El hombrecito gris El cine argentino abordó los años de la última dictadura cívico militar desde diferentes estéticas y narrativas que dieron origen a más de un sinfín de películas. Desde la sutileza de Adolfo Aristarain en Últimos días de la víctima (1982) hasta la explicités de Héctor Olivera en La noche de los lápices (1986), los años más oscuros de la historia argentina tuvieron su lugar en el cine hasta la saturación de ideas. ¿Cómo encontrarle una vuelta de tuerca a un tema del que tanto se habló, se escribió y se filmó? La respuesta tiene nombre y se llama La larga noche de Francisco Sanctis (2016), la película argentina que participará en el 69 Festival de Cannes es completamente diferente a todo lo ya visto. Inteligente, sutil y de un nivel artístico y técnico que sorprende. Buenos Aires a finales de los 70. Francisco Sanctis (soberbia actuación de Diego Velázquez) es un cuarentón, trabaja en un mayorista de alimentos mientras espera un ascenso que nunca llega, está casado, tiene dos hijos, su vida es bastante rutinaria y nada parece perturbarlo. Un día recibe un llamado de una vieja amiga que quiere encontrase con él casi con urgencia. Él acude rápidamente y ella le dice dos nombres, una dirección y le encarga una misión. Es una pareja que esa misma noche será chupada por los servicios y a los que Francisco Sanctis tendrá la posibilidad de salvar. ¿Se animará este hombre gris a tomar las armas, metafóricamente hablando? Construido como un thriller político minimalista, La larga noche de Francisco Sanctis resulta un verdadero hallazgo tanto formal como narrativo. La trama sigue el punto de vista del protagonista y cómo él ve y siente lo que en ese momento está sucediendo. Por eso, en un principio, todo parece transcurrir de forma normal, pero a partir de ese encuentro su perspectiva del exterior cambia y la película se vuelve oscura, tenebrosa, inundada por el terror que siente. Si uno tiene la posibilidad de ver la película varías veces notará que el entorno es igual siempre, lo que cambia es como lo ve el protagonista y como lo transmite. Si el ejemplo fuera una paleta de colores Francisco ve el afuera blanco, luego gris, para llegar finalmente al negro. Sin duda, La larga noche de Francisco Sanctis, basada en la novela homónima de Humberto Costantini, es una película de personajes y donde toda la carga está puesta en el protagonista, pero donde también resulta importante el uso del sonido y la luz en la generación de climas, y en la decisión formal del binomio de directores de filmar casi todas las escenas sin cortes y con planos muy a lo Alfred Hitchcock, estilo que remite al cine de suspense de los años 60 y 70. Andrea Testa y Francisco Márquez (Después de Sarmiento. 2014) logran una película sobre la dictadura sin la necesidad de recurrir a ningún elemento visual que la identifique. No hay militares, no hay campos de concentración, no hay discursos en la televisión ni la radio, no aparece el Mundial 78, la Guerra de Malvinas, nadie detiene a nadie en la calle, no hay tiros, enfrentamientos... No hay nada. Todo está en un permanente fuera de campo. Solo un pequeño diálogo en un auto en el que se mencionarán una dirección y dos nombres a los que el ejército se llevará. La película más política con menos política que el cine dio en mucho tiempo. Una genialidad.
¿Qué pasaría si te enteraras que la vida de dos personas está en tus manos? ¿y si intentar hacer algo por ellas implicaría poner en riesgo a tu propia familia?. Eso es lo que le pasa al protagonista de La Larga noche de Francisco Sanctis, la película co-dirigida por Andrea Testa y Francisco Márquez. Francisco Sanctis (Diego Velázquez) tiene una vida bastante normal en un escenario que no lo es. Vive con su esposa y sus dos hijos, espera eternamente un aumento de sueldo que no llega y parece no estar cuestionándose lo que sucede a su alrededor, incluso cuando esa realidad lo interpela a cada instante. Del lado de afuera, el gobierno militar secuestra, asesina y desaparece personas.
“La larga noche de Francisco Sanctis” (2016) de Andrea Testa y Francisco Márquez llega al cine luego de un largo recorrido en Festivales. La historia del protagonista, interpretado por Diego Velázquez, quien durante una jornada nocturna debe seguir algunos pasos para poder así protegerse y proteger a los suyos, retoma una línea narrativa que ha dejado de producirse hace años. Quién dijo que lo político no es parte del cine, y quién fue el que dijo también que no se puede entretener buceando en el pasado, el más doloroso, el más reciente, aquel que continua danto temas para que, como en este caso, a partir de una lograda reconstrucción de época y la soberbia actuación de su protagonista, se logre un filme contundente sobre un período nefasto de nuestra historia.
La larga noche de Francisco Sanctis desembarcará el jueves próximo en salas de Buenos Aires, La Plata, Rosario, Córdoba, luego de haber circulado por -y cosechado premios en- festivales nacionales y extranjeros (el jurado del segundo Festival Internacional de Cine de las Tres Fronteras le acordó el más reciente al actor protagónico Diego Velázquez). La expectativa es grande por otros dos motivos, además de la curiosidad que despierta el reconocimiento obtenido en instancias previas al estreno comercial: el origen literario del largometraje y la promesa de un abordaje distinto al terrorismo de Estado que los argentinos padecimos entre marzo de 1976 y diciembre de 1983.
Siempre hay variantes para tocar sobre un tema. Muchas veces los recursos se agotan, pero continúan funcionando, como en las películas sobre mafias, por poner un ejemplo. La dictadura militar de los setenta en nuestro país despertó demasiadas producciones que invocan a la brutalidad de sus ejecutores o a las consecuencias socioeconómicas nefastas que dejaron. Sin embargo, muy pocas veces se ha tocado la problemática de la vida de la población durante esos años, de esa que se mantenía al margen, sin caer en el falcón verde o el famoso “algo habrán hecho”. La pregunta más simple es: “¿Qué pasó con las personas comprometidas socialmente que, en algún momento de su vida, decidieron dar un paso al costado?”, “¿Cómo vivieron esos años sabiendo lo que ocurría, con miedo en relación al contexto que vivían?”. “La larga noche de Francisco Sanctis” retrata muy bien el sufrimiento del hombre clase media alta con la situación ocurrida durante la dictadura militar. Todo empieza con un encuentro con Elena Vaccaro (Valeria Lois), una antigua compañera de la facultad de Francisco (Diego Velázquez) que, con la excusa de ayudarlo a publicar unos poemas que el protagonista había escrito en un diario obrero, le comenta el nombre y la dirección de dos personas que serán capturadas. Francisco espera con ansias un ascenso en la empresa donde trabaja, casado y padre de dos hijos, vive cómodamente, sin preocupaciones por fuera de su ocupación. Esta búsqueda de dos personas que iban a ser secuestradas despierta en Francisco una búsqueda introspectiva con él mismo, con su forma de pensar, con los años de juventud, mientras recorre de a pie Buenos Aires de noche con planos que nos muestran en todo momento su expresión y su sentir con esta misión. Diego Velázquez sabe interpretar ese pesar, esa incomodidad de salir de su rutina y sus preocupaciones cercanas para intentar ayudar a estos desconocidos a evitar la futura tortura. Quiere eludir la misión buscando un cómplice en un amigo o un familiar que tiene conexiones con la resistencia, pero a lo largo de esa noche empieza a internalizar la opresión de la dictadura, sin que haya una escena con un policía cerca. El silencio y el sonido ambiente opresivo es la muestra más clara de todo este sentir, de las calles de esa Buenos Aires muerta en vida. Aún cuando suena la discordante melodía alegre de “Un millón de amigos” de Roberto Carlos, la ironía de la situación choca con la cara de pesadumbre de Francisco que desafía su miedo, con valentía moderada, sabiendo que no puede cruzar el umbral. El film sabe generar esa atmósfera densa y sombría. En los planos en exteriores la atmosfera se potencia y es más palpable, siempre en foco al protagonista, con los detalles de la ciudad en fuera de foco. La represión indirecta y la batalla cultural como subtexto. Por eso es un trabajo muy destacable.
Una narración que llega a buen puerto con lo justo. la larga noche de francisco sanctis 2A poco tiempo de anunciarse su inclusión en la sección “Un Certain Regard” del Festival de Cannes, el presente BAFICI nos da la oportunidad de ver La Larga Noche de Francisco Sanctis, un eficiente relato sobre la indiferencia desafiada en uno de los periodos más oscuros de nuestra historia. ¿No podría hacerlo otro?: Nos encontramos en plena dictadura militar y Francisco Sanctis es un gris oficinista (con un pasado socialista), quien justo en el día que se le niega por enésima vez un ascenso, recibe el llamado de una amiga de la facultad. Al encontrarse con ella le da unos nombres y una dirección, alegando que “los van a pasar a buscar” y se los tiene que avisar. En esta época esa frase da a entrever un funesto resultado, por lo que Francisco pasará la noche en búsqueda de otra persona a quien pasarle esa responsabilidad. La película es sólida a nivel guion, presentando sendos obstáculos a los que el protagonista enfrenta activamente; todo esto respondiendo a una clara propuesta temática que es la de esperar a que otro resuelva el problema, en oposición a tomar parte en la solución. Por el costado técnico presenta una rica fotografía en Cinemascope, sumada a una prolija y detallada dirección de arte. En el costado actoral, la película descansa exclusivamente en los hombros de Diego Velázquez (Kryptonita), quien entrega una interpretación solida; una riqueza expresiva por la que el espectador se guía de principio a fin. Conclusión: A base de un sólido trabajo de guion, interpretación y propuesta técnica La Larga Noche de Francisco Sanctis es una película prolija y cumplidora con su premisa. No es un título rimbombante, sino que se limita a contar su cuento con la mayor sobriedad y profesionalismo posibles. Lo que no es poco en un panorama tan adolescente en materia narrativa como el nuestro.
-Ganadora de la Competencia Internacional del último BAFICI y seleccionada para la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes, la ópera prima de ficción de Testa y Márquez es una inquietante, ominosa y alucionatoria transposición de la novela homónima de Humberto Costantini sobre un cuarentón de vida gris y sin compromiso político (notable trabajo de Diego Velázquez) que vivirá una noche de furia en plena dictadura militar. El cine argentino, sobre todo durante la primavera alfonsinista y en la reciente era kirchnerista, incursionó hasta el hartazgo en la violencia política de la década de 1970. Por eso, cada nueva aproximación a aquellos nefastos tiempos de la dictadura militar obliga a las mismas preguntas de siempre: ¿Para qué? ¿Hay algo nuevo que decir? Las respuestas en el caso de esta ópera prima de Testa y Márquez son afirmativas porque esta transposición de la novela homónima de Humberto Costantini publicada en 1984 escapa del péndulo historia de militantes-historia de militares para concentrarse en una noche de furia (con algo del Después de hora scorseseano) de un representante de esa “mayoría silenciosa” y cultor del “no te metás”. En efecto, los primeros minutos nos presentan a Francisco Sanctis (impecable trabajo de Diego Velázquez) como un tipo común y corriente, bastante gris por cierto, un padre de familia tipo que alguna vez coqueteó con ser poeta y hoy es un sumiso “empleado del mes” que recibe el agradecimiento de sus jefes, pero nunca consigue el ascenso prometido. Una noche (la larga noche a la que alude el título) es contactado por una misteriosa mujer que aparentemente fue un viejo amor dos décadas atrás y que dice ser ahora la esposa de un oficial de la Aeronáutica. Ella tiene los nombres de unas personas que son perseguidas por los militares. “Los van a buscar”, le dice. El, que no tiene ningún tipo de compromiso ni interés político, deberá decidirse entre hacerse el boludo una vez más o empezar a deambular por la ciudad nocturna y semivacía para intentar salvar esas vidas. El uso irónico de la canción Yo quiero tener un millón de amigos, de Roberto Carlos, funciona a la perfección en ese contexto personal y social. Entre bares y cines, Francisco -un tipo que no es enteramente patético ni tampoco una persona del todo noble- vivirá en carne propia el miedo, será un reflejo, un símbolo de la paranoia reinante. Ominosa y alucinatoria sin necesidad de cargar las tintas, se trata de una película de climas, de sensaciones, de estados de ánimo con una impecable puesta en escena, una lograda reconstrucción de época y una notable actuación de Velázquez como el típico antihéroe que está en el lugar equivocado en el momento justo.
Este film es notable porque –si bien es lo más nuevo del nuevo cine argentino- ni se acerca a los clichés tan remanidos de joven-que-se niega-a-crecer, o adolescentes-en-la-nada, o niños-ricos-aburridos, y tantos más. Esta película se anima a lo político! Y, a pesar de estar dirigido por dos novísimos directores, muy jóvenes, nacidos después de la dictadura, reflejan el clima que vivimos en aquella época con un realismo y dramatismo estremecedores. Basado en la novela homónima de Humberto Costantini -militante, compañero de Haroldo Conti- la película relata un día -y sobre todo una noche- de Francisco Sanctis, un mediocre empleado de empresa que sueña con un improbable ascenso y tiene una vida tranquila con su esposa docente y sus dos hijos. Francisco es uno de aquellos que en los años '70 se animó a la militancia -palabra que hoy la han cargado de oprobio, pero que entonces significaba luchar por un mundo mejor y más igualitario- y también tuvo sus escarceos con la literatura. Pero cuando llegó la hora de mayor compromiso, se “abrió”, como tantos otros, que eligieron esa vida oscura y prefirieron no enterarse de lo que estaba ocurriendo alrededor, incluso entre sus propios amigos. Pero el destino… es ineluctable. Le llega a Francisco en la persona de una amiga de aquel período, quien le entrega inopinadamente una información sobre personas que van a ser “chupadas” esa noche. Allí comienza el largo calvario de Francisco, que intentará de uno y otro modo sacarse la responsabilidad de encima, pasar la información, no hacerse cargo una vez más. Hace tiempo que venimos admirando la calidad de los actores de la escena argentina. Diego Velázquez confirma una vez más su ductilidad, en este caso para encarnar ese burgués pequeño pequeño con aire chaplinesco, cuya máscara de miedo y tensión no lo abandona jamás; Valeria Lois está maravillosa en esos diez minutos como informante (no dejar de verla en estos días en la tablas con Esplendor, la obra de Santiago Loza, en el rol de Natalie Wood), y Laura Paredes y Marcelo Subiotto también excelentes en dos secundarios. Pero el centro de la escena está en Francisco, la cámara nunca lo abandona en su peregrinar por una Buenos Aires nocturna, barrial, portuaria y desértica, casi irreconocible, con una fotografía gloriosa, en cuadros cerrados, planos cortos o primeros planos cerrados, señales del encierro psicológico del protagonista. Es destacable que en ningún momento se deja traslucir el origen literario del guión, que es de los propios directores. No hay aquí un narrador en off, no hay explicaciones innecesarias o redundantes, no hay militares ni coches con sirenas, tan solo lo que ve Francisco -gente que se esconde, o que huye- y en todo caso es el espectador –y sobre todo el que ha vivido esa época- quien conoce el contexto. Tampoco hay música, a excepción de la inclusión diegética de la canción -entonces tan popular- de Roberto Carlos, Yo quiero tener un millón de amigos, cuando Francisco decide asumir su destino.
Las formas del miedo. ¿Cuántas ficciones argentinas han abordado los hechos de la última dictadura sin que la relevancia del tema disimule desinterés por el lenguaje cinematográfico? Casi ninguna. ¿Cuántas, de los últimos años, han concentrado sus esfuerzos en la puesta en escena, pensada en función del tema representado? Pocas. ¿Cuántas han ejercido el suspenso con calidad y eludiendo efectismos? Rastreando en la historia de nuestro cine pueden hallarse varias, pero no son muchas. La larga noche de Francisco Sanctis sale airosa de esos y otros desafíos. Comienza describiendo sin afectación la vida cotidiana del protagonista, padre de familia, habitante de un modesto departamento y empleado lidiando con la frustración de un ascenso que no llega. En ese primer tramo, sorprende la naturalidad de los diálogos y caracterizaciones sin recurrir a exaltaciones dramáticas ni subrayados costumbristas: jefe y compañeros de trabajo son claramente personajes laterales, y pocos rasgos sirven para definirlos, en tanto su esposa –aunque pronto irá quedando al margen de algunas decisiones– aparece afable y nunca ridiculizada. Los movimientos y la economía expresiva de los actores son acompañados por el rigor con el que se utiliza la cámara y una restringida gama de colores. Los indicios para indicar que la acción transcurre en los años ’70 son claros sin redundancias ni estridencias. La historia empieza a cargarse de tensión cuando reaparece una vieja amiga a pedirle (con enigmática sutileza, cercana a las claves del film noir) que intervenga para avisar a unas personas que serán víctimas de un ataque de los militares pocas horas después. La vida gris, resignada de Francisco Sanctis, se sacude entonces, enfrentándose a la duda y la posibilidad de despertar cierto coraje semidormido. A partir de allí, el calvario de Francisco por las calles de una Buenos Aires nocturna cobra formas ligeramente fantasmales gracias a un lúcido uso del sonido y una iluminación expresionista, con sombríos destellos rojizos y amarillos asomando en la oscuridad de esa travesía que tiene menos de aventura que de indagación en la conciencia. En esa ciudad reconocible y al mismo tiempo ajena hay algo de Invasión (1969, dir. Hugo Santiago), y en la búsqueda-escape de Sanctis pueden encontrarse ecos también de un film más inconsistente y olvidado, Hay unos tipos abajo (1985; dir. Rafael Filipelli-Emilio Alfaro). Si La larga noche de Francisco Sanctis (premiada como Mejor Película en la última edición del BAFICI) transpone una novela de Humberto Costantini, no es para especular con el prestigio de un escritor consagrado, y el hecho de desechar actores populares para encarnar a los personajes (sólo Marcelo Subiotto, visto recientemente en La luz incidente, es medianamente conocido) suma credibilidad a la idea del compromiso no premeditado de seres anónimos con hechos de la Historia. Algunas canciones populares que se escuchan distraídamente o los afiches de una película picaresca en las puertas de un cine (había también una alusión al cine escapista de Jorge Porcel durante la dictadura en Sofía, de Doria) ayudan al cuadro de época, siempre levemente desplazado, tendiente a la abstracción. El miedo es el eje de este ejercicio de suspenso, pero no sólo el miedo a los represores y la muerte: también a las delaciones, a uno mismo, a una vida desapasionada, a los actos a los que pueden llevarnos nuestra desconfianza o algún imprevisto rapto de valentía. En verdad, el debut en el largometraje de Andrea Testa (Buenos Aires, 1987) y Francisco Márquez (Buenos Aires, 1981) es uno de los más relevantes de los últimos años. El desempeño de los intérpretes, por ejemplo, va más allá de la capacidad del protagonista Diego Velázquez y de los demás: en la elección de esas máscaras y timbres de voz, en la marcación y caracterización, hay un mérito indudable de los directores-guionistas. Del ajustado equipo técnico y artístico vale la pena destacar, asimismo, el trabajo de fotografía de Federico Lastra y el sonido de Abel Tortorelli (de meritorios trabajos previos para Gustavo Fontán, Inés de Oliveira Cézar y otros directores), que crean persistentes sensaciones de inquietud. Es cierto que la elusión desdibuja la definición –dramática, ideológica– de ciertos personajes, como el joven con el que Sanctis se encuentra en una sala de cine, pero el film lo compensa involucrando al espectador en una intensa experiencia emocional, con el plus de uno de los finales más perspicaces que se han visto en el cine argentino en mucho tiempo. Por Fernando G. Varea
El compromiso de saber Desde lo tangencial, sin retórica ni didactismo, el contexto de los 70 y toda la impronta de aquellas épocas de dictadura e incertidumbre al salir a la calle trazan las coordenadas de este interesante thriller, adaptación cinematográfica de la novela La larga noche de Francisco Sactis, de Humberto Costantini, que encuentra en la incómoda premisa de la responsabilidad ante el conocimiento de un hecho las contradicciones internas de un personaje, a quien el pasado se le vuelve en contra.
Un millón de amigos La Larga Noche de Francisco Sanctis (2016), el primer largometraje de ficción de los realizadores Andrea Testa y Francisco Márquez, regresa a 1977, en los primeros años del Proceso de Reorganización Nacional, para confrontar el pasado de nuestra Nación desde el comportamiento de la sociedad civil ante los indicios de los secuestros sistemáticos de luchadores sociales. En el comienzo de la última dictadura militar, un ex militante universitario, frustrado por la demora de su solicitada promoción tras varios años de esfuerzos en una empresa alimenticia, recibe una inesperada llamada de una ex compañera a la que no ve hace años. Tras convencerlo de encontrarse con la excusa de solicitarle su autorización para publicar un poema escrito en la juventud, le comenta subrepticiamente que posee información sobre una pareja a punto de ser secuestrada esa misma noche. La mujer le confía la información a Francisco, quien comienza una odisea vertiginosa por la ciudad de Buenos Aires encontrando indiferencia y miedo ante la posibilidad de involucrarse en el escabroso asunto. La película de Testa y Márquez es la adaptación de la novela homónima del escritor revolucionario Humberto Costantini, exiliado en México durante la última dictadura. La obra, publicada en 1984 por la editorial Brugera tras el regreso de la institucionalidad democrática, coloca al protagonista ante la disyuntiva de arriesgarse a realizar una acción concreta para salvar a la desconocida pareja y comprometerse nuevamente con sus ideales o hacer oídos sordos a la alarmante noticia y convertirse en cómplice de la dictadura por omisión. Así, entre el drama y el terror que se avecina, la política aparece menos como ideología que como toma de posición ética y prueba de valentía y decencia. Las actuaciones de todo el elenco reconstruyen el dilema de la época entre la apatía, la desconfianza y el temor de forma brillante, destacándose la gran labor protagónica de Diego Velázquez en el papel de Sanctis. La fotografía, la dirección y la dirección artística realizan una labor estética formidable con cada escena para captar la esencia de la novela y de una Buenos Aires hostil y terrible, plasmando así la angustia y la desesperación de Sanctis ante la situación apremiante que sacude su vida. Los rubros técnicos, como la mezcla de sonido o la reconstrucción histórica, también se destacan, componiendo una película meticulosa que no deja ningún detalle librado al azar. La Larga Noche de Francisco Sanctis no solo viene a proponer de esta manera otra mirada sobre la última dictadura cívica militar sino que en realidad recupera una gran novela aún no reeditada de un extraordinario escritor para proponer una transformación de nuestra mirada del pasado a fin de resignificar el presente, concientizar sobre la necesidad y el deber ciudadano de enfrentar cualquier dictadura, encontrando así a través de la ficción nuevas formas de mantener viva la consigna Nunca más.
El miedo como exponente narrativo A lo largo de las últimas décadas, el cine argentino ha expuesto distintos tópicos y relatos de la última Dictadura Militar, la cuestión es que rara vez se han evitado los clichés y lugares comunes de una temática más que complicada pero a su vez necesaria. En esta oportunidad, con La Larga Noche de Francisco Sanctis (2016), Francisco Márquez y Andrea Testa construyen, a través de una libre interpretación de la novela de Humberto Costantini un film impecable y de las más lúcidas producciones argentinas de los últimos años. La película, que narra el trayecto de Francisco Sanctis (enorme trabajo de Diego Velázquez), que siendo un padre de familia un tanto desinteresado de los turbios temas de aquella actualidad, se anima a escaparle a ese entorno cuando una vieja conocida le dice que ciertas personas corren riesgo y que él podría salvarlos al avisarles a tiempo de la situación. Lo interesante de todo esto es cómo se construye cinematográficamente este proceso. El film, a pesar de tener una ideología bastante clara, no le escapa a la trama principal con elementos subrayados para remarcar su denuncia política, sino que reconstruye los hechos y la época en sí a través de las posibilidades que le da el cine, y sobre todo -a partir de esto- expone el miedo y la tensión de esos años a través del sonido, los silencios, el frenético montaje o la brillante reconstrucción geográfica de los días de la Dictadura Militar. Realmente se siente la época mediante la pantalla, con una Buenos Aires fría, callada y desierta entre calles oscuras. La película se narra a partir del miedo y de cómo éste se genera a través del cine para crear una sensación angustiante de esa realidad. La Larga Noche de Francisco Sanctis es una obra distinta, de esas que no dan respiro, de secuencias climáticas que adentran al espectador en la trama de una manera asfixiante entre una lucidez visual y planos largos y pausados pocas veces vistos en las películas de la temática en cuestión. El film no representa las típicas imágenes de los hechos que ya todos conocemos en relación a esa época histórica, sino que a través de los gestos de su protagonista y los distintos recursos cinematográficos genera una narración impecable con climas símiles de terror psicológico exponiendo tanto la valentía del personaje como a su vez el temor que se vivían en aquellos años.
La larga noche de Francisco Sanctis es tan elogiable como criticable porque tiene puntos muy buenos y otros tantos más flojos. Comienzo por la que no me terminó de cerrar: es un tanto lenta y en muchas escenas da la sensación de que falta algo de impacto que finalmente no sucede y por otro lado algunos de los personajes secundarios no están bien definidos. Ahora bien, Diego Velázquez logra excelente laburo cargando en sus hombros prácticamente toda la película lo que hace honor al nombre propio que titula el film. Realmente es una larga noche, una que solo podía ser posible en una época muy oscura y macabra de la historia de nuestro país y que los directores Francisco Márquez y Andrea Testa recrean muy bien. La larga noche de Francisco Sanctis es un film para un público muy específico, tal vez más festivalero, motivo por el cual le costará acercarse a los que suelen ver únicamente material de corte industrial ya sea de Hollywood o nacional pese a estar bien realizado.
EL LARGO VIAJE DE LA INDIFERENCIA AL COMPROMISO Ganadora del Bafici, seleccionada para Cannes, esta opera prima de ficción de Andrea Testa y Francisco Márquez, viene precedida de los mejores elogios, y con razón. Los directores se basaron en la novela de Humberto Constantini, y lograron un film especial sobre una época- los años de la dictadura militar- donde siempre vuelven los cineastas argentinos, a veces reiterando miradas. Aquí lo que se ve es el miedo, la opresión, el terror al compromiso, el reino del no te metas. Pero el horror queda fuera de campo, se siente, pero no se ve y el resultado es tremendamente más fuerte. El empleado gris que por una circunstancia fortuita puede salvar la vida de dos personas si se decide a avisarles, es un hombre se enfrenta sus demonios, que se olvidó de sus ideales, y de sus veleidades de poeta. Y en esa larga noche transitara una ciudad vacía de gente, llena de los peores presagios. Con un gran trabajo de Diego Velazquez, y buenas participaciones de Laura Paredes y Marcelo Subiotto.
Se estrena La larga noche de francisco Sanctis, película ganadora del último BAFICI. Basada en una novela de Humberto Constantini, La larga noche de Francisco Sanctis relata una jornada de un mediocre oficinista que trabaja en una empresa mayorista. Su rutinaria vida se ve sacudida cuando recibe el llamado de Elena, una antigua compañera de facultad que le propone encontrarse para hablar sobre la publicación de un poema que Francisco escribió mucho tiempo atrás, en sus años de militancia. Pero Elena, que vivió muchos años fuera del país y ahora está casada con un oficial de la aeronáutica, le revela que el motivo del encuentro es darle el nombre y la dirección de dos personas que esa misma noche van a ser “chupadas”. Así Francisco deberá debatirse entre la acción y la pasividad. El involucrarse o el “no te metás”. La larga noche de Francisco Sanctis es de esas películas en las que los espectadores somos interpelados de una forma contundente, pero también sutil, ante un terror que está agazapado y latente, que está dormido pero que en cualquier momento puede despertar y atacar. Prescindiendo de los clichés del Falcon verde y militares con bigotes, con sutilezas de vestuario, de dirección de arte (el cine en que se proyecta una película de Olmedo y Porcel) de costumbres de la época (el fumar en la oficina) y de pequeños actos (el deshacerse de papeles comprometedores, por ingenuos que pudieran parecer), Testa y Márquez logran recrear de manera minimalista el clima claustrofóbico de los años 70. Para Francisco, el pasado vuelve con forma de presente incierto, sacude su relativa tranquilidad de gris oficinista que espera un ascenso, revuelve su vida familiar monótona (que no lo es tanto cuando toma conciencia de que algunas personas a su alrededor pueden estar en peligro, conocidos y desconocidos) y remueve sus antiguos ideales de poeta revolucionario. La notable dirección de Andrea Testa y Francisco Márquez saca partido de las limitaciones de producción, concentrándose en el rostro y las espaldas de su protagonista, que carga con todo el peso de la historia. La oscuridad de las calles de Buenos Aires nunca fueron tan tenebrosas y es esa propia negrura de la noche, tan funcional al relato, la que otorga el ambiente propicio para una película de géneros. El minucioso uso del sonido, cuando todo parece silencioso, es aterrador. Así como el suspenso bien aprendido de Hitchcock, del hombre común puesto en una circunstancia extraordinaria. Y con todos esos elementos se lucen en una magistral obra de cine político que lleva a replantearse el significado de la militancia. El elenco tiene la solvencia de Diego Velázquez como principal y casi excluyente protagonista, con un rostro con tensión, miedo y perplejidad. Pero también brinda lucidez con la brillante Valeria Lois. Marcelo Subiotto, Laura Paredes y Rafael Federman, todos excelentes actores, habituales en el teatro de Buenos Aires. A modo anecdótico y como advertencia a algunos espectadores que pueden leer otras críticas: el uso de la canción Un millón de amigos de Roberto Carlos en una escena de la película, fue reemplazada por una cuestión de derechos, por Un beso y una flor de Nino Bravo. En el BAFICI se proyectó con la primera, pero debió ser cambiada. Es en el único momento del film en que aparece música. El cambio no afecta nada, sigue siendo igual de funcional e inteligente. La larga noche de Francisco Sanctis es quizás la mejor opera prima de los últimos años. No había un debut tan promisorio e impecable desde La ciénaga.
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Cuando Buenos Aires era una ciudad en estado de paranoia constante Hay más de una manera de abordar un período tan oscuro de la historia argentina como el de la última dictadura. La que eligieron Francisco Márquez y Andrea Testa para esta película que fue parte de la competencia oficial en la última edición del Festival de Cannes y ganó el premio mayor del Bafici este año es tan clara como rigurosa: la reveladora radiografía del estado de paranoia constante que una sociedad vigilada y amenazada de múltiples formas vivió en esa época marcada a fuego por un miedo cuyos ecos aún resuenan, independientemente de los obstinados esfuerzos de los partidarios de sepultar de una vez por todas ese pasado ominoso. Basada en una novela no muy conocida de Humberto Costantini (escritor que militó en el ERP, fue oportunamente elogiado por Julio Cortázar y falleció en 1987) que se publicó en 1984, cuando la democracia apenas se estaba instalando en el país, tiene como protagonista a Francisco, empleado que busca desde hace años un ascenso en la pequeña empresa en la que trabaja y recibe inesperadamente un encargo a todas luces peligroso que, además, pone a prueba su integridad moral. Quien lo involucra en esa misión incómoda es una mujer (Valeria Lois, muy eficaz en su única aparición en la historia) con la que Francisco parece haber tenido una relación cercana en su breve temporada de militante, una parte de su historia que se reaviva sin necesidad de que opere su propia voluntad. Está claro que siempre resulta difícil borrar de un plumazo las huellas de los caminos que se han transitado, y Francisco empieza a comprobarlo a partir de ese encuentro tenso, fugaz y misterioso. Entonces el protagonista abandona por un rato a su familia y se pierde en una ciudad cargada de sombras, un poco a la deriva, como el inolvidable personaje de Después de hora (1985), aquella inquietante aventura urbana filmada con maestría por Martin Scorsese. La diferencia sustancial entre las dos historias radica en la gravedad explícita de este film argentino, apuntado directamente a transmitir el clima de asfixia que reinó en los tiempos de represión ilegal. Si el personaje de Griffin Dunne se veía envuelto intermitentemente en algunas situaciones de comedia, el de Diego Velázquez sufre exclusivamente el agobio de esa tarea complicada. Sólo aparece un humor leve y asordinado en la escena con Perugia (Marcelo Subiotto, también muy convincente en su papel), viejo amigo del protagonista y símbolo del ciudadano de clase media que decide borrar su conciencia política. Para Perugia, las historias de participación política son un ingreso al "túnel del tiempo". Sus preocupaciones son mucho más superficiales: las reformas de una casa en la costa atlántica y la ambición de un vida "adulta" que se eleve por encima de aquel viejo compromiso transformado ahora en pecado de juventud. Ese personaje indolente es, sin embargo, el que pone el dedo en la llaga: en algún momento, Francisco abandonó la idea de cambiar el mundo por una mucho más pedestre, la de cambiar el auto o la casa. Lo notable del film de Márquez y Testa es su pericia para pintar ese panorama negro y acuciante sin recurrir a los lugares comunes. No hay violencia manifiesta ni apelaciones a la iconografía recurrente para contar los llamados mil veces "años de plomo". Ese estado de latencia es el que logra aumentar el nivel de sugestión del protagonista, que parece caminar todo el tiempo por un campo minado. El notable trabajo de fotografía y montaje acentúa esas sensaciones. Igual que cualquier antihéroe, Francisco debe enfrentarse a una situación que lo supera con pocas herramientas en la mano. Pero en lugar de esconder la cabeza como un avestruz, se asume de nuevo como sujeto político y sale en busca de su destino. En otras palabras: con virtudes y limitaciones propias, resuelve dialogar con su pasado, en lugar de guardarlo en el arcón de los recuerdos, una actitud que quizás le hubiese deparado menos intrigas y definitivamente mucho menos riesgo. En esa larga noche del título, que también remite al virulento apagón del régimen militar, Francisco de Sanctis finalmente toma la valiosa determinación de reinventarse.
La dignidad no se negocia Lúcida adaptación de la novela de Costantini con muchos méritos de dos debutantes realizadores. Humberto Costantini publicó la novela La larga noche de Francisco Sanctis en 1984, con la democracia recién recuperada. Militante comunista, en su momento su relato se distinguió, pero en esa época la revisión del pasado reciente era moneda corriente. Treinta y dos años después, el filme de Andrea Testa y Francisco Márquez permite otra mirada, no sólo al relato del que sacaron la voz interna del protagonista y lo hicieron actuar, sino al drama que estalla en la vida de este hombre común y corriente. Situada en 1977, Francisco atiende en su trabajo la llamada de una antigua compañera. En la empresa mayorista donde trabaja le niegan otro ascenso (le regalan una cajita con productos). Y Francisco recibe otro presente, tampoco envuelto para regalo, que él decidirá si lo acepta, o no, y si le pesa e incomoda. La ex compañera le tira dos nombres, una dirección y le remata: “Esta noche los van a ir a buscar”. Y Francisco debe resolver si hace algo con esa información, o no. Si forma parte, como hasta unos segundos atrás, de la mayoría (o minoría) silenciosa que sabía qué pasaba en la dictadura, y no hacía nada. La película nos compele a tomar una posición. Y a Francisco, una decisión. Si sigue gris, enfrascado en su cotidianeidad (la película transcurre en una jornada) con el desayuno y las tostadas en familia, con su mujer y sus chicos en edad escolar, o si despierta y reaviva los sueños de juventud, la militancia, la literatura. La vida que parece tener entre apagada o, a lo sumo, en stand by. Los muchos méritos de la opera prima de Testa y Márquez, que no habían nacido cuando transcurren los hechos, se resumen en cómo acompañan y muestran a Francisco (el excelente Diego Velázquez está casi todo el tiempo en pantalla) en sus miedos, su apercibimiento de las pisadas de zapatos que pueden o no seguirlo. En cómo decide no mirar al costado -clave la escena del colectivo que toma a la mañana con sus hijos-, si no mirar hacia adelante. Y lo hacen con planos cortos, cerrados, para profundizar más la sensación de agobio que siente el protagonista. Dejan fuera de campo la presencia de los militares. No se los ve. Lo que no quiere decir que no estén. Tampoco se sabe por qué buscan a esos militantes, y ni siquiera hace falta. Los directores, egresados de la ENERC, la escuela de cine del INCAA, logran interpelar al público y hacerlo partícipe del relato. Lo mismo sucede con la resolución del filme. Cada espectador la interpretará como quiera, pero no es un final abierto.
PONER EL CUERPO El protagonista tiene nombre y apellido pero es nadie o en todo caso pretende ser anónimo, como la mayoría silenciosa y silenciada de la Argentina de la última dictadura, en donde confundirse, formar parte de un todo gris y sin identidad es un valor. Francisco entonces se viste como el promedio, tiene una familia como tantas y un trabajo rutinario. Pero el relato da cuenta que no siempre fue así, que en algún momento fue joven, idealista, que escribió poemas incendiarios que llamaban a la revolución. Esa fino hilo del pasado es el que lo conecta con una vieja compañera de facultad que lo cita con una excusa casi inverosímil, pero que funciona para que Francisco Sanctis se encuentre con ella, tal vez con la esperanza de revivir un amor añejo. Pero no, la mujer le pasa dos nombres, le pide que los memorice y que luego vaya a una dirección, que les advierta que esa misma noche los van a secuestrar. En medio de una ciudad hostil, húmeda, llena de peligros en cada esquina, asfixiante -notable fotografía a cargo de Federico Lastra-, Francisco piensa, duda, decide, retrocede, intenta delegar el encargo, vuelve sobre sus pasos. La dictadura habita en cada centímetro de las calles oscuras, los datos aprendidos queman. Basada en la novela homónima de Humberto Constantini, el film de Andrea Testa y Francisco Márquez es un viaje alucinado, con algo de Después de hora de Martin Scorsese pero mucho más lúgubre, un relato tenso anclado en el pasado reciente de la Argentina, en donde Francisco Sanctis representa a una sociedad aterrorizada por las desapariciones, los asesinatos, la barbarie. Los militares, las patotas habilitadas para robar, torturas y matar están en un gigantesco fuera de campo que proyecta el miedo a cada uno los movimiento de ese hombre -gran trabajo de Diego Velázquez-, que quiere hacer lo correcto con dos personas que no conoce pero que están peligro. Ganadora del último Bafici, seleccionada para la prestigiosa sección Un Certain Regard del Festival de Cannes 2016 y en Horizontes Latinos de San Sebastián –aquí la entrevista a los directores en la muestra vasca-, entre otros festivales, La larga noche de Francisco Sanctis es un thriller preciso, que desde la memoria que construyeron los films que lo precedieron y abordaron la misma temática, trabaja acertadamente sobre las sensaciones, sobre el temor de un hombre que refleja el estado de las cosas de un colectivo atravesado por el terror. LA LARGA NOCHE DE FRANCISCO SANCTIS La larga noche de Francisco Sanctis. Argentina, 2016. Dirección: Andrea Testa y Francisco Márquez. Intérpretes: Diego Velázquez, Laura Paredes, Valeria Lois, Marcelo Subiotto, Rafael Federman. Duración: 76 minutos.
El fuera de campo como amenaza permanente. Avanza el año 1977, amanece en la ciudad de Buenos Aires y Francisco Sanctis se prepara para un día que amenaza con ser igual a tantos otros: desayuno a las apuradas y de parado, llevar a los chicos al colegio y cumplir el horario en la distribuidora de alimentos en la que trabaja con la módica motivación de un ascenso prometido hace meses. Tanto tiempo hace que espera esto último, que ni siquiera su familia se lo toma en serio. “Bla, bla, bla”, responden entre risas sus hijos y su mujer ante la enésima mención de esa posibilidad. Que La larga noche de Francisco Sanctis elija ese recorte para presentar a sus personajes invita a suponer que se estará ante un relato que hará del costumbrismo más perimido una de sus coordenadas fundacionales, pero cuando la cámara no se inmute ante la evidente mueca de malestar del padre por el chistecito, manteniéndose firme en una esquina de la cocina-comedor donde trascurre la escena, se verá que en realidad el rumbo será otro. Porque en esa insatisfacción sutil, no subrayada, podría cifrarse una de las motivaciones para elegir enfrentarse a una encrucijada que le cambiará la vida. Claro que él, a esa altura del día, ni siquiera lo supone. Y el espectador, felizmente, tampoco. Ganadora de la Competencia Internacional de la última edición del Bafici, y parte de la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes, la de Andrea Testa y Francisco Márquez es una de esas óperas primas que no lo parecen. Sólida y segura de sus decisiones formales y narrativas durante sus justísimos 76 minutos, opresiva como esa noche que irá carcomiendo los cimientos éticos del protagonista, la película, basada en la prácticamente inhallable novela homónima de Humberto Costantini, comienza como el relato gris de un hombre gris. Puertas afuera las cosas son distintas: en el colectivo, Francisco (un Diego Velázquez extraordinariamente minimalista) ve una situación de violencia callejera que el fuera de foco difumina hasta volverla una masa de sombras y contornos. Es, además de un uso ejemplar de un recurso sustancial para el relato como el fuera de campo, el síntoma que no todo está tan bien como parece. ¿Por qué lo primero que hace es decirles a sus hijos que no pasó nada, que no miren, casi sin mosquearse? Sucede que Sanctis sabe. Esa misma mañana recibe el llamado de una vieja compañera de militancia –y quizá algo más– para un reencuentro. Reencuentro que en realidad no es otra cosa que la excusa para darle los nombres de dos personas a las que las Fuerzas Armadas irán a buscar esa misma noche y el pedido, casi la exigencia, de que les avise. “Buscar”, dice ella; no “chupar”, ni “secuestrar”, ni “desaparecer”. Porque el guión, lejos del cine declamatorio y con más intenciones expiatorias que artísticas que tematizó la dictadura durante el reverdecer democrático, está construido sobre la base de una conciencia profunda en las circunstancias teñidas de violencia de sus personajes. Mejor dicho, de una idea de violencia. En ese sentido, si la represión estatal de los 70 aparece en el cine argentino contemporáneo (en el documental, pero también en la ficción) tematizada una y otra vez desde su vertiente física, aquí todo es psicológico, casi metafísico. El miedo se ilustra en los sonidos de una ciudad ominosa, solitaria y crepuscular, y en la observación paranoica y cargada de desconfianza de un entorno que no se ve pero siente, cortesía de una cámara dispuesta a todo menos a mostrar la totalidad de lo que ve Sanctis. Testa y Márquez, entonces, se limitan a acompañar las cavilaciones de un antihéroe tironeado entre las convicciones políticas olvidadas y la comodidad de una vida en apariencia modélica. Como en las buenas películas, las dudas no se ponen en palabras sino que se definen en acciones y gestos. Así, hecha sobre esa base de recortes, movimientos y miradas en primer plano, a La larga noche... no le hace falta mostrar Ford Falcon verdes ni militares o fusiles para hacer del aire de época algo tan palpable y maléfico como invisible y concreto, preludiando así una noche que se extenderá bastante más allá del próximo amanecer.
Decía Jimmy Hendrix que la música es lo que está entre las notas y no las notas en si. Puede que La larga noche de Francisco Sanctis sea uno de esos casos en los que el cine político es eso que está entre las líneas de diálogo y las acciones de sus personajes, sutiles marcas de agua en un trabajo que apela al minimalismo narrativo y el fuera de campo como escenario del terror. Ganador del Premio a la Mejor Película en la Competencia Internacional de la edición 2016 del Bafici, este film de la dupla Andrea Testa y Francisco Márquez pone imagen a un costado hasta ahora silencioso en términos cinematográficos sobre los años de dictadura militar: la acción de los que elegían la omisión. El Sanctis del título (impecable Diego Velázquez) es un oficinista gris, mediocre, llano, que una noche se entera, por medio del encuentro con una vieja conocida, que horas después de ese momento la represión ilegal iría a “chupar” a una pareja. Sanctis tiene memorizada la dirección a la que tendría que ir y el encargo de su conocida es que debe avisarles de lo que está por suceder. Sumergido en un tembladeral emocional, el tipo que parece tener como única meta cumplir el derrotero casa-trabajo-casa y tomarse un vaso de tinto en la cena, intenta estirar esa noche nefasta mientras decide qué hace con el dato que le acaban de dar. El agujero negro en el que se encuentra el antihéroe del film es el que recorren los realizadores en un inteligente reprise a la argentina del After Hours de Scorsese, con el plus de la sangre derramada. Lo ominoso de la trama está en la cabeza de su protagonista. ¿Qué le pasa, qué piensa? No sabemos ni siquiera si tiene opinión sobre la dictadura, si cree que a esa pareja la tiene que salvar, si prefiere no hacerlo, si tiene miedo por él o por su familia. Sanctis vive callado, con miedo y caminando bajo su propia sombra y hubiera preferido no encontrarse nunca con esa mujer que lo embarcó en la pesadilla de tener que decidir. En esos vértices de la urgencia y el miedo está la bala de plata del relato. Ahí donde el guión puso a un tipo a enfrentar su propia cobardía. Y la nuestra, hoy camuflada en la liviandad de no tener que poner el cuerpo porque la dictadura es eso que pasó hace décadas, años luz, allá lejos, cuando los que se jugaban eran los otros.
Tras su exitoso paso por el BAFICI, donde ganó como Mejor Película en la Competencia Internacional, llega esta versión cinematográfica del relato homónimo de Humberto Constantini enmarcado en la década de los 70s. En “La larga noche de Francisco Sanctis” se retrata una noche que no es una noche más para su protagonista, un hombre ya adulto y con una familia formada. Mientras en una época agitada para el país él lleva una vida lo más tranquila posible aunque también rutinaria (una rutina con la cual parece llevarse bien), se aferra a la posibilidad constantemente truncada de un ascenso. Un día recibe el llamado de una mujer de su pasado, una compañera que evidentemente dejó cierta huella en él, y le pide la autorización para publicar un poema que él había escrito durante aquellos años que dejaron atrás. Pero lo que Francisco esperaba que fuese un lindo reencuentro se convierte en un pedido de ayuda: ella le da un par de nombres y un domicilio para que él les pueda avisar, a estas personas que ni siquiera conocen, que se los van a llevar. Ella le recalca que está igual, que ve a esa misma persona de años atrás. Aquella que escribió un poema que hoy (el hoy del film) lo metería en problemas. Pero él no lo cree, dejó atrás esa juventud e ideales para amoldarse a la situación política y social como pudo. “Ya no somos jóvenes, ellos se lo buscaron”, le dice en un momento su amigo de pool y copas, sin saber lo que realmente le está sucediendo a Francisco en esa interminable noche de deambular por esa ciudad fantasma. Una noche en la que además comienza a reencontrarse con él mismo otra vez. Dirigida y escrita a cuatro manos por Andrea Testa y Francisco Márquez, el film pone su peso en su protagonista Diego Velazquez, quien es capaz de transmitir toda esa disyuntiva entre lo que sucede por su cabeza, la idea de seguir con su vida de ese modo tranquilo, pero ¿cómo hacerlo cuando el destino de dos personas están en tus manos? Con una factura técnica impecable y un trabajo notable de su protagonista, La larga noche de Francisco Sanctis es una película muy interesante y bien contada, enfocada en lo personal de su personaje principal, de aquí que sea tan indispensable la buena labor de Velazquez. Es junto a él con quien vivimos esta noche que puede terminar de muchas maneras, pero el foco no radica allí, sino en ese proceso de transformación entre tantas dudas y contradicciones. El contexto político nunca aparece visualmente (no hay imágenes de archivo ni ficcionalizadas de militares o políticos) pero al mismo tiempo está más presente que nunca en su protagonista. El uso de la canción “Un beso y una flor” por Nino Bravo logra además una de las escena más bellas y demoledoras al mismo tiempo, es un Francisco Sanctis cada vez más comprometido y al mismo tiempo lleno de miedo. La puesta en escena, la recreación de época desde un tono sombrío y oscuro, terminan de hacer de “La larga noche de Francisco Sanctis” una de las películas argentinas más interesantes del año.
La última dictadura militar argentina dio pie a gran número de películas. Desde 1984, el regreso de la democracia trajo inmediatamente consigo largometrajes de fuerte contenido dramático, como Los Chicos de la Guerra (1984) y La Historia Oficial (1985). Pero incluso desde esa época fueron surgiendo enfoques que evitaban lo netamente testimonial para atreverse a encarnar los mismos temas mediante obras de género. En Retirada (1984), de Juan Carlos Desanzo, es un buen ejemplo. Ya en el siglo XXI, Crónica de una Fuga (2006), dirigida por Israel Adrián Caetano, le imprime un sabor digno de John Carpenter. Basado en la novela de Humberto Costantini, La Larga Noche de Francisco Sanctis (2016) sigue esa línea. Son tiempos del Proceso, pero Francisco Sanctis (Diego Velázquez) se las arregla para tener una vida normal. Está casado, tiene dos hijos pequeños y espera un ascenso en el trabajo. Todo cambia cuando reaparece Elena (Valeria Lois), otrora compañera de la facultad. La excusa parece ser la publicación de un viejo poema de Francisco en una revista venezolana, pero la mujer lo hace memorizar dos nombres y un domicilio. Entonces deberá hacer algo por esas personas dentro de unas horas, antes de que los vayan a buscar fuerzas parapoliciales. De ahí en más, Francisco padecerá un dilema moral. ¿Valdrá la pena arriesgarse, y por gente que no conoce? ¿Podrán encontrar a alguien que quiera (o pueda) hacerlo por él? Los directores Andrea Testa y Francisco Márquez esquivan los lugares comunes de la prototípica película sobre la dictadura y privilegian un relato basado de suspenso, en los climas y en las actuaciones. La rigurosidad de la puesta en escena y la recreación de época (detalles de vestuario y de utilería, principalmente, son los máximos referentes para trasladar la acción a los ’70), remiten a las películas estadounidenses de aquel período, con sus calles nocturnas y la tensión y la paranoia que experimentan los personajes. Largometrajes que, mediante el lenguaje de thriller, solían dar cuenta de la tumultuosa época en la que fueron realizados. Otro detalle crucial reside en el uso de la elipsis y del fuera de campo: no se pronuncian palabras como “Dictadura” y los horrores (secuestros, torturas, asesinatos) nunca son mostrados, más allá de que se sienten debido a la atmósfera opresiva. Por su parte, el argumento presenta ecos de A la Hora Señalada (High Noon, 1952), ya que la travesía de Francisco en busca de ayuda recuerda a los esfuerzos de Gary Cooper en el clásico de Fred Zinnemann. Con economía de recursos, Diego Velázquez transmite las angustias y conflictos de Francisco. Su trabajo no tiene nada que envidiarle a los del Al Pacino setentero o a los de otros de los antihéroes de aquellos films que renovaron Hollywood cuatro décadas atrás. Su personaje tiene puntos en común con el médico que encarnó en Kryptonita (2015), debido a que también se ve involucrado en una situación límite durante unas horas y deberá tomar una decisión. La Larga Noche de Francisco Sanctis es un film sugestivo, de pura opresión, que demuestra las muchas maneras interesantes de hablar sobre la última dictadura militar, y con alto nivel artístico.
Este es un thriller político que se encuentra bien narrado y cuenta con la buena actuación de Diego Velázquez, es sobresaliente y la ambientación está acorde a la época. Muestra una etapa negra de nuestro país, y el director no solo lo refleja a través de las interpretaciones sino también con la iluminación, los sonidos, va generando climas y no se detiene mostrando elementos visuales. Se apoya en planos cerrados, primeros planos y planos cortos. Por momentos asfixiante y terrorífica. Este film resulto ganadora de la categoría Mejor película de la 18° edición del BAFICI (Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente).
Podría pensarse que la película de Francisco Máquez y Andrea Testa trata de la dictadura, pero no, eso representa apenas un fondo, un material disponible. Su tema es otro, el de un hombre arrastrado a una situación límite sobre el que todo parece cerrarse hasta aplastarlo, ya sea la amenaza de un secuestro, la ajustada cocina que lo comprime junto con su esposa y sus dos hijos, o la noche que se interpone entre él y sus pesquisas. Todas las menciones al retrato de la época y las referencias sociopolíticas que reponen muchas críticas parecen más un efecto de lectura algo previsible que se desvía de la propuesta de la película. Acá, al igual que en buena parte de la filmografía de Hitchcock, el relato es guiado por el motivo de un hombre común es introducido a la fuerza en una situación extraordinaria que lo desborda: en su desarrollo, La larga noche… remite menos a la historia reciente del país que a la del cine. Los directores diseñan un dispositivo fílmico de un rigor poco frecuente: salvo tal vez por un único plano, la película mira obsesivamente a Francisco y lo acompaña siempre de cerca durante su excursión nocturna por una Buenos Aires derruida. El clima de peligro se siente en todo momento; los rostros parecen máscaras deformadas por el miedo y la mentira. El terror colectivo surge de un fuera de campo construido laboriosamente sobre el que el relato proyecta los conflictos de una moral individual.
Después de su paso por Cannes y de ganar en el último Bafici porteño, se estrena la ópera prima de Andrea Testa y Francisco Márquez. Basada en un relato de Humberto Constantini publicado en 1984, tiene un título con doble eco: la larga noche de la dictadura, en cuyos años sucede la historia, y la que vive su personaje, un oficinista gris al que el pasado militante viene a buscar. Francisco es un padre de familia procupado por un ascenso que no llega cuando se reencuentra con una compañera que le pasa un dato. Los militares van a llevarse a una pareja y él puede salvarlos si les avisa. Entre el no te metás y el deber moral, el solitario y tironeado Sanctis (un muy buen trabajo de Diego Velázquez) contagia tensión mientras el eco de sus pasos, en una ciudad anónima, deliberadamente oscura e impersonal, hace de su periplo una especie de viaje expresionista. Es en ese paso a la acción donde está lo mejor de esta película, que aprovecha el potencial cinematográfico de su historia, mínima y mayúscula, argentinísima y universal.
Transitando a lo largo de una noche larga y oscura El fuera de campo es aquí una alegoría más que un recurso estilístico. Lo que se muestra no cuenta tanto. Lo que está oculto es lo que vale. Como ocurría en esos años, cuando era más lo que permanecía entre sombras que lo que estaba a la vista. El film habla del terror sin nombrarlo. Se lo siente a lo largo de una noche donde no pasa casi nada por afuera y pasa todo por el alma de Francisco, un tipo algo bueno y algo gris, que tendrá por delante un desafío y deberá elegir. El film no es redondo y a veces parece más un ejercicio de estilo que otra cosa. Sin embargo, mira con ojos distintos un tema muy transitado. Y lo hace con pocos recursos, dejándose envolver por la oscuridad de entonces. Estamos en Buenos Aires en 1977. Una vieja amiga le pide a Francisco que vaya a avisarle a una pareja que esa noche los van a ir a “buscar”, que se escapen. Francisco no los conoce. “¿Por qué me lo pedís a mí?” le pregunta. Y de a poco ese pedido resuena en su conciencia. ¿Y si de él depende que se puedan salvar? Y allí va. Tanteando en una ciudad oscura y acechante. Tratando de encontrar y encontrarse. Y el miedo aparece prefigurado o difumado. No hay sirenas no hay corridas no hay armas. A veces surge de unos pasos, otras veces se asoma detrás de la ventanilla de un ómnibus. Está pero no se deja ver. Repetimos, no es un film redondo, a veces se repite, los secundarios no siempre suenan bien y algunas escenas carecen de sustancia. Incluso da la sensación de que daba más para un medio metraje que para un largo. Pero vale por su enfoque, por ese terror minimalista que lo recorre, por la manera de dejar ver lo que no se veía. El film muestra lo que no está. Y, lo que desapareció –dice - le da identidad y sentido a la historia de un Francisco que una noche decide cambiar de rumbo. Ya lo dijo Borges: “cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en el que el hombre sabe para siempre quién es”.
Esta película ganó el último Bafici. Un premio no suele ser prueba de nada, pero en este caso está bien: La larga... hace algo bastante raro para un tema que ha sido trivializado hasta la más rancia propaganda. Hay un ex militante, hoy oficinista gris, a quien una antigua compañera le pide, una noche de 1977, que avise a cierta pareja que va a ser secuestrada por el aparato represor de la dictadura. El protagonista, ese Francisco Sanctis interpretado con convicción por Diego Velázquez, se debate entre el deber moral y el miedo, mientras en esa noche que también es de encuentros, se cuestiona todo. Lo importante es que la noche, la Buenos Aires alucinada e irreal que se revela gracias a la cámara y la propia aventura -un viaje en el miedo- transforman el asunto en universal, en algo más que el retrato de una época. Esa universalidad implica, también, ambigüedad, y en ese punto el film permite una reflexión más amplia y alejada del lugar común.
Más allá de gustos y criterios, sin duda El secreto de sus ojos marcó una instancia importante para el cine y la cultura nacional: fue un momento en que la desaparición de personas durante el llamado Proceso de Reorganización Nacional pasaba a ser el contexto y la tragedia, pero no el núcleo central de la historia. La más reciente Kóblic sugirió algo parecido, pero en términos artísticos ninguna de las dos películas había logrado un resultado sobresaliente. Resulta pertinente decir que no es este el caso de La larga noche de Francisco Sanctis. Como el film de Campanella, se trata de otra adaptación de un texto literario (aquel, de Eduardo Sacheri; este, de Humberto Costantini), pero el trabajo es de una factura soberbia, inteligente e incomparable, formado de gestos mínimos e imágenes estáticas (cortesía de Federico Lastra), portadores de enorme carga sensorial. En plena dictadura militar, Francisco Sanctis (un contenido y notable Diego Velázquez) es un empleado de oficina en busca de un ascenso; esa cotidiana obsesión se ve alterada al recibir el llamado telefónico de una vieja amiga, alguien con quien compartió tibios sueños revolucionarios y quizás un amor igual de frágil e incipiente. El reencuentro se hará en el auto de ella, durante una noche; la antigua compañera le pasa el nombre de dos personas y una dirección, rogándole que les avise que esa misma noche los irán a buscar. Sanctis regresa a su hogar para la cena y con la excusa de ir a buscar vino sale a la calle, indeciso de si honrar o no al pasado, de cuán efectiva pueda ser su misión y, fundamentalmente, si podrá salir vivo. En el camino a esa dirección, Sanctis hará innumerables zigzags, apilando, más que angustia, un suspenso que remite a los más oscuros thrillers del Hollywood dorado. Hay también una Buenos Aires casi irreconocible, tan lejos de los estereotipados Falcon verde de los films testimoniales como de cualquier film de época. Es una Buenos Aires laberíntica, como la de El sueño de los héroes. Y es que, a su modo, Francisco Sanctis también carga el karma del inolvidable Emilio Gauna. Casi surrealista y noir, el film de Andrea Testa y Francisco Márquez es una verdadera joya del cine contemporáneo.
La opera prima de estos dos jóvenes realizadores ganó el Premio a la Mejor Película en la última edición de BAFICI y participó en la sección “Un Certain Regard” del Festival de Cannes. Se trata de una oscura y perturbadora historia acerca de la desaparición de personas durante la dictadura pero contada desde una perspectiva diferente. Diego Velázquez se luce en el rol protagónico. Uno de los sucesos festivaleros de 2016, “La larga noche de Francisco Sanctis” tomó por sorpresa a casi todos cuando se anunció, con muy pocos días de diferencia, que la película iba a estar en la competencia internacional del BAFICI y que había sido seleccionada para competir en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes. No sería sorpresa si se tratase del nuevo filme de un realizador reconocido, pero tratándose de una opera prima de dos muy jóvenes y desconocidos directores el “doblete” llamó la atención. Si a eso se le suma que unos días después “La larga noche…” ganaría como mejor película (y mejor actor, para Diego Velázquez) de la competencia en BAFICI, además de varios premios paralelos, podría considerarse que estamos ante una de las apariciones más importantes del cine argentino de los últimos tiempos, al menos en lo que a impacto artístico se refiere. La película, sin embargo, es de una modestia y rigurosidad que la aleja de cualquier tipo de alto impacto. De bajo perfil –como sus realizadores, Francisco Márquez y Andrea Testa–, es una historia contada de una manera, si se quiere, tradicional, pero con una sequedad y apego por el realismo propios del cine nacional más reciente. Tal vez se trate de una de las primeras películas de la nueva generación de cineastas argentinos en acercarse a un tema de la dictadura con modelos más cercanos al del cine de los ‘80 (el que se hizo apenas concluyó el Proceso) que a los más revisionistas modos recientes, pero a la vez lo hace con el cuidado formal, la falta de subrayado y la contención emocional que son más propias del cine nacional de este siglo. “La larga noche de Francisco Sanctis” es una adaptación un tanto libre (el cambio de su final despertó algunas controversias) de la novela homónima de Humberto Constantini publicada en 1984. La historia se centra en el personaje del título, un hombre que trata de mantener una suerte de “vida normal de clase media” en la Argentina de 1977, en pleno comienzo de la dictadura, cuando la desaparición de personas era algo cotidiano. Sanctis, sin embargo, parece ajeno a todo eso: es un oficinista gris, tratando de conseguir un ascenso en su trabajo sin lograrlo, con esposa (Laura Paredes) e hijos que lo esperan en la casa para cenar y conversar de sus actividades cotidianas. Pero todo cambia de golpe cuando recibe un llamado telefónico inesperado, el de una vieja amiga de la universidad a la que no ve hace mucho. Quedan en encontrarse y, en plena conversación, la mujer le cuenta que ahora es la esposa de un militar y que se enteró que dos personas que ella conoce de su época de militancia política van a ser secuestradas en cuestión de horas. Y le pide a Francisco que, como él “no está metido en nada” y nadie sospecharía de él (si bien él tuvo su momento de militancia años atrás luego decidió abrirse cuando se inició la etapa más violenta), se acerque a la casa de estas personas para avisarles que se escapen antes de que sea demasiado tarde. A Francisco se le crea un problema ético entre intentar seguir una vida de relativa normalidad en un país que se desintegra o arriesgar su propia vida para salvar a dos desconocidos de una muerte segura. Y la segunda mitad del filme se transformará en una suerte de “Después de hora” en la que la cámara seguirá al protagonista en sus idas y venidas por la ciudad nocturna, dudando sobre si hacer la arriesgada tarea que le encomendaron o, literalmente, mirar para otro lado y volver a su vida gris pero en apariencia más tranquila. Eso lo lleva a recorrer bares, cines, tomar colectivos y circular por una ciudad oscura y ominosa que pinta a la perfección lo que podía ser la Buenos Aires nocturna de aquel entonces en la que el miedo podía respirarse en cada esquina. Ahí es donde la película se despega del modelo más clásico y se va volviendo extraña, poética, narrativamente un tanto inasible y misteriosa. Pasa de narrar una realidad exterior a una interior, como si las imágenes fueran proyecciones de las dudas y los temores del indeciso protagonista. Esa segunda mitad es lo mejor de “La larga noche…”, ya que elige a partir de ahí contar las sensaciones de vivir en una dictadura desde una perspectiva y con un tono propios, más cercanos al cine negro que al costumbrismo del principio. Si bien Márquez y Testa van haciendo ese giro de manera consciente y buscada, es recién ahí donde la propuesta va quedando más clara y logra su objetivo: convertir a Sanctis en un alter-ego de un espectador que se vería enfrentado seguramente con las mismas dudas a la hora de arriesgar su vida en una situación similar. De construcción clásica, si se quiere hasta “hitchcockiana” (un Hitchcock asordinado, podríamos decir), la película de Márquez y Testa tal vez no sea la revelación cinematográfica que sus premios podrían hacer suponer, pero es una sólida opera prima de dos realizadores que apuestan por un tipo de cine que se hace poco en la Argentina, uno que no confunde clasicismo con academicismo, ni realismo con un catálogo de lugares comunes repetidos hasta el hartazgo.
Un día muy particular "La larga noche de Francisco Sanctis" se diferencia de otros filmes que abordan la dictadura por hacerlo desde la perspectiva íntima del personaje protagónico. Basada en una novela de Humberto Costantini, el filme narra la historia de un hombre obligado a enfrentarse con su propio temor. Los directores Andrea Testa y Francisco Márquez reconstruyen minuciosamente la época y abordan el tema de manera indirecta. Francisco es un empleado de una empresa mayorista cuya mayor preocupación es obtener un ascenso siempre postergado. Mientras vive su vida apacible y rutinaria junto a su mujer y sus dos hijos, un día recibe una llamada telefónica de una antigua compañera de facultad que lo pone en la encrucijada de seguir en su zona de confort o "hacer algo" en sintonía con su antigua militancia, y ese "algo" es la posibilidad de salvar dos vidas. La película transcurre en esa única noche del título, y al estilo de "Después de hora", de Scorsese, y en, menor medida, de "Noche en la Tierra", de Jarmusch, su protagonista puede salir transformado. Los directores, que participaroncon el filme en la sección Una cierta mirada del Festival de Cannes, eligieron no mostrar de forma directa las razones del temor y prefirieron representar lo ominoso con cámara en mano, persiguiendo el ruido de pasos en la oscuridad y una única referencia a la presencia militar con dos soldados que aparecen fuera de foco en una breve escena, además de planos cortos sobre un hombre que debe decidir si atender o no a su conciencia.
Mientras la ciudad duerme Se podría empezar diciendo que no se sabe a ciencia cierta si Francisco Sanctis es Diego Velázquez, si se puede afirmar, después de ver la película, que Diego Velázquez es Francisco Sanctis. Tal es el nivel de compromiso puesto por el actor en la construcción de personaje, en postura corporal, en rictus, sólo con sus ojos denotan algo de una vida presente en suspensión, o pasada, que ahora se le hace presente. Basada en la novela homónima de Humberto Costantini, editada en 1984, nos enfrenta a la historia de Francisco, un personaje común y corriente, con una vida apagada, como si se le hubiese perdido el horizonte, ese tipo de sujetos que en algún momento de su vida dejaron de ser eso que creían iban a ser. Casado, con Angelica, padres de dos hijos, empleado administrativo de una empresa mayorista de alimentos, esperando el ansiado ascenso que nunca llega. Es ahí, en el ámbito laboral, donde el pasado se le presenta en forma de compañera de facultad, quien luego de dar cuenta de su propio presente, le pide que de aviso a dos personas que esa noche serán secuestradas por las fuerzas armadas, en una determinada ubicación de la Ciudad de Buenos Aires. La disyuntiva moral del personaje, el conflicto interno de Francisco, entre ¿hacer lo correcto, sálvese quien pueda, o habrá una tercera opción? Ese será el motor propulsor a lo largo de todo el relato.. Un hombre común puesto en una situación extraordinaria, sabe que pone en riesgo su vida, pero ya sabe algo que nunca hubiese querido saber. Estaba dormido, mientras alrededor sucedía la mayor atrocidad de la historia argentina, ejercida por un gobierno militar de facto. El filme está construido como una especie de “road movie” nocturna doble, por un lado, ese viaje hacia una labor impuesta, simultáneamente, ese viaje interior del mismo personaje reencontrándose con ese que alguna vez fue, compromiso de ideales incluidos. En ese recorrido es que irá dilucidando que hacer, mientras que posiblemente por primera vez vea el mundo que lo rodea. La duda lo acabara por despertar de largo aletargamiento. Estructurado, narrado y de progresión clásica, la narración se presenta a partir del primer punto de quiebre como un thriller, con dosaje adecuado de suspenso. El punto de vista elegido para contar la historia es la del personaje, esto nunca se abandona, y si parece haber cambios en el medio ambiente es por las permuta que se produce en Francisco, sea por encuentros esporádicos con otros, por la presencia de algo que le signifique un peligro inminente, o su propia mirada. El filme está plagado de aciertos, desde el guión en su desarrollo, pasando por diálogos exactos, profundos silencios que generan un clima perfecto para lo contado, apoyado y sostenido por la dirección de fotografía, sublime en los claroscuros de una noche sinfín, el arte, que con pequeños detalles da cuenta de lo temporal asimismo siendo utilizado narrativamente, lo mismo sucede con el sonido y alguna canción que aparece de manera diegetica, externa al personaje, pero que lo describe en esa determinada circunstancia. Una pequeña joyita, lástima que los directores no se tomaron el tiempo, o no se atrevieron, a desarrollar un poco más algunos personajes laterales importantes para la progresión dramática. Por supuesto la actuación sublime de Diego Velázquez, pero esto creo que ya lo dije.
UN LARGO Y SINUOSO CAMINO La vida de Francisco Sanctis no parece reposada, a juzgar por las primeras imágenes de colores otoñales. El interior de su cocina alberga a personas inquietas, insatisfechas, desayunando a las apuradas. Es un cuadro muy lejano a la idea de familia armónica y feliz de tantos films concebidos en la dictadura. La plata no alcanza, hay un ascenso que se posterga y la vida de oficina se desarrolla entre chismes e indiferencia. Sin embargo, la monotonía se interrumpe a partir de un llamado que parece devolverle la existencia a Francisco: una vieja amiga quiere verlo. La expectativa (el deseo de reencontrarse con un amor de juventud) se trastoca en una responsabilidad enorme que pone en jaque su vida (obtiene un dato sobre una pareja que secuestrarán esa noche). Una vez que la espina se clava, la duda del protagonista será transferida a nosotros y seguiremos su eterno periplo por la noche, con secuencias muy bien dilatadas y un eficiente manejo narrativo destinado más a sostener una atmósfera que a la espectacularidad. Es que, más allá del contexto político y el valor que conlleva como carga, los directores Andrea Testa y Francisco Márquez apuestan por mantener en vilo al espectador, a tal punto que el trabajo con el sonido (nótese la amplificación de los pasos por las calles) y el registro de la noche conectan al film con el terror, solo que el miedo nace de la incertidumbre, de lo que bordea el recorrido de Francisco (milicos que pasan cerca, gente que apenas abre sus puertas, el refugio de un cine fantasmal, barrios desolados). Hay en este sentido una transferencia del pavor y de la duda que funciona muy bien para escenificar una época de rumores, comunicaciones clandestinas y destinos inciertos. Por cierto, La larga noche de Francisco Sanctis fusiona eficientemente la idea de género con el contexto político sin cargar con la mochila de pensarse sólo en función de un contenido aislado que repita fórmulas ya adheridas al informe de tipo televisivo. Es por eso que a medida que avanza se transforma en un sólido ejercicio cuyo trasfondo hace más temible todo. En relación a lo anterior, el recorte que hace La larga noche de Francisco Sanctis sobre el protagonista extraviado en una ciudad tenebrosa permite construir una atmósfera capaz de combinar una angustia de tipo kafkiana con pasajes deudores de la mejor tradición gótica. Además, el peso de tomar una decisión incorpora al espectador dentro de un dilema, le transfiere un estado de incertidumbre que acompaña al mismo personaje pero siempre con la distancia necesaria. En este sentido, lo más interesante surge de la posibilidad de cerrarse a esa sensación inquietante que domina el periplo de Francisco. La política se cuela por todos lados pero no por ello se resigna la condición de un thriller impactante, sostenido con un ritmo narrativo compacto. El dejar fuera de campo indicios contextuales sin perderlos nunca de oídas sobre todo es una decisión inteligente de los directores, ya que, con dos o tres intercambios verbales, el terror de esa época se clava desde el comienzo como una estaca.
El Francisco Sanctis del título es un hombre de clase media, padre de familia tipo, que tiene una vida rutinaria y un trabajo gris en el cual espera un ascenso que no llega nunca. El filme está ambientado en los años del terrorismo de estado, 1977 para ser más preciso. Basada la novela homónima de Humberto Costantini, La larga noche de Francisco Sanctis cuenta la historia de un día crucial para la vida de su protagonista. Ese día Francisco se reencontrará con una antigua compañera que le brinda una información perturbadora: los nombres y la dirección de dos personas que serán secuestradas por la dictadura esa misma noche. Lo que seguirá para el protagonista será la decisión de hacerse cargo o no de la información con la que cuenta. A través de planos cortos y una paleta de colores donde predominan los tonos oscuros y opacos los realizadores Andrea Testa y Francisco Márquez construyen un relato asfixiante, agobiante que tiene que ver con la época que retrata y es digno del mejor cine de espionaje o suspenso. Por Fausto Nicolás Balbi @FaustoNB
La cámara no se apresura, la acción no es excesivamente intensa, las tomas se demoran en la pantalla con una fracción de segundo adicional, hay tiempo para mirarlas, para captarlas. Francisco Márquez y Andrea Testa, directores de La Larga Noche de Francisco Sanctis, reponen con mesura y con una mirada discreta la novela homónima de Humberto Costantini. Situada en la época del gobierno militar argentino, la historia relata una noche en la vida de un empleado llamado Francisco Sanctis (Diego Velázquez). El suspenso se plantea de forma silenciosa, la cámara sigue a este hombre que debe tomar una decisión, el relato es simple y atractivo – el espectador se siente atraído por el cuento- y plantea un pregunta pragmática: ¿Qué harías en lugar de Francisco Sanctis?. Francisco es un trabajador de clase media, tiene una mujer e hijos, y la rutina de su labor diaria lo ha apartado de sus días de universitario idealista. Un día, un misterioso llamado le cambia su apacible vida: una novia de sus años de juventud, Elena – interpretada por la gran Valeria Lois– lo acerca a un encuentro. La clandestinidad de este acercamiento – Sanctis se siente atraído por esta mujer- termina en un desesperado pedido de Elena: Francisco debe avisarle a dos personas que la milicia los va a llevar detenidos. Elena suplica, absolutamente desesperada – esta escena es lo mejor de la película- porque Francisco es su única opción para salvar a esas dos personas. Elena lo ha elegido y ahora él deberá optar por hacerlo o no. Desde allí, la mirada perpleja de este hombre – brillante la interpretación de Diego Velázquez- convierte el drama en suspenso, cada paso que da, cada decisión se convierte en una dimensión del acecho. Francisco debe salvar a estar dos personas, pero en ese camino, debe preservar su vida. Todos estamos al tanto del riesgo y es imposible conjeturar un desenlace. Sin especulaciones, ni subrayados, esta dupla de directores liga el suspenso con la resolución de un enigma. Francisco camina por las calles y comienza a conocer un mundo que desconocía, quiere salvarlos y necesita hacerlo, pero también comienza a entender una realidad que ignoraba. ¿Podrá Francisco redimirlos?, ¿Hasta dónde llegará para hacerlo?. Definitivamente una de las mejores películas argentina del año.
Entre el bello poema y la paranoia Con una puesta en escena opresiva, de ánimo contrariado, la película de Testa y Márquez indaga en la "mayoría silenciosa" de la última dictadura. Un tiempo desenterrado fluye de a poco, por grietas que horadan lo que no es más que una superficie. Cuando Francisco Sanctis camina la noche, el tiempo se extraña, se dilata, mientras el personaje mira fuera de cuadro como si esperara la aparición de la amenaza que late. Es 1977, Sanctis sabe que está metido en algo que quisiera evitar. Teme ser descubierto pero nada lo incrimina. Sus pasos resuenan, tienen eco, el silencio pesa. No es el mismo tratamiento formal, pero la situación dialoga con la huida paranoica de Julio de Grazia en La parte del león, allí cuando él escapa con el dinero, y mira con sudor frío lo que le rodea. La situación para ambos títulos es la misma, son los años de la última dictadura cívico‑militar. El caso del film de Adolfo Aristarain es paradigmático, por ser de 1978 y registrar realmente lo que las calles vivían. La larga noche de Francisco Sanctis, de Andrea Testa y Francisco Márquez, tiene igual mérito, por adentrarse en la memoria, desde un personaje que también mira de reojo lo que sucede, mientras se focaliza en su abismo personal. Francisco Sanctis es la persona que se ve. Pero hay más. Lo que se ve es al empleado de oficina, pendiente del ascenso. Con familia a cuestas y ganas de dejar el cigarrillo. La rutina es clara: trabajo, billar con amigo, vuelta a casa. Pero hay un llamado y todo se conmueve. Se trata de Elena (Valeria Lois), una vieja compañera, tal vez novia. No está claro. En todo caso, hay un poema también viejo, de tiempos remotos, que Sanctis alguna vez escribió. Ella se lo quiere publicar. El encuentro entre ellos desoculta la intención verdadera, que es el pedido de ayuda para salvar a dos personas que serán capturadas por la policía, esa misma noche. Acá aparece, de a poco, el otro Sanctis: cuando era joven, tenía amistades y ganas de vivir diferentes. Otros amores, seguramente canciones. Un tiempo desenterrado fluye de a poco, por grietas que horadan lo que no es más que una superficie. Pero esta cobertura no deja de ser dura, sometida al acostumbramiento doctrinario, familiar, laboral. La película, por eso, es el enfrentamiento del personaje consigo mismo, a partir del descubrimiento de un dilema que no ha quedado resuelto, y que reaparece con la figura de esta dama fantasma, que conduce un Renault 4. Al respecto, la atención hacia el diseño sonoro es magnífica. Predomina el silencio, no hay bullicio, no hay ruido de ciudad. Sino un silencio pesado, quebrado por sonidos que lo molestan. De esta manera, cuando Sanctis y Elena viajan en el auto, lo que se escucha es este mundo interior, cerrado sobre sí. Esa cápsula de ruidos casi desvencijados y funcionales que tenían los automóviles de aquella época. Otro tanto cuando sea el turno del colectivo. Lo que sucede afuera quedará empañado por el vidrio, fuera de foco o en segundo plano. Nunca se explicita nada, no hace falta.De manera acorde, la dirección fotográfica prefiere el valor tonal frío, en donde predominan los marrones, los colores caídos, sin vida, detenidos y retenidos. Si el silencio no debe ser molestado, tampoco deben hacerlo los colores. De esta manera, se construye un mundo opresivo, en donde se respira con jadeo. El humo de los cigarrillos no ayuda. El bar con el diálogo despreocupado del amigo (Marcelo Subiotto) tampoco. Sanctis está por explotar, pero no lo parece. Toda la película descansa sobre él, es decir, sobre la caracterización notable de Diego Velázquez: un rostro sin sobresaltos lo define; cuando surge la novedad de la poesía, hay algo de ilusión que recuerda, sonríe, luego vuelve al rictus apocado, de bigote y pelo prolijos. Casi como un personaje trágico, Sanctis reincide en aquello de lo que presuntamente prefiere huir. Pero las direcciones son paradójicas: su manera de huir ha sido la de quedarse en lo conocido, en hacer vista y oídos sordos, en estar pendiente ‑seguramente‑ de las novedades del inminente Mundial de fútbol. Una huida que no es sino cerramiento autoimpuesto. La sensación de este agobio, de este malestar, empieza temprano, con el desayuno en la cocina chiquita, con las tostadas y el café muy caliente. Un letargo, una somnolencia que continúa en la oficina. Como si se nadara en una ciénaga. Pero, vale recordar, alguna vez se escribió un poema. Sólo uno. Habrá que buscarlo en las cajas viejas, desempolvarlo y releerlo. A veces basta con un poema.
Se estrena este jueves la película de Andrea Testa y Francisco Márquez que integrò la Competición Oficial Internacional del presente BAFICI y “Un certain regard” en Cannes. No se trata de una pelìcula más sobre la temática de la dictadura que asoló al país a partir de 1976, sino que integra a partir de ahora un núcleo selecto y reducido junto a títulos como “La historia oficial”, “Kamchatka” e “Infancia clandestina”. Basada en una novela de Humberto Costantini de 1984, está ambientada siete años antes como lo certifica una escena en un cine en que se escucha la voz de Alberto Olmedo (“Las turistas quieren guerra” de Enrique Cahen Salaberry). Francisco Sanctis (Diego Velázquez) es un oscuro empleado de una empresa alimenticia quien en una de las escenas iniciales ve nuevamente postergada una prometida promoción laboral y a cambio recibe una ridícula ”caja incentivo” con productos de su compañía. Su rutinaria vida se ve alterada cuando un día sea contactado por una vieja amiga, quien tiene datos precisos de los servicios de la aeronáutica. Francisco se entera por ella que esa misma noche un hombre y una mujer están a punto de ser “chupados”. Le revela los nombres de ambos, el teléfono y la dirección donde tendrá lugar el procedimiento y le pide a Francisco que los contacte para evitar su posible desaparición. La “larga noche” será la que tendrá que pasar el personaje central abrumado por las dudas sobre la actitud a adoptar ante tamaño pedido. Es notable la calidad técnica del film comenzando por una estupenda fotografía (nocturna) de Federico Lastra. No menos importante y de igual gravitación es el buen manejo del sonido, mérito de Abel Tortorelli. Todo ello apuntalado por el parejo elenco donde además de Velázquez también se lucen en roles secundarios Laura Paredes y Marcelo Subiotto.
La adaptación de la novela homónima de Humberto Constantini llega a los cines luego de su exitoso paso por el Bafici y otros festivales internacionales El film ganador del premio en la última edición del Bafici, La Larga Noche de Francisco Sanctis, llega a los cines locales luego de su paso por varios festivales internacionales en los que ha cosechado varias menciones. La película, basada en la novela homónica de Humberto Constantini se centra en la figura de Francisco Sanctis, un gris empleado de un mayorista, con un oculto pasado militante, que sobrevive como puede a los vaivenes de la vida diaria durante la última dictadura militar, Corre 1977, y Francisco recibe en su trabajo un llamado de una ex compañera de universidad que, con la excusa de pedirle permiso para publicar un poema, le da una información que no sólo pone sus vidas en peligro sino que lo lleva a entrar en la dicotomía entre continuar con su oscura vida diaria o salvar a dos personas de ser abducidas por las fuerzas militares. Desde ese momento, la vida de Sanctis se transforma radicalmente y ahí es donde el film, ópera prima de Andrea Testa y Francisco Marquez toma impulso y se lanza en una carrera contra el tiempo por los oscuros barrios de la noche porteña. El actor Diego Velázquez, que en los últimos tiempos ha cobrado una importante notoriedad a raíz de sus excelentes protagónicos en diversas obras como la película Kryptonita o la serie Los Siete Locos y los Lanzallamas, sube la apuesta con su nueva criatura y logra un trabajo que vale la pena verse por sí mismo, más allá de los logros del filme. Su Francisco Sanctis sufre una transformación total durante los escasos 72 minutos que dura la obra y Velázquez los aprovecha segundo a segundo para ostentar un dominio de la caracterización realmente envidiable. Pero además, la película se sostiene también por una realización técnica impecable que no sólo logra recrear la época a la perfección y con recursos tan escasos como efectivos, sino que también sostiene la tensión de principio a fin de una manera impecable. La forma en que la cámara va relatando las peripecias del protagonista se sustenta principalmente en planos cerrados que no sólo denotan la sensación opresiva de la situación que vive Sanctis sino que también mantiene alerta al espectador al no poder ver lo que sucede más allá de la imagen del actor. La Larga Noche de Francisco Sanctis, entonces, viene a refrescar ese viejo refrán que dice "lo bueno, si breve, dos veces bueno".
“La larga noche de Francisco Sanctis”, película argentina elegida para la sección “Un Certain Regard” del Festival de Cannes y que se estrenó en el marco del BAFICI, cuenta la historia de un hombre con una vida normal, que trabaja en un mayorista de alimentos esperando un ascenso que nunca llega, casado y con dos hijos. Pero todo va a cambiar cuando recibe el inesperado y urgente llamado de una compañera de facultad. Al encontrarse, ella le proporciona los nombres de dos personas a las que “los van a ir a buscar” y a partir de entonces, la noche de Francisco Sanctis efectivamente va a ser larga. Lo más interesante de la ópera prima de Andrea Testa y Francisco Márquez, una adaptación de la novela homónima de Humberto Costantini, es la arista que eligieron para retratar otra historia de la dictadura. Cada vez que se nos presenta esta temática tan importante para el país y tan tratada en el cine nacional nos preguntamos qué más se puede contar. Y esta historia tan intimista y sutil nos lleva por el camino de pensar que todavía quedan más aspectos por abordar. Conocemos el contexto del argumento de una manera muy sutil, casi imperceptible, porque en ningún momento tenemos años (aunque hay un gran trabajo de ambientación), ni elementos que nos identifiquen con la dictadura(militares, secuestros, torturas). Es por eso que la construcción es mucho más valiosa, porque la sola actuación impecable de Diego Velázquez nos transmite los climas que necesitamos: el miedo y la persecución de la época. Asimismo, a esto se le agrega la carencia de una gran cantidad de diálogos, por lo que Velázquez se vale de sus gestos para trasmitir diversas sensaciones; el hecho de tener que decidir si continuar su vida como hasta entonces, no involucrarse para no obtener ciertas consecuencias, o hacer algo, por lo más mínimo que sea. En síntesis, podemos decir que “La larga noche de Francisco Sanctis” es una de esas películas en que se demuestra que menos es más, que sin mostrar actos explícitos se transmite de igual manera o incluso el mensaje llega de una forma más pronunciada, porque es el espectador el que termina completando la idea y la imaginación siempre es mucho más fuerte que cualquier palabra. Puntaje: 4/5
Conciencia en acto Amanece. La luz del día se asienta lentamente sobre el cemento de un viejo edificio enorme, repleto de un sinfín de ventanas, e ilumina lo que es de inmediato reconocible como una vivienda popular. La larga noche de Francisco Sanctis (2015), ópera prima de Andrea Testa y Francisco Márquez, que compite en la sección oficial internacional del 18° BAFICI, presentará, mediante un plano general, la caracterización social de su protagonista y proyectará, a su vez, la situación excepcional que deberá atravesar. Francisco es un hombre común, un hombre, como suele decirse, del montón. Un típico empleado de oficina dedicado con sacrificio a un trabajo mediocre, confiado en un supuesto ascenso que nunca se concreta. La siguiente escena terminará por confirmarlo: en un departamento pequeño Francisco desayunará junto a su familia. La sencillez del ambiente, su reducido tamaño, subrayará la sensación de amontonamiento señalada al comienzo. La puesta anunciará un pasado todavía impreciso. Sin embargo, en el transcurso de ese día, a partir de otras referencias, siempre mínimas, más bien pequeños detalles, mediante un simple diálogo, será posible identificar con mayor pertinencia el momento histórico de la historia: los oscuros años de la dictadura militar. Oscuridad que el film establecerá como fundamento de su estilo y que le permitirá, oportunamente, desligarse de cualquier representación convencional.Los militares en esta película permanecerán, como una sombra amenazante y peligrosa, fuera de campo. El film de Andrea Testa y Francisco Márquez trabajará con la alusión, con la inferencia, con el retaceo de información. La violencia conservará durante el conjunto del relato su condición de inminencia. El centro de la escena lo ocupará Francisco,quien se encontrará envuelto en una situación absolutamente inesperada. En el trabajo recibirá un llamado de una antigua compañera de la facultad que quiere verlo con urgencia. Supuestamente busca su autorización para publicar un poema olvidado que él mismo escribió hace tiempo. Pero cuando se junten la mujer le contará la verdadera razón del encuentro, le revelará un dato inquietante:esa misma noche los militares secuestrarán a dos personas.Él debe ir hasta a su casa y avisarles para que puedan anticiparse al secuestro y escapar. “¿Qué carajo tengo que ver yo con esta historia?”, exclamará Francisco, estupefacto, ostensiblemente preocupado, acaso porque a partir de ese momento ya se sabe involucrado, acaso porque ya, aunque se resista, no puede evadirse. La película se detendrá, como anuncia el título, en esa noche.Una noche que será efectivamente larga.La cámara seguirá el desplazamiento indeciso de Francisco a través de calles solitarias y oscuras, tan solo iluminadas por pequeños faroles. Un laberinto de calles que suscitarán persecuciones confusas, encuentros enigmáticos. Francisco buscará ayuda, intentará apoyarse en alguien. Pero será en vano. Esa noche se encontrará sólo, forcejeando exclusivamente consigo mismo. La larga noche de Francisco Sanctis -basada en la novela homónima de Humberto Costantini- representará con audacia el derrotero confuso de una conciencia en acto. Las idas y vueltas, los encuentros y desencuentros, las dudas y contradicciones que pueden llegar a determinarla decisión de levantarse y comprometerse ante una realidad temible.Proyectará, en definitiva, la trayectoria sinuosa de una toma de posición.
Secretos de una larga noche La película es una adaptación de la novela homónima del escritor Humberto Costantini (1924 - 1987), autor de cuentos, novelas y obras de teatro, militante del PRT y exiliado en México tras la dictadura militar. Está situada en Buenos Aires, 1977, cuando Francisco Sanctis, un empleado administrativo, padre de dos niños y sin militancia política, recibe la información precisa de dos personas que los militares van a desaparecer. Esa misma noche deberá tomar la decisión más importante de su vida. ¿Les salvará su vida a riesgo de la suya propia? Los directores son egresados del ENERC (Escuela nacional de realización cinematográfica, que depende del Incaa). Han realizado los documentales Después de Sarmiento y Pibe Chorro, entre otras obras que producen a través del espacio Pensar con las Manos. El protagonista es Diego Velázquez, actor de la serie Los siete locos, Kryptonita y la obra Los corderos, entre muchas otras. Lo acompañan en el elenco Laura Paredes, Valeria Lois, Marcelo Subiotto y Rafael Federman. En esta oportunidad entrevistamos a los realizadores, Francisco Márquez y Andrea Testa y al protagonista Diego Velázquez para descubrir el detrás de escena de esta película. ¿Cómo surge la idea de llevar al cine La larga noche de Francisco Sanctis? ¿Cuál fue el camino desde el despertar de esa idea hasta la concreción? FM: Llegamos a la novela un poco de casualidad. En un boletín que sacamos del ENERC habíamos publicado una poesía de Costantini Yanquis hijos de puta, pero no era un autor que lo teníamos tan presente. Nos la recomendó un librero del Parque Centenario, la leímos bastante rápido y a los dos nos pasó lo mismo, nos parecía que era una novela para adaptar al cine. Así surgió la idea de una co-dirección. Empezamos a trabajar el guión, y nos acercamos a la familia, por el tema de los derechos, nos cedieron los derechos y ahí empezamos a hacer las presentaciones al Incaa, y ganamos el premio Opera Prima. A partir de ahí empezamos a producirlo. Parece muy sencillo, pero llevó como tres años, más o menos. En un primer momento buscamos una productora y finalmente llegamos a la conclusión que lo mejor para la película era que nosotros la produzcamos, que no haya ninguna mediación, que no haya un productor en el medio, poder producirla entre nosotros. AT: Eso significaba poder destinar todo el premio a la producción de la película, sin tener la mediación de una casa productora a la que habría que destinarle un porcentaje de ese premio. Y en la realidad nos encontramos con un presupuesto muy acotado. Por ejemplo, para una producción media, son tres o cuatro semanas de rodaje. Nosotros queríamos filmar seis, para poder dedicarle más tiempo al rodaje y a trabajar ahí, finalmente pudieron ser cinco semanas de rodaje. No sabemos si con una productora hubiésemos podido filmar así. Queríamos tener las decisiones productivas, porque nos parecían claves para pensar la estética de la película. ¿Cómo fue el trabajo de adaptación? AT: Intentamos no alejarnos tanto, pero había cosas que había que alejarse sí o sí porque era muy difícil trasponer lo literario a la película, además también por el tiempo. Reflexionamos en realidad ¿quién era ese personaje? queríamos que sea alguien más activo. Queríamos resaltar que él sale de su individualismo. FM: Si leés la novela, al personaje lo que lo guía siempre es el destino, entonces él se encuentra con todos los personajes que se le van cruzando y parece como que se lo va dictando el destino. Nosotros lo que quisimos trabajar más era la voluntad. Entonces trabajamos un personaje que activa, que tiene que ver con algo ideológico, con lo que nosotros queríamos trasmitir. Había otra cuestión también que tenía que ver con el final, quizá ese final que estaba en el libro tenía una importante carga de denuncia que en 1984 era no solo valiente sino también revelador. Hoy, con tanta reflexión sobre la dictadura, nos parecía que podía dejar una sensación derrotista, cuando nosotros lo que queríamos trasmitir, era enfocarnos en lo que él hace, más que en el saldo, nos interesaba lo que él hacía. El relato del libro es un mundo interno, como una voz interior, y eso en cine hay que contarlo con imágenes, y ese ya era un desafío de por sí que nos proponía el libro. Salvo que hubiésemos apelado a una voz en off como en la primera versión del guión, no había forma. Lo otro tenía que ver con algo propio del cine, si uno hubiese transcripto tal cual el libro, el 50% transcurriría en una mesa sentados en un bar y eso cinematográficamente es poco rico. En la película, al igual que en la novela, el lugar del protagonista es central, enorme. ¿Cómo trabajaron la construcción del personaje junto a Diego Velázquez y como se articuló el trabajo con todo el elenco? FM: La propuesta, acordada más que nada con Diego, fue no ensayar hasta que estuviera todo cerrado, sino dejar un espacio de sorpresa para el rodaje. Nosotros teníamos que contar el personaje, no la escena. Lo que sí trabajamos mucho era sentarnos a leer el guión. Eso fue muy preciso, el trabajo de ajustar los diálogos, nos parecía muy importante. No pasarnos, ni contenernos de más, encontrar justo el equilibrio de lo que tenía que decir cada uno. AT: Fue un trabajo arduo. Si bien toda la voz en off, que es el conflicto interno, lo pudimos pasar a acciones, nos quedaba algo con los diálogos que no queríamos que sean informativos. Intentar que sean lo más cotidianos posibles, que no estén impuestos, sino que sean orgánicos a las necesidades de lo que les estaba pasando a esas personas en ese momento. Por eso, con todo el equipo actoral, trabajamos así en lectura y relectura. Primero hicimos todo un trabajo con Diego, después con Diego y Marcelo Subiotto, con Diego y Laura Paredes, y así, para que salgan de adentro de las personas y no tanto como necesidad del guión. Yo creo que eso fue lo que también le dio profundidad a la película. Diego nos dijo en un momento, a mí me gusta trabajar técnicamente, ustedes me dicen mirá para allá y yo miro para allá. A nosotros nos descolocó un poco, por todo lo que uno piensa de la dirección de actores, de la búsqueda interna de los personajes, de las emociones, y como revivir algo mucho más emocional. Él nos lo llevó a algo más técnico, y aprendimos mucho con eso que él nos propuso. Teníamos que crear la imagen, él como un "objeto", como una imagen. FM: Y eso era posible porque había un trabajo previo de construcción del personaje que permitía que eso técnico sea vivo. Hay algo que aportó Diego, él decía que una vez que le pasan esa información, los nombres de los militantes que van a ir a buscar, se produce como un hechizo en su cabeza, entonces había momentos que a él eso le volvía, no se lo podía sacar de la cabeza, estaba todo el tiempo presente. Eso nos sirvió para trabajar cómo se comporta físicamente a lo largo de toda la película, pero también para trabajar ideas sonoras. Hay un momento que es cuando él entra en zona de oscuridad, entran sonidos muy abstractos, pero que trasmiten esa idea, que está ese hechizo que se le aparece, como algo que se le va apareciendo. Lo que se trasmite también es que Francisco tenía algo guardado, que vuelve a surgir. Que se prendió algo que estaba ahí escondido. FM: Tal cual, eso es también lo que trabajamos. Nosotros lo pensamos mucho, desde ese pasado donde quizás tenía una forma de pensar, y que la misma vida lo fue como achatando de alguna manera, y que esta situación empieza a hacer un cuestionamiento y ponerlo de nuevo en presente. También creemos que eso es algo que le pasa a mucha gente, creemos que es algo con lo que mucha gente puede empatizar, se puede sentir identificada, esta cuestión de insatisfacción con la vida, y la vida en el caso del personaje, le plantea un desafío. Yo creo que hay algo personal, de decir yo soy capaz de esto, y soy capaz de salir de esa insatisfacción. AT: Creo que dialogamos también un poco con este sentido común de "solo se puede ser rebelde en la juventud", "solo se puede tener ideas revolucionarias en la juventud", bueno él hace ese camino, y un poco se lo dice Perugia en la escena del pool "Bueno, ya no somos jóvenes, no nos metamos en esto, nosotros no tenemos nada que ver...". A este personaje se le plantea eso. Sí, puede también, un adulto enfrentarse a las ideas y a la necesidad de poder hacer algo por los otros. ¿Cuáles fueron las referencias cinematográficas? FM: Hitchcock es una referencia, en el sentido que las películas de él son un personaje ordinario envuelto en una situación extraordinaria, ese espíritu estaba. Después tuvimos bastantes referencias y muy variadas. El amigo americano, de Wim Wenders, que nos sirvió bastante, porque Wenders también trabaja mucho con el género, pero con una mirada personal. El amigo americano es un policial clásico de alguna manera, pero es una película hiper personal. AT: El amateur, de Kieślowski también. Intentamos buscar además de referencias estéticas, cómo hacen una película de personaje con conflictos internos fuertes, y El Amateur nos sirvió mucho para ver eso. Leo Carax es otra referencia, para el sonido, y con los tránsitos de personajes, con lo más sensorial. Igual nada lo tomamos tan literal, nos servía para abrir nosotros nuestros universos visuales. Las referencias eran como una forma de dialogar entre nosotros dos, y con el equipo técnico. Y para la co-dirección fue clave porque era muy difícil. No era que cada uno quería su película, era poder comunicar lo que creíamos mejor para la película. ¿Cómo aportaron las distintas áreas y cuál fue la dinámica del trabajo en equipo? FM: Cuando uno empieza a trabajar con el fotógrafo, la directora de arte, el sonidista, la película empieza a tomar otra forma, cada área desde su especificidad aporta algo nuevo. Esta idea de la oscuridad que tiene la película, creemos que aporta un montón, y es una idea que trabajamos junto al fotógrafo. Después hay una sutileza, que el personaje, a medida que va avanzando la película va perdiendo ropa. Primero pierde la bufanda, después pierde la corbata, después pierde el saco, que es algo que quizá ni se ve, pero en algún lado está, sentimos que desde algún lugar se percibe, eso fue una idea del vestuarista que tenía vinculación con el guión obviamente, es un personaje que se va despojando, que va yendo a su esencia, por decirlo de una manera, y son ideas que empiezan a surgir en la concreción del trabajo con las áreas. AT: Más que yendo a su esencia, justamente va dejando atrás todo lo que a él le pertenece y su individualismo, que es lo que se propone también el conflicto de la película. ¿Cuál es su dilema en este caso? ¿Pone en riesgo su vida o no? Como la escena esa que nos parece muy linda, cuando le lee el cuento a sus hijos, ese momento es donde él dice ¿salgo o no salgo de esta habitación? Por eso para mí más que ir a su esencia es salir de su particularidad, del individualismo, que es lo que creemos que trasmite la película. Hay un trabajo muy importante de arte en la película ¿Cómo se trabajó en ese área? AT: Lo primero que pensamos en arte, era la anti-referencia a las películas argentinas de época, donde te tienen que resaltar que estamos en la época porque si no la gente no entiende. Nosotros queríamos que la época se viva. De hecho nosotros decíamos no queremos el pingüino, la botella de Coca Cola, caer en eso de tener que meter la época de esa manera o un sonido de una radio. Fue un desafío, y nos preguntamos ¿se va a entender realmente que es la dictadura? para nosotros era muy importante que esto se entienda desde el primer momento. FM: Hubo un trabajo del equipo de arte muy exhaustivo, si bien no queríamos mostrar los detalles, queríamos que la época se perciba. No queríamos que aparezca nada de la actualidad, y eso era muy arduo, inclusive difícil por el presupuesto. La gente de arte lo resolvía muy creativamente, nos reíamos porque ellos llevaban una manta muy grande, entonces cuando estábamos filmando aparecía un auto actual, y directamente lo tapaban con una manta oscura que ayudaba a la propuesta de la oscuridad. Una forma simple pero efectiva, porque no había presupuesto. Era una tensión constante entre producción y arte, y la verdad que hubo en ese sentido un trabajo muy solidario entre las áreas. El libro de Costantini es del año 1984, y relata una historia situada en 1977. En un momento Francisco, que es alguien "que no tiene que ver con nada", habla sobre la situación de asesinatos, torturas desapariciones, incluso dice la cifra de 20.000 desaparecidos (como algo que ya se comentaba en 1977). ¿Cómo relacionan esto con otros relatos? FM: Yo creo que con la novela de Costantini pasó que cuando una obra revela una verdad profunda en un momento en donde todavía hay sectores de la sociedad que no quieren encontrarse con esa verdad, quedan ocultas. Nosotros sabemos que esta novela fue premiada en otras partes del mundo, incluso en una entrevista a Andy le dijeron que Humberto Costantini en México era muy reconocido. A nosotros nos llamó la atención, de hecho lo primero que hicimos fue darle la novela a todo el mundo, prestarla para que la lean. Los recientes comentarios de Lopérfido, cuando dice que no hubo 30.000 desaparecidos, está llevando la discusión a un terreno inaceptable. Un funcionario que dice eso, lo tienen que echar. Creemos en ese sentido también que el hecho que todavía exista este relato demuestra que hay que seguir hablando de los ´70. Hay una gran cantidad de películas sobre la época ¿Qué lugar opinan que ocupa La larga noche? ¿Qué aporta de nuevo? FM: La película parte de la ventaja que se hicieron muchas películas sobre la época, entonces hay determinados temas que ya están. Puede ser esta película porque ya se problematizaron otras cosas, sentimos que si no hubiesen estado las otras películas, quizá no hubiésemos hecho esta. Nos interesó la novela porque plantea los ´70 desde otro lugar. No lo plantea ni desde la militancia, ni desde un personaje de un milico, lo plantea desde un personaje que se cree que está por fuera de la lucha política que se está dando en el momento, se cree que es un personaje que puede vivir, de alguna manera, fuera de la historia. Hay que ver otro tipo de película que es un documental, Juan como si nada hubiera sucedido de Carlos Etcheverría, para pensar una película que lo aborde desde ese ángulo. Yo creo que también es una película actual, no pensamos solamente que es una película sobre los ´70, sino una película sobre el compromiso social, sobre la voluntad, sobre como uno se vincula con la historia, y creo que en ese sentido es una película que nos interpela en la actualidad. AT: Y un dilema que nos pasó también, es que no queríamos juzgar tan fuerte, esta mayoría silenciosa. Porque no vivimos la época, claro que obviamente que a mí desde afuera lo primero que me sale es pensar, ¿Cómo no sabían nada, no iban a hacer nada? En la investigación para el guión nos encontramos con situaciones muy asfixiantes, muy tristes. Nosotros preguntábamos ¿Qué te acordás de la dictadura? y nos hablaban del antes y del después. Y cuando les decíamos que nos hablen de esos años, del ´77, ´78, ahí era cuando se ponían nerviosos, prendían el cigarrillo, se angustiaban. Por eso nos preguntamos: ¿Qué mecanismos funcionan para no ver, decidir ver o no ver? Queríamos poder problematizar, interpelar esa gente. ¿Qué piensa hoy? ¿Cómo podemos hacer hoy en el presente para también involucrarnos en la realidad y en la realidad de los otros también? No solamente cuando me toca a mí, porque ahora me aumenta todo, ahora salgo a luchar. Poder interpelar también a ese sector que va a ir al cine a ver esta película. Como hacemos que el cine también dialogue con el afuera y no solamente entre las películas de los ´70. Buscamos un personaje particular, pero también puede verse como un personaje universal, que puede tocarle a cualquiera, el plano que empieza con los monoblocks, muestra que en cualquiera de estas ventanitas puede haber un Francisco Sanctis.