Ideal para vender pañuelos Festejan las fábricas de Kleenex y Carilina. Festejan los fabricantes de pañuelos de tela. Llega la película que les va a salvar el año. Piden que sea un gran éxito de taquilla, así no tienen que esperar sentados a que lleguen los “tanques” sentimentales del Oscar que viene. Durante los años ’90, surgieron del mundo videoclipero interesantes directores, con ideas renovadoras. Por estética, forma de narrar y estilización, muchos cinéfilos esperaban con ansias que estos mismos encontraran productos interesantes para llevar a la pantalla grande. Si bien la mayoría tuvo (o tienen) carreras irregulares, no se puede dejar de admitir que todos dejaron su sello. Algunos de manera superficial (Ej: Snyder, Bay, Tarsem Singh), haciendo énfasis en lo visual más que nada. Otros se resistieron un poco a impostar demasiado la estética y lograron dignos productos mezclando clasismo narrativo con un estilo visual interesante y pulso cinematográfico (Ej: Fincher) y por último un selecto grupo de autores natos que impusieron formas de narrar menos convencionales, con estéticas más jugadas. De este grupo se destacan un gran realizador como Spike Jonze o un autor extraño, a veces desconcertante, como Michel Gondry. Mark Romanek, tiene una trayectoria impresionante en el mundo del video clip. Su ópera prima cinematográfica es de 1985, la inconseguible Estática. La segunda película llegó recién en 2002, fue un interesante thriller voyeurista, inspirado en el mundo depalmiano, pero menos extremo en lo sexual y onírico, como fue Retrato de una Obsesión, con un soberbio Robin Williams (quizás la mejor actuación de su carrera). No se trataba de una gran película, pero tenía gratos momentos de tensión y suspenso, además de un análisis profundo acerca de la psicosis de un personaje encerrado demasiado tiempo en un cuarto oscuro y abstraído por su trabajo. Romanek se convirtió en una promesa a seguir. El segundo proyecto con el que estuvo relacionado por mucho tiempo fue El Hombre Lobo (2010), pero diferencias artísticas y económicas lo alejaron del proyecto y la posta la tomó, Joe “Capitán América” Johnston. En cambio, Mark cayó en la trampa Ivory y se dejo tentar por una novela de Kazuo Ishiguro (Lo que Queda del Día; La Condesa Blanca) Ivory hace más de 40 años que viene haciendo dramas épicos, y uno de los puntos altos de su cinematografía, es que a pesar de todo, logra evitar caer en el sensiblerismo barato, la lacrimogenia televisiva. La mayoría de sus personajes son tan fríos y reprimidos que no provocan que el espectador sienta gran empatía con ellos y se emocione fácilmente. Ahí reside el talento como narrador del director estadounidense de 80 años. Pero Romanek crea el peor “cinema du qualité”. Aquel que más criticaban los directores de Nouvelle Vague. El que pretende emocionar con trucos viejos, con romances imposibles, con caras bonitas llorando e intérpretes jóvenes y sexis en estado vegetativo, acompañados por una fotografía crepuscular y música edulcorada. Así como la sobrevalorada, Diarios de una Pasión, Nunca me Abandones sale en búsqueda de un público femenino que se sadomasoquisa piantando lagrimones a cada segundo. La historia tiene un toque fantástico, que parece sacado de la Dimensión Desconocida: un mundo utópico, casi perfecto. Los huérfanos son criados como animales. Los alimentan bien y cuando están listos, los llevan al matadero para que sus órganos sirvan a aquellos que tuvieron una infancia “normal”. Pero, resulta que estos chicos también tienen “alma” y “sentimientos” y se pueden enamorar, pueden tener celos, rencor, vergüenza de admitir lo que sienten, y así somos testigos de tres momentos en la vida de Kathy, Ruth y Tommy. Todos demasiado inocentes, son manipulados para que vivan de acuerdo a las reglas, con miedo, encerrados en un mundo creado por “adultos”. Pero, de repente se presenta una esperanza: demostrar que lo que sienten es amor verdadero. Claro, hay un problema. Una de las dos chicas va a quedar afuera. Muy probablemente la novela de Ishiguro debe ser hermosa, gracias al lenguaje y vocabulario que maneja el exitoso escritor japonés, pero lo cierto es que Romanek y Garland (el escritor de La Playa y otros productos mediocres de Danny Boyle) se lo toman todo con demasiada solemnidad, y la inocencia de los protagonistas bordea lo ridículo. Además pareciera que se han empeñado tanto en concentrar toda la acción en menos de dos horas, que ninguna parte adquiere profundidad narrativa. Si bien la primera, cuando tienen 13 años, es la mejor trabajada (gracias al gran trabajo del trío protagónico, versión púber) no alcanza a enganchar, porque rápidamente viene la segunda (los personajes cumplen 18) y cuando uno se compenetra con la historia, ya se viene la última, sufrida e interminable parte. O sea, el medio necesitaba, sin duda mayor desarrollo. Pero Garland prefiere apuntar todos sus dardos lacrimógenos al tercer acto, y acá todo flaquea, provocando que queramos buscar un cuchillo, para cortarnos las venas y dejar de sufrir con los personajes. “Estos chicos necesitan aprender un poco de anarquía”, pensaba mientras la veía. De hecho, una profesora intenta hacerlo y no dura demasiado. Pero me la sensación que el que necesita aprender un poco de anarquía cinematográfica es Romanek. No voy a negar que cada plano es bellísimo y contiene un gran trabajo de armado interno en puesta en escena. Pero al mismo tiempo es demasiado previsible. No hay marca autoral (ni siquiera en la comparación con el encierro de los chicos y el personaje de Williams en Retrato…) Tampoco voy a negar que la banda sonora de Rachel Portman, independientemente del film es hermosa, pero todo junto funciona simplemente como una máquina industrial, en la que cada tuerca forma parte de un gran brazo capacitado para esparcir lágrimas a diestra y siniestra. Seré yo muy frío, pero si mis ojos caían era para ver la hora y calcular cuanto faltaba para que este culebrón se diera por terminado. Carey Mulligan logra sostener el relato, expresiva, hermosa, reprimida e inclusive austera, es lo mejor del elenco. Keira Knghtley, en cambio fuerza cada gesto en pos de hacer verosímil a su mosquita muerta y no lo logra, mientras que Andrew Garfield, no tiene la suficiente destreza para llevar a buen puerto a este muchacho tímido tirado por dos sogas femeninas. Tengo fe que será mejor Peter Parker que Tobey Maguire, y ha demostrado soberbia en Red Social, pero en Nunca me Abandones no encuentra su lugar. Los mejores momentos interpretativos se dan cuando Charlotte Rampling o Sally Hawkins irrumpen en pantalla. La primera como la escalofriante directora del orfanato, una seudo doctora Menguele inglesa. La segunda aporta calidez en el único personaje, capaz de abrirle los ojos a los personajes. Generalmente soy una gran defensor del cine clásico y el “cinema de qualité”, pero esta vez me sentí muy incómodo en la sala. Voy a citar a Joel Coen: “Odio cuando la gente llora por películas. Es desconcertante cuando estás frente a una muy fea película y escuchás gente alrededor tuyo sobando y soplando sus narices”. Ni más ni menos eso es lo que sentí.
Basada en el bestseller de Kazuo Ishiguro ("The Remains of the Day", "The White Countess"), esta adaptación que combina el drama romántico con la ciencia ficción sigue la historia de tres jóvenes que crecieron aislados en un internado, donde descubren que sus vidas han sido destinadas a cumplir un propósito secreto. Envueltos en un triángulo amoroso, pronto se verán resignados a su destino. Adelantar algo más quitaría fuerza e interés al relato. El director Mark Romanek ("One Hour Photo") ofrece un largometraje muy bien filmado, acompañado por las buenas actuaciones de sus tres protagonistas principales (Carey Mulligan, Andrew Garfield y Keira Knightley), pero con un ritmo pausado y un tono demasiado melodramático, melancólico y depresivo. Al igual que ocurrió con los críticos, "Never Let Me Go" (nominada a Mejor Película Independiente en los British Independent Film Awards) seguramente dividirá al público entre quienes la amen y la odien. Para mí, es un film muy bien realizado que no consiguió atraparme.
Para todos aquellos (yo incluida) que protestamos que las películas dentro de los géneros romántico y de ciencia ficción últimamente no aportan nada nuevo, esta propuesta realmente es una bocanada de aire fresco, que bien te puede gustar mucho o nada, pero no se puede negar...
Que grande ha sido nuestro amor... Esta película está llena de grandes nombres, de no poco talento y de una historia "trascendente", de esas hechas para conmover y "dejar pensando". El director es el reverenciado Mark Romanek, un norteamericano que se consagró gracias a sus videoclips para artistas de la talla de Morrissey, Madonna, REM, Weezer, David Bowie, Red Hot Chili Peppers y Michael Jackson y que rodó hace ya casi una década la interesante Retratos de una obsesión (One Hour Photo); los protagonistas son los carilindos y ascendentes Andrew Garfield, Carey Mulligan y Keira Knightley, el guionista es el cotizado Alex Garland (habitual colaborador de Danny Boyle) y la novela que la da origen es del no menos prestigioso Kazuo Ishiguro (un favorito del cine, ya que sus obras fueron filmadas también por James Ivory y Guy Maddin). Narrada en dos tiempos, sigue la historia de tres niños que viven recluidos del mundo en un misterioso orfanato hasta que -al cumplir la mayoría de edad- se les informa su triste destino: sus órganos servirán para trasplantes y, a la segunda, tercera o cuarta operación, perderán la vida. Lo que sigue es una fábula distópica, melancólica, romántica, trágica, épica y bella a la vez, con no pocos vicios del cine de qualté (el uso redundante de la música y una fotografía deslumbrante que cae por momentos en cierto regodeo narcisista, en un esteticismo algo artificioso). Romanek apuesta en esta historia que, como bien dice la crítica de The New York TImes Manohla Dargis, es más orwelliana que dickensiana, por una frialdad, un distanciamiento que conspira contra la potencia emocional de semejante trama. Para colmo, sobre el final el director cede a la tentación de explicarnos todo aquello que ya hemos visto (y entendido). Un subrayado a todas luces innecesario. De todas maneras, sé de muchos colegas y amigos que han amado el film y, más allá de mis reparos, hay en Nunca me abandones méritos y atributos suficientes como para justificar su visión y, así, poder discutirla.
DONANTES Esta cinta basada en la exitosa novela homónima, es una película que puede parecer muy sencilla si el espectador se basa solamente en la historia de amor que aquí se desarrolla, con las idas y vueltas típicas del género, pero que en realidad es un relato en el que se mimetiza un trasfondo de ciencia ficción que aporta mucho al film y que lo convierte en una experiencia cinematográfica dolorosa, fuerte, distinta y original. La cinta está narrada por la protagonista, quien es el sostén de la historia y el principal atractivo argumental de la película. Ella comienza a contar su historia de vida y como llegó a estar a donde está, su infancia en el colegio, el enamoramiento con un niño y, luego de la partida de la escuela, el choque emocional que le produjo darse cuenta de una realidad escondida de la sociedad. Todo esto acompañado por una historia de amor, de desencuentros, de celos, de traiciones y abandonos. La película está ubicada en un pasado real físicamente, en la Inglaterra de los 80 en adelante, pero con un cambio muy importante que le aporta mucha profundidad al relato. La sociedad que aquí se presenta está capacitada para la clonación y estas nuevas personas son utilzadas como reservorio de órganos para futuros trasplantes. Si bien la película desarrolla una fantasía que aparece desde que la protagonista presencia el revelador testimonio de una de sus maestras, la misma está muy bien homogeneizada en el argumento y se plantea de tal manera que nunca se entran en terrenos poco creíbles y exagerados. El trabajo del director por hacer de esta historia un relato realista y emocionante es excelente. A su vez, este planteo ficticio ayuda a crear un mensaje o moraleja que intensifica la experiencia y que tiene el propósito de movilizar y hacer pensar al espectador. Esa sociedad cruel, fantasiosa y manipuladora del pasado, ¿No se asemeja en muchas partes a la de hoy en día?. Esta es una película de ciencia ficción que no cuenta y se centra en situaciones del futuro, sino que relata una historia mucho más cercana humanamente de lo que parece. Pese a todo el trabajo realizado por el director y por los responsables de la película, ya sean los vestuaristas, quienes llegaron a crear con detalles los diseños de las ropas características de las épocas presentadas; de la fotografía, muy bella, que siempre mantiene una misma gama de colores, tonos dorados oscuros y sepias, con muy buenas tomas, desenfoques, planos generales y detalle, y de la música, lenta, sensible y muy cálida, acompañando perfectamente a la imagen; la película no hubiese cobrado sentido ni dicha profundidad si los trabajos actorales no hubiesen sido de la calidad que aquí se desarrollan. Carey Mulligan se lleva la película al hombro, ella introduce y remata la historia con una expresión de lamento y rendición, que al principio no se entiende, pero que al final emociona. Sus movimientos, esa sonrisa inocente que muestra al estar enamorada y la profundidad de su mirada al enterarse de la verdad y de su destino, aportan calidad y talento a la cinta. Ella está acompañada muy correctamente por Keira Knightley y Andrew Garfield, en dos personajes complicados de interpretar y que logran mimetizar las necesidades del guión. Las actuaciones son excelentes. Cabe destacar también el trabajo realizado por los niños en los primeros veinte minutos, quienes, principalmente Izzy Meikle-Small (la pequeña Kathy), logran llevar adelante sus roles con determinación y sutileza. Esta es una historia que no es para todo el mundo. Hay que tener la mente preparada para aceptar lo que aquí se desarrolla, y, aunque esto le puede jugar en contra a la cinta, no se puede negar el muy buen trabajo del director al llevar adelante la adaptación de la novela con sutileza y con un toque poético que está en cada linea del guión y el excelente labor de los interpretes al encarnar sus personajes. "Never let me go" es una cinta fuerte, dolorosa, que destella originalidad y que por sobre todas las cosas respeta con lucidez la cronología y el mensaje de la novela. Una película de ciencia ficción llevada a la realidad, al presente y al pasado. Un profundo film que invita al espectador al pensamiento y cuyas escenas finales van a quedar rondando por su cabeza por unos cuantos días. Todos en cierto punto compartimos la misma realidad que los protagonistas de la película. UNA ESCENA A DESTACAR: final
Belleza en la frialdad. Las mejores historias de ciencia ficción son las que no son forzadas y nos enteramos de alguna variación de la realidad mínima a través de una narración impecable. El segundo film del director Mark Romanek (su anterior trabajo es One Hour Photo, con Robin Williams) marca un gran cambio de dirección en el estilo y tono. Basada en la novela "The Remains Of The Day" de Kazuo Ishiguro, Never Let Me Go nos presenta un mundo adonde las enfermedades y la edad fueron casi vencidas. A un alto precio. De chicos, nos encontramos con nuestros protagonistas en una especie de institución pupila adonde son instruidos en sus deberes hacia el mundo. Entre ellos se encuentra el de ser perfectos donantes de órganos para la sociedad. Así es, el mundo que nos presentan es uno en el cual generaciones enteras de niños son clonados y criados solo para repuestos de órganos. Y así estirar la vida promedio de la raza humana en varias décadas. Nuestros protagonistas viven un triangulo amoroso desde muy jóvenes. Andrew Garfield, Carrey Mulligan y Kiera Knightley son mejores amigos desde el comienzo. Y con el correr de los años, se genera algo mas que una amistad. Knightley, en su mejor papel hasta el momento quizás, toma un rol mas dominante en la relación del trío, siempre aplastando desde la envidia o vanidad las ideas o iniciativas de Mulligan. Con el tiempo, nuestro grupo se muda a otra casa, adonde son inducidos en los detalles mas finos de su proceso. Completar. Completar es el pseudonimo de "morir" para ellos. Completan su deber, su destino. El film nos muestra una oscura realidad en un mundo de desolación y sin futuro para nuestros protagonistas. Están llenos de deseos, esperanzas y sensaciones que nunca podrán cumplir. Pero al menos lo intentaran. La belleza del film nace desde su increíblemente clara fotografía y dirección. Cada cuadro y escena esta repleta de emociones reprimidas. Y los actores acompañan con unas actuaciones poderosas, llenas de emoción y trasfondos. Tanta represión de sentimientos e ilusiones nos induce dentro del mundo de estos tres jóvenes quienes se verán descorazonados con tener impulsos de vivir su vida plenamente y tener que cumplir su deber. El film claramente no es para cualquiera, tiene un ritmo y tonos muy particulares que deben ser apreciados en el momento justo y con ganas. Para los que estén dispuestos a dejarse llevar, pueden encontrar una obra de arte lista para ser descubierta.
Hipnótica y romántica Una gran novela, un buen director y un elenco joven de lujo en un filme emotivo. Desde los papeles, uno no sabe a quién prestarle mayor atención: la novela en que se basa es un best seller de Kazuo Ishiguro, el autor de Lo que queda del día y La condesa rusa ; el director Mark Romanek es el mismo de Retratos de una obsesión ; los actores son los ascendentes Andrew Garfield, Carey Mulligan y Keira Knightley; el guionista, Alex Garland, es el autor de La playa y luego escribió un par de libretos para Danny Boyle. Y el filme es la suma de estos talentos, un hipnótico relato de horror y ciencia ficción, y a la vez un filme romántico y melancólico con tres personajes centrales que nos hablan de cómo la sociedad muchas veces dicta el destino de los seres humanos... y cómo revelarse a ello. Tommy, Kathy y Ruth (Garfield, el nuevo Hombre Araña , Mulligan y Knightley) viven desde pequeñitos en Hailsham, llamémosle un internado en la campiña inglesa. El mundo que viven es por momentos idílico, como si deambularan en un universo que corre en paralelo al real. Y ellos saben que están predestinados a algo, que no saben qué es ni, luego, cómo comprenderlo. Cuando crecen, lo averiguan y a partir de ahí, de ese misterio, de ese clic, Nunca me abandones se desarrolla y acrecienta el suspenso, y con ello la necesidad de vivir de los protagonistas. Lo mejor es no ahondar en la trama, para que el lector la vaya descubriendo por sí mismo. Y lo importante es cómo Romanek puede parecer gélido a la hora de dibujar algunas situaciones, pero también lleno de pasión y cierta sabiduría al retratar momentos específicos de esas relaciones (el primer beso, por caso). Como Kathy ama a Tommy, pero es Ruth quien se lo quita, la cuestión parece encaminarse hacia el despecho, pero Romanek sabe cómo y cuándo dar el volantazo. Es curioso el camino del director. Se hizo famoso por la realización de videoclips de Madonna, Michael Jackson y R.E.M., pero a la hora de filmar muta el ritmo, la pulsación frenética por una sosegada, apacible mirada que puede malinterpretarse como distante ante lo que narra. Como toda buena película, las capas de Nunca me abandones son varias y complementarias. Cada uno podrá apropiarse de la que más le agrade. Pero en todas ellas la que descuella es Carey Mulligan, dueña de una ingenuidad y una simpatía capaz de comprarse al espectador más arisco o indócil. La estrella de Enseñanza de vida , que protagonizará El gran Gatsby al lado de DiCaprio, lleva adelante el relato y vale ella sola el precio de la entrada.
Belleza visual y buenos actores en la versión de una novela de Kazuo Ishiguro Muchos guionistas suelen caer en este tipo de equívocos frente a la obra de un autor que admiran: al abordar una adaptación cinematográfica terminan confundiendo respeto con solemnidad. A Alex Garland puede haberle sucedido algo así con esta novela de Kazuo Ishiguro, con el agravante de que Mark Romanek, el director del film, está más interesado en la composición de las imágenes que en la interioridad de los personajes, precisamente donde el escritor ha puesto el acento para plantear sus interrogantes sobre el ser humano y su destino. En el film hay más seriedad que vida, más solemnidad que compromiso, más distancia que emoción, si bien es cierto que el raro clima melancólico, angustioso a veces, se ajusta a la inquietante historia que propone la novela. Nunca me abandones , que algunos han catalogado como de ciencia ficción, aunque su autor prefiere considerarla una ucronía, regresa al pasado y parte de un "¿Qué hubiera sucedido si..?" para imaginar un revolucionario avance de la ciencia y contar la extraña historia de tres seres directamente afectados por él, desde sus años escolares en un internado exclusivísimo de la Inglaterra de los cincuenta hasta que cumplen con el destino que les ha sido asignado. Son criaturas especiales y se las ha preparado para que sirvan a la humanidad. No diremos más. Aunque la película, como la novela, va revelando desde muy temprano en qué consiste esa singularidad, y no es ése un enigma que el relato utilice para alimentar suspenso, es preferible respetar el modo gradual que ha elegido el autor para informar sobre la condición de los personajes. El relato está dividido en tres capítulos enlazados por la evocación de Kathy, la protagonista, desde un presente situado en 1994. Ya desde la infancia, ella está interesada en Tommy, pero el muchacho es demasiado débil para resistirse a los avances de Ruth, la otra chica. Con el tiempo será un cambiante triángulo amoroso -tan reservado y contenido como cabe entre británicos-, a cuyas alteraciones se asistirá en los dos siguientes capítulos, correspondientes a otras tantas etapas de la evolución prevista para ellos y al modo en que cada uno las experimenta. Si Romanek seduce con su preciosismo y sus sugestivas, taciturnas atmósferas, también impone un distanciamiento que vela tanto el efecto dramático como la desolada poesía que pide el relato, intrigante y bien interpretado, pero difícilmente conmovedor. La emoción, en todo caso, proviene de Carey Mulligan, Andrew Garfield y Keira Knightley, los admirables protagonistas, y del resto del elenco, en especial los tres actorcitos que representan los mismos papeles en la infancia.
Melancolía en imagen Con una puesta en escena clásica y de una fluidez plomiza, el realizador Mark Romanek transpuso la celebrada novela de Kazuo Ishiguro. Nunca me abandones (Never let me go, 2010) es un relato distópico que habla con dureza del mundo contemporáneo, centrándose en la relación de tres personajes vinculados con la muerte. Kathy H (Carey Mulligan) es una “cuidadora”, orgullosa del trabajo que realiza. Al comienzo del film, ante sus propios ojos una vida se pierde en la sala de operaciones. Un espacio frío, despojado de toda calidez. La secuencia inicial compendia los temas principales de la película. Si en la novela el eufemismo era la figura retórica a la que la voz de la narradora recurría para referirse al horror, aquí Romanek mantiene esa voluntad, señalando los datos truculentos con notable discreción. Porque ese espacio azulado y triste es a donde irán a parar los jóvenes que fueron criados para donar sus órganos. Y por más que Kathy H los cuide, sabe muy bien que más tarde o más temprano será ella la que deba donar. Kathy H, Tommy (Andrew Garfield) y Ruth (Keira Knightley) son educados desde el comienzo de sus vidas en Hailsham, una inmensa escuela para niños pupilos a los que se les dice permanentemente que son “especiales”. Entre juegos y horas de clase, sus mentes irán indagando tímidamente en las relaciones humanas, condicionadas por el poco tiempo en el que podrán desarrollarlas. Tal vez como consecuencia de ello aceptan pasivamente su singular destino, sin siquiera intentar escapar de la escuela. Esa mirada recorre todo el relato, que se detiene en las transacciones simbólicas que estas criaturas pondrán en juego en sus experiencias de vida. En ese sentido, es acertado que el film mantenga a los “saldos”, especie de trueque en el que los niños intercambian monedas de plástico por toda clase de objetos que llegan desde el exterior. Aquel exterior, claro está, es el mundo oculto, al que accederán cuando sean adultos. ¿Están en aquel mundo sus “originales”? Lejos del recuerdo de Hailsham, o instaurados perpetuamente en él, cada esperanza de sobrevida es un eco de aquellos tiempos. Pero es difícil creer que sus vidas, como si se trataran de las monedas de canje, no tengan más que una finalidad práctica en un mundo que los necesita pero no los protege. Nunca me abandones es un relato distópico, el inverso del utópico. Aquí no hay un mundo idealizado en donde todos los males humanos son inexistentes. Hay, en cambio, una reflexión sobre el valor de la vida en la contemporaneidad vista desde un mundo anacrónico. Poco importa si es el pasado o el futuro, lo relevante es que el universo diegético señala de forma extrañada las preocupaciones de nuestro tiempo. El marco es la década del ’70. Un cartel señala los avances de la ciencia, los que han hecho posible que el promedio de vida sean los 100 años. ¿El mundo hubiera sido así, de existir Hailsham? ¿Será el mundo así, si esa trama deviene realidad? El guión se acerca a estas cuestiones de forma distante, y de este modo enfatiza su cualidad dilemática y perturbadora, como si se tratara de un anti-cuento de hadas con una moraleja amarga. El triángulo protagónico irá profundizando el tremendo drama que los acompañará perpetuamente, pero nunca se sublevará ante él. La sala de operaciones representa esa nada a la que se reduce la existencia humana. En una de las secuencias más duras, luego de la extracción del último órgano, los médicos y enfermeros se van, dejando ese cuerpo sin vida como testigo inerte. Es, acaso, el desmontaje más siniestro del relato que señala la falta de sensibilidad que subyace en nuestra modernidad respecto del valor de la vida. Tanto Mulligan como Garfield y Knightley logran transmitir toda la desazón y humanidad que emergen desde sus criaturas, es difícil imaginar un mejor casting. Romanek ya había puesto en evidencia su solvencia a la hora de construir propuestas estéticas, en los video clips que hizo durante años para la industria musical más exigente, y en su interesante ópera prima Retratos de una obsesión (One hour photo, 2002). En Nunca me abandones construye un mundo frío, azulado, con una puesta de cámaras que roza el perfeccionismo: la mejor manera de reflejar una sociedad que se vacía de pasión.
Al director Mark Romanek le llevó ocho años concretar un nuevo proyecto desde que estrenó Retrato de una obsesión con Robin Williams. Fue uno de los realizadores que pasaron por la última producción de El hombre lobo, pero se bajó del proyecto por problemas con los productores. Al final regresó al cine con una buena y extraña historia de ciencia ficción basada en la novela “Never let me go” de Kazuo Ishiguro, autor también de “Lo que queda del día”, que fue llevada al cine en 1993 con Anthony Hopkins y Emma Thompson. Nunca me abandones es un interesante relato que se centra en un triángulo amoroso muy particular. Los personajes principales son especímenes científicos creados en un laboratorio, que fueron criados desde niños con el único propósito de ofrecer sus órganos a pacientes que se encuentran gravemente enfermos. En la realidad alternativa que presenta el film la humanidad solucionó el problema de los donantes de órganos creando clones que viven específicamente para contribuir con las pacientes que corren peligro. Por lo general, luego de la tercera donación las personas clonadas mueren. Lo interesante de este trabajo de Romanek es que más allá de las cuestiones científicas y bizarras que plantea la trama, como la macabra escuela donde se educan los niños, donde luego se les explica el verdadero motivo por el que nacieron, la película explora distintas temáticas filosóficas durante su desarrollo relacionadas con al vida, el alma del ser humano y el amor. El film sobresale por las tremendas actuaciones de Andrew Garfield (Red social), Keira Knightley y muy especialmente Carey Mulligan (Orgullo y Prejuicio, Wall Street 2), quienes representan con sus personajes un aspecto distinto de la humanidad. La ausencia absoluta de rebelión por parte los protagonistas frente al destino que enfrentan es bastante irascible por momentos y afecta la credibilidad de lo que ya es un extraño conflicto, pero esto de alguna manera creo que sirvió para retratar con mayor crueldad y terror las consecuencias de la manipulación genética. Por supuesto la película cuenta con la espectacular fotografía que caracteriza el arte de Romanek, algo con lo que se hizo famoso años atrás en el campo de los videos clips, antes de incursionar en el cine. No sé si es una historia popular que atraiga a todo el mundo, su fracaso comercial en las salas de varios países, demostró que no todos los públicos se enganchan con esto, pero es un buen drama que no manipula al espectador ni cae en golpes bajos y narra la historia de manera genuina. Un buen regreso al cine del director Romanek .
Una Pena Capital. Casi sin querer, Nunca me Abandones, el tercer largometraje del Mark Romanek, termina siendo funcional a lo que supuestamente cuestiona en su hilo narrativo. La sensación es que se trata de una apuesta cinematográfica que busca focalizarse en condicionar respuestas sensibles en los espectadores, dejando de lado cierta profundidad narrativa que relata la manipulación que se puede llegar a hacer, en el nombre de la ciencia, sobre lo más espontáneo y humano del sujeto. La idea es que la gente, se conmueva, llore por una historia de amor pero que tiene un trasfondo siniestro, como lo es, utilizar a los más débiles en pos de salvar y proteger a los más fuertes. El film cuenta con unos cuantos aciertos. El primero y principal, es la obra original de la cual se hizo la adaptación, se trata de la novela del británico-japonés Kazuo Ishiguro. La historia es terriblemente perturbadora. Un grupo de huérfanos son utilizados para donar sus órganos y así permitir, entre otras cosas, la cura de males como el cáncer. Al terminar el film, dan deseos de leer el libro, pero no precisamente por la buena adaptación cinematográfica, sino en lo contrario, quedan muchos cabos sueltos y una historia que podría ser absolutamente inquietante, queda reducida a un triángulo amoroso de almas en pena que van derechito al matadero. El guión tiene serias debilidades. No se entiende como estos jóvenes, se someten a ser presos de este destino, sin la posibilidad subjetiva de fugarse, rebelarse o liberarse de tal condena, ya que en la realidad que se muestra, podrían hacerlo tranquilamente. Funcionan como una especie de naranjitas mecánicas, pero no sabemos nada de la manipulación psicológica que se ejerció sobre ellos, para producir sujetos tan pasivos, inhibidos y obedientes. A lo único que se apuesta es a cierta creatividad artística que pueden sacar a la luz. La mayoría del film, se centra en un extenso flashback, según las memorias de la protagonista. Durante los primeros veinticinco minutos, presenciamos la vida de unos niños en un orfanato, cual producto de Cris Morena, versión británica, pero es en ese instante donde se devela la función de estos huérfanos para la sociedad y el giro narrativo anuncia un relato que promete ser bastante estremecedor, sensación que se diluye en la insistencia de la situación amorosa de estos tres jóvenes. Otros de los aciertos tienen que ver con los trabajos interpretativos. Los tres protagonistas principales, son jóvenes actores que vienen haciendo ruido en la industria del cine: Carey Mulligan (Enseñanza de Vida), Andrew Grafield (Red Social), y Keira Knightley (Orgullo y Prejuicio; Expiación, Deseo y Pecado). En especial, Carey Mulligan, en su papel de Kathy, está impecable; brinda una actuación de gran nivel, los primeros planos que retratan sus expresiones faciales y miradas son absolutamente disfrutables. Lo visual y estético, también es destacable. Romanek logra una gran ductilidad de planos que transmiten de maravillas el aire melancólico que se vive durante todo el metraje. Del mismo modo, el trabajo fotográfico y la banda sonora le aportan, notable belleza a la obra. No obstante, se trata de una película que cuenta una historia que podría llegar a ser rica en sentido y en profundidad narrativa, pero pierde calidad al elegir tratar de impactar con bastante sensibilería a un público ávido de lágrimas y de amores adversos.
Depresión, melancolía y amores fatalistas... Con algún retraso luego de su exitoso paso por la 25ª edición del Festival de Cine de Mar del Plata, por fin ha llegado el drama existencial inglés Nunca me abandones a la cartelera local. El film de Mark Romanek es ambicioso en su temática, personalísimo narrativamente y con no pocas aristas de interés para analizar. En principio se trata de la adaptación al cine de una novela de culto publicada en 2005 por el japonés –criado y educado en el Reino Unido- Kazuo Ishiguro. El argumento sólo puede ser calificado como espeluznante: en una sociedad distópica es perfectamente lícito desarrollar y educar a jóvenes concebidos en un laboratorio para ser utilizados como donantes de órganos al cumplir la mayoría de edad. Una premisa en verdad atroz que se ve hábilmente mezclada con un triángulo amoroso que involucra a dos chicas (interpretadas por la ascendente Carey Mulligan y una Keira Knightley casi desconocida con su look de morocha) en franca competencia por el amor de un problemático muchacho (Andrew Garfield, el nuevo Spiderman). El dilema ético y moral que conlleva semejante concepto está ahí para quien quiera recoger el guante y salir de la sala dispuesto a desmenuzarlo. La película, en cambio, se preocupa infinitamente más por sus personajes y los climas opresivos en los que están inmersos. El guión de Alex Garland (asiduo colaborador de Danny Boyle en la década del 90) refleja el viaje iniciático –interior y exterior- de Kathy (interpretada por Isobel Meikle-Small de niña y por Carey Mulligan a partir de la adolescencia) que desde su más tierna infancia está internada como pupila en un colegio que se especializa en “preparar” para su aciago destino a otros pobres desgraciados como ella. Todos los alumnos del establecimiento dirigido por Miss Emily (Charlotte Rampling) saben que al egresar no les espera un trabajo bien remunerado, el perfeccionamiento académico o la posibilidad de formar una familia si así lo desean. Para estos clones las opciones son dos: calificar como donante vivo o a lo sumo como acompañante terapéutico (son quienes asisten a los primeros antes y después de las intervenciones). La mayoría resiste dos extracciones, algunos menos toleran tres y si llegan a una cuarta por lo general luego mueren sin remedio… Nunca me abandones propone una reflexión potente, desgarradora y deprimente sobre la condición humana. La idea que plantea en su libro Ishiguro no parece tan lejana a lo que nos encontramos viviendo en la actualidad. Los avances científicos de a poco le han puesto un freno al orden natural de las cosas y quizás llegará el día en que una situación tan extrema pueda ser algo habitual, casi normal, para la gente. Esa espada de Damocles que cuelga sobre los personajes principales le da un mayor relieve a la historia de amor entre Kathy, Tommy y Ruth, que se inicia cuando aún son niños y se extiende a lo largo de sus vidas. Kathy guarda un resentimiento con Ruth –en teoría su mejor amiga- desde que sedujera al inseguro e iracundo Tommy pese a que éste pareciera guardar sentimientos para con ella. El relato sigue a los chicos desde su pre-adolescencia en el colegio, los acompaña en sus primeras vivencias al egresar del mismo y dedica buena parte del metraje al triángulo amoroso, con reencuentros, culpas, arrepentimientos y -por fin- la tan anhelada redención. Por su experiencia previa en videoclips y el muy desparejo nivel del thriller Retratos de una obsesión, el director estadounidense Mark Romanek no era la elección más lógica para adaptar la novela del autor de Lo que queda del día. Sin embargo Romanek se las arregló bastante bien para estar a la altura de las circunstancias sin regodearse en su portentosa imaginería visual. Los típicos manierismos cliperos (con abuso de esteticismo y vértigo) están afortunadamente sosegados en beneficio del relato, más encauzado hacia la introspección y el desasosiego narrativo. El constante pulsar de la memoria se entronca con el fatalismo de amores condenados a una finitud prematura, en esta lánguida y feroz visión del mundo a la que sólo le falta el contrapunto musical de una banda hiper depre como Joy Division para hacer completa la devastación emocional de sus personajes.
Anexo de crítica: El director Mark Romanek entrega en esta fábula con sabor a distopía un relato sensible y reflexivo desde un punto de vista ético que pone en jaque la idea de la clonación y mucho más aún los avances de la medicina tradicional a partir del reemplazo de unos seres humanos defectuosos por otros preparados para suplir sus carencias de órganos. Sin embargo, el abordaje sobre esta temática no se reduce a un género sino que abre las zonas del melodrama al sumergirse en una desgarradora y potente historia de amor para la que el elenco convocado Carey Mulligan, Andrew Garfield y Keira Knightley se adapta con solvencia y logra transmitir emoción y una sensación de desasosiego realmente convincente...
Inhumanizados en busca de un alma Corren los años setenta. La ciencia ha conseguido erradicar gran parte de las enfermedades y la humanidad transita hacia el próximo milenio con una expectativa de vida superior a los 100 años. Hailsham es un colegio de pupilos británico donde se alojan niños muy especiales. Allí, su directora y maestros siguen a rajatabla una línea de pensamiento y conducta que procuran transmitir a estos niños, literalmente aislados del mundo real, inmersos en una rutina que incluye pulseras electrónicas para controlar sus movimientos. Entre esos niños crecen Kathy (Carey Mulligan), Tommy (Andrew Garfield) y Ruth (Keira Knightley), jugando y estudiando a la par que practican algunas costumbres que les permitirán relacionarse con otras personas cuando dejen el colegio. Pero la realidad que les aguarda extramuros es tan dura e inimaginable para estos niños que hace falta una maestra especialmente sensible (Sally Hawkins) para comunicárselas, rompiendo todas las reglas del colegio. Cuando el por qué de sus existencias es revelado a los niños de Hailsham, la vida de los tres amigos comienza un proceso de cambio doloroso, especialmente para Kathy, que es en extremo dócil a la par que autoconsciente, y jamás consigue rebelarse contra lo establecido. Es difícil pensar el porqué de la elección de Mark Romanek (mayormente director de videos musicales y responsable de "Crónica de una obsesión" como único mérito cinematográfico), para llevar a la pantalla grande una de las más celebradas novelas de Kazuo Ishiguro ("Lo que queda del día"). No obstante, el resultado sorprende por su calidad y la delicadeza con que se van manejando los segmentos de la trama, muy fieles al libro original. Quizá la intervención del propio Ishiguro en el guión tenga que ver con esto; por lo demás, el énfasis en lo visual y el cuidado trabajo de los actores corren por cuenta de Romanek, indudablemente. La cuestión humana (la finitud de la vida, las preocupaciones diarias y por encima de todo, la capacidad de sentir, los instintos) es abordada aquí a través del relato de Kathy H., el epítome de la persona adaptada a su medio ambiente, capaz de ignorar sus impulsos más básicos e incluso el propio instinto de supervivencia si se le dice que "así está escrito". Mediante el relato de Kathy podemos llegar a conocer a sus dos íntimos amigos de infancia, y a intuir a los demás personajes. No hace falta más que ver a través de sus ojos cómo son tratados los niños de Hailsham y de otras instituciones que se le parecen, para darse cuenta desde el primer minuto que algo no es totalmente humano en ellos. Por supuesto, quienes dicen qué es y qué no es humano son, irónicamente, las personas que pusieron a esos niños (posteriormente adolescentes y adultos) en el lugar en que están. Condicionándolos a una vida limitada en nombre de la ciencia, y por ello mismo ignorándolos como semejantes. El epílogo de la película es de una sencillez demoledora, bastante más que una simple moraleja sobre el propósito de la existencia. Profunda, lineal y fatídica, "Nunca me abandones" es también el registro distópico de una tragedia; un drama difícil de narrar sólo con palabras y que encuentra en esta adaptación fílmica el toque necesario para alcanzar su dimensión de extraordinaria melancolía.
No hay tiempo suficiente para amar El realizador Mark Romanek, quien pusiera en un difícil papel a Robin Williams en Retrato de una Obsesión, y luego de trabajar con Brian De Palma, David Siegel y de dirigir video clips de David Bowie, Coldplay, Janet Jackson y Michael Jackson, entre otos, vuelve con una historia que intenta llegar al corazón del espectador. La cinta cuenta. a través de tres estadíos. cómo tres pequeños pasan su infancia en un internado británico, aparentemente perfecto, pero sabiendo que son seres clonados y que un día deberán donar sus cuerpos para ser utilizados por humanos receptores en futuras intervenciones de trasplantes de órganos. La cinta cuenta con muy buenas interpretaciones tanto de parte Andrew Garfield (Red Social y futuro Spiderman), como de Keira Knightley (Orgullo y Prejuicio y Piratas del Caribe) al igual que la siempre correcta Carey Mulligan (Wall Street 2: El dinero nunca duerme y próximamente se la vera en Prueba de amor), quien fue nominada como mejor actriz en la última entrega de los Oscar por este papel y segunda consecutiva ya que en 2010 lo estuvo por Enseñanza de Vida. Entre otros, la película cuenta con un reparto compuesto por Charlotte Rampling y Sally Hawkins. Nunca me Abandones El relato cuenta con una buena banda sonora, un destacado maquillaje que los rejuvenece diez años y con una joven actriz que representa a Carey en su niñez de una manera casi calcada. Con una combinación de historia de amor y carga filosófica, la trama deja en claro que los jóvenes en el mejor momento de sus vidas deben entregarse en beneficio de quienes fueron creados. Este Programa Nacional de Donación no les deja opción y colaboran con la causa. El argumento, basado en la novela homónima del británico de origen japonés Kazuo Ishiguro (Premio Man Booker con Lo que queda del día), no es fácil de digerir, deja un sabor amargo e impulsa al espectador a preguntarse: ¿Matarías a otro ser semejante para salvar tu vida?. O, como dice una de las protagonistas mientras acaricia el rostro de Kathy (Carey Mulligan ), sabiendo que lejos de escapar o sublevarse (como en La Isla) esperan pacientes el llamado de la muerte. El film es una hermosa y triste melodía como la que se repite en un viejo cassette durante la película (Never Let Me Go de Rachel Portman) que invade y seduce pero a la vez acongoja.
Abandonados por la pasión Varios chicos, pero especialmente tres -Kathy (Carey Mulligan), Ruth (Keira Knightley) y Tommy (Andrew Garfield)-, son el eje de este relato en que el que se sigue a un grupo de internados en un orfanato que tienen un fin especial: han sido creados para que, llegados a la adultez, se conviertan en donantes de órganos. Una, dos, tres, cuatro veces. Luego los espera la muerte. De la inocencia inicial hasta la toma de conciencia posterior, la novela de Kazuo Ishiguro sobre la que Alex Garland escribe el guión de Nunca me abandones intenta reflexionar sobre los vínculos, el amor, los procesos temporales y cómo el hecho de saberse finito -en definitiva todos nos vamos a morir, pero vivimos con una rara inconciencia que nos vuelve despreocupados al respecto- condiciona y modifica todas estas experiencias. Hay un elemento que es la clave del film de Mark Romanek: su tránsito impasivo. Y esto es así porque la película incorpora el punto de vista de estos jóvenes. Formados para un fin específico, en ellos no hay posibilidades de correrse del lugar impuesto, mucho menos de subvertir las reglas de la institución a la que pertenecen. Cuando conocen cuál es el motivo de su existencia, cuando entienden definitivamente que nunca llegarán a adultos porque antes morirán en el intento, estos pibes tragarán saliva, llorarán en silencio, se amargarán internamente, pero casi nunca exteriorizarán su bronca, confesarán sus miedos. Si hasta uno de los pocos intentos que hacen por “salvarse” de su destino es el de la aplicación de una cláusula específica. Otra novela de Ishiguro recorría territorios parecidos. En Lo que queda del día, el mayordomo interpretado por Anthony Hopkins parecía uno de estos jóvenes llegado a la adultez. Salvo que en esa película de James Ivory el personaje de Emma Thompson venía para desacartonar, romper y perforar el mundo-témpano que el mayordomo se había autoimpuesto. En Nunca me abandones, y de esto habría que culpar al gélido Romanek, lo que nunca aparece es ese elemento que llega para descomprimir, para revelar otra verdad que pueda modificar las cosas. Y así, pues, asistimos al destino inexorable de estos jóvenes, entre cierto sadismo controlado y bien fotografiado, ávido por mostrar cicatrices, cuerpos agredidos y demás elementos quirúrgicos. Nunca me abandones deja apuntes interesantes, y por eso es una película que no se puede descartar completamente. Ese universo del asilo, controlado y ascético, es una referencia clara del poder totalitario, que aquí no genera violencia sino identidades desapasionadas, resignadas, inertes. Vaya paradoja: seres humanos casi sin vida, destinados a dar vida o, por lo menos, prolongarla. En cierta forma aborda cuestiones similares a las que abordaba Michael Haneke en La cinta blanca, salvo que aquí cierta atmósfera de horror, ciertos toques entre fantásticos y de ciencia ficción, permiten un misterio que la prepotente voz del austríaco impedía en aquel relato. De todos modos, en su afán por construir personajes lógicos y coherentes con su construcción dramática, Romanek borda un film demasiado frío y distante para un espectador que nunca se puede comprometer con lo que les pasa a sus personajes y que se queda esperando un quiebre que nunca llega y se demora sin remedio. Ver la forma en que se desprende de personajes importantes para comprender la falta de afecto para con esas criaturas, pecado mayor cuando en el medio de todo Nunca me abandones es una historia de amor trágica o, al menos, debería serlo. Por evitar el desborde lacrimógeno, el director se termina pareciendo a sus personajes: controla todo, nunca un gesto de más, es todo tan prolijo que los múltiples temas filosóficos que constituyen el film y que deberían llamarnos a la reflexión, nos terminan parecieron un elemento de decoración. Apenas en el rostro de Carey Mulligan -un talento impresionante- parece entender la atmósfera asfixiante y terminal que respiran estos personajes, y que compone el mundo lúgubre y fantasmal que, a veces, aparece en Nunca me abandones.
A una década de retratos de una obsesión, el videasta Mark Romanek vuelve al cine con la adaptación de una ucronía que tiñe de melodrama esta suerte de cruza entre los universos de La isla (Michael Bay) e Innocence (Lucile Hadzihalilovic). Romanek recurre a una historia triste sobre tres niños de un colegio donde son obligados a donar sus órganos vitales una vez que llegan a la madurez. Romanek aprovecha al máximo un all star de estrellas ascendentes en Hollywood (Carey Mulligan, Andrew Garfield y Keira Knightley) y consigue una película al mismo tiempo emtoiva y distante.
Acerca del amor y otras cuestiones Basada en una novela de Kazuo Ishiguro, la película, plagada de grandes nombres propios, naufraga en su mar de pretensiones. Hay una proliferación de nombres propios en el proyecto de Nunca me abandones. La novela que sirve de base al film es de Kazuo Ishiguro, un autor que ha sido adaptado antes al cine por directores tan disímiles como James Ivory (Lo que queda del día, La condesa blanca) y Guy Maddin (La música más triste del mundo). La versión corrió por cuenta de Alex Garland, guionista habitual de Danny Boyle, desde los tiempos de La playa y Exterminio. En el elenco figuran destacadas actrices británicas de distintas generaciones, desde las chicas Carey Mulligan y Keira Knightley –que antes compartieron elenco en Orgullo y prejuicio– hasta la veterana Charlotte Rampling, pasando por Sally Hawkins (la sonriente maestra jardinera de La felicidad trae suerte, de Mike Leigh). Pero, ya se sabe, el resultado no siempre coincide con la suma de las partes. Y a pesar de sus pretensiones –o precisamente a causa de ellas– Nunca me abandones termina siendo una película tan solemne como malograda. La idea de producción parece un poco la misma que animó a Blindness, la versión de Ensayo sobre la ceguera de José Saramago que acometió el brasileño Fernando Meirelles: tómese una novela importante, preferentemente sobre un mundo distópico; cocínese a horno lento para que leve hasta hincharse; haga que sus actores expliquen en voz bien clara y alta todo aquello que ya se entiende desde la imagen y, junto con una fotografía gris y melancólica, podrá presumir de haber hecho una película sobre eso que alguna vez se llamó “la condición humana”. Nunca me abandones transcurre durante las últimas décadas del siglo pasado, en una suerte de ucronía que lleva al extremo una situación real: ¿qué hubiera pasado si una sociedad obsesionada con la salud y la longevidad, como es la nuestra, hubiera llevado las cosas a un extremo y “criado” jóvenes sanos y puros para que luego sirvieran como donantes compulsivos de órganos, como meros repositores de partes? Desde la escena inicial, que es también la final, Kathy (Carey Mulligan) recuerda sus años de preadolescencia y juventud junto a Ruth (Keira Knightley) y Tom (Andrew Garfield, el de Red social). Los tres crecieron y se animaron juntos a la amistad y el amor en Hailsham, uno de esos típicos internados británicos a los que el cine de las islas siempre ha sido tan afecto, desde If hasta la saga Harry Potter, que hizo famoso a Hogwarts. De hecho, en Nunca me abandones es como si a Harry, Hermione y Ron los hubieran preparado no para el mundo de la magia, sino para el de la resignación y la muerte. Es claro que la estricta educación que se imparte en Hailsham –bajo la dirección de una Dumbledore femenina (Charlotte Rampling)– tiene como objetivo que sus alumnos terminen en una mesa de operaciones, antes de los 30 años. Por eso el trío protagónico deberá aprender a valorar mejor el tiempo escaso, que se les escapa como arena entre las manos. ¿Será quizás que si sus dibujos y pinturas son elegidos para una hipotética “Galería” podrán pedir un aplazamiento a su sentencia, porque demuestran que tienen no sólo el talento sino también el espíritu suficiente como para seguir viviendo? A esa altura, en la película empiezan a crecer como hongos los subrayados y las mayúsculas y se discurre acerca de temas tan elevados como el Arte, el Amor y el Alma, en ese orden. El director a cargo –el ubicuo Mark Romanek, que se hizo un nombre con videoclips para Madonna y el grupo R.E.M.– filma todo esto como si se tratara de una sesión fotográfica para lanzar la temporada otoño-invierno de una casa de ropa para jóvenes tristes.
Se me ha perdido un corazón Qué feas son las películas que chorrean literatura. Nunca me abandones tienen planos perfectos, luminosos, opacos, serenos, bla, bla, bla, más o menos como las tapas amarillo patito de Anagrama. Y yo no sé si la novela de Ishiguro tendrá goyete o qué, pero la película (que está basada en un bestseller del mismo bestsellerista de Lo que queda del día) es el relato de ciencia ficción más cobarde que una mente humana pueda concebir. A ver: dos chicas y un chico criados en rígido colegio de la campiña inglesa (triángulo amoroso, claro) se enteran en la pubertad de que fueron producidos como clones para destinarlos a la donación de órganos. Sin embargo, ni bien reciben la noticia de la maestra llorosa Sally Hawkins, el dato se disuelve y la película se dedica a contar el primer amor de la rubia (Carey Mulligan) hacia el rubiecito que finalmente es birlado por la morocha (Keira Knightley). Los chicos crecen, aislados del mundo, y llega el momento para primeras donaciones. ¡Ah! ¡Cierto que eran clones destinados a la donación de órganos! Ahora se viene el drama verdadero porque los chicos se enfrentan con la muerte, y entonces se resuelven rápidamente y en el mismo movimiento los destinos de los clones y la criogénica historia de amor adolescente. Pero: el amor entre la chica rubia y el chico pelado parece el verdadero producto de laboratorio, porque primero él se puso de novio con la morocha y después estuvieron diez años separados sin buscarse y sin impedimentos visibles. Segundo pero: con la misma pasividad que los personajes aceptan (es decir, que la historia produce torpemente) ese destino trágico amoroso, se acepta la muerte. Y ahí me preguntó si habrá un espectador que no se haya preguntado a esta altura de la película: ¿por qué no se tomaron un tren? ¿Por qué nunca se les ocurrió escaparse? ¿Por qué nunca cuestionaron nada? Ah, la primera razón es que la historia tenía que terminar con Carey Mulligan diciendo lo que todos sospechábamos: “me parece que no somos tan distintos de la gente común”. Claro, porque nosotros también nos enamoramos y donamos órganos (o no) y estamos sometidos a la muerte, ergo: la película es sobre todos nosotros. Entonces, segunda razón: a la historia no le interesa en lo más mínimo desarrollar su costado sci-fi porque está demasiado apurada por ser una metáfora, pero incluso en ese punto es difícil involucrarse con el dramita de estos clones que nunca parecen haber estado vivos. Ellos donan sus hígados y sus riñones pero no es tan seguro que tengan corazón. Mientras tanto a Mark Romanek le gusta filmar a Carey Mulligan (que está muy linda, mientras que Keira Knightley parece un perro flaco con esos colmillos y el pelo marrón insulso) con gorrito de lana, sentada frente al mar y reflexionando, como imagen suprema de la profundidad discreta acompañada de violines, a medias entre el sufrimiento indie y el drama de mansión inglesa, como si supiera que necesita poner muelles y cielos nublados para tapar tanto vacío.
Los niños clonados van al cielo Extraña y sugerente resulta la segunda película de Romanek (la primera fue Retratos de una obsesión, aquel film con Robin Williams como fotógrafo en versión peligrosa) y más aun viniendo de un publicista y creador de videoclips (Michael Jackson, Bowie, Madonna. Sonic Youth, Red Hot Chili Pepers, Morrisey). El prestigio de la novela de Kazuo Ishiguro se sustenta no sólo por la historia que narra sino también por la mezcla de tópicos de la ciencia ficción distrópica con la amistad entre tres adolescentes luego adultos junto a la donación de órganos y la medicina que construye clones. En esa mélange de marcadas ambiciones y propuestas temáticas, subyace el relato de tres adolescentes encerrados en un orfanato inglés de rígidas directivas que, al cumplir 18 años, serán informados que les corresponde un destino que beneficiará a quienes necesiten órganos y que, lógicamente, perjudicará su futuro inmediato. La película elige la melancolía y las voces susurrantes como estética para esas vidas construidas por la ciencia que tienen un futuro acotado. De allí que surja la historia de amor entre dos de ellos, tratando de aplazar, aunque sea de manera temporaria, el destino que se les tiene fijado de antemano. El principal punto a favor de Nunca me abandones es esquivar el morbo, el golpe gratuito, los lugares comunes que propician unos materiales literarios tan peligrosos para contemplar en imágenes. En oposición, esa excesiva prolijidad formal que propone una fotografía paisajística y el distanciamiento que elige Romanek para no caer en los tópicos del melodrama, anulan cierta dosis de emoción que la historia necesitaba con urgencia. Con tres jóvenes actores de actual predicamento y una Charlotte Rampling temible como directora de la escuela, transcurre este cruce de las plumas de Bradbury y Orwell pernoctando en un hogar de esquimales.
Anexo de crítica: La tercera película de Mark Romanek es una prodigiosa anomalía sustentada en un espíritu desolador a la Stanley Kubrick: hablamos de un melodrama de ciencia ficción, tan minimalista como profundo, que pone en cuestión los rasgos más hipócritas y despiadados del ser humano. Nunca me abandones (Never Let Me Go, 2010) construye un balance casi perfecto entre la pequeña anécdota central y ese contexto pesadillesco que el trío protagónico asume a veces con resignación, a veces con esperanza. Más allá de la bella fotografía de Adam Kimmel y el muy ajustado guión de Alex Garland a partir de una novela de Kazuo Ishiguro, el que se luce es el propio realizador al imponer un pulso narrativo cautivante, de una exquisitez absoluta…
El escritor Kazuo Ishiguro, nacido en Nagasaki pero residente desde su infancia en Londres, publicó la notable novela “Never let me go” hace algo más de cinco años. Ya una famosa obra anterior de 1989 (“The Remains of the Day”) había tenido una excelente adaptación fílmica cuatro años más tarde, aquí conocida como “Lo que queda del día”, dirigida por James Ivory y con inolvidables interpretaciones de Anthony Hopkins y Emma Thompson. Los antecedentes literarios y fílmicos de Ishiguro, así como su participación aquí como productor ejecutivo, permitían presagiar un nuevo logro con “Nunca me abandones”, filmada cinco años después de su publicación. Lamentablemente este no es el caso al no haber logrado Mark Romanek, su director, transmitir la potencia del relato original. No se trata de un proyecto totalmente fallido dado que cuenta con un elenco sobresaliente, pero en la comparación con el libro se percibe que se pierde gran parte del atractivo del mismo. Habiendo visto primero la película con un tema inquietante como es la clonación, este cronista decidió leer el libro y cual sería su sorpresa al comprobar que, a pesar de lo incómodo del tema, se topó con una obra magistralmente escrita. El film respeta básicamente la trama del libro pero no logra transmitir totalmente la melancolía del relato, en primera persona, de su personaje central, la joven Kathy H. Su intérprete es la joven actriz inglesa Carey Mulligan de 25 años, que debutara en 2005 en “Orgullo y prejuicio” y se consagrará luego con “Enseñanza de vida” (“An Education”). Se trata de una de los más talentosos descubrimientos del cine inglés y con un notable futuro. Al igual que en el libro la acción está dividida en tres periodos de tiempo, el primero de los cuales transcurre durante la niñez de Kathy y de dos compañeros de similar edad (Ruth y Tommy) en una escuela localizada en denominado un pueblo de nombre Hailsham (Inglaterra). La dirección del muy “especial” establecimiento está en manos de la muy estricta Miss Emily (Charlotte Rampling). En claro contraste, Miss Lucy (Rally Hawkins), no puede evitar un día revelar al trío de niños sus condiciones particulares (sus orígenes) siendo por ello expulsada por la directora. El libro, en forma más explicita que el film, revela desde el inicio que los jóvenes que están en Hailsham son diferentes a cualquier otro ser humano. En la película cuando empieza la segunda parte de la historia, unos ocho años después, el trío de jóvenes ya percibe claramente cual es su trágico destino. Ruth es interpretada por Keira Knightley, conocida por la serie de los “Piratas del Caribe” y que ya había coincidido con Carey Mulligan en la película donde esta última debutó. Interpretando a Tommy, el joven cuyo amor oscila entre ambas mujeres, encontramos a otra promesa como actor. Se trata del norteamericano Andrew Garfield, visto no hace mucho en “Red social” y anteriormente en “El imaginario mundo del Doctor Parnassus”. “Nunca me abandones” es una obra que perturba y no apta para quien busque únicamente entretenimiento. Se la debe catalogar dentro del cine de ciencia ficción o, quizás más apropiadamente, de anticipación dentro del género de cine fantástico. Puede no terminar de convencer pero es seguro que, a quien le haya interesado el tema, sólo nos resta aconsejarle que corra a la librería más próxima y se compre el libro. No saldrá defraudado.
Lo que nos hace humanos Llueve. Los alumnos del Hailsham School miran a la profesora, que con expresión desairada, como perdida entre el deber y la moral, les dice la terrible noticia. Ellos, los alumnitos, no tienen futuro. Su cita con el destino los condiciona: no van a poder disfrutar como personas normales. Es un momento impactante. Lo que hasta entonces se había presentado como una película de época inglesa, con una paleta de colores monocromática y un triángulo amoroso entre tres chiquitos, se devela como algo más grande y tenebroso. Pero algo hacía ruido: nunca vimos a los padres de los nenes, no sabemos qué tipo de escuela es Hailsham, y los mitos que existen en ese lugar son, cuanto menos, perturbadores. La película no nos engaña, sino que de una manera muy sutil e inteligente, crece en distintos géneros. La primera media hora, es decir, el primer tercio, es la más amigable. Allí Ruth, Tommy y Kathy establecen los lazos que los unirán para siempre. Ruth y Tommy se hacen novios, aunque mucho del crédito lo tiene Kathy, quien fue la que primero se enamoro del joven introvertido y excluido. Ruth, en cambio, casi por competencia, se lo sacó de las manos. Cada uno supondrá qué es lo que realmente sucedió con ellos. La escuela está dirigida por la inquebrantable Charlotte Rampling, que produce un discurso inquietante después de la impertinente declaración la profesora. Sally Hawkins, quien ya se había probado y con grandes resultados, como maestra en Happy-go-lucky, parece ser hasta ese entonces, la más humana de todos (incluso más que los chiquitos, que algo raro esconden). Es expulsada de la escuela. ¿Por qué? Mucho del misterio se devela en el final, aunque realmente no era necesario, porque ya se había esbozado un concepto sobre la historia: ellos son seres humanos creados con el único propósito de ser donantes de órganos. Que la película esté ambientada en la década del '90 y que sea ciencia ficción, al fin y al cabo, no hacen más que añadir originalidad a la historia. Tendemos a asociar la ciencia ficción con historias que transcurren en el futuro, cuando en realidad, el término hace referencia a la ficción científica, el "qué pasaría si..." de los nerds. Hay una historia romántica, pero es más que nada un matiz (aunque se venda como lo principal). El tema tiene bastante peso y es lo suficientemente complicado de manejar como para que quede sólo en una de "amores imposibles". Sí: los peores momentos de Nunca me abandones son aquellos edulcorados, con caritas lindas llorando y música triste de fondo, en playas desérticas. Pero afortunadamente, el director no siempre pierde de vista lo esencial, y cuenta con la ayuda de tres grandes actores. Carey Mulligan, la protagonista (la gran actriz de An education), Keira Knightley (la que rompe la verdadera relación de los protagonistas, no sin cierta malicia) y Andrew Garfield (Wardo de Red social). De los tres, el que menos peso y consistencia tiene es él. Sin haber leído la novela en la que está basada la película, supongo que es un error del actor. A Garfield le va bien con el papel de flacucho maltratado pero con cara de bueno. Y (sólo) hace eso. Comparten algunos momentos intensos, donde nos preguntamos si son máquinas o humanos (son clones de drogadictos, pobres). Realmente sienten miedo. Cuando realmente estamos convencidos de su humanidad, se nos vuelve a interpelar con nuevas actitudes. ¿Cómo reaccionarían ustedes si supieran que su vida está "programada"?. Esas preguntas están bien. Si todo hubiese salido mal, debatiríamos si esta es una película en contra (o no) de la donación de órganos. No es el punto. Hay ecos de los desesperados replicantes de Blade Runner. Para algunos, Nunca me abandones resultará una película fría y distante. Yo creo que no lo es (y cuando lo es, es deliberado). Si bien no llega a ser un clásico de ciencia ficción/romance (podríamos encasillar la fabulosa Gattaca en esa subcategoría) sí nos deja con más preguntas que respuestas. ¿Qué es lo que nos hace humanos? ¿Qué nos separa de la frivolidad, el tedio? El amor, la pasión. El pulso vital de quien ama a otra persona. Ellos aman, seguro. ¿Pero pueden decidir qué hacer con sus vidas? Parte de amar es eso: tomar decisiones.
Oh, melancolía Mark Romanek ha vuelto a la gran pantalla, luego de más de 8 años de ausencia desde cuando fue estrenada Retratos de una Obsesión en el 2002. Nunca me Abandones está basada en el bestseller de Kazuo Ishiguro que centra su historia en un trío de jóvenes que crecen juntos en un misterioso internado donde son educados y ¿preparados? para cumplir con un terrible destino. Detrás del camuflaje que posee una trama fantástica de ciencia ficción encontraremos un triángulo amoroso que se desarrollará entre Tommy, Kathy y Ruth. Aunque Kathy es la más cercana a Tommy y de hecho es la persona que más lo comprende, Tommy se decide por la agresiva y dominante Ruth para entablar una relación que durará por muchos años, postergando la felicidad de la adorable Kathy. A pesar de contar con un relato con una potente y lacrimógena historia, Romanek se regodea demasiado en varias oportunidades del film en la superficialidad de planos fotográficos hermosos, en vez de inmiscuirnos más íntimamente en el drama amoroso que viven los protagonistas. En donde si hay un gran acierto por parte del director es en el tono melancólico que le dio a la trama, debido a que este atributo disimula las falencias superficiales con la que adaptó la famosa novela. Otro gran acierto de Romanek es el evitar el golpe bajo en todo momento, algo que en este tipo de historias siempre representa una piedra con la que es fácíl tropezar. El trío protagonista prometía y mucho, aunque debo decir que no todos cumplen con sus roles. Carey Mulligan es quien se desenvuelve con las mejores escenas en un personaje que atraviesa momentos depresivos, felices y desesperanzados, con una gran soltura y profesionalismo. Sin dudas Mulligan es una de las actrices jóvenes con más futuro de la actualidad. En cambio Keira Knightley lleva adelante un personaje que ronda siempre en la sobreactuación, mientras que Andrew Garfield logra encarrilar una interpretación que al comienzo lo mostraba muy poco expresivo y dubitativo. Nunca me Abandones hubiera sido una gran propuesta si Mark Romanek nos hubiera introducido más intimamente en la atrapante historia.
DOBLES DE RIESGO Nunca me abandones, la nueva película del director Mark Romanek, basada en la novela homónima de Kazuo Ishiguro, propone una renovada lectura sobre la creación y utilización de clones para la donación de órganos. Camuflada en la historia de amor de los tres protagonistas, la película muestra que si bien los dobles de los humanos sufren a su imagen y semejanza, su vida está coartada desde su creación. Nunca me abandones resulta una sorpresa porque se despega de lo que podría haber sido otra historia de amor más. Llega el asombro porque los protagonistas de esta relación triangular –Kathy (Carey Mulligan), Ruth (Keira Knightley) y Tommy (Andrew Garfield)- no son humanos, sino que fueron creados por humanos como dobles genéticos de otras personas para ser donantes de órganos. Todos los conflictos que deberá afrontar el trío, tanto de manera individual como grupal, tendrán que ver con su creación. En la etapa en la que comparten el internado Hailsham -nótese la raíz Hail -salud, cura- cuestión que se volverá vital a lo largo de la película, ya que ellos son la cura para otros pero están llamados a no tener cura-, se describe la manera en que los humanos, los supuestos creadores de estos pupilos los educan, alimentan y examinan su salud en forma estricta y periódica. El instituto está apartado, los alumnos no tienen contacto alguno con el exterior –salvo por sus docentes-, aprenden hasta por medio de representaciones teatrales hechas entre los compañeros cómo pedir un café en una cafetería. La disciplina y el nulo contacto con la exterioridad no es lo más extremo que puede ocurrirles a estos niños, sino la revelación pronunciada por Miss Lucy (Sally Hawkins). La maestra nueva no puede ocultar más el motivo de la clausura del alumnado de Hailsham: ahí (sham) comprenden que están para darle cura a otras personas con sus órganos y que fueron creados como dobles de otras personas. Este determinismo inconfigurable nos confirma que nuestros protagonistas no son libres, porque a lo largo de su vida no tendrán ninguna libertad a conquistar. Si bien nadie nace libre, la libertad humana es una vocación exigente, una provocación, un a-venir y un de-venir. Kathy, Ruth y Tommy tienen clausurada esta posibilidad de vivir como seres en libertad. El ser en libertad, encarnado y contingente, está siempre en vías de realización, esto es típicamente humano. Los protagonistas, aun no siendo humanos, padecerán algunas cuestiones relacionadas con esta realidad a conquistar vivida por las personas de las que son sus dobles. La libertad actúa a partir de órganos y de capacidades corporales congénitas, el cuerpo es el lugar donde vivimos la libertad, y ellos al no poder configurar los determinismos involuntarios (porque pertenecen a otro ser que sí pudo transformar lo dado, lo genético), como el carácter, sus instintos, sus capacidades artísticas, sus afecciones y encausarlos hacia un proyecto –amarse, elegir su profesión, desarrollarse artísticamente en el caso de Tommy-, se dan de bruces con cada iniciativa que parece ser favorable. Otra cuestión humana que los personajes viven de manera trunca es la del deseo mimético o triangular. El querer de uno, en este caso de Ruth, se alimenta del deseo del otro, Kathy que ama a Tommy, que a su vez aumenta su propio deseo al verlo crecer en el primero. Ruth le “quita” a Tommy y Kathy se convertirá en una voyeur, una espía de la relación. De esta manera el espiral asciende indefinidamente y se expande a lo largo del relato, pero nuevamente el problema: no se trata de la naturaleza humana, sino de dobles, entonces el espiral se corta. Ruth, Tommy y Kathy caen con la misma velocidad que sus pasiones y afecciones los hicieron elevar, lo triste es que de este estado de caída no habrá cura, ni trascendencia.
Lo que uno no nombra se transforma en una sombra. Y sinceramente, “Nunca me abandones” es lo más parecido que es visto a la sombra, de lo que quizá, pudo haber sido una buena película. Pese a las figuras importantes (autor, director, actores) la tibieza se adueña de esta producción, porque habla a medias, porque opta por sugerir y juega a estar más allá de la cuestión, cuando ni siquiera ha planteado el conflicto de lleno. “Nunca Me Abandones” se centra en tres jóvenes que crecieron juntos en una escuela aislada, sin contacto o conocimiento del mundo exterior, hasta que descubren que son clones generados para obtener sus órganos y alargar así la vida de los originales. 1º Advertencia: no hay equipo. “Retratos de una obsesión” (2002) era una buena realización que al final terminaba rizando el rizo de aquello que nos quería contar. Aun así, Romanek (el mismo director que ahora nos trae NMA) hablaba claro, alto y sin titubeos. Entre aquella obra y esta hay un abismo; es pasar de la incontinencia verbal (y de acción), al puro humo, a una chatez ininteligible- pero agotadora- en definitiva, a la fobia de narrar con coherencia y sentido. De los protagonistas, no convence ninguno: ni Carey Mulligan, ni Andrew Garfield, ni Keira Knightley. Teniendo en cuenta muy buenos trabajos anteriores suyos, aquí son meras copias fallidas de lo que en verdad pueden ofrecer. Tampoco a nivel estético se ven favorecidos, a diferencia de lo que han dicho algunos redactores amigos, nunca he visto tan poco agraciados a estos tres actores. Kazuo Ishiguro, autor de la novela “The remains of the day” en la que se basa el film (y productor ejecutivo del mismo) tampoco sale del todo exento de críticas, aunque estas no puedan hacerse directamente sobre su libro, sino que surgen por efecto transitivo a las críticas que sí pueden, y deben, hacerse al muy mal guión de Alex Garland. Olvídense de ver algo del Ishiguro de “Lo que quedó del día” (James Ivory, 1993). No. Esta vez, la convivencia del mundo japonés (donde el autor nació) con el mundo occidentalizado de Londres (donde se crió) no tiene una correspondencia narrativa en las imágenes de Romanek (sólo en algunas escenas lo logra a nivel puramente visual). En “Nunca me abandones” está presente la nostalgia, el peso del pasado, la angustia, la idea sobre la muerte. Incluso hay como en otras obras de Kazuo más de una trama, y una de ellas trata sobre el amor. Al modo oriental, hay en la película pocos personajes, aunque un hilo conductor que más que débil, es voluble. Y esto acompañado con la desidia de los protagonistas, puede empujar al espectador a la impaciencia, al sueño o la irritación. 2º Advertencia: no hay historia. “Nunca me abandones” es una obra que aunque intente hacerse la profunda, termina hablándome de resignación -de hecho es una película resignada-¡Y no hay nada más molesto que ser testigo de una resignación, y encima de tipo colectiva! Todo comienza en la escuela Hailsham, al mejor estilo escuela de Harry Potter para terminar en un ascetismo triste, con tufo a film de reflexión existencialista (pero en realidad vacía de contenido). ¿Personajes idiotas o la idiotez de no ser (originales), son parte de la misma cosa? ¿Ser inocente alcanza para justificar la inacción? Estas son las únicas reflexiones a la que la historia me lleva. Tal vez podamos añadir una más: ¿Cuándo Romanek pasó a convertirse también en un director no original? No original entendido como no real, como sombra de lo que fue una presencia mucho más convincente cinematográficamente hablando. Es que esta película no invita ni al llanto, ni a un amago de emoción o empatía con lo que veo. Sólo la escena de Keira Knightley en la camilla de un quirófano, siendo abierta de par en par para quitarle sus órganos, me conmovió. Pero me conmovió no como momento dramático, sino como imagen (pura y dura) de algo que en todo caso, en cualquier contexto me es impresionable. De lo que se trata aquí en esta segunda advertencia, es de señalar que “Nunca me abandones” es una obra sin sangre en las venas (ni en las del director, ni en las del guionista, ni en las de los personajes, ni tampoco en la de los actores protagónicos). Y todos sabemos que eso en una narración es inadmisible.
Con el milagro de una sonrisa La propuesta de Nunca me abandones parece acorde con otro cine, el de hace un tiempo atrás, cuando la ciencia ficción saludaba de manera imprevista a través del cine de realizadores como Stanley Kubrick (2001: una odisea del espacio), Andrei Tarkovski (Solaris), Jean Luc Godard (Alphaville) o, sobre todo, Volker Schlöndorff (Entre la furia y el éxtasis). Es a partir de un relato en off, que sitúa la trama a la manera de un extenso racconto, como el film de Mark Romanek (Retratos de una obsesión) se sumerge en un tiempo pasado, mediando los años '70, en un correccional inglés donde niños sin padres son adoctrinados de modo severo. La amistad aparece a partir de la atención de una niña al maltratado reiterado sobre uno de los niños. Más una tercera en discordia que oscilará entre ambos, modelando el afecto de maneras tales como sólo el paso del tiempo puede saber. Pero esto no es todo, porque para adentrarse en ese tiempo ocurrido, el breve prólogo escrito de la película oficia a modo de advertencia, ya que fue en 1952 cuando la medicina dio el gran paso y pudo curar, para siempre, lo incurable. Es entonces que Nunca me abandones --basada en el libro de Kazuo Ishiguro- se circunscribe desde un tiempo paralelo pero muy parecido, así como en la literatura de Philip K. Dick. Pero nada de paranoia entre alteraciones temporales sino que, mejor dicho, el film se piensa como una ucronía, como un "qué hubiese pasado si" o, aquí la paradoja mejor, como un "qué pasaría si". Porque la ciencia médica necesita, para sus logros, para cumplir con la promesa de la vida prolongada, de un acervo experimental, de una fuente de provisiones. Será una maestra la que abra los ojos a estos niños, para luego ser expulsada a ese otro lado de un mundo del que no se sabe demasiado, del que --se sospecha- debe ser más o menos como el que transcurre dentro de las paredes y sus límites. El tiempo ocurre, las relaciones se acentúan pero se distancian, y los desplazamientos se suceden hasta llegar al momento crítico previsto, aquél que significa el cumplimiento de la función para la que se los ha engendrado. Deshechos sin alma: ésta podría ser una de las maneras de definir y entender el lugar que la sociedad les ha brindado, cuando ya adolescentes y curiosos crean encontrar un reflejo humano exacto allí donde el acceso social les ha sido vedado. Drogadictos, criminales, pobres, cumplirán, entonces, el lugar de la mejor hipótesis paterna. Algo que, de todos modos, no inhibe la aparición del amor y la corroboración de un alma tan humana como la de cualquiera. Así como sucedía en Los amantes crucificados (1954), de Kenji Mizoguchi, es entre la muerte y el castigo donde todavía brilla el milagro de la sonrisa entre los seres amados, capaz de jaquear al orden más seguro, al mundo más gris, así como a una vida ilusoriamente inmortal.
Basada en la novela homónima de Kazuo Ishiguro, narra la historia de Ruth, Kathy y Tommy, quienes siendo niños pasaron sus días en un internado sin ningún contacto con el exterior, y ahora como adultos descubren que la fuerza del amor que sienten entre ellos y los mantiene unidos será puesta a prueba. Never let me go remite en parte al utópico poblado creado por M. Night Shyamalan en The Village (La Aldea). Si bien en aquella no había tecnología, existía un férreo control sobre las voluntades de los niños basada en un código de convivencia y en historias ficticias sobre los peligros de abandonar al grupo. La historia no obstante tiene una vuelta de tuerca, una tutora que no soporta ese régimen estructurado les explica a los jóvenes que su destino ya está arreglado, su existencia responde a una única función que es la de ser donantes vivos en el futuro. Idealmente, la diferencia del planteo de la película de Mark Romanek con el cine de ciencia ficción es que la donación de órganos no funciona como un fin en sí misma, sino como circunstancia para desarrollar una historia de amor entre los jóvenes protagonistas. Se trata entonces de un filme de crecimiento en el marco de un contexto futurista, en el que se establece un triángulo amoroso presente desde la infancia. En el nivel de las actuaciones Carey Mulligan y Andrew Garfield, ambos revelaciones en el último par de años por sus trabajos en An Education y The Social Network respectivamente, llevan adelante muy buenas interpretaciones como la pareja que no pudo ser. En tanto, la más reconocida y experimentada del trío, Keira Knightley, se presenta como el personaje menos atractivo y entonces menos logrado. Sucede que las constantes idas y vueltas del papel, fluctuando entre mejor amiga, tercera en discordia o villana de turno, parece demasiado para una sola actriz que siendo primera figura solamente se limita a acompañar a los otros dos. El problema que se le encuentra a la película reside en la gran cantidad de conflictos que se abren al mismo tiempo, cada uno con la intención de ser más importante que el anterior. Si bien hay un rumbo definido desde el primer momento que es la relación entre los jóvenes, la película no cierra del todo sus opciones e incluye entonces, por ejemplo, la búsqueda de los sujetos originales algo que prueba ser totalmente accesorio y superfluo dado que no se lo retoma ni se le da una resolución. La vía para tratar este y demás conflictos, como las ganas de vivir de los protagonistas o el planteo ético de la clonación, es incluir prolongados pasos de tiempo que, si bien permiten retomar a los protagonistas a través de los años, restan fuerza a una historia que estaba bien desarrollada. Más allá de que se trate de una buena película, el planteo ambicioso de la historia no termina de cerrar su cometido. El objetivo era realizar en primera instancia un drama dentro de la ciencia ficción, sin embargo la clonación y donación de órganos acaban por imponerse, dejando de ser un contexto para acabar mezclando la figura con el fondo.
La nueva película del americano Mark Romanek abre fuego sobre un tema más que controvertido que cada día se hace más latente. La clonación humana con todas sus consecuencias. La historia comienza como un flashback en la vida de Kathy; una joven de veintipico que rememora con anhelo su infancia en un internado junto a sus dos mejores amigos, Ruth y Tommy. Los recuerdos que ella narra se ven con melancolía y ella declara querer volver a esa etapa en la que todo era más simple. Kathy está claramente enamorada de Tommy, y si bien esto parece reciproco, finalmente él establece una relación con Ruth desde la niñez que llega hasta la juventud. En medio de este triangulo amoroso particular esta el tema central de la película, que se le va develando al espectador lentamente, dejando que uno primero lo sospeche y luego se transforme en una certeza. Si bien la película genero diversas opiniones, se puede generalizar en que abarca la ciencia ficción pero no como género, sino más bien porque no le queda otra opción. En un trasfondo surreal -por ahora-, el film es centra en el drama que viven estos tres chicos, y otros miles que no conocemos, al no tener poder de decisión sobre sus vidas; vidas que ya fueron predestinadas desde el momento de su gestación y vemos, su resignación sobre el tema, del cual no pueden escapar y el cual queda en segundo plano. La película no es sobre un acto de rebeldía, sino sobre una historia de tres personas en una sociedad ya establecida.
En la cerca de la condición humana Algunas veces, el cine encuentra sustento poderoso en una novela y logra las imágenes para comunicar más allá de las palabras. Nunca me abandones , la película de Mark Romanek ( Retratos de una obsesión ), basada en la novela de Kazuo Ishiguro, equilibra el drama, una historia de amor, las variables de un experimento, y una reflexión constante sobre la condición humana. Dos niñas y un niño crecen en una institución en la década de 1950, aislados del mundo y con un discreto desarrollo afectivo. Si es que eso es posible. Kathy (Carey Mulligan), Tommy (Andrew Garfield) y Ruth (Keira Knightley) viven en Hailsham, un internado inglés. A simple vista podría tratarse de la escuela de Harry Potter. Pero no, la magia no se lleva bien con la ciencia ficción. El espectador escucha el relato por boca de Kathy adulta e inicia la aventura del descubrimiento de la identidad de esos chicos. Identidad y destino van unidos. El director Mark Romanek compone una pesadilla hiperrealista. Colabora en la ilusión de normalidad, el diseño de la película que reproduce detalles de época y la fotografía, asociados a espacios reconocibles aunque extraños, en los que se mueven los tres amigos y unos pocos personajes más. La anécdota también es clásica y sencilla, parte de un cuadro bucólico, de Paraíso, maquillaje de un par de ideas siniestras. “No somos máquinas”, grita Tommy que explota a veces. Escenas como la de las cajas con regalos-sorpresa, el bote en la playa, o la paz de los hospitales, así como la asepsia social transmiten sensaciones desoladoras. El trío actoral reparte su capacidad para entrar en sintonía con el tema de la película. Carey Mulligan supera a sus compañeros de elenco. La actriz de Una educación es la conciencia narrativa, la que siempre amó, el espíritu sensible; Keira Knightley, popularmente conocida como la doncella de Piratas del Caribe , compone el personaje que se mueve con cierta malicia, tan humana como Kathy; en tanto Andrew Garfieldy ( La Red Social ) logra un Tommy corto de genio e ingenio, como un mártir sin alternativa. “No pienso en el futuro, pienso en el pasado” dice Kathy, pero, ¿de dónde vienen esos seres? Ishiguro entra de lleno en el tema existencial. Hay mucho más detrás de la historia de amor. “Quizás ninguno de nosotros comprenda lo que ha vivido, o sienta que ha tenido suficiente tiempo”, concluye Kathy, que se asume parte de la Humanidad, aunque no pueda escapar al destino predeterminado.
ESA GORDA QUE LLORÓ A LAS 3 DE LA TARDE Hace mucho que no escribía y me dio abstinencia. Pasa que la cartelera estaba mal. No sabía qué ver hasta que descubrí a Andrew Garfield (http://www.imdb.com/name/nm1940449/) en un afiche. Andrew Garfield es el chico más lindo del mundo, así que de quinceañera entré a ver Nunca me Abandones. Quien frecuente los Hoyts habrá notado que las entradas son numeradas. Sistema útil cuando la sala explota pero desconcertante un martes a la siesta. Me preguntaron dónde quería ubicarme y dije al fondo, cerca del pasillo. Fila 6, butaca 2. Éramos cuatro. Dos jubiladas adelante y en la fila 6, butaca 1, se desplomaba una adolescente obesa. Para sentarme salté desde la fila 7 porque la chica pesaba fácil 150 kilos y apenas podía moverse. Estaba saturada de acné. Con el pelo intentaba cubrir su rostro pero los mechones se amoldaban a los globos de sus cachetes y parecía un mutante peludo. Sostenía sobre su abdomen una bandeja de nachos y una pepsi light. Me corrí de la butaca 2 a las 3. Nunca me Abandones no es la traducción que un ridículo de marketing le puso a la película; es su traducción literal: Never Let me Go. Está adaptada de un best seller que no leería aunque en la portada esté Andrew Garlfield desnudo. El director se llama Mark Romanek. Hizo Retratos de una Obsesión allá en el 2002, una con Robin Williams que estaba más o menos bien. Y después no hizo nada salvo documentales y cosas sueltas. Bueno, acá es un director abandonado, no hay un solo plano que sugiera fortaleza o convicciones estéticas; es de esas películas manipuladoras en donde los realizadores se juntan en un bunker para diseñar estrategias de sensibilización. Y no fallan. Las áreas están organizadas en escuadrones de substracción lacrimógena. Arte: colores pasteles y granjas bucólicas. Foto: atardeceres y haces de luz para que brille el pelo de Carey Mulligan. Música: violines ejecutados hasta reventar las cuerdas. Actuaciones: un llanto cada tres escenas. Mi compañera de butaca no paró de suspirar. Hasta se olvidó de los nachos. También escuché que las jubiladas soltaban exclamaciones asombradas. A medida que los personajes morían, el clima de la sala se hizo espeso. La obesa comenzó a moquear y como no tenía pañuelos usaba las servilletas de los nachos. Las jubiladas decían “qué terrible, qué terrible” y se consolaban mutuamente. Nunca me Abandones cuenta el triángulo amoroso de unos clones fabricados para donar órganos. Todo situado entre los 60 y 80. O sea: un pasado futurista hipotético con historia de amor. Si esta propuesta parece interesante aseguro que su tratamiento no lo es. Todo se reduce a una tragedia efectista tan desagradable como la gorda cuando se levantó al final de la proyección exhibiendo los borbotones de grasa que no podía ocultar su remera.
Con la novela de Kazuo Ishiguro, que legó notables obras a la literatura y el cine, recordemos “Lo que queda del día”, el film dirigido por Mark Romanek consigue aciertos varios donde otros fallan: mezclar el melodrama y la ciencia ficción y que esto no sea agua y aceite. Tommy, interpretado por el impecable Andrew Garfield, Kathy en una notable actuación de Carey Mulligan y Ruth en la piel de Keira Knightley, quien se ve opacada por las notables actuaciones de los otros integrantes del trío, crecen en un internado inglés que depara un futuro nada esperanzador para sus habitantes. Todos gozan de perfecta salud y esto que parece anecdótico tendrá una razón de ser y un correlato dramático. En un lugar amena y apacible como es el internado Hailsham, los tres crecen sin saber que no sólo los amores suponen pérdidas, traiciones y sufrimiento mientras que cuando se encuentren lejos el dolor no tardará en llegar. ¿Estos seres son reales? ¿Han sido creados como todos los mortales? Y si se pueden gobernar sus existencias y latidos ¿sus sentimientos están sujetos a las mismas reglas?. El logro de Romanek reside en poder usar las dosis de ciencia ficción y drama sin hacer pié definitivo en ninguna. Total la desolación no tarda en llegar ni en este mundo ni en el del futuro. Cuando el amor o la amistad de humanos o clones es vulnerada, la respuesta es la misma. ¿o acaso un clon no es idéntico a usted o a mí? Fantástica fotografía, música que acompaña la narración maravillosamente y una sensación de tristeza que no impide decir que Nunca me abandones es una película para ser vista con ojos y corazón bien abierto.
El clan del clon Keira Knightley, Carey Mulligan y Andrew Garfield protagonizan Never let me go, film metafórico que imagina un pasado crítico de manipulaciones genéticas y amores sin esperanzas. Basada en la novela homónima del escritor británico de origen nipón Kazuo Ishiguro, Never let me go retrata casi treinta años de un triángulo afectivo verdaderamente trunco. La trama se encuadra a partir de las relaciones de dos niñas (Keira Knightley y Carey Mulligan) y un joven (Andrew Garfield) que se encuentran internados en una institución pedagógica que cultiva (habría que entender esta palabra en su sentido más literal) a los niños preparándolos para una función específica: donar órganos. El anclaje en lo fantástico se intensifica cuando la película devela que el alumnado es un verdadero ejército de clones al servicio de la medicina. La historia -que despliega tímidas líneas de lectura que van desde la maquinaria nazi, el cuestionamiento a la ética de un hipotético pasado, la escuela como aparato represivo-se consolida buceando en las aguas de un sentencioso culebrón, empapándose de una cadencia y una respiración sombría que no amaina hasta llegar a los créditos finales. Por ser una película que comienza describiendo los mecanismos de una institución educativa, Never let me go se ocupa con prisa de enseñarnos sus ecuaciones, de mostrarnos cómo hace sus “cuentas”. Todo parece resumirse en sintetizados cálculos: niños educados en un espacio autoritario + profesora sensible que concientiza sus almas = garantía de desenlaces ásperos y con sus buenas dosis de lágrimas. Y la resolución de álgebra se pone más densa a medida que avanza el relato: romance imposible + augurio de una ética en retirada = efecto macabro. La escuela donde transcurre la primera media hora de película es una típica casona de la campiña inglesa alejada de la urbe donde los niños “especiales” se forman principalmente en arte y deportes. Una escuela “saludable”. Pero en la residencia Hailsham parece no haber profesores, sino guardianes que custodian una política de la supervivencia en un mundo donde ciertos valores aparecen trastocados. Por demás despiadado, el director Mark Romanek le provee uno de los peores destinos al personaje de Ruth, interpretado por la duquesa Keira Knightley. Pregunta de puesta en escena: ¿por qué durante casi toda la película es imposible observar el rostro de Knightley (flequillo extra largo, el pelo siempre cubriendo la cara) y sólo cuando está en sus últimos días -cadavérica en el hospital después de su segunda donación de órganos- elige mostrarla , ahora sí, de cara al público? Cuando el espesor de una mirada algo cruel sobre el mundo se expande, se logra al unísono ser despiadado con el espectador también. Hay una engañifa básica en Never let me go que es la de ir al relevo de la ciencia ficción para trabajar zonas imposibles de la tecnificación social, pero que en un futuro venidero se podrían considerar viables. Si esta hubiera sido la opción -la utilización del género para imaginar cuestiones éticas sobre la manipulación genética o desplegar una visión crítica de la educación como espacio represivo- tal vez estaríamos ante un film igual de obtuso aunque tanto más honesto. Pero el solemne entramado de ciencia ficción y el conflicto de la clonación son meras excusas para proponer un melodrama lacrimógeno sin sutilezas. En su transposición de Ishiguro, Romanek leyó la ciencia ficción in vitro de Gattaca con los anteojos de un edulcorado Lars Von Trier.
Encantadora depresión Never Let Me Go o Nunca Me Abandones es la historia basada en el famoso bestseller de Kazuo Ishiguro que lleva el mismo nombre, y es también el 2do trabajo como director de largometrajes del ya conocido Mark Romanek, que en 2002 nos entregó la cinta "Retratos de una Obsesión", protagonizada por Robin Williams en el rol de un depresivo técnico de laboratorio fotográfico que se obsesiona con una familia y sus problemas. En esta ocasión, el director nos presenta una historia Dramática de Ciencia Ficción, que narra la vida de 3 niños internados en la escuela de Hailsham, donde son criados para ser donantes vivos de órganos. El nudo se establece a partir del momento en que les informan para que han sido creados, lo que acelera los sentimientos en los 3 niños que se verán involucrados en un triángulo sentimental. Protagonizan la película los actores más de moda en Hollywood, Carey Mulligan en el papel de Kathy H., Keira Knightley como Ruth, y para completar el triángulo amoroso, el ascendente Andrew Gardfield como Tommy. Debo decir que la cinta me produjo sensaciones encontradas... Para ir de lo más vanal a lo más profundo, quiero empezar por resaltar el manejo de fotografía que hace Romanek, que demuestra la pericia y la visión de un verdadero genio, como se puede apreciar en videoclips de grandes artistas como Madonna, Lenny Kravitz, David Bowie y Coldplay. En el film es prácticamente imposible no sentirse afectado por el escenario triste, pero a la vez enternecedor que propone. Pasando a la cuestión interpretativa, los 3 actores realizan un muy buen trabajo, serio y convincente, por lo que le recomiendo a los que gustaron del triángulo de "Crepúsculo", que vean como lo hacen los que realmente saben de actuación. Bien, ahora viene el problema que tuve... la película por momentos me producía reacciones de empatía, identificación y reflexión, a la vez que me producía bostezos, depresión y aburrimiento... una combinación verdaderamente rara, ya que pasaba de momentos eufóricos a pegarme unos bostezos que me tragaba la pantalla. Creo que el inconveniente se plantea en que no todos los libros pueden llevarse al cine, si bien debo reconocer que el esfuerzo de Romanek es más que respetable. La capacidad de imaginar todas las cuestiones en un libro da mucha más libertad que las imágenes y personajes que nos ofrece la pantalla, por lo que yo no puedo separar que Ruth es Keira Knightley, o que los flacos que están al lado mío están bostezando a coro. Ese creo es el problema que ha hecho fracasar a la cinta en varias pantallas del mundo, junto al tipo de historia que cuenta que es justamente más para un libro. Yo la recomiendo a los espectadores sensibles y gustosos del arte.
No se confunda y piense que lo que está a punto de ver es un drama romántico: la historia, por la cual efectivamente cruza un triángulo amoroso, es más dura de lo que se puede advertir a priori. Ningún spoiler se colará en estas líneas y por ello es aún más difícil brindar una sinopsis del mismo: lo cierto es que cualquier tipo de información de más arruinará los inesperados giros del guión. Con interpretaciones sólidas por parte del elenco protagónico (Carey Mulligan, Keira Knightley y Andrew Garfield), también se lucn las breves apariciones de Sally Hawkins y Charlotte Rampling. Basada en la novela de Kazuo Ishiguro, “Nunca me abandones” es un relato de una crudeza sentimental avasallante que trata como nunca se había hecho hasta ahora un tema espinoso del que poco se atreven a hablar.