Es por ello por lo que Glass decepciona a cierta parte del público. Como película en sí misma, es inferior a sus predecesoras. Ya que se encuentra muy obligada a explicar y poner ciertos puntos dentro de los confines de un universo, que va entre la realidad y la ficción. De hecho, se juega mucho con eso. Los protagonistas están la mayor parte de la cinta en una institución psiquiátrica, siendo analizados por “sus delirios de superhéroes y villanos”. Tal vez no fue la decisión más acertada en cuestión de plot, pero hay que reconocerle a Shyamalan que mete al espectador dentro de esa bolsa de preguntas y dudas, a pesar de lo que ya vimos y estamos viendo. Otro punto en contra es que ya conocimos a las personalidades de Kevin, a las 24, las principales y La Bestia. James McAvoy vuelve a hacer un laburo excepcional, digno del mejor de los actores, pero ahora carece del factor sorpresa. Los mismo pasa con el personaje de Samuel L Jackson, que lleva el título de la película y a quien no vemos desde hace años. Lo conocemos, y sabemos hacia dónde puede ir. Tampoco hay sorpresa ahí. Distinto es el caso de Bruce Willis, alguien que no viene pegando buenas decisiones de carrera en los últimos tiempos, y que aquí encuentra un mejor lugar. Dunn es un superhéroe y se comporta como tal. Además, tiene de sidekick a su hijo, interpretado otra vez por Spencer Treat Clark, en una especie de experimento a lo Boyhood (2014), pero más acotado. Personaje que también está en buena sintonía. De la historia no se puede hablar mucho sin spoilear, los trailers en sí mismos son un gran spoiler. Pero obvio que están los giros y sorpresas del director. Te pueden gustar mucho u odiarlos. En lo particular, Glass me parece una muy buena película, un gran cierre que no esperábamos recibir, pero que se encuentra por debajo de sus dos predecesoras. M. Night Shyamalan es un director con grandes vaivenes, y este no es su punto más alto ni de cerca, pero tampoco el más bajo. Las expectativas (incluso las propias) le jugaron en contra.
El vaso de vidrio medio vacío. Hace dos años, con el estreno de Fragmentado, el director del film sorprendía al final del mismo unificando la historia de Kevin (James McAvoy), un sujeto desequilibrado que posee 24 personalidades diferentes, con la de David Dunn (Bruce Willis), el hombre prácticamente indestructible que tiene al agua como única debilidad, protagonista del film del 2000, El protegido. Aquel film de la temprana carrera de M. Night Shyamalan, en una época donde no existía el furor por el cine de superhéroes, supuso llevar a tierra la mística de los personajes de historietas. El director volvía real a estos personajes con la mirada dramática que los envolvía. Hoy en día, con un género de acción sobreexplotado que narra las grandes hazañas de personajes que saltan del papel a la pantalla, Shyamalan incorporó la idea de universo compartido sin querer quedarse atrás. Esto tiene por resultado a Glass, la promesa de una conclusión y enfrentamiento final que pondría frente a frente a los protagonistas de sus films anteriores. Pero, como muchas veces ocurre, las promesas no se cumplen. Hace tiempo que el director de grandes obras como Sexto Sentido y La Aldea no posee ni el talento ni la originalidad que le supo otorgar reconocimiento en su momento. Pero puede decirse que con Los huéspedes y Fragmentado comenzaba lentamente a encarrilar sus problemas creativos, problemas que lejos de desaparecer se hacen presentes una vez más con Glass, un film que termina valiéndose del atractivo que resulta de la unión de estas distintas historias antes que por su valor intrínseco. Su comienzo es llevado por buen camino, donde se atestigua una imponente batalla entre David y el superhumano “La bestia” (la personalidad de Kevin con súper fuerza y habilidades animales) y también se puede apreciar rápidamente la vida y las decisiones que llevaron a David a seguir siendo un justiciero vigilante con la ayuda de su hijo Joseph (Spencer Treat Clark). Pero a medida que uno se va adentrando más en las intenciones del film, el interés por la historia disminuye y la decepción comienza a crecer. Y es que luego de que el protagonista de El protegido se encuentra por vez primera con el protagonista de Fragmentado, ambos personajes pasan a ser tratados en una institución psiquiátrica por la doctora Ellie Staple (Sarah Paulson). Ella es quien intenta tratarlos para demostrarle a cada uno, incluyendo al recluido Elijah (Samuel L. Jackson), que padecen de delirios de grandeza que los hace creerse personajes de historietas. De esta forma, el film se estructura en torno a las distintas sesiones, en conjunto o individualmente, que proporcionan una explicación y un trasfondo para entender a qué se debe el delirio de los tres pacientes. Es a través de estas sesiones, y principalmente las referidas a Kevin, que el director se muestra más interesado en dar lugar a las diversas interpretaciones de McAvoy con cada una de sus personalidades que en contar o desarrollar algo en concreto. McAvoy es un gran intérprete pero el film se abusa del apoyo que requiere de su personaje, lo cual se vuelve reiterativo y cansino debido al hecho de que el contenido y desarrollo de la historia es nulo e intrascendente. El planteo de observar desde la práctica psicológica a estos personajes podría funcionar como un interesante disparador dramático. Pero lejos de eso, nada de lo que ocurre con ellos o quienes los rodean funciona para producir algún cambio o para realizar análisis de ningún tipo muy diferente a lo que ocurría con El Protegido. La falta de elementos y sustancia en la historia de Glass se debe al hecho de que conforme pasa el tiempo y vemos las distintas interacciones —David con su hijo, Kevin con Casey (Anya Taylor-Joy), la única víctima que dejó con vida, o Elijah con su madre (Charlayne Woodard)— el film no construye nada con cada una de las escenas, las cuales sirven para tener más tiempo en pantalla al personaje de James McAvoy o directamente para presenciar las lecturas que realiza la Dra. Staple de cada uno, sumado a que, hacia el final, con el típico punto de giro del director, todo carece de sentido. Esto se debe a que lo que yace entre el comienzo del film y sus minutos finales es una extensión de situaciones con mínima utilidad para la historia, carentes de suspenso o de valor dramático. Incluso la presencia de Elijah, el Mister Glass que da nombre al film, se ve hecha a un lado minimizando la utilidad que pudiera llegar a tener. Shyamalan intenta con poco éxito que su obra posea el realismo dramático que había logrado con El protegido 19 años atrás. Pero es la monotonía de sus escenas y la ausencia de relevancia de cada una de ellas lo que hace que en ningún momento alcance su cometido. Lo cierto es que tanto como drama o como film de superhéroes, fracasa en ambos aspectos haciéndose añicos a medida que avanza y dejando tras de sí los cristales rotos del vaso de vidrio medio vacío que es Glass y que es pisoteado por su propio director. El verdadero villano que, de forma parecida a sus personajes, se encuentra atrapado sin salida, no de una institución mental sino de la mala racha de sus films.
Luego de que David Dunn logre rescatar a un grupo de chicas que iban a ser ofrecidas en sacrificio a La Bestia, tanto el apodado Centinela como Kevin Wendell Crumb son llevados a la misma instalación mental donde se encuentra Elijah “Mr. Glass” Price. En dicho lugar, serán tratados por la psiquiatra Ellie Staple, quien se propone demostrarles, que ninguno de ellos es en realidad un meta humano, y son solo personas normales y corrientes, con la realidad distorsionada. Luego del enorme hype provocado por el final de Fragmentado, llega a nuestras salas Glass, la conclusión de este universo de superhéroes creado por uno de los directores más irregulares y poco confiables de Hollywood, M. Night Shyamalan. Y debemos admitir, al menos en caso de quien les habla, que ir al cine tan expectante terminó jugando en contra, porque si bien Glass no es la mediocridad que dicen algunos, tampoco es una gran película, hasta podríamos decir que ni siquiera es buena. Sin entrar en el terreno de los spoilers, tenemos que mencionar que estamos ante un film lento. De hecho, su narración recuerda bastante a El Protegido, donde paso a paso, se hacía una analogía sobre los superhéroes y qué pasaría si existieran en el mundo real; cuales serían sus ventajas y debilidades, y en que se exageraría con sus homónimos del comic. Y toda esta construcción, es lo mejor que ofrece Glass hasta… Sí, por desgracia, y lo que muchos temían, sucede en esta película. El famoso giro “a lo Shyamalan“ se hace presente, y no de buena forma como pasó con Fragmentado o la ya citada El Protegido, sino al más puro estilo El fin de los tiempos (esa donde Mark Wahlberg da la peor actuación de su vida). Así que todo lo que se venía construyendo a paso firme y de a poco, se derrumba por obra y gracia del propio director. Por suerte para el relato, los actores principales están a la altura de lo que se esperaba. James McAvoy vuelve a dar una interpretación brillante al dar vida aun a más personalidades de Kevin, mientras que Bruce Willistranquilamente podría retirarse ahora, tras haber dado un buen trabajo después de tanta bazofia que venía haciendo. Eso sí, personajes como el de Anya Taylor Joy se sienten como puro relleno, para que cada uno de los tres meta humanos tengan un personaje secundario que le haga backup a su historia personal. Lo mismo podría aplicarse a la madre de Mr. Glass. Glass termina siendo una película correcta y ya. Demasiado poco para el hype que se tenía con el trailer visto en la Comic Con, pero a la vez, es una cachetada de realidad para el espectador. Nunca hay que confiar del todo en M. Night Shyamalan.
El mesías de los rotos Luego de lograr la primera manifestación de La Bestia, La Horda sigue intentando replicar el ritual para que vuelva a suceder y consiga un lugar más permanente controlando la luz, como la llaman las 24 personalidades que habitan el cuerpo de Kevin Wendell Crumb (James McAvoy) al estar al mando. Para eso sigue secuestrando adolescentes que sirvan como sacrificio ritual. Pero durante su tercer intento, David Dunn (Bruce Willis), que lleva más de una década aplicando su forma clandestina de justicia, logra rastrearlo hasta el edificio abandonado que usa como refugio, enfrentándose a La Bestia. Ninguno logra imponerse claramente sobre el otro, hasta que son interrumpidos por la policía y capturados. Ambos son llevados a la misma institución psiquiátrica donde está internado Mr. Glass (Samuel L. Jackson) desde que David lo entregara a las autoridades por causar varios atentados. Allí los tres quedan bajo la atención de una doctora especialista en lo que ella define como un trastorno por el cual gente común se cree con habilidades superhumanas. Claramente lleva bastante tiempo investigándolos y conoce cada detalle de sus vidas, junto a sus supuestas habilidades y debilidades, conocimiento qué utilizará para intentar convencerlos de que no hay nada de especial en ellos. Por supuesto, es justamente Mr. Glass el más firme en demostrar lo contrario; después de todo se convirtió en asesino en masa para conseguir pruebas de que efectivamente existe gente extraordinaria en el mundo. Y después de años en un estado de semi-inconsciencia farmacológica, alguien tuvo la genial idea de quitarle las drogas para ponerlo en la misma sesión de terapia que David y la Horda. La hora de los villanos El estreno de Fragmentado ya había provocado suficiente impacto incluso sin contar esa inesperada escena final que la conectaba con El Protegido, quedando en el recuerdo como una de las mejores películas de ese añoy rescatando una primera parte que (aunque había sido bien recibida) no era de las más populares, quizás por los quince años en el medio que seguramente tuvieron que ver con el derrape que sufrió la carrera del director en ese tiempo. Ya en aquel momento había rumores de planes para una secuela que nunca se concretó, por lo que cuando finalmente se confirmó el regreso de los dos antagonistas originales compartiendo pantalla con La Horda, se generó una justa expectativa. La premisa planteada es más que interesante. Es lógico suponer que si de la nada aparecen superhumanos en el mundo que cuestionen las leyes de la realidad consensuada, la primera reacción de la gente común sería dudar y tratarlos de locos, esperando que fueran encerrados y estudiados para tranquilidad de todos. La doctora que los interna (Sarah Paulson) tiene la misión de encarrilar a cualquiera que crea que pueden existir estos seres extraordinarios; para lograrlo tiene carta blanca de usar cualquier método que considere necesario. Y ese será uno de los ejes principales de Glass, que en el fondo suena mejor de lo que termina siendo. La voluntad de compartir el protagonismo en partes semejantes pero a la vez centrar en Mr. Glass lo más importante de la trama, logra que en la práctica ninguno de los tres personajes tenga espacio para desarrollarse mucho, por lo que no aprendemos nada nuevo ni se producen cambios en ellos. Hasta las múltiples personalidades de Kevin, que alcanzaron para sostener con un único actor a toda una película, en esta secuela se convierten en un gimmick, un chiste que repite varias veces sin mucho contenido, porque si bien es relevante para el tema de la película está insertado de tal forma que no tiene mucho para aportar. Peor la pasan los personajes secundarios, cada cual traído como acompañando a uno de los protagonistas para explicar lo que quedaría demasiado obvio que dijeran ellos mismos; y ya de por sí explican con palabras más de lo que hace falta, más de una vez. Las películas de M. Night Shyamalan suelen tener -además de un cameo del director y un intento de sorpresa obligados- una propuesta visual con alguna particularidad que aporta o complementa a lo que está queriendo contar. En el caso de Glass todo esto es bastante más difuso o genérico, y aunque queda lejos de estar mal ejecutada cuesta considerarla destacable, o al menos un crecimiento sobre la película anterior.
Un cineasta que es un caso clínico Ambientada en un pabellón psiquiátrico, la nueva realización del director de Sexto sentido viene a cerrar una trilogía que se inició con la ya lejana El protegido y que continuó con Fragmentado, pero que, al igual que sus protagonistas, sufre de delirios de grandeza. M. Night Shyamalan pasó de ser un ilustre desconocido a poco menos que un director canónico luego de Sexto sentido, El protegido y Señales, para luego desbarrar durante una década con películas que, aun capaces de sostener la tensión hasta volverla una sensación física, oscilaron entre el alegato político for dummies (La aldea) y una espiritualidad ecofriendly y solemne (La dama del agua, El fin de los tiempos, Después de la Tierra). Entre medio, ese disparate inexplicable llamado El último maestro del aire. Pero cuando su carrera parecía desbarrancada, Shyamalan dejó atrás la grandilocuencia y filmó Los huéspedes, una comedia de terror (¿o una de terror cómica?) que daba vuelta como una media los tópicos del cine hecho en base a “grabaciones caseras”. Fue un primer paso rumbo a un cine menos ambicioso y de menor presupuesto que continuó con el thriller psicológico Fragmentado, sobre un hombre víctima del “trastorno de personalidad múltiple”. El muchacho no tenía dos o tres identidades; tenía 24. La última de ellas, la Bestia, le sirve al realizador para cruzar a este personaje con el de El protegido y cerrar una trilogía que nunca estuvo pensada como tal. Como si Shyamalan sufriera el mismo síndrome que el protagonista de Fragmentado, la película parece haber sido dirigida por dos realizadores. El primero es uno plenamente consciente de sus herramientas cinematográficas, alguien que utiliza la potencia de las imágenes y los sonidos para crear una atmósfera incómoda alrededor del encuentro en un mismo psiquiátrico de David (Bruce Willis), Kevin y su galería de personalidades (James McAvoy) y Elijah Price (Samuel Jackson), autodenominado Mr. Glass debido a una enfermedad que convierte sus huesos en piezas más frágiles que una copa de cristal. ¿A quién se le ocurrió juntarlos a todos? Paciencia, porque todo se explicará más adelante. Por ahora se habla de la parte de Glass a cargo de un director que intenta hacer una película que orbita menos alrededor de la viabilidad de lo heroico en el mundo real que de los límites de la cordura, una suerte de mezcla entre el universo de mentes retorcidas de David Fincher –quizá el cineasta contemporáneo más interesado en las mil y un formas posibles de locura– y el de Atrapado sin salida, con la salvedad de que el nosocomio es apenas una locación y no un elemento que contribuye a la alteración de quienes lo habitan. Glass presenta las coordenadas habituales de las películas psiquiátricas. La más evidente es la idea de un grupo de personajes convencidos de una realidad que el relato abraza para luego empezar a cuestionarla a través de los ojos de un tercero que encarna la mirada menos distorsionada de los hechos, rol a cargo de la doctora Ellie Staple (Sarah Paulson). En este aspecto, igual que Fincher, Shyamalan maneja con maestría el progresivo corrimiento del punto de vista, haciendo que en el espectador crezca la duda sobre qué es real y qué no de todo lo que se ve y se oye. Pero entonces aparece la otra faceta del director, y aquí la cosa empieza a complicarse. Glass deja de preocuparse por el mundo interno de sus personajes para priorizar las marchas y contramarchas de un guión que, nobleza obliga, tiene algunas ideas muy buenas. El problema es que el Shyamalan está muy convencido de esas ideas y por lo tanto se encarga de ponerla en boca de alguno de sus protagonistas, cuestión de que quede bien clarito que es un genio. Vendrán diálogos graves y sentenciosos sobre el heroísmo, algo que para la época de El protegido –años antes que Marvel y DC explotaran en la pantalla los derechos de sus viñetas– podía ser novedoso, pero que hoy no. Más aun después de la trilogía de Batman a cargo de Christopher Nolan, que abrió la puerta para hacer de los encapotados seres torturados por su pasado y preocupados por cuestiones geopolíticas. Shyamalan debe haber visto toda la filmografía del británico, en tanto replica su tendencia a forzar la espesura y la densidad donde no la hay. Para cuando llegan las vueltas de tuerca que signan su filmografía, y que en este caso se ven venir a mil kilómetros de distancia, Glass adquiere una tonalidad mesiánica, trágica y oscura, acorde a una película que, al igual que sus protagonistas, sufre de delirios de grandeza.
La película desde el comienzo tiene una interesante fuerza narrativa, David Dunn (Bruce Willis) busca incansablemente a Kevin Crumb (James McAvoy, el protagonista de “Fragmentado”- 2016), quien secuestró a cuatro adolescentes animadoras. David (tiene un poder sobrenatural cuando toca a una persona logra conocer su pasado), se choca con Kevin y de esta manera logra liberar a las jóvenes ante una increíble lucha. Ante tal situación ambos son encerrados en un psiquiátrico de máxima seguridad; allí se encuentra la Dra. Staple (Sarah Paulson, “Carol”) quien los unirá al proyecto Elijah Price o Don Cristal (Samuel L. Jackson) quien tiene los huesos frágiles como el cristal y es muy inteligente. Todos ellos tienen sus temores, secretos, se conocieron el pasado y en la actualidad. Con este film se cierra la trilogía de superhéroes (“El protegido, 2000”, “Fragmentado, 2016” y ahora “Glass”), con un buen elenco, incluyendo otros personajes secundarios que son clave: el hijo de David, Joseph Dunn (Spencer Treat Clark), la madre de Elijah (Charlayne Woodard) y Casey Cooke (Anya Taylor-Joy, “Fragmentado”), quien fue víctima de Kevin. Dentro de los personajes principales esta sensacional Bruce Willis, Samuel L. Jackson muy interesante y sobresaliente el personaje que construye y James McAvoy que compone 24 personalidades, con cambios de voz, su postura, su actitud, todo lo físico, en un mismo plano hace varios personajes, es excelente, merece un Premio. El film por momentos es algo lenta, con escenas que se alargan un poco y le sobran unos 15 minutos, pero a pesar de esto resulta ser solvente con buenos giros en el guión, toques de terror psicológico, una llamativa paleta de colores, con momentos muy épicos, con buenos movimientos de cámara, con primerísimos primeros plano y planos cortos bien aprovechados en su desarrollo, visualmente potente y donde se le hace un gran homenaje al comic.
Sexto sentido, tercer largometraje de M. Night Shyamalan, fue uno de los títulos más memorables de la década del noventa. Con la popularidad alcanzada e incluso con cierto prestigio, el director realizó por lo menos tres grandes películas más. El protegido, Señales y La aldea. De esos tres títulos, solo El protegido (Unbreakable) logró la aprobación casi unánime de la crítica y fue considerado, hasta hoy, su mejor película. Señales y La aldea ya dividieron aguas y comenzaron una contracorriente que de forma ridícula y exagerada ubicó a M. Night Shyamalan como uno de los directores más atacados de las décadas siguientes. Su filmografía entonces perdió fuerza y su nombre quedó relegado a un segundo plano. Recién con Fragmentado (Split, 2016) logró llamar la atención nuevamente. Y lo soy no solo porque la película fue mejor recibida, sino porque también se conectaba con la mencionada El protegido. La unión de su film más prestigioso con un regreso a la taquilla y las buenas críticas, auguraba al menos un título más para tener en cuenta. La película Glass es una secuela de El protegido y Fragmentado. Han pasado muchos años después de la historia que narraba El protegido y menos desde la de Fragmentado. David Dunn (Bruce Willis) sigue en su cruzada contra los criminales, ahora con la ayuda de su hijo Joseph (Spencer Treat Clark) y por supuesto Kevin Crumb y sus múltiples personalidades (Jame McAvoy) sigue haciendo de las suyas. Ahora los personajes se vuelven a cruzar, pero terminan juntos en una institución mental donde también está Mr. Glass. Una doctora (Sarah Paulson) especializada en trastornos psicológicos vinculados con las figuras de los superhéroes tiene la oportunidad de atenderlos y curarlos. Los espectadores sabemos que los poderes que tienen son reales, aunque el estilo realista de la película busque cierta ambigüedad, pero la tensión de la película está en saber si esos poderes se darán a conocer para todos o no. Si no estuviera dirigida por M. Night Shyamalan y si no estuviera conectada con El protegido, Glass será una película completamente irrelevante, con grandes hallazgos visuales pero con una narración general que nunca arranca y un suspenso que jamás llega a donde promete. Grandes actores desperdiciados, en particular Bruce Willis, que tiene un rol muy menor en comparación con sus compañeros de elenco. Y el show de McAvoy que a esta altura resulta tan irritante como las personalidades que sobre actúa en cada momento. Se ha difícil tolerarlo, más aun dentro de este guión sin ninguna gracia. Como una imitación fallida de El protegido, sin fuerza ni el más mínimo impacto emocional, solo se pueden destacar algunos momentos de puesta en escena, el resto no vale la pena.
La jungla y el cristal Puesto que Shyamalan nos ha acostumbrado con el tiempo a su gusto por las paradojas, Glass, su nueva película, es al mismo tiempo una obra de reconciliación y de sublevación. Reconciliación porque su reencuentro con Bruce Willis y Samuel L. Jackson se realiza gracias a los personajes que interpretaran en El protegido, hace diecinueve años, cuando el cineasta prolongaba su exitosa entrada en la industria, despertando admiración y recogiendo éxitos. Varios fracasos e injusticias después, Shyamalan terminó viéndose obligado a escarbar el filón más B de su cine gracias a la productora Blumhouse, y Glass, su tercera colaboración con Jason Blum, supone algo como un apretón de manos entre aquel cineasta que gracias al éxito sintiera el valor de introducirse en el mundo de los superhéroes y el que ahora lo hace de nuevo gracias a la modestia. Por esa misma modestia, la reconciliación se extiende a un espectador que, ante la saturación del cine de este género, atisba una posibilidad reconfortante: si en lugar de hacerse menos películas de superhéroes se hicieran más, posiblemente nos encontrásemos con joyas como esta, cuando los verdaderos grandes cineastas se pusieran manos a la obra, liberando al género de esa especie de aceleración capitalista en tiempo reducido que le ha llevado a hacer películas cada vez más caras, cada vez más espectaculares y cada vez con más personajes y estrellas, siendo este último punto el único que Shyamalan “respeta” en Glass. Porque, por todo lo demás, Glass es tanto una película de superhéroes (decir lo contrario es imposible) como una anti-película de superhéroes: casi de forma acelerada (presuntamente, Shyamalan ha recortado un primer montaje de tres horas a dos horas y diez minutos, lo cual crea ciertos atajos en la parte inicial), los tres personajes sobrenaturales, David Dunn (Willis), Elijah Price (Jackson) y Kevin Wendell Crumb (James McAvoy), se encuentran encerrados en una institución psiquiátrica (sucede realmente temprano y el abajo firmante asegura intentar no destripar en nada la trama de la película) en la que se les intenta convencer de que padecen de un síndrome megalómano que les hace creerse lo que no son (es decir, superhéroes), evacuando así rápidamente la necesidad e importancia de los enfrentamientos y toda otra secuencia de grandes aspavientos. Puesto que el cine de Shyamalan, pese a todos sus vaivenes, se ha vuelto cada vez más teórico, esta vez no podía ser menos: esta terapia que viven los personajes es diametralmente opuesta a la que viven los espectadores en sus butacas, a los que el cineasta logra con maestría convencer de que están viendo una película de superhéroes. Una película increíblemente desprovista de acción y que rechaza toda noción de espectacularidad. Si el cine que adapta en gran pompa esos cómics que son el pasto cultural de Glass permite al espectador huir hacia un mundo de colores y luces, cada vez más inmaterial, el de Shyamalan no hace sino remitirle inevitablemente a una realidad sucia, gris, hecha de cemento y de metal, fotografiada de forma ingrata, y, definitivamente, una realidad que, en estos diecinueve años, no parece haber permitido a Dunn ni a Elijah ser más felices sino, más bien, todo lo contrario: la depresión del uno y la desesperación amarga del otro no han hecho sino crecer, apagándolos y atrofiándolos mientras la violencia no ha dejado de multiplicarse. Si las ciudades del cine de superhéroes “caro” lucen siempre sobrepobladas y desbordantes de tráfico y movimiento, la Filadelfia de Shyamalan es una triste jungla de calles desiertas y oscuras habitadas por criaturas incapaces de huir de una realidad siniestra que parece incuestionable. Del mismo modo que, al contrario de los grandes superhéroes y sus enfrentamientos cada vez más cercanos al cielo y las galaxias lejanas, Shyamalan concebirá su clímax en el bacheado asfalto de un aparcamiento medio vacío. La primera vez que vemos en acción a Dunn tiene lugar cuando se enfrenta a dos jóvenes que agreden brutalmente a un hombre para poder filmarlo, a los que persigue ocultándose en la oscuridad, en un mundo en el que la luz y la imagen se han convertido en herramientas de violencia, castigo y vigilancia. El camino hacia aquello que una vez más se parece a un twist final consistirá (las palabras que siguen serán cuidadosamente ambiguas, tranquilos, no corren peligro) en revocar ese mundo, en devolver a la imagen su poder liberador. Es esa finalmente la gran reconciliación: de aquella presión a la que se sometía al cine de Shyamalan por encontrar giros cada vez más inesperados y espectaculares el cineasta ha conservado aquello que componía la belleza del gesto. Que no es tanto el sobresalto del espectador (que también), sino el de haber encontrado la esencia de su cine en esos momentos de revelación de la verdad y que siempre se producen en secuencias de seres pasmados, de habitaciones desnaturalizadas, en silencios en los que los personajes filmados se desvelan autómatas incomprensibles para sí mismos respondiendo a fuerzas exteriores que los manipulan (de ahí que El incidente sea tan brillante: Shyamalan empezaba su película con el mismo sentimiento con el que hasta entonces buscaba terminarlas). Conocer tales fuerzas, sacarlas a la luz, que sus películas se conviertan inevitablemente en lentes de aumento que permiten descubrir algo, arma inevitablemente el cine de Shyamalan de una fuerza subversiva. Ante un autor de tal magnitud y que se mueve (cosa cada vez más rara), en esas esferas entre el gran cine de espectáculo y la artesanía, es tentador ver sus películas como un comentario de su propia obra. Pensar en su trayectoria como la de alguien a quien la industria quiso convencer de que no era lo que creía. Resulta normal que esta gran reconciliación teórica, imperfecta, abrupta, mutilada, emocionante, tan brillante como frágil que es Glass requiriese plantearse el fin de la división entre héroes y villanos. Es necesario que las máscaras caigan, si queremos reconciliarnos con el cine y, por qué no, con la moribunda política de los autores. Puede que todavía no sea demasiado tarde.
Luego de una larga espera, el realizador M. Night Shyamalan termina su trilogía de superhéroes (que empezó con El Protegido y siguió con Fragmentado, hace apenas dos años) con su nuevo capítulo, Glass. Con Sarah Paulson, Bruce Willis, Samuel L. Jackson y James McAvoy en el reparto, Glass es la nueva apuesta del realizador de Sexto Sentido para seguir su buena fortuna en lo que a taquilla se refiere. Pero 19 años más tarde, las expectativas suelen ser altas (más aún si las dos entregas anteriores tienen buena recepción y hasta han adquirido el status de “film de culto”), y la última parte de esta trilogía fracasa, y lo que es peor, concluye con sabor amargo, a sabiendas de que la premisa daba para mucho más. Más allá de esto, Glass es un típico caso de final decepcionante: el film ocurre en gran parte en interiores, contiene escenas con diálogos repetitivos y por demás, malgasta el tiempo en secuencias lentas y extensas, etc. Es cierto que la mayor parte de estos problemas se podrían resolver con una edición más estricta, pero aún así esto no ayudaría con el problema principal que tiene la película: ya desde su concepción como producto de bajo presupuesto, sin un hábil uso de los limitados recursos, el fracaso estaba a la vuelta de la esquina. Glass es es el encuentro final entre los tres muy queridos protagonistas sobrenaturales de la saga. Su conjunción debió ser todo un espectáculo, y no un placer entregado a cuentagotas, que por momentos ni siquiera existe. No está mal sorprender al público con algo inesperado, pero lo único que ha logrado Shyamalan es decepcionarlo con un largo relato que recuerda más al potencial fallido de Kryptonita que a los éxitos de Marvel. Más allá de un principio promisorio de algunas escenas bien logradas, Glass es otra oportunidad desperdiciada por parte de su realizador. Sólo apta para curiosos.
Al final de su último y complicadísimo psychothriller “Fragmentado”, el director de “El Sexto sentido “, M. Night Shyamalan sorprendía al público al retomar al personaje de Bruce Willis de su muy anterior “El protegido”, una película fantástica e inspirada en el mundo de los superhéroes de historieta en donde también aparecía un extraño personaje a cargo de Samuel L . Jackson. Ahora, con “Glass”, Night Shyamalan cierra una trilogía que combina estas tres películas de modo un poco tirado de los pelos, pero con muchos momentos más que impactantes. La trama describe los intentos de una psiquiatra por lograr que a través de un tratamiento ad hoc los tres protagonistas se convenzan de que no son seres especiales con poderes sobrehumanos surgidos de algun comic, sino personas comunes y corrientes. Claro que el público ya sabe que esto no es así, y por lo tanto las consecuencias de tratar de tener a estos personajes en un psiquiátrico finalmente demostrarán no sólo ser inútiles sino también negligentes. Esto especialmente cuando el Dr. Glass, interpretado por Jackson, le explique a una de las nueve personalidades de Mc Avoy la necesidad de asociarse, como en las historietas en las que los archivillanos se alinean en contra del superhéroe. Si bien las intrincadas vueltas de la trama no siempre convencen ni lucen sensatas, en “Glass” hay tensión suficiente para mantener entretenidos a los fans de las dos películas anteriores y del género fantástico en general. El que vuelve a descollar es McAvoy con sus personalidades múltiples siempre sorprendentes, que el director aprovecha muy bien en su fase llamada “La bestia”, que da lugar a fascinantes escenas de super acción historietística.
La primera pregunta que surge al ir a ver “Glass” es ¿hace falta ver las dos películas anteriores de esta trilogía? Y la verdad es que sí, hace falta tener una referencia de “El protegido” (2000) y “Fragmentado” (2016). Pero lo más interesante es que, en el caso de que el espectador no tenga la menor idea de la trama, no saldrá decepcionado y entenderá, al menos, un concepto general. “Glass” tiene un error grave, y es la primera mitad de la película, que se hace soporífera, muy hablada, lenta, con poca acción. Pero en la última hora va tomando forma hasta redondear un cierre con moño y todo. Esta es la historia de cómo el universo del comic se asocia al de los mortales. Kevin es un villano de múltiples personalidades (impecable McAvoy), David es un héroe encapuchado (un inexpresivo Willis) y Glass es una suerte de mente brillante que quiere reivindicar la mística del comic y su conexión con el mundo real (Samuel L.Jackson, efectivo). Lo más jugoso de esta batalla entre David y Kevin+Glass es cómo los personajes secundarios comienzan a ganar peso en la historia, como la joven que tienen un vínculo afectivo con Kevin; y el hijo de David, que defenderá a su padre hasta el último suspiro. En medio de este caos, la doctora Ellis, especialista de los recovecos de la mente, buscará el equilibrio entre el mundo real y el de ficción. Por el final, vale la pena verla.
El mundo de M. Night Shyamalan supo tener, incluso en sus películas más fallidas –la mayoría–, alguna idea visual. Supo generar y mantener, también, una idea más o menos interesante de suspenso. Un suspenso clásico, construido a partir de un buen manejo del fuera de campo. Ese fuera de campo enuncia una pregunta sobre el universo que se nos presenta, una pregunta que acusa a ese mundo de estar escondiéndonos algo. El resultado es que mientras esa pregunta no se responda, un mundo cuyo realismo pende de un hilo. La incertidumbre, la ambigüedad con respecto a la resistencia de ese hilo, es lo que nos mantiene expectantes, lo que nos hace seguir mirando. Como un truco de magia, sin embargo, en el momento en el que la pregunta se responde nuestro interés cae estrepitosamente. Una pregunta sin respuesta es atractiva porque las posibilidades son infinitas. Ninguna respuesta va a estar jamás a la altura de esa infinidad de posibilidades. La pregunta de una película genera suspenso porque presenta una amenaza sobre el mundo conocido. La idea de que las cosas no son realmente lo que parecen supone un ataque a nuestras creencias y a nuestra percepción de las cosas. El mayor pecado de Shyamalan es creer que la respuesta a la pregunta es tan interesante como la pregunta en sí misma. Para colmo, en muchos casos, la respuesta (que funciona como el famoso plot twist de la película) debería ser, en realidad, el desencadenante real del conflicto. Es decir, el giro del final, en su intención de resignificar toda la película, lo que realmente hace es volverla obsoleta. Por ejemplo, en La aldea pasamos casi la totalidad de la película acompañando al personaje de Bryce Dallas Howard a medida que intenta escapar de una aldea que es continuamente atacada por una especie de hombres-lobo. El giro del final, la revelación de que no estábamos en el siglo XIX sino en el siglo XXI y que las bestias eran muñecos que los mandamás de la aldea usaban para impedir que nadie escapara y encontrara el mundo real, es lo que realmente desafía las creencias del personaje principal. El conflicto de la película, del personaje, empieza ahí, pero apenas quedan unos pocos minutos de película. Tanto en Fragmentado como en El protegido se nos presenta un mundo aparentemente realista, con reglas y códigos conocidos, pero amenazado por la posibilidad de lo sobrenatural. En ambas películas lo sobrenatural se confirma en el comienzo del tercer acto, respondiendo la pregunta fundamental de la película y, por lo tanto, arruinando el misterio. Pero sucede una cosa más: el verosímil de la película entra en crisis. En general, la irrupción de lo fantástico es el desencadenante del conflicto, no el comienzo de su resolución. El hecho de que irrumpa tan tarde hace que sea difícil de creer porque estuvimos la mayor parte del relato creyendo que las reglas de ese universo eran otras, reglas que el propio universo manifestaba. Esto no quiere decir que no se pueda hacer bien: hay casos (Del crepúsculo al amanecer o The World’s End) que juegan a esto y, en mayor o menor medida, salen airosas del experimento. El riesgo es muy grande igual, e incluso en los casos victoriosos muchos espectadores se sentirán traicionados. El problema está en que en esos casos lo sobrenatural no asomaba, no era un interrogante, la película iba por otro lado. Entonces, paradójicamente, el quiebre es tan fuerte y violento que parece más fácil aceptarlo (ayuda mucho, además, el tono y el género de cada película). Sobre todo porque, como la película se mueve en otra dirección, la irrupción de lo sobrenatural funciona solo como un dispositivo más de guion que desafía al personaje, sin transformarse en la pregunta de la película. Fragmentado sufre particularmente este problema. Con el paso de los años, las ideas visuales de Shyamalan se fueron agotando y cada vez es menos lo que se puede rescatar de su filmografía. Si El protegido funcionaba porque el fuera de campo operaba continuamente en la película desde la posición en la cámara, la iluminación y el montaje, insinuando que las teorías descabelladas de Glass sobre los superhombres podían ser ciertas, en Fragmentado no hay nada de esto. La película se presenta como un thriller realista en la que la única insinuación de lo sobrenatural parte del diálogo expositivo. Lo único que plantea la existencia real de que puede haber cambios físicos extraordinarios en un individuo con personalidad múltiple es la creencia de un personaje sobre el tema. El resto de la película y del universo que representa es absolutamente ordinario. Esto no es un problema en sí mismo. De hecho, funciona en tanto establece un horizonte claro en la película, un misterio a develar, una amenaza. El problema es que, al tratarse únicamente de la teoría de un personaje que no está reforzada por elementos genuinamente cinematográficos, cuando lo sobrenatural efectivamente irrumpe la sensación que queda es la de un relato inconexo, frankensteiniano, como si de una película pasáramos a otra sin solución de continuidad. El realismo, que pendía de aquel hilo formado por el fuera de campo, se rompe. La pregunta se responde y resulta mucho menos efectiva de lo que hubiera sido mantener la ambigüedad hasta las últimas consecuencias. Corte a Glass. Hay un problema en la película que parte de su propia naturaleza: por más que Shyamalan se convenza a sí mismo de lo contrario, esto no es una trilogía. Glass no es una tercera parte, es la segunda parte de dos películas distintas al mismo tiempo. Dos películas que, más allá de una conexión desesperantemente superficial al final de la segunda, eran absolutamente independientes entre sí. Dos películas que hablaban de cosas distintas y cuyos personajes lidiaban con conflictos distintos. El protegido presenta dos personajes opuestos: uno cuyos huesos se rompen como vidrio, otro cuyos huesos son indestructibles. Uno cree que es el villano y que el otro es el héroe. En Fragmentado ambos personajes son víctimas de abuso y lidian con él de maneras opuestas (la violencia extrema versus el retraimiento). El conflicto de Kevin Wendell Crumb (James McAvoy) no tiene que ver con el conflicto de David Dunn ni con el de Glass. Querer sacar una secuela de ambas películas a la vez es tan ocurrente como querer sacar una secuela de Volver al futuro y de Jurassic Park al mismo tiempo. La conexión es meramente superficial. Ahora bien, indudablemente existe una Glass hipotética que es mejor que la versión que finalmente nos llegó. Más allá de su problema fundacional, todo lo demás está mal. Su estructura es inaprehensible y el verosímil es completamente insostenible (esto no sorprende si se tiene en cuenta todo lo dicho). Los actores están obligados a enunciar líneas de diálogo que solo sirven para justificar la existencia de la propia película y no para hacer avanzar ningún tipo de conflicto. No hay un solo plano interesante en la película y cualquier idea interesante que Shyamalan supo tener hace veinte años brilla por su ausencia. La película dura más de dos horas y durante la primera hora y media no se sabe de qué se trata. Otro problema: tanto El protegido como Fragmentado responden fehacientemente las preguntas correspondientes a cada película. Dunn es sobrehumano y La Bestia existe. Por lo tanto, el atractivo fundacional de esas películas ya no está. No creo que haya películas imposibles de hacer, creo que toda idea puede ser, eventualmente, una buena película. Pero Shyamalan no encontró la manera de imprimirles un nuevo interés a sus personajes y decide que la primera hora de Glass se trate de (literalmente) convencer a los protagonistas de que todo lo que pueden hacer es producto de su imaginación. La película intenta, literalmente, reinsertar el misterio en los personajes, hacernos dudar de lo que ya sabemos, en un intento burdo y perezoso de que los protagonistas nos interesen de nuevo. No voy a decir nada del final, no porque no quiera arruinárselo a nadie, sino porque es un disparate tan gratuito y pobremente ejecutado que no estoy del todo seguro cómo describirlo. Creo que Shyamalan, en un intento desesperado de que lo tomen en serio, se terminó tomando a sí mismo y a sus ideas demasiado en serio. Glass es el producto de un niño delirante que se preocupa más por ser ingenioso que por detenerse a pensar si realmente hay algo de ingenio en lo que dice. Se convirtió, básicamente, en un estudiante de cine.
La carrera del director indio-estadounidense, M. Night Shyamalan, trae consigo algunas grandes obras como la sorprendente e icónica “Sexto Sentido” (1999) seguida por “El Protegido” (2000), “Señales” (2002) y “La Aldea” (2004), para caer después en films totalmente olvidables. En 2015 se recuperó un poco con “Los Huéspedes” para regresar con toda la gloria en 2016 con “Fragmentado”. Un realizador que tiene su séquito de seguidores como también su grupo de detractores, porque muchas de sus obras consiguen dividir las aguas. Con sus marcas características como giros narrativos sorprendentes y un uso particular del suspenso y la tensión, Shyamalan busca siempre desprenderse de lo convencional y otorgarle algo distinto al público. En su momento “El Protegido” no causó mayor revuelo, a pesar de ofrecernos unos de los mejores films del realizador. Un homenaje a los cómics con la presentación de héroes y villanos más realistas y cercanos a todos nosotros. Pero fue con “Fragmentado”, y ese final en el cual aparecía Bruce Willis, donde la película de 2000 volvió a tomar vuelo. Porque si bien siempre se habló de una secuela de “El Protegido”, nunca se terminó de hacer realidad, hasta que llegó este largometraje que sirvió como una especie de continuación indirecta. Es así como fue de público conocimiento que habría una tercera y última parte que culminaría ambas historias. “Fragmentado” dejó la vara muy alta, convirtiéndose en una de las mejores cintas de ese año, y es por eso que la expectativa de esta nueva entrega, “Glass” pesaba mucho sobre los hombros de Shyamalan. “Glass” recupera, entonces, los personajes que conocimos en “El Protegido” y “Fragmentado”. David Dunn (Bruce Willis) sigue brindando justicia desde la oscuridad y está en la búsqueda constante de La Bestia (James McAvoy), aquella mezcla entre hombre y animal que disfruta de secuestrar y apropiarse de mujeres jóvenes, bajo la apariencia de Kevin Wendell Crumb, un joven con trastorno de personalidad múltiple. Con la ayuda de su hijo, Dunn descubrirá el escondite del villano y, durante el enfrentamiento, ambos serán capturados por las autoridades y confinados a un instituto psiquiátrico, donde la Dr. Ellie Staple (Sarah Paulson) buscará enseñarles que son personas ordinarias y no superhombres. Allí también se encontrarán con un viejo conocido de Dunn, llamado Mr. Glass (Samuel L. Jackson), quien se encuentra sedado desde hace mucho tiempo. Como anticipábamos, había mucha expectativa con respecto al estreno de “Glass”, otro film que seguramente dividirá las aguas, gustando a algunos y decepcionando a otros. Siguiendo con el estilo de “El Protegido”, acá no nos encontramos con una película de superhéroes convencional, como estamos acostumbrados con las sagas de Marvel o DC. En “Glass” no predominan las escenas de acción, sino más que nada el diálogo y el análisis. Se debate acerca de los héroes y villanos de una forma más terrenal y no tan espectacular, a partir de conversaciones y no de enfrentamientos físicos. Se habla de las habilidades que todos tenemos, incluso aunque ellas aparezcan como una suerte de debilidad o falla. Es por eso que el film puede resultar algo lento y aburrido por momentos, con una falta de ritmo, sobre todo desde que los personajes entran al instituto psiquiátrico hasta el último acto, donde tiene lugar la mayor parte de la historia. Asimismo, se abusa de la sobreexplicación de ciertas situaciones, vistas anteriormente en los otros largometrajes. También afirmamos que Shyamalan nos brinda siempre giros narrativos hacia el final de sus films que le otorgan una nueva mirada o información desconocida que sorprenderá al espectador. En este caso tenemos varios cambios de rumbo, donde uno cree que la trama ya está resuelta y ésta vuelve a cambiar. De todas maneras, y sobre todo conociendo ya los recursos utilizados por el director, las revelaciones no son tan impactantes ni sustanciales para una conclusión de esta magnitud. Con respecto a las interpretaciones, podemos decir que es uno de los puntos más logrados del film, sobre todo el hecho de haber traído a la mayoría del elenco participante en ambas películas, desde los protagonistas hasta roles menores como, por ejemplo, al hijo de Dunn. Sin dudas James McAvoy es quien vuelve a robarse las miradas, con la interpretación de sus distintas personalidades, algunas que ya conocíamos y otras nuevas. Es quien nos saca una risa entre la tensión y quien consigue tener la mayor atención. Bruce Willis compone correctamente a su personaje, pero no tiene un lugar tan predominante. Lo mismo sucede con Samuel L. Jackson, quien recién hacia el final de la cinta logra tener un rol más trascendental, sobre todo considerando que la película lleva su nombre. Pero acá más que nada se trató de una decisión narrativa por la cual se entiende el estado pasivo de su participación en un principio. Los personajes secundarios están algo desdibujados y sirven simplemente como un acompañante del protagonista, como Casey (Anya Taylor-Joy), la víctima de la Bestia que vuelve por alguna motivación oculta, Joseph (Spencer Treat Clark), el hijo de Dunn o la madre de Elijah “Mr. Glass” Price (Charlanye Woodard). Otro de los puntos a destacar de “Glass” es su parte técnica. Desde el principio Shyamalan le otorgó a cada personaje un color (verde a Dunn, violeta a Glass y amarillo a Kevin) y esto se ve plasmado de una manera maravillosa en la fotografía, arte y escenografía. Cada atuendo, ambiente u objeto relacionado con algunos de los protagonistas lleva su color característico. Por otro lado, también resaltamos la reutilización de material filmográfico de las películas anteriores a la hora de mostrador flashbacks de la vida de los distintos personajes. Se siente auténtico y honesto, porque justamente se trata de los mismos actores tiempo atrás. Si bien las cintas anteriores manejaban perfectamente el escenario tenso y de suspenso, en este caso no se mantiene en todo momento. En síntesis, “Glass” era una película que prometía terminar una trilogía de una manera espectacular, pero se queda a mitad de camino al tomar un rumbo mucho más pausado, dialogado y explicativo. Sigue homenajeando a los cómics y a aquellas personas con poderes más terrenales pero se siente como que falta algo. Sus puntos más fuertes son su elenco y la composición de la imagen con una fotografía, ambientación y planos que se distinguen.
La calidad de un cineasta no se ve sólo en sus mejores películas sino también en las menos logradas y en las fallidas. Si a alguien se le puede aplicar esa sentencia es a M. Night Shyamalan, autor de maravillas como Sexto sentido, El Protegido, Los huéspedes o Fragmentado y perpetrador de bodrios como El último maestro del aire o Después de la tierra. En Glass, el director indonorteamericano intenta fundir en una sola historia los argumentos de El protegido y de Fragmentado, que no estaban pensados originalmente para integrar un saga (salvo la simpática escena final de la última) y componer con ellas una especie de gran fresco sobre los superhéroes y los villanos. Los tres personajes principales de esas películas, el indestructible David Dunn (Bruce Willis), el hombre de los huesos de cristal, Elijah Price o Mr Glass (Samuel Jackson), y el psicópata de múltiples personalidades (James McAvoy) son encerrados entre las paredes de un mismo neuropsiquiátrico. En ese escenario, se va desarrollar la complicada trama de Glass. La pregunta que subyace al proyecto de Shyamalan es ¿qué constituye a un superhéroe? El director ya la había respondido de forma implícita y elegante en El protegido: la mirada de los débiles. Pero no deja de ser una marca de su ambición artística que intente encontrar una nueva respuesta, más amplia, más cósmica. Pero el precio que paga es altísimo: malogra lo que pudo haber sido otra película maravillosa. ¿Por qué? Porque Glass tiene tanta teoría que resulta imposible llevarla a la práctica y traducirla en acción y en narración. Podría decirse que Shyamalan piensa en voz alta a través de sus personajes y genera en ellos un exceso de conciencia, como si estuvieran más afuera que adentro de la historia. En El protegido, había un solo teórico, el personaje de Mr Glass, los demás, David Dunn y su hijo, actuaban de un modo confuso y melancólico, guiados por sus afectos y sus intuiciones. En Fragmentado, había una sola teórica, la psicóloga interpretada por Betty Buckley, y los demás (el psicópata y su víctima, Casey Cooke) actuaban guiados por su locura o instinto de supervivencia. En Glass, en cambio, hay demasiados teóricos, es decir personajes que tienen una noción definida de lo que significa ser un superhéroe, crean o no en esa figura de cómic. Se los puede contar: una nueva psicóloga (Sarah Paulson), el propio Glass, su madre, el hijo de David Dunn y Casey Cooke. No es raro entonces que la película quede desequilibrada y la exposición de ideas supere a la acción, tanto física como dramática. El resultado es una historia gélida, un artificio mental, con algunas trampas ingeniosas y algunos mecanismos secretos, sin dudas, pero incapaz de transmitir las emociones que contiene dentro de sus tubos de ensayo. La otra película, la historia que estaba en el interior de la historia que Glass nos cuenta, se vuelve visible en algunos escasos momentos (el vínculo entre David Dunn y su hijo, entre Glass y su madre y entre la joven Casey Cooke y el psicópata), pero desaparece enseguida y, como a esos nenes que los hacen callar o los mandan a dormir, se queda con las ganas de mostrarnos algo realmente bueno.
SHYAMALAN ADELANTÁNDOSE A SU TIEMPO (II) Si con El protegido M. Night Shyamalan se había anticipado al boom de las películas de superhéroes –con un drama personal y familiar que había sido un tanto incomprendido en el momento de su estreno- y con Fragmentado también se mostraba innovador, a partir de cómo usaba sus ya habituales giros sorpresivos para revelar los planes para una trilogía que nadie esperaba; con Glass establece una clausura para la mencionada trilogía, pero también para su propio cine e incluso el género de superhéroes –que ya tuvo una especie de cierre con la melancólica despedida que fue Logan-, a la vez que abre una nueva vía para repensarlo. Una vez más, el realizador se adelanta a su tiempo, adentrándose en terrenos inexplorados. Esa exploración no viene exenta de polémica, algo a lo que Shyamalan ya está acostumbrado a pesar de que en un momento casi destruyó su carrera (recordemos las burlas y repudio que generaron en su momento films como La dama en el agua, El fin de los tiempos y Después de la Tierra). Como casi siempre en su filmografía, vuelve a coquetear con inverosímil, estableciendo un duelo entre el irrompible David Dunn (Bruce Willis) y el fragmentado Kevin Wendell Crumb (James McAvoy), con el frágil pero inteligente Elijah Price/Mr. Glass (Samuel L. Jackson) y la Dra. Ellie Staple jugando sus propias cartas, con un instituto psiquiátrico como escenario central. Porque al fin y al cabo, la premisa nunca deja de ser un juego de poder, donde cada uno tiene su propio rol, lo cual incluye a tres personajes secundarios pero a la vez decisivos: la madre que es Mrs. Price (Charlayne Woodard), la ex víctima que es Casey Cooke (Anya Taylor-Joy) y el hijo que es Josep Dunn (Spencer Treat Clark) también jugarán sus respectivos papeles dentro de una trama donde todo estará dictado por las apariencias, superficies y el debate constante sobre lo que es verdad o mentira acerca de la naturaleza de las personas, y cómo esto afecta al entorno social. Claro que Shyamalan se expone a romper con el verosímil o ponerlo en crisis, trabajando con el distanciamiento o el humor insólito, pero siempre con una dosis extra no solo de atrevimiento, sino también de inteligencia y, especialmente, sensibilidad. Su puesta en escena, donde las luces y sombras se enlazan con encuadres ligeramente desviados de las normas más convencionales, potenciándose con una banda sonora definitivamente disruptiva, van construyendo un imaginario propio, que alimenta el dilema central del film: cómo la mirada puede asociarse con la verdad, cómo el conocer y aprender solo puede sustentarse en la evidencia, en el hecho en sí mismo, en lo que no se puede negar. Toda esta tesis sociológica y política está sustentada desde lo personal, porque Glass es, primero que nada, un film sobre individuos tratando de definirse a sí mismos desde sus actos, pero también desde lo que creen (o no) de sí mismos y los que los rodean. La percepción sobre lo que es verdad o mentira tiene un marco cultural, nos dice Shyamalan, pero un primer nivel de entendimiento, de aceptación o negación, está dado desde lo individual, desde lo que las personas creen en base a lo que observan. Por eso es tan importante lo que se ve, lo que se mira, pero también la creencia, la fe en lo que vemos frente a nuestros ojos, algo que enlaza a Glass no solo con Fragmentado y El protegido, sino también con Sexto sentido, Señales o La aldea. Esta enunciación puede sonar paradójica en un realizador explícitamente creyente, pero a la vez no deja ser fascinantemente lógica: en su cine, lo que se considera sobrenatural o inexplicable siempre busca una forma de raciocinio, de explicación vinculada a lo científico. En un punto, Glass funciona como un reverso de la tesis de El caballero de la noche: si aquella exponía la necesidad del mito para construir una identidad y un sentido de pertenencia, esta viene a decirnos que, en estos tiempos donde el cinismo y la posverdad se imponen, donde no se cree en nada o solo en lo que resulta conveniente, el poder distinguir lo evidente e incontrastable se convierte en un acto imprescindible. De ahí que su espectacularidad sea moderada, contenida, que los duelos estén más dados desde la palabra y las miradas que desde lo físico, porque Shyamalan claramente considera que lo espectacular o heroico está ubicado en otra vía. Esa vía es el aprendizaje, el conocimiento, el acceso a lo que antes estaba oculto, que está dado por lo que se observa, recuerda y reafirma, que puede estar condicionada por la interpretación pero que en última instancia no debe negar lo evidente e incontrastable. Shyamalan, humanista como es, vuelve a apostar a que lo extraordinario se dé la mano con lo cotidiano, a la emoción como un camino de convencimiento pero también de revelación del artificio, a la mirada como un acto transformador. Y allí es donde otra vez se anticipa a estos tiempos cinematográficos plagados de héroes gigantescos y eventos marcados por lo artificial, señalando que la verdad también tiene su dosis heroica; que la Historia (documentada, evidente) puede ser una verdadera epopeya liberadora; y que las convicciones, legados, afectos y recuerdos pueden resistir las balas.
La trilogía de la desazón De M. Night Shyamalán se han escrito muchas notas a favor y en contra, se han ensañado con su notoria debacle tras el boom que fueran algunas de sus obras por el ingenio y la factura artesanal detrás de las coordenadas de géneros intocables. Lo cierto es que el director indio nunca se superó luego de haber conseguido prestigio y apoyo de todos los críticos con su obra maestra El protegido. Las raíces del cómic llevadas a la máxima potencia de reflexión disparaba entre muchas cosas una crítica al uso banal de los superhéroes de aquellos tiempos cuando Marvel y DC probaban fórmulas y escenas espectaculares con el objeto de hacerse de un territorio nuevo como el cine, bajo la torpe premisa de que “más siempre es mejor” acumulaban millones en mega producciones para beneplácito de un público masivo pero no necesariamente consumidor de cómics de Marvel o DC. La sequía de títulos interesantes de la mano del director de Sexto sentido se prolongó por varios años hasta llegar la secuela Fragmentado, quizá por pertenecer subrepticiamente a ese universo desarrollado en El Protegido, tal vez por introducir un nuevo elemento en la ecuación para romper la dialéctica de los súper hombres apretando las clavijas de la racionalidad o las explicaciones psiquiátricas de un personaje como Kevin Wendell Crumb (McAvoy), quien más allá de las múltiples personalidades que cohabitan su psiquis puede despertar a la más temible conocida como La horda o La bestia para volver a darle sentido a la trilogía y erigirse como otro personaje, antagonista del protagonista de la primera parte, El centinela, en la piel de Bruce Willis. Ahora bien, de aquella película del año 2000 donde el despunte del súper héroe, el agente de seguridad indestructible y con fuerza descomunal David Dunn, único sobreviviente de una tragedia ferroviaria, generaba un polo de opuestos con un villano en las sombras, nada menos que Mister Glass, quedaba sabor a poco por la poca trascendencia de este interesante villano. Por eso se esperaba que esa asignatura fuese saldada por Glass, el nuevo y último golpe del creador de Señales. El resultado no es del todo reivindicador pero es justo decir que como cierre de la trilogía no quedan cabos sueltos ni tampoco ideas antojadizas por desarrollarse. ¿Eso qué significa entonces?, que Glass lo explica todo aunque la explicación sea prolija no necesariamente se encuentra a la altura de las expectativas de aquellos que esperaban algo parecido a la obra maestra El protegido. Básicamente aquí el protagonismo vuelve a recaer en el psicópata de personalidad disociada, un verdadero festival de poses y voces que James McAvoy domina y que deja a sus dos compañeros de manicomio, léase El centinela y Mr. Glass, como actores de reparto. El contraste entre el desborde de las personalidades y la sobriedad revestida de melancolía de Mr. Glass por ejemplo desmontan el armazón conceptual por el que Shyamalán busca reconectarse con las reflexiones sobre el rol del súper héroe en una sociedad que busca constantemente la norma y el orden desde toda vía institucional como un psiquiátrico para aislar a los “anormales”. Algo parecido surcaba la trama de Fragmentado desde el rol de la psicóloga de Kevin y la subestimación de sus verdaderos poderes devenidos en el animal humano que tal vez no sea más que la expresión más acabada y cruel de la evolución del hombre. En este caso la encargada de domesticar por la vía psiquiátrica a su grupito de desquiciados, convencerlos de que sus poderes no son más que manifestaciones de delirios de grandeza, no duda un segundo que todo fenómeno guarda una explicación causal y racional cuando la película del realizador de La dama del agua contrapone sus propias verdades y herramientas irónicas sobre las interpretaciones básicas tanto de lo psicológico como de su contra cara. Glass plantea buenas ideas sin desarrollo, confía en demasía en sus personajes y en diálogos sobreexplicativos pero logra generar en el espectador cierta empatía con aquellos que ocupan el rol de villano. La presencia de Bruce Willis nuevamente es bienvenida aunque debe reconocerse su poca gravitación en la trama. Tal vez la forma de reunir al trío en el manicomio es una de las concesiones más cuestionables y la pieza que desentona en el rompecabezas. De aquí en adelante queda claro que M. Night Shyamalán vuelve a sembrar un interrogante mayúsculo en lo que hace a su nivel artístico como cineasta artesanal, pero también que parece haber al menos terminado con sus propuestas mediocres de años atrás sin perder su gusto por las historias intrincadas y preparadas para sorprender a más de un espectador incauto.
La nueva película M. Night Shyamalan, "Glass", ¿cierre? de la trilogía iniciada con "El protegido", no sólo está a la altura de las circunstancias, redobla la apuesta con una gama de aristas variadas, y un planteo de múltiples análisis. Pocas carreras han dado tanta tela para cortar como la de M. Night Shyamalan. Del batacazo de su ópera prima, al cine de género personalísimo, la fuerte caída, y el resurgir de las cenizas. El final de "Fragmentado" fue uno de los más comentados de los últimos tiempos, haciendo lo que ya a esta altura ni es un spoiler, linkear aquel film con una de sus películas más celebradas y de culto, "El protegido". ¿Era sólo un guiño, un gancho, o realmente estaba la idea de continuar ambas historias unificándolas? Lo cierto es que el clamor se hizo oír, esta tercera parte, se hizo necesaria. "Glass" se convirtió en una de las películas más esperadas desde aquel 2016. Saber si la idea original de Shyamalan era hacer esta película, o dejarlo todo en esa única escena, era fundamental para saber si "Glass" sería sólo un aprovechamiento comercial “por obligación”, o si realmente estaba el deseo artístico del creador. Sea como sea, tres años después, "Glass" supera todas las expectativas. Todo comienza inmediatamente después de Fragmentado. Se inicia una captura de Kevin Wendell Crumb (James McAvoy), y David Dunn (Bruce Willis) asume la responsabilidad como protector social de capturarlo. Mediante un indicio logra dar con su paradero en una fábrica, y es así como Kevin es capturado. Pero esto recién empieza. La figura aglutinante de esta entrega es la Dra. Ellie Staple (Sarah Paulson), una psiquiatra especialista en delirios de megalomanía, que desarrolla un estudio alrededor de aquellos que se creen superhéroes, o seres con algo superior al resto de los humanos. Ella se encarga de Kevin, y también de David, el cual, al presentarse como superhéroe, será internado y tratado. La frutilla del postre será que en la misma institución se encuentra otro paciente de Staple, Elijah Price (Samuel L. Jackson), en estado catatónico. Habrá que tener paciencia. De sus casi dos horas y diez minutos, Shyamalan le destina más de tres cuartas partes a crear algo similar a un caldo de cultivo. Va preparando la escena, nos introduce muy lentamente, a algo que sabremos, va a llegar. Pero ahí está el engaño principal que el realizador nos tiene preparado. Como decía el leit motiv de "Cars","Glass" nos hará disfrutar más del viaje que del destino final. Siempre se supo que el director de "Sexto sentido" es un admirador de Hitchcock, y aquí lo demuestra con un alto nivel de tensión que no afloja, y que nos mantendrá atentos en cada minuto de su duración. Siempre estaremos sintiendo que está pasando, o está por suceder algo. Cada personaje tiene su línea argumental propia, y tendrá su rato de protagonismo. La estructura que creo Shyamalan, nuevamente es la de un complejo rompecabezas en la que cada pieza conecta a la perfección, y nos hace pensar que desde que hizo "El protegido" allá por el 2000, ya tenía todo pensado. No es común encontrarse con un film pensado para el público masivo, el taquillazo, con tan complejo nivel de análisis como lo es "Glass". Aquí tenemos varias películas en una, y cada una con un planteo distinto. Cual caja china, o muñeca mamushka, todas encajan dentro de la otra, y cierran herméticamente, y a su vez permiten que despleguemos un juego que sea diferente depende cómo lo agarremos. Aquí la cuestión será desgranar qué es lo que nos hace únicos y especiales, de dónde salen nuestros poderes. Como si fuese un duelo entre el "I need a hero" de Bonnie Tyler y el "We Don't Need Another Hero" de Tina Turner, la película plantea la necesidad de la sociedad de crear estos personajes para tener una esperanza, y a su vez de crear a los villanos para ponerle un rostro al mal. La figura del excluido que siente la necesidad de crearse un personaje para subsistir, la supremacía del individualismo o del actuar en conjunto (el héroe colectivo), y la posibilidad – o imposibilidad - de introducir un control: Todo ello está presente en esta película que no para de introducir teorías diferentes. Shyamalan se luce como un gran director de actores, la interacción entre todos es perfecta, y la química fluye en general. McAvoy logra lo impensable, superar lo que hizo en "Fragmentado". Ya sin el peso de la sorpresa, acá estamos esperando que nos muestre varios personajes en uno, y lo hace, pero además, los intercambia a cada segundo, y contagia de frenesí a la platea. Bruce Willis demuestra por qué es uno de los duros más queribles. Es puro carisma y sensibilidad. El mayor arco dramático pasará por su personaje, y esa pesadumbres que lo caracteriza. Samuel L. Jackson tiene dos etapas bien diferenciadas, y en ambas se luce de gran modo. Es quizás una de sus mejores actuaciones. Los secundarios de Sarah Paulson (casi protagónica), Anya Taylor-Joy, Spencer Treat Clark, y Charlayne Woodard, no bajan para nada el nivel, al contrario lo elevan. Técnicamente un encanto. Con una gran fotografía de juego de colores, y encuadres perfectos, un uso correcto del montaje, y una banda sonora que acompaña siempre sin pisar ni subrayar. No esperen de "Glass" una película de superhéroes, porque no lo es. Es una película de humanos, de seres de carne y hueso que buscan el modo de crearse algo, un alter ego para subsistir. Shyamalan lo hizo otra vez. Lejos quedaron sus sombras. No hay dudas que se trata de un creador nato.
SUPERHÉROES PARA ARMAR La gran disyuntiva de Glass es si se trata de la típica película de superhéroes, o de gente ordinaria que se cree que tiene súper poderes para superar sus traumas. Esta última premisa es la que plantea la doctora Ellie Staple (Sarah Paulson), quien reúne a los tres protagonistas en un instituto neuropsiquiátrico: David Dunn (Bruce Willis), El Centinela que posee una fuerza descomunal después de sobrevivir a un trágico accidente de tren; su archienemigo Elijah Price (Samuel L. Jackson) Mr. Glass, quien tiene una enfermedad degenerativa, en consecuencia los huesos muy frágiles, pero una mente brillante que utiliza en pos del mal; y Kevin Wendell Crumb (James McAvoy), diagnosticado con un severo trastorno de identidad, y que desarrolla veinticuatro personalidades distintas, entre las cuales se encuentra la más temida, La Bestia. Si, estamos ante la confluencia de El protegido (2000) y Fragmentado (2016), para darle un cierre final a esta historia. Y Glass, más allá de presentar la actualidad de los personajes (Crumb sigue secuestrando chicas y expresando sus múltiples personalidades, mientras que Dunn tiene un negocio de seguridad junto a su hijo), los recluta para tratar la supuesta patología que los incita a creer que son superhéroes (o villanos), cuando en realidad sus estímulos extraordinarios se relacionan a hechos traumáticos que han padecido en sus vidas. La trama es compleja, y la metadiscursividad está al orden del día, ya que Shyamalan realiza una disección del comportamiento/arquetipo del superhéroe con críticas incluidas. Jugando también con varias vueltas de tuercas narrativas, y haciendo entrar en duda al espectador si realmente estamos frente a superhéroes/villanos, o no. Si bien en un principio el filme se dilata y carece de acción, es porque se pone en juego el entramado psicológico de los personajes y las luchas son más verbales, hasta que llega el memorable desenlace, que transcurre en el exterior, más físico y con una mirada cínica y hasta inverosímil. En este examen de conductas en la que se expone el artificio, el realizador pone en crisis la representación “clásica” de la película de superhéroes. Incómodo y polémico, sí. Pero nos hace repensar el género, y lo plantea desde otro punto de vista. Una dialéctica que genera un universo propio alejado de la espectacularidad y los efectos especiales, más ligado a lo cotidiano, pero sin dejar de coquetear con lo sobrenatural. Indudablemente, aquí lo heroico está ligado a una madre que lucha con la enfermedad de su hijo, un padre y su hijo que intentan sobreponerse a la muerte de su ser más querido, o dos víctimas de abuso que se refugian en su dolorosa empatía. Por María Paula Ríos @_Live_in_Peace
Por Fabio Albornoz. Es extraña la carrera de Night Shyamalan, un realizador que a lo largo de su trayectoria ha tenido tantos aciertos como traspiés, lo que lo convierte en uno de los directores más discutidos y amados. Para muchos, un genio, para otros, un farsante. ¿Pero cómo podemos decir que se trata de un farsante cuando tiene en su curriculum un impresionante caudal de grandes películas? Desde su arribo a Hollywood con la extraordinaria “El sexto sentido” (1999), los medios no tardaron en nombrarlo el ‘nuevo’ Hitchcock, una pesada mochila que supo llevar afirmándola con otras grandes cintas que vendrían a posteriori, como “El protegido”, “Señales” y “La aldea”. Las divisiones se empezaban a moldear, y luego del 2004, la carrera del indio cayó en un abismo complejo de revertir. El estrepitoso fracaso comercial de “La dama en el agua” significó la pérdida total de confianza de los productores a la libertad creativa del director, y también el disparador de una serie de películas por encargo realmente malas. Seguirían “El fin de los tiempos”, “El último maestro del aire” y “Después de la tierra”. Esas cuatro películas pondrían por el suelo una carrera que había comenzado demasiado bien. Todo cambió cuando entró en acción la productora Blumhouse para poner todo en su lugar. Vino la muy interesante “Los huéspedes” y luego “Fragmentado”, un film que le terminó saliendo dentro del universo de una de sus películas más legendarias, “El protegido”. Este regreso a la libertad creativa le trajo beneficios económicos (como hacía mucho no tenía), pero también un salto de calidad propio del mejor Shyamalan desde “La aldea”, allá por el 2004. “Glass”, el esperado e imprevisto crossover entre “El protegido” y “Fragmentado”, llegó finalmente a los cines el pasado jueves. Recibida con críticas entre mixtas y negativas, esta tercera parte cuenta como David Gunn sigue los pasos de ‘La bestia’ con el fin de poner freno a sus crímenes. Pero una redada acaba con ambos en un hospital psiquiátrico donde son puestos, junto al manipulador Mr. Glass, para ser estudiados y hacerles entender de que no son superhombres. Los cimentos de “Glass” hacen que quizás esta sea una película más para los fanáticos del universo de “El protegido” que los de “Fragmentado”. Hay diferencias abultadas entre los enfoques de cada cinta. “El protegido”, es la película sobre David Gunn (héroe humano), y un constante diálogo con los comics. “Fragmentado”, se roza más con el género de terror, y luego por ese giro final terminó entrando en el universo de la anterior. Ahora “Glass”, es decididamente una cinta que pone el mayor protagonismo en el propio personaje de James McAvoy (La bestia), pero cuya mirada está bastante lejana a la perspectiva de “Fragmentado”. Esta es una película sobre héroes, no hay duda de ello. Lejos del despliegue de parafernalia al cual nos mal acostumbró Marvel y DC, Shyamalan nos presenta una extraordinaria radiografía del mundo de los comics, que en cierta manera la hacen un poco exclusiva y no abierta a total consumición. Es por ello que hay veces en las que el guión debe poner las cosas en boca de los personajes, o producir una cierta sobre explicación para atrapar a los espectadores que se sumergieron recién con “Fragmentado” y no vieron “El protegido”. Construida con solemnidad, Shyamalan busca hacer de su “Glass” (a veces de manera muy forzada), su propia obra maestra. Hay aires de pretensión y un cierto regodeo a buscar lo épico como sea, y eso lo lleva a caer en una cadena de falsos finales y algunas vueltas de tuerca –efectivas, si- que estiran demasiado el asunto y hacen creer que se está viendo una autentica épica sin escalas (un poco como lo que hace Christopher Nolan). Shyamalan es, en ese sentido, un cineasta que sabe vender mucho más de lo que tiene en sus manos. La estructura de “Glass” se divide en tres actos muy claros. El primero es la búsqueda de David Gunn (Bruce Willis) por encontrar a La bestia (James McAvoy). El segundo ocurre en los interiores de un hospital psiquiátrico, y cubre casi toda la cinta. Allí, con Samuel Jackson, se reúne por fin el trío interpretativo. Este segundo acto está sostenido y constituido a base de diálogos filosóficos, metalingüísticos y un interesante análisis de la personalidad de cada personaje. Por supuesto, también habrá espacio para el tradicional y extraordinario tour de force interpretativo de James McAvoy, quien desborda carisma y cierto aire escalofriante (aunque menos punzante que en la anterior entrega). Por último, el tercer acto da paso al esperado clímax. Shyamalan amasa y deconstruye al máximo sus ideas, introduce flashbacks que completan el pasado de los personajes, trabaja muy bien con los colores (violeta, amarillo, verde) en representación de cada uno de ellos, y consigue una cohesión narrativa y visual fascinante. El acto final es bastante breve y moderado, pero sin excesos ni despilfarros. Tiene lo justo y necesario, y eso es un poco la idea que el propio director persigue a lo largo de la película, no caer en lo que las superproducciones suelen hacer. Shyamalan cierra su improvisada trilogía con una buena cinta que cumple todas las expectativas. No hay chances de que “Glass” decepcione a los fanáticos del director indio, ni tampoco a los lectores de comics. Desarrollada casi íntegramente entre interiores, “Glass” es otro gran paso en la recuperación de Shyamalan como director/guionista.
La trilogía que M. Night Shyamalan comenzó en el año 2000 con El protegido y continuó en 2017 con Fragmentado finaliza este año con Glass, protagonizada por James McAvoy, Bruce Willis y Samuel L. Jackson. El que vaya a ver Glass con la idea o el concepto de continuar viendo un giro narrativo realista sobre el género de cine de superhéroes se va a sentir decepcionado. En primer lugar porque está confirmado que al director de Sexto sentido le importan poco y nada los cómics y los superhéroes. Segundo, porque Glass tiene dos lecturas: por un lado es una historia sobre padres e hijos -lo único que realmente le interesa al guionista/director sobre la mitología comiquera de los héroes-, por otro lado es una sátira a la psiquiatría. En tercer lugar, el director sigue en su cruzada de confundir a los críticos y seguidores y confirma, nuevamente, el odio que tiene por cualquiera que le critique o se enamore de su obra. Shyamalan es un narcisista importante. O al menos eso da a creer. Glass comienza con Kevin (nuevamente James McAvoy demuestra su enorme destreza física e increíble talento para transformarse de un segundo a otro en un mismo plano en varios personajes dentro del mismo cuerpo), el asesino esquizofrénico de Fragmentado, secuestrando a un cuarteto de porristas. Detrás de sus huellas va David (un Bruce Willis bastante desperdiciado), el “héroe” de El protegido, abatido por la muerte de su esposa (Shyamalan sólo muestra al personaje de Robin Wright de espaldas en un flashback que parece salido de Sexto sentido), que ahora es dueño de una empresa que vende artículos para la seguridad hogareña, y está acompañado por su hijo (Spencer Treat Clark) que lo ayuda a buscar criminales y atender su negocio. David atrapa a Kevin, pero ambos son interceptados por la doctora Ellie Stapler (Sarah Paulson, con algunos buenos momentos y en otros sobreactuada), quién los lleva a un hospital psiquiátrico rodeado de mucha tecnología, pero poco personal de seguridad (¿?). Allí, los reúne con Elijah Price, el delicado Mr. Glass interpretado por un Samuel L. Jackson que no se toma del todo en serio lo que sucede en esta secuela. Y justamente este es el tono que le aplica Shyamalan a su obra. Glass se podría etiquetar como una especie de thriller psicológico que se burla de la psicología. Shyamalan apuesta, como se dijo en párrafos previos a relacionar los “poderes” de los protagonistas con traumas de la infancia, pero de forma bastante básica y banal, como si no le interesara demasiado la psicología y se quedara con el envoltorio de la profesión. Algo similar a lo que sucedía en Sexto sentido -recordemos que Willis ahí interpretaba a un psicólogo infantil que le quería demostrar a Osment que no tenía poderes, sino traumas con la madre-, pero sin la solemnidad ni la densidad de la película de 1999 nominada al Oscar. El tema de padres peleados con sus hijos o que directamente no los entienden hasta el final de la obra cuando logran reconciliarse con ellos, atraviesa la filmografía del realizador, y Glass no es la excepción. La diferencia está que en Shyamalan odia a sus criaturas. Se cansa de Elijah y David, y en menor medida, de Kevin. Los redime un poco y transforma en villana al personaje de Paulson, que también guarda un secreto. En los últimos 15 minutos, como es costumbre, el director da dos “sorpresivos” giros narrativos. Uno es tan obvio y ridículo que el propio Elijah se divierte con ello, y la risa de Jackson es bastante genuina, lo que da a entender el nivel de absurdo y autoconciencia de la propuesta. El segundo es rebuscado, forzado, e incoherente con la enemistad que tiene el director con el género de superhéroes. Pero, a pesar de ello, tiene cierta coherencia diegética en relación al mensaje que decide transmitir Shyamalan. A Shyamalan no le importa demasiado lo que piensen de él y su cine, si lo defenestran o convierten en objeto de culto. Prefiere ponerse en una posición donde se cree más inteligente que el espectador. Si no fuera por estos actos de narcisismo, podríamos decir que Glass es realmente una gran película. Porque a pesar de ser la más extensa de su filmografía en lo que respecta a la duración, es genuinamente atrapante y la más entretenida de todas. Pero ese final deja un gusto agridulce. Por un lado la canchereada, cinematográficamente hablando, es bastante paupérrima en términos narrativos: debe poner a un personaje delante de cámara explicando lo que el espectador acaba de ver. Un recurso innecesario desde la diegética y porque subestima la inteligencia del público. Por otro, le roba la tensión al relato. Pasa de ser un thriller prolijo a una comedia absurda. Más allá de esto, y analizando el film a fondo, se pueden encontrar demasiados de estos “caprichos de autor” a lo largo de los 130 minutos: un cameo del director que da a entender que La aldea también forma parte del mismo universo de Glass, Fragmentado y El protegido, personajes que aparecen sin demasiado fundamento (el de Anya Taylor-Joy) y detalles que terminan restando verosímil con la única justificación de generar falsas expectativas.
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Héroes quebrados y creaciones mentales M Night Shyamalan, cineasta odiado y amado de igual forma, estrena un filme que será un “metamensaje” de los filmes de superhéroes que consumimos todos los días. Pero lo hace con una trilogía que es tramposa. El indio venía con una filmografía sin segundas partes o remakes, todas ideas originales que tenían principio y fin en una misma sentada en cine. Tras varias películas horribles, Shyamalan se había reivindicado un poco con “Los huéspedes” (2015) y todo cambió con “Fragmentado” (2017), una producción que devolvió la confianza en el cineasta. Pero una escena en particular de esa producción puso de cabeza a sus estructuras: Traía desde el pasado la excelente “El protegido” (2000) para unir una cadena que nadie esperaba y se saboreaba un posible encuentro de titanes, entre “La bestia” (James McAvoy) y Davis Dunn (Bruce Willis). Inmediatamente después de su estreno se comenzó a hablar de la tercera parte de esta trilogía inesperada que hoy llega a las salas. Aquí vemos a Dunn como un vigilante nocturno o justiciero anónimo, en búsqueda de Kevin Wendell Crumb (McAvoy) y sus múltiples personalidades, cuando ambos son atrapados por la policía y la Dra. Ellie Staple, una psiquiatra que quiere investigarlos. Encerrados en un hospital de alta seguridad se encontrarán con Elijah Price (Samuel Jackson), que también está bajo este extraño “tratamiento”. “The broken are the more evolved” (“Los rotos son los más evolucionados”), repetía La bestia en “Fragmentado”, algo que aquí detalla con Price, pues es quien es una mente maestra con un cuerpo frágil (roto) y eso los hará funcionar como equipo. En frente, Dunn intentará frenarlos. Si bien el desenlace no es muy original, el libreto tiene buenas ideas, y las grandes actuaciones de los tres protagonistas elevan mucho el nivel del filme, que dentro del suspenso roza otros géneros, como la acción y la ciencia ficción, pero siempre desde un lado consciente: su argumento habla de las construcciones mentales, tanto como de las conspiraciones institucionales, y allí deja varias “moralejas”, interesantes.
Presentada como la última parte de una trilogía, que comenzó con “El protegido” (1999) y se prolongó con “Fragmentado” (2015), esta producción en realidad podría pensarse, a partir de lo que muestra, como la segunda parte de ambas Sin embargo, ni una ni otra idea cobra real importancia pues todo en ella es una cadena de desaciertos. El director que se hizo conocido por la muy buena realización que es “Sexto Sentido” (1999) nunca más pudo llegar a ese nivel de construcción de relato ni de cómo instalar un verosimil y sostenerlo, termina confirmándose a sí mismo como un realizador reconocido por un filme.Todo el resto de su producción sólo cimiento una grieta entre sus seguidores, mas por los personajes retratados que por la calidad de las producciones y sus detractores. Abocado a jugar desde lo puramente estético desde las nombradas, no tan fallidas, hasta otras producciones realmente lamentables, la mayoría realizadas en la primer década del siglo XXI. La sola hipótesis de juntar algo que se maneja en líneas paralelas que nunca se juntan, es del orden casi de lo imposible, y se nota pues en ningún momento de los largos casi 130 minutos de duración se deja de sentir lo forzado que resulta todo. Olvidándose de la acción de los personajes, como medio para dar cuenta de sus estimulaciones, obliga a los mismos a tener que explicar todas y cada una de las motivaciones de forma oral. No sólo de los principales, sino de los secundarios, hasta llegar al límite de justificar por ese medio su sola presencia. Tampoco ayuda la performance actoral del trío: Bruce Willis (David Nunn) se muestra cansado de su papel de superhéroe, lo mismo expresa el personaje, James McAvoy (Kevin Wndell Crumb) y sus decenas de personajes no son más que un catálogo de sobre actuación, mientras que Samuel L. Jackson (Elijah Price) parece ser el único que se entendió a sí mismo y a su personaje de manera juguetona. Lástima que el director no lo pensó de esa manera, todo se muestra ponderado y simultáneamente pretencioso, grandilocuente. Un filme que se fagocita a sí mismo por lo que termina por ser, a partir de lo que intenta establecer, demasiado incoherente. Un relato que nunca termina de empezar, una idea de suspenso que nunca se establece, y un final que son muchos que empieza a terminar antes de establecer un conflicto que se pueda desarrollar. Una ideas de montaje que responde a nada, un diseño sonoro en función de un relato que no se establece, un guión que desde lo discursivo tiene la impronta de sentencias, sólo desde la puesta en escena y dirección de arte, algunos aciertos visuales. Demasiado poco
NO COMAS VIDRIO M. Night Shyamalan le pone fin a su trilogía superheroica, pero los resultados no siempre están a la altura de nuestras expectativas. Para aquellos que, a pesar de sus pequeñas fallas, consideramos a “El Protegido” (Unbreakable, 2000) como una de las grandes películas de M. Night Shyamalan, y “Fragmentado” (Split, 2016) nos terminó de devolver la fe en sus habilidades narrativas, además de darle forma a este original universo superheroico; “Glass” (2019) venía a convertirse en LA película del año o, al menos, en la más esperada de estos primeros meses. La realidad dicta que el realizador hindú siempre tuvo (y tiene) grandes ideas, pero su mayor debilidad (¿su kryptonita?), muchas veces, es no saber desarrollarlas correctamente o terminar apoyándose en los giros inesperados del final como una marca registrada. Después de varias películas impersonales y rotundos fracasos comerciales, Shyamalan decidió volver a sus fuentes y concentrarse mucho más en la historia y en los personajes, dejando un poquito la ambición de lado. Con presupuestos mucho más acotados, la crítica y la taquilla volvieron a sonreírle, permitiéndole rescatar aquella historia de superhéroes y antagonistas que pedía una continuación a los gritos, sobre todo en una era donde las aventuras comiqueras inundan todas las pantallas. Así, y después de casi dos décadas, David Dunn (Bruce Willis) y Elijah Price (Samuel L. Jackson) vuelven a cruzarse delante de la cámara en un relato que analiza la naturaleza humana, el “complejo de héroe”, y pone en tela de juicio estas habilidades extraordinarias que tanto revuelo vienen causando en la ciudad de Filadelfia. “Glass” retoma los acontecimientos justo donde nos dejó el final de “Fragmentado”. Casey Cooke (Anya Taylor-Joy) logró escapar de las personalidades más amenazadoras de Kevin Wendell Crumb (James McAvoy), pero “la Bestia” todavía anda al asecho en busca de jóvenes víctimas para ‘alimentarse’. La ciudad está en alerta después de la desaparición de varias adolescentes, pero también lo está Dunn y su alter ego justiciero (The Overseer), dedicado a que los delincuentes más peligrosos paguen las consecuencias de sus actos. David ‘opera’ desde su propio comercio de equipos de seguridad con la ayuda de su hijo Joseph (Spencer Treat Clark). Sus caminatas por el barrio (y el hecho de que pueda rozar a la gente) le dan las pistas necesarias para rastrear y buscar a los malhechores. Su meta es encontrar a las chicas desaparecidas y detener las violentas acciones de Kevin sin ser descubierto, ya que la policía no ve con buenos ojos la justicia por mano propia que ejerce este buen samaritano. Siguiendo algunas corazonadas, y las pericias del joven Dunn, David logra su cometido, pero el acto superheroico le cuesta su libertad. Tanto él como Kevin van a parar al ala Oeste del Raven Hill Memorial Hospital -psiquiátrico que también alberga a Mr. Glass/Elijah Price-, bajo los extremos cuidados de la doctora Ellie Staple (Sarah Paulson), quien cree poder convencerlos de que sus supuestos poderes son sólo un producto de sus mentes. La señora sólo necesita un par de días para tratar a sus pacientes y demostrar sus teorías de que los superhéroes sólo son personas comunes con delirios de grandeza. Atrapados sin salida Esta es, básicamente, la trama de “Glass”, centralizada en las instalaciones del psiquiátrico y en las respuestas de los protagonistas al ‘tratamiento’ de Staple. Lo que parece olvidar la doctora es que la súper inteligencia de Price no es un poder sino una realidad, y por ahí van a venir la mayoría de los giros de una trama que se olvida de la acción y se concentra en la psicología de los personajes. Nada mal, ya que las teorías de Shyamalan sobre héroes y villanos son más que interesantes (y la envidia de muchos escritores comiqueros), pero llega un punto donde la narración se convierte en un relato redundante y sobre explicativo que, desde el vamos, subestima las capacidades del espectador que compró las extraordinarias habilidades de estos muchachos desde el desenlace de “El Protegido”. Nadie puede acusar al realizador por su falta de ambición, pero acá falla completamente en su enfoque. Todo lo que logró construir con las películas anteriores, se pierde en discursos eternos y confrontaciones que pocas veces llegan. McAvoy y su despliegue de personalidades es el único que logra brillar dentro de un elenco que no se termina de lucir como debiera. Así, Willis y Jackson se convierten en artilugios y herramientas del realizador para llevar adelante su plan mayor, y pocas veces quedan claras las intenciones de Staple dentro de este juego de poderes. Lo que más choca en cuanto a “Glass” y su función de ‘final de trilogía’, es que no logra cumplir con esas expectativas, justamente, porque Shyamalan tiene ideas muy concretas al respecto. Ideas que nunca termina de desarrollar y se van quedando por el camino. Yo te conozco En “Glass” convergen lo mejor y lo peor del séptimo arte: Shyamalan conoce muy bien las herramientas del suspenso y cómo manipularlas para ir hilando una narración donde cada protagonista tiene su función específica. Pero a diferencia de las entregas anteriores, acá no puede escapar de los lugares comunes y esos clichés que tanto molestan, como los personajes aleatorios, los peores guardias de seguridad y enfermeros de la pantalla grande (¿nunca se enteraron de la peligrosidad de estos pacientes?), y un conjunto de secundarios que poco aportan a lo largo de dos horas de película. Se agradecen los guiños comiqueros, así como el regreso de Clark, ese niñito que siempre creyó que su papá era un superhéroe; aunque no terminamos de entender muy bien el “Síndrome de Estocolmo” de Cooke después del infierno que vivió junto a sus amigas, al asecho de la Horda. Ok, ponele que haya visto lo mejor de Kevin cuando la dejó escapar, pero esta pequeña acción no puede borrar todos los asesinatos cometidos. Detalles como estos hay un montón a lo largo de la película, una que va a propiciar discusiones de todo tipo. Los planteos del guión de Shyamalan se celebran al igual que su originalidad en una era recargada de refritos, pero no podemos pasar por alto sus problemas narrativos, más allá de las ganas y el esfuerzo que él le ponga. El realizador juega con los elementos del thriller y la estética de dramas institucionales como “Atrapado Sin Salida” (One Flew Over the Cuckoo's Nest, 1975), pero las imágenes inmaculadas y la impecable puesta en escena no pueden arreglar una trama un tanto desprolija y redundante, al menos, ante nuestros ojos. Todo está en tu cabeza Esto es lo que quiere el director y entendemos cada uno de sus puntos, imposibles de ignorar y debatir hasta el hartazgo. El problema pasa por el hype de una conclusión que, posiblemente, no logra llenar las expectativas de una historia que no pone primera hasta ese tercer acto que intenta darle sentido a esta trilogía. Lo malo se convierte en decepcionante y ahí reside la falla más grande de “Glass”, una película que consigue explorar el mito superheroico como ninguna otra, pero tropieza cuando quiere transformar esas grandes ideas en lenguaje audiovisual. A favor: Shyamalan puede prescindir de sus plot twist por un ratito. En contra: lo mucho que subestima a una audiencia que lo viene bancando por dos décadas.
“Glass”, dirigida por M. Night Shyamalan. Para quienes quieren entender este film deberán mirar “El protegido” (2000), protagonizada por Willis y Jackson, y luego “Split” (2017), donde vemos a James McAvoy. Una vez vistas sigue “Glass”, en donde vemos a ellos tres reunidos inesperadamente. Se hablan de superpoderes, de fuerzas que no saben de dónde vienen, una explicación científica al respecto y eso es lo que busca la Dra. Staple (Sarah Paulson). Vemos a dos malos y uno bueno, por lo tanto la villanía sale ganando. Estos tres han sido buscados durante mucho tiempo y ahora que están juntos. Son una buena combinación, aunque decepciona un poco cómo resuelven las historias; de manera simple y obvia, lo que lleva a darle varios puntos para abajo al director.
Pasaron 19 años desde el accidente de tren que dejo como único sobreviviente a David Dunn, desde que los crímenes de Elijah Price salieron a la luz y fue encarcelado en una institución psiquiátrica. Ahora las autoridades se abocan a la búsqueda de Kevin Wendell Crumb, el hombre que secuestró a tres adolescentes y sólo una, Olivia Cooke, pudo escapar. Glass le pone cierre a la inesperada trilogía de M. Night Shyamalan y si bien no está a la altura de sus predecesoras, es un digno final para está única historia de superhéroes. El director indio sorprendió a todos al final de Split, relacionando la película con Unbreakable y creando así una saga. Cuando salió la noticia de que estaba trabajando en una tercera historia que reuniría a los tres personajes principales de ambas películas, la expectativa y anticipación fue enorme. Quizás este es el mayor problema al que se enfrenta Glass, no llega a cumplir con lo que se esperaba que fuera un evento cinematográfico único. Dicho esto, no es una película mala, es entretenida, atrapante, las actuaciones son muy buenas y algunas hasta brillantes, pero por momentos se estira de más. Después de diecinueve años, David Dunn (Bruce Willis) sigue siendo un vigilante. Ahora su hijo Joseph (Spencer Treat Clark) es su ayudante, una especie de Oráculo que le dice hacia donde dirigirse y que es lo que se está diciendo de él. Su traje de superhéroe sigue siendo la capa de lluvia de Unbreakable y esa es sólo una de las tantas referencias a la película que empezó todo. Ahora David intenta encontrar a un grupo de porristas desaparecidas y él cree que ese secuestro está relacionado con Kevin Wendell Crumb, el hombre que mutiló a dos adolescentes y del que no dejan de hablar en las noticias. Contar más sobre la trama sería basar esta reseña en spoiler y no vale la pena. Sin entrar en detalles, los tres personajes terminan en la misma institución psiquiátrica y son tratados por la doctora Ellie Staple (Sarah Paulson), una psiquiatra que se especializa en personas con un cierto tipo de desorden que los hace creer que son super humanos e intenta convencerlos que ellos sufren de esto. Las escenas entre Paulson y los protagonistas están llenas de tensión y su interpretación de esta doctora es remarcable. Su personaje también interactúa con tres personas que son fundamentales en la vida de cada paciente: Joseph, el hijo de David; Casey Cooke (Anya Taylor-Joy), la chica que La Bestia dejó ir y la madre de Elijah (Charlayne Woodard). Estos tres son grandes personajes secundarios que ayudan a sostener una trama que ´por momentos tambalea. De los tres secundarios, a la que más importancia se le da es al de Anya Taylor-Joy. De hecho, las escenas que comparte con James McAvoy son de las mejores actuadas de la película. No sólo por ella, sino que es en esas en las que se logra ver más de la personalidad de Kevin, tan poco explorada en Split, y de más está decir que la actuación de él es lo mejor que tiene la película. Bruce Willis, cómo lo hizo hace diecinueve años, se corre de su zona de confort e interpreta a un personaje diferente al que nos tiene acostumbrados y entrega una actuación muy buena. Samuel L. Jackson es brillante como el villano, después de todo, la película lleva su nombre. La película puede que no cumpla con la expectativa que había generado, pero logra atrapar al espectador y supera las escenas que se sienten un poco de más. Una historia única que cierra la trilogía que nadie vio venir, un final digno de los personajes que tiene y, aunque puede que por momentos deje sabor a poco, es una experiencia maravillosa para vivir en el cine: desde la fotografía a la musicalización, cada aspecto técnico de la cinta está pensado para verse y disfrutarse en la gran pantalla.
"Glass" completa la trilogía de Shyamalan uniendo los mundos ya planteados por "El Protegido" y "Fragmentado" y sigue los pasos de David Dunn (Bruce Willis) en su búsqueda de la figura superhumana de "La Bestia". En la sombra, Elijah Price (Samuel L. Jackson) emerge como una figura clave que parece conoce los secretos de ambos. El film logra entretener de a ratos gracias a sus actuaciones (Gran despliegue de James McAvoy luciendo las múltiples personalidades de Kevin) pero no termina de cumplir con las expectativas que se habian generado en torno al final de la saga. "Glass" se encuentra lejos de generar el misterio y los sorpresivos giros en el guión de sus predecesoras y deja un sabor agridulce al espectador que espera esperanzado una escena post créditos que nunca llega.
Shyamalan demuestra otra vez que sabe entretener, que puede sostener el interés pero nos interesa más cómo va a funcionar la máquina que los personajes. A esta altura, Shyamalan es un problema para la crítica de cine. Es realmente un autor, y uno reflexivo, además; trabaja sobre lo fantástico y la cultura pop como pocos cineastas, y ha realizado películas notables, incluso una obra maestra como El protegido. Pues bien, aquí vuelve a esa genialidad sumando además al personaje de su penúltima película, “Fragmentado”, para volver a jugar el juego de los superhéroes hiperrealistas. También vuelve a las vueltas de tuerca y al comentario meta discursivo sobre los lugares comunes del género. Pero hay algo que nos falta: la profundidad emocional. Si ya vio, por ejemplo, “Sexto sentido”, y la vuelve a ver, notará que es una película sobre decir adiós y sobre la tristeza. Funciona igual, digamos. Aquí Shyamalan demuestra otra vez que sabe entretener, que puede sostener el interés pero nos interesa más cómo va a funcionar la máquina que los personajes. Los intérpretes logran, de todos modos, quebrar a medias tal falencia, especialmente Willis, que vuelve a trabajar a conciencia después de tantos ganapanes intrascendentes. De todos modos, es posible que “Glass” sea reevaluada en el futuro, dado que no carece de virtudes (Shyamalan, a diferencia de muchos directores de hoy dedicados al terror, sabe cómo hacer que sintamos miedo, cómo impactarnos con las imágenes de un modo único). Pero lo que tenemos, a primera vista, deja un resabio de insatisfacción, como si el propio director hubiera decidido restringir su poder de emocionar.
Las historietas en el banquillo A la vez que revisita a su película de culto "El protegido", el director de "Sexto sentido" prefiere hablar sobre la importancia de la historieta antes que priorizar la semántica misma de la acción. El protegido (Unbreakable, 2000) tuvo el tino de situarse de manera prologal en la génesis del cine de superhéroes. Sin ser una apelación directa a los cómics, aquel film adentraba al espectador en esa lógica, con un Bruce Willis que progresivamente se descubría poderoso. Es más, tiene la virtud de ser la película siguiente al éxito de Sexto sentido, de modo tal que hubo un público cautivo, que se zambulló sin previsión en una propuesta que hoy es elección mimada por los tanques de Hollywood. Evidentemente, el film de M. Night Shyamalan abrió de manera definitiva el camino al superhéroe cinematográfico. Hasta Grant Morrison, gurú del cómic superheroico, la situó como una de sus películas de referencia. Entre films lamentables y alguno más o menos potable -excepción hecha con la notable Los huéspedes-, la filmografía de Shyamalan ofreció en Fragmentado (Split, 2016) a un insoportable James McAvoy, escindido en 23 personalidades diferentes: una de ellas, la definitiva y líder, la Bestia. Con cierto tono atento al terror y el horror, Fragmentado cumple como película de género, de misterio a develar, y coda final: la aparición disimulada de Bruce Willis -el superhéroe melancólico de El protegido- develaba otro propósito. Nada mal. Las intenciones del director son nobles, pero se vuelven casi ridículas desde la exposición del otro trío protagonista. Así las cosas, a Glass le toca enhebrar las pistas sueltas y construir un relato que articule al héroe de los músculos (Bruce Willis) y el villano del intelecto (Samuel L. Jackson) con el "fragmentado" (James McAvoy); en otras palabras: El Centinela, Glass y La Horda. Oculto en su comercio de sistemas electrónicos de vigilancia, el héroe del piloto (El Centinela) acude con la ayuda de su hijo a socorrer a quienes le necesiten. Entre ellos, la necesidad de dar con el paradero de un psicótico (La Horda) que rapta niñas y, de acuerdo con el film anterior, se las come. Pero, ¿dónde está Glass, el villano de los huesos quebradizos? Cuando los tres personajes se encuentren, lo harán encerrados en un manicomio especial, que rememora desde planos generales la mansión Xavier de los X-Men. Allí, la doctora Staple (Sarah Paulson) dedica su tiempo a investigar determinados casos especiales: pacientes convencidos de ser superhéroes (sic). Staple les interpela y les explica, desde la lógica, lo que parece extraordinario. A la vez, se pone en duda lo que el espectador mismo ha visto en las películas previas. La situación guarda un eco evidente, que refiere a la caza de brujas a la que el medio sobrevivió durante los años '50, cuando el psiquiatra Fredric Wertham, a través de su libro La seducción de los inocentes, provocara una furibunda ola de repulsión hacia las revistas de historietas. Según el psiquiatra alemán, los cómics constituían modelos negativos para los más jóvenes, al incentivar cuestiones tales como el crimen y la homosexualidad. Las historietas, literalmente, pasaron a estar en el banquillo de los acusados, con el Congreso de los Estados Unidos querellando a la industria. Muchas revistas cerraron (como la popular Tales from the Crypt), y con ellas los abordajes complejos, serios, ahora edulcorados con el éxito de Archie y la conformación del Comics Code Authority. Los superhéroes sufrieron una de las peores embestidas, que Glass recrea aquí de manera sintética, minimalista. Además, la secuencia en cuestión podría tranquilamente referirse como la recreación del ataque adulto al niño y la "basura" que lee: en este sentido, no es casual que una de las encarnaciones de McAvoy sea la de un chico de 9 años. De mismo modo, la película circula entre tiendas de cómics para escuchar los diálogos que allí suceden. Les da entidad y los sitúa dentro del imaginario propuesto para su historia. Como si entre estos lectores circulara un saber que deba vigilarse, por ser capaz de poner en peligro todo lo demás. Sin embargo, el verosímil que el film propone se vuelve tan límite que amenaza con descarrilar la propuesta, que en nada se resentiría si toda esta verba explicativa fuera omitida. Ahora bien, esto es algo inevitable en Shyamalan, hay momentos donde funciona mejor y otros que resultan indefendibles, como la lógica oculta en las cajas de cereales (sí, en las cajas de cereales) de La dama en el agua. Lamentablemente, algo de eso hay también en Glass, cuando se consultan revistas de cómics al azar, a la espera de encontrar el cuadrito que explique lo que no hace falta. Lo peor de ello es que, efectivamente, ese cuadrito aparece. Hay que forzar mucho la paciencia para dar crédito semejante. Mejor los buenos ejemplos: En la boca del miedo, de John Carpenter, ofrecía a un Sam Neil alucinado entre libros de un pseudo Stephen King. También Logan, con la caracterización última y mejor de Hugh Jackman como Wolverine. Allí, la línea que separa película de cómic (y actor de personaje) es fina, maleable; cuando el propio Logan se lea a sí mismo en una revista -a las que desdeña como tonterías-, ocurre uno de los momentos mayores, que hacen de esta película una propuesta consciente de sí misma. Pero lo hace sin ampulosidad, desde la apelación a la acción. Logan, de hecho, es una película de acción: un western (y no sólo por citar Shane). Glass, en tanto, se detiene en la explicación aparentemente sesuda, que dilata la espera del enfrentamiento. Como si no terminara de saber cómo encontrar el tono justo para amalgamar las diferencias entre Unbreakable y Split. El twist argumental habitual de su director, hace que Glass se reserve una nueva explicación sobre lo ya explicado. Vaya y pase. Lo peor, de todas maneras, está en la resolución final. Hay que decir que las intenciones son nobles -vale pensar en cómo inicia el film y con cuál secuencia termina, porque existe una mímesis entre las "pantallitas" utilizadas, a la par de una mirada cáustica sobre la violencia de las imágenes-, pero se vuelven casi ridículas desde la exposición, en ese sentarse a esperar, tomados de la mano, del otro trío protagonista.
No estoy seguro de que Glass sea el peor filme de M. Night Shyamalan, pero seguramente es el mas decepcionante. El tipo hizo una de las mejores películas de superhéroes de la historia – Unbreakable, en el año 2000 -, y diecisiete años después decidió empalmarlo con saliva con una de asesinos seriales que le salió bastante bien – Split, 2017 -, intercalando un fotograma de Bruce Willis / David Dunn al final del filme y anticipando un duelo épico. Como a M. Night Shyamalan le gusta fanfarronear, salió a vender la idea que el loquito de personalidades múltiples de Split estaba en uno de los borradores de Unbreakable pero que no hizo el corte final, y que ahora su renacimiento artístico (y comercial) le permitía concretar su visión de una vez por todas. Lo que me parece mas coherente es que a último momento Shyamalan puso el cameo de Willis en la secuencia post créditos de Split (para dar un golpe de efecto a lo Marvel), y se metió en el brete de tener que cocinar de apuro una historia que agrupara al super héroe, al super villano y al super asesino serial de las dos cintas anteriores en un mismo filme, concluyendo todas sus historias de manera épica. El drama con esto es que, por su manía de hacer las cosas de manera diferente (y siempre en contra de las expectativas), Glass termina generando un filme inerte, con pretensiones intelectualoides, en donde la acción y la adrenalina brillan por su ausencia. Si hay un super villano en el filme, ese puesto le corresponde a Sarah Paulson. Su intromisión paraliza la película justo cuando Bruce Willis y James McAvoy están dándose murra, y lo sumerge en un estado de coma que dura mas de una hora y media. Supuestamente la Paulson – siquiatra brillante, encargada del manicomio local y experta en delirios de grandeza relacionados con personas que se creen superhéroes – ha estado siguiendo a Willis y McAvoy para atraparlos en el momento justo y confrontarlos con Elijah Price (Samuel L. Jackson), el genio criminal con huesos frágiles como el cristal (de ahí el título del filme), intentando convencer a los tres al mismo tiempo de que lo suyo son imaginaciones causadas por algún desorden físico o químico de su cerebro. Mientras que Jackson está catatónico debido a que lo empastillan todo el tiempo – el tipo, aún postrado en silla de ruedas y sin fuerza para nada, sigue siendo altamente peligroso por su inteligencia y su habilidad para manipular a las personas -, Willis está encadenado en una celda con unos aspersores de agua que son capaces de tumbarlo, y McAvoy tiene su propio gadget en su cuarto: una pared de luces estroboscópicas que alteran su cerebro y le hacen saltar de una personalidad a la otra (de las 24 que posee) cada vez que se activan. Lo que sigue es una serie de interminables discursos de la Paulson para convencerlos de que están chiflados, precisan tratamiento y no tienen verdaderos superpoderes. Ciertamente la estrella del filme es McAvoy, el cual ha perfeccionado su capacidad de saltar de una personalidad a la otra en cuestión de segundos, generando una perfomance impresionante. Pero la Paulson es monótona que da miedo, los secundarios están de adorno, y el filme solo revive a los 75 minutos cuando vemos que Jackson siempre estuvo simulando estar catatónico por los medicamentos. Jackson siempre es Jackson y puede relamerse con solo diez lineas de libreto, con lo cual el pobre Bruce Willis queda relegado a un rol de relleno cuando en realidad era el héroe de la historia (!). Mientras que McAvoy quiere que la gente adore a la Bestia como si fuera un Dios (y le tenga miedo), Jackson quiere un duelo descomunal entre McAvoy y Willis, algo así como el showdown entre Doomsday y Superman – las dos criaturas mas poderosas del planeta y cuya pelea acapara la atención de los medios -. El drama es que cuando el inglés y el geronte se van a los bifes, la escena se ve patética. Si su superpoder es solo la fuerza – esta gente no vuela, no lanza rayitos laser por los ojos ni puede derribar edificios enteros con un soplido – al menos Shyamalan podría haber visto las secuencias de acción de Capitán América (u otro tipo poderoso con los pies en la tierra tipo Luke Cage) como para inspirarse. Arrancar las puertas de los autos y usarlas como escudos, o tirarle postes de la luz como jabalinas… pero no. Es todo un forcejeo ridiculo con algunos tortazos perdidos y algunos coches abollados, pero nada que te eleve la adrenalina. ¿En serio esperamos 19 años para ver este clímax?. Pero si las expectativas son pulverizadas por la pobre puesta en escena y el incordio de la presencia avasallante de Paulson, lo peor viene al final cuando Shyamalan se manda con un chifle (alerta spoilers) diciendo que hay una sociedad de humanos que desde hace siglos se encarga de asesinar a los superhéroes para evitar que éstos tomen el control de la sociedad. Es una idea tipo Wanted – Se Busca (el comic original) en donde la liga de asesinos había matado a todos los superhéroes y por eso no veias a Superman surcando los cielos. Pero esta bomba la tira cinco minutos antes de que termine el filme, dejándote con una sensación de bronca e impotencia porque sabés que ya no hay tiempo para resolver semejante trama… y porque con la tibia repercusión de Glass difícilmente logren financiar una secuela para expandir semejante idea – y generar algún superhéroe que pueda abatir a esta liga del mal -. Eso sin contar con el decepcionante final de los tres personajes mas importantes de la historia, los cuales son despachados sin el mas mínimo miramiento (fin spoilers). Glass es lenta, aburrida y está mal filmada. Hay buenas perfomances y algunas ideas interesantes pero, cuando esta gente tiene que irse a los bifes, Shyamalan es incapaz de filmarlo con el mas mínimo nervio. Y deja una innecesaria puerta abierta con lo cual el final es aún mas insastifactorio. Hubiera sido mejor que Shyamalan puliera el libreto un par de años mas y nos diera algo mas solido y satisfactorio porque, de todo lo que trae Glass, hay muy pocas cosas que me dejaron feliz.
Se cierra la trilogía: el cristal tiene grietas pero no se rompe Hace 19 años llegaba a la pantalla grande “El Protegido” (Unbreakable), la película de M. Night Shyamalan que siguió a “El Sexto Sentido”, con la cual el director indio saltó a la fama. La cinta se centraba en un hombre frágil (Samuel L. Jackson) -debido a su enfermedad- obsesionado con los cómics y un guardia de seguridad (Bruce Willis) incapaz de asumir una verdad que llevaba aplastándolo desde siempre: tener superpoderes. La obra no gozó de buenas críticas en su momento pero se convirtió en una cult movie. En 2016, y sin que nadie se lo esperara, Shyamalan volvió a hacer de las suyas y con un gran giro final conectó esta cinta con “Fragmentado” (Split), donde el protagonista era un individuo con una enfermedad mental (James McAvoy) que dividía su personalidad en 24 distintas. Lo más deslumbrante de estas historias es como el director realiza una relectura del tema del superhéroe -antes de que se pusieran de moda-, la que redondeó una forma tan personal de entender lo fantástico. En “Glass”, Shyamalan reúne al héroe, David Dunn (Willis), su némesis y villano, Mr. Glass (Jackson) y otro villano, Kevin Wendell/La Horda (McAvoy). Los tres coinciden en un psiquiátrico, a cargo de la doctora Ellie Staple (Sarah Paulson). Este recurso profundiza la idea de hacer una película distinta de superhéroes, donde se favorece los aspectos psicológicos y filosóficos, además de los problemas de identidad, por sobre la acción de super golpes y explosiones. En el final de esta trilogía encontramos algunos problemas, como un guión repetitivo y que presenta situaciones algo “tiradas de los pelos” hasta una puesta en escena menos detallista que sus antecesoras. Eso sí, otros aspectos técnicos como el uso de color asignado a los personajes es totalmente acertada. Otro de los aspectos positivos de la película son las interpretaciones de McAvoy como La Horda, que si en “Fragmentado” hace un increíble papel en esta se luce mucho más y Samuel Jackson, como artífice que ordena y sabe jugar bien sus cartas. “Glass” ofrece un final parcialmente satisfactorio a una trilogía excéntrica, inesperada y audaz, que representa un singular homenaje al mundo de los comics. Es cierto que se ve como un punto totalmente débil comparada con “El Protegido” y “Fragmentado”, y no vale la pena verla si no se ha visionado con anterioridad estas dos. Defraudará a algunos y alegrará a otros, pero se deja ver. Puntaje: 6,5/10 Federico Perez Vecchio
Un cierre de universos agridulce "Glass" es la esperada secuela que une los universos cinematográficos de los films "Split" y "Unbreakable" del irregluar director M. Night Shyamalan. Irregular porque en mi opinión nos ha dado algunos títulos que podrían colarse entre lo mejor del cine como por ejemplo "Sexto Sentido", pero también no ha dado ejemplares de lo peor como es el caso de "The Last Airbender". Entre medio hay varios títulos que se inclinan hacia un lado o el otro. Había hecho un buen regreso hace algunos años con los títulos "The Visit" y "Split", por lo cual se le abrió la oportunidad de llevar adelante una historia que uniría dos tramas con varias similitudes. El resultado, si bien no es del todo malo, porque creo que "Glass" no es un mal entretenimiento, es decepcionante en el sentido de que no logra superar a ninguno de los dos trabajos en los que se basa, ni mejor que "Split", ni mejor que "Unbreakable". Esto podría considerarse otro nuevo tropiezo en la carrera de Shyamalan, aunque en una medida mucho menor que otros trabajos anteriores. Y digo tropiezo porque nadie arma una secuela de mayor presupueto, que une universos, pensando que será inferior a los títulos originales. Lamentablemente esta película termina siendo menor. La trama se enfoca en los dos archienemigos que vimos en "Unbreakable", David Dunn (Bruce Willis) y Elijah Price (Samuel L. Jackson), y en Kevin Wendell Crumb (James McAvoy) de "Split". Los tres personajes son detenidos y encerrados en un hospital psiquiátrico para ser curados por la Dra. Ellie Staple (Sarah Paulson), que está segura de que los tres tienen un trastorno psiquiátrico que los hace creerse superhéroes. Como imaginarán, las cosas no suceden según lo planeado y se arma un motín que desenmascarará varios secretos de los protagonistas. Creo que la película comienza bastante bien, introduciéndonos en el presente de cada uno de los personajes. La primera parte es dinámica y emocionante porque volvemos a ver a David, Elijah y Kevin (son varias de sus personalidades). Todo parece marchar bien al estilo Shyamalan en "Sexto Sentido" o "Señales", hasta que comienza el tratamiento de la doctora con los tres pacientes. Acá la cosa se empieza a poner rara en un sentido no tan bueno, raro al estilo Shyamalan en "La dama del agua". Hay varias escenas que no llevan a ningún lado, que son demasiado explicativas y que no sorprenden. La vuelta de tuerca final es agridulce, ya que un aspecto de la misma es interesante y llega a tocar la fibra de los que seguimos y nos gustaron las películas bases, pero por otro lado devela un master plan que resulta bastante tonto e inverosímil. No llega a cubrir las altas expectativas que había creado. Le faltó ambición y pasión al final. Se sintió como una secuela que debió hacer y no como una continuación que quiso hacer. Es entretenida, pero no es todo lo genial que esperábamos.
El realizador y guionista indio, artífice por excelencia de mundos sobrenaturales, consolida su lenguaje con el paso de cada film para decirnos su verdad, de acuerdo a sus formas de contar y partiendo de la idea de que su cine se despoja de parámetros convencionalistas. Quizás sea hora de reivindicarlo, de una vez por todas, y dejarnos atrapar en su dimensión desconocida. O, quizás, dudar de él una vez más. Podrá ser amado u odiado, pero ignorado jamás. M. Night Shyamalan es, por varias razones, uno de los cineastas más particulares que haya dado el cine en los últimos 20 años. “The Sixth Sense” (Sexto Sentido, 1999) fue, no solo su tercera incursión cinematográfica y una grandísima película, sino que es una obra de las más representativas del género del terror psicológico, marcando un hito insoslayable. Otras de las razones, y menos feliz, por las que Shyamalan está muy frecuentemente en boca de todos es porque ninguno de sus films posteriores pudo llegar a alcanzar ni superar el éxito mencionado. Allí es donde se produce un quiebre en su filmografía y su obra cumbre se convierte en una referencia inclaudicable. Preso de las continuas comparaciones respecto a su ópera prima maestra, el fantasma de aquel film merodeando sobre el resto de su obra convierte a una joya del suspenso psicológico en un estigma que su autor carga sobre sus espaldas, como un injusto parámetro en permanente comparación. Films erráticos, de paródicas conclusiones o francamente propuestas decepcionantes, hicieron dudar del verdadero talento de este señor, que parecía agotado. Con sus altibajos e irregularidades, pero con una profunda concepción y convincente creencia de los mundos que aborda tan lejanos a la mundana chatura habitual de estos tiempos, la siguiente década creativa encontró a un director trabajando de modo incesante. Quizás este matiz lo convierta en un incomprendido, precio que tiene que pagar para ser finalmente aceptado como el gran cerebro que es, aún víctima de las contingencias creativas que maneja la industria. No obstante, si revisamos su obra, veremos a un cineasta de culto, con una línea de pensamiento muy coherente y una visión del mundo que -si bien es discutible- se deja ver profunda e inquietante. Estas características dejan marcas a lo largo de sus películas, convirtiéndolo en un más que particular facsímil de autor cinematográfico. Shyamalan cultiva un estilo muy personal. Es un director muy apegado y férreo a sus posturas que no son siempre las convencionales. Por el contrario, se mueve dentro del género del suspenso, planteando historias que parecen sacadas de fábulas y cuentos bizarros que generan fascinación. Otorgarle a M. Night Shyamalan el beneficio de la duda, resultaría una grata oportunidad para mirar con otros ojos su filmografía «menor» y reivindicarlo. Si la concepción del origen de esta saga, “El Protegido” (2000), resulta uno de sus puntos autorales más altos, Shyamalan perfeccionó durante sendas posteriores incursiones su noción de género. En esta entrega, el autor retoma obsesiones e inquietudes formuladas en “El Protegido” y sintetizadas en “Split”, con miras a explorar su veta más punzante. En su reciente obra hallaremos puntos en común, para la reflexión, la polémica y la discusión. Como denominador común en su filmografía, observamos al hombre y sus circunstancias enfrentado a sus miedos más recónditos, factor que aquí no resulta una excepción, manifestados bajo un universo de superhéroes y villanos de cómics concebidos bajo una trama de dobleces y reflejos siniestros (heredera del Doppelgänger literario), que en nada se asemejan a los redundantes e innecesarios ídolos de Marvel que pueblan la cartelera comercial desde hace años. Persiguiendo otro tipo de cuestionamientos, los personajes de Shyamalan (quien se reserva para sí mismo su habitual cameo ‘a la Hitchcock’) desnudan al ser humano frente a los temores que lo aquietan y las dudas existenciales que se le presentan, por ejemplo, frente a las fuerzas superiores que amenazan su supervivencia. Parte del imaginario personal personal del director, se recrea bajo dicha mirada en “Glass”. Retomando la nostalgia de un legado que permite rescatar del olvido a figuras claves de la historia original, como los personajes interpretados por Bruce Willis y Samuel L. Jackson, “Glass” otorga mayor preponderancia al perturbador y exigente rol de La Bestia, en la piel del enorme James McAvoy. “Glass” reformula, por enésima vez, la ecuación que Shyamalan ha trazado a lo largo de su entera trayectoria. Generando un planteo interior revelador y determinante para cada uno de los habitantes que pueblan sus mundos, decididos a romper las reglas de toda lógica y violar las normas de lo convencional y entendible al lógico pensamiento humano, en el autor indio lo verosímil delimita con la auto parodia. Se trata de un gran provocador que abunda en elementos propios sabiendo que corre notables riesgos artísticos, pero cuyo estilo y concepción fílmica es convocante; digna de extremos partidarios y detractores. En esta película, se propone continuar ciertas convenciones cuya grandilocuencia desmedida dialoga con su propio legado. A fin de cuentas, pecados de auto indulgencia y ambición que limitan el potencial que esta trilogía pudo haber alcanzado. Ante lo expuesto, “Glass” se asemeja a un spin off por demás ambicioso, tramado por un cineasta ampuloso que, si bien privilegia otros condimentos menos explícitos y anticipables a la hora de abordar una película sobre super-héroes, termina anteponiendo sus caprichos al buen tino de ciertas decisiones narrativas (inmersas en el tedio), como exégesis de la naturaleza excéntrica de un director que rescató el núcleo de una gema temprana de su trayectoria: un universo de ficción repleto de vericuetos psicológicos, dilemas filosóficos, rebosante de espíritu de historieta, pero con una vuelta de tuerca macabra. Resultante de esa búsqueda permanente que lo ha consagrado como un explorador de historias sobrenaturales, en particular destacable luce un tenso y aterrador desenlace, si bien su dilatado metraje luce excesivo. Mirando superhéroes, mirando superstars, finalmente no nos sentimos tan locos ni tan mal.