Campo salvaje Eduardo Pinto, el director de Corralón (2017), regresa a la pantalla con La Sabiduría (2019), un thriller que roza el terror protagonizado por Sofía Gala Castiglione, Analía Couceyro, Paloma Contreras, Daniel Fanego, Diego Cremonesi, Lautaro Delgado y Juan Palomino. El título de la película hace referencia al nombre de la estancia pero también al conocimiento y las tradiciones de los pueblos originarios, cosmogonías presentes en el relato de Pinto. El film narra las penurias de tres mujeres jóvenes que viajan a una estancia en algún lugar a varias horas de la Capital para disfrutar del fin de semana largo después de ir a bailar en un boliche de música electrónica. En la estancia descubren que las tradiciones de los pueblos originarios se han fundido con las de los peones en una cultura miscelánea llena de rencor signada por una mirada masculina salvaje y perversa. Los festejos típicos del campo se volverán feroces y las chicas intentarán sobrevivir en medio de la impertérrita hostilidad de la apacible naturaleza y la locura de los pobladores. El guión de Diego Fleischer, María Eugenia Marazzi y el propio Eduardo Pinto describe las humillaciones y los abusos cotidianos a los que son sometidas las mujeres en su vida cotidiana, por ejemplo en sus lugares de trabajo, en sus relaciones amorosas, o cuando acuden a la policía en busca de ayuda, como ejemplos de una sociedad machista en la que la mujer es objeto de vejaciones varias y maltratos físicos y psicológicos. El film también se centra en la idealización de la naturaleza y de la vida en el campo y la contrapone con la barbarie que habita en el corazón del hombre sin importar el contexto en el que viva. El director de Caño Dorado (2009) también resalta aquí el simbolismo de las espinas con la peligrosidad y la hostilidad del campo, la sangre con la femineidad y el toro con la animalidad masculina salvaje, promiscua y torpe, para contraponerlas con los cambios sociales producto del empoderamiento femenino, la voluntad de supervivencia y la fuerza de la unión y la solidaridad de las mujeres para derrotar a sus captores. La Sabiduría construye una historia típica de los films de choque cultural entre personajes que viajan de la ciudad hacia el campo y encuentran tradiciones macabras y demencia ancestral, cuestiones ya utilizadas hasta el hartazgo en el cine de género. En este sentido, Pinto demuestra aquí un buen estilo narrativo, sereno y consciente de la necesidad de no forzar la acción y dejar que la historia fluya por los carriles de la enajenación. El film se destaca por una combinación de buenas actuaciones de un elenco muy enfocado y una dirección muy prolija que no abusa de los latiguillos y los efectos de sonido para construir el nerviosismo y el terror. La música de Fabián Picciano acompaña muy bien a la acción y la fotografía del propio Pinto se destaca por el buen uso de los primeros planos y los paisajes bucólicos del campo argentino. Aunque ciertamente maniquea y un tanto caótica, La Sabiduría ofrece una buena historia que atrae, genera suspenso, entrega buenas actuaciones y no da respiro hasta el final.
La Sabiduría: El terror acecha en el campo. La Sabiduría (2019) es un largometraje donde se mezcla una road movie con el survival horror del slasher. El cine nacional tendrá en su cartelera una historia que hará homenaje a los slashers ochenteros tan simbólicos para los amantes del cine de terror. La Sabiduría (2019) es una película de Eduardo Pinto que mezcla una Road Movie con el peor (en el buen sentido) de los terrores: el que provocan los seres humanos. Tres amigas deciden dejar la ciudad de Buenos Aires para irse de viaje al campo durante un fin de semana: Mara (Sofía Gala Castiglione) agobiada de su trabajo, Tini (Paloma Contreras) deseosa de entrar en contacto con sus raíces aborígenes y Luz (Analía Couceyro), quien quiere divertirse antes de casarse. Estos motivos pronto se transformarán en uno solo: sobrevivir, ya que los capataces de la hacienda La Sabiduría querrán usarlas como ganado (en el mejor de los casos). Acá destacó la transformación de los personajes, un par de mujeres convertidas de presas en cazadoras como si dicha transformación fuera tan natural como el amanecer. El cambio sucedió de forma tan gradual que es difícil para el ojo captar el momento preciso en que ocurrió, dicho logro tiene, entre tantas otras bases, la justificación mediante el diálogo. Con un solo parlamento de Mara como: «Mi padrastro me llevaba a cazar, yo sé disparar«, la película se libra de ese tumor llamado: Deus ex Machina, que hace ocurrir cosas porque sí y ya. Ese momento fue clave para diferenciar este filme de algún otro más amateur, en el que un personaje simplemente tomaría el arma que le cae del cielo y la manejase como un profesional aun cuando nos dan a entender que es su primera vez usándola. El filme copia los elementos clave de los slashers, como el viaje inocente a un lugar remoto, la promiscuidad y unos outsiders de aura perturbadora, sin embargo, deja por fuera la falla típica de estos filmes, el conocido: «me encerraré en el baño para huir del asesino«. Se podría decir entonces que se queda con todo lo bueno y desecha lo malo. La película también integra guiños a la historia argentina, como un ganadero semita que remite directamente a la figura del gaucho judío o los uniformes usados durante la escena de la cacería humana que, a la par de la figura del terrateniente, hacen recordar la época de Julio Argentino Roca. Ni hablar de los colores usados en las imágenes, esa desaturación fue vital para imprimir el aire terrorífico del filme. Sombreros en mano y rodillas en tierra cuando se hable de las actuaciones, no hubo un solo actor que no diera lo mejor de sí en pantalla, todos por igual exonerados de la morisqueta, ninguno fue presa de la sobreactuación. Mención honorífica para Analía Couceyro, cuyo personaje sufrió una violación a manos de Faustino (Diego Cremonesi), en dicha escena, los movimientos fueron sacados de una escena del crimen, las expresiones tomadas de un violador convicto y una víctima auténtica, el manejo de la verosimilitud fue tal que conservaron el equilibrio sobre ese hilo que separa al terror del ridículo. Sin nada más que acotar, en La Sabiduría, al igual que en su predecesora espiritual estadounidense, Deliverance, se demostró que lo verdaderamente aterrador no son los fantasmas o los muertos vivientes, sino las personas.
“La sabiduría”, dirigida por Eduardo Pinto, (“Corralón”, 2017), es un thriller, que se desarrolla en el ámbito rural, adonde tres amigan van por un fin de semana escapando de la gran ciudad para buscar poco de paz, que no van a encontrar, sólo que ellas no lo saben. El trío está compuesto por Mara ( Sofía Gala Castiglione), Luz (Analía Couceyro) con ganas de pasar unos días lejos de un novio posesivo y Tini (Paloma Contreras). Antes de partir, en una breve participación, Leonor Manso (madre en la vida real de Paloma le pide que no viaje, a lo que su hija hace oídos sordos). Al llegar al campo, que se llama “La Sabiduría”, se instalan sin la presencia de ninguna persona que las reciba. Al ver que no hay nadie, se dirigen al establo donde se encuentran los sombríos y nefastos Américo (Diego Cremonesi) y Faustino (Lautaro Delgado), dos hermanos que llevan adelante el campo y también conocen a Harvey (Luis Ziembrowski). Ellos las invitan a tomar algo a la noche en el mismo establo y deciden ir. Error. El festejo se transforma en algo salvaje y cruel con una mística ancestral muy campestre entre peones, fuego, indios y mucha bebida incluida. Hay un abuso, y una de las chicas desaparece. El guión es de Diego Fleischer, María Eugenia Marazzi y Eduardo Pinto y relata las vejaciones a las que son sometidas estas tres mujeres en un mundo, que en el campo, sigue siendo absolutamente machista. Al desaparecer una, las otras dos, comienzan la búsqueda, recurren a la Policía, representada por el Comisario (Juan Palomino) y también al dueño del campo, Don Roble (Daniel Fanego) para que las ayude, en una lucha que será, más que lucha, una supervivencia. El film, tiene un buen elenco, buena fotografía y una historia que nos mantiene expectantes. --->https://www.youtube.com/watch?v=LU1aZv1_oAc DIRECCIÓN: Eduardo Pinto. ACTORES: Sofía Gala, Alejandro Awada. ACTORES SECUNDARIOS: Luciano Cáceres, Juan Palomino. GUION: Eduardo Pinto. FOTOGRAFIA: Daniel Ortega. MÚSICA: Juana Molina. GENERO: Thriller . ORIGEN: España. DURACION: No informada CALIFICACION: No disponible por el momento DISTRIBUIDORA: Primer plano FORMATOS: 2D. ESTRENO: 12 de Diciembre de 2019
Lucha de mujeres contra la trampa de violentas costumbres. Una película que muestra un trasfondo en contra del machismo y la discriminación. (Por Andrea Reyes) Con elementos de suspenso y terror, “La Sabiduría” es una película dirigida por Eduardo Pinto en la cual su realizador expresa su crítica contra el machismo y el racismo en nuestro país. Escrita por Diego Fleischer, María Eugenia Marazzi y Eduardo Pinto, el film cuenta la historia de Mara, Luz y Tini (Sofía Gala Castiglione, Analía Couceyro y Paloma Contreras), tres amigas de 30 y pico de años, que después de una fiesta electrónica deciden aventurarse a vivir un fin de semana lejos de Buenos Aires y de sus problemas, buscando un poco de paz en la supuesta tranquilidad que el campo y sus destellos de luz natural intensa podrían ofrecerle. Ya instaladas en una vieja estancia se encuentran con unos peones que las invitan a una fiesta. Participan de un ritual nocturno con estos hombres y los indios: todo parecía ser una gran aventura hasta que, sin saber exactamente qué pasó, Mara y Luz despiertan en la casa alquilada y se dan cuenta que Tini desapareció. Nadie sabe qué ocurrió con la joven, sin embargo, sus amigas emprenderán una búsqueda incansable que las llevará a descubrir una trama de complicidad vinculada a una violenta costumbre generada por los hombres del pueblo. Con un gran elenco integrado por Sofía Gala Castiglione, Analía Couceyro, Paloma Contreras, Daniel Fanego, Juan Palomino, Diego Cremonesi y la participación especial de Leonor Manso, entro otros; esta película se destaca más por las interpretaciones y sus fotografías que por su narrativa. La primera parte del film se torna un poco lento, aunque en su desarrollo logra atrapar al espectador con un conflicto que encuadra en hechos de sangre, violencia y machismo. Por lo tanto, en tiempos de empoderamiento femenino, Pinto realiza una parábola histórica sobre las aberraciones que sufrieron los indios en plena Campaña del Desierto en el siglo XIX, pero en este caso, son las mujeres quienes se convirtieron en el blanco de estas agresiones y horrores. Para dar cuenta de esta conexión, el film propone una serie de indicios como, por ejemplo, vestidos y pinturas de la época, a fin de establecer una asociación entre los episodios pasados y actuales. La película está filmada casi en su totalidad en los hermosos escenarios naturales de Loma Verde, partido de Escobar: un lugar que invita a disfrutar del sosiego que tiene para ofrecer la llanura pampeana desde cualquier punto en el que te pares. “La Sabiduría” es una película para mayores de 16 años que muestra un oscuro escenario de nuestra historia, a través de un paralelismo con el género femenino. Puntaje: 70/100.
Contra las mujeres Eduardo Pinto (Palermo Hollywood, Caño Dorado, Corralón) filma una fábula de terror a pleno sol, siguiendo una tradición de films contemporáneos que rompen con el ideal romántico alrededor del campo argentino. La historia sigue a tres amigas Mara, Tini y Luz (Sofía Gala Castiglione, Paloma Contreras y Analía Couceyro) que alquilan una casa en medio de la nada para “desconectarse”. Una noche los lugareños las invitan a una fiesta que deviene en un extraño ritual ancestral. Al día siguiente Tini desaparece y sus amigas emprenden su búsqueda, que desata una red de complicidades asociada a una violenta tradición propiciada por los hombres del lugar. En tiempos feministas la película propone una parábola histórica: Las aberraciones realizadas hacia los indios en plena Campaña del Desierto en el siglo XIX, hoy en día son sufridas por las mujeres. Cómo si la violencia en ese entorno rural jamás hubiera dejado de existir desde entonces, solo que ahora en el siglo XXI, el blanco de las agresiones masculinas no son los aborígenes sino el género femenino. Para establecer esa conexión la película se vale de una serie de indicios -quizás demasiados- que deambulan sobre la primera mitad de la trama. Cabezas de ganado son utilizadas como máscaras para rituales, vestidos y pinturas del siglo XIX circulan por las casonas de campo. Estos indicadores van presentando el clima terrorífico del relato. Hace tiempo que el campo dejó de ser el ideal de armonía para el cine nacional, desde Aire libre (2014) hasta Infierno grande (2019), pasando por la reciente Pistolero (2019), el escenario rural es representado como un entorno peligroso en el que prima la claustrofobia. La sabiduría (2019) sigue esa línea narrativa desde el subgénero de sectas: las protagonistas llegan a un espacio del cual no podrán salir, se codean con personajes que transforman su amabilidad en violencia inesperada cuyos comportamientos huelen a conspiración secreta. No aparece el Diablo como figura mitológica, pero si el pasado histórico/violento en el cual se gestó el dominio por la fuerza. La película carece por momentos de claridad para contar el cuento. Los episodios oníricos no subrayan el viaje al pasado y su relación histórica con los hechos, dando un carácter fantasioso al relato y alejándolo de la alegoría planteada. Lo mismo sucede con las pistas desperdigadas por la trama que abren interrogantes y generan ambigüedad, mas para desorientar el camino que transitará el guion, que para encauzar la trama. La película se sostiene en dos pilares que resultan fundamentales, uno es el gran elenco que completan Daniel Fanego, Luis Ziembrowski, Diego Cremonesi, Lautaro Delgado Tymruk, Juan Palomino, Leonor Manso y Pablo Pinto, quienes sortean los vaivenes narrativos mencionados, el otro es su propuesta estética. Eduardo Pinto es un director visual, característica que predomina toda su filmografía, aquí reafirmada por una sorprendente dirección de fotografía (hecha por el mismo) que pone de relieve cuanto atardecer y rayo de luz se posa sobre sus personajes en medio del paisaje. La sabiduría es una película potente en cuanto a sus imágenes y los hechos que describe pero que se siente despareja en su narración. Las actuaciones elevan la propuesta a dimensiones épicas y ayudan a transitar la verosimilitud de un relato terrorífico y desolador.
Violencia de género ancestral Salirse de las normas del cine de género para encontrar otros caminos posibles y así desarrollar ideas más complejas es el riesgo que se tomó Eduardo Pinto en este opus, que tiene por protagonistas al trío de mujeres fuertes encabezado por Sofía Gala Castiglione, Analía Couceyro y Paloma Contreras. La sabiduría es un thriller que además intenta a veces con éxito y muchas otras sin agregar simbolismos y alegorías para generar un paralelismo a la violencia de género a lo largo de los siglos. En ese sentido, la excusa de remontarse al pasado histórico con la Conquista del desierto y el rol de la mujer originaria como objeto del deseo perverso del macho alfa que también la cazaba resulta simpático pero algo discordante en lo que hace a la propuesta integral. No obstante, a estos desniveles en materia de historia, guion, irregulares actuaciones de un racimo de secundarios de lujo y reconocibles por todos, debe destacarse el apartado visual con un esmerado trabajo en lo que a dirección de fotografía se refiere y puesta en escena. Desde el género propiamente dicho la empatía con los personajes de Mara, Tini y Luz (Gala, Contreras, Couceyro) es algo débil, no así la violencia tanto implícita como explícita, el elemento que le aporta verosimilitud al relato.
Luego de su incursión en el cine infantil con su fresca y creativa “Natacha” basada en el personaje de Luis Pescetti, Eduardo Pinto vuelve al estilo que supo cultivar en sus filmes anteriores “Palermo Hollywood” y “Caño recortado” y sobre todo en la asfixiante negrura de “Corralón”, una de las películas que ha figurado en los listados de lo mejor del cine nacional 2017. En esta oportunidad, con “La sabiduría” vuelve con una narración provocativa y oscura, para contar la historia de tres amigas –que oscilan en los treinta y pico- que luego de una larga noche en una fiesta electrónica, emprenden viaje para pasar un fin de semana en el campo, escapando de la gran ciudad, y tomándose un tiempo para encontrar un espacio para ellas mismas. Es así como luego de un viaje en donde irán abundando algunos diálogos confesionales y complicidades internas, Mara (Sofía Gala Castiglione), Luz (Analìa Couceyro) y Tini (Paloma Contreras) llegan a “La Sabiduría”, la estancia que dará nombre al filme y que se convertirá en una verdadera pesadilla apenas avancen las horas y comiencen a desencadenarse ciertos sucesos. En principio, apenas llegan a lugar, parece no haber nadie que las reciba, hasta que finalmente se presenten los dos hermanos que regentean el campo: Américo (Diego Cremonesi) y Faustino (Lautaro Delgado en una composición que sobresale muy por encima de la media de un gran elenco) quienes las invitan a compartir un trago con ellos en el establo por la noche y al que ellas acceden en una mezcla de curiosidad, diversión e invitación al desborde. Lo que ellas desconocen es que esa invitación invoca a una ceremonia típicamente campestre, que entre peones, alcohol y otras bebidas, comenzará a transformarse en un ritual de crueldad que evoca a otras situaciones históricamente vividas en la geografía campestre y sin quererlo, iniciarán una escalada de violencia que se inicia con el abuso y la desaparición de una de las amigas. Todo se complicará aún más cuando intentado dar con el paradero de ella, busquen ayuda en el Comisario del pueblo (Juan Palomino) y básicamente en el dueño de la estancia (Daniel Fanego) disparando una verdadera persecución, un juego del gato y el ratón que va encaramándose hasta convertirse en una verdadera cacería humana. Uno de los problemas con los que debe lidiar “La sabiduría” es que el guion de Diego Fleischer (“Mujer Lobo” “Pompeya”), María Eugenia Marazzi y en el que ha colaborado el propio Pinto, no logra cohesionar armoniosamente todos los elementos que pretende incluir. Quizás en esa sobreabundancia, no pueda elegir un elemento preponderante y destacarlo, por lo que habrá momentos que remiten al típico cine slasher, algunos toques de ese subgénero que ha dado en llamarse “rape and revenge”, entrecruzado con una lectura sobre las aberraciones históricas sufridas por las generaciones anteriores en pleno campo argentino. En ese avasallamiento sobre los derechos de los indios, se refuerza más todavía la idea de las mujeres como centro de la agresión y de sometimiento en la historia argentina. Un lugar del que se puede partir para construir una nueva lectura, completamente diferente, a partir de un momento de particular empoderamiento que se vive en la actualidad, con el encuentro con un nuevo rol de la mujer y la globalización de los movimientos en favor de la igualdad y en contra todo tipo de abusos. Ese diálogo con la historia, esa conexión entre presente y pasado, se ilustra desde un dedicado trabajo de vestuario y un diseño de arte que muestra ciertas pinturas y detalles en la decoración de la estancia que permiten vincular fácilmente la idea del rol de la mujer a través de las diferentes épocas y como estas tres heroínas de una nueva era pueden reescribir la historia. Con un guion que dispara en diversas direcciones sin profundizar en ninguna de ellas, intentando abarcar varios géneros al mismo tiempo en una propuesta por momentos algo errática, Pinto desde la dirección marca con mucha más seguridad el rumbo de su historia. Como ya ha demostrado en sus trabajos anteriores, el virtuosismo que despliega con su cámara y el aprovechamiento de las locaciones y del espacio, hablan de un director que se sobrepone a estos desniveles planteados en el guion y elabora una propuesta con un ritmo que no decae en ningún momento y que no sólo se nutre de destacados rubros técnicos sino que Pinto demuestra tener una gran sensibilidad en la dirección de actores. En el trio protagónico las tres actrices tienen importantes momentos de lucimiento y Sofia Gala Castiglione demuestra una vez más una gran presencia en pantalla. Analia Couceyro pasa de momentos más livianos a los más fuertes de la película demostrando su gran ductilidad como actriz, y Paloma Contreras –quizás de las tres, quien tiene una menor presencia en pantalla- logra momentos de mucha potencia con un rostro que transmite la fuerza que necesita su personaje. Completan con muy buenos trabajos, un homogéneo equipo de actores en interesantes secundarios, entre los que se destacan el ya mencionado trabajo de Lautaro Delgado, Daniel Fanego y las breves intervenciones de Leonor Manso y Luis Ziembrowski. “La sabiduría” demuestra una gran destreza de Eduardo Pinto detrás de las cámaras quien quizás todavía no encontró ese gran guion que le permita filmar una de esas películas que dejen huella dentro del cine nacional. En el intento, de todos modos, sigue marcando un muy buen camino personal. POR QUE SI: «Pinto despliega virtuosismo con su cámara aprovechando locaciones y espacio»
El director de Caño dorado y Corralón, Eduardo Pinto, aborda una historia en la que reviven el espíritu violento y salvaje del campo. Mara -Sofía Gala Castiglione-, Luz -Analía Couceyro- y Tini -Paloma Contreras- eligen la estridencia de una disco en la ciudad y emprenden luego un viaje en auto hasta La sabiduría, la estancia que las separa unas tres horas de la Capital y que servirá de refugio para sus emociones. Sin señal en los celulares, aisladas, y con ganas de explorar un mundo desconocido y lejano, el trío no encuentra la paz que esperaba. Ese es el punto de partida del filme que juega con el género de terror y suspenso y en el que está presente el choque de culturas. Las tradiciones de los pueblos originarios confluyen en una perversa cacería. Acorde a los tiempos de mujeres empoderadas, con la venganza como móvil de la trama, se enciende la mecha de esta historia que deja vulnerables a las protagònistas frente a la bestialidad del hombre, representada en imagenes por un toro salvaje. Entre la neblina, los paisajes desolados y los cielos estrellados, Mara y Luz se sumergen, sin saberlo, en la boca del lobo cuando Tini desaparece luego de una mateada con la peonada. Así comienza este viaje pesadillesco que marca una vuelta al pasado cuando la mujer era despreciada y los indios perseguidos. El primer tramo del filme se extiende en la presentación y desarrollo de los personajes -hay una madre encarnada por Leonor Manso que advierte el peligro que se avecina-, mientras la segunda logra crear los climas adecuados y la violencia no tarda en estallar. Desde el patrón -Daniel Fanego- hasta su hijo, el peón -Lautaro Delgado Tymruk,- constituyen una detestable casta de poder. Hay violación, rituales con hierbas, corrupción policial y una sensación de peligro inminente que se contagia con el correr de los minutos. La estadía bucólica se transforma en un verdadero campo de espinas. Sofía Gala Castiglione, bien respaldada por el elenco, es una mujer de armas tomar cuando su vida y la de sus amigas corre peligro, y se carga la película al hombro con convicción.
La sabiduría comienza siguiendo a unas chicas en una travesía nocturna de fiestas electrónicas, drogas, celulares; sobre el amanecer las chicas emprenden un viaje, que decididamente esta vez no será iniciático, a una pequeña estancia a tres horas de la ciudad. Las chicas van de ese contexto hiperurbano de fiestas electrónicas y redes sociales para adentrarse en una pequeña estancia, no tan alejada del centro pero si alejada de las costumbres, ritos y cotidianeidades de la modernidad urbana. Varios indicios, demasiado remarcados, anuncian que algo no estará bien en el viaje de las chicas. El llamado telefónico del novio de una de ellas, la súplica de la madre de la otra que le pide que no se vaya, la muerte de un animal en la ruta. Sobre este comienzo aparece uno de los problemas más marcados de la película, la carencia de sutileza en el modo en que cuenta, ya sea con imágenes – por ejemplo la toma sobre el animal muerto- ya sea con palabras – ese “no te vayas” de la madre. La sabiduría escamotea la sutileza, la delicadeza al contar una historia de violencia sobre las mujeres. Porque eso es lo que sucederá, en ese ámbito rural, estas mujeres serán violentadas por una horda de hombres que parecieran ser de otros tiempos. El anacronismo de la película se muestra como un pasaje un tanto forzado; cuando las chicas se adentran en esa casa, no tienen señal de internet, no funcionan los teléfonos, encuentran un cajón de ropa y se visten con ella – y seguirán vestidas con esa ropa del siglo XIX toda la película- . Ese grupo de hombres que pareciera ser familia y a la vez camaradas de fechorías, son tan feroces como brutos, tan católicos como ignorantes, tan violentos como desvencijados en sus creencias y en sus accionares. Ellos seguirán algunos ritos indígenas confundiéndose entre drogas, te de hierbas alucinógeno, violaciones, incumplimiento de la ley, la ya – aparentemente- superada supremacía de los blancos y ricos sobre los pobres, los indígenas y las mujeres; esta supremacía la plantea la película a partir de situarse en una atemporalidad extraña. ¿Hace falta para narrar la violencia sobre el cuerpo de la mujeres trasladarse anacrónicamente al siglo pasado? Por otro lado, la película deja un resabio un poco extraño. Una mirada un tanto punitiva sobre el recorrido inicial de la película, sobre esas chicas que hablan de drogas, de pareja, de trabajo, que bailan, luego serán “castigadas” con la intervención de sus cuerpos, con los golpes, con las violaciones. La película se da vuelta, trabaja con aquello que supuestamente denosta. La sabiduría es una película opaca que lamentablemente no logra trasparentar aquello que propone interrogar, temas tan actuales como el machismo imperante, el patriarcado y el racismo. LA SABIDURÍA La sabiduría. Argentina, 2019. Dirección: Eduardo Pinto. Guión: Eduardo Pinto, Diego Andrés Fleischer y María Eugenia Marazzi. Intérpretes: Sofía Gala Castiglione, Daniel Fanego, Analía Couceyro, Paloma Contreras, Lautaro Delgado Tymruk, Leonor Manso, Diego Cremonesi, Luis Ziembrowski, Juan Palomino, Pablo Pinto. Producción: Omar Jadur. Distribuidora: Primer Plano. Duración: 89 minutos.
Mujeres versus hombres, el pasado y el presente marcados a fuego en los cuerpos y sexos de las protagonistas, un universo que coquetea con el realismo mágico para disparar ideas. Por momentos la multiplicidad de temas debilitan la historia central, un relato de supervivencia, que coquetea con el western, el thriller y el drama, sin definirse por alguno.
El nuevo largometraje del realizador ;de Palermo Hollywood (2004), Caño dorado(2009), Corralón (2017) y codirector de Natacha: La película (2017) comienza en medio de una fiesta electrónica donde tres amigas (Sofía Gala Castiglione, Analía Couceyro y Paloma Contreras) bailan con desenfreno y espíritu lúdico. Esa diversión mutará en algo radicalmente opuesto cuando decidan emprender un viaje hasta la estancia del título. Todo asoma perfecto en las primeras horas en La Sabiduría. A los chistes internos le seguirá un baile con los peones y los trabajadores de la estancia. Lo que ellas no saben es que el tiempo allí parece haberse detenido en el siglo XIX y, por lo tanto, los usos y costumbres del lugar son muy distintos a los de la ciudad. El baile, entonces, como inicio de una pesadilla campestre cuyo alcance es inimaginable para esas mujeres en principio indefensas. La Sabiduría se erige como un relato terrorífico diurno que registra un choque cultural atravesado por la discriminación de género y las tradiciones machistas: ni siquiera la policía está muy dispuesta a creer las acusaciones que recaen sobre los hombres. Ese comportamiento despectivo generalizado convertirá a esas chicas en víctimas de un extenso ritual macabro cargado de una violencia seca que Eduardo Pinto registra con pulso nervioso, construyendo mediante una tensión sin apremios ni golpes de efecto un relato duro y urgente.
La sabiduría empieza como una road movie y termina como una película de terror psicológico. Tres mujeres (Sofía Gala Castiglione, Paloma Contreras y Analía Couceyro) viajan sin escalas desde una agitada discoteca porteña a un ambiente bucólico que imaginan sereno y relajado, pero se transforma imprevistamente en pesadillesco. La intención más evidente del director Eduardo Pinto fue teñir el relato de una impronta de reivindicación feminista, pero la debilidad de un guion cargado de situaciones inverosímiles (incluyendo exóticos rituales indígenas y saltos temporales que llegan hasta fines del siglo XIX) y los notorios problemas de ritmo narrativo empujan fatalmente el proyecto hacia el naufragio.
La nueva película de Eduardo Pinto, "La sabiduría" es otra muestra de su cine salvaje, actual, y potente; con grandes actuaciones de todo su elenco y una factura técnica impecable. Una de las mejores propuestas del año. En los últimos tiempos, el feminismo pasó de la agenda político social, a las diferentes expresiones artísticas, entre ellas, el cine. Como sucede siempre, están quienes lo hacen por verdadero compromiso y entendimiento de la causa; y quienes sólo lo hacen como gesto “para quedar bien” sin llegar al núcleo del asunto, y muchas, hasta entendiendo mal de lo que se habla (como la reciente versión de "Los Angeles de Charlie"). Así como este movimiento late fuerte en nuestro país, el cine argentino no es ajeno. Muchas directoras auto descubriéndose, muchos roles de sexo femenino fuertes y empoderados. "La sabiduría", el séptimo film del también destacado director de fotografía, Eduardo Pinto, es una de las películas más audaces, provocativas, y mejor enfocadas sobre esta materia. Dejemos de lado (aunque sea en esta ocasión) la discusión de la mirada masculina sobre un tema de neto corte femenino. En el guión, que Pinto co-escribió a seis mano junto a Diego Fleischer, podemos encontrar la firma de María Eugenia Marazzi. La clave de "La sabiduría" pareciera ser la de entender el empoderamiento femenino dentro de un contexto global de otras problemáticas y reclamos sociales generales tan o más antiquísimas y graves. La pintura se pinta rápido. Mara (Sofía Gala Castiglione), Luz (Analía Couceyro), y Tini (Paloma Contreras) son tres amigas de Buenos Aires que viven a pleno su independencia, o más o menos. Van a bailar, fisuran, hacen after, y casi sin respiro salen a la ruta rumbo a un descanso en una estancia, la que le da título al film, en plena llanura pampeana. Luz piensa aceptar la propuesta de casamiento de su novio reciente, y al que ni siquiera le dice que sale con sus amigas, o que se va de viaje. Tini, y sobre todo Mara (que vende su postura anti sistema trabajando para una financiera y está “caliente” con Tini) tratan de persuadirla; y quizás este viaje le sirva para aclarar sus ideas. La película, que comienza como una versión actualizada de "Sólo ellas"... Los muchachos a un lado; pronto muestra sus primeras pinceladas oscuras. La madre de Tini (Leonor Manso, madre de real de Paloma) le advierte que no haga ese viaje… Luego de unos inconvenientes, al llegar a la estancia, en medio de la nada, las cosas comienzan a ser sospechosas. Quienes las reciben son Américo (Diego Cremonesi) y Faustino (Lautaro Delgado Tymruk); nos huelen mal de entrada. Faustino se muestra como algo retraído, “básico”, y Américo “engatusa” a una Luz confundida. La cosa recién comienza. Luego de un paso por la simpática comedia infantil "Natacha: La película"; Eduardo Pinto vuelve a sus aguas. Un experto en el cine de género más salvaje, punk rockero, y descarnado; y no por eso morboso. Hace dos años atrás, presentaba en BAFICI, y luego comercialmente, la iracunda "Corralón"; una excelente pintura de la lucha de clases que interrogaba al espectador sobre qué postura tomar frente las actitudes violentísimas tanto de un lado como del otro de la grieta. En "La sabiduría" vuelve a poner al espectador en una situación, si se quiere, incómoda. El espectador más conservador y alejado de la realidad que vivimos podrá cuestionarse si este trío de amigas no “se lo buscaron”. Claramente "La sabiduría" mantiene una postura contraria bien posicionada. En un combo en el que entran el terror/suspenso, la acción, el rape & revenge, la road movie, el western, las sectas de ahora y de siempre, la lucha y la opresión de clase históricas, y hasta los mitos de pueblos originarios ancestrales llevados a la actualidad; digamos que se permite ser una coctelera explosiva de la cual queremos beber hasta el último sorbo. Sacude, es frenética sin recurrir a lo convulsivo, frenética por su tratamiento voraz, no por un movimiento abrupto. Hipnótica, poderosa, rabiosa, poseedora de una síntesis narrativa soberbia. Durante un largo tramo del film pareciera que no sucede demasiado, pero siempre sentimos que el peligro está latente, a la vuelta de la esquina, y aguardamos (im)pacientes el estallido. El excelente manejo de la tensión y el suspenso se logra gracias a un gran trabajo en el montaje, la fotografía, y la composición de cuadro. Muchas escenas hablan por sí solas, haciendo que el diálogo sobre, nada está librado al azar. También hay que destacar un gran trabajo de vestuario minimalista. Eduardo Pinto no sólo destaca su trabajo en la fotografía en las películas que dirige (como este caso), también podemos ver su huella oscura y potente cuando “solo” se desempeña en la dirección de fotografía. Un rubro en el que se mueve como pez en el agua. Ese campo abierto y desolado nunca se vio tan peligroso como en "La sabiduría"; los cuadros plagados de objetos ritualísticos, lo onírico como concepción de la unión de los desprotegidos. Como se destacó en la reciente "Midsommar", aquí también la acción recurre mayormente a la penetrante luz del día. Un sol que lejos de iluminar, quiebra la tierra e inunda de aridez, ciega. Como en "Corralón", los “bandos” están bien definidos. Estas mujeres sólo recibirán una ayuda proveniente de un mínimo personaje femenino, que poco puede hacer en un contexto de fuerte preponderancia masculina, machista. Los hombres forman una cofradía, se protegen, no van a permitir perder su lugar de poder. En este contexto de lucha por el poder, "La sabiduría" lleva el asunto mucho más allá, hacia lugares que al inicio ni nos imaginamos, y lo hace con sabiduría, valga la redundancia. Las mujeres son entendidas como un objeto más dentro de otras minorías que, según la mirada de estos machos patriarcales, merecen ser hostigades. Esa segunda mitad del film, cuando todo se desata y las cartas de quién es quién quedan claras, resulta arrolladora, y tranquilamente puede ser una de las mejores y más contundentes declaraciones de principios que el cine argentino entregó en mucho tiempo. Hay que reconocer que no sólo es sobresaliente en lo técnico, y superadora en su manejo del guion de género y abordaje social; destaca por un conjunto de actuaciones formidables. Sofía Gala Castiglione (cada día más convencido de calificarla como la mejor actriz de esta generación), Analía Couceyro, y Paloma Contreras, no sólo tienen una química real de amigas cómplices, cada una se cree su rol bien definido; remarcan sus posturas y sensaciones, y nos hacen sentir lo que les sucede… en los momentos calmos, y también cuando sufran el asedio. Lautaro Delgado (idem Sofía Gala Castiglione remplazando actriz por actor) y Diego Cremonesi, no son los únicos hombres que entregan grandes interpretaciones. Luís Ziembrowski, Juan Palomino, y Pablo Pinto no se quedan atrás. Quizás sus personajes sean algo estereotipados, pero son lo que "La sabiduría" necesitaba, y no se los siente como cliché, sabemos que “los reales” son así en serio. Mención especial para Daniel Fanego, el patrón de estancia. Espérenlo, aguárdenlo. Si algo le quedaba por demostrar al gran actor de "El ángel", entre otras, en "La sabiduría" nos da una de las mejores actuaciones de su carrera. Simplemente lo suyo es impresionante. Es justo decir que esta cinta habla de muchísimas cosas, más de las que se pueden expresar en este texto. Es feminista, es social, y es política. Nos interpela sobre varias cuestiones, y se convierte en una bomba incómoda. Eduardo Pinto lo hizo de nuevo, demuestra ser uno de los realizadores que mejor entiende el cine de género en la región. No se propone hacer un film vacío, de violencia por la violencia misma, le entrega contexto y contenido, hace de la violencia extrema algo funcional. Más allá de un rol universal de la mujer, "La sabiduría" es un film bien nuestro, que nos cachetea y nos llama a despertarnos. Es una película fundamental para entender de lo que se debe hablar. Imperdible.
"La Sabiduría", terror y empoderamiento femenino Sofía Gala, Analía Couceyro y Paloma Contreras interpretan a un grupo de chicas sumergidas en un fin de semana terrorífico en el campo que se convierte en parábola de los nuevos tiempos. Incluso si se dejan de lado Natacha, la película (codirigida junto a Fernanda Ribeiz) y el documental sobre Miguel Abuelo Buen día, día, La sabiduría marca la quinta incursión en el largometraje de ficción de Eduardo Pinto, realizador muy experimentado, además, en los terrenos de la televisión y el videoclip. Y si bien el título parecería indicar alguna clase de inmersión en las prácticas del estudio o la religiosidad, lo cierto es que la historia –escrita a seis manos por el propio Pinto y los guionistas Diego Andrés Fleischer (Mujer lobo) y María Eugenia Marazzi– poco y nada tiene que ver con esas actividades del intelecto y el alma. A partir de sus imágenes de mujeres en distintas actitudes y estados, indicativos del deseo, la violencia y la vindicación, los afiches promocionales anticipan en parte las ligazones del film con el universo del horror rural, con algún guiño a su vertiente folk, los relatos de violación y venganza y las fábulas de regreso a un estado salvaje, con su dosificación simultánea de suspenso y drama. Todo ello, desde luego, sostenido sobre una capa de acción, reacción y toma de poder femenina, condición casi sine qua non para los tiempos que corren. Sofía Gala, Analía Couceyro y Paloma Contrerasinterpretan al trío de chicas que salen a la ruta luego de una noche de parranda para pasar un fin de semana en el campo. El destino final es la estancia La Sabiduría, pero ya en camino hacia el lugar los signos ominosos comienzan a apilarse. ¿O acaso la muerte violenta de un animal sobre el asfalto podría interpretarse de otra manera? Lo mismo puede decirse de esos extraños tótems ubicados sobre la entrada al remanso de paz que no será tal, que señalan, al mismo tiempo, las prácticas de culturas originarias y el carácter derivativo del relato. Esto no será la masacre de Texas, pero la idea de trampa mortal para turistas comienza a tomar forma lentamente. Uno de los tramos más interesantes es precisamente el de la llegada al lugar, con esos largos vestidos del siglo XIX que las protagonistas encuentran y visten como si se tratara de un juego, desconocedoras de aquello que las espera. El capanga interpretado por Diego Cremonesi será el encargado de llevarlas a una celebración nocturna con rasgos rituales y al consumo de sustancias psicoactivas que derivará en la amnesia temporal y el inicio del terror. Sea por el uso de esas drogas o por el enamoramiento con la hora mágica, los atardeceres aparecen y desaparecen de cuadro constantemente y Pinto vuelve a hacer gala de su pasión por el ralenti videoclipero. La descripción de lo que sigue entraría de lleno en el terreno del temido spoiler, pero baste decir que a la puesta en escena festivamente cruel del machismo y la violencia de género le seguirá indefectiblemente la reacción de las víctimas. Irónicamente o no tanto, lo mejor de La sabiduría son aquellos momentos cercanos al carnaval (o al cambalache), con Daniel Fanego y Luis Ziembrowski en plan caricaturesco, enfrentados por enésima vez al “infiel” que habita las pampas pero, por primera vez en su vida, a una nueva femineidad dispuesta a acabar con los usos y costumbres. Por cierto que el tono completamente exploitation de la película está disfrazado, como las mismas protagonistas, de parábola de empoderamiento, so pena de ser acusada de simple acto truculento. Más cercano al género puro y duro que a su cruza con el aguafuerte social (como ocurría en su anterior Corralón), el nuevo largometraje de Eduardo Pinto puede ser disfrutado con moderación si se lo entiende como un simple juego cinematográfico.
Texto publicado en edición impresa.
El director Eduardo Pinto que co-escribió en guión con Diego Andrés Fleischer y María Eugenia Marazzi presenta un film donde pretende un viaje al pasado de la violencia contra la mujer, chicas actuales trasladadas a una realidad de la época de la conquista del desierto, como cautivas, víctimas de una sociedad machista que las caza como animales. Una manera de conectar con la violencia de género de origen histórico que llega hasta la actualidad. El problema es que esas buenas intenciones están no del todo ensambladas en la historia, que se demora en la convivencia de las tres chicas, con bailes, complicidades, seducciones, para desembocar en un torbellino de terror y violencia, mas de una película de horror, que una reflexión sobre la condición de género, con diálogos reiterados, o que suenan improvisados, que no ayudan a la solidez de la propuesta. Las imágenes descarnadas y de acción tienen fuerza y vértigo. La entrega del trío de protagonistas, Sofía Gala Castiglione, Analia Couceyro y Paloma Contreras es profunda. Menos oportunidad tienen los personajes pequeños y muy determinados de Daniel Fanego, Diego Cremonesi, Lautaro Delgado Tymruk, Juan Palomino o Leonor Manso.
Jóvenes, pero no tanto. Tres jóvenes y disímiles amigas que ya comenzaron a replantarse algunas cosas sobre su presente y su futuro, aceptan descansar un par de días en una casa de campo alejada de la ciudad. Tras un largo viaje y sin mucho tiempo para acomodarse, son invitadas por los trabajadores de la estancia a unírseles en un festejo que tienen planeado para esa misma noche. Un evento bastante más apocado y rústico de lo que ellas esperan, pero que no tarda en descontrolarse. Sin mucho recuerdo de lo que sucedió durante la noche más que algunos fragmentos pesadillezcos, Mara (Sofía Gala Castiglione) y Luz (Analía Couceyro) despiertan pasado el mediodía con una fuerte resaca y sin tener idea de donde quedó Tini (Paloma Contreras). Salen a buscarla con poco éxito desandando sus pasos. Todo parece deshabitado, salvo el casco principal donde vive el dueño deLa Sabiduría, sitio al que ambas acuden por ayuda cuando Luz es atacada, sin sospechar que lo que menos pueden encontrar allí es refugio. De indios y huincas Con tono alegre y jovial, toda la primera parte de La Sabiduríatranscurre presentando a las tres amigas y la relación que las une, una bastante cercana donde abunda la confianza y la ironía para decirse casi todo lo que piensan. Los tres personajes son facetados y creíbles, pero ante todo con una clara voluntad de correrse al menos un poco de los arquetipos más comunes. Se les da un giro actual a sus ideas de las relaciones, el trabajo y las dudas sobre sus planes de vida. Cada una a su modo, durante esta primera parte, cuestionan con humor algunos de los mandatos socialmente impuestos, algo que en la segunda parte hacen desde la resistencia y la venganza. Recién cuando entran a la fiesta el tono de la película empieza a tornarse más denso e incómodo, algo que sigue creciendo a medida que avanza la trama y se nos revela un poco más de información sobre lo que sucede en ese lugar. Eso solo en parte. Es que, entrelazado en la trama, hay un componente sobrenatural. Aunque los villanos de esta historia parecen conocerlo bien, al público solo se lo explican a medias. El resto queda indefinido mientras las protagonistas están más ocupadas tratando de sobrevivir que intentando descubrir los detalles. La construcción de los personajes y sus interpretaciones no es pareja; es claro que las protagonistas recibieron mucha más atención que sus antagonistas, tan bidimensionales que por momentos hasta parecen caricaturas. No es un problema de los intérpretes, quienes hacen lo que pueden con lo que tienen, pero no es mucho. En un planteo de este tipo, es importante que el villano tenga una fuerza que en La Sabiduría queda desdibujada entre varios personajes de motivaciones dudosas. Todo ello está ensamblado sobre una realización prolija y bastante austera. Aprovecha las locaciones naturales y se mantiene siempre dentro del realismo, hasta cuando toma tintes fantásticos o intencionalmente anacrónicos. Solo durante algunas de las escenas nocturnas se nos exige suspender temporalmente la incredulidad para no cuestionar de dónde sale tanta luz, en intensidad, cantidad y variedad, como para mostrar lo que está mostrando. Esa economía de recursos hace que no brille mucho, pero al mismo tiempo que tampoco intente nada que no pueda hacer.
La historia de tres amigas que en busca de aventura se embarcan en un viaje de fin de semana por la llanura pampeana. Pero el campo las recibe con una historia regada de sangre, violencia y machismo. Ellas están de fiesta, llevan una vida ligera, de fiesta, drogas y diversión. Tienen sus conflictos que parecerán superficiales cuando se enfrenten a la violencia destructiva de un grupo de hombres que parecen haberse estancados en la conquista del desierto en el siglo XIX. Heroínas contra la violencia machista existe en el cine de género desde Russ Meyer y también en varios clásicos de la década del setenta. Un cine con algo de morbo pero con un discurso finalmente en favor del poder de las mujeres. Pero acá la mezcla ideológica es tal que termina arruinándose todo por culpa de una bajada de línea absurda de pura culpa urbana. ¿La conquista del desierto versus el feminismo? Tal vez en la teoría funcionó, pero en la práctica no tiene un solo minuto de sentido. Incluso los actores, efectivos en otros títulos recientes, parecen estar perdidos en esta película fallida.
Si hay algo digno de destacar en la última película de Eduardo Pinto —Palermo Hollywood (2003), Dora, la Jugadora (filmada en solo cuatro días y por la que Corina Romero obtuvo el Premio a Mejor Actriz en el Festival de Mar del Plata del 2007), Caño Dorado (Premio Feisal al Mejor Director) y Corralón (2017) — es el manejo y el sutil cruce de géneros que está presente en todo el film. Una amalgama que realiza de una manera tan fluida que pasamos de una introductoria road movie con todas las de la ley, a una narración de neto corte fantástico al estilo Shyamalan —el animal que atropellan en la ruta no parece ser un animal común y corriente, sino más bien un mal presagio, como todas los simbolismos a los que es adicto el director indio— , para de ahí anclarnos en el relato gótico, con una casona deshabitada en medio de la nada como escenario —con lo que implica ese peligro atávico que surge cuando cae la noche— hasta el coqueteo con el terror, con el thriller y con un clímax poderoso y salvaje que se hace evidente a medida que crece la tensión dramática: el abuso sexual y psicológico que sufren las tres protagonistas de la historia. Como si fuese una travesía en donde vamos abriendo portales —tal como el director deslizó en una conferencia de prensa—, la trama se estratifica en subtramas que van in crescendo hasta desembocar en otro tiempo; el de la pampa salvaje, el de la civilización o barbarie de Sarmiento, el de la crueldad del cuento “El Matadero” de Esteban Echeverría e incluso hacia “La Intrusa”, en donde vemos ciertas reminiscencias literarias con el cuento de Borges. Pero así como hay una dura descripción a la pampa salvaje, a los malones y a la mujer como una prenda a disputar, también hay un gran homenaje al cine de Leonardo Favio —Nazareno Cruz y el Lobo (1975), Juan Moreira (1973)—, al de Lars Von Trier —Melancolía (2011), El Anticristo (2009) — y hasta al de John Carpenter —La Niebla (1980), La Cosa (1982). Todas lecturas cinéfilas que trató de plasmar a través de ciertos recursos propios de estos grandes directores, directores que, dicho sea de paso, Pinto se ha declarado ferviente admirador. Todas estas influencias no hacen más que enriquecer una historia que comienza en una fiesta electrónica —ámbito muy alejado de lo que sucederá luego en la historia— en donde vemos a Mara (Sofía Castiglione), Tini (Paloma Contreras) y Luz (Analía Couceyro) integrantes de un triángulo amistoso que decide pasar un fin de semana en las afueras de la ciudad; más precisamente en una estancia llamada La Sabiduría. Allí van las tres amigas, conversando entre sí con una frescura y libertad tal que pareciera que estamos ante una toma totalmente improvisada. Pinto se encargó de decir que las actrices seguían un guión previamente escrito por Diego Fleisher, María Eugenia Marazzi y el suyo propio, lo que demuestra que tanto Sofía Gala, Paloma Contreras y Ana María Couceyro poseen una increíble solvencia actoral que escapa al acartonamiento tan común en algunas producciones nacionales. A poco de llegar a la estancia, encuentran en un viejo baúl vestidos propios de la época del Romanticismo, el de la nostalgia, la imaginación y la emoción que tan bien supo retratar Esteban Echeverría en los cuentos “Elvira” o “La Novia del Plata”; vaporosos vestidos de otro tiempo en un contexto de naturaleza salvaje y virgen. Así vestidas, aceptan la invitación del capataz de la estancia a comer un asado. Una vez llegadas y rodeadas de una cohorte de seres estrafalarios y amenazantes, son llevadas por el efecto del alcohol —o alguna droga que recuerda las iniciaciones de los chamanes como sucede en la película Estados Alterados (1980) de Ken Russell— a una suerte de pesadilla onírica. Cuando a la mañana siguiente despiertan en la estancia, una de ellas (Tini) ha desaparecido. A partir de aquí, la historia se centra en su búsqueda desesperada. Y es a partir de aquí que los géneros narrativos se entremezclan. El suspense, el thriller y el fantástico se dan la mano, pero también lo hacen la denuncia social, el abuso, la humillación por parte de la policía a la que acude la víctima —otra especie de abuso—, al maltrato del poderoso sobre el más débil —los hermanos— y hasta una terrible escena de violación —protagonizada por Luz y Faustino (Diego Cremonesi) que corta la respiración por su realismo y crudeza. La película de Pinto es en cierta manera un alegato en contra de las vejaciones que sufrieron los pueblos originarios en la sangrienta Campaña del Desierto —de ahí ese viaje, propio del cine fantástico, hacia el pasado— pero que aquí se centra en un grupo de mujeres que sufren la vejación y el desprecio no solo de los peones del campo y del propio dueño (un soberbio Daniel Fanego como el terrateniente de la estancia) sino de la propia ley a cargo de la policía del pueblo, que lejos de ayudarlas, las someten aún más. La Sabiduría es una excelente película de género —algo bastante inusual en nuestro cine, y eso de por sí ya es un gran acierto— que no queda solo en el recurso facilista del gore, el slasher o el jump scare —recursos utilizados en este tipo de films—, sino que es mucho más inteligente, ya que toma parte de la Historia de nuestro país —la salvaje, la voraz, la indomable— y las conjuga de manera audaz y original. Si a eso le sumamos unas grandes interpretaciones de todos los que protagonizaron el film —hay apariciones secundarias de Leonor Manso, Juan Palomino y Luis Ziembrowski— y una fotografía excelente del mismo Pinto, estamos ante una de las mejores propuestas del cine nacional de año 2019.
CINE DE EXPLOTACIÓN DE LA CORRECCIÓN POLÍTICA El auge de cierto discurso políticamente correcto –no solo superficial y esquemático, sino incluso negador de las capas de conflicto- empieza a tener una derivación sumamente negativa, a la que podríamos denominar “cine de explotación de la corrección política”. Es decir, películas que agrupan temas y lugares comunes de esa vertiente, agrupados sin mucho criterio para quedar bien y adecuarse a los tiempos que corren. La semana pasada ya habíamos tenido El secreto de Julia y ahora toca La sabiduría, otro film que, de manera bastante torpe, quiere quedar bien con los sectores indicados. La película de Eduardo Pinto presenta a tres mujeres que deciden pasar un fin de semana en una estancia en medio del campo pero que, luego de participar en un ritual nocturno con los indios y peones del lugar, entran en una dinámica pesadillesca de persecuciones, abusos y sometimiento. El gran problema inicial de La sabiduría es que para presentar esta premisa se toma una enorme cantidad de tiempo, que lejos está de servirle para darles una entidad apropiada a los personajes, a la manera de buena parte del cine de terror estadounidense que utiliza el molde de las road movie para configurar conflictos sostenibles. No, acá hay un regodeo constante en un paisajismo banal –con bellos pero inútiles planos aéreos incluidos-; escenas de contemplación pretendidamente inquietantes pero que abusan de la cámara lenta y los primeros planos; y diálogos entre las protagonistas que quieren cimentar algunos dilemas existenciales aunque nunca pasan de lo obvio. El resultado es previsible: unos primeros 45 minutos aburridísimos, donde el relato nunca encuentra un rumbo claro. Lo que viene después, a partir del giro introducido por ese ritual cuando menos confuso (y que en verdad solo implica el tomar una bebida alucinógena) es una trama donde se mezclan referencias a las luchas históricas en la llanura pampeana, las matanzas de los pueblos originarios y la opresión a la mujer. Ese reposicionamiento al estilo Dimensión desconocida –salvando (y mucho) las distancias-, con toda su ensalada estética y temática, podía haber derivado en un delirio divertido o cuando menos estimulante desde el absurdo, pero la película se toma demasiado en serio a sí misma, cayendo en un tono solemne y sentencioso. De ahí que la segunda mitad de La sabiduría logre una particular hazaña: superar en aburrimiento a la primera parte. Hay algo paradojal en La sabiduría: se pretende importante y relevante desde los tópicos que aborda, pero su tratamiento es tan superficial y facilista que, cuanto más enfática se pone, menos seria parece. En un punto, hasta recuerda a la corriente del cine político argentino de los ochenta y noventa más urgente y a la vez arbitrario, que no se preocupaba por el rigor sino por los temas de moda. Es una película que se quiere vender como actual, pero que atrasa varias décadas.
El mundo de La sabiduría es vetusto. El imaginario machista que tal vez pretende destronar sigue vigente, aunque ya no del todo, en el presente. Los clérigos, los policías, los empresarios, los indios y los gauchos comparten una visión del orden de las cosas: la civilización y la barbarie están inscriptas en el poder de los machos; las mujeres están para servir, someter, castigar, fornicar. Esta cosmovisión se apodera del film pasados unos 20 minutos; la ilustración literal asfixia de ahí en más y paulatinamente todo indicio de cine, y así, en el tercer acto, La sabiduría apenas puede verse, con buenas intenciones, como una parodia del universo que pretende menoscabar.
Tres amigas van a pasar un fin de semana al campo. Son tres chicas que quieren divertirse. Superadas, cancheras, rockeras, libres y sin ganas de compromisos, que llaman con un "eu" a los desconocidos. Pero por el camino pasan algunas cosas que parecen señalar que algo pinta mal -a ellas no, porque están distraídas en una serie de diálogos anodinos y "de chicas", sino al espectador-. Lo que sigue es un thriller que cruza leyendas gauchas con esoterismo, drogas alucinógenas, violencia sexual e indias cautivas. Tan duro como tirado de los pelos, que se fuerza para llegar a jugar con imágenes y situaciones icónicas, del cine de terror o el western criollo, mientras sus protagonistas oscilan entre la ingenuidad y el empoderamiento sin mayor continuidad. Ambiciosa, bien realizada y con un buen elenco, La Sabiduría es una propuesta tan potencialmente interesante como fallida.
No hay dudas de que La masacre de Texas, de Tobe Hooper, es una de las películas más influyentes del cine de terror. Una influencia que se extiende a la Argentina, gracias a un puñado de interesantes films: El bosque de los sometidos, de Nicolás Amelio Ortiz, y Los olvidados, de Luciano y Nicolás Onetti, sin olvidar Habitaciones para turistas, a cargo de Adrián García Bogliano. Mediante La sabiduría, Eduardo Pinto se mete en un territorio muy parecido al planteado por Hooper, aunque también logra una película con toques originales. Luego de una noche de diversión en una fiesta electrónica, tres amigas viajan a pasar un fin de semana en La Sabiduría, una estancia lejos de la ciudad. Alli se encuentran con lugares y ropas del siglo XIX, y lo toman como algo simpático. La diversión sigue cuando conocen a dos lugareños (Diego Cremobesi y Lautaro Delgado), quienes las invitan a un festejo privado. El jolgorio parece interminable, pero esa noche será el principio de una lucha por la supervivencia, con oscuras tradiciones invadiendo el mundo actual. Pinto ya había demostrado en Corralón, una de sus películas anteriores, que era capaz de realizar un estupendo film de terror; a excepción de la muy dulce Natacha, la película, lo suyo es indagar en el costado más oscuro de la mente. Aquí continúa explorando esas cuestiones, pero con elementos propios del subgénero que recuperó fuerza en estos años: el folk horror. Tenemos una comunidad rural, que practica ritos ancestrales, donde los sacrificios humanos son parte esencial. En este caso, el condimento novedoso es la historia argentina, con sus gauchos, sus indios y sus secretos más tenebrosos. Pinto también ofrece un choque entre el pasado y el presente al mostrar tres mujeres que, lejos de caer en simples víctimas, se enfrentan a la amenaza. Las actuaciones de Sofía Gala Castiglione, Analía Couceyro y Paloma Contreras son fundamentales para fortalecer esta idea. No menos destacable es la labor del plantel masculino. Daniel Fanego sabe componer personajes macabros, Diego Cremonesi continua exhibiendo su imponente presencia (no desentonaría en absoluto como uno de los desquiciados hermanos de Leatherface en alguna secuela de La masacre…) y Lautaro Delgado Tymruk interpreta al más impredecible del clan. Luis Ziembrowski y Juan Palomino también hacen aportes breves pero destacados. La sabiduría sumerge al espectador en un ambiente que se va volviendo extraño, opresivo, que en medio del horror y la desesperación, habla de los males de antaño invadiendo la realidad actual.
Mara (Sofía Gala Castiglione), Tini (Paloma Contreras) y Luz (Analía Couceyro) son amigas. Desfachatada una, más tradicional la otra y bastante ingenua la tercera. De una fiesta electrónica, de la que salen empastilladas pero contentas, pasan a hablar de sus experiencias con el otro sexo. No sólo aluden a los abusos de un jefe que puede entorpecer la tranquilidad laboral (Mara) sino que también son capaces de ciertos sacrificios por amor (Luz). Entre charla y charla, mientras manejan hacia un promisorio fin de semana en el campo, no saben que van a entrar en una pesadilla. El asunto es que la que hasta ese momento parecía una historia de chicas en tren de diversión se transforma en una fantasía telúrica, donde el distanciamiento de la realidad no termina de convencer. Todo se complica cuando las chicas, ya en el lugar elegido para el descanso dominguero, participan, vestidas con ropa de otro siglo, de una fiesta en el establo con personajes ominosos, en algo que más parece una degustación de ayaguasca que un asado de amigos. A partir de ese momento se privilegia la desmesura, las chicas se convierten en víctimas de los malos muy malos y se generan subtramas con viudos misteriosos dominando hijos problemáticos y violencia que incluyen una violación y algunas muertes. SOJUZGAMIENTO La idea pareciera ser entroncar modernidad e historia, acercar temporalmente el sojuzgamiento indígena de la época de Roca con el sojuzgamiento femenino en la época actual, con subrayado en la agresión a la mujer. El resultado no es el mejor porque abunda en desniveles narrativos. Afortunadamente, hay una preeminencia de importantes actuaciones del elenco femenino, unido a Daniel Fanego, que despliega su ductilidad profesional en un personaje al borde, sumado a un interesante manejo de la fotografía. El viraje que se inicia a partir de la llegada a la estancia La Sabiduría no escatima en recurrencias al gore, sumado a la aparición de la violencia policial.
Mezcla de suspenso con algo de road movie, llega La sabiduría, una película argentina que busca hacer cine de género con un toque autoral. Tres amigas dejan la ciudad para pasar un fin de semana en el campo, alejadas de todo contacto con la sociedad: no hay internet, no hay señal de celular, no hay televisión. La primera noche deciden acudir a una celebración con los peones del campo y aborígenes de la zona, pero luego de la ingesta de una droga, Mara y Luz despertarán sin saber dónde está Tini. Ahí comienza una búsqueda que las conectará con los usos y costumbres de ese campo pampeano de una forma que no imaginaron. El cine de terror o suspenso en nuestro país no parece todavía haber encontrado un código propio, y el director Eduardo Pinto parece estar muy consciente de eso. Utilizando las estructuras del relato de las películas slasher ambientadas en el decadente sur norteamericano, La sabiduría traduce este código a nuestra pampa, lo embebe de nuestra propia historia fundacional y provoca el mismo choque de clases que el cine yankee tan bien maneja desde que Tobe Hopper lo reformuló, en 1974, con su film La masacre de Texas. El mayor mérito que el film tiene es la construcción de los climas. La película no abunda en explicaciones redundantes y deja que los personajes y los paisajes vayan construyendo, de a poco, la sensación de desamparo que, finalmente, desencadenará una carrera por sobrevivir a una cacería ancestral que las protagonistas no conocen ni comprenden. En este sentido es extraña la decisión estética que se presenta en la escena de los títulos, en la cual el espectador se ve enfrentado con diversas imágenes y sonidos violentos que lo alertan sobre el tono del film, desaprovechando así la construcción que desde el guion se busca, donde todo el inicio de la película podría embaucar al propio espectador que, tal como sus protagonistas, no está preparado para lo que luego va a venir. La historia sufre a lo largo del film algunos problemas relacionados con la falta de una estética propia. Escenas traducidas literalmente de la del cine norteamericano, que acá pierden poder por no representar en nada la idiosincrasia de nuestro país, idiosincrasia que es esencial en esta historia. También hay problemas en la constante discontinuidad de la posición del sol, que quedan plasmados en planos que no se corresponden con los tiempos del relato (tardes que serían mañanas, etc.)y que desconcentran al espectador, alejándolo de la trama. Un punto muy a favor que tiene la película es que el clima que se construye desde el guion es bellamente acompañado por la dirección de arte que, desde pequeños toques como las pinturas en la pared hasta grandes declaraciones como los vestidos que portan las protagonistas, le permiten al espectador intuir el tono del relato de forma muy precisa, siendo estas herramientas muy útiles al momento de decodificar los acontecimientos. Las actrices desempeñan su rol correctamente y, aunque también sus personajes se embeben de los clichés del género, logran lo importante, que es que la química entre las tres es creíble, lo cual se vuelve imprescindible para que esta historia se sostenga. Nuevamente es en el guion donde surgen algunos problemas, ya que conocemos algo de Tini y mucho de Luz, pero de Mara, quien parece ser la líder del grupo (por lo menos en este fin de semana) no sabemos nada, excepto la información necesaria para que el desenlace pueda llevarse a cabo.
Este nuevo trabajo de Eduardo Pinto puede definirse a modo de “rape and revenge” que se toma su tiempo en declararse como tal. Como lo expresa la nomenclatura del subgénero, habrá violación, seguida de una oportunidad de venganza, y no al revés. No faltará quien equipare a La Sabiduría en desventaja con las Kill Bill de Quentin Tarantino, ya que en su primera parte declara sus principios en los primeros minutos y eso es todo lo contrario a lo que se propone Pinto. Desmerecer a esta película por motivos como el mencionado es un despropósito categórico; defenderla por su escasez de recursos es una apología innecesaria. En una reunión de prensa a la que Revista Meta asistió, el realizador declaró que su principal finalidad era la de tener algo para filmar. Una vez terminado el guión, con la disposición de un talentoso elenco y de locaciones rurales en la ciudad de Coronel Brandsen, Pinto se desenvolvió tanto en la dirección como en la fotografía y consideró adecuado poner en práctica algunas de las obsesiones –o hilos conductores- de sus referentes audiovisuales, fundamentalmente a Leonardo Favio y particularmente las de Juan Moreira y Nazareno Cruz y el lobo.