En el marco de una muy acotada y algo decepcionante presencia latinoamericana (las olvidables y trilladas Bonsai y Miss Bala, chilena y mexicana, respectivamente, y las más interesantes películas brasileñas O Abismo Prateaedo y Travalhar Cansa), una pequeña película, cuyo resumen argumental podía espantar a algún prejuicioso, terminó por llevarse no sólo la Cámara de Oro, sino a generar una corriente de cariño y empatía que no es habitual en un evento monstruoso (por lo extenso, inabarcable y, en algún punto, impersonal) como lo es el Festival de Cannes. Esta película es Las Acacias, de Pablo Giorgelli. Confirmación (si es que ella fuera necesaria) de lo extensa, rica y heterogénea que es la producción del cine de nuestro país, nos encontramos aquí con un relato que sigue la historia de Rubén (Germán de Silva), un camionero que, además de su habitual carga, debe transportar desde Paraguay hasta Buenos Aires a una joven madre, Jacinta, con su hija Anahí (Hebe Duarte y Nayra Calle Mamani, respectivamente). Road movie en el que, como lo imponen sus reglas, los viajeros no serán los mismos al final del periplo, Las Acacias logra evitar a un tiempo los peligros y tentaciones que podrían haber representado cierto costumbrismo que tanto mal ha hecho a nuestro cine (por un lapso que nunca parece terminar del todo) o el acudir a ultra-transitadas fórmulas festivaleras, como lo podría haber sido la que tiene que ver con el cansino transcurrir de la nada. El camino que se elije recorrer es muy difícil de transitar: una anécdota pequeña, evitar los subrayados, hacerse fuerte en un sólido guión (en el que dicen más los silencios y las miradas que las palabras) y en actuaciones que no podrían ser mejores. Y ese desafío es superado con elegancia y sutileza; la mutación del solitario y cascarrabias camionero se explica en la gracia y silente dignidad de la forzada pasajera y su encantadora beba. Es por ello que la creciente sensación de agridulce y serena alegría que nos transmite esta sutil historia que queremos creer de amor nos acompaña al salir de la sala. Los personajes tienen una ternura, textura y profundidad que hacen que nos interesemos en su devenir y hasta que nos ilusionemos con la improbable posibilidad de un happy ending con que piadosamente nos despide la película.
Publicada en la edición impresa de la revista.
Las acacias es sobre moverse. Sobre moverse y el tiempo, porque cualquier desplazamiento implica dejar atrás espacio y tiempo. Lo llamativo de la película de Pablo Georgelli es que está hecha en presente y en pasado sin que el futuro sea una dimensión que se contemple realmente. Se percibe en los insistentes planos del interior del camión, cuando la cámara encuadra a los personajes siempre contra un espejo retrovisor que muestra el paisaje ya recorrido. Entonces, están el presente más puro (los personajes que viajan) y el pasado que se proyecta en los espejos de cada puerta. Cosa rarísima en una película de viaje, casi no hay planos de la ruta a recorrer, como si Las acacias estuviera interesada exclusivamente en indagar esas líneas temporales sin mirar hacia adelante (los pocos planos de la ruta parecen funcionar casi como una declaración de intenciones, como si el director estuviera diciendo que puede filmarlos pero que elige activamente no hacerlo). Este esquema estético dialoga con la información que se tiene de los personajes. Poco se sabe del futuro próximo de Rubén y Jacinta: él es camionero y tiene que hacer una entrega de madera, además de transportar a Jacinta desde Asunción; ella viaja a Buenos Aires para probar suerte pero no tiene idea de lo que va a hacer cuando llegue. Se trata, entonces, de centrar la mirada en gestos, movimientos fugaces, impostaciones del cuerpo; esa es la manera de conocer a los personajes que ofrece la película. Como si la observación de la realidad fuera una continua pregunta disparada hacia la materia, una pregunta que se formula en presente pero que siempre, necesariamente, habrá de ser contestada en pasado, como los coches que surcan el espejo retrovisor de Rubén. Quizás es por eso que la película pierde tanto cuando Rubén se ablanda y empieza a cuidar a Jacinta y Anahí, su beba. Porque el vínculo entre ellos se torna cada vez más claro y pierde el misterio del comienzo: la relación empieza a resolverse en el terreno del lenguaje y los diálogos fallan, no representan a los personajes como lo hacían sus gestos o miradas al vacío. El problema más notorio es el cambio de Rubén: su amabilidad e interés repentinos surgen de golpe, casi sin haberse esbozado antes. El final, cargado de dramatismo y tensión, que hasta remite al final de Más corazón que odio, parece hablar de otra película muy distinta de la del principio, que opta por una línea sentimental fuerte y que cifra su apuesta en esclarecer el estado de ánimo de su protagonista. Por primera vez, el futuro aparece como una proyección de un vínculo posible entre los personajes; Georgelli comienza a explorar esa dimensión apuntalado en el deseo de Rubén. Pero la primera parte ya había establecido otra concepción del cine muy distinta. No hay un pasaje fluido entre las dos mitades, el desbalanceo se siente como un problema narrativo (y estético) que signa una película mucho más débil y falta de ideas de la que se prometía al principio.
El plano inicial es imponente. En un contrapicado virtuoso se ve un bosque majestuoso. De allí sale la madera que el protagonista, Rubén, un camionero que recorre el país, tendrá que llevar desde Paraguay hasta Buenos Aires. Correspondiendo al favor de un amigo, en este viaje, a contramano de sus costumbres, llevará a una mujer llamada Jacinta y a su hija de ocho meses, Anahí. En un principio será una travesía silenciosa, pues la soledad y la parquedad constituyen el carácter de Rubén, que tiene un hijo mayor en Mendoza al que no ve y una hermana a la que le dejará un regalo en una de las paradas de su itinerario, pero ante la pregunta de si tiene familia responde que no. Lo que en un principio parece una road-movie de Lisandro Alonso matizada por un humanismo cándido que remite al cine de Sorín, termina siendo una película amable y cuidadosa sobre un posible romance entre un hombre adulto y una madre soltera oriunda de Paraguay. Giorgelli debe haber trabajado mucho en el registro y en los tiempos del montaje. Se trata de un filme de gestos mínimos en donde una bebé de meses, a través de sus expresiones y berrinches, va conquistando a un hombre curtido y cansado. Formalmente impecable, Giorgelli, con planos fijos desprovistos de música y piruetas estéticas, cimenta en su austeridad y precisión narrativa una mutación sentimental discreta pero extraordinaria de sus personajes: un hombre, una mujer y una criatura bastan para hacer una gran película. En este sentido fue lógico que se llevara la Cámara de Oro en Cannes.
Una hermosa historia, que presenta algunas polémicas cuestiones para pensar y debatir y que, en especial, desarrolla una calidad audiovisual muy atractiva y atrapante.
Una ruta con sorpresas Después de haber participado en numerosos festivales y de recibir tres de los principales premios del apartado Semana de la Crítica en el Festival de Cannes, la ópera prima de Pablo Giorgelli llega a las salas argentinas. Las acacias es un relato conmovedor realizado con pocos elementos y con la emoción colocada en primer plano. En ese sentido, recuerda a Historias mínimas, el filme de Carlos Sorín. Acá la ruta se convierte en un inesperado lugar de encuentro entre seres solitarios. La trama es sencilla: un camionero tosco y de pocas palabras (Germán de Silva) recorre por cuestiones laborales la ruta que une Asunción del Paraguay con Buenos Aires. Sólo que esta vez tiene un encargo: llevar a una mujer paraguaya (Hebe Duarte) y su beba, a destino. El realizador Pablo Giorgelli entrega una película minimalista, construída con escasos diálogos, cruces de miradas y miles de kilómetros que se convierten en un verdadero desáfío para los protagonistas. El tiene una coraza, hace ocho años que no ve a su hijo y su mejor amigo es el camión en el que transporta troncos de acacias. Ella, con su hija a cuestas, es una mujer sola que busca nuevas oportunidades en la ciudad. Tensa y distante al comienzo, la travesía se verá enriquecida por detalles que harán que los tres se vayan encontrando en un mundo tan pequeño como prometedor. ¿Cómo hacer para que un relato de estas características interese al público?. La respuesta es sencilla: a veces menos es más. El realizador plasma en bellas imagenes la soledad, el dolor y la pérdida en la boca de personajes que ansían formar una familia. Cuando se cae el cascarón, las emociones y los sentimientos largamente postergados empiezan a girar como las ruedas del inmenso transporte. Y a gran velocidad.
El Secreto de sus Ojos Es cierto, festival por donde pasa, festival donde triunfa. La cuestión es que a simple vista, o con una primera mirada, mejor dicho, es difícil entender como una historia tan minimalista o cotidiana, despierta tanto interés y aprehensión...
Historia mínima de alcance universal Tres películas locales han sido disputadas este año por los principales festivales: Las Acacias, Abrir puertas y ventanas y El premio (esta última no es una producción argentina, aunque la directora, la historia, los personajes, los actores y las locaciones lo son). Todas ellas pudieron verse en la reciente edición de Mar del Plata. Las Acacias se estrena aquí después de haber cosechado premios en Cannes (Cámara de Oro), San Sebastián, Biarritz, Lima, Londres y siguen los éxitos. Las Acacias es una película pequeña pero de logros enormes, una historia simple que aborda temas universales. Un hombre debe trasladar en su camión un cargamento de troncos de acacias desde Paraguay hasta Buenos Aires. El hombre es un solitario, como suelen serlo los de su oficio y tiene su vida organizada a bordo de su vehículo-vivienda. Pero, esta vez, quien lo ha contratado le agrega un extra: una pasajera que además trae una beba consigo. Así comienza esta road movie que, como todas las de su género, resulta un viaje iniciático para esas tres personas. Con escasos diálogos, y en base a miradas, gestos y actos por demás elocuentes, estamos ante una película de climas. Al principio callado, hosco, Rubén (Germán de Silva) no oculta su desagrado, su incomodidad ante esas dos intrusas que han invadido su cabina. Jacinta (Hebe Duarte) lo percibe, y respeta sus silencios, que hace propios, y casi no sostienen diálogo en la primera media hora del film. Recién entonces él le preguntará sus nombres. Será Anahí, la bebita, con su sonrisa encantadora, su mirada expresiva, sus actitudes de simpatía hacia Rubén, quien ayudará a ablandar de a poco la dura coraza del hombre quien, es evidente, vive un vacío emocional y afectivo. Así, va estableciéndose entre los tres un vínculo que al principio parecía impensable. Poco se contarán los protagonistas acerca de su pasado, de sus familias. No hay confidencias, tampoco explicaciones. Y no hacen falta. Sin música ilustrativa, el sonido ocupa una importancia relevante: el llanto de la beba, los ruidos de la ruta, los del propio camión, los silencios, componen una banda sonora pletórica de significados. Es además un film respetuoso de los tiempos, en el que jamás decae la tensión narrativa, y nunca se cae en los lugares comunes. En esta película donde el lenguaje corporal cobra una importancia radical, basta comparar dos momentos similares: cuando Rubén recibe a madre e hija al pie de su camión por primera vez, y cuando, después de una noche y una escala técnica, vuelve a esperarlas junto al vehículo para continuar viaje. Todo su cuerpo expresa la transformación que se ha producido. Rodada en su mayor medida dentro de la cabina, desde una y otra ventanilla hacia el interior, alternando con el enfoque del espejo retrovisor, la película recuerda a las de Abbas Kiarostami, otro director de seres itinerantes, cuyos films también transcurren en gran parte dentro de los vehículos, y también abordan temas universales desde pequeñas historias particulares. Giorgelli ha evidenciado en varias entrevistas la importancia que para él conlleva el tema de la paternidad. Las Acacias, con su sensibilidad, habla de los lazos afectivos, de la solidaridad, de la necesidad de amar, sin otros recursos que una dirección inteligente y dos actores estupendos, nada menos. Y, por supuesto, con las horas que habrá necesitado el equipo de dirección hasta obtener los gestos adecuados de esa niña excepcional.
“Las Acacias” es un film de un estilo amable, una narración suave y una consecución fresca pero algo almibarada. Se trata de un film que cuenta la historia de Rubén, conductor de un gran camión que transporta madera de Paraguay a Buenos Aires, y que, como favor a su jefe, accede a llevar a la capital argentina a Jacinta y su hija de cinco meses, Anahí. Ahí van los tres toda la película en un mismo escenario – el camión -, comunicándose a través de gestos mínimos, con las pequeñas variaciones que dejan ver los sentimientos de dos desconocidos que deben compartir un espacio a lo largo de tantas horas. Una historia llana, a veces hasta previsible, contada de manera técnicamente sencilla, logra momentos intensos, afables y en ocasiones, simpáticos. En la economía de recursos y en las limitaciones de una pretendida “gran historia”, radica el encanto de “Las Acacias”, aún en algunos tropiezos en la continuidad del guión o en la coherencia dramática de sus personajes. ¿Cómo hacer para que un film con tres personajes subidos a un camión, mantengan el interés del espectador? Con la empatía que logran los actores entre sí y la descollante presencia de la bebé, quién lleva magistralmente el hilo conflictivo de las relaciones y logra escenas atrapantes que consiguen mantener la atención en toda la película. La conexión de los personajes, permite la resonancia de los pequeños gestos. Ella con un rostro franco y natural, él con una hosquedad que irá cediendo paso a otras sensaciones. El final, un poco lavado, quizá sea el punto más flaco de la película, haciendo obvio lo que antes era sutil, explicitando lo que se había construido más subrepticiamente, corriéndose de esa característica que era la fuerza del relato. Pablo Giorgelli debuta en el largometraje de ficción, un nuevo ejemplo de cine materialmente minúsculo y poco hablado; una historia mínima que requiere del impulso de los premios en festivales para sobrevivir. Y lo tuvo, empezando por un importante galardón de la crítica en Cannes. Publicado en Leedor el 21-11-2011
Una historia con mayúsculas La ópera prima de Pablo Giorgelli, Las acacias (2011), ganadora de la Cámara de Oro en el último Festival de Cannes y premiada en San Sebastián, Londres, Biarritz y Bratislava, entre otros, presenta en su comienzo un conflicto menor que va progresando a medida que los minutos transcurren, para convertir una historia mínima en una lección del más puro cine. El leit motiv de Las acacias es un viaje, por lo que su estructura es de una road movie. Pero ese viaje es mucho más profundo que lo implica trasladarse de un sitio hacia otro. Rubén es un camionero argentino que debe trasladar madera de Paraguay hacia Argentina. Su jefe le pide que a la vuelta lleve a una mujer. Rubén es hosco, casi reacio a cualquier relación con otro ser humano. Tal vez no producto de su naturaleza pero sí del acostumbramiento provocado por la soledad. Jacinta, la mujer que debe traer a su regreso, es una migrante que viene a Argentina en busca de un trabajo y a reencontrarse con parte de su familia. Pero Jacinta no viene sola, para sorpresa de Rubén traerá a su hija. Anahí es una beba de apenas meses que pese al rechazo inicial de Rubén será determinante en el futuro de ambos y, claro está, de la historia propiamente dicha. Las acacias es un film de riesgo. Sólo tres personajes, uno apenas un bebé, encerrados en la cabina de camión durante casi 80 minutos. Dicho así puede sonar a ese tipo de cine en el que la historia está ausente, un film minimalista, contemplativo, en donde una cámara retrata de manera fotográfica la nada misma. Pero Las acacias no es eso sino todo lo contrario. Pablo Giorgelli, junto a su coguionista Salvador Roselli, cuenta una historia. Una historia sobre dos personas desconocidas entre sí que irán creando lazos y modificando, gracias a la casualidad o causalidad, un destino que parecía inmodificable. Si al comienzo ambos personajes parecieran no inmutarse ante el encuentro y hasta generar cierta incomodidad la sola presencia del otro, esto será esencial a medida que la trama avance, utilizándolo para generar climas y crear suspenso. Al ser una película de personajes las actuaciones son relevantes en el desarrollo del conflicto. Tres personajes expuestos en toda su vulnerabilidad. Tanto Germán de Silva como Hebe Duarte logran desde la naturalidad lo que muchas veces el cine necesita: frescura. Más allá de los parlamentos será en los silencios donde sus personajes alcancen el clímax. Miradas, movimientos, un simple pestañear serán mucho más significativos que cualquier palabra. Un hallazgo es sin duda el de Nayra Calle Mamani, la beba que merece sin dudarlo el premio a la revelación del año. Hacía tiempo que el cine argentino no nos sorprendía tan gratamente, y mucho menos con una ópera prima. Las acacias se convirtió en el film argentino más premiado del año y ahora se entiende el porqué. Nunca el cine contó con tan poco una historia tan grande. Sin duda la película del año que se va (y del que vendrá). Excelente!!!
"Una vez leí que, aunque no lo sepa, siempre se escribe para alguien. Alguien sentado en la tercera fila de la sala. Esta película entonces, está dedicada a mi familia y a mi padre especialmente, fue con él que empecé a enamorarme de las películas" Estas palabras pertenecen al director Pablo Giorgelli y se encuentran en el dossier de prensa de su película Las Acacias, y quién haya disfrutado de esos 85 minutos se dará cuenta que es un film familiar que se va constituyendo como tal durante los 1.500 km de viaje y genera tanta cercanía y cariño con los tres solitarios personajes que uno trasciende la tercera fila para viajar con ellos desde Asunción a Buenos Aires. Rubén es un camionero que transporta troncos de acacias y antes de cruzar la frontera de Asunción-Argentina se encuentra con Jacinta y su hija Anahí, una beba de 5 meses, para llevarlas de viaje a nuestro país. El viaje constituye la película. Los gestos hacen a la película. Las miradas, las sonrisas, los llantos y los silencios es la película. Giorgelli no necesita, prácticamente, de las palabras para saber lo que sienten los personajes, sus angustias o sus tristezas. Rubén, un hombre de pocas palabras, está acostumbrado a viajar solo y eso queda claro cuando lo vemos cebarse solo unos mates mientras maneja. Rubén es un tipo simple, un solitario del camino. En tanto, Jacinta una muchacha tímida, lleva día y noche a Anahí en brazos, a sus pertenencias en varios bolsos y a la ansiedad sutil por llegar a destino. Notablemente hay que destacar el trabajo actoral, revelación porque no, de la pequeña Anahí. La beba emitiendo solamente sollozos, sonrisas y hasta durmiendo es el elemento que une a estos dos personajes. El permitir cuidarla para descansar un poco los brazos y en ese acto ejercer la paternidad robada por la distancia y las ausencias. Las Acacias no posee planos complicados, no los necesita porque el guión no da el lugar tampoco. Generalmente vemos a ellos tres de perfil, sentados en el camión haciendo el camino y convirtiendo ese ambiente en su futuro hogar.
TRES EN LA CARRETERA Ganadora de la Cámara de Oro en el último festival de Cannes, Las acacias es un film minimalista y ascético. Estas características formales no le impiden ser también un film lleno de enorme emoción y gran ternura. Las acacias es una película cuya estructura es absolutamente convencional, sus temas son de género –road movie, por mencionar uno- y sus códigos pertenecen en muchos aspectos al cine más comercial. Sin embargo, la película es un prodigio de minimalismo y ascetismo bien entendidos. Con muy pocos personajes –esencialmente tres- y con escasas líneas de diálogo en la primera parte del relato, los temas de la película se expresan con absoluta claridad y una profunda ternura. Las acacias es una de esas películas en las cuales si el espectador se queda afuera del relato o se aburre, no es para nada culpa de la película sino del espectador. La historia es sencilla y el planteo es tan básico como atractivo. Un camionero, Rubén, recibe el encargo de su jefe de llevar a una mujer paraguaya desde Asunción hasta Buenos Aires. Cuando llega el momento del encuentro, el camionero descubre que la mujer, Jacinta, viene con un bebé, Anahí. Hombre de pocas palabras, Rubén acepta en silencio y con extrema dureza la situación. Lo que sigue es el largo camino de los tres y el proceso que provocará profundos cambios en la mirada que cada uno tiene del otro. Como toda road movie que se precie, Las acacias no sólo cuenta un desplazamiento en el espacio –en este caso Asunción-Buenos Aires- sino también un recorrido interior. Ese recorrido está en los ojos de los personajes, en particular en los de Rubén, quien debe hacer el camino interior más largo y modificar la forma en la que se comporta con respecto a Jacinta. Y como todo film minimalista logrado, Las acacias describe el mundo a partir de los detalles. Y no hay que caer en la trampa conformista de decir que en la película no pasa nada, porque pasa de todo. Porque el mundo se muestra frente a nuestros ojos y sólo hay que saber mirar. Y no sólo con los ojos del corazón, porque si bien estos deberían ser una buena guía, no hay que ser tan voluntarista. Hay que observar con la mirada atenta e inteligente de un espectador capaz de darse cuenta de que las palabras más importantes pocas veces se dicen en la vida real, y hay que adivinarlas en los infinitos gestos de las personas. El director Pablo Giorgelli no mira a los personajes desde la butaca director, sino con la mirada humanista que a un buen realizador le permite entender en serio a los personajes. Tampoco pone en sus labios frases de guión, sino genuinas expresiones de personas movilizadas por un sentimiento, pero limitadas por su pudor y su timidez. Un regalo extra es el personaje del bebé, cuya mirada abre el corazón de cualquiera sin que de esto abuse el director o la cámara. Qué un cine tan inteligente y sofisticado –hay hallazgos de puesta en escena que merecerían un artículo aparte- no renuncie a la emoción y la ternura es una gran noticia. Que esto último no le impida ganar en el festival de Cannes uno de los premios más importantes, es también motivo de alegría. Y finalmente, que los sentimientos de las personas no sean explotados de forma vulgar y falsa como lamentablemente solemos ver en el cine más comercial, es lo que termina de exponer los méritos de Las acacias. Una película que a pesar de ser minimalista, es uno de los estrenos más grandes del año.
Una particular road movie que apela más a la cámara que a la acción La película arranca en un aserradero ubicado en Paraguay: un árbol gigante cae bajo los efectos implacables de una motosierra. Luego, vemos que desde allí sale un viejo Scania cargado de troncos rumbo a la frontera con la Argentina. Al volante aparece Rubén (notable trabajo de ese gran actor hasta ahora no del todo reconocido que es Germán de Silva), un curtido camionero con 30 años de experiencia al que su jefe le hace un extraño encargo: llevar a Jacinta (la convincente actriz no profesional Hebe Duarte), una mujer paraguaya (y madre soltera de una beba de cinco meses) hasta Buenos Aires, donde ella planea quedarse con unos familiares y buscar trabajo. Lo que sigue es una road movie de 1500 kilómetros narrada en su mayor parte desde la cabina del camión; es decir, una historia de cámara sin los grandes "eventos" y peripecias que suelen surgir en las películas de camino. En primera instancia, todo es silencio y resquemor. Giorgelli trabaja la incomodidad de ambos con pequeños gestos y miradas (al principio, como a los personajes, a la película le cuesta un poco arrancar y generar la complicidad del espectador). El, un típico solitario, es huraño e individualista, pero -poco a poco- con un trabajo bastante sutil por parte del director, ambos seres empezarán a tener alguna que otra actitud noble y se irán abriendo hacia el otro. No conviene adelantar nada más de la trama. Sólo que Giorgelli hace gala de una gran sensibilidad y de una convicción para la puesta en escena, para los climas intimistas y para la dirección de actores, que son infrecuentes en un director debutante (aunque en su caso tiene larga experiencia en la industria cinematográfica local). Las A cacias es un largometraje riguroso, noble y entrañable a la vez, una historia narrada con pudor, pero de una profunda ternura hacia sus protagonistas. Es una película chiquita en esencia, pero que demandó un enorme esfuerzo de producción (filmar desde, hacia y dentro de un camión, cortar rutas, trabajar con una no actriz y con una beba, etc.). Para destacar también los trabajos -llenos de matices- del fotógrafo Diego Poleri y del sonidista Martín Litmanovich. Giorgelli llega, recién a los 44 años, a su ópera prima. La recompensa -merecida- ha sido una catarata de premios en festivales de primer nivel, como los de Cannes, San Sebastián y Londres. Como dice el dicho, tanto para sus personajes como para él, "nunca es tarde?".
Momentos mínimos La gran apuesta de toda historia minimalista es intentar atrapar al espectador con los pocos elementos con los que cuenta. Por supuesto, trabajar con poco implica elaborar los matices y los detalles, pero si uno se quedó afuera de entrada, no va a encontrar muchas puertas nuevas por donde acceder a la película. Las acacias apuesta por lo poco: tres personajes, un camión, la ruta. Un camionero que viaja de Asunción a Buenos Aires y que se ve obligado a llevar consigo (casi pareciera que contra su voluntad) a una joven mujer paraguaya que quiere emigrar con su hija bebé. El origen de la incomodidad del camionero parecería ser esa bebé de cachetes grandes y ojos hermosos. Esa bebé es la que se come la película. Encerrada casi totalmente dentro de la cabina del camión (con ocasionales paradas al costado de la ruta), la cámara de Las acacias se dedica a explorar sus personajes a partir de los detalles mínimos, de los gestos. Hay muy pocas palabras en Las acacias, pero sobran pequeñas situaciones (la bebé que llora y se termina entreteniendo con la tapa del termo, un asado entre camiones, una botella de agua, un pañal sucio). Las acacias tampoco se detiene en la contemplación del paisaje: más allá de la primera secuencia en la selva, cuando se ve algo de paisaje es a través de las ventanas del camión, casi al pasar. El paseo por el interior de una cabina está bien armado, es prolijo, austero. Como dijimos, entre estos dos deconocidos hay muy pocas palabras. Las cosas se dicen sin palabras en Las acacias, y esa parquedad le hace bien. El problema es lo se dice en Las acacias, aunque sin palabras. Hay un fondo almibarado y de relato políticamente correcto que, aunque no llega a articularse, enchastra cada plano de esta película. Ejemplo: el primer encuentro entre el camionero y sus pasajeras. Se saludan junto a una ruta, se reconocen por sus nombres. El camionero dice que él no sabía nada de que hubiera una bebé. Ella le dice que había avisado que iba a viajar con su hija. Él le pide los papeles, ella se los muestra. Entonces, el hombre se da vuelta sin decir nada, sin gestos, se sube al camión y cuando uno cree que está a punto de irse solo, abre la puerta del acompañante para invitarla a subir. Pero no la ayuda a subir sus bolsos ni a su hija. El personaje está definido: este es un hombre rudo, solitario, parco, pero de fondo tierno. El relato ya está trazado: el hombre hosco aprenderá de humanidad y sentimientos al lado de esta mujer y su bebé. Todo lo que viene después es una repetición gradual de esta misma idea: parece que se va a ir pero abre la puerta. El camino lleva inevitablemente a un único punto: ese primer plano con el que cierra la película. Junto con la historia del "ablandamiento" del corazón del camionero corre la del despertar de la conciencia social: esta chica tiene que dejar todo atrás para buscar una vida mejor. No hay tensiones, rebeldía o cuestionamientos, solo la tierna sensación de sentir que uno comprende el dolor de estas pobres personas que la pasan peor que nosotros. El mayor arte de Las acacias está en la naturalidad que transmite esa bebé: sus reacciones son joviales, hermosas y significativas. Eso no se logra fácilmente. Pero posiblemente esa acción/reacción tan claras, ese relato tan lineal sean los que más perjudican a esta película de sentimentalismo fácil aunque parco. Esa combinación no es común en el cine, pero no por eso es interesante.
“Las acacias”, con emociones genuinas Tras un buen recorrido por festivales, desde Cannes hasta Kaulnas, allá en Lituania, ganándose tanto la Camera dOr de los exquisitos como el Rail dOr del personal ferroviario francés y el premio de la Asociación Peruana de Comunicadores Católicos, llega a nuestras carteleras esta sencilla película de un debutante cuarentón. Puede pasar inadvertida, lo que sería una lástima. Pero también puede crear demasiadas expectativas, lo que luego causaría en cierto público una decepción. Tan pequeña y frágil es. ¿Pero de qué trata? ¿Y por qué ha gustado tanto, en tantos lugares distintos, una película chiquita, que ni música tiene, ni gran elenco? Un camionero solitario, callado, lleva habitualmente una carga de acacias, árbol duro y espinoso, desde los suburbios de Asunción hasta las afueras de Buenos Aires. En este viaje, a pedido de su patrón, también debe llevar una señora que va a casa de sus parientes. La señora también es medio callada. Y lleva a su hijita de meses. Eso es todo, y más o menos cualquiera puede imaginarse cómo termina. Pero hay algo más. Seguramente el lector ya ha visto muchas historias de gente que va aflojando su coraza, o perdiendo sus espinas, a lo largo de un viaje, sea en aventuras como «La reina africana» o relatos de amistad como «Espantapájaros», pero en esas y otras historias similares siempre vemos a unos artistas conocidos interpretando a tales o cuales personajes. Aquí realmente los intérpretes nos parecen gente de veras, un camionero de veras y una simple mujer del interior, y nos asombra saber que son actores. Ella, Hebe Duarte, debutante. El, Germán de Silva, hasta hoy una figura de reparto. Nayra Calle Mamani, de cinco meses al momento del rodaje, completa el elenco, sin saberlo, y llena la pantalla en más de una ocasión. Ellos, de a poquito, se nos van entrando en el alma, y logran que nos interese y nos cause cierta ternura la vida de esas tres personas. Otros méritos corresponden, lógicamente, al realizador, Pablo Giorgelli, que hizo una historia tan verosímil, sensible, y sin exageraciones, que le creemos todo, y que además supo elegir a los intérpretes adecuados, dirigirlos, y elegir luego las tomas mejor indicadas para que se fuera marcando como naturamente la evolución de cada personaje. Aplausos también para su esposa, la montajista María Astraukas (editaron en su propia casa, de a poquito), el coguionista Salvador Roselli (que también supo participar en «El perro» junto a Carlos Sorin), el director de fotografía Diego Poleri, y, esto hay que confesarlo, la directora de arte Yamila Fontán, que hizo armar una falsa cabina de camión para algunas partes. No todo es real, ni en la película más realista.
Será lo que deba ser Multipremiada en todo el mundo, la película nacional emociona por y desde su sencillez. Dentro del vastísimo panorama que ofrece hoy en día el cine nacional, con tantas películas estrenándose y de distinto género, Las acacias puede ser un punto de partida. Porque la película de Pablo Giorgelli combina, sin proponérselo, claro está, un mix entre lo que se viene debatiendo como cine minimalista, sutil, e independiente, y otro con un fuerte apego a la emoción, rasgo este último que suele asociarse más al mal llamado cine industrial o comercial. ¿Qué sucede? Que Las acacias se estructura con pocos personajes (tres, contando entre ellos a una beba de meses), un ámbito casi único (la cabina del camión en el que viajan) y más miradas que diálogos. Pero que también, y con esos elementos, logra emocionar cuando el metraje va arribando a su desenlace. La historia, o la excusa para que Giorgelli se aboque a la presentación de Rubén y Jacinta, es un viaje. Rubén es chofer de un camión, y su cliente le pide que, además de transportar troncos de acacias desde Asunción hasta Buenos Aires, lleve a Jacinta y a Anahí, la beba. Algunos dirán que Las acacias es una road movie. Pero en ellas los personajes llegan al final siendo otros, habiendo crecido en el transcurso del viaje. Parten de una manera y arriban de otra. Aquí, no. Rubén y Jacinta son los mismos -la esencia no cambia-, lo que sucede es que se abren, mostrando todo aquello que por un buen rato fueron retaceándose uno al otro, en uno de los acertados manejos del guión de Giorgelli. Si ambos son solitarios y están atravesando etapas difíciles, con fracasos sobre sus espaldas, la cámara estará allí, acompañando, escudriñándolos, pero no interrogándolos. Es tanto lo que nos dicen Rubén y Jacinta con sus miradas que los sentimientos nos llegan sin que se necesite que los personajes lo verbalicen. Si a veces menos es más, Las acacias hace de ese axioma su razón de ser. Premiada en cuanto festival fue invitada (Cámara de oro en Cannes, más otros galardones en Londres, San Sebastián y Biarritz, entre tantos otros), la película tiene algunos simbolismos primarios -el encierro en el que están los personajes en la cabina del camión, y la infinidad del paisaje que recorren-. No hay subrayados innecesarios, palabrerío superfluo. El filme emociona por y desde su sencillez. Germán de Silva tiene en los surcos de su rostro todo lo que Rubén va cargando. Hebe Duarte cautiva desde su sonrisa. Y qué decir de la pequeña Nayra Calle Mamani, retratada en cada gesto con la misma honestidad con la que Giorgelli nos cuenta esta historia de amor -tal vez- no cumplida, pero llena de afecto sincero, narrado con sensibilidad extrema.
La austeridad de los afectos La opera prima del director Pablo Giorgelli viene precedida de varios premios internacionales y ahora se estrena en la Argentina. Esta suerte de road movie llena de pequeños detalles se ubica entre lo mejor del año. Cámara de Oro en Cannes, premio Horizonte en San Sebastián y mejor largometraje en Biarritz son sólo algunos de los galardones que preceden el estreno en la Argentina de Las acacias, una película que en su compleja simplicidad constituye toda una experiencia cinematográfica para cualquier espectador. El relato comienza con el plano de un bosque y el sonido de una sierra eléctrica haciendo lo suyo, mientras Rubén (Germán da Silva) espera para transportar la carga hasta Buenos Aires, adonde llegará siendo otro, o mejor, el mismo pero sin el lastre de décadas de áspera soledad. Porque a poco de iniciar el viaje, el protagonista recibe a Jacinta (Hebe Duarte) y a Anahí (Nayra Calle Mamani), su beba de apenas ocho meses, a las que va a tener que llevar en su viejo camión Scannia por encargo de su jefe. Y van a pasar varios minutos para que se conozca el nombre de las pasajeras y muchos más para que el malhumor de Rubén por la molesta compañía se vaya limando, para convertirse en otra cosa que sólo el tiempo dictaminará de qué se trata. La opera prima de Pablo Giorgelli va construyendo su narración lenta pero vigorosamente, en una road movie llena de pequeños detalles, donde la actitud de los cuerpos dentro de la cabina del camión va aflojándose trabajosamente a medida que se descuentan los kilómetros que faltan para llegar al destino, en un entramado que contiene pocas palabras, muchos gestos, unos pocos tips de información previa de los personajes, sobreentendidos decisivos y los lazos que trabajosamente se van edificando, en ese universo reducido que apenas se abre en estaciones de servicio y parrillas al costado de la ruta. La referencia inevitable es la obra de Abas Kiarostami, pero también el cine de Lisandro Alonso, en una puesta meticulosa y pensada en cada detalle y que sin embargo (y por eso mismo), deja lugar para los afectos, empezando por la extraordinaria nena, a la que se adivinan incontables horas a las ordenes de un paciente Giorgelli, y los adultos, dos potencias actorales a los que se les cree todo: ella como madre soltera buscando otro futuro, él con demasiadas horas en el camión y con el dolor de una paternidad trunca en algún rincón de su historia. Paradójicamente la austeridad narrativa -que se desarrolla casi en su totalidad en la cabina de un vehículo y que prescinde hasta de la música-, llega a una voluptuosidad de registros que conmueve en cada instante del relato, convirtiendo a Las acacias en una de las películas esenciales del cine argentino de los últimos años
Largo viaje hacia uno mismo Película inteligente, necesaria, de una lúcida herencia latinoamericana, es la que propone el muy premiado Pablo Giorgelli, junto a sus tres excelentes actores: Germán de Silva, Hebe Duarte y la pequeña Nayra Calle Mamani. Minimalista, austera y de una intensa emocionalidad es el filme de Pablo Giorgelli, en el que describe el viaje de Asunción-Paraguay a Buenos Aires, de un camionero y una madre soltera con un bebé. "Las acacias" es una road-movie en la que las palabras no es lo esencial. Lo poco que un personaje le dice a otro es suficiente, para aclararle al espectador algo de esos protagonistas. Lo demás es imagen pura, primeros planos, planos cortos, la mayoría realizados dentro de la cabina de un camión que transporta troncos de acacias a Buenos Aires. El guión del mismo director y Salvador Roselli, parte de Asunción, Paraguay y sigue el trayecto de los dos protagonistas y la bebé. La ruta, las miradas, los gestos que expresan hastío, sueño, indiferencia, molestia ante la inevitable presencia de un desconocido, son parte del contenido de la historia. LA IMAGEN CUENTA Giorgelli y Roselli entendieron lo que pocos, que en cine es la imagen la que cuenta más que las muchas palabras inútiles que a veces se dicen, mientras los actores permanecen indiferentes. En "Las acacias" son los cuerpos de los actores los que "hablan", los que expresan sutilmente sus emociones, su incomodidad o su necesidad del otro, ante la soledad que los invade individualmente. Lo que cuenta el filme es una incipiente y posible historia de amor y cómo una bebé, con su silenciosa e infantil mirada, logra hacer que desaparezcan los gestos huraños, parcos de ese hombre acostumbrado a vivir en las rutas. El final es revelador y le transmite al espectador la necesidad de que esa historia continúe, quizás en otra película, para saber cómo puede seguir ese encuentro inesperado entre Rubén, Jacinta, la joven paraguaya y la pequeña Anahí, de expresivos ojos oscuros. Película inteligente, necesaria, de una lúcida herencia latinoamericana, es la que propone el muy premiado Pablo Giorgelli, junto a sus tres excelentes actores: Germán de Silva, Hebe Duarte y la pequeña Nayra Calle Mamani.
Entré a ver “Las Acacias” con mucha expectativa. Los premios obtenidos en Cannes (Cámara de Oro!), Biarritz, Londres, etc, presagiaban que llegaba el último estreno importante del año. Mis colegas hablan aún de esperar “El premio”, de Paula Marcovitch, para terminar de definir cuál será la película argentina del año (aunque sospecho que esta última ya queda para 2012). Ustedes, que nos siguen, saben que mi podio está conformado por: “De Caravana” (de Córdoba con amor), “El estudiante” y “Un amor”. Las tres, por diferentes razones que se han desarrollado en cada crítica, se han destacado claramente por sobre el resto de la producción local. Lo mismo sucede con esta Opera Prima de Pablo Giorgelli, un nombre que a la luz de los resultados, hay que seguir con suma atención y esto lo digo sin mirar su vidriera de logros. Mi primera impresión con “Las Acacias” era que era una cinta “festivalera”. Traducido a lenguaje corriente, ese tipo de películas que sólo le gustan a los críticos y que exploran lenguajes y puestas poco convencionales. Producciones que se instalan como íconos indiscutidos para cierta elite periodística y que terminan lejos del gran público. Los silencios que se dan en los primeros diez minutos de proyección me dieron esa errada impresión. Afortunadamente, lejos se encuentra Giorgelli de alinearse bajo esas ideas. Lo que al inicio descoloca e intriga al espectador (cómo se viaja 1500 km por vía terrestre casi sin hablarse con el acompañante, básicamente) luego se vuelve natural, crece, cobra vida propia y termina ganándose a cada corazón en la butaca. “Las Acacias” es una historia simple, directa, de gente humilde y luminosa que busca su destino. Dos seres (o tres, para ser exactos), a quienes la casualidad los convoca a un viaje, que empieza de manera hostil y que va modificando su desarrollo a medida que ellos se vinculan casi imperceptiblemente. Pocas veces ví un guión tan austero en palabras y tan rico en gestos y lenguaje corporal. La historia es la de un viaje. Un camionero silencioso, reservado y recio, Rubén (Germán Da Silva), recibe la orden de su patrón de llevar en su vehículo a una mujer, Jacinta (Hebe Duarte), de Asunción a Buenos Aires. Cuando ámbos se encuentran para emprenderlo, el conductor se sorprende al saber que su pasajera no viene sola, es madre soltera y lleva consigo a su bebé de 5 meses, Anahí. Los tres entonces iniciarán una relación de compañeros de trayecto que irá ofreciendo sutiles sorpresas a lo largo del recorrido hasta cerrar en un auténtico deleite visual y emotivo para los espectadores. El director (quien escribió el libreto junto a Salvador Roselli), compone en planos cortos, mueve su cámara con maestría y capta escenas de una inusitada belleza (en las que se luce la bebé Nayra Calle Mamani). Nada de esto se produce por azar. Se nota en “Las Acacias”, un gran trabajo a la hora de pensar cada cuadro y concretar su física (es notable la minuciosidad con la que cada parada se construye a lo largo del camino, por ejemplo), de manera que a pesar de que el film coquetea con el naturalismo corriente en el cine nacional, logra escaparse de esa etiqueta y tomar sólo lo que necesita para contar la historia… Sin caer en el sopor peligroso que siempre amenaza esta visión de cine. Ese es uno de sus grandes méritos, encuadra su historia con parquedad y silencio, pero nunca pierde el norte de lo que desea contar: un relato sobre paternidad, familia, soledad… y de cómo lo duro e impenetrable deja entrar la luz...la acción del destino como ariete que punza el cambio. Salí de la sala y me resonaban muchos símbolos que se juegan en la película, tantos… Que decidí volverla a ver pronto, desprendido de la sorpresa que me provocó y abierto a decodificar el universo que Pablo Giorgelli nos regala en esta cátedra de cine. “Las Acacias” es de esas películas que no todos eligen ver, pero que deberían hacerlo sin dudar. DC Argentina se jugó con su estreno en varias salas importantes y habrá que ver cómo responde el público a la convocatoria. Como dije al terminar la proyección, una película acorde a sus pergaminos, que no deberían perderse de ninguna manera.
Todo comienza en un campo de desmonte paraguayo, donde varios árboles son talados para transportar su madera a Argentina. Rubén, el camionero hosco encargado de cubrir la ruta Asunción-Buenos Aires, deberá hacer una pequeña excepción a sus viajes habituales. En esta oportunidad, a pedido de su jefe, aprovechará a llevar consigo a Jacinta, una madre soltera que junto a su pequeña bebé Anahí, necesita llegar al conurbano bonaerense para instalarse con su familia. Ninguno está demasiado interesado en la vida del otro, pero los miles de kilómetros que recorrerán harán que la primera impresión cambie y que cuando lleguen a destino, el viaje recién comience. El multipremiado director Pablo Giorgelli, que acaba de regresar al país luego de cincuenta días de recorrer festivales internacionales acompañando a esta cinta, se toma su tiempo para presentar la historia e introducir a los personajes. Es esa misma quietud y tranquilidad de aquellos pueblos del interior por donde se desenvuelve la trama lo que puede atentar contra un espectador ávido de mayor acción. Giorgelli bien podría ser de la escuela de Carlos Sorin y sus historias mínimas: hay pocas palabras pero abundan los silencios y las miradas, aquellas que comunican más de lo que se puede expresar oralmente. Repleta de pequeñísimos detalles que dan carnadura a los personajes, el haber hallado un bebé tan simpático y gestual fue un logro excepcional.
Otra historia mínima... y van? La película de Pablo Giorgelli es noble por cuanto apuesta a un modelo narrativo simple, con personajes creíbles, con momentos que viran hacia un realismo casi documental. También es un desafío técnico importante por la cantidad de minutos que transcurren dentro de un camión en marcha para detenerse en la relación casi silenciosa de una joven, su bebita y el hombre que debe llevarlas desde Asunción hasta Buenos Aires (el director ha confesado que tardaron cuatro años en concluir el proyecto). Previo a ello, le debemos un hermoso contrapicado sobre unas acacias. Tal situación parece invitar al género de road movie, sin embargo, la escasez de lugares o paisajes devela que las intenciones pasan por desarrollar con sólo algunas líneas de diálogo la pequeña evolución (¿amorosa?) de los personajes. Esta actitud es un buen contrapunto frente a cierta idea de cine argentino industrial, obsceno en sus declamaciones, pero no logra disimular algunos inconvenientes. En primera instancia, que tanto cálculo estético, basado en los supuestos de la sencillez, sea como una especie de trabajo práctico para circuitos festivaleros como Cannes. En relación a otros antecedentes, en este sentido, no aporta demasiado. Da la impresión de que los franceses continúan premiando el exotismo que les gusta ver, más allá de los méritos artísticos del filme. Sin embargo, a las funciones de Las acacias, durante el último festival de cine de Mar del Plata, concurrió mucha gente, con prolongados aplausos incluidos. Es de esperarse que el gesto del público no sea una pose y que dure el tiempo suficiente para que la película se mantenga en cartelera. No obstante, advierto en ese rasgo de adhesión un cierto mecanismo reparador que, desde lo afectivo, funciona en la historia y representa un esfuerzo del director por captar una sensibilidad a partir de decisiones que toma con respecto al destino de los personajes (se supone que se volverán a encontrar), en la forma que intercala primeros planos (de la beba) y en una espera para el protagonista que valió la pena. Son esos pocos minutos que uno no esperaría encontrar, a fin de que se muestre, en todo caso, la doble cara que tiene toda relación y que basta para pensar un poco más en el carácter ambiguo de lo “real”. Este costado un poco sensiblero (que algunos críticos identifican con “calidez humana”), si se quiere, representa a mi criterio el punto más débil de una propuesta formalmente interesante.
Anexo de crítica: La mayor virtud de esta ópera prima sin lugar a dudas descansa en la puesta en escena y en el hallazgo del reparto que funciona a la perfección para las coordenadas narrativas que atraviesan este mini universo de la cabina de un camión, donde se comparten silencios, soledades y sueños en el trayecto de un viaje introspectivo que no necesita de palabras para bucear en lo más hondo de los sentimientos de sus personajes. El director Pablo Georgelli entrega esta road movie de corte minimalista sin dejarse atrapar por los convencionalismos del paisajismo vacío para dejarse deslumbrar por otro paisaje más hostil y verdadero como el paisaje interior.- Pablo Arahuete (8 puntos)
Un camionero rudo emprende un viaje de 1.500 km con una mujer y su bebé desde el Norte argentino. Es un comienzo mínimo, una premisa simple que se va transformando en una película atractiva donde el espectáculo reside en la manera como tejen relación esos tres personajes. Sin embargo, la simpleza del film -por cierto preciso- tiene algo de falso, de buscado. No se trata de disponer de golpes bajos para conmover al espectador, sino de sugerirlos convocando la simpatía. Por un lado, es admirable la manera como se ha dirigido y producido un film de compleja logística para que parezca espontáneo. Pero por otro se advierten los hilos y la manipulación; de cómo todo está diseñado -absolutamente diseñado- para satisfacer el ansia de emociones. Los mejores momentos de la película aparecen en los primeros minutos, cuando la manipulación no se nota. De todos modos, hay en Pablo Georgelli un cineasta a seguir con curiosidad y expectativa.
¿Qué tiene de diferente esta producción argentina que pasó por los festivales de Asunción, Cannes, Toronto, San Sebastián, Biarritz, India, Corea, Londres, y además ganó 10 premios? Su realizador Pablo Giorgelli acompaña la peli y no se cansa de realizar entrevistas y guardar estatuitas en sus valijas. ¿Por qué será? Muy simple, “Las acacias” es una historia de vida lineal, cotidiana, casi aburrida, con silencios y, por sobre todas las cosas, con muchas sutilezas e imágenes que nos llevan a la reflexión de lo que en realidad son las relaciones humanas. Rubén es un camionero solitario que hace varias décadas recorre las rutas del país, entre ellas el trayecto Asunción-Buenos Aires. Pero el viaje que está por iniciar, trasladando tronco de acacias en el citado recorrido, será diferente. Esa mañana la partida sufre un atraso en espera de una persona que su patrón le encomendó llevara a la capital argentina. Jacinta llega a la cita una hora más tarde, y viene con alguien, su hija de ocho meses (Anahí). Para Rubén no es el mejor comienzo. Con el correr de los kilómetros la relación entre Rubén, Jacinta y Anahí crecerá. Lentamente, cada uno irá intuyendo al otro. Ninguno cuenta demasiado sobre su vida. Ninguno tampoco pregunta demasiado. Es un viaje de pocas palabras, pero no silencioso. Cuando están por llegar a destino, ambos tienen el mismo deseo: que el viaje no termine. Germán De Silvia compone a Rubén, ese camionero (no tan rústico) que se va encariñando con la inusual pasajera, encarnada por la actriz paraguaya no profesional Hebe Duarte, quien viene con su beba viaja al encuentro de un empleo que le encontró una prima en Buenos Aires. Rubén siente que como consecuencia de este viaje algo puede cambiar su vida para siempre... o no... Esa es la cuestión a revelar. Obra cálida, con buena dirección de actores, que más allá de una serie de observaciones a ser formuladas, tanto en lo narrativo como en lo técnico, deja un saldo prometedor para la carrera de Pablo Girgelli.
La acacia es un árbol frondoso que abunda en Paraguay y en la zona mesopotámica argentina. Rubén es un camionero rutinario, parco y acorazado emocionalmente, que sólo traslada troncos de esta especie arbórea que ocupan todo su acoplado, salvo en esta ocasión, que recibirá de su patrón el encargo de agregar el peso extra de una mujer desconocida, no sólo cargada de bolsos sino además de una bebita que no estaba en los planes de nadie. Ese largo trayecto desde Asunción del Paraguay hasta Buenos Aires proporcionará cambios profundos en estos dos personajes, a los que habría que agregar a Anahí (Nayra Calle Mamani), la beba que transitará asimismo por una serie de nuevas percepciones. Pocas veces una criatura de cinco meses ha logrado hacer tantos aportes expresivos dentro de una trama fílmica. Pablo Giorgelli en su debut cinematográfico diseña una breve pero magistral pieza de cine. Con una capacidad narrativa impecable, el director apela a elementos documentales para alcanzar una verosimilitud extraordinaria, con breves y ajustados diálogos, climas, miradas y gestos que lo dicen todo. Una última porción plena de sutiles y taciturnos –el film carece de apunte musical alguno- toques emotivos redondea una obra excepcional, en la que Germán de Silva y Hebe Duarte parecen actuar sin tener conciencia de las cámaras que los rodearon.
Una melodía para los ojos. Calificación: 4/5 Las Acacias es un filme simple pero intenso. El trabajo de Pablo Giorgelli es una muestra bien lograda de una dirección exigente sin excesos de recursos, con claridad en el objetivo y un guión certero. El elenco es el otro gran elemento que hace de esta cinta una mejor obra, pero vayamos por partes. Rubén (en una excelente actuación de Germán De Silva) es un camionero solitario, tosco, huraño y mañoso que lleva 30 años en la ruta; y que a simple vista se le nota la poca cara de buenos amigos. En sus viajes transporta Acacias desde el Paraguay a Buenos Aires y su jefe, le pide en uno de esos viajes que lleve a Argentina a Jacinta, una joven mujer que va a ir a trabajar a la ciudad . La sorpresa para Rubén al conocer a su acompañante es que no viene sola, sino que la pequeña y adorable Anahí de 5 años e hija de Jacinta será parte del viaje también. Si al inicio del viaje, nos encontramos con las incomodidades típicas de dos personas que no se conocen y deben pasar un tiempo largo juntas, se suman las pocas ganas de Rubén de compartir algo con ellas. Anahí será con sus sonrisas, llantos y momentos de sueño, la generadora de los cambios y de los movimientos que se suceden dentro de esa cabina de camión, como único espacio donde los acontecimientos toman forma. Lo cierto es que Las Acacias, es un filme que en cada kilómetro que recorren juntos los protagonistas más se comienza a trabajar la cercanía entre ellos, la comodidad y los momentos de silencio. Con un mate, una sonrisa, un quiebre de labios, el director logra escenas intimistas, reveladoras y personales. Con premios en Festivales de los más importantes como Cannes, San Sebastián y Londres, el filme de Giorgelli es una gran experiencia cinematográfica, que hay que aprovechar a ver en pantalla grande antes de que no se pueda. Es de las tantas cintas argentinas que se proyectará en pocas salas y que sufren por no tener la distribución merecida. Pero eso, es otro tema. @BelloySublime
Simple, profundo, hermoso y maravilloso film Rubén trabaja como camionero llevando madera. A pedido de su jefe, además de los árboles, llevará en su viaje una mujer desde Asunción de Paraguay hasta Buenos Aires. Lo que no sabía es que junto que Jacinta, tal el nombre de la mujer, irá la hija de esta : una pequeña bebe llamada Anahí. El mundo hosco y huraño de Rubén se verá perturbado por el dúo de acompañantes. Una trama simple, una historia sencilla pero muy profunda a la vez que demuestra que `para hacer un excelente cine solo se necesita una buena idea y talento. Aquí además de un muy buen guión sobra el talento, tanto en la dirección como en las excelentes actuaciones tanto de Germán de Silva como Rubén como el de Hebe Duarte como Jacinta, sin dejar de mencionar el gran trabajo del director con la pequeña Nayra Calle Mamani, haciendo que está bebe de unos meses de vida pareciera una eximia actriz. “Las acacias” es mucho más que una Rood Movie, es una historia llena de ternura, humanidad y belleza. Son 1500 kilómetros de una historia que a fuerza de gestos, emociones y algún que otro dialogo va conformando un clima que va creciendo minuto a minuto hacia un final maravilloso. “Las acacias” demuestra que todos los premios logrados en el exterior son más que merecidos. “Lamentablemente no son muchas las salas en que se podrá apreciar está pequeña joya del cine nacional pero vale la pena ir y darle el apoyo que esta película merece. “Las acacias” no deje de ir a verla y disfrutar del buen cine nacional.
La semana pasada fue otra de las semanas en que se estrenaron dos películas unidas por esos hilos invisibles que hacen que tenga que guardarlas en el mismo cajón de los recuerdos. Una argentina, otra española: Las acacias y La mujer sin piano. Historias de gente normal, trabajadora, con vidas más definidas por sus rutinas laborales que por sus características personales. Ambas transcurren en un tiempo corto (una noche en un caso, un viaje en el otro) en donde los protagonistas viven una aventura de cabotaje, bien sencilla, como ellos mismos. En las dos hay pocas palabras y en los espectadores dejan muchas preguntas. En Las acacias a un camionero le encajan una chica y su bebé como compañeros forzados de un viaje de Asunción a Buenos Aires. Para el tipo que está acostumbrado a travesías solitarias, mateadas silenciosas y sobacos refrescados en baños de estación de servicio (todas rutinas que se muestran oportunamente en forma detallada), esta mini familia a bordo es por lo menos una molestia. Uno sabe que el asunto va a terminar en romance (se ve en cada plano) y ese es el punto más débil de Las acacias (hubiera sido estupendo que no, que cada uno se vaya por su lado, pero eso no ocurre). Pero para mí lo realmente interesante de la película es que es sustractiva en su discurso y en la información que aporta por este medio. El guión no nos proporciona muchos datos de los personajes y en cambio nos plantea muchas preguntas: ¿dónde está el padre de esa bebé? ¿qué le pasó a ese camionero que está solo y le quedó un hijo tan lejos al que nunca ve? ¿Por qué la chica come un sándwich de empanada, en Paraguay es común ese almuerzo? Acertadamente, estas preguntas no tienen respuestas porque no hacen falta, nos deja que las respondamos con lugares comunes, los más obvios de las millones de historias que conocemos porque los protagonistas son gente común. En lugar de distraerse con esas elementalidades, durante la mayoría del metraje, la cámara de Pablo Giorgelli se ocupa en espiar desde la ventanilla al trío que viaja silencioso en la cabina del camión. Para que la historia siga, es necesario estar atento a la transformación de los gestos de los personajes, lo más auténticamente único y particular que tienen para mostrar. Un montaje muy cuidado no nos deja distraernos de esa tarea, todos llegamos a un final cantado recogiendo imágenes, coleccionando situaciones, sin duda lo más rescatable de Las acacias. Del otro lado del océano está la mujer sin piano, otro personaje corriente que reparte el tiempo entre las tribulaciones de ama de casa y un servicio casero de depilación definitiva. Hasta que de repente, se calza una peluca morocha, agarra una valija y se escapa de su casa con destino incierto. La espera la noche de Madrid, llena de esos lugares tenebrosos que son de todos y de nadie al mismo tiempo como las estaciones de micro y los boliches abiertos las 24hs. Mientras espera que salga el primer colectivo que la lleve a cualquier lado, bien lejos, Rosa anda deambulando y traba alianzas efímeras con los personajes opacos que habitan ese mundo paralelo que es la rutina nocturna de una ciudad. Javier Rebollo mantiene la mayor parte del tiempo la cámara fija y los personajes se mueven por la escena. Tanto se aferra Rebollo a esa forma que hay veces que se van del cuadro sin que nadie se ocupe en seguirlos. Esta elección estética causa sensación de desamparo, nos muestra a Rosa y sus ocasionales acompañantes solos, nos hace pensar que lo que los rodea, ese escenario tan cargado de azules y grises, no les es propio, o peor, les es abúlicamente hostil o, en el mejor de los casos, indiferente. Acá también las palabras sobran. Nadie dice mucho, solamente lo indispensable para poder coexistir, pero, a diferencia de lo que hacía Giorgelli, acá Rebollo redobla la apuesta y priva a sus actores también de expresividad. Todos los que circulan por La mujer sin piano son casi autómatas, seres que se limitan a hacer lo mínimo indispensable para cumplir con sus obligaciones. Solamente se mantienen distintos Rosa y su amigo polaco, que dan calidez a la acción precisamente porque, aunque están resignados a su situación, hacen algo, aunque sea algo, para cambiarla. También son los únicos que valoran su trabajo, Rosa cuenta orgullosa que su tarea de depilación es fina y de precisión y el polaco repite que adora arreglar aparatos porque esa es su forma de mejorar el mundo. En estas dos películas no hay grandes epopeyas ni gestos ampulosos. Sus protagonistas terminan apenas un poquito distintos de lo que empezaron, pero merecen ser vistas porque registran el encanto de las acciones mínimas, de los pequeños chispazos que algunas veces le dan un poco de calor a lo ordinario y cotidiano.
SUTILÍSIMA Las Acacias no es excelente por ser políticamente correcta, técnicamente impecable, narrativamente alejada de ciertos códigos cinematográficos que ya no caen tan simpáticos. Es todo esto, pero es excelente porque con una sinopsis que podría tener veinte palabras, emociona transmitiendo una infinidad de situaciones, estados psíquicos, conflictos profundos, detalles, matices, sutilezas.
Volver a empezar Los últimos días del año cordobés albergan, entre publicidades sobre Navidad o Año Nuevo disfrazadas de películas, a una de las mejores obras argentinas de 2011: Las Acacias, de Pablo Giorgelli, seguramente la más premiada de la temporada pues se llevó galardones en Cannes (Cámara de Oro), San Sebastián, Biarritz, Londres y Bratislava, entre otros festivales del mundo. Filme minimalista en su forma pero temáticamente universal y ambicioso en todos sus órdenes, Las Acacias constituye una sorpresa digna de destacar (se estrenó en una sola sala: Cines Hoyts del Patio Olmos), un bienvenido aire fresco para el cine joven argentino que lo devuelve a sus mejores tradiciones. Su anécdota es tan simple como rica en potencialidades. Un camionero rudo y solitario, de nombre Rubén (Germán Da Silva), tendrá que llevar desde Paraguay hasta Buenos Aires a una mujer llamada Jacinta (Hebe Duarte) y a su pequeña bebé de ocho meses, presentada como Anahí (Nayra Calle Mamani). No es la mejor compañía para él, ya que se trata de un hombre tosco acostumbrado a transitar las rutas del país en silencio y absoluta soledad, pero es un encargo de su patrón, un compromiso ineludible pues consiste en aprovechar el viaje que debe realizar para trasladar un cargamento de troncos de acacias desde Paraguay. El silencio y la parquedad dominarán el primer tramo de la travesía, donde el malhumor de Rubén se verá potenciado por algún que otro llanto del bebé, que encima insiste en escrutarlo con mirada absorta. Pero lentamente, Jacinta comenzará a romper la parquedad de su compañero, ayudada especialmente por la pequeña Anahí, quien sin querer establecerá una relación particular con Rubén. Filme hecho de detalles, el nudo central de Las Acacias estará en las modificaciones interiores que viva Rubén, quien lentamente comenzará a aceptar a la pequeña y su madre, hasta soñar incluso con la posibilidad de un romance. Road movie paradójica y emotiva, el centro de Las Acacias está formando entonces por los sentimientos de sus personajes, y por eso es significativo el modo en que Giorgelli dispone la puesta en escena: sin recurrir nunca a subrayados, diálogos explicativos ni bandas de sonido, apostando en todo momento a la fuerza de la imagen, al silencio y al gesto actoral. Es sobresaliente en este sentido el trabajo con la pequeña Anahí, cuyos ademanes motorizarán los cambios en el ánimo de Rubén, y cuya mirada absorta llegará a catalizar incluso la propia mirada del espectador ante el mundo planteado por Giorgelli. Es por eso también que el director decide concentrarse en la cabina del camión de su protagonista: el plano dominante en toda la película será uno medio que registra, de costado, la relación entre Rubén y sus acompañantes, con los espejos retrovisores funcionando en profundidad de campo para reflejar la interacción de ellos con el mundo circundante (o, si se quiere, su inscripción en el espacio). La intención es concentrarse en esa cabina donde mediante gestos mínimos se narrará un acontecimiento maravilloso, el surgimiento de una amistad entrañable, o quizás del amor. Cuando el registro salga de sus márgenes, Giorgelli confirmará su pericia técnica: el trabajo obsesivo con los encuadres (que por momentos quizás sean demasiado calculados), se repetirá en notables planos generales, que aprovechan a fondo el espacio del plano para mostrar al mundo y narrar su relación con nuestros protagonistas. La primera aparición de Jacinita será, en este sentido, ejemplar (un plano general de una ruta que replica la mirada de Rubén, y la posición de poder de cada personaje en la relación), así como también la secuencia final donde se resuelve (a medias) el conflicto central. También habrá lugar para la belleza intensa en los pocos momentos donde Giorgelli filma la naturaleza (con un trabajo notable en la fotografía de Diego Poleri), aunque ya el plano de apertura de la película será inigualable (un contrapicado donde se filma a contraluz un conjunto de acacias, que están siendo cortadas). Y acaso aquí finque un posible problema en la película de Giorgelli, que entrega sus mejores tramos en la primera mitad y que sutilmente va perdiendo complejidad a medida que avanza la trama (ver, por ejemplo, cómo los espejos dejan de tener funciones narrativas), acaso porque la definición de las situaciones obtura la multiplicidad de significados que se insinuaba al comienzo. El resultado, empero, es un filme pleno de humanidad que ostenta un amor infrecuente por la vida y por el cine. Por Martín Iparraguirre
El viaje de destinos predecibles Pareciera que a Las acacias ya se la ha visto antes. Es decir, desde la premisa que predispone al relato, y que orienta hasta al espectador más desprevenido, nada puede ser más distinto o sorprendente que lo que refiere a un viaje compartido entre un camionero y una joven madre. Desde Asunción hasta Buenos Aires. Pasajera obligada por encargo del patrón. Un bebé a cuestas acerca del que nadie le avisó. Y si bien con ánimos de malestar en un principio, tanto gradual como consecuentemente habrán de ocurrir su aligeramiento y candidez final. Entonces, Las acacias es lo antes expuesto, nada diferente. ¿Qué más decir? Que la construcción del guión, la concreción del relato, es sostenido y que maneja muy bien los tiempos. Desde un primer y abúlico comienzo de viaje ?-la ruta monótona que invita al adormecimiento, que contagia la frustración de rutina del protagonista-?, pasando por un sostén armónico medio ?-los atisbos de diálogo, las primeras sonrisas, los encuadres de cámara compartidos-?, hasta el desenlace inevitable con promesa de algo más. Este "algo más" aparece de maneras diversas a lo largo del film de Pablo Giorgelli: se descubre, mientras encubre, desde datos pequeños y guiños apenas. A través de los tics o modos de Rubén (Germán de Silva) -?la higiene, la soda, el hijo, las fotos, la bicicleta, el cigarrillo, el Gauchito Gil-? tanto como los de Jacinta (Hebe Duarte) ?-los bolsos, las empanadas con pan, los nueve meses, la prima, la promesa de trabajo, un diálogo de almuerzo-?, sin olvidar los que corresponden a la pequeña Anahí -?el padre ausente, o la tapa del termo, su juguete preferido-?. Hay, por eso, un guión pensado, ajustado, así como situaciones que seguramente habrán sido contempladas y reformuladas a partir del suceder mismo del film, rodado desde las premisas de una road?movie. Más aún respecto de lo que significa la participación del bebé, auténtica actriz desprovista de cualquier amaneramiento o condicionante. Lo que provoca, por un lado, la sorpresa ante la manera desde la cual ?-aquí la tapa del termo-? Anahí deja de llorar; o la articulación del montaje al buscar coincidencia -?evidente por anunciada-? entre el bostezo de la niña y el de Rubén (aquí la situación menos interesante, por irreal, desde el punto de vista cinematográfico). Así como muchos otros premios internacionales, Las acacias ha obtenido varios galardones en el Festival de Cannes, entre los que distingue la Cámara de Oro. No son méritos menores, sino expresión de un film que ha conseguido tanto el entendimiento entre sus actores/personajes centrales así como respecto de la pluralidad de espectadores y juicios críticos. Su sencillez, tal vez, oficie como vínculo clave, con una sonrisa de esperanza final que, por brillar y a juicio de quien esto escribe, empaña lo que podría haber sido más turbio.
El camino de los sueños Como definir una película como interesante, disfrutable, simple para muchos espectadores -o sea "pochocleros" abstenerse en estos casos-, que es casi mágica, de pocas palabras, y que lo que se habla o dialoga, es lo necesario. Para qué más? para qué música? Si ese viaje posee un ruido característico que nos hace pensar que nosotros estamos acompañando por la solitaria ruta a esos tres personajes: el parco camionero, y la joven mujer que viaja con su bebita de 5 meses a un lejano Buenos Aires. Que partieron desde Paraguay, con un acoplado lleno de troncos de acacias por transportar pero de pronto por un encargue este solitario hombre rutero deberá levantar a la madre y su hija. Viaje que en definitiva conduce a un destino emotivo o incierto, se sabe. Algún crítico porteño como Quintín ha defenestrado en parte este filme debut de Pablo Giorgelli y lo ha hecho de manera egocéntrica y jorobada, para una película que es significativamente sensible y no "sensiblera" como pueden catalogarlos trasnochados especialistas, que creen remitirse aquél cine argentino -que si lo era como un "tic" agotador- de Muiño o Sandrini. Nada más lejos. "Las Acacias" es una propuesta simple, mínima, nada del otro mundo, tampoco superadora de nada, salvo que en su economía de diálogos y situaciones, nos muestra su valor cinematográfico y por ende auspicioso para este nuevo realizador nacional. De lo mejor ofrecido este 2011 por la industria vernácula.
Fue la producción local más premiada del 2011. La carrera internacional arrancó con la Cámara de Oro en el Festival de Cannes, para proseguir un camino triunfal en Londres y San Sebastián. Estrenada en Francia en 63 salas, esta ópera prima de Giorgelli tiene como protagonista a Rubén, un conductor de camiones, quien deberá trasladar desde Asunción del Paraguay a Buenos Aires, además de las acacias del título, a una joven mamá con su bebita. Una alteración en su rutina que traerá consecuencias. La propuesta no elude la emoción y compromete de entrada al espectador, sin apelar a golpes bajos ni a lugares comunes. Todo fluye de la manera más natural. El mejor cine a menudo acude a estas historias del camino, con personajes entrañables. Sin gran despliegue de producción ni estrellas glamorosas, sabe ganarse el corazón de la platea con recursos nobles. Incluye entrevista al director e imágenes del rodaje.
LA HISTORIA MÁS MÍNIMA Sobre la importancia de ver al otro Troncos y copas que se yerguen en el medio de un bosque. La luz del sol se filtra a través de ellos y se (nos) muestra despareja y tamizada. El sol, en nuestra cara. Es casi como si no hubiera cámara, como si no hubiera representación, como si fueramos nosotros los únicos allí, en aquel bosque, mirando lo que estamos viendo. Y el sonido que comienza, y lo que hasta entonces era ambiente es ahora estruendo. Y una acacia cae a nuestro lado. El film Las Acacias, de Pablo Giorgelli (ópera prima de este director de 46 años de edad), es un caso ejemplar de cómo hacer mucho con poco. La historia del film se reduce al viaje que debe hacer Rubén, un camionero (fantástico Germán de Silva) que transporta troncos de acacias, desde Asunción hasta Buenos Aires a bordo de su camión con la insólita compañía de Jacinta, una mujer paraguaya y su beba de apenas algunos meses de edad (ambas dos, Hebe Duarte y la increíble Nayra Calle Mamani perfectas en sus respectivos papeles). Ni más ni menos que eso. Se trata de un viaje y de todo lo que eso conlleva para los personajes: Rubén pasa del desdén y el silencio, a las ansias contenidas y la extroversión. Desde el comienzo se nos dejan en claro las personalidades: Rubén, el hombre solitario, acostumbrado a estar por su cuenta, prácticamente vive en su camión movilizándose por todo el territorio; Jacinta, sumisa y callada y al mismo tiempo segura y con una fortaleza admirable, criando sola a su hija y no dejando que nada la desanime ni le haga aflojar el paso. El acierto de Giorgelli es notorio, sobretodo en lo que respecta al guión: plagado de sutilezas, la acción no se construye desde la palabra sino más bien desde la no-palabra, desde la ausencia de la misma: las miradas y los gestos son la base de la comunicación entre ambos personajes. Porque se podría decir que ese es el tema del film: la comunicación o la falta de ella. Aquí la notable ausencia de diálogo juega un papel importante, el silencio de los personajes habla por sí solo de manera remarcada, ya que cuando decimos silencio nos referimos a ese no-diálogo entre los protagonistas, plagado de ambientes y de elementos sonoros. Y cuando existen, las palabras son filosas, medidas, justas, no hablan por hablar. Hay intencionalidad detrás de las pocas líneas que ambos, Rubén y Jacinta, dicen. Nayra Calle Mamani y su mirada, una presencia constante en el film. Y a través de esas breves líneas, se nos suministra la información adicional de los personajes, eso que está presente en las miradas y en las reacciones pero que hace falta que se nos explicite. A través de ellas comprendemos el pasado y el presente de ambos: entendemos que Rubén no posee familia y al mismo tiempo sí la tiene (es fantástica su línea: Jacinta le pregunta sobre si tiene familia, y él responde inmediatamente "No... Tengo un hijo."). La pequeña Anahí no cuenta con la herramienta del diálogo: su comunicación está en la mirada y en el llanto. Giorgelli mencionó en una entrevista que todo el rodaje se armó en torno a Anahí. Si ella estaba de buen humor, entonces se hacían las escenas que tenían esa clave. Si estaba molesta o llorando, lo mismo. Y esto se nota. Son tan acertadas las acciones de la pequeña que lo llevan a pensar a uno lo complicado que debe ser hacer que un bebé logre brillar como brilla aquí Nayra Calle Mamani. Su mirada, clavada en Rubén, es una de las principales causas del cambio del protagonista, de su transformación a lo largo del film. Es que a lo largo de este viaje, algo cambia en él: su camión (su "casa") se ve invadida por estas dos extrañas, ya no puede ni fumar dentro del auto, es forzado a dejar de lado sus costumbres egoístas (no despectivamente, sino porque son costumbres que se basan en lo que uno quiere y en nada más). Incluso en la escena en que en la frontera es interrogado por la policía acerca de Jacinta, Rubén dice (cámara desde dentro del auto, nos encontramos al lado de Jacinta y de Anahí, oímos sus respiraciones y el apagado sonido del exterior, Rubén a lo lejos con un policía, casi que tenemos que leerle los labios) que ella es su esposa. Y al final, el cambio se completa y Rubén dice lo que tiene que decir, lo que quiere decir, en un momento cargado de emotividad y sostenido por una intensa actuación de Germán de Silva. Casi que no son personajes, casi que son personas lo que vemos en la pantalla. Y la cámara todo el tiempo colabora con la acción. Casi siempre dentro del camión, el plano-contraplano genera una sensación de espacio acotado, de intimidad, de cercanía entre los personajes (forzada e incómoda al comienzo, natural y necesario luego) que ayudan al desarrollo del relato. El sonido también es un punto a destacar, como mencionamos con anterioridad hay mucho desarrollo de los ambientes y del fuera de campo. La fotografía es excelente, nada pretenciosa y aplicada en función de la película, con encuadres muy cuidados y una iluminación acertada. Es un film que esconde mucha complejidad detrás de tanta aparente simpleza; Giorgelli mencionó en la presentación del film que el desarrollo del guión llevó más de dos años. Ahí se ve que detrás de pocas palabras hay mucha historia, que lo más importante es lo que no se dice y que su intención es la de contar mucho con poco. El cambio de Rubén es sutil y mínimo; grandes actuaciones de los tres protagonistas. Mucho se le criticó a esta película de tener ánimos "festivaleros" y emotividad maniquea. Con todo respeto a varios críticos colegas y amigos míos como lo son Quintín y Ezequiel Boetti, no veo en esta película un film "formal de un cine globalizado" ni creo que le falten "componentes locales" para ser una buena película. Y no comparto, entre muchas otras cosas, la insistencia de varios críticos en que lo prolijo y cuidado sea algo que reste. Que algo quede claro: Las Acacias está muy lejos de ser un film innovador, su búsqueda no es esa. Lo que pasa es predecible, no hay grandes sorpresas ni una historia diferente a lo que ya se haya visto. Lo interesante aquí es la forma en la que está tratado todo, desde un minimalismo que irrita a muchos espectadores (y a críticos, esa es la principal razón por la que se acusa a este film de "festivalero") y que en Las Acacias funciona a la perfección. La película no se nos vende como otra cosa que lo que es: la historia de un camionero que viaja desde Paraguay a Argentina con una mujer y un bebé. Y algo en lo que suma muchísimo este film es en la ausencia de música: la emotividad no está llevada de los pelos (nada peor que se nos señale el momento en el que tenemos que emocionarnos) en ningún momento, todo fluye, todo avanza. Así que tampoco veo esa "emotividad calculada" de la que se habla. Es un film pequeño, casi minúsculo y muy personal. Si no hubiera ganado en ningún festival (Pablo Giorgelli se alzó con la Cámara de Oro entregada a la mejor ópera prima en el reciente Festival de Cannes y ganó varios premios en diversos países) y no hubiese tenido grandes repercusiones las críticas serían muy distintas. Y así, al comienzo del film vemos a un hombre (vemos al brazo de un hombre) que fuma desde dentro de una camioneta, mientras en el fondo otro humo se eleva, el de las acacias quemadas. Al final, el mismo hombre intenta contener el llanto mientras maneja por la ruta. Lo que pasa en el medio es de lo que trata esta película.
Se podría decir que la historia es simple: Rubén, un camionero con treinta años de experiencia, tiene que llevar desde Asunción hasta Buenos Aires, por pedido de su jefe, a Jacinta, una mujer paraguaya y a su pequeña hija, Anahí. Como cualquier road movie (película de viaje), la mayor parte del tiempo los personajes están viajando. Pero esta no es cualquier road movie. Las Acacias no es tan simple como lo indicaría una breve síntesis de su argumento. En tiempos del 3D, la película de Pablo Giorgelli entiende que el volumen pasa más por descubrir la textura y la profundidad de los personajes que por un despliegue embrutecedor de efectos especiales. Las Acacias es un verdadero desafío para el ojo adormecido por la sobrecarga visual y sonora que propone el cine de estos tiempos. A los que crean que es otra de esas películas en las que “no pasa nada” se los invita a sumergirse un poco más, a mirar más detenidamente la enorme potencia que tienen los pequeños gestos. Porque si de algo se trata esta película es de todas aquellas cosas que suceden cuando uno no está mirando o hablando. La ópera prima de Giorgelli se asienta en sus silencios más que en sus diálogos, a pesar de que estos, cuando aparecen, son contundentes y enriquecen el camino transitado. El universo de esta historia, que poco a poco se revela como un posible romance, se despliega dentro de la cabina de un camión. El contraste que se genera entre el espacio reducido y la lejanía con la que Rubén mira a Jacinta no es otra cosa que la puesta en marcha de una tensión sutil, en un relato mínimo pero gigante a la vez. Las Acacias transita con ritmo cansino pero seguro por las rutas de un cine que conmueve con pocos recursos y que nos deja pidiendo más.
1. Alguna vez habrá que volver a discutir el sentido de la expresión “obra maestra”. Aunque creo en él (es decir: defiendo su necesariedad, contra el dictum artaudiano de “acabar con las obras maestras”), creo que no es lo suficientemente claro (¿es maestra la obra o el autor? ¿Y es maestra en sí misma o frente a una obra más vasta, incluso más allá del autor?). Porque si la palabra “obra” tiene no pocos sentidos, no menos tiene el término “maestra” (¿es una “llave maestra” para entender la obra? ¿O es “maestra” más allá de sí misma, e incluso más allá de una serie o de un arte?). Pensé en todo esto (y algunas cosas más que trataré de ir desgranando a continuación, sin voluntad de exhaustividad), al ver Las acacias, un film que ha sido alabado en todo el mundo y al que sin embargo nadie le ha endilgado ese mote, que de algún modo merece. Al menos en otro sentido del término, que haría hincapié en la “maestría” para denotar la capacidad de una obra para enseñar (es decir, para mostrar, demostrar, e impartir) la lección que a su vez ha aprendido. 2. Como cualquier espectador, entré al cine con el común conocimiento de lo que iba a ver (gracias a lo que la crítica y la publicidad destacan): se trata de un pequeño y entrañable film argentino que obtuvo premios en cuanto festival se presentó (empezando por el canónico y canonizante festival de Cannes). La sala estaba felizmente repleta, y el público respondió como debe hacerlo en todas partes: con risas y emoción, a la vez que con la certeza final de estar ante una obra de arte. Que más se puede pedir, cuando una película reconcilia esos mundos, aparentemente tan distantes, de lo culto y lo popular (sin que lo culto sea elitista ni lo popular meramente masivo). El problema es que el triunfo de Las acacias es una suerte de victoria pírrica: no sólo porque legitima un mainstream del cine independiente (lo que llamo “international style”, y cuyas características he discutido en otras notas y debates) que en su pequeño circuito no es menos asfixiante para películas que intenten salir de esa norma, sino porque tampoco está tan lejos de ese enemigo mayor (el cine mainstream que sigue los dictados de Hollywood), su uno logra atisbar en las entrelíneas de esa forma “maestra” que oculta un contenido trillado. Las acacias es en ese sentido un perfecto “caballo de troya”, y no es extraña entonces su predestinación de “obra maestra”. No queremos decir con esto que la película haya sido minuciosamente pensada en función de ese sistema de legitimación (inexpugnable cuando logra aunar crítica, festivales y público), sino que refleja con extraordinaria sencillez sus postulados, como sin los asumiera de un modo natural. Esa cualidad es paradójicamente lo más inquietante, porque demuestra las determinaciones de la forma en una época determinada (en este caso, un retorno a lo más conservador del clasicismo a través de una posmoderna oxigenación de sus formas). Aunque sólo sea por eso, Las acacias es ya un film insoslayable para cualquier historiador futuro. 3. Las acacias del título son lo primero que vemos, y las vemos de algún modo por última vez. Segundos después están siendo aserradas, convertidas en esa carga que el protagonista debe llevar. Sólo eso, porque las acacias son, naturalmente, un McGuffin (una excusa para motorizar la acción). Por eso no es casual que titulen una película tan consciente de su público, de un público que va a ser transportado por la película como esos árboles que han empezado a dejar de serlo… Ese devenir (en el que el camión es casi una extensión del camionero) está en el corazón de Las acacias. Recordemos que antes de que alguien pensara siquiera en llamar “road movie” a cierto tipo de films, Hollywood nos enseñó que el cine es movimiento. El cine es un medio de locomoción: al principio caballos y trenes (el inicio es un western), luego el automóvil, claro, ese otro gran invento del siglo XX. Para no salir de los camiones, podemos mencionar al menos dos películas clave: Le salair du peur (no en vano retomada por Friedkin en una remake extemporánea que acabó con su carrera) y Duel (no en vano un perfecto vehículo para motorizar la carrera de Spielberg). Si ambas películas jugaban con el suspenso, Las acacias lo desestima de entrada, aunque su recto camino (incluido su “happy end”) es tan previsible como el de cualquier film de Hollywood. Y es que sólo los grandes films clásicos de Hollywood logran hacer de esa necesariedad una virtud. Esa es una de las lecciones que Las acacias se complace en repetir. 4. A ese “guión de hierro” que imponen los caminos (al menos los trillados) Las acacias lo compensa con los mohines de un bebé. Es decir, con otro viejo y potente recurso del cine: el efecto Kuleschov (que descubrió que el peso de la actuación estaba –como todo– en el montaje). Porque el centro de gravedad del film –en todo sentido– recae en su actor principal (Germán Da Silva), en cuyos laboriosos contraplanos el público encuentra el reflejo para su propia reacción (incluso hacia el mismo film): de la desconfianza a la identificación. No es casual entonces que el camionero conduzca el punto de vista del film, y que su aprendizaje –como el del público– consista en recordar lo que aparentemente había olvidado: cómo asumir el clasicismo –en su versión más paternalista- más allá de su crisis. No en vano el centro narrativo del film es una paternidad culposa (con la mujer como vehículo para la elusiva relación entre el hombre y un hijo fantasmático). La elisión es, claro, uno de los mecanismos clave del “international style”: historias mínimas cuya tensión se asienta en lo no dicho, sobre todo porque la explicitación devolvería ese elidido centro a la nada misma, o –pero aun– a algo inconfesable. (Podría hacerse el ejercicio –seguramente repetido a la inversa por muchos guionistas, que van quitando capas de información- de reponer esa información no dada, para ver hasta donde es lo “reprimido” lo que sostiene una trama de lo contrario débil, inverosímil, o simplemente reaccionaria). 5. El hombre solitario y parco es un personaje prototípico del NCA. Pero aquí deja de lado la sordidez habitual (como en los films de Alonso) y asumiendo su “falta” (con una pizca de la bonhomía de los personajes de Sorín) reencuentra la afectividad perdida (es decir: encuentra al fin cierta felicidad en esa familia que en otros films suele ser ausente o disfuncional). Y es que Las acacias, finalmente, no sólo reconcilia con su cándido humanismo a los espectadores consigo mismos: también encuentra una síntesis virtuosa para un NCA al que asiduamente se suele criticar por su desangelada “frialdad” (cuando su problema es más bien que ese distanciamiento es vacuo). En ese sentido, Las acacias puede por fin –para volver al inicio- ser considerado una obra “maestra”, como no lo fue (pese a las abundantes muletas críticas) Historias extraordinarias: pues se trata sin duda de una película que señala (como un padre orgullosamente fértil) un camino a seguir. Aunque sea a costa de la propia particularidad (es decir: de su contexto y sus motivaciones): Las acacias podría transcurrir en cualquier parte, y no sería raro que tuviera una remake hollywoodense (con algo más de acción, claro, aunque con el mismo final feliz).