El mayor de los miedos. Si uno comienza a buscar información sobre esta obra rápidamente encontrará que la mayoría de los medios la colocan dentro del género "comedia" y esto puede ser correcto. El filme de Eugenio Derbez efectivamente tiene elementos que la configuran como tal. Nos muestra cómo Valentín (interpretado por el mismo Derbez), un mujeriego que vive de parranda, acostándose con señoritas -que conquista fácilmente con sus baratas fórmulas románticas- y preocupado sólo por pasar esos buenos ratos, de repente se ve obligado a cambiar sus "malos hábitos" ya que, a partir de la sorpresa que tocó a su puerta una mañana en la bella Acapulco, ahora deberá enfrentar sin experiencia el tan temido rol de padre y su responsabilidad, de la cual no puede escapar. Pero el drama progresivamente irá ocupando un rol cada vez más importante en la historia hasta que finalmente impone su lógica. Las lágrimas le ganan a las risas y eso podría llegar a significar demasiado para un espectador que tal vez no había colocado muchas expectativas en esta "comedia". Entonces Derbez logra su cometido sin mucho esfuerzo. Primero llama la atención de su público con escenas graciosas, personajes divertidos y un rápido desarrollo de los acontecimientos para luego mantenerlo cautivo hasta el sorpresivo final utilizando el conflicto de un padre que buscará con sus pocas pero leales armas mantener la custodia de su pequeña hija Maggie (Loreto Peralta). Instructions Not Included es el otro título que lleva la película y con el cual es promocionada en Estados Unidos. Ocurre que en No se Aceptan Devoluciones Derbez intenta ilustrar también dos culturas: la mexicana y la yankee, cada una con características bien marcadas y personajes-exponentes que llevan adelante sus ideales. Los mexicanos son vistos como "buenos salvajes", casi viviendo en un estado natural, sin preocupaciones más que las que trae el día a día, sin maldad y una baja estima cuando se comparan con su vecino del norte. Los Ángeles es la tierra de las estrellas, donde todos los sueños pueden realizarse, el trabajo sobra y el consumo mercantilista está presente en todas sus calles. Allí llega Valentín para buscar a la madre de Maggie, Julie (Jessica Lindsey), ahora una exitosa abogada. Atrapado rápidamente por la lógica capitalista norteamericana, decide quedarse con su hija y a partir de ese momento comienza a modificar su estilo de vida. Los Ángeles lo "reeduca" aunque él presenta algunas resistencias: no puede ni quiere aprender inglés y Maggie habla perfecto los dos idiomas. A esto se suman algunas prácticas “bárbaras” nativas que le enseña y que sólo se realizan en el ámbito privado del hogar. No se Aceptan Devoluciones presenta entonces esta seductora distinción, sus diferentes aspectos. Los dos fácilmente visibles e identificables. Se valen muchas veces de situaciones burdas, lugares comunes y estereotipos, pero funcionan correctamente. El segundo nivel apunta al lado intelectual de los espectadores. El primero -más efectivo y lacrimógeno- se dirige sin intermediario alguno a lo más profundo del corazón. Tal vez aquí pueda encontrar la mayor repercusión.
¿Por qué la película de un comediante mediano Mexicano se ha transformado en un éxito comercial? Ya impuso récord como película mexicana más taquillera en varios países, pero si analizamos todo esto de fondo, no es porque realmente sea una película que mereciera el oscar (como muy tontamente han soñado sus creadores), sino por un fenómeno actual: migración. En estados unidos, màs de la mitad de la población son inmigrantes latinos. Y considerando que más del 70% de esa población migrante son mexicanos, tenemos un mercado hispanohablante que extraña sus raíces y adora todo lo mexicano aún cuando sea malo (pregúntenle a la selección de fútbol). Ahora bien, si les damos una historia en la cuál, una persona se tiene que ir de "mojado" para tener una mejor calidad de vida y ofrecérsela a su hija, estamos hablando de una realidad reflejada de miles de personas: solteras, con sus hijos, en trabajos en los que día a día se arriesga la vida, sólo para ver feliz a los retoños. Ahí tenemos la fórmula del éxito: Nostalgia + temas actuales + drama familiar. Pasamos al efecto "de boca en boca". Si una película cualquiera tiene éxito comercial, los mexicanos somos los bastante ingenuos para creer que es una "buena película", y nos encargamos de inflar los números de cualquier bodrio (te hablamos a ti, Adam Sandler). A pesar de que el cine sea caro, nunca dejaremos de lado esa distracción. Y si es Eugenio Derbez, una persona que a pesar de reciclar una y otra vez los mismos productos (clichés incluídos de sus personajes en la misma película), con dos idiomas en la misma película (totalmente dirigida al público migrante y no al país mexicano), oficialmente tenemos nuevos récords en taquilla. Y no, la película está muy lejos de obtener la calidad suficiente para competir por premios fuera de territorio nacional (si La Pastorela ganó el Ariel, tengan por seguro que esta arrasará con los premios del próximo año). Como ya dijimos, casi todos los personajes de Derbez están reciclados (incluido el mismísimo Sammy), una historia de un papá soltero (como hay muchos en todo el mundo), la historia de un migrante que, sin hablar inglés, tiene a su hija viviendo en la fantasía, y rumbo al final, un golpe totalmente bajo que contrasta con la película -por cierto, saturadísima de una música que encajaría bien en cualquier película de Disney- y que genera al espectador una lágrima fácil que nos hace olvidar de las otras dos horas totalmente absurdas que soportamos solo por los 5 minutos de desenlace que, sí, son muy tristes e inesperados, pero que al fin y al cabo, es lo que la gente más recuerda y que por eso saldrán diciendo del cine que "es la mejor película que he visto". Agradable para pasar un rato en familia pero muy lejos del cine de calidad (incluso del cine de calidad mexicano)
A veces es muy fácil pensar un producto para la pantalla grande utilizando recursos, temas y estrellas de la TV. No siempre el resultado no es el mejor. En el caso de “No se aceptan devoluciones” (USA, 2013), de y protagonizada por Eugenio Derbez, la ecuación es positiva, siempre y cuando uno busque sólo unos momentos de entretenimiento y una reflexión sobre la exposición de los inmigrantes en Estados Unidos. En “No se aceptan…” a Valentín (Derbez) un mujeriego patológico ya ni se le ocurren mentiras para engañar a cada una de las mujeres con las que flirtea. Su accionar lo ha llevado no sólo a vestirse ridículamente sino también a comportarse como un eterno adolescente sin importar el mal que le haga a cada una de sus conquistas. Todas sus “víctimas” caen en la red de falacias con las que siempre consigue lo que quiere, y luego de eso, pues todo a la basura y al olvido. El “yo te llamo” como motor de vida e impulso de toda acción marcan una primera etapa de la película. Todo es risas hasta que un día algo cambia esta improvisación eterna, una mujer norteamericana, Julie (Jessica Lindsey) se le aparece luego de unos años con una niña en los brazos asegurándole que es su hija y que debe hacerse cargo de ella. Luego de la fuga de la mujer se irá a pie a buscarla al país vecino para “devolvérsela”. Si bien el planteo ya ha sido probado y consumido en muchas oportunidades (“Tres hombres y un bebé”, “Igualita a mí”, etc.) lo interesante de esta nueva propuesta es la inteligencia del cómico para utilizar una comedia como mecanismo de construcción de verosímil de una realidad que cada día suma más personas, la de los ilegales en Estados Unidos. La cinta vira en varias oportunidades de registro, pero es en el impulso encontrado a través de la explicación de la situación personal de Valentín como ilegal en USA y de los esfuerzos sobrehumanos en su intento de poder ofrecerle a su hija (Loreto Peralta, toda una revelación) lo mejor de este nuevo mundo en donde se apoya su directa identificación con el público (no por nada “No se aceptan devoluciones” es la comedia de habla hispana más taquillera de los Estados Unidos). Trabajando como STUNT arriesgará diariamente su vida, todo por poder armarle un universo mejor a Maggie (Peralta) hasta el punto de inventarle una realidad paralela sobre su madre y sobre cómo ella sigue presente, a través de ficticias cartas en las que Julie (Lindsey) se convertirá en la mujer más aguerrida y aventurera de todos los tiempos. Predicción que se completará cuando Julie reclame la tenencia de su hija luego de varios años de ausencia. Derbez trabaja con tópicos como la crianza, la educación, la vida de una familia monoparental, en algunos momentos de manera estereotipada y con muchos clichés, pero que en el combo total de la apuesta suman, no restan. Si bien el resultado final no es el mejor, hay que reconocer que en la apuesta a una comedia clásica, en cuanto a narración y dirección, es interesante el poder asistir a un espectáculo fílmico que siempre estamos acostumbrados a verlo hablado en inglés y que en esta oportunidad brinda la opción de un producto industrial con identidad propia.
No se aceptan devoluciones es una encantadora película para pasar un rato ameno en el cine. El guión está muy bien construido, ya que la historia es sólida (a pesar de sus abundantes estereotipos, clichés y momentos predecibles) y ofrece una gran cantidad de gags muy efectivos sin caer en la grosería o en la escatología. Una película sumamente creíble, con un atractivo particular, que se lo da...
Francella a la mexicana La mexicana No se Aceptan Devoluciones (2013), es una comedia sobre la relación entre un padre y su hija, que comienza con un humor disparatado, algo burlón al mejor estilo Guillermo Francella, para tornarse sobre el final en un melodrama con aires de culebrón. Dirigida y protagonizada por Eugenio Derbez, en su debut detrás de cámara, No se Aceptan Devoluciones cuenta la historia de Valentín, un mujeriego que vive en Acapulco subalquilando su departamento a turistas extranjeras con quienes tiene sexo. En su mejor momento de soltería aparece una ex novia y le deja una beba, hecho que cambia rotundamente su vida y lo obliga a viajar a Los Ángeles en busca de la madre de la niña. Allí conseguirá trabajo de “doble de riesgo” en cine y forjará una fuerte relación con la pequeña hasta que cumpla los siete años. Pero justo cuando dejaron de buscarla, la madre aparece reclamando por su hija. Resulta que Eugenio Derbez es para México como Guillermo Francella para la Argentina: un cómico súper reconocido cuyo público siempre lo acompaña y convierte en éxito los productos en los cuales figura. Por supuesto nos referimos al Francella de Corazón de León (2013) y no al actor que supo intervenir en films catalogados de “serios”, entre los que se encuentra la mexicana Rudo y Cursi (2008), dirigida por Carlos Cuarón. Corazón de León plantea una historia con un entramado humorístico pero que apela a la ternura y emoción del espectador, con una supuesta critica social para no cambiar nada. No se Aceptan Devoluciones hace lo propio pero desde un relato con mayores similitudes a Un papá genial (Big Daddy, 1999), Un gran chico (About a boy, 2002) o La vida es bella (La vita è bella, 1997). A esta última hace referencia el director en su intento de aventura cinematográfica, y lo hace desde la idea de fantasía siempre presente entre padre e hijo para hacer digerible los golpes de la vida, aunque aquí no haya una tragedia semejante al Holocausto. En la línea de la fantasía se encuentra el punto fuerte del film de Derbez, tema central de la película, que visualmente puede notarse en las novedosas animaciones que funcionan detrás de los títulos de crédito y en las historias expuestas en las cartas de la madre a la niña. También en el orden de lo visual aparece el conflicto interno del desaliñado protagonista: el miedo. Le teme a todo y aparece simbolizado en un lobo feroz que merodea cada situación atemorizante para él. Otro de los elementos a rescatar es el manejo del humor a través de diálogos elocuentes: chistes sobre los lugares comunes del “sueño mexicano” al cruzar la frontera como ilegales, al supuesto mejor estilo de vida en Estados Unidos, o al cine de Hollywood como máquina de ilusiones. Sobre la segunda mitad, la película abandona la comedia y se vuelca de lleno al melodrama: los buenos y malos ya no serán tan difusos como en la primera parte, sino que estarán bien determinados narrativamente. Los giros necesarios del guión se notan forzados, para apelar a la emoción mediante situaciones sentimentales y extraerle una lágrima al espectador. El culebrón mexicano se hace presente. No se Aceptan Devoluciones redondea un correcto producto del género, aunque desparejo en algunos tramos. Derbez demuestra un profesional manejo del mismo, pero gana definitivamente al trasmitir su carisma -y el de la niña Loreto Peralta, que interpreta a su hija-, ubicando a la platea de su lado. Igual que Francella pero en México.
Un éxito... inexplicable Descomunal éxito comercial con más de 100 millones de dólares recaudados en todo el mundo (45 millones de ellos en los Estados Unidos, donde consiguió el récord para un film extranjero y también con cifras históricas en México), este film dirigido y protagonizado por Eugenio Derbez (figura de enorme popularidad en su país) debe haber tocado alguna fibra íntima, debe haber “sintonizado” con temas y problemáticas muy sensibles por estos tiempos a ambos márgenes del Río Bravo/Grande como para convertirse en un fenómeno de alcance sociológico. Porque, en términos estrictamente cinematográficos, no es más que una comedia de enredos bastante torpe, superficial y sustentada en no pocos lugares comunes y estereotipos. Derbez es Valentín, un Don Juan de Acapulco que tiene pánico a muchas cosas, sobre todo al compromiso afectivo. Salta de conquista en conquista (sus preferidas son las turistas) hasta que un día aparece en su casa una estadounidense llamada Julia (Jessica Lindsey) con una beba en brazos. No sólo le informa que es su hija sino que directamente la abandona allí. Luego de un editado que nos muestra los highlights de la niña cuando cumple uno, dos, tres, cuatro, cinco y seis años, la historia describe la relación entre ese padre soltero y la ya no tan pequeña Maggie (Loreto Peralta), quienes terminarán en Los Angeles con él trabajando como doble de riesgo (la mirada a la industria del cine también está llena de clichés). Lo que en principio arranca como una leve comedia familiar, se convierte con el correr de los minutos en un relato pletórico de excesos sentimentales para luego caer directamente en el melodrama con la reaparición de la madre (convertida en poderosa y despiadada abogada) y su intento de quedarse con la tenencia de Maggie. Hay éxitos inexplicables y este es, sin dudas, uno de ellos. En términos de sorpresa es muy poco lo que tiene para ofrecer incluso dentro de los cánones de un cine popular al que no se le exija demasiado. Para algunos, quizás, puede valer como forma de acercarse a una historia que se convirtió en un inédito fenómeno de masas. De hallazgo artístico, esta vez, hay muy poco.
Un hombre y un biberón La comedia protagonizada y dirigida por Eugenio Derbez fue un éxito en México y también entre el público latino en los Estados Unidos el año pasado y el motivo es, sin dudas, el tema que aborda: la inmigración ilegal en el país del norte. Con una mezcla de registros que van de la comedia burda al drama familiar lacrimógeno, la historia sigue los pasos de Valentín (Derbez, un actor que viene de la televisión), un mujeriego incorregible e inmaduro que no perdona a cuanta mujer se cruza en su camino. Pero las cosas se complican cuando recibe a Julie (Jessica Lindsey), una norteamericana que asegura que la pequeña que tiene en brazos es fruto de una efímera relación que mantuvo con ella. No se aceptan devoluciones enfrenta a Valentín con sus miedos más íntimos (el comienzo muestra la relación conflictiva con su padre) y emprende un viaje alocado a Estados Unidos para devolver a la pequeña al seno materno. Con la beba a cuestas, haciendo dedo y ganándose la vida como doble de riesgo en el cine (quizás lo único divertido de la película), Valentín ve que su vida se transforma en la convivencia diaria con la niña. Material como para explotar una comedia de corte familiar había de sobra, pero el director elige el trazo grueso para pintar las situaciones (algunas escatológicas) y los personajes, y todo aparece salpicado por una música edulcorada. Los diálogos también se pierden en varias incoherencias con la intención de provocar la risa del espectador. Para rematarla, al golpe bajo y gratuito del final (forzado) se suma a la idea de la reunión familiar que "reacomoda" las piezas de una travesía tan kilométrica como indigesta.
La niña de mis ojos Aunque el título pueda llamar a engaño, no se trata de una advertencia al público de que no se le va a retornar el dinero en caso de que no le guste la película, aquí nos hallamos ante una condescendiente dramedy familiar que arrasó desde su estreno en la taquilla mexicana, rompiendo récords en cuanto a beneficios se refiere (frente a un presupuesto de cinco millones de dólares, el film logró recaudar la friolera de más de ochenta y cinco) y convirtiéndose en la primera película mexicana en llegar a los mil millones de pesos mexicanos a nivel mundial, catalogándose incluso por encima de la celebérrima Nosotros los nobles (Gary Alazraki, 2013) a la que arrebató el puesto. La propuesta cuenta con todos los tics y componentes propios de este tipo de cintas: protagonista un tanto torpe pero de enorme corazón; una niña guapa, pizpireta y más lista que el hombre, que todo hijo de vecino querría tener como hija; y una trama que combina equilibradamente situaciones más o menos cómicas y otras de marcado carácter melodramático. Todo bien medido y marcado con el único objetivo de llegar a conmover y convencer al mayor número de audiencia posible. Uno de esos trabajos que lleva tatuado desde su génesis el calificativo de para todos los públicos. ¿Pero esto que decimos es realmente así? Quien suscribe estas líneas cree que no, que si bien una amplia mayoría de espectadores se encuentra en su salsa cuanto menos se le exige en una sala de cine, existe otra menos concurrida a la que le gusta el riesgo creativo y los terrenos por explorar que te lleven a reflexionar, y en definitiva a vivir una experiencia diferente a lo acostumbrado. Este segundo grupo ni se debe acercar a los cines donde se proyecte No se aceptan devoluciones, un ejercicio con un nivel de azúcar y almíbar demasiado elevado para no llegar a ser perjudicial para la delicada salud cinéfila. El principal responsable del film, Eugenio Derbez, no esconde en ningún momento sus cartas: ya desde buen principio nos narra las peripecias de un viva la virgen con un alto índice de éxito entre exuberantes mujeres quien de la noche a la mañana verá mutada su donjuanesca vida cuando una de sus antiguas conquistas se presente en su apartamento con el fruto de su nada consolidado amor. Así, sin comerlo ni beberlo deberá lidiar como padre responsable y su posición de tarambana perpetuo quedará como un amable recuerdo. Así Valentín, que así se llama el personaje principal interpretado por el mismo director, pasará de la presumida libertad al convencionalismo más bostezante. Es precisamente en este momento de inflexión en el desarrollo argumental cuando entran en escena todo un arsenal de recursos vistos una y mil veces y que supuestamente buscan, de la manera más ruin y predecible, llegar a lo más hondo (y a la vez a lo más superficial) del -de antemano- entregado espectador. Si bien algún momento puntual no deja de tener su gracia y Maggie, la niña que funciona como eje de la acción, sorprende por sus dotes interpretativas innatas pues se trata de su debut en el terreno del largometraje (sin lugar a dudas lo mejor de la función, con una capacidad sorprendente para su corta edad de emocionar y enternecer fuera de lo común), se opta en la mayoría de ocasiones por utilizar un tipo de gag facilón, ordinario e incluso en momentos puntuales hasta escatológico, que fuerza la risa del menos riguroso y consigue fruncir el ceño a cualquiera que guste de un humor un poco más inteligente. A todo ello hay que unirle ciertos guiños, podríamos decir que cantinflanescos en el rol principal en los que desde luego la platea mexicana habrá visto un sincero homenaje al actor más grande de la historia de su cinematografía (ya veremos si entre nosotros los mohines y dislates dialécticos obtendrán el mismo efecto desternillante). Las secuencias se suceden y transitan a empujones desde la comedia pura del primer tramo, pasando por un punto de inflexión melodramático en su parte central, justo cuando parece que los lazos paterno-filiales van a llegar a romperse del todo debido a una serie de circunstancias que aquí no develaremos (pero que a muchos recordarán como remedo descafeinado de aquella mítica Kramer versus Kramer, de Robert Benton, que tantos torrentes de lágrimas llegó a provocar a finales de la década de los setenta). Por último, y coincidiendo con el segmento terminal (spoiler involuntario) del film, Eugenio Derbez apuesta sin tapujos por perlar los ojos con el drama más lastimero (aquí sí que es aconsejable y preferible tener los kleenex a mano, pues los giros de guión tan cafres que nos tiene reservado el remate de la función provocarán el derrumbamiento emocional del más duro). Del cine salimos con un auténtico nudo en el estómago. Menos mal que al cuarto de hora ya no te acuerdas de nada, pues las dos horas largas de metraje saturadas de escenas superficiales, diálogos de baratillo y actuaciones de TV movie de sobremesa dominguera no caben de llevar a engaño. Habrá quien pensará que ha visto una buena película, tan sólo porque haya sido capaz de emocionarse e incluso de reír a pierna suelta con las gracias del resuelto y químicamente intachable dueto protagonista. Pero para nada el fin debe de justificar los medios, y aquí se busca y se encuentra de manera descarada y con muy poco tacto abusar del sentimentalismo más primario y elemental y de la sensibilidad ajena. El que no se deje engatusar fácilmente ni por lo cruel del epílogo ni por el brutal giro de guión final, pasará página enseguida y buscará propuestas mucho más enriquecedoras y con mucho más cine en su interior.
Que No se aceptan devoluciones sea considerada todo un fenómeno en el cine mexicano se explica en pocas palabras. Costó cinco millones de dólares y ya lleva recaudados en todo el mundo más de 85 millones, 39 de los cuales lo fueron en el mercado norteamericano, lo que -por supuesto- le alcanzó para superar muchísimos récords, entre ellos el de la película más exitosa de la historia entre todas las habladas en nuestro idioma, condición que hasta ahora ostentaba El laberinto del fauno. Comprender el porqué de semejante repercusión, en cambio, no resulta tan sencillo, sobre todo si se tiene en cuenta que la historia se basa en el remanido tema del papá soltero, tenorio -y reacio a cualquier tipo de compromiso- que de un día para el otro se ve obligado a asumir el papel de padre responsable de una hijita de meses (llovida no del cielo sino de los brazos de una de sus muchas amantes ocasionales). Y que, por supuesto, en poco tiempo, le trastornará la vida. Sólo que en este caso, más que al humor -que lo hay, pero en dosis más bien módicas- el cuento apunta al melodrama, o más precisamente al culebrón televisivo, sensiblero y lacrimógeno, sobre todo cuando, ya pasados algunos años, la mamá que un buen día depositó a la nena en brazos del irresponsable casanova reaparece con toda la intención de reclamar su custodia. Nada se aparta demasiado de las fórmulas conocidas: los lugares comunes están a la orden del día, lo que -vistos los resultados en la taquilla- prueba que es todavía cuantiosa la porción de púbico proclive a festejar las monerías de una nena y las payasadas de un papá por ingenuas que sean y a lagrimear con cuanta emoción fácil se les reclame. El principal -y quizás único- atractivo del relato proviene, precisamente, de la buena química que se establece entre Eugenio Derbez, protagonista, director y guionista del film y uno de los comediantes más populares de su país, y la pequeña coprotagonista, Loreto Peralta, que es un verdadero hallazgo no sólo porque se desenvuelve con similar autoridad en español y en inglés, sino por su naturalidad y su encanto. De él, de su personaje, sabemos, gracias a un oportuno prólogo, que de chico su padre lo acostumbró a superar todos los miedos forzándolo a enfrentarlos aunque lo dejaran cubierto de cicatrices (tal entrenamiento le permitiría, de mayor, salvar la vida de su hija en una situación de altísimo riesgo y convertirse en un cotizadísimo doble de riesgo en Hollywood). De la nena, mucho menos, sólo que gracias a las fantasías de su padre cree que su mamá ausente es una especie de mujer maravilla que vive cumpliendo misiones superheroicas para salvar al mundo. Con el regreso de la señora, se ha dicho, la manipulación sensiblera aumenta en una medida que lo que termina produciendo es algo muy parecido a la vergüenza ajena.
Imperdonable crimen de lesa cinematografía Dirigida y protagonizada por el comediante mexicano Eugenio Derbez, No se aceptan devoluciones es uno de esos casos en los que la fama (o el prontuario) precede al sujeto. Se trata de la película latinoamericana más vista en Estados Unidos en toda la historia del cine, un dato nada despreciable, aunque en una crítica ese tipo de detalles importen tan poco como al film de Derbez parece importarle lo que la crítica pueda decir de él. En todo caso, es un tema que debe debatirse en otros (y mayores) espacios. No se aceptan... no es otra cosa que un cadáver exquisito en el que es posible encontrar mil y una fórmulas ya probadas con éxito e institucionalizadas en todo el mundo a través de centenares de películas y productos televisivos. La historia del vago irresponsable que de forma inesperada debe hacerse cargo de un bebé es tanto o más vieja que el cine. Una ocurrencia que suele rematarse con el retorno de la madre que, años después, cuando hombre y niño/a ya se han convertido en una pareja encantadora, vuelve hecha una bruja para reclamar lo que le pertenece. De Chaplin para acá, cineastas de todos los colores han realizado variaciones de esa idea, en un ciclo de repeticiones que parece nunca llegar al hartazgo. Mezcla de novelón lacrimógeno de esos que interpretaba Andrea del Boca antes de cumplir los 12 con comedia sensiblera en la que el protagonista choca contra una cultura ajena (basta recordar Un argentino en Nueva York, de Juan José Jusid), No se aceptan devoluciones no muestra nunca el menor atisbo de vergüenza, ni propia ni ajena, por su pereza manifiesta. Por el contrario, elige narrar a través de un humor elemental y pocas veces noble, camino por el cual consigue pocos y modestos momentos de gracia genuina. Lo grave es que esa desidia, como se ha dicho, es producto de una elección, un recurso de marketing, una estrategia “creativa”. Porque Derbez (a quien algunos reconocerán como el fan trainer que le lava la boca al Tano Pasman en una publicidad de pasta dental) sabe bien que tiene el negocio servido haciendo llorar o reír a una niña bonita en cámara, repartiendo patadas para todos –de ésas que buscan impactar una y otra vez las zonas blandas en los momentos precisos– y, sobre todo, apelando a estrujar el corazón de sus compatriotas en la diáspora. Es justamente ese accionar a conciencia lo que hace de su película un crimen imperdonable de lesa cinematografía.
La paternidad menos prevista Valentín (Eugenio Derbez) vive en Acapulco y sólo piensa en mujeres y diversión hasta que aparece una chica norteamericana de la que no se acuerda, pero que le entrega una beba, que según ella es su hija y se va de vuelta a su país. El pobre Valentín, bien acompañado por tres señoritas hace todo por impedir que la niña se quede con él, sin embargo se dará cuenta que es capaz de las cosas más increíbles para mantenerla a su lado en los próximos seis años. Hasta acepta un trabajo de doble de riesgo en la baja California, mientras su hija, Maggie (Loreto Peralta) y él, logran una unión increíble. Pero entonces vuelve Julie (Jessica Lindsey), la madre ausente, ésa que él ayudó a extrañar escribiendo las cartas con su firma que su hija Maggie recibía ansiosa, siempre preguntando por qué no venía a verla. LO MELODRAMATICO "No se aceptan devoluciones" es una comedia de tinte melodramático protagonizada por una importante figura del espectáculo mexicano, Eugenio Derbez, que oficia de director y actor. Divertido cuando no carga las tintas en lo gestual, Derbez forma una encantadora dupla con la pequeña Loreto Peralta. Hay química entre ellos y se disfruta siguiéndolos en su historia de vida poblada de lugares comunes, vueltas melodramáticas y habitaciones Barbie (la escenografía de la casa de Valentín ocupada por esa suerte de "juguetería" que formó para su hija, es digna de una vidriera de la publicitada muñeca). La película está bien construida, aunque con exceso de metraje. Tiene momentos de humor, algunos medio localistas y conflictos previsibles y poco verosímiles, pero se la ve como la comedia amable de un irresponsable convertido en padre. Eugenio Derbez divierte a veces con su humor directo y es natural la actuación de Loreto Peralta, hija en la vida real de un millonario dueño del popular equipo de baseball "Tigres de Quintana Roo".
Melodrama de fácil consumo Valentín (Eugenio Derbez) arrastra las enseñanzas de su padre, que en su afán de convertirlo en una persona segura, sin miedos a prácticamente nada, hizo que cualquier tipo de compromiso afectivo le resultara una amenaza. Valentín (Eugenio Derbez) arrastra las enseñanzas de su padre, que en su afán de convertirlo en una persona segura, sin miedos a prácticamente nada, hizo que cualquier tipo de compromiso afectivo le resultara una amenaza. Es así que ya adulto, el protagonista es un Don Juan despreocupado, que sólo busca el placer efímero en múltiples conquistas, sobre todo con turistas extranjeras que visitan Acapulco. Pero un día el muchacho abre su puerta y allí está una mujer que le da la noticia de que es padre y, sin darle tiempo a nada, deposita en sus brazos a una bebé y la abandona sin dar explicaciones. De allí en más Valentín atraviesa los esperados estadios de rechazo, desesperación, aceptación, comprensión y amor filial que aparece ante la ternura de Maggie (Loreto Peralta), que por supuesto se come la película y que lo hace más fuerte para enfrentar cualquier adversidad, como la despiadada madre que aparece a destiempo a reclamar a la nena. Derbez piensa su película como un producto que contenga las dosis justas de comedia al principio y luego virar hacia el conflicto de una padre que quiere, merece y va a luchar para que su hija continúe con él, agregando como telón de fondo de la cultura mexicana y la estadounidense en continuo conflicto. Comedia blanca que remite a un cine de hace dos décadas, melodrama lacrimógeno que recorre sin pudor todos los chichés del género, el film del debutante Eugenio Derbez (un cómico muy popular en México) fue un éxito descomunal en su país, convirtiéndose en un fenómeno popular para muchos inexplicable con sus fórmulas añejas pero efectivas en la construcción de un relato fácil, superficial y de consumo rápido.
Un padre soltero en apuros No se aceptan devoluciones llega con los antecedentes de ser la película mexicana más taquillera de la historia, y la película hablada en español que más recaudó en Estados Unidos: unos 45 millones de dólares. Si alguien considera que estos datos son alentadores, puede ir reconsiderándolo. A la opera prima del actor y guionista mexicano Eugenio Derbez -una estrella televisiva en su país- podría definírsela como el resultado de la suma entre Tres hombres y un biberón -en este caso sería un solo hombre- y Kramer vs. Kramer, pero sin la gracia de la primera ni la densidad dramática de la segunda. Valentín -interpretado por el propio Derbez- es un playboy que vive en Acapulco muy entretenido en conquistar turistas. Por su cama pasan mujeres de todas las nacionalidades y etnias, hasta que una de ellas, estadounidense, se le aparece con una beba, le dice que es su hija, se la deja y huye a Los Angeles. Y hacia allí parte Valentín, junto con la beba, a la búsqueda de la madre abandónica. Las peripecias de este Don Juan antiheroico y su hija -que crece y se transforma en una rubiecita bilingüe insoportablemente encantadora- intentan hacernos reír sin apartarse demasiado de fórmulas conocidas. Lo peor viene cuando la película da un giro y, sin dejar de lado el humor, se convierte en un melodrama que busca arrancar lágrimas a fuerza de un repetitivo repertorio de golpes bajos. Hay, en el fondo, un intento de reflexión sobre la paternidad, los límites entre mimar y maleducar, las formas de demostrar y transmitir el amor paternal. Pero es fallido. Por suerte, hay intercaladas unas bellas animaciones que hacen más llevadero el asunto y terminan siendo el único justificativo para pagar el precio de la entrada.
El popular cómico mexicano EUGENIO DERBEZ fusiona humor grueso, chabacano por momentos con el culebron más tradicional de la producción azteca para narrar esta historia de redención y amor paternal, que que resulta tan estiva como emotiva. Como una versión latino de las típicas comedias de ADAM SANDLER, la película puede resultar un poco extensa y hasta irregular, pero tiene gracia y momentos lacrimógenos logrados. DERBEZ logra empalizar rápidamente al igual que la pequeña LORETO PERALTA, una niña adorable que resuelve con eficacia las escenas que le toca sortear. Sin ser revolucionaria la película deja muy bien parado al cine de género latino.
Eugenio Derbez es un actor mexicano popular hasta decir basta en su país y el latino más exitoso de EEUU, aunque aquí no se lo ubique salvo por la voz del burro en las versiones dobladas de Shrek. Como director y coguionista hizo una película que comienza cómica, con un playboy que le teme a todo, especialmente al compromiso, que debe criar a su hija y es doble de riesgo, y luego desbarranca en melodrama que busca la lagrima fácil de lenguaje teleteatrero.
Una comedia dramática que fracasa en ambos frentes. Es muy poco frecuente que una película mexicana tenga un estreno comercial en nuestro país. Las pocas veces que se dió fue cuando el titulo en cuestión batió los records de taquilla en su país de origen, como fue el caso de Amores Perros o El Crimen del Padre Amaro. Ahora desembarca No se Aceptan Devoluciones, debut cinematográfico de la personalidad televisiva mexicana Eugenio Derbez, que cosecho un gran éxito no solo en su país sino en el exigente mercado norteamericano. No obstante el titulo a reseñar es el endeble intento de un realizador de querer ser Roberto Benigni o Charles Chaplin (como reza el propio realizador en la gacetilla de prensa), solo para terminar entregando un producto que resulta ser la antítesis absoluta de ambos. ¿Cómo esta en el papel? No se Aceptan Devoluciones cuenta la historia de Valentín Bravo, un mujeriego solterón que se da la gran vida en las playas de Acapulco. Pero un buen día, uno de estos affaires se le presenta en la puerta de su edificio con una bebe de un año y medio. Le pide diez dólares para el Taxi y, para hacer corta una historia larga, abandona a la nena con él para irse a Los Ángeles. Cuando caen en dicha ciudad, descubren que la madre se ha ido, y no le queda otra que quedarse en esa ciudad donde consigue un trabajo como doble de riesgo. El problema surgirá siete años más tarde cuando vuelva la madre a recuperar la tenencia de su hija. El guion de la película no hace agua, llega ahogado de entrada. Tiene agujeros en la trama por los que puede pasar un camión cisterna con un tanque australiano atado. Tiene tantos problemas de verosímil que se puede sacar un promedio por minuto. Los momentos cómicos no hacen reír en lo mas mínimo, y no porque se usan muchos coloquialismos mexicanos; al contrario, todos los “chistes” son bastante universales. Pero no causan NADA pero absolutamente NADA de gracia. NADA. Como si esto fuera poco, las situaciones dramáticas oscilan entre lo empalagosamente meloso, y una sucesión de golpes bajos a los que patéticamente tratan de disfrazar como “sorpresivos” giros de guion. ¿Cómo está en la pantalla? Por el costado actoral, como si Eugenio Derbez no tuviera suficientes problemas como guionista y director, su interpretación tiene el gravísimo problema de no poder cambiar de registro de una forma creíble. Es como si estuviera en modo comedia todo el tiempo, y se hubiera olvidado de cambiar el switch al modo dramático. Con el resto de los intérpretes no me voy a meter porque si no logran destacar pasa mas por las debilidades de la historia que por sus habilidades. Curiosamente, lo mejor a nivel interpretativo, es Loreto Peralta, quien da vida a la hija de su personaje. La parte técnica está bien. ¿Pero cuanto puede servir eso cuando todo lo demás esta desperdiciado? Conclusión No se Aceptan Devoluciones es una comedia que no hace reír en lo mas mínimo, mientras que como drama oscila entre el golpe bajo más extremo y los momentos más melosos que uno se pueda imaginar. No le puedo decir que no la vea, lector, pero si le voy a decir que suba bajo su propio riesgo y lo piense mucho antes de hacerlo.
Entretiene hasta que se vuelve melodramática Este es el tipo de comedia dramática que, muy a pesar del espectador, poco a poco se va a convirtiendo en un melodrama temible con algunos destellos cómicos. El problema es que empieza como una comedia disparatada que no por boba deja de ser bastante divertida, al menos en su primera parte. El director interpreta a un tarambana incapaz de asumir ningún compromiso, hasta que un mal dia, una de sus novias pasajeras a las que seduce como lugareño de Acapulco, le aparece en la casa con una bebé, su hija, a la que le entrega antes de desaparecer impiadosamente. Como la chica es estadounidense, el desconsolado protagonista decide ir a buscarla a los Estados Unidos para encajarle a la beba. El viaje, totalmente delirante, es lo mas divertido del film, sobre todo la parte en la que logra que los lleve un camionera de muy pocas pulgas pero gran corazón. A partir de este momento, la película empieza a lucir demasiado larga y con demasiadas vueltas. Una de ellas es el encuentro casual del padre improvisado y un productor de cine en busca de un experto en escenas de riesgo que se anime a hacer cosas realmente audaces. Un accidente no sólo sirve para que el protagonista descubra su genuino amor paterno, sino para que además quede contratado como el stunt oficial del productor. Este detalle hará que el tarambana que nunca trabajaba en su Acapulco natal ahora tenga un puesto muy bien pago que le permite malcriar por completo a su nena, ya que la beba crece y durante la mayor parte del film es una niña de 7 años. Las múltiples vueltas del argumento, entre otras la reaparición de la madre de la chica, se vuelven muy cansadoras antes de pasar la mitad del film y, sobre todo, lo que se va volviendo más y más incómodo es el tono melodramático. Con todo, hay lindas imágenes (la película en general está bien filmada), buena música, y algunas escenas de animación muy atractivas.
¿Cómo hablar en serio sobre esta película? O, mejor dicho, ¿cómo decir o escribir algo mínimamente digno de una película que se toma a sí misma a la chacota todo el tiempo, una película berreta, con un humor berreta, que introduce una innecesaria vuelta de tuerca con golpe bajo al final? Porque una cosa es cuando la berretada se hace cargo de sí misma, la berretada autoconsciente (que no trash autoconsciente, para eso está Waters o Hennenlotter); la otra es la apelación a la berretada como signo especulativo del ridículo (el caso de Bañeros 3: Todopoderosos –Rodolfo Ledo, 2006–, sin ir más lejos) que mira con desprecio las posibilidades del humor popular. No se Aceptan Devoluciones (Eugenio Derbez, 2013) es una suerte de pésima copia de Un Papá Genial (Dennis Dugan, 1999), esa gran comedia en la que el personaje de Adam Sandler, de la noche a la mañana, se veía forzado a criar a su hijo, de quien había desconocido su existencia hasta ese momento. Un tipo inmaduro, desordenado, mujeriego que, de buenas a primeras, se veía obligado a cambiar radicalmente su estilo de vida, al principio, a regañadientes, para luego terminar encariñándose con el nene. La premisa de No se Aceptan Devoluciones es la misma. Valentín (Eugenio Derbez, director y protagonista de la película) recibe la visita de una de sus tantas amantes, quien le deja un regalito: una beba, hija de ambos. Valentín, inexplicablemente mujeriego, y también inmaduro y desordenado, viaja a los Estados Unidos con la beba y termina estableciéndose ahí, donde consigue trabajo como doble de riesgo. Lo que al principio era inimaginable, criar a su hija, se termina convirtiendo en la misión más hermosa de su vida, hasta que la madre vuelve para reclamar la tenencia. Hasta ahí podríamos tener la típica situación del aprendizaje de la paternidad. Pero no: en el medio y en el final, una enfermedad, el golpe bajo, aunque ni siquiera estaríamos en condiciones de hablar de golpe bajo, teniendo en cuenta el tono idiota que maneja la película durante sus largas dos horas, excepto en los 5 minutos finales. Un tono que va mutando, de manera completamente arbitraria, entre la estupidez absoluta, la comedia física torpe y extremadamente básica y el drama. Lo notable es que mientras las berretadas conscientes hacen que el cambio de rumbo y tono tenga que ver con la liviandad burbujeante de un film “menor”, aquí se siente como un volantazo, como una irrupción forzada. El problema de ver Rompeportones (Hugo Sofovich, 1998) o Un Argentino en Nueva York (Juan José Jusid, 1998) hoy es que, mientras en aquel momento jamás podríamos haberlas defendido, cuando menos podíamos decir que tenían ese no sé qué de la comedia popular, que no despliega un desprecio propio del gusto por el humor vintage. Humor pasado de época, entonces, humor berreta y tonto, humor barato (no porque el caro sea demasiado efectivo), el gran problema de la película esboza ese desprecio cultural que varios productos mainstream latinoamericanos muestran: que si se puede mantener el lugar común cultural de lo que se pretende de las comedias de los países de origen no hace falta molestarse mucho por mejorar. El humor vintage y elemental de No se Aceptan Devoluciones, en su intrínseca celebración de que la risa solo puede provenir de la estupidez previsible del humor popular latinoamericano, da cuenta de la distancia gigante, cada vez más pronunciada, entre el mainstream estadounidense y las formas subdesarrolladas al sur del Río Grande: acaso sea la mejor manera de convencernos de que la comedia siempre fue americana, pero del norte.
El estreno en salas argentinas de No se aceptan devoluciones viene de la mano de la sorpresa que generó en tierras norteamericanas, donde se convirtió de la noche a la mañana en un éxito taquillero hispano parlante. Convirtiéndose rápidamente en un boca a boca impresionante, la producción de 5 millones terminó con 90 de recaudación, algo impensado si nos atenemos a la trillada y pasatista trama que nos ofrece el director y protagonista Eugenio Derbez. El playboy que se dedica a malgastar su vida conquistando incautas extranjeras hasta que le llega el momento de la verdad con la aparición de una hija bebé no es la invención de la rueda, y hasta podría funcionar con el inusual trabajo que consigue Valentín para darle sustento a la familia que le acaba de caer del cielo. No hay problemas hasta aquí, la relación entre el carismático Derbez y la pícara Maggie de Loreta Peralta tiene la suficiente química para llevar adelante la historia que contiene varios momentos agradable y cómicos, y hasta hacen que uno se olvide de los flagrantes errores de elenco, donde los secundarios se dedican a dar lástima en mediocres actuaciones. No hay una gran diferencia entre el comediante Derbez y un Adam Sandler, digamos, y el humor sigue la línea de comedia de los esperpentos del americano, con un sabor mas continental. Donde el terreno se vuelve cenagoso es con un giro melodramático por demás injusto y hasta innecesario, que invierte el gran esfuerzo que le costó a la comedia de hacer sentir a gusto al espectador con demasiados elementos prestados. Es como estar viendo Grown Ups y que de buenas a primeras la película se transforme en My Sister's Keeper con tal de generar una lágrima en la audiencia, y se genere el tan sabido comentario "para reír y para llorar de emoción y alegría". No se aceptan devoluciones no aporta nada nuevo, es lo mismo que ya se ha visto hasta ahora, pero tiene a su favor que lo protagoniza una dupla querible y entrañable. Lamentablemente, la película se inclina en su final por su lado más dramático que hace que todo lo que hemos visto a ese momento pierda su gracia.
Frontera de desigualdad Valentín (Eugenio Derbez, también director de esta película) es un playboy desocupado en Acapulco, una extraña combinación de ganador algo loser, sobre todo por traumas heredados de su padre, quien solía arrojarlo de chico desde acantilados para volverlo un hombre temerario. Lejos de cumplir su objetivo, Valentín es un lelo simpático; tanto es así que una gringa, una ex pareja a quien el mexicano juró amor eterno, regresa a su casa para dejarle una beba y luego marcharse a Los Ángeles. Ignorante de su paternidad, Valentín adopta a Maggie y viaja a California para, en su opinión, brindarle mejor crianza; desde ese momento se disparan toda clase de bromas interculturales que en ciertos casos (como las referidas al prejuicio racial) generan incomodidad, pero exhiben bajo un manto de comedia la dantesca desigualdad a ambos lados de la frontera. De ser un bueno para nada, el personaje se convierte en héroe tragicómico y adopta el trabajo de doble de riesgo para mantener a su hija. El candor de Valentín cobra relieve al promediar el film, cuando su custodia se pone en riesgo. Pese a conflictos obvios, el final es impredecible y redondea el tono peculiar de esta “dramedia” a la mexicana.
¿En serio? No se aceptan devoluciones es una de las películas más insólitamente mediocres que uno, desde su subjetividad más elemental, pudo haber visto. Cuando se plantea que una película quizá está movilizada por un subtexto conservador para nada disimulable, que subraya su ideología arcaica constantemente, uno está tentado de olvidar temporalmente el subtexto y hacer caso a la narración o algún aspecto formal. Pero no sólo no se puede olvidar, ya que la película se supera a sí misma constantemente en cuanto a planteos reaccionarios, sino que además no se destaca en prácticamente ningún apartado. La estética televisiva con un montaje desprolijo, zooms toscos dignos del prime-time que tenemos que padecer en la televisión local, gags poco creativos y mal rematados, actuaciones esquemáticas, elipsis arbitrarias y, lo más increíble, una serie de golpes bajos hacia el final que pretenden darle un tono dramático, hacen que este esfuerzo del mexicano Eugenio Derbez (¡admirado por Adam Sandler!), pase a situarse como una de las peores películas del año. Valentín es un chico miedoso. Su padre le hace enfrentar los miedos con la terapia más primitiva que uno se pueda imaginar, pero bueno, un padre es un padre. Estos miedos lo persiguen en su vida y extrañamente los lleva al campo de los vínculos. Como adivinarán, Valentín (Derbez) es un chico inmaduro que se tornó un mujeriego que no acepta el compromiso porque, claro, es razonable pensar que el miedo al compromiso es lo mismo que el miedo a la muerte, el peligro o los perros. Este frenesí de mujeres y excesos inmorales que lo alejan de la buena familia cristiana con hijos, será golpeado de frente cuando una mujer salga de la nada y le deje un simpático bebé del cual sería el padre. Haciéndose cargo de la situación, Valentín se dirige hacia Estados Unidos para ir a buscar a la madre de la niña, pero termina criándola en solitario en ese país debido a que no puede retornar a México sin encontrar a la madre. Días, semanas, meses, elipsis por favor, y la niña ya quiere a su madre, necesita verla a pesar del mundo de fantasía que le creó su padre, que explicaría su ausencia. Sumemos una educación consentida y la incalculable cantidad de juguetes con los que cuenta y veremos un indicio de que ahí hay algo más que el director nos oculta o lo mantiene con cierta sutileza. Por supuesto, al final resuena con fuerza por el ridículo que expone. Pero volvamos a la madre. Tras infructuosos intentos de búsqueda ella aparece y, para no contar mucho más, diremos que la homofobia y otros elementos igual de simpáticos brillan en la película hasta el lamentable desenlace. Vaya camino que Valentín hizo hasta que se lo ve realizado y golpeado “por la vida”, caminando de blanco por la playa. Esta linealidad argumental, que destruye cualquier virtud narrativa o actoral por más pequeña que sea y que tiene quizá en algún chispazo de Derbez y la jovencísima Loreto Peralta algún momento digno, es una llanura sin ningún tipo de relieve condenado a la previsibilidad. Y en el medio de este mejunje hay un cuento de autoayuda que resurge al final con una torpeza admirable (en la misma línea, Maktub está a años luz) y nos deja pensativos sin creer lo que acabamos de ver. Definitivamente, un estreno olvidable al que hay que tenerle miedo, mucho miedo.
Uno podría preguntarse muy ingenuamente cuál es la razón de que éste catalogo mejicano de golpes bajos se estrena en Argentina y no suceda lo mismo con las producciones de Arturo Ripstein. La respuesta más inmediata estaría dada por ser la producción latinoamericana que más dinero recaudó en el gran país del norte, alrededor de los 40 millones de dólares, de un total de más de los 100 millones en todo el mundo. ¿Significa algo? ¿El Dios del dinero da cuenta de la calidad artística de la película? Absolutamente no. Hay muchas formas de definir esta consecución de imagen y sonido de manera sintética: ¿Una nueva, retrograda y muy mala versión, de “El pibe” de Chaplin, estrenada en 1921? ¿A medida que avanza el relato, por cuestiones de desarrollo de la interacción de los personajes, hasta podría ser una secuela (en términos patológicos) de la deplorable “La vida es bella”, de 1997)? ¿Del mismo modo podría considerarse una versión sumergida en lavandina de “Kramer vs Kramer” (1979), pero con mayor cantidad de patadas a los órganos sexuales, masculinos y femeninos? Si fuese boxeo, la descalificarían por reiteración de golpes bajos. Podría seguir con las definiciones, pero eso hasta carece de importancia cuando se comienza a desgranar el producto. Comienza con un narrador en off, Valentín (Eugenio Derbez), que nos contará su propia historia desde que era pequeño, así veremos como su padre lo obligo a enfrentar a todo aquello que le producía temor, lo que da lugar a que seamos testigos de una prosecución de escenas muy lamentables que intentan ser graciosas y sólo producen desazón. Elipsis temporal mediante, nos encontramos en Acapulco donde Valentín es ya todo un play boy que cambia de mujeres como quien cambia de calzoncillos, siempre con el mismo recurso de utilizar una frase hasta que suene simpático, empero el punto es que la previsibilidad produce el efecto contrario. Hasta que un día llega a la puerta de su departamento Julie (Jessica Lindsey) portando una beba en brazos, él ni reconoce a la madre, por lo que tenemos que suponerlo a Valentín una especie de Julio Iglesias (el cantante que es el hombre de lengua española que tuvo más mujeres en su vida). Ella le deja la beba, le informa que es su hija y se esfuma. Así comienza ese relato mil veces visto del hombre vulgar, irresponsable, aquí presentado como con pánico al compromiso, quien debe hacerse cargo de una nena, ergo padre a la fuerza. En su intento desesperado por devolver la nena a la madre viaja a Los Ángeles, donde queda varado, sin dominar idioma inglés y con una bebe de nacionalidad estadounidense. Por suerte para él consigue trabajo de doble de riesgo en producciones de cine de bajo presupuesto. La evolución de la relación entre padre e hija es mostrada a partir de saltos temporales hasta llegar al cumpleaños numero 7 de Magiie (Loreta Peralta). Hago un impasse, para decir que ésta niña actriz es lo único rescatable, o lo mejor del filme, sería no sólo injusto, sino reduccionista, pues en realidad es lo único bueno. Retornando. Ese padre construye un mundo de fantasía alrededor de la nena: la llena de juguetes, le falsifica cartas de la madre haciéndole creer que es una mezcla de la Madre Teresa de Calcuta, Florence Nightingale, Dian Fosse y Maria Sharapova, quien debe viajar por el planeta salvando la humanidad, lo que le da a la nena un sentido de la realidad tergiversada, que le repercutirá en la relación con los otros niños en la escuela. Tiempo después reaparece Julie reclamando a la criatura, lo que transforma ese intento de comedia berreta en un drama, que desde sus formas y contenidos esta más cercano al culebrón mejicano que a una tragedia griega. El punto es que a la mitad de la narración un médico, personaje que no volverá a aparecer, le plantea al héroe de la historia, y simultáneamente al espectador, un interrogante en formato de duda existencial, poniendo cara de congoja suprema y sólo con la frase “el tratamiento no dio resultado”, un supuesto enigma proclive al suspenso doloroso, el problema es que faltándole el respeto a la concurrencia del cine, ese misterio está respondido desde el inicio por el narrador, lo que no le quita méritos de transformarse en el último gran golpe bajo de esta producción El título en inglés, vaya uno a saber porque, es “Instructions not included”, en ese sentido está promocionado el filme, como si los padres que buscan serlo supieran de antemano qué es ser un buen padre, dando por tierra las implicancias que determinan que los hijos enseñan a sus progenitores a ser padres. Lo que termina por derivarnos en la explicación del éxito. Eugenio Derbez , aquí también en la función de director, es uno de los actores de la televisión mejicana de mayor éxito en los últimos años 15 años, la comunidad hispanoparlantes de los EEUU consume mucho la programación de la TV azteca, por lo que se explica el éxito remunerativo de la producción. La gente que dejo sus morlacos en las boleterías no son asiduos cinéfilos, sino cautivos de la caja boba familiar. Una realización de formulas ya vistas, de formato televisivo, que termina por ser un culebrón con tentativas lacrimógenas, con intentos iniciales de comedia pasatista muy estúpida; con un final que la instalar como un ejemplo de cine de los años ‘30, sin el romanticismo naif de la época. Definiendo, atrasa más de 80 años.
No es sólo para reír No se aceptan devoluciones tiene escenas bellas, tiernas y cómicas, pero también otras que juegan un poco con la sensibilidad del público. Además es, detrás de su aparente liviandad, bastante dura, con lo cual las publicidades de esta película no se ajustan estrictamente a la verdad. La ofrecen como una fiesta de la risa y no, también pega. De cualquier modo, es comprensible el éxito que tuvo y tiene en su México natal y también en EE.UU., donde batió varios récords financieros del cine latino. En cuanto a sus figuras, Eugenio Derbez, su director, coguionista y coprotagonista, es una de las estrellas más brillantes del cine de aquella región. Se hizo famoso en la televisión azteca y luego mega famoso, después se pasó al cine, y desde hace poco está probando a dirigir. No se aceptan devoluciones es su debut en la silla grande. En segundo término, la elección de la pequeña coequiper de la pantalla es muy acertada. La niña actriz Loreto Peralta es muy genuina frente a la cámara y eso, como decía Francois Truffaut, ya casi equivale a tener la mitad de la película resuelta. Además, el filme luce muy moderno, muy original, muy colorido y muy desprendido. Marca diferencia con el cine actual, donde abundan los filmes grisáceos, edilicios, con escenografías tipificadas, infladas por los efectos especiales. En No se aceptan devoluciones, las diferencias están en la ropa de los personajes, en su manera de pensar, en el departamento donde viven papá Valentín y su hija Maggie. Allí, esta familia biparental ha montado el hogar de los sueños, un loft dedicado a la felicidad de una niña y un padre amorosamente comprometido a vivir cada minuto del día con ella como si fuera el último. La historia por detrás es que Maggie llegó a los brazos de Valentín cuando éste era un soltero empedernido. Que la mamá desapareció con sus aires de romance de verano, y que Valentín cambió para siempre por esa hija. Se volvió padre en serio y se mudó a los EE.UU., donde se convirtió en un doble de riesgo. Final. No. Punto seguido. La mamá de Maggie ha reaparecido y quiere quitarle la tenencia a Valentín. Es buena la música, funcionan varios gags, es bella la fotografía, ágil la narración. Eso sí, alguno prefieren que no se note que los productos envueltos para tener éxito. Aquí eso no está garantizado. Incluso, el argumento que desarrolla la película se parece y mucho a otra en la que actuó Derbez y que le hizo dar su primer espaldarazo en la pantalla grande. Se llama La misma luna, la dirigió Patricia Riggen, y en ella el gran comediante también representaba a un adulto que se hacía cargo de un niño en problemas con su madre, otra vez en la zona limíte entre mejicanos y "gringos".
Ya la disfrutaron más de 25 millones de espectadores en todo el mundo y costó cinco millones de dólares. Narra la vida de Valentín (Eugenio Derbez) un soltero empedernido, mujeriego, irresponsable que vive en Acapulco y por las noches duerme con distintas mujeres que pueden ser una o más y de cualquier nacionalidad, todo hasta que una mañana golpea a su puerta Julie (Jessica Lindsey) con una beba Maggie en brazos diciendo que es su hija, sale a pagar el taxi y desaparece. Acá es un solo hombre pero suena muy similar a “Tres hombres y un biberón”, 1985 de Coline Serreau; también se parece a “Un papá genial”, 1999 con Adam Sandler. Es inmaduro, desordenado, mujeriego, y de golpe se entera que es papá de un nene y deberá cambiar su vida. Valentín realiza una serie de investigaciones y desesperado decide viajar a Los Ángeles para encontrar a la madre, vive distintas vicisitudes y a dedo llega a esa gran ciudad, no sabe inglés para poder comunicarse y no conoce a nadie, todo se va complicando pero finalmente se queda a vivir, va pasando el tiempo, consigue trabajo gracias a Frank Ryan (Daniel Raymont), quien además se transforma en su amigo. Comienza a ganar muy bien en Hollywood, como doble de riesgo y Maggie (Loreto Peralta, no tiene experiencia pero tiene un gran carisma) crece, ya tiene 7 años, vive en un mundo irreal lleno de fantasía, de juegos y lleva una vida un poco desordenada. Ellos viven divirtiéndose, despreocupados, Maggie lo acompaña a su trabajo, como es bilingüe, le maneja sus negocios, lo admira, lo quiere, y ambos van madurando juntos. Como era de esperar un día aparece su madre biológica y él por primera vez siente que puede perderla. Esta historia al igual que las anteriores se termina encariñando con la criatura, son muy previsible pese que en este caso el film contiene varios giros, pasando de la comedia al drama, buscando la lágrima de los espectadores, llegando al melodrama y con una vuelta de tuerca para terminar en el golpe bajo. Su guión es muy flojo, básico y trillado, con diálogos pobres, absurdos y superficiales, posee algunos momentos de sobreactuación, coloquios mexicanos que no causan gracia y por instantes se acerca al culebrón. Eugenio González Derbez (52) es un actor, productor de televisión, comediante y director de:cine, televisión y teatro, ha creado distintos personajes para sus programas de TV y espectáculos teatrales, en cine le ponía la voz en español al burro de “Shrek” y ha trabajado en “Un chihuahua de Beverly Hills”, entre otras. En esta historia como director y protagonista toca varios temas sobre los mexicanos radicados en Estados Unidos, como ingresan y viven allí, entre otras situaciones relacionadas con ese tema, reflexionar sobre la paternidad, los miedos, las diferencias entre mimar y educar a un niño, el amor que logra un padre y una hija, los obstáculos a vencer y el abandono. Uno de sus mensajes finales es” que todos los sueños se pueden lograr”.
Una bellísima y emotiva lección de paternidad Productor, director, guionista y actor, el mexicano Eugenio Derbez destaca ese rol y las oportunidades que la vida da de aprender y crecer. Insensibles, abstenerse. No se aceptan devoluciones es la clase de comedia que toca a las emociones, ya se trate de reír o lagrimear. La cinta significó el debut de Eugenio Derbez como productor y director, y rompió récords desde que fue estrenada el año pasado, superando a El laberinto del fauno, de Guillermo Del Toro, como la película de habla hispana más vista en Estados Unidos. Valentín fue un niño criado por un padre que, a toda costa, pretendía convertir a su hijo en un hombre valiente. "La vida es una bestia salvaje que tienes que aprender a domar. Si haces esto, nunca más tendrás miedo", le decía Juan Bravo al chico, mientras lo encerraba en panteones a medianoche, lo convertía en autopista de arañas o lo lanzaba al mar desde un risco. Lejos de superar temores grandes, medianos o pequeños, Valentín se convirtió en un hombre mujeriego, soltero a ultranza y egoísta. Incapaz de tomar cualquier compromiso, de un momento a otro se ve en la obligación de asumir la paternidad no buscada" de Maggie, una nena de un año, consecuencia de sus aventuras sexuales. Decidido a devolverle la beba a su madre, una hippie norteamericana, se encamina hacia Los Ángeles, sin comprender las consecuencias legales de sus actos. Indocumentado, desamparado y con una pequeña a cargo, Valentín debe superar sus miedos más profundos y convertirse en el mejor padre posible, incluso cuando la madre de Maggie regresa y algo empieza a cambiar. Eugenio Derbez es "el" artista reconocido en el ámbito de la comedia mexicana, en televisión, cine y teatro. Además, realizó varias participaciones en series norteamericanas, prestó su voz para el doblaje de Burro para la saga de Shrek y otras de Disney, y protagonizó la serie ¡Rob! para CBS. Residente en Los Angeles, con una larga trayectoria y conocimiento del lenguaje y la idiosincrasia del mercado latino, devino, en los últimos años, en un puente con la producción norteamericana. De allí que esta película encuadre en la comedia melodramática, a la que los americanos de habla hispana --y portuguesa-- somos tan proclives y que, nobleza obliga subrayar, suele dividir a la crítica sin medias tintas. Para la que ocupa estas líneas, Derbez logró con un presupuesto bajo (apenas 5 millones de dólares), un elenco encabezado por él y la niña Loreto Peralta, un relato gracioso, fresco y lleno de ternura. Derbez eligió a la chiquita para el personaje de Maggie después de un casting que duró varios meses y entabló con la niña una comunicación que atraviesa la pantalla. Entre ambos y con secundarios que van de insoportables a encantadores, construyen toda una lección acerca de la paternidad, revaloriza esa función, y da un mensaje positivo sobre el aprendizaje y la madurez.
Eugenio Derbez es un ícono de la comedia mexicana, sobre todo por su papel en la serie televisiva “La familia Peluche” y por ponerle voz en español al inolvidable personaje de Burro en toda la saga Shrek. Esta vez se involucra en la pantalla grande dirigiendo, coguionando y protagonizando su primera película; la cual resulta haber recaudado millones de dólares y conquistado otro tanto de corazones tanto en México como en los Estados Unidos. La historia que nos plantea es de lo más realista y actual: Valentín, un soltero mujeriego ve interrumpida su libertina vida por la llegada de una niña, su hija. A partir del minuto en que la madre se la deja en brazos y los abandona, Valentín comienza una serie de rápidos procesos que lo llevan a la aceptación feliz de vivir como padre soltero, habiendo pasado por la negación, el tedio, el encariñamiento, miedo… sobre todo miedo. Es que la vida de Valentín y sus obstáculos han sido siempre medidos por el miedo y el poder enfrentarse a éste. Por supuesto que, luego de que nos encariñamos con la adorable niña, y que la dupla padre/hija es inseparable, nos tiran el golpe bajo: la madre quiere verla y quiere llevársela. Estamos en frente de una comedia mexicana for export, que presenta la realidad de muchos inmigrantes mexicanos en Norteamérica, que mezcla ambos idiomas y costumbres. El humor es así, universal, aunque encontramos varios pasajes crítico cómicos al estilo Derbez que le dan toques localistas interesantes, sumados al imponente paisaje de Acapulco que funciona como personaje dentro de la historia infantil de Valentín. Y es que su pasado y su relación con su padre es lo que le ha permitido enfrentarse a sus mayores terrores, incluyendo esta niña que cae en su vida como una bomba de tiempo. Es así que cada uno de sus miedos más grandes se convierte en la fortaleza para enfrentar cuestiones de la vida adulta; y ese es el tópico que recorre todo el film como leit motiv de cada acción. Lo que sí podemos decir es que esta ópera prima ha encontrado el modo de insertarse en un mercado fílmico muy abarcativo, no se posiciona en el espacio tradicional de la comedia yanqui ni por eso deja de ser comercial. Recoge a su vez, influencias obvias con La vida es bella, I am Sam, Kramer vs Kramer, sólo que se posiciona en un tiempo muy actual contando una historia sin tiempo y esencialmente tierna. Ahora, la originalidad del relato residirá en el final sorpresivo y en el manejo que se logra del espectador para desviar su atención de lo que realmente está sucediendo y lograr un efecto sorpresa muy contundente. No se aceptan devoluciones es un film sobre todo muy divertido, con grandes cuotas de emotividad y golpes bajos. Derbez logra llegar a su público local, al latinoamericano en general y conquista a la industria más poderosa del cine. Si bien podemos encontrarle millones de clichés y escenas predecibles, también podemos apreciar cómo se logra hacer llorar y reír a un público enorme, algo que no se ve demasiado en estos días.