Los amantes es una película brillante, seductora y, sobre todo, asombrosa (el crítico apela aquí a la deliciosa ambigüedad del adjetivo en cuestión). Se trata de un ejercicio en las antípodas de lo convencional y lo académico, como demuestra la abismal paradoja sobre la que se sostiene su audacia y rotundidad. Por un lado, James Gray (director de la sensacional Los dueños de la noche) pone de manifiesto, en cada una de las imágenes del film, su absoluta negativa a esconderse bajo el paraguas del distanciamiento irónico: Los amantes es una obra desnuda, que parece entregarse al espectador en estado bruto, a corazón abierto, abrazando el exceso operístico y la afectación genérica. Estamos ante un genuino y desgarrado melodrama. Y, sin embargo, por otra parte, resulta imposible, al menos para este crítico, no percibir en el torbellino emocional de la película, un perturbador extrañamiento, una enigmática forma de distanciamiento, seguramente originado por otra negativa: la del director a someterse a las leyes del naturalismo. Transitando las secuencias más extrañas y viscerales de Los amantes, el espectador puede verse abocado a un paraje misterioso: el del ridículo en su forma más deliciosa, un efecto que alcanza su punto álgido en la fantástica y desgarrada escena de la discoteca, cuando Joaquin Phoenix se entrega en cuerpo y alma a sus eufóricos impulsos de hombre enamorado (para un estudio más detallado de las bondades del cine ridículo, leer aquí) ¿De dónde surge ese ridículo? ¿Cuál es el origen de este enigmático y dulce extrañamiento? Lo cierto es que no se trata de un fenómeno aislado en el reciente cine norteamericano, y suele producirse en las películas de directores que no ocultan su condición de herederos de un cine pretérito. Le pasó a M. Night Shyamalan en la fallida El fin de los tiempos / The Happening, al invocar la serie B de ciencia ficción de los años '50 y '60 (de Aldrich a Siegel) y le pasa exactamente lo mismo a Richard Kelly en la magnética La caja / The Box (sumándole la elegancia y frialdad de Kubrick). El caso de Gray es, si cabe, más complejo todavía, ya que en Los amantes se materializa tanto la herencia del clasicismo hitchcockiano (las huellas de Vértigo son palpables) como la vibración en fuga de la modernidad europea, de los cuentos morales de Eric Rohmer a los dilemas sentimentales de François Truffaut. En esta tesitura, entre un neo-clasicismo brutalmente honesto, abierto a la modernidad cinematográfica, y un sensual cúmulo de referencias culturales, Gray dibuja una brecha dolorosa en los entresijos del amor, partiendo de lo más esencial, la geometría del triángulo amoroso, para alcanzar lo sublime, la trágica vulnerabilidad del hombre enamorado. El triángulo lo forman dos maravillosas mujeres, la deslumbrante e inestable Michelle (una irregular Gwyneth Palthrow) y la maternal Sandra (fantástica Vinessa Shaw), y un hombre marcado por un dramático trauma sentimental (Joaquin Phoenix, soberbio como de costumbre). Tres personajes que Gray sumerge a placer en las tierras movedizas de la condición humana: el yugo de la familia, la fe y la tradición, la ilusión del libre albedrío, el impulso irrefrenable de la pasión y las trágicas consecuencias de la búsqueda de la felicidad. (Este texto es una extensión de lo escrito por el autor a raíz del visionado de la película en el Festival de Cannes de 2008)
Si bien es un film que trata sobre el amor, no podemos decir que es netamente romántico, ya que la trama acá hace más hincapié en los conflictos y el drama del personaje de Joaquin, que en una historia de...
Joaquín, el grande Luego de varias postergaciones, llega Los Amantes, una historia clásica sobre desamores y soledades que consolida a James Gray como una de los mejores narradores estadounidenses de la actualidad, y a Joaquin Phoenix como un actor cuya sola presencia justifica el precio de una entrada. Él le pone el cuerpo y alma a Leonard, un treinteañero bipolar con tendencias suicidas cuyas aspiraciones amorosas quedaron sepultadas tras la ruptura con su prometida. Amable, dulce, contendora y familiera, la hija del socio de su padre, Sandra (Vinessa Shaw) se vislumbra como la reparadora de su corazón. Pero el cine sabe demasiado acerca de amores no correspondidos. En este caso, su frágil y misteriosa vecina (Gwyneth Paltrow) hará tambalear al delicado equilibrio emocional del protagonista. Hace poco más de un año, en silencio y sin rimbombancias mediáticas, se estrenaba Los dueños de la noche (We Own the Night, 2007), opus tres de un director del que ya se vislumbraba la maestría que alcanza en Los Amantes. La película protagonizada por Mark Wahlberg y Robert Duvall, menospreciada por la crítica e ignorada por el público, levantaba vuelo artístico no por la originalidad de su propuesta sino por el enorme talento del director, quien mixturaba una extraordinaria capacidad para aprehender al espectador a pesar de la nula originalidad de la propuesta: la típica historia acerca de la redención del descarriado hijo de un policía ejemplar se transforma así en una de las mejores películas de 2008. El punto de contacto entre ésta y Los Amantes, su cuarta película y tercera con estreno comercial en Argentina (La traición se editó en DVD en 2000), es la narración tan sólida como cautivante. Al igual que en Los dueños de la noche, Gray nos inmiscuye rápidamente en la vida de sus protagonistas. Tanto la escena de sexo de Los dueños de la noche como el intento de suicidio (magistral escena gris, ralentizada, de sonido aturdido y confuso: el estado emocional de Leonard en imágenes) que abren las películas son sintomáticas de las costumbres de vidas vaciadas de motivaciones, y del interés por trascender la monotonía que los envuelve: el trabajo rutinario en el negocio paterno y una familia tradicionalista y mentalmente pacata no parecen ser la forma de corromperla. Michelle maquilla con frescura y espontaneidad el alma en pena que le corroe las entrañas. Enamorada con locura de su amante, casado y con hijos, sufre por amor. Es entonces que Leonard se encuentra una posición inédita y desconocida. Así como Sandra es la encargada de contenerlo, escucharlo y acompañarlo, él debe hacer lo mismo con su vecina: el amor para Gray trasciende lo físico y lo carnal para convertirse en un acto de protección incondicional difícilmente simbiótica: es la lucha entre quien protege y quien se deja se deja proteger. Si a esta ecuación de por sí perfecta (gran director, una historia potente, hondura dramática, puesta en escena funcional con la trama) le adosamos que el personaje central es interpretado por Joaquin Phoenix, el cine está de parabienes. James Gray le exprime a su rostro pétreo e inexpresivo gestos inequívocos de una implosión siempre latente. Cabizbajo, cansino, Leonard es la desazón andante ilustrada a la perfección por un actor que se recibe de gigante. Los Amantes es una de las películas más románticas de los últimos años; no por su edulcorado desarrollo sino porque logra transpolar a la pantalla grande toda las complejidades que implican el establecimiento de una relación. Es dolorosa, compleja, triste. Como el amor mismo.
La mala noticia que acarrea este estreno es que este film representa el último trabajo en el cine de Joaquín Phoenix, quien hace un tiempo anunció su retiro definitivo de la actuación para dedicarse a la música. Lo cierto es que se lo va extrañar en la pantalla grande, ya que entre los actores de su generación es uno de los mejores que surgieron en estos últimos años. Su supuesta despedida decidió llevarla a cabo con el director John Gray, quien fue el cineasta con el que más colaboró y entabló una amistad fuera del trabajo. El primer film que hicieron juntos fue La traición (que se conoció en Argentina en el 2001) y el año pasado estrenaron Los dueños de la noche, con Mark Wahlberg y Robert Duvall. En ambos casos se trataban de propuestas policiales. Con Los amantes Phoeniz y Gray tomaron un rumbo diferente. La historia está vagamente basada en la novela corta de Fiodor Dostoevsky, “Noches Blancas” que representa probablemente su trabajo más autobiográfico. Al menos sus biógrafos coinciden que la historia está relacionada con la juventud del escritor en San Petersburgo. La película en realidad tiene poco que ver con la obra del autor ruso. Es como que arrancaron con la idea de hacer una adaptación moderna de la historia y durante la escritura del guión el argumento se les disparó para otro lado. Salvo por el tema del triangulo amoroso Los Amantes no tiene puntos en común con “Noches blancas”. Gray presenta una historia de amor que va a contramano de lo que se suele hacer en Hollywood con este tipo de propuestas. El director brinda un muy buen drama que se destaca por presentar personajes que enfrentan conflictos que cualquier persona podría enfrentar a lo largo de la vida. Que la historia transcurra en Brooklyn es anecdótico. Los amantes podría funcionar en cualquier ciudad del mundo, ya que los temas que se tratan el film son universales. El film se centra en la cruzada emocional que el personaje de Phoenix tiene que atravezar para descubrir que es lo que quiere de la vida y más importante todavía, que es lo que lo hace realmente feliz. No sé si este es el mejor trabajo de Phoenix, pero si realmente fue su última película se retiró a lo grande porque ofrece una magnífica interpretación, que encima se destaca más todavía gracias al buen reparto con el que estuvo acompañado. Finalmente Gwyneth Paltrow encontró el proyecto indicado que le permitiera lucirse como actriz y esta es por lejos la mejor película en que la vimos en los últimos años. La película no es precisamente un canto a la vida y quienes tengan problemas de depresión los domingos por la tarde con esto terminan aniquilados, pero es una muy buena propuesta para disfrutar una vez más (y ojalá que no sea realmente la última) del talento de Joaquín Phoenix.
La pantalla funde a negro, letras blancas, fin; y la pregunta me rebota en la cabeza ¿Nunca más disfrutaremos de un actor tan fantástico como Joaquin Phoenix? En teoría, Los amantes es su última incursión como intérprete en el cine, porque se dedicaría íntegramente a la música. Si algo debo decir entonces, es que se despide con un gran trabajo. Los amantes es un drama complejo y completo, muy bien logrado, que obliga a quedarse sentado dos o tres segundos apenas termina, como para digerir la última escena. Leonard Kraditor -Phoenix- en ante todo un hombre que sufre. Su pareja lo abandonó muy poco tiempo antes de que se casaran, lo que lo convirtió en un ser medicado y con serios problemas depresivos, que en sus momentos más bajos tiene tendencias suicidas. Tuvo que mudarse a la casa de sus padres, en donde intenta encontrar su lugar a pesar de que ya han pasado cuatro meses desde su llegada. El padre de Leonard está por vender su tintorería y una noche invita a su amigo y futuro comprador de la empresa, quien va a cenar a la casa con toda su familia. Entre ellos está su hija, Sandra -Vanessa Shaw-, con quien Leonard hace buenas migas y comienza una relación políticamente correcta. Y aquí me detengo un instante. Los Kraditor son una familia judía no ortodoxa pero sí tradicionalista, y los amigos y próximos inversores son los Cohen. Esto es necesario mencionarlo, porque hay un trasfondo constante respecto de la religión, aunque lo brillante es que el director James Gray no lo enrostra, sino que lo da por sentado. No es lo mismo que Sandra sea una Cohen para los Kraditor, pero en lugar de explicitarlo con palabras, basta una mirada de los padres. De hecho, uno de los logros del film es que evita los lugares comunes en los que se suele caer para mencionar el tema del judaísmo. Retomo. Como decía, Leonard hace buenas migas con Sandra, sin embargo, una tarde conoce a su vecina Michelle -Gwyneth Paltrow-y se enamora completamente. Ella es inquieta, curiosa, intrigante, y despierta la fascinación en Leonard. Claro que Michelle tiene sus propios problemas: es la amante de un hombre casado y con un hijo que siempre promete dejar a su familia, pero lo posterga. Se construye un triángulo amoroso un tanto retorcido. Sandra, fiel y firme con un Leonard que está cómodo con ella, pero que realmente está enamorado de Michelle, una mujer que lo usa como colchón y lo quiere “como amigo”, pero que a su vez ama a ese hombre de familia. Evidentemente, con tres corazones en juego, alguno saldrá herido. Los amantes es una composición sólida que tiene como punto alto el hecho de apelar a la inteligencia del espectador. No hace falta contar todo para comprender los sentimientos, y he allí un gran mérito en el casting. Los tres protagonistas rinden a la perfección, y el guión es sobresaliente. Muy buena opción para desatar la melancolía.
Una película hecha a corazón abierto James Gray abandona el terreno conocido del thriller En su cuarto largometraje, el talentoso director de Cuestión de sangre , La traición y Los dueños de la noche sorprende al abandonar el género que venía marcando su carrera (el thriller) e incursionar en otro (el melodrama romántico) que sólo había abordado de manera muy tangencial en sus films previos. Los amantes parte de varios tópicos bastante transitados (las vivencias de una familia judía de Brooklyn que intenta sostener sus costumbres y tradiciones, varios personajes de treinta y pico de años que muchas veces se comportan como adolescentes tardíos, un triángulo sentimental con un hombre tironeado entre la seguridad y el riesgo, y los excesos propios del amour fou ) para luego trascenderlos y complejizarlos. El film tiene como antihéroe a Leonard Kraditor (Joaquin Phoenix, protagonista de todos los trabajos de Gray), un muchacho que vive y trabaja con sus padres, que tiene una tendencia suicida, que se autodefine como "bipolar", y cuya atención se divide entre el amor pasional que siente por Michelle Rausch (Gwyneth Paltrow), una conflictuada vecina que a su vez mantiene un affaire con un abogado casado (Elias Koteas) y que en principio sólo lo quiere como amigo y confidente; y Sandra Cohen (Vinessa Shaw), una sencilla y querible joven judía por la que apuestan los intrusivos padres de él (Moni Moshonov e Isabella Rossellini). La solidez del elenco (es notable el trabajo en los personajes secundarios) y la bella y melancólica fotografía de Joaquín Baca-Asay en locaciones reales de Nueva York son aportes que Gray aprovecha para sumar a su ya habitual maestría narrativa. El cine de Alfred Hitchcock y François Truffaut, la literatura de Fiódor Dostoievski y Philip Roth son algunas de las múltiples fuentes en las que bebe el guionista y director para construir una película sensible y visceral, de esas que se hacen a corazón abierto, sin pensar en las modas ni en los análisis intelectuales. Lejos de la sofisticación y corriendo incluso el riesgo de incomodar con algunos excesos y clisés románticos, Gray muestra una nueva faceta en su interesante filmografía. Bienvenida sea.
Insípida locura Leonard (Joaquin Phoenix) atraviesa una mala racha. Es un joven atractivo pero problemático que se muda a la casa de sus padres luego de un intento de suicidio. Mientras se recuperaba bajo la atenta mirada de sus padres (Isabella Rossellini y Moni Monoshov), preocupados, pero en realidad sin comprender exactamente que le pasa a su hijo, se encuentra con dos mujeres casi simultáneamente. Una es Sandra, hija de unos conocidos de sus padres. La otra, Michelle, una vecina misteriosa, hermosa y exótica que nada tiene que ver con el vecindario de Leonard. Por momentos los personajes parecen querer levantar vuelo, pero las situaciones pasatistas y previsibles a las que los somete el guión expone las flaquezas de verosímil y la falta de sustento de la historia. Habida cuenta y prueba del talento de Joaquin Phoenix y Gwyneth Paltrow en otro tipo de dramas, resta concluir que este fallido drama romántico es exclusiva responsabilidad de James Grey. Habría sido buena una mejor despedida para el enorme Phoenix, que aparentemente se aleja de manera definitiva de la actuación para dedicarse a la música. Esperemos no esté dicha para él la última palabra. Y que pronto venga a sacarnos este amargo sabor de boca.
Porque el amor es una herida absurda La cuarta película de James Gray cuenta un triángulo de amor excéntrico que conmueve muy lejos del sentimentalismo. El de James Gray es un caso curioso. Con 39 años, este director hizo sólo cuatro películas, que pueden alardear de construir un estilo. El de un autor maduro, con sus temas predilectos, sus obsesiones y una clara idea de la forma como contarlas. Porque Gray tiene mirada, una virtud que no se enseña en las escuelas técnicas ni se compra con Mastercard. El director al que han llamado “el Scorsese ruso” deslumbró a la crítica con su ópera prima Little Odessa, un estupendo relato, seco y sangriento, centrado en los códigos de la mafia rusa en Nueva York. Acá no se vio, pero sí se estrenó La traición y, el año pasado, esa otra muestra de su capacidad para lo intenso que es Los dueños de la noche. Esa película hablaba de otros códigos enfrentados, esos que tensan y potencian sus imágenes. Allí también estaba su actor, el hoy retirado de la pantalla –para dedicarse al rap– Joaquin Phoenix, que en Los amantes, quizá su última película, compone al conflictuado Leonard Kraditor. Hijo único de una familia judía de Brooklyn, Leonard está de vuelta en el nido después de un derrape emocional que –intento de suicidio incluido–, lo llevó a un diagnóstico de bipolaridad y de allí a la mesa servida por mamá (Isabella Rosellini como idishe mame de las que escuchan detrás de la puerta). Está, entonces, la familia y sus tradiciones como mandatos, expresados en una casa-puesta en escena cinematográfica –“¡cuánta nostalgia hay aquí!”, dirá un personaje al entrar en ella–. Y está, afuera, la ciudad, la playa melancólica Brighton Beach, el extra Manhattan inmigrante y una Nueva York bella pero alejada de la postal, ventosa y áspera, en la que los trenes chirrían y ensordecen como los furiosos colectivos porteños al borde de la chatarra. Entre la asfixia uterina y la urbana se mueve el vulnerable Leonard en el principio de este cuento de amor excéntrico. Y James Gray se arremanga para el esfuerzo artístico: remar contra el sentimentalismo en aguas del melodrama. Leonard cederá al empuje familiar que quiere unirlo a Sandra, hija de los Cohen, a punto de fusionarse con la tintorería de su padre y así asegurarles un futuro a todos. Sandra es la chica correcta, la indicada, una mujer dulce que adora La novicia rebelde y que le ofrece amor incondicional, del de dejarse querer. Entonces aparece la vecina díscola, Michelle (Gwyneth Paltrow), la rubia misteriosa, mantenida por un hombre casado, que lo vuelve –otra vez– absolutamente loco de amor. Los elementos de Gray para contar este triángulo son sutiles. Tienen que ver con la ambigüedad de cada personaje, todos rarísimos y atractivos a su manera, gente acerca de la que queremos saber más desde la primera vez que la vemos. Antes que personajes para su historia, a Gray le interesan Leonard, Michelle y Sandra por sí mismos. La tensión que produce el juego entre lo que sabemos de ellos y lo que les pasa le da un vigor a la película que lleva de la nariz hacia el desenlace: ¿aguantará la medicada estabilidad de Leonard semejantes sacudones del corazón?, ¿se estrellará cuando quiera abrazar a la volátil Michelle, como todo indica?, y ella, ¿lo condenará a ser el eterno mejor amigo?. Gray no se permite el humor y quizá se lo toma todo demasiado en serio. Por eso el absurdo del asunto se revela como parte indisoluble del hecho de estar vivo. Inteligente y bella, Los amantes cuestiona las convenciones cercanas a nuestro cotidiano, como aquellas que dicen que queda mejor decirse “fotógrafo” que confesarse hijo del tintorero del barrio, sin caer en lugares comunes de que los locos son los otros. La mirada de Gray es elegante porque toma distancia. Así prueba que la sensiblería es innecesaria. Que con un lenguaje seco y actuaciones naturales se puede hablar en serio del amor y del dolor.
La tradición y la modernidad Con un espesor dramático, una ausencia de naturalismo y una enorme capacidad para conjugar diversas influencias cinematográficas sin perder la personalidad, Gray entrega en Los amantes una delicada historia de amor, plena de matices. Como se ha dicho más de una vez, James Gray es quizás el secreto mejor guardado del cine estadounidense. Ganador del León de Plata de la Mostra de Venecia al mejor director por su primer largo, Little Odessa (1994), sus dos películas siguientes, La traición (2000) y Los dueños de la noche (2007), participaron de la competencia oficial de Cannes, para entusiasmo casi exclusivo de la crítica francesa, que comprendió que había allí un cineasta de una innegable impronta clásica, pero que al mismo tiempo era capaz de tender un puente entre la tradición y la modernidad. Esa es ahora, más que nunca, la arriesgada apuesta de Los amantes, un film sorprendente por varios motivos. El primero es que Gray, un hombre que venía filmando a un promedio de una película cada seis o siete años, sacó una nueva película apenas un puñado de meses después de la anterior: cuando en Cannes se vio We Own the Night (injustamente abucheada a causa de su supuesta incorrección política) ya se sabía que estaba trabajando con Joaquin Phoenix y Gwyneth Paltrow en esta delicada historia de amor, de apenas unos pocos personajes. El segundo motivo para el asombro es que, a diferencia de sus tres films anteriores, que trabajaban en la tradición del film noir, la película de gangsters o el policial, para ir construyendo a partir de allí relatos de un espesor dramático solamente comparable al de una tragedia, en Two Lovers, en cambio, Gray cambia radicalmente de fuente de inspiración, aunque no necesariamente de registro. Aquí no hay killers, ni mafias rusas ni policías corruptos, pero en el núcleo de esta pequeña, conmovedora love story, asoma también, a su manera, como en los films previos del realizador, una tragedia, mucho menos violenta sin duda, pero igualmente inexorable en su fatalidad. Detrás de su aparente simplicidad, Los amantes parece esconder algunas claves secretas. El romance de Leonard (Joaquin Phoenix) y Michelle (Gwyneth Paltrow) transcurre en nuestros días, pero la estilización que le impone Gray a esa relación condenada da la impresión de remitir al cine que hacía Elia Kazan en los años ’50, con Phoenix como un émulo del joven Marlon Brando, cuando sufre de desamor en una gélida terraza de los suburbios de Nueva York, a la manera de Nido de ratas. Afectado por una depresión crónica, producto de un desengaño amoroso anterior (y quizá, también, de un síndrome de bipolaridad que el film deliberadamente no se ocupa de desarrollar: sus preocupaciones no son de orden médico sino cinematográfico), Leonard sigue viviendo en la casa de sus padres, un comprensivo matrimonio judío (Moni Moshonov, Isabella Rossellini), que quiere lo mejor para su hijo, pero no sabe cómo ayudarlo. La súbita aparición como vecina de Michelle, que parece tener casi tantos conflictos como él, atrae inmediatamente la curiosidad de Leonard. Hay también un dolor, una angustia en ella que Michelle no tarda en expresar y del que hace a Leonard su forzoso confidente: ella está enamorada de un abogado casado y con hijos, para quien trabaja como su secretaria. Paralelamente, los padres de Leonard han ido tejiendo con una pareja amiga, padres de Sandra (Vinessa Shaw), la suave telaraña en la cual esperan atrapar a su hijo, en un hipotético matrimonio que debería sellar no sólo una unión afectiva, sino también comercial, en la medida en que así quedarían fusionadas las dos tintorerías de Brooklyn que manejan respectivamente ambas familias. A diferencia de Michelle, que es rubia y emocionalmente inestable, Sandra por el contrario es una morocha bella y discreta pero que sabe exactamente lo que quiere: a Leonard. Esa bipolaridad de Leonard es en todo caso el mal que afecta a la película toda: hay dos mujeres en el horizonte del protagonista, dos familias que se lo disputan, dos sombras que lo hostigan en sus noches de insomnio: el amante de Michelle y el recuerdo de la mujer con quien Leonard estuvo comprometido y lo abandonó. ¿Hay dos Michelle también? Ese par de escenas en la terraza del edificio de departamentos no sólo recuerda –por su ambiente y por los modos de actuación– a la de Brando y Eva Marie Saint en Nido de ratas; también alude doblemente al mítico campanario de Vértigo, cuando Scottie Ferguson no está seguro de quién es esa rubia que se le escapa literalmente de sus manos. A la sombra de Kazan, Gray suma así la de Hitchcock (hay ecos también de La ventana indiscreta) y por qué no, también la de Fritz Lang, como cuando Leonard debe convertirse literalmente en El secreto tras la puerta, cuando el amante de Michelle aparece de improviso una noche en su alcoba. Es difícil pensar en otro cineasta estadounidense contemporáneo que esté en condiciones de hacer suya toda esta riquísima herencia cinematográfica y de ponerla simultáneamente en acción en un film siempre sentido, emotivo, muy orgánico en todos sus aspectos, tanto que la ópera a la que aluden los personajes se termina convirtiendo en la única música capaz de expresar sus emociones y sentimientos. Casi de más está decir que, a diferencia del Hollywood nuestro de cada día, aquí el naturalismo está definitivamente ausente, no tiene lugar posible, lo que implica todo un desafío para los actores y especialmente para el protagonista, Joaquin Phoenix. Ante el sentido común y el falso realismo que ha impuesto la estética televisiva, Los amantes propone en cambio una verdad profunda, distinta, correspondiente a un orden artístico.
La tragedia de un hombre pequeño El drama sentimental de James Gray es mucho más de lo que aparenta. Detrás de un entramado grueso, tejido con lugares comunes y simplificaciones de un drama pasional cualquiera, Los amantes funciona -apariencias al margen- en capas secundarias: más sutiles y por lo tanto más eficaces; muchísimo más amargas. Antes que a las desdichas sentimentales y a la inutilidad del voluntarismo para (re)orientar pulsiones, la película de James Gray alude al encierro patólogico de un hombre inmaduro, a su incapacidad para ser mejor de lo que es, a su impotencia para librarse de las ataduras familiares o incluso comprenderlas. La adolescencia eterna es su condena perpetua. Leonard (notable composición de Joaquin Phoenix) viene de un fracaso de pareja, vive y trabaja con sus padres, y es bipolar. Estos elementos, de melodrama con final aleccionador, le otorgan al filme un punto de vista maníaco/depresivo, una mirada crédula, la de su protagonista, y sensación de asfixia y extrañamiento. En el papel de madre sobreprotectora -aunque, a diferencia de su marido, intuitiva del abismo en que se hunde su hijo- se luce Isabella Rossellini. La estructura es simple. Leonard conoce a dos mujeres casi al mismo tiempo. Una vecina, Michelle (Gwyneth Paltrow), enamorada de un hombre casado que la "mantiene": pagándole el alquiler y prometiéndole un improbable futuro. Y Sandra (Vinessa Shaw, mejor actriz que Paltrow): la candidata familiar a novia de Leonard. Los padres de él son amigos de los de ella, e incluso planean un negocio juntos: para el futuro de una pareja que, obviamente, no puede aspirar a la felicidad ni la autonomía. En resumen: la historia avanza a fuerza de deseos de lo que no se tiene -y nunca se tendrá-, frustraciones y amores no correspondidos. O, más que no correspondidos, asimétricos, como suelen ser los amores: el de Michelle por su amante, el de Leonard por Michelle y el de Sandra por Leonard. Michelle y Sandra son personajes arquetípicos: Michelle es "la otra", la que se consume en una espera ciega y obsesiva; Sandra, una mujer maternal, que ve en Leonard no sólo a un hombre enfermo sino a un hombre "genuino". Pero la película nos muestra que la autenticidad, en el amor, suele ser un concepto más lábil de lo que querríamos. Insistamos: el fuerte de Los amantes es mostrarnos el mundo desde la mirada distorsionada de Leonard, desde su sometida relación con un entorno endogámico, desde sus depresiones y sus euforias sin basamento. Una (gran) secuencia en una discoteca nos hace sentir que Michelle está cerca, aunque esté a años luz. Más adelante, ella, convaleciente y desamparada, le demanda ayuda. Pero, cuando entra imprevistamente su amante, le pide a Leonard que se esconda. El hombre resignado se oculta del que debería ocultarse: un espejo duplica a Leonard, el bipolar, en su escondite. La música, que va desde el tecno hasta la ópera, transmite más que los vaivenes anímicos del protagonista. El edificio en el que viven Leonard, su familia y Michelle es la unidad de lugar: una suerte de "cárcel". Michelle cita a Leonard en la terraza o le habla por teléfono, mientras se muestra desde una ventana interna. Por ráfagas, Leonard parece comprender su destino fútil y se acerca a Sandra. Peor el remedio...: ella es una extensión del mundo del que él quiere escaparse y, además, el "intento" de amar es siempre patético. Con los elementos del desenlace, Gray podría haber cerrado una mala película: cerró una desoladora. En esa distancia entre el parecer y el ser radica uno de los tantos encantos de Los amantes.
Naturaleza sangre En la que iba a ser su década gloriosa, Charly García cantaba: "Porque antes que tu madre/ mucho antes que el dolor/ El amor cambia tu sangre". La estrofa de Anhedonia, en Cómo conseguir chicas, ilustra más que bien Los amantes, el film de James Gray. Es allí, en esa cosa que de tan vital se puede llegar a restarle importancia, como si se tratara de la mismísima agua, que varón y mujer se fundan. Y refundan. Es, acaso, dime cómo amas y te diré quién eres. Es, más allá de hijos y padres, la única situación con probabilidad de exponer y exponenciar la dimensión humana toda. Nada, ni la droga más eufórica, es capaz de ubicar en el estado de bienestar del enamoramiento, etapa idílica e ideal del amor: en ese tiempo los seres resumen todos sus deseos y anhelos, aquello que toda la vida desearon ser; un estado de plenitud que más allá de su verdad, hace creer, como pocas veces en la existencia, que uno es aquello que siempre soñó ser. Nada, ni el calmante más estrepitoso, es capaz de apoltronar en la cama como un mal de amores. Y sin embargo todos creemos saberlo todo, como con el agua: la desidia por lo que se tiene como un hecho natural. Gray consigue el prodigio de hablar de lo mismo de siempre y llevar a zonas desconocidas. Más propias que del amor y sus teoría, cual un viaje interno, invita a la reformulación de casi todo. Un Joaquin Phoenix que crece actoralmente en forma geométrica lleva el film hacia esos derroteros tan personales que se comparten en una mesa con amigos sabiendo de antemano que nadie entenderá lo que uno, pero que es importante compartir: sólo así nos hacemos tan humanos como queremos, sólo así abrimos a los demás la posibilidad de ser tan hermosamente humanos como nosotros. En el supuesto triángulo amoroso que Phoenix arma con Gwyneth Paltrow y Vinnessa Shaw, lo único que hay son dudas y aspiraciones del varón; urgencias, deseos de milagro, y una supuesta resignación que también puede ser reelectura de sí mismo. Porque eso también es el amor: el volver a leer constantemente la propia vida, como si fuera un libro que hojea por antojo, pero mucho más por necesidad. El amor produce el estímulo preciso para ir hacia la página inconclusa, hacia la que se leyó una y mil veces pero nunca quedó clara, la que nos hizo felices y la que nos hizo suponer que éramos felices cuando en realidad estábamos cavando la propia fosa; la de la vanidad y la del narcisismo, la de la nobleza y la hidalguía. Los amantes habla de eso, de que el amor cambia tu sangre.
Luego de varias idas y vueltas, con algunos cambios de fechas, se estrenó finalmente Los amantes. Esta película tiene un contenido emotivo especial debido a que fue el último film que contó con la actuación de Joaquin Phoenix antes de que anunciara su retiro del cine para dedicarse a la música. La dirección estuvo a cargo de James Gray que ya había contado con el actor nacido en Puerto Rico en tres producciones de las cuatro que él posee. La labor del realizador es buena ya que el relato carece un poco de velocidad, pero al tratar historias de vida tan conflictivas y totalmente palpables, hacen que uno no se aburra en ningún momento, algo que dentro del género dramático es digno de destacar. Los diálogos están bien sostenidos desde el guión dotando a la obra de mucho realismo. El único reproche que le puedo hacer a James es que si hubiese logrado transmitir un poco más de emoción hubiera redondeado una película recordada por muchos años. El salto de calidad de esta obra lo aporta sin dudas la pareja principal. Comenzando por la señora Gwyneth Paltrow, quiero decir que festejo que le hayan dado un buen personaje a interpretar porque siempre la consideré una muy buena actriz. En esta oportunidad se la puede ver como una mujer con problemas personales bastante importantes que son abordados con mucha naturalidad, algo que no siempre es sencillo con papeles sobre personas que tienen tantos conflictos. El gran Joaquin paga con creces la entrada con otra excelente labor intepretando a un joven bipolar que se refugia en el amor de su vecina para tratar de encontrar la tan preciada felicidad que algún día supo tener. Recordando las escenas de Phoenix contento como cuando saluda a su mamá en la escalera o en la tristeza de los primeros minutos cuando intenta suicidarse, vemos al actor de Gladiador navegando entre sentimientos tan enfrentados con una soltura y calidad que genera una nostalgia muy dolorosa al ver su retiro definitivo según él mismo, pero espero momentaneo según mis esperanzas. Los amantes no es una película para recomendar a cualquiera debido a la poca intensidad en su relato, pero quienes quieran pasar un rato en el cine con un buen drama, sostenido desde las geniales actuaciones de sus protagonistas pueden ir a verla y van a salir altamente satisfechos.
Con sabor amargo Los amantes es un melodrama de pura cepa. Sobrio, de alto voltaje emocional, hecho para hacer sufrir. Como se sabe, de todos los géneros clásicos, el melodrama es el menos frecuentado hoy en día y probablemente por eso a esta película le cueste encontrar un lugar en el panorama del cine actual: desde ya no interesará a cínicos, pasatistas, ansiosos o posmodernos, pero tampoco se la puede ver sin más como otra “película romántica”. Eso no quiere decir que no vaya a encontrar un público: desde su rincón apartado, Los amantes maneja una cierta intensidad que puede resultar atractiva (o ridícula para quien no quiera entrar en la propuesta). Esta película que fue nominada a la Palma de Oro en Cannes 2008 está ambientada en Brooklyn, fundamentalmente en un edificio de departamentos suburbano en el que vive Leonard Kraditor (Joaquin Phoenix), hombre adulto que hace poco volvió a vivir con sus padres después de estar internado en un psiquiátrico. Este hombre conocerá casi al mismo tiempo a dos mujeres: Michelle Rausch (Gwyneth Paltrow), una vecina atractiva y muy problemática, y Sandra Cohen (Vinessa Shaw), hija de una familia con la que la suya tiene trato, mujer modesta y ligeramente maternal. El protagonista torturado deberá afrontar, además de sus problemas, estas dos nuevas relaciones amorosas. El director James Gray (La traición y Los dueños de la noche) maneja una cierta distancia que puede resultar desconcertante y se percibe en ese tono sobrio. A diferencia de los melodramas clásicos, los sentimientos en Los amantes no desbordan, surgen apenas pero revelan una profundidad mayor. El director recurre a ciertas obviedades, pero eso no está del todo fuera de la tradición del género. Merecería un elogio extenso la breve pero precisa actuación de la gran Isabella Rossellini, con todo su despliegue de arrugas. Gray tuvo el acierto de enmarcar su historia con dos elementos que le prestan un valor fundamental: la familia judía (los Kraditor y los Cohen) y el trastorno bipolar que sufre el personaje de Phoenix. Entre ambos explican ese clima ligeramente enrarecido que era propio de la convención del género clásico pero que probablemente resultaría inaceptable para un espectador actual: las reglas de familia, las prohibiciones, la culpa (y su desobediencia), los sentimientos puros. Una vez planteada la excusa, la historia puede seguir su curso. En este misma línea, es muy acertado y muy detallado el manejo del realismo, en especial en torno a los espacios y al departamento de los Kraditor (casi un coprotagonista). Los amantes cuenta con un final feliz. Cada uno termina en su lugar y los conflictos parecen saldados. Pero, a la manera de los melodramas de Douglas Sirk, ese final feliz es más estremecedor que el de una tragedia: todo parece retomar su curso pero ninguno de los problemas se resolvió realmente. Hay un abrazo pero las miradas se pierden en el vacío. El desasosiego permanece.
Grandes actuaciones de la dupla Phoenix/Paltrow para este sólido y recomendable melodrama en que las relaciones entre padres e hijos -en el seno de una familia judía- se entremezclan con los devenires y avatares de un hombre conflictuado que no sabe a quien elegir como su compañera de vida...
LO ETÉREO Y LO TERRENAL Un hombre, dos mujeres, lo que se dice un triangulo tradicional; un fresco de la Brooklyn contemporánea como trasfondo y un nombre algo cursi parecen anunciar una película romántica convencional, casi inofensiva, con un melodrama lineal y salidas previsibles para espectadores cómodos. Pero cada tanto, y eso es bueno, aparecen esos directores que demuestran que cuando todo parece contado lo importante está en la forma de contarlo, la profundidad con la que se abordan los personajes y la capacidad para darle humanidad y originalidad a una estructura que fue explorada hasta el hartazgo. Es el caso de James Gray, director que con unos pocos nombres bajo el brazo ha logrado instalarse como uno de los más promisorios realizadores actuales con un trabajo sobre la expresividad en la puesta en escena que denota un trabajo riguroso sobre el guión, pero también una búsqueda estética despojada del academicismo solemne de otras producciones. Lo que hay en Los amantes es un drama melancólico y algo idílico inspirado en uno de los relatos más personales y singulares del gran escritor ruso Fiódor Dostoievsky, con variantes que ya han trabajado en distintos niveles Luchino Visconti o Robert Bresson al realizar sus adaptaciones. Entonces, habiendo tantas adaptaciones, la pregunta es: ¿Qué tiene para aportar Gray?. Y la respuesta es mucho. Por sobre todas las cosas está la honestidad de un director que lleva a sus personajes por corredores oscuros y humanos, donde el amor no aparece solamente como algo superficial y carente de sustancia, sino también como una obsesión, una salvación o una elegía desesperada, cargada de poesía. No se pretende saturar de imágenes solemnes esta crítica, con líneas como “la poesía hecha imagen”, tan común a redactores que tienden a reproducir etiquetas y frases sin fundamento visual. Puede que el film no sea una adaptación textual del relato original, pero en los riesgos del guión uno puede soslayar el espíritu de ese realismo romántico que transforma a la brumosa San Petersburgo en los suburbios Nueva York y a la misteriosa Nástenka en la Michelle de Gwyneth Paltrow. Y Gray no se detiene con sutilezas visuales: filma intentando adaptar el carácter romántico del relato, modificando el espacio físico y el clima de acuerdo a la emotividad que transparentan los personajes, como si cada encuadre estuviera cargado de la melancolía romántica que atraviesa la película. Pero hablamos de ejemplos, y en ellos se encuentra la solidez visual y narrativa de este talentoso director norteamericano. La fotografía fría que invade cada momento del film le da una uniformidad difusa al espacio que se reparte entre habitaciones, calles y muelles, haciendo que este recurso expresivo sea explotado con solvencia, particularmente en los encuentros entre Michell y Leonard (Joaquin Phoenix) donde asoma el color como un pequeño contraste. Esta cuestión pictórica tiende a exaltar encuadres donde la iluminación directa hace de los contraluces una triste postal que se materializa en la historia de manera directa. Lo mismo sucede con la oscura banda sonora, cuya cadencia tiene como fin establecer la inestabilidad de Leonard cuando actúa como leitmotiv. Pero lo notable esta en los detalles y el trabajo sobre la subjetividad: Leonard no ve a Michelle y a Sandra (Vinessa Shaw) de la misma manera, y el director trabaja sobre eso de manera exhaustiva. Con la hermosa blonda interpretada por Paltrow la cámara es temblorosa, y su introducción resulta mas bien un elemento caótico (una discusión a los gritos con ella fuera de cuadro), con la vertiginosa secuencia en el boliche como una descripción de su mundo, de su personalidad; por otro lado Sandra aparece desde planos fijos a los ojos de Leonard, y su presentación es armónica en una reunión familiar, además de que el movimiento más común es el paneo, sin que haya un movimiento del eje de la cámara. A esto hay que sumar el trabajo sobre como se efectúan los diálogos según cada personaje –el caso de Michelle y Leonard, hablando constantemente por teléfono siendo vecinos se contrapone al de Leonard con Sandra, que hablan directamente en el mismo espacio- y la inserción en off del viento o una tormenta, que detallan sobre la personalidad y los conflictos de los protagonistas. Pero entre tanto detalle uno no puede olvidar secuencias como la de la azotea del edificio (con ese travelling lateral escurridizo y descriptivo) o el trabajo con el sonido en el diálogo final entre Michelle y Leonard, entre otras, donde se habla del amor como un doloroso anclaje que tiene también felicidad en su contraparte, aunque esta no siempre se materialice. Lo que se dice un film hecho con minuciosidad y amor, eso seguro.
La película más impredecible del año resulta ser también una de las más hermosas. Aunque el director James Gray parezca decirlo en voz apenas audible, muchos de los planos de Los amantes, imbuidos de una inusual elegancia nocturna, aparentan sucederse prácticamente a su aire, encantados y perplejos, casi como si reprodujeran la lógica secreta que rige el universo de los sueños. Sabíamos algo hasta ahora, no demasiado en verdad, del modo particular del director para trabajar. Solamente cuatro películas en catorce años: demasiado poco para llamar a la extraña trayectoria de Gray una carrera. Con el desapego y la indiferencia de un dandy (digámoslo: nadie triunfa en Hollywood de ese modo), con su cuidado extremo por las formas y su particular atención al acabado de sus películas, que se recuerdan como bellos fragmentos desperdigados en el tiempo, el director parece no cejar, mediante el cultivo de una insultante renuencia, en constituir un caso notable de baja productividad, quizá a la altura del de Terence Malick. A su modo un descubridor de mundos, desde aquel habitado por los gélidos gángsters de Cuestión de sangre, pasando por el de los policías de Dueños de la noche, hasta el de la clase media de judíos inmigrantes de Nueva York en Los amantes, siempre es posible encontrar en sus películas grupos cerrados anudados a un lenguaje, a una serie de códigos, al centelleo particular de los gestos que los distinguen. Las familias de Gray se miran a sí mismas, se atraen entre sí sus integrantes, se repelen y se imantan, se cuecen en el caldo de sus propios humores y aspiraciones. Pero en Los amantes, el director introduce como nunca antes el elemento externo, la figura espectral de lo otro, una especie de locura, deliciosa y desestabilizadora en partes iguales y complementarias. Leonard (un Joaquin Phoenix inspiradísimo, dicen por todos lados que en el que podría ser su último trabajo para el cine) tiene impulsos suicidas y sus padres se dedican a no sacarle el ojo de encima, ahora que ha vuelto al hogar después de una misteriosa internación, naturalmente temerosos de que tenga una recaída. De hecho, en el comienzo nomás lo vemos dejarse caer a las oscuras aguas heladas del Hudson con la gracia de una bailarina. La película de Gray podría ser un estudio acerca de cierta autoridad terrorífica del amor, al que se describe en Los amantes como un sentimiento arbóreo, capaz de no dar tregua, de ramificarse hasta el infinito, y que viene a encontrar en la tradición y en la institución familiar los vehículos más idóneos para ejercer su soberanía. El personaje de Phoenix vive entre las paredes de su hogar rodeado del cariño y la comprensión de sus progenitores, y la inesperada maestría del director consiste en mostrarle al espectador simultáneamente las dos caras de ese amor familiar, protector y agobiante a la vez, casi castrador diríamos, sin que en ningún momento se alcance a ver del todo la diferencia entre una y otra. En una oportunidad, Leonard se topa con una vecina y se queda prendado de ella pese a que sus padres preferirían para él otra candidata, la hija de un matrimonio amigo con el que su padre planea hacer un negocio salvador. Los amantes se dedica menos a describir la indecisión de Leonard entre las dos mujeres que a cartografiar el modo en que se las apaña sin que se le mueva un pelo para querer en la práctica a ambas por igual. Descripta así, la película tiene toda la pinta de ser una comedia pero no lo es. Michelle, la chica que vive al lado de su departamento y a la que Leonard conoce cuando debe sacarla de un apuro refugiándola durante unos minutos en su casa, parece representar la fuerza del amor erótico, con toda su carga de extrañeza y de inquietud. En tanto la bella Sandra, la chica que le está destinada, noble y buena como ella sola, constituye la compañera ideal que podría sin embargo llevar sus vidas a una ruina de conformismo y hastío. La amargura que la película sostiene de manera admirable en un estado de latencia apenas visible proviene de la sutil conciencia de ese final que se sugiere inexorable. A los tonos cálidos, entrañables, y también curiosamemente asfixiantes de la casa de los Kraditor (la familia de marras), el director les opone una serie de hermosas escenas de la ciudad de Nueva York de noche, en las que, como si se tratara de una verdadera aventura, Leonard es capaz de mostrarse completamente desinhibido haciendo reír a las amigas de su vecina mientras viajan en auto hacia una disco. Enseguida, ya dentro del boliche y reafirmando la idea del carácter de espacio liberador que tienen los lugares públicos de la película, Phoenix tiene un lucimiento actoral y físico notable en una extraordinaria secuencia de baile, en la que se pone a hacer piruetas como un loco ante la algarabía general. Se trata de pasajes de una enorme gracia y felicidad, con lo que la película de Gray adquiere un tono agridulce demoledor que le permite elevarse en toda su contundente e inconsolable ambivalencia. Es que con Los amantes, Gray demuestra ser un cineasta bastante más sofisticado de lo que aparentaba hasta ahora (que no era poco). Los mundos clausurados y compactos de sus películas anteriores se cargaban casi inmediatamente del espíritu de desesperanza un poco automático y sumario derivado del realismo de cierto cine norteamericano de los setentas del cual el director parecía un beneficiario más o menos dilecto. Los amantes muestra la sospechosa legitimidad de ese pesimismo heredado, pero al mismo tiempo, en un movimiento lleno de audacia que acaso se convierte en la marca magistral definitiva de la película, es capaz de entregar un happy ending perfectamente plausible desde el punto de vista narrativo, pero que no deja de exhibir su carácter oscuro e incluso falso. Como un prestidigitador que desacelera los movimientos de sus manos para que podamos apreciar mejor el truco, el director esgrime al final la banalidad reparadora de la trama pero se aviene a permitirnos que podamos conjeturar también su revés, por lo que el estatuto de máquina esencialmente fraudulenta del cine industrial se revela de pronto en toda su brutalidad mientras el film se precipita hacia una perturbadora zona de ambigüedad prácticamente única. Gray hace una película que no deja de comentar el mundo y sus misteriosos dobleces, a la vez que podría estar haciendo del cine el verdadero objeto secreto de su mirada.
El arte de sobrevivir Los amantes no se parece en nada a los filmes precedentes de James Gray, excepto por el paisaje simbólico en el que transcurren sus historias (y su ostensible clasicismo): Nueva York, y sus suburbios, en especial la playa de Brighton en Coney Island y sus comunidades de inmigrantes. Sin tiros ni persecuciones, sin oficiales ni mafiosos, en el primer drama romántico del director de La traición y Los dueños de la noche, la mítica ciudad es una presencia, un personaje difuso que acompaña a sus criaturas. Se dirá que Los amantes es un filme sobre el deseo amoroso, la seguridad afectiva y la aventura romántica, y sin duda lo es, aunque su verosimilitud pasa por delinear el secreto combate diario de dos almas desoladas por colgarse al mundo, adaptarse a la sociedad y sobrevivir. El plano inicial es preciso: un hombre salta de un puente para capitular su vida. Bajo el agua, recuerda, duda y elige volver a vivir. No habrá un ángel que lo rescate, pero sí un transeúnte, que lo ayudará a respirar. Alguien lo reconoce: es el empleado de una tintorería. Leonard Kraditor (Joaquin Phoenix, antes de devenir en rapero con look ZZ Top) ya es un adulto, pero vive con sus padres. Tras un fracaso amoroso, quizás por una incompatibilidad genética con su ex mujer para procrear, quizás por ser él un maníaco depresivo, este hijo único de una familia judía de clase media trabajadora no es el orgullo del hogar, pero sí una preocupación exclusiva de la casa. Hay que despertarlo, animarlo, cuidarlo, medicarlo, casarlo, vigilarlo, aunque cuestionar el obsesivo amor materno (paranoico) y la comprensión paterna es injustificado. La familia apuesta a una nueva prometida (Vinessa Shaw), hija de un comerciante prestigioso a punto de asociarse con el padre de Leonard, que parece legítimamente atraída, y a quien le interesa la veta artística del posible candidato: la fotografía. Sandra Cohen es bella e inteligente, a pesar de que su película favorita sea La novicia rebelde. Si bien a Leonard no le disgusta la propuesta, el encuentro azaroso con su nueva vecina, Michelle (Gwyneth Platrow), una “shiksa” rubia, fina y curiosa, no menos compleja que él (espera que su amante –y jefe– abandone a su mujer y a su hijo para vivir con ella y es posible que consuma drogas), dividirá su deseo: seguir el plan familiar, de lo que se predica una tradición y un estilo de vida o, eventualmente, conquistar a esa mujer que no es judía y empezar todo de nuevo. James Gray es elegante: los movimientos de cámara suelen ser parsimoniosos: el hogar de los Kraditor es un espacio reducido, pero sus paneos expanden el modesto departamento en un microcosmos culturalmente reconocible; un viaje en subte y un paseo por las calles son ocasiones para capturar la fluidez de la cotidianidad en una ciudad específica. Un diálogo entre Leonard y Michelle, de una ventana a la otra desde sus respectivos departamentos, y la interrupción de una voz masculina en fuera de campo sugiriéndoles que usen el teléfono, sirve para denotar cierta solidaridad y amabilidad entre vecinos, quizás anacrónica, pasaje que también remite a La ventana indiscreta y al sentido de comunidad que se expresaba entre vecinos en aquella obra maestra de Alfred Hitchcock. En efecto, si bien los personajes de Los amantes usan celulares y computadoras, la película parece un ejercicio amoroso de nostalgia por un tiempo pretérito. Es notable, además, cómo las marcaciones de los actores, los gestos y las líneas de diálogo se complementan con una austera economía narrativa en donde Gray suministra poca información, mínima, de tal modo que todas las acciones dramáticas no se expliquen y quien mira, por lo tanto, deba resolver lo que permanece implícito y deliberadamente abierto. Los amantes –cuyo título original es “Dos amantes”, una distinción semántica nada irrelevante porque legitima una lectura menos ortodoxa, y obliga a pensar dos veces el desenlace, quizás inverosímil aunque dramática y filosóficamente audaz– sugiere tanto cómo el orden social se perpetúa a expensas del amor como también cómo ese mismo orden sostiene la identidad de sus miembros. Verlo a Leonard escapar y regresar a una fiesta que preanuncia su matrimonio no es otra cosa que observar cómo los hombres deben optar entre la solidez de las costumbres y el discreto confort de su acatamiento, y el imperativo del propio deseo, casi siempre a contramano de lo que otros quieren de nosotros y el mundo establece como norma.
Un hombre atrapado en la ambigüedad Dividido en el amor hacia dos mujeres diferentes, el drama del protagonista se devela en una trama que construye el número dos del título original. El dilema entre los mandatos y el deseo se instala con fuerza en la vida del joven. Hay situaciones que pueden llegar a confundir al potencial espectador. Y es esto lo que debo tener presente en este primer tramo de la nota. Ni el título del film, con el que se presenta en nuestro país, ni el afiche que se exhibe en las diferentes salas acercan algún tipo de planteo sobre lo que se juega en el film. Antes bien, se ha preferido destacar la presencia del primer actor y de una de las actrices que lo acompaña en el film, si bien el nombre original del film es Two lovers. Y es que el número dos va construyendo la matriz del relato de este hombre joven, que ya desde la primera secuencia del film se encuentra en una situación límite, algo que se hará presente en la última parte del mismo, ya sobre el final. Ese número dos se va desplegando desde la información que se nos proporciona, sobre el diagnóstico clínico del personaje, Leonard, y de su relación pendular con dos mujeres, Michelle y Sandra que pasan a ingresar, por diferentes carriles, a su vida. Los amantes es un film que se puede definir como un drama o un melodrama contenido que debe leerse desde la relación con el número dos, lo que va provocando una serie de cambios y situaciones que nos llevan a comprender más las conductas de sus personajes, desde el reclamo y la necesidad de ser amado. El número dos instalará un constante dilema en la vida de Leonard, quien deberá escuchar ciertas imposiciones familiares que, finalmente, y marcadas por la fusión de intereses económicos, hará que una primera mujer, Sandra, admiradora de La novicia rebelde de Robert Wise, comience a estar a su lado, de la misma manera que, al principio, lo está su habitual medicación. Ante la mirada de los padres, que reorganizan su seguridad a partir del encuentro de Leonard con Sandra, llegará esa vecina, para ellos, una intrusa, a quien él llegó a conocer en una situación de conflicto y tensión. Su vecina de enfrente, cuya ventana mira desde la parte superior hacia la de él, lo que permite ir trazando en el film una construcción en espejo. Los amantes es un film que abre permanentemente, desde los cambios bruscos de posición, numerosos interrogantes. Narrado particularmente en interiores, en los días cercanos a las fiestas epifánicas de Navidad y Año Nuevo, el film del co guionista y realizador James Gray mantiene ese medio tono y ese matiz de azul grisáceo que permite que asome un sentimiento de melancolía. Nada convencional encontramos en esta historia que adquiere momentos de tensión callada, que marca dos polos de atracción de diferente signo en la vida de este hombre, dependiente del negocio de su padre que un día deberá escuchar un interrogatorio por parte de quien podrá ser su futuro suegro; encontrando comprensión en la actitud de su madre. Si una pregunta atraviesa el film es, quizá, cómo vemos a los otros, cómo nos ven los demás. En este juego de miradas, de desvíos, se va instalando ante el espectador un sentimiento de incertidumbre; en un formato que, a primera vista, podría ubicarse en la marca de la comedia romántica. Pero en tal caso aquí, lo romántico escapa de su concepción habitual y adquiere una densidad existencial. Una voz inicial, en la primera situación límite, una voz que expresa un sentimiento que deseaba escucharse y la presencia de un guante devuelto por las olas actúan como elementos de enlace que se abren a la ambigüedad de la mirada final del protagonista.
El amor duele. Es verdad. No es tan solo el título de un exitoso tema musical de los años 70. El amor duele y sofoca a veces, y nos lleva a impensables acciones en pos de no vernos heridos por ello. Y además nunca aprendemos. Algo así es lo que le pasa a Leonard quién intenta suicidarse por un amor no correspondido, y además sufre transtornos bipolares, y por ello debe instalarse a vivir con sus padres. O sea venimos mal desde el vamos. Pero como la vida al decir de aquél otro "frikie" cinematográfico llamado Forrest Gump: "Es una caja de sorpresas", a Leonard se le cruzan casi al mismo tiempo dos mujeres: Sandra (hija de flia. amiga, encantadora, etc) y por otro: Michelle (atractiva, exótica, conflictuada, etc), lo cual tornará dificultoso el desarrollo de la historia para que Leonard opcione -guión fílmico, muy bien llevado por cierto por el realizador James Gray-, pero se sabe solo los musulmanes permiten tener acceso a dos mujeres al mismo tiempo. Hay que decir que este filme es una sorpresa ya que no solo tiene valores en su haber, como actuaciones meritorias: Joaquín Phoenix está excepcional, creible, notable como Leonard; Vinessa Shaw que ha laburado con Woody Allen tiene esa impronta de mina sensible, bella, ideal en su papel de Sandra, y Gwyneth Paltrow muestra que no es tan híbrida como solía parecer, aquí el cine es generoso y la revaloriza en su Michelle, un párrafo aparte para la madre que hace Isabella Rossellini que es mayúscula, con sus gestos y miradas silenciosas. Esta actriz ya es casi la reencarnación viva de su inolvidable madre: Ingrid Bergman -la de "Casablanca"-. No se queda atrás con una magnífica fotografía de una invernal Brooklyn en tonos grisáceos, ni una increible banda musical que incluye desde Dizzy Gillespie a "Una furtiva lágrima" de la ópera "Elixir de amor" de Donizetti, y más que nada este melodrama no acepta un final por allá que el público esperaba -o si....?-. En esencia esta peli es regocijante porque se acerca tanto y mucho a la realidad de las circustancias amorosas, a los afectos de pareja, o sea un tema mucho más álguido y peligroso que vivir mil estallidos o zafar de explosiones en una cinta de mucha acción. Se habla del alma humana. Casi nada. Je.
Fruta amarga Muchas veces el género funciona así: le da la razón al personaje. Voy a ejemplificarlo burdamente: es lógico que una heroína de film noir no crea en el amor y use la seducción para su propio beneficio en ese mundo brumoso, incierto y feroz en el que se mueve; es lógico que un policía que consagra su vida únicamente a cazar criminales no tenga tiempo para el amor, lo considere un asunto secundario y lo viva, en tanto héroe de acción, como conflicto. Esperamos también que un personaje de comedia romántica crea en el amor porque no hacerlo, en ese mundo soleado y optimista, sería un desatino (escepticismo, momento de crisis, simple error, que siempre vuelve a la luminosa creencia). En Los amantes el género –problemático- está irrevocablemente ligado a la visión del amor que sostiene esta película que no es ni drama ni comedia. Cualquiera de las dos opciones sería tranquilizadora: queremos reírnos con la película, y no reírnos incómodamente por vernos en ella, o queremos que el drama se viva como tal para poder decir, aunque tenga un final triste, “Ay, qué terrible”, y que esa angustia ratifique la misma idea de felicidad que encontramos por todas partes. Acá no hay nada de eso. Los amantes es una película gris, literalmente y en otros sentidos; desde una Nueva Jersey de cemento y ladrillo hasta un mar gris de invierno, pasando por los personajes hablando casi a oscuras, en ella casi nada es luminoso. También son grises el género y el protagonista. No se trata de una película romántica por más que sea una película en la que el romance está presente, porque la clave de esta obra rara y su efecto desconcertante tienen que ver con que la puesta en escena está absolutamente a contrapelo del relato que se nos cuenta, y que podía haber sido dramático. Leonard (Joaquim Phoenix) es un personaje casi suicida, casi artista, casi gracioso, casi bipolar; todas estas definiciones dan vueltas, aparecen, pero nada de esto nos consta. Leonard más bien es una nada, una mirada puesta siempre un poco más allá de las paredes de ese departamento gris lleno de chucherías en el que se encierra. James Gray es implacable en el procedimiento de contarnos la pasión de Leonard desde afuera. Si le tenemos simpatía, si hay algo en ese personaje blando que se adapta a los deseos de los otros y es movido de acá para allá que sin embargo nos hace quererlo, es que sabemos que desea. Lo vemos en su mirada, una mirada que Gray enfatiza al punto de hacer del personaje nada más que unos ojos que se encienden de ilusión en algunos planos cerradísimos sobre su cara. Por eso no importa tanto el recorrido particular que hace Leonard a lo largo de la película: la opción entre una rubia y una morocha es falsa, aunque una represente la posibilidad de salir del mundo de los padres y la otra suponga entregarse a ese mundo. Sabemos que Leonard siempre va a estar mirando un poco más allá, como lo vemos al final de la película. Digo que Los amantes es también una película sobre las miradas, sobre la nuestra especialmente. Vemos a Leonard mirar a Michelle, vemos a Michelle ignorar a Leonard, vemos a Sandra que vaya a saber por qué malentendido ve cosas en Leonard que sabemos que no están, la vemos decir “Me gustás porque no aparentás ser otra cosa”, y sabemos que está equivocada. Lo que pasa que el amor es un poco ese malentendido, esa ilusión de que hay algo en el otro, todo un mundo desconocido que se nos puede abrir (lo dijo Proust) si tan sólo accedemos al amado. En eso consiste la acción de amar, en ver de esa manera, por eso el título de la película tiene que ver con los que aman y no con los que son amados, es decir, con los que están inmersos en esa condición que en este caso Gray nos obliga a mirar desde afuera, horriblemente. Nosotros somos Leonard en ese plano en que él va a un restaurante para contarle a Michelle qué le parece su novio (patético) y se sienta delante de una estatua rarísima que lo mira burlona. Leonard percibe esa mirada sobre su espalda, se da vuelta incómodo y cuando ve el objeto que lo mira, se corre. El juego no puede seguir si de pronto el amante se descubre mirado. Por eso la película es una vuelta amarga sobre la mirada. Vemos los ojos de Leonard, los de Sandra, vemos el deseo en esos ojos y el desfasaje de ese deseo con lo que miran y con el mundo que los rodea. Se nos hace asistir al carácter imaginario de la creencia, y no hay nada más desolador. El conflicto del personaje que debe decidir entre una u otra vida es secundario en relación a esto. Leonard puede hacer lo que quiera, no está más atrapado en la casa de lo que él mismo quiere estar, como lo muestra el hecho de que la madre lo deje ir y de que él vuelva por su cuenta, en una decisión que está hecha de restos, de ese guante que trae la marea casi como un desecho, en un final que sugiere que la vida no está hecha de grandes decisiones sino a veces, también, de esos descartes, y que la felicidad puede ser gris justamente por eso.
Acariciando lo áspero “Como los erizos, ya sabéis, los hombres un día sintieron su frío. Y quisieron compartirlo. Entonces inventaron el amor. El resultado fue, ya sabéis, como en los erizos.” (Donde habite el olvido. Luis Cernuda) Padres que cuidan a sus hijos pero los agobian, amantes que adoran, pero abandonan. Personas que curan sus heridas a expensas de las ilusiones de otras y sujetos que se conforman con un peor es nada ante la evidencia de un amor fallido. Todo esto nos muestra James Gray Los Amantes: gente que quiere quererse, pero al quererse se pincha, se hace daño mutuamente. Y Los Amantes tampoco ahorra espinas a los espectadores. La historia podría encajarse en un melodrama tradicional (triángulos amorosos hay como para hacer dulce en el cine), pero se corre conscientemente del canon clásico por la forma en que muestra la imposibilidad del amor, a fuerza de oscuridad y prescindencia. El tono de la película es tristón, áspero y opaco. Los personajes se mueven en casas sórdidas y calles feas, donde todo es gris y junta mugre. El escenario muestra que las cosas son así desde hace mucho tiempo y que nadie es lo suficientemente fuerte para cambiarlas. La banda de sonido también se administra cuidadosamente. Muchas veces está totalmente ausente, pero si se presenta lo hace con intensidad dramática, ya sea a través del canto desgarrado de una ópera o de los ruidos invasivos de trenes y tráfico. La música le pertenece a los sentimientos de los personajes, a su mundo interno. Gray es económico dirigiendo a sus actores y sabe rescatar en ellos los pocos gestos que alcanzan para informarnos quiénes son, qué sienten y qué están pensando. Cuando Joaquin Phoenix descubre su nuevo amor, tropieza torpe con los muebles de la casa familiar y sabemos que está deslumbrado, que no ve más allá de lo que su vecina rubia (Gwyneth Paltrow) le pide. Cuando baila ridículo en una discoteca sin darse cuenta que cuando levanta los brazos se le ve la panza, sabemos que está entregado, que es capaz de cualquier cosa por la chica. Cuando ella lo llama a media noche en medio de un frío atroz a la terraza para contarle sus penas, todos vemos que no le importa, que lo va usar y tirar apenas tenga oportunidad. La novia de buena familia (Vinessa Shaw) no pregunta demasiado sobre tibiezas y ausencias y le regala guantes, le dice que quiere cuidarlo, es la almohada donde el corazón con agujeritos va a terminar descansando sus penas. La historia se cuenta con pequeños y grandes gestos de usos y abusos, todos medidos y coloreados de un negro grisáceo. Los Amantes pertenece a la clase de cine que te deja clavado en la butaca una vez terminados los títulos, con pocas ganas de volver a la tristeza a un mundo tan parecido al que se mostró en la pantalla. Es que James Gray quiso hacer cine sobre el amor y el resultado fue, ya saben, como en los erizos.
Hay que ver Los amantes La cuarta película de James Gray (Little Odessa, The Yards, We Own The Night) es una historia de amores, obsesiones, esperanzas y dolores. Seguramente, será para muchos uno de los mejores estrenos de este año. Y también es una firme candidata a ser considerada la película con mayor precisión actoral en mucho tiempo. 1. Sí, hay que ver Los amantes. Por supuesto, no le gustará a todo el mundo, pero es una película que se desmarca del cine de Hollywood, del cine independiente, e incluso se desmarca en ciertos aspectos del cine del propio director (cuyos títulos previos eran historias de policías y criminales). Eso sí, como en las otras películas de Gray, en Los amantes la familia sigue siendo un tema central, y el cielo que cubre a los personajes sigue nublado, gris (el apellido del director –casualmente o no– significa gris). 2. En Los amantes, Leonard Kraditor está entre dos mujeres: Michelle Rausch (Gwyneth Paltrow) y Sandra Cohen (Vinessa Shaw). A su vez, Michelle está entre dos hombres: Leonard y Ronald Blatt (Elias Koteas). La película, entonces, es la historia de dos triángulos con dos elementos compartidos. Pero, sobre todo, la película es la historia de Leonard. 3. Leonard, o sea Joaquin Phoenix, es el eje de la película. Y Phoenix construye su personaje con emociones que siempre guardan un secreto ulterior, y con movimientos que siempre parecen estar detrás de un grueso caparazón. Así, algunas de las proezas del actor consisten en ofrecer una enorme claridad gestual mientras no deja que lo conozcamos del todo, y en pasar de la tristeza a la euforia con naturalidad (de ser apenas un trasto con poca vida en su mustia habitación a explotar vitalmente en la discoteca). 4. Los espacios de la película están integrados en los movimientos y las quietudes de cada actor y cada actriz (además de Paltrow y Shaw, también asombra Isabella Rossellini): todos parecen moverse en espacios y estados emocionales que parecen provenir desde su interior. Por supuesto, la actuación en el cine no sólo es actuación sino también (o incluso en mayor medida) dirección de actores y puesta en escena. En este sentido, Gray alcanza alturas directamente cassavetianas, lo que incluye desgarros sentimentales no lejanos a los de los tangos más dolorosos. 5. Según declaraciones del propio Joaquin Phoenix (que no todo el mundo se ha tomado en serio), esta ha sido su último trabajo como actor y a partir de ahora se dedicará a la música. Si Los amantes realmente ha sido su última actuación se ha despedido del cine a lo grande.
La sutil construcción que realiza Gray al comienzo del film se desvanece en la segunda mitad conforme asume un tono más melodramático. Leonard (Joaquin Phoenix) es un suicida recurrente, aun cuando todo indica que no desea suicidarse. Paciente bipolar que luego de un período incierto de tratamiento psiquiátrico vive y trabaja con sus padres. La familia posee un lavadero, en el que él se encarga de las entregas a domicilio. Su padre está dispuesto a vender el negocio a otro comerciante judío, y en el mismo proceso de cerrar el negocio, le presentan a su hija Sandra (Vinnesa Shaw), en plan de casamiento. Sandra tiene una extraña personalidad, retraída en lo público pero desenvuelta y seductora en lo personal. Simultáneamente conocerá a Michelle (Gwyneth Paltrow), una vecina que arrastra una relación mediada por la violencia. Con ella trabará una relación obsesiva y compleja. Ambas mujeres, como Leonard, portan un pasado oculto, más intuido que explícito, más problemático que feliz. Y con ambas él tendrá una relación amorosa. Y con ambas jugará un rol diferente, que más allá de su supuesta estructura bipolar, responderá a los lugares familiares y sociales que Leonard desee o entienda que debe asumir. Así obsesivo persiguiendo su propia independencia seguirá a Michelle, la joven que será capaz de presentarle a su novio, casado y poderoso. Pero también asumirá el lugar social de joven casadero, que sus padres y el destino del negocio familiar parece imponerle. La tercera mujer que juega en estas relaciones es la madre de Leonard (Isabella Rossellini), que es quien observa y regula los comportamientos y los deseos de su hijo. Es sin dudas una madre controladora y vigilante que condiciona las reacciones del joven. En su primera mitad película pone en juego de un modo interesante e intenso toda la oscuridad de lo pasados ocultos de los personajes. Todo lo callado, todo lo vergonzoso que hay en ellos. De ese modo el relato se carga de sutilezas, de sospechas, de tácitos acuerdos entre los personajes que parecen no juzgar, no preguntar, no pedir explicaciones. Las relaciones están siempre contadas de este modo, como provisionales, todas pueden desvanecerse, profundizarse, hacerse violentas, hirientes o salvadoras. Ese misterio inicial es una potencia esencial en la película. A estas ausencias aportan las actuaciones (muy contenidas, especialmente la de las tres mujeres que por momentos proponen labores muy distantes), tanto como las decisiones de puesta en escena de Gray, que usa el fuera de campo, y un intenso extrañamiento entre los personajes y los espacios, de un modo muy sensible. Sin embargo, la película, como la actuación de Phoenix, comienza a desbarrancar. Mientras el actor profundiza los tics, gesticula más allá de lo necesario, la película asume un registro melodramático alejado de aquel buen comienzo, y deviene una película obvia, convencional, donde los personajes terminan comportándose de un modo esperable, moralmente deseable, como si el pasado oscuro y oculto no pesara en ninguna de sus decisiones. Es así que una película que contenía vacilación dramática y complejidad, decide tomar el rumbo de un modelo narrativo que nada tiene que ver con ese comienzo intenso y prometedor. Hasta la madre, esa vigilante silente que parecía más cercana a la mirada del control severo, termina convertida en una amable compinche casi propia de las películas de Enrique Carreras. Todo misterio queda perdido, toda complejidad se resuelve en un instante, todo pasado oculto se hace visible en un presente sencillo. Es una pena: Los amantes pudo haber sido una gran película.
Que la vida es una montaña rusa de sentimientos no es noticia, la misma esta llena de sorpresas, desencuentros, peleas, equivocaciones y principalmente amores. Este es el centro de esta historia, un relato sobre su verdadero significado y sobre las emociones encontradas en las diferentes etapas de un amor imposible.
"Two Lovers" es un drama romántico y melancólico, distinto a lo que normalmente se hace en el cine norteamericano, con un estilo mas cercano al cine europeo. El director James Gray cuenta una historia triste, en el que un hombre debe elegir entre dos mujeres que conoce, con un buen desarrollo de personajes y un final poco feliz. Este director eligio una vez mas a Joaquin Phoenix para el papel principal, al igual que lo hizo en "The Yard" y "We Own the Night", y evidentemente sabe como dirigirlo. Phoenix interpreta a un hombre inseguro, bipolar, depresivo y suicida, en la que creo es la mejor actuación de su carrera (superior a su trabajo en "Walk the Line"). Gwyneth Paltrow también logra su mejor actuación (nunca me gusto su trabajo en "Shakespeare in Love" por el que gano el Oscar), como una mujer dulce y simpática pero con problemas sentimentales. Ambos comparten los mejores momentos del film. En los personajes secundarios, se destaca Isabella Rossellini como una madre sobreprotectora. Joaquin Phoenix anuncio que este era su ultimo trabajo como actor, dado que piensa dedicarse a la música hip-hop. Este anuncio, junto con una entrevista muy bizarra que concedió a David Letterman durante la promoción de la película (ver acá... http://www.youtube.com/watch?v=R2Mzp_1ndR8&feature=fvst), terminó afectando al film, que logro poco éxito y un estreno muy limitado. Igualmente no le quita merito al producto final, que resulta una buena opción por sus actuaciones y una historia depre pero interesante.
DUALIDADES Luego de recorrer con éxito varios festivales y de obtener un consenso crítico muy favorable, llega la nueva película del director de Los dueños de la noche. Como es habitual en este cineasta, el relato se aproxima a las formas de los géneros clásicos: en esta ocasión es el turno del melodrama. Cuatro películas componen hasta el momento la obra del cineasta norteamericano James Gray: las no estrenadas en Argentina Little Odessa (1994) y The Yards (2000), la excelente Los dueños de la noche (We own the night, 2007) y su más reciente film, Los amantes (Two Lovers, 2008), con el que el director consiguió consolidar un reconocimiento casi unánime por parte de la crítica mundial que lo elevó definitivamente a la categoría de autor. Ser o no ser un autor es una cuestión que desvela en demasía a casi todos aquellos directores con inquietudes artísticas o que pretenden desmarcarse de un cine crasamente comercial, y es así como esa tentación autorista termina arruinado las potenciales obras de esos directores. Muchos de ellos, en realidad, están más preocupados en parecer autores que en realizar buenas películas. Gray, que se venía tomando su tiempo entre película y película, supo esquivar la tentación de ser (o parecer) un autor, apoyándose en la tradición del cine norteamericano, construyendo historias y personajes sólidos, y elaborando una puesta en escena -nunca grosera ni efectista- que permitía que sus relatos se mantuvieran dentro de los carriles de lo trágico y lo simbólico (carriles a los que el cine nunca debería renunciar). Así, siguiendo estos lineamientos, la excepcional Los dueños de la noche puede considerarse como la más lograda de sus películas, en donde Gray alcanzó la perfección narrativa y una profundidad simbólica bastante inusual para los estándares del cine actual. En Los amantes, con la que su director debía repetir y sobre todo expandir lo logrado anteriormente, empiezan a divisarse algunos vicios propios de aquel que ya es considerado y se considera a sí mismo como un autor. Y como esos vicios no son tales para todo el mundo, muchas veces son festejados, y es por ellos justamente que se llegó a ese unánime reconocimiento como autor. Sin embrago, el talento y la inteligencia de Gray hacen que su película, pese a todo, se dirija hacia lugares más interesantes. La historia de Los amantes tiene como protagonista a Leonard (Joaquin Phoenix), un hombre de unos 30 años, judío, que ha vuelto a casa de sus padres luego de un frustrado intento de matrimonio. Leonard trabaja en la tintorería del padre, y sufre un trastorno bipolar. Preocupados por el bienestar de su hijo, los padres deciden presentarle a la hija del futuro socio de la empresa con una doble intención: encontrarle pareja a Leonard para sacarlo de su soledad y además consolidar el negocio y asegurar el futuro económico de la familia. Así llega Sandra (Vinessa Shaw) a la vida de Leonard, una bella y tranquila mujer, dispuesta a entenderlo a él y a su mundo. Sin embargo, al mismo tiempo aparecerá otra mujer, Michelle (Gwyneth Paltrow), una rubia vecina de la que Leonard se enamorará (o con la se obsesionará) y con la que Gray termina de construir el triángulo trágico de su película. El gran acierto del director es llevar esta historia hacia el terreno del melodrama, género, o forma ejemplar del Hollywood de los estudios que supo reconfigurar la tragedia clásica protegiéndola de las reducciones médicas, psicologistas y sociológicas. Todos los padecimientos anímicos de los personajes son en el melodrama producto de pasiones imposibles de catalogar para la mentalidad pragmática. Es por ello que en Los amantes el trastorno bipolar de Leonard no es jamás explicado, ni siquiera se insiste en él: es más, dentro del registro simbólico del film, la mención de tal trastorno es más una referencia a las dualidades que se le plantean al protagonista que una justificación médica de sus acciones. Esas dualidades (las dos mujeres que a su vez representan la tradición familiar y un posible escape de ese ámbito, el trabajo en la tintorería de su padre y su vocación artística) son la representación de la incapacidad de Leonard de superar su estado anímico, de construir, de utilizar sus fuerzas vitales: en resumen, de vivir. Leonard es un personaje romántico, por ello se decide por Michelle, que es reflejo del amor-pasión y del amor-padecimiento. Él sabe, o podría intuir, a dónde lo llevará esa pasión-padecimiento, y sin embargo se entrega a ella sin más: incluso podría decirse qué el mismo fabrica a Michelle (ecos de Vértigo resuenan en este film). Su romanticismo es un estado de caída, de allí la escena inicial del film: un intento de suicidio, un arrojarse (dejarse caer) al agua (y una vez en el agua Gray completa el cuadro con la imagen difusa y fugaz de una mujer que parece salir de la imaginación de Leonard); y es esa caída constante la que permite la entrada de Michelle a su vida. La voluntad de Leonard, que él no puede suprimir nunca, se objetiviza y reafirma en la rubia mujer. El final lo tendrá a Leonard regresando a casa, luego de un intento de fuga. Y no será un regreso feliz, sino resignado. Volverá a lo de sus padres, al ámbito familiar (apunte más que interesante de Gray: ya casi no hay tradición allí sino una mezcla desritualizada de fiestas: acción de gracias w.a.s.p, celebraciones judías, fiestas cristianas de fin de año conmemoradas también a la manera w.a.s.p). Si podrá superar su estado de caída, no lo sabemos. Si Sandra podrá sacarlo, tampoco. Hay ambigüedad y amargura en el final. Algo parecido sucedía en el final de Los dueños de la noche, sin embargo allí sí había una fuerte presencia de la tradición familiar y religiosa que permitía vislumbrar un refugio y un orden para sus protagonistas. Para Leonard, las cosas se intuyen más difíciles.
“Dos Amantes y una Familia”. “Ya no es mágico el mundo, te han dejado”… ”Hoy solo tienes la fiel memoria y los desiertos días”. “1964” Jorge Luis Borges. El año va llegando a su fin y por suerte se estrena una de las mejores películas del año. James Gray, hacedor de la excelente “Los Dueños de la Noche” dejó en su cuarta película su afición por los thrillers y las mafias, para internarse en un drama intimista y romántico. Todo comienza con un intento de suicidio. Leonard (el exquisito Joaquin Phoenix) es bipolar y no parece encajar en su retorno a la casa familiar luego de su fallido intento de matrimonio. Fotógrafo, sensible y divertido; tiene todo el aspecto de un chico en un cuerpo de alguien que ya dejó ser adolescente hacer rato. Su familia es parte de la comunidad judía de Brooklyn. Leonard ayuda en el negocio familiar pero no parece importarle demasiado, como así tampoco la necesidad de su padre de vender la empresa con él incluido. Ese posible comprador tiene una hija, Sandra (Vinessa Shaw), que será la primera de las dos amantes, tal el título original “Two Lovers”. La otra, Michelle (Gwyneth Paltrow) una vecina tan bella como conflictuada que en un principio lo busca como confidente y amigo. Así como los rubros técnicos, la cuidada banda sonora y los roles secundarios son impecables, el marco familiar y su construcción detallada son un protagonista más. James Gray declaró: “Lo que me atrae de las familias es su capacidad de contención emocional, que va de la mano de un enorme potencial de destrucción”. El marco Brighton Beach en Brooklyn, en la afueras de Nueva York, que de tan fea termina siendo linda –según las palabras del propio director– da con el tono perfecto de la melancolía que envuelve a la película, ayudada por ese mar que en otoño cuenta con esa desolación que tiene las playas y las ramblas. Dicen que lo que un actor nunca debe hacer es mirar a cámara, para no perder esa cierta magia que brinda el cine con respecto a poder ser un voyeur que mira sin ser mirado. Pero es de destacar los dos precisos momentos en que Gray decide que Michelle primero y Leonard en el final miren por un instante a cámara. Indagan de esa manera al espectador en dos de los momentos claves de “Los amantes”. El final reserva, cual un cuento de Raymond Carver, una posibilidad redentora. Hasta en el momento más oscuro existe la posibilidad –pese a lo conservador– de una salida.
Leonard (Joaquin Phoenix) zafa de un intento de suicidio y vuelve vencido a la casita de sus viejos. Sufre de trastorno bipolar y anda para atrás. Hasta que le presentan a Sandra una minita careta y macanuda que le levanta los cachetes. El tema es que la vecina de Leonard es Michelle (Gwyneth Paltrow), una rubia loca y millonaria que le come el coco a full ¡muchacho loco! Para ir al cine con una minita. Sino, ni se te ocurra entrar.
Joaquin... entre la rubia y la morocha, qué dilema! No hay absolutamente nada nuevo bajo el sol en "Dos Amantes" un film de triángulo amoroso, que James Gray supo conducir con mano bastante segura, pero no hay mucho más que eso. Gran sorpresa teniendo en cuenta que formó parte de la Competencia Oficial de Cannes (quééééeééé?). Phoenix vive con sus padres en Brooklyn: primer situación absolutamente inconcebible que no resiste guión alguno. No sólo porque vive con sus padres, sino porque su madre (Isabella Rosellini) lo sigue tratando como un adolescente, metiéndose en sus cosas: solamente falta que le lleve el desayuno a la cama y lo bañe con esponja y patito de goma. Saltando esto, que ya es bastante difícil de pasar por alto a nivel guión, el muchacho se debate entre la hija de una familia judía amiga de sus padres a quien le quieren presentar a toda costa y la vecinita de enfrente que lo tiene loco de amor. Para ir matando el tiempo, se pone de novio con la chica de buena familia (más por un directo "avance" de ella que por su propia voluntad), pero no conforme con esto, no logra sacarse de su cabeza a Gwyneth Paltrow, su vecina, que lo vuelve loco, histeriqueo mediante. Será primeramente su amigo, y ahí se enterará de las penurias de la rubia que sale con un hombre casado. Y como todo hombre casado -y como todo cliché de hombre casado-: la tiene penando a la pobrecita, prometiéndole que alguna vez dejará a su mujer para hacer una vida con ella. Entre estas dos aguas, estos dos amores, le toca navegar a Joaquín Phoenix, quien lamentablemente, lo transmite desapasionadamente. Está tan conflictuado que no logra imprimirle a ninguna de las dos relaciones una fuerza que se transmita en la película. Algún que otro beso le imprime un poco de acción a una historia de amor completamente desangelada. Sólo se rescatan algunos momentos interesantes a nivel de actuación (Gwyneth igual como actriz sigue siendo una rubia despampanante y nada más ni nada menos que eso...), una imágenes hermosas de Brooklyn y New York de noche y sobre todo, tiene dos escenas en la terraza del edificio donde Paltrow y Phoenix se encuentran furtivamente, que están particularmente bellas, muy por fuera de la mediocridad general del resto de la película.