La metáfora de la isla desierta Un colapso tecnológico progresivo y el amor que nace de las mentiras son los dos pivotes principales de Pasajeros (2016), un film muy interesante que transgrede las reglas actuales del mainstream para ofrecernos un relato rosa de pulso y ribetes cósmicos… Poder calificar a una película de ciencia ficción de adorable, discreta y hermosa es de por sí un hecho insólito dentro de lo que ha sido la producción hollywoodense de los últimos años, especialmente considerando la uniformidad de las propuestas del rubro y su fetiche insoportable para con el heroísmo berreta, la pose irónica de manual y esa típica catarata de secuencias de acción a puro bombo y CGI. El nuevo opus de Morten Tyldum, responsable de las extraordinarias Cacería Implacable (Hodejegerne, 2011) y El Código Enigma (The Imitation Game, 2014), es un melodrama espacial que analiza en primera instancia la falibilidad tecnológica ante los imprevistos y en segundo término el egoísmo que suele aflorar en situaciones de aislamiento o extrema soledad, esas que se homologan con la capacidad de adaptación del ser humano, sus paradojas y la urgencia por amar en sociedad. Las referencias que trae a colación el guión de Jon Spaihts abarcan un espectro bastante amplio que incluye determinados elementos de Robinson Crusoe, la novela de Daniel Defoe, En la Luna (Moon, 2009), el excelente debut de Duncan Jones, The Long Morrow, un capítulo de la quinta temporada de La Dimensión Desconocida (The Twilight Zone), y hasta Naves Misteriosas (Silent Running, 1972), aquella obra maestra de Douglas Trumbull. Lo refrescante del film se condensa de lleno en su sustrato romántico, uno que se aleja del maniqueísmo de las comedias mainstream y al mismo tiempo evita la pomposidad gratuita a la que nos tienen acostumbrados la vanagloria y el belicismo del cine fantástico norteamericano: hablamos de una “soap opera” sincera y humilde pero con un presupuesto millonario destinado a adornar su contexto para embellecerlo vía la dialéctica del universo. Toda la historia se sitúa en la nave espacial Avalon, eje de un emprendimiento capitalista que pretende colonizar mundos lejanos y transportar a miles de personas cansadas de un Planeta Tierra sobrepoblado. Como consecuencia del impacto de un asteroide, el sistema de mando autónomo comienza a funcionar mal y despierta de su hibernación -90 años antes de la llegada- a Jim Preston (Chris Pratt), un ingeniero mecánico que pronto pasará del desconcierto por ser el único pasajero consciente a la angustia de no poder regresar a su estado de “animación suspendida”, circunstancia que eventualmente lo conducirá a la aceptación de que nunca disfrutará de la utopía de turno, un planeta apacible llamado Homestead II. Aun así, Preston de a poco se enamora de Aurora Lane (Jennifer Lawrence), otra peregrina en el infinito a la que el susodicho un buen día decide despertar de su sueño. Más allá de que el desempeño del realizador a nivel visual es francamente inobjetable, ya que exprime con elegancia y minimalismo el diseño de producción de Guy Hendrix Dyas y la fotografía de Rodrigo Prieto, dos profesionales maravillosos, aquí sorprende la lucidez dramática de Pasajeros (Passengers, 2016) en lo que atañe al desarrollo de una dupla protagónica ubicada en la frontera entre una simpleza afable símil cliché (él hace las veces de un “lumpen del cosmos” y ella de una representante de la burguesía intelectual, con vocación de escritora incluida) y la complejidad de lo que podríamos definir como las contradicciones actitudinales humanas (el sentimiento de culpa de Preston choca con su voluntad de pretender ocultar el haberle impuesto su capricho a Lane, quien asimismo comenzará a tomarle cariño mientras los problemas técnicos de la nave se multiplican). Sin lugar a dudas, Lawrence supera con creces a Pratt en términos actorales y la diferencia se nota en algunas escenas, a lo que se suma un desenlace un tanto convencional que sin embargo no opaca la idiosincrasia humanista de una trama cuya brújula moral está un poco atrofiada y por momentos bordea el interesante terreno de la crueldad y la perversión. La obra es un retrato freak de los sacrificios del corazón, más cerca de la ciclotimia de los relatos rosas que del Hollywood conformista y sus duplicados parasitarios alrededor del globo, esos diletantes por antonomasia del sentir apático. La sencillez de la película de Tyldum se sostiene gracias a la ternura de los cuentos que celebran el amor maldito y unas mentiras tan antiguas como los propios hombres, aquí replanteadas desde una óptica hoy por hoy nada habitual centrada en los vaivenes estelares y la metáfora de la isla desierta…
Solari busca novia Es obvio que los tips para afrontar la soledad no prescriben, ni siquiera en el espacio exterior. Tampoco la tecnología que ofrece todo tipo de confort es la solución cuando todo llega al estatus de irreversible y la vida se condensa en una suma de momentos efímeros. Lo que parece un refrán ya trillado encuentra en la pseudo profundidad de Pasajeros (2016) su plataforma de despegue y de aterrizaje forzoso, al caer en todo tipo de clichés que podría resumirse -irónicamente hablando- en la siguiente frase: No es bueno que el hombre esté solo. Ahora bien, sin pecar de ingenuos, pero apelando a un ejercicio de memoria elemental, es imposible no repasar la temática ya explotada en la película protagonizada por Matt Damon Misión rescate (The Martian, 2015), esa traspolación de Robinson Crusoe, que gracias a las elipsis cinematográficas exhibía las heridas de la soledad en el protagonista y su paulatino desapego por la idea de regreso a casa y del contacto humano, aunque con la mirada humanista delante de la frialdad de los hechos. Si a eso le agregamos otro film como Gravedad (Gravity, 2014), película discutible desde varios niveles narrativos, pero inapelable en lo que a aspectos técnicos se refiere, la vastedad del espacio era el escenario adecuado para escarbar en el agobio de esa soledad, aunque existiese la convivencia entre un hombre y una mujer. Pasajeros (2016) no es más ni menos que la condensación de esas dos películas, con un apartado visual diferente pero una franca consigna hacia la historia de amor como salvación a la vez que sacrificio. Revestida, claro está, de un pseudo pensamiento humanista, pone el ojo crítico en la frialdad capitalista sin exponer demasiados argumentos ni aportar ideas superadoras, como podrían haber surgido en el desarrollo teniendo en cuenta una premisa interesante como la de un hombre que por un desperfecto sale de su estado de “animación suspendida”. Aquí, la metáfora con el letargo social, producto del consumismo y la sociedad inconformista del post modernismo es más que evidente, pero la salida en realidad es un salvo conducto para no escudriñar en la profundidad del asunto. Una vez resuelto el conflicto de la soledad por una decisión egoísta, en contraste con el automatismo que rodea al protagonista, el film de Morten Tyldum se estanca en un derrotero en el que el espacio es un pretexto -también el género de la ciencia ficción- de no salida y el accidente otro para que fluya una historia de amor y la sensación latente de que al final de cuentas el chico se queda con la chica. No por molesta, la historia se puede contar con tanta facilidad que resulta innecesaria toda la pátina existencial y a la que le sobran varios minutos de metraje, a pesar de mantener un ritmo sostenido y dramáticamente en ascenso hasta conseguir sus picos y clímax fieles a la fórmula. Jennifer Lawrence cumple con otro papel donde logra lucirse con muy pocos recursos actorales, básicamente por su fotogenia y Chris Pratt convence en sus acciones y esa especie de culpa amorosa que envuelve todo su personaje durante la larga tarea de seducción en la nave, y por repetir a rajatabla el manual del muchacho simpático que termina ganándose el corazón de la chica difícil.
Jim Preston (Crhis Pratt) viaja a bordo de una nave intergaláctica que lo transporta a una colonia espacial donde la Tierra empezara a llevar de a poco a la humanidad. El viaje que duraría 120 años se ve interrumpido tras una falla en el sistema luego de chocar contra un meteorito. Ahora Jim está despierto, sin poder volver a estado de invernacion y con un tiempo de espera de 90 años hasta llegar. Jim deberá decidir si afrontar su destino solo, o ser egoísta y sacrificar la vida de alguien más para no morir en soledad mientras están en el medio del espacio. Empieza el año y nos llega uno de los tanques, que tanto por el trailer y el elenco, prometía ser un film a ver si o si en cine y que iba a estar en boca de todos. Bueno queridos lectores, si notaron que estoy escribiendo en potencial, ya se imaginarán que todo lo que suponíamos que iba a ser Pasajeros, terminó siendo una linda ilusión. Podríamos situar a Pasajeros como si fuera el cine de ciencia ficción clásico que resultó ser La Llegada, pero mal resuelto. Es decir, acá también estamos ante una historia que prima a los personajes por sobre la trama, y el hecho de ficción es una excusa para contarnos las verdaderas motivaciones de todos los personajes que iremos viendo en la historia; nada más que donde La Llegada ganaba en emotividad y complejidad, Pasajeros si limita a forzar el argumento y desperdiciar buenos amagos de secuencias. Por un lado tenemos la historia de Jim Preston quien se encuentra solo, en una nave gigantesca y tratando de afrontar la situación con cordura. Ya en varias películas vimos a protagonistas solos en situaciones similares, y en muchas de ellas es ahí donde se encuentra el fuerte del film, mostrándonos la esperanza, la pérdida de ella y luego la monotonía de una vida sin sentido. Acá por desgracia el director Morten Tyldum decide editar todo y resumirlo en diez minutos. ¿El resultado? Que a lo largo del film nos va a dar igual que pase con Jim Preston. Lo mismo podría decirse cuando despierta Aurora Lane (Jennifer Lawrence), toda su historia con Jim es bastante resumida y contada a las apuradas, haciendo que sea poco creíble su gran romance, y que también nos dé igual el destino de ella. Si esta película tiene algo positivo es que lograron contar con dos actores extremadamente carismáticos como Chris Pratt y Jennifer Lawrence. En manos de interpretes con menos talento hubiéramos estado ante un verdadero sopor en el cine; es una lástima que sus personajes sean tan planos que no tenga mucho con que trabajar. En este apartado el único que sale bien parado es el siempre rendidor Michael Sheen, ya que Lawrence Fishburne es un deus ex machina andante y Andy Garcia si parpadean no lo ven. Pasajeros tenía un enorme potencial para ser otra buena película de ciencia ficción old school. Pero vaya uno a saber por decisión de quien, nos quedamos a medio camino entre un film de amor en el espacio mal contado, plagados de varios clichés y deus ex machina y un correcto apartado visual como una de las pocas cosas salvables. Demasiado poco para lo que se nos prometía.
Un Buen Día… en el espacio. La astronave Avalon está camino al planeta Homestead II. La misma cuenta con 258 tripulantes y 5000 pasajeros, todos ellos dormidos en suspension criogénica. El viaje de un punto al otro tomará 120 años, pero a mitad de camino dos pasajeros despiertan, casi un siglo antes de tiempo. En medio de la convivencia surge la pregunta inevitable: ¿existe una razón por la cual ellos despertaron? El guión de Pasajeros oscila entre el tedio y la inverosimilitud. Durante una gran parte del metraje no vemos otro conflicto que el del protagonista lidiando con su soledad. Un recurso que el libreto, en vez de hacer a un lado al agotarse, se declina por repetir hasta el hartazgo. Los personajes que aparecen no tienen otra motivación de ser más que interactuar con el protagonista. Las charlas que hay entre los mismos son tan intrascendentes como repetitivas y predecibles. Sus motivaciones para embarcarse en semejante odisea tienen tal grado de debilidad, que son olvidadas en más de una oportunidad. Lo único cercano a un conflicto sólido y tangible se presenta recién en el tercer acto, y es pasada una lógica pero desilusionante explicación del porqué de la premisa de la película. Pasajeros es un fallo rotundo, tanto temática como argumentalmente. El desarrollo temático es superficial, cuando no débil, y lo peor de todo, no tiene paralelismo o influencia sobre el desarrollo argumental. Es como si una mitad de la película la hubieran usado para el tema y la otra para la trama. Siendo una superproducción de millones de dólares, por el costado técnico no hay mucho que criticar: Los efectos visuales, la fotografía y el diseño de producción están prolijos y responden a los cánones habituales del género. No obstante, en materia actuación tenemos que decir que Chris Pratt entrega una labor decente; sin mucho que criticar o admirar. Por otro lado, Jennifer Lawrence entrega a mi parecer la primera labor inverosímil y exagerada de su -también en mi opinión- otrora intachable carrera. Laurence Fishburne está en piloto automático y Andy Garcia directamente está de adorno. En este apartado, el único que verdaderamente destaca es Michael Sheen, en el papel de un barman androide. Conclusión: Si bien agraciada de ver en el aspecto visual, Pasajeros viene a demostrar que una idea, por sí sola, no basta. La ejecución lo es todo en la narración, y el guión de está película fracasa en todos los apartados imaginables; falla al aleccionar y al entretener. Si a esto le sumamos un apartado actoral endeble y desigual, el resultado final es un viaje al que le va a resultar complicado atraer pasajeros… del lado de la taquilla.
El nuevo film de ciencia ficción con Jennifer Lawrence y Chris Pratt queda varado a mitad de camino, al igual que sus protagonistas. En una nave que transita por el espacio, con cinco mil pasajeros a bordo que hibernan por 120 años para llegar a un planeta sin contaminación y con aptitudes óptimas para la supervivencia, ocurre un accidente imprevisto: choca con un asteroide y se avería uno de sus sistemas principales. A consecuencia de esto, una de las cápsulas de sueño inducido se abre y así despierta Jim Preston (Chris Pratt), 90 años antes del punto de llegada. Justamente el primer conflicto del film surgirá en esta instancia, cuando Jim se dé cuenta de que su cápsula falló y que lo único que le queda es subsistir atrapado en el espacio. Intentando hacer lo imposible para volver a su estado anterior y no obtener respuestas, Preston quedará sumido en una terrible depresión, siendo un robot barman su única compañía. En su estado de desidia, descubrirá a una bella escritora que está criogenizada y comenzará a averiguar sobre su vida. Jim se enamorará de Aurora (Jennifer Lawrence) y por más que se reprima para no despertarla, en un acto de egoísmo y desesperación la animará. Bajo el influjo de un engaño Aurora creerá que su cápsula también falló y a partir de allí comenzará una historia de amor ideal hasta que la bella escritora descubra la verdad. Pasajeros es un film que presenta una premisa interesante, de índole existencial, pero que con el pasar de los minutos se desvanece. Llega un momento en que la narración se torna tan confusa que no sabemos si explora la conducta del hombre en esta condición límite, si es una gran historia de amor y el espacio es solo un pretexto, o si nos encontramos ante una película de acción. De estos estos tres motivos se nutre el film, pero ninguno es lo demasiado consistente como para delimitar una línea argumental definida, por lo que la narración queda tan desorientada como los protagonistas. En este drama amoroso espacial cabe destacar el excelente diseño artístico y la fotografía del mexicano Rodrigo Prieto (Argo, Babel, El Lobo de Wall Street), como también los espectaculares efectos visuales que son funcionales a la tecnología 3D. En resumidas cuentas, con Pasajeros nos encontramos ante una película estéticamente privilegiada pero argumentalmente inequívoca.
"Pasajeros" es una historia con gran potencial que no fue aprovechado en los momentos justos.
La culpa y la tristeza que potencia la trama hace que la tensión y el suspenso aparezcan como estrellas fugaces en este relato en el que se luce su dupla protagónica: Jennifer Lawrence y Chris Pratt. Con el atractivo de la pareja que integra Jennifer Lawrence y Chris Pratt y un espectacular diseño de arte, llega este relato de ciencia-ficción realizado por Morten Tyldum -El Código Enigma- que coloca su mirada sobre el uso de la tecnología y las relaciones en situaciones extremas. "Este no es el lugar donde quieres estar" le dice una androide al mecánico Jim Preston -Pratt, el actor de Jurassic World- cuando despierta, por error, noventa años antes de llegar a un planeta lejano y en una gigantesca nave espacial que transporta a cinco mil personas en estado de hibernación. Desesperado, solo en su travesía interestelar y rodeado de tecnología de avanzada, Jim mantiene charlas con un robot barman -Michael Sheen- hasta que decide despertar a una de las pasajeras: Aurora Lane -la siempre bella y convincente Jennifer Lawrence-, una joven escritora que también sufrirá el encierro y la locura en medio del enloquecedor viaje espacial en el que todo el sistema comienza a fallar. El fuerte de la película descansa en la escenografía que lleva a los protagonistas desde la camilla de diagnóstico Autodoc, pasando por una habitación confortable y hasta una piscina con un ventanal donde se observan las estrellas, un interior tan extenso como claustrofóbico y peligroso en el que se extrañan las presencias de otros seres humanos. No menos peligroso parece el exterior cuando la nave amenaza con autodestruírse y la vida de Jim pende de un cable que lo mantiene unido a la nave. El film mezcla un tono romántico -más cursi sobre los minutos finales- en medio de la lucha por la supervivencia, sin gravedad, y con preguntas existenciales que se hacen Jim y Aurora, inmersos en las penurias de vivir en un presente con un destino incierto. La culpa, el amor y la tristeza que potencia la trama hace que la tensión y el suspenso aparezcan como estrellas fugaces, inclinando la película hacia un desenlace cíclico. El tratamiento es original pero desparejo, y la elegancia de las imágenes ayuda a levantar vuelo en determinados tramos en los que la ciencia-ficción queda relegada ante la atracción y la búsqueda de la falla mecánica que los puede llevar a la muerte.
Ya se ha escrito muchas veces en este sitio que “cada película tiene su público” y me parece correcto recordarlo no solo por el comienzo de un año nuevo sino porque se aplica a la perfección con este estreno. Es muy fácil pegarle a Pasajeros sino se la mira como lo que pretende ser: una película de amor en el espacio. Porque es verdad que ya hemos visto miles de veces la historia que cuenta y que está plagada de clichés pero en esta oportunidad tiene una especie de adorno y ahí es donde radica su diferencia. Ese adorno es que todo transcurre en una nave espacial (con lo que ello puede implicar desde el lado narrativo de la ciencia ficción) y que se apoya casi por completo en dos personajes. Si el espectador acepta todo esto se va a meter en la trama y engancharse con sus protagonistas. Tanto Chris Pratt como Jennifer Lawrence están muy bien en sus papeles con gran química entre ellos que se nota desde el primer minuto que aparecen en pantalla. Es verdad ese comentario que circula mucho en redes con respecto a una cosificación pero también es justo decir que se aplica a ambos (y en muchas escenas). No nos olvidemos que es una película con una premisa inverosímil y protagonizada por las dos de las personas elegidas como “más sexys de Hollywood” según las revistas en los últimos años así que ese tipo de detracciones suenan tontas. Dicho esto, también vale decir que estos personajes no son tan chatos se está planteando. Sobretodo Aurora Lane (Lawrance) que como podrán observar tanto su nombre como su apellido tienen significado: una periodista (por Lois Lane, de Superman), bella y durmiente (como la cuento), que se despierta de un sueño profundo hacia una nueva vida con un hombre, que en este caso no es un príncipe per se pero que cumple con todos los requisitos. Esto me lleva a pensar que Pasajeros es un cuento de hadas moderno y que su director Morten Tyldum, quien viene de la genial El código enigma, hizo un gran laburo con la historia pese a no lucirse en la puesta y abusar de planos cortos y medios. En definitiva Pasajeros es buen entretenimiento con gente muy linda en pantalla, donde no hay que sobre-exigir. Una película para pasar un buen rato.
Una buena idea desprovista de toda profundidad y pobremente ejecutada que apenas se sostiene por sus actuaciones y efectos especiales. Uno de los géneros más populares y creativos de los últimos tiempos es la ciencia ficción. Más precisamente la que se dedica a sacarnos de los límites de nuestro planeta para explorar el inmenso e inabarcable universo que nos rodea. Algunas películas nos cuentan una historia de manual pero se destacan por su increíble impacto visual y artístico (Gravity, 2013), otras optan por centrarse en mostrarnos la desolación y soledad del hombre cuando se enfrenta al aislamiento vacío del cosmos (The Martian, 2015), también se puede meterle algo de épica a los viajes estelares con tramas más introspectivas (Interstellar, 2014) y las más celebradas usan el género sci-fi para hablar de otros temas más complejos como el lenguaje y el paso del tiempo (Arrival, 2016). Lamentablemente Pasajeros (Passengers, 2016) no logra ni intenta hacer nada de esto. La película sigue al ingeniero mecánico Jim Preston (Chris Pratt) uno de los 5000 pasajeros que viajan a bordo del Avalon, un gigantesco crucero estelar que atraviesa la galaxia en camino a Homestead II, un planeta colonia donde los humanos planean instalarse —porque aparentemente los viajes por el universo y las colonias espaciales son un negocio redituable para la corporación dueña del Avalon— para escapar de una Tierra superpoblada o embarcarse en una aventura que cambie sus vidas. Como el viaje espacial demora unos 120 años, toda la tripulación y los pasajeros deben mantenerse en un estado de hibernación para no envejecer y morir durante la travesía. La acción comienza cuando la cápsula de sueño de Jim falla, faltando 90 años para llegar a destino. Sin forma de comunicarse con el planeta Tierra y sin poder reactivar su cápsula, Jim se encuentra completamente solo sin más compañía que la de un barman androide llamado Arthur (Michael Sheen). Aquí nos encontramos con el primer error garrafal del film. Desde los primeros minutos barajan una trama de aislamiento y soledad en el espacio, materia prima con la que se han hecho grandes películas como Solaris (1972), Moon (2009) y WALL-E (2008) solo para nombrar unas pocas —además de The Martian y Gravity, mencionadas antes—, pero rápidamente es dejada de lado para centrarse en una historia más tradicional de romance espacial. Jim Preston se pasa un año completamente solo en una estación espacial gigante con todas las comodidades de un hotel de alta categoría. Sus posibilidades para matar el tiempo y distraerse de su desesperante situación son infinitas. La película toma nota de eso y lo aprovecha… en un montaje de 3 minutos. Pasajeros abusa del recurso de la elipsis para disfrazar lo vacío y superficial que es su guión. Esto da como resultado una narración poco fluida que por momentos se arrastra y después corre acelerada para compensar. Segundo gran error: La forma en que integran al personaje de Jennifer Lawrence a la trama. J-Law encarna a una escritora neoyorquina llamada Aurora Lane, que también despierta con mucha anticipación y tras encariñarse con Jim inician un intenso romance espacial. Pratt y Lawrence demuestran mucha química juntos, son lindos, carismáticos, pero no alcanza. Su relación es blanda y salida de la nada. Tampoco ayuda que su tiempo juntos lo muestren resumido en otro montaje editado a las apuradas. Sin adentrarnos en el terreno de los spoilers, la verdadera razón por la que ambos están despiertos podría haber sido un interesante plot-twist que impulse un poco la trama en su segundo acto (el más débil), pero la película lo muestra en los primeros minutos, arruinando cualquier posibilidad de sorpresa y matando el interés del espectador. Desde el costado técnico, Passengers tiene un muy cuidado diseño de producción y despliegue de efectos especiales. Cada rincón del Avalon está lleno de detalles y una bella estética de ciencia ficción. CGI correcto y bien logrado, buena fotografía. Chris Pratt es el verdadero protagonista de la película y aprovecha al máximo sus habilidades para el humor, aunque no puede contra un guión tan superficial. Jennifer Lawrence emula a la nave, actuando el piloto automático durante toda la película, aunque gracias a su talento pude salir bien parada con un personaje que tiene poco para hacer en la película. El androide interpretado por Michael Sheen termina siendo el personaje más interesante y entretenido del film. Las principales fallas de Pasajeros están en el papel. Un guión repleto de agujeros que hace agua por todas partes, no aprovecha las virtudes de su premisa y elige apegarse a los clichés más vistos y desgastados que uno puede imaginar. Grandes actores, una buena idea y un enorme presupuesto desaprovechado en un proyecto superficial que a duras penas logra ser entretenido.
El director de Código Enigma rodó esta película que va del existencialismo a lo metafísico y lo romántico para luego derivar en el cine catástrofe. Despertarse en plena madrugada, pispear el reloj y darse cuenta de que aún quedan unas cuantas horas de sueño es un alivio, siempre y cuando sea posible volver a dormirse. Caso contrario, las vueltas en la cama se vuelven norma, y el tiempo parece dilatarse hasta niveles desesperantes. Lo que les sucede a Jim (Chris Pratt) y Aurora (Jennifer Lawrence) es, entonces, una de las peores pesadillas posibles. Pasajeros comienza con el despertar de Jim después de un estado de inconciencia que se prolongó por lo que él cree que fueron 120 años, tiempo que la nave espacial Avalon demoraría en recorrer la distancia entre la Tierra y el nuevo planeta en el que la humanidad plantea dar una vuelta de página y empezar una nueva vida. El problema es que en realidad fueron “apenas” 30, y despertó debido a una falla mecánica irreparable de su cápsula: es –y será– el único ser vivo dentro de Avalon durante 90 años, ya que está programado que el resto del pasaje despierte cuando falten dos meses para llegar a destino. Como en Misión a Marte o un Robinson Crusoe espacial, Jim deberá lidiar con la soledad de la mejor manera posible. Lo hace, primero, intentando solucionar los problemas (un mensaje a la Tierra demorará unas cuantas décadas, entre ida y vuelta), después disfrutando las bondades de las lujosas instalaciones y, por último, investigando la historia personal del resto del pasaje. Ahí descubre a Aurora, a quien, debate interno mediante, decide despertar fingiendo otro desperfecto. Ella, claro, no lo sabe, y entre ambos iniciarán una relación forzada que después devendrá en un vínculo romántico. El film del noruego Morten Tyldum (El Código Enigma) podría definirse en su primera mitad como un híbrido entre el existencialismo de En la Luna, de Duncan Jones, y un carácter metafísico propio del cine de los hermanos Wachowski para después virar hacia una suerte de exponente del cine catástrofe, en línea con Gravedad, cuando descubran que el desperfecto afecta a bastante más partes que las cápsulas de hibernación. Si todo suena a cocoliche se debe a que lo es. Por momentos confusa y derivativa, hay algo sin embargo magnético en la ambición de un relato que va por todo y se anima a coquetear con el ridículo sin caer en él. Pratt y Lawrence, por su parte, son los capitanes de esta nave que, gracias a su capacidad, logra amarrar en buen puerto.
Hombre mirando al espacio Los viajes estelares y el amor parecen ser siempre una buena opción, pero solo cuando la idea argumental pueda ser sostenida durante el film. En Pasajeros, la nueva película de Mortem Tyldum (director de El código enigma con Benedict Cumberbatch), un hombre que viaja junto a 5000 pasajeros hacia un nuevo planeta donde habitara la raza humana, se despierta mucho antes de llegar. Una idea poco original. Preston, el personaje de Chris Pratt, decide que no va a vivir solo y despierta a Aurora (la peor interpretación de Jennifer Lawrence hasta el momento), para así vivir lo que resta del viaje juntos. Eso sí, algo que me llamó la atención de ese viaje es la culpa que genera la acción de Preston. Algo se removió en mí. A partir de ese suceso, lo que se puede ver es un melodrama común y corriente, entre ellos no hay la química que se podía esperar y el guion falla. Sí es destacable el arte y la fotografía de Rodrigo Prieto.
Jim Preston (Chris Pratt) despierta por un error. Él es uno de los cinco mil pasajeros de la nave espacial Avalon que va en camino al planeta Homestead II. El tema es que ese lugar está tan alejado de la Tierra que lleva ciento veinte años llegar, por tanto todos están en sus cápsulas de hibernación, y restan noventa años más antes de que vuelvan a la realidad. Cuando algo hace que una sucesión de fallas se desencadenen, y sin poder auto-repararse adecuadamente -ya que los tripulantes también están en sus respectivas cápsulas- la nave hace que Jim se despierte. Tras una ardua recorrida del hombre para buscar alguna respuesta acerca de lo que ocurre, se da cuenta que está solo allí, mientras todos duermen, y el único con quien puede charlar es Arthur, un mozo robot (Michael Sheen) devenido en su confidente y encargado, claro, de servirle los whiskys cada noche.
El que mucho abarca poco aprieta, y ese es el gran problema de “Pasajeros” (Passengers, 2016), película que, por momentos, intenta ser una dramaedia romántica, por momentos un drama existencialista y, cuando se acuerda, un thriller de ciencia ficción. Morten Tyldum, director de “El Código Enigma” (The Imitation Game, 2014) –otra historia bastante desordenada-, se las ingenia para narrar una digna aventura espacial, pero pierde el foco de lo que realmente nos quiere contar. Estamos de camino a Homestead Colony, un planeta ubicado a 120 años de la Tierra, un lugar para empezar desde cero donde no hay problemas ambientales, sobrepoblación, ni ninguna de esas porquerías que obligaron a los seres humanos a buscar otros horizontes más allá del sistema solar en este futuro no tan lejano. La Avalon cruza la galaxia con más de cinco mil personas a bordo, pero en su travesía, a 30 años de la partida, una violenta embestida contra una lluvia de meteoritos causa desperfectos y el malfuncionamiento de una de las cápsulas de hibernación. Jim Preston (Chriss Pratt), mecánico que decidió abandonar la Tierra en busca de una segunda oportunidad, despierta prematuramente pensando que ya ha llegado a destino, pero pronto descubre que es el único ser en todo el lugar, manejado por computadoras y el piloto automático que mantiene la nave en curso. No hay tripulación ni pasajeros a la vista, aunque todo está a su disposición. Bueh, todo no, ya que hay estatus entre los pasajeros y el bueno de Jim apenas alcanza unas de las categorías más bajas. Sin la posibilidad de volver a dormir y con la perspectiva de morir solo en el espacio, Preston logra poner sus habilidades manuales al servicio de su confort y acceder a los lujos y entretenimientos que ofrece la Avalon. Tras un año de soledad, ya no hay diversión que pueda llenar su angustia y con la sola compañía de Arthur (Michael Sheen), un androide bartender, Jim está listo para tomar una decisión bastante drástica. Ahí es cuando entra en juego Aurora Dunn (Jennifer Lawrence), periodista y escritora que, cual bella durmiente, logra cautivar a Preston, desde su hermosura hasta sus escritos. La locura y la falta de compañía arrastran al solitario Jim a realizar lo impensado: averiar la capsula de Dunn para que se convierta en su compañera de travesía. Este es el punto central de “Pasajeros”, una reflexión bastante interesante sobre la soledad y la naturaleza humana. Lástima que esta premisa entra y sale de pantalla a cada momento, y la historia se llena de “obstáculos” que no van a ninguna parte. Pratt, solito en la pantalla durante el primer tercio de la película, no logra emocionar ni transmitir su angustia y desesperación, y sólo se queda con lo que mejor le sale: la cancheres y los chistontos que demuestra con la mayoría de sus personajes. La química con Lawrence no está mal, ella sabe llevar mucho mejor a su afligida escritora en busca de aventuras, pero el clima, la conexión y la traición que se va construyendo entre ambos se corta abruptamente con elementos sin mucho sentido que insisten en sumarle dramatismo y tensión a un relato que no los necesita. Lo que empieza siendo “Náufrago” (Cast Away, 2000), pronto se convierte en “Wall-E” (2008) –la Avalon tiene tantas semejanzas con el Axiom que da miedo (aunque sin los regordetes ocupantes) y hasta tenemos la escena de la parejita flotando en el espacio-, y claro que no pueden faltar las constantes referencias a cuanta película espacial se les ocurra. En un abrir y cerrar de ojos, “Pasajeros” pierde el rumbo y nos empieza a contar otra cosa, las incongruencias argumentales son tan grandes (más de cinco mil pasajeros a bordo y una sola unidad médica, ¿qué?) que ya no hay forma de salvar una trama que no conoce su verdadero camino. Visualmente impecable y con grandes efectos especiales que nos sumergen en la soledad y profundidad del espacio, sin embargo esto es lo único rescatable de una película que la pifia desde su casting, pero mucho más desde la concepción del argumento. Hay drama, hay romance, hay acción… tal vez demasiadas cosas, aunque un director y un guionista más capacitados podrían balancear todos estos elementos de manera eficaz. Menos mal que Star-Lord y JLaw son lindos y cancheros porque esta mancha no se va a borrar tan fácilmente de sus currículums.
Historia de amor inverosímil Parecía que no había límite. Que Jennifer Lawrence podía brillar en cualquier papel. Sin embargo, para la actriz, el límite resultó ser el espacio. O el espacio según lo imaginaron el guionista Jon Spaihts y el director Morten Tyldum (El código Enigma). Puestos a realizar un pastiche que combina una historia de ciencia ficción -una nave espacial viaja con miles de pasajeros y tripulantes congelados para sobrevivir los más de 100 años que les llevará llegar a su nuevo planeta- y un relato de amor, los realizadores de Pasajeros equivocaron la trayectoria. En el inicio vemos que un error provoca que una de las cámaras heladas se abra antes de tiempo. Solo en la gigantesca nave, el madrugador Jim (Chris Pratt) intenta de todo para volver a dormirse. Pero nada funciona. Acompañado por Arthur (Michael Sheen), un androide/barman, pasado un año el hombre toma una decisión: si está condenado a vivir y morir en esa nave, mejor pasar el tiempo junto a Aurora (Lawrence), bella durmiente helada que vio de casualidad. Jim se debate entre la necesidad de compañía y el hecho de que para conseguirla deberá condenar a otra persona a su mismo destino. Pero aunque se supone que es el héroe del film, lo hace igual. Lo que sucede una vez que Aurora despierta bien podría ser una película de terror al estilo de El resplandor, en la que un hombre pierde la razón en un ambiente aislado y ataca a sus seres queridos. Sin embargo, los espectadores somos empujados a aceptar que ésta es una historia de amor y son peligros externos que amenazan a la pareja. Ni siquiera la simpatía de Pratt y la presencia siempre brillante de Lawrence son capaces de convencernos.
No es bueno que el hombre esté solo Chris Pratt despierta en una nave espacial 90 años antes de lo previsto. Y el vivo la despierta a Jennifer Lawrence... Es como una tortura. Jim está a bordo del Avalon, una nave espacial comercial que viaje hacia Homestead II, una colonia en el espacio. Son 120 años –sin escalas-, y Jim se despertó de la hibernación programada a los 30 años, por un desperfecto. Hace cuentas y no le da. El resto de los 5.000 pasajeros despertará naturalmente cuando falten cuatro meses para llegar a destino. Jim (Chris Pratt, de Guardianes de la galaxia y Jurassic World), que es ingeniero mecánico, lo tiene todo a disposición en esa nave opulenta, salvo el desayuno de los pasajeros Gold, pero la desesperación comienza a apoderarse de su mente. Sin ilusiones ni optimismos, empieza a bucear en el perfil de sus compañeros somnolientos de ruta. Está solo. Y no es bueno que el hombre esté solo. Lo acompaña, sí, un androide detrás de la barra de un bar (Michael Sheen), que puede oxidarse en el trayecto hacia destino. Y tras debatir moralmente si es correcto o no abandonar su soledad y despertar a Aurora (Jennifer Lawrence), el ingeniero hace su movida. Claro, la despierta. Ella cree que salió de la hibernación por un problema de la cápsula. Se desespera igual que Jim, pero luego, al advertir que no llegarán a destino vivos, se dedican a pasarla lo mejor que pueden. Sí, también hacen eso. Como un Titanic en el espacio, Pasajeros es una rara combinación de géneros. Del atisbo de cine existencialista salta al romántico, al de acción y al cine catástrofe, picoteando el drama. El asunto es que no aburre nunca, pero no profundiza en ninguno y termina siendo una propuesta superficial, con dos actores que tienen eso que solía llamarse química, y cómo no va a hacer falta carisma si se la pasan casi toda la proyección solitos en la pantalla. El director de El Código Enigma, el noruego Morten Tyldum, no ahonda ni reflexiona demasiado, y la película pone rumbo decidido a la ciencia ficción, al romance y la acción, pero con elementos ya vistos y sin originalidad. Así, la única escena que despierta (vale el término) interés es aquélla en la que Aurora nada en una piscina, la gravedad de la nave falla, y queda como atrapada en una burbuja. Como la película.
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EL AMOR EN VIAJE INTERESTELAR Una película sin duda ambiciosa que une a dos taquilleros, Jeniffer Lawrence y Chris Prat, con la dirección de Morten Tyldum (“Código enigma”), el tema del espacio tan atractivo para Hollywood después de éxitos como “Gravedad” y el recuerdo de algunos clásicos inevitables. En este caso una nave que emprende un viaje de 120 años, con todos los humanos en capsulas de hibernación que despertaran cuatro meses antes del arribo a una nueva colonia para humanos. Es un viaje de una empresa privada. Algo falla y un mecánico despierta antes. Después de desesperarse por un año, y de admirar entre sueños a una bella escritora, decide desconectarla y devolverla a la vida activa… Hay historia de amor entre dos bellos, con cambios de ropa para ella, Cyborg barman que mete la pata. Buenos ingredientes, con críticas, ironías, desesperación y una larga meseta que amenaza con hundir la película, pero por suerte hacia el final vienen los peligros, los grandes efectos especiales, los actos heroicos. Estéticamente impecable, bella, disparatada, con un metraje excesivo y poca claridad de objetivos. La química entre los protagonistas funciona, algunos dicen que es una versión de “Titanic” en el espacio, y hay que reconocer momentos muy bien logrados. Y otros demasiado alargados.
PROBLEMAS CON EL GPS ¿Vieron cuando se va con el auto por la ruta, se toma un camino no programado y enseguida se escucha la ibérica voz del aparato diciendo “recalculando”? Bueno, viendo Pasajeros, se podría escuchar perfectamente de fondo la misma voz y la misma palabra. Raro teniendo en cuenta el tiempo de concepción del proyecto, pero lógico si se toma en consideración las idas y vueltas que lo afectaron. La historia de Pasajeros y la película que terminó siendo es cuando menos particular: inicialmente fue concebido como un film pequeño, de corte casi independiente, en una compañía propiedad de Keanu Reeves, quien iba a ser el protagonista junto a Rachel McAdams. También estuvo bajo el ala de Universal y luego de The Weinstein Company, atrayendo a estrellas como Reese Witherspoon y Emily Blunt, y realizadores como Gabriele Muccino, Marc Forster y Brian Kirk. Finalmente, terminó recalando en Sony, que redobló la apuesta, rediseñando todo en función de llevar a cabo un gran tanque, contratando a dos de los actores “del momento”, como son Jennifer Lawrence y Chris Pratt, y al director Morten Tyldum (el mismo de El código Enigma y Cacería implacable), para este relato futurista sobre una nave espacial que se dirige a una distante colonia pero que sufre una serie de desperfectos, con lo que dos de sus pasajeros se despiertan noventa años antes de llegar al destino. A Pasajeros se le notan sus ganas de ser un gran espectáculo, incluso un espectáculo inolvidable, capaz de recuperar esa impronta típica del cine clásico que le permitía sostenerse sobre historias inolvidables y protagonizadas por figuras cinematográficas más grandes que la vida. Es decir, el espíritu que cimentó films como Casablanca o Lo que el viento se llevó, en combinación con la excelencia técnica de películas como 2001: odisea del espacio. Pero esa meta no es simple de lograr: desde diferentes lugares, films como Titanic o Gravedad supieron lograrlo pero porque atrás había realizadores como James Cameron y Alfonso Cuarón, con visiones propias, tanto estéticas como narrativas, que lucharon contra viento y marea para concretarlas, innovando incluso desde lo formal. No es el caso de Pasajeros, porque detrás de cámara hay un director como Tyldum, un mero artesano eficiente pero sin personalidad, que jamás consigue imprimirle un sello propio a lo que está contando. En verdad, Pasajeros es un film de ejecutivos de estudio, tratando de diseñar un producto que atraiga a la mayor cantidad de público posible y apretando los que creen que son los botones correctos para enderezar el rumbo de acuerdo a cómo va el viaje narrativo, estético, espiritual y simbólico del film. Por eso todo arranca como un drama existencial, con el personaje de Pratt tratando de habituarse -infructuosamente- a la soledad absoluta en la nave, luego deriva -a partir de la aparición del personaje de Lawrence- en una especie de comedia romántica, para continuar como un drama donde lo romántico se entremezcla con lo moral y finalizar como un típico film de aventuras espacial, repleto de efectos especiales. No está mal de por sí esta mezcolanza -a su modo, no deja de ser arriesgada-, pero lo cierto es que el film nunca se apropia de los géneros que transita, avanzando de forma errática, quedándose a mitad de camino casi siempre y sólo logrando algunos momentos óptimos muy aislados entre sí. En el medio, Pratt y Lawrence hacen lo que pueden y nunca terminan de concretar esa química indispensable para llevar adelante la trama. Ya habíamos dicho que uno de los referentes de Pasajeros es 2001: odisea del espacio y la verdad es que las conexiones con el film de Kubrick van más allá de las cuestiones técnicas, porque en ambas películas los personajes más atractivos no son los humanos sino las máquinas. En 2001 lo era la computadora Hal, en el film de Tyldum lo son el barman robot que interpreta Michael Sheen y la propia nave que alberga a los protagonistas: ambos son sinceros y coherentes en sus conductas, en su permanente búsqueda por complacer los deseos de los pasajeros. Y también torpes, porque siempre quedan a contramano y sus respuestas automatizadas nunca son las que se necesitan. Son, a su modo, representaciones cabales de la película en su conjunto: Pasajeros es un producto con múltiples respuestas programadas, pero muy pocas de ellas son las correctas. En ese viaje espacial rumbo a lo que podía ser un gran film hubo una serie de desperfectos y sólo terminó llegando una película tan pulcra como intrascendente.
Lanzada como uno de los tanques de las vacaciones navideñas, aunque el guión venía dando vueltas hace tiempo sin que los productores se decidieran, Pasajeros se inscribe en el género de ciencia ficción y soledad, en la línea de Moon, de Marte o hasta de 2001. Es evidente que encontrarse solo en el espacio exterior, flotando como en Gravedad o en una nave espacial vacía, es una situación bien atractiva para el cine. En Pasajeros hay una nave de durmientes, un grupo de gente que, por distintos motivos, pagó para colonizar otra galaxia y viaja, en cápsulas de hibernación, hacia otro tiempo y lugar. Pero por algún tipo de falla técnica, la cápsula de Jim Preston -Chris Pratt- se abre y el tipo se despierta. Décadas antes de lo previsto. Así que está completamente solo, deambulando por la nave en silencio, sin siquiera acceso a las zonas vip, porque al parecer pagó un boleto turista. Pratt “pilotea” solo una buena primera parte de la película, y tiene el talento y la sutileza suficientes como para transmitir la paulatina semi locura a la que la soledad extrema puede llevar a un ser humano. Se pelea con las máquinas hasta que encuentra una humanoide, el barman Arthur (Michael Sheen), que por algún motivo es lo único que parece funcionar como si nada, sirviendo martinis a pedido y dando amable conversación. La aparición, finalmente, de Aurora -Jennifer Lawrence-, cambiará el tono existencialista de la película por el de una historia de amor. Son dos personajes atrapados en los fríos y lujosos escenarios de la nave durmiente. Son un bache tecnológico, una anomalía, de la que nace una relación tierna y romántica, humanísima. Como bien apuntaba el crítico Leonardo D’Espósito, el personaje de Lawrence se llama Aurora como la bella durmiente de Disney, y no es la única referencia al cuento de hadas que podrán encontrar en Pasajeros los espectadores -ejem-, despiertos. También habrá otras derivaciones, hacia el cine de acción espacial, en el espacio exterior a lo Gravedad y frente a peligros importantes. Si todo esto suena un poco a disparate es porque lo es, una indefinición (de géneros, de estilo) que desconcierta. Pero con el aporte de sus buenos y casi únicos actores, Pasajeros ciertamente no aburre, lo cual es aún más sorprendente. Hay cuestiones filosóficas y morales que la película toca, abre, pero no termina de profundizar, amén de una resolución que parece decidida a las apuradas. Es probable que en manos de otro director el mismo material podría haber tenido un vigor y una fuerza que a Pasajeros lamentablemente le faltan. Aún así, no es la mala película que la crítica estadounidense dice. Y ver juntos a sus actores, acaso los más poderosos jóvenes talentos del cine americano de hoy, tiene gracia. Química, que le dicen.
La insondable soledad del ser. La historia transcurre en Avalon, una nave con fines comerciales que traslada a miles de pasajeros a través de un viaje por el tiempo, con una duración de 120 años; para poder llegar al destino programado, un lugar paradisíaco llamado Homestead II. Todos los pasajeros y tripulantes se encuentran dormidos en cápsulas de hibernación y se despertarán faltando 4 meses para el arribo. Pero nuestro protagonista, por fallas en el sistema, se despierta a 30 años del recorrido. Solo, en semejante nave y en el medio del espacio. “Pasajeros” tiene una fotografía impresionante y es una historia sorprendente dentro de un lugar fantástico. Realmente increíble, con imágenes impactantes logradas mediante todos los recursos tecnológicos y el resultado es maravilloso. Nunca dejas de creer en todo lo que ocurre allí. Excelente construcción del verosímil. Conmueve. El ahogo que transmite la sensación de estar ahí adentro y no tener salida frente al espacio mismo es elocuente. Si bien por momentos se estira un poco el drama, logra volver atrapar. Para ver y disfrutar. Un film diferente que toma mucho de otras tantas películas que abordan está temática pero con un sello de originalidad que la hacen única. Recomendable para toda la familia y disfrutar de una apasionante historia de amor en el infinito.
Desvelarse en el espacio es duro De todos los subgéneros posibles de la ciencia ficción con viajes espaciales, el que se relaciona con romances cósmicos no suele ser el más interesante. Sin embargo esta "Pasajeros", por mas ñoña que sea, no está mal pensada del todo. Hay una nave de lujo destinada a poblar con cinco mil personas una colonia paradisíaca en otra galaxia. Como el viaje dura 120 años, todos viajan en estado de hibernación, pero un accidente que no debería ocurrir provoca que Chris Pratt despierte 90 años antes de lo previsto. Luego de deambular solo por la gigantesca nave charlando con un barman androide durante un año, como no aguanta la soledad se le ocurre la idea de despertar de su cámara de hibernación a una bonita compañera, nada menos que a Jennifer Lawrence. Así comienza una hermosa amistad que, por supuesto, incluye romance, hasta que la chica se entera de que su despertar no fue accidental. Si bien la relación entre la pareja protagónica es un poco obvia, lo que hasta ese punto del film hace que las cosas funcionen es la brillante dirección artística y los efectos especiales de la nave espacial, una especie de crucero de lujo interestelar. Y lo que logra que la película no se pierda del todo en la ñoñería es una crisis en la nave que hace que todo tipo de desperfectos ocurran a la vez, poniendo en peligro al dúo estelar y a todos los miles de hibernados. Hay muy buenas escenas relacionadas con estos desperfectos, por ejemplo los problemas de estar nadando en una pileta cuando se descompone la gravedad artificial. Lamentablemente el centro del film es el romance telenovelesco hasta en su elemental y previsible desenlace.
Cuántas chances hay de que un meteorito choque contra una nave espacial? Aparentemente, más de lo que uno esperaría. El director de Código enigma (2014), Morten Tyldum, vuelve de la mano de su nueva apuesta Pasajeros, concebida como un thriller romántico y sexy con el toque justo de acción. En este viaje lo acompaña la galardonada y mejor paga actriz de Hollywood Jennifer Lawrence, la heroína de la ciencia ficción, esta vez siguiendo los pasos de Sandra Bullock y su performance en Gravedad (2013). Sin las expectativas de un Armagedón (1997), Pasajeros resulta prometedora, empezando por su atípico argumento. El Avalon es una nave espacial que transporta a cinco mil personas a una nueva vida en el planeta Homestead II. La llegada fue programada para 120 años después de dejar la Tierra, pero a tan sólo 30 de partir, la nave sufre un desperfecto técnico en sus cápsulas de hibernación luego de recibir el impacto de un gran meteorito. Como resultado: dos de sus pasajeros, Jim Preston, un humilde y brillante mecánico, y Aurora Lane, una periodista muy respetada, despiertan 90 años antes de llegar a destino. Mientras intentan descubrir qué hay detrás de esa falla, se enamoran sin poder negar la atracción que existe entre ambos hasta que se ven amenazados por el posible e inminente colapso de la nave, lo que los llevará a descubrir por qué despertaron. La trama es diferente, lo que hace aún más tentador permanecer expectante en el asiento, antes de ver otra Perdidos en el espacio (1998) y salir corriendo. El hecho de tomar responsabilidad de sus propias decisiones es lo que mueve a los personajes en este caso -incluso si implicara no hacer nada al respecto-, renunciar a la vida en la Tierra y no ser obligados a ello. ¿Por qué? Si no era necesario. ¿Cómo sobrevivir ante estas circunstancias? Es la poca experiencia, la falta de conocimiento y lo que aún no ha sido comprobado de lo que es capaz el ser humano aquello que capta la atención y demuestra que vale la pena responder a esos interrogantes. Por otro lado, la experiencia 3D casi que no tiene nada que envidiarle a la premiada Interestelar (2014). Aunque no está totalmente justificado -salvo que experimentar la sensación de falta de gravedad sea suficiente-, resulta atractivo sentir más cerca algunos aparatos futurísticos flotando. Sin tantos actores en escena, tiende a esperarse que el protagonismo vaya más por el lado de los efectos especiales, aun habiendo un soberbio desempeño actoral. Oliver Stone dijo una vez que las películas pueden estar sujetas a un millón de interpretaciones. Está claro que más allá del modelo de ciencia ficción que Tyldum dirige, aborda un sentido algo más filosófico si se quiere: la sensación de permanecer varados en el espacio-tiempo, pensando en las probabilidades de tener un buen futuro en lugar de hacer lo mejor del presente. Pasajeros suma más puntos a favor que en contra, empero, se agrega a la larga lista de películas que no se convertirán en clásico y quedarán a la sombra de la interminable saga de Star Wars dentro del género. Aunque, a pesar del desafiante panorama en el mundo cinematográfico, tiene todas las de ganar para convertirse en una película épica. PASAJEROS Passengers. Estados Unidos, 2016. Dirección: Morten Tyldum. Guión: Jon Spaihts. Música: Thomas Newman. Fotografía: Rodrigo Prieto. Intérpretes: Chris Pratt, Jennifer Lawrence, Michael Sheen, Laurence Fishburne, Andy García y Julee Cerda. Duración: 116 minutos.
Un viaje a ninguna parte El director Morten Tyldum, responsable de excelentes películas tales como Cacería Implacable (Hodejegerne, 2011) y El Código Enigma (The Imitation Game, 2014), aterriza en las pantallas con un film híbrido que oscila entre una propuesta de ciencia ficción y un drama romántico, sin lograr poder llevar a buen puerto ninguno de los géneros. La premisa es sencilla, y su desenlace aumenta en un inverosímil de mediocres actuaciones, por parte de sus protagonistas; dejando una película vacía en contenido y en formato. Si bien todo aquello que tiene que ver con el diseño artístico y estético sobresale, tal vez el único punto fuerte del film, gracias al extraordinario trabajo de fotografía del mexicano Rodrigo Prieto (Argo, Babel, El Lobo de Wall Street) y a logrados efectos visuales, no alcanza para lo que se espera de un director del talento de Tyldum. La historia sucede en la nave espacial Avalon, donde viajan 258 tripulantes y 500 pasajeros, todos dormidos en suspensión criogénica, con el fin de despertar 120 años después y habitar un idílico planeta llamado Homestead II. Sin embargo, algo sale mal y uno de sus pasajeros, Jim Preston (Chris Pratt), despierta noventa años de lo establecido. Completamente solo, en una nave desierta, habitada solo por un barman androide interpretado por Michael Sheen (de lo mejor en reparto). Aquí es donde entra en juego la noción de un estudio sobre la soledad humana, las decisiones egoístas que pueden tomarse cuando nos sentimos desesperados y solitarios. Esto desemboca en el despertar de Aurora Lane (Jennifer Lawrence), una escritora de buena posición en busca de nuevas experiencias. Una bella durmiente -no será casual su nombre de pila-, despertada por un príncipe no del todo valiente. Lo que sigue en el argumento encuentra a la pareja compartiendo momentos románticos, conociéndose, y tratando de encontrar una salida ante la situación de estar anclados en el tiempo y con una amenaza de peligro en camino. La presencia de la tecnología es tal que lleva a niveles irrisorios creer que semejante emprendimiento no cuente con ninguna asistencia, en el caso de alguna falla posible. Completan el reparto Laurence Fishburne y Andy García, en papeles sin ninguna relevancia ni desafío para tremendos actores. Un fallido intento, desperdiciando mucho talento en todos los rubros, para no contar absolutamente nada interesante.
Todo transcurre en una nave espacial, donde viajan 5000 tripulantes. Todos se encuentran dormidos porque van en la búsqueda de una nueva vida y de vivir otras experiencias, dicho traslado tardará 120 años. Pero como era de prever algo falla y un solo pasajero despierta antes, aun falta 90 años Jim Preston (Chris Pratt) un ingeniero y no encuentra explicación. En esa enorme nave es el único ser que encuentra para dialogar es a Arthur (Michael Sheen) un robot que se desempeña únicamente como barman. Se cansa de tanta soledad y despierta antes de tiempo a Aurora Lane (Jennifer Lawrence, “Joy: el nombre del éxito”, "El lado bueno de las cosas" ) una joven escritora de Nueva York. La trama comienza muy bien y tiene ese toque romántico con la otra heroína, pero por momentos cae, no desarrolla, va desaprovechando muchas situaciones y la ciencia ficción se transforma en algo superficial. La podríamos dividir en tres partes: en la primera vemos a un hombre solo en medio de la nada, la segunda encuentra una compañera, únicos habitantes como si fueran Adán y Eva y hay un toque romántico y la tercera va metiendo el drama. Transita por pasajes trillados, pierde la aventura y le falta un giro en el guión. Uno de los sostenes es el personaje de Jennifer Lawrence quien tiene buena química con el otro protagonista Chris Pratt (“Guardianes de la Galaxia 1 y 2”, “Los siete magníficos”). Algunos toques a “Wall-E” (2008), “Marte” (2015) y un homenaje al cine de Stanley Kubrick. Es posible que logre alguna nominación a los Oscar en los rubros técnicos.
Romance previsible en el espacio exterior. Luego de su primera incursión estadounidense, el thriller histórico/ biográfico El código enigma, el noruego Morten Tyldum fue el elegido para intentar llevar a buen puerto este guión que –dicen los insiders de la industria de Hollywood– anduvo boyando durante un tiempo entre varios estudios y posibles productores. A juzgar por los resultados, o la historia era insalvable (nada suele serlo, casi nunca) o bien, como ocurre literalmente sobre el final de la película, se la intentó mejorar a puro parche y atadura de alambre. No es que esta cruza de relato alla Robinson Crusoe con cuento de hadas moderno (y no necesariamente La bella durmiente, a pesar de las apariencias) no posea atractivos. De hecho, el arranque no podría resultar más interesante: cierta nave espacial que viaja con una carga de cientos de humanos criogenizados tiene un desperfecto y despierta por error a un único pasajero, un tal Jim, noventa años antes de llegar al planeta de destino. Ergo, el tipo está sentenciado a morir ahí arriba, en eterno movimiento hacia ninguna parte, más solo que una ostra en el fondo del océano. Ese punto de partida, que podría haber derivado en un hermosísimo capítulo de La dimensión desconocida, ofrece una primera media hora que coquetea con la reflexión filosófico-existencial, al tiempo que el pobre Jim a) aprende a vivir en soledad y a utilizar los lujos ofrecidos a las dormidas clases altas del pasaje; b) se desespera ante la inevitabilidad de una existencia triste y desolada, un poco como el hombre menguante, condenado a no volver a ver su propio mundo o a convivir junto a sus pares; c) intenta por todos los medios recuperar su estado de congelamiento, mientras platica con un robot-barman, lo más parecido a un ser humano en ese desierto de acero y vidrio flotante. El diseño interior de la nave Avalon –deudor en varios planos del Discovery One de 2001 y, en otros, de la Nostromo de Alien– es testigo entonces del dilema más terriblemente lógico que pueda imaginarse: despertar o no despertar a alguien más, condenándolo a la misma muerte en vida. Claro que Jim –que afortunadamente es ingeniero– no piensa precisamente en un Viernes cualquiera, y es así que cree encontrar en Aurora, una chica bella y, a juzgar por su expediente, inteligente, la mejor compañía posible en esa tumba espacial. De allí en más, el film de Tyldum va desbarrancándose lentamente hacia el romance más previsible que pueda imaginarse (¿no era posible un poco más de riesgo en la descripción de esa relación forzada a la repetición y el tedio?) y, más adelante, a varias secuencias de superacción con tantas vueltas de tuerca y falsas clausuras que terminan abrumando más que entreteniendo. Una oportunidad desaprovechada: la premisa era ingeniosa, la dupla central (Jennifer Lawrence y Chris Pratt) atractiva y glamorosa, y las posibilidades a la hora de jugar con la imaginación generosas. Pero la partida la termina ganando el lugar común: además de esquemática en muchos sentidos, Pasajeros es cursi donde debería ser sutilmente romántica y atolondrada en el momento de tomar impulso.
En un futuro bastante lejano se encuentra la nave Avalon, dicha nave debe hacer un viaje de 120 años a través del espacio, dentro de ella se encuentran 5.000 seres humanos en estado de invernacion. Por un desperfecto técnico, Jim Preston despierta 90 años antes de llegar a destino y descubre que es el único tripulante de la nave que ha despertado, a los pocos días también logra liberarse de su capsula una joven llamada Aurora, ella junto a Jim son los únicos conscientes de la soledad que los rodea y que jamás llegaran a su destino y que tendrán que vivir el resto de sus vidas dentro de una nave flotando en el cosmos. “Pasajeros” está protagonizada por Jennifer Lawrence y Chris Pratt, dos de los actores del momento que la vienen rompiendo con cada película que estrenan, pero con “Pasajeros” la cosa no viene nada bien, uno puede esperar de esta cinta entretenimiento pochoclero y hasta un romance de por medio, pero aquí todo esta tan tirado de los pelos que nada es creíble, un sinfín de diálogos absurdos, una historia que no apunta a ningún lado y cosas tan predecibles que la hacen fácilmente una cinta olvidable y seguramente una de las peores de este año que recién comienza. Lo bueno: Lo más bueno de todo, a mí parecer, es el personaje de Michael Sheen y el de Laurence Fishburne. Lo malo: Un elenco desaprovechado, la química entre los protagonistas y una trama sin sentido alguno, el final es lo peor de todo.
La siguiente pregunta encierra muchos de los conceptos de Passengers: ¿Qué haría un hombre si se despierta por error en una nave espacial 90 años antes de llegar a destino y se da cuenta que es el único tripulante dentro de ella? El director Morten Tyldum y el guionista Jon Spaihts presentan un desafío más que interesante: una historia de amor en la que participan la misma cantidad de actores que dedos de una mano. No obstante, es una película irregular más ambiciosa de lo que parece.
Un paso atrás del realizador de “El Código Enigma” Hay al menos dos maneras de juzgar “Pasajeros” (“Passengers”), la nueva obra del realizador de “El Código Enigma”. Para quien tenga medianas expectativas de pasar un momento entretenido, ideal para las vacaciones, ésta puede ser su película con el agregado de ver a la expresiva Jennifer Lawrence. Pero si usted es más exigente y riguroso la recomendación es dejarla pasar en cine y verla más adelante o ahora mismo por vías menos “sanctas”, a las que este cronista no adhiere. Los primeros minutos del film son interesantes dado el diseño de producción de una gran nave (Avalon), cuyos pasajeros han aceptado ser “hibernados” por 120 años para despertar luego de ese largo plazo al llegar a un planeta o satélite distante (Homestead II), con mejores condiciones ambientales que nuestra Tierra. Claro que algo tiene que salir mal para que haya una trama que pueda ser interesante y de eso se trata. El ingeniero mecánico Jim (Chris Pratt), uno de los viajantes, despierta a los 30 años, vaya a saber por qué desperfecto que sólo lo afecta a él. Esa primera parte es atractiva y le plantean al solitario pasajero un dilema ético ya que el único con quien puede dialogar es un simpático barman (Michael Sheen), cuya gran limitación es que es en verdad un robot desde la cintura para abajo. Lo previsible ocurre, no resistiendo a la tentación de despertar a una de las acompañantes. Si algo se le debe reconocer a Jim es que no elige mal al seleccionar a la bella Aurora (Lawrence), sin que ésta sepa por qué se frustró el objetivo de su viaje, nueve décadas antes de la llegada a un lejano “paraíso”. Hasta aquí tanto los exigentes como los que buscan un entretenimiento estarán igualmente conformes seguramente, pero una vez que se descubre el ardid sus expectativas comenzarán a divergir. La credibilidad de los primeros sufrirá sucesivas decepciones ya que la nave empezará a tener problemas, resultando difícil imaginar que pueda subsistir en el espacio. Habrá sólo una lograda escena en que en que la gran piscina que aloja la nave sea afectada por la repentina falta de gravedad arrastrando hacia arriba a la única bañista. Pero el problema mayor, aparte de cierta inverosimilitud en la solución en los problemas digamos técnicos o mecánicos de Avalon, será la cuestión ética ligada a la decisión que en su momento tuvo Jim y que obviamente afectará a la inevitable (incluso desde el punto de vista “hollywodense”) pareja que se creó en el espacio. El noruego Morten Tyldum se había hecho conocer sobre todo con la historia del británico Alan Turing (encarnado por Benedict Cumberbatch), pero ya “Cacería implacable”, su película anterior (la tercera) aún filmada en su país de origen mostraba potencial. Sin duda no regresará a su hogar natal pues Hollywood lo ha apropiado como ocurre con numerosos otros europeos. De todos modos deberá afinar la puntería si quiere seguir siendo solicitado por el mercado más competitivo del mundo. “Pasajeros” no es para él el fin del mundo (valga el juego de palabras) pero apenas una advertencia de los riesgos de su trasplante a los Estados Unidos.
Hace unas semanas se estrenó La llegada, una película de ciencia ficción en la que la invasión extraterrestre no era el marco de una historia de aventuras al estilo La guerra de los mundos o Día de la independencia (o mil más) sino que se usaba como excusa para contar una historia compleja sobre la manipulación del tiempo, el destino y, en definitiva, la vida trágica de la protagonista. Ahora se estrena Pasajeros, una película mucho menos ambiciosa pero que también usa el género de ciencia ficción como excusa: el viaje interestelar como pretexto para contar una historia de amor. Estamos en el futuro a bordo de la nave Avalon, que transporta 5 mil colonos que se van de un planeta Tierra devastado a poblar el lejano Homestead II. El viaje dura 120 años y tanto los pasajeros como la tripulación están hibernando. Una falla en una de las cápsulas hace que uno de los pasajeros, el ingeniero Jim Preston (Chris Pratt), se despierte 90 años antes de tiempo. Está solo en una nave enorme repleta de comodidades pero que no llegará a destino antes de su muerte. Ese es el puntapié inicial de la historia. Un solo personaje -en realidad dos si contamos al barman robot interpretado por Michael Sheen- y un escenario imponente con el que el director Morten Tyldum (responsable de la mucho más deslucida El código Enigma) puede jugar usando el 3D. Pero la estrella de la película no es el noruego Tyldum sino el neoyorquino Jon Spaihts, autor del guión. Spaihts fue responsable de los libros de Prometeo y Doctor Strange: Hechicero supremo, y lo será de los de las primeras dos películas del inminente Universal Monsters Cinematic Universe, la serie con la que Universal busca reintroducir a sus clásicos monstruos de los ‘30 a la manera de Marvel con sus superhéroes. Pero claramente el guión de Pasajeros es su trabajo más personal y arriesgado. Digo arriesgado por lo que ocurre en el primer punto de giro. Conviene no revelar demasiado -el trailer y la sinopsis oficial se cuidan de hacerlo- pero podemos decir, sin entrar en detalles, que despierta otra pasajera: la escritora Aurora Lane (Jennifer Lawrence). Las circunstancias del hecho son las que no puedo revelar, que han provocado bastante polémica luego del estreno en los Estados Unidos y que son las responsables -seguramente- de la baja calificación de la película en Metacritic. Solos para toda la vida en una nave que parece un palacio -tiene piscina, salón de juegos, distintos restaurantes y un bar- se enamoran, inevitablemente. Pero la relación, como en toda historia de amor, contiene una imposibilidad, un conflicto, un dilema que está íntimamente relacionado con la polémica generada por Spaihts en un momento de su historia. Ahí donde los críticos extranjeros se pusieron moralistas -con justa razón si estuviéramos juzgando a los personajes y no a la película- es donde reside la riqueza de la historia, lo que le da espesura, lo que en cierto momento -y gracias al excelente trabajo de Lawrence- nos angustia. En el tercer acto Pasajeros se pone más convencional y aparece Tyldum para diseñar unas escenas de acción que están buenas pero que nos alejan del conflicto principal, que se resuelve un poco a los ponchazos (quizás porque es tan intenso y problemático que no admite resolución, pero esta es una película de Hollywood y algo hay que resolver) e incluso le da a la película un final medio abrupto y desprolijo. Pero aún así es imposible olvidar la incomodidad y el malestar que nos transmite ese amor ambiguo e imperfecto.
Culebrón espacial Una película creada con la "técnica Netflix" busca captar a varios públicos al mismo tiempo y termina bastardeando tres carreras: la de sus protagonistas y la de su director. Comenzó la era Netflix en los cines. Y no es que esta "Pasajeros" haya sido realizada por el canal de streaming pero sí utiliza el mismo algoritmo para decidir su siguiente paso. Paso a explicarme; House of Cards, una de las series más exitosas de Netflix fue realizada siguiendo una suerte de encuesta en la que los "televidentes" decidieron qué tipo de programa querían ver (un drama político), con qué protagonistas (Kevin Spacey, Robin Wright) y tantos otros detalles que se cumplieron a la perfección. Acá, algún productor decidió reunir en un mismo film a los actores "más codiciados" de los rankings de las revistas tipo "GQ" o "Esquire" –Jennifer Lawrence y Chris Pratt-, en un "drama romántico espacial", un tema de actualidad como la posibilidad de viajar a través del espacio, y el género en el que mejor se han desempeñado ambos (la ciencia ficción); y decidieron poner a cargo a Morten Tyldum, que venía de pegarla con la genial "El Código Enigma". El problema aquí es que, mientras que el público de Netflix puede disfrutar de series bien hechas –y sobre todo definidas dentro de un género-, el pastiche que resulta de esta ecuación cinéfila es sencillamente intragable. La película relata cómo durante un viaje espacial de 120 años de duración con el objetivo de colonizar un nuevo planeta para una corporación todopoderosa, un meteoro impacta contra la astronave "Avalon" y la deja severamente dañada. El impacto causa que una de las cápsulas de hibernación en las que viajan los 5 mil pasajeros sufra una avería y su ocupante se despierte 90 años antes de lo previsto. Jim (Chris Pratt) comienza a deambular por la inmensidad de la nave hasta que, un año después y acuciado por la soledad, decide despertar a otro pasajero. Claro que el tipo no se va a conformar con cualquier persona que encuentre así que elige despertar a Aurora Lane (Jennifer Lawrence), una conocida escritora y periodista, a sabiendas de que es imposible volver a poner a una persona en hibernación. O sea que es casi, casi como condenarla a muerte. A partir de ese momento clave, el espectador sabrá cómo se desarrollará todo lo que sigue gracias a un guión tan mediocre y predecible como cualquier telenovela argentina de la actualidad, muy a pesar de todos los sufridos intentos del director para convertir esto en algo interesante, tras haber firmado un contrato millonario pero que limita cualquier movida creativa. Los actores, sencillamente no colaboran para nada: mientras Chris Pratt se limita a repetir su trabajo de "Guardianes de la Galaxia", Lawrence no hace más que poner caras de "son sólo 3 semanas de rodaje por unos cuantos millones embolsados a mi cuenta" o "prefiero seguir viviendo con ratas en mi departamento de soltera de New York". Lo único que salva a esta ecuación y le da un poco de ritmo y humor es Michael Sheen como el barman robot de la nave, el clásico recurso del guionista para ponerle un poco de onda y sarcasmo a este culebrón que encabezan dos personas durante casi dos horas. En definitiva, Pasajeros (que se estrenó este lunes en preestreno), es una de esas películas hechas para satisfacer a varios públicos y que terminan haciéndole perder plata al estudio por el sólo pecado de ser ambicioso.
Crítica emitida en Cartelera 1030 –Radio Del Plata AM 1030, sábados de 20-22hs.
Crítica emitida por radio.
Destrozado sin razón en los EE.UU., este film de ciencia ficción sobre dos náufragos espaciales que deben pasar su vida a bordo de una gigantesca y desierta nave es una fábula moral (por la contravención que comete el protagonista) y una relectura romántica y dinámica de la “situación Robinson Crusoe”. La mayor hazaña del film es que, con dos o tres personajes en escena, no aburre nunca y, con referencias al cuento de hadas, nos obliga a cuestionar a sus criaturas.
La dupla que integran Jennifer Lawrence y Chris Pratt –dos de las estrellas más taquilleras del momento– no logra insuflarle vida a esta rutinaria película de ciencia ficción de ingeniosa y prometedora premisa pero de desarrollo mecánico y poca inspiración visual. Casi una institución en Hollywood es el anuncio anual de los llamados guiones de la “Lista Negra” (Black List). No se trata de guiones prohibidos ni censurados, sino que son aquellos que han circulado por varios estudios, han sido leídos y admirados, pero nunca han sido producidos. El guión de PASAJEROS integraba esta lista desde 2007 hasta que finalmente, tras varios intentos que se frustraron por problemas presupuestarios (uno tenía como protagonistas a Keanu Reeves y Emily Bunt, pero sus 120 millones de dólares de costo lo tornaron irrealizable) apareció el dinero gracias a una dupla que, hoy por hoy, parece comercialmente imbatible: Jennifer Lawrence y Chris Pratt. Pero ni el famoso guión ni los protagonistas de LOS JUEGOS DEL HAMBRE y GUARDIANES DE LA GALAXIA lograron estar a la altura de lo que se esperaba. ¿Qué pasó en el medio? Difícil saberlo, pero como primera posibilidad diría que la elección del director fue equivocada. El realizador de origen noruego Morten Tyldum saltó a la fama internacional con EL CODIGO ENIGMA, un par de años atrás, un prolijo combo entre drama y thriller que tuvo un excesiva repercusión en los premios Oscar, con ocho nominaciones. No vi las películas previas de Tyldum como para entender a quién se le ocurrió que era un nombre potable para un proyecto tan complicado de sacar adelante, pero es claro viendo la película que el hombre raramente encuentra el tono, el estilo y, sobre todo, la densidad emocional y dramática de la historia. Es cierto que no es una película sencilla. Un poco como MOON, de Duncan Jones, es una película con poquísimos personajes que transcurre mayormente en una nave espacial. No hay demasiados elementos con los que jugar más alla de una muy buena trama, grandes actuaciones y, especialmente, una sólida puesta en escena. Y PASAJEROS no logra brillar en ninguno de esos rubros. En el mejor de los casos, apenas cumple. Es una película prolija y rutinaria, un tanto fría y desangelada, que ni siquiera los carismáticos protagonistas consiguen insuflar de vida. Comparativamente, una película como GRAVEDAD parece un apabullante combo de acción y emociones. Y mejor ni compararla en cuanto a espectacularidad audiovisual. La trama tiene un punto de partida ingenioso: una nave está viajando desde la Tierra al planeta Homestead II con 5.000 pasajeros que se irán a vivir allí en estado de hibernación por 120 años. Si bien la película no entra en detalles, sabemos que estamos en un futuro relativamente lejano y que la Tierra está superpoblada, casi inhabitable y dominada por corporaciones. Una de ellas, con planeta propio (la citada Homestead) ofrece este pack a sus viajeros. Pero un meteorito mucho más grande que los habituales choca contra el escudo protector de la nave provocando que una de las cápsulas de hibernación se rompa y su ocupante, Jim Preston, se despierte. Hay un problema: la cápsula se rompe a los 30 años de viaje y al muchacho le quedan 90 añitos para estar allí solo, sin salida y con la seguridad anatómico-bíblica de que no llegará vivo a destino. La película dedicará su primera y mejor parte a mostrar, al estilo Tom Hanks en NAUFRAGO, los intentos fallidos de Jim –que es mecánico– para resolver el asunto con herramientas, despertar a los tripulantes, lo que sea. Sin poder hacer nada, lo que le queda es disfrutar los lujos y entretenimientos que le ofrece la nave (que, en otro toque “político” no del todo desarrollado, no son para él ya que sacó el pasaje más económico) y emborracharse en el bar que maneja Arthur (Michael Sheen), un barman-robot que por inexplicados motivos está “en funcionamiento” todo el viaje. Pero pasa el tiempo y Jim empieza a deprimirse cada vez más. Hasta que ve a otra ocupante hibernando (Jennifer Lawrence) y, luego de dudarlo mucho, toma una previsible pero moralmente impresentable decisión: despertarla. De ahí en adelante la película seguirá mostrando la relación entre ambos, los problemas que empiezan a acechar a la nave y dejará pendiente el suspenso de qué pasará cuando Aurora se entere de lo sucedido. Pero pese al carisma de los protagonistas, la película no alcanza nunca a crecer dramáticamente. Los intentos de darle una pátina cómica a ciertos momentos también caen en saco roto, como chistes rebotando el eco silencioso de la nave, prístina y elegante, pero diseñada con la frialdad de una cadena hotelera escandinava. Es un diseño que tiene sentido en términos, si se quiere, futuristas, pero que no ayuda a la comodidad ni de los dos pasajeros ni la de los espectadores, dandonos la sensación que estamos viendo una suerte de pequeña obra de teatro entre dos personas en medio de un enorme estadio. Por supuesto que habrá un tercer acto donde más problemas aparecerán (del tipo técnico en la nave) y allí Tyldum se perderá aún más, sin encontrar jamás una forma plausible desde lo visual y lo narrativo de traducir bien lo que sucede, más allá de algunas imágenes potentes ligadas a la falta de gravedad o a las esporádicas salidas al espacio exterior. Es que todo se ve además demasiado limpio, demasiado pulcro, demasiado “estudio”, como si la mitología de la película OPERACION AVALANCHA (una que da a entender que la llegada del hombre a la Luna fue una puesta en escena para la televisión) fuera cierta. Y ni hablar de la forma en la que resuelve la cuestionable decisión moral de su protagonista. Es como si al final la producción hubiera decidido terminar la película en un punto X porque se les acabó el dinero y dijeron: “Basta, hasta acá llegamos”. Una película menor del género “perdidos en el espacio” (THE MARTIAN/MISION RESCATE, de Ridley Scott, es un espejo en el que debería mirarse), PASAJEROS es una oportunidad perdida teniendo en cuenta la fama del guión original –aparentemente muy cambiado en el producto final– y del carisma de los protagonistas. No es, como algunos críticos norteamericanos han escrito, una película impresentable o sin valor alguno, pero es evidentemente un filme fallido, menor, mucho más mecánico y rutinario de lo que podría haber sido en manos de un director con más nervio y conocimiento del género.
Perdidos y románticos en el espacio exterior "Pasajeros" atrapa con la premisa apocalíptica de dos personas, Jennifer Lawrence y Chris Pratt, que quedan varados en el medio del espacio por un error. Sin embargo, el guión es por momentos tirado de los pelos y opaco en otros. Las películas post apocalípticas, con temática de catástrofe, y de anónimos que se transforman en protagonistas de un relato sólo por supresión de otros, son del agrado general porque antes y quizás después de ver este tipo de largometrajes, por esa eventualidad de poner a una persona ordinaria en una situación única, todos imaginan qué harían en el lugar de aquel que quedó varado en medio de la nada, el que no tiene a nadie alrededor, el que está cargo de todo sin querer. Porque aunque muchos quieran tener una vida apacible, sin problemas, ¿quién no fantasea con ponerse a prueba de ese modo? Con esa premisa nos atrapa "Pasajeros", que transcurre en una nave que viaja desde la tierra a una colonia en otro planeta con 5.000 pasajeros y 200 tripulantes, todos en cápsulsas de hibernación dado que el vuelo a través del espacio durará 120 años. Por una falla del sistema -algo que nunca había ocurrido para la empresa de viaje según tratan de explicar en varias ocasiones- Jim Preston (Chris Pratt) y Aurora Lane (Jennifer Lawrence) despiertan 90 años antes de lo previsto, y sin posibilidad de volver a su estado de conservación. Durante un tiempo intentarán saber por qué les tocó a ellos, mientras pasan por buenos y malos momentos, odiando su soledad y abrazándola de a ratos, y en esa vida de "Adán y Eva" espaciales, comenzarán una relación a pesar de venir de mundos diferentes. El ocaso Con un inicio prometedor, el filme entra de a poco en un agujero negro del que nunca puede salir: afeitadora en mano, al espejo, en un momento de locura, Jim dice "voy a afeitarme". Y se afeita. En ese nivel está enquistado el guión, casi tirado de los pelos por momentos, y completamente opaco en otros. Se suceden escenas completamente innecesarias para el desenvolvimiento de la trama y el idilio gana tanto lugar que lo fantástico y lo introspectivo que tenía la propuesta -y podía llegar a ser lo más interesante-, deviene en una comedia romántica espacial, en la que ni los actores salen airosos, y ni por asomo será considerada una buena performance dentro de sus carreras.
Perdidos en el espacio Dos estrellas en ascenso, un director que venía de tener el reconocimiento de la Academia con El código enigma y una trama original que mezcla ciencia-ficción con romance y suspenso. Todo estaba servido para que Pasajeros se convierta en un éxito tanto comercial como artístico, pero algo falló en el camino, como los meteoritos que golpean a esa gigantesca nave espacial que lleva cientos de almas hacia un nuevo planeta, provocando que el armatoste se vuelva errático e indescifrable. La premisa de Pasajeros es la de dos tripulantes del crucero espacial Avalon, que en medio de un viaje de cien años a una colonia distante de la galaxia, se despiertan de sus capsulas criogénicas antes de tiempo (noventa años antes para ser exactos) y deben sobrevivir solos a bordo de la nave y enamorarse en el camino. Pero no es esa la verdadera historia, ya que lo que ocultan los trailers y el material promocional del film es que quien despierta primero es Jim Preston, interpretado por Chris Pratt, y que tras pasar casi un año en soledad y al borde de la locura y el suicidio, decide despertar a una pasajera para que le haga compañía durante su solitaria estadía. Esa pasajera es Aurora (obvia referencia a La bella durmiente) interpretada por Jennifer Lawrence. Jim le oculta este dato a Aurora haciéndole creer que ella también despertó por una falla del sistema, y así nace una relación particular basada en una mentira y en un hecho éticamente discutible por parte de Jim. Es un tema interesante (¿qué haría uno si estuviera en el mismo lugar del protagonista?) al que la película no le escapa durante su primera mitad, ya que mientras vemos el fluir de la relación entre ambos mientras aprovechan los vastos recursos de la nave, con robots multiuso y salones de juegos virtuales para mantenerse entretenidos, uno siente también la incomodidad de la elección tomada por Jim y no queda otra que esperar la reacción de Aurora cuando se entere de la verdad. Lamentablemente, en su última parte la película se olvida de la cuestión para convertirse en un clásico relato de supervivencia espacial, con la pareja (a la que se les suma un Lawrence Fishburne algo perdido dentro de la trama) dejando de lado sus diferencias para arreglar el crucero en medio de desperfectos, incendios y caminatas espaciales heroicas. No molestarían esos momentos culminantes de no ser por dos motivos. El primero es que Gravedad y Misión rescate ya lo hicieron con mucha más efectividad. Y segundo: porque parece querer borrar esa premisa interesante de la primera mitad, transformando a Pasajeros en un film menos arriesgado, más cercano al romance fácil y mediocre de una adaptación de novela de Nicholas Sparks que a la verdadera historia de decisiones difíciles y dudosa moralidad que debería haber sido.
Tras su nominada al Oscar El Código Enigma (The Imitation Game, 2014), y la exitosa Headhunters que lo llevó a Hollywood años atrás, el noruego Morten Tyldum parecía haberse posicionado como una sólida nueva promesa de la megaindustria del cine. Había ya dominado el thriller, el drama y el formato biopic. Sin embargo, su siguiente paso, la ciencia ficción, parece ser su prematuro primer limitante. Pasajeros es uno de esos vehículos espaciales que busca contar algo más que un simple show de efectos especiales, y por un momento, así sea en un inicio cuando plantea su dilema moral (de una sola respuesta correcta, no obstante), casi que lo logra. La trama dispara una idea conocida pero eficaz para la ciencia ficción: el mundo tal como lo conocemos no da para más, y el humano comienza a explorar otras galaxias. Pero nada es tan simple a la hora de hacer la mudanza: como la distancia es tan larga como el equivalente a tener que combinar más de un millón de micros de larga distancia, la única opción viable es la criogenización (esa maravillosa solución sci-fi a todo dilema, no siempre muy plausible). Eso implica que, para llegar a destino, los pasajeros de esta suerte de Arca de Noe 2.0 deben "esperar" congelados varios siglos. Jim Preston (Chris Pratt) es uno de esos pasajeros, que un mal día despierta con la desdicha de que aún faltan 99 años para llegar a buen puerto. Descubre con horror que, así como el Titanic no podía hundirse, la cámara de criogenización que no podía fallar....falla. Solo, desesperado y con la única compañía de un barman androide que no parece ser el mejor consejero, se plantea una interrogante peligrosa: ¿qué pasa si despierta a alguien más para combatir la soledad? Aquí aparece el dilema moral - y con ello Jennifer Lawrence-, y aunque éste se explora desde un costado en un principio adecuado, termina cediendo ante la presión del happy ending y la justificación que parece decir "sí, está mal, ¡pero mirá lo que es esa rubia!". Se incorpora tardíamente al elenco Laurence Fishburne, con el único objetivo de hacer que la trama gire hacia el punto que el guionista necesitaba para contar su final explosivo. Pasajeros es un film pasatista, ciertamente entretenido, pero que aborda una temática pesada de una manera light, y no termina nunca de justificar. El condimento romántico sabe así muy amargo, ya que se nos dice que tenemos que empatizar con el protagonista, aún si sus acciones fueron detestables.
Vídeo Review
Primero que nada es justo decir que este es un tanque-romántico-espacial hollywoodense, y que no pretende venderse como otra cosa. El que haya visto el trailer ya sabe a priori lo que va a ver: bellos jóvenes (Jennifer Lawrence y Chris Pratt, hoy dos de los actores más cotizados del mundo) perdidos en el espacio, solos a bordo de una nave autónoma y gigante. Una película, entonces, orientada a un público específico: adolescentes y veinteañeros, preferiblemente parejas. La premisa es simple: el protagonista se despierta, luego de 30 años de criogenización, a bordo de la gigantesca nave Avalon. Pero enseguida comprende que algo salió mal: es el único, de los más de 5 mil pasajeros, que ha despertado de su letargo. De hecho, su vigilia se adelantó: faltan aún 90 años para que la nave llegue a su destino, el planeta Homestead II, y para que el resto de los pasajeros despierte. Volver a criogenizarse le es imposible, por lo que ha quedado varado en una nave inmensa, completamente solo con la excepción de un androide barman (Michael Sheen) y otros varios robots de servicio. Lo más interesante del asunto es que, inmerso en la tristeza y la soledad más extremas, una idea se le aparece como un parásito envenenado: abrir la cápsula de criogenización de alguien más, con la intención de obtener una compañera para su eterno viaje. Luego de luchar un tiempo contra esa tentación, finalmente sucumbe a ella, y de entre los miles de humanos congelados elige justamente a una escritora joven y bella –si lo hacemos, lo hacemos bien, habrá pensado–, aun a sabiendas de que, con esa única acción, pasa a condenarla a un confinamiento eterno. Esto es lo más interesante de la película, pero también lo más nefasto. Todo el romance posterior está basado en una gran mentira: no fue un accidente que ella haya despertado, sino el resultado del egoísmo del protagonista, un hombre desesperado que acabó arrastrándola a su misma isla desierta. Lo llamativo del asunto es que el discurso que se construye a partir de ese hecho no se encuentra muy lejos del tan criticado machismo propio de las series turcas de moda, aquellas en las que una mujer es secuestrada o violada pero acaba enamorándose de su victimario, aceptando el destino impuesto por el sistema patriarcal. De la misma manera, aquí la chica, aun luego de enterada de la terrorífica verdad, acabará enamorándose de quien a sabiendas decidió arruinarle la vida. Por fuera del inesperado paquete ideológico existe una razón cinéfila para querer ver esta película: se trata de la última obra del notable director noruego Morten Tyldum, autor de las brillantes Headhunters y El código enigma, uno de los últimos autores reclutados por Hollywood. De hecho, esta es la típica película estadounidense dirigida por un extranjero: un creador de imágenes y mundos es puesto al servicio de un guión estándar y más o menos funcional. La atmósfera se logra notablemente y los pasillos fríos, la pulcritud imperante y el gélido silencio imponen eficientemente una sensación de aislamiento. Pero también se hacen sentir ciertos problemas de ritmo, y el aburrimiento de los protagonistas se contagia. En un giro tardío del guión, un tercer personaje aparece en la nave, rematándose la película con un vuelco hacia el cine catástrofe y de acción. Pero es demasiado tarde: Pasajeros ya había arrastrado a su audiencia hacia las insondables profundidades del bodrio.
Al que en el espacio madruga, ni Dios lo ayuda. El director noruego Morten Tyldum (El Código Enigma, 2014) estuvo por hacer una de las grandes películas espaciales que siempre se destacan cada tanto. Pero resulta que ahora está en Hollywood, y ahí no te dejan tan fácilmente hacer tu obra maestra. En Pasajeros la empresa Homestead vende viajes a planetas lejanos y más agradables que la tierra, ya saturada en el futuro. El problema es que este viaje, en la nave Ávalon, dura unos 120 años, por lo que sus 5000 pasajeros deben permanecer en una cápsula de hibernación. Se trata de esas cabinitas que te duermen y hacen que no envejezcas, de las cuales, gracias al cine, jamás dudaremos que existan y que puedan funcionar realmente. Sucede que Chris Pratt y Jennifer Lawrence se despiertan antes de tiempo, por lo que deben saber cómo llegar al nuevo planeta en los 90 años que les resta y además averiguar la verdad de su inesperado espabile. Entonces todo parece ir muy bien, la nave Ávalon es un atractivo lugar para la acción y a la vez un personaje estupendo. Los momentos cómicos de Chris Pratt, mientras se deprime, se emborracha y hace de todo para matar el tiempo, dejan en ridículo al aburrido Matt Damon de Misión Rescate. Jennifer Lawrence siempre hipnotiza con su presencia, y así también hipnotizará al personaje de Chris Pratt. Pero además su trabajo es muy bueno, ya que no se trata de una película liviana, sino que, como toda buena ciencia ficción, trae consigo grandes misterios y cuestionamientos complejos sobre la vida, el destino y el tiempo. Por eso existirán momentos de gran tristeza, decisiones horribles y secretos dolorosos. Un personaje también muy importante es el mozo androide del bar de la nave. Su condición de eterno y su relación con el solitario Chris Pratt hacen recordar a El Resplandor de Kubrick. Eso enrarece más el tono de la película, a su favor. Pero este personaje va a ir desapareciendo hacia el final y no se lo necesitará para narrar la historia, como si se desperdiciara. ¡Y, sorpresa! En las últimas escenas Pasajeros se convierte en la más melosa, tonta y sobreacaramelada historia de amor. Los personajes se desdicen automáticamente de sus pensamientos como ensartados azarosamente por Cupido. A Jennifer Lawrence le empieza a costar estar a la altura de los caprichos del guionista. Ese interesante misterio, ese clima enrarecido, se transforma en superacción y romance barato. Además, Pasajeros se hace decididamente machista. Estos personajes complicados y trastornados se merecían un final más misteriosos y perturbador. En la industria es más importante que los espectadores no terminemos con una sensación extraña en el final para alimentar el boca a boca, que jugarse por la posibilidad de hacer una obra de arte cinematográfica con un final sorprendente, escabroso y memorable.
La segunda película del director noruego Morten Tyldum en Hollywood, cae en algún lugar del espectro de la ciencia ficción entre películas “profundas” estilo La Llegada y las pochocleras a las que la industria nos tiene acostumbrados, Pasajeros entretiene pese a sufrir un guión que -al contrario de las estrellas protagonistas- carece de personalidad. Al no ser ni una secuela ni un remake, tiene algo a favor: puede dar rienda suelta a la originalidad. Claro que no lo hace, y lo que parecía un interesante idea de “Adán y Eva en el espacio” termina siendo otra película de ciencia ficción con un clímax donde la acción opaca cualquier rasgo de humanidad construido por la narración. El personaje de Chris Pratt es despertado unos 90 años antes de su llegada programada a su nuevo planeta por una falla tecnológica. La soledad hace que luego de un año, despierte a una (Jennifer Lawrence, la más linda e interesante, claro) de las 5000 almas que viajan con él, a sabiendas que la está condenando a muerte. Este hecho despreciable está bien escondido de los trailers y todo material promocional de la película, se entiende claramente por qué. Se enamoran o algo así, hasta que ella se entera que fue despertada y se enoja muchísimo. Entonces la película que venía en caída, se derrumba. Otro miembro de la tripulación (Laurence Fishburne) despierta convenientemente a tiempo para diagnosticar la inminente destrucción de la nave. “¿Qué estamos buscando?”, se preguntan. “Algo roto. Algo grande “, les informa. Así de estúpido se vuelve el guión. La innegable química en pantalla compartida por Pratt y Lawrence no alcanza para salvar la historia. El componente clave que separa una buena película de ciencia ficción y una menor disfrazada de pretensiones es el uso de la narrativa para explorar la condición humana. Pasajeros apenas sobrevuela la idea de inmiscuirse en las motivaciones de los protagonistas y el resultado es el mismo de siempre en este tipo de producciones de estudio. Rápidamente el mecánico Pratt se convertirá en un superhéroe impermeable al fuego y al dolor y en un genio que puede arreglar problemas en un minuto. Mientras que la periodista cerebral Lawrence se transforma primero en una reina de grito, y luego en una damisela que lo perdona y salva, porque una película con semejante inclinación por complacer a su audiencia no podía tener otro final que no sea uno bien feliz.
Se estrena Pasajeros, de Morten Tyldum. Jennifer Lawrence y Chris Pratt se reúnen por primera vez en esta comedia romántica de ciencia ficción. Una apuesta ambiciosa con resultados mediocres. Después del éxito comercial de Misión rescate, de Ridley Scott, la fórmula aventuras y comedia en el espacio parece que vino para quedarse. Acaso lo más trascendental de este subgénero dentro de la ciencia ficción, que era bastante frecuente en los años ´60, sea el hecho de que no propone introducir contacto con seres extraterrestres, sino más bien hacer un retrato futurista no demasiado fantasioso. A eso hay que agregarle a una pareja carismática y atractiva, un poco de acción y romance, buenos efectos especiales, y la película está hecha. Pero no, las películas no son fórmulas ni recetas. Y a veces, en Hollywood se olvidan de eso. Pasajeros es el segundo trabajo angloparlante del noruego Morten Tyldum tras la sobrevalorada El código enigma con Benedict Cumberbatch. Pero, previamente, Tyldum venía de dirigir Cacería implacable, un excelente thriller no excedente de humor negro. Pasajeros olvida la solemnidad del film nominado al Oscar hace dos años atrás, y regresa al sano relato liviano y humorístico que caracterizó las obras del director en su tierra natal. Y si bien Tyldum consigue que el film tenga bellas imágenes -dignas para disfrutarse en una sala IMAX- la pareja protagónica, compuesta por Pratt y Lawrence, concreta la química esperada y el tono seudohumorístico, pero sin llegar a la parodia, es el correcto; el gran problema de Pasajeros pasa por lo pobre que es el desarrollo del guión. Por algo, los trabajos previos del escritor Jon Spahits –Prometeo, Doctor Strange– tuvieron que pasar por reescrituras de otros guionistas. En un futuro no muy lejano, una empresa multinacional resuelve el problema de superpoblación colonizando otros planetas que tiene un ecosistema similar a la Tierra. El problema de estas nuevas tierras conquistadas es que quedan a varios años de distancia, más propiamente, 120 años terrestres. Aquellos que deseen viajar son congelados y volarán un poco más de un siglo sin envejecer. Pero algo sale mal y el pobre Jim –Chris Pratt, desbordando su habitual carisma heroica-, un mecánico de clase trabajadora, se despierta 90 años antes del resto de la tripulación. Está prácticamente solo en una nave-crucero y no consigue regresar a su estado criogenizado. Su única compañía es Arthur –excelente Michael Sheen- un androide barman que se porta como confidente, aunque se parece un poco al fantasma que le ordenaba a Jack Torrance en El resplandor –de Kubrick- matar a su familia. Tras un año de soledad, Jim decide descongelar a Aurora, una joven, bella y muy intelectual periodista, que pretende ser la primera persona en viajar a una de las colonias y regresar a la Tierra para narrar su experiencia. Jim le miente a Aurora y le hace creer que se despertó accidentalmente. Siendo ambos, los únicos seres de la nave, pronto se enamorarán ignorando que el gigantesco crucero tiene serios desperfectos técnicos. Aún cuando en la primera hora del film sea poca la acción que se va desarrollando, porque el director prefiere desarrollar los personajes, su relación paulatina y darle suficiente protagonismo a la nave, lo más ingenioso de Pasajeros pasa por olvidar que se trata de una obra de ciencia ficción. Los protagonistas son como náufragos dentro de un gran barco. Ambos deben resolver los problemas técnicos mientras se van enamorando. Hasta aquí todo bien. Tyldum pretende filmar como el Kubrick de 2001, odisea del espacio –la cita a El resplandor, por lo tanto no es tan gratuita- pero narra como Garry Marshall. Sin embargo, en la segunda hora del film, se van sucediendo una serie de conflictos no solamente previsibles, sino que bastantes torpes narrativamente. El despliegue visual supera el mac guffin de la historia, y por ende tanto las motivaciones de los personajes como el desenlace de los acontecimientos son demasiado banales a comparación de la construcción previa. Hay que sumarle a esto un par de vueltas de tuerca inverosímiles –para la diégesis- y una innecesaria moralina ecológica. Queda afuera la sorpresa, la crítica corporativa y cierta profundidad filosófica relacionada con la soledad y el paso del tiempo, que guionista y director prefirieron evitar. Lo que no se evitan son los lugares comunes y varios estereotipos. Al final, parece una versión “real” de Wall E, pero sin la sutileza, encanto e imaginación del film de Pixar. De esta manera, Pasajeros, no es más que un entretenimiento fugaz. Ambiciosa desde su producción pero poco pretenciosa desde su narración. Un mayor equilibrio podría haber generado una mejor película, menos superflua, y con más cerebro.
Un viaje sin destino. Una nave espacial realiza un viaje de ciento veinte años rumbo a un planeta donde la humanidad buscará una nueva oportunidad. Cinco mil pasajeros viajan en esa nave, todos ellos criogenados, para ser despertados poco antes del final del viaje que han emprendido. Pero algo falla y uno de ellos despierta por un error en su cámara de sueño. Se trata de un joven mecánico que no sabe lo que pasa hasta que descubre la terrible realidad. Es la única persona despierta en la nave y aun faltan noventa años para arribar a destino. Solo puede hablar con el robot barman de la nave, cuyo parecido con el barman de El resplandor es más que obvio. La película anuncia así que el joven mecánico Jim Preston (Chris Pratt) está al borde de la locura. Aunque la nave le suministra lo necesario para vivir, Preston sabe que vivirá el resto de su vida solo y morirá en esa nave. Entonces, con el paso del tiempo, comienza a dar vueltas en su cabeza una idea siniestra: Despertar a alguien más. Quien no quiera saber nada más de la trama, puede dejar de leer acá. Lo que sigue adelanta puntos clave del guión. Preston observa a una mujer, la escritora Aurora Lane (Jennifer Lawrence) y mientras la contempla y la estudia comienza a desear despertarla. Lo hace, pero le oculta la verdad. Ambos comienzan a buscar la manera de solucionar el problema, pero todo parece imposible. Se enamoran, comienzan una relación, pero tarde o temprano ella descubre la verdad. Él ha tomado la decisión consciente de condenarla a ella a morir en la nave. Es imposible para el guión de una película mainstream lidiar con eso. Esa demasiado violento, poco noble y miserable como para que nuestro héroe sea tal. Es obvio que su destino debe ser uno: morir sacrificándose. Es ahí que la película, cuyo primer tercio es un excelente exponente de ciencia ficción, comienza a quedar encerrada en su propio laberinto. O se desencadena la tragedia o se cae en vueltas forzadas de guión. La película elije lo último y se contradice todas las veces que puede, generando confusión en el espectador, haciéndonos creer que no importa cual final queríamos ver, todos los finales se dan en algún momento de la trama. Todo lo bueno que prometió la película no lo cumple, con lo cual sus fallas no están al final, sino desde el comienzo, cuando era claro que el viaje no tenía destino.
Una muy buena producción y una idea muy original que nunca deja de entretener, aunque a algunos puede llegar a molestarles tanto amor y/o cursilería. Los amantes de la ciencia ficción en su puro estado pueden sentirse un tanto desilusionados, ya que...
Dilemas morales en el vacío “Pasajeros” retoma varios tópicos de la ciencia ficción en sus diversos subgéneros y registros: hay un náufrago espacial (Matt Damon le puso la piel al personaje creado por Andy Weir en “Misión rescate”, de la mano de Ridley Scott); el encierro espacial (“nadie te oirá gritar en el espacio”, decía el slogan de “Alien, el octavo pasajero”, de... Ridley Scott); las naves frágiles, rotativas y toroidales de las viejas portadas de las antologías, recuperadas en varias cintas de los últimos tiempos; el tema del último sobreviviente que anda croto y se sirve de lo de los demás (a lo “Soy leyenda”); la omnipresencia de una empresa privada, con sus avisos asépticos y sus hologramas con cara de azafata (como en el ciclo noventoso de Paul Verhoeven: “Robocop”, “El vengador del futuro” y “Starship Troopers”); pantallas aéreas y tablets traslúcidas (muy vistas, alguno dirá: “El juego de Ender”); hasta alguna caminata espacial aventurera y arriesgada (con “Gravedad” de Alfonso Cuarón como cima, y “Misión rescate” de nuevo, ya que estamos). Y un viejo tema de la literatura de anticipación: los viajes en animación suspendida, con sus pasajeros al margen del tiempo (fuera de este tema, “Interestelar”, de Christopher Nolan, trabajó la angustia del partir para nunca volver a ver a los propios). La combinación que hace el guión de Jon Spaihts (la mejor parte de su trabajo) es uno de los puntos álgidos de la cinta. La otra potencia del filme es el exquisito edificio visual que Morten Tyldum (“El código Enigma”) construyó, apoyándose en la fotografía de Rodrigo Prieto (más conocido por trabajos “al aire libre”, como “Babel” o “21 gramos”) y el diseño de producción a cargo de Guy Hendrix Dyas, responsable de crear la nave Avalon, el mundo autocontenido donde se desarrollará la historia. Tanto desde el adentro, en sus segmentos de servicio y residenciales (¡esa piscina!), como su elegante vista exterior: tres grandes arcos inclinados que al girar parecen una espiral de ADN triple, con un delgado eje central. Tyldum se permite jugar con tomas que unen interior y exterior, para que nunca el espectador pierda su contacto con esa realidad perdida en el espacio. Después viene la historia, que arranca lineal y tendrá su clímax de aventura y romance. Pero antes deberá atravesar por una crisis moral, que no está mal que esté en la historia pero que dará para el debate sobre qué hace el propio relato con eso. El mayor pecado El dilema es de proporciones bíblicas porque para el judeocristianismo, como para todas las grandes religiones, no hay mayor pecado (y fundante) que el arrogarse el hombre las prerrogativas de la divinidad. “Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él. (...) Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar. Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre” (Génesis, 2:18-23). Entonces pensémoslo así: ¿Qué pasaría si Adán se hubiese tomado el atrevimiento de hacerse su propia Eva, ante la expectativa de la soledad? El lector se enojará aquí con nosotros porque nos veremos en la obligación de contar cosas que cree que no debe saber, pero el problema está en el primer ratito de la cinta: lo sabemos todos, menos quien debe saberlo... al principio al menos. Vamos a la historia: la Avalon es una nave silenciosa, en piloto automático, con 238 tripulantes y 5.000 pasajeros, en un viaje de 120 años en hibernación hasta la colonia Homestead II (Homestead es la compañía que fleta los viajes y el emprendimiento colonizador). La colisión con una nube de meteoritos produce algunos fallos, entre ellos el despertar anticipado del mecánico Jim Preston, que descubre que sólo pasaron 30 años, o sea que faltan unos 90 y monedas para llegar a destino. Jim atraviesa más o menos en orden las etapas del duelo de Elisabeth Kübler-Ross (negación, ira, negociación, depresión y aceptación) mientras trata de volver a dormirse. Resignado, ya medio rayado, sólo acompañado por las máquinas destinadas a servir a los pasajeros cuando despierten (especialmente un barman humanoide), pensando en matarse, le sucede lo impensado: queda impactado por la belleza de una pasajera, Aurora Lane. Después de averiguar y obsesionarse más, hace lo abominable: la despierta, la condena a pasar el resto de su vida atada a él y morir sin tocar destino. Pero ella no lo sabe (todavía). Después vendrán una serie de giros argumentales en torno a un peligro en ciernes, que los pondrán al límite y quizás vengan a cuento de tratar de encontrar algún asidero ético, en términos de “destino” o “realización”, al menos en lo que respecta al personaje femenino. Porque es ella la que hace movimientos del espíritu, quizás bajo coerción, quizás improbables (hay debates sobre esto): él en el fondo es un egoísta, con algún tipo de desorden de la personalidad (sabe que está mal lo que hace mientras lo hace, pero lo hace igual). La evolución de Eva Sobre estos esquemas se mueve la dupla protagónica: tal vez por eso Jennifer Lawrence es la primera en ser anunciada (o porque está al alza en el Hollywood global). De movida, está tan bella como siempre, con sus armónicas curvas naturales repartidas en un metro 75 cubierto de pecas y lunares, con sus ojos almendrados y sus labios trémulos. Todos esto viene a cuento de que es una musa creíble para la obsesión de un solitario. Pero Lawrence es fundamentalmente una actriz de carácter, y en el margen que le deja puede jugar en diferentes registros: el desahucio, el romance, el dolor de la traición, los sentimientos sinceros. A su lado, Chris Pratt también es dueño de un atractivo físico a juego, pero no lo necesita: a fin de cuentas, él tomo la decisión y podría ser fulero, es el único hombre disponible en años luz a la redonda. Pero también luce algo más rígido: quizás porque Jim está inalterable en su psicosis, o porque es un hombre de acciones más que de sentimientos. Cierran el escueto elenco principal Michael Sheen como el bartender de fierro, Lawrence Fishburne como un tercero en discordia que dejaremos en misterio, Hacia el final habrá más giros, y seguramente varios de los que atraviesan esos momentos los escribirían distinto. Pero en el fondo el cuento funciona: como dijimos, Tyldum y su tropa supieron construir una casita en el vacío: más de los que muchos pueden soñar.
Hay grandes esfuerzos que se quedan por el camino; formidables ideas que, una vez puestas en marcha, no saben cómo definirse de manera satisfactoria en los minutos finales. Tomemos el ejemplo de Pasajeros: excelsos intérpretes, formidables sets, notables efectos especiales, una premisa que promete y una conclusión floja. El problema es que a mitad de camino el filme se queda sin nafta y - en vez de hundir el cuchillo a fondo en la desesperada decisión que ha tomado Chris Pratt para asegurar su supervivencia y su salud mental - decide salirse por la tangente, cayendo en una serie de clichés y deus ex machina que resultan cuestionables. No sólo son rutinarios sino que aniquilan el balance que los protagonistas precisaban. El resultado final es la tipica guarangada hollywoodense que va contra la lógica de las cosas y termina fastidiando las expectativas del espectador, convirtiendo a Pasajeros en un espectáculo olvidable. La premisa es formidable: si estuvieras solo en el espacio - fruto de un error de la computadora te han despertado de tu estado de hibernación 90 años antes de tiempo - y te vieras condenado a la soledad el resto de tu vida... ¿tomarías la cuestionable decisión de despertar a alguien mas para compartir tu condena?. A mi juicio todos los escenarios posibles surgidos de semejante decisión terminan mal: una pareja brinda estabilidad emocional, física y sexual pero - rayos - el ser humano es forzosamente un ser social, y la falta de interacción con otros individuos (ademas de tu pareja) debería culminar en la locura. Por otra parte, la mujer que has despertado no estará muy feliz de que lo has hecho, arruinándole los planes que ha trazado para su vida y condenándola a una existencia de ostracismo con un individuo con quien quizás no tenga química. Chris Pratt y Jennifer Lawrence son náufragos de lujo - viven a bordo de un Titanic espacial que amenaza con hundirse en cualquier momento -, pero no dejan de ser dos tipos varados en un lugar desierto. Los videojuegos, el deporte, la charla matinal con el barman robot (Michael Sheen), el ver todas las peliculas del universo y disfrutar de un gigantesco spa en medio del espacio no termina de conformar una vida sana y potable. El ser humano no puede vivir siempre de vacaciones ni tampoco puede vivir aislado; la sensación de soledad de una nave tan gigantesca como desierta debe abrumar y terminar por aniquilar todas las barreras mentales que te pongas. Es una gigantesca jaula de hámster en donde la rutina y la falta de libertad (para irte a donde quieras, para ver y sentir otro clima, otros paisajes, otras sensaciones) te terminan por vencer. Y mientras que ver a Chris Pratt lidiando con la soledad y, mas tarde, hackeando el sistema de hibernación para revivir a Jennifer Lawrence es muy interesante, por el otro lado te da la sensación que todo esto está siendo estirado demasiado. El director Morten Tyldum te entretiene con los sets, los efectos especiales y la catarata de guiños kubrickianos - desde las exclusas de salida al espacio que usan los astronautas (propias de 2001) hasta el bar de la nave (atendido por un robot, no un fantasma) que se ve idéntico al del hotel Outlook de El Resplandor - pero el punto es que el tema da, a lo sumo, para un capítulo de La Dimensión Desconocida, no para una hora y media de charla y gente haciendo footing por los pasillos de la nave. La soledad culmina en un romance, el romance se quiebra cuando la Lawrence descubre la verdad, y lo que sigue es el desesperado intento del libreto para agitar las cosas ya que no sabe muy bien cómo seguir. Si Pasajeros fuera una película independiente, debería culminar con una batalla campal entre Pratt y Lawrence, la muerte de Pratt, y Lawrence vagando por la eternidad demente y solitaria. Dado el humor negro que Rod Serling exhibía en su memorable serie, el chiste estaría en que Lawrence ocuparía el lugar de Pratt como el desesperado sobreviviente condenado a una vida de soledad en esa gigantesca cárcel espacial (y quizás despertando a otro pasajero para que la acompañe). Pero no. Hollywood no puede darse el lujo de seguir reglas lógicas ni de exponer a dos superestrellas como desquiciados dementes en un set que vale decenas de millones de dólares. (alerta spoilers) Entonces, lo que termina forzando es la rehabilitación de Pratt mediante un último acto de heroismo. Para ello llegamos con un Lawrence Fishburne caido del cielo que aclara las cosas, otorga los permisos que el dúo precisaba para acceder a partes vitales de la nave, y la necesidad de arreglar el centro de cómputos que ha sido bombardeado por meteoritos y que se encuentra a punto de desequilibrar la nave hasta el punto de hacerla estallar. Y, para que la Lawrence no se vea obligada a hacer un ménage a trois con Morpheus, el guión decide liquidarlo. Es todo tan forzado y antinatural que termina siendo chocante. Pratt no muere, la Lawrence lo perdona, no tenemos ni idea de si tuvieron hijos o si se mataron entre sí (¿y qué pasó cuando uno se murió y el otro le sobrevivió? ¿se pegó un tiro?), y sólo obtenemos un patetico voiceover de cinco minutos diciéndonos que fueron felices para siempre. Chim, púm, este estofado ha sido cocinado (fin spoilers). Pasajeros es pasable, pero premetía mucho mas. Hay momentos largos y estáticos que tienden a dormirte, pero en general el filme está bien. El gran pecado es, en todo caso, no animarse a explorar la premisa de fondo como para ver qué pasaba con la Lawrence y si terminaba perdonando a Pratt o volviéndose su enemiga. Es otro caso de cobardía artística - o falta de ideas -, la cual toma un concepto interesante y lo poda a mitad de camino para transformarlo en algo mas conocido, rutinario y anodino, lo cual termina opacando los logros y las intenciones de lo qe prometía ser un gran filme.
Arrancamos el 2017. Un nuevo año, una nueva oportunidad de ver semana a semana films más que esperados. Y la primera semana de este enero que va pasando tranquilo llega con “Pasajeros”, un film que tardó muchísimos años en concretarse y que lo hace finalmente de la mano de Jennifer Lawrence y Chris Pratt y con la dirección de Morten Tyldum (“El Código Enigma”). Como todo film que tardó años en llevarse a la pantalla las críticas no la acompañaron y desde acá doy mi visión del asunto: Todo lo que lean es una gran exageración. No estamos ante una película que venga a inventar algo nuevo, que deje valores muy importantes ni mucho menos que revitalice el género de la ciencia ficción, por lo que si tenés eso en claro al entrar a la sala no creo que la vayas a pasar mal ni mucho menos sentir que malgastaste la plata de la entrada. “Passengers” es un film de amor en el espacio, temática que ya hemos visto en reiteradas oportunidades, pero que en esta ocasión tiene la particularidad de transcurrir en una sola locación y que eso, durante las casi dos horas de película, no se convierta en algo negativo es un gran plus que ayuda cuando el metraje terminó. No se torna aburrida en ningún momento y si bien tiene detalles que se le pueden objetar, esto queda en segundo plano. Chris Pratt y Jennifer Lawrence tienen muy buena química entre ellos, no dan las actuaciones de sus vidas pero dan lo que tienen para dar y eso es mucho decir para una película de este género. Los efectos están perfectamente aplicados, no se abusa en ningún momento de los mismos como muchos blockbusters y son parte útil del entorno en el que necesitan ser aplicados. Con una duración justa y aunque sepamos apenas empieza cómo finalizará, no hay mucho más que decir sobre “Passengers”, una película a la que hay que darle una oportunidad si los prejuicios mundiales no te ganaron la pulseada. Hoy en día es difícil…¿no? Puntaje: 4/5
Otra víctima de ensañamiento cinéfilo "Passengers" es un film raro, que más allá de su dupla protagonista super atractiva y su temática de ciencia ficción no tuvo demasiada promoción en la previa de su estreno, al menos no en nuestro país. Luego las primeras reseñas de la crítica que fueron llegando desde USA no eran exactamente un halago y el interés por ver esta película decayó aún más. Le fue bastante flojo con la recaudación en su país de origen (aunque a nivel mundial no le fue tan mal) y quedó prácticamente como un tropiezo en la carrera de Jennifer Lawrence y Chris Pratt. En mi opinión le pegaron demasiado duro para lo que realmente ofrece el film. Primero que todo, la historia no es desastrosa como señalaron muchos críticos. ¿Es una historia liviana y pop? Sí, pero eso no la hace descerebrada. Creo que si bien toma una temática difícil y tensa como quedarse abandonado en el espacio, el objetivo del producto siempre fue ofrecer una aventura de tinte romántico y no un drama intenso de suspenso o filosófico. El espectador que vaya al cine esperando una atmósfera tipo "Gravedad" o "2001 Odisea del Espacio" no tiene en claro de qué va el film. "Passengers" tiene más bien un aura aventurero como "Misión a Marte" o "Vengador del Futuro" sumado al factor amoroso. Es un producto pochoclero. Si bien hay algunas cuestiones del guión que no tienen tanta relevancia o que se resuelven de manera un tanto inverosímil, es innegable el carisma de ambos protagonistas y su buena química en pantalla. Uno quiere ver todo el tiempo a donde va a llegar la relación que establecen, quiere saber si se salvarán los dos o no, si morirá alguno y el otro no, en fin, mantiene el interés durante casi todo el metraje. Aún así, la historia que plantean Jon Spaihts (guionista) y Morten Tyldum (director) es interesante, con fallas en su narración, pero no es algo infantil o chato como señalaron varios críticos. Por su lado la estética y efectos audiovisuales de la película son muy buenos, planteando un futuro tecnológico interesante. Hay momentos intensos de acción interestelar donde se luce muy bien el trabajo de producción y efectos. No llega a ser una película memorable, eso está claro, pero decir que es una película aburrida creo que es erróneo. Muchos espectadores van a disfrutar de ver a estos dos monstruos del crisma interactuar en el espacio y enfrentar las adversidades.
No sería ideal para el espectador revelar muchos detalles de “Pasajeros” (USA, 2016), el esperado filme protagonizado por Jennifer Lawrence y Chris Pratt, y que bajo la dirección de Morten Tyldum (“El código enigma”) propone una clásica historia de amor en medio de una distopía. Imagínense un mundo devastado, y mientras se extingue la Tierra, la posibilidad de emigrar hacia otras colonias en otros lugares lejanos de la galaxia se hace real, un grupo de humanos decide embarcarse en una larga travesía y ser “inanimados” durante el período para subsistir y llegar a destino. Pero qué pasaría si en ese trayecto eterno, de más de 90 años, algún desperfecto hiciera que alguno de los miembros de la tripulación despierte sin saber realmente qué es lo que está aconteciendo o al menos hacia dónde se dirige. Sin brindar más datos de eso va “Pasajeros”, de cómo dos seres deben coexistir en tiempo y espacio, sin antes haberse conocido o saber el uno del otro, y preparar un plan de acción para poder continuar con la idea original en la que se habían embarcado, pese a que la realidad les dice otra cosa. Aurora (Lawrence) y Jim (Pratt) se conocen, se aman, se pelean, se distancian, todo en medio del espacio, sin mediar otro humano y sólo con la compañía de un androide “barman” que les brinda la dosis necesaria de alcohol para que ahoguen sus penas. La mirada lúcida del guion acerca de las relaciones y la sociedad, como así también la relectura de clásicos del género y de otros géneros (no por nada la protagonista se llama “Aurora” como “La Bella Durmiente”) permiten que espectadores jóvenes, principalmente, se acerquen a esta historia que cumple con lo que promete. Cuando al film se le comienzan a hacer algunas preguntas, demasiadas, acerca del porqué de decisiones de los protagonistas o sobre cómo alguno de ellos tiene la capacidad para resolver rápidamente algunas cuestiones y no otras, es cuando “Pasajeros” comienza a hacer agua por todos lados. Pero si uno se enfrenta a la historia, sin mucho más, creyendo en ella, asumiendo el verosímil que propone sin otro objetivo, es cuando el relato se hace más vívido y potente, apoyado, principalmente, en el carisma de los protagonistas, ineludible, que refuerza todo. “Pasajeros” tiene en recientes referentes como “Gravedad” un punto de anclaje, pero también en sagas distópicas como “Los juegos del hambre” o films realizados para millenials como “Nerve”, en los que se disponen algunos parámetros de narración para el género. El presente consumista y derrochador, avasallante y atropellador del pasado, es desandado por estos dos seres en pena en medio de la nada, quienes deberán tomar drásticas decisiones para poder continuar juntos, o, separados, y llegar a buen puerto. Tyldum mantiene la tensión hasta el final y logra, gracias a la utilización de efectos especiales el plantear su relato con una potencia que trasciende la banalidad de algunas situaciones planteadas durante la narración. “Pasajeros” se pregunta por el hombre, sobre su futuro, sobre la vida en sociedad, sobre el amor, y, principalmente, sobre la supervivencia del más fuerte, que no siempre tiene que ser la esperada, ni mucho menos la que se creía
Después de dos cintas prometedoras ("The imitation game" y la anterior "Headhunters"), el noruego Morten Tyldum llega al espacio exterior con un presupuesto mayor a los que habitualmente maneja. Y no sólo eso, sino que además consiguió para el relato que presenta, a dos de los actores más taquilleros del momento : Jennifer Lawrence y Chris Pratt. Con estos elementos y un guión del siempre eficiente Jon Spaihts ("Prometheus" y "Doctor Strange"), "Passengers" ofrecía a priori todos los elementos para posicionarse dentro de la primera línea del género sci fi de estos tiempos, codo a codo con "The Martian" y "Gravity". Pero no. Y es bueno decirlo porque la primera dificultad que uno aprecia cuando termina la proyección es no tener claro cuál es la premisa más importante, si la cuestión del viaje en una nave hacia un nuevo planeta (con todo lo que eso implica) o el romance que todos esperamos y vemos entre dos atractivos perfiles como Lawrence y Pratt. Todo comienza para Jim (Pratt) cuando despierta antes de su hibernación. El, junto a otros 5000 pasajeros, se dirigen en la Avalon, a un nuevo mundo (Homestead II), bastante lejos de la Tierra. Tanta es la distancia, que deben estar en suspensión para poder llegar a destino, siendo que el viaje toma nada menos que 120 años terrestres. Jim no sabe que sucede ni porqué, pero lo que nunca parece haber pasado antes, sucede: su cápsula se abre antes de tiempo y el despiera, digamos que bastante antes de tiempo. Al recorrer la nave, rápidamente se da cuenta de que es el único pasajero despierto. Nadie más junto a él. Excepto claro, un barman robot muy carismático llamado Arthur (Michael Sheen) quien será su única compañía durante un largo tiempo. El sistema falló y por ese hecho, el no podrá volver a dormirse para continuar el viaje, y deberá permanecer despierto por el resto de su vida. Restan más de 90 años para llegar a Homestead II... Pasado un tiempo, nuestro amigo será superado por la angustia de vivir y morir solo, en una gigantesca nave donde puede hacer pocas cosas (ya verán cuales y porqué), sin más contacto humano por su entera finitud. Accidentalmente dará con la posibilidad de conseguir alguien para que mitigue su soledad en ese sombrío escenario: Aurora (Lawrence), una chica que carga con el peso familiar de ser hija de un ganador del Pulitzer, de clase alta y con una visión particular del mundo. Una vez que estos dos pasajeros comiencen a conocerse, vendrá el tiempo de los problemas. Los románticos y los que definen el cierre de la película. Como ya supondrán, si la cápsula de Jim falló, algo viene mal en la nave y eso se agravará a lo largo del film, dando espacio para una breve pero contundente participación de Lawrence Fishbourne, como un oficial de la nave que aclarará algunas cuestiones. Mucha CGI, paisajes estelares, tecnología, y ambientes cerrados. Lo que intenta Tyldum es confinarnos con sus pasajeros a esa sensación. Y falla. Porque Pratt no es un actor sólido (flaquea bastante cuando necesita expresar sus emociones) y su falta de química con Lawrence es evidente: ella aparece y se vuelve el centro del mundo, no necesita demasiado para ser el centro de gravedad de "Pasajeros". Sin demasiada tensión, con una construcción bastante artificiosa y viejos trucos del oficio que la emparentan con una peli puramente sentimental (¿alguien duda de cuál será el destino de esta pareja?) la fuerza del escenario pierde y no logra ofrecer la sensación de inmersión necesaria para que el producto funcione. Estamos en el espacio y solos, y vamos a morir sin llegar a destino, eso, es un verdadero problema. Pero nunca llega a conmover como se esperaría. Hay algunos apuntes interesantes sobre los viajes en crucero, la posible vida en otros planetas y las diferencias sociales, pero nada es demasiado trascendente. "Pasajeros" queda a mitad de camino entre una peli melosa con tintes de drama romántico y un producto de ciencia ficción errática. Más allá de eso, siempre es interesante ver el despliegue escénico de Lawrence, quien como siempre, sostiene la cinta con su carisma e interpretación. Una especie de híbrido, que quizás habrá funcionado mejor con otro director. Entretiene, pero no descolla ni se codeará con las grandes del género actual, nombradas al principio de esta reseña.