Desopilante! Una película que te hará reír mucho o poco, pero es imposible que no te entretenga. Aquellos espectadores de risa fácil y que la pasan bien con los gags más simples (pero bien realizados) se van a reír seguramente de principio a fin. La labor de Raphael se...
Este jueves llega a los cines la nueva locura del genial realizador español Alex de la Iglesia, y a este nuevo trabajo suyo el término “locura” le va como anillo al dedo ya que se trata de una comedia que no baja el ritmo de enredos durante toda la película. “Mi Gran Noche” se refiere a un programa de TV anual durante el cual se celebra la despedida de la noche vieja antes de la llegada del nuevo año y cuya figura central de esta edición debía ser el gran cantante Alphonso, un divo total, orgulloso, de mal carácter, a quien todos admiran y adoran, y que está interpretado en el film por otro gran cantante español: Raphael. Pero esta vez Alphonso tendrá competencia en el show, se trata de un joven cantante muy atractivo, simpático, mujeriego y poco inteligente llamado Adanne, muy popular debido a su éxito musical “Bombero”, personaje que interpreta Mario Casas, razón por la cual el público femenino joven estará más que agradecido. Adanne se acaba de meter en un gran lío debido a su debilidad por las mujeres ya que una joven hermosa con ayuda de una amiga lo ha engañado para obteber su semen y quitarle dinero mediante un chantaje. Esto llega a oídos de un hombre ambicioso que intentará apoderarse del preciado tesoro para hacer su propio negocio, pero todo se complicará cuando el asunto sea descubierto por Perotti, el manager de Adanne. Por otro lado, Benitez, quien está a cargo de la producción, no se lleva bien con Rosa y con Amparo, la pareja de lesbianas que maneja toda la grabación desde el camión de control ubicado afuera del edificio, lo cual también complicará la situación porque en ese momento justo allí mismo se está produciendo una manifestación bastante violenta debido a la gran cantidad de despidos de personal producidos recientemente en el canal. Los manifestantes están enajenados, armados y furiosos, por ende nadie puede salir del edificio hasta tanto la policía logre contenerlos. La filmación del show que lleva varios días de trabajo incluye también a los figurantes, personas comunes contratadas especialmente para ocupar las mesas del público para aplaudir, reirse, bailar, y brindar con bebidas tan falsas como la comida que esta servida allí y para fraternizar con sus compañeros de mesa cuando se les indica. Con esto se relaciona el comienzo del film, cuando sobre la mesa 21 se cae una grúa manejada por un camarógrafo dejando mal herido a uno de los figurantes que es llevado inmediatamente a un hospital, dejando su lugar vacante. El resto de los figurantes de esa mesa son dos mujeres y dos hombres, pero a Paloma los otros tres la consideran pájaro de mal aguero cuya mala suerte afecta a quienes se relacionan con ella como supuestamente le ocurrió al tipo que le cayo la grúa. Pero como el show debe continuar contratan a otro figurante como reemplazo. El nuevo integrante es José, cuya hermana sale de viaje esa misma noche con sus hijos dejando a la madre de ambos sola en su departamento para que él se ocupe de la anciana. José ignorando todo el asunto de la mala suerte de Paloma hace amistad con ella de inmediato sin saber que su vida podría correr peligro. En este circo de personalidades encontramos también a Yuri, el manager y mano derecha de Alphonso quien además es su hijo adoptivo, pero harto de su jefe se confabula con Oscar Garcia, un psicópata obsesionado con el divo que se infiltra entre los figurantes para asesinarlo cuando esté en el escenario. Y entre los artistas y presentadores del show están Roberto y Cristina, que compiten constantemente para ver quien es el mejor en escena y se llevan muy mal en el trabajo pero en la vida real son un matrimonio apasionado y feliz, sin duda uno de los tantos absurdos de esta historia. Entre música, bailes y festejos, y en medio de este cóctel de personajes bizarros y alocadas situaciones que se irán sucediendo a lo largo de la película se pondrán al descubierto las miserias de los protagonistas, sus dramas personales y los grandes engaños que encierra un show de televisión de esta magnitud. Humor negro al por mayor, diálogos filosos y buenas actuaciones de la mano de un gran reparto encabezado por Raphael, Mario Casas y Santiago Segura, acompañados por Blanca Suárez, Hugo Silva, Pepón Nieto, Carolina Bang, Carmen Machi, Carlos Areces, Luis Callejo, Enrique Villén, Jaime Ordóñez, Tomás Pozzi, y Carmen Ruiz. El film está dirigido por Alex de la Iglesia quien además escribió el guión junto a Jorge Guerricaechevarría.
Desde su debut con Acción mutante, en 1993, el español Álex de la Iglesia supo forjar una trayectoria a base de un cine cargado de provocación, desmesura, excesos y humor negro, despiadado con sus personajes y hasta con su propio país. Con su última película, da la sensación de que el director padece el "síndrome Tarantino", es decir, un cineasta cada vez más regodeado en su caos y vuelto una parodia de sí mismo. Pero estos atenuantes no impiden que Mi gran noche sea un film absolutamente disfrutable. Aunque con el vasco nunca se sabe para dónde van a ir los tiros, todo lo que se espera de una película suya está aquí. La acción transcurre en un estudio de estudio donde se graba un especial de fin de año, tradicional en la televisión española. La tensión que se vive en el set hace pensar en un cercano desmadre, con técnicos a las corridas, conductores histéricos, extras nerviosos y cantantes excéntricos. Pero aquel microclima alterado tendrá su correlatividad en el exterior, donde acecha una protesta de empleados que el canal despidió masívamente (cualquier semejanza con la realidad de los medios argentinos es pura coincidencia). El film trabaja múltiples lineas narrativas pero estará centrado en el antihéroe característico de De la Iglesia. Será en esta oportunidad José (Pepón Nieto), un apocado cuarentón que es contratado como extra para dicho programa. Ya en el estudio, conocerá a Paloma (Blanca Suárez), una "colega" con fama de mufa y con la que terminará intimando. Solterón, José debe cargar también con una absorbente madre que reclama atención. Pero esto es solo una parte de una trama que dispara personajes como un regador automático. Está también la imponente presencia de Raphael (que vuelve a la actuación después de 40 años y de quien De la Iglesia vuelve a tomar un tema suyo para titular un film) intepretando a Alphonso, un megalómano divo de la canción que humilla a su hijo adoptivo y asistente (Carlos Areces), y que a su vez despierta un compulsivo amor/odio en un fanático (Jaime Ordóñez) que se cuela en el estudio para asesinarlo. La variopinta galería se completa con el ídolo teen Adanne (Mario Casas), que tras un touch and go con una bailarina del set se ve implicado en un chantaje, la pareja de conductores (Carolina Bang y Hugo Silva) que traslada sus problemas de alcoba a la grabación y el taimado director del canal (Santiago Segura). Todos ellos conformarán esta bizarra ensalada, anarquista por (muchos) momentos, que critica sin pruritos al circo de la televisión en todos sus escalafones (desde su impostado frenesí al aire hasta los oscuros manejos detrás de cámara). Mi gran noche tiene pasajes muy logrados, como la performance de Raphael (haciendo prácticamente de él mismo) y una andanada de gags que se suceden uno tras otro como trompadas en el mentón, por no hablar de su exhaustivo despliegue visual, A riesgo siempre de morderse la cola víctima de sus propios excesos, Alex de la Iglesia lo hizo de nuevo.
Mi gran regreso La nueva película del reconocido Alex de la Iglesia (El día de la bestia) cuenta con nada más ni nada menos que el regreso al cine del cantante Raphael, la leyenda viviente de la canción española. La película es lejos lo mejor del director de Crimen ferpecto (2004) de los últimos años, donde retorna a la comedia grotesca con su inconfundible mirada crítica a la sociedad. Mi gran noche (2015) tiene un multiestelar elenco que incluye, además del ya mítico cantante Raphael, a Mario Casas, Pepón Nieto, Blanca Suárez, Santiago Segura, Carlos Areces, Enrique Villén, el argentino Tomás Pozzi, Terele Pavez y Carolina Bang, entre otros. Una película coral cargada de desenfreno para retratar el paradigmático mundo de la televisión. En un bunker encerrados hace semana y media se encuentran los actores de un programa de televisión destinado a trasmitirse con la llegada del año nuevo. Afuera, se encuentra una horda social siendo reprimida por la policía. El conflicto versus la farsa construida en lo nuevo de Alex de la Iglesia. La historia nos trae a José (Pepón Nieto), desempleado y llamado de urgencia a cubrir una inminente vacante como extra en la grabación de un programa en pleno agosto. Cientos de personas como él fingen reír, festejando estúpidamente la falsa llegada del año nuevo. Alphonso (Raphael), la malvada estrella de la canción, está dispuesto a hacer lo imposible para no compartir su podio con Adanne (Mario Casas), un joven cantante latino en vías de destronarlo. Pero hay más, porque la locura del rodaje invita al delirio y descontrol absoluto, sobre todo entre personajes sin ningún tipo de códigos morales. Chantajes, extorsión, violencia, sexo por conveniencia, son algunas de las cosas que suceden en el búnker detrás de la cámara que envía una imagen perfecta de alegría a los espectadores. Alex de la Iglesia vuelve a su mejor forma, balanceando su extrovertida mirada crítica con el ritmo desenfrenado de la comedia burlesca. Y lo hace con un musical, que es a su vez una comedia, y también un film plagado de estrellas del cine español. Pero nunca –y ese es su mérito- deja de tener el control de lo que sucede en la película, de hecho es claramente un film de su autoría y ni siquiera la figura de Raphael con todo lo que significa, opaca su estilo inigualable. Mi gran noche, que participó del 63 Festival de San Sebastián fuera de competencia, es un espectáculo cinematográfico arrollador con un comienzo bien arriba sin nunca dar respiro a un espectador agradecido por tanta osadía.
El director español Alex de la Iglesia dispara esta comedia que muestra la preparación de un programa de televisión en el que se cruzan dos cantantes consagrados y una galería de personajes extravagantes. El delirio está servido en bandeja. El incansable Alex de la Iglesiavuelve con la comedia Mi gran noche, la más frenética y coral que ha entregado hasta el momento y con ciertos ecos de Muertos de risa, pero siempre con su intención de sorprender con un mix de subtramas que encaminan todo hacia la locura y el disparate.El escenario es un estudio de televisión en el que se prepara un programa para despedir el año y en el que participa José -Pepón Nieto-, un extra que es convocado para participar del especial en el que varios colegas y artistas llevan una semana encerrados. Afuera reina el caos por las protestas de empleados despedidos de la cadena mientras adentro se intenta mantener el falso espíritu festivo que impone la ficción.Alphonso -Raphel-, el cantante estrella, es capaz de todo para asegurarse que su actuación brille y Adanne -Mario Casas-, su antagonista, es el joven cantante latino, acosado por fans que quieren chantajearlo. A ellos se suma una galería de personajes extravagantes como los presentadores del programa -pareja en la vida real- que compiten y se odian; una directora de cámaras lesbiana; la madre de José que llega al estudio y no se separa de un gigantesco cucifijo; un representante argentino tan diminuto como gracioso -Tomás Pozzi-, preocupado por la imágen de su artista; el hijo de Alphonso -y también su asistente- que arrastra conflictos de la niñez y somatiza. Y también alguien que planifica un asesinato...El film impone un ritmo frenético con una cámara imparable que sigue a todos los participantes del programa y se estructura a partir del choque entre lo viejo y la modernidad, una parodia en la que todo vale y que se desarrolla a través de números musicales, toques escatológicos y la parodia del legendario Raphael, una estrella que sabe burlarse de sí misma. Es, en definitiva, una comedia que funciona y hasta se permite sus referencias a Star Wars, con un desfile de estrellas españolas -como la de Santiago Segura, el actor de Torrente, y tantas otras que tienen apariciones fugaces -Carlos Areces- pero efectivas.Siempre solvente en los distintos rubros técnicos y entre un clima alocado y de ficción que intenta mantener la alegría de los comensales de la "falsa" velada, la película tiene los ingredientes necesarios para atrapar y entretener al público. Rica en historias corales, entrecruzamiento de personajes y subtramas que van desarrollando los conflictos de cada uno de los artistas y participantes, la película conduce a una locura total que se burla de la televisión y los egos, entre técnicos "distraídos" y copas de utilería, todo servido en bandeja con el formato de una comedia liviana.
La fiesta inolvidable Una comedia coral y desquiciada que recupera la fuerza y la incorrección política del director de El día de la Bestia, Muertos de risa y La comunidad. A Alex de la Iglesia se la dan bien los géneros, a los que se acerca conociéndolos y queriéndolos, pero no respetándolos demasiado. Al menos no en el sentido clásico. Sus películas pueden ser de ciencia ficción (Acción mutante), de terror (El día de la bestia) o westerns (800 balas), pero los cruces y referencias son constantes, y siempre se encuentran atravesadas por la comedia. Claro que dejamos fuera de ese conjunto a su obra más fallida, filmada en inglés, Los crímenes de Oxford, en la que, además, tampoco había lugar para el humor. En este sentido, Mi gran noche es una de sus películas más prístinamente jugadas a la comedia, aun cuando esta sea oscura, negrísima. Eso es lo que pasaba también con Crimen ferpecto y Muertos de risa, sus dos producciones anteriores con las que más directamente dialoga la película presentada en estreno mundial. Es octubre pero en la televisión ya se está grabando el especial de Nochebuena. En ese mundo de cartón pintado los excesos son moneda corriente para sobrevivir a esa irrealidad en la que están literalmente atrapados y aislados los personajes: afuera del estudio una violenta manifestación protesta por los despidos y desaguisados del medio en cuestión. Diálogos filosos, punzantes; hermosos musicales que disimulan con lentejuelas su tufillo rancio y la pica entre el cantante pop del momento (bien, entre bobo y calenturiento, Mario Casas) y el divo de todos los tiempos Alphonso (a ponerse de pie: ¡Raphael!). También robo de semen, dos productoras lesbianas que manejan la filmación desde un camión volcado por la turba, los conductores del programa -marido y mujer- que son capaces de hacerse cualquier cosa por la competencia y mucho más. El esperpento español y la incorrección política, por supuesto, están a la orden del día. En un conjunto que esta vez funciona a la perfección, quizás la presencia de Raphael (tan inteligente como autoconciente, capaz desde siempre de disfrutar riéndose de sí mismo) sea el punto más alto de esta brillante comedia.
Álex de la Iglesia vuelve al ruedo con una comedia que aparenta ser solo divertida, pero que tiene todo el humor oscuro y típico del director español, con una gran carga de crítica social. Es agosto, pero en España ya filman el programa especial de año nuevo. El rodaje tarda más de lo esperado (dos semanas, para ser exactos), y mientas adentro del estudio todo es alegría, luz y música, afuera hay una manifestación oscura que está en contra de los despidos por parte del canal, a cargo de un tal Benítez (Santiago Segura). La filmación se vio retrasada por contratiempos y enredos: el ego del artista clásico Alphonso (Raphael, en una parodia de sí mismo) contra el del ídolo juvenil Adanne (Mario Casas); una mujer hermosa que parece dar mala suerte (Blanca Suárez) que se engancha con un don nadie (Pepón Nieto); Terele Pávez que anda con un crucifijo de un metro por el set del programa; y muchos eventos desafortunados más. Álex de la Iglesia lo ha probado casi todo: desde el western, hasta la ciencia ficción, pasando por el terror y el thriller, con toques de humor, siempre mezclando todo. Con Mi Gran Noche vuelve a la comedia, con un resultado mejor que el obtenido en Crimen Ferpecto (2005). En esta nueva película, el español logra, a través de diálogos ingeniosos e irónicos, que el público ría, mientras ningún personaje se salva de su mirada sarcástica. Lo divertido de Mi Gran Noche está en la ironía que poseen sus diálogos: punzantes, exactos y divertidos. De la Iglesia parodia la realidad social a través de personajes diversos, que se ven forzados a convivir en un ambiente cerrado y en condiciones inhumanas. Las actuaciones acompañan al guion, y nadie se queda detrás, en un elenco que incluye a varias caras nuevas para el director, como varios habitués.
Desopilante caos Desde el estreno de su opera prima Acción Mutante (1993) Álex de la Iglesia se mostró como un director y guionista bastante interesante. Su segunda película El día de la bestia (1995), una comedia sobre un sacerdote y un fan del death metal que intentarán impedir el Apocalipsis, lo catapultó a la fama y es reconocida como una de las mejores películas de género del cine español. Ese éxito lo llevó a dirigir su próximo proyecto en inglés, una coproducción con Estados Unidos y situada en la frontera con México y Las Vegas llamada Perdita Durango (1997), a pesar de haber sido por ese entonces la película más cara de España. Fue un fracaso en taquilla y en el gran país del Norte se estrenó en VHS. En 1999 realizaría otra de sus películas más recordadas y una de las mejores de su filmografía, Muertos de Risa, sobre una pareja de exitosos comediantes que en realidad se odian el uno al otro. En la primera década del nuevo milenio dirigió La Comunidad (2000), 800 balas (2002) y Crimen ferpecto (2004) en su país, además de la coproducción con Reino Unido Los crímenes de Oxford (The Oxford Murders, 2008) con Elijah Wood y John Hurt. Balada triste de trompeta (2010) fue su primer proyecto de la nueva década y a pesar de tener varios de los condimentos que hicieron famoso a su cine está más cercana al drama que al cine de terror. Luego le siguió La chispa de la vida (2011) su drama más convencional. La vuelta al cine de género fue con Las Brujas de Zugarramurdi (2013), comedia de terror donde tres hombres (dos desempleados que roban un banco y su rehén) deberán escapar de unas malvadas brujas. Al siguiente año haría Messi (2014), un documental sobre la vida y carrera del que es considerado uno de los mejores futbolistas de la historia. Ahora llega su nueva comedia: en Mi gran noche (2015) José (Pepón Nieto), un desempleado, es enviado como figurante a una gala especial de Nochevieja, siendo grabada en pleno agosto, donde celebran la falsa llegada del año nuevo. Alphonso (Raphael) una vieja estrella musical, es capaz de todo para asegurarse que su actuación sea a la hora de mayor audiencia pero ya no atrae y ahora es Adanne (Mario Casas) un joven cantante latino quien hará su show en el pico máximo de espectadores, o no. Todo está muy celosamente cuidado por Benítez (Santiago Segura), un importante productor. Mientras ríen y aplauden sin sentido, los figurantes enloquecen y José se enamora de su compañera de mesa, Paloma (Blanca Suárez) quien tiene una característica muy particular. En este caso un set de televisión da lugar a situaciones hilarantes donde a cada cosa que pasa le sigue algo peor, porque el encierro no solo saca los instintos más primitivos de uno sino que en masa suelen potenciarse, terminando en algo inesperado. El guion de Álex de la Iglesia y su socio Jorge Guerricaechevarría saben muy bien plantear las situaciones, todos los personajes están escritos muy bien y el recurso de darle a cada uno su subtrama es acertado ya que puede con todas y no deja ninguna sin cerrar correctamente. Además (como ya es habitual en sus guiones) no dejan pasar oportunidad de reflejar el momento socio-político por el cual está atravesando España Muchos de los actores ya fueron parte de la factoría De la Iglesia y queda demostrado que además es un buen director de actores, cosa que pocos pueden lograr con un multitudinario elenco. Párrafo aparte merece la interpretación del cantante Raphael en una divertida parodia de si mismo, su Alphonso es uno de los puntos fuertes que tiene la película, esta estrella agresiva y egocéntrica es capaz de todo para volver a sentirse en la cima como hace más cuarenta años, incluso de maltratar al manager que también es su hijo (Carlos Areces). La presentación del personaje es un guiño bastante simpático a una saga. Mi gran noche es una película donde cada cosa está puesta en su lugar y al encajar todas se obtiene un comedia que pocas veces se ha visto, no solamente recomendada para fans de su director, inevitable que se quede pegada por unos días la canción que da título a la película.
Decir “voy a ver una película de Álex de la Iglesia” o “voy a ver una película en la que no pueda parar de reir” es lo mismo. Obviamente todos tienen alguna no muy buena pero a la hora de generar comedia, es complicado que este señor falle. “Mi Gran Noche” está llena guiños con la realidad, hay pequeños planos secuencias que podrían ser visto como un parodia de “Birdman” de Iñárritu y tenemos referencias desde Star Wars hasta Chayanne. La película se ríe del presente del mundo, mientras que toca temas como los problemas económicos que hay en España y los mezcla con estereotipos extremos de estrellas de pop para jóvenes adultos
Para olvidar la tristeza y el mal y las penas del mundo. Es de celebrar que las películas de Álex de la Iglesia lleguen a nuestras salas, y en tiempos lógicos respecto a sus estrenos en España. Esta vez el director español nos presenta varias historias de diferentes y pintorescos personajes encerrados en un estudio de televisión. El motivo de tal encierro es la grabación de un show especial para celebrar el año nuevo, aunque todavía queden algunos meses para esa fecha, y el hecho que no puedan salir se debe a una violenta manifestación alrededor del canal contra su director, interpretado con solvencia por Santiago Segura, experto en tipos con mala leche.El show en cuestión tiene como escenografía a cientos de extras vestidos de gala, dispuestos en mesas adornadas con comida y bebida de utilería. Uno de esos extras es víctima de un accidente que lo deja fuera de la grabación; en su reemplazo llega José (Pepón Nieto) -desempleado con más de un problema en su vida-, quien rápidamente hace más que buenas migas con otra extra con quien comparte la mesa.Dos artistas son la atracción del programa. Uno es Adanne, joven intérprete de música estilo Chayanne -en una paródica y excelente actuación de Mario Casas-, y el otro es Alphonso, divo ególatra e impiadoso a cargo del genial e incombustileRaphael. La actuación que sigue a las campanadas es la de mayor audiencia, y es cuando Alphonso quiere actuar, sin importar qué o quién sufra las consecuencias. Su sufrido manager es el que debe negociar los términos impuestos por el divo, al tiempo que urde un plan para terminar con él, factor del sufrimiento que carga desde niño. Carlos Areces ("Balada Triste de Trompeta", "Los Amantes Pasajeros") compone a este hombre maltratado que somatiza su sufrimiento a través de su piel, en una interpretación de antología.El relato alterna entre la histeria de una grabación que impone risas forzadas y abrazos entre desconocidos para simular la alegría de las fiestas, con chantajes sexuales, supersticiones, desgracias varias, y una nada sutil guerra de egos que excede a los artistas y llega hasta los presentadores.Álex de la Iglesia impone su sello, se atreve a jugar con una figura como Raphael que se presta gustoso al juego con una gracia única que sorprenderá a propios y extraños. La propuesta es disparatada, atrevida, desopilante y digna de la filmografía de quien nos dió obras como "El Día de la Bestia" o "Muertos de Risa". En la línea de esta última hay que situar a este filme, aunque en este todo es más urgente, vertiginoso y alocado, como en las películas de los sesentas que el director buscó homenajear y recrear. Lo consiguió, con creces.Nuestra calificación: Esta película justifica el 90 % del valor de una entrada.
Se estrena Mi gran noche de Alex de la Iglesia, un regreso a las fuentes del cineasta español. Humor negro y números musicales sin descuidar el trasfondo social que el vive el país. Se lo extrañaba. Alex de la Iglesia había perdido el norte hace varios años. Los éxitos cosechados en sus comienzos como realizador y joven promesa del cine de género lo convirtieron en una figura “prestigiosa” y esto trajo como consecuencias propuestas cada vez más pretenciosas y vacías, alejadas de aquel subversivo cineasta, amante del terror y lo fantástico, pero al mismo tiempo, discípulo directo de los mejores capocómicos de la historia española, desde Berlanga hasta el primer Almodóvar. No es que se haya perdido aquel humor negro que lo distingue ni que su oscura visión de la vida se haya desorientado, pero lo cierto es que su cine se hizo demasiado grandilocuente y esteticista. Le faltaba corazón, nervio e imperfección. Alex quería coquetear con el drama, y Balada triste de trompeta, así como La chispa de la vida, demostraron que no era un género que dominaba, aun cuando en ambas obras, el humor muy oscuro está presente. Y Mi gran noche, tiene la vitalidad y frescura de un Alex de la Iglesia más puro, más influenciado por la comedia clásica y el slapstick. El gran referente cinematográfico, en esta oportunidad es Blake Edwards. Y si bien es verdad, que en comparación con las brujas de zugarramurdi, se trata de una película más simple y liviana, también se agradece que regrese al tono de Muertos de risa y Crimen ferpectos, dos de sus mejores películas. Mi gran noche es un film coral que retrata la grabación de un especial de año nuevo. Los números musicales son grabados en forma separada del público, y los figurantes –o extras- deben “actuar” para el televidente. La crisis económica está presente fuera de los estudios de grabación, donde se manifiesta en contra de los despidos que efectuó la cadena televisiva. Hasta que los manifestantes no se retiren, la grabación no puede darse por terminada. Este clima claustrofóbico contrasta con la fiesta que se intenta llevar a cabo dentro del estudio. Los episodios que se van sucediendo en forma simultánea son algunos más inspirados que otros. Los mejores son el del extra que se enamora de su compañera de mesa, señalada como mufa, y el del divo musical que intenta hacerle la vida imposible a otro cantante más joven, al mismo tiempo que su hijo planea matarlo. Las historias se conectan y también hay un par de chicas que desean extorsionar a la estrella de moda; una pareja de presentadores que se enfrentan en el terreno personal y profesional; y el productor del programa que trata de sacar el especial adelante a toda costa. Alex de la Iglesia desarrolla todos estos tópicos con extraordinaria solvencia narrativa durante la primer hora de film, agilidad y rtimo, pero sobre el final le presta demasiada atención a algunos, y otros los concluye en forma bastante banal. Eso no quita que haya múltiples gags efectivos, algunas sorpresas y un par de números musicales muy divertidos. Más allá de contar con la presencia de Santiago Segura y Enrique Villén, dos de sus actores fetiches, bastante desaprovechados en esta oportunidad, Mi gran noche tiene un atractivo especial: el regreso de Raphael a la pantalla grande. Uno de los más populares cantantes de los años 60 hasta la fecha, brilla con carisma, creando un alter ego que canta sus temas más reconocidos –el que le da título al film y “Escándalo”- burlándose de su propia fama e imagen. Cada escena con Raphael es mejor que las últimas tres obras de De la Iglesia. Mario Casas, Carlos Areces y Luis Callejos también se encuentran entre lo más destacado del film. Con influencias de Ginger & Fred y La fiesta inolvidable, Alex demuestra su soberbia mano para combinar géneros y brindar una sátira al mundo de la televisión y los multimedios. Sin llegar a ser visceral ni subversivo o provocador, el director regala un entretenimiento puro e ingenioso, que más allá de ser irregular en su último tramo y no resolver perfectamente cada subtrama, se destaca por su pasión cinéfila, el talento de su elenco, la cuidada propuesta estética y una sutil crítica social. El gran Alex ha vuelto con Mi gran noche.
Festival cómico de la exageración La expresión bigger than life -más grande que la vida- se aplica de manera fenomenal a Raphael, cantante récord y figura primordial en España (y también afuera). Mucho más allá de todo, en pleno dominio de su particular gesticulación hiperbólica, Raphael es el primero en el cartel en Mi gran noche, aunque quizás no sea el actor con más minutos en pantalla en esta película de Álex de la Iglesia que despliega personajes y estrellas con especial frenesí. Es que esto es, definitivamente, un especial, un evento: es la grabación, con muchas semanas de antelación, de la emisión televisiva del especial de Año Nuevo, una verdadera institución española que ahora -según los veteranos del evento que murmuran quejas mientras vemos que rapiñan lo que pueden- se ha degradado. Casi toda la película transcurre en un estudio de televisión, entre peleas diversas -más una manifestación sindical desbordada afuera-, atracciones irresistibles y una cantidad de chistes, golpes, bajezas y planes demenciales. De la Iglesia ofrece un seleccionado de grandes nombres, y Santiago Segura, Carmen Machi, Carlos Areces y los demás son como instrumentos esperando que el director de orquesta los señale para volverse solistas. Si casi todos brillan quizás sea porque se apasionan por esta comedia, por la comedia, por hacer este cine festivo. El ambiente falso y cutre del estudio es ideal para que De la Iglesia pueda desplegar su ferocidad ácida, su comicidad vitriólica, su energía renovada. El director dispone de sus estrellas como si fuera una exhibición freak, en diversas líneas narrativas que buscan y muchas veces encuentran el modo esperpéntico que supo hacer brillar Luis García Berlanga. Mi gran noche remite a Berlanga y a su disección ibérica y los hace pop, los pone en un remolino liviano, de superficialidad demencial: de ahí, por ejemplo, el personaje del cantante joven, una especie de Tarzán/Cae de Bravo/Chris Hemsworth de outlet. Finalmente, si hay una película a la que Mi gran noche se siente muy cercana es a la memorable Ginger y Fred, una de las últimas de Federico Fellini, otro relato feroz acerca de una grabación televisiva. Pero allí donde Fellini agregaba una innegable capa de tristeza porque veía que la televisión estaba terminando con el cine, De la Iglesia se enchastra con sus materiales y con los modos de la pantalla chica para llevarnos otra vez al cine, para seducirnos con luces inmediatas, con otro festival cómico de la exageración.
Satirízame Lo nuevo de Alex de la Iglesia: desenfado, crueldad y miserias contadas con humor en un combo para estómagos fuertes. El cine de Alex de la Iglesia es como una catarata de estímulos. Con ritmo trepidante, debe ser, como Almodóvar, de los pocos cineastas españoles que tienen un estilo tan propio e inconfundible. Y esa catapulta de incitar, de sucesión de acciones casi sin fin tiene una caja de resonancia mayor en el estudio de TV que es el marco de Mi gran noche. Hay una decena de personajes, algunos más estereotipados que otros, pero he aquí el guiño del director bilbaíno. Como con las escenas de sangre de Tarantino, valga la comparación, uno sabe con De la Iglesia que cuando un personaje podría decir o hacer una cosa, muy probablemente dirá o hará otra. Y así. Y Mi gran noche, como La comunidad, pero más aún, es la más coral de las películas del director de El día de la bestia. La trama: durante la grabación de especial de Fin de año de una cadena de televisión (es lo que hace TVE todos los años) Alphonso (Raphael) es una de las figuras que canta ante decenas de extras que fingen comer y beber felices. Un fan desea eliminarlo. Afuera, hay una rebelión por despidos. Y no pueden salir, están encerrados desde hace días. Punto. Porque a partir de ahí será la suma de cada historia individual, la de Alphonso, la de su antagonista, un cantante más joven y de ritmos latinos, un manager, la de los extras, la de la directora de cámaras, y más, lo que redondee el conjunto, el todo. No se puede explicar cada célula, cada microhistoria y el comportamiento de los personajes sin entender, sin ver la totalidad. Es una sátira a la televisión, y a partir de allí a la sociedad española. Hay miserias contadas con humor, y el sarcasmo es la marca de De la Iglesia y de la película. Mi gran noche empieza bien arriba, y no decae. Hay tanta crueldad como guiños a Star Wars en un combo entretenido y para estómagos fuertes.
Pero sin dudas uno de los platos fuertes de la semana es el estreno de la nueva película del director de La Comunidad y El día de la bestia: Mi gran noche. El filme se desarrolla durante la grabación de un especial de televisión para la nochevieja. Un grupo de artistas, técnicos y extras se verán inmersos en una trama de locura general mientras esperan que den las doce campanadas. Alex de la Iglesia recrea varios tópicos de la cultura pop española en esta comedia negra bestial y políticamente incorrecta. El regreso de Raphael a la pantalla grande como Alphonso, una autoparodia de él mismo, es sencillamente increíble. El Niño de Linares juega a ser un Darth Vader castizo, una caricatura bizarra para el aplauso. En un filme netamente coral se destacan Mario Casas como un cantante más tonto que talentoso, Santiago Segura como el corrupto dueño de la cadena televisiva y Pepón Nieto como un desafortunado figurante en el lugar equivocado a la hora equivocada. Un argumento simple, sencillo, que apunta al humor negro, directo y efectivo. El cine de Alex de la Iglesia ha tenido muchas grandes noches... ¡y esta es una de ellas!
Desopilante comedia negra del inspirado Alex de la Iglesia Aclaración previa: parece que en España los especiales de Año Nuevo, que allá le dicen Nochevieja, no sólo no van en vivo, sino que se graban con meses de anticipación. Eso, contando números musicales, cómicos, saludos sensibleros, uvas y "champuces", puede llevar bastante tiempo. Hay que estar ahí, fingiendo alegría más de un día. El asunto suena tan ridículo que bien merece unas cuantas bromas y hasta una película satírica. Y Alex de la Iglesia es tan bueno que hace una comedia más que satírica. Negra. Esperpéntica. Berlanguiana. Española. Españolísima. Con El Niño de Linares a la cabeza del reparto. Bueno, El Niño de Linares ya pasa los 70 de edad y los 50 largos como cantante. Se llama Raphael, por si alguien no lo sabe, y aquí representa a un tal Alphonso, estrella envanecida y envejecida que pelea con malas artes contra la estrella ascendente, un cantante latino ultrasexy a cargo de Mario Casas. Eso no es todo. Dos starlettes quieren chantajear al sexy. Su representante las corre a puteadas (es argentino). Los sonrientes presentadores se odian a muerte. Las encargadas del piso odian al jefe. Una multitud fuera de los estudios odia que la hayan dejado afuera. Y afuera del país quiere irse un directivo estafador, con toda la plata que no sabe cómo sacar. Adentro, un infeliz trata de ganarse sus dinerillos (seguramente los logrará) sentándose a la mesa de la mala suerte. Una persona trae la yeta. Más allá entra una vieja cargosa. Etcétera. Y alguien quiere matar al gran Alphonso. Descostillante, acelerada, ingeniosa, de gran producción para disfrutar a lo grande y en gran pantalla, "Mi gran noche" destroza el mundo de la pantalla chica y su gente de mente pequeña, cultora de una falsa felicidad, al tiempo que desarrolla una cariñosa y burlona celebración de Raphael, ídolo de la canción española que así ha vuelto al cine después de 42 años de ausencia, para reírse de sí mismo antes que nadie, y para robarse cada escena donde aparece. Este tipo es incombustible. Para más, lo rodea casi toda la escudería De la Iglesia, porque se trata de una película coral: Santiago Segura, Carolina Bang, el citado Casas, Pepón Nieto, Carlos Areces, Terele Pávez, Enrique Villén, Carmen Ruiz y otros cuantos, a los que aquí se agrega el argentino Tomás Pozzi ("El secreto de Lucía"). Todos grandes cómicos. Hay quien dice que ésta es una película menor. Puede ser. Cuando nos sequemos las lágrimas de la risa lo vamos a pensar.
Alex de la Iglesia es un genio y no tiene que haber discusión al respecto. Sus obras son más geniales y su única mancha tal vez es 800 balas (2002) donde no se pudo ver lo brillante de siempre.En esta oportunidad llega con una nueva comedia, género que si bien no había abandonado por completo estuvo atravesado y mezclado con otro tipo de cine tal como plasmó en Triste balada de trompeta (2010) y Las brujas de Zugarramurdi (2013).Este estreno es más cercano a La Comunidad (2000) y Crimen ferpecto (2004), no por lo argumental sino por el código.Mi gran noche es una fiesta absoluta no solo literal (porque la historia transcurre en la grabación de un teletón tipo fiesta de navidad) sino también por la experiencia fantástica que vivirá el espectador donde habrá momentos en donde no podrá parar de reírse.Este es un buen ejemplo de ridiculez de la buena y no Zoolander 2. Aquí se toman conceptos muy muy simples y se los llevan al extremo de lo gracioso involucrando drogas y sexo (con un poco de escatología también).El elenco es formidable, todos y cada uno de ellos: Mario Casas, Santiago Segura, Hugo Silva, Carlos Areces y la hermosa Carolina Bang.Pero el que se lleva todo y te hace llorar de risa es Raphael. ¡Si, Raphael! El legendario cantante español se parodia a sí mismo en escenas memorables.Su personaje es la absoluta personificación del espíritu del film en donde de la Iglesia logra un clima en donde todo vale.Y no solo desde lo argumental es bueno sino que cinematográficamente también. La fotografía y la edición se lucen.A lo mejor la cinta no es para todo tipo de público por la simple razón de que no todos tienen el mismo tipo de humor. Pero si conocen el cine de Alex de la Iglesia, y les gusta, acá encontrarán una verdadera joya.Mi gran noche es una excelente comedia de autor que hará estallar de risa a quien se encuentre en sintonía.
Crítica que se queda en la superficie Parecen haber quedado lejos la precisión y la corrosión que caracterizaron al director de El día de la bestia: en su intento de pintar los contrastes sociales de España, De la Iglesia no consigue superar el límite de situaciones más grotescas que humorísticas. Lejos parecen haber quedado los días en que ese gran director de comedias negras que supo ser Alex de la Iglesia conseguía, film tras film, salirse con la suya. Contar historias en las que a partir de una premisa más o menos delirante, con los géneros cinematográficos y un humor corrosivo y políticamente incorrecto como herramientas virtuosas, traficaba complejas miradas críticas de la realidad. Realidades que en primer lugar siempre eran las de España, su pago chico, pero que podían ser universalizadas. El peso de la iglesia católica en la identidad española; la vida (no tan) subterránea del franquismo que aún sobrevive; la codicia como emergente de una cultura que, mercado mediante, haría caer a su país en una de las peores crisis de su historia. De la Iglesia supo ser a la vez lúcido para mirarse en el reflejo de su propia comunidad, y bestial para pintar el retrato de lo que ese reflejo le mostraba.Pero con el correr de su filmografía fue resignando la precisión, el ingenio y la complejidad de su visión del mundo, para comenzar a tomar atajos. Mi gran noche, su último trabajo, es justamente eso, una película que intenta exponer una crítica durísima del mundo vacuo y perverso detrás de la industria de los grandes shows televisivos, pero que nunca consigue superar el límite de situaciones más grotescas que humorísticas, de chistes más burdos que graciosos y de metáforas obvias antes que sutiles.Mi gran noche relata el transcurso de la grabación de un gran especial televisivo de fin de año, pero con la atención dividida entre distintos pares de realidades que son puestos en tensión. La dualidad más obvia, que habla de inclusiones y exclusiones, es la del adentro y el afuera de ese estudio de TV. Mientras que en el interior se lleva adelante una farsa de luces, brillos y estrellas pop, afuera ocurre el apocalipsis. Pero no un fin del mundo de ficción sino ese otro, concreto, al que la sociedad española debe hacerle frente desde que la crisis global desmoronó su economía, hace ya casi una década. Manifestaciones violentas y represión como contracara del cartón pintado y las miserias del endogámico show must go on televisivo. Así mismo, la vida dentro del estudio representa una sórdida arca de Noé, en la que creen salvarse de la extinción las mezquinas estrellas –que el eterno Niño Raphael sea uno de los protagonistas es el gran acierto de la película–; un productor estafador; los conductores mediáticos y los agresivos directores de piso y de cámara.Al fondo del tarro, los extras, representación de la clase media (o mediocre) que se alegra de haber quedado del lado de adentro, como si eso realmente los protegiera de una debacle que no es sólo económica, sino también cultural. El problema es que De la Iglesia no logra que el humor trascienda la mediocridad que intenta parodiar. Del mismo modo en que una estética caótica en lugar de burlarse de las miserias de la burbuja televisiva, más bien replican su formato, haciendo que la crítica nunca consiga tener más vuelo que el abyecto objeto criticado.
Nuevamente Alex De la Iglesia arremete con los medios de comunicación y el negocio que se esconde detrás de las estrella, como lo hizo en “La chispa de la vida”, sólo que aquí la exploración se enfocará en cómo un programa de televisión puede desencadenar más de una desgracia a cada uno de los participantes del mismo. “Mi gran noche” (España, 2015) es la última jugada del director en pos de una caricatura bizarra del consumo para la que ha logrado fichar nada más ni nada menos que a Raphael, quien juega a reírse de sí mismo como Alphonso, una estrella que quiere tener el lugar que siempre quiso dentro del panorama musical actual. Pero para complicarle la existencia a este personaje, De la Iglesia imaginó una contrafigura joven, alguien que viene a cercenarle su lugar y que, aprovechando el lugar y la exposición mediática, se consolidará como la joven promesa que puede heredar su trono. Adanne (Mario Casas) será el tornado latino, que con la melodía de “TORERO” de Chayanne tendrá un hit llamado “BOMBERO” que será el hit del verano y la única canción con la que pueda destronar a Alphonso, pero quien deberá ser cuidado por su representante (Tomás Pozzi) de cada una de las trampas en las que sus fanáticas lo pondrán. De la Iglesia elige el set de grabación del especial de fin de año de 2015, que lidera en España la audiencia desde tiempos inmemoriales, como el espacio para que el duelo entre estos dos avance. Y para sumar más aditamentos a la tensión entre ambos, imaginó una pareja en la vida real de conductores del envío (Carolina Bang y Hugo Silva), que no temen matarse (literalmente) frente a cámara para sobresalir el uno del otro, y unos extras (Blanca Suarez, Pepón Nieto) que luchan por su lugar mientras la cadena se desploma ante la tiranía de José Luis Benítez Quintana (Santiago Segura), un inescrupuloso productor y realizador televisivo que está diezmando el canal con despidos y recortes. Así “Mi gran noche”, con su aparente superficialidad y números musicales, comienza el patético derrotero de los protagonistas, enfocándose en las miserias y luchas para conseguir un lugar en el mundo de la efímera fama actual, sin dejar de lado la situación económica de España, un presente tan incierto como plagado de desocupación y crisis. Y si el extra que llega a último momento (Nieto) para completar una mesa, en la que una “mufa” (Suarez) despliega su inocencia y a la vez el siniestro hechizo sobre sus compañeros, termina siendo el centro de atención del director, es porque a De la Iglesia le gusta el show business, pero también le encanta mostrarnos el patetismo, como en este caso de un cuarentañero que vive con su madre (Terele Pàvez), o el de Yuri (Carlos Areces), el hijo adoptivo de Alphonso, quien además se encarga de su representación artística, desesperado por ocupar el lugar de su padre, por lo que urdirá un siniestro plan para eliminarlo en pleno rodaje junto a su novio. El desborde, la exageración, el brillo de mentira, la sobreactuación, la exploración de los estereotipos del mundo de la farándula, como así también la planificación de un guión que no da tregua, potenciando el punchline y el gag, pero también la reflexión entre número y número musical, hacen de “Mi gran noche” un show único para demostrar, una vez más, la maestría con la que De la Iglesia reposa su lupa en universos particulares y que a la vez terminan siendo universales.
Muchas veces me encuentro con gente que al pasar, me pide, implora porque le recomiende una comedia para reirse mucho. Siempre sucede que me detengo a pensar en ese instante, que fue lo último que me hizo pasarla muy bien y mi cabeza entra a buscar y buscar en los títulos cercanos a mi memoria y... Me quedo sin decirles nada. Porque sencillamente (y esto es cien por ciento honesto), la mayor parte de las comedias son, en este tiempo, anodinas, descoloridas y poco originales. He aquí un notición. Tenemos en sala una comedia perfecta. Quizás no lo sea tanto (yo creo que es excelente), pero deslumbra porque ya estamos aburridos de la parva de intentos en el género que solo ofrecen un puñado de gags físicos malos y mucha movida escatológica. Basta. Es hora de ver algo que te haga reir. Que apele a lo que te mueve, que movilice y te haga sentir dentro de ese frenesí que destruye lo esperable. Llegó. Se acaba de estrenar en Buenos Aires, "Mi gran noche". Sólo el talento de Alex de la Iglesia es capaz de producir un film tan redondo, hecho con tan poco dinero (y si me dicen que hay muy buenas cintas que se han arreglado con poco presupuesto, les digo: por supuesto, pero NO son comedias). Hollywood necesitaría cuatro guionistas de primer nivel para emular al español. El hombre (nada menos) se anima a maximizar el uso de su presupuesto e instalar toda una movida que homenajea a los viejos shows televisivos españoles de fin de año (en los 70 y 80), donde artistas de gran renombre, cantaban y bailaban junto a un grupo de selectos aplaudidores (comensales) que estaban ahí sólo con la idea de representar el escenario de una cena elegante. "Mi gran noche" es un ensamble coral dinámico y furioso. Un riff de idas y venidas a gran velocidad con diálogos desopilantes y personajes bien delineados, a lo "De La Iglesia", en un solo trazo, pero potentes y funcionales a la trama. Combina lo mejor de su escuela: no perdona a nadie, todos tienen su momento de lucimiento y ensamblan de lo mejor. La historia gira (dijimos) sobre la grabación de un evento en un canal de televisión, en la previa de la noche más importante del año. Símbolo o no de una España en crisis, lo cierto es que el conflicto es cercano y divertido. José (Pepón Nieto) es un hombre común que funciona como el faro de la historia. Llega a reemplazar en el set a un accidentado y descubre que todo allí, es de mentira. Es atemporal. Hay copas, comida de utilería, gente en smoking y muchas luces. Es una fiesta. Extraña, bizarra y delirante. Desde ese sujeto simple, deslumbrado por no sentirse en su elemento (es la primera vez que trabaja como extra), parte De la Iglesia para mostrarnos el lado B del show business. Odios, rencores, envidia, dinero, drogas, alcohol, hay, para todos los gustos. Todo, matizado con cuadros musicales, intrigas policiales y problemas sindicales. Parece caótico (de hecho, en España muchos atacaron al director por ese enfoque) pero no. Creanme que una vez que acepten el universo, la fiesta ataca feroz y la vas a pasar muy bien.Algo más, "Mi gran noche" incluye el regreso al cine de un gigante de la escena. Nada menos que Raphael, varias décadas después de su última participación en una película. Chocará con un rival a su medida, un tal Adanne (Mario Casas en una parodia, suerte de cruce entre Chayanne y David Bisbal) en un par de escenas imperdible. En el medio, un grupo de extras que estrecha demasiados sus vínculos, conductores, artistas, mujeres dispuestas a todo, fuerzas de seguridad, productores corruptos y toda la fauna que se puedan imaginar, condensada en 100 increibles minutos que son disfrutables de principio a fin. ¿Elenco? Los más fieles de este director: Santiago Segura, Carolina Bang, Carlos Areces, Blanca Suárez y siguen las firmas. De primera. Podría contarles más pero... ¿No sería mejor que fueran a sala a comprobar si estoy tan errado? Imperdible. Gran comedia. Gran eh!
El film tiene mucho ritmo y lo mantiene a lo largo de su metraje, entretenida ciento por ciento y la carcajada está asegurada. Delirante, llena de enredos, bizarra, hasta hay un “Jettatore” femenino, con la atractiva figura del cantante y actor español Raphael (a sus 72 años hace un personaje genial) hasta se burla de sí mismo. Contiene un buen montaje. Todos los actores tienen muy buenos personajes y su momento de lucimiento: Mario Casas el sexy Adanne ofrece un show para que aúllen los espectadores; Santiago Segura genial y pelea con las complicaciones que le traen las lesbianas Rosa y Amparo (Carmen Machi y Carmen Ruiz); buenos escenas con Tomas Pozzi (un manager egoísta y psicótico); un matrimonio que compiten hasta con ellos mismos, divos (Hugo Silva y Carolina Bang), cándido José (Pepón Nieto), muy divertido Jaime Ordóñez y la lista sigue. Vemos casi todo lo que puede suceder en un canal de televisión (una gran parodia) y contiene críticas de todo tipo.
Elogio a la desmesura Al director Álex de la Iglesia no le faltan ideas para hablar de la España que más le duele y que a lo largo de sus películas fue alterando su punto de vista con respecto a la sociedad, la cultura y el saludable cinismo que todo artista que se precie necesita para no repetirse y ahondar en temas candentes o de la coyuntura. Sin embargo, Mi gran noche, su último opus, funciona como homenaje al icono popular Raphael, una oda a la desmesura que se vale de la impostura de la falsa realidad televisiva para lanzar dardos ponzoñosos contra un estupidizante clima de bienestar y confort realmente decadente.
La fiesta del absurdo Mi gran noche, la nueva comedia de Álex De la Iglesia, es una comedia caótica que encuentra en ese desorden su gracia, ritmo y “timing”. Ciertas películas de Álex de la Iglesia presentan un inconveniente: confían en su guion. Tal es el caso de la aburridísima Las Brujas de Zugarramurdi (2013), la indefendible Los crímenes de Oxford (2008) y hasta de su película visualmente más inspirada y poéticamente densa: Balada triste de trompeta (2010). De la Iglesia es un director situacional, que goza acumulando gags, que se alivia entregándose a un absurdo radical. Para ello no hace falta darle continuidad lógica a las escenas, ni rendirle culto al guion de tres actos. Simplemente se necesita intuir la gracia, seguir el ritmo y alucinar con timing. Éste es el caso de Mi gran noche, una comedia sin tope que inaugura desde el minuto cero el vale todo. Su argumento es apenas una premisa: durante semanas un grupo de técnicos, extras, cantantes y animadores graban en un estudio un especial de año nuevo y no se pueden ir. Todos vestidos de gala, sonrientes, glamorosos, fingiendo pasarla genial. El guiño a El Ángel Exterminador (1962), de Luis Buñuel, es claro pero sutil, o al menos exento de denuncia, porque las intenciones de Álex de la Iglesia se desintegran en su diversión; el fin es la risa pura, una risa filosófica que subvierte todos los sentidos. Mi gran noche es comedia burbujeante. Su fuerza radica en la multitud de detalles; barroquismo de la puesta en escena que nos mantiene entretenidos: cada personaje hará algo ridículo en cada encuadre sin justificarse, porque sí, por la alegría del capricho. El filme carece de orden y previsibilidad; es como un carrusel que va girando cada vez más rápido, eyectando caballitos. No hay un protagonista que acapare la atención, se trata más bien de una maraña de personajes que, de rozarse, lo hacen accidentalmente, para habilitar alguna situación desquiciada. Estas características convierten a Mi gran noche en un producto deforme pero por sobre todas las cosas libre, de imaginación insaciable, tan poderoso que la presencia autorreferencial de Raphael pasa a segundo plano, como un simpático accesorio entre miles. Álex de la Iglesia retoma la rabia anarquista de Acción Mutante (1993), Muertos de Risa (1999) o La comunidad (2000). Los elementos están dispuestos para lograr climas desconcertantes y le pierden respeto a la historia. Las sobreactuaciones no hacen ruido, menos el montaje vertiginoso y desprolijo. Mi gran noche avanza sin meditar y acaba siendo un carnaval. Cuando todo termina, uno de los personajes dice: “Es como cuando sales de una disco y te pega el sol”. Así se sentirán los espectadores.
El vientre del televidente La televisión es un elemento fundamental en la obra de Alex de la Iglesia. En muchas de sus películas, los hechos desencadenan situaciones que merecen su atención, y la mirada que de ahí surge termina siendo el foco que adopta el relato. Es, claro está, un instrumento discursivo omnipresente que se relaciona con la generación que representa el propio director: una que fue criada y modelada a imagen y semejanza de la pequeña pantalla, máximo intruso en los hogares contemporáneos. De ahí se adivina el exhibicionismo, la sobre-explicación, lo explícito del discurso imperante en el cine actual, el cual es recibido sin dilemas morales por el espectador del presente. De esa explicitud están hechas también las películas de De la Iglesia, realizador de un trazo grueso considerable que tiene a su favor el hecho de ser totalmente autoconsciente. Por eso, que el tono de sus actuaciones sea el más alto posible, que su cámara se mueva con velocidad rayo y que sus películas más logradas sean las que apuestan al relato coral: las ideas en De la Iglesia funcionan como conceptos o cáscaras conceptuales, que muchas veces pierden cuando se profundiza en ellas. Por eso, a más personajes con menos tiempo de desarrollo en pantalla, las cosas funcionan mejor. La superficie ocurrente es la que brilla en sus films, también en la televisión. Lo curioso en Mi gran noche, último film del director hasta el momento y el que lo recupera en grande de una última década bastante insatisfactoria, es que si bien la televisión es el centro, básicamente porque el film se ambienta allí (muestra la grabación de uno de esos especiales de fin de año que hacen en la tele española), no hay una mirada desde la televisión. Es decir: si en 800 balas o La chispa de la vida (por nombrar dos) a la televisión le interesaba exhibir ese horror que surgía en un espacio definido que no le era propio para juzgar o montar un show, ahora que el horror surge desde su propio estómago la exhibición es nula, lo esconde. Así, De la Iglesia señala sutilmente el mayor problema de la televisión como Dios catódico: su reconversión en juez, en instrumento sentencioso que dicta la moral de una sociedad desde una impunidad absoluta. Así son los periodistas de la tele con sus cámaras ocultas y sus informes manipuladores. No es que De la Iglesia se haya vuelto serio de pronto. En todo caso, ya intentó eso mismo y con resultados horrendos en películas como Balada triste de trompeta. El De la Iglesia serio es el peor, es el que cree tener una mirada política compleja y no puede salir de cierto esquematismo: en Mi gran noche algo de eso aparece con la metáfora entre esa fiesta falsa del adentro y la represión policial del afuera, pero hay que reconocerle que aquí ese asunto socio-político es lateral, y no termina por dañar el perfecto andamiaje que monta el director. Mi gran noche es un muestrario de personajes terribles, de infames criaturas que luchan por un espacio de poder, por más que sea mínimo y prosaico en ese marco de copas con champagne de mentira y pollos de plástico. Es una comedia en toda regla, porque si en verdad estamos ante un film de horror, lo que surge es la risa, la carcajada sincera potenciada a partir de la forma en que el director muestra lo que muestra. De la Iglesia parece recuperar su mejor sentido del humor, creando diálogos filosos, situaciones ridículas, personajes graciosísimos y reforzando por vía de una puesta en escena precisa, su concepto esperpéntico, clave en su obra y en la comedia española desde siempre. Lo esperpéntico surge como género literario a partir de la obra de Ramón del Valle-Inclán, y es adoptado por los propios españoles como una forma de crítica autorreferencial. Hay en entre el esperpento y el grotesco (este último con fuerza en nuestro teatro y en la comedia argentina) ciertos lazos comunicantes, pero mientras el segundo parece justificar lo horroroso en la conducta y no deja de ser apenas una tonalidad, el primero profundiza la mirada hasta alcanzar cierta misantropía: ese es su mayor problema, y hay que tener buena mano para evitarlo. Berlanga fue el gran maestro del cine español esperpéntico, y De la Iglesia es uno de esos felices continuadores. En Mi gran noche los personajes adquieren una personalidad esperpéntica, arrancan como sólidas rocas convencidas de su lugar, y van progresivamente desintegrándose hasta grados ridículos. De la Iglesia abarca un amplio abanico de personajes y conflictos, pero lejos del análisis antropológico el director apuesta a la comedia desaforada. Y no hay aquí, como le pasaba en algunas películas (La chispa de la vida es a la que más se le parece, y contra la que mejor contrasta), un giro final hacia cierta convencionalidad: algunos resuelven sus conflictos, otros no, pero no hay una resolución mayor que abarque a todos, los personajes se terminan yendo como en una de Fellini, entre ríos de espuma y brillo fatuo. Esa ambición mínima, la del comediógrafo certero, se agradece. Pocas películas hoy ofrecen este nivel de apuesta por el divertimento sin culpas. Y esa sí, es una característica positiva de la televisión.
A reír que se acaba el mundo. Con Mi Gran Noche vuelve el Alex de la Iglesia que muchos de sus fanáticos estaban esperando: ese cine tan característico del director español, llevando el absurdo al extremo máximo, la comedia bizarra por excelencia, actuaciones bordeando lo delirante, logrando un resultado inmejorable, para lo que uno espera del director de las exitosas Muertos de Risa, La Comunidad y Crimen Ferpecto, entre otros geniales títulos. La historia transcurre en un plató de televisión, donde desde hace una semana todos los actores, presentadores, figurantes y equipo técnico, se encuentran encerrados grabando un especial de Año Nuevo. La razón por la que no pueden salir es debido a despidos continuos y una crisis del canal: fuera del estudio se encuentra una turba de gente armadas con palos, que a toda costa quiere entrar y boicotear el show. La escena a desarrollar en el set trata sobre una fiesta de Fin de Año, con dos presentadores celosos uno del otro por quién tiene más líneas de diálogo, dos estrellas de la música tales como Alphonso (Raphael, de quien haremos una mención aparte porque realmente su actuación es fuera de serie) y Adanne (un muy caracterizado Mario Casas) como un cantante latino por el cual mueren todas las mujeres, y muchas de ellas buscarán tomar ventaja de él. Ambos disputan ser la figura que haga su show luego de las doce campanadas, sin saber que hay sobre ellos otros intereses. Alphonso, un personaje repleto de violencia para con su hijo/asistente, recibe amenazas de muerte (estas escenas son de un lujo actoral, con referencias delirantes a Star Wars y su famoso personaje Darth Vader); Adanne, por su parte, será chantajeado por sus fanáticas y tendrá que lidiar con un representante, de lo más argentino que se pueda ver en el cine español. Entre los figurantes, destaca Pepón Nieto, al cual llaman a último momento para ser reemplazo de un accidentado extra. Su relación con una de las mujeres en la mesa dará paso a escenas y diálogos repletos de sátira y lucidez. Nobleza obliga, imposible no mencionar lo fantástico que está Rapahel en su rol de Alphonso. Dicho papel, contó el director, fue escrito pensando exclusivamente en el cantante español, con lo cual si no hubiera aceptado ser parte de la película, posiblemente no se hubiese llevado a cabo. Por suerte para todo el público, dio el sí para personificarlo y logró un personaje inolvidable. El guión, con un latiguillo tras otro, no da respiro, el montaje lleva la historia a una velocidad vertiginosa, donde cada personaje brilla en lo suyo, y la historia nunca decae. No hay dudas: tome el género que tome, las películas de Alex de la Iglesia, siempre nos dejan con ganas de ver la que sigue.
Bailando por un sueño mongo. El tema principal de Mi Gran Noche es la felicidad impostada de la televisión; la falsedad deliberada de risas tensas y eternas deseosas de transmitir una alegría de manual. En el universo de De la Iglesia, el espectáculo que la TV ofrece -en este caso, el festejo de un fin de año apócrifo pero también podría ser el noticiero de la cadena JQK de Acción Mutante o una entrevista a Nino y Bruno en Muertos de Risa– es siempre traicionero, demente, vigilante u opresor. Tras bambalinas sólo importa que la maquinaria demencial continúe produciendo a toda velocidad para que el espectáculo consiga la perfección de una gran farsa. Por ello el director nos sumerge en una narrativa hipertensa, con taquicardia, para que podamos sentir la presión de los engranajes del gran show. De la Iglesia introduce lo político también de manera explícita. En las afueras del estudio donde se graba su fiesta inolvidable, se desarrolla una manifestación de empleados despedidos que es brutalmente reprimida por las fuerzas policiales; un espejo de la criminalización de la protesta en la España de los últimos años (basta recordar las denuncias de la IU por el aumento de la represión a la protesta social durante el gobierno del PP); De la Iglesia más allá de filmar su comedia más pura en relación a sus últimos trabajos (sobre todo si pensamos en las amargas La Chispa de la Vida, Balada Triste de Trompeta o los Crímenes de Oxford) no le resta protagonismo al peso político de su propuesta; lo descerebrado de la fiesta impostada de la TV indefectiblemente va de la mano con la opresión. En los extraordinarios primeros 40 minutos de Muertos de Risa ya habíamos asistido a la anfetamina visual que acá se intenta, claro que en aquella el torbellino narrativo contaba el ascenso de casi toda una vida, mientras que en Mi Gran Noche la libertad de Nino y Bruno muta a la noche profunda de una jaula filmada donde las bestias empiezan a impacientarse. La bestia mayor es Alphonso, un Raphael tremendo a lo Darth Vader o cualquier otro villano ridículamente genial del cine de género, que tiene de némesis a un cantante pop tan imbécil como garchador; además de la rivalidad que mantiene con su hijo, representado por Carlos Areces y su extraordinaria mueca genética de sufrimiento. Otro de los protagonistas principales del extenso elenco que se nos presenta es el “tío común” José (Pepón Nieto), que llega al festejo de nochevieja una semana y media después de su inicio y que deberá lidiar con sus consecuencias decadentes. De la Iglesia es un cachondo que suele trabajar con minas canónicamente lindas (y se casó con una: la guapa Carolina Bang, también presente en esta sátira), así como suele introducir pequeñas escenitas que recuerdan la larga tradición de España con el sexploitation (aunque a veces las más picantes eran para exportación y en casa se quedaban con las versiones censuradas); en Mi Gran Noche no faltan los minones ni la sexualidad, las guapas son parte del ballet de enajenados adictos a la fama donde no se salva casi nadie; tal vez el menos afectado por el pesimismo y el odio del director sea el tío común José, que llega al circo medio de casualidad, como nosotros.
LA BURLA INCANSABLE La matriz creativa del cine de De la Iglesia radica en el exceso. La gramática compositiva insiste una y otra vez en gags que –lejos de una sucesión gradual- conforman una totalidad desbordada. De allí la cadencia vertiginosa que impide detenerse demasiado en un chiste, funcional para la eficacia argumental que resulta de su acumulación. En tal sentido, ese ritmo desenfrenado sitúa la apuesta cómica preferentemente en la broma ridiculizante, antes bien que en el ejercicio paródico. Privilegio que hace a la ganancia del cine por la erosión de la solemnidad crítica sobre la sociedad del espectáculo que sugiere el film. Proposición –felizmente- mantenida a raya, a fin de evitar el despropósito de que el tema transcienda a la propia puesta en escena. La introducción continua de plots cómicos que hace avanzar a las dos historias contiguas de stars y extras reunidos para grabar un programa televisivo, uniforma un tono gracioso de sketch que repele el posicionamiento moralizante de De la Iglesia sobre la industria mass-mediática. De hecho, la protesta de trabajadores de la televisión es presentada como amenaza de fin de la ficción delirante que se propone, inmediata a la salida a la realidad que supone el abandono del artificioso set televisivo que comparte fronteras con el propio relato cinematográfico. Cuando todo es tan absurdo (dice uno de los personajes) ya nada importa demasiado y, allí, es factible leer el eje compositivo de De la Iglesia. Axioma internalizado magistralmente por Raphael con la actuación travestida de sí mismo en el personaje de Alphonso, no tanto por las actitudes excéntricas de divismo, sino debido a la mostración orgullosa de la performance kitsch que subrepticiamente ha cohabitado la puesta escena de los recitales del cantante español. Filiación consumada entre la gestualidad banal con el histrionismo desembozado que provoca la recursividad de gags estructurante enlas comedias de De la Iglesia. Posiblemente, relación adelantada en la cita oblicua de Balada triste de trompeta (2010), donde se reproducen fragmentos de Sin adiós (1970, también protagonizada por Raphael), a propósito de la ambientación en los estertores de la dictadura franquista, revisados socarronamente en ese film de De la Iglesia.Vínculo funcional entre la política dictatorial de censura con la música pasatista de Raphael que se sugería en Balada…, en Mi gran noche se vuelve explícita en la actuación de Alphonso acompañada con filmaciones de Franco reproducidas en las pantallas que sirven de escenografía al set televisivo, rematada por la interpretación –nada casual– de la canción Escándalo. Pese a ello, la escena no sostiene un señalamiento sancionatorio, puesto que la simultaneidad de enredos hace una summa de fiesta desbocada que esquiva la consumación de una risa amarga. Si bien el cine de De la Iglesia amalgama asuntos en un producto final hilarante, sus films recientes evidencian un particular interés por referir a los ídolos que entroniza la sociedad de consumo contemporánea. De ahí la posibilidad de reunir –en un eventual tríptico- a Mi gran noche por su burla a la TV junto a La chispa de la vida (2011) con su mostración de las deslealtades entre publicistas que, finalmente, encuentra sus víctimas en los cultores de la imagen que protagonizan El crimen ferpecto (2004). Films que desembozan en la escena hiperbólica montada por De la Iglesia, la propia estructura ficticia de estos dioses artificiales que reinan en la sociedad moderna. Quizás, ese gusto por el absurdo llegue a sobresaturar algunas escenas malogradas de Mi gran noche (pensamos en la lascivia juvenil del ídolo Adanne), junto a la sobredimensión kitsch de Alphonso que, si bien erige un personaje memorable, sustrae relevancia a los restantes protagonistas, haciendo tambalear el esquema de comedia coral. De todos modos, De la Iglesia sostiene un relato coherente y atractivo que consigue desmitificar el mundo televisivo mediante los seres descomunalmente frívolos y vanidosos que lo habitan.
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
Lo que vale es la sonrisa estúpida La televisión como espectáculo grotesco, de responsabilidades escondidas. Película redonda, que toca la realidad argentina. ¡Como si revivieran los recuerdos televisivos de los años horribles de la dictadura! Con una pseudo Raffaella Carrá, de calzas y movimientos rubios, en coreografía amontonada, con papelitos y brillos, para hacer de la vida esa fiesta en la que nada importa porque, lo que vale, es mantener una sonrisa estúpida, siempre. Tal es el mandato de ciertos espectáculos televisivos: estar prestos a la cámara, aun cuando sea el mismo artefacto el que procure la herida mortal, a través de un operario descuidado que mira estupefacto los cuerpos de las beldades que van y vienen, del escenario a los camerinos. ¡Paf! Golpe y sangre. No importa, acá no pasó nada, ¿está claro? Con Mi gran noche, Alex de la Iglesia plantea un programa sin fin, durante una noche que ha durado más de una semana, en un falso vivo que emula la llegada del Año Nuevo. Como si el tiempo se detuviera, la televisión borra toda referencia ‑temporal o espacial‑, suspende sonrisas en muecas y vuelve basura lo que toca: en todo caso, cuando lo que la guía es la estupidez calculada (e ideológica), aunque por fuera de las paredes del estudio el mundo explote. Con guión de De la Iglesia y Jorge Guerricaechevarría, el realizador español introduce al espectador en una fiesta sin límites, entre vértigo y esplendor, para de a poco comenzar a descascarar el asunto. Una vez se desnude la cuestión, tras el mucho ruido, los gritos y aplausos fingidos, lo que aparece es la desgracia que viven cientos de trabajadores que reclaman por sus despidos. Pero no importa, la policía nos protege, dicen en el estudio. Así que más vale estar guarnecido entre sus paredes insonorizadas o dentro del verosímil marchito de los shows hogareños. La televisión, no hay caso, sigue ocupando el centro del escenario. A cuestionar ese podio se atreve De la Igleia, y no es la primera vez. Ya lo había hecho, por ejemplo, con Muertos de risa (título de argumento literal, de dupla que se odia pero se requiere) y La chispa de la vida, cuya puesta en escena actualiza la obra maestra de Billy Wilder: Cadenas de roca (1951), una de las más impiadosas películas sobre el mundo del espectáculo periodístico. Estas alusiones está claro que no son gratuitas, sino dardos que se clavan con énfasis, con el fin de desestabilizar lo que tan atento está a logísticas y comportamientos de consumo: herramientas políticas, al fin y al cabo. Entre los momentos febriles de Mi gran noche, De la Iglesia es capaz de dialogar, entre otras referencias, con el cine de Blake Edwards; por un lado, a través de una secuencia de baile y coreografía con música a la Henry Mancini, mientras varias acciones se resuelven con recursos de pantomima; por otro, a partir de una estructura argumental que recuerda, por su devenir ascendente, sin freno y con espuma, a La fiesta inolvidable. La explosión final de Mi gran noche ‑inevitable en todo título del realizador, tan afecto a la desmesura‑ tiene también punto de contacto con Los amantes pasajeros, de Almodóvar; allí había mucha espuma, pero de extinguidores de fuego, en procura de aliviar una tensión para la cual el mejor remedio continuaba siendo el cine. La misma urgencia que respiraban las películas de Fellini; Ginger y Fred, con su galería de fenómenos alienados, protagonistas de un mundo estrambótico, enclaustrado en programas televisivos que han mancillado las capacidades del sueño, ésas que sí sabían componer Giulietta Masina y Marcello Mastroianni. En todo este desbarajuste que Mi gran noche provoca, que no es otra cosa que el resultado de una mirada lúcida, la participación de Raphael (Alphonso, su personaje) suma un elemento estético que habla por sí solo, como significante suficiente. El cantante es capaz de mirarse lúdicamente, paródicamente, sin perder altura ni talento sino, antes bien, procurar por ello un altar mayor. Tanto es lo que lo cuida De la Iglesia, tanto es lo que le admira. Queda rubricado en el título del film, deudor, en este sentido, de Balada triste de trompeta; es más, entre estas dos películas se conforma un díptico, en donde Raphael aparece como la voz capaz de articular lo que la guerra civil española ha escindido, con canciones sobrevivientes, entre cruces y políticas de derecha. La televisión aparece aquí como continuidad de un mismo proceso, responsable de lo que sucede pero acrítica consigo misma, tal su costumbre. Algo que se subraya desde la composición que de Benítez, empresario corrupto, lleva a cabo Santiago Segura, ese otro maestro de la desmesura. Ahora bien, el caso de Raphael es festivo en todo sentido. No sólo por los prolegómenos mismos de su show, sino por la manera desde la cual elabora un personaje impiadoso, seductor, de gestos exagerados y decires premeditados. Entre él y un supuesto sucesor, con rictus de Adonis despistado, De la Iglesia juega un contrapunto que se completa con la adhesión misma de muchos otros. En todo caso, no hay personaje que no guarde algo de complicidad con lo que sucede. Sea por corrupción o por necesidad. El dinero es lo que guía y por lo que se sostiene este andamiaje. La televisión basura lo es también porque hay multitudes de adeptos. En este sentido, una de ellos se aferra a lo largo del film a una cruz gigante, correlato justo de la adoración por la caja boba. Entre las situaciones innumerables que pueblan este relato coral, vale destacar la del complot para matar a Alphonso. Acá se traban cuestiones tales como la admiración, la paternidad, los celos, y la posibilidad imprevista de cantar esa canción por la que la vida vale la pena, ante la cámara y con el dios admirado como espectador. Es un momento superlativo, que tiene el pulso justo del director. En donde conjuga lo que sucede de manera acorde con una película que es, toda, grotesca. Aspecto que se condice, por supuesto, con una realidad que estaría a punto de serlo también, de no ser por ese ímpetu con el que el televisor podría ser reventado. El cine, como siempre, es el que viene al rescate.
Una celebración caótica Alex de la Iglesia siempre se sale con la suya: su visión absurda y desorbitada hace de sus películas una experiencia única. Que sea buena o no, ese ya es otro tema. Lo cierto es que en su nueva comedia, “Mi gran noche”, el director español se embarca en un desfile incesante de personajes excéntricos y situaciones bizarras que no dan respiro al espectador, lo que resulta un tanto extenuante. El relato, protagonizado por Raphael, se centra en la tradicional celebración televisiva que la TV de España realiza cada fin de año, que en ese país se llama “noche vieja”, y donde el cantante español es la figura principal. Todo transcurre en un estudio de televisión, donde se desarrolla la grabación de esta emisión especial, que se compone de una fiesta, recitales en vivo y un gran número de extras haciendo que comen y disfrutan del espectáculo. En medio de esta puesta en escena, todo se transforma en caos cuando el gran cantante, llamado “Alphonso” en la ficción, es amenazado de asesinato. Situaciones extremas y un relato un tanto desordenado y ácido hacen de esta película una opción entretenida pero que no llega a momentos de gloria como sí sucede en sus antecesoras “Muertos de risa” o “Un crimen ferpecto”.
Invitación a un festín satírico, exacerbado y grotesco a partir del mundo televisivo No sería desacertado pensar este nuevo opus del responsable de joyitas como “El día de la bestia” (1995) como un corolario del universo de sus personajes. Incluso si desde el color, la música, los objetos, el vestuario y el maquillaje uno pareciese estar inmerso en una suerte de excepción dentro de la filmografía. Podría decirse que “Mi gran noche” es a la filmografía de Alex de la Iglesia lo que “Los amantes pasajeros” (2013) a la de Pedro Almodóvar: Se dice mucho más de lo que se escucha, y se muestra mucho más de lo que se ve. El argumento sigue las desventuras de varios personajes inmersos (por casualidad algunos, por ambición otros), en el mundo de la televisión en general y del show en particular. Comparativamente, esto sería como asistir a los avatares de la grabación de Showmatch con grandes invitados y kilombos de todos los colores y calibres dentro y fuera del estudio. El “afuera” de ésta historia se enmarca en una violenta protesta de trabajadores de un canal que hacen un piquete reclamando salarios, puestos de trabajo perdidos por recorte, y otras desavenencias sociales, con una policía dispuesta a todo. Un caos latente y permanente que cobija y va in crescendo. El “adentro” es un canal de televisión claramente preocupado por el rating y por la transmisión a como de lugar. Este universo televisivo, en donde todo se hace para y por los réditos económicos que da una transmisión de estas características, funciona como una maquinaria inescrupulosa alimentada por el ego, la vanidad, la soberbia, y otros pecados capitales. Dicho de otra manera, la televisión es el gran villano de esta historia en la cual no hay héroes per sé y está habitada por un montón de gente que no puede evitar desnudar sus miserias, y acaso hasta en el escalafón más bajo de todos hay rotos para descosidos. Desde el arranque, con un número musical a todo trapo, vamos conociendo la fauna (es una buena forma de definir a los personajes) reinante aquí. Una directora de cámara que hace las veces de switch master de la transmisión, un coordinador de escena que trata a los extras como animales en un circo, una dupla de conductores que son pareja en la vida real, pero están dispuestos a pisotearse mutuamente, un extra llamado de urgencia tras un accidente con una grúa, el cantante de moda, su representante (el típico chanta argentino). el cantante de antaño que se niega a legar el trono de estrella máxima, su asistente (además de ser su hijo), y otros interesados en triunfar a costa de que al resto le vaya muy mal. Estamos casi literalmente frente a la demostración de que el hombre es el lobo del hombre, un verdadero festín diabólico en el cual el director pone toda la artillería pesada que le da un guión que no deja títere con cabeza (llámese la crítica), involucrando a todos y cada uno de los que componen la existencia de la televisión como fenómeno social y medio de comunicación, incluidos los espectadores (nosotros) que pese a contemplar el menjunje de humor ácido, negro, corrosivo e implacable, pedimos más. En “Mi gran noche” (título alusivo a un tema de Raphael) hay una muestra notable de destreza cinematográfica para abarcar, con un montaje vertiginoso y preciso, todas las tramas argumentales que se abren y tienen la misma importancia. Se podría buscar una de ellas como eje central, pero es muy probable que esto esté sujeto a discusión porque el director no precisa de una en particular, más bien recurre a que todas corran por andariveles de distinto ancho, pero que en definitiva pertenecen a la misma pileta y confluyen en un mismo aquí y ahora, sustentado en que todo transcurre durante una noche en la cual todo se da para que termine muy mal, o muy bien, según como se lo mire. Habrá lugar hasta para un homenaje velado a Star Wars (la escena en la que aparece por primera vez Alphonso (Raphael, ya homenajeado antes por el realizador en la estupenda “Balada triste de trompeta”, de 2013), y a otras películas de corte caótico. Por supuesto que esta realización no sería posible sin la comprometida colaboración de un elenco elegido milimétricamente. Como si fuera una gran orquesta en donde absolutamente todos (extras que hacen de extras incluidos) entienden e interpretan el código humorístico a un nivel casi perfecto. “Mi gran noche” es sin dudas la invitación a un festín satírico, exacerbado y grotesco. Tal vez, junto con “The Truman Show” (Peter Weir, 1997), pero en un registro distinto, sea la más hilarante crítica a los medios de comunicación en mucho tiempo.
Cuando Álex de la Iglesia se deja llevar por las ganas de divertirse, es mucho mejor que cuando se reprime o intenta usar sus pelícuas para “decir algo”. Heredero perfecto y contemporáneo de Luis García Berlanga y del esperpento de Valle Inclán -que es la gran raíz del humor “a lo bestia” español, incluyendo a Gila-, narra aquí la grabación (varios meses antes y con mucho calor) de un especial de Fin de Año de la televisión española -y seguro que conoce tal clase de horror. La excusa para que aparezca un desempleado que, por puro azar, termina sentado a una de las mesas, para que las estrellas del espectáculo se odien mutuamente -brilla absolutamente el gigantesco Raphael- y para que don Álex pase a cuchillo y ojo (combinación hispana si las hay) una sociedad completa. Algo más: no se trata de puro cinismo, de ironía, de ponerse “por encima” de los personajes. El realizador también muestra cariño y goce por esos esperpentos festivaleros, los retrata como una parte de sí mismo y con una sonrisa casi nostálgica.
Mi gran Noche es la nueva película de Alex de la Iglesia (Crimen Ferpecto, Las Brujas) en la que fiel a su estilo , despliega un catálogo de personajes absurdos y humor ácido durante la grabación del show televisivo de año nuevo. La fiesta interminable Aún faltan meses para fin de año pero el canal de televisión ya lleva semana y media grabando el programa especial de noche vieja, demorado por una importante secuencia de errores, accidentes y problemas. Mientras afuera quinientos empleados despedidos asedian el canal y se enfrentan con la policía dificultando que nadie más pueda entrar o salir del estudio, adentro se preparan para grabar los espectáculos de los artistas invitados. Cuando una grúa aplasta a uno de los extras y nadie quiere ocupar su lugar porque creen que hay un mufa en la mesa, la producción debe traer un reemplazo desde afuera que desconozca la situación, dando pie a la entrada de José. Su ingreso desprevenido será la forma de meternos en la dinámica del grupo de alienados extras que llevan muchos días fingiendo festejar año nuevo en continuado, mientras que detrás de cámara la pareja de conductores se destripa mutuamente por el protagonismo, un icono adolescente de pocas luces es chantajeado y un cantante de cuarenta años de trayectoria maltrata cruelmente a cualquier persona que se le acerque. Los primeros minutos son frenéticos y presentan los rasgos generales del coro de personajes ridículos cuyos problemas serán los protagonistas de la película, porque Mi Gran Noche no tiene un eje claro ni una historia principal que resolver, sino mas bien una aglomeración de situaciones que suceden en el mismo sitio al mismo tiempo. Pocas de esas historias interactúan entre sí, pero entre todas se las ingenian para mostrar el contraste entre la crisis económica que sufre la gente común y las disputas banales de los grandes egos del espectáculo que están aislados en su burbuja y sólo se preocupan por quedar mejor parados ante las cámaras aunque eso implique pisotear a un colega. José a través del espejo Justamente por esa estructura coral, se vuelve fundamental la interpretación de los personajes para que las situaciones se vuelvan creíbles mas allá de que nada las sostenga en una misma línea. En esa función se destaca la autoparodia que hace Raphael como lo más cercano a un villano que tiene la película, acechado por un desequilibrado admirador que planea matarlo en el escenario. Un poco menos logrado está su joven competidor, un ingenuo icono adolescente que recuerda a varios pesonajes reales y que debe ser rescatado continuamente de distintos escándalos sexuales por su diminuto manager, un personaje que podría ser bastante gracioso si no intentara tan fallidamente hacerse pasar por argentino. Aunque en el trailer parece tener una participación mas importante, el jefe interpretado por Santiago Segura hace apariciones esporádicas, principalmente lidiando con los representantes de los artistas y una directora de cámara de fuerte carácter. Al meterse en un mundo extraño que es la normalidad para el resto de los presentes que ya llevan varios días enloqueciendo lentamente, José se convierte un poco en la mirada del espectador y es quien nos recuerda lo absurdo de las situaciones que ocurren a su alrededor aunque más de una vez prefiera no tener que pensar demasiado en eso porque necesita del trabajo, a diferencia de sus compañeros el mundo exterior con sus problemas reales, sigue aún muy cercano para él. Cada personaje y cada pequeña historia sumadas en conjunto construyen una parodia del mundo del espectáculo, principalmente de los enormes egos que lo habitan y crean una especie de mundo paralelo alejado de lo que sucede en la calle. La violencia exterior contrasta con el clima de falso festejo que se vive adentro, generando una situación de encierro que en un segundo de distracción puede recordar a una película de zombies. Conclusión Mi Gran Noche está un escalón por debajo de otras películas del director en la que los chistes eran parte de una historia relativamente coherente, pero su caos no le impide ser cómica de todas formas ni que deslice algunas críticas sociales a fuerza de gags continuados, como suele ser también su estilo. Puede parecer menos violenta o sórdida que otras de sus producciones y en parte es así, pero a la vez también se trata de personajes mas acostumbrados a disimular su peor costado hacia el público, necesitando entonces prestar atención a los detalles para ver sus reales intenciones.
El delirio de humor negrísimo de Alex de la Iglesia otra vez en acción. Transcurre en la grabación de un programa de fin de año, con muchos extras, con la actuación especial de Raphael que se toma el pelo a sí mismo y es un hallazgo. Mientras transcurre esa fiesta falsa se mezclan corrupciones, protestas sociales, trampas con muestras de semen y supuestas estrellas estrelladas. Divertida y punzante.
¿QUÉ VES CUÁNDO ME VES? Se editó en dvd "Mi gran noche", la nueva comedia del español Alex de la Iglesia Por Lisandro Gambarotta “Cuando la mentira es la verdad” podría ser el lema tallado en bronce en la entrada del estudio televisivo donde se graba un espectáculo lleno de luces, sonrisas y estrellas, muy lejano a la realidad de la calle. Aunque Ricardo Mollo podría citar el derecho de autor, los productores de la pantalla chica empezaron mucho antes que él, diseñando hermosos shows para el disfrute de los televidentes y el sufrimiento de sus empleados. En clave de comedia, ácida e irónica, el español Alex de la Iglesia refleja ese mundo en su film “Mi gran noche”. Como es tradición en la televisión española, y especialmente entre los espectadores, el show musical que despide el fin de año, y recibe el nuevo, es un momento muy esperado, con grandes niveles del codiciado rating. Los cantantes más populares pelean por ser aquel que reciba las doce campanadas interpretando su canción del momento. Pero solo hay lugar para uno. En el film el combate es entre el ídolo adulto versus el joven, en dos grandes interpretaciones del mítico Raphael (autor de la canción que da nombre al largometraje) y del actor Mario Casas. Detrás de ellos más conflictos, permitiendo a de la Iglesia abrir un amplio abanico de personajes, todos freaks: los extras que desde hace horas representan a contentos comensales de la cena, donde en realidad nada hay para comer y beber; los técnicos agotados de tantas horas de trabajo; y la pareja que conduce el programa, muy amorosos frente a las luces, pero cuando se apagan aparece la vil competencia por ser el conductor, o la conductora, del nuevo reality que lanzará el canal. Y si faltaba provocación Alex agrega un tabú: hay alguien con mala suerte en el set, las fallas técnicas abundan y son mortales, pero nadie se anima a nombrar al culpable. Pero todos están de acuerdo en algo: el falso vivo. Representan felices estar emitiendo en directo un evento único y especial, donde ellos acompañan, como si fueran uno más en la mesa familiar, la comida de fin de año. Y cuentan con nosotros los diez segundos previos a las doce, y nos emocionamos juntos. Pero todo ha sido grabado mucho tiempo antes, y nada sucedió por fuera del guión. Afuera, la realidad. El dueño de la productora (un malvado divertido, interpretado por Santiago Segura) echó a cientos de empleados poco antes de empezar a grabar, y ellos rodean el set, decididos a romper todo, mientras la policía reprime brutalmente. Los gases y las balas de goma se enfrentan a palos y gomeras, el aire se vuelve asfixiante, pero frente a las cámaras todo está bien. Por si acaso el dueño del estudio asegura que hay una lista con más despedidos, que se hará efectiva al terminar la grabación, un buen método para mantener presionados a sus empleados. Pero no todo es mensaje, Alex de la Iglesia sabe hacer reír provocando desde el simple humor físico o con diálogos entretenidos. Desde su juventud, el español supo constituir un estilo muy propio, combinando sangre, risas y reflexión, convirtiéndose en un ícono del cine de género que rompe con los límites establecidos.
Alex de la Iglesia, el mismo de La comunidad, El día de la bestia y Muertos de risa, vuelve a recurrir a Raphael tal como hizo en la descomunal Balada triste de trompeta. En aquel film de 2010 el realizador utilizó imágenes de archivo para una proyección en la que el artista canta el tema que le dio título al largometraje. Aquí, en cambio, el propio Raphael es el coprotagonista estrella y excluyente de Mi gran noche, otra canción que bautiza a un opus de don Alex. Pasaron 42 años desde que “El niño” se calzó por última vez ropas para la pantalla grande y ahora lo hace nada menos que en un trabajo que satiriza al mundo del espectáculo, a la televisión española y, claro, a sus propias veleidades de divo. Mi gran noche es una mirada ácida sobre la tradicional celebración televisiva que la TV de España realiza cada fin de año (en “noche vieja” como lo llaman allá) y que suele tener a Raphael como show central. La fiesta, en términos de producción televisiva, se resume en recitales en vivo y un gran número de extras haciendo-como-que-comen y disfrutan del espectáculo. Claro que en medio de todo esto está la mirada de De la Iglesia, que para trazar un ensayo sobre el asunto apostó a su habitual combo de posmodernidad extrema. Tenemos en escena a Alphonso (Raphael), una estrella que está de vuelta hace años pero sigue reinando, a su hijo rencoroso (Carlos Areces) por el lugar segundón que le dio su progenitor, un popstar latino en ascenso (Mario Casas), un don nadie que terminó como extra (Pepón Nieto) y una femme fatale literal (Blanca Suárez) que le trae mala suerte a todo aquel que se le acerca. En modo catarata de gags el director vasco arremete con una metralleta de humoradas logradas y un trabajo visual impecable, al tiempo que se da espacio para colar algunas palabritas sobre el tiempo de economía salvaje que vive su país. Así es que afuera del estudio en el que se cocinan, entre otras cosas, el asesinato de Alphonso/Raphael, centenares de personas protestan contra las políticas de ajuste. Pero lo más lúcido de este nuevo opus de Mr. Alex es la delgada línea que, como nunca, transita el relato entre la sátira brillante y la parodia bravucona. “No conozco a ningún Julio Iglesias”, dice Alphonso en una de las mejores escenas del film, cuando dialoga y destruye a su nuevo competidor, el cantorcito pop que encarna a la perfección Casas. En cuanto a lo de Raphael, hay que decir que ilumina en cada aparición, incluso pese a su escaso oficio actoral. Pero a fuerza de un histrionismo que no le cuesta nada poner en juego saca adelante su autoparodia, que incluye helicóptero personal, caprichos de superestrella y un momento junto a su hijo que empequeñece cualquier teoría conocida sobre el felicidio. Podría decirse entonces que Mi gran noche es el regreso de dos de los personajes más destacados y de exportación de la cultura hispana. Y que, además, lo hacen surfeando sobre la anarquía y en medio de una propuesta más que destacable. A celebrar entonces, con o sin extras.
Una gran noche, una gran película Mi Gran Noche (2015), el último largometraje del peculiar director español Álex de la Iglesia, es diversión asegurada. El film mediante el comúnmente mal llamado “humor negro” nos hará reír desde el comienzo con un relato que irá en crescendo al igual que las risas. El autor de Muertos de risa (1999), Crimen ferpecto (2004) y -la tal vez menos conocida pero no menos genial- Perdita Durango (1997), propone una trama muy original: un rodaje de un programa de cuyo estudio televisivo nadie puede salir hasta que este no se haya terminado. Dicho estudio televisivo se tornará una especie de cárcel fusionada con un “Gran Hermano” en donde el descontrol estará presente tornando el rodaje en un continuum. La temática del rodaje y sus avatares ya ha tenido apariciones cinematográficas -como en La noche americana (1973) de Truffaut o Las reglas del juego (1992) de Altman- pero aquí con la originalidad, la comicidad y el absurdo que caracterizan a Álex de la Iglesia. El film inicia con un jocoso musical con una estética disco en blanco, negro y dorado, con el cual todo parece estar perfectamente hasta que el infortunio se inmiscuye sorpresivamente en el set. A través de la bien empleada reiteración de dicho recurso, el espectador entrará por completo en el código que propone su creador, al cual nos tiene habituados. En dicho estudio se está grabando un especial de año nuevo para televisión cuyo espacio puede dividirse en dos: escenario y falsos espectadores (extras). Una vez avanzado el relato conoceremos más decorados como los camerinos, el camión donde se encuentra la switcher por fuera del set (directora del programa televisivo) y el exterior al estudio de TV propiamente dicho. Entre esos espacios puede desatacarse el camarín de uno de los protagonistas Alphonso -un exitoso cantante- interpretado por Raphael, quien ya tiene una aparición referencial en otro film del director: Balada triste de trompeta (2010). Su camarín estéticamente nos remite al universo de Star Wars, parece una nave espacial en sí mismo, al igual que la capsula a la que se éste se somete para permanecer joven. La presencia de Alphonso es tan temerosa para sus colegas que junto a su vestuario nos remitirán a Darth Vader. Otras menciones a Star Wars figuran en la narración ya que probablemente el director especuló con el estreno del último film de la saga en el mismo año que Mi Gran Noche y parodia con ello. No sólo hay relaciones intertextuales cinematográficas sino también a la música popular de habla hispana. A través de los diálogos hay burlas a ciertos clichés y estereotipos de cantantes populares, desde Chayanne a Enrique y Julio Iglesias e incluso el mismísimo Raphael parodiando el uso de la “ph” por sobre la “f”, iniciales que veremos bordadas en la bata del personaje de Alphonso. Incluso el título de la película remite a una canción del cantante español así como también otros temas musicales a los que se hacen mención. Mediante una excelente e ingeniosa dosificación de la información el film expone toda clase de bajezas del detrás de escena y la superficialidad enmascarada del mundo televisivo. La competencia estará presente constantemente entre ambos cantantes: el joven latino Adanne (que se escribe con dos “n” como Chayanne) el del hit del momento (interpretado por Mario Casas), y Alphonso que posee trayectoria. Entre el conductor y la conductora la rivalidad también estará presente. Otra línea argumentativa del film involucra a Jose (Pepón Nieto) uno de los extra quien se involucra con Paloma, quien posee fama de ser “yeta” y principal causante de la desgracia en dicho estudio y todos los infortunios que de allí se suscitan. La película cuenta además con dos figuras destacables Santiago Segura-quien ha trabajado como actor en varios filmes del director-y el actor argentino que ha triunfado en España Tomás Pozzi, completando así la trama de personajes bizarros de Mi Gran Noche que irán desfilando por ese estudio como si fuese un espectáculo de variedades. A través de la picardía de los diálogos y el buen empleo del ridículo lo que parecía ser una gran noche se irá tornando en un “Escándalo” -tal como lo ejemplifica otro elemento del soundtrack- del cual no dejaremos de disfrutar y cuyos ritmos están perfectamente manejados por su autor, generando en consecuencia que nuestras risas vayan en aumento al igual que el desgaste que sufren los personajes en el set de ese eterno rodaje.