Una villana como antiheroína Desde ya que se veía venir a kilómetros de distancia que la sutileza y aquel terror gótico de La Huérfana (Orphan, 2009), del realizador catalán Jaume Collet-Serra, desaparecerían en ocasión de su demorada continuación, en este caso una precuela, La Huérfana: El Origen (Orphan: First Kill, 2022), a cargo del norteamericano William Brent Bell, no tanto por la insistente mediocridad del susodicho sino por el simple hecho de que sería fundamental intentar “otra cosa” debido a que la sorpresa de antaño se evaporó, nos referimos a aquella magistral revelación del opus original de que Esther (Isabelle Fuhrman), la dulce huerfanita rusa de nueve años que había adoptado el ingenuo matrimonio de John (Peter Sarsgaard) y Katherine Coleman (Vera Farmiga), en realidad es una mujer llamada Leena Klammer de 33 años proveniente de Estonia que padece hipopituitarismo, un trastorno hormonal que atrofió su crecimiento físico y le provocó un enanismo proporcional al punto de que le sirvió de camuflaje para cometer robos y la friolera de siete asesinatos probados, incluida toda la familia previa que la adoptó mientras simulaba ser una niñita. La decisión del mainstream yanqui de viajar hacia el pasado tiene que ver con el desenlace del estupendo trabajo de Collet-Serra, cuando el personaje de Farmiga mataba a Esther/ Leena, dejándole todo servido a los productores de turno para que retomen la fase iniciática del derrotero psicótico de la ninfa haciendo énfasis en esa parentela aludida en la obra del 2009, aquella que le regala la falsa identidad desde el vamos, los Albright, unos ricachones del Estado de Connecticut que denunciaron la desaparición de la tal Esther Albright cuatro años atrás. El vuelco del guión de David Coggeshall, basado a su vez en una trama original de Alex Mace y David Leslie Johnson-McGoldrick, aquellos responsables de la historia del convite original, está orientado hacia lo camp tácito/ no explícito y una conjunción en cuanto al tono general entre el cine de terror ochentoso y las faenas de la Hammer Productions, amén de recurrir a latiguillos infaltables del ecosistema de las secuelas como por ejemplo deslizar el foco de interés desde las víctimas, los burguesitos de turno que tienen la desafortunada suerte de cruzarse con la señorita, hacia la propia estafadora, homicida y experta en la manipulación, o el ardid narrativo de reconvertirla en una especie de antiheroína a fuerza de situar a su alrededor personajes repugnantes en serio que por supuesto son los privilegiados blancos promedio que se piensan que pueden salir impunes de cualquier cosa, secundarios que sirven para comparar la soberbia del clasismo contemporáneo con la eterna gesta de supervivencia de la “no mocosa” -a la que hoy acompañamos en cada uno de sus pasos- en pos de no ser descubierta, arrestada y aquí hasta asesinada en plan de tapar evidencia de crímenes anteriores. Leena arranca la historia estando confinada a un instituto psiquiátrico de Estonia en 2007 y logrando escapar del lugar para pronto hacerse pasar en Rusia por Esther, cuya foto como desaparecida está on line. Los progenitores de la nena son Tricia (Julia Stiles) y el pintor Allen Albright (Rossif Sutherland, hijo de Donald), una pareja que asimismo tiene otro hijo, el adolescente Gunnar (Matthew Finlan), y que la acepta como su hija perdida sin demasiadas preguntas dentro de su bella mansión en Darien, Connecticut. La Huérfana: El Origen es más exagerada e incoherente que la epopeya previa aunque igual de entretenida y dinámica, proeza que no es menor porque el modesto suspenso se mantiene en todo momento y supera escollos como el detalle de que las autoridades rusas y norteamericanas jamás se molestan en tomarle las huellas a la chiflada para comprobar su identidad hasta que finalmente lo hace -y para colmo a escondidas- el que fuera el detective encargado de encontrar a la purreta perdida, Donnan (Hiro Kanagawa), el cual termina acuchillado y con balazos luego de robar un disco de vinilo de The Glory of Love (1964), de Jimmy Durante, que fue toqueteado por la muchacha. Es a partir de esta secuencia, la del asesinato del oficial asiático, que el film se pone mucho más interesante porque abandona el recurso de duplicar el periplo del primer film en formato de slasher para abrazar, en cambio, un desvarío sutil pero bastante socarrón -considerando el nivel mojigato/ pulcro/ conservador estándar del cine actual- a través de la rauda demonización de Tricia y de su vástago mayor, ambos cómplices en eso de hacer desaparecer el cadáver de la verdadera Esther después de que el segundo la matase en un arrebato sádico en circunstancias nunca aclaradas del todo. Así como la realización retoma el trasfondo pedófilo e incestuoso de antaño, hoy nuevamente mediante la fascinación de Leena con el macho de la casa, Allen, en esta ocasión resulta bienvenida la idea de convertir a Tricia en una arpía que le refriega en la cara a Klammer que ella sí puede tener sexo con el hombre y al púber en un engendro que la discrimina por su enfermedad y su quid de inmigrante, fugitiva y paciente mental. Vale aclarar que si la faena llega a buen puerto se debe mucho más a la excelente labor de Fuhrman, la cual viene de la estupenda La Novata (The Novice, 2021), ópera prima de Lauren Hadaway, actriz que es reemplazada en las tomas de espaldas y desde lejos por dos dobles, Kennedy Irwin y Sadie Lee, que al desempeño apenas correcto de Bell, quien junto a su director de fotografía, Karim Hussain, exagera la luminosidad y los filtros nebulosos a lo largo del metraje, herramienta visual -propia de una realidad trastocada- que bien podría haberse relegado a las escenas introductorias en el manicomio de Estonia. Incluso con su inoperancia habitual y falta de ideas a escala discursiva, lo hecho por el realizador en La Huérfana: El Origen, un supuesto especialista en terror que no pasa del nivel de los otros mercenarios sin talento detrás de cámaras de hoy en día, le alcanza para empardar a la que hasta este momento había sido la única propuesta digna de toda su trayectoria, El Niño (The Boy, 2016), ya que el resto de su producción artística deja bastante que desear, recordemos las lamentables Sobreviviendo (Stay Alive, 2006), Con el Diablo Adentro (The Devil Inside, 2012), Inhumano: La Leyenda Renace (Wer, 2013), Brahms: El Niño II (Brahms: The Boy II, 2020) y Oscura Separación (Separation, 2021), un bodrio más insufrible que el otro. Se hace muy evidente que el perfil alto del opus que nos ocupa -y las expectativas acumuladas por los trece años transcurridos- obligaron a los involucrados a no decepcionar al público y construir un producto ameno que por supuesto no consigue sustituir la sorpresa del pasado con la sorpresa del presente aunque por lo menos se esmera y sabe delirar con elegancia…
Luego de casi 13 años vuelve a la gran pantalla un personaje que se volvió de culto. Basado en detalles de un caso real, el film vuelve a poner a Isabelle Fuhrman en la piel de la pequeña niña homicida.
“La huérfana: el origen” revela secretos de Esther, una asesina que interpreta un papel peligroso para ser adoptada y manipular familias enteras. Lamentablemente, esta entrega no está a la altura de las circunstancias.
La huérfana: el origen (Orphan: First Kill, 2022) es una precuela de La huérfana (Orphan, 2009). El film original lo dirigió Jaume Collet-Serra y este precuela William Brent Bell. Por supuesto que es una precuela y una secuela a la vez, por haber sido realizada después de la original. Pero en la línea cronológica está antes esta historia. Pero lo realmente interesante de esta película es la alegría con la que se lanza hacia el delirio desde el vamos. Isabelle Fuhrman es la única actriz que trabaja en ambas películas y, como todos saben, es la huérfana del título. Si no han visto la película pueden dejar de leer acá, pero si ya la han visto o si jamás desean hacerlo, pueden seguir. Isabelle Fuhrman es, en la película del 2009, una mujer de treinta y tres años que, debido a una condición muy particular, tiene el aspecto de una niña de nueve años. En realidad tiene que ocultar parte de su condición de tal, lo que trajo a los guionistas originales muchos problemas y fallas de guión que se resuelven, aunque sea en parte, en esta precuela. Pero con la misma seguridad con la que resuelven esos puntos, se meten en mil delirios nuevos en una película que se jacta de su falta de credibilidad. Empezando porque su protagonista, que al filmar la película original tenía diez años y en la precuela veintitrés (se filmó en el 2020). El truco de la original era que finalmente era adulta, acá ya es adulta y nos quieren convencer de que es una niña. Hay efectos digitales para hacerla niña y muchos otros trucos y dobles, pero ninguno funciona ni por un instante. Es como si Macaulay Culkin hubiera filmado una precuela de Mi pobre angelito trece años después. La idea de ocultar la edad funcionaba en la película original pero no tiene sentido en esta. Aún así, o tal vez justamente por eso, la historia asume su locura, continúa el humor negro de la original y sorprende con algunas vueltas de tuerca. Todo es extremo y sin lógica, pero su locura es tan grande que se vuelve más atractiva que el promedio de las películas del género. La locura del personaje se vuelve la locura de todo el relato y hay que entregarse al show. Juega al borde y sale ganando.
Volvió en forma de fichas En este época, para bien o mal, desde hace varios años vienen trayendo historias y remakes de películas que tuvieron su éxito moderado en el pasado. Ya lo vimos con sagas de Chucky, Predator, La Familia Addams, IT, entre otras más. Sin ser menos, la nueva película de William Brent (The Boy, Stay Alive) trae y revive la historia de Esther, la extraña mujer que padece de una enfermedad y condición física que le hace parecer una niña de trece años por toda la vida. Es una precuela de la película del 2009 donde aparecían Vera Farmiga y Peter Sarsgaard como los padres adoptivos de esta presunta niña que resulta ser una psicópata que busca robar las casas de sus víctimas y generar muchas tensiones con los padres, debido a su deseo sexual no resuelto por su condición fisica, hechos que desencadenan en asesinatos y escapes improvisados. Esta nueva entrega nos devela el pasado de Esther en un hospital psiquiátrico de Europa del este donde logra escapar y muestra rasgos artísticos, desde la pintura hasta el engaño. Abriendo su paso mediante elipsis que dejan mucha información al azar, una familia cuya hija fue secuestrada años atrás, ahora resulta que dan con ella y su parecido con Esther es muy conveniente para la trama. La niña-mujer psicópata aprovecha esta situación y la madre de la familia viaja a buscarla. Hasta este punto, Esther ya mató a un hospital entero y la policía no da con su paradero, siendo que personas como ella hay una sola. Sí, raro. Ya en Estados Unidos se reencuentra toda la familia y el más feliz es el padre; la madre y el hijo mayor también muestran contento, pero donde abundan sonrisas también esconden muchos secretos. En conversaciones y situaciones muy poco familiares, culpa de un guion muy poco orgánico (como si los escritores no hubiesen tenido infancia), la historia continúa y Esther aprende cómo ser y actuar esa hija perdida que fue secuestrada hace años. Mientras, revisa la casa en busca de objetos de valor, se revelan sentimientos por quien dice ser su padre. Recordemos que Esther no es una niña sino una mujer de 30 años por lo que su atracción estaría justificada. Cuando la película toma mayor suspenso es porque la madre «descubre» que es una mujer y no su hija, dato que cambiará el contexto de la relación con todos y donde el eje de suspenso se mantendrá. Ahora bien, este punto es favorable dado que como espectadores ya tenemos esa data y se juega con el suspenso todo el tiempo, pero los agujeros en la trama hacen que uno repiense y no entienda por qué pasan las cosas que pasan. A la historia, además de ser muy predecible, le falta un pulida de guion importante pero compensa, por decirlo de alguna manera, en el juego de cámaras y puesta en escena que se utiliza. Las pinturas que muestran otra cosa usando luz ultravioleta es muy bueno. Culminadno, la película tiene fallas y no es un punto de vista subjetivo; sí revive una trama que funcionó en 2009 y puede que haya más de esta entrega con el tiempo debido a cómo funciona la industria al día de hoy. ¿Es recomendable? Si la vez entre amigos para pasar el rato, indudablemente, las risas no van a faltar. *Crítica de Agustín Boero
Bienvenidos a una de esas guilty pleasures instantáneas, en donde se cuenta cómo se originó ese fenómeno en el que una mujer terminará por dañar las vidas de los demás, hasta, claro está, se tope con un rival a su altura.
No importa si se trata de películas románticas, dramáticas, de acción o de suspenso. La mayoría de las veces, queremos ver producciones elaboradas y complejas de nuestros géneros preferidos. Por otro lado, hay días en los que estamos tan cansados que preferimos un largometraje simple, que no nos haga elucubrar demasiado. Esto se hizo moneda corriente entre los nuevos directores de terror, lastimosamente obligados a apuntar al público que prefería ver una película que asuste poco para entretener una pijamada más que otra cosa. En ese contexto penoso se encontraba el género allá por el 2010, cuando Jaume Collet-Serra apareció con una idea que atrajo tanto al consumidor de terror casual como al habitual. Una huerfana llamada Esther, mucho menos desamparada de lo que parecía en un principio, llegaba a las pantallas grandes para convertirse en la mediadora del cine pochoclero y el cine culto. Trece años más tarde, Esther vuelve en un intento de contar su historia de origen. Como varios esperabamos, esta precuela intenta subsanar todos los agujeros de guion que descuajeringaban a la casi perfecta primera película. Dichos problemas se esclarecen, pero con muy poco disimulo. De repente, absolutamente todo encaja. Esther puede con todo, escapa de todo, se salva de todo, y nadie parece lograr hacerle frente. Ese personaje misterioso, lleno de contradicciones y debilidades que brilló en la primera película, se convirtió en un peligro imparable. Pensarán que no se le puede pedir mucho a una película de terror pochoclera pero, como mencionamos, ‘Orphan’ tenía su grado interesante de complejidad. ‘Orphan: First Kill’ se arriesga a tomar todas estas decisiones a conciencia, para darle total protagonismo a su as bajo la manga. Esta vez, la película no se focalizará tanto en la egocéntrica Esther, sino en la familia que la acompaña. Nadie se espera la vuelta de tuerca que la cinta tiene para ofrecer. Tanto así, que la sorpresa de la historia dejará descolocado a más de uno. Es ahí donde la película se convierte en una comedia, una sátira, una de humor negro y hasta de acción. El problema es que pierde su intención primaria: ser una película de terror. Entonces, si son de esos que en el 2010 eligieron ver ‘Orphan’ como plan para asustarse un poco en su juntada con amigos, ‘Orphan: First Kill’ es hasta mejor opción que su predecesora. La película decide abadonar la oscuridad con la que se había teñido a la personalidad de Esther en un primer momento, y la convierte en el personaje secundario de una historia que toca todos los géneros cinematográficos modernos, menos el terror.
En 2009 se estrenó «La Huérfana» («Orphan», en su título original), un thriller de suspenso con tintes de terror que nos ofreció una historia entretenida e imprevisible con un giro que logra sorprender y con una niña protagónica que hace un gran trabajo para componer a un personaje complejo. Como sucede últimamente con cada película que alcanza cierto éxito, llega a las salas su precuela «La Huérfana: El Origen» («Orphan: First Kill») para ahondar en el pasado de la protagonista. Lena (Isabelle Fuhrman) consigue escapar del psiquiátrico ruso en el que estaba recluida por ser peligrosa y viaja a Estados Unidos, haciéndose pasar por la hija desaparecida de una familia adinerada. Sin embargo, las cosas no serán como ella esperaba y le costará un poco más adaptarse a su nuevo entorno. Tal vez a priori podríamos decir que esta película era bastante innecesaria, porque la original cerraba de buena manera y no era tan esencial ahondar en el pasado del personaje, pero el resultado final tampoco se siente como un producto desperdiciado o que no vale la pena ser visto. Lo que sí encontramos es que «Orphan: First Kill» no nos aporta nada demasiado nuevo en cuanto a la vida de la protagonista. Su origen ya estaba bastante explicado en la película anterior e incluso acá hacen un repaso de eso al principio por si alguien se incorpora a la franquicia recién ahora. Solo se ahonda en la historia de la familia que convivió con ella anteriormente antes de llegar al orfanato, pero de todas maneras la trama resulta ser interesante. Al igual que su antecesora, nos sorprende con un giro inesperado e impactante, que pone el juego propuesto a otro nivel. Esto tal vez es un poco más inverosímil, descabellado o rebuscado, pero efectivo y entretenido. La dinámica entre Esther y su «madre» está muy bien construida, generando tensión, intriga y suspenso; clima que mantiene a lo largo de todo el film, con algún que otro sobresalto pero sin tener demasiados elementos de terror. Incluso, por momentos apela un poco al humor por esta trama más absurda que nos presenta. A pesar de que sabemos cómo termina la familia por la cinta anterior, es imprevisible cómo puede llegar a desarrollarse todo. Una de sus cosas a favor es que no busca emular la misma fórmula con la que consiguió conquistar al público, sino que apuesta por algo nuevo. Asimismo, debemos destacar el trabajo del elenco, principalmente el de Isabelle Fuhrman, que nuevamente se pone en la piel de su personaje, esa mezcla entre una psicópata y una niña buena; y Julia Stiles, quien hace de su madre, y nos irá revelando varios secretos atractivos durante la historia. El resto de los personajes acompañan bien aunque no tienen un desarrollo demasiado profundo. Una de las grandes preocupaciones era cómo iban a hacer para que la actriz principal, que ahora tiene varios años más que en el largometraje de 2009, protagonice una precuela, más allá de que el giro de la trama de ese entonces podía justificar esta cuestión. Lo que vemos en «La Huérfana: El Origen» está bastante bien resuelto, principalmente en cuanto a la estatura de la protagonista, que a partir de la posición de las cámaras, el uso de dobles y las distintas tomas nos hacen sentir que estamos en presencia de una niña. No así demasiado los primeros planos a su cara que se nota esta diferencia de edad y es más difícil mantener esa credibilidad. La fotografía por momentos se siente medio rara, como con una niebla que está presente en varias secuencias del film. La banda sonora acompaña de buena manera este clima de suspenso y tensión. En síntesis, si bien «La Huérfana: El Origen» podría ser innecesaria y no aporta nada demasiado nuevo para la historia previa de la protagonista, resulta ser una película entretenida que nos sigue ofreciendo giros imprevisibles e impactantes y un buen trabajo de interpretación por parte del elenco. A pesar de algunas cuestiones técnicas que no terminan de cerrar, el roce con el absurdo y la poca profundización de ciertos personajes, la trama consigue valerse por sí misma para ofrecernos un producto logrado.
Muñequita brava. Pasaron 13 años del estreno de la primera entrega centrada en una niña huérfana de 9 años, que era adoptada, pero lo cierto era que no sólo se trataba de una adulta con un problema de crecimiento (hipopituitarismo) sino que se volvía una pesadilla para sus adoptantes. Isabelle Fuhrman, la actriz que le da vida a la protagonista, era preadolescente para aquel entonces por lo que una precuela más de 10 años después se me hacía extraño. El nuevo director William Brent Bell tuvo el ingenio de utilizar efectos prácticos para que Fuhrman, con casi 25 años, se viera como niña. ¿Cómo? Con tomas de dobles infantiles en el cuerpo, con el resto de los personajes adultos usando plataformas y con Fuhrman empleando sólo su cara. Podría haber sido peor el resultado, que la actriz pareciera una suerte de Chavo del 8 asesino, pero por suerte la entrega no falló en ese aspecto. Lo que más me gustó fue cómo abordaron el problema de crecimiento de la protagonista que busca aterrorizar a una nueva familia. Leena, tal cual es el verdadero de su personaje, tiene todo para quedar en la memoria cinéfila junto a otros íconos del terror contemporáneo. ¿Una asesina que sin importar la edad está atrapada en el cuerpo de una niña? Compro, definitivamente. Ahora, en estos casos muchas veces las historias son un calco de la original y acá no es la excepción, donde tenemos numerosos guiños a la primera entrega. No obstante, tras los primeros minutos del filme el director optó por algo más tradicional en vez de enfocarse en sus orígenes. No hace falta ver la primera película, eso me agrada y si sos nuevo en esta franquicia, entonces te invito a verla. Definitivamente, La huérfana: el origen es una oportunidad que los amantes del terror no deberían pasar por alto.
El pasado de la niña maldita con Isabelle Fuhrman Trece años después de “La huérfana”, regresa la temible Esther para contarnos los inicios de su historia. A principios del 2020 se anunció el comienzo de la producción de Esther, un film que revelaría varios de los secretos del misterioso personaje que conocimos en La huérfana (Orphan, 2009). La sorpresa y emoción de los fans se hizo notar a través de las redes sociales. Si bien la película no recibió en su momento las mejores críticas por parte de la prensa especializada, la historia queda en la retina de cada espectador que se sumerge en este diminuto infierno en época invernal. Bajo el nombre de La huérfana: el origen (Orphan: First Kill, 2022), esta precuela ya salió a la luz y las sensaciones son tan extrañas como incomodas. Uno de los grandes aciertos que tuvo La huérfana fue la inclusión de una actriz de apenas doce años para interpretar a la villana de la historia. Con esa edad personificaba a una aparente niña rusa de nueve años que en realidad era una mujer madura de treinta y tres con problemas de crecimiento. Ese descubrimiento, el cual se da en el ingreso a la última etapa de la cinta, fue un shock que funcionó como una vuelta de tuerca bien pensada. Aprovechando la complejidad del personaje, y sabiendo lo mucho que se puede explorar, la nueva historia se remonta al 2007 en Estonia para contarnos los sucesos previos al largometraje del 2009. Uno de los puntos más interesantes de La huérfana: el origen es que Isabelle Fuhrman vuelve a encarnar a Esther. Esto es llamativo y arriesgado: la actriz ahora tiene veinticinco años y regresa en la piel de una infanta. El resultado no es nada alentador. El paso del tiempo se hace notar y la interpretación de la aparente niña queda muy forzada debido al crecimiento físico de la actriz. Esto, si bien puede ser un aliciente para el gran público, exterioriza falencias muy notorias a medida que se desarrollan las escenas. El film presenta distintos problemas de montaje y continuidad. Su realizador, William Brent Bell (El niño), juega con fuego. Los planos cercanos de Esther tienen en el centro a la misma Fuhrman. En cambio, al abrirlos, casi siempre se muestra a la protagonista de espalda a la acción siendo interpretada (y aquí sí) por una pequeña niña. Esto trae consigo escenas inconexas, bizarras y delirantes. Por ejemplo, sin preámbulos, veremos a Esther manejando un auto al ritmo del tema musical “Maniac” y fumando un cigarrillo. Un guiño a los espectadores que se corta de forma abrupta, sin sentido, haciéndonos pensar que el rumbo no tiene que ser por ahí. Teniendo en cuenta estos factores, y sabiendo que la altura de Fuhrman es de 1,61 metros, la elección del reparto es también un tema para prestar atención. Para el padre se eligió a Rossif Sutherland (Possesor), medio hermano de Kiefer. ¿Su altura? 1,96 metros. Esta decisión explica en cuanto al contexto y posicionamiento de los interpretes en escena, en donde el vínculo padre-hija es uno de los condimentos que más atracción busca generar. En cuanto al rol de la madre, se eligió a Julia Stiles (La sonrisa de la Mona Lisa) y, aunque ella esté correcta, su personaje es tan confuso que nos desconcierta y repele. La huérfana era incomoda. Imposible que no resulte chocante que una niña (aunque sepamos que el personaje es adulto) decida seducir a su padre. Sin embargo, este film no era grotesco ni bizarro. A través de la sutileza, sin decirnos mucho, logró construir una historia inmejorable que se valora aún más tras el paso del tiempo. Años después, esta precuela busca ampliar el personaje, pero su resultado no es del todo satisfactorio. Su atolondrado inicio, su brusca manera de narrar los sucesos y las malas decisiones técnicas forman un combo negativo. Sin embargo, lejos de apartarnos de la gran pantalla, estos condimentos se contraponen a un entretenido y atractivo relato que (¿intencionalmente?) resulta inverosímil.
Un universo donde no necesitábamos volver o al que volvimos demasiado tarde, eso es lo que pensé al enterarme de esta película y que mantengo después de haberla visto. La huérfana se estrenó en 2009 y en ese momento la premisa resultó un poco interesante más allá de que si el film cumplió como tal. Pero su real funcionamiento fue por la labor y caracterización de Isabelle Fuhrman como Esther. Lo cual en esta oportunidad es lo único que mantiene apenas a la película. William Brent Bell viene dirigiendo terror desde 2006 y sus obras más conocidas son las de la saga El niño (2016 y 2020, respectivamente). Y ha demostrado ser un realizador efectista, pero sin mucho vuelo. Cumple y nada más. Y eso es tal cual lo que sucede aquí, la cinta cumple, pero sobre una premisa que no valía continuar. La historia es previsible e intenta ser rebuscada, cosa que no logra. Realmente no puedo decir nada más sobre este estreno.
La Huerfana: El Origen va en línea con lo sucedido recientemente con la secuela de No Respires. Sorprende con originales e inesperadas vueltas de tuercas que cambian el concepto original de la película y le da un matiz distinto a una precuela que inicialmente creíamos innecesaria.
Regresa a su elemento, pero de la mano de otro género ¿De qué va? Lena consigue escapar del psiquiátrico ruso en el que está recluida y viaja a Estados Unidos, haciéndose pasar por la hija desaparecida de una familia adinerada. Pero su nueva vida como Esther no será como ella esperaba, y se enfrentará a una madre que protegerá a su familia a cualquier precio… En 2009, Orphan llegó a los cines y no tardó en conquistar a la audiencia que estaba en búsqueda de una heredera de The Ring. Lo que pocos esperaban era que más de una década después se estrenara Orphan: First Kill, una precuela en la que se explicara cómo Esther Coleman llegó a Estados Unidos y qué fue lo que pasó con la familia que la trajo de Rusia. Volver a plantear el misterio de la original es imposible: esta nueva historia necesita partir desde la base de que todos los espectadores saben que Esther, o mejor dicho Leena Klammer, es una mujer adulta que posee una condición que la hace parecer una niña. Pero una de las mayores fallas de esta película es que no confía del todo en el espectador y cae en la sobreexplicación en más de una ocasión, algo que le resulta contraproducente y logra que el producto final se sienta mucho más largo de lo que en realidad es. En donde sí se beneficia Orphan: First Kill es en el rápido cambio de clima, mientras la primera se siente íntegramente como una típica película de terror de su época, esta nueva entrega, dirigida por William Brent Bell, sorprende al transformarse en una comedia negra que no teme poner a su protagonista en un lugar completamente desconocido y poco predecible. Si bien el espectador jamás pierde de vista que Leena, o Esther, identidad que adopta para llegar a Estados Unidos, es claramente la villana, su nivel de maldad parece relativo al encontrarse con personajes realmente terroríficos en esta nueva historia. Orphan: First Kill, La Huérfana, Isabelle Fuhrman Luego de escapar de la institución psiquiátrica en la que estaba encerrada, Leena decide hacerse pasar por una niña estadounidense desaparecida hace años con la que guarda un gran parecido físico. Aquí se plantean muchas preguntas que la cinta jamás responde, como por ejemplo cómo se repatria a una niña sin antes constatar su identidad, pero la historia hace todo lo posible para que los espectadores jamás se hagan esa pregunta, y si bien falla en esto, más adelante se entiende que no es algo muy relevante para la trama. La nueva vida de Leena, ahora Esther, pareciera idílica, pero su nueva familia pertenece a la alcurnia estadounidense, la madre de hecho se jacta de que sus antepasados llegaron al territorio americano en el Mayflower, dejando en claro que «ellos importan». Rápidamente Leena descubre que todo lo que parece ideal de su nueva situación dista de serlo. Pero lo más interesante de esta precuela es cómo logra mantener el misterio sobre el final, ya que se sabe por la primera entrega que esa familia murió en un incendio y sospechan que fue ella la que lo provocó. Aún sabiendo esto, la película logra desviarse del camino tradicional y sorprende con una película que del terror pasa a ser una comedia negra en la que no se puede evitar sentir lástima por esta «huérfana» y esperar que pueda escapar de semejante situación. Pero por más buena actriz que sea Isabelle Fuhrman, su interpretación de la protagonista se ve perjudicada por el claro paso del tiempo y lo poco creíble que resulta que se hayan convencido de que esa mujer, evidentemente con cara de adulta, es una niña de 9 años. Si se puede lograr superar esto, que a la media hora de película ya se olvida, se disfruta por completo. A esto se le suma una gran actuación de la siempre genial Julia Stiles, aunque no hay dudas de que las mejores frente a cámara son ellas dos. Orphan: First Kill cumple con su objetivo: entretiene y le da una vuelta de tuerca a una historia muy conocida, pero las reflexiones que a veces brinda el terror para hablar de la sociedad, hay que buscarlas por otro lado, porque no se van a encontrar aquí. Lo que sí está garantizado son varias carcajadas inesperadas.
En 2009 se estrenó en las salas de todo el mundo La huérfana, película dirigida por Jaume Collet-Serra con Vera Farmiga, Peter Sarsgaard y la malvada niña intrerpretada por Isabelle Fuhrman que se convirtió en un sorprendente éxito de crítica y público. Sin embargo, pasaron 13 años hasta la llegada de esta precuela en la que -del elenco original- solo reaparece Fuhrman (hoy de ¡25! años en la vida real). Lejos de los hallazgos del bizarro y al mismo tiempo elegante film original, La huérfana: El origen es una película tan impecable en su factura como convencional en su propuesta. El punto de partida es inverosímil (aunque sabemos que ese no es un problema dentro del género de terror) con un prólogo ambientado en Estonia en 2007. Allí nos reencontramos con la protagonista, Leena, internada en un neuropsiquiátrico y convertida en “la paciente más peligrosa” del lugar. Lo cierto es que tras ese look de niña inocente con dos colitas atadas se esconde en verdad una mujer de 33 años (hay una justificación médica con un desorden hormonal para ese descalce etario) con evidentes rasgos psicopáticos y facilidad para el slasher a-la-Freddy Krueger. Lo concreto es que a los 20 minutos tendremos a la niña-adulta Leena haciéndose pasar por Esther, la hija desaparecida del matrimonio de ricachones Albright compuestos por mamá Tricia (Julia Stiles) y papá Allen (Rossif Sutherland). Tricia y Esther regresan en un avión privado y se instalan en la mansión familiar en el pueblo de Darien, en Connecticut, junto a Gunnar (Matthew Finlan), el hijo mayor de la pareja. Tras la emoción inicial por el inesperado reencuentro (los Albright no sabían nada de Esther desde hacía cuatro años) y la fascinación que genera las dotes de la “pequeña” como artista plástica y pianista, comenzarán las sospechas, los enfrentamientos y las vueltas de tuerca que no adelantaremos. William Brent Bell, veterano director de cine de terror, maneja todo dentro de una medianía que no irrita pero tampoco impacta. Hay muchas escenas nocturnas, y fiestas, y paisajes nevados, y fuego, y -claro- sangre. La iconografía está, los golpes de efecto también, pero lo cierto es que pasamos del notable y original film de 2009 a la discreta y previsible segunda entrega en este 2022 ¿Seguirán “reviviendo” a la franquicia?
En 2009, La huérfana sorprendió con una historia bien llevada, de inesperado giro final y hábil construcción del suspenso, que dejó un buen sabor de boca a los pocos que la vieron entonces. Con menos aspiraciones, menos imaginación y más problemas llega la continuación, ataviada de poco creíble precuela. La acción de La huérfana: el origen se sitúa tres años antes de la original develando un poco más de la historia de Esther (nuevamente Isabelle Fuhrman), sus problemas mentales y su propensión a ir por la vida asesinando gente. Luego de esta introducción -que se toma casi un tercio de la película-, la chica es adoptada por una nueva familia y la trama deambula sin rumbo por los mismos carriles que su predecesora salvo, eso sí, por una vuelta de tuerca promediando el metraje que será prácticamente la única sorpresa de la película. Hay inconsistencias en relación a la historia que se contaba en el primer film, un esfuerzo infructuoso para hacer ver a Fuhrman (hoy de 25 años) como una nena de 10 merced a efectos especiales, dobles de cuerpo y encuadres convenientemente recortados, y una serie de situaciones imposibles de ser tomadas en serio incluso por la platea más indulgente. Para aquel espectador poco exigente, que cree que ver una película de terror es un plan ideal de salida lúdica entre amigos puede ser una opción. Si en cambio lo que se busca es una propuesta que toque alguna fibra angustiante, como sí pasaba con la primera entrega que se engrandece a la luz de este estreno, mejor seguir de largo.
Luego del suceso de "La Huérfana" (2009), la historia del matrimonio formado por Vera Farmiga y Peter Sarsgaard, quienes luego de perder a su bebé, adoptan una niña de 9 años que resulta ser una psicópata con hipopituitarismo, un raro trastorno hormonal que atrofia su crecimiento físico y le causa enanismo proporcional, llega la precuela "La Huérfana: El Origen", esta vez dirigida por William Brent Bell. El guion de David Coggeshall basado en la historia de David Leslie Johnson-McGoldrick y Alex Mace nos sitúa en Estonia en 2007 en el Neuropsiquiátrico Saarne Institute, adonde Leena Klammer (Isabelle Fuhrman) está internada. De allí logra escapar para hacerse pasar por Esther, la hija desaparecida hace cuatro años de una familia millonaria conformada por Tricia (Julia Stiles), Allen Albright (Rossif Sutherland), y su hijo, el campeón de esgrima Gunnar (Matthew Finlan), Al principio su madre parece ilusionada, su padre aún más, y emprenden el viaje a su mansión en Darien, Connecticut. La vida diaria va a demostrarle a Tricia que su hija desaparecida no tiene nada que ver con la sádica y manipuladora "niña" que vive en su casa, por algunos detalles que comienzan a aparecer y harán que la convivencia se convierta en una batalla. Si bien no podemos catalogarla en el género terror, sino más bien suspenso, el film dirigido por William Brent Bell entretiene y tiene giros inesperados que se agradecen, aunque hay evidencias no del todo creíbles desde el principio del encuentro, especialmente entre madre e hija. Destaco que una actriz de 27 años en la actualidad pueda, gracias al maquillaje, CGI y una buena técnica parecer una niña, porque si bien cuenta con la ayuda mencionada, Furhman expone una muy creíble actuación.
Resultaría imposible referirnos tanto a esta película como a su antecesora sin revelar detalles de sus resoluciones o vueltas en los argumentos, por lo que todo lector que pondere al factor sorpresa en el cine debería dejar de leer, ver la película, y si lo desea puede luego regresar a esta nota. De todas maneras, nunca podremos explicar por qué existen lectores de críticas de películas que no vieron, eso seguirá siendo un misterio. En todo giro argumental se juega siempre una tensión entre puntos de vista. Nos dan datos que completan un mapa de saberes, es decir, llegamos a un punto de la película donde se nos revela una información acerca de algo que efectivamente ocurría pero que no veíamos porque estábamos emplazados en un punto de vista distinto. En las películas de Orphan, tanto la primera de Jaume Collet-Serra como en esta precuela de William Brent Bell, todas estas perspectivas están ancladas en el personaje de Esther, en lo que sepamos o no de ella, en nuestra distancia para con sus acciones y hasta en nuestra posible identificación, pero a su vez, en estos casos en particular, no deja de ser importante la figura de la actriz Isabelle Fuhrman, que moldea su cuerpo acorde a cada necesidad. Entramos a Orphan: First Kill ya conociendo el final de Orphan: Esther es en realidad una mujer mayor de treinta años, malvada y manipuladora en un disfraz de niña. Es una resolución algo descabellada pero que va acorde a mucho de lo que se ve anteriormente. Además Fuhrman, adolescente en aquel entonces, debió acatar esta resolución poniéndose en los zapatos de una mujer mucho mayor. Tiene sentido que suceda más de una década después que la misma Furhman, realmente adulta, nos haga partícipes de la customización perversa que hace su personaje. Durante la primera mitad compartimos todo con Esther, sus planes y decisiones. El revés que produce la película de Bell con respecto a la anterior termina siendo totalmente consistente, no solamente se adapta a una nueva construcción del sistema de expectativas alrededor del cuerpo de Fuhrman, sino que también entiende que habrá, inevitablemente, una parte del espectador que buscará identificación con esta villana devenida en protagonista. Algo similar sucede con Don’t Breathe 2 y el villano interpretado por Stephen Lang. Nos resulta fácil ir de la mano de Esther en esta nueva entrega y tal vez se deba a uno de los logros del film de Collet-Serra. Las víctimas de Esther no son necesariamente inocentes, ellas también cargan con sus propios fantasmas, siendo parte de una caracterización deliberadamente burguesa y en un modelo de familia visualmente pleno pero propenso a ser quebrado. Pero la propuesta de Bell podrá permitirse ser más incisiva. Ya no se trata de una madre que tendrá que reconciliarse con una falla anterior (y para eso hasta matar simbólicamente a su hija perdida), sino de una madre que tomará las riendas de cada problema convirtiéndose en una verdadera asesina. Podemos entonces hacer una suerte de balance moral y Esther dejaría de ser, a mitad del metraje, el personaje más malvado. Como problema planteado, el de First Kill es más grueso en sus trazos y propenso al desastre. Estéticamente es una película más sucia y sin miedo al ridículo, donde todo parece conducir a ese incendio, fatal para todos pero conveniente para Esther, totalmente oscuro. La película de Collet-Serra, por el contrario, era noble con la madre en esa suerte de melodrama que hay en toda buena película de terror: terminaba siendo una tragedia y con un final que hasta podríamos juzgar luminoso. La diferencia está en la mirada que ordena todo y aquí se da porque el film de Bell se mete en el territorio de las películas “de origen”, que siempre es más fácil de recorrer. En ellas lo maligno surge en sus conclusiones, no es algo con lo que necesariamente se lidia, sino más bien la antesala de futuros conflictos, y el camino lleva hacia la caracterización de aquel que será villano. Son la historia de su ascenso, sin lugar para las redenciones. Hay bien y hay mal, firmemente delineados. De ahí probablemente surja la permanente sensación de estar viendo una película clase B, cerca de una trama de Ruggero Deodato, con grupos de burgueses despiadados ejecutando los peores actos y siendo entes de pura crueldad. Aún con estas comodidades, First Kill funciona, y Esther se completa como personaje siendo ella misma un símbolo: es la imagen de una niña inocente que viene a rellenar el hueco de dolor de una familia, pero trayendo consigo al lado oscuro de esa restitución, mostrando detrás la cara más vil de las tensiones intrafamiliares y sus deseos prohibidos. William Brent Bell había logrado ya con The Boy (2016) una variante de esta misma idea, con otra madre y sus pérdidas, aquella vez depositando todo en un muñeco. Las buenas películas de terror siguen siendo las que no pierden el hilo de sus personajes y su propio dolor, aún teniendo los adornos más desagradables o los giros argumentales más descabellados. En el caso de Esther, lo difícil también está en conectar con el suyo propio, cuando acompañamos a esta extraña mujer, con cuerpo de niña, haciendo todo lo posible para dormir con su supuesto padre. El cine de terror también cuenta eso.
La noticia acerca de una inesperada secuela de LA HUERFANA (2009), esa gran película dirigida por Jaume Collet Serra, generaba más dudas que expectativas. El atractivo principal de aquel film, radicaba en su potente giro narrativo, en donde descubríamos que la pequeña Esther no era sino una adulta con perversas intenciones. ¿Qué camino podría tomar una secuela 13 años tardía, con una protagonista que ya está lejos de parecer una niña? Todos los augurios apuntaban a un gran desastre, pero el film de William Brent Bell (THE BOY) es una muy competente pieza, que encima se ata a un desafío mayor: situarse cronológicamente como una precuela. Es decir, la acción ocurre antes de los acontecimientos de la primera parte. Lena escapa de un psiquiátrico ruso en 2009, y viaja a EEUU, haciéndose pasar por la hija desaparecida de una familia rica. Pero la estadía de Lena no será tan tranquila como podría imaginar, pues debe enfrentarse a desafíos más grandes que ocultar su propia identidad. LA HUERFANA: PRIMER ASESINATO se sabe inferior, y esa es la razón por la que todo el relato funciona. Ya no posee el plot twist de la identidad, y sin embargo, se las ingenia para gestar (en sus propios márgenes) un nuevo giro que revitaliza el conflicto. William Bell nos pone, desde el primer momento, en el punto de vista de Lena. Bajo sus ojos, observamos el escape, y luego su supervivencia en el seno de esta nueva familia, y los diversos escollos que debe atravesar para conseguir su objetivo. Pero lo que hasta aquí podría parecer un camino clásico y predecible de una secuela tardía (pero bien contada), pega un viraje atractivo que nos obliga como espectadores a abrazar el juego que propone el film. Aceptar el giro significa también aceptar los baches o inverosimilitudes que se abren ante simples cuestionamientos. Es un riesgo interesante el que corre la película, incluso cuando esto atente con perder el interés de una parte de los espectadores. Una precuela más que digna y eficaz. Sin dudas, mejor de lo esperado.
Leena Klanner (Isabelle Fuhrman) es según le anuncia el Dr. Novotny (David Lawrence Brown) director del nosocomio a Anna (Gwendolyn Collins) la nueva arte terapista, también al espectador claro, es la interna mas peligrosa que tienen. Le informa que sufre de una rara enfermedad de origen glandular que le da una apariencia de una niña de 9 años pero que en realidad tiene 31 años. En esa primera secuencia Leena se escapa, Anna renuncia. El filme no se remite a las razones de esa internación, sino que casi inmediatamente se establece en los Estados Unidos.
"La huérfana: el origen": el pasado de la maquiavélica Esther. Algo de carroña hay en esta segunda parte de la saga de terror iniciada 13 años atrás, pero también hay un bienvenido intento por dejar volar la imaginación a la hora crear ese pasado. La huérfana fue, trece años atrás, una sorpresa en una cartelera comercial ya entonces acostumbrada a adocenar películas de terror muy parecidas entre sí. Pero Jaume Collet-Serra – que luego se asociaría con el duro de Liam Neeson en Desconocido (2011), Non-Stop (2014), Una noche para sobrevivir (2015) y El pasajero (2018)– fue por un camino distinto, cediendo el tiempo habitual de los sustos efectistas (que los había) a la construcción de personajes creíbles y empáticos. Incluso la huérfana del título asomaba querible, hasta que empezaba a arrojar pistas de que lo suyo era, en realidad, llevar la idea del Mal más allá de lo imaginable. Imposible no pensar en la llegada de una nueva entrega como un intento de sacar algunas leñas más del árbol caído. Más aún cuando La huérfana no había dejado bordes narrativos con filo para habilitar esa posibilidad, lo que obligó a los guionistas a recurrir a la inédita idea de hurgar en el pasado de la maquiavélica Esther. 11 en 2009 y ahora, con más del doble, está igualita) pero, en realidad, tiene treinta y pico y un buen periodo de tiempo guardada en un psiquiátrico ruso del que escapó para adoptar el nombre de Esther. ¿Por qué? Porque, una vez fuera, descubrió que su fisonomía era muy parecida a la de una chica con ese nombre desaparecida en Estados Unidos años atrás. Menuda sorpresa se llevan papá Allen (Rossif Sutherland), mamá Tricia (Julia Stiles) y su hermano Gunnar (Matthew Finlan) ante el anuncio de que la nena está viva. Una sorpresa que se traduce en alegría y la certeza de un futuro con la familia unida para el primero; y en miradas torcidas y un sutil desdén para los segundos. En especial para Gunnar, que cuando deba quedarse en casa para cuidarla termina organizando una fiesta y humillando a su hermana frente a sus amigos. Porque, claro, no solo Esther esconde cosas, como bien sospecha el infaltable policía fisgón que en su momento investigó la desaparición y ahora huele el gato encerrado. Un gato que, por respeto al espectador, no se describirá. Sí puede decirse que el secretito genera un impensado enfrentamiento intrafamiliar no exento de momentos incómodos que convierten a gran parte del clan en una cofradía de despreciables. Sacando esa vuelta argumental, el resto es parecido a lo de siempre: algunas correteadas por la casa con cuchillo (o arco y flecha) en mano, muertes y, obvio, un final abierto, no sea cosa que alguien dentro de trece años quiera seguir sacándole rédito a una huerfanita que de adorable tiene poco y nada.
Una precuela de aquel film de Jaume Collet –Serra, que se realiza doce años después con la misma protagonista: Isabelle Fuhrman, que en aquel entonces tenia 12 años, para dar una niña de 9 y ahora tiene 24. Con maquillaje, dobles, ciertos ángulos de cámara se logra lo imposible y otra vez se pone en el centro de una acción convincente y un regreso que aplaudirán sus fans. Para este psicópata de cuerpo pequeño, pero de un edad que ronda los 30, le basta inteligencia para escapar de una psiquiátrico de Estonia (su camino de liberación está sembrado de cadáveres). Se hace pasar por una niña desaparecida varios años atrás y se sale con la suya: viaja a EEUU y es recibida por una familia emocionada. Nada de lo que pasa después debe revelarse, pero no defraudar. Dirigida por William Brent Bell la película y su heroína vuelven a funcionar, con una inesperada vuelta de tuerca que permite el lucimiento de Julia Stiles. Lo mejor sigue siendo la protagonista con esos pases siniestro de niña a adulta, muy bien explotados.
Reseña emitida al aire en la radio.
Rebelde y siniestra. Precuela de la película que data de 2009, aquí Esther, la pobre huerfanita, vuelve a sus andanzas. En esa época, nuestra niña (Isabelle Fuhrman), era adoptada por una familia tipo y a medida que se sucedían hechos macabros, en determinado momento acontecía una gran revelación con respecto a su edad. Era en realidad una adulta siniestra con ambiciones personales que inmiscuían el enamoramiento y el dinero. Ahora la historia retoma los orígenes de Esther, cómo llegó esta mujer con enanismo a hacerse pasar por una niña. Cómo ideó su plan de escape a Estados Unidos. Resulta ser, que nuestra protagonista era paciente psiquiátrica en un centro de salud, en Estonia. En una fuga escandalosa, Lena (su verdadero nombre), roba la identidad de Esther, una niña desaparecida, y retorna a América con su supuesta familia. El padre parece de lo más receptivo con este reencuentro, no obstante, la madre y el hermano están un tanto renuentes ante su inminente aparición. Hacia el final del film nos daremos cuenta porqué. La Huérfana: El origen, tiene un inconveniente de entrada: el factor sorpresa ya está revelado, por lo que hay que estructurar algo muy sólido para completar este cuentito siniestro. Además de los efectos digitales que le aplican a Fuhrman (ahora 13 años mayor) para que siga pareciendo una nena. Realmente hay que hacer un esfuerzo para entrar en sintonía. Por otra parte, la película tiene buenas intenciones cuando decide auto parodiarse, pero no siempre lo logra. Esta autoconciencia por momentos se licúa, y la historia vuelve a ponerse seria lindando con lo grotesco. Lo más destacable es el duelo de villanas (en esta secuela hay pocas víctimas), entre Tricia (Julia Stiles) y Esther; y la posibilidad que nos otorga el director de sentir empatía por una de las psicópatas más famosas del cine. Una narración con altibajos que no logra la efectividad deseada.
Hecha más de torpezas que de aciertos, La huérfana: El origen, precuela de la icónica La huérfana (2009), no logra redondear un relato efectivo y destacable como lo hizo la anterior, de la que conserva solo a su protagonista, la actriz Isabelle Fuhrman. Aunque cuenta con un par de escenas en las que el director William Brent Bell se permite cierta libertad que la salva de ser un bodrio total. El prólogo nos lleva a Estonia, 2007, a un neuropsiquiátrico en el que se encuentra Leena, una mujer con un enanismo proporcionado que detuvo su crecimiento alrededor de los 10 años. Leena puede parecer una niña, pero es una mujer de 31 años, una estafadora excepcional y una psicópata capaz de matar con un lápiz. Tan es así que no le lleva mucho trabajo escapar de la institución (dejando un reguero de sangre en el camino) y hacerse pasar por Esther, la hija desaparecida de los Albright, una familia adinerada compuesta por mamá Tricia (Julia Stiles), papá Allen (Rossif Sutherland) y Gunnar (Matthew Finlan), el hijo mayor. Leena/Esther y Tricia regresan en avión a su casa de Connecticut, momento en el que se muestran las primeras metidas de pata de la pequeña impostora. La llegada inesperada de Esther, tras cuatro años desaparecida, emociona al padre, quien más la extrañaba y a quien la “niña” no tardará en conquistar con su talento para la pintura y su habilidad para tocar el piano, lo que también prepara el terreno para giros descabellados y dosis de humor. El problema es que William Brent Bell toma decisiones tan apresuradas que parecen hechas como si no le importara mantener el realismo o la verosimilitud. Tampoco parece importarle quebrar el suspenso con muertes sin el mínimo rigor lógico, construidas con mucha bruteza. El comienzo con ese escape imposible de Leena, la rápida adopción y el viaje a Connecticut para encontrase con una familia que cree que es su hija desaparecida son decisiones que maltratan la buena predisposición de la audiencia, como si para el director esos detalles argumentales no fueran importantes en las películas de terror. Lo que le falta a La huérfana: El origen es más esfuerzo por entregar una historia que se sostenga durante sus 99 minutos y en la que se entiendan los pases de una escena a otra, el juego perverso de sus causas y consecuencias. Sin embargo, William Brent Bell también es capaz de sacar de la galera escenas que tienen cierta libertad y locura que hacen reír (en el buen sentido). El hecho de que la madre guarde un secreto más terrible que todo lo que hace Esther, le da pie a la película para cambiar el rumbo y meterse en algo más retorcido y malsano, hasta llevar a Tricia y a Esther, que además compiten por el amor de Allen, al techo incendiado de la casa con el fin de justificar un cierre insostenible por donde se lo mire. Isabelle Fuhrman cumple con su rol de mujer con aspecto de niña aterradora (con su clásico look de niña inocente con dos colitas al costado de la cabeza) y entrega un par de apariciones que provocan leves sustos. Y no hay mucho más en una película que se apoya en un guion con demasiados baches e inconsistencias lógicas.
Lo sabemos, el terror es un género predispuesto al cliché y lo inverosímil. Suele prestarse a ridículos de tamaña dimensión. Si pensamos fríamente a través de números de taquilla, lucía rentable una secuela de aquella gema llamada “La Huérfana”, impensado éxito que recaudara cuatro veces su inversión a su estreno, una década atrás. Basado en la historia real ocurrida en 2007, en República Checa, nos trae el extraño caso de una mujer, quien sufría de hipopituitarismo, una enfermedad que no produce las cantidades normales de hormonas de crecimiento. Proveniente de la oscura factoría del entonces incipiente maestro del terror Jaume Collet-Serra, aquel film marcó a una generación por completo. Todo fan del género podrá presumir que cuenta con (al menos) uno que impactara de lleno en su niñez y adolescencia. Pregúntenle a aquellos millennials: el rostro del mal no abandonó sus pesadillas, por años. Poco queda en pie, de aquellas buenas intenciones a esta parte. “La Huérfana: El Origen” se erige como una precuela innecesaria por donde se la mire. Acaso, nunca vemos el origen, solo repetimos sin cesar. Asesinatos a diestra y siniestra vertebran una escena y otra. De antemano, ya sabremos cual es el giro. Todo es bastante previsible en este ejemplar de pobre aspecto estético. Un thriller manufacturado para desconectarnos de todo verosímil habido y por haber. He aquí unas de las incursiones en el género de horror más ridículas que haya podido rodarse en el último tiempo, bajo la responsabilidad creativa de escritores e incapaces más que de copiar al carbón referencias previas. Resulta inevitable pensar en obras de culto noventosas, del estilo de “El Ángel Malvado”, protagonizada por dos tiernos (o no tanto) Macaulay Culkin y Elijah Wood. Lo peor no es ello, sino que ciertas decisiones narrativas borran con el codo lo dictaminado narrativamente para el film original. Por ende, atentando contra toda credibilidad posible. Relato sangriento sin emoción, “La Huérfana: El Origen” persigue la ruta iniciática tomada por la otrora reina del terror y su desembarco en Norteamérica, infiltrándose en familias. Diluido el encanto, tan solo el acento siniestro perdura en esta bizarra ilusión: la espeluznante niña actuando como una adulta asesina se ha convertido en una mujer adulta actuando como una mujer adulta fingiendo ser una niña. William Brent Bell se coloca tras la lente y vuelve a recurrir a las dotes interpretativas de Isabelle Fuhrman, en decisión sumamente extraña. De nueve a veinticinco años de edad, se nota la diferencia de modo abismal. La estupenda y novel actriz de entonces se ha convertido en una mujer y sus rasgos ya no portan la misma inocencia. La perspectiva forzada intentará maquillar lo inevitable: zapatos de plataforma y muebles gigantescos pretenden hacernos creer lo imposible. Fallido truco carente de magia. Perdida toda aspiración macabra, el absurdo nos hará reír hacia adentro, confirmando la máxima: segundas partes casi nunca fueron buenas.
Quienes transitamos el género terror como espectadores, tenemos un grato recuerdo de «The Orphan». Allá por 2009, la propuesta fue un hit realmente porque ofrecía una idea original, fresca, intensa. Una menor (o no tanto) dueña de un trastorno físico y un grave desorden mental, masacra a toda una familia, para conseguir sus retorcidos fines. La historia funcionaba bien y llevó a Isabelle Fuhrman a la fama, casi en forma inmediata. El tiempo pasó, y como siempre la industria, sigue buscando en las películas que funcionaron, material para continuar en forma episódica y seguir facturando. No hay en general más que un interés en seguir moviendo la maquinaria, lejos de la visión artística que debería tener cada proyecto. Se insiste incluso, en los casos en que las historias parecen cerradas. Asi es que los productores decidieron volver sobre «La huérfana» e insólitamente ir más atrás en el tiempo, para contar el origen del personaje de Esther. Las dificultades son evidentes, en virtud de que la protagonista ha crecido y es complejo resolver esos temas cuando su rostro ya no tiene ni de cerca, aspecto de niña… Pero el cine todo lo puede. Y así es que insólitamente, Fuhrman, con 25 años en esta precuela, ofrece la composición de una nena de 9. Si bien sólo al escribirlo suena raro, mucho más es verlo en pantalla. Sin embargo, «The Orphan: origin» no es un mal producto. Tiene sus temas, pero la dirección de un cineasta que viene de un buen trabajo previo («The boy»), William Brent Bell , es prolija y en cierta manera, atrayente. El conocía perfectamente las dificultades que implicaba el tema encuadre de imagen, el uso de dobles y demás, pero aceptó el desafío sin dudar porque se ve que creía en el potencial de su guión. La historia se remonta a la estepa ucraniana y allí veremos a Esther (Fuhrman), encerrada en un manicomio. Una mujer se apersona para verificar su condición porque tiene planes de adopción para ella, pero rápidamente la cuestión se complicará. Esther, artista de la evasión, ya está armando una fuga que se torna sangrienta y la dejará lista para pensar sus próximos planes, con tranquilidad. Nuestra protagonista investiga un poco en internet y decide hacerse pasar por una niña americana perdida. Así es que (lo se, lo se, bastante inverosímil) ella vuela a USA a encontrarse con «su» familia, quien no la espera y se sorprende bastante con su llegada. El guionista (David Goggeshall) entonces arriesga desde su rol, y en vez de plantear el mismo esquema de la entrega anterior, juega fuerte para sacudir la audiencia y volver a sorprenderla. Pocos minutos después del primer encuentro entre Esther y su «madre» (la competente Julia Stiles), nos damos cuenta que esta entrega de «La huérfana» no irá por donde todos creíamos sino que buscará cambiar el tono de la propuesta y volverse, en cierta manera, una pseudo comedia negra, oscura y violenta. Debo reconocer que si bien el golpe de timón al principio desconcierta, funciona y cumple su cometido. Todos se relajan, porque el escenario cambia y las actuaciones se posicionan desde esta premisa para alinearse con el guión y ensamblarse con solidez. Es importante dejar de lado para disfrutar esta precuela, no prestar demasiada atención al tema del aspecto físico de Esther, que nunca termina de cerrar pero que terminamos aceptando para seguir conectados con la trama. Sin anticipar mucho más, debo decir primero que Julia Stiles vuelve a mostrar que es una actriz potente en todo tipo de género. El resto del elenco, comparte el espíritu juguetón de esta entrega y hace su aporte para que lo que a priori parecía innecesario, no lo sea tanto. «Orphan: first kill» cumple ajustadamente con los parámetros básicos de entretenimiento para el género aunque… no esperamos próxima secuela con la edad que ya detenta la protagonista…
La huérfana. El origen. Las historias, tengan el soporte que tengan, tienen la propiedad, incluso cuando se las explicita taxativamente en su condición particular, de generar en la mente del que escucha o del espectador, algún tipo de universal. La relación de las imágenes como articulante de lo particular con lo universal siempre fue tema de debate, una lucha ideológica; y cada época lo resolvió a su manera. Esto es desde la antigüedad un saber casi intrínseco, aunque fue teorizado desde lo mágico hasta lo religioso y místico, llegando a las teorías contemporáneas. Modos que en definitiva hacen también a la historia de la imagen. En Occidente, a la manera de un período, “cada tanto” vuelven a cobrar relevancia las antiguas sentencias heraclitianas, los textos aristotélicos atravesado las guerras iconoclastas, los Jansenitas de Port Royale. Hasta en los festivales de escuelas de arte en la actualidad se podría decir que existe esa tensión en lo que a cada época corresponde y que algunos insisten en denominar estilo, movimiento o vanguardia, y es lo que época puede decir de lo universal a través de lo singular, de simbolizarlo. Aquello que en Occidente entendemos como arte. Pero si el arte lo puede decir todo de una época, también la Ética y la Ciencia. Es decir que toda actividad está sumergida en una cosmología determinada, el modo particular en que se concibe un conjunto de problemas que se pueden expresar dialécticamente como la relación entre lo público y lo privado; la relación entre filosofía y política, o entre lo que entendemos como lo real y lo imaginario. Desde todos los tiempos del paleolítico, la imagen fue una cuestión de cómo representar lo que no es representable, para decirlo de algún modo, de manera un tanto reductiva se puede afirmar, que la historia de la imagen se da en el contexto de la autoconciencia y lucha por el control de la misma y lo que se entiende también como arte el resultado de la misma. El cine, uno de los grandes logros de la cultura occidental, hoy culturalmente globalizado, es consecuencia también de este devenir. Cuando Godard (se supone) dijo que todo movimiento de cámara es político, en realidad a lo que se refería es que todo movimiento de cámara es ideológico, como también lo es, señala Zizek, un decorado, una puesta en escena, una foto en la pared de un cuarto. En fin todo es ideológico, lo cual no significa que haya sido previamente razonado o claramente diseñado, como si fuese un cuadro renacentista. Sin embargo, sea como sea, como objeto arrojado al Mundo, finalmente resulta siempre objeto de posible análisis, a su exceso, es lo que infructuosamente quisieron oponer los minimalistas y algunos teóricos como Susan Sontag (contra el análisis). Este problema de neto corte estético (kalós) que es un problema de orden filosófico (lógico, ético y estético) y queda aparentemente oculto tras una supuesta fruición decorativa (venustas), obliterando el análisis hermenéutico de la imagen, a favor en realidad de una supuesta des ideologización de la misma, cosa que no es más que ideología. Todo este largo prefacio, tiene como finalidad echar luz sobre las hipótesis previas a las que el autor echa mano para justificar sus palabras sobre nuestro film en cuestión, que sin necesidad de un giro confabulatorio, tiene los suficientes elementos, en segundo plano, para que deje de ser una película cualquiera y pasar a ser una más dentro de un conjunto de films con contenidos fuertes, opiniones sobre qué es el inmigrante, que es la madre, que es el otro en definitiva. Con respeto a la inmigración, es casi paródico, (como todo el film) que muestre que hay diferentes grados de inmigración, los primeros refugiados (como si hubiese blancos no inmigrantes) ya asimilados que viven exitosamente en suelo Norteamericano, y un siguiente grupo, el de la inmigración reciente, que es a la que realmente hay que temer. Cuando la política de refugiados era de claro corte anticomunista, todo tipo de delincuente era bienvenido (Carlito´s Way (1993). Ahora, el peligro está que entre los niños se cuele un enano psicótico y criminal. Un paneo particular que no se repite es esclarecedor de esto, un conjunto de huevos Fabergé sobre la chimenea, parece claro. Hoy en día es cierto que el uso indiscriminado eleva cubicamente el análisis, provocando un exceso que algunos críticos han dado en llamar manierista en referencia al período que cose el renacimiento con el barroco. O sea, en una película MRI (modo de representación institucional, mal llamada clásica) podíamos estar seguros que los dichosos huevos dicen algo específico. En Hitchcock o John Ford esto es claro, aquí no sabemos si el director de arte en un claro guiño a la historia o por pereza mental puso esos objetos sobre una chimenea. Veamos. Los huevos Fabergé, que se consideran obras maestras de la joyería, o son falsos y es una fabulación de los directores sobre las aspiraciones de todo Ruso, o son verdaderos y también es un delirio donde están ubicados ya que valen millones de millones. Un huevo de Fabergé es una de las sesenta y nueve creadas por Carl Fabergé para los Zares, así como para algunos miembros de la nobleza y la burguesía industrial y financiera, entre los años 1885 y 1917. La Pascua es quizás la fiesta más importante de la Iglesia ortodoxa rusa. Se celebra con tres besos y el intercambio de huevos de Pascua. Por encargo de Alejandro III se comenzaron a fabricar en 1885 como regalo para su esposa, la emperatriz María Fiódorovna. En 1885 Fabergé fue nombrado proveedor oficial de la corte imperial rusa. El joyero y su equipo de orfebres y artesanos, entre ellos maestros joyeros como el ruso Michael Perkhin y los finlandeses Henrik Wigström y Erik August Kollin, diseñaron y confeccionaron huevos de Pascua durante once años más, y al fallecer, su hijo y sucesor Nicolás II siguió con la tradición hasta en la revolución de Octubre toda la familia Romanov fue rápidamente juzgada y ejecutada sumariamente[1]. Con lo cual es toda una información, casi un autorretrato. Quienes son estas personas que es esta familia, incluso el padre tiene la insoportable impotencia política de Nicolás Romanov aunque ella es más bien un perfil de Catalina la Grande y no María Fiódorovna. El film en sí mismo resulta en una caricatura de los sucesos en el palacio de los Romanov (Рома́нов), ¿la hija desaparecida es Anastasia? Vemos que las desprolijidades más que quedar como destinos, incrementan de manera exponencial la incertidumbre del análisis, que de modo paradójico la anula, al posibilitar decir cualquier cosa al mismo tiempo que su opuesto, ¿es estrategia o estupidez?, el tiempo lo dirá. Por otra parte es casi una burla a los problemas y situaciones de abuso y/o sexuales, (en definitiva todo abuso es sexual), intrafamiliares donde la única víctima es el padre, paralizado de melancolía (otra vez los Romanoff), cuyo arte incluso también infantil en el uso de pinturas fluorescentes, que dejan ver con la luz apropiada algo que parece no estar, es una burda sintesis del film, es extraño alguien cuyo arte tuviese esa conciencia no reconozca de modo rápido el engaño a los que los somente la enana psicótica. La caida de la veladura se da como resolución moral, otro cliché. Si hay algo en lo que se recurre una y otra vez, no solo el cine sino también la historia de la humanidad, es poner en el Otro todo lo no soportable de mí, como sujeto o como sociedad; de esta manera, no es Estados Unidos quien tiene campos de tortura extraterritoriales, sino que en los países ex Unión Soviética todavía hay psiquiátricos donde se recluyen monstruosidades. Así, no es en el seno de la propia Norteamérica de donde surgen monstruos (el noticiario está llenos de ellos) sino que es la inmigración la que las trae, com si fuese el Sida o el Ébola o el Covid-19 Así, La Hija, podría decir que recorre un sin número de clichés, típicos del terror moralizante (David J.Skal, Historia cultural del terror,). Esto quiere decir que si bien el terror es supuestamente un género contracultural, también puede funcionar de manera inversa. A pesar de las palabras de Eco en “El Nombre de la Rosa”, la comedia era y suele serlo, tanto o más moralizante que la tragedia; en nuestro film, adosado con humor macabro, sigue una línea que tranquilamente se puede rastrear ya (desde cierto sentido) en Disney; el terror proviene principalmente de una madre excesiva, esa madre de la que Waters se ríe en Mamá asesina (John Waters, Serial mom, EEUU, 1994) , el hombre puede ser cruel aunque tenga un hijo abusador, aunque éste se enmarque en un contexto cultural, y el afuera, sea el del espacio (metáfora) o real: sobre la leñera hay un conjunto de huevos fabergé dando pistas sobre el origen cultural de la familia. Si bien el asunto de la enana y su proveniencia podría tomarse como una metáfora del desmembramiento de la URSS, (la mafia rusa y sus costumbres ya son parte del paisaje audiovisual) y todavía los restos del desmembramiento viven en un mundo sórdido y violento, que en definitiva terminan por inocular en la civilizada y democrática EEUU. El film, no sólo tiene un giro racista sino tambíen misógino, (¿se podría ser lo uno sin lo otro?) al plantear la violencia como cosa de mujeres; siempre todo con el debido cuidado de balancear las cosas esto. El hijo y sus amigos son un grupo de abusadores con fuertes rasgos étnicos pero sostenido por una madre algo incestuosa y, haciendo un deporte adecuado, son contenidos. Bueno, al que quiere ver una suerte de despropósito en nombre de ver violencia explícita sin ser interpelado por los contenidos, probablemente el film le funcione. Si tiene capacidad de indignación probablemente se levante en medio de la proyección. [1] Fuente Wikipedia Se estrena el 22 de setiembre
LOS CHICOS CRECEN Trece años después de La huérfana, aquel film con el que Jaume Collet-Serra se posicionaba en el terror tras La casa de cera, para después desmarcarse y nunca más volver, aparece La huérfana: el origen. Una precuela, tal como nos sugiere su título, que para empezar se enfrenta con un problema técnico. Una de las principales virtudes de la primera película era la interpretación de Isabelle Fuhrman, que en la ficción se hacía pasar por una mujer adulta en el cuerpo de una niña pero que, en la vida real, sí era una niña. Un factor que volvía a su trabajo mucho más interesante y perturbador. Claro, el tiempo pasó para todos, y ahora Fuhrman es una adulta que tiene que interpretar a una niña. La solución, como ocurre con varias cuestiones de esta película, corre más por cuenta del espectador que del apartado técnico. Quien decida renunciar al verosímil en favor de la diversión puede que la pase bien durante un rato, y que incluso se sorprenda. Pero fuera de eso no hay mucho más. La historia nos ubica dos años antes de la primera película, en un psiquiátrico de Estonia que ya conocemos. Todo el arranque, que incluye el escape de Leena/Esther (Fuhrman) del lugar, y la posterior inserción dentro de una familia norteamericana, funciona por acumulación de violencia y absurdo. Las circunstancias que rodean al grupo familiar son un poco más enroscadas que la primera vez, y hasta la mitad la película avanza bastante rutinaria, con algunos chispazos de interés vinculados a la identificación de rasgos ya transitados. El origen de las pinturas de Esther, por ejemplo. Pero hasta ahí todo parece estancado en la repetición, hasta que el guión de David Coggeshall pega un volantazo y vuelve las cosas interesantes, para bien y para mal. Como la gran revelación sobre la protagonista ya estaba dada en la primera película, acá lo que se propone como novedad es un giro que termina ubicando a Esther no tanto como heroína, pero si enfrentada a unos malos más malos que ella. La justificación del mal y la posible redención es algo que se viene desarrollando de un tiempo para acá, con villanos icónicos como el Joker o Cruella de Vil (que, con una historia de años a cuestas, pueden admitir algunos matices), pero también con villanos que gozan de cierta iconicidad, a los que a nadie le interesa que sean “buenos”. Se me ocurren el último Candyman, interpretado como un vengador en contra de la injusticia racial, o un caso más cercano al de Esther, el del hombre ciego de No respires, reconvertido en antihéroe en la secuela. Incluso en esos ejemplos, y siendo blandos, la conversión podría explicarse cronológicamente (antes malos y después, por alguna razón, menos malos), pero considerando que La huérfana: el origen es una precuela, la operación pierde todo sentido. El absurdo vuelve a tomar el centro de la escena, y eso, que en ocasiones puede llegar a ser saludable para el terror, acá no termina de cuajar. El arrojo de varias de las decisiones de esta película, primero para escribirlas y después para llevarlas a cabo (cortesía del director William Brent Bell, un laburante del género sin demasiado vuelo), no deja de ser llamativo, pero eso no significa que sea suficiente. Puede que, como dijimos antes, La huérfana: el origen sea una película interesante (un término bastante terrible, que muchas veces enmascara descontento y otras no dice nada), pero dista mucho de su predecesora. Visualmente chata, y con una Esther a la que cuesta creerle su gracia con la edad, el riesgo argumental termina siendo anecdótico. Si queremos ponernos detallistas, podríamos reparar también en cómo el guión genera algunas inconsistencias narrativas con respecto a la primera entrega, pero mejor dejarlo acá. Tampoco da para enojarse tanto.
Se estrenó en salas “LA HUÉRFANA: EL ORIGEN”, un thriller psicológico con tintes de ‘slasher’, que busca la forma de dejarnos atónitos. La historia se remonta al año 2007 en Estonia, en que Leena Klammer (Isabelle Fuhrman), una psicópata de aspecto inocente e infantil, se escapa de la institución mental donde se hallaba recluida. Tiene una enfermedad hormonal que la hace parecer una niña. A sabiendas de esto, consigue recursos, aprovechándose de los adultos que la rodean. Esto llega a un extremo cuando decide hacerse pasar por una niña que desapareció en 2003, Esther Albright, estadounidense y perteneciente a una familia adinerada. Su identidad es cuestionada ante ciertas situaciones, pero la protección surge del lugar menos esperado. ¿Se librará la familia Albright de esta impostora de una vez por todas? Para empezar, podemos decir que la cinta es interesante, curiosa, juega con lo inesperado y la sorpresa. El guion lamentablemente tiende a tomarse demasiadas concesiones, pero fuera de eso forja un film adecuado para el presupuesto. La actuación de Fuhrman es buena, creíble y versátil, encontrando lugar tanto para la vulnerabilidad falsificada, como para la ferocidad de sus asesinatos, y hallando cohesión entre ambos extremos. Por otro lado, Julia Stiles hace un buen papel como mamá (de la familia Albright), aunque tiene algunos momentos más forzados que otros. La fotografía nos mantiene al borde del asiento en varias ocasiones donde es necesario recuperar el interés por lo que pasa, que por momentos se torna soporífero. Junto con el ritmo adquirido durante la edición, atrae y disipa los contrastes que se van generando. Uno de los aspectos más destacables es el giro que la trama posee aproximadamente por la mitad de la película. Es indiscutiblemente lo mejor de ella, pero los demás momentos se quedan atrás en lo que respecta a interés narrativo. También podemos señalar una dirección de arte ambiciosa, en donde toman relevancia las pinturas, el dibujo, el entorno de los personajes que no sospechan nada, versus el de aquellos que saben todo. Se halla la forma de mostrar belleza en medio de la violencia, incluso hasta el punto de hacer que empaticemos con la farsante. Sorpresivamente, además, se critican (acertadamente) aquellas conductas sociales de las familias adineradas y la marginalización de miembros que estén deprimidos o sufriendo, perpetuando estigmas sobre el tratamiento de la salud mental. Es una interesante propuesta, armada muy inteligentemente. Los efectos visuales lindan con lo aceptable, aunque algunas imágenes del final son poco creíbles. ¡Buen plan para el fin de semana y llevarse un par de sustos violentos! Por Carole Sang
Una secuela que llega bastante tarde y con un nuevo giro sorpresa muy tirado de los pelos. Pero lo peor es la falta de esfuerzo por querer lograr un producto más o menos sólido. Antes las que iban directo a video tenían algo más de dignidad.