El argumento es simple pero eficaz para este tipo de comedia que se basa más en los gags visuales que en un guión ingenioso, ya que acá te reís más de un golpe o de un porrazo que de un diálogo elaborado. Las escenas de acción y persecuciones están bien logradas y son de buena calidad. El elenco acompaña correctamente a Atkinson, que si no hubiera...
Al servicio de Rowan Atkinson Tras su traumático paso por Mozambique, Johnny English se encuentra meditando en las montañas orientales. Hasta allí llegarán sus jefes para relanzarlo como agente secreto al Servicio de Su Majestad. Johnny English Recargado (Johnny English Reborn, 2011) es otra excusa -eso sí, más espectacular que su antecesora- para explotar el humor físico de Rowan Atkinson y combinarlo nuevamente con la trillada trama de espionaje estilo James Bond. Recluido en un templo oriental y rodeado de monjes, Johnny English es asignado nuevamente a una misión por el MI7 (de ahí el título original Johnny English Renacido). Lo que no sabe es que esa misión estará ligada al trauma que English arrastra tras su fracaso en Mozambique. El agente deberá desarticular una organización criminal llamada Vortex, integrada por agentes secretos británicos, a quienes deberá descubrir. Este mix entre Mr. Bean y James Bond llega a una secuela. Ya la anterior película era floja -por no decir mala- y sólo un par de ideas alcanzaban para conformar a la platea. Una idea es imaginar a Mr. Bean haciendo de agente secreto del servicio británico, la otra, enfrentarlo a situaciones cada vez más delirantes para ver cómo reacciona. En esta secuela, las situaciones pasan por una persecución en silla de ruedas, una serie de rituales tibetanos, una anciana nipona ultra violenta y demás protocolos oficiales, vestidos de “serios” para la cultura inglesa, que Rowan Atkinson sabe descolocar con sus muecas. Parece poco, pero quien se siente a ver Johnny English Recargado ya sabe lo que busca. Y en ese aspecto, la película no decepciona, aunque tampoco sorprende. Johnny English está de vuelta haciendo lo mismo de siempre. con eso alcanza para sonreír un par de veces.
El espionaje en broma El director Oliver Parker, quien se había hecho cargo de El retrato de Dorian Gray, se sumerge ahora en el mundo del espionaje, el humor y el absurdo de la mano del actor Rowan Atkinson. El intérprete de Mr. Bean regresa como el espía más insólito y distraído del servicio secreto británico. Luego de muchos años alejado debido al desdichado suceso de Mozambique, Johnny vuelve de su retiro en una lejana región de Oriente donde aprendió que la mente es más fuerte que el cuerpo (entre otras cosas). En esta oportunidad, el espía del MI7 deberá detener a un grupo de asesinos internacionales antes de que eliminen a un líder mundial chino y abran la puerta al caos global. La película cuenta con ritmo ágil y con el siempre convincente Atkinson y su sello personal de morisquetas. La trama convence más que la de su película antecesora. Entre pastillas que le cambia la voz, armas secretas, golpes bajos altamente soportables por el protagonista y un vertiginoso ritmo plasmado por el director, el resultado es llevadero. Este Johnny English parece más preparado que el anterior (intenta desbaratar un complot entre la CIA y la KGB), es más inteligente y se lo ve más agresivo. Lo que no le será nada sencillo es atrapar a una anciana oriental provista con una aspiradora y armas de todo tipo, que sin lugar a dudas, figurará entre sus peores pesadillas.
La vuelta del espía del recontra espionaje… ingles. Hace ya casi 10 años que se lanzó la primera película de Johnny English. Si bien no se suponía una genialidad, lograba desprender a Rowan Atkinson del ya gastado personaje de Mr Bean, además que era una decente parodia del cine de espionaje de esa época...
Regastado Ya asumida como parodia de la saga de James Bond allá por el año 2003, esta suerte de émulo devaluado del inspector Closeau -creado por el genial Peter Sellers- llamado Johnny English, interpretado por el británico Rowan Atkinson, vuelve a las andadas en una nueva misión. A diferencia de su creación más popular y conocida, el silente Mr Bean, el actor inglés construyó este personaje parlante de un agente del servicio británico un tanto torpe pero al que le salen las cosas por puro azar, sin dejar de lado su habilidad para el humor físico más que el verbal. La franquicia que apela al humor más sencillo con una fuerte impronta gesticular de Atkinson parece con esta nueva entrega Johnny English Recargado desgastada. La dirección de Oliver Parker es apenas correcta y el guión escrito por Hamish McColl y William Davies apela a una batería de chistes fáciles pero efectivos, aunque nada novedosos y a ciertos guiños de los vicios de 007 como los gadgets habituales. La trama es básica: tras un incidente que terminó en un atentado contra un mandatario africano y del que Johnny english era responsable de la seguridad, el agente se recluye en Oriente junto a unos monjes budistas y regresa con una misión especial: desentrañar una conspiración que busca asesinar al primer ministro chino con serias sospechas de que detrás del grupo de asesinos se encuentra un miembro de Mi7, el servicio secreto británico. Para ello contará con la ayuda de otro agente afroamericano y será altamente vigilado por las autoridades, cuya cabeza de mando recae en su superiora (Gillian Anderson). Por otra parte, dado el confuso atentado, el agente también debe colaborar con la especialista en lectura de micro expresiones faciales (Rosamund Pike), a fin de reconstruir mediante hipnosis los pormenores del atentado para llegar a descubrir la verdad. El relato se estructura en el derrotero de un film de acción con un fuerte énfasis en escenas para lucimiento del histriónico Rowan Atkinson, quien seguramente deleite a sus seguidores más fieles en un film que no aporta demasiado pero que no deja de entretener y quitar alguna risa a partir de los equívocos o los mohines del británico.
El agente más estúpido del MI7 vuelve para salvar al mundo. Calificación: 2/5 Rowan Atkinson es un genio de la comedia física. Con una cara, puede decir más que con páginas y páginas de guión, y eso es lo que más sabe explotar. Claro, también es un excelente actor, pero eso es algo que no vemos todos los días, y es algo que no veremos en Johnny English Recargado. Y es que la película parece configurada como un show de gags, en donde se salta de uno a otro como si fuera el show de Mr. Bean, olvidandose por momentos del argumento central, que si bien es simplísimo, se deja en un ridículo tercer plano. La historia nos cuenta como English se interna en un templo de monjes expertos en artes marciales luego de cometer un error tremendo que le costó la vida al presidente de Mozambique. Años después, el MI7 (servicio secreto inglés) vuelve a necesitar su ayuda porque sospechan que un grupo de terroristas planean matar al presidente chino. English, junto con su compañero, deberá atrapar a los conjurados, miembros del MI7, del CIA y de la KGB, que tienen un arma secreta que planean usar para el atentado. Y, de a poco, se podrá ver cómo la muerte del presidente de Mozambique y este nuevo operativo tienen más de un punto en común. El director de esta película fue Oliver Parker, un tipo acostumbrado a adaptar grandes obras de Shakespeare o Wilde al cine, y que no tiene muy claro cómo son los tiempos de la comedia. Porque, como marcabamos antes, la comedia se basa únicamente en gags prácticamente mudos en donde Atkinson está atrapado en algún embrollo idiota. Como Mr. Bean. De todas formas, algunos de estos momentos son hilarantes y, sobre todo, una escena paródica a la persecusión-parkur de Quantum of Solace que se roba la película. En definitiva, esta segunda entrega de Johnny English solamente funciona para fanáticos MUY fanáticos de Mr. Bean, de Atkinson y de la comedia liviana. También podría funcionar para algún que otro nerd, gracias a la aparición de Gillian “Scully” Anderson, pero prefiero dejar eso en las fantasías de cada uno. @JuanCampos85
Humor sin potencia cómica Rowan Atkinson hace lo poco que puede. Cuando el cómico Mike Myers andaba en la buena decidió mojarle la oreja definitiva al subgénero de filmes de espías, esa cancha donde Bond es Maradona. Myers creó a Austin Powers, y sabía que estaba creando la caricatura de la caricatura. Puede que desde que Daniel Craig está en el carnet de 007 todo sea más físico y seriote en un buen sentido, pero el egresado de la academia Bond, Pierce Brosnan, había casi sellado, a fuego autoconsciente, esa mofa nada irrespetuosa y revitalizadora de Bond. El cuadro de situación Bond muestra, entonces, qué titilar leve representó Johnny English cuando en el 2003 quiso jugarle una broma peso mosca a las películas Bond. Aunque a su favor, el chiche nuevo, el factor lavandina para lavar y anular era, por lo menos, interesante: Rowan Atkinson, más conocido por su chiguagueño Mr. Bean, apóstol del humor físico inglés en TV durante los ‘90. A esta altura de las licencia para matar, Johnny English vuelve. El rostro huesudo porta ojos de huevo duro y dueño de cejas dibujadas con marcador indeleble tamaño XL está otra vez explotando su extraño y sutil andar por la comedia física. English, obviamente, es inglés y, obviamente, es un inoperante. Pero hoy queda más cerca del Steve Martin/Inspector Clouseau. Aquello puede sonar mal, pero es uno de los pocos valores del asunto. Muestra al menos un intento por hacer comedia sin abusar de lo metadiscursivo que quiere quedarse simplemente con el vodevil de un torpe que tiene una lapicera lanzamisiles y no debería tenerla. English vuelve, decíamos. Después de haber sido echado del MI7 y de haber fortalecido, literalmente, sus genitales con monjes tibetanos, es recontratado para descubrir un complot creado para asesinar al Premier chino. Atkinson no se traiciona, pero no tiene un lugar donde crecer: la torpeza del director anula hasta los instantes donde Atkinson logra crear un instante con potencia cómica. El humor físico necesita una idea de cine, alguien que sepa filmar la alteración de un uso o un espacio (como la secuencia donde English, a su modo marmóreo, va a la par de alguien que escapa trepando como mono). Johnny English recargado agota su recurso natural Atkinson tan pronto que parece una versión apachurrada de sus propios orígenes y potencias.
El servicio de inteligencia británico puede haber perdido preponderancia en el mundo del espionaje y hasta haber tenido que recurrir a un sponsor japonés ("Estamos espiando para usted", dice el texto publicitario), pero sus autoridades no están tan despistadas como para mandar a Johnny English, el más incompetente de sus agentes, a detener una conspiración que planea terminar con la vida del presidente chino y empujar al caos a todo el planeta. No; si lo mandan buscar al monasterio tibetano donde ha estado recluido después del escandaloso fracaso de su última misión en Mozambique es porque no tienen más remedio. El contacto que han conseguido para poner en marcha su operativo lo exige: no hablará con otro que no sea English. Por supuesto, tiene sus razones. Es lo que se descubrirá al cabo de esta suma de pequeños sketches de enredos -algunos divertidos, otros no tanto- que constituye el endeble guión. La cuestión es que ahí va el eterno aspirante a James Bond con su nuevo dominio de técnicas orientales y su vieja, proverbial e incontrolable torpeza. Con él reaparecen los equívocos de siempre. Porque, entre sus múltiples y curiosas virtudes, English posee la manía de tocar cuantos objetos tiene al alcance de la mano, lo que puede producir, por ejemplo, que decapite a un maniquí, arroje un gato al vacío o pruebe un brebaje que lo convertirá en títere manejado a control remoto. Se dirá que las parodias de 007 son casi tan viejas como el original -que está a punto de cumplir medio siglo- y que para colmo, por lo que se ve, ellas se han actualizado bastante menos que su modelo. O que el personaje de Rowan Atkinson ni siquiera intenta darle a la fórmula alguna vuelta de tuerca. O que a esta nueva aventura -secuela del Johnny English de 2003- le sobran altibajos. Todo eso es cierto, pero también lo es que el humor físico para el que el protagonista está especialmente dotado puede resultar eficaz, que las contorsiones y morisquetas de Atkinson siguen siendo festejadas por los fans de Mr. Bean y que, aunque en un número más bien módico, hay en esta comedia situaciones graciosas y gags logrados, lo que no quiere decir que abunde la originalidad. En algunos casos puede tratarse de referencias deliberadas, como sucede con algunas que aluden a la serie de 007; en otros, lo que cabe sospechar es la pereza del guionista y su buena memoria para los chistes ajenos. Así y todo, hay risas además de paisajes, música y artilugios al estilo Bond. No deja de ser una lástima que algunos recursos hayan sido tan desaprovechados como el locuaz Rolls Royce dotado de infinitas capacidades, y que el ritmo se vuelva tan irregular entre el muy divertido comienzo en el monasterio donde English aprende artes marciales y el efectivo remate final.
Mr. Bean con licencia para matar A comienzos de la década pasada, la gente de la compañía Working Title, siempre en busca de comedias rendidoras (son los productores de Cuatro bodas y un funeral, Un lugar llamado Notting Hill y Realmente amor, entre otras), reflotó una subespecie de los años ’60: la parodia Bond. El inepto superespía del caso sería Rowan Atkinson, quien veinte años más tarde de Mr. Bean mantiene cierto crédito abierto en boleterías. Como era de esperarse –nada más anacrónico que una parodia Bond–, Johnny English se sostenía sobre media docena de gags, y eso era todo. Unos años más tarde y tanto como para engrosar un poco más su abultada agenda (tienen cinco títulos en carpeta para el 2012), Working Title presenta Johnny English recargado. Que en inglés no es recargado, sino renacido. Ni mucho de una cosa ni demasiado de la otra: hasta la cantidad de gags que funcionan se parece a la de la primera Johnny English. ¿Vale la pena reseñar el argumento, cuando todos sabemos que el argumento de una película cómica es siempre una excusa? Pongámosle que vale. Por más que sea el agente más inepto del MI7, por más que la mismísima reina le haya arrancado el título de sir, por más que al presidente de Mozambique le volaran la cabeza por su culpa, el guión decide que sea a Johnny English a quien sus superiores quieran para una misión. Deberá viajar a Hong Kong y contactar a un agente de la CIA (el gran secundario Richard Schiff, en poco más que un cameo), que cuenta con data fresca sobre cierto grupo de magnicidas a sueldo. Johnny va, vuelve y al final terminará viajando a la nevada Suiza, sospechado él mismo (como si de un héroe hitchockiano se tratara) de ser miembro de esa orden criminal, junto con un agente de la CIA y un ex KGB. Se le suman algunos rostros conocidos y otros más o menos hot (una Gillian Anderson morocha, Dominic West –protagonista de The Wire– y la rubia Rosamund Pike) y el preparado está listo para servir. No es que Johnny English recargado sea un desastre. Nadie hace el ridículo acá ni tampoco da para salir corriendo a pedir que devuelvan la plata. El problema es que en una propuesta de este tipo, en la que todo descansa sobre los gags, si éstos no se lanzan a repetición, entre uno y otro la sensación es de tiempo perdido. Y aquí, los gags que valen la pena son una media docena. A saber: 1) cierta esforzada técnica zen, que permite sobrellevar patadas en los testículos; 2) la privatización y esponsoreo de los servicios de espionaje; 3) el experto en balística del MI7, hecho pelota por los experimentos pifiados; 4) el brutal castigo a una pobre abuelita (que después se repite, cuestión de sacarle el jugo); 5) uno estilo Mr. Bean, con Atkinson subiendo y bajando sobre una silla de altura ajustable, en medio de una reunión de altos mandos, mientras a su lado el Prime Minister trata gravísimos asuntos de Estado; 6) el remate de la técnica antipatadas. Si con eso alcanza o no, cada uno sabrá.
Parodia que no da para más El cómico inglés Rowan Atkinson, famoso por su personaje de Mr. Bean, reincide sin gracia en la segunda parte de las desventuras de un agente secreto estilo James Bond. En el año 2003 se estrenó Johnny English, una parodia de las películas de James Bond. Este film ignoraba que hacía más de 30 que se venían haciendo, incluso en la República Argentina. Pero, posiblemente alentados por el éxito de Austin Powers, pensaron que Rowan Atkinson –el famoso cómico inglés que interpretó a Mr. Bean– podía renovar esta clase de comedias, aportando una significativa diferencia. Méritos cinematográficos escasos no le impidieron tener una segunda parte debido a la taquilla de la película. Al agente English esta vez lo van a buscar a un templo budista, en lo que ya es un gag agotado incluso para la comedia. Un trauma por una misión fallida en Mozambique lo ha condenado al ostracismo, pero una nueva aventura le da la chance de reivindicarse y curar esa vieja herida profesional. Ojalá se hubiera realizado esta película con esa intención. Pero lamentablemente ya no estamos ni siquiera frente a una comedia mala, sino, directamente, frente a una película que cuesta reconocer como comedia. El director Oliver Parker, famoso por adaptar clásicos británicos como Otelo, Un marido ideal o El retrato de Dorian Gray, no encuentra el tono adecuado y la mayor parte del tiempo no es fácil reconocer los chistes como tales. Desde los títulos del comienzo –que obviamente parodian las secuencias de títulos de James Bond– vemos que la película tiene un despliegue de producción importante, que hay mucha calidad técnica a disposición de la historia pero aun así es muy poco lo que se consigue lograr. Del humor que hizo a Atkinson popular aquí hay muy poco, apenas dos o tres escenas. La mayor parte del tiempo la película intenta tomar cosas de Austin Powers, del detective Frank Drebin que interpretó Leslie Nielsen en La pistola desnuda y el Inspector Clouseau que inmortalizó Peter Sellers. Pero en la comparación con estos personajes English queda en clara desventaja. Ni la presencia de Gillian Anderson (la recordada agente Scully de Los expedientes secretos X) ni Rosamund Pike, quien supo ser una chica Bond en Otro día para morir, justifican con su trabajo el tiempo que lleva ver esta comedia de acción que no tiene casi nada de comedia y muy pero muy poco de cine de acción. Esperemos estar frente al final de otra franquicia fallida, de esas que no aportan nada y desgastan mucho.
Hay que reconocer un mérito que Johnny English Reborn tiene sobre su antecesora, y es la capacidad para que la acción se desarrolle sin necesidad de largas y tediosas explicaciones. La primera carecía de fluidez natural, cada misión, cada asalto, cada plan del villano, todo estaba previamente interpretado por algún personaje que decidía repasar en voz alta lo que estaban a punto de ejecutar. En esta segunda oportunidad aquello está más disimulado y la historia se desenvuelve mejor, no obstante se trata de una copia fiel a la original, con personajes diferentes pero con situaciones calcadas. El cambio más evidente es en torno a la figura del protagonista. Johnny English es un hombre perseguido por una misión fallida que le costó la vida a un hombre y en la que él fue el culpable, por más vueltas ilógicas que se le de al guión para demostrar que después de todo era inocente. Además dejó de ser aquel torpe agente carente de habilidades que debía mucho de su éxito a la suerte. Ahora, si bien es víctima de sus propias equivocaciones y malos entendidos, se encuentra altamente capacitado y en más de una ocasión supera obstáculos por su talento como espía. De esta forma, lo que nació como una parodia de James Bond pierde en parte su sentido original, quedándose a medio camino entre lo uno y lo otro, entre la acción, que no es mucha, y la comedia, fallida por ser una mera repetición. Rowan Atkinson cosechó una larga carrera como el alter ego de Mr. Bean, rol que emerge de forma innata en cada una de sus interpretaciones. El humor físico, las expresiones faciales, la torpeza acompañada de la suerte, el buen corazón, cada uno de los elementos de su gran personaje forma parte de aquellos papeles menores como el de Johnny English. Si a esto se suma una historia ya contada, se siente como ver la misma película ocho años más tarde. Que el jefe desconfíe, que el bueno en verdad sea malo, que se pueda contar con la bella ayuda femenina y el compañero inseparable, son elementos repetidos que se pueden llegar a tolerar para una comedia de espías. Pero que la historia y las "escenas cómicas" sean las mismas da cuenta de una falta de originalidad que señala a las claras que este es el límite para la saga.
Hace reír si se es fan del actor de “Mr. Bean” En su primer film, el agente Johnny English había evitado que un francés se adueñara de la corona británica, lo que le había valido el título de caballero. Pero ahora, luego de un desastroso e innombrable episodio en Mozambique, English está solo, ha perdido su título y se encuentra exiliado en un monasterio en el Tibet donde practica extrañas variedades de artes marciales. De todos modos lo vuelven a buscar, ya que el M17 lo necesita (el organismo ahora está privatizado y se llama algo así como Toshiba British Inteligence). Es que hay una sociedad de asesinos que acecha al mundo civilizado y, por algún motivo, el único que los puede detener parace ser el ultra torpe Johnny English, que de todos modos antes de entrar en acción debe someterse a un test psicológico aplicado por la ex chica Bond Rosamund Pike. Luego, aunque este agente es un poco más que levemente racista, debe aceptar como pareja a un espía negro (Daniel Kaaluya), para recién ahí empezar la acció propiamente dicha. Aunque, claro, en una película con Rowan Atkinson, más conocido como «Mr. Bean», lo que menos importa es la trama, ya que todo el asunto se trata de una batería de gags que como sucede en estos casos a veces funcionan mejor, a veces peor. En este caso funcionan bastante bien, por momentos mejor que en el film original de 2003, porque, además de las increíbles caras que puede poner este gran comediante experto en humor físico, hay un buen guión que acomoda los elementos a su favor. Empezando por una buena cantidad de gadgets propios de los films de 007, como un lápiz de labio/arma mortal, o un Rolls Royce activado por la voz que da lugar a una serie de chistes sin desperdicio. Por supuesto, como finalmente casi toda la comicidad depende de las extrañas muecas que hace el protagonista, cada espectador debe saber cuál es su punto de resistencia a Atkinson antes de decidir si va a ver esta película.
Ocho años después de su última misión conocida y algunos menos desde que su trabajo como jefe de seguridad de un presidente africano terminara en tragedia, Johnny English vuelve a ponerse a las órdenes de MI7. Contra toda lógica y con la negativa del jefe de la organización, el agente de inteligencia perteneciente al Servicio Secreto de Su Majestad será el encargado de descubrir a los miembros de Vortex, un grupo de asesinos internacionales. Después de meses de entrenamiento en Oriente, English ha renacido convirtiéndose en un nuevo hombre y en un mejor agente… o no tanto. Esta segunda parte del filme de 2003 es graciosa sin necesidad de chabacanerías ni insultos: un poco de humor inglés, incomodidad británica y gags físicos son suficientes. A pesar de ciertos desniveles y notorios baches en el guión -en toda comedia hay chistes que son más efectivos que otros-, una pequeña confusión de identidad provocará las carcajadas más constantes de toda la película. Gillian “Agente Scully” Anderson y Rosamund Pike no son aprovechadas en todo su potencial, pero allí está Rowan Atkinson para dejarnos a todos contentos.
Gracioso y con destreza física Nuevamente el agente Johnny English en carrera. Luego de su problemática misión en Mozambique, y un entrenamiento tibetano que lo reencuentra con su identidad, el servicio británico requiere nuevamente sus servicios. Esta vez "el peligro", la misión tiene un nombre de pila, se llama Vortex, una organización criminal muy sofisticada integrada por agentes secretos británicos. El blanco esta vez sería una alta personalidad del gobierno chino cuya muerte podría poner en peligro la paz mundial. Es el momento de mostrar lo aprendido, más allá de las extravagancias que lo caracterizan, imposibles de disimular. ALGO DESOPILANTE Johnny parte con su nuevo ayudante, el agente Tucker, a Hong Kong. Allí lo esperan persecuciones, intentos criminales varios, una asesina de la tercera edad y ojos rasgados, más toda clase de expertos en artes marciales. Atrás quedaron una encantadora psicóloga que le será de mucha ayuda y la nueva directora del MI7, Pamela, Alias Pegasus, a la que, confundido, casi deja huérfana antes de partir en misión. "Johnny English recargado" es una divertida comedia en forma de thriller de espionaje a lo James Bond, donde se toma en broma las series de super agentes. Los amantes de "Mr. Bean", van a estar satisfechos porque, Rowan Atkinson está francamente gracioso y maneja un humor físico de primera con abundantes secuencias desopilantes que lo enfrentan a expertos en kung fu, carreras en silla de ruedas, ascensos a castillos alpinos y enfrentamientos con la misteriosa Limpiadora Oriental. Mucho despliegue de armas, efectos especiales y hasta una sorprendente escena con la reina de Inglaterra. Película de buen ritmo con un equipo atractivo, Atkinson, el protagonista al que el público puede amar u odiar, a su lado Gilliam Anderson en Pamela del MI17, Rosamund Pike como la dulce Kate y Daniel Kaluuya encarnando al agente Tucker.
VideoComentario (ver link).
Nuevamente el (gran, aunque aquí no se note) cómico Rowan Atkinson hace de un agente secreto más bien paródico y torpe. Nuevamente, los chistes son mediocres, el ritmo es fallido y la trama inexistente. Cine cómico y parodia mal entendidos como una mera acumulación de gags (y muchos encima carecen del timing necesario), este Johnny English resulta uno de los films más redundantes de la actual temporada. Pobre Atkinson (bueno, vaya uno a saber el cachet...).
Balas de fogueo A esta altura hacer una parodia de los films de espías al estilo James Bond, es algo inútil y demodé. Se supone, antes que nada, que una sátira debe servir para reducir algo importante a su modelo más ridículo: el problema es que las películas de James Bond ya son algo ridículas por sí mismas (Austin Powers funcionó porque la sátira iba precisamente por otro lado). Por eso que Johnny English recargado no es sólo una mala película, sino que además resulta curiosa en su tozudez para repetir un concepto que ya no había funcionado cinco años antes, cuando Rowan Atkinson probó con la primera de esta saga (lástima que carezca de algún elemento cinematográfico como para destacarla, por lo que ese empecinamiento ni siquiera puede celebrarse aunque sea por su constancia). Uno supone que donde sí funcionó aquella Johnny English fue en la taquilla y que por eso se retoma la idea, lo que comprueba cómo funciona el peor cine industrial de estos tiempos y que el público se equivoca muchas veces. Otro caso para estudiar es el de Atkinson. Famoso por Mr. Bean, su “personaje” (digamos que English es una variante de Mr. Bean) nunca funcionó en el largometraje. Las dos películas de Mr. Bean y estas del espía del MI7 son comedias pobremente construidas, que no saben cómo hacer cuajar lo de monigote que tiene su protagonista dentro del espacio cinematográfico. Digamos: Atkinson debería economizar recursos en pos de jugar con la puesta en escena, dibujar en dos trazos y poner el cuerpo, utilizar lo slapstick, para volar satíricamente todo por los aires. En contrapartida, el actor prefiere contar historias que requieren de una construcción -por mínima que sea- que excede sus posibilidades. Así, su juego gestual queda totalmente perdido en el marco de una puesta en escena que descree de lo mínimo y apuesta a lo grandilocuente: Johnny English recargado no funciona, precisamente, porque sus escenas de acción son muy flojas y encima tienen la torpeza de minimizar lo cómico. En esta segunda parte, Johnny English está recluido en un templo budista y el MI7 lo convoca nuevamente para impedir el asesinato del primer ministro chino: el tema es que English fue señalado como responsable en el pasado del asesinato del presidente de Mozambique y eso lo obligará a recomponer su imagen ante los servicios secretos. La idea es, básicamente, mezclar un poco del Frank Drebin de La pistola desnuda con el Clouseau de La pantarea rosa, con una pizca de Mr. Bean. Y como muestra incontrastable de por dónde debería ir la cosa, el único momento genuinamente cómico es cuando en una reunión junto al primer ministro inglés, English sube y baja en su silla que acaba de rompérsele. La situación, más el contexto, más la cara del actor (lo gestual es clave en Atkinson) construyen uno de esos momentos graciosos que la película puede contar con los dedos: es un Mr. Bean clásico. El problema es que el film nunca puede fusionar la comedia con la acción: la mayoría de sus chistes carecen de timing, otros son viejos y algunos son directamente malos. Y otra cosa: la construcción de English es deficiente, por un lado es un imbécil de campeonato y por otro, un héroe de acción intrépido y súper inteligente. Eso rompe con el verosímil que, incluso, un producto como este tiene que sostener. Johnny English recargado es mala, y encima por allí andan dando algo de lástima Gillian Anderson y Rodamund Pike. Obvio, si a usted le alcanza con que Atkinson mueva sus cejas o no puede parar de reírse cuando mira sus ojos saltones, bueno, esta es su película. Le aviso que es poco, pero cada uno se ríe con lo que puede.
Un ADN ciento por ciento almodovariano recorre “La piel que habito”. Pero a diferencia de filmes anteriores que hicieron del apellido Almodóvar un adjetivo, en este caso el trabajo del manchego que creó algunas de las mejores películas del cine español, pierde fuerza y da lugar a un relato algo pretensioso. Sus trabajos anteriores tuvieron diferentes proporciones de pasión, amores imposibles, obsesiones, arrebatos, sangre y sexo, y siempre el director mantuvo el pulso firme y logró imponer su talento narrativo a pesar de los desbordes. En este caso son demasiadas las cuerdas que toca y van desde referencias mitológicas, a la actualidad pasando por Frankenstein y apuntes de noticias siniestras. No hay verosimilitud, y no podría haberlo, en un relato como este sobre un cirujano plástico loco con aspiraciones de semidiós interpretado por Banderas. El hombre tiene una historia negra, con una mujer calcinada en un accidente, una hija con fobia social y secretos que espantan que le deparan un guión gótico y que no le teme a los estereotipos del folletín. El, sin embargo, se las arregla para reparar lo que el destino le deparó. A pesar del cuidado diseño de arte, las sutilezas de la fotografía y algunas buenas actuaciones, a lo largo de dos horas sorprende comprobar que el ingenio y la creatividad de Almodovar hubiesen merecido una mejor historia.
Para Rowan Atkinson debe ser muy difícil asumir un papel en donde su personaje no se llame Mr. Bean. Su cara, sin lugar a dudas, es la portación de ese Mr Bean que hemos conocido a través de la televisión y de varias producciones fílmicas. “Johnny English recargado” es el regreso del espía más insólito del servicio secreto del Reino Unido. En esta oportunidad deberá detener a un grupo de asesinos internacionales, antes de que eliminen a un líder mundial y abran la puerta al caos global. El mejor espía del MI7 ha estado puliendo sus increíbles habilidades en una lejana región de Oriente. Pero cuando sus jefes se enteran de que alguien planea atentar contra la vida del primer ministro chino, no les queda más remedio que encontrar al poco ortodoxo agente. El mundo necesita de Johnny English. Hasta aquí la breve sinopsis de lo que se verá a lo largo de cien minutos. “Johnny English recargado” tiene el humor que por momentos nos recuerda a esas producciones que veíamos en los años ‘70. Esta sátira, o parodia, según como cada cual le lea, en la cual se toma en solfa al agente 007, o a las series del Súper Agente 86, quizás despierten sonrisas en niños u adolescentes que no vivieron aquellos antecedentes. No quedan dudas que Rowan Atkinson tiene oficio, y aquí está bastante controlado para no parecerse a Mr. Bean, aunque no puede evitar que su rostro nos recuerde todo el tiempo a aquel hombrecito torpe. Con ritmo ágil, buenos paisajes y algunos gags inteligentes “Johnny English recargado” cumple con la misión de entretener a un público que busca pasar un momento de esparcimiento.
Entré a ver "Johnny English Reborn" con mi hija de cinco años, (crítica invitada) sin demasiadas expectativas. Sabía lo que iba a ver y es exactamente lo que vimos. Por eso la llevé, está en una edad donde se deleita con el humor físico y Rowan Atkinson es un crack para eso. De hecho, por muy correcto y culto que parezca en sus entrevistas, y sus planteos filosóficas discutibles (algún día charlaremos de eso), sigue aprovechándose de su vieja fórmula acunada con el popular "Mr Bean" .Bah, en otros términos, rescatar el humor silencioso y gestual. Físico. Y no me parece mal, está bien reirse un rato (cada tanto) y despreocuparse por seguir cualquier tipo de nudo argumental... Todos necesitamos eso de vez en cuando (o no). El tema es ver si eso basta para justificar el precio de una entrada... El problema en "Johnny English Reborn" (que llega ocho años después de su predecedora) es que no hay mucho por apreciar. Es decir, hay poco que interese, en esencia. Su guión es pobre y está pensado exclusivamente al servicio del lucimiento de su estrella, no se preocupa de contar una historia sino de entrelazar algunas secuencias presuntamente divertidas entre sí con algún delgado (delgadísimo) hilo conductor. Bueno, seamos precisos, cuadros (más que escenas) que presentan, caídas, accidentes, golpes de diversa intensidad, destrucciones, etc. Pocas palabras, mucho de lo otro. Ya sabemos que Johnny Bean (perdón, English), está en los alpes tibetanos. Alli, un grupo de monjes lo rescata con el objetivo de volver a recuperarlo para la práctica activa del servicio. Johnny venía de fracasar estrepitosamente en Mozambique y ahora, luego de un cuidadoso entrenamiento físico y mental (bue, mental...), se lo prepara para regresar a su patria. En Inglaterra, lo esperan con los brazos abiertos (se ve que necesitan imperiosamente personal!!!) y lo asignan a una complicada misión. Para él, hasta ir a comprar el diario es peligroso. El tipo camina y desata problemas por donde vaya. Su misión, para este nuevo MI 7 (la inflación le sumó un dígito parece), será descubrir que se trama Vortex, una nueva organización criminal cuyos miembros parecen conocer bastante del servicio secreto y que planean matar a un importante líder global. La paz del planeta, se ve amenazada y a quién buscamos para protegerla? A Johnny English?? No había alguien más capacitado? No entendemos como un tipo como un director que pintaba bien como Oliver Parker, va perdiendo fuerza, merced a sus malas elecciones. El cineasta responsable de una interesante versión de "The importance of being Ernest" y "An ideal husband" va errando sus elecciones en la industria. Luego dos grandes películas viene equivocando su camino. Qué podía aportarle a "Johnny English Reborn"? No lo sabemos. Aún estamos pensandolo. Lo cierto es que los que esperan cine de aventuras encontrarán un exponente liviano, ideal para la platea menuda. No mucho más. Esta cruza de Mr Bean y James Bond podria ser original, si Rowan Atkinson decidiera que su personajes (el primero) tuviera algún tipo de evolución. Desconozco si es posible, pero si se que se agota a poco de comenzado el film. Sólo aquellos que conforman su legión de seguidores pueden seguirle el derrotero. Incluso aunque haya un par de buenos gags (sobre todo al principio, con los monjes), al rato la película vuelve a repetirse en su dinámica y nada cobra vuelo a lo largo de los 101 minutos de duración. Floja, sólo recomendable para los más chicos de la familia. Quizás, en un futuro cercano, justifique un alquiler en DVD algún domingo de lluvia, en familia (con varios pequeños), no mucho más.
Estamos parodiando para usted. El problema de la secuela de Johnny English es el mismo que el de su antecesora: se saca a Rowan Atkinson del lugar seguro de la cotidianidad que habitaba con Mr. Bean y se lo coloca en una parodia de un género (el cine de espías, la serie James Bond) sin hacerle demasiados ajustes a su comedia. Bean y English se parecen en algo y es que los dos aspiran a ser uno entre los demás, a integrarse con el resto del mundo. Pero, a diferencia de lo que ocurría con el eternamente opaco, misterioso, inquietante e inabordable Mr. Bean, Johnny English es un personaje transparente del que conocemos absolutamente todo: sus deseos, sus metas, sus debilidades e incluso sus fortalezas. English queda delineado y agotado con unos pocos trazos y de allí en más nos reímos de la frustración del agente, de cómo sus acciones siempre están en desfase con sus objetivos y con lo que los otros esperan de él. “English quiere capturar a una asesina china pero ataca a una abuela que tiene el mismo vestuario”; así podrían resumirse casi todos los chistes de la película: English quiere A “pero” B, siempre. Esto no sería tan malo si la película contemplara en su programa algo más que la parodia más chata y aburrida. Johnny English recargado es apenas una burla de rutina aplicada sobre los lugares comunes más comunes del género a lo Bond: romance, autos de lujo, chicas despampanantes, gadgets, villanos exóticos. La operación básica de Oliver Parker es romper el género con pequeños desplazamientos pero sin llegar nunca a subvertirlo o a ponerlo realmente en crisis. No es necesario que la parodia sea subversiva o tenga como fin desmontar de arriba abajo el género con el que trabaja, cierto, pero tampoco que se convierta en una risa cómoda y repetitiva que se construye únicamente sobre convenciones no respetadas de manera tibia. Jonhhy English descansa sobre dos pilares: la parodia facilonga y la comedia deforme de Rowan Atkinson. Digo deforme porque el inglés hace humor no solo con el eterno desacuerdo en relación con la humanidad toda sino también con la plasticidad de su cara y de su cuerpo que se torsionan, giran, rompen, tensionan y demás violencias y mutaciones físicas. El problema es que esa deformación está al servicio de una premisa básica: el protagonista quiere ser como los otros pero no le sale. Es decir, que sabemos lo que quiere, podemos entenderlo y hasta identificarnos con él. Acá es donde se vuelve importante la comparación con el personaje que hizo famoso a Atkinson (al menos en nuestro país); nunca sabíamos qué era lo que buscaba Mr. Bean, intuíamos que tenía que ver con la adecuación a las normas sociales, con poder convivir con sus compañeros de especie, pero nunca accedíamos a sus verdaderos anhelos. Eso era lo que hacía de su personaje algo (una cosa, un ente, un monstruo) tan atractivo e irritante a la vez: nunca terminábamos de descifrarlo, Bean era siempre una incógnita. En cambio, y sin cambiar demasiado el tipo de comedia física y el desajuste que realizara con ese personaje, en la película de Parker Atkinson repite tics y actitudes de Bean pero dejando ver su psiquis, sin guardarse nada. English no causa gracia porque no inquieta, porque cuando lo conocemos un poco ya sabemos lo que va a hacer, podemos anticipar sus movimientos y sus errores. Entonces, la fórmula de Johnnie English podría resumirse más o menos así: personaje previsible y con pocos recursos humorísticos más parodia rutinaria y cómoda que se queda en el chiste fácil y correcto. Igual que la empresa que en la historia se dedica al espionaje de manera abierta y pública y ofrece sus servicios a la población (el eslogan es: “estamos espiando para usted”) convirtiendo la profesión en un servicio accesible, cómodo y sin misterios, la película de Oliver Parker hace algo similar con sus materiales: toma la parodia y la vuelve una operación de rutina, fácil, que se queda en la mera burla tímida de las convenciones más populares.
Del mismo modo que hay un axioma que dice: “Segundas partes nunca fueron buenas”, se encuentra tangencialmente otra que nos avisa: “Siempre hay una excepción a la regla”. En este caso no solamente esta segunda parte es buena, sino que además es mejor que la primera. Es verdad que no hay demasiados cambios estructurales, sigue siendo un comedia paródica, en el sentido de ser una imitación burlesca de otras que se consideran como “serias”, pero al mismo tiempo se puede descubrir puntos de contacto con otros filmes del genero, pero más como “robo” que como “copia”. Desde el relato situar a un personaje, sea policía, agente secreto, espía, desahuciado por su grupo de pertenencia y por sus jefes, que al mismo tiempo les resulta necesario para resolver una situación, es a las claras muy similar a los que le sucedía al inspector Clouseau, interpretado por el genial Peter Sellers, en alguna de la saga de “La pantera rosa”, principalmente en “La pantera rosa ataca de nuevo” (1976). Entre otros aspectos, la construcción del personaje esta mejor diseñado, y hasta se podría decir que el cambio de responsable en la dirección y de los guionistas fue favorable. Rowan Atkinson está mejor dirigido, no se presenta como en la primera versión, del año 2003, como el Mr. Bean en un papel de espía, con todo lo que eso significa, menos morisquetas faciales, en menor medida se recurre al recurso de hacer reír por la cara de tonto que pueda poner el actor. Si bien no deja de ser un personaje constituido desde el humor físico, tener un director que marque pautas rígidas de actuación benefició no sólo al actor, sino asimismo al relato, esto también esta sostenido por lo creíble y bien pergeñado que están colocados los personajes que rodean al súper espía. En relación al guión, hay varios guiños interesantes y referenciales a otros textos, a saber la cabeza del M17, ya no es un hombre, al igual que en James Bond el jefe es mujer, M (Judi Dench), aquí cumple similar cometido Gillian Anderson como Pegaso, que hace irremediablemente que pensemos en el caballo alado de la mitología griega. Hasta podría, debería, profundizar sobre este hecho. No creo que sea casual el nombre del personaje, ni tampoco se podría dejar de lado el origen del nombre, el famoso caballo alado es fruto de la sangre de Medusa, cuando Perseo le cortó la cabeza. El grupo enemigo tiene por nombre “Vortex”, que vendría a ocupar el lugar de “Caos” en el filme “Súper Agente 86” (2008), pero Vortex es un aparato “agitador” y su misión es desestabilizar el “orden” mundial”., o sea producir caos. También aparece el temible cazador ingles Quatermain, personaje de ficción del siglo XIX que recorría África durante sus aventuras, pero aquí lo hace en silla de ruedas. El relato entonces se ciñe a darle la posibilidad de resarcimiento a nuestro héroe, que después de estar exiliado y olvidado por varios años, es recuperado para esa misión. Todo termina por ser una excusa para producir gags, la mayor parte de ellos previsibles o gastados., pero bien resueltos e instalados en el momento justo.
El agente que vino del ridículo Una especie de pacto no firmado se establece cada vez que un capo cómico es la figura exclusiva de una producción cinematográfica. Tiene carta blanca. No importa lo que haga, lo importante es que ocupe la pantalla la mayor cantidad de tiempo posible. La película es una excusa para verlo a él y casi daría lo mismo que no existieran los otros personajes y la historia que los contiene. En el caso del actor inglés Rowan Atkinson, conocido por su personaje Mr. Bean, basta un primer plano de su cara para que se produzca el efecto deseado: esa media sonrisa básica con la que un comediante empieza a ganarse la simpatía incondicional del público. Atkinson es un actor físico, con la más perfecta fisonomía de estúpido que una combinación genética le puede conceder a una persona. Si causa gracia sin mover un músculo, cuando guiña un ojo provoca un terremoto de carcajadas. Es un verdadero artista de la morisqueta. No afectado y genial, como Jim Carrey, por ejemplo, que se deforma a sí mismo para hacer caras diabólicamente cómicas, sino simplemente dotado de un sentido del ridículo natural, casi elegante en su absoluta falta de habilidad. Eso es lo que viene en el envase de Atkinson, ya está ahí antes de que se apaguen las luces de la sala. Pero claro, junto con él, también hay una película y, en este caso, con una fórmula probada: la del agente secreto torpe y despistado, héroe involuntario, siempre a punto de hacer estallar todo a su alrededor. Johnny English es el negativo de James Bond, su gemelo idiota. Y en esta versión 2011 (la anterior data de 2003), ha pasado varios años expulsado de los servicios secretos ingleses tras una tremenda equivocación que implicó la muerte del presidente de Mozambique. Fue mandado a Tibet para reestrenarse. Ya en el convento budista, en las primeras secuencias difundidas en los avances, Atkinson debe afrontar una serie de situaciones inocurrentes, que sin embargo rozan lo sublime sólo porque él las interpreta. El resto del guión de Johnny English recargado no es menos previsible y carente de ingenio, casi a tono con el coeficiente de inteligencia del agente. Hay alguna que otra prueba de fina ironía inglesa, como que el servicio de inteligencia británico sea gerenciado por una multinacional japonesa, pero lo mejor siempre se concentra en las escenas en que Atkinson parece epilépticamente inspirado por los dioses de la risa.
Diversión Descargada Jhonny English Recargado marca la vuelta del espía más disparatado del servicio de la reina, que en esta ocasión retorna con mejor producción y con algunos aspectos más pulidos en cuanto a acción y humor, pero que no le alcanzan para conformar una buena parodia del 007. Rowan Atkinson es lejos lo mejor del film, pero da la sensación de estar desperdiciado en una trama que no está bien elaborada y que no aporta nada interesante a la gran pantalla. La jefa que lo odia, la espía que está secretamente enamorada de él, el villano... no hay nada original o disparatado en ese sentido, y esto creo es el mayor pecado de la historia. Seamos sinceros... ¿cuántos piensan "Qué groso! Se estrena la nueva de Jhonny English... Hay que ir a verla!"? En el mundo no deben ser muchos.. y en Argentina menos. Creo que los productores (si logran salir bien parados de esta) tienen que reinventarse radicalmente ofreciendo algo que impacte, que explote lo mejor de Atkinson y deje de mostrar historias pedorras que están quemadas hasta las cenizas. Tiene algunos momentos muy divertidos que salvan la imagen del actor principal, pero eso no es suficiente para ofrecerle al espectador un entretenimiento de calidad que valga una entrada al cine. El director Oliver Parker es un tipo que ha dirigido películas tan disímiles como Othelo y Dorian Gray por el lado de las aceptables, mientras que por otro lado también ha sido el responsable de bazofias como St. Trinian's 1 y 2 (películas que uno nunca debe ver)... Jhonny English Recargado vendría a ubicarse en un punto medio de calidad entre los trabajos de Parker. Si son muy fanáticos de Rowan Atkinson o de las parodias, quizás disfruten de algunas escenas y en el redondeo final no sientan que perdieron 101 minutos de su vida... sino ni se gasten.
El agente secreto más incompetente En los años 60, la irrupción del agente secreto James Bond (indivisiblemente asociado por entonces con la figura de Sean Connery) generó la aparición de una serie de parodias o de imitaciones de la exitosa serie de filmes basados en las novelas de Ian Fleming. Desde el querible Super Agente 86, pasando por James Coburn en la piel de Flint (peligro supremo) hasta el burdo James Tont encarnado por Lando Buzzanca, fueron muchos los personajes que, desde el sesgo del humor, recrearon las aventuras del agente con licencia para matar. No podía faltar, por cierto, la caricatura generada en la propia patria de 007: así nació Johnny English, una excusa más para que Rowan Atkinson repita la gesticulación y el humor físico que tan buenos resultados le dio en el personaje de Mr. Bean, ese clásico del humor televisivo. El personaje protagonizó un filme de 2003, dirigido por Peter Howitt, y no aportó otra cosa que lugares comunes alrededor de la idea de un agente secreto sumamente torpe y despistado, permanentemente convencido de que es el mejor en su especie a pesar de que las cosas no pueden salirle peor. Exactamente lo mismo es lo que se plantea en esta secuela, ocho años después; English está reencontrándose consigo mismo en un monasterio en el Tibet. Hasta allí van a buscarlo sus superiores y le asignan una misión compleja y decisiva para el futuro del planeta; desde luego que, como toda la platea ya sabe, English hilvanará un desaguisado tras otro mientras, casi de casualidad, va desentrañando el complot que investiga y que, aun a pesar de su torpeza, terminará por desbaratar. Hay todo un público que disfruta de las morisquetas y del falso aplomo que muestra Atkinson en sus personajes: a ellos está dirigida la película, sin otra alternativa que enhebrar una serie de situaciones para el exclusivo lucimiento del personaje (y del actor). No hay mucho más en este filme, cuyos recursos humorísticos se ven notoriamente envejecidos.
Divertido film de esta mezcla de 007 y Mr. Bean Johnny English ha fallado en su última misión cuando debía cuidar al primer ministro e un país africano y el mismo fue asesinado, casi en sus narices. Es por eso que se ha retirado a hacer meditación, yoga y artes marciales a un templo en el medio del Tibet. Pero algo está pasando ya que un trío de mercenarios está programando algo para matar al premier chino. Es por eso que Pegasus, la jefa del MI7 a decidido llamar a English para que averigüe quienes son esas tres personas y como piensan llevar a cabo el atentado. Claro que si esto fuera una película del James Bond uno estaría esperando mucha acción, y si fuera una parodia uno esperaría un gags atrás del otro. “Johnny English recargado” tiene toda la acción de un film de 007 con el humor y los gagas de una película cómica o, dado el protagonista, una de Mr. Bean. Es que Rowan Atkinson corre con la desventaja de haber realizado un personaje muy fuerte, sin embargo aprovecha para que esos gestos reconocidos no falten pero que no le quiten una personalidad especifica a este “seductor” e “inteligente” agente secreto. En eso se basÓ el éxito de l primer, y en eso está el gran acierto de esta segunda película de la saga. Seguramente, y si siguen con guiones consistentes y buenos directores como en esta, tendremos Johnny English para rato.
¿Es posible que un filme terrible tenga secuela?. Así es, y Uwe Boll es la prueba viviente de ello. No importa la critica, no importa la escasa afluencia de público... si al final los números dan alguna ganancia, el pudor se guarda en algún lugar (escondido de la luz del Sol, por supuesto) y uno sigue adelante por culpa del vil metal. Johnny English (2003) fue una parodía del género de espías que llegó muy tardía, y posiblemente haya sido un intento inglés de ocupar el cetro que había dejado vacante la saga de Austin Powers. A mi juicio era un engendro que bordea lo intragable - nunca pude superar los 15 minutos iniciales del filme -, pero a los productores le debe haber dejado algún dinero. Ahora - 8 años después! - llega la secuela, la que está algo mejor pero no termina de ser una comedia decente. Es posible que el tema pase por el ego de Rowan Atkinson - a final de cuentas, el capo cómico es un amante de los autos veloces y posee incluso hasta un fórmula 1 en su colección privada, razón por la cual le gustaría protagonizar su propio film de aventuras -, o por productores inescrupulosos que compraron la franquicia y decidieron exprimirle algún dolar más... vaya uno a saber. La primera Johnny English venía con la particularidad de haber sido escrita por los libretistas actuales de la franquicia Bond - Neal Purvis y Robert Wade -, lo cual no es garantía de nada: escribir prolijamente aventuras de 007 no los convierte necesariamente en expertos en comedias, y la prueba está en que todo el mundo repudió la primera película. Ahora tenemos esta secuela, la cual no es exactamente una pelicula barata - hay despliegue de producción y abundantes escenarios -, que tiene un par de momentos tibiamente cómicos y nada más. Es larga - a los 50 minutos ya se resolvió el 90% de la trama... y aún le queda una hora por delante -, insulsa y fronteriza en lo aburrido. El problema es que el guión no sabe hundir el cuchillo en la potencial sátira que subyace bajo toda la historia. La idea de un Toshiba Mi7 - un servicio secreto inglés privatizado y adquirido por corporaciones japonesas - es hilarante, pero no pasa de ser un gag visual de 5 segundos. Rowan Atkinson como una especie de espia zen entrenado por monjes tibetanos es una idea explotada en los 10 minutos iniciales - que probablemente sean los mejores del filme -, y después abandonada sin demasiados remordimientos. El resto es un reciclado de escenas y persecuciones propias de la franquicia 007 - hay otro encuentro en un club de golf a la Goldfinger; hay otro climax en los alpes suizos como Al Servicio Secreto de Su Majestad; hay una persecución con Alfa Romeos negros, tal como en Quantum of Solace; etc -, algunas con más gracia que otras, pero ninguna es demasiado cómica que digamos. La conspiración es tonta e insípida, y los personajes secundarios tampoco ayudan - Rosamund Pike es un hermoso florero que prácticamente no tiene cabida en el relato; y la britanizada Gillian Anderson (Scully!) parece una momia con peluca morocha, exhibiendo un horrendo acento inglés y dando vergüenza ajena en un papel inmerecido -. Si puede evitarla, se hará un favor. Johnny English Recargado es pobre en ideas y risas, y sólo se justifica verla cuando la pasen gratis por el cable... y si no hay otra cosa mejor, siquiera en el Canal Rural.