Sobre el mercado del arte… Existen pocas propuestas que nos ofrezcan una simetría casi perfecta a nivel de sus elementos constitutivos, una suerte de “armonía estructural” que vaya creciendo de manera progresiva y que garantice la satisfacción del espectador potencial. Sin lugar a dudas, La Migliore Offerta (2013), también conocida por su título en inglés, The Best Offer, es un claro representante de este conjunto selecto de films que privilegian la calidad, el ingenio y la coherencia por sobre el efectismo y/ o el golpe bajo, estrategias muy utilizadas en nuestra contemporaneidad (tanto por la industria hollywoodense como por la independencia arty)...
AmArte Giuseppe Tornatore (Cinema Paradiso) vuelve a concebir una película inteligentemente escrita, combinando drama, romance, algunas pizcas de thriller y un siempre bien recibido aspecto intrigante. En La Mejor Oferta nos encontramos con un Geoffrey Rush encarnando excelentemente a un experto en el mundo de las subastas, restauración y obras de arte llamado Virgil Oldman. Un sujeto antisocial, supersticioso y con un carácter que sólo sus más allegados parecen saber tratar. El punto de descolocación del protagonista se da cuando una joven (Sylvia Hoeks) le encarga tasar y vender una colección de productos de gran valor artístico que ha heredado de sus padres. Ella, al padecer una extravagante enfermedad psicológica que no le permite salir del encierro de su cuarto ante la presencia de personas en su hogar, comienza a despertar la curiosidad y el interés de nuestro intérprete principal. Tornatore consigue que el personaje de Rush se parezca a su film: refinado, suntuoso, elegante, capaz de elucubrar grandes diálogos y de mostrarse presentable ante cualquier puesta en escena. También logra enlazar al espectador a partir de la inclusión del componente enigmático, a cargo de Hoeks y su constante ocultación de figura y rostro. Esa expectación lo lleva a Oldman a la maquinación y la obsesión casi enfermiza por la solitaria muchacha, al punto tal de ir sufriendo una transformación a lo largo de la historia en su manera de ser y de actuar, una mutación que solo puede ser entendida bajo los efectos del enamoramiento. Lo interesante concierne, también, al doble juego al que nos somete su conductor ante las posibles similitudes entre la falsificación de una pintura y la que tiene que ver con los sentimientos. Todo ello volcado a través de imágenes y conversaciones de alto calibre interpretativo. Movimientos de cámara excelsos y una ambientación distinguida tornan sutil a esta narración con ciertos aires “hitchcockianos”, en donde las actuaciones colaboran enormemente a concretar una cinta casi redondita de no ser por algunas determinaciones discutibles. LO MEJOR: Geoffrey Rush, brillante papel. La filmación, el recurso a diferentes géneros para conectarnos con el relato. LO PEOR: extensa en metraje. La vuelta de tuerca parece anunciarse con antelación. PUNTAJE: 7,4
El arte de la falsificación Hoy en día parece difícil que una película se transforme en una obra de arte. La Mejor Oferta logró romper con esto. Se tome la arista que se tome, el film es completo, equilibrado, deslumbrante. Virgil Oldman (Geoffrey Rush) es un famoso martillero, especializado en arte, con un gran conocimiento proporcional a su soledad. Su trabajo lo llevará a una excéntrica casa con objetos de poco valor pero con una historia oculta que lo atrapará y dará un giro en su vida. La señorita Claire Ibbetson (Sylvia Hoeks) le encarga tasar y vender las obras que heredó tras la muerte de sus padres. La particular enfermedad psicológica que padece Claire, agorafobia, la mantiene aislada de todos: un cuarto es todo su mundo. Esto fascina y obsesiona a Virgil. Así, el personaje de Rush -y la trama misma- experimenta una transformación vertiginosa pero delicada que genera una gran expectativa.
Los engranajes de la soledad La soledad construye muros, barreras infranqueables a nuestro alrededor que nos aíslan del mundo y descubren el velo de las convenciones sociales en todo el esplendor de su arbitrariedad, abriendo la terrible caja de Pandora del miedo a lo desconocido. En La Mejor Oferta (La Migliore Offerta, 2013), el director y guionista Giuseppe Tornatore (Cinema Paradiso, 1988; Stanno Tutti Bene, 1990; Malena, 2000) indaga en la soledad como construcción social a través del personaje de Virgil Oldman (Jeffrey Rush), un famoso y respetado martillero inglés, excéntrico, agresivo y con una leve aprensión a la suciedad o rupofobia. La profesión de Oldman se cruza con su hobby, la colección de hermosos y valiosos retratos femeninos que lo acompañan en la soledad de su costoso departamento, en un cuarto escondido y protegido. La soledad de Oldman, cuyo único amigo es Billy (Donald Sutherland), un estafador que ocasionalmente lo ayuda en pequeños fraudes en las subastas de obras de arte, es sacudida por una súbita llamada telefónica de la dueña de una propiedad venida abajo que necesita tasación sobre sus bienes. En la casona, Oldman encuentra unos engranajes que le llaman la atención. Al llevarlos con un especialista, Robert (Jim Sturgess), le confirman que podrían ser parte de un autómata del Siglo XVIII de un constructor sobre el que Virgil escribió su tesis años atrás.
Desvalijando almas Virgil (Geoffrey Rush) es un hombre obsesivo, metódico. Un renombrado anticuario que basó su éxito en comprar barato y vender por fortunas, en engañar a su clientela despreciando obras valiosísimas; como dijera el escritor Daniel Pennac respecto a la profesión, un hombre que hizo su carrera "desvalijando almas". Pero no se trata solamente de un embustero y un timador, sino que además es, en general, un tipo bastante desagradable. Su mal semblante casi permanente, su carácter despectivo y el desinterés por el prójimo lo convierten en un protagónico difícil de aceptar. Asexuado y sin interés aparente por las mujeres, parece sin embargo orientar su libido a contemplar su más preciada fortuna personal, una habitación repleta de cuadros históricos, únicamente de representaciones femeninas. El primer gran mérito que cabe adjudicarle al director Giuseppe Tornatore (Cinema Paradiso, Pura formalidad) es lograr la identificación de la audiencia con este personaje. No es un proceso simple ni inmediato, pero paulatinamente Rush va logrando los matices necesarios para que se encuentren atisbos de humanidad en él, y hasta un insospechado enamoramiento. El segundo mérito está precisamente en ese objeto de deseo que comienza a irrumpir en su vida y a transformarlo por completo. Se trata de una muchacha agorafóbica (con miedo a los espacios abiertos), que permanece oculta y sin dejarse ver durante la mitad de la película, intrigando al protagonista y junto a él al espectador. Las mayores y más variadas sospechas puede despertar el personaje y sus motivaciones, y el suspenso logrado a partir de ese enigma es un notable acierto del guión. Es interesante la forma en que se presenta la mujer ideal para este perfil neurótico y malhumorado: una muchacha que ha pasado encerrada durante años, que necesita ser curada, instruída, que podría ser salvada e incluso manipulada por él a su antojo. Una mujer aparentemente inofensiva como las que cuelgan en los cuadros que atesora. Pero es pasada la segunda mitad del metraje que la película pierde ese interés inicial. La chica se muestra, y si bien continúa teniendo sus costados ocultos, se vuelve algo mucho más patente, menos interesante. Durante esta segunda parte la trama se dilata demasiado y se pierde en idas y venidas de los personajes, en el vínculo amoroso y pasional y en la sospecha de una traición. Sin volverse pesada o llanamente aburrida, la película, siempre elegante y vistosa eso sí -la recargada puesta en escena al menos entretiene la mirada- termina por perderse sobre el final, cuando una vuelta de tuerca busca resignificarlo todo. El problema con este giro final es que no tiene nada de sorpresivo porque es algo que se sospecha desde el comienzo mismo de la película, y que además, no resulta en absoluto creíble. Podrá decirse que aquí no se busca el realismo ni la verosimilitud y que lo que más importa es el significado metafórico del asunto -hay especial énfasis en el tema de la falsificación y el fraude-, pero en definitiva deja pensando en un planteo demasiado rebuscado. Con Hollywood ya tenemos suficientes.
Los falsos autómatas No son casuales dos detalles que coronan este regreso grande del genial Giuseppe Tornatore luego de la anodina Baarìa (2009) a las raíces de su mejor cine y a su manejo exquisito de la narración cinematográfica que quedan más que sintetizados en La mejor oferta. Esos dos elementos, que se yuxtaponen a lo largo de una meticulosa trama donde se mixtura una historia perturbadora de amor; el drama existencial de dos personajes en apariencia opuestos pero tan falsos desde los sentimientos como para encontrarse en su camino, con aristas de thriller psicológico y no grandilocuente, son por un lado la idea del autómata y por otro el de la autenticidad y falsificación en el mercado del arte. Tampoco resulta casual que el protagonista, interpretado con solvencia por el eximio Geoffrey Rush, tenga por apellido Oldman que traducido del inglés significa algo así como hombre viejo porque precisamente su obsesión por el pasado, por lo arcaico, por ese aura que emana de toda obra de arte y ya no existe es lo que mejor define su conducta y su talón de Aquiles, por decirlo de algún modo. De allí que representar a un martillero experto en subastas de mobiliarios o piezas artísticas de enorme valor monetario lo ubica en un lugar preferencial y que no está precisamente conectado con el mercantilismo en su variante más patética como la de cualquier curador oportunista de estos tiempos, sino con la ambición de conocer y poseer obras u objetos de extraña procedencia. Con semejante carta de presentación para completar las esferas de la personalidad del misterioso Oldman, el agregado de su inefable elegancia, reserva para con sus clientes y pulcritud, no hacen más que definirlo como el personaje ideal para llevar a cabo una misión un tanto incómoda: subastar todas las pertenencias de una enigmática joven, Claire Ibbetson (Sylvia Hoeks), heredera de una fortuna obscena, cuya particularidad es no mantener contacto visual con el entorno por un aparente mal físico, ligado con la agorafobia. Seducido por el enigma más que por la posible recompensa final una vez tasada cada pieza de la gigante mansión que alberga secretos, las piezas desparramadas de lo que supone podría pertenecer a un autómata forman parte de la red que envuelve a Oldman al tiempo que la inquietud por revelar la identidad de la joven heredera se acrecienta en un juego de contemplación, fisgoneo y peligro latente, que va in crescendo así como un leve enamoramiento a pesar de la sustancial diferencia etaria de los amantes. En paralelo, una subtrama que avanza por los andariveles del thriller se acomoda entre los intersticios de un drama existencial de un vigor llamativo que deviene en tortuoso romance como parte de un mecanismo de puesta en escena de una ambición solamente sostenible gracias al talento del realizador de Cinema paradiso (1988). Las lecturas posibles sobre La mejor oferta avalan análisis en base al contrapunto de la idea del automatismo contra el libre albedrío cuando el deseo se interpone a la razón porque ¿Acaso existe algo más autómata que trabajar de martillero para engañar con artilugios retóricos a los incautos e ignorantes compradores? Esa es la pregunta que el film no se atreve a responder sin arriesgar un costado de ambigüedad permanente que lo hace acreedor de los méritos necesarios para considerarlo casi al nivel de una obra maestra. Claro está que parte de ese elogio obedece pura y exclusivamente a la soberbia dirección de Tornatore y la actuación de Geoffrey Rush en un rol hecho a su medida.
La última fábula de Tornatore La temática recurrente sobre las emociones humanas en el cine de Tornatore permite distinguir en su más reciente película la puesta en escena montada en torno a la interpelación de la ejemplaridad del amor. De allí, que la historia de enamoramiento entre la pareja protagónica deba revisitar los tópicos sentimentalistas afianzados en la cultura masiva, con el fin de renovar la fábula del amor sin barreras cuya cita solventa la anécdota narrativa central del film. A propósito, aquí es oportuno recordar la tendencia de Tornatore por enmarcar sus historias dentro de lo fabulesco donde, precisamente, la indagación moralista sobre los rasgos humanos –característica de ese género– reviste, además, una función pedagógica que fija el valor de la trama en el exemplum. Ahí entonces la diagnosis moral portada por el argumento de sus películas, efectivamente pensadas como parábolas funcionales para perpetuar un deber ser de manual. En este punto, una declaración del director en relación a La mejor oferta corrobora esta orientación ideológica, asimismo extensible para el resto de su obra: “Vivimos una época en la que todo lleva a una inhibición de sentimientos, a vivir esos sentimientos de una forma completamente distinta a cómo se vivían antes (…), hoy tenemos una idea falsa de lo que es un sentimiento verdadero.” De esta manera, la ausencia de incorreción política extractable de la cita permite explicar que la revisión de la fábula de amor hecha por La mejor oferta no resienta la credibilidad del gran público en las fórmulas sentimentalistas sujetadas por el ideal normalizador de las relaciones sexuales, sino, por el contrario, actualiza argumentos que avivan la identificación empática con esas ensoñaciones, de modo de resguardar la perspectiva conservadora estimativa de un valor per se en lo tradicional. Este didactismo de statu quo que inspiran las tramas de Tornatore adopta, para una mejor exposición argumental de su tesis, la secuenciación propia de las novelas de aprendizaje. Así, el derrotero experiencial de los protagonistas culminante en el descubrimiento emotivo significativo (en este film encontrarse enamorado, tal como antes fue en Cinema Paradiso el saber madurar), simultáneamente, reenvía a la fábula en tanto ello, también, puede leerse como lección moral, coincidentemente dispuesta hacia el cierre del relato. De este modo, la condensación del sentido de la historia en la escena final sigue la narrativa del cine clásico, donde la resolución de la trama es contigua a la contundencia reflexiva sobre la anécdota referida: aquí, la advertencia ejemplar por parte del héroe (un prestigioso subastador de obras de arte con nombre sugerentemente arquetípico: Oldman) sobre los costos insumidos en la riesgosa entrega idealizada respecto de la posibilidad real de existencia de un amor desinteresado (y allí mismo, entre paréntesis, la mencionada parábola surgida por la connotada analogía frustrada entre el valor cotizable de la autenticidad artística detentada profesionalmente por Oldman, respecto de la vivencia biográfica inmensurable de subjetividad cautivada por el enamoramiento verdadero que experimenta íntimamente el personaje). Ahora bien, este recorrido privado de Oldman de aprendizaje amatorio exhibe, en su envés, la posibilidad de servir como modelo público ejemplar en tanto el entramado del film reproduce literalmente la economía cursi del sentimentalismo folletinesco, donde, precisamente, lo estereotipado del relato reivindica la moral cristalizada por las buenas costumbres. Otra vez, aquí, la tradición falazmente estimada por Tornatore como valor auténtico en desprejuicio a su efectiva construcción histórica (noción visible en todo su cine por el dualismo entre la italianidad de los pueblos opuesta al cosmopolitismo corruptor de la ciudad), motiva la cita fidedigna de la fábula de amor en La mejor oferta. A riesgo, claro está, de la divulgación ideológica reaccionaria. Baste comparar aquí los contraejemplos en el Saló de Pasolini (1975) o Barbe Bleue de Breillat (2009), preparadas como contrafábulas del relato original. Este conservadurismo conceptual, si bien retrotrae la suspicacia interpelante sobre el lugar común, por otro lado implica ganancia estructural en la medida que el entramado ingenioso entre los clisés da por resultado un relato cautivante en el cual, verdaderamente, la fábula es reciclada. De ahí que el film, también, funcione como cuento de hadas, donde el prototípico rescate caballeresco de la dama sucede con el combate heroico de Oldman contra la agorafobia que padece la amada: lucha para la cual previsiblemente es invocado el poder redentor del amor (notorio exceso, distintivo de la gramática folletinesca, no ahorrado en ningún momento por la película). Aunque –preciso es comentarlo– hacia el final, ese heroísmo masculino revele falibilidad. Y allí, el acierto de ambigüedad para la escena última, donde la decisión de Oldman admite una lectura tanto de altruismo como de humillación personal sobre el personaje. Ambivalencia que implica un giro formal en relación con el previsible fin de las fábulas pero resguarda el contenido de perspectiva conservadora sobre el amor –atendiendo a la pasividad culminante del protagonista–, lejana con los arrebatos del deseo que inspira el amor-pasión, cuya ausencia es aquí debidamente conveniente con el propósito de ejemplaridad. Aun así, lo fabulesco identificable en el cine de Tornatore recupera desde la puesta en escena auspiciada por las majors hollywoodenses –condicionante en el habla y reparto principal norteamericano–, el mito originario del cine como fábrica masiva de fábulas ligado con la convocatoria universal de las tramas imaginadas por los directores-faro que forjaron la industria mainstream de entretenimiento. Vuelta entonces de Tornatore hacia la matriz del cine, paralelamente significada por las mismas majors, como apuesta riesgosa en tanto anacronismo escindido de las demandas testeadas en el mercado. De allí una posible explicación sobre el estreno local retrasado, que pareciera requerir la influencia de las premiaciones (aquí, el celebrado paso de La mejor oferta en los premios italianos David de Donatello junto con el prestigio de Tornatore como director oscarizado) a modo de póliza que garantice la venta de entradas.
Si hay algo extraño y curioso acerca de La mejor oferta es su parecido, por momentos, a una película de terror. El terror es, muchas veces, obra del instante; una especie de magia del segundo entre plano y plano en el que algún ser extraño alcanza a colarse. Algo así aparece aquí en algunos planos; como una premonición ante la fachada de la casa tras el enorme portón de hierro, o en la habitación vacía donde la voz de un autómata repite incesantemente la misma frase, o en el momento en que la mujer enferma gira para mostrar al fin su rostro. Sin embargo, esos pocos instantes resultan de un protagonismo ínfimo: la película de Tornatore, acaso un film donde la imagen y lo visto cobran importancia a mano de sus mismos personajes, se relaciona con sus propias imágenes de un modo a la vez pobre y embelesado. De hecho, y aun con el riesgo de caer en comparaciones injustas, podría decirse que si en su mítica Cinema Paradiso Tornatore era impulsado por el amor al cine, aquí es arrastrado por el fetichismo de la imagen. Así es que La mejor oferta resulta perfeccionista y por momentos hasta bellamente pictórica, pero también vacía de azar y de emoción. Pero quizás sea el revés de ese formalismo vacío lo que realmente llega a inquietar de la película. Cada encuadre y elemento en el cuadro está prolijamente dispuesto para dar lugar a diversas metáforas (la del autómata y su funcionamiento es la más frecuente; también aparece la de lo falso y lo original en el arte y en las personas). Entonces, todo se vuelve artilugio de unas pocas grandes ideas y la posible vitalidad de los personajes y de ese mundo de soledades encontradas poco a poco desaparece. La misma suerte corren los misterios y los pocos fantasmas que osan asomarse entre plano y plano: La mejor oferta sólo se somete a lo visible dentro de la belleza rígida y vacía de sus imágenes.
La valuación del amor El último trabajo del director italiano Giuseppe Tornatore brinda una historia muy atrayente con un personaje que nos va atrapando de menor a mayor, en una curva muy rara de describir. Virgil Oldman (Geoffrey Rush) es un valuador de arte muy talentoso para detectar falsificaciones, se ganó la fama de sus colegas y es consultado para distintas subastas de obras de todas las épocas. Sin embargo, en un mundo que requiere honestidad y corrección por una cuestión lógica, al principio de la película descubrimos que las prácticas de este personaje no son tan éticas como su trabajo lo requiere, al realizar arreglos con su amigo Billy (Donald Sutherland) para adquirir obras originales y muy caras, justamente, mintiendo sobre su origen valuandolas a un precio menor. Hay que destacar que el amor que Virgil tiene por el arte y su colección es tan grande que contiene toda la libido de una vida entera, ya que se trata de una persona incapaz de tener un contacto con una mujer. De repente, se encuentra con la llamada de una joven, Claire Ibbetson (Sylvia Hoeks), desesperada por vender el mobiliario de la casa antigua de sus padres, junto con las obras de arte de valor que contiene. La (no) aparición de Claire es fantasmal, y este factor, que en principio irrita a Virgil, sirve para que éste caiga en la ansiedad y se pregunte por la chica y el motivo que rodea su ocultamiento, lo cual la acerca más a ella y su universo. Ahí descubre que la chica tiene un trastorno llamado agorafobia, el cual evita que salga de su casa y tenga contacto con otros seres humanos. Mientras tanto, la visión de negocios (turbios) de Oldman no se detiene y cada vez que entra a la casa de los Ibbetson, roba las piezas de un autómata androide del siglo XVII que su amigo Robert (Jim Sturgess) arma con lo que Virgil va sacando, pero al mismo tiempo le pide consejos amorosos por su nueva obsesión. De esta manera, Virgil se va metiendo en un juego donde lucha con su frialdad, ablandando su ser para convencer a Claire de salir. Se trata de dos personajes que de alguna forma se identifican entre sí para confiar sus miedos y dejar de lado las tensiones, este coqueteo atrae al espectador de forma muy efectiva hasta el momento en el cual finalmente Claire decide salir de su habitación para encontrarse definitivamente con Oldman. la mejor oferta 2 Tanta tensión y jugueteo para llegar a ese encuentro y a partir de ahí la película empieza a caer lentamente. Esa expectativa entra en una meseta pronunciada que solamente levanta un final bien armado y narrado de forma que el espectador vaya armando cómo puede el rompecabezas. Si bien no era previsible, a lo largo del film va dejando pistas que nos hacen pensar que eso iba a suceder. La actuación de Geoffrey Rush es muy efectista, hace empatizar al espectador con un personaje de alguna forma despreciable si lo conociéramos en persona. El relato está muy bien armado para que caigamos en su mundo y podamos verlo con sus ojos. En definitiva, la película trata un tema donde el amor y el arte se encuentran en un punto que parecía no unirse, y la película va dejando rastros de su mensaje y completa resolución. Como dijimos, el relato tiene un ritmo pausado, a fuego lento, que a muchos les puede parecer aburrido, a otros por el contrario, los atraerá más. La experiencia de Tornatore y la música de Ennio Morricone ayudan de sobre manera para envolvernos en ese mundo. Personalmente, la película me gustó aunque se hace un poco larga hasta llegar a su resolución. De todas maneras, como dije anteriormente, va en propósito de crear un clima y de ponernos en el lugar de Oldman de calificar la vida de la misma forma que lo suele hacer con el arte.
Un experto en arte (Geoffrey Rush, siempre bien), es contratado por una rica y elusiva joven heredera para vender una colección de pinturas. Ella no se relaciona con nadie, él se obsesiona con ella. Tornatore filma con buen gusto -un buen gusto demasiado abúlico- una historia donde lo que más interesa es cierta elegancia actoral. El film está demasiado decorado, y en cierto punto recuerda más al teatro, o incluso a la “televisión de calidad”. O mejor, a una pintura (más) en la pared.
Cuidado con La mejor oferta, de Giuseppe Tornatore porque aunque tiene algunos puntos atractivos nos puede hacer caer en un trampa de osos. Se estrena el 10 de julio en Buenos Aires. Por empezar, su titulo de alguna manera suena como el de La grande belleza: es verdad: articulo, adjetivo y sustantivo, en lo posible en italiano. Pero La migliore offerta no es La grande bellezza. Película distinta y desafiante la de Sorrentino, la de Tornatore no. Veamos: Virgil Oldman (Geoffrey Rush) es un prestigioso subastador de arte. Dirige su propia negocio, una especie de Sothebys o Christies de la ficción. Por sus subastas pasan los precios más exhorbitantes del mercado del arte, y en su mayoría, las obras provienen de herencias familiares devenidas cuyos objetos son algunos malogrados por una tasacion voluntariamente “defectuosa”. Aunque filmada en Italia, pero sin aclarar nunca en qué ciudad, la historia empieza a perder puntos por el idioma original que elige. Quizas el italiano, en lugar del inglés, hubiese correspondido mejor con esa aura temática que aborda: el mundo de las pinturas del renacimiento italiano o flamenco, refinamiento de palazzos y vedutas o mujeres salidas de retratos etéreos del siglo XV, como querrá mostrarse a través de su actriz protagonista (la holandesa Sylvia Hoecks) que practicamente no se muestra durante mas de la mitad de la pelicula. El inglés le da un internacionalismo, es verdad, obligado por la coproducción tal vez por la distribución pero es uno de las tantos elementos que la desmerecen. Las mujeres para Virgil son inalcanzables como las de los retratos que atesora en una bóveda detrás de su closet de guantes, cuadros adquiridos de manera tramposa, claro. Las fobias al sexo contrario y la soledad del hombre exitoso y refinado cenando solo en el restaurant momentos antes de su cumpleaños terminan siendo dos obviedades que Tornatore se ocupa de marcar de modo constante a lo largo de las más de dos horas,a lo cual se le suma inmediatamente el tema de lo falso y lo verdadero, primero en el arte, despues en el amor. Esas insistencias siempre se harán desde el diálogo, cargado de sobreexplicaciones que el guión presenta casi con desparpajo triangulando tres tópicos bien cinematograficos pero mal usados: el mercado del arte, las mujeres y el engaño. Oldman (viejo señor por si queda alguna duda) es un tipo hosco que logicamente solo puede rendirse a los pies del amor pero que necesita del consejo del joven “arreglatuti” que irá armando un autómata del siglo XVIII con algunas piezas encontradas que va trayendo Virgil de la casa de la misteriosa y joven Claire, cosa de no perder de vista hacer otro negocio. Lugares en donde la película no sólo pierde credibilidad sino se torna cuasi infantil, no puedo dejar de relacionarlo con el autómata que se arma en La invención de Hugo Cabred, de Scorsese. Claire es una heredera que sufre una extraña forma de fobia social y va a complicar la vida de Oldman hasta transformarla. Tornatore presenta una obra que simula misterio, acumulando un conjunto de símbolos tan literales (el voyeurismo detras de la escultura de los amantes, los guantes, el cabello teñido, la pared con trompe loeil que separa a Virgil de Claire, la enana que lista una serie interminable de numeros, etc etc) que pierden su sentido último y todo el refinamiento de la puesta en escena o la ajustada actuación de Rush, y hasta la de Sutherland caen en una bolsa algo insalvable.
El cazador cazado Enorme éxito en su país de origen, la película de Giuseppe Tornatore es un thriller centrado en un antipático agente de subastas de obras de arte, compuesto por Geoffrey Rush. La mejor oferta (La Migliore Offerta, 2013) consigue atrapar al espectador, pero su aura de producto de calidad y su evidente cálculo le quitan efectividad dramática. Virgil Oldman (Geoffrey Rush) es un especialista en obras de arte que oficia de subastador. El sonido seco de su martillo es, de alguna manera, una réplica de su carácter. Cuesta imaginar pasión en este hombre quejoso, distante; pero hay un secreto que esconde y es allí en donde reposa su mayor grado de sensibilidad. Virgil, con ayuda de su amigo Billy (Donald Sutherland), se ha ido apoderando de los retratos de las mujeres más codiciados por todos. Y con frecuencia observa, cautivado por tanta belleza, esas adquisiciones. En la más rotunda soledad. La mejor oferta hace de Virgil el epicentro de un relato que reincide una y otra vez sobre las simetrías, las obsesiones, los mecanismos del engaño. Él puede emocionarse frente a un conjunto de obras de altísimo costo, pero de las mujeres en la vida real… Bien, gracias. Hasta que recibe el llamado de una misteriosa mujer que, sabremos, sufre de agorafobia, y que le pide asesoramiento para vender una numerosa cantidad de piezas que ha heredado de sus padres. A partir de allí se irá gestando una red de encuentros, desencuentros, y engaños por doquier. ¿Qué intenciones se esconden detrás de esa misteriosa llamada? Al mismo tiempo, en ese juego hermenéutico, la trama oficia como reveladora de un proceso de liberación de Virgil (un tanto obvio, por cierto). La última película del celebrado Tornatore (sobre todo, a partir de su canonización cinematográfica con Cinema Paradiso, 1988) emula la sofisticación y el agobio del personaje central, merced a una puesta en escena en donde todo aspira a la excelencia. Desde la fotografía, la música (compuesta por Ennio Morricone), el montaje; todo se ofrece como un mecanismo de relojería. En cuanto al guion, una de sus virtudes es lograr que el espectador empatice con un personaje tan poco simpático. Pero esa densidad propia de su aura de cine de qualité le resta emoción al resultado final, tan proclive a que todo encaje, como si la película no fuera más que una concatenación de efectos con un mensaje previsible. El autómata que se construye en la película (en una sub-trama que, obviamente, se integra junto a las demás en el final) es como una metáfora del efectismo que modela este thriller: quítese ese elemento y verifíquese qué se gana y qué se pierde. Así, entre acordes excelsos, obras de arte, elementos amorosos, actores consagrados y aspiraciones a grandeza, transcurre este film que atrapa en buena parte de su metraje. Y que a varios hará recordar a Nueve reinas (2000), maravillosa película argentina que con más austeridad ofrecía mejor cine.
Grata sorpresa se puede llevar el espectador con este postergadísmo estreno italiano (pero con actores ingleses) que viene de la mente de Giuseppe Tornatore, quien nos regalo una de las mejores películas de la historia del cine: Cinema Paradiso (1988). Aquí se mete con las obsesiones y los trastornos maníacos compulsivos a través de una interesante historia -con giros sorpresivos- perfectamente actuada por Geoffrey Rush, Jim Sturgess, Donald Sutherland y Liya Kebede. Ver en una película transformaciones de personajes siempre es muy grato y más aún cuando están bien logrados. Eso es lo que hace Rush porque su Virgil Oldman comienza de una manera y poco a poco va cambiando. Y tanto en lo drástico como en las sutilezas es donde el buen observador de actores encontrará una joyita. Ojo que tampoco nos encontramos ante la película del año y si bien está muy lograda tampoco es innovadora e incluso puede llegar a hacerse un poco larga. La mejor oferta es una buena opción para ver una genial dirección actoral.
Las apariencias engañan (y el cine también) Las películas sobre fraudes constituyen un subgénero con muchos seguidores, sobre todo entre los amantes del guión, y del guión con vueltas de tuerca. En ellas, el espectador atento está pendiente de descubrir si a él también lo engañarán, así como los personajes se engañan unos a otros. En el cine argentino, ya es un clásico en ese rubro Nueve reinas, el capolavoro de Fabián Bielinsky, y -dentro del estadounidense- se destaca la filmografía de David Mamet, maestro de guión. El estafador aquí es un famoso comerciante de arte, con el poco sutil nombre de Virgil Olman (George Rush sobreactúa como siempre, o más), tan exquisito como neurótico, quien evita todo contacto físico y funciona con manos enguantadas aun para comer, siempre solo, en los restaurantes más caros, donde es habitué. Especialista en pintura, eximio tasador y rematador, tiene todo bajo control, y durante su carrera se las ha ingeniado para atesorar una valiosa colección pictórica de retratos femeninos de todas las épocas, que sustrae de sus remates de manera fraudulenta con la intervención de un testaferro (Donald Sutherland). Virgil disfruta de sus cuadros en soledad, cerrado a toda relación afectiva o sentimental hacia otro ser humano. Las mujeres, por lo tanto, sólo en cuadro. Hasta que aparece una misteriosa y muy joven cliente (Sylvia Hoeks), tan fóbica como él, que enciende su curiosidad y la chispa que parecía extinguida. La muchacha sufre de agorafobia, teme salir de su casa y sólo se relaciona con él para vender los objetos de su inmensa villa (el palacio de esta princesa escondida luce una hermosa producción de arte). Ella llega para encarnar y reemplazar las mujeres de los cuadros. Comienza así una curiosa relación por teléfono y, mientras crece, Olman también se encarga de reconstruir un autómata (más metáforas) con piezas del siglo XVIII, cuyo artesano mujeriego (Jim Sturgess) deviene alter-ego y suerte de consejero matrimonial. Una y otra vez el film vuelve sobre la idea de falsedad y de cómo lo falso puede devenir verdadero. Todo parece gritar para que uno se pregunte dónde reside esa dupla en el film. Este también trata sobre las apariencias que impiden ver la verdad, que siempre estuvo delante de nuestros ojos. Como lo enseña en La carta robada Edgar Allan Poe, mencionado en el film. Todo funciona organizadamente, como esos planos tan simétricos que compone Tornatore (Cinema Paradiso, Estamos todos bien y Malena). Es esa misma prolijidad y acartonamiento lo que conspira en contra, un mecanismo de relojería que no funciona. El abordaje a sendas enfermedades es débil y estereotipado; el romance, inverosímil; el final, previsible, estirado y mal resuelto, incluye una pretenciosa evocación a Leonardo; los diálogos abundan en frases sentenciosas, casi admonitorias, y todo más que subrayado por la música de Ennio Morricone. Algunos la compararon con Vértigo por la búsqueda del hombre de su mujer ideal, por el voyeurismo, pero el símil es injusto con la grandeza de Hitchcock. Curiosamente, existe otra simulación, en el caso de las locaciones: el film transcurre en Europa continental aunque todos hablen inglés, y me pareció reconocer Milán, pero en otro momento allí está Roma, y después la mayoría de los exteriores suceden en Viena, todo en una variante paneuropea de no-lugar elegante.
Una reliquia singular El reconocido director italiano Giuseppe Tornatore, creador de un icono en la historia del cine como Cinema Paradiso, vuelve a demostrar su maestría en ésta absorbente y fascinante historia que combina el drama romántico, el misterio y elementos del thriller en una trama que pareciera tener connotaciones de grandes maestros del suspenso como Polanski, Brian de Palma y ciertas resonancias Hitchcockianas. La historia se centra en un reputado y excéntrico tasador y subastador de reliquias y obras de arte que lleva una vida obsesivamente rutinaria y solitaria, hasta que es contratado por una misteriosa joven que sufre de agorafobia para tasar y vender las obras de arte heredadas de sus padres. La aparición de esta joven y su extraña enfermedad transformará para siempre la vida de este hombre que tiene un ojo privilegiado para distinguir lo auténtico de lo falso en lo referente al arte, pero no en lo referente a las relaciones humanas. Desde el comienzo y con tono enigmático, Tornatore nos adentra en la intimidad de este tasador que solo se siente seguro en el universo que se ha creado y establece una drástica distancia emocional con el resto de la gente, envolviendo al espectador hasta hacer suya la fascinación de este personaje que colecciona de forma obsesiva retratos de mujeres concebidos a lo largo de siglos y disfruta en absoluta soledad. A su vez, el relato va sembrando pistas que le permitirá ir mutando del suspenso al thriller y drama romántico, siendo el hilo conductor un misterioso autómata (recurso utilizado también como 'macguffin' en La invención de Hugo, de Martin Scorsese) que funciona como perfecta metáfora del personaje principal. La magistral interpretación del actor australiano Geoffrey Rush (ganador del Oscar en 1997 por Shine y nominado en otras tres ocasiones, la última por El discurso del Rey), consigue hacernos empatizar con un personaje que desde el comienzo produce rechazo por su falta de humanidad e insensibilidad y luego logrará identificar al espectador con sus temores, sus preocupaciones y miedos, bastando muchas veces solo un gesto o una mirada para transmitir sus emociones. La acertada elección de Sylvia Hoeks, interpretando un personaje que será ese oscuro objeto del deseo y cuya mayor parte del tiempo está fuera de campo, junto a secundarios de lujo como Donald Sutherland, funcionan como piezas de relojería en un guión tan astuto como eficaz. La magnífica fotografía y una brillante utilización de los movimientos de cámara potencian la belleza de algunos escenarios y componen planos majestuosos, que sumados a la fabulosa banda sonora cautivan la atención del espectador en este intrigante y apasionante relato que va ganando en intensidad a medida que avanza y no deja de asombrar y sorprender hasta el final. El relato de un amante de lo auténtico que, incapaz de expresar sus sentimientos en la realidad, idealiza el amor como una obra maestra y ama solo a través de las pinturas que colecciona, pero sucumbe ante un falso amor que será su obsesión y perdición. Donde el inevitable paso del tiempo determinará si optó por la mejor oferta.
Oferta de Tornatore difícil de rechazar El arte y el misterio se combinan en este original thriller que tiene como gran cualidad potenciar al máximo el talento de un gran actor como Geoffrey Rush, que brilla como nunca en un rol protagónico casi absoluto (a pesar de que el elenco es más que bueno, incluyendo la presencia de Donald Sutherland). Rush interpreta a un astro de las subastas de valiosos objetos de arte europeos cuya vida personal es tan solitaria como su talento único para conocer mejor que nadie el valor de cualquier pieza, ya sea cuadro u obra de arte, con un don especial para diferenciar falsificaciones lo que le permite practicar pequeñas picardías que redundan en una privadísima colección de arte que guarda en un cuarto secreto de su fastuoso pero solitario hogar. Su clandestina colección sólo incluye retratos femeninos, todo un harén privado que suplanta su capacidad de relacionarse con el sexo opuesto. Esto hasta que una misteriosa mujer con una fobia improbable le pide que se ocupe de subastar todas las obras de arte y muebles antiguos que abundan en la villa heredada de sus padres. La trama imaginada por el propio Tornatore es de lo más compleja, empezando por el detalle surrealista de que la protagonista no se anima a salir de su cuarto, y durante buena parte del film es virtualmente invisible. En un momento todo se empieza a centrar en la imposible relación entre el maduro subastador y la fóbica heredera, y la verdad es que sólo la capacidad del director y guionista y su actor protagonista podrían hacerse cargo de sostener semejante conjuncion de detalles insensatos manteniendo la intriga y el humor para que el interés no decaiga. En el último tercio del film, cuando la bella heredera (Sylvia Hoeks) sale a la luz, son los propios socios del subastador (es decir los personajes del joven Jim Sturgess y Sutherland) los que comienzan a indicarle tanto al protagonista como al espectador por dónde va a culminar todo el asunto, que finalmente se muestra más sencillo y pedestre de lo que se podía pensar cuando se empezaba a plantear la trama. El gran esfuerzo de Tornatore por dotar a un asunto no tan fuera de lo común de un envoltorio lujoso y un planteo original realmente funciona, mientras se disfruta de una gran película que quizá pierda puntos al ser analizada al salir del cine. En todo caso, las imágenes acompañadas por la música de Morricone, el sentido del humor, los detalles raros de todo tipo y, sobre todo, la imperdible actuación de Rush, bastan para recomendar este film como una oferta difícil de rechazar.
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Detrás de las paredes Virgil Oldman (Geoffrey Rush) es un millonario excéntrico y solitario, dueño de una afamada casa de subastas. Un experto en arte, capaz de diferenciar una obra autentica de una reproducción, pero según sus propias palabras: en toda falsificación hay algo de real. Un día recibe el llamado de una misteriosa mujer, Claire Ibbetson (Sylvia Hoeks), quien ha heredado una antigua propiedad de sus padres con obras muy valiosas, y desea contratar los servicios de Oldman para evaluarlas. A pesar de ser un hombre malhumorado y de poca paciencia acude una y otra vez a citas donde la mujer no aparece. Cuando finalmente logra entrar a la casa para comenzar con su trabajo, ella solo se comunica con él por celular. Tanto misterio lo agota, pero de algún modo también lo atrapa. Durante su trabajo en la antigua propiedad Virgil va encontrando pequeñas piezas de metal que llaman su atención; se las lleva a un experto con quien siempre trabaja, Robert (Jim Sturgess), quien descubre que son partes de un antiguo autómata, una pieza invaluable. Cada visita a la casa es el encuentro de una nueva y rara pieza, y es también un paso más hacia esa extraña mujer que no se deja ver; pero de a poco ambos rompecabezas se van armando. Por un lado, el autómata; por el otro, la relación en donde va descubriendo a esa mujer, como si también estuviera desentrañando una antigua y misteriosa pieza de arte. La película está rodeada de misterio, cada escena en la casa es como un viaje en el tiempo, y un viaje dentro de la historia de los complejos personajes. La impecable estética refleja el inmenso amor que Virgil siente por el arte, se rodea de él y forma parte de cada segundo de su vida. La construcción visual sumada a la música de Ennio Morricone crean hermosos climas de intriga y misterio, pero también reflejan la enorme soledad y el desconcierto en el que se encuentra el protagonista. La trama es extremedamente detallista, con el tiempo vamos descubriendo cada vez más piezas, tantas que por momentos nos perdemos y la historia se vuelve pesada. Geoffrey Rush compone de forma excelente a un complejísimo personaje; Donald Sutherland también está a la altura de su composición, como un amigo que a veces lo ayuda a cometer pequeños fraudes en las subastas, el único que conoce sus secretos. Como el "trompe l´oeil" pintado en la pared a través de la cual se comunica con Claire, esta historia es como desentrañar una extraña y antigua pieza de arte, donde lo falso se funde con lo real, y cada pequeño fragmento es parte de un todo.
Tornatore, Geofry Rush y la historia de un excéntrico experto y coleccionista de arte, egoísta hasta la exasperación, que se rinde enamorado de un chica que padece de agorafobia. La atracción de la pieza única y muchas vueltas de tuerca. Una película barroca, con buenas actuaciones, fascinante por momentos y luego se desbarranca hacia el final, pero igual entretiene. No es lo mejor del director italiano
La mejor oferta es la más reciente producción del director de Cinema Paradiso, Guiseppe Tornatore, ese realizador de películas amables, nostálgicas y a veces demasiado sensibleras como Malena y La leyenda del pianista en el oceano (The Legend of 1900). Pero en esta oportunidad Guiseppe deja un poco de lado su costado más pesaroso para sumergirse en un tono de suspenso y thriller con resonancias (en un principio) cuasi Hitchcockianas. Geoffrey Rush es Virgin Oldman, un misántropo subastador de obras de arte que ha dedicado su vida entera a tasar, comprar y vender desde cuadros hasta esculturas y muebles. En el deliberado ejercicio de vivir a través de su profesión, Virgil se ha convertido en un sujeto bastante desagradable y desinteresado con casi ninguna aptitud social. Pero un buen día conoce a Claire. Y la conoce de un modo muy particular. Claire lo contrata para que tase prácticamente todo aquello que posee en su mansión. Y si consideramos que tasar obras es el trabajo de Virgil en realidad que se cruce con una clienta que requiere de sus servicios no debería ser para nada particular. Pero lo que sí resulta curioso es que en realidad nunca se "cruzan" propiamente. Al menos no en persona. Luego de varias visitas a la casa y otros tantos llamados telefónicos, Virgil advierte que Claire, por algún motivo, lo está evitando. Y la razón es que ella sufre una agorafobia que la lleva a esconderse entre las paredes y cuartos secretos de su hogar, lo cual capta la atención de Virgil que por su parte es un extraño sujeto que a su modo también vive aislado del mundo, literalmente suprimiendo todo contacto táctil con su entorno a través de una inmensa colección de coquetos guantes y largos trajes. Y hasta aquí los ecos Hitchcockianos que pueden llegar a compararse (con todo respeto y salvando las vastas distancias) con Vertigo. Luego de jugar al misterio de la ocultación, aquello que podría haber sido quizás el punto más fuerte del film, Tornatore decide desnudar (en muchos sentidos) a la agorafóbica Claire. El subterfugio de no mostrar al personaje se termina convirtiendo en una debilidad del guión que logra inclusive desde el trailer adelantar que este recurso no es más que una trampa para mantener al espectador en vilo hasta el punto en que la historia de un necesario giro hacia lo predecible. Y a partir de ahí todo se vuelve un poco más rudimentario avanzando como una pieza más del artilugio que ingenia el director con su ya no tan original guión. "Siempre hay algo auténtico en todo plagio", ese es el lema de Virgil Oldman. Y cuando todo en esta película de principio a fin nos resulta tan pero tan conocido, resta evaluar si la frase es irónicamente autorreferencial para con la misma cinta. Y en tal caso, ¿qué es lo auténtico u original que tiene Guissepe Tornatore para ofrecernos en su historia?
De remate Favorito de los coleccionistas de arte, el rematador Virgil Oldman vive solitario en una mansión de las afueras de Londres. Está solo, pero no tan solo. Cuando necesita compañía se refugia en la Sala Magna, donde una abrumadora cantidad de retratos femeninos lo consuela con la mirada. Virgil (Geoffrey Rush) consiguió esos cuadros ofertando la mejor cifra, por intermedio de su compinche Billy (Donald Sutherland). Ah, la soledad. Y el leitmotiv se repite. “¿Cómo es estar casado?”, pregunta Virgil a un colega, que responde: “Es vivir preguntándote si compraste con la mejor oferta”. Imprevistamente, aparece una oferta insoslayable: una rubia veinteañera, bella, acaudalada y acomplejada. Claire (Sylvia Hoeks) elige a Virgil para inventariar y subastar la colección de arte que hereda. El corazón de piedra de Virgil tiene un tembleque; el vínculo se vuelve personal y entonces interviene el amigo Billy. “Como las grandes obras –dice–, incluso las emociones pueden falsificarse”. En un raro giro hitchcockiano, Giuseppe Tornatore elucubra un thriller de haute couture con autómatas renacentistas, un playboy nerd (Jim Sturgess) y un romance neurótico. Absolutamente todo (o casi) remite a los encumbrados momentos de Brian De Palma en films como Femme Fatale y Blow Out, y quizá por eso en varios aspectos La mejor oferta resulta previsible. Pero la actuación de Rush y el dominio estilístico de Tornatore, que embellece cada eslabón de la trama con un gran trabajo visual, sostienen a un film digno y atrapante.
Cuadros auténticos y amores falsos “Una falsificación tiene siempre algo verdadero en sí misma”. Esta frase es la esencia de este film rebuscado y presuntuoso, otra muestra del sobrevalorado y sentimentaloide Giusseppe Tornatore (autor de la tramposa “Cinema Paradiso”). Aquí se mueve en torno a esa idea y elige como protagonista a Virgil, un experto tasador de obras de arte, un sibarita misógino y engreído que posee un ojo adiestrado para distinguir lo autentico de lo falso, pero en el arte no en la vida. Elegante, seguro, distante, sólo encuentra abrigo en medio de ese mundo hecho de puras representaciones. Una extraña mujer que se niega a ver la luz del día, lo invita para que tase sus cuadros. Y se enamorará de esa mujer, una copia, un fantasma que pondrá en tela de juicio su sentido de la apreciación. Y será esa falsificación la que le pondrá un poco de incertidumbre y vida a ese corazón vacío y castrado. El film empieza bien. Hay clima, hay intriga y suspenso, pero poco a poco, a medida que se revelan sus secretos, se va deshilachando. El experto al fin aprenderá que a veces –en el arte y en la vida- pueden cautivar más las falsificaciones que los originales. Artificiosa y con personajes secundarios apenas extravagantes, Tornatore nos enseña a desconfiar de los expertos y nos recuerda que el amor está hecho de verdades y de falsificaciones.
Cuestión de oficio Es cierto que La mejor oferta repite varios de los mecanismos presentes en las películas sobre fraudes. También es cierto que su guión de relojería puede inquietar con algunos recursos obvios. Sin embargo, funciona. Tal vez, tenga que ver con el oficio del director para sostener una historia de intriga con delicadeza y buen gusto, dos signos que no suelen vender necesariamente en el mercado de las consideraciones críticas. Tornatore filma bien. Sus cuidadosos encuadres y la elegancia de sus planos se corresponden con la naturaleza distante del protagonista, Virgil Olman (un Geoffrey Rush, por suerte, contenido), agente de subastas y experto en obras de arte que llena su solitaria vida afectiva con rituales y cientos de cuadros colgados con rostros de mujeres. Se sienta frente a ellos, a los cuales ha mirado incansablemente, para que le devuelvan la mirada, para que retribuyan su esfuerzo. El afán por coleccionar se fundamenta en la acumulación, en el éxtasis del consumo (que también es un concepto aplicable a los tipos finos). Para ello, utilizará incluso a un viejo amigo (Donald Sutherland en versión tío Jesse), quien fingirá ser un comprador en las subastas. Su rutina sufrirá un sobresalto cuando reciba el misterioso llamado de una mujer que requerirá sus servicios. El problema es que sufre de agorafobia y vive encerrada en una casa palaciega (“un imperio que se cae”), digna heredera de las mansiones al estilo Sunset Boulevard y Lolita. En ese nuevo mundo que debe circundar el protagonista, la imperiosa necesidad de evitar la soledad lo llevará a resignar sus fobias para ayudar a la mujer a asumir su identidad en el exterior. Por ende, Olman reemplazará paulatinamente el universo de sus cuadros con imágenes de revistas, con el propósito de conferirle materialidad a un cuerpo inerte. No obstante, sumará una obsesión más a su vida: juntar piezas sueltas que encuentra en la casa para reconstruir un autómata del siglo dieciocho. Para tal fin, cuenta con un joven confidente, una especie de cable a tierra que le pondrá sentido común a sus acciones y en quien ve reflejados sus deseos reprimidos. Es sólo un eslabón dentro de una serie de correspondencias simétricas que irán apareciendo: relación vida/obra de arte, historias verdaderas/historias falsas, autenticidad/fraude, engranaje de piezas/engranaje de trama, entre otros espejos conceptuales. Es interesante el trabajo sobre la figura de la mujer, “pálida como un grabado de Durero”, la cual se devela progresivamente ante Olman como una pintura lo hace frente a la mirada de quien observa, o si se quiere, de la misma forma en que la intriga se resuelve ante los espectadores, delicadamente, sin torpeza ni apuro. Queda claro que el vouyerismo, presente en la película en varios pasajes, se tematiza, no como algo impuesto o forzado, sino integrado a los deseos de los personajes. Hay que espiar, parece decirnos Tornatore, pero fundamentalmente mirar bien, ya que “en cada falsificación se esconde algo auténtico”.
Giuseppe Tornatore en el ´87 dirigió una de las películas más lindas de la filmografía mundial como lo fue "Cinema Paradiso" (que si no la viste, por favor hacelo), y en esta oportunidad nos sorprende con una historia de suspenso, de personajes, de intriga, y bien por él, porque está buenísima (no por algo viene de ganar más de 15 premios internacionales). Geoffrey Rush se lleva la película por delante y demuestra lo groso que es, no caben dudas que tienen que darle más personajes protagónicos. Una peli con un estreno bastante atrasado pero que tenes que ir a ver al cine. Buena fotografía, diálogos y el pincel de Tornatore que es garantía de buena peli.
Engranajes de un juego de ficciones En su último film, largamente postergado, el director de la entrañable, Nuovo Cinema Paradiso,nos propone armar una obra que se mira en el espejo de múltiples retratos. Una joya perdida en estos días de vacaciones con tanto cine pochoclero. Frente a una cartelera que presenta el mega-estreno de la semana, Transformers-4, que se exhibe en diferentes formatos en más de quince salas, y que ostenta como consigna la palabra "exterminio", el tan postergado film de Giuseppe Tornatore, el undécimo de su filmografía (si incluimos uno de los episodios de La domenica specialmente del 91), merecedor de numerosos premios internacionales a lo largo del año pasado, La mejor oferta, sólo se puede ver en una única sala. Si bien el film se viene anunciando desde hace casi un año -en Italia se estrenó en la primera semana de enero del 2013-, los distribuidores han debido pensar estratégicamente la fecha de lanzamiento; ya que en el espacio del tan promocionado pochoclero Hollywood de hoy es muy difícil encontrar un lugar. De pie, con su habitual público, el cine del Centro, a lo largo del año, nos permite seguir conociendo la cinematografía de diferentes países. Con actores de diferente procedencia, hablada en inglés, la distribución de este admirable film está a cargo de Warner-Italia. Y su director, nacido en una pequeña localidad de Sicilia, en 1956, director igualmente de numerosos films de corte documental (entrevistas, revisión crítica del cine italiano), actuó como productor y montajista en algunos de ellos; particularmente en uno de sus favoritos, Una pura formalitá, una claustrofóbica obra de carácter teatral, que se inscribe en la misma antesala de un infierno, en una noche de lluvia, en la que magistralmente se enfrentan en un juego de rivalidades y sospechas dos singulares personajes, interpretados por Roman Polanski y Gerard Depardieu. Hoy, a veinte años de este film, que no se estrenó en sala comercial en nuestro país y que sí pudimos conocer primero por la señal Europa Europa, y luego a partir del 2003 en DVD, podemos pensar una muy definida conexión entre ellos: La mejor oferta mira hacia el thriller psicológico y ambos se alejan radicalmente de los films ambientados en su tierra natal; tendiendo un puente con su film del 2006, La desconocida, un tensionante relato que se abre desde la figura de una joven inmigrante, que trabaja como baby-sitter, que paulatinamente comenzará a revivir situaciones traumáticas de un trágico pasado. Ambientada en numerosas ciudades de Europa, La mejor oferta tiende, no obstante, a presentar la mayor parte de estos espacios desde una mirada fuertemente irrealista, alejada de toda paleta turística. Su construcción, que bien la podemos pensar como una obra de relojería, se nos propone como un puzzle, al que accedemos a participar temerosamente. La tendencia a una definida abstracción, que se va jugando desde las enfatizadas simetrías que caracterizan al personaje central, un tal Virgil Oldman, nos llevan a ubicar el film, simultáneamente, en un espacio alegórico. Cómo es este personaje que desde sus hábitos y rituales, desde su declarada misantropía, desde sus conductas cotidianas, ligado al mundo del arte a partir de una historia de su infancia; unido al mercado de las subastas por una aparente conducta y al coleccionismo como acto de sublimación y posesión, comienza a descubrir una serie de indicios, que parten desde una voz sin rostro, que se refugian en un espacio de antiguos empapelados. Una voz que habita una casi olvidada mansión, protegida por altas verjas, que está frente a un perdido bar de una pequeña ciudad, que lleva en sí las cifras de ese propio destino, que está trazado en un mapa anterior. Virgil Oldman, rol que compone con una exasperante sobriedad el talentoso Geoffrey Rush, el actor que reanimó a Peter Sellers, que protagonizó al mismo Marqués de Sade, que recreó a aquel compositor y músico tan particular en Claroscuro; sí, el mismo que interpretaba al maestro de este tímido y balbuceante personaje de la nobleza inglesa, su máxima figura, en El discurso del Rey, entre tantos otros roles, compone aquí un distanciado, irascible personaje, seguro de sí mismo, que poco a poco, ante esa llamada telefónica, comenzará a internarse en una laberíntica trama que se mueve entre los pliegues de la realidad y la apariencia; diseñada musicalmente, de manera cautivante e hipnótica, por el tan familiar compositor e intérprete, Ennio Morricone. En la misma base de esta historia, que nos lleva a veinte años atrás, están aquellos catálogos que el mismo Giuseppe Tornatore recibía en su propia vivienda. Catálogos que anunciaban las próximas subastas de obras de arte, catálogos que lo llevaron a indagar en este universo en el que rigen las leyes de la oferta y la demanda. Esas obras de arte que, en el film, marcan un interesado vínculo con su amigo, Billy, rol que asume el siempre admirable actor canadiense, Donald Sutherland. Un enmascarado contrato de negociados y transferencias que revelan la silueta de nuevos simulacros, que se van redefiniendo desde las piezas mecánicas que el mismo Virgil Oldman irá encontrando a su paso. Observamos desde ciertos elementos e indicios, en este film en el que tomamos parte activa, la huella de algunos realizadores, tales como Fritz Lang, Alfred Hitchock (de manera particular, Vértigo y Marnie) y Darío Argento, a partir de las atmósferas opresivas de sus primeros films. A medida que avanza el relato, entre subasta y subasta, la presencia de esa joven mujer, que materializa a aquella temblorosa voz, provocará un giro en este film, que se asume como un juego de representaciones, desde un escenario que se monta frente a nuestra mirada desde un guión que no deja piezas dispersas. Pero, al mismo tiempo, en la resolución de este film sigue sobrevolando más allá de los diferentes escenarios que se han levantando y las cifras que se han ido acumulando, una expresión que moverá al personaje hasta quedar suspendido en una espera. Y es que la misma surge de esa otra voz, que nos recuerda mecánicamente que "siempre hay algo auténtico, oculto, en cada falsificación".
Esclavo del amor Realmente con una cartelera tan magra como la actual, sesgada por los efectos del mundial y potenciado por los tanques hollywoodenses que ocupan la mayoría de las salas, que "La mejor oferta" aparezca como estreno en este momento, después de sucesivas postergaciones es, por más de una razón, una rara avis. De todos modos, se celebra tener el estreno de la nueva película de Guiseppe Tornatore, a quien todos recordamos por la inigualable "Cinema Paradiso" su gran obra maestra hasta el momento. Obviamente, pretender que una película de género, más particularmente un thriller alcance el nivel de "Cinema..." es pretender un imposible y ya lo sabemos de antemano. Pero, sin embargo, a los pocos minutos de haber comenzado a ver "La mejor oferta" ya podremos adivinar por más de un motivo que la mano firme de un gran puestista y director como Tornatore está detrás de las cámaras. Fiel a su estética un tanto recargada pero que guarda una fina armonía, la cantidad de detalles con que presenta y va pintando la textura de sus personajes y la minuciosidad con la que describe el mundo del protagonista del film, Virgil Oldman, da clara cuenta de que la presencia de un director con estilo propio y con un sello particular. Virgil Oldman es un eximio marchand, que se maneja en el mundo del arte como pez en el agua, vinculado con las más altas casas de remates de obras de arte, que hace un culto de su profesión y que ha dedicado su vida a su trabajo que es su gran pasión, su vida misma. Severo, rígido, exitoso, implacable, contrapone todo esa grandilocuencia en el terreno de lo profesional con una vida personal sobria, gris, casi minúscula y sin vuelo, con un clima agobiante de encierro que se opone hasta casi desde lo estético en el planteo del director. Todo este delicado equilibrio se rompe cuando aparezca en la vida de Virgil, la enigmática Claire Ibetsson, una cliente que solamente se vincula con él sólo telefónicamente (esa será el primer anzuelo del gran misterio por el que Oldman se verá hipnotizado) y que comienza a encarar el vinculo profesional como una voz para ir luego develando su rostro, su cuerpo, para ir de a poco "personificándose" en la vida del protagonista. En principio, ella necesita darle cierta directivas para que el marchand se encargue de catalogar, valuar y comercializar su herencia. Y ese será el puntapié inicial de su vínculo, nudo central de la película. Esta misteriosa mujer hace que Virgil comience a vivir en un torbellino de sensaciones encontradas. Aparecen la pasión, el deseo, el amor y comienzan a mezclarse y a confundirse además con su vida profesional. Sin olvidarnos que "La mejor oferta" tiene claramente una estructura de thriller, no van a faltar ciertas sorpresas que se vayan develando frente a esa enigmática personalidad de Claire y que con ese motivo, la trama, más acercándose al final, nos regale un par de vueltas de tuerca. El enorme Geoffrey Rush vuelve a entregarse por completo a una criatura elaborada con detalles sutiles, con maestría, con una gran delicadeza en la construcción de su personaje. Sólo logra cierta corrección el resto del elenco, al que obviamente Rush aplana como una topadora y sobre todo llama la atención que un papel tan importante como el de Claire haya quedado asignado a Sylvia Hoeks, una jóven actriz holandesa, sin demasiada trayectoria cinematográfica, que no logra encontrar la complejidad y el misterio que habita en su personaje y que la ocasión requiere. Seguramente la película hubiese crecido enormemente con una Claire que sintonizase mucho más con el misterio que la envuelve y que es el eje central de la película. Para aquellos que son amantes del arte "La mejor oferta" es la exacta combinación de cine y diseño visual, con toda la grandilocuencia que Tornatore sabe imponer y que lo llevaron a que su producto fuese el gran ganador en la entrega de los David de Donatello de su año. Pero lamentablemente el guión desacierta en dejar "señuelos" demasiado obvios, que para cualquier espectador entrenado, resultan de un subrayado innecesario. De todos modos en este tipo de películas siempre hay alguna vuelta de tuerca adicional y un as en la manga que sorprende y da un giro inesperado. Aún cuando Tornatore se desborda en el planteo estético y formal, dejando de lado la intriga para un cierre demasiado convencional para lo que el inicio del film había planteado, aún en sus irregularidades, el gran trabajo de Geoffrey Rush justifica ampliamente ver "La mejor oferta" y encontrarse una vez más con un cineasta interesante y un producto de calidad.
Artificio y ocultamiento Un solterón coleccionista de retratos de mujeres se obsesiona con una dama agorafóbica y misteriosa, en un film que resulta agradable porque mantiene las pretensiones por debajo de toda grandilocuencia. Meses atrás, el colega Luciano Monteagudo advertía sobre la propagación del llamado “síndrome de Rush”, trastorno cinematográfico generado por la presencia del actor australiano Geoffrey Rush, cuyas manifestaciones pueden percibirse en películas intolerables (Claroscuro, Ladrona de libros) o no tanto, pero siempre aureoladas de presunto “prestigio artístico” (Elizabeth, El discurso del rey). Pero el síndrome de Rush tiene también su contracara saludable, que se manifiesta cuando esta celebrity se baja del pedestal y se entrega a la más desvergonzada payasada. Es lo que sucede no sólo en la saga Piratas del Caribe, sino también en The Life and Death of Peter Sellers, editada aquí en DVD y donde hacía del hombre que dio vida a Clouseau. En La mejor oferta, Giuseppe Tornatore utiliza el síndrome de Rush en beneficio de la película, redecorando el pedestal para terminar ridiculizándolo. El propio Tornatore tiene no dos sino incontables caras: el desaforado arrancalágrimas de Cinema Paradiso, el sensiblero moderado de Stanno tutti bene, el resucitador del cinema erotico italiano de Malena, el grandilocuente alla Rush de El pianista sobre el océano, el desfachatado clase-B con pretensiones de La desconocida y así al infinito. Siempre escribiendo el guión de sus películas, el nativo de Sicilia da un paso más en su proyecto de internacionalización filmando en su país, pero en inglés y con elenco enteramente anglo. Rush es Virgil Oldman, un rematador diferente de cualquier otro. Todo un exquisito que frecuenta los mejores restoranes y no se saca los guantes ni para probar un cosecha 1984, Oldman es un connaisseur de las bellas artes, limitado a ese rubro y capaz de reconocer un original de una copia casi con un golpe de ojo. Lo cual no quiere decir que sea trigo del todo limpio. Un amigo (Donald Sutherland, con largo pelo blanco) le hace de cómplice, presentándose en las subastas y comprando, a bajo precio, obras que luego pasan a sus manos. Ese centenar de invalorables masterpieces, que Oldman guarda en un cuarto-caja fuerte de su tremebunda mansión, tiene un punto en común: son todos retratos de mujeres. Como es de suponer, cuando el majestuoso solterón reciba la convocatoria de una joven de alcurnia, deseosa de desprenderse de los tesoros familiares, terminará arrastrándose ante ella. Mezcla de heroína de novelón romántico del siglo XVIII con histericona de cuidado, Claire Ibbetson (la bonita e impávida Sylvia Hoeks, compatriota de Arjen Robben y Robin Van Persie) padece de una agorafobia machaza, que la lleva a mantenerse encerrada tras una puerta-trampa de su impresionante palazzo medieval. Obviamente, cuanto menos la ve, más se obsesiona el obsesivo con la inalcanzable damisela, derivando la cuestión progresivamente hacia terrenos propios de Vértigo, que incluirán una caída (en la locura y la pérdida). Tornatore es, desde ya, un Hitchcock de la epidermis, por lo cual se aconseja mantener la película a distancia de aquella súper obra maestra. La gran oferta es previsible en su armado (Claire es demasiado peculiar para ser real), obvia en sus subrayados de sentido (el solterón que sublima su sexualidad en el coleccionismo, la construcción de un autómata como subtexto de pretensiones metafóricas), dispersa (toda la subtrama de estafas de guante blanco) y con el aire infatuado propio del síndrome aludido. Pero por algún motivo logra que sus más de dos horas se hagan agradables y llevaderas, manteniendo siempre las pretensiones por debajo de toda grandilocuencia. Tal vez la clave de su éxito se parezca a la de su heroína, cuyo interés se basa en su evidente y ostentosa combinación de artificio con ocultamiento.
Hay películas curiosas que nos sorprenden cuando no esperamos demasiado de ellas. Ni Giuseppe Tornatore –un director que jamás me interesó ni aún en su supuesta buena época–, ni Geoffrey Rush –un actor que suele participar en un montón de “bodoques” cinematográficos con alguna pátina de prestigio–, me resultaban tentadores a la hora de afrontar LA MEJOR OFERTA, que para peor forma parte del género “coproducción multinacional”: está hecha en inglés por un director italiano de “prestigio internacional” en “refinadas locaciones” de varios países de Europa. Pero sin ser una gran película –muy lejos de eso– este hitchcockiano thriller romántico tiene su encanto y gracia. La puesta en escena es sin duda académica y da la impresión que podría pertenecer a ese engendro raro que fueron las coproducciones europeas de los años ’80, pero a partir de un guión sólido y una narración ajustada, la película termina siendo un oasis dentro del género de suspenso, apostando por el clasicismo y el respeto a la inteligencia del espectador en lugar del bombardeo audiovisual que muchos hoy confunden con ritmo narrativo. De algún modo, LA MEJOR OFERTA es la otra cara de la moneda de EN TRANCE, la película de Danny Boyle que también se centraba en un misterio ligado a obras de arte. thebestoffer1El filme se centra en Virgil (Rush), célebre dueño de una casa de remates de obras de arte, un millonario temido y respetado, bastante desagradable y creído, pero a la vez terriblemente solitario. Virgil tiene un “pequeño” secreto: un cuarto bajo mil llaves en su propia casa en el que tiene muchísimos cuadros de mujeres que ha conseguido haciendo creer a los potenciales compradores (muy crédulos y muy poco informados, se ve) que no valen nada y comprándolos él mismo a través de un testaferro, encarnado por Donald Sutherland. El hombre es contratado por Claire, una misteriosa mujer, para que evalúe y tase la enorme colección de arte que le dejaron sus padres al morirse. Lo curioso de la mujer es que tiene una enfermedad (agorafobia) que le genera pánico a ser vista en público, por lo que se esconde en un cuarto de la casona. De a poco los dos solitarios se van conectando mediante las palabras. Virgil lo hace con la ayuda de Robert (Jim Sturgess), un joven amigo y mecánico que le da consejos románticos mientras arma un “automaton” muy similar al de la película HUGO que Virgil va encontrando de a pedazos en el caserón. thebestoffer2Más allá que uno pueda oler de lejos que todo el asunto se va a enredar y complicar de maneras predecibles, hay algo intrigante en el juego de espejos, en las idas y venidas de la relación entre Virgil y Claire (Sylvia Hoeks), que de a poco se animará a salir del encierro. Más allá de los puntos de contacto con las dos películas citadas anteriormente en cuestiones específicas de la trama, la película en su tono y temática tiene más cosas en común con VERTIGO, ofreciendo una variante distinta a las mismas ideas (obsesión, engaño) pero con muchos elementos narrativos similares. Tornatore no tiene el talento, la imaginación visual ni el humor cáustico de Hitchcock, por lo que su película no le hace ni sombra a aquel clásico. La subtrama del “automaton” es forzada como pocas y otras revelaciones de la trama, así como algunos diálogos, están al límite de la implausibilidad, pero de cualquier modo LA MEJOR OFERTA tiene un clima de ensoñación romántica que le hace marcar una diferencia -si se quiere, poética- respecto a los más pedestres thrillers que se estrenan habitualmente y que parecen dominados por las complicadas maquinaciones de la trama. La participación de Ennio Morricone en la música acrecienta todavía más la sensación de que estamos ante una película de otra época. ¿Es una película de suspenso romántica de “qualité”, para un público de más de 50 que no tiene paciencia para los thrillers juveniles? Tal vez sea eso, sí, pero está bien realizada y se sigue con intriga e interés. Para lo esperado -para lo temido, digamos- es más que suficiente.
Esta es la historia de Virgil, un subastador que es especialista en arte. En cuestión de segundos puede descubrir a una obra de arte por más escondida que esté y puede diferenciar la copia del original. Para esto, dice, busca ese trazo o esa distinción que habla de quién pinta, porque en determinado momento de la ejecución de la copia, el artista mismo se traiciona por la necesidad de dejar su marca. Virgil un día será llamado por Claire, una heredera que vive de escribir libros de literatura muy básica y comercial con un seudónimo pero que sufre de Agorafobia. Mientras él va a intentar hacer jugarretas para tomar o dejar algunos objetos de la colección, él que no tiene experiencia con las mujeres se verá profundamente interesado en esa mujer que no ve. A la única a la que no puede ponerle un rostro. Cuando pueda, él tampoco podrá salir. Escrita y dirigida por Giuseppe Tornatore (sí, el mismo que nos emocionó a más no poder con Nouvo Cinema Paradiso), la historia va avanzando con paso cansino, más cerca de la esencia del cine europeo que lo que le pediría el sello Warner y con una música monumental de la mano del incomparable Morricone. El reparto tiene a dos pesos pesados de siempre: Geoffrey Rush y Donald Sutherland a los que se suma Jim Sturgess. Pero en donde suma realmente es en cómo usa a este genial elenco. El rol de Rush lleva adelante a toda la película cuando vemos sus mañas, sus modales y su necesidad de apreciar lo realmente bello. Como si esto fuera poco, el hombre es uno de los subastadores estrella y con esto le resulta muy sencillo obtener pinturas a precio de copia junto con un comprador amigo. Todo esto va a parar a una sala especial que está escondida en la que sólo hay retratos. Es un hombre obsesionado con los rostros pero no con los espejos. Rush se toma el tiempo para responder, mastica las palabras y mide cada uno de sus movimientos y se vuelve una entidad en pantalla. Sutherland tiene pinceladas, pero es imposible que este hombre pase desapercibido en pantalla. De todas maneras su papel, el de Billy, tiene ese rol de mano derecha y fidelidad ante todo a Virgil. Es un artista que jamás tuvo valor alguno, pero estar cerca de obras de arte y de él, le dan cierto aura del original. O al menos así lo piensa. Jim Sturgess (el de Across the Universe) hace de un pícaro seductor que puede conseguir que las mujeres hagan cualquier cosa. Si a eso sumamos su capacidad de arreglar cualquier sistema de engranajes o inventos en su taller y su conocimiento de historia, se convertirá en el consejero de Virgil cuando él se obsesione con Claire. Claire es la adorable Sylvia Hoeks que termina de cerrar esa fórmula siempre a mano de la mujer que sólo sirve para poner en problemas al hombre. Y con esa cara inolvidable parece el ser más asustado del mundo. Un guión metódico que va desarrollándose casi como una sinfonía y diría que la música es el cuarto protagonista. Un thriller que no tiene sobresaltos pero tampoco tiene fallas. Sin duda, la atesorarán los amantes del género.
Virgil es de esos personajes que nacieron para ser plasmados por el ojo de una cámara aguda. Tasador, rematador, oculto coleccionista de arte y por lo tanto refinado timador, obsesivo hasta lo maníaco, osco, y sobre todo solitario; la típica persona que vuelca la razón de su vida al objeto de su trabajo. Virgil es el protagonista de La Mejor Oferta, nuevo gran trabajo de uno de los realizadores italianos, vivos, más reconocidos, Giuseppe Tornatore; director (y guionistas) que mantiene la impronta clásica del cine, como si el tiempo no pasase y no arribaran nuevas tendencias… y viendo los resultados en general del cine italiano actual en paralelo con la obra de este noble señor; bienvenida sea su postura. No obstante, La Mejor Oferta (que se verá afectada por un retraso importantísimo en su estreno local) podría ser un film atípico en la carrera del director de Cinema Paradiso o La Leyenda del novecientos. Quizás su película más cosmopolita, ¿Impersonal? – muy discutible – , for export; y aun así una obra en la cual la mirada atenta podrá localizar varios de los tics que vienen siguiendo a este gran hacedor desde sus comienzos. Antes que grandes historias, Tornatore sabe delinear grandes personajes, y ahí lo tenemos a Virgil (un exquisito Geoffrey Rush) que está al pie de su última subasta para luego retirarse a disfrutar de aquel cuarto secreto en su gélida mansión en donde guarda todas las pinturas que ha sabido conseguir a precio mucho menor que el real, gracias a ciertas argucias con su socio pintor y ¿único amigo? Billy (Donald Sutherland) al que trata con cierto menosprecio. Pero una nueva oferta plagada de misterio llama su atención, el llamado de la heredera Claire Ibbetson (la enigmática Sylvia Hoeks) que lo convoca para realizar un inventario sobre todo artículo que se encuentre en la casa familiar. Extraños sucesos, coincidencias, comienzan a ocurrir y Claire parece no dar la cara, nadie parece haberla visto nunca, ni siquiera su propio mayordomo… pero para esta altura Virgil estará demasiado vinculado como para abandonar el proyecto. Este planteo será sólo el inicio para algo mucho más profundo y cada vez más misterioso que nos irá contando Tornatore y que, por supuesto, acá no adelantaremos. La Mejor Oferta es un cruce de géneros, un film de intriga y suspenso, y un drama profundo y pasional. Si por momentos parece que lo principal es develar el misterio detrás de los Ibbetson, en realidad todo el tiempo estamos haciendo un viaje por la psiquis de Virgil y aventurarnos en ver cómo ambos personajes van saliendo de sus encierros. Hay otra subtrama relacionada con la mansión Ibbetson y unas extrañas piezas mecánicas que Virgil irá encontrando sueltas, las cuales se irán armando gracias a la ayuda de otro personaje importante, Robert (Jim Sturgess con el suficiente carisma) que funcionará como una suerte de voz consejera. Como esas piezas, el giuión funciona como un gran mecanismo en el cual varios detalles sueltos y todas sus subtramas se hilarán finalmente en algo inmenso e impensado, o no; lo que es seguro es que invitará al espectador a sumergirse en un juego detectivesco. Magníficamente fotografiada como si fuese una cuidada obra de arte, con esplendorosos planos secuencias y travellings increíbles. Con un uso formidable de la envolvente banda sonora compuesto por, cuándo no, Ennio Morricone; y una dirección de arte para aplaudir de pie. La Mejor oferta también es técnicamente irreprochable. Algunos quizás noten una duración algo extensa, pero que nunca se siente en el ritmo qwue no decae en ningún momento. Estamos frente a un gran trabajo de un artesano, frente a una de esas películas que nos hacen acordar por qué amamos el cine; mi humilde consejo, por más que el tiempo haya pasado, no la dejen escapar de una sala de cine; es una de las mejores propuestas de este año.
Retrato de un hombre solitario. Sólo se necesitan dos palabras para saber si uno va o no a aguantar La Mejor Oferta (La Migliore Offerta, 2013): Virgil Oldman. Claro, dicho al azar eso puede sonar insensato, pero cuando uno explica que ese es el nombre de nuestro protagonista, un anciano (“old man”, en inglés) que es virgen a las afecciones de todo tipo, las piezas comienzan a encajar. Ese nombre es sólo el primer exponente de un desfile de metáforas solitarias y desesperadas que el escritor y director Giuseppe Tornatore empuja hacia la audiencia a lo largo de 124 minutos. Es un largo viaje. Regresemos a Oldman. El hombre (Geoffrey Rush), obsesivo y respetado director de una casa de subastas en un lugar desconocido (no, en serio, vean las locaciones y traten de adivinar si estamos en las calles de Roma o los barrios bajos de Londres, no cierra la geografìa), pasa otro año sin compañía. Es que, cuando no está imitando el vivir de un comercial turístico de Italia, recuperando antigüedades, vendiendo arte o quedándose con sus piezas favoritas a través de un amigo ofertador (Donald Sutherland, en otra de sus actuaciones despreocupadas que quedan estancadas entre el cameo y el rol secundario), el sexagenario se encierra en su mansión. Y que lugar, bien digno de un villano de James Bond, con cosas como un armario dedicado a guardar sus decenas de guantes (él no puede ni atender su teléfono sin cubrirse), que además resguarda una bóveda para su única compañía: un cuarto repleto de cientos de cuadros de mujeres, observantes de su inexistente actuar. Contemplando lo extremadamente peculiar (bordeando en caricatura) de este personaje, la visión del cineasta detrás de clásicos como Cinema Paradiso al tomárselo en serio y sin una pizca de siquiera realismo mágico ya suena errada. Pero por lo menos, él puede anotarse un definitivo acierto, el de haber llamado a Rush. Después de todo, el actor australiano casi engaña con la despreocupación con la que maneja su rostro, poniendo la cara (en varios sentidos) para dar una mirada cómplice en los segmentos comédicos y pasar al instante al drama con la solida solemnidad impresa por su quijada. Ocupado todo el tiempo lanzando aires de peculiaridad o gravedad a Virgil, Rush casi engaña al público, haciendo creer que todo se dirige a un punto. Por desgracia, el resto del film se encarga de negar sus esfuerzos. image Todo cambia con la llamada de Claire (Sylvia Hoeks), joven heredera de un sinfin de reliquias, que pide la ayuda de Oldman. Pero hay algo que no cierra: ella no ha mostrado la cara a casi nadie en décadas, y mantiene su agorafobia al confinarse en un cuarto oculto, desde el cual planea dictarle el trato al apreciador de En días, el experto pasa del fastidio a la intriga, queriendo resolver el misterio de la mujer encerrada, así como el estado de una colección de piezas de un autómata esparcidas en su propiedad, que junta con un ingeniero cómplice (Jim Sturgess). Y antes de que se de cuenta, estará atrapado por su devoción, que amenaza con desviarlo al peligro cual ilusión de adolescente en plena pubertad. Sin buscar el encasillamiento de géneros, Tornatore inicia guiando a su protagonista con un aire de típica comedia costumbrista, donde su rigidez parece ser cambiada por la extraña sin rostro. Pero, en el arranque del segundo acto, el realizador trata de tirar de la alfombra expectativa al transformar la intriga de Virgil en una suerte de thriller dramático, que trata de emular la angustia interna sangrada en obras como Vértigo y Laura. Sin embargo, los elementos no se unen; un poco por la carencia de tono o tema fijo, otro tanto porque Giuseppe es nuevo al lenguaje anglosajón (este es su segundo largometraje en inglés, si contamos The Legend of 1900), quedan bastante distanciados. Claro, hay un sentido agudo presente en el diseño de producción: uno puede disfrutar la examinación de cada pequeño detalle de un lienzo gobernado o el sistema de pequeñeces que manda el orden del reloj, así como tiene la chance de maravillarse o asquearse por la avasalladora pared de damas inalcanzables de Oldman. Eso, junto a los chirridos y lamentos descomunales de la banda sonora del maestro Ennio Morricone (casi siempre un atractivo por el que vale la pena pagar la entrada), hacen desear que el responsable soltara la cuerda de sus ambiciones y usara sus elementos para hacer un relato extremo. best-offer-02 Pero no, Tornatore se planta firme en la creencia de que su historia es naturalista, y cuando la película se lanza en territorios de crecimiento personal y vueltas de tuerca, todo parece venir de la nada y dirigirse al valle de la incredulidad. De un hombre frío y desconfiado que de una escena a la siguiente pasa a ser un eterno romántico drenado de intelecto, a una señora con enanismo que puede hacer cualquier operación matemática y que posee memoria total, la variedad de personajes es a veces ridícula en su presentación, sólo apuntada a vender ese final predecible que se cree una revelación catastrófica. Y el diálogo es peor en su inconsciencia, con una sobredosis de metáforas baratas perforadas una y otra vez en el cráneo de cada espectador, como “Las emociones son como obras de arte. Ellas pueden ser falsificadas y parecer iguales a la original, pero son falsificaciones” o “Vivir con una mujer es como tomar parte en una subasta, tú nunca sabes si vas a tener la mejor oferta”. Para la vigésima analogía relacionada a pinturas, relojes o máquinas, daban ganas de que apareciera el hombre mecánico de La Invención de Hugo Cabret a acabar con todo. Con La Mejor Oferta, Giuseppe ha devaluado.
Después de varios años, Giuseppe Tornatore vuelve a la ficción con “La mejor oferta”, un thriller complejo y ambicioso protagonizado por Geoffrey Rush. Alejado de los retratos de su tierra italiana, esta vez nos adentra en una historia de tintes negros atravesada por el mundo del arte, el amor y el misterio. Virgil (Geoffrey Rush) es un agente de subastas, especialista en arte y experto en resolver falsificaciones, cuya vida transcurre lánguida y monótona. Tiene dificultades para relacionarse con las mujeres debido a su carácter excéntrico y solitario. Pero un día recibe el llamado de Claire (Sylvia Hoeks), una misteriosa joven que quiere contratarlo para tasar y vender sus obras. A partir de allí, el mundo obsesivo y ordenado de Virgil se irá desvirtuando hasta convertirlo en un hombre completamente diferente. “La mejor oferta” tiene en principio una narración compleja y bien articulada que parece prometer mucho, pero que no llegará a buen puerto. Sus buenas actuaciones (no sólo la de Geoffrey Rush, sino también la de Donald Sutherland, Jim Sturgess y Sylvia Hoeks) no serán suficientes para sobrellevar el peso de la narración, los personajes se van volviendo tediosos, pesados y poco creíbles. En varias escenas vemos los hilos que nos conducen a un final algo más que predecible. Podríamos dividir la película en dos: una primera parte hasta que Virgil conoce personalmente a Claire, y una segunda parte, cuando entabla con ella una relación amorosa. Y es a partir de esta segunda parte cuando la historia entra en conflicto, y no me refiero al conflicto dramático, sino al conflicto en sentido estructural. El verosímil comienza a ser forzado, el suspenso desaparece y emergen en su lugar las sorpresas como recurso salvador del relato. En definitiva, lo que se pierde es la mediación de la historia de amor (dentro del thriller) para que esta pase a ser protagonista. Se descuidan así los detalles, las sutilezas y la configuración de mundos atractivos. Sin embargo, “La mejor oferta” tiene sus méritos. La música de Ennio Morricone, la dirección de arte y la elección de los planos y travellings se encuentran entre ellos. Tornatore es un hábil creador de atmósferas y con esta película logra mostrarnos como el mundo del arte puede quedar reducido a un mero y oscuro objeto del deseo.
Tras unos interesantes 30 minutos, el nuevo film del director de la sobrevalorada Cinema Paradiso se vuelve una pieza falsificada digna del museo de los estrenos de todos los jueves No faltarán los elogios desmedidos sobre este nuevo film de Giuseppe Tornatore. Se dirá que Geoffrey Rush está sensacional. ¿Cómo no simpatizar con un fóbico y obsesivo Sherlock Holmes de las antigüedades que de pronto, tardíamente en su vida, llega a conocer los meandros de la pasión amorosa? Se considerarán como puntos a favor la belleza de las pinturas, el suspenso romántico, el misterioso androide de Jacques de Vaucanson que va “reviviendo” paulatinamente, la gran (pre)potencia del diseño de arte. Ver La mejor oferta es como leer una revista de decoración: muebles, cuadros, platería, indumentaria. La belleza se vende y querer poseerla es la actitud adecuada. Pero ¿puede falsificarse la belleza? El nudo narrativo pasa por la inesperada irrupción de un elemento extraño en la vida de un solterón, rico y famoso tasador de obras de arte. Inesperadamente, Virgil se irá enamorando de una extraña clienta: Claire, una joven agorafóbica reclusa en su propia mansión que acaba de heredar una importante colección de cuadros, muebles y piezas diversas de un posible valor astronómico en el mercado de antigüedades. En principio, se trata de un amor ciego, porque él la escucha y no la ve. Mientras Claire es sólo una voz y una figura en fuera de campo, La mejor oferta funciona, se vende bien: el suspenso crece, nacen las conjeturas. Será una decisión de puesta en escena que durará un tiempo; cuando se la abandona, la película se hunde en su propia vacuidad vistosa y su psicología de salón. Pero no todo pasa por la historia de amor. En la vida de Virgil hay también dos amigos: un viejo compinche que lo ayuda a manipular las ofertas en las subastas y un joven que usa la alta tecnología para determinar la autenticidad de las piezas y para repararlas. Pero no todo es lo que parece. En el fondo de este thriller se pone en juego qué es lo que determina la autenticidad de una obra de arte y cómo se aprende a distinguir lo falso de lo verdadero. Si el personaje de Rush tiene razón, la verdadera obra de arte tiene un misterio interior, y es justamente ese misterio lo que está ausente en La mejor oferta. La omnipresencia de la banda de sonido de Ennio Morricone, los ampulosos travellings hacia atrás y hacia adelante como evidencia de estilo y una proliferación de metáforas sobre el sentido de la autenticidad en el arte y en la vida son los elementos de falsificación de la propia película. Ocasionalmente entretenido y narrativamente desparejo, este film, cuyo presunto ingenio se desvanece a medida que desnuda sus propios mecanismos de adulteración, sería inofensivo si no fuera porque su cotización entre los estrenos semanales es sorprendentemente alta. Debe ser que nuestros criterios de reconocimiento de lo verdadero y lo falso están en crisis. Signo de nuestro tiempo: un film apenas vistoso se transforma en obra maestra.
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Entre la belleza de la perversión y el arte de lo grotesco El italiano Giuseppe Tornatore (“Cinema Paradiso”, “Estamos todos bien”) sorprende con esta realización que combina la historia de una obsesión con romance, arte, intriga y misterio. El protagonista, Virgil Oldman (Geoffrey Rush), es un excéntrico experto en subastas de objetos antiguos y obras de arte. Solitario y maniático, ha construido a lo largo de los años un imperio unipersonal. Tiene una mirada implacable y un talento infalible para descubrir objetos que todo coleccionista quisiera poseer y sabe cómo venderlos. Es un estudioso de la historia del arte y sabe mucho también de restauración. El personaje tiene costumbres extravagantes que cumple como rituales y un carácter irascible que mantiene a todo el mundo a distancia. Pero algo irrumpe en su súper-ordenada vida para trastocarla de manera imprevista. Una joven heredera reclama sus servicios para subastar los muebles y objetos antiguos que sus padres le legaron al fallecer, en una añeja finca ubicada en un pueblito de Italia. Lo extraño del caso es que la muchacha, Claire (Sylvia Hoeks), solamente se comunica con él por teléfono y siempre encuentra una excusa para no acudir a las citas que ambos conciertan para establecer las pautas del contrato profesional. Oldman tiene un prestigio muy reconocido en su ambiente, donde hay consenso para considerarlo “el mejor” en el oficio. Cuenta con un aliado en sus negocios, Whistler (Donald Sutherland), un estafador que actúa como su cómplice encubierto en las subastas, pujando en un sentido o en otro, según las señas del jefe. Whistler es un asistente indispensable, que le permite a Oldman obtener obras de arte valiosas a un costo menor y así ha logrado reunir un verdadero tesoro, en su lujosa y blindada residencia. Oldman no es un mero comerciante, así como es frío y distante con las personas, es capaz de emocionarse profundamente ante determinadas pinturas u objetos antiguos cargados de historia, belleza y misterio. El extraño comportamiento de Claire despierta en él sensaciones contradictorias, por momentos lo fastidia, lo exaspera, con sus idas y vueltas, pero no puede evitar caer en las redes de la curiosidad ante lo desconocido. El ambiente que rodea a Claire contribuye a aumentar el valor que su figura representa para el coleccionista. Una rica, joven y solitaria heredera de una fortuna en esa clase de objetos que él aprecia tanto. El caso es que el maduro y experto rematador se enamora de la chica y ella parece corresponderle. Oldman se entusiasma tanto con esta inédita experiencia en su vida, que planea retirarse del oficio y disfrutar de su fortuna con Claire... pero el destino le tiene reservada una sorpresa para la cual no estaba preparado. Sus planes se verán frustrados de una manera muy cruel que él, en su entusiasmo, no pudo ni siquiera imaginar. De golpe, todo su mundo estructurado se desmorona, y el hombre, acostumbrado a ser un ganador prácticamente invencible, sufre un duro golpe del que casi no podrá recuperarse. Pero mejor mantener en reserva los detalles de la trama porque el encanto de esta película de Tornatore es la magia del relato, que apoyándose fuertemente en una intriga psicológica, va tocando otras cuerdas que tienen que ver con los enredos de las relaciones humanas. Sentimientos, especulación, intereses, manipulación, confianza, traición, desconfianza, entrega, egoísmo, autenticidad, falsedad, más un poco de lo extraño (a veces rozando lo bizarro) infiltrándose por los entresijos de una vida vulnerable, al fin y al cabo. La película reúne además una apreciable colección de obras de autores reconocidos de distintas épocas, que halagarían a cualquier experto o aficionado amante de las artes, y ofrece una magistral banda sonora a cargo del genial Ennio Morricone, más la impecable fotografía de Fabio Zamarion, conformando una propuesta que sale de lo común por su temática y su valor estético. Mereciendo una mención muy especial el trabajo actoral de Rush, que asume con gran profesionalismo la responsabilidad de ser la figura central de un relato exigente y lleno de matices.
Estafadores y estafados Del género de la estafa y la vuelta de tuerca, sobran exponentes. Quizás entre algunos de los films más destacados se encuentren El Golpe (1973), The Grifters (1990), la trilogía de La Gran Estafa (2001 a 2007), y nuestra propia Nueve Reinas (2000). Y ahora, el legendario Giuseppe Tornatore decide incursionar en este mar de confusión y engaños él mismo con La Mejor Oferta, un trabajo bien logrado pero que dista enormemente de la calidad de sus mayores obras de arte, como lo son Cinema Paradiso (1988) y Malena (2000). Virgil Oldman (el ganador del Oscar Geoffrey Rush) es un excéntrico millonario que se dedica al negocio de la venta de arte. Reconocido en la industria como uno de los más grandes expertos por su innato talento para discernir una obra original de una imitación casi perfecta, vive en el más superficial de los lujos y organiza fraudes y estafas con su amigo Billy Whistler (el siempre brillante Donald Sutherland) para completar una colección propia que no hace más que alimentar una obsesión que se alimenta de sus necesidades más profundas. Pero su mundo da un vuelco cuando le llega un encargo de una misteriosa joven (Sylvia Hoeks) que le encomienda vender las obras de arte heredadas de sus padres. De esta manera, y con la ayuda del mujeriego y genio de la mecánica Robert (Jim Sturgess), Virgil tratará de resolver el enigma que es esta mujer mientras trata de mantener su carrera profesional en equilibrio, fallando estrepitosamente y llevándolo al borde de la locura. Críptica y exhilarante, La Mejor Oferta es casi una obra de arte, pero diálogos poco convincentes, y actuaciones todavía menos (Sylvia Hoeks es fría y desapasionada, sin intentarlo) no logran llevarla al grandeur generalmente esperado de una película de Tornatore, creador de historias y personajes inolvidables. Y gracias a Dios por Ennio Morricone, que musicaliza escena por escena de una manera inverosímil, con costuras invisibles que remiendan vacíos estructurales pequeños pero notorios, y salva a Tornatore de caer en la monotonía con La Mejor Oferta, un film con muchas capas e interpretaciones que casi recupera la voz de uno de los cineastas más brillantes de la era moderna. Casi.
Publicada en la edición digital #264 de la revista.
Para amantes del cine clásico Giuseppe Tornatore brinda misterio y surrealismo en La mejor oferta. La mejor oferta es el tipo de película que adoran los amantes del cine clásico, abandonado a las sensaciones y los sentimientos, sin pruritos de cursilería y con curiosidad por el ensayo de la exquisitez y la búsqueda de hallazgos sutiles bajo los gestos menos expresivos. Sus cartas de presentación advierten algo de esto: fue dirigida por Giuseppe Tornatore (Cinema Paradiso), con música de Ennio Morricone, actuaciones de Geoffrey Rush y Donald Sutherland secundados por los jóvenes Jim Sturgess y Sylvia Hoeks; y ser la gran triunfadora en los Premios David de Donatello 2013. Es la historia de Virgil Oldman, cuyo nombre parece haber marcado su destino. Hombre mayor que no asume sus canas, millonario solitario, jamás ha estado con una mujer. Es un experto en arte y famoso agente de subastas que goza de gran prestigio en su profesión, pero guarda, detrás de varias puertas, una secreta debilidad por retratos de mujeres, damas de toda clase y fama, dadas a conocer a través de la mirada de otros hombres; cuadros que adquiere en las mismas operaciones que dirige, a través de un testaferro y falsificador. A diferencia de ese empleado-confidente, quien sostiene que todo, incluso las dolencias y el amor, se puede falsificar, Virgil dice que la copia se puede distinguir del original, en tanto todo artista se traiciona a través de alguna pincelada reveladora. Un día, Oldman recibe la llamada de una joven que desea vender la colección de antigüedades heredadas de sus padres. Lo convoca a su hogar, ya que su fobia social le impide salir de su domicilio y mostrarse frente a otros. Conforme este hombre y esa mujer avanzan en su trato, la vida de ambos experimenta varios cambios, incluso a la luz de los consejos de un joven que comparte con Virgil la fascinación por un autómata mecánico en reconstrucción. Un velo de misterio y surrealismo cubre a esta narración. Cine de rara aparición en pantallas comerciales, se presenta como una experiencia intimista, que no evita la nostalgia.