El tamaño de los sueños La primera aventura de Alexander Payne en el terreno de la ciencia ficción en realidad no se aleja demasiado de sus inquietudes existenciales de siempre, ahora volcadas de manera magistral hacia la sátira social vía una premisa deudora de las exploraciones nihilistas de La Dimensión Desconocida (The Twilight Zone) en torno al apocalipsis, las posibilidades/ delirios que abre la tecnología y todo ese manojo de bajezas y fortalezas que caracterizan al ser humano desde el comienzo de los tiempos. Considerando que la comedia mainstream está atravesando una de las peores fases en su historia, con poquísimos exponentes anuales y para colmo de una calidad francamente lamentable (siempre con ese humor barato para oligofrénicos basado en las burlas e insultos gratuitos, sin ningún sustrato ideológico que apunte a un discurso sobre la sociedad y la cultura de fondo), no podemos dejar de celebrar que autores individuales como el norteamericano nos devuelvan la potencialidad sardónica del género y su capacidad de ayudarnos a reflexionar acerca del mundo en el que vivimos. La historia gira alrededor de Paul Safranek (Matt Damon), un hombre gris que junto a su esposa Audrey (Kristen Wiig) planean someterse a un novedoso procedimiento de miniaturización que descubrió un científico noruego años atrás -motivado por la sobrepoblación contemporánea, la escasez de recursos y la destrucción del planeta- y que una compañía estadounidense eventualmente metamorfosea en un servicio que invita a los individuos a licuar sus activos y transformarlos en un devenir lujoso como moradores de una miniciudad de corte utópico, en esencia gracias a la conversión del sistema monetario inflado de las personas normales a su homólogo diminuto, de apenas un par de centímetros, en el que el volumen de los productos para sustentar la vida es mucho más acotado. En la decisión de “saltar hacia el abismo” juegan un papel fundamental esa típica ambición norteamericana de progreso, la curiosidad que representa la innovación tecnológica y la frustración para con cómo ha resultado la vida familiar/ profesional hasta ese momento. El guión, de Jim Taylor y el propio Payne, tuerce rápidamente la acción a partir de que la pareja de Paul lo abandona y él termina ayudando a una disidente vietnamita de izquierda que vive en los suburbios de lo que prometía ser una panacea colectiva, una mujer que se la pasa rodeada de mexicanos que como ella subsisten en el olvido, la marginación y la miseria, siempre limpiando las mansiones de los ciudadanos empequeñecidos adinerados. El realizador construye una parábola muy inteligente de las desigualdades convalidadas por el sistema, el oportunismo capitalista y los desengaños freaks de una mundanidad que nunca cae en la caricatura o el menosprecio habitual de Hollywood: en vez de ahogarse en hipérboles o quedarse sólo en la contraposición entre los rasgos decepcionantes de ambos mundos, el de la estatura normal y el de la gente reducida, el film prefiere examinar los sueños malogrados del protagonista y ponderar una maravillosa verdad vinculada al hecho de que los problemas de los seres humanos siempre los acompañan, vayan donde vayan. La intervención de Christoph Waltz como el vecino arrogante de Paul, de Udo Kier como un compinche de éste último y de Hong Chau en el rol de la muchacha vietnamita suman vitalidad al trabajo de por sí preciso de Damon, un actor que aprovecha cada una de las punzantes, adorables y/ o conscientemente patéticas líneas de diálogo marca registrada de Payne. Con mucho de la ironía política de La Elección (Election, 1999), otro tanto del desasosiego existencial de Las Confesiones del Sr. Schmidt (About Schmidt, 2002) y una mínima dosis de la tristeza melancólica de Nebraska (2013), Pequeña Gran Vida (Downsizing, 2017) es una rareza total en el panorama actual del séptimo arte, uno que parece haber olvidado por completo el análisis social y el estudio de las injusticias internacionales que el director encara en este caso, por un lado apoyando la militancia en pos de asistir al prójimo y por el otro escapándole a ese cinismo facilista y light tan de nuestros días, en el que todos afirman indignarse por la crisis de los refugiados, el cambio climático o la obsesión empresarial con usufructuar con toda novedad tecnológica/ especulativa que aparezca bajo el horizonte del marketing global… aunque muy pocos hacen algo para cambiar las cosas desde la isla en la que viven, sea ésta del tamaño que sea.
Pequeña gran vida, de Alexander Payne Por Jorge Barnárdez Tomemos una fundación en cuyo origen se encuentra un pecado original -sirvió al régimen nazi con gas para los campos de exterminio-, que se lanza al estudio de los problemas de la sociedad y cómo arreglarlos. La fundación descubre que el mayor problema es exceso de población y que se arreglaría reduciendo a los seres humanos y si, lo que los economistas viven aconsejando en la vida real en Pequeña gran vida ocurre de manera literal. Tomemos nuestras vidas rutinarias, que apenas podemos solventar con nuestros salarios devaluados , atacados por la inflación y pensemos si todo fuera más chico. Eso es lo que ocurre en la nueva película de Alexander Pyne, que se encontró con que había elaborado un guión que necesitaba la financiación de una película sobre reducciones y que paradójicamente es una producción a gran escala. La primera media hora es fascinante, todo fluye y la película se ve con gusto y algo de extrañeza. En esos primeros minutos se ven los avances de la investigación científica y el crecimiento del proyecto, en paralelo con una vida sin demasiados alicientes de Paul Safranek, un muchacho de Omaha, que se ve seducido por la oportunidad y convence a su esposa de que deje reducir e iniciar juntos una nueva vida, aunque el detalle del que se enteran al iniciar el proceso de achicamiento es que su resultado es irreversible. La primera complicación para el pobre Safranek es que su esposa no lo acompaña, así que le toca afrontar ese mundo liliputiense en solitario. La película tiene muchas ideas buenas, grandes momentos y actuaciones de un alto nivel, pero toda la perfección técnica naufraga por un guión que cuando ya no puede sostener el chiste, pega algunos giros por momentos incomprensibles y hasta caprichosos. Un sentido del humor que no llega a ser cínico pero que no se ahorra sentido crítico ni cierta mirada irónica. Sobre el final hay como un brote milenarista algo hippie bastante inquietante. PEQUEÑA GRAN VIDA Downsizing. Estados Unidos, 2017. Dirección: Alexander Payne. Guión: Alexander Payne y Jim Taylor. Intérpretes: Matt Damon, Christoph Waltz, Hong Chau, Kristen Wiig, Udo Kier, Rolf Lassgård, Ingjerd Egeberg, Søren Pilmark, Jayne Houdyshell, Jason Sudeikis. Producción: Alexander Payne, Jim Taylor, Mark Johnson, Megan Ellison y Jim Burke. Distribuidora: UIP. Duración: 135 minutos.
Los temores de una sociedad imperfecta Después de su obra maestra, la cínica Nebraska (2013), el realizador norteamericano regresa con Pequeña Gran Vida (Downsizing, 2017), un film metafórico y alegórico sobre los problemas y las oportunidades generados por las contradicciones alrededor de los cambios técnicos y culturales. Tras el descubrimiento en Noruega de una tecnología que achica los seres vivos sin demasiados trastornos secundarios la humanidad comienza un camino acelerado hacía un cambio de paradigma sobre la escala de sustentabilidad. El achicamiento representa para algunos utilitaristas la posibilidad de cambiar su vida promedio por un pasar millonario mientras que para los utopistas es una oportunidad de salvar a la humanidad de la extinción, o tan solo de hacer negocios a costa de la buena voluntad de los demás para los pragmáticos hedonistas. Es así que miles de personas, entre ellos Paul Safranek (Matt Damon), un fisioterapeuta ocupacional, deciden achicarse para cambiar de vida. Al ser achicado el protagonista conocerá a un comerciante sin escrúpulos, Dusan Mirkovic (Christoph Waltz), a su socio, un capitán de un barco, Konrad (Udo Kier) y a una activista vietnamita achicada contra su voluntad, Ngoc Lan Tran (Hing Clau), que trabaja de maestranza en la ciudad de los seres pequeños y vive en los suburbios, en un monobloc para los pequeños pobres que mantienen el sistema capitalista funcionando a cambio de un pago de subsistencia en su mínima expresión. Con ellos emprenderá un viaje de autodescubrimiento que lo llevará hasta los fiordos noruegos y le enseñará que el mundo está lleno de sorpresas y es su responsabilidad descubrirlas en lugar de aceptar el lugar que la sociedad le propone. En colaboración con Jim Taylor (Election, 1999), Payne construye una historia sobre los temores de nuestra sociedad sobre el fin de los tiempos, la búsqueda de soluciones científicas, las utopías obcecadas, los negocios que se tejen alrededor de todos los avances científicos, los comerciantes que buscan el lugar imperceptible donde la ley es ciega y las oportunidades surgen y las personas ordinarias que se transforman en extraordinarias cuando encuentran su lugar en el entramado del mundo. En tono de comedia dramática, Pequeña Gran Vida crea una alegoría sobre las pesadillas y los sueños de una humanidad agotada por el peso de sus propios errores y vicios y la falta de toma de conciencia de las personas de sus debilidades y fortalezas. Aunque sin sorprender, el director crea un gran film con bellas y cómicas escenas, una fotografía exquisita a cargo de Phedon Papamichael (The Ides of March, 2011), buenas actuaciones y una frescura inusual en el cine actual. Payne consigue así elaborar una historia sobre la búsqueda de la identidad en una sociedad agresiva y elitista donde el achicamiento de los seres humanos en lugar de solucionar los problemas agudiza las contradicciones del nuevo capitalismo en su estadio de concentración más acelerado, permitiendo a los dictadores castigar a la oposición de una forma irreversible y a los contrabandistas negociar a plena luz del día. Pequeña Gran Vida logra de esta forma mirar hacía los problemas sociales desde un carácter figurativo para tomar conciencia y transformar el mundo sin destruirlo en el proceso.
La existencia del tamaño de un Pitufo. La película imagina un mundo que resuelve sus graves problemas reduciendo a los humanos a una estatura de diez centímetros. La premisa básica de Pequeña gran vida, desarrollada con lujo de detalles durante el prólogo, podría resumirse de la siguiente manera: en un futuro cercano, la tecnología permitirá reducir cualquier organismo viviente a un tamaño mucho menor, recurso que los especialistas ven como una posible solución a largo plazo a los urgentes problemas de la superpoblación, la falta de alimentos y la debacle ecológica en general. Corte a una década más tarde. Paul Safranek –última encarnación de ese arquetípico americano medio modelado en la pantalla, entre muchos otros, por el realizador Frank Capra– logra convencer a su esposa de pasarse a las crecientes filas de ciudadanos diminutos. Más allá del bien colectivo y la ingente ayuda al medio ambiente, las ventajas sociales y personales son muchas y apetitosas: una casa como siempre se la soñó, la posibilidad del ascenso social permanente, una vida de lujos prohibitivos para la esforzada clase media. Es el consumismo, estúpido. El contrato se firma, el procedimiento se aplica y Paul (un Matt Damon alejado de cualquier trazo de heroísmo a la Bourne, con un poquito de panza a tono) se encuentra frente al espejo con su nuevo yo, de poco más de diez centímetros de altura. No puede negársele a Alexander Payne el hecho de haber tirado toda la carne en al asador en su más reciente película. Lo primero que debe afirmarse es que Downsizing nunca termina de ser lo que el espectador puede llegar a imaginar de antemano: ni una película de ciencia ficción y aventuras protagonizada por un hombre menguado en peligro constante de accidente o muerte; ni una comedia romántica en la cual la recuperación del amor perdido entre la gente grande se transforma en el único motor de su existencia, dos posibilidades con las cuales el film coquetea, jugando con la expectativas y experiencias cinematográficas previas del espectador. Muy por el contrario, el guión del propio Payne y Jim Taylor deja velozmente atrás el deslumbramiento con los efectos especiales o la posibilidad de transformar la trama en una explotación infinita de la mutación del protagonista para embarcarse –tibiamente primero, muy a fondo después– en el terreno de la sátira política y social, creando un relato de transparente esencia humanista. Con mucho humor, desde luego, pero también algo de melancolía, nada extraño viniendo del director de Election, Las confesiones del Sr. Schmidt y Nebraska. Perdido en su deriva existencialista en el nuevo y empequeñecido mundo de Leisureland, una sociedad en miniatura con aspecto de resort all inclusive, Peter deja pasar los días en su nuevo trabajo como recepcionista telefónico, olvidando su especialización en masajes terapéuticos. Es el azar (o el destino, según la lógica del héroe) el que termina acercándolo a un trío particular de personajes: su vecino de arriba, un europeo dedicado a la importación ilegal de productos de lujo en versión reducida (Christoph Waltz), su amigo Konrad (Udo Kier) y una de las encargadas de la limpieza del departamento, ex activista vietnamita achicada sin su consentimiento (la tailandesa Hong Chau). La segunda mitad de Pequeña gran vida se va abriendo al mundo (a varios otros mundos, incluida una estratificación social donde se la creía inexistente), alternando un sentido de la comedia basado en los diálogos y las situaciones –y por momentos dueño de ligeros dejos lubitschianos– con el reconocimiento del protagonista de problemáticas personales y globales a las cuales era absolutamente ciego. Respecto del humor, el trío Waltz/Kier/Chau funciona como contrapeso de los aspectos más dramáticos del relato: en el personaje femenino conviven la impresión de fragilidad con una dureza a prueba de balas –y una boquita que por momentos se transforma en cloaca– y a Kier le basta una bajada de ojos para conjugar la risa; lo de Waltz parece haber salido más de taquito, aunque cumple su función esencial. En más de una oportunidad, la aparición del gag inmediatamente después de un momento de gravedad resulta demasiado notoria, como si se tratara de un pedal de freno diseñado para pulverizar la posibilidad de que las pretensiones de “profundidad humana” se lleven por delante el resto de los ingredientes del plato. Es un camino pedregoso y por cierto ambicioso el que recorre el último largometraje de Payne y los resultados finales sólo pueden describirse como desequilibrados. Pero en ese desbalanceo, paradójicamente, Pequeña gran vida encuentra también el más valioso de sus méritos: la prueba y error como rasgo de audacia en un tipo de producción cinematográfica que suele saltar encima de las más tranquilizadoras redes de contención.
Querida, encogí a Matt Damon En sus mejores momentos Pequeña gran vida (Downsizing, 2018) se parece a una novela de Kurt Vonnegut, contemplando la inminente autodestrucción de la humanidad desde la perspectiva - cómica, absurda, melancólica - de un ejemplar patético. En sus peores momentos la historia parece desenfocada e impacienta: constantemente se está transformando en otra cosa. Si le tenemos paciencia, la sumatoria no decepciona. La premisa está tomada de la ciencia ficción: en un esfuerzo por combatir la superpoblación mundial y aliviar los males del planeta, un laboratorio noruego desarrolla un método para reducir al ser humano a 12 centímetros de estatura. Reducir a una persona es reducir, relativamente, el consumo de espacio, de alimento y de recursos no renovables. La idea pronto se comercializa en forma de micro utopías donde todos son millonarios porque las mansiones son literalmente maquetas y una gota de champán llena una botella. La propuesta atrae a mucha gente sin nada que perder y con ánimos de la buena vida (nadie se cree el pretexto de ayudar al planeta), entre quienes contamos al infeliz Paul (Matt Damon). Rendido ante un futuro mediocre, decide reducirse y mudarse a una pequeña utopía donde todos viven en mansiones y la vida es una eterna degustación de placeres. En principio Pequeña gran vida es una comedia visual, y los efectos especiales son particularmente efectivos porque son prácticos y dependen del trucaje. Dirigida por Alexander Payne y escrita por Payne y Jim Taylor, la película muestra con creatividad e ironía cómo se reproduce una vida lujosa en un nivel miniatura. Naturalmente esto se transforma en sátira social, dado que estas micro utopías - esencialmente barrios privados - no hacen más que manufacturar realidades contradictorias y el sistema clasista no demora en replicarse. El desenlace cambia la marcha de nuevo y propone otra solución al paradigma de la autodestrucción humana. Si la película a veces parece lenta y divagante es porque Paul no es un protagonista muy compenetrado con lo que le ocurre. Funciona más como observador y testigo todo terreno, su identidad tan difusa que es capaz de codearse con la alta sociedad de nuevos ricos tanto como con la clase trabajadora que los mantiene, dependiendo la circunstancia. Se comporta como alguien incapaz de tener ideas propias, viviendo imitando a los demás sin gran convicción (parte de la crítica social de Payne y Taylor). Se deja convencer por viejos amigos de “reducirse” y cuando el materialismo no rinde, se deja llevar a una vida de hedonismo en imitación de su flamante vecino (Christoph Waltz, nunca más pícaro, acompañado triunfalmente por Udo Kier). Eventualmente Paul se deja contagiar por el altruismo de una mujer de limpieza vietnamita (Hong Chau), quien además sirve de posible interés romántico y representa el punto de la película donde empezamos a extrañar la parte divertida y nos preguntamos hacia dónde lleva todo esto, más allá del mensaje obvio y moralizante. El final pone a los personajes en la carretera - Payne es incapaz de hacer una película sin ella; sus personajes siempre están en la búsqueda de algo intangible y difícil de encontrar después de todo - y la película, afortunadamente, termina encontrando su centro. Más allá de las diferencias de tono y estilo, Pequeña gran vida representa el buen tipo de ciencia ficción que funda la base de películas como La llegada (Arrival, 2016): historias sobre temáticas urgentes que utilizan el género para especular libremente, explorando todas las preguntas que destapan con creatividad, entusiasmo y curiosidad.
Pequeña gran vida: querida, encogí al vecino Con Citizen Ruth, La elección, Las confesiones del Sr. Schmidt, Entre copas, Los descendientes y Nebraska, Alexander Payne se convirtió en uno de los directores más admirados de las dos últimas décadas. Durante muchos años intentó sin suerte conseguir la financiación para un guion coescrito con su habitual colaborador Jim Taylor que lo alejaba de sus rutas originales ligadas al cine independiente para meterlo de lleno en las grandes ligas de Hollywood. El éxito y los premios de casi todos sus films le permitieron concretar finalmente Pequeña gran vida, tragicomedia con elementos de ciencia ficción con un enorme despliegue de efectos visuales. La premisa es ingeniosa e inquietante: unos científicos noruegos consiguen a partir de un tratamiento sobre las células reducir a los seres humanos hasta convertirlos en miniaturas. Si bien no es la primera vez que el cine apuesta por una idea de estas implicancias, Payne aprovecha todas las posibilidades visuales del cine actual para una película que en su primera mitad funciona muy bien en su apuesta al humor negro. El problema es que las desventuras de Paul Safranek (Matt Damon), un hombre gris y bastante patético que es abandonado por su esposa, Audrey (una desaprovechada Kristen Wiig), en pleno proceso de reducción corporal y mudanza al nuevo mundo, se van tornando cada vez más recargadas y subrayadas hasta caer en las alegorías obvias y culpógenas sobre las tentaciones desmedidas, los falsos gurúes y las diferencias de clase.
La felicidad, ¿cuestión de tamaño? Matt Damon brilla en esta fábula de Alexander Payne sobre la promesa de una vida mejor en un mundo de miniatura. A lo largo del tiempo, el cine jugó con las diferencias de tamaños y escalas para transformar lo cotidiano en pesadillesco. Basta recordar Los viajes de Gulliver (1960), Viaje fantástico (1966) y Querida, encogí a los niños (1989). La nueva película de Alexander Payne utiliza estos recursos visuales con moderación y va más allá al plasmar una sátira social sobre la posibilidad de una “vida mejor” en Leisureland, una suerte de paraíso que termina siendo más inquietante que el mundo que conocemos. En Pequeña gran vida, la tecnología da la posibilidad de reducir el tamaño de las personas a partir del invento de un científico noruego que sirve para paliar la crisis de superpoblación y la falta de recursos que afectan al planeta. El terapeuta Paul Safranek (Matt Damon) y su esposa Audrey (Kristen Wiig) sueñan con una vida de lujos y alejada de las presiones de los bancos y de la complicada situación financiera que atraviesan. Cuando deciden aceptar el polémico procedimiento de miniaturización (que es irreversible), se encontrarán con sorpresas y problemas que surgirán en el camino. La película del realizador de Entre copas y Los descendientes propone una mirada humanizadora sobre los problemas que afronta el hombre en la actualidad y la difícil toma de decisiones. En ese sentido, el filme tiene dos partes bien diferenciadas: una en la que prima la ciencia-ficción y en la que se ve el proceso al que se somete sólo un 3 por ciento de la población, que los transforma en personas de 13 centímetros de altura. Y un segundo tramo, que ofrece un análisis profundo, crítico y emocionante que empuja a Paul hacia caminos insospechados. En su travesía al nuevo mundo, habitado por personas pequeñas en mansiones y con diferencias de clases, Paul se relaciona con un extravagante vecino (Christoph Waltz) que hace grandes fiestas en su departamento, su socio y compinche inseparable (Udo Kier) y con la vietnamita Ngoc Lan Tran (Hong Chau), la mujer que tiene cojera, vive en los suburbios de la “tierra prometida” y se desempeña como personal de limpieza mientras convive en la miseria con mexicanos. El atractivo principal del relato es la idea central y cómo se desarrolla a partir de las actuaciones: Matt Damon pasa por varios estados emocionales (desde la soledad y el abandono hasta un viaje lisérgico en una disco) en una composición convincente que lo pone a la par de Hong Chau, quien se termina robando la película y el corazón del espectador. Payne se arriesga con un relato atípico que tiene por momentos puntos de contacto con Capitán Fantástico, en donde los personajes buscan un nuevo horizonte y salvar así a la raza humana cuando la sombra del Apocalipsis pesa sobre sus hombros. Una fábula de ciencia-ficción que en verdad es menos ingenua de lo que parece y hereda el espíritu de clásicos pero los aggiorna a los tiempos que corren.
Pequeña Gran Vida: Querida, encogí a Matt Damon. La humanidad encontró la manera de achicar a las personas a doce centímetros de altura, reduciendo no solo el impacto ambiental de la especie en el planeta sino también el costo de vida: todo es más barato tras la reducción, es una ruta directa a ser millonario. Parece ideal ¿no?, Matt Damon dice que no. Cada una de las películas de Alexander Payne recibió no solo el halago de la crítica sino también nominaciones y galardones en todo tipo de entrega de premios. Es una de las voces más apreciadas en Hollywood justamente por ser tan poco hollywoodense, entregando films personales e íntimos rebosantes de un humor tan negro como irreverente ante normas sociales, pero mucho más rico en calidad crítica y no tan juvenil como podría encontrarse en trabajos ajenos con un tono similar. En esta ocasión Payne se enfrenta ante un reto mayúsculo, dejando atrás totalmente las producciones independientes que acompañaron toda su carrera para trabajar con el mayor presupuesto con el que contó hasta ahora. El tamaño de la producción viene acompañado de un ambicioso guion. Pequeña Gran Vida nos coloca en un futuro cercano/actualidad alternativa dónde la humanidad desarrollo una respuesta ante los problemas de superpoblación y de impacto climático negativo por parte de la especie: encontraron la manera de reducir las personas a menos de 12 centímetros de altura. En unos pocos años el proceso se encuentra al alcance de todo quien este dispuesto, tentando a los potenciales clientes con un cambio drástico en su situación económica, ya que todos los gastos cuando uno se “reduce” pasan a abaratarse de tal manera que prácticamente todos son pequeños millonarios. El film se centra en el personaje de Matt Damon, puntualmente como rearma su vida una vez se achica. Si ya tenia complicaciones antes, imaginen lo complicado que lo tiene midiendo 11,9 centímetros. Se trata de un concepto increíblemente ambicioso e interesante. Es una premisa tentadora para cualquiera, como las grandes historias de ciencia ficción suelen serlo. Aunque de ese género se encuentre lo mínimo indispensable en este film. Se desarrollan varias temáticas, entre ellas la concientización ambiental, el impacto negativo que tenemos en el planeta, así como también las dificultades económicas y el altruismo. El sacrificio personal es sin dudas el debate que propone el film bajo su superficie, encarnado en su protagonista: un hombre amable que piensa primero en los demás, y al que nada le sale bien. Payne siempre tuvo en sus guiones su mayor fortaleza, pero también se destaco siempre el tono que logra imprimirle a sus films. Por eso resulta una sorpresa que esta vez el tono presenta varios problemas. Como es usual en sus trabajos, hay un constante humor en la cinta, pero en esta ocasión (como también le pudo suceder a más de uno cuando vio en su momento Los Descendientes) los chistes terminan errando más de lo que aciertan. Aunque eso no signifique que uno vaya a encontrar varias risas durante la película, el humor que siempre le facilito a sus pasados actores ese encanto que tanto gusta a la hora de entregar premios no termina haciéndole un favor a nadie en esta ocasión. A pesar de ellos, varios actores (puntualmente Hong Chau y, dependiendo de gustos, Christoph Waltz) logran destacarse, pero quizás un retoque en el humor le habría hecho muy bien a la misma. En ocasiones se siente como que la narrativa se desarrolla como si fuera una lista de supermercado, pasando de evento en evento de forma fría y calculada para completar el tremendo viaje que nuestro protagonista tiene por delante. No hay grandes yerros en Pequeña Gran vida, más bien pequeños detalles que terminan evitando que llegue a la grandeza que el concepto pedía. Lamentablemente la dirección no terminar elevando el material, incluso hay ocasiones en las que empeora secuencias que en papel deberían rendir de mejor manera. El resultado final sugiere que un excelente cineasta logro crear un trabajo competente y entretenido, aunque por sus características o limitaciones nunca logro ser capaz de llevar a cabo un guion tan ambicioso. Aunque palabras como “limitaciones” puedan sonar fuertes, no todos los directores tienen las características necesarias para trabajar con presupuestos cerca de las nueve cifras, por más buenos que sean. Ciertamente hay directores que con facilidad trabajan con mucho éxito en el circuito de blockbusters y no están ni cerca de ser seriamente considerados superiores a sus colegas más independientes. La parte técnica de la película resulta tan irregular como la cinta en general. Por un lado el trabajo del departamento de arte, así como seguramente cientos de personas prácticamente anónimas que trabajaron en el diseño (físico o digital), le da vida de forma maravillosa a un mundo tan cercano pero a la vez alejado de lo cotidiano. Pero por el otro, tanto la música como la dirección de fotografía no logran darle especial personalidad al film. A pesar de lo irregular (frase que le va al film como anillo al dedo) del rendimiento final de los distintos departamentos de producción, casi todos los ambientes dónde nos encontramos una vez la reducción se lleva a cabo agregan una capa de ambientación increíblemente valiosa. Estos son, junto a las actuaciones, lo único que sugiere que una versión cinematográfica sea verdaderamente el medio ideal para esta historia: tiene una tremenda cualidad literaria. Los primeros trabajos de Payne habían mostrado la fortaleza de su personalidad como cineasta, entregando historias con fuertes personajes y un humor extremadamente punzante. Recientemente su enfoque paso a entregar relatos mucho más íntimos, con Los Descendientes y Nebraska. Esas cualidades de color tan independiente son los que lo convierten en una valiosa, y tan apreciada, voz en Hollywood. Pero la realidad es que en la mayoría de los casos las grandes producciones, así cómo los ambiciosos proyectos de carácter épico, no suelen conectar de la mejor manera con lo personal e íntimo. Usualmente no se busca hacerlo, y en la mayoría de las ocasiones en que se lo intenta terminan fallando. Este parece ser uno de esos casos, nada de que avergonzarse ya que no todas las películas consiguen lo que (por dar un ejemplo) logra hacer Forrest Gump. Son incontables la cantidad de “valorables esfuerzos” que no cuentan con un producto final tan correcto y entretenido como este. A Pequeña Gran Vida el termino que mejor le va es el de una oportunidad perdida, ya que a pesar de entregar una entretenida historia llena de personajes y experiencias interesantes, se queda en la puerta de llevar un excelente concepto a una realización digna del recuerdo. Pero más que lamentarse por la excelencia no alcanzada, es mucho mejor sentarse a disfrutar de una película cuyas limitaciones no ofuscan sus elementos más valiosos. Si la premisa te genera cualquier tipo de interés, definitivamente vas a encontrar mucho que disfrutar en la experiencia.
¿Se imaginan que, a futuro, todos nos encojamos y vivamos en sociedades reducidas para empezar de cero y mejorar nuestras vidas? Esta es la idea que se lleva a cabo en Downsizing, la nueva película de Alexander Payne (Nebraska, About Schimdt). Escrita por el mismo director, como siempre junto a Jim Taylor (Jurassic Park 3), nos traen una historia que se mueve a partir un concepto propio de la ciencia ficción, y nos lleva por una comedia dramática dónde el realizador mantiene su sátira hacia el estilo de vida norteamericano.
“Pequeña gran vida”, una fantasía en miniatura Matt Damon interpreta a un hombre que decide someterse a una reducción de tamaño junto a su familia, para vivir una vida de lujos muy accesible. Alexander Payne, el director de "Nebraska", consigue un original film de ciencia ficción a partir de una idea fantástica bien trabajada. Un científico noruego descubre la salvación para la humanidad y sus peligros de sobrepoblación y calentamiento global: reducir a la gente al tamaño de un hámster. Con el paso de los años, esa reducción de tamaño empieza a aplicarse casi masivamente, pero más que para salvar el planeta se emplea para que la gente pueda vivir en mansiones fastuosas y tener todo tipo de lujos, que debido a su pequeñez no cuestan mucho. Matt Damon vende todas sus cosas de tamaño real para vivir con su esposa en una de estas especies de "countries" para gente pequeña, pero obviamente las cosas no salen como esperaba. Payne logra atrapar al espectador con un estilo de comedia clásica de ciencia ficción para luego ir agregando elementos inesperados, desde un humor negro despiadado al romance más meloso, apoyado por una atractiva puesta en escena y momentos de vuelo visual. Matt Damon lleva la acción con solvencia, pero el que se roba cada escena es un brillante Christoph Waltz como el cínico pero querible traficante del mundo diminuto.
Un relato futurista sirve como excusa para las desventuras de otro film melancólico y jocoso de Alexander Payne. En un mundo donde la Tierra está en grave peligro ecológico, algunos habitantes deciden reducirse de tamaño (a 10 cm) y salvar así al mundo. Bueno, la realidad es que las personas deciden encogerse porque siendo más chiquitos el consumo y el valor de los bienes es mucho (mucho) menor que en la vida normal, es ahí lo tentadora que puede ser esta nueva oportunidad. Vivir con los lujos de la clase alta o no tener que trabajar nunca más son los grandes beneficios para los pequeños habitantes, o por lo menos así lo pinta el spot publicitario que los incita a dar el salto. En esta historia, nos centramos en Paul Safranek (Matt Demon), quien con varios problemas financieros, y lejos de que la casa de sus sueños se haga realidad, motiva a su pareja (Kristen Wiig) para encogerse y pasar al territorio de los pequeños ricos. Pero algo no sale como lo habían planeado y el protagonista queda varado en la sociedad diminutiva donde verá baches y declives que le depara su nuevo vecindario. Allí conocerá a un excéntrico contrabandista (Christoph Waltz) y a una ex activista vietnamita (Hong Chau). El director plantea dos mundos para contar diferentes vivencias melancólicas del protagonista, mientras que en uno trata de alcanzar el sueño americano, en el otro está rendido antes la soledad y el vacío existencial. La sátira política no se hará esperar tampoco, y entre gags efectivos (y otros no tanto), el film demostrará dónde está situada en esta rueda opulenta sobre el futuro de la humanidad. Esta ventana de un mundo imaginario no es un total retrato de la realidad, ya que más que profundizar los baches actuales se muestra como una vidriera del morbo y hasta qué punto se podría llegar con todo esto. Sin embargo, lo más destacado dentro del largometraje se encuentra en la sólida y emotiva interpretación de Hong Chau, su personaje genera simpatía y devoción hasta tal punto de sacarle la lágrima de llanto a Waltz, actor que cumple dignamente su rol. Más allá de las figuras centrales, se encuentra diversos cameos (casi innecesarios) de artistas como Neil Patrick Harris y Laura Dern. La propuesta ronda en situaciones incómodas, discursos absurdos sobre el destino y personajes sesgados por la locura; no es novedoso en la filmografía de Payne incluir estos rasgos; lo mortificante de su reciente apuesta es la excusa que va quedándose a un costado, el micromundo deja de ser chico para pasar a ser ordinario. Como una pista de que al fin y al cabo nada cambia independientemente de los tamaños. A pesar de sus difusiones y desbalances, “Pequeña gran vida” se presenta como una comedia satisfactoria, logrando alcanzar momentos memorables y una larga lista de risas de la mano del trío Demon, Waltz y Chau.
Cuestión de tamaño La última película de Alexander Payne empieza bien a pesar de la premisa tan ajena al director, pero termina en un delirio ecologista difícil de soportar. La idea de un personaje que reduce su tamaño hasta transformarse en un pequeño ser de unos pocos centímetros de altura ha sido explorada varias veces por el cine. Las primeras dos películas que uno recuerda son de los ‘80: Querida, encogí a los niños, de Joe Johnston, y Viaje insólito, de Joe Dante. Esta última estuvo inspirada en el clásico de culto los '60 Viaje fantástico, de Richard Fleischer. Quizás la más compleja de todas (por sus connotaciones políticas) sea El increíble hombre menguante, de Jack Arnold, sobre la novela de Richard Matheson. Y en los últimos años tenemos la muy divertida Ant-Man: El Hombre Hormiga, de Peyton Reed, cuya secuela llegará a los cines este invierno. Y no quiero dejar de mencionar, también, aquellos capítulos de El Chapulín Colorado en los que tomaba su pastilla de chiquitolina. Todos estos ejemplos son bastante diversos, pero tienen una cosa en común (además, obviamente, de su tema): pertenecen al universo de la ciencia ficción y de la comedia. Algunas son más comedia, otras son más ciencia ficción, pero todas exploran a su manera las aventuras de un personaje que tiene que enfrentarse a un mundo de tamaño gigantesco. Porque la gracia, en general, no pasa por el personaje que se vuelve diminuto, sino por su relación con ese mundo que se vuelve inmenso y monstruoso. Por eso, en un principio, el argumento de Pequeña gran vida parece muy extraño para ser el de una película de Alexander Payne. (Una digresión: Pequeña gran vida es el horrendo título en castellano de Downsizing, cuya traducción literal sería “reducción”, aunque también se refiere a la “reducción de personal” o “achicamiento” de una empresa, y esta es una connotación que seguramente Payne quiere dar a propósito.) Si bien el director oriundo de Nebraska no es para nada ajeno a la comedia, su humor suele estar relacionado con situaciones de la vida cotidiana y es más bien melancólico. Pero la curiosa alquimia funciona muy bien durante los primeros 40 o 50 minutos de película. Paul Safranek (Matt Damon) es un típico personaje de Payne: un terapista ocupacional que vive en Omaha (ciudad donde nació Payne y donde transcurren casi todas sus películas), que ya pasó el umbral de la mitad de su vida y se está dando cuenta de que esa vida no ha sido (o no está siendo) todo lo que hubiera querido. Vive con su mujer Audrey (Kristen Wiig), no tienen hijos, y ganan lo mínimo indispensable para vivir al día sin muchos lujos. Pero en ese futuro inmediato (o presente alternativo), los científicos descubrieron la posibilidad de reducir a los seres vivos a un tamaño minúsculo. El objetivo era en un principio ecológico: con un planeta superpoblado y con recursos naturales arrasados, si toda la población se reduce en un 2000%, consumirán menos espacio, menos comida y también se producirán menos deshechos. Pero los que eligen “reducirse” suelen tener motivaciones más egoístas: un dólar en el mundo normal equivale a unos 50 en el mundo en miniatura, y los que llevan una vida apretada, si se miniaturizan podrán vivir como millonarios, en mansiones gigantes, con comida ilimitada, en barrios privados construidos para eso. Obviamente, el que se miniaturiza no podrá volver jamás a su tamaño normal: es una decisión irreversible. La presentación de este mundo le toma a Payne poco menos que la mitad de la película, y es lo mejor y gran ejemplo de lo que significa un autor: en un género totalmente ajeno, cuela con sencillez sus obsesiones. “Achicarse” significa reconocer definitivamente que tu vida fue un fracaso, resignarte a ese fracaso, como les sucede a Paul Giamatti y a Matthew Broderick al final de Entre copas y La elección, por ejemplo. Y el humor, en este caso, no proviene tanto de situaciones físicas como sucede en este tipo de películas, sino más bien de la humillación del proceso: la escena en la que las enfermeras levantan los cuerpos recién reducidos con espátulas es brillante, de un humor extraño y medio inclasificable. Nos reímos de eso como nos reímos de Matthew Broderick con el ojo hinchado por la avispa. Pero cuando Paul Safranek se “achica” y se va a vivir a Leisureland (“la tierra del ocio”), una comunidad para gente pequeña repleta de comodidades, empieza otra película. Deprimido por algo que no puedo contar para no espoilear un plot twist importante (inteligentemente escamoteado en el trailer), conoce a Ngoc Lan Tran (Hong Chau), una activista vietnamita que fue reducida contra su voluntad por el gobierno, y al playboy serbio Dusan Mirkovic (Christoph Waltz), que con ayuda de su familia fracciona y trafica alcohol del mundo normal al mundo de los pequeños. Así, entre el compromiso político y el hedonismo egoísta, Paul vivirá una aventura que lo llevará a Noruega, a encontrarse con el Dr. Jørgen Asbjørnsen (Rolf Lassgård), el inventor del procedimiento de reducción, hoy líder de una comunidad de rebeldes. Como pueden adivinar, acá sí la película se va para un lugar totalmente ajeno a Payne, como si él y su habitual colaborador en los guiones Jim Taylor estuvieran subidos a una Ferrari descontrolada y escribieran un cadáver exquisito. Dentro del delirio político-ecologista, hay algunos goles: la dupla de Christoph Waltz y Udo Kier, la extraordinaria Hong Chau (nominada al Globo de Oro y fuerte candidata al Oscar) y algunos momentos del final, en los que se deja ver el talento de la dupla Payne-Taylor para redondear una historia que venía muy desprolija. De todas formas, el resultado final de Pequeña gran vida es más bien una decepción. Y aunque a veces el delirio y el desorden pueden originar momentos mágicos, acá predomina el desconcierto y el hastío por una historia que avanza por caminos perdidos y no termina más.
La nueva película del realizador de “Entre copas” y “Nebraska” se centra en un hombre (Matt Damon) que decide achicarse en tamaño para ayudar al planeta y salir de la pobreza viviendo en un nuevo mundo con “gente pequeña”. Una vez allí verá que todo no es tan ideal como se lo plantearon en un filme ambicioso que combina drama y comedia con resultados dispares. Siempre me ha gustado mucho el cine de Alexander Payne. Es uno de esos cineastas que no asombran desde una perspectiva formal pero hay algo en el tono de sus filmes que me resulta fascinante. Coquetea con el cinismo -en sus peores momentos se pasa de la raya hacia las orillas de la ironía condescendiente y burlona de, por ejemplo, los hermanos Coen–, pero siempre logra encontrarle el lado humano aún a sus criaturas más patéticas o extravagantes. Es un punto justo, delicado, pero casi siempre sale caminando entero de esa cuerda floja. El secreto, para mí, está en que ama a sus personajes y aún cuando muestre sus zonas más crueles o hasta idiotas, eso se transmite en sus películas. PEQUEÑA GRAN VIDA es su película más fallida, pero sus problemas no pasan por ahí. De hecho casi que es la más directa, emocional y sencilla –en términos de “humanismo”– de sus películas. Lo complicado del filme tampoco está necesariamente en su ambición política de hablar sobre una serie de temas “candentes” como el calentamiento global, la pobreza del Tercer Mundo o la crisis económica mundial. Lo fallido del filme está en lo más básico: el guión y su incapacidad de incorporar los personajes, la historia y los temas en un todo que se sienta más o menos orgánico. La sensación que se tiene es la de una historia que se fuerza a sí misma a girar todo el tiempo de eje sin más lógica que la necesidad del director de abarcar distintos temas que considera relevantes. Y que lo son. El gancho narrativo principal toma la primera de las tres (o cuatro) partes en la que podría dividirse la pelicula. Payne se toma su tiempo –de forma muy simpática y curiosamente realista, pese a lo delirante del planteo– para contar cómo se descubrió la posibilidad de achicar a los humanos a una altura de unos 12 centímetros y cómo, de a poco y con los años, algunas personas (calculan, un 3% de la población mundial) accedió a reducirse por dos motivos: para ayudar al planeta (a menor tamaño, menos consumo, menor gasto de energía, menos desechos, etc) y, fundamentalmente, para hacerse ricos, ya que los gastos económicos se reducen al igual que el tamaño. Y si juntás 100 mil dólares vendiendo todo antes de “reducirte” tenés el equivalente a 10 millones en el nuevo “mundo pequeño” que irás a habitar. Payne se centra en Paul Safranek (Matt Damon, en plan gordo pachorro), un hombre de más de 40 que trabaja en “terapia ocupacional” y siente que a todos les va mejor que a él. Lo mismo siente su mujer, Audrey (Kristen Wiig), por lo que cuando conocen a una pareja de ex compañeros de colegio que se “redujeron” deciden hacer lo mismo. Esta primer parte del filme –con momentos muy ingeniosos en cuánto a describir y mostrar cómo funciona el sistema y sus implicancias personales, sociales y económicas– concluye al llegar al nuevo mundo, al que, por motivos que no revelaré, Paul no llega de la manera imaginada. La segunda parte del filme –más breve– lo mostrará tratando de adaptarse a su nueva realidad, con resultados menos idílicos que lo esperado. Dos giros importantes suceden al unísono cuando conoce a Dusan (Christoph Waltz) y a su amigo Joris (Udo Kier), dos fiesteros veteranos que tratan de sacarlo de la depresión invitándolo a fiestas. En plan eurotrash –específicamente del Este de Europa, ya que Dusan es una especie de contrabandista serbio, chanta y bon vivant; y Kier es, bueno, 100 por ciento Kier–, intentan incluirlo en una serie de planes un poco turbios. Al mismo tiempo Paul conoce a Ngoc Lan (Hong Chan), una disidente vietnamita que fue “achicada” contra su voluntad por el gobierno de su país y enviada adentro de una caja con una TV en barco hacia Estados Unidos. Ngoc Lan fue refugiada en Leisureland (tal el nombre de la comunidad de pequeños en la que viven) y vive limpiando las casas de los ricos alojándose en las zonas más pobres y limítrofes de esa en apariencia perfecta comunidad junto a muchos otros en similar situación, ya que el achicamiento de personas también terminó generando una ola de inmigración ilegal incontrolable por motivos obvios. Su relación con ella llevará a Paul casi a otra película, una que tiene poco que ver con lo que vimos hasta entonces y en la que empiezan a aparecer los temas más ambiciosos del filme, políticamente hablando, pero también sus lagunas narrativas. Si bien Ngoc Lan es un personaje increíble (una vietnamita muy directa y graciosa para comunicarse, con un temperamento fuerte que se lleva puesto al bueno/bobo de Paul), la película entra en una zona entre pontificadora y paternalista, haciendo un uso demasiado obvio y hasta rimbombante de las metáforas sociales, algo muy raro en la filmografía de Payne. A tal punto la película se torna grave y seria que cuando intenta colar sus habituales humoradas se sienten un tanto fuera de lugar. Bromear en medio de la pobreza y de la probable llegada del fin del mundo es algo que, al menos en la manera en la que está contada DOWNSIZING, no termina de funcionar. Y si bien es imposible dudar de las nobleza de sus intenciones y sus buenos sentimientos también es cierto que narrativamente la película va desintegrándose, perdiendo su centro. Pese a que dura unos largos 135 minutos, es tanto lo que pasa y cambia a lo largo de ese tiempo, que para desarrollarlo bien se queda corto. Viéndola, da la sensación de que si querían meter tanto material, giros e ideas en la trama deberían haber hecho una miniserie. O, al ceñirse a los tiempos del cine, tal vez algunas vueltas de tuerca (en especial todo lo que sucede en la última media hora o más, que incluye un viaje y un cuarto giro temático/tonal) deberían haberse eliminado por completo. Más allá de sus evidentes problemas, PEQUEÑA GRAN VIDA no es una mala película. Tiene excelentes ideas, grandes momentos, secuencias muy divertidas (la conversión, especialmente, y una fiesta posterior, además de levantar en ritmo cada vez que aparece la chispeante Ngoc Lan) y se agradece, si se quiere, la ambición de Payne de salir del micromundo al que suelen ceñirse la mayoría de sus películas, micromundo que este filme por su propia propuesta temática, invitaba a seguir recorriendo. Pero en su conversión al manifiesto filosófico, es más lo que pierde que lo que gana. Y para llegar allí atraviesa un largo y sinuoso camino en el que pisa en falso más veces que lo habitual en él.
Más allá de la aventura. El cine de Ciencia-Ficción, y más aún el de la comedia de ciencia-ficción, demostró a través del tiempo tener una vertiente que se inclina hacia el más puro entretenimiento, con argumentos mínimos, buena dosis de humor, batería de efectos y ritmo rimbombante, como para dejar el cerebro dentro del balde de pochoclo o el vaso de gaseosa y disfrutar sin culpa de un pasatiempo ligero. La reciente Jumanji: En la selva es un digno y eficaz ejemplo para demostrar que per se, estas no tienen por qué ser malas. También tenemos aquellos realizadores, mucho más personales, que suelen utilizar a la comedia y a la realidad alternativa como punta de lanza para analizar hechos concretos mucho más reales que la premisa que plantean. Joe Dante es uno de ellos, y Alexander Payne se sube al carro con la imaginativa y corrosiva Pequeña gran vida. Pequeñas circunstancias Hace años que se viene hablando de un mundo en posible colapso de recursos por el peligro de la superpoblación y el consumo desenfrenado de una vida materialista. Alertado por esto, un científico noruego cree haber hallado la solución a través de la reducción o miniaturización de los seres humanos. Claro, al ser más pequeños se necesita de menos consumo; por otro lado los recursos quedan más “grandes”, por decirlo de algún modo. ¿Se acuerdan de Querida encogí a los niños, la galleta y la gota de agua gigante? Bueno, eso. Por supuesto, ¿a quién le importa realmente pavadas como la crisis de un consumo descontrolado? Una empresa norteamericana toma esta idea y, utilizándola como excusa, lo que realmente ofrece es la posibilidad de un mundo de confort utópico al ser reducido y pasar a vivir dentro de un barrio de maquetas de mansiones en miniatura, en la cual, al necesitar menos, se puede despilfarrar más. Eso sí: como pantalla, la misma empresa también nos habla de empequeñecerse por el peligro de la escasez de recursos. Paul Safranek (Matt Damon, magnífico) y su esposa Audrey (Kristen Wiig) son dos personajes bastante patéticos de esos que tanto gusta retratar a Payne, quienes, cual DouglasQuaid/Arnold Schwarzenegger en El vengador del futuro se ven tentados de abandonar su realidad para pasar a vivir de un modo más artificioso. De aquí en más, Pequeña gran vida entrará en una vorágine constante que mantendrá al espectador atento a lo que suceda, aunque también algo desconcertado por momentos. Serán varios los hechos que atraviese Paul en este mundo de abundancia minimalista. Desde ser abandonado por su esposa a descubrir que no todo es como lo creía. En realidad, como sucedía parcialmente con el Jim McAllister que compuso Matthew Broderick en Election (no solo del mismo director, sino también del co-guionista, Jim Taylor), Paul es un protagonista lateral, un tipo con una existencia tan patética y vacía que observa con bastante pasividad cómo las acciones ocurren a su alrededor mientras él se deja arrastrar. Se cruza con un vecino insoportable y su “co-equiper” (Christoph Waltz y Udo Kier, brillantes) que intentan sacarle el mayor rédito posible a esta vida banal de lujo, paro luego recaer en los marginados de suburbio representados por una vecina vietnamita (Hong Chau). Payne y Taylor utilizan a su protagonista para mostrar todo un estado de situación, y así convertirlo en un pequeño gigante. De aquí, de allá, y de la crítica social Es llamativo cómo Pequeña gran vida llega a la cartelera local precedida de un estreno en su país bastante menospreciado por crítica y público. Probablemente se aplique aquel axioma que ni a Hollywood, ni a sus ciudadanos, les caiga demasiado en gracia la verdadera autocrítica. Lo mismo sucedió con el film anterior que protagonizó Matt Damon, Suburbicon, con el cual comparte la mirada ácida sobre la mentira idílica de los barrios privados. Pareciera que cae mejor mantener una mirada liviana y complaciente, una crítica aparente, como muchos de los títulos que terminan alzándose con estatuillas años tras años. También es cierto que -al igual que el film de George Clooney- Pequeña gran vida es una propuesta inquieta, que varía constantemente y a la cual le cuesta hacer pie. El último tramo, cuando Paul descubra gracias a la mujer vietnamita los placeres de la vida altruista, perderá algo de fuerza, será un poco más complaciente a la necesidad de un final feliz, aunque termine “avivándose” y recupere el ritmo para lograr un buen balance. Conclusión Pequeña gran vida es el salto de Alexander Payne a las películas más comerciales sin perder su mirada satírica, haciendo un buen uso práctico de los efectos, con un Matt Damon soberbio que no para de crecer y secundarios que lo acompañan brillantemente. Aún con algunas vueltas menos y un tono desparejo, se posiciona dentro de las mejores propuestas mainstream del 2017.
Del director Alexander Payne (“Los descendientes”) con guión propio y de Jim Taylor es un film extraño que arranca bien con una distopia extraña e intrigante, pero luego navega otras aguas que hacen perder el interés. En un mundo que agota sus recursos, un científico logra algo insólito, achicar primero animales y luego humanos hasta que tengan 12 centímetros de altura. Con el tiempo ese adelanto deriva en empresas que administran ese mundo mínimo, donde con la venta de los bienes de una clase media se pasa a ser millonario en ese contexto mini. Un mundo paralelo que muestra a todos una felicidad extrema y tentadora. Por eso el personaje de Matt Damon decide con su esposa afrontar el “achicamiento drástico”, para salir de sus deudas, para convertirse en humanos con nivel alto y que pueden permitirse vivir sin trabajar. Pero cuando llega el momento, ya nada es como parece ni se esperaba. En un primer momento el film aborda lo insólito y lo gracioso con efectos especiales y preparativos sorprendes. El humor y la ironía siempre presentes. Luego llega la mirada crítica a ese mundo, la utilización de reducir literalmente a los humanos usado por poderosos para “minimizar” enemigos, y el descubrimiento de un mundo marginal y sin esperanzas en esa sociedad mini que replica el tamaño natural con todos sus problemas. Y el descubrimiento de los grandes negocios y las trampas posibles. Pero luego el film se olvida del enfrentamiento de los tamaños y se interna en una mística búsqueda de una solución para que sirva al homo sapiens a sobrevivir al supuesto cercano colapso de los humanos en este mundo. El argumento pierde fuerza y en sus dos horas quince comete el peor de los pecados: aburrir.
El hombre común Todos somos más comunes de lo que creemos, y Payne lo sabe. La elección de Matt Damon como protagonista no tuvo que ver sólo con la necesidad de contar en sus filas con un clase A del Star System americano, sino con el look que podía aportar Damon de tipo común (ya casi ningún actor de Hollywood tiene eso, dijo por ahí Payne). El sentido de la vida que buscan el director y sus personajes muchas veces llega con la transformación que les pueden generar esos viajes que arrancan como excusa cuando todo parece perdido. Si no es un viaje en casa rodante como en About Schmidt (2002), será un viaje en descapotable por los viñedos de la soleada California (Sideways. 2004), un viaje amargo por el centro olvidado del Estados Unidos profundo como en Nebraska (2013) o una mudanza de barrio y de tamaño como en la película que nos ocupa. En Nebraska, tanto el padre como el hijo no tenían muy en claro a dónde iban, Payne no elige como protagonista al ambicioso personaje interpretado por Bob Odenkirk (“él siempre supo lo que quería y lo tomó” dirá la tía sobre su sobrino que conduce un noticiero y parece haber cumplido su sueño), sino que elige al niño viejo de los sueños rotos (como los de Sideways) interpretado por Will Forte, y a su padre, quien padece un interesante alzheimer selectivo y que es más lúcido que la mayoría de los que aparecen en la película. Payne elige a los que deambulan, un gesto existencialista y un gesto moderno. Le interesa el relato clásico pero le interesa que a ese relato lo nutran personajes que no saben muy bien a dónde van o que se dejan llevar por la corriente, al menos hasta determinado punto. Payne parece fascinado por los cambios que se producen en las personas a raíz de determinadas situaciones de crecimiento emocional. Hace coming-of-age pero de viejos y con una impronta emo/ amargada aunque sin perder el humor jamás, recordemos que Payne, como dijo Jack Nicholson cuando ganó el Globo de Oro a mejor actuación en drama por About Schmidt, hace comedias. Sus personajes (al menos los de las tres películas mencionadas y el de esta última) no son tipos con convicciones fuertes, son tipos que se van haciendo al caminar, al perderse. Estos pocos que mencionamos, son algunos de los aspectos que le otorgan al cine de Payne una identidad, un nombre, algo perdido y diferente al mayormente despersonalizado cine popular americano actual. En esta ocasión, el tipo común y desorientado al que no le va muy bien es a Paul Safranek (Matt Damon), un empleado con deudas que quiere un nuevo comienzo en un micromundo diseñado a partir de un invento de los hijos del viejo estado de bienestar del norte europeo. La idea de los científicos que inventan la reducción de las células y la materia à la Innerspace (1987), es cuidar el medioambiente a través de la utilización de menos recursos; si medimos doce centímetros claro que vamos a gastar y contaminar en mucha menor medida. De todos modos, A Safranek medio que lo del medio le importa poco. Su gran problema es que no consiguió la casa ni las cosas que quería y a su mediana edad sigue pagando sus deudas universitarias. No hay idealismo en su viaje sino pragmatismo. Los personajes de Payne son políticos más desde sus acciones que desde sus discursos, y eso le da a su cine cierta crítica no tan subrayada. Pero acá, el enano mundo ideal creado por los nórdicos, rápidamente se vuelve una copia del mundo corriente y es ya en esas comparaciones que la bajada de línea de Payne queda más en evidencia que en sus películas anteriores. De todos modos, lo explícito no tiene por qué ser algo malo. Safranek al abandonar su mundo grande de derrotas entra en el pequeño mundillo que le promete ascenso social; sin embargo, debe abandonar su trabajo profesional y vender su alma a los servicios (en el mundo miniatura trabajará de telemarketer), muestra de que la felicidad que se vende en la ciudad de los enanos es un mero espejismo al igual que las promesas de la economía liberal. El perdido Safranek, ante la decepción del nuevo mundo, comienza su transformación payneana (no peneana, o también, dado que es lo primero que mira cuando lo transforman en hombre miniatura). Esa transformación lo hará querer participar de un selecto grupo de salvadores del mundo. Pero a Safranek (y a Payne) le interesa más la lucha concreta que la ideal. Y Downsizing termina siendo una oda al pragmatismo, a la militancia de base, al viejo concepto -humanista, de izquierda, pero también cristiano o peronista- de ayudar al prójimo, no con berretines new age sino con un plato de comida.
Las películas de Alexander Payne casi siempre tienen un toque especial, ya lo disfrutamos en “Nebraska”y “Entre copas”; entre otras. Ahora nos introduce en un mundo que tiene ciertas particularidades. Primero conocemos a un grupo de científicos noruegos que ante un proyecto con ciertas particularidades, ellos consiguen reducir al ser humano al tamaño de 12 centímetros, en algún momento te lleva a recordar “Querida, encogí a los niños” pero esta tiene un toque más adulto. Pasan cinco años, vemos una comunidad bajo estas condiciones y dicho experimento sale a la luz, y varios adquieren esta forma de vida. Las ventajas están ante un mundo superpoblado, se reducen los recursos, se gasta menos dinero, todo es más económico y surgen nuevas oportunidades. De esta manera aparecen en acción los protagonistas de la historia un matrimonio aparentemente feliz Paul Safranek (Matt Damon, “Marte”) y Audrey Safranek (Kristen Wiig, “La vida secreta de Walter Mitty”), llevan una rutina y su situación económica le impide tener su casa propia y se deciden a ser parte de este plan. Es una película llena de ambiciones, donde nos habla de las clases sociales, del capitalismo, un toque ecológico, la protección de la tierra, cuando tenes que tomar ciertas decisiones, hasta donde puede llegar el amor, las pérdidas, los miedos y el egoísmo. Contiene toques de humor y momentos emotivos. La actuación de Matt Damon resulta correcta, estupendo el personaje que compone Christoph Waltz (“La leyenda de Tarzán”) y la soberbia interpretación de la actriz tailandesa Hong Chau (“Vicio propio”, serie de TV “Big Little Lies”) quien debería ser nominada a los Premios Oscar. Podemos llegar a observar los cameos de: Laura Dern, James Van Der Beek y Neil Patrick Harris. El film logra atrapar la atención del espectador pero mientras van pasando los minutos se siente su duración de dos horas quince minutos, por momentos resulta un poco soporífera, donde se quieren contar demasiados temas y queda a mitad de camino. Pero cuenta con una buena ambientación, dirección artística, buenos efectos visuales, una buena banda sonora y una gran fotografía. Indistintamente te lleva al debate, al análisis y a la reflexión.
Cuando el tamaño sí importa... El director de Los Descendientes y Entre Copas, Alexander Payne, vuelve con una película que mezcla los géneros de la comedia y el drama bajo una premisa propia de la ciencia ficción más bien inocente mientras la humanidad se enfrenta a un serio problema de superpoblación cuya única solución está en manos de un científico noruego que propone reducir a todos los seres humanos a una estatura que apenas supera los diez centímetros. Ya hemos experimentado en varias de las obras de Alexander Payne su gusto por combinar el drama y la comedia en películas con un marcado tono humorístico que de repente adoptan una profundidad y seriedad conmovedoras o en otras que proponen un clima preeminentemente dramático que se ve cortado en los momentos justos por algún chiste que descomprime. Probablemente los títulos ya nombrados puedan ser ejemplos de esto con Entre Copas como representante del primer grupo y Los Descendientes como caballo de batalla del segundo; incluso Nebraska, producción que comparte título con el lugar de origen de este director, cumple con el requisito. Sin embargo, para esta nueva aventura la propuesta de Payne incluye un elemento que hasta ahora no le hemos visto -que tiene que ver con la ciencia ficción- y que, como resulta central para el análisis de la trama, por allí empezaremos. Ubicada en un futuro muy cercano, Pequeña gran vida nos acerca una historia realista y de contenido pero que parte de una premisa fantástica. O, mejor dicho, de ciencia ficción; aunque en este caso esa diferencia no hace al asunto. Varios científicos de todas partes del mundo han llegado a la conclusión de que el mayor riesgo que la raza humana deberá enfrentar a futuro como especie que busca la supervivencia tiene que ver con el exceso de población que el planeta está experimentando. Pero no todo está perdido. Porque resulta que el doctor noruego Jorgen Asbjørnsen (Rolf Lassgård) tiene la solución: achicarse. A partir de la aplicación de una técnica científica relativamente simple, este hombre puede reducir prácticamente a cualquier persona a un tamaño que, con todas las proporciones del caso, lo dejan a uno midiendo algo más de diez centímetros. Y, como consecuencia de esto, los activos y riqueza en general de una persona de un pasar moderado (incluso pobre) suponen una pequeña fortuna en el mundo de la gente pequeña, por lo que las dificultades económicas e inclusive la necesidad de trabajar serían problemas del pasado. En medio de este contexto conoceremos al bueno de Paul, un tipo común de clase media de Omaha que a duras penas llega a fin de mes y desde la publicación del descubrimiento del doctor Asbjørnsen cada vez ve con mejores ojos la posibilidad de achicarse. Una película que puede venir a la mente de quien se enfrenta por primera vez con la sinopsis de Pequeña gran vida podría ser Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, obra que presenta un mundo como el que conocemos pero con una pequeña gran variante, en este caso la posibilidad de borrar de nuestra memoria a alguna persona. Ahora bien, mientras la película de Michel Gondry usa ese elemento como parte fundamental de una historia que de todas maneras reúne en sí misma la profundidad, la reflexión y la creatividad de una obra maestra, la película de Payne tiende a parecerse más a lo que vimos en La Invención de la Mentira, producción de similar formato pero que encuentra su principal virtud en ese elemento saliente en desmedro de una historia más bien simplona que nos hace pensarla más como una excusa para proponer ese universo paralelo que como la parte central del relato. Ese mundo en el que las personas son pequeñas, las dudas de los protagonistas antes de dar ese irreversible paso, las críticas del resto de la sociedad que no aprueba y las implicancias de todo este concepto para la sociedad en general son conceptos que la película explora muy bien e incluso se hace un tiempo para proponer algunas reflexiones de tipo universal más que interesantes; el problema viene de la mano de las inconsistencias que el guion presenta a la hora de respaldar (o de no respaldar tan sólidamente) las dos o tres decisiones fundamentales para la trama que los personajes toman. Al margen de esto, la historia se presenta como un relato interesante, innovador, gracioso, entretenido y muy creativo que, además, cuenta con una muy buena labor protagónica de Matt Damon, un excelente trabajo del camaleónico Christoph Waltz y el que tal vez sea el punto más saliente de la película que es la actuación de Hong Chau, actriz que dirá presente en prácticamente toda esta temporada de premios por este trabajo. El elenco se ve completado por nombres muy rimbombantes que, por las características de sus respetivos personajes, se ven inentendiblemente desperdiciados ya que resulta todo un desperdicio no darle más de dos o tres minutos en pantalla a Laura Dern, Jason Sudeikis o Neil Patrick Harris.
La nueva aventura eco/filo/científica de Alexander Payne. Para identificar la obra de Payne tuve que acuñar un nuevo término: ecofilociencia, dado que Pequeña Gran Vida entrecruza todas estas disciplinas y más. Comienza siendo una especie de comedia agridulce científico/ecologista y deviene filosóficamente pretenciosa, existencialista, hasta mística. En la mayoría de los films de Payne, los personajes están emocional y socialmente contenidos, un tanto hastiados de su mediocre vida, y esta historia no será la excepción. Paul Safranek (Matt Damon), es un fisioterapeuta que trabaja en un frigorífico diagnosticando a sus obreros. Amable, servil, siempre da, compone y soluciona. En una elipsis, en la que transcurren de diez años, el realizador da cuenta de esta cualidad de Paul. Al principio sirve incondicionalmente a su madre enferma, luego hará lo mismo con su esposa. Lo cierto es que buscando solucionar el problema mundial de la superpoblación para que el planeta no desaparezca, un grupo de científicos noruegos (léase no estadounidenses) encontrará la fórmula para reducir de tamaño a las personas a pocos centímetros. Una solución eficaz en cuanto a cuestión de espacio, de gastos de recursos naturales y hasta económicos. Con el pasar del tiempo la miniaturización se vuelve un boom y un negocio de lo más rentable en el mundo de los “gigantes”. Paul está estancado en la casa que era de su madre y se le hace imposible mudarse a otra más lujosa, lo que anhela su mujer. Pero el hecho es que su sueldo solo alcanza para sobrevivir. Cuando ve que un ex compañero de la preparatoria se sometió al proceso de achicamiento y vive espléndido en el micro mundo, decide investigar el tema. La pareja descubre que con su dinero, en Leisureland (el nombre de la mini ciudad), pueden habitar en una mansión y no trabajar de por vida. Es pos de un futuro más confortable, decidirán encogerse. En el pequeño planeta la película se desdobla por ciertos giros de la trama que no vamos a develar. Es aquí cuando la cinta se torna algo dispersa, cuando entran en juego más variaciones argumentales desdibujando la búsqueda narrativa lúdica y lúcida del comienzo. El humor negro se hace a un lado y la película se toma demasiado en serio adquiriendo un tono entre new age, demagógico y paternalista, para destacar temas como la toma de conciencia ambiental, la pobreza tercermundista y demás males económicos sociales. Nos encontramos ante un Payne un tanto desbordado y políticamente ambicioso, cosa no muy usual en su filmografía, pero aun siendo Pequeña gran vida su film más fallido, celebramos que se haya atrevido a salir de su zona de confort.
No es la primera vez que el director americano Alexander Payne trabaja en sus largometrajes la paradigmática, ilógica e incesante búsqueda del hombre para hallar el camino a la felicidad. Esta fórmula que hoy construye la premisa de Pequeña gran vida (Downsizing, 2017) replica el tinte del guión de Los descendientes (The Descendants, 2011) con que obtuvo el Globo de Oro a Mejor Película Dramática. En esta ocasión, la trama se sostiene a partir de las ciencias exactas (psicológica y tecnológica) que toman al Homo Sapiens por objeto de estudio y operan para fundamentar, a gran escala, su comportamiento. Payne se centra en lo micro para reflejar lo macro y representa a partir de un grupo heterogéneo (el 3% de la población) su accionar rutinario, retórico y estresante para subsistir en su entorno vigente pese al sentimiento de encierro en un espiral caótico, sin salida. El hombre padece la incapacidad de disfrutar la belleza y esencia de las cosas. En consecuencia, se abruma ante sus obligaciones como ciudadano sometiéndose a una rutina laboral para adquirir una remuneración digna que le permita concretar su sueño de ser propietario de una casa y así sostener la economía familiar. Esta vorágine capitalista enfatiza el concepto de relatividad y dependencia. Sin embargo, un grupo de científicos noruegos descubren en un laboratorio que con tan sólo oprimir un botón es posible resetear la realidad, combatir el estrés y cumplir sus anhelos más profundos; ¿cómo? A partir de la manipulación de las células. La reducción de la humanidad, literalmente, a tamaño miniatura, más precisamente 13 cm, frenará el problema de la superpoblación y destrucción de recursos del planeta… Esta hipótesis que parece tragicómica es la novedosa ficción que Payne efectivamente desarrolla. No hay dudas: la creatividad narrativa está a la vista. Los minutos avanzan y la trama pivotea con un giro burlón, sátiro. El tragicómico procedimiento de miniaturización al que se somete el 3% de la población ironiza el accionar humano en cuestión de segundos. El sometimiento tecnológico al que acceden mediante firma de contrato que desliga de todo compromiso de daños y perjuicios al laboratorio -incluyendo posible muerte- al que voluntariamente acceda el individuo que acepte reducir su masa/volumen y pertenecer a la sociedad tamaño express. Este humor negro es efectivo durante la primera mitad del film, cuando pivotea con las aventuras del protagonista Matt Damon en la piel del terapeuta Paul Safranek y su mujer Audrey (Kristen Wiig) al aceptar ser parte del proceso. Este aparente mundo ideal constituido por las mismas personas que al achicar su tamaño su economía se multiplica y comienzan a darse aquellos lujosos gustos que a escala mayor no podían por los costos; en Leisureland Estates el costo mensual para vivir es menor a diez dólares y no sólo es posible adquirir una propiedad, sino que aquella de dos ambientes, básica, aquí relativamente equivale a la tranquilidad de por vida en una mansión lujosa. De esta manera, concretan esos placeres cotidianos. Al achicarse agrandan su posibilidad de convertirse en ricos con tan sólo apretar un botón. Sin embargo, allí persisten las diferencias de clases y costumbres que interceden las relaciones sociales. Allí suceden cosas extraordinarias. Paul se relaciona con su vecino (Christoph Waltz) que lo invita compulsivamente a fiestas; su socio (Udo Kier) que únicamente piensa en negocios y una trabajadora social vietnamita Ngoc Lan Tran (Hong Chau) que realiza en los suburbios trabajo comunitario. Todos encajan a la perfección en este rompecabezas que emula una maqueta de la dimensión real con cierto tinte burlón. Este cambio de envase tiene el mismo contenido en pequeñas dosis y permite encontrar la respuesta en las cosas más pequeñas. Al unísono la trama se sostiene artísticamente gracias a la locuaz labor de Phedon Papamichael, que mediante imponentes planos y contraplanos pone de manifiesto la urgencia de protección ambiental cuando retrata la naturaleza en su máxima expresión en lagos, montañas y lagos que magistralmente talla, diariamente, durante años mientras el hombre en cuestión de segundos los destruye. En esta biosfera, Leisureland Estates es el paraíso en miniatura que subraya y sustenta la filosofía de vida proteccionista y la toma de consciencia. Si bien este juego de escalas, dimensiones y tamaños por momentos rememora Alicia en el país de las Maravillas de Tim Burton (Alice in Wonderland, 2010), Los viajes de Gulliver (1960) y Querida, encogí a los niños (1989), sirve para ubicar a la perfección al espectador en el espacio-tiempo deseado: diminuto ante el mundo que lo rodea. Este concepto utópico que remite metafóricamente al Arca de Noé encaja semióticamente al dedillo con la narrativa positivista que plantea discursivamente. La perspectiva apela a garantizar que el espectador salga de la sala con la convicción de que la felicidad está ligada netamente a la perspectiva con la que se observen las cosas.
En Pequeña gran vida se vuelve a repetir el mismo problema que tuvo Suburbicon, el film dirigido por George Clooney que también protagonizó Matt Damon el año pasado. Los trailers promocionales de esta propuesta venden una película diferente que no la es que después encontramos en el cine. Los avances parecían brindar una película interesante y divertida que luego resulta decepcionante cuando descubrimos el verdadero trabajo del director Alexander Payne. El concepto original de la historia era muy atractivo. Para solucionar la crisis de superpoblación, los científicos consiguen reducir a los humanos a cinco pulgadas de alto, algo que genera una revolución social en la humanidad. Los primeros cuarenta minutos, donde se presenta la idea de la historia y los personajes principales son muy buenos y Pequeña gran vida amaga con desarrollar otra comedia original del director Payne. Lamentablemente el film luego decae por completo en el tedio cuando el realizador pierde el foco del conflicto e intenta acaparar numerosos temas en un mismo argumento. En consecuencia, como ocurrió con Suburbicón, nos encontramos con una película donde no queda claro qué quería hacer el director con estos personajes y el concepto de la historia. Payne intenta desarrollar una sátira social y crea una ensalada extraña donde la crítica al consumismo, el sueño americano y el capitalismo se mezclan con la amenaza del calentamiento global de un modo desconcertante. Lo peor es que el director tampoco tiene nada interesante para expresar en ninguna de las temáticas que aborda y el film resulta bastante superficial en ese aspecto. Una lástima porque el elenco es muy bueno y la trama tenía un comienzo muy sólido, pero el gancho de la propuesta luego se desinfla para desarrollar una película aburrida que pierde su rumbo. Pequeña gran vida no es un film malo pero dentro de la filmografía de Alexander Payne, quien en el pasado brindo grandes películas como Entre copas, Los descendientes y Nebraska, resulta una historia olvidable.
Payne y sus enanos Las películas de Alexander Payne forman un sistema de fábulas sociales en tono de comedia. Payne no es tan sutil como Lubitsch, ni tan demagogo como Capra, ni tan esnob como Jarmusch, ni tan cínico como los Coen, para nombrar a otros practicantes de ese género en el cine americano. Es más bien un director en busca de temas en los que expresar sus propias contradicciones, que son las de un demócrata al viejo estilo en tiempos difíciles (cada vez más difíciles) para conjugar humanismo y moderación. La última vez que lo encontré fue el día de la elección presidencial de 2008, cuando se dedicaba a recaudar fondos para un grupo llamado “Griegos por Obama”, un asunto de cuyo ridículo era consciente y que, mirado de cerca, revela buena parte de su ideología. Payne nació y se educó en Nebraska, un estado agrícola cuya mayoría es descendiente de inmigrantes europeos, que vota masivamente a los republicanos y donde la vida cultural no es una prioridad. Payne es un tipo cosmopolita, habla varios idiomas (el castellano entre ellos) y no es un campesino de Nebraska, pero el centro de sus preocupaciones son esos americanos de buena fe, anteriores a la grieta actual, de limitados recursos para vivir y de recursos aun más limitados para entender lo que les ocurre, desde la situación familiar hasta los avatares de la economía. Eso le pasa a su serie de protagonistas masculinos en La Elección (Election), Las Confesiones del Señor Schmidt (About Schmidt), Entre Copas (Sideways), Los Descendientes (The Descendants), Nebraska y ahora en Pequeña Gran Vida (Downsizing); el Nicholson de Schmidt y el Clooney de Los Descendientes, por nombrar dos, tienen dinero, pero están tan perdidos en la vida como sus congéneres de clase media, atravesados por dilemas éticos, de esos que resultan difíciles de manejar en la pantalla sin caer en la manipulación y la mentira. Pero Payne se las arregla. Lo suele ayudar una gran inteligencia para estructurar los guiones, un genuino interés por lo que ocurre en el mundo y la elegancia para equilibrar el entorno con la sustancia dramática, el humor con el conflicto social, las locaciones bellas pero discretas y la distancia que toma con la sordidez. Pequeña Gran Vida, un viejo proyecto de Payne y de su coguionista Jim Taylor, es un desafío para su sistema (en otra escala, para hacer un chiste obvio). De la comedia de costumbres, Payne salta aquí a la ciencia ficción distópica con otro presupuesto y otras necesidades de producción. La idea de partida es muy ingeniosa: unos científicos noruegos, preocupados por los desastres ecológicos, descubren la manera de achicar a los seres humanos. De ese modo, el consumo se minimiza y el planeta puede evitar una segura catástrofe. Pero los americanos descubren que achicarse puede ser no solamente un sacrificio, sino una manera de aumentar la riqueza: las familias de clase media como la del protagonista Matt Damon, aquejadas por el deseo y la imposibilidad de progresar económicamente, pueden vender sus modestas propiedades y, con el dinero obtenido, pasar a vivir varios escalones más arriba en una ciudad de liliputienses, donde un anillo de diamantes a su medida cuesta menos de un dólar y el presupuesto mensual en comida no alcanza a los diez. Así, achicarse no es solo un sacrificio para salvar al planeta, sino una impensada vía hacia la riqueza. Dicho de otro modo, la tentación de achicarse es la posibilidad de agrandarse y sobre esa paradoja se asienta la película. Claro que cuando las circunstancias de su matrimonio lo dejan con menos de lo que tiene, el achicamiento empieza a tener otro color y Damon pasa a vivir en un departamento en vez de una mansión y a tener que trabajar en un call center. Con gran ingenio, el relato lleva al espectador a descubrir paulatinamente que la sociedad de los pequeños tiene tantas diferencias sociales como la de los grandes. Así, un viaje en ómnibus hacia la periferia latina en compañía de la refugiada vietnamita que interpreta Hong Chau nos lleva con Damon a conocer regiones aun más miserables, propias de una pesadilla. Ver en grande significa así ver lo pequeño, lo sórdido de la vida de los pobres. A esa altura, el conflicto ético, político, psicológico y económico en el que está envuelto el personaje de Damon llega a su plenitud: es pobre, está solo, la sociedad que lo rodea es tan hostil e injusta como la que abandonó y no puede volver atrás. Pero Pequeña Gran Vida no es un panfleto ni una alegoría del orden social, sino una comedia que tiene que moverse hacia alguna parte. Dos personajes son los encargados de sacar a la película de su potencial parálisis narrativa. Uno es el de Hong Chau, activista, luchadora por los derechos humanos que vive ayudando a su comunidad y arrastra a Damon a obedecerla por falta de algo mejor. El otro es Dusan, contrabandista serbio, traficante en placeres que representa el deseo de disfrutar y de vivir en el lujo así como en el común barro de los mortales, fuera de cualquier mandato religioso. Pero hay otro polo en la película: el de los noruegos, con su rectitud moral, su utopía del Arca de Noé y su comunidad de hippies adoradores de la naturaleza. En Noruega se instala el juego final a tres bandas de Pequeña Gran Vida. A esta altura, Damon está enamorado de Hong Chau, seducido por la posibilidad de hacer historia (otro de sus defectos demasiado humanos es el cholulismo) y abrigado por sus amigos, Dusan y el disipado capitán de barco. Es decir, se debate entre el amor, la lealtad, la solidaridad, la ambición y también la sospecha (lubitschianamente introducida por Dusan, que parece un personaje de Ninotchka) de que los manifiestos y las consignas son nocivos para los individuos. No hay manera de resolver estos dilemas sin un golpe de guión más o menos arbitrario. El de Payne se inclina por los valores más humanos (en el sentido íntimo y terrenal de la palabra). Con su punto de partida absurdo, su continuo cambio de perspectivas y sus peripecias de caricatura, Pequeña Gran Vida resulta una película original, un poco descolocada de los tópicos sociales y de su tratamiento. Y lo que parece un defecto, que las opciones morales no sean nítidas ni lacrimógenas, hacen a su ligereza, que molesta a A.O. Scott, el crítico del New York Times, quien le pide algo “más grande”. En una entrevista con The Guardian, el periodista recuerda una cita de Preston Sturges en Sullivan’s Travels, en el sentido de que el único objetivo de un cineasta es entretener. Payne responde que no está del todo conforme con esa frase. Pero lo bueno que tiene como cineasta es que tampoco está conforme con las utopías, con los grandes discursos. Por eso le salen películas tan raras para Hollywood y tan reconocibles. Payne intenta siempre aclararse algunas dudas sin enfermarse de importancia. Y en general lo logra.
¿LO BUENO VIENE EN FRASCO CHICO? Matt Damon se hace chiquito y ni así zafamos del bostezo. Alexander Payne nos dio grandes historias como “Entre Copas”, “Los Descendientes” y “Nebraska”, pero con “Pequeña Gran Vida” (Downsizing, 2017) pretende abarcar demasiadas reflexiones y se pierde entre la sátira social, el drama y algunos mensajes confusos. Estamos en un futuro no muy lejano donde científicos noruegos encontraron la solución a uno de los grandes problemas ambientales de la humanidad: la sobrepoblación. La idea es reducir a los humanos a un tamaño pequeñísimo de apenas 12 centímetros, y ubicarlos en ciudades especiales donde pueden vivir cómodamente y producir muchos menos desperdicios. Quince años después, el proceso de reducción irreversible (downsizing) es todo un éxito a pesar de sus detractores, y Paul (Matt Damon) y su esposa Audrey Safranek (Kristen Wiig) deciden esquivar sus penurias económicas, y ayudar al planeta en el proceso, sometiéndose al mismo y dejando todo atrás para mudarse a Leisureland, una de estas nuevas comunidades muy populares. Con poco dinero en el banco, los Safranek se pueden asegurar un muy buen pasar y acceder a lujos que “en el mundo real” sólo pueden soñar. El problema es que Audrey se arrepiente a último minuto, y Paul termina solo, divorciado y con un departamentito en la ciudad, llevando una vida pequeña bastante miserable. Todo cambia cuando se empieza a codear con su vecino Dusan Mirkovic (Christoph Waltz), un comerciante playboy y millonario que consigue que cruce su camino con Ngoc Lan Tran (Hong Chau), una activista vietnamita que fue reducida en contra de su voluntad, y terminó como una refugiada en Leisureland, ahora, realizando tareas de limpieza. Payne nos habla del “sueño americano” y lo confronta con la realidad, curiosamente, dentro de este idílico (¿utópico?) mundo pequeño que, más allá de su tamaño, no guarda ninguna diferencia con el real. Hay trabajos mundanos, muros, inmigrantes en desventaja, gente que se aprovecha de las circunstancias, y otros que no lo pasan tan bien como dice el folleto; una realidad que parece ir golpeando a Paul de a poquito, hasta transformarlo en un idealista de manual. En vez de abogar por ella, “Pequeña Gran Vida” se burla un poco de la ecología, trasformando a sus defensores en hippies sin cabeza. Por el contrario, se preocupa en destacar las diferencias sociales en medio de lo que debería ser una fantasía, pero nos presenta la misma realidad que atestiguamos día a día como si fuéramos tan inmunes como el protagonista. La ciencia ficción siempre funciona muy bien cuando se trata de metáforas sociales. Payne nos muestra detalladamente el proceso de reducción y nos divierte por un rato, pero no aprovecha las circunstancias que plantea en su propio relato. La película se hace demasiado extensa (toda una paradoja, ¿no?), y sí, se va por las ramas, contando demasiadas cosas de la mano de un Matt Damon que no emociona a absolutamente nadie. Por el contrario, el personaje de Ngoc Lan Tran (y todos sus lugares comunes), resulta más auténtico y conmovedor pero, al final, también se diluye en este mar de críticas superpuestas que decepciona bastante. Alexander Payne sabe cómo filmar y “Pequeña Gran Vida” tiene imágenes impresionantes. Acá se las arregla de sobra con un presupuesto medio, escapándole a la margen independiente, aunque falla ahí donde siempre se luce: las conexiones humanas en sus relatos. No es una mala película, pero cuesta encontrarle algo verdaderamente destacable. LO MEJOR: - Hong Chau y la “autenticidad” de su personaje. - Un planteo original que se pierde en la práctica. - Los palitos a la política norteamericana. LO PEOR: - El mensaje se convierte en banalidad. - Basta de Matt Damon y sus caras de nada.
No se sabe muy bien qué tiene que ver Alexander Payne (Nebraska, Election, Entre Copas y Las Confesiones del Sr. Schmidt, entre otras joyitas del cine independiente americano), ni a quién se le ocurrió después de tantos años otorgarle el presupuesto necesario para un delirio de tamaña magnitud, pero sí se saben con certeza dos cosas: una, que el género se beneficia de una mirada completamente fresca, por momentos ridícula, pero siempre original, y dos que ésta vez extrañamente no es sólo la audiencia quien quedó fuera del chiste, sino que fueron mayormente los críticos quienes no entendieron. Downsizing (tal su nombre original) es una sátira sobre el fin de los tiempos, planteada desde una problemática real: el daño del hombre a la naturaleza y su inevitable extinción. Pero también es un cuestionamiento a las actitudes omnipotentes del humano, a su cultura, hipocresía y el modo que se comporta en sociedad. Es por eso que ofrece múltiples posibles lecturas, dos que fundamentalmente se resumen en lo siguiente: por un lado, ¿qué pasa si el perecimiento de la raza humana es a esta altura inevitable?, y por el otro, ¿qué importa?. Matt Damon encarna a Paul Zafranek, el prototipo de “hombre común y corriente” que no consigue jamás un logro en la vida, como sea siquiera que pronuncien bien su apellido. Está casado y “parece” feliz, quiere mudarse a un lugar mejor pero la realidad económica lo supera, y lleva una vida decente aunque carente de emociones fuertes. Es el hombre “mediocre” por definición, que un día tiene la oportunidad de dar un giro a su vida, o por lo menos de comenzar de nuevo alterando visiblemente su status: hace años se ha descubierto el “downsizing” humano, que consiste en la capacidad de reducir a una persona a un octavo de su tamaño. ¿Cuál es el beneficio? Ayudar al planeta, porque menos tamaño equivale a menor contaminación, emisión de gases y reducción de huella ecológica. ¿Cuál es el beneficio que realmente importa? Simple: todo es más barato, y los ahorros de una vida que a tamaño completo no sirven para nada, en modelo miniatura compran una mansión, varios autos, un jardín y permiten vivir “de arriba”. Naturalmente, la segunda parte es la que interesa a la mayor parte de la gente porque, seamos sinceros, el hombre parece ser egoísta por naturaleza. Pero Paul, contrariamente a todo lo mencionado anteriormente, no es cualquier hombre, o al menos en el fondo quisiera no serlo. Y por eso todo lo que sucede a partir del experimento se convierte en una aventura enredada, absurda y que poco a poco va perdiendo el hilo y derivando en lugares completamente inesperados (esto, que suele ser algo atractivo, es lo que evidentemente molestó a muchos de los más críticos con las decisiones de Payne). En roles secundarios aportan su gracia Cristoph Waltz como Dusan Mirkovic, el vecino hedonista y bon vivant que se deshace en fiestas, y Udo Kier, su fiel colega. Queda relegada y, es cierto, un tanto desperdiciada, una Kristen Wiig que hace su aparición apenas en el primer acto de la película. Downsizing, pese a algunas irregularidades y cambios bruscos de tono, es una película completamente atípica, visualmente atrapante y con una premisa absurda que permite evadirse de la realidad y, como todo buen exponente del sci-fi, parte de la maravillosa pregunta “¿y qué pasaría si….?”
Curiosamente el tráiler de “Pequeña gran vida” de Alexander Payne (“Los descendientes”) estimula a los espectadores a acercarse al cine con una serie de escenas cómicas en las que Matt Damon y Kristen Wiig despliegan ciertos mecanismos que potencian la idea de “reducción” que rodea la propuesta. Curiosamente, digo, porque en realidad “Pequeña gran vida”, si bien posee humor, mucho, desprendido de situaciones ridículas o hasta bordeando el patetismo, es una película más bien nostálgica y reflexiva sobre las decisiones del hombre y el camino que ha emprendido, hace tiempo, como seguidor de una línea de progreso que en realidad ha terminado por perjudicarlo. Con una estructura más bien clásica de relato, en el narrar las peripecias de Paul Safranek (Damon), el protagonista, quien tras años de ver que su vida no tiene nada de especial decide cambiar su vida al ser parte de un procedimiento que lo ayudaría a cambiar de estilo y de vida. Los avances tecnológicos han permitido ser parte de una comunidad de “reducidos” en tamaño y vivir en lujosas (y pequeñas) mansiones y además multiplicar por miles los ahorros de toda una vida, despreocupándose así de cualquier infortunio económico o movimiento en los índices inflacionarios. También el procedimiento se ha “vendido” como una solución para terminar, por un lado, con la superpoblación de los últimos tiempos, y también con la escasez de alimentos que afecta a gran parte de la gente del planeta. Como esto es una película y no una solución real a los problemas humanitarios, “Pequeña gran vida” avanzará desarrollando sus ideas de una manera contundente, con una estructura similar a películas de antaño, en las que una solución mágica propone el encuentro con la verdadera identidad de los protagonistas, o, al menos, permite hacer un viaje iniciático y transformador hacia otro estadio. Volviendo al relato, con el cambio de Paul, obviamente se presentarán algunas situaciones que se escapan al entendimiento y raciocinio de éste, y en ese adaptarse de un momento para otro a su nueva vida, con nuevas reglas y con la imposibilidad de volver atrás con la reducción, el protagonista comprenderá cuál es su verdadero motivo de existencia. Payne construye un relato atrapante, hipnótico, en el que primero se destaca la minuciosa descripción del procedimiento de encogimiento (con escenas de antología), que más allá del virtuosismo o no de los efectos visuales que acompañan, hay una mirada precisa y justa sobre aquello que se desea contar. Por otro lado, en el avance del relato, y en el comenzar a interactuar en su nueva “pequeña” vida, la aparición de persoanjes secundarios antológicos, como el de ese vecino dandy bon vivant, que interpreta Christoph Waltz, o en las breves apariciones, pero contundentes, de Laura Dern y Neil Patrick Harris, suman virtuosismo y potencia a la narración. Aquellos que vayan a buscar una comedia “disparatada” tendrán que ir a otra sala, porque lo que ofrece “Pequeña gran vida” además de reflexión y análisis, es la dosis justa de comprensión sobre el personaje que desarrolla y el camino que debe desandar para encontrarse consigo mismo.
El comienzo de Pequeña gran vida es intrigante. Un científico noruego consigue achicar a una rata y luego seguirá el curso con seres humanos. La idea es buscar la solución a un mundo superpoblado que tiende a extinguirse, y con personas de solo 12 centímetros, por su puesto, se consumirán menos recursos naturales. Más tarde el filme contará la historia de Paul Safranek (Matt Damon) y su mujer Audrey (Kristen Wiig). Ellos llevan algún tiempo casados, no tienen hijos y las hipotecas son un peso que no les permite poder establecerse con todas las comodidades que siempre desearon. En ese hipotético presente ya existe la posibilidad de reducirse y vivir de forma cómoda y segura. Y al conocer a gente que ya lo hizo, esta aparece como una gran opción. Así, ellos toman la decisión de liquidar sus bienes, juntar todo el efectivo posible e irse a vivir como millonarios de 12 centímetros. A pesar de que la vida en miniatura no resulta lo idílica que esperaba, Paul tendrá la posibilidad de conocer a Ngoc Lan Tran, una disidente vietnamita minimizada contra su voluntad por el gobierno de su país, y a otros personajes que le permitirán al protagonista ampliar su cosmovisión. El director de Nebraska construye aquí un relato desparejo. Pequeña gran vida no termina de encontrar ritmo y la película se torna morosa y extensa. A pesar de esto, la misma no está exenta de virtudes: en el primer segmento Alexander Payne acierta al expresar su crítica sobre el American way of life, mientras que en la segunda mitad es muy interesante como logra volcar una mirada humanista y global. Estos logros no alcanzan para terminar de redondear una buena película, principalmente porque en sus constantes virajes temáticos (película sobre un matrimonio joven promedio, la aventura de vivir miniaturizado, fábula ecológica sobre el final de la vida en la tierra) el relato nunca logra establecerse y funcionar naturalmente. Así Pequeña gran vida termina siendo una pequeña gran decepción, lejos del nivel habitual de su realizador. Por Fausto Nicolás Balbi @FaustoNB
Pequeña gran vida, la última película de Alexander Payne, es una mirada con lupa a seres humanos reducidos que tienen los mismos problemas que el resto de los mortales pero a otra escala. Científicos noruegos desarrollan una tecnología por la que logran reducir a una persona de 1,80 en alguien de 12 centímetros. ¿Con qué fin? Al parecer para luchar contra la contaminación, el problema de los residuos y la falta de alimentos. Paul Safranek (Matt Damon) y su mujer Audrey (Kristen Wiig), más por motivos económicos (100.000 dólares se convierten en 10 millones en el pequeño mundo) que por razones filantrópicas, deciden someterse a este cambio, que tiene características irreversibles. Es una apuesta fuerte, pero todo sea porque se cumpla su sueño de clase media norteamericana. El cine de Alexander Payne siempre fue más proclive a la sutileza que al trazo grueso, a una fina observación de microcosmos y, en este caso, una mini réplica de la sociedad que acaba convirtiéndose en lo mismo que pretende combatir. El problema pareciera ser qué relación tiene el comportamiento de los seres humanos con respecto al mundo que habita. Podemos ser pequeños en relación al planeta en que vivimos y, así y todo, seguimos cometiendo grandes problemas. En la lectura política de los personajes de Payne, la solución a las dificultades del mundo (ese espejismo que es el reducir las personas y las cosas para tener un mundo mejor) es mera hipocresía de idealismo y militancia berreta, ecologismo y cientificismo mal aplicado y de cómo sociedades en apariencia más avanzadas se traducen en un hippismo que deviene en culto de fanáticos. En tanto la esencia del ser humano y sus mezquindades, el aprovechamiento de los marginales y las ambiciones monetarias, son sólo palabras que se critican de la boca para afuera. La sensación que se tiene viendo Pequeña gran vida es que se trata de un compendio de buenas ideas que no terminan de amalgamarse del todo. Es en términos de realización, la más ambiciosa de las obras de Payne que, aunque sin perder su tono melancólico e irónico, va introduciendo personajes: la esposa de Safranek, Dusan y su amigo Joris (una suerte de contrabandistas fiesteros de Europa del Este que eligieron reducirse para dejar de ser los perdedores de sus familias) Gnoc Lan, la militante vietnamita reducida en contra de su voluntad que termina trabajando como personal de limpieza de los ricos. Hay toda una fauna de gente con los que la película va cambiando de rumbo y tono en el guion de Payne y su colaborador Jim Taylor, que debilita la historia y la aleja emocionalmente de la manera en que el director de Entre copas nos tenía acostumbrados.
En una fecha imprecisa, podría ser hoy, también a principios de este siglo o de aquí a unas décadas adelante, dos científicos noruegos consiguen reducir el tamaño de un ratón vivo. No mucho después, un grupo de personas, incluido uno de los dos hombres de ciencia responsables del hallazgo, se postularán para experimentar en sus propios cuerpos esta nueva dimensión de la especie. Una deriva evolutiva se pone en marcha: “los hombres pequeños” empiezan a vivir en prósperas comunidades y ciudades miniaturizadas, una presunta solución para el mundo real, pues aquí habría un nuevo equilibrio dinámico del capitalismo, entre la infinita producción de riquezas y su incontrolable y tóxico excedente, la basura.
Un film con suspenso a lo Hitchcok El calentamiento global, la sobrepoblación, la competencia, el capitalismo salvaje, el súper consumismo son los problemas de la realidad actual de un mundo globalizado. “Pequeña gran vida”, dirigida por Alexander Pyane, es la metáfora de una sociedad ideal a la que aspira todo individuo perteneciente a la clase media. También remite a la hipocresía del ser humano, al lado oscuro del sueño americano y al peligro de los muros, pero a pesar que algunos cayeron, otros en la actualidad son deseados, especialmente por Donald Trump. Todo conlleva a una incisiva sátira social a la que Payne interrelaciona comedia, drama, sátira futurista, historia de amor, mensaje político. Paul (Matt Damon, “Marte”,2015, “La Gran Muralla”, 2016, “El talento de Mr. Rippley”, 1999) y Audrey (Kristen Wiig, “Cazafantasmas”, 2016, “Welcome to me”, 2014, “Matersmids”, 2016) son una pareja, sin hijos, que buscan realizar sus sueños, ellos implican adquirir una casa mejor, ahorrando cada centavo de su sueldo, pero aun así no les alcanza. La solución aparece a través de un experimento noruego realizado por el Dr. Jorgen AsbJornsen (Rolf Lassgard, “A man called ove”, 2016) en la que plantea un proyecto de vida que acabará con todos los males del mundo, con una tecnología capaz de miniaturizar a un hombre hasta los 12 cm. Es decir, puede crear un país paralelo habitado por liliputienses, aludiendo a Jonathan Swift, que fue uno de los escritores que realizó, en el 1726, la crítica más amarga y a la vez más satírica contra la sociedad y la condición humana. “Pequeña gran vida”, partiendo del concepto de reducción marca en la trama una revolución dentro de una sociedad que busca siempre nuevas atracciones, aunque ésta sea una conversión que se producirá lentamente, y los reducirá a tamaño antinatural. Como todo eje publicitario para lograr esa transformación a los ciudadanos no se los coacciona para ser pequeños, sino que toman la decisión por sí mismos, aunque con una gran cantidad de promoción persuasiva que enfatiza el gran potencial financiero, el estilo de vida mejorado y el beneficio medioambiental. Payne ha tomado la interesante decisión de no involucrar a los gobiernos en el programa: la iniciativa científica no provino de Washington o La Unión Europea, ni tampoco la financiación, sino que se trata estrictamente de un emprendimiento privado. Como en una versión de acción real de una película de Pixar, el procedimiento de reducción se presenta graciosamente, incluso hipnóticamente, como un evento de producción en masa en una instalación acompañada de garantías que preservan la higiene y seguridad de los individuos; la operación es de rutina y cuando se pasa al otro lado, al mundo en el que todo se reduce proporcionalmente, no se puede distinguir la diferencia entre la vida anterior y la nueva. Este es también el punto de giro en el que la trama principal dirige los sucesos a un territorio dramático inesperado. Un año después, la existencia rutinaria de Paul como representante de ventas por teléfono es mucho más aburrida que la que llevaba en el mundo anterior, en el que era terapeuta. Pero de pronto su cotidianidad es interrumpida por dos playboy Dusan y Joris (Christoph Waltz (“Spectre 007”, 2015, “Django sin cadenas”2012), y Udo Kier (“Courier X”, 2016, “Melancolía”, 2011). cuya vida disipada entre chicas, alcohol y las drogas proporcionan una salida para la diversión sin límites. Sin embargo esto lleva a otro giro brusco, creando una ssubtrama para ingresar a otro mundo paralelo que se relaciona con la marginalidad y en donde se ubica al inmigrante latino o asiático o negro. A través de la reunión de Paul con la refugiada vietnamita disidente, Ngoc Lan (Hong Chau, “Big little lies TV” 2017, “Puro vicio”, 2014), una criada que reside en un lugar que es el reflejo de un microcosmos del Tercer Mundo, éste descubre que las injusticias son privativas tanto en un mundo como en otro. Porque a cualquier lugar que quiera ir el hombre la mezquindad, la envidia, y la miserabilidad, siempre lo acompañará. Ngoc Lan, cuya historia de vida es brutal hace de su inglés limitado una contundente arma de conexión con los otros. Para ella no hay tiempo para las sutilezas, sólo para una comunicación muy directa sobre las necesidades y realidades absolutas de la vida. Su personaje crea momentos inesperados y potentes. Ngoc Lan es una mujer sensata y trabajadora, no tiene tiempo para desviarlo en tonterías, sólo el dolor en su pierna amputada la obliga a detenerse. El de Ngoc Lan es un personaje entrañable y poco convencional que brinda los momentos más genuinos de conexión emocional con el público. Otra de las curiosidades de “Pequeña gran vda” fue, dentro de ese mundo tercermundista plagado de mexicanos, mostrar la película interpretada por Cantinflas “Ahí está el detalle”, (Juan Bustillo Oro, 1940) en la que representa “el pelado”, uno de los personajes más emblemáticos del cine mexicano, justamente porque trata de la clase baja y de los más pobres y marginales del México de aquel entonces, aunque en la actualidad todavía se da ese mote a ciertas personas y se lo utiliza como injuria descalificadora. Esa secuencia de “Ahí está el detalle” es un guiño para esa marginalidad que siempre está enredada en cierto caos que le permite sobrevivir, pero nunca avanzar. En “Pequeña gran vida”, Payne lleva a cabo un diálogo muy claro con cierta construcción que hace pivot en del cine clásico social americano en la que aparecen guiños al cine de Frank Capra (“La jaula de oro”, 1931, “¡Qué bello es vivir!” 1946) y Preston Sturges (“Embrujo de París”,1958, “Child of Maniatan”, 1933), en las cuales la aventura moral del protagonista posibilita la reconsideración de su vida y del lugar que ocupa en la sociedad y para ello se apoya en el personaje de Matt Demon. Primero, en su caída, tras la crisis económica, en un descreimiento hacia el mundo que conoce, dejándose, junto a su mujer, en un primer momento, seducir por ese mundo, nuevo mundo reducido; después, por la frustración y desencanto que le ofrece esa nueva vida, para luego redescubrir una realidad que, aunque en el mundo normal también existía, y que aparece ante él a través de la activista vietnamita Ngoc Lan. Para finalmente llegar a descubrir que el verdadero amor no está en los bienes materiales sino en la espiritualidad, un valor que se fue perdiendo en aras de un nuevo modo de esclavitud, el materialismo. “Pequeña gran vida” no esconde cierta inocencia, a la hora de plantear sus imágenes y su discurso. Quizá Payne no ha dotado a éstas de una mayor personalidad, aunque sí consigue crear en cada pasaje de la película una realidad que se corresponde con el proceso de Paul y, sobre todo, con la forma que tiene de observar, comprender y construir su nueva realidad. El punto, por supuesto, es que Leisureland, esa utópica ciudad del futuro, con su cúpula de cristal, es América y el mundo del Grupo de los 8 en microcosmos, con la misma corrupción y desigualdad, con el mismo sentido de poder, de riqueza, soledad y conflicto. La idea de que a la humanidad se le puede dar la oportunidad de crear una utopía, finaliza cuando se convierte en un facsímil de las injusticias y desigualdades de nuestro mundo actual, Por eso tal vez el mensaje de Alexander Payne y Jim Taylor es instalar al hombre en otro lugar que le permita observar, comprender y reflexionar sobre la realidad del mundo actual. Porque desde la especulación psicoanalítica podría decirse que vaya el individuo donde vaya lleva los problemas en su maleta, nunca los deja atrás.
Alexander Payne es un cineasta inteligente. No abundan, por cierto. “Inteligente” quiere decir aquí que comprende su material, que no elude las ambigüedades de las ideas que surgen de la trama, que cree también que el espectador es inteligente. Esta comedia parte de una premisa de ciencia ficción: la ciencia descubre cómo “miniaturizar” a la gente, y la vida pequeñita es mucho más barata -y potencialmente lujosa- que la normal. El protagonista es un tipo común de clase media, informado y con aparente pátina de culto o, al menos, informado. Se miniaturiza y lo que arranca como una vida genial comienza a mostrar lados difíciles, incluso injustos: en última instancia, la utopía siempre es imposible aunque el amor pueda paliar -no curar, Payne es inteligente, dijimos- las tristezas del mundo. Probablemente no guste a todo el mundo, y en cierto sentido resulta un film desconcertante. Pero tiene el humor y la distancia necesarios para que comprendamos ese mundo, que termina generando ecos mucho después de salir de la sala.
Alexander Payne vuelve a usar la comedia como medio para hablarnos de inquietudes de la clase media americana, personajes patéticos y satirizar la sociedad actual. Una lástima que la excesiva extensión de la película haga que el chiste se agote rápido. El cineasta Alexander Payne disfruta de hacer dramedys personales y corrosivos con mucha sátira social y comentarios sobre la condición y los comportamientos humanos. Payne utiliza su sentido del humor como un vehículo para hacer reflexionar al espectador y a veces conmoverlo con películas como Nebraska (2013), Los Descendientes (2011) y Entre Copas (Sideaways, 2004), hasta convertirse en uno de los autores más interesantes del cine independiente americano. Pequeña Gran Vida (Downsizing, 2017) marca su primera producción de gran presupuesto con una premisa de ciencia ficción y un fuerte despliegue de efectos especiales. Un grupo de científicos noruegos descubre la fórmula para reducir el tamaño de los seres vivientes, al poco tiempo presentan su invención como una herramienta revolucionaria para salvar al planeta y evitar crisis de superpoblación, falta de recursos y contaminación. Es que al reducir a una persona a unos 13 centímetros de altura se necesitaría muchísimo menos espacio para vivir, se reduciría el consumo, etc. Paul Safranek (Matt Damon) y su esposa Audrey (Kristen Wiig) son un matrimonio de clase media que desean mudarse para “cambiar” su vida, pero las deudas les impiden aspirar a un nivel de vida mayor. Ambos deciden atravesar el proceso de miniaturización para aportar su granito de arena en la salvación del mundo y el cuidado del ambiente, pero también persiguiendo mayor lujo y confort. Al necesitar menos dinero para mantenerse, sus ahorros de familia de clase media se convierten en una fortuna y pueden experimentar la vida perfecta de los millonarios en un coqueto resort gentrificado para familias en miniatura. Los problemas para Paul comienzan cuando Audrey decide dar marcha atrás con la miniaturización en pleno proceso, dejando a su esposo solo y más pequeño que un celular. A partir de ese momento Paul deberá rehacer su vida; este hombre pequeño ansioso por dejar una gran huella en el mundo descubrirá que las injusticias y las diferencias sociales no son propiedad exclusiva de las personas de tamaño “normal” y tendrá su oportunidad para cambiar el mundo… o tal vez no. A pesar de ser un director que siempre se movió como pez en el agua cuando se trata de películas independientes o de presupuesto medio, Alexander Payne sale muy bien parado en su primera incursión dentro de las grandes producciones. Con su ácido humor y sus acertadas observaciones Payne nos entrega una película que habla sobre el cambio climático y el desastre que la humanidad hace con el medio ambiente, la pobreza y la exclusión, los refugiados, el inconformismo de la clase media americana y más; todo sin un discurso panfletario. Él se encarga de presentar a los personajes y sus motivaciones, las valoraciones corren por cuenta del espectador. Así, a lo largo del film podemos simpatizar con el patético Paul, su vecino serbio hedonista Dusan (Christoph Waltz), la activista luchadora por los derechos humanos Ngoc Lan Tran (Hong Chau) que siempre está dispuesta a ayudar a los necesitados, el grupo de científicos noruegos encabezado por el Dr. Jorgen Asbjørnsen (Rolf Lassgård) que devinieron en una comuna de hippies amantes de la naturaleza y hasta una pareja interpretada por Neil Patrick Harris y Laura Dern que parecen vivir en un eterno infomercial; todos ellos vistos de una manera satírica sin llegar a convertirse en una caricatura. Más allá del buen trabajo de guion y los personajes bien definidos, el principal (y gran) problema de la historia está en su extensión, no solo en el tiempo de metraje, sino también en la estructura narrativa, que se siente como si la película tuviera 4 actos. Sin embargo, esta falencia no logra ensombrecer del todo una historia sólida, reflexiva y entretenida con un más que correcto despliegue de efectos especiales.
Un mundo infeliz A todos los grandes directores les llega su película fallida. Y este es el caso de Alexander Payne con "Pequeña gran vida". El realizador de joyitas como "Las confesiones del Sr. Schmidt" y "Entre copas" pierde el rumbo en esta ambiciosa cruza de ciencia ficción con drama y comedia negra, que Payne pensó como un proyecto para "salir de la zona de confort". El planteo de la película, en principio, es inquietante: con el objetivo de combatir la superpoblación mundial y aliviar los males del planeta, un laboratorio noruego desarrolla un método para reducir al ser humano a 12 centímetros de estatura. Para algunos es una chance para salvar a la humanidad, para otros, en cambio, es la posibilidad de convertirse en millonarios con poco, porque las grandes mansiones, por ejemplo, pasan a ser una simple maqueta para los más "pequeños". Paul Safranek (Matt Damon), un hombre gris y rutinario, y su mujer, deciden achicarse para mejorar su nivel de vida, pero —oh, sorpresa—, no todo era tan rosa como lo pintaban, y resulta que las desigualdades del capitalismo se replicaban hasta en los universos más idílicos. La película está dividida en dos partes: en la primera se describe el proceso de achicamiento y las motivaciones del protagonista. Aquí hay expectativa y cierta tensión por el destino de los personajes. En la segunda parte, en cambio, la historia se vuelve morosa y divagante. La alegoría se va descarrilando lentamente mientras el mensaje se explica y se subraya con un dejo de moralina. Otro punto en contra es que "Pequeña gran vida" no termina de cuajar como comedia negra. Matt Damon es incapaz de hacer reír con un personaje que oscila entre lo patético y lo caricaturesco.