La conciencia negra. Para bien o para mal, las tres primeras escenas de Selma (2014) establecen la inflexión narrativa del film en su conjunto: vemos a Martin Luther King (David Oyelowo) ensayando un discurso frente al espejo, luego viene un atentado con explosivos en el que mueren niños y el remate llega de la mano de un personaje -interpretado por Oprah Winfrey- que recita el Preámbulo de la Constitución Norteamericana mientras intenta registrarse para votar. El opus de la publicista reconvertida en directora Ava DuVernay se centra precisamente en la batalla mediática de King en pos de finiquitar la segregación en Estados Unidos mediante marchas y actos varios de índole pacífica, toda una estrategia política resumida en el eslogan “negociar, demostrar y resistir”, sin jamás obviar a los sectores blancos en el poder. Más que en edificar una biopic tradicional, la realizadora se muestra interesada en ofrecer un retrato del héroe del movimiento por los derechos civiles y dar testimonio de su doctrina igualitaria, en función de la cual analiza los detalles de la caminata que el susodicho promovió de Selma a Montgomery, la capital del estado de Alabama, reclamando la inclusión concreta de la comunidad afroamericana en el sufragio universal, algo que estaba garantizado sólo de manera nominal. La propuesta apuntala un contexto convulsionado caracterizado por la ignorancia, el complot gubernamental, un racismo de corte esclavista, la vehemencia del aparato de represión, una campaña de terror impulsada desde las cúpulas y finalmente la presencia de dirigentes extraordinarios como Malcolm X y el propio King. Ahora bien, el error habitual de este tipo de obras mainstream pasa por el hecho de pensar que la figura pública de turno basta por sí sola para sostener la película, lo que deriva en un relato en mosaico a pura dispersión por todos los “personajes secundarios” de su vida. Selma por momentos también pierde el foco y para colmo cae en esa pomposidad alegórica sustentada en clichés, diálogos trillados y montajes sensibles con música a tono. Si bien vale aclarar que estamos lejos de los golpes bajos de El Color Púrpura (The Color Purple, 1985) o la mucho peor El Mayordomo (The Butler, 2013), resulta lastimoso que aun hoy continúe en auge esta clase de recursos cuando ya han sido superados por la crudeza documentalista intra industria de cineastas de la talla de Paul Greengrass y Steve McQueen. Como suele ocurrir en casos como el presente, el convite compensa los problemas formales con la excelente interpretación del protagonista, Oyelowo, un actor británico al que no le tiembla el pulso cuando debe reproducir palabra por palabra los discursos históricos de King. Una idea oportuna del guión del debutante Paul Webb fue la de recurrir a inserts con los reportes del FBI en consonancia con la persecución y vigilancia de la que el señor fue objeto, un detalle bastante irónico que ejemplifica tanto la faceta reaccionaria de la sociedad del norte como la violencia que la enmarca. Dejando de lado las buenas intenciones del film en general, DuVernayse se luce en las escenas intimistas y redondea un pantallazo afable sobre la construcción de la conciencia negra y su articulación militante…
Selma, de Ava DuVernay, y Francotirador, de Clint Eastwood, son biopics y recurren a todos los tópicos del género, incluyendo los textos sobreimpresos al final para explicar qué fue de la vida de la gente retratada. Claro que con propósitos ideológicos bien diferentes: la película de DuVernay se ocupa del activista Martin Luther King y su lucha por los derechos civiles de los negros en Estados Unidos, mientras la de Eastwood se centra en Chris Kyle, marine famoso por haber matado 160 iraquíes (o más aún, según fuentes no oficiales), incluyendo mujeres y niños. Un espíritu de telefilm aleccionador campea en ambas, con reflexiones en voz alta y episodios de la Historia asomando en las pantallas de un televisor encendido o en titulares de diarios de la época. Selma tiene a su favor una iluminación cobriza acorde con su atmósfera, emotivas actuaciones y un final verdaderamente movilizador. Un poco como lo había hecho Milk (2008, Gus Van Sant), reivindica el derecho a reclamar, a salir a las calles, a trabajar para modificar injusticias. Para eso no desestima discursos ni escenas sobrecogedoras (aunque sin el regodeo morboso de 12 años de esclavitud). Despierta piedad e indignación, y tal vez alivio al sugerir que el mismo país que en los ’60 veía el racismo con indiferencia hoy tiene un Presidente negro y puede promover y premiar películas como ésta. Reconstruyendo los hechos sin demasiado vuelo, Selma parece adecuada para ser vista y discutida en clase en una escuela secundaria. Pero aún en su simpleza, Selma transmite una idea de lucha colectiva, de reclamo para ganar derechos y de enfrentamiento con el poder político que a Eastwood no parece interesarle.
La ficción pobre Selma es una más, entre muchas, de la moda de los films basados en hechos reales y/o biografías. Sus reclamos de racismo por no haber obtenido la suficiente cantidad de nominaciones al Oscar expone aun más sus limitaciones y sus intenciones cinematográficas escasas. Sería injusto sin embargo analizar una película por los escándalos que produce fuera de lo que la película en sí mismo. Así que analicemos primero esa acusación y pasemos luego a la película, como bien parecen querer los que la hicieron. Aún así, los valores del film no dependen de esto. ¿Merecía Selma ser nominada a mejor director? La respuesta es simple: no. ¿Ava DuVernay fue segregada por su raza y su género? Imposible saberlo, aunque hay que decir que peores directores han sido nominados, así que podrían haberla nominada a ella. ¿Y qué pasa con los actores? Misma respuesta. Si yo fuera miembro de la Academia hubiera actuado igual, ya que considero que no merecen premio alguno. Pero claro, en épocas de corrección política, cuando uno nomina a una mujer o a un afroamericano, debe dar explicaciones. ¿Acaso no es mucho más grave que no haya nominado a Clint Eastwood a mejor director? Alguien dirá: ¡Pero él ya ganó dos veces! Y yo contesto: ¿No se debería premiar a los mejores en lugar de a los no premiados previamente? Si la idea es darle un premio a uno diferente cada año, entonces entreguen ese premio y no hagan más nominaciones. Qué triste será el Oscar del año que viene si se adivina que gana alguien solo por compensar. Cuando Kathryn Bigelow se llevó el Oscar a mejor dirección y a mejor película por Vivir al límite fue un momento sublime. ¿Y saben por qué? Porque se los merecía. Así debería ser siempre, así es como yo veo los premios. El año pasado una película lamentable como 12 años de esclavitud gana de forma incomprensible el Oscar a mejor película. ¿Alguien duda de que fue por corrección política? Nadie acusó en ese momento a la industria de ser racista, y fue el año pasado, no hace veinte años. Esperemos que el año que viene, y este año, gane el mejor, el que los miembros de la Academia consideren genuinamente el mejor. Este reclamo de racismo no hace más que jugarle en contra a películas como Selma. Es más, esta clase de reclamos es profundamente racista, porque asume que la raza es motivo suficiente para prestarle más atención a una película que a otra. Ahora sí, pasemos a la película. Selma cuenta los eventos ocurridos en 1965 en el Selma, Alabama, donde Martín Luther King se puso al frente de la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos. La lucha por el derecho al voto había llegado a su punto límite y en dicha ciudad un manifestante había muerto asesinado. Las marchas cambiarían el curso de la historia y la película describe este proceso, así como también las negociaciones con el presidente de los Estados Unidos y la lucha contra las fuerzas más racistas del país. Sin duda, una historia apasionante, conmovedora. Cualquier espectador se ve movilizado frente a las injusticias tan recientes que el film narra y frente al coraje de aquellos que se animaron al cambio. La historia, que bien podría ser una miniserie documental, tiene su mayor mérito en la historia elegida, no en la forma en la que es llevada a la pantalla. El documental no es un género taquillero y estas ficciones lo que intentan es llegar a un número mayor de espectadores. Pero cuando uno hace una ficción para la pantalla grande, la mera ilustración de los eventos no alcanza. Apenas si pueden servir como fragmentos para ilustrar un documental. Selma en ese aspecto se asemeja a la narrativa elemental y sin vuelo de un telefilm. En Estados Unidos la crítica fue terriblemente benevolente y complaciente, aprobando a la película como si aprobarla fuera reivindicar la lucha de los derechos civiles. Ese error es impulsado por la propia película. Detrás de su chantaje ideológico existe la idea de que si uno no aprueba Selma está en contra de la igualdad de derechos. Obviamente esto es absurdo. Si el film no recibió premios es porque no se los merece, o al menos eso creen muchos de forma genuina, como deben creerlo con cualquier film premiado o no premiado. Lo que deberían hacer quienes hicieron Selma es confiar en lo que hicieron y el porque lo hicieron. Ojalá mejores películas surjan sobre los mismos eventos. El cine es muchas cosas, el cine puede ser un espacio didáctico y ayudar a difundir la historia. Pero para eso, mejor confiar en historiadores, documentalistas y maestros. El cine es por encima de cualquier otra cosa, un arte. A Selma lo que justamente le falta es arte. Todo lo que más emociona en el film, son los fragmentos justamente de documental que aparecen. La realidad es mucho más interesante que esta construcción de ficción de bajo vuelo.
Sinécdoque Selma. La mayor virtud de Selma es que se presenta transparentemente como un recorte y no como un intento por abarcar lo inconmensurable, estrategia que suelen adoptar las biopics para narrar una vida completa, a modo de síntesis. Salvo la enorme J. Edgar (2011) de Clint Eastwood, los modos empezaron a cambiar en los últimos tiempos. El foco de las vidas se empezó a direccionar sobre los acontecimientos, incluso el propio Eastwood tomó un fragmento por sobre la totalidad para contar una vida, en el caso de Invictus (2009), cómo Nelson Mandela recién electo presidente vislumbraba en el inminente mundial de rugby en su país una chance de reconciliación para su pueblo. Casi en la misma sintonía la directora Ava DuVernay cree en “la parte por el todo” para representar a Martin Luther King y es por eso que se posa sobre la lucha de este activista pacífico en una nación violenta, a las puertas de Vietnam y con el reciente magnicidio de Kennedy reverberando en la figura del presidente Lyndon Johnson, un personaje fundamental en esta historia. DuVernay logra sortear algunos lugares putrefactos del más reciente cine de reivindicación afroamericana (cuyo film icónico es 12 Años de Esclavitud), acompañante de la administración de Obama, sin embargo cae en el uso pueril de los planos cortos para resaltar la violencia. En especial la de un ataque brutal a un hombre blanco que viajó de Boston a Selma para participar de la marcha hacia Montgomery, convocada para protestar por la negativa del gobernador de Alabama para dejar sufragar a los ciudadanos negros, lo que constituye el conflicto central de la película. El guión de Paul Webb tiene un doble mérito porque en primer lugar tuvo que reescribir los discursos de Martin Luther King (derechos que posee el estudio DreamWorks), y además porque expone en líneas muy contundentes cierta contradicción del protagonista, expandiendo los límites bidimensionales con los que se suelen encuadrar a estas figuras, incorporándoles un halo de endiosamiento. Allí donde Steve McQueen no podía resistirse a hacerle un zoom con su cámara a una espalda marcada por latigazos, DuVernay hace un acercamiento más profundo al discurso pero no atraviesa del todo el límite de utilizar su película como medio para emitir un mensaje: poco es el espacio para la representación. David Oyelowo (Jack Reacher, 2012) compone a un Martin Luther King desde la particularidad y no desde la imitación, quizás como principal atributo. Selma es una película intrascendente pero dentro de las fronteras pintadas por su propio dispositivo surfea algunos rasgos inevitables de las biopic concientizadoras permitiéndose, por ejemplo, jugar con la profundidad de campo en las escenas del puente. Su estreno local solo tiene una justificación por ser una de las ocho candidatas a mejor película para los próximos premios Oscar. La ironía de la Academia en solo sumarle otra nominación, y a mejor canción original (la categoría menos cinematográfica de todas), la etiqueta como una obligación para mantener la línea de lo “políticamente correcto” para la industria, una jugada de la que era merecedora 12 Años de Esclavitud.
Selma, el poder de los sueños, es un imperdible e impecable film para elegir sin dudas en la cartelera de cine. Si bien últimamente Hollywood está entregando muchas biopics, ésta se destaca sobre las demás, entre otras cosas, por su edición, guión, sensibilidad, historicidad, fotografía, ambientación...
El poder del contexto. Un joven de no más de 25 años y sus padres corren por sus vidas. Entran a un café para resguardarse, pero dos policías los encuentran. El joven se para contra la pared y alza las manos. El policía dispara. El policía es blanco, el joven negro, y la escena no transcurre en el 2014 en Ferguson, sino en 1965 en Selma, Alabama. Este fragmento describe solo una pequeña parte de los eventos que transcurrieron cuando Martin Luther King decidió viajar a Selma e instar a sus habitantes negros a pelear por su derecho a votar. Para aquel entonces, la segregación ya era ilegal en los Estados Unidos, pero como suele suceder cuando la ley está más avanzada que la mente de los habitantes a quienes rige, los ciudadanos de Selma simplemente deciden ignorarla. Cuando King llega, lo primero que recibe como bienvenida es una piña, pero cada situación que pone en evidencia el racismo que encierra esta ciudad no hace más que convencerlo de que es “el” lugar donde debe estar. King es inquebrantable, e insistirá hasta que su misión se cumpla. La historia de King es fascinante tanto a nivel narrativo como político. Es una historia con muchos matices y pequeñas anécdotas, todas dignas de ser contadas. Sin embargo, King es una figura histórica peligrosa a la hora de retratarlo en un film. Es muy fácil acabar por endiosarlo, o utilizar sus hazañas para apelar a la culpa de sus espectadores blancos y al resentimiento acumulado por años de maltrato de sus espectadores negros. Sin ir más lejos, esto último es lo que hizo 12 Años de Esclavitud, lo cual le consiguió un Oscar a mejor película. Afortunadamente, Selma logra escaparse de estos estereotipos que tantas veces arruinan a las películas históricas. Ava DuVernay retrata a King como una figura admirable pero también como un hombre con errores, contradicciones y dudas. El guión logra combinar los brillantes discursos de King con la voz de aquellos que sufren en el transcurso de la lucha que él invoca, y la dirección presenta planos interesantes y originales. La musicalización del film es impecable: sirve no solo para situarse en el momento y el lugar en el que transcurre, sino también para adentrarse en la cultura negra que la produce. Sin embargo, en otro momento histórico, quizás Selma no recibiría la atención que recibió. Es una película bien realizada e interesante, pero no está a la altura de la mayoría de sus competidores en los Oscars. He aquí el aspecto más interesante del film, aunque se encuentre por fuera del mismo: Selma nos recuerda que una película no es solo los aspectos técnicos y artísticos que la componen, sino también el contexto en el que se produce. El ver a un joven negro ser asesinado por un policía y entender la impunidad que él disfrutará es volver a ver los noticieros que anunciaron la muerte de Michael Brown y recordar la total impunidad de la que disfruta hoy quien le disparó, el policía Darren Wilson. En este aspecto, es interesante cómo Selma hace hincapié en la importancia de las noticias: King mismo admite que necesita que suceda algo espectacular frente a las cámaras para que la gente entienda el sufrimiento por el que la gente de Selma pasa. Selma no es, entonces, una maravilla del cine por sí misma. Pero sí es un producto interesante y relevante en su época y atento a su coyuntura, que busca influenciar la cultura desde el reflejo de la misma. Quizás el mayor logro de la película sea haber encontrado dicho reflejo en una lucha que interesa a todos, y hacer entender a sus espectadores que la problemática que retrata sigue vigente.
Juventud en marcha Las primeras escenas de Selma, tercer largometraje de la directora Ava DuVernay, hacían presagiar lo peor. Primero, vemos al reverendo Martin Luther King recibiendo el premio Nóbel en 1964; luego, una explosión que mata a unas niñas que bajan las escaleras de una iglesia filmada ¡en cámara lenta!; más tarde, a una mujer negra (la estrella de los medios y coproductora del film Oprah Winfrey) siendo rechazada con absoluto desprecio cuando va a inscribirse para votar. O sea, didactismo, golpes bajos, sensacionalismo y excesos propios de la corrección política mal entendida. Sin embargo, cuando empezamos a convencernos de que estamos ante otra biopic abyecta, Selma empieza a enderezar el rumbo incursionando en zonas bastante más interesantes: por un lado, narra la progresiva desintegración del matrimonio entre MLK (David Oyelowo) y su esposa Coretta (Carmen Ejogo) por las infidelidades de él y las crecientes amenazas que reciben; por otro, describe el espíritu de época con elementos de thriller político en el que aparecen desde sus encuentros (y desencuentros) con el presidente Lyndon B. Johnson (Tom Wilkinson) hasta las confabulaciones pergeñadas por el siniestro J. Edgar Hoover (Dylan Baker). Así, más cerca de Lincoln, de Steven Spielberg, que de las concientizadoras El mayordomo o 12 años de esclavitud, Selma encuentra su corazón en las tres marchas que entre Selma y Montgomery, en pleno reaccionario estado de Alabama, encabezaron MLK y el Student Nonviolent Coordinating Committee (SNCC). La reconstrucción de esas caminatas de 80 kilómetros (los primeros intentos fallidos por la brutal represión policial) es muy buena (intercalada con imágenes reales de archivo), así como los matices, la diversidad y las diferencias entre los integrantes de los diferentes grupos que integraron el movimiento por los derechos civiles (a esa altura, por ampliar a todos los negros el derecho a voto). Está claro que Selma -nominada al Oscar principal- no es la obra maestra que los principales críticos de Estados Unidos (calificación de 100/100 para The New York Times, Variety, Village Voice, etc.) aclamaron, pero tampoco un despropósito. Es un film que preanunciaba lo peor y termina siendo bastante noble y digno. Y resulta, sobre todo para el contexto actual de los Estados Unidos, donde el racismo y los abusos policiales están muy lejos de ser algo del pasado, una película importante y necesaria.
Como todas las guerras civiles, la de Estados Unidos tiene una y otra vez proyecciones de películas que intentan contar a su manera lo ocurrido. Sin embargo, es precisamente del país con amyor difusión del que recibimos más noticias. Selma es el nombre de un pequeño pueblo en Alabama, donde Martin Luther King Jr. enfocó los pasos finales de su lucha por los derechos civiles de las personas de raza negra. Ava DuVernay dirige con mano inexperta los pasos de Luther King Jr (Chiwetel Ejiofor), y se enfoca en lo ocurrido en el pueblo de Selma, sin querer ir más allá y narrar toda la vida del importante luchador civil. Esto es un acierto, pues en las dos horas que dura el filme, cuenta lo que tiene que contar y no intenta narrar toda una vida y volverla aburrida. Sin embargo, por eso mismo es por lo que falla: le cuesta mucho trabajo encontrar su propio ritmo. Tiene momentos emotivos, es cierto, pero fallan muchas cosas, empezando por cambiar los discursos más representativos que son precisamente de esta época, y esto tiene que ver con que la familia de Luther King que aún vive, son quienes poseen estos derechos y no quisieron prestarlos para el filme. La esencia se mantiene, pero uno espera encontrar esas frases icónicas que marcaron a la historia. Ahora bien, Ejiofor está correcto pero no sorprende. No imprime esa fuerza de líder que sí tenía King Jr. y ahi es donde se cae todo. Los personajes secundarios son muy secundarios, y aunque creemos que muestra el nivel de violencia necesario sin caer en la exageración, también necesita un poco más de contexto histórico. Su fortaleza que habíamos mencionado, de centrar toda la historia en unos pocos días, es también su mayor falla, pues pareciera que quedan muchos cabos sueltos. Si no concen la historia de lo que de verdad pasó en Selma y en el país en general en esos años, se pierde mucha información. Y para ser honestos, al igual que nos pasa con la segunda guerra mundial, ver dos o tres películas por año con las mismas historias termina por cansar. Es cierto, pobre gente, sufrió mucho, pero ya nos cansamos de ver más de lo mismo.
Una obviedad: el cine es movimiento. Es movimiento y las películas históricas como Selma: El poder de un sueño tienden a la inmovilidad. La directora Ava DuVernay recrea un capítulo decisivo en la lucha por el voto de los negros a través de una serie de viñetas en las que los personajes aparecen clavados en zonas precisas del plano, declamando solemnemente, como si se tratara solo de unos adornos vistosos que completan la escena. Los diálogos resultan igualmente pesados, irrespirables: cada actor habla como en una obra de teatro mal dirigida, sin nada de frescura. La planificación es tan obsesiva que la imagen ahoga a los protagonistas encuadrándolos de manera quirúrgica, siempre con el fin de producir algún simbolismo evidente cuyo sentido no pueda escapársele a nadie. En la primera reunión que tienen, Martin Luther King y Lyndon Johnson son filmados casi siempre desde abajo, con contrapicados que los recortan contra dos banderas norteamericanas y un ventanal por el que entra una luz cegadora. La puesta es barroca y parece gritar su propia significación: los contendientes, aunque enfrentados, representan dos caras de una misma nación (dentro del plano, a cada uno le corresponde una bandera). En otro momento, cuando King duda de su desempeño como lider, la cámara lo enfoca con una gigantesca cruz de fondo: el político, un católico fervoroso, es una especie de figura de aliento sacrificial, o por lo menos así nos lo comunica el encuadre subrayadísimo que le dedica la directora. El guion es igualmente reacio a producir cualquier clase de matiz y apuesta a la elaboración de estereotipos unidireccionales: la figura pública de King es reducida a la del héroe abnegado pero inseguro de su propia tarea; el presidente Johnson, a un político calculador pero humano que se ve atrapado entre dos posturas irreconciliables; los empleados estatales y dirigentes locales de Selma, a un montón de villanos crueles y despiadados de los que ni siquiera se sabe con certeza por qué insisten en negar el voto y en reprimir las marchas. Incluso hay apariciones fugaces e intrascendentes de figuras reconocidas como Edgar Hoover y Malcom X: su presencia no suma nada al relato, la película los convoca sumariamente solo para fortalecer un poco la reconstrucción de época. Paradójicamente, las escenas que en principio más deberían tender a la quietud, terminan siendo son las más encendidas. Se trata de los discursos de King, en los que el ritmo cansino de la película y del actor David Oyelowo cobran vida y le imprimen algo de velocidad a las escenas: Oleyowo está parado en un púlpito, pero la fuerza de sus énfasis y la elegancia de sus cadencias entusiasman y hacen que la película, de alguna forma, se mueva. El escaso caudal de recursos de Selma se resume también en eso: los discursos canalizan toda la energía que la imagen y la banda sonora son incapaces de vehiculizar. Lo de DuVernay resulta ser una ilustración histórica en clave solemne: los hechos están ahí, despojados de cualquier rugosidad, listos para pasar a conformar un fresco insulso acerca de una gran causa. Las muertes y la represión son filmadas en cámara lenta, como si la directora quisiera sumar a las apuradas algo de lirismo. En las marchas no hay seres humanos, solo figuras impertérritas que caminan inconmovibles hacia su emancipación con el acompañamiento de canciones de protesta que suenan desde el off. Si todo el conjunto se siente rígido, las imágenes de archivo del final no hacen más que acentuar el malestar: las marchas reales muestran a un sinfín de personas cuya vitalidad y dinamismo resaltan todavía más la falsedad de los figurantes de DuVernay. Los manifestantes reales (y sus antagonistas, también) se mueven, están vivos, son todo el cine que Selma no pudo hacer.
LA UNION HACE LA FUERZA "Selma: el poder de un sueño" (2014) de Ava DuVernay, narra los sucesos que expusieron al común de la gente el drama que estaban atravesando los ciudadanos negros de la pequeña ciudad de Selma. En su afán por independizarse de una vez de las viejas ataduras y liderados por Martin Luther King, este grupo de activistas intentó pasar por el puente que unía Selma con Montgomery pero les fue impedido el paso. Detrás de esa negación, con una violenta represión transmitida en directo por los medios de comunicación, el grito de personas comunes exigiendo igualdad se encarneció en una pequeña multitud que con el correr de los días comenzó a recibir adhesiones desde todos los lugares del país. Y si bien el acompañamiento desde la sociedad fue masivo, no así el de los políticos, quienes vieron cómo todo aquello que venían construyendo hace años, basado en la negación del derecho a voto, se comenzó a resquebrajar de un día para el otro. Ava DuVernay transmite con pasión el trabajo diario desde el detrás de la marcha, con imágenes de archivo que apoyan la acción pero principalmente por la enorme labor de David Oyelowo y Carmen Ejogo, como King y su señora. Más allá de la literalidad de algunas escenas y el relato simil telefilme, en la lupa que pone DuVernay sobre la relación de éstos, tambièn se impone un punto de vista particular que humaniza aún más el relato. Basta de biografías de bronce, nadie más expuesto a las miserias que aquellos que deben lidiar con presiones y aún así mantener sus vínculos intactos para poder subsistir. La mirada sobre las historias personales de todos los que participaron de la marcha, como así tambièn el foco sobre el cinismo de la política y la imposibilidad de decidirse, son los puntos más relevantes de un filme visto ya en varias oportunidades y que se muestra honesto frente al tema que trata. PUNTAJE: 6/10
Humanizando al líder Durante 1965 en Selma, Alabama, Martín Luther King Jr. (encarnado aquí por David Oyelowo) encabezó el movimiento pacífico abogando por los derechos civiles de los afroamericanos (teóricamente por legislación podían votar, pero en la práctica sufrían violencia tanto institucional como física al intentar empadronarse). Frente a este escenario no sólo de segregación, sino de muerte y de falta de contención política y judicial, las marchas son el único recurso posible para King y sus seguidores ante tantas fuerzas racistas que no sólo atentan contra ellos, sino también contra los blancos que avalan el voto negro. Desgarradora por tratarse de hechos e injusticias verdaderamente acontecidos, las mayores virtudes de Selma residen en evitar el golpe bajo y el deleite morboso al que nos tienen acostumbrados películas de reivindicación social como la reciente 12 Years a Slave por un lado, y por el otro, en centrarse en un acontecimiento en particular, como es el caso de la mítica marcha de Selma a Montgomery, en un contexto donde el asesinato de Kennedy aún es reciente y Johnson no quiere cometer riesgos que le valgan la presidencia, evitando así narrar brevemente la vida completa de King. Otro mérito no menor es el guión a cargo de Paul Webb, quien logra dar un panorama general de la nefasta situación, sin apelar al sentimentalismo por el sentimentalismo vacío, y dota a King de imperfecciones tanto ideológicas como familiares, dudas y contradicciones; algo poco usual alrededor de ciertas figuras humanísticas enaltecidas socialmente. Sin embargo, por más que este técnicamente bien realizada, Selma se asemeja más a un telefilm que al tipo de producciones nominadas este año al Óscar, ahora bien: ¿por qué se le dio tanta atención a esta película incluso antes de su nominación a este premio? Por un lado fue por el contexto, y no hablo del contexto narrado situado en 1965, sino de 2014: policías blanco persiguiendo, golpeando y matando a jóvenes negros, pero no en Selma, sino en Ferguson ¿un hecho pasado o presente? Un poco por eso, y un poco por la corrección política que le encanta a la Academia de Hollywood y a USA en general, Selma causó tanto revuelo. Por otro lado pudo deberse a la prehistórica idea de que si uno hace una crítica negativa sobre el film, está en contra de la igualdad de derechos. Nada más lejano a la realidad, ya que al menos yo, prefiero la igualdad de derechos práctica, en la vida cotidiana, y no un trofeo dorado como premio consuelo, mientras una persona es golpeada ferozmente en las calles por tener un color de piel distinto a otro.
El puente de la libertad La sobrevaloración es lo que mejor define a Selma, el poder de un sueño, la biopic del año para reivindicar la figura de Martin Luther King, que buscaba alzarse con varias nominaciones a las ternas más importantes de los Oscars - tal vez para repetir el derrotero exitoso de 12 años de esclavitud- y así cruzar el puente del éxito cuando un cachetazo de la realidad la dejó en el camino con la singular nominación a mejor película de consuelo, a pesar del coro de reproches y tibias acusaciones de cierta animosidad para con el film, teñidas de racismo. Si la película dirigida por la directora Ava DuVernay, con guión de Paul Webb, hubiese tenido reconocimiento por parte de los miembros de la Academia nunca se hubiese justificado por sus méritos cinematográficos, sino por la mera especulación y corrección política a la que ya estamos más que acostumbrados porque Selma ante todo es un relato bastante lineal, que puede calificar como telefilm por su estructura. No pasa de un intento prolijo por acumular situaciones que ponen en contexto la lucha por los derechos civiles, las rencillas internas y políticas entre los propios activistas afroamericanos y muy por encima la pincelada del magnetismo del líder Martin Luther King, aquí retratado sin maquillaje idealista detrás, pero desde sus discursos y pensamiento para negociar con el enemigo entre otras cosas el derecho a sufragar. En ese recuento sumario de idas y venidas, amenazas, un clima de disturbio social creciente que ponía nervioso al, en ese entonces, presidente de los Estados Unidos Lyndon Johnson, sumada la recalcitrante figura de hombres blancos racistas para lo cual Tim Roth era el actor ideal por su fisic du rol, transcurre esta anodina y poco interesante radiografía de lo que fuese una marcha social multitudinaria y pacífica que cambiaría el destino de la raza más sojuzgadas en la tierra de los hombres libres. Una película que no funciona como alegato y que está destinada al pronto olvido.
Selma: El Poder de un Sueño está dirigida por Ava DuVernay y muestra la marcha que encabezó Martin Luther King desde Selma a Montgomery, Alabama, en 1965. Queremos votar Martin Luther King (David Oyelowo) practica un discurso mientras se prepara para recibir el premio Nobel de la Paz. Cuatro niñas negras mueren al detonarse una bomba en una iglesia. Una mujer trata de inscribirse en el registro de votantes de Selma, Alabama, y se le niega el derecho. Estas tres escenas reflejan el marco histórico de Selma: El poder de un sueño. La película se ciñe a una parte específica de la extensa lucha de Martin Luther King por la igualdad en los derechos civiles de los estadounidenses. Corre el año 1965. Martin Luther King había logrado que se les concediera el derecho a votar a los ciudadanos negros, pero en ciertos estados, no se cumplía y la segregación racial continuaba. Es por esto que King y su círculo cercano se dirigen a Selma, Alabama, donde se gesta la lucha para que se respeten los derechos de los afroamericanos. Allí, King y sus allegados analizarán los distintos modos de acción, mientras son atacados y hostigados por la policía y las autoridades de Selma sin justificación alguna. Selma-Montgomery Uno de los rasgos rescatables de Selma... es la decisión de tomar tan sólo una parte de la vida de King, en lugar de hacer una película biográfica. Otro recurso acertado es el de poner inserts de los reportes del FBI, que espiaba a King, como para dar una idea del carácter reaccionario de la agencia y el gobierno estadounidense. Las actuaciones sostienen la película. Es destacable como David Oyelowo compuso a Martin Luther King, con sus gestos, su manera de hablar y sus matices. No se quedan atrás Tom Wilkinson y Tim Robbins, interpretando a Lyndon Johnson y George Wallace, respectivamente. Afortunadamente, el personaje de King no está idealizado, sino que se lo muestra con sus contradicciones y dudas, a la vez que tampoco cae en un retrato demasiado solemne. La decisión de dejar la violencia fuera de cuadro, como en la escena de las niñas y la explosión, dura muy poco. A medida que avanza el relato, se deja ver más y más la violencia hacia los negros. Los planos cerrados y el uso de la cámara lenta dan ganas de taparse los ojos en determinadas escenas, no porque sea más impresionante que otras películas, sino porque se vuelve agotadora tanta carga de violencia. Conclusión Selma: El poder de un sueño se luce en el retrato de Martin Luther King y hace una crónica bastante correcta de los sucesos históricos. Más allá de eso, no se destaca mucho esta película, y se sostiene más que nada por las actuaciones. Busca impresionar con sus imágenes y lo logra, y quizá lo más original se da cuando deja la violencia fuera de cuadro.
Yo tengo un sueño Selma: El poder de un sueño (Selma, 2015), uno de los films que compiten por el Oscar a la Mejor Película, retrata la lucha emprendida por Martin Luther King y la comunidad negra de los Estados Unidos. Si bien no se aparta de los andariveles de la corrección política, la reconstrucción de la época y el esbozo de un personaje tan interesante la convierten en una más que digna competidora. Ya se sabe: a los miembros de la Academia les encantan los films con enfermos crónicos que logran cumplir sus ambiciosos objetivos, con guerras (si es con amplio protagonismo americano, mejor), y con luchadores que dejan marcas en la historia. A este último rubro adscribe Selma: El poder de un sueño, película revisionista y con resonancias en la actualidad. Porque por más los estadounidenses tengan un presidente negro, los conflictos raciales y la idea de la supremacía blanca siguen latentes en Estados Unidos. La película de Ava DuVernay se concentra en un puñado de personajes que cobraron protagonismo a partir de las célebres marchas por la lucha de los reconocimientos a los derechos de la comunidad negra, que comenzaron en la ciudad de Selma, precisamente, hacia 1964. Si bien el principal objetivo era el pleno ejercicio del voto para todos los negros, el reclamo fue mucho más amplio. Conforme al avance de las manifestaciones públicas, los violentísimos ataques (por parte de civiles y también de miembros del Estado) aumentaban en cantidad y en brutalidad. El film muestra esos momentos con la medida justa entre el registro documental y el efectismo al que todo drama –en mayor o menor medida- debe aspirar para que el espectador se identifique con lo que acontece frente a sus ojos. Por fuera de aquellos momentos de mayor impacto,Selma: El poder de un sueño también propone una serie de secuencias que trazan las ambigüedades en el discurso del presidente Lyndon B. Johnson (Tom Wilkinson), tensionado por un grupo de actores políticos conservadores (incluyendo al siniestro Edgar J. Hoover) y la cada vez más poderosa masa de habitantes negros liderados por King (buen trabajo de David Oyelowo), centro gravitacional aquellas marchas y formidable orador. Esa es la sub-trama más interesante de todas, y también es otro acierto la inclusión de imágenes de archivo que se cohesionan bien con el material ficcional. Es cierto que DuVernay no logra eludir las marcas nodales de este tipo de películas, las biopics históricas, pero más allá de una banda sonora que edulcora y magnifica de forma innecesaria, su película se sigue con interés y permite mostrar algunas líneas de ambigüedad en el seno de la vida marital de King y las divisiones internas dentro de la propia comunidad negra. Sin ser una gran película, Selma: El poder de un sueño es un más que digno producto histórico.
Con este estreno llegamos a la cuarta (y última) biopic que se encuentra nominada como mejor película en la entrega de premios de la Academia a desarrollarse el domingo 22 de febrero. Las próximas líneas pueden sonar duras pero no por ello tienen que ser mal interpretadas porque Selma es una buena película, pasa que ni de casualidad tendría que estar ternada. Selma está nominada a mejor película únicamente porque trata un tema de interés por la comunidad afroamericana en Estados Unidos. Más aún en esta premiación en donde los actores y actrices cuyo color de piel es negro no fueron ternados. Sino no hay otra explicación porque la historia, que obviamente es conocida, no está contada de ninguna manera especial como para hacer resaltar la narrativa del film así como tampoco la manera en la cual está filmada. La fotografía es simple, está compuesta por planos y angulaciones bastante comunes y no se aprovecha el despliegue de época generado. Un verdadero pifie por parte de la directora Ava DuVernay. Sin embargo, la dirección de actores es bastante buena y se ve reflejada en una gran interpretación por parte de David Oyelowo. Su Martin Luther King es prácticamente igual al verdadero, a aquel que podemos ver en material de archivo. El resto del elenco está bien pero tampoco para destacar. En cuanto a la historia, el problema no radica en que es conocida sino en como está contada, porque aburre y la película se hace larga a pesar de que su metraje no es tan extenso. Los golpes bajos no son tantos (aunque si en las primeras escenas), y en un momento se abre una arista interesante que luego no es explorada: las infidelidades de Martin Luther King hacia su esposa. Lejos del efectismo de 12 años de esclavitud el año pasado, Selma se queda en el camino de poder hacer ruido no solo en la sociedad norteamericana sino también en las butacas.
Política, realidad y el cambio de época. Si bien el británico David Oyelowo (El mayordomo, Interestelar) no llegó a estar nominado como Mejor Actor, esta película tipo biopic figura como Mejor Film. Muestra un capítulo estremecedor en la lucha por los derechos civiles. En 1964, el reverendo Martin Luther King ganó el Premio Nobel de la Paz, por su lucha por los derechos civiles. Parecía que las condiciones estaban dadas para que de los negros finalmente pudieran votar sin restricciones en los Estados Unidos. Sin embargo, los estados más racistas de la Unión estaban dispuestos a dejar pasar el tren de la historia, por lo que King ideó una marcha pacífica entre las ciudades de Selma y Montgomery, en los profundo del estado de Alabama, presionando al presidente para que enviara una ley al Congreso y se derogaran los obstáculos para poder registrarse y votar. Selma cuenta ese momento histórico donde Martin Luther King (gran trabajo del británico David Oyelowo, que según la Academia de Hollywood no le alcanzó para que decidieran nominarlo) lucha por imponer sus ideas en medio del racismo y también la incomprensión de buena parte de la comunidad negra, principalmente la liderada por Malcom X, por su estrategia pacifista. La realizadora Ava DuVernay, que ganó el premio a la mejor dirección con Middle of Nowhere en el festival Sundance, consiguió el apoyo de Oprah Winfrey que interpreta un papel secundario pero decisivo, ademas de ser la productora del film junto a Brad Pitt. Trabajó al biopic asentándose en la realpolitik de la época–como el Lincoln de Spielberg–, con las negociaciones del reverendo con el presidente Lyndon B. Johnson (Tom Wilkinson) que se opone a las reformas legislativas en un año electoral, los grupos más radicales que con su discurso violento son funcionales al poder y en el frente interno, la lucha del activista por mantener a flote su matrimonio con Coretta (Carmen Ejogo), aun con sus ausencias, sus infidelidades y los sucios recursos que emplea el todopoderoso jefe del FBI, Edgar Hoover (Dylan Baker) para complicarle la vida. Este equilibrio que va sosteniendo Martin Luther King en diferentes instancias, tiene en la película un ritmo de thriller político a medida que las negociaciones avanzan y se estancan, cuando se va desde el conflicto en general con las tres marchas ferozmente reprimidas desde Selma –que funcionó en la historia y en el relato como el centro de la segregación– hasta los crímenes que sufren los activistas, blancos y negros, por las calles de la ciudad. Es cierto, Selma compite a la mejor película en la próxima entrega de los Oscar en un momento donde los derechos civiles otra vez están en la tapa de los medios estadounidenses por los casos de violencia racial de la policía, pero se trata de un film interesante, pero más allá de la oportunidad.
La extensa lucha por los derechos civiles. Que el film se titule Selma y no King, pese a que es la figura del célebre pastor la que ocupa el centro del relato, tiene su explicación. Es la población de esa ciudad de Alabama la que conforma el retablo protagonista de las famosas marchas que marcaron en los años 60 un momento culminante de la larga lucha por los derechos civiles emprendida por los afroamericanos y a la que con menos frecuencia de la que suele creerse el cine ha abordado frontalmente (hasta podría decirse que Selma es el primer film de envergadura que Hollywood dedica a Martin Luther King). Pero más allá de la mera biopic, que con buen criterio el film condensa en unos cuantos episodios ilustrativos de su personalidad y representativos de su gesta, importa el movimiento que el pueblo protagoniza bajo su guía. Una elección que queda expuesta desde el comienzo mismo del film, con la escena íntima de los preparativos del líder para asistir en 1964 a la Academia Sueca, donde recibirá el Premio Nobel de la Paz. Aquí sobreviene un abrupto quiebre: la explosión en una iglesia de Birmingham que dejó como saldo la muerte de cuatro niñas negras. Pero inmediatamente después la película parece encontrar su justo tono con la secuencia que tiene a Oprah Winfrey como protagonista: es una mujer común que intenta registrarse como votante y es rechazada. Serán muchos otros ciudadanos negros los que ganarán nítida identificación a lo largo del relato, no sólo como participantes de las marchas de Selma a la capital estatal, Montgomery, secuencias en las que el film gana palpitante verosimilitud y la directora DuVernay la primera realizadora negra nominada para el Oscar demuestra su potencia narrativa. Sobre todo en la primera, el Bloody Sunday del 7 de marzo de 1965, brutalmente reprimida por las fuerzas del orden. Pero también merecen destacarse las abundantes escenas que pintan al protagonista en la intimidad, con sus dudas, sus convicciones y la larga reflexión sobre las estrategias que guiarán su relación con un presidente Johnson que el film describe como demasiado reticente hacia la demorada promulgación de las leyes que asegurarían la igualdad de derechos cívicos por encima de las diferencias en el color de la piel. Hay quienes han cuestionado ese retrato de Johnson, al que poco ayuda una composición del excelente actor británico Tom Wilkinson, al que le cuesta desaparecer bajo el personaje. Cincuenta años después de ese postergado reconocimiento, no puede decirse que la cuestión racial esté completamente resuelta, pero más allá de las diferencias con King que el film no deja de exponer incluso por boca de otros luchadores, partidarios de gestos menos pacíficos que los que defendía el pastor, nadie niega el papel fundamental que a él (notable trabajo de David Oyelowo, que lo despoja del bronce y pone el acento en su dimensión humana) le cupo en la historia norteamericana del siglo que pasó. El film, que en ese sentido puede contribuir a reflexionar sobre cuánto queda aún por hacer, también acierta al señalar la conciencia con que tanto Luther King, finalmente asesinado en Memphis a los 39 años, el 4 de abril de 1968, como su esposa Coretta asumían el peligro de muerte que corrían teniendo en cuenta el clima de intolerancia racista que primaba entre sus enemigos.
Sobriedad para resaltar a un líder. omo en Lincoln, de Steven Spielberg, la directora Ava DuVernay toma a un personaje -Martin Luther King-, pero para hablar de él no realiza una biografía (una biopic), sino que lo circunscribe a un momento histórico preciso. Es una manera de abordarlo, y ciertamente eficaz, porque sin ser un docudrama ofrece suficientes pinceladas de cómo considera, la realizadora de color, que fue el protagonista. En la película, por 1965 King lidera una marcha, siempre desafiante y desafiada, y a veces sangrienta, desde la Selma del título hasta Montgomery, en una Alabama gobernada por un blanco (Tim Roth). El maltrato, el desprecio de los racistas hacia quienes marchaban pacíficamente en su lucha por los derechos al sufragio de los negros, es por momentos gráfico. Pero Selma no es, ni de lejos, 12 años de esclavitud. La degradación humana no es una exhibición de bajezas. Se puede generar el horror sin ser tan demostrativo como el filme que ganó, hace un año, el Oscar, el mismo premio al que aspira Selma, y probablemente no gane. Se entiende, aunque es discutible: la película producida por Brad Pitt trataba sobre esclavos, y ésta sobre un líder de los derechos humanos. Y ya sabemos qué es lo que prefiere Hollywood. La película arranca con King y su esposa. El no parece estar muy convencido. Ella le arregla el nudo de su corbata. King está por aceptar el Premio Nobel de la Paz. A partir de allí, la elipsis que hace DuVernay es para atrapar lo esencial -la confrontación entre King y el presidente Lyndon B. Johnson (Tom Wilkinson), que sucedió a Kennedy y antecedió a Nixon, nada menos- por el derecho a los ciudadanos de color de poder votar en el Sur. Selma no es una película política, sino humanista. Toma a King y lo retrata como hombre, sí, pero también lo muestra como un gran calculador y estratega. Pero a no engañarse, que los discursos que pronuncia en la película no son históricos y fueron escritos por DuVernay. David Oyelowo, dentro de un elenco brillante y parejo, se debate entre la imitación y la personificación de Martin Luther King. Es tan convincente cuando está con Coretta, en su hogar en Atlanta, como cuando debe arengar a cientos.
Más golpe al corazón que reflexión Como en otros films sobre personajes históricos, el tercer opus de Ava DuVernay, acerca de Martin Luther King Jr., casi nunca abandona la construcción estatuaria, hagiográfica: la idea carcome la forma, el homenaje devora el retrato. El simple pero relevante hecho de que Selma: El poder de un sueño haya sido dirigida por una mujer “afroamericana” (¡ay, ese eufemismo!) y no haya recibido una nominación en ese rubro –aunque sí como Mejor Película– ha generado en Estados Unidos una buena cantidad de polémicas. Que, por otra parte, en nada se relacionan con los valores o deméritos del film, producido entre otros por Brad Pitt y la presentadora estrella Oprah Winfrey, quien además participa en un pequeño pero simbólico rol. Parece haber incluso algo culposo en las prominentes loas de la crítica norteamericana en su conjunto (en su grandísima mayoría, blanca). Lo cierto es que el tercer largometraje (primero de alto perfil) de Ava DuVernay, que cierra el ciclo local de películas biográficas oscarizadas de esta temporada, está más cerca del video motivacional que del ensayo histórico-biográfico. O al menos del telefilm lineal con futuro de material didáctico para las high schools norteamericanas.Selma se concentra en un período puntual en la vida de Martin Luther King Jr., con epicentro en las marchas pacíficas sobre el puente Edmund Pettus de la ciudad de Selma, Dallas, en 1965, y la violenta represión de las fuerzas de seguridad locales. El guión de Paul Webb despega con una escena íntima, justo antes de que el gran luchador por los derechos civiles reciba el Premio Nobel de la Paz. Lo que ocurre a continuación anticipa la tonalidad que la película perseguirá hasta las últimas consecuencias: la muerte –en cámara lenta– de cuatro niñas negras en una escuela bautista de Alabama, como consecuencia de un acto terrorista. Que más de un año separe un acontecimiento del otro debería entenderse y disculparse como licencia poética. Inspirador: algo que inspira, que “infunde o hace nacer en el ánimo o la mente afectos, ideas, designios”, según el diccionario de la RAE. Como tantos films basados en vidas célebres, ése es el camino elegido por Selma, en detrimento del más arriesgado y pedregoso derrotero de la reflexión. El golpe al corazón (a los ojos y los oídos, en realidad) es siempre más directo. En particular, cuando los temas que le competen –el racismo y sus terribles consecuencias, la lucha por las libertades individuales y colectivas– son tan duros y amargos.Como si no hubieran transcurrido más de ochenta años desde aquel Disraeli (1929) con George Arliss, la primera biopic de la era sonora, Selma vuelve a congelar historia, contexto, política y pasiones en una serie de escenas/reservorios de sentido que, por momentos, se acercan al viejo concepto del tableau vivant. Más allá de ciertos detalles que se deslizan aquí y allá en un intento por humanizar la semblanza –como la referencia a las infidelidades amorosas de King–, la película casi nunca abandona la construcción estatuaria, hagiográfica: la idea carcome la forma, el homenaje devora el retrato. Personajes históricos como Malcolm X, J. Edgar Hoover o el presidente Lyndon B. Johnson (el reparto de secundarios incluye a Tom Wilkinson, Martin Sheen y Cuba Gooding Jr., entre muchos otros talentos) desfilan por pantalla y dicen sus parlamentos con convicción e impronta realista. Los encuadres y el montaje, serviciales, acompañan y refuerzan. En el centro, la actuación mimética y precisa (acento, postura, semblante) del británico David Oyelowo como King. Todo muy verosímil, profesional. Y tremendamente apagado, chato, a pesar de las estridencias visuales y sonoras. El triunfo del mensaje por sobre la forma cinematográfica. 5-SELMA: EL PODER DE SUEÑO Selma; Estados Unidos/Reino Unido, 2014.Dirección: Ava DuVernay.Guión: Paul Webb.Fotografía: Bradford Young.Montaje: Spencer Averick.Música: Jason Moran.Duración: 128 minutos.Intérpretes: David Oyelowo, Tom Wilkinson, Cuba Gooding Jr., Alessandro Nivola, Giovanni Ribisi, Common, Carmen Ejogo, Tim Roth.
Un hombre que se atrevió a soñar En 1963, Martin Luther King pronunció un discurso que marcó un momento en la historia, y que hoy en día es tan icónico como el hombre que l ideó. Pero la realidad es que, luego de aquel acontecimiento King se vio frustrado: las cosas seguían iguales, y el cambio que él tanto había soñado parecía no llegar nunca. Selma es la historia de un movimiento. El filme recorre la historia y los sucesos que se dieron en un período de tres meses en el año de 1965 cuando Martin Luther King dirigió una campaña en pos de la igualdad de derechos; una campaña que apoyó con todo su ser, a pesar de los peligros que sufría en manos de una oposición violenta y cerrada. La épica marcha desde el pequeño pueblo Selma hasta Montgomery culminó en uno de los eventos más importantes del siglo XX: El Voting Rights Act de 1965, que le concedió el derecho al voto a la población afroamericana. Al actor británico David Oyelowo le tocó la ardua tarea de llenar los zapatos de uno de los personajes más icónicos y reconocidos de la historia. Pero con una profundidad y un carisma único, supo aceptar el trabajo y devolver una de las grandes interpretaciones de la temporada, con una sutileza en su actuación que conmueve de una manera que sobrepasa la superficie. Y que la directora de Selma sea una mujer afroamericana no es detalle menor. Ava DuVernay tomó un guion que flotó por años en el limbo de los proyectos que no lograban juntar los fondos suficientes para salir adelante, y lo transformó en una de las películas más reales del momento, que parece agarrar al espectador de la cara y gritarle: "Las cosas no cambiaron del todo". Selma está nominada como mejor película para la edición 2015 de los Premios de la Academia. No va a ganar el Oscar –las favoritas son Birdman y La Teoría del Todo-, pero el legado de este filme sobrepasará la notoriedad de los estrenos anuales, y permanecerá como un fiel retrato de una época, y un hombre cuyo sueño traspasó fronteras.
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Notable evocación de un hecho clave en la historia de EE.UU. Hace apenas medio siglo, los negros de EE.UU. todavía no podían votar fácilmente. Las restricciones eran absurdas, pero muy poderosas, sobre todo en los Estados del Sur. Por eso, a comienzos de 1965 la Southern Christian Leadership Conference dirigida por el pastor bautista Martin Luther King, y el Student Nonviolent Coordinating Committee, de John Lewis, decidieron hacer una manifestación pacífica en Selma, un pueblo muy representativo de Alabama. Ya para entonces King había liderado la Marcha Sobre Washington por Trabajo y Libertad (donde dio su bellísimo discurso "Yo tengo un sueño"), había logrado la Ley de los Derechos Civiles y recibido el Nobel de la Paz. Era una figura de prestigio internacional. Pero el 7 de marzo, en las afueras de Selma, 600 de sus seguidores fueron ferozmente apaleados por unos brutos. El detalle es que eran tan brutos, que no advirtieron cómo el registro periodístico de los hechos iba a impresionar a la opinión pública y a la Casa Blanca. La lucha tomó entonces otras dimensiones. La Justicia Federal, los representantes de la Iglesia Católica, Judía, Ortodoxa, etc., se hicieron presentes. Lyndon Johnson apuró la Ley de Derecho al Voto y el mayor control sobre algunos excesos de los racistas. Aún así, nada fue inmediatamente fácil. Sobre esos hechos habla aquí Ava DuVernay, cineasta negra. Lo hace con buen despliegue, preciso manejo de la tensión dramática, compromiso personal y gran elenco, donde destacan el inglés David Oyelowo como Martin Luther King, Oprah Winfrey, actriz y coproductora, Tim Roth como el gobernador racista George Wallace, y Tom Wilkinson como Johnson (da bien los gestos, aunque no tiene la fisonomía). Emociona tan sólo saber que algunas de las escenas más fuertes fueron representadas en el mismo lugar de los hechos: el puente Edmund Pettus, los escalones del Capitolio de Montgomery, etcétera. Con justa razón, la película, así como la canción "Glory", son ahora candidatas al Oscar. No así la directora, lo que causó bastante malestar por aquellos lares. Detrás de esto hay otra historia. Paul Webb, escritor inglés, había colaborado en la reescritura del "Lincoln" de Steven Spielberg, sobre las internas de una votación clave. Hizo entonces un guión sobre las conversaciones de M.L. King y Lyndon Johnson. Lo tomó Brad Pitt, que tentó a sucesivos directores, entre ellos Lee Daniels ("El mayordomo"). Fue Oyelowo quien sugirió el nombre de DuVernay, que hasta ese momento sólo había hecho buenos films de bajo costo, pero se había criado en el Sur (su padre aún vive cerca de Selma). Nadie mejor que ella, entonces, para hablar con conocimiento. El asunto es que DuVernay cambió algunas cositas del guión. Algunas fastidian a varios historiadores, porque cuenta los hechos desde el actual punto de vista negro en menoscabo de Johnson, que queda bastante mal. Pero otros aportes suyos son indiscutibles: escenas sobre las internas de los movimientos civiles, inclusión de personajes nuevos representando a líderes históricos de segunda línea, mayor desarrollo de la figura de la esposa de M.L. King, imágenes de mucha fuerza y claridad expositiva. Una lástima, que la familia del pastor no haya autorizado el empleo de sus discursos. Hubo que escribir textos "a la manera de", en vez de representar exactamente los auténticos, como el "Cuán lejos, no tan lejos" que cerró aquella histórica marcha. En suma, una obra muy destacable. Y, ciertamente, es un pecado que DuVernay no sea candidata al Oscar como mejor directora.
Siguen llegando las películas nominadas a los Oscars y es el turno de Selma. Por un lado, están quienes la consideran la gran olvidada, porque salvo la terna de Mejor Película sólo tiene una nominación a Mejor Canción Original. Por el otro, la nominación a Selma parecería ser la obligatoria de una Academia política e ideológicamente correcta y tras los premios el año pasado a "12 años de esclavitud", este año siente que no puede repetirse una temática tan similar como triunfadora pero no dejan de tenerla en cuenta para las nominaciones. La verdad es que más allá de que algunos crean que al menos su directora, Ava Duvernay, se merecía una nominación más, "Selma" es un producto cuidado y correcto pero que no aporta más que una prolija cronología histórica. ¿De qué va "Selma"? Para empezar, es el nombre de un pueblo que en 1963 se encuentra revolucionado. La población negra tiene muchas ganas de ser parte de la democracia, pero el gobierno le pone piedras de manera constante, más allá de que oficialmente ellos puedan votar. Es que si quieren el sufragio necesitan hacer trámites y completar formularios que casi nunca son aprobados. Martin Luther King, ya con el premio Nobel de la Paz en su haber, se junta con el presidente Lyndon B. Johnson para proponer que la gente de color pueda votar de manera libre. La película sigue principalmente a este personaje, hasta llegar al momento de la marcha en Selma (un hito), que ocasiona disturbios fatales entre el pueblo negro. Sin embargo el hecho es televisado y pone frente a los ojos de todos, sin importar raza, la discriminación abominable que sufre el pueblo. Con algunos pocos recursos interesantes (como el texto que se imprime al final de varias secuencias describiendo el archivo en el que está basado) y un manejo de la información poco efectiva, "Selma" termina siendo una película poco dirigida a un público general, sino más bien a la gente que ya conoce y quizás fue parte de esa historia. Es inevitable que más allá de que nos conmueva lo sucedido, la forma en que se presenta el relato nos distancie, nos haga permanecer de un lado lejano. Selma cuenta con buenas actuaciones ( con los sólidos David Oyelowo, Tim Roth y Tom Wilkinson a la cabeza) pero el guión se torna lento y sin sorpresas, y a veces las cosas se suceden con saltos en el tiempo poco específicos. Esto, más allá de su inicio prometedor y algunas primeras escenas bien desarrolladas con el atractivo para invitarnos a la historia. Sin embargo (y desgraciadamente), esa tensión no se sostiene a lo largo del metraje Otro punto a favor, a diferencia de "12 años de esclavitud", es que Duvernay decide dejar la violencia fuera de cuadro logrando que lo sucedido impacte de un modo más auténtico. Pero la película no termina de conmover como debiera, excepto quizás en el momento en que aparecen imágenes documentales, de archivo, lo que da cuenta de lo gélido de la atmósfera creada. "Selma" termina siendo casi un film olvidable, útil para conocer un poco más de la historia de Estados Unidos, pero no se queda con uno al finalizar su recorrido.
Selma no es la respuesta de 2014 a la visceral y emocionante 12 Years a Slave, pero toca temas similares, sobre todo haciendo énfasis en la triste -y todavía relevante- segregación racial hacia los afroamericanos. No se puede evitar hablar de que al momento de su estreno, el film de Ava DuVernay ocupaba un lugar privilegiado en las estimaciones para el Oscar, aunque finalmente se le hizo caso omiso y sólo rascó dos irrisorias nominaciones -Mejor Película y Mejor Canción- que enfocan aún más la discriminación racial latente. Selma llegaba con muchas recomendaciones y altos espíritus, en un mes colmado de biografías de personajes reconocidos, carne predilecta de la temporada de premios. Es un placer entonces encontrar que no vamos a recorrer la infancia de Martin Luther King Jr. sino que la acción se enfoca en un momento singular de su vida, la encarnizada batalla por acceder al derecho al voto que tantas vidas se llevó hasta lograr el cometido del pueblo. Pasando el logrado efectismo de ciertas escenas filmadas por DuVernay y la escalofriante interpretación de David Oyelowo como King, la película tiene grandes escenas aquí y allá, pero algo en sus engranajes no termina de funcionar como una máquina bien aceitada. Desde el comienzo, las primeras escenas auguran un escenario descarnizado y apuntando a las emociones para hacer largar la lágrima fácil, pero el pulso de la directora va cobrando envión y los diferentes enfrentamientos entre facciones se transforman en las mejores escenas que tiene para ofrecer. No todo es tan simple como blanco y negro, dentro del grupo comandado por King también hay diferencias sobre cómo enfocarse sobre el tema, y por otro lado se encuentra el presidente de turno, sin saber cómo proceder ante un evento de singulares características. Hay también una sombra sobre la persona de King, en las conversaciones que tiene con su mujer Coretta -Carmen Ejogo- sobre las más posibles infidelidades de él, pero el tema nunca se ahonda lo suficiente como para importar un peso en la historia. Es un detalle que apunta a humanizar al pacifista, para mostrarlo como una persona que cometió errores, pero de haber prescindido de esas escenas el resultado final no hubiese variado mucho. Ayudada por un gran elenco de eximios actores y una historia que se siente más relevante que nunca, Selma apunta alto y se queda en la anécdota, aunque en el camino nos entrega en bandeja una excelente participación de Oyelowo que enoja por su ausencia en los premios de este año, mientras que actúa como una carta de presentación para una directora tan interesante como DuVernay.
Todos los años las candidaturas a los Oscar cumplen su cuota de nominar a un film políticamente correcto más por su contenido moral o político que por sus virtudes cinematográficas. En la ceremonia que se celebrará el Domingo 22 en Los Angeles, Selma será la contendiente que ocupe ese lugar como una suerte de nominación meritoria. Dicho esto, la obra sobre la lucha de Martin Luther King en el estado de Alabama que le significó ganar el derecho igualitario al voto para los afroamericanos de todo el país, no carece de sus propios meritos. Se trata después de todo, de un pequeño descanso de los héroes a los que nos hemos acostumbrado a ver en el cine en los últimos años con sus calzones, antifaces y capas reemplazado por un verdadero héroe de carne y hueso que dio su vida por aquello en lo que creía. Por fortuna el metraje no abusa de efectismos y golpes bajos sino que se concentra puntualmente en la lucha diaria que Martin Luther King y sus seguidores soportaban. Sin embargo, es el ritmo irregular de la acción dramática el que hace que por momentos Selma se torne un tanto cerril y difícil de seguir. Son demasiados los lapsos entre los cuales luego de largos y reiterativos diálogos la película recobra su vivacidad y fuerza con intervenciones de personajes históricos como el para entonces primer mandatario Lyndon Johnson, el ultraconservador gobernador de Alabama George Wallace y el mismísimo Malcom X. Selma se añade a la extensa biblioteca de películas que invitan a reflexionar sobre una situación social histórica que logró un significativo cambio a nivel mundial y local. Y no por casualidad se da en esta época del año en la cual los selectores de La Academia posan el ojo sobre qué material debe ser nominado a un Oscar y cuáles no.
El juego de la política alrededor del racismo Sí, Selma: el poder de un sueño es la que este año representa a los negros en el Oscar, esta vez hecha por los mismos negros con carácter militante (de ahí las polémicas un poco ridículas que se generaron alrededor de las pocas nominaciones que obtuvo) y no por blancos como Steven Spielberg y su Lincoln. Sí, Selma: el poder de un sueño es otra película que retrata un hecho histórico y lo hace sin mayor cariño por la imagen, depositando todo el peso en las palabras y en lo supuestamente real del asunto: uno no debería dudar de lo que se está viendo. Pero Selma: el poder de un sueño, de Ava DuVernay, es también una película que encuentra en buena parte de su recorrido un tono medido que la aleja de los discursos altisonantes, de la estampita para la posteridad, y se preocupa por construir personajes con matices. La ambigüedad en un relato pretendidamente histórico es siempre algo bienvenido. Ojo, el comienzo no es prometedor. Hay un atentado donde mueren cuatro niñas que es filmado con puro placer esteticista, y sin preocupación en aquello que integra la imagen y su simbolismo. Y una escena donde le rechazan el derecho a una ciudadana negra a inscribirse para votar, recuerda al más sensacionalista cine de denuncia, ese donde prima el tema por sobre el cine. Pero atravesado ese asunto, y metido de lleno en la experiencia de Martin Luther King Jr. y la organización de una serie de marchas pacíficas por las calles de Alabama -y cómo eso impactó en su vida marital-, enfrentándose a la represión de las fuerzas policiales, la película llega a construir un registro mucho menos efectista y más centrado en la lucha de poderes y el fascinante juego de la política. Idas y vueltas que se dan tanto con el Estado norteamericano, representado por el presidente Johnson, como también entre las propias agrupaciones de defensa de los derechos de los ciudadanos afroamericanos. Durante más de una hora, Selma: el poder de un sueño escapa a todo lo que uno puede esperar de estos dramas basados en hechos reales que buscan premios. La actuación de Oyelowo, por ejemplo, es mimética allí en los discursos públicos, enérgica -incluso-, donde debe ser como definición iconográfica, pero entiende al personaje como alguien con dobleces y por eso en las escenas interiores, hogareñas, lo encuentran con un registro introspectivo. El Johnson de Tom Wilkinson tiene una evidente pátina satírica (el diálogo con Hoover es sencillamente desopilante), recreando la figura del mandatario como un bufón cortesano que acciona en función de estímulos externos que determinan sus motivaciones. Es durante toda esa primera parte, que Selma: el poder de un sueño se erige como un drama que no entiende el biopic como un recitado enciclopédico, sino como la posibilidad de leer un determinado tiempo, de interpretarlo y decodificarlo. Así como lo hizo Spielberg en Lincoln, DuVernay muestra la nobleza del protagonista, pero también los intereses y contradicciones que se imbricaban en su interior: el King de la película persigue objetivos necesarios e incuestionables, pero no escatima a la posibilidad de manipular el poder, ni tampoco a los medios, ni de aprovechar el impacto que una golpiza policial transmitida a todos los hogares por la televisión puede generar a su favor. Hay constantemente en la película un tira y afloje entre sectores activos y pasivos. Obviamente la película lleva a la figura de King Jr. como estandarte y no a Malcolm X, así que ya sabemos de qué lado terminará arrojando la moneda. Pero es justo señalar que muestra aquello que otros tal vez no mostrarían, sobre todo en el marco de un film militante y que busca crear conciencia como este. Lo que se extraña en Selma: el poder de un sueño es, sí, un mayor vuelo visual. DuVernay parece mucho más preocupada por el discurso que por cómo puede contar eso que cuenta, y pierde en el camino la gran oportunidad de hacer un film memorable y más complejo. Por el contrario, nos encontramos con un correcto telefilm destinado al consumo en escuelas primarias para clases de historia, que incluso cuando quiere sofisticar aspectos visuales incurre en algunas deshonestidades como aquellas cuatro niñas volando por los aires y en cámara lenta: es curioso, porque cuando falla es casi siempre en las escenas violentas, dejando entrever cierta búsqueda sensacionalista poco noble. Y además hay que decir que si durante buena parte del relato se escapó a los discursos altisonantes, en su última media hora no puede dejar de caer en instancias melodramáticas excesivas, en poner todo en voz más alta, en subir el volumen de la música y concluir con un discurso motivacional. Ahí es donde todo se desmadra. Igualmente, Selma: el poder de un sueño ya había cumplido con lo suyo y nos había desarrollado una hora y media del más fascinante juego de la política.
"Selma" es una película conmovedora sobre la lucha de Martin Luther King Jr. obteniendo el derecho a voto para la comunidad de color. David Oyelovo, Tom Wilkinson, Tim Roth, Oprah Winfrey y muchos más, se ponen en la piel de personajes reales cuyo resultado es un peliculón. Quizás se te vuelva un poco lenta, porque el trayecto lo amerita, pero llegados los últimos minutos, vas a estar contenta/o de haber disfrutado una peli así. DuVernay relata, de forma muy inteligente, gracias a un guión excepcional, el camino a la obtención de la votación igualitaria, centrándose en momentos históricos muy bien desarrollados. Gran fotografía, edición, música y varios detalles técnicos que hacen a "Selma" una película con 2 nominaciones a los premios Oscar, incluyendo Mejor Película. El turno, ahora, es tuyo, sacá el ticket y mirala.
Derechos civiles y corrección política Corre el año 1964, y Martin Luther King (David Oyelowo) recibe el premio Nobel de la paz, sabiendo que aún le queda mucho por hacer. Si bien la segregación se ha terminado por ley, la realidad no es lo mismo que los papeles. Los afroamericanos han adquirido algunos derechos, pero en el sur de los Estados Unidos es aún muy difícil poner esos derechos en práctica. De hecho, la película comienza con una mujer a la que un empleado le hace imposible registrarse para votar en un pueblo de Alabama. Luego de recibir su premio, King se reune con Lyndon Johnson (Tom Wilkinson), quien lo recibe con extrema corrección y tratando de evitar cualquier tema escabroso, cosa que es imposible ante el planteo con el que King le expone las necesidades de su lucha. Sabiendo que el movimiento afroamericano no se dará por vencido, Johnson recurre al FBI para tratar de manejar el tema. Es así que vemos durante toda la película unos prolijos textos, que son nada menos que informes del FBI sobre la situación. Es interesante el contraste que se da entre las imágenes reales y la forma en que el FBI cataloga los hechos. Es probablemente lo más inteligente de la película, que luego cae en algunos lugares comunes y una extrema corrección política durante el resto de la historia, que lo transforman en un filme, por momentos, demasiado ilustrativo. Ya hemos visto muchas películas similares, algunos más amarillistas que otras, "Selma" tiene una gran claridad para narrar los hechos -para mostrar el contexto familiar de King, el contexto político de Johnson, y la vida cotidiana de quienes luchaban por sus derechos- pero no le encuentra una nueva vuelta ni una mirada diferente a la historia; tiene grandes actuaciones, hermosas imágenes, pero aún así a la historia le falta profundidad. Las interpretaciones son todas destacables, empezando por Tim Roth quien interpreta al mítico y racista gobernador Wallace. Cuba Gooding jr., Martin Sheen, Giovanni Ribisi, y Oprah Winfrey tiene pequeños y notables roles. Finalmente Tom Wilkinson y David Oyelowo, son una gran dupla, y ocupan el centro de esta historia. Hay que destacar que David Oyelowo hace un gran trabajo en los discursos de King, que por otro lado también han sido un trabajo complicado para los guionistas, ya que han debido recrear los discursos para la película, porque los derechos de los originales son propiedad de Dreamworks. Selma es un muy buen filme, que si bien tiene escenas bastante violentas, no hacen más que reflejar lo que sucedió en ese entonces, y eso es lo que hace relatar muy prolijamente una lucha que llevó mucho tiempo, mucho trabajo y mucho dolor.
Liviana y conmovedora evocación de una marcha y un gran luchador. Estos Oscar vienen recargados de biografías. Y “Selma” pasa a engrosar una lista que ya tiene a “Francotirador”, “Código enigma” y “La teoría del todo”. Más allá de las lógicas diferencias, de contenidos y de aciertos, “Selma” es una más, sin nada especial, una recreación muy cuidada y muy calculada, que termina siendo un homenaje con pocos contrastes y demasiados subrayados. El tema por supuesto conmueve y ha recobrado actualidad con los recientes sucesos en calles estadounidenses. El filme arranca cuando reverendo Martin Luther King Jr recibe el Nobel, en 1964. Y se centra en su lucha histórica a favor de los derechos civiles de los negros que culmina cuando el presidente Johnson, en 1965, hace ley su reclamo. Lo vemos discutiendo en el Salón Oval, explicando a los suyos su credo pacifista, enfrentando la postura extrema de sus sectores radicalizados, confesándole a su esposa sus sueños (y sus infidelidades). Lo central son las marchas pacíficas sobre el puente Edmund Pettus en Selma, Dallas, violentamente reprimidas por las fuerzas de seguridad locales, que culminan con la histórica marcha del silencio, desde Selma hasta Montgomery, una demostración que la historia considera conmovedora y decisiva. Los estudiosos le han objetado su falta de rigor y la superficialidad de algunos enfoques; y los críticos exigentes le han achacado falta de audacia, profundidad y vuelo para poder aportar algo más que un dibujo una figura (y a una época) de semejante envergadura. Como documento tiene baches: las palabras que se escuchan no se ajustan a los verdaderos discursos de Luther King; y hay un dibujo malicioso del presidente Johnson. Pero hay también aciertos: diálogos sustanciosos, buenas reconstrucciones, escenas fuertes sobre la feroz represión. Más que el retrato de Luther King, lo que vale es la fuerza de esas marchas que le dieron tanto significado a su atronador silencio.
El poder de un sueño. Cuando se anunciaron las nominaciones para los Oscars de este año se generaron algunas polémicas por la poca cantidad de que recibió “Selma” (Mejor Película y Mejor Canción Original) dejando fuera a David Oyelowo que le da vida a Martin Luther King, que luego de recibir el Nobel de la Paz empieza una nueva lucha. También extraña la no nominación de cualquier actor de reparto ya que hay muchos que hacen un gran trabajo, acompañando a Martin Luther King en su protesta, pacifica en Selma para poder conseguir que le saquen las restricciones a los negros a la hora de votar. En cuanto al modo de contarlo, está muy bien armado, Ava Duverany (Directora) y Paul Webb (Escritor) logran reflejar de una manera espectacular el problema, con un gran montaje, mezclando imágenes de la época con partes de la película, con una gran fotografía, con música que mantiene el nivel de emoción muy alto. La película muestra todos los problemas que tenían los negros en su momento, racismo, violencia e injusticia social y jurídica. Este año fue el año de las “Biopics”, tuvimos “El código Enigma” y “La teoría del todo” pero “Selma” es la que más disfruté, porque no abusa del talento de David Oyelowo, porque se centra –BIEN– en un hecho de la vida de Luther King y en todos los que los rodean, haciéndote estar durante toda la película al borde de las lágrimas. selma002-679x350 Por todo esto sorprende las pocas nominaciones que tuvo, Selma fue mejor que algunas películas con ocho nominaciones y a está no la tuvieron en cuenta para casi nada, una verdadera lástima. A diferencia de “12 años de esclavitud” Selma encuentra un camino que seguir y sigue por ahí hasta el final de la película, es una pena que no la hayan sido mas valorado.
La película de la directora negra Ava DuVernay tiene el mérito de ser la primera película donde la relevante figura de Martin Luther King aparece como protagonista. Ella, además, tiene el mérito de haber readaptado el guión para que la historia no se centre en la figura del Presidente Lyndon B. Johnson y sus movimientos palaciegos, sino en la del dirigente por los derechos civiles de los afro descendientes estadounidenses y el movimiento de la ciudad de Selma, que le da el nombre a la película, donde la mitad de los habitantes de la ciudad eran negros, pero sólo el 1% de ellos estaban inscritos en las listas electorales y sufrían excesivas trabas por parte de las autoridades blancas dirigidas por el gobernador del Estado. A pesar de las declaraciones de intención de la autora, “Selma”, no logra sortear una de los máximos peligros de los films históricos de ficción, transformarse en viñetas de una historia que parece haberse quedado momificada en su tiempo histórico, es decir, la imposibilidad de asumir el tiempo presente del cine y evocar, en ese pasado, el sentido actual de lo que se relata. Como plantea en sus “Combates por la historia” el historiador francés Lucien Febvre: “Es preciso que la historia deje de aparecer como una necrópolis dormida por la que sólo pasan sombras despojadas de sustancia. Es preciso que penetréis en el viejo palacio silencioso donde la historia duerme, animados por la lucha, cubiertos por el polvo del combate (…) y que, abriendo las ventanas de par en par con la sala llena de luz y restablecido el sonido, despertéis con vuestra propia vida, con vuestra vida caliente y joven, la vida helada de la princesa dormida.” No se trata de que el film deba remitir abiertamente a, por ejemplo, los sucesos actuales acontecidos en Ferguson, donde fue asesinado el joven negro Michael Brown, sino que la película debería dejarnos algunas herramientas para pensar el presente, más allá de una mera reconstrucción de un pasado que, según los que nos deja “Selma”, parece cerrarse en sí mismo tras la conquista parcial que implicó esa lucha. Mejor dicho, lo que la película, en nuestro presente irrenunciable, transmite en la presentación de la conquista del voto en 1965 por los afro descendientes, es un entusiasmo tardío por la elección de Obama, que termina ignorando, visto lo de Ferguson, la complejidad del tema racial en Estados Unidos, que escapa largamente al problema electoral. Esta elección ideológica de la película trae sus consecuencias estéticas-narrativas, por un lado un conservadurismo formal que busca graficar situaciones más que evocar emociones, por el otro decisiones narrativas que lejos de ir a la conquista de lo real y lo complejo, buscan engañarnos infantilmente. Puntuaremos en dos: en la visita de Malcolm X (un activista que difería de la línea pacifista de King) a Selma, se lo muestra como un hombre débil y entregado a la dirección de King. Sin embargo, si uno revisa los discursos de esa época podrá encontrar esta declaración: “Y espero que todo el miedo que jamás hayan abrigado en sus corazones desaparezca, y cuando miren a ese hombre, si saben que no es más que un cobarde, ya no le teman. Si no fuera cobarde, no los atacaría en grupo… Se cubren con una sábana para que ustedes no sepan quiénes son: eso es ser cobarde. ¡No! Llegará la hora cuando se les arrancará esa sábana. Si el gobierno federal no se la arranca, se la arrancaremos nosotros”. De hecho el mismo Malcolm X, declara que hombres de King querían negarle la posibilidad a este de hablarle a los habitantes de Selma, algo que no lograron, pero que si logró la directora, mostrándolo como un hombre aislado y arrepentido. La segunda y más evidente aberración, es como muestra la ausencia de King en la primera movilización de Selma. Es sabido que el dirigente confiaba en las negociaciones que llevaba adelante con Johnson y que en demostración de buena voluntad no asistió a la primera movilización de masas que fue brutalmente reprimida, provocando muertos y heridos. Lejos de esto, la directora elige contarnos que King no asistió porque su esposa le reclamaba que no pasaba mucho tiempo con él. De esta manera, no sólo omite el error político que pudo haber cometido con su línea pacifista sino que también lo muestra como un hombre de familia. Está claro, y más con este tema, que en Hollywood despertar a la princesa dormida puede ser muy inconveniente. Es así que la película cumple obedientemente ese mandato: Un final feliz y un movimiento triunfante pacifista que ya no requiere continuar la lucha.
Una película sobre Martin Luther King y la lucha por la dignidad de los afroamericanos. Toco comienza mientras el pastor estadounidense de la iglesia bautista Martin Luther King (Fielmente interpretado por el actor inglés David Oyelowo, “El último Rey de Escocia”, “Interstellar”) recibe el premio Nóbel en 1964 y expone un elocuente discurso. La historia va buscando que el espectador entre en clima cuando detenemos nuestras miradas y llega el primer sobresalto con unas niñas bajando unas escaleras. Con una iluminación, paleta de colores apropiada y el uso la cámara lenta (y en otras situaciones de tensiones), nos violenta con una terrible explosión, un atentado que ha dejado muerte y desesperación. Varios de los hechos ocurren en Selma, un pequeño pueblo en Alabama donde Luther King tiene que luchar por los derechos civiles de los afroamericanos. La lucha continua con la violencia en las calles y en los bares, los malos tratos, el sufrimiento, la impotencia, los golpes, el dolor y la muerte. En los momentos más espinosos vemos a Annie Lee Cooper (Oprah Winfrey, productora de esta película. Quien fue nominada como mejor actriz secundaria por su papel en "El color púrpura") quien a la hora de votar o querer tomar algún cargo importante es despreciada por ser negra. La película se encarga de describir cada momento de la lucha contra las fuerzas más racistas del país, las duras negociaciones con el Presidente de los Estados Unidos Lyndon B. Johnson (estupenda interpretación por el actor inglés Tom Wilkinson, "Michael Clayton"; “Todo o nada”), los aprietos y discrepancias con el fatídico J. Edgar Hoover (Dylan Baker, “Spider-Man”) y el político estadounidense, gobernador de Alabama George Wallace (Tim Roth) con su postura racista. Hay una pequeña participación de Martin Sheen en el poder judicial. Uno de los tantos momentos difíciles por los que tiene que pasar el protagonista es cuando su esposa Coretta (Carmen Ejogo, “12 horas para sobrevivir”) le pregunta por las supuestas infidelidades a Luther King. Se pueden ver las escuchas telefónicas, las varias intimidaciones que reciben, el momento en que tienen que cruzar el puente y todos son amenazados, aunque para esto se unen a ellos muchas personas de diferentes razas y religiones. Este film se encuentra basado en hechos reales y/o autobiográficos de la directora, guionista y distribuidora de películas Ava DuVernay. Este es su tercer largometraje y resulta conmovedora. Los momentos cruciales que se desarrollan en el puente Edmund Pettus sobre el río Alabama y la banda sonora aportan lo suyo, además durante el transcurso de la película se intercalan distintos fragmentos documentales de estos acontecimientos. No obstante lo señalado el film posee problemas que tienen que ver con la falta de ritmo que se observa por momentos.
SELMA no es una biografía sobre Martin Luther King. Es una película que analiza las políticas concretas del movimiento por los derechos sociales en los años ’60 en un momento histórico específico. Esta es la primera señal de inteligencia que posee el filme y que la distancia de muchos de los otros productos “oscarizables” que circulan en esta época del año. No intenta cubrir a la figura sino mostrar un momento clave no solo en su vida sino en la de la reivindicación de los derechos de la comunidad afroamericana en los Estados Unidos. En ese sentido, SELMA se parece más a LINCOLN, de Steven Spielberg, que a muchas de las películas contra las que compite en el Oscar este año. Y no me refiero, necesariamente, a que ambas trabajan sobre un tema de inclusión racial similar (en cierto punto uno hasta podría decir que SELMA es una especie de “secuela” de LINCOLN) y ponen a los derechos civiles en el centro de la escena. No. La comparo a esa excelente película porque ambas son, más que cualquier otra cosa, películas sobre la política, que entienden que los hechos que cambiaron la historia no son necesariamente episodios aislados o gestos heroicos (ésta los tiene, pero no de la manera esperada) sino la conjunción de un grupo de personas que toman decisiones estratégicas con la fe y la confianza de convertir esas políticas en realidad. SELMA-articleLargeMartin Luther King fue, sin duda, la cabeza visible de ese movimiento y uno de los principales impulsores de esa marcha de Selma a Montgomery –dos ciudades de Alabama no particularmente amables con los ciudadanos de raza negra, ni en el siglo XIX ni en los años ’60 y muy probablemente tampoco ahora– que, por la violencia que suscitó, terminó por convencer al gobierno norteamericano de darle la posibilidad a la población negra de registrarse para votar en las elecciones. Teóricamente, esa posibilidad estaba, pero los impedimentos y trampas para cumplir con ese registro eran tantas, que en la práctica muy pocos podían votar. King y sus distintos equipos de trabajo se suman a la decisión de un grupo de activistas de la zona para hacer una marcha no violenta (que terminaron siendo una serie de marchas) en 1965 para protestar por los impedimentos a esos derechos que eran constitucionales desde que el Acta de Derechos Civiles proclamada el año anterior había acabado, legalmente, con todo tipo de discriminación. Y SELMA es la historia de esos encuentros, debates, discusiones, controversiales decisiones estratégicas y maniobras políticas para conseguir el objetivo deseado. Incluyendo, claro, las marchas en cuestión. selma-anatomy-videoSixteenByNine540Si bien la familia de King (un excelente David Oyelowo, capturando a la perfección las inflecciones y la gravedad del personaje) es parte del filme –y se mencionan sus problemas personales, más que nada a partir de los intentos del FBI de quebrar la pareja a partir de escuchas telefónicas que involucraban al Reverendo con amantes–, DuVernay pone el centro en las negociaciones, de la misma manera que Spielberg lo hacía en el filme citado (Nota: la familia de King es dueña de los derechos de los discursos del Reverendo y no los cedió por lo que los discursos que Oyelowo da son inventados por el guionista y muy creíbles). Veamos. Hay que tratar de manipular al presidente Lyndon B. Johnson, entonces se hará (algunos cuestionan la veracidad de esos hechos, pero no viene al caso ahora). Hay que poner en riesgo vidas de algunas personas enfrentándolas a la brutal policía de Alabama y algunos lo aceptarán. Habrá que aprovechar la máxima difusión que puede dar la televisación de esas marchas, y King y los suyos lo harán también. Se puede estar de acuerdo o no con sus decisiones –la película celebra a King, pero deja la puerta abierta a cuestionar algunas de sus elecciones–, pero SELMA las muestra desde el corazón, desde adentro, sin intentar convertir a su protagonista en un prócer. JPSELMA-articleLargeNo. King fue un líder político y las violentas marchas de Selma a Montgomery (fueron tres, ya verán los detalles, circunstancias y consecuencias de cada una) fueron calculados golpes de efecto para sacudir a la opinión pública y torcer decisiones presidenciales y, especialmente, de gobernadores sureños. Para llegar a eso, más que héroes se necesitó inteligencia política y es a eso a lo que va el filme. Es cierto que en algunos momentos le es inevitable caer en algunas situaciones dramáticas excesivas (algunas válidas, como la de un asesinato de un militante entre una y otra marcha; otras un tanto tramposas y cercanas al golpe bajo, como la que dio origen a la película de Spike Lee, 4 LITTLE GIRLS), pero lo central del filme permanece, su honestidad brutal a la luz de algunos hechos específicos. En SELMA no existen esas trampas narrativas de guión tan caras a Hollywood como poner a un “hombre blanco” de testigo y narrador. La épica que se construye a partir de lo que sucede en las marchas se siente honesta con los hechos y no una impostación o una glorificación típicamente cinematográfica. Son personajes con contradicciones (acaso los únicos pintados de manera unidimensional son los policías blancos que atacan a mansalva a todos los manifestantes negros, incluyendo mujeres y niños, pero no imagino que hayan sido muy distintos), especialmente King, alguien que era potencial víctima de una biografía banal y hagiográfica, pero que recibió una justa y honesta. La de un hombre inteligente y con un alto grado de manejo de la estrategia política que le permitió ser capaz de lidiar con los límites impuestos por la mayoría racista blanca. selmaEn ese y otros sentidos, SELMA es la LINCOLN de esta temporada: la película política que será pasada por alto a la hora de los premios (ya lo fue durante las nominaciones, con innecesario “mini-escándalo” incluido) porque no tiene la espectacularidad, la emoción, la falsedad o el prestigio buscado de muchas de las producciones que salen a la pelea por el muñeco dorado como si fuera lo único que dignifica y justifica su existencia cinematográfica. No importa, finalmente: la historia olvidará las nominaciones. Lo que importa es que SELMA es una de las mejores y más honestas películas hechas sobre la lucha por los derechos civiles en los Estados Unidos. Y eso no lo va a cambiar un Oscar más o uno menos…
La segregación racial, la desigualdad entre afroamericanos y sajones en Estados Unidos en todas las épocas, las consecuencias de un estado demagógico y negador de los derechos constitucionales, la lucha por la igualdad, la protesta pacífica. El tema racial está más vigente que nunca en Hollywood (cómo no estarlo con todo lo que sucede allí todavía con este tema) con producciones recientes como “El mayordomo” (2013), o la ganadora del Oscar el año pasado, “12 Años de esclavitud” (2013), a las cuales se suma “Selma: El poder de un sueño”, nuevamente con producción de Oprah Winfry, quién de alguna manera ya había comenzado esta gesta de concientización hace muchos años desde su rol de conductora, y luego en producciones cinematográficas con “Preciosa” (2009) como piedra basal, y la producción ejecutiva de Brad Pitt “Selma: El poder de un sueño”, la última nominada al Oscar 2015 estrenada en nuestro país, es la historia de cómo Martin Luther King (David Oyelowo) organizó, y eventualmente protagonizó, la marcha desde ese pueblito de Alabama al ayuntamiento de la ciudad de Montgomery, para protestar por la falta de aplicación del derecho al voto en ese Estado, con cierta connivencia de la Casa Blanca al entender que “no es momento” para reclamos todavía. Los muy interesantes primeros minutos parecen amagar a cuestionar el poder político, porque la introducción nos muestra al líder siendo reconocido con el premio Nóbel de la paz, además de la admiración general de todo el mundo. Con el personaje encumbrado, venerado y respetado por todo el planeta se produce una jugosísima conversación en el salón Oval. King y el presidente Lyndon Johnson (Tom Wilkinson) debaten sobre la aplicación inmediata de las leyes para dejar votar a los negros. Para el primero, el Estado nacional debe intervenir inmediatamente en el Estado de Alabama, gobernada en aquel entonces por George Wallace (Tim Roth). Al respecto el primer mandatario le pide tiempo, no es el momento, hay que esperar. Uno tiene el poder por ser el presidente, el otro por su influencia mediática. Un duelo realmente tentador que podría profundizar la teoría sobre el poder y su utilización, pero que luego se va diluyendo en favor de contar otras cuestiones. Primero mostrando la situación matrimonial y familiar de M.L.K. Es decir, como esta responsabilidad asumida al extremo entorpece el funcionamiento armónico con su mujer Coretta (Carmen Ejogo). Por otro lado, el hincapié que se hace en la interna entre los activistas de Selma y la gente de King construye un conflicto de intereses, pero aminora la fuerza narrativa. Por otra parte, algunos pasajes centrados en la actividad en Washington y los sobreimpresos con formato de informe de espionaje por parte del FBI, crean un fantasma omnipresente, pero casi exclusivamente para el espectador. Como si se quisiera subrayar un tufillo a impunidad y oportunismo político por parte de la institución comandada por J. Edgar Hoover, pero más desde la pantalla hacia fuera, con lo cual cada sobreimpreso está más cerca de un mero mensaje de texto que de un valor cinematográficamente narrativo. “Selma: El poder de un sueño” es una película conceptualmente discreta, bien realizada hasta donde da el poco oficio (en términos de experiencia) de Ava DuVernay, quien al no tomar riesgos respecto de la interpretación de la historia o del personaje que la protagoniza, se queda en la no despreciable instancia de llevar a buen puerto una nave que parece quedarle un poco grande. También es cierto que el elenco tiene puntos altos en David Oyelowo, Carmen Ejogo, Giovanni Ribisi y Tim Roth (aunque a éste último se le escapa el registro hacia el típico villano). Finalmente, el único acto conservador que se agradece es el no regodearse en las escenas de violencia, que las hay, y muchas. Por el contrario, la realizadora prefiere insertar imágenes de archivo y conjugarlas con las recreadas ficticiamente, otorgándole un rigor más contundente que un palazo sangriento a algún manifestante, como ocurría con la innecesaria crueldad de la última ganadora del Oscar. Había bronca de los realizadores por la falta de reconocimiento en las nominaciones, pero esta vez no hay discriminación, simplemente una obra valiosa en contenido pero realizada con manual de instrucciones.
La última de las ocho películas nominadas al Oscar en estrenarse en la Argentina es la que viene con menos bombo, quizás un perfil bajo sólo comparable al de Whiplash: Música y obsesión, pero como además cuenta con el dudoso honor de haber recibido sólo una nominación más (mejor canción original) es sin dudas la película a descubrir. Se trata de Selma, a la que le agregaron acá el subtítulo bobo de “El poder de un sueño”, y no cuenta la historia de ninguna señora llamada Selma sino del activismo de Martin Luther King en el pueblo de Selma, Alabama, para lograr que se cumplan las leyes que les permitían votar a los negros. Otra historia real (cuatro de las ocho nominadas lo son) que supera ampliamente a El código Enigma y La teoría del todo en intensidad y “prolijidad”” (dicho esto en el buen y en el mal sentido), pero no le llega a los talones a Francotirador sobre todo porque es mucho menos compleja ideológicamente y descansa con cierta pereza en una historia fuerte sin aventurarse en terrenos pantanosos (desconozco los detalles de la historia real, pero siempre los hay). King es interpretado por David Oyelowo (uno de los hijos de Forest Whitaker en El mayordomo) con bastante solvencia y sutileza: un tipo tranquilo que se transforma en los discursos (en los que seguramente Oyelowo imita más que actúa) y aunque por momentos sus parlamentos cuando no está discurseando pecan de discursivos igual, resulta un poco llamativo que esté ausente de la categoría de Mejor Actor en los Oscars. Hubo acusaciones de racismo (tampoco fue nominada la directora Ava DuVernay, también negra y para colmo mujer) pero tampoco se me ocurre a cuál de los cinco hubiera podido reemplazar. En realidad sí: a Eddie Redmayne, pero como probablemente sea el que se lleve la estatuilla es mejor no llevarme el apunte. La película elige empezar su relato el 14 de octubre de 1964 cuando King recibe el premio Nobel de la Paz y sigue con el atentado a la Iglesia Bautista de la Calle 16 -que en realidad ocurrió un año antes- en el que cuatro chicas negras de entre 11 y 14 años fueron asesinadas por miembros del Ku Klux Klan que colocaron varios dispositivos de dinamita debajo de las escaleras de la iglesia. Con esos dos hechos, Selma prepara el ambiente para lo que sigue. Y lo que sigue es la lucha de King y sus compañeros para que el presidente Lyndon B. Johnson (Tom Wilkinson en un retrato que provocó no pocas polémicas entre los simpatizantes del presidente demócrata) firme una ley que prohíba la discriminación racial para votar. Una lucha que incluye negociaciones, debates incluso dentro las distintas corrientes de la militancia de los negros (pasan por ahí Malcolm X y estudiantes de la SNCC) y, por supuesto, las marchas de Selma a Montgomery, la capital de Alabama, que resultaron en violentas represalias de la policía local. Hay que ser muy incompetente para no alcanzar una mínima intensidad con esta historia y estos actores: están por ahí Oprah Winfrey, también productora de la película, Dylan Baker haciendo de J. Edgar Hoover, Martin Sheen y Tim Roth en el papel del villano gobernador de Albama George Wallace. Y Ava DuVernay no es para nada incompetente, a pesar de un guión que se pasa de explicativo.
SELMA Retrata la lucha del político y activista Martin Luther King Jr. en defensa de los derechos civiles y se centra en la marcha desde Selma a Montgomery, Alabama, en 1965, que llevó al presidente Johnson a firmar la ley sobre el derecho al voto. La cineasta AVA DUVERNAY, se luce recreando una época emblemática para la comunidad afroamericana de Estados Unidos y dirigiendo actores en esta cinta con estética de telefilme. DAVID OYELOWO como Luther King, se luce dotando de fuerza y emotividad a cada uno de sus parlamentos. La puesta, a base de silencios y largos planos secuencia le resta ritmo a una cinta cuyo dramatismo y por momentos crudeza invita a la reflexión.
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Seré millones Corre 1964. El Doctor King aguarda con paciencia de monje tibetano. La revolución se echó a rodar; el mismísimo Malcolm X lo apoya. En su despacho lo atiende el presidente Johnson (Tom Wilkinson) y le explica que aún no es tiempo de garantizarle el voto a la población negra del sur; menos a los de Alabama, negros y revoltosos. King (notable, imperturbable, inmenso David Oyelowo, criminalmente desplazado por Bradley Cooper en la nominación a los Oscar) muestra el ceño fruncido; un par de susurros en queja apenas arañan la impotencia de su rostro. Pero bastan esos segundos de Oyelowo para convencer al más arisco de que el cine testimonial es arte. Y el suplicio sigue. Una manifestación en Selma, recóndito reducto del KKK, termina con una familia escondida en un bar de negros a la que ningún negro protege cuando los gendarmes del gobernador apalean al padre y matan de un disparo al hijo. Al Doctor King, con un Premio Nobel de la Paz que no consigue intermediar por justicia, lo paraliza el drama; pero sus seguidores lo animan a continuar la lucha. En un emotivo, afiebrado discurso en la iglesia, el reverendo Martin Luther King Jr. incita, so pena de complicidad, a todo aquel blanco o negro de buena sangre a marchar de Selma a Montgomery, por los derechos de los negros, por la memoria del joven muerto. Selma es igual a tantos otros films emperrados en reconstruir el pasado hasta con cartelitos al final que señalan el derrotero de sus protagonistas, pero su virtud es lograr que ese pasado se sienta, que el espectador vuelva a indignarse ante mandatarios y policías que aún pululan y eran la fuerza dominante en los dorados años sesenta.
Llega a los cines Selma de Ava DuVernay, un film política y socialmente correcto que se distingue por su representación cuidada de Martin Luther King Jr. Las biografías de grandes personajes de nuestra historia cada vez se hacen más pequeñas, como en otros estrenos recientes (La Teoría del Todo, El código Enigma) el objetivo es mostrar un evento en particular y no desarrollar un documental sobre toda su vida. En Selma pasa lo mismo, situando la marcha de 1965 entre Selma y Montgomery para conseguir el voto igualitario. El film hace uso del registro de los movimientos del Dr. Martin Luther King Jr; pero a su vez abarca sus temores y la relación intima con su congregación. Un gran trabajo por parte del guión en representar los diálogos y discursos, que le valieron a un desconocido David Oyelowo una nominación a los Globos de Oro. Selma a su vez demuestra el poder de los medios, que incluso en esa época, era una herramienta clave para un movimiento social y político, desenmascarando la verdad y dando conciencia, tanto a los que tienen el poder como a los que no, de lo que ocurría en un pequeño pueblo de Alabama.
Crítica emitida por radio.
Crítica emitida por radio.
La lucha de un hombre por una democracia plena Un muy buen film sobre la lucha de Martin Luther King Jr. para conseguir el voto de los negros en el sur de los EE.UU. que es una de las nominadas a Mejor Pelicula en los próximos Oscar.. Corría el año 1964 y los negros podían votar pero para ello tenían que cumplir con ciertos requisitos y cuestionarios que le hacían los blancos. En Alabama, y en el pueblo de Selma en particular, no había ningún negro autorizado. Cuando Luther King Jr. Vuelve de recibir su premio Nobel de la Paz se reúne con el presidente Johnson y lo único que le pide es que se ponga en práctica el derecho constitucional de votar de los negros como todo ciudadano americano. Johnson no le promete nada y todo sigue igual, por lo cual Luther, Es por eso que Martin Luther King junto con otros líderes locales organizan una marcha de Selma hasta Montgomery para protestar por lo que estaba pasando en el sur del país con la ley del sufragio. Luego de alguna protesta y una marcha reprimida con brutalidad dejando miles de heridos, el 21 de Marzo 3200 participantes (donde iban a la par, blanco, negros y gente de diferentes razas y credos) partieron de Selma en una marcha a la cual se le fue sumando gente en el camino hasta que al llegar a Montgomery eran cerca de 25.000. Esta presión hizo que al fin el Presidente pusiera las cosas en su lugar y diera el voto definitivo a los negros. “Selma” cuenta esta historia real de la lucha de los negros por su derecho, pero tiene la particularidad de mostrara a un Luther King más cercano a la humanidad que al bronce, un hombre con miedos, con angustias, hasta con culpas de saber si estaba o no haciendo lo correcto. La actuación de David Oyelowo en el papel de King es muy bueno y transmite todo eso que el film necesitaba. Una buena y entretenida película, aunque esta lejos de ser favorita, bien nominada para los próximos Premios Oscar y para conocer la historia desde adentro.
Entre la guerra y la política. Selma muestra en clave épica un episodio de la lucha de Martin Luther King por la igualdad de los derechos civiles. La emoción más genuina que transmite Selma es la que provoca toda gesta cuando se ha liberado de la historia y se ha convertido en leyenda. Los hechos que narra ya cumplieron o están a punto de cumplir 50 años, tiempo suficiente como para que se produzca este tipo de transfiguraciones. El relato se enfoca en un momento crucial de la lucha por los derechos civiles de los negros en los Estados Unidos: la organización de la marcha entre las ciudades de Selma y Montgomery, en el Estado de Alabama, en reclamo por el derecho a votar, ya concedido por ley pero negado por la burocracia electoral sureña. El personaje principal es Martin Luther King, predicador de la no violencia, premio Nobel de la Paz y uno de los máximos próceres de Norteamérica. Pero uno de los méritos de la película es su ambición de mostrar la lucha colectiva, y no centrarse exclusivamente en el famoso líder. Hay que decir además que la reconstrucción histórica es bastante fiel a la época, no sólo en términos de escenografía y vestuario sino también en el retrato de los intereses en juego durante la década de 1960, con la parte que les corresponde al espionaje interno del FBI y al suprematismo racial blanco. Tanto las pugnas metodológicas e ideológicas en el seno de la dirigencia negra como las negociaciones entre King y el presidente Lyndon Johnson son traducidos a un lenguaje dramático creíble y convincente. Claro que un producto concebido bajo los cánones de Hollywood difícilmente pueda prescindir de sus momentos hollywoodenses. En ese sentido, las escenas de enfrentamiento entre los manifestantes y la policía son narradas en cámara lenta y música solemne, con ese tono épico que pretende enfatizar el sentimiento de identificación con las víctimas y lo único que logra es volver empalagosamente estéticos el dolor y la desesperación. Las imágenes documentales intercaladas sólo parecen tener una función pedagógica, no vaya a ser que algún desorientado crea que todo es ficción, lo que no deja de ser una prueba más de la inconsistencia del énfasis épico en este caso. De todos modos, resulta evidente que el sentido de Selma es un homenaje a la práctica de la no violencia como estrategia de lucha reivindicatoria, lo cual no deja de ser una apuesta fuerte en un país dominado por la razón bélica. Invirtiendo la fórmula de Carl von Clausewitz, hay quienes sostienen que la política es la continuación de la guerra por otros medios. Sin embargo, King –como Ghandi antes que él– fueron el testimonio vivo de que esa es sólo media verdad (sin dudas más interesada y tal vez más interesante que la paz) y de que la otra media verdad es un Estado, siempre futuro, donde la Justicia no necesitaría vendarse los ojos.
La vida por los nuestros Hay algo que es indudable: si “Selma” no hubiese ido como candidata al Oscar como mejor película y mejor canción original (a la postre, la única estatuilla que ganó), muy pocos hubieran hablado de este filme. Más allá de que aborda una temática comprometida, no es una película para rotular como lo más destacado del año 2014, aunque recién se estrenó esta semana en Rosario. Es más parecido a un telefilme que a una película para competir con una de González Iñárritu, Wes Anderson o Richard Linklater. Pero lo cierto es que Ava Duvernay fue por todo en “Selma”. La directora quiso contar la travesía de Martin Luther King en pos de lograr el derecho a voto de los afroamericanos. En una biopic que toma un tramo de la vida del popular militante social, la película hace foco en una protesta que derivó en una épica marcha desde la localidad de Selma hasta Montgomery, Alabama. Esa gesta, que finalizó con las lógicas presiones de la opinión pública estadounidense hacia el presidente Lyndon B. Johnson (Tom Wilkinson) tuvo una feliz consecuencia: la ley del derecho al voto en 1965. Claro que nada fue fácil para Luther King (David Oyelowo), tuvo que poner en riesgo su pareja, su vida familiar, la relación con sus pares y hasta soportó una amarga estadía tras las rejas. “Selma” también refleja el poder de Martín Luther King en esa década del 60, la llegada y la influencia que tenía sobre el mismísimo presidente de los Estados Unidos, y sus diferencias con otro militante de un perfil más extremo, como lo fue Malcolm X. Pese a que la película deja en pie la metáfora del valor irrenunciable de luchar por un ideal, no conmueve lo que debería y es demasiado tradicional estéticamente, a contrapelo del espíritu transgresor del protagonista.
A pesar de haber ganado sólo un Oscar En la ceremonia de entrega de las estatuillas de la Academia, en la que la admirable Ida mereció el premio al Mejor film extranjero, la película de Ava Du Vernay tuvo sólo dos nominaciones pero puso al público de pie: una obra luminosa Desde los días en que pudimos conocer las nominaciones para los premios Oscar, más aún desde hace décadas, una pregunta, entre tantas, me sigue asaltando: ¿Cómo es posible que si un film está nominado en ese primer rubro, tan acariciado por todos los que están atentos a cómo continuar el día después, cómo se puede comprender que si una obra fílmica esté considerada en el espacio del "Mejor film", no presente una situación similar en otras categorías? Porque, creo, trato de entender, que un film es una construcción de variados aspectos y operaciones. Esto es, un film no se puede pensar fuera de su guión, de su labor de dirección, iluminación y de montaje; de las composiciones actorales y de tantos otros órdenes. Creo que lo dictaminado con Selma no registra antecedentes. Para ser sincero, aún no lo he explorado en profundidad. Pero lo cierto es que desde esta elección a la hora de las nominaciones, Selma, si bien resulta elegida para la categoría "Mejor film"; sin embargo, el único rubro que lo sostiene ante los ojos de los miembros de la Academia parece ser el de su canción. No es mejor film por cómo está narrada, interpretada, por su tratamiento del espacio y del tiempo, por su banda sonora, por su dirección escénica y por su puesta...No, para ellos, es mejor film parecen decirnos por su tema principal; el que, por otra parte, a la hora de ser presentado llevó a que gran parte de la platea, con una emoción inusual, se pusiera de pie y aplaudiera. Creo, y no simplemente por sospechar, que este film altamente recomendable, fue sólo una concesión de la mayoría conservadora que integra la Academia a la actual administración Obama. El film de Ava Du Vernay, nacida en Estados Unidos en el '72, de ascendencia afro americana, transcurre en la primavera del '65, momento en el que, tras una serie de hechos, un grupo encabezado por el líder pacifista Martin Luther King, (quien sería asesinado tres años después) emprende otra de sus tantas marchas y manifestaciones, en el estado de Alabama, de Selma a Montgomery a los fines de reclamar por el reconocimiento y legitimación (ya fijados en la Décimo Quinta Enmienda de la Constitución de 1870) "del derecho humano al voto". Recordemos que en l963, el mismo Luther King, (siempre vigilado por Edgar Hoover), en Washington presenta ante todo un auditorio que lo sigue su antológico discurso "Yo tuve un sueño", pieza histórica clave, leído en las escalinatas que conduce a la escultura de Lincoln, en una de cuyas líneas podemos leer: "Cien años después, la vida del negro es todavía minada por los grilletes de la discriminación. Cien años después, el negro vive en una solitaria isla de pobreza en medio de un vasto océano de prosperidad material. Cien años después, el negro languidece en los rincones de la sociedad estadounidense y se encuentra asimismo exiliado en su propia tierra". Una situación aparentemente inversa, respecto de la entrega final de los Oscars, es la que se dio en la ceremonia del año pasado. Y si bien Doce años de esclavitud, de Steve McQueen, recibió el premio al "Mejor film", sólo fueron reconocidas otras contadas categorías. Ahora bien, ese film galardonado ¿tuvo o no un director?. En ese momento, la elección del mejor director le correspondió a Alfonso Cuaron, por este film exponencial de la industria, Gravedad. Y así podríamos seguir frente a este interesado y manipulador faenamiento de lo que Hollywood instala, año tras año, con sus tan "particulares" criterios. Lamentablemente, algunos de ellos fueron trasladados, imitados, por otros festivales internacionales. Cine y política Al mirar hacia los primeros años '60, durante el período 1961 1963, nos encontramos que en el espacio de la presidencia de John F. Kennedy, los films más reconocidos por la Academia fueron Juicio en Nuremberg, de Stanley Kramer, West Side Story, de Robert Wise, Dos mujeres, de Vittorio De Sica, Ana de los milagros, de Arthur Penn, Matar un ruiseñor, de Robert Mulligan, entre otros; films que apelan a una visión transformadora y humanista, obras que construyen memoria sobre los horrores del pasado, expresiones artísticas que miran hacia los olvidados. Durante la presidencia de Lyndon B. Johnson, época en la que se localiza el film Selma, años en los que se continúa con gran parte del ideario de Kennedy, se puso fin a la discriminación racial, la aprobación de los derechos civiles y el nivel de pobreza bajó considerablemente. Durante su gestión, que llega hasta enero del '69, momento en que triunfa el sector republicano presidido por Richard Nixon, la Academia pasa a premiar en el '67, En el calor de la noche, de Jorman Newison, en diferentes categorías, film que desde la actuación de Rod Steiger y Sidney Poitier, nos acerca una conflictiva historia que transcurre en la zona de Mississipi entre un jefe de policía local y un hombre negro, sospechoso en primer grado de haber cometido un crimen. La rivalidad y enfrentamiento, los reclamos e injusticias, nos llevan a evocar Fuga en cadenas, de Stanley Kramer. Si tenemos en cuenta ahora lo que Selma nos propone en relación con las diferentes situaciones que en esos años se libraba en el campo de los derechos civiles de la población negra, y particularmente en lo que compete a esta marcha, al lugar de partida de los manifestantes, al mismo lugar de llegada, Montgomery, podemos evocar desde aquí a aquel film estrenado hace veintinco años, El largo camino a casa, (The long walk home), dirigido por Richard Pearce e interpretado por Whoopi Goldberg y Sissy Spacek; ambientado en una de las ciudades de Selma, a mediados de los años '50. Un film que a través del vínculo de "esposas y criadas" escenifica los prejuicios y rivalidades, los miedos y los rechazos, que son propias de ese momento histórico, en los que la violencia se adueña de cada lugar. El tercer largometraje de Ava Du Vernay se mueve entre la crónica, los momentos íntimos, las dudas y la violencia. Deja al descubierto aquí los espacios de poder y nos ubica frente ante las reflexiones del propio Luther King. No encontramos en el film a diferencia de la épica del Hollywood de hoy una mirada mistificadora. Ya desde el prólogo, en el que el personaje de Martin Luther King Jr. vacila mientras improvisa su discurso, se enfada por tener que vestirse de gala en ese año 1964, en el que recibe el Premio Nobel; ya desde ese momento, en el que lo vemos junto a su esposa Coretta, el personaje se nos muestra bajado de un pedestal. En este diálogo de entrecasa, seguido de la Ceremonia, hay un cierto tono de tensión que inmediatamente se va a quebrar. El diálogo y la espera son los aspectos que el film Selma, ubica en un primer plano frente a oleadas de violencia, ante tantos homicidios y esa atmósfera que se vuelve irrespirable. Podemos destacar acá la composición que logra Tom Wilkinson del presidente Lyndon B. Johnson, quien en algunos momentos del film mantiene conversaciones de gran tensión y forcejeo sobre lo que acontece, sobre lo que amenaza, con Luther King, rol que asume el notable actor inglés David Owelowo. La marcha de Selma a Montgomery, el cruce por ese puente, despertó objeciones en la voz presidencial. Sin embargo, ante los hechos acontecidos, el llamado día después fue diferente. Sin apuntar a objeciones radicalizadas, estimo que haber jerarquizado a Birdman, film que desde las palabras de su realizador (no así la de su presentador, Sean Penn), reivindica a un cine, en parte latinoamericano, implica subrayar sobre temáticas ya reconocibles una supuesta originalidad que impacta desde el manejo de una cámara. Mientras desde esa premiación, los grandes planos secuencias de Birdman han pasado a ser el gran tema de elogios; la fuerza de las voces de los gritos de protesta y del reconocimiento de los postergados derechos civiles de la población negra, emblematizados en el momento coral del film, no podrán ser olvidados. Por el contrario, un solo Oscar, en este caso a la "mejor canción," no podrá eclipsar la fuerza y luminosidad de este film que hoy nos alcanza. En el conjunto de esas voces, resuenan las de tantas culturas marginadas y humilladas.
Negros. Esclavitud. Post-esclavitud. Post Guerra Civil. Secuelas. Reconstrucción. 1965. Derecho al voto. Marthin Luther King. Lucha. Ya lo dijo Saturday Night Live. 28 razones para abrazar a un negro. Slavery. Imposible no conmoverse con la historia de Marthin Luther King y con sus discursos. Esta suerte de biopic lo muestra como un luchador férreo y un orador nato, usando como marco histórico las marchas desde Selma (no es el nombre de una mina, es una ciudad) hasta Montgomery, Alabama, en 1965, en lo que fue el tramo final en la lucha por el derecho al sufragio de los negros en Estados Unidos. Promulgación de la Ley de Derecho al Voto ese mismo año por parte del entonces presidente Lyndon B. Johnson. Marthin Luther King en la política, MLK en su vida familiar, MLK como líder militante por los derechos civiles. MLK siempre con la misma cara y el mismo tono de voz. MLKTKM. Un personaje emblemático sin demasiada profundidad, sin demasiados contrastes ni relieves (excepto por una suave alusión a una infidelidad, enseguida comprendida y justificada. Con el stress del pobre tipo, lejos de casa en las interminables marchas y manifestaciones, uno de los próceres de la humanidad, si él no tiene derecho a ponerla, no sé qué queda para el resto de los mortales). El héroe indiscutido, recortado en un periodo de tiempo, eludiendo sabiamente los lugares comunes de su figura (el “I have a dream”, su asesinato). Indicio de familia de MLK desmoronada. Se abandona ese hilo argumental en pos de concentrarse en las marchas. Su esposa perdona y acompaña. Una suerte de telefilm con una estética llamativa. Las marchas, inicialmente repudiadas por las autoridades locales, mostradas en ralenti, con música extradiegética, logrando así una estetización de la violencia, lo que conlleva inevitablemente a cierto distanciamiento. Lo que intenta ser monstruoso termina causando un efecto de extrañamiento en el espectador. No hay caos, solo secuencias cuidadas con violencia involuntariamente atenuada. Los peores exponentes de la caricaturización extrema son Tim Roth como el gobernador George Wallace y David Dwayer en el papel de Chief Wilson Baker. Reuniones con Lyndon Johnson. Figura no del todo explotada. Agenda política. Súbito cambio de parecer del Presidente. Los personajes, mostrados como vestigios fósiles de la historia, en una construcción binaria maniquea poco interesante. Los peores exponentes de esto son los personajes de Tim Roth como el gobernador George Wallace y David Dwayer en el papel de Chief Wilson Baker. Caricaturización extrema. Comunicados en forma de telegrama del FBI. Seguimiento de todos los pasos de MLK. Conversación entre Lyndon Johnson y el presidente del FBI, J. Edgar Hoover. Cara de impío de este último. Con el FBI no se jode. Con J. Edgar, menos. Insinuación, mensaje. Muerte anunciada. Inserción en pantalla de telegramas del FBI sin ningún motivo aparente (no se retoma el tema; la escena antes mencionada solo sirve para explicitar que MLK está siendo investigado). Recurso inútil y vacío. Circularidad. Abre con discurso, cierra con discurso. Canción original nominada al Oscar, a cargo del hip-hopero Common, que también actúa en la película. Negros que lloran en la ceremonia. David Oyelowo (MLK) llora con lágrimas anchas como Viola Davis en Doubt. Moco que llega a la boca. Chris Pine también llora. Un rubio de ojos celestes con culpa. Canción gana el Oscar. Glory. La cantan en vivo y muchos negros bailan y cantan desaforadamente comos si todavía estuvieran en una plantación de algodón. El público presente, emocionado, aplaude de pie. Yo confundo, en el estribillo, Glory con Boring. Mala mía. Brad Pitt y la culpa progre blanca retroactiva que le surgió a partir de 12 Años de Esclavitud, donde parece que anduvo confraternizando con negros y se conmovió. De nuevo produce otra película innecesaria sobre los negros. ¿Será la próxima la biopic sobre Obama? Un sketch de 3 minutos de SNL es más poderoso y eficaz que una película (o varias) de dos horas:
Con fuerza, pero no magnífica "Selma" es una película sobre Martin Luther King y los sucesos de protesta que tuvieron lugar en la ciudad de Selma, Alabama, en 1956. Si bien la temática es relevante y el film está bien concebido y filmado, le falta fuerza a la hora de transmitir la figura del icónico representante de los derechos civiles de los afroamericanos y los hechos relevantes que tuvieron lugar. Hubo un poco de controversia alrededor de la película por el hecho de que fue nominada al Oscar como "Mejor Película". Muchos creen, entre los que me incluyo, que cinematográficamente "Selma" no es una maravilla. Es un trabajo correcto, una buena biográfica y listo. Una película digna de premios importantes debe poder combinar dos aspectos, la trama y los aspectos estrictamente cinematográficos, y es en estos últimos en los que la producción no se destaca. Otra controversia se apoyó sobre variables contrarias a lo cinematográfico. Muchos personas consideraron que la Academia fue racista y "Selma" no recibió la cantidad de nominaciones que debería haber recibido. No concuerdo. Quizás haya habido racismo por parte de algún que otro miembro, pero la realidad es que la película no calificaba para aspirar a grandes galardones. Si vamos a la trama, creo que fue un acierto concentrarse en ese momento de la vida de King y en ese evento en particular. Esto permite tener una experiencia de acercamiento al personaje sin tener que pasar por un proceso apresurado de repaso por toda su vida. Los hechos que tuvieron lugar, fueron duros y representan una mancha en la humanidad, por lo cual está bien que hayan sido revividos en cine con la seriedad con la que abordó la dirección Ava DuVernay. Si pasamos a la narración, acá ya encontramos algunas debilidades. Le faltó carisma a la hora de retratar al famoso activista y casi que no ahondaron en la vida personal del mismo. Por momentos se abren algunas puertas como la de los problemas maritales, pero rápidamente quedan en el olvido. Los personajes secundarios que acompañaron al protagonista, David Oyelowo, en la piel de King, quedaron bastante relegados. Creo que se debería haber laburado un poco más en ciertas personalidades que aparecen como Annie Lee Cooper, Malcolm X o Ralph Abernathy, y su relación con el líder afroamericano. Oyelowo por su lado, está muy bien como el Dr. King. Desde la técnico, no hay grandes secuencias o planos que valgan la pena remarcar. Una película disfrutable, educativa, bien realizada, pero que no enamora ni llega a ser una perla del séptimo arte.