Séptimo tiene todas las fichas para ganarse el premio mayor. Desde una historia simple y sugerente hasta un elenco potable y consagrado, es ilógico pensar que le puede ir mal en taquilla o que la gente no se abalanzará en masa porque es la nueva película de Darín. Pero hay algo en el trabajo del español Patxi Amezcua que se siente forzado, insulso, demasiado aséptico y apuntado a la platea general, en un básico afán de generar dividendos con una historia poco inspirada y engañosa. Está claro que de no ser por el pilar fundamental que supone el nombre de Ricardo Darín hoy en día, estaríamos frente a un film directo a DVD, pero la astucia de los productores detrás del proyecto quiso que las piezas funcionen como una bomba de relojería, un cóctel cinéfilo demasiado bien armado. Esto se hizo hasta desde la campaña publicitaria, en la cual se puede apreciar las sienes sudadas que pretenden atraer al público con la sola imagen del actor argentino, como si el señor no pudiese hacer un paso en falso y todas sus películas se consideren obras imprescindibles en la cinematografía nativa. También importaron a Belén Rueda, una de las caras ibéricas más bonitas del momento, que viene descollando desde su aparición estelar en El Orfanato y representa un exponente a tener en cuenta por su carisma e innegable buen ver. ¿Qué puede salir mal entonces? La poca ambición del guión, firmado por el director y Alejo Flah, termina resultando el lastre para que la acción en pantalla nunca llegue a ahogar. La desaparición de los pequeños hijos del protagonista puede que tenga que ver con un caso mediático que su padre está conduciendo -es un abogado de alto calibre-, puede que hayan sido víctimas de la inseguridad del día a día porteño o puede que haya una conspiración más grande actuando desde las sombras. Sherlock Holmes aseguraba que una vez que se descarta lo imposible, lo que queda es la verdad por improbable que parezca, y ese parecería ser el precepto utilizado en este caso para resolver el misterio. Una vez que el protagonista haya gritado, empujado, prepoteado y suplicado a cada sospechoso que se haya cruzado en su camino, la única respuesta es la que resta. Tras muchas idas, venidas y suficientes migajas de pan para ir trazando el camino del rescate, la revelación final no sorprende pero tampoco decepciona, se queda a mitad de camino sin saber bien qué hacer con el peso dramático del momento. Darín vende como siempre ese personaje cotidiano, que se puede ver en las calles de Congreso todo el tiempo, y se acopla a la idea de un padre empujado por las circunstancias a hacer lo que sea para rescatar a sus retoños. La contraparte femenina de Rueda al menos está bien explicada desde el guión y no se siente que tiene acento español porque sí, como suele suceder en muchos casos. El resto del elenco nacional cumple papeles sobrios y convencionales, como el portero de Luis Ziembrowski o el comisario de Osvaldo Santoro, mientras que la dirección de Amezcua no amerita mayor exploración, ya que apunta a telefilm por todos lados, aunque los planos aéreos de Buenos Aires digan lo contrario. No hay manera de que Séptimo haga aguas en la taquilla argentina. No hay duda alguna de que el film pasará la barrera del millón de espectadores fácilmente y todo gracias a un estudio de mercado concienzudo que sabe lo que el público promedio espera al entrar a una sala. Pero una vez terminada la función, la sensación de haber visto algo anodino y poco provocativo seguirá latente durante unas horas, hasta desaparecer completamente del registro mental de cada uno.
Búsqueda implacable Sebastián arranca la mañana de uno de los días más importantes de su carrera profesional, que consiste en llevar adelante la representación del caso más resonante de la actualidad mediática. Antes de inmiscuirse en tamaña responsabilidad discute con su ex mujer por no firmar los papeles del divorcio y se dispone a llevar a sus hijos al colegio, aunque en medio de un inocente juego los chicos desaparecen. No hay rastro de ellos. Su padre los dejó bajar corriendo desde el séptimo piso donde se ubica su departamento Y el encargado no los vio salir del edificio. ¿Qué pasó con ellos? Eso es lo que cuenta Séptimo, la última película protagonizada por Ricardo Darín. Con el mencionado Darín, Belén Rueda, Osvaldo Santoro y Luis Ziembrowski, el director Patxi Amezcua arma un interesante póker de figuras que sirve como base sólida para poner la fibra necesaria para contar cualquier historia. Por otro lado el realizador catalán delimita en el edificio el escenario donde transcurre el film. Si bien hay escenas donde la acción se muda a otras zonas de exteriores, la parte más significativa ocurre en el lugar del hecho. La elección del espacio es inmejorable. La sensación de incertidumbre sobre el paradero de los chicos sirve para comenzar a jugar con la película y para develar su posible ubicación. ¿Salieron del edificio y el encargado está involucrado? ¿Los habrá raptado el vecino pedófilo? ¿Habrá algún vecino vengándose contra Sebastián por alguna escaramuza del pasado? ¿Su trabajo tiene algo que ver? Todas esas hipótesis, y quizás algunas más, se nos irán ocurriendo a medida que avanza su metraje y Séptimo nos contará la resolución de la situación, pero lamentablemente no de manera concisa y solvente. Si bien más arriba comenté la gran elección sobre el espacio en dónde se desarrolla la historia, hay en Amezcua una falencia importante. El director no se encarga de dimensionar la estructura del mismo ni los habitantes que viven allí en ningún pasaje. Entonces al momento donde todas las cartas deben repartirse para comenzar a jugar, se queda con algunas cartas en su poder para sacarlas mágicamente al momento de ser necesarias. Esto no es grave, debido a que no se presentan grandes sorpresas, pero si deja muy endeble a la narración. Todo está a la vista en este thriller, pero sí hubiese estado acertado realizar un punto de partida más explícito y detallado sobre el espacio para no dejar tantos agujeros narrativos. Llegando hacia el final se puede sentir en Amezcua una especie de apuro para cerrar el film. Sólo queda claro la intervención activa de algunos personajes en la desaparición pero deja varios cabos sin atar para terminar en una resolución incompleta desde varios puntos de vista que no se pueden mencionar para no arruinar la experiencia de su visionado. La guitarra "morriconesca", las actuaciones del elenco secundario y el vértigo de los minutos finales, aunque resulte impostado por un plazo horario que nunca termina de importar demasiado, son algunos de los elementos que tiene a favor la película. Ricardo Darín como Liam Neeson en Búsqueda Implacable (pero sin peleas y tiros) en el rol de padre alterado ante la desaparición de sus hijos es sin dudas el motor que fuerza la máquina para que las falencias argumentales pasen más desapercibidas, sin embargo la suerte de Séptimo ya está echada. Efectivamente su visionado no resulta una mala experiencia pero si se terminará por encontrar en ésta un producto olvidable.
Querida, perdí a los niños En Séptimo (2013), Ricardo Darín pierde a los niños. ¿Dónde están? ¿Los encuentra al final? Si estas preguntas le resultan inquietantes, esta es la película para usted. Si no es el caso, mire cualquier thriller contrarreloj que hayan pasado mil veces por televisión para experimentar la totalidad de los efectos de Séptimo: celulares con poca batería, autos que no arrancan y la duda de quién es el culpable, si el más sospechoso, el menos sospechoso, o el que va y viene. Acompañamos a Sebastián (Darín) en una típica mañana de trabajo, acorralado por malas vibraciones por todos lados. Es un abogado a cargo de un caso de malversación de fondos. Su jefe le llama constantemente, presionándole. Su hermana está recibiendo amenazas de un ex violento. Su mujer (Belén Rueda) está esperando los papeles del divorcio. Sus vecinos no se llevan bien con él. Y en eso pierde a sus hijos: desaparecen entre el séptimo piso y la planta baja del edificio, por donde el encargado dice no haberlos visto pasar. Nuestro héroe ha de sospechar de todo y de todos en algún punto de la película, y la inocencia de todo y de todos siempre ha de probarse inmediatamente después, como el género manda, para poder saltar rápido a la siguiente “conclusión obvia”. Sobran las pistas falsas y las puntas de trama abandonadas.La historia requiere que el personaje esté apurado y que la audiencia se pierda en ese apuro, sin darle un minuto de raciocinio a las incoherencias o cuestiones que nuestro héroe prefiere ignorar. Es fundamental, por ejemplo, definir la geometría de un espacio tan cerrado como el de un thriller de interiores. Así se limitan las calculaciones del espectador, y vuelve la resolución del enigma una cuestión más excitante, porque le da todas las herramientas para resolverlo y sin embargo la respuesta le elude. Pero en Séptimo nunca tenemos una idea clara de nada. ¿Cuán grande es el edificio? ¿Cuántos departamentos hay por piso? ¿Cuánta gente vive en ellos? ¿Cuáles son investigados? ¿Cuáles no? ¿En qué orden? Toda esta vaguedad le permite al guión inventar nuevos vecinos y nuevos departamentos cuando le conviene. Y eso ya es trampa. En algún punto rendimos el pensamiento inteligente y nos abocamos de lleno (o no) a la propuesta de Séptimo. No es que no sea un thriller entretenido (vehiculizado sin duda por la presencia de Darín), pero como thriller se juega por el esquema del “misterio del cuarto cerrado” y éste no está bien construido, ya que los espacios están pésimamente ilustrados y nunca comprobamos en primera instancia que el proverbial cuarto estaba, en efecto, cerrado. El resultado es una película bien dirigida, con buen ritmo y bien montada, pero con agujeros demasiado grandes y demasiado frecuentes en su planteo.
Horas desesperadas Vuelve Ricardo Darín en otro thriller y en el papel de Sebastián, un abogado arrogante, recién divorciado (de Belén Rueda, la actriz española de El orfanato), con dos hijos pequeños y ocupado en un caso de gran repercusión mediática. Este es el comienzo de Séptimo, la película del español Patxi Amezcua que transforma la vida de un hombre ocupado y preocupado por los suyos cuando los pequeños hijos desaparecen luego de un juego habitual: ellos bajan por las escaleras desde el séptimo piso hasta la planta baja, mientras Sebastían lo hace por el ascensor. Ambientada en una Buenos Aires insegura, el film acentúa los momentos desesperantes que atraviesa el protagonista (por un lado es conciente del peligro que corren sus hijos y, por el otro, está presionado para llegar a una audiencia que podría dejarlo sin trabajo). Además como buen film de suspenso que se precie de tal, la galería de sospechosos dice presente: el portero (Luis Ziembrowsky), el policía del edificio (Osvaldo Santoro) y otros vecinos del consorcio. Sin respuestas y con el tic tac del reloj sobre la cabeza, Sebastián hara lo imposible parar recuperarlos. Séptimo no es la película del año, pero juega con sus dosis de misterio y apariencias engañosas que lleva adelante un sólido reparto bajo la batuta del director de 25 kilates. La tensión recorre la azotea del edificio, el frenético barullo de las calles porteñas y depara sorpresas.
Sabor a poco Luego de presenciar la imparable movida multimediática que acompaña el lanzamiento de Séptimo, el nuevo policial protagonizado por Ricardo Darín, es fácil adivinar de qué va la peli. El afiche, reproducido en numerosas gigantografías por toda la ciudad, nos anticipa -tal vez con un leve escalofrío, por la similitud con El rescate Ransom, 1996, del ultraconservador Mel Gibson- que Darín (o Sebastián, uno de los dos pocos nombres que hace falta retener en la memoria para no perder el hilo narrativo) hará lo imposible para rescatar a sus dos hijos, que desaparecen súbitamente y sin dejar rastros del lugar más cálido, confortable y seguro que todos conocemos: el hogar paterno, bueno, materno, en realidad, porque Sebastián y su esposa, Delia, personificada por Belén Rueda, se han divorciado recientemente. Así da comienzo esta búsqueda frenética que, por lo inesperado y súbito del motor de la acción, nos recuerda al film homónimo de Roman Polanski de 1988, con Harrison Ford y Emmanuelle Seigner, y también a Tiempo límite (Nick of Time, 1995, con Johnny Depp). Séptimo y estas dos pelis tienen en común, en cuanto a estructura narrativa, la súbita desaparición, por motivos insondables, de alguien muy querido por el protagonista, que deviene detective y héroe de acción mientras el reloj marca las horas (el tiempo límite) implacablemente. Ahora, concentrándonos en Séptimo, puede decirse que el guión no está mal, hasta es bueno. Al menos, no peca de sobreabundancia de explicaciones, un mal que suele plagar al escritor policial mejor pintado. Otro plus a su favor: la historia es muy simple y va al grano, y el motor de la película -la búsqueda desesperada de los dos hijos desaparecidos súbitamente en el corto trayecto, por escalera, del 7mo piso a planta baja- transforma a un hombre normal y corriente en un experto, intuitivo y altamente funcional pesquisa y héroe de acción. Los personajes secundarios, que aparecen en los afiches como tal, sólo juegan un par de breves escenas. Deberían completar eficazmente la trama, pero están pintados, tanto el comisario (Osvaldo Santoro), como el poderoso ejecutivo (Jorge D''Elia), y ni que hablar del sempiterno Ziembrowski como el portero. Durante el desarrollo de la peli, el único personaje sospechoso de duplicidad es el comisario, pero el portero, que podría presentar aristas ambivalentes más arriesgadas, no está suficientemente explotado. Ziembrowski se contenta con pararse en el palier con cara de yo no fui. El potencial de una escena como el descenso de Darín y Ziembrowski a las cocheras subterráneas es totalmente desaprovechado de esta manera. A Ziembrowski no le da ni ahí el rango actoral para sugerir una mezcla de pretendida inocencia y oculta perversidad. El comienzo y el final de Séptimo son similares pero con una diferencia temporal: la hora del día. Al inicio se ve una espectacular toma aérea diurna de Buenos Aires, y al término lo mismo, pero de noche, como lo vería uno desde un avión. Ambas tomas pueden inducir a engaño: a creer que estamos ante una superproducción, pero cuando llegan los créditos finales uno se da cuenta de que la peli está armada en torno a dos actores/personajes: Darín y Rueda. O más bien, Darín, porque Rueda recién al final despliega algo parecido a una actuación. No obstante, Séptimo está bastante bien escrita y ejecutada, pero es totalmente predecible en su desarrollo, aunque más de un crítico vergonzante diga lo contrario, sobre todo en referencia a la inesperada vueltita del final. Una serie de interrogantes ayudan a terminar de definirla ¿Está bien actuada? Sí, porque a Darín le sobran recursos interpretativos y cumple, con sobrada eficacia, con un papel que le sale de taquito; ¿La historia es verosímil? Sí, porque los hechos narrados podrían darse en la realidad (y éste es uno de los ganchos: podría pasarle a cualquiera, más aún por la desafortunada coincidencia con el crimen de Ángeles Rawson, secuestrada, abusada, y finalmente arrojada en un container del CEAMSE, como si su cuerpecito fuese basura). La involuntaria coincidencia temporal daría como resultado algo así como: portero + sótano = peligro = crimen). ¿Se pierde en algún momento la verosimilitud y los móviles del secuestro, así como los culpables? Sí, también, en unos cuantos momentos, porque el guionista apura el desenlace bajo premisas poco creíbles. ¿Te deja satisfecho como espectador? Y, digamos que sí, aunque es un producto menor, rutinario, de factura técnica más que aceptable pero no mucho más que eso. No es aburrida, pero tampoco es wow, qué historia, qué narrativa. Como decía anteriormente, los interminables créditos (con segunda, tercera, y no sé si hasta cuarta unidad) son inusitados. Algo así como un batallón de ambos lados del Atlántico para una película chiquita, filmada en dos o tres escenarios. ¿Hacían falta tantas compañías productoras, tantos técnicos y primer, segundo y tercer asistente? No. Está todo hiperinflado, tal vez por razones cuanto menos sospechosas. Y la pregunta más importante ¿Funcionará? Sí. La Fox se juega con una salida de 213 copias, la mitad en digital y el resto en 35mm. Una apuesta fuerte, pero segura. Todo el peso lo lleva Darín sobre sus hombros, y su presencia genera expectativa y gran convocatoria de pública, aunque en última instancia la peli, con una resolución facilista y apurada, deja sabor a poco.
Llamen a Kurt Russell En su autobiografía, Mientras Escribo, Stephen King admite que sus novelas menos exitosas fueron aquellas que se quedaron solamente en la premisa. O sea, cuando uno escribe lo primero que surge es una idea. Esa idea hay que saber como desarrollarla, para que la premisa no se convierta en toda la película en sí, y en caso de ser así, que el resto de la obra no sea una explicación de aquella premisa. Pongamos un ejemplo concreto. Hace varios años, el aún ignoto Jonathan Mostow filma Sin Rastro, un interesante film con Kurt Russell, donde un hombre pierde a su esposa después de que ella va a buscar ayuda, tras un accidente que ambos tienen en la ruta. Cuando pasan varias horas y sin saber nada de su mujer, el hombre va a buscarla y las personas que supuestamente la ayudaron no se acuerdan de ninguno de los dos. La premisa era interesante ya que cuestionaba la propia realidad y estado mental del protagonista. ¿Hasta dónde está siendo engañado el personaje y/ o dónde comienza la manipulación hacia el espectador? Lamentablemente Mostow decidió virar hacia la solución más fácil y el final era el más coherente y verosímil que se podía encontrar en los manuales del thriller clásico hollywoodense. O sea, la premisa era buena, la resolución… básica...
Cómo desperdiciar una buena idea Seamos claros desde el comienzo: Séptimo es bastante mala, al estilo de esos thrillers psicológicos y pretendidamente astutos que Hollywood nos entrega (o más bien, arroja) cada tanto, como 12 horas, Seduciendo a un extraño, Acorralados o Descarrilados (las distribuidoras también colaboran con esos títulos espantosos), que cuando uno los ve, siempre se pregunta para qué o por qué se hacen, o cómo es que tal o cual actor aceptó participar en ese engendro. Normalmente, muchos críticos la descartarían rápidamente, con un texto perezoso de tres párrafos. Sin embargo, un nombre involucrado cambia la ecuación: se trata, obviamente, de Ricardo Darín, a quien encima lo acompaña un elenco fuerte, compuesto por Belén Rueda, Osvaldo Santoro, Luis Ziembrowski y Jorge D´Elia. Y eso obliga a muchos a realizar un ejercicio no tan habitual para ellos, que es el de pensar y escribir un texto más o menos sustancioso. En FANCINEMA, por suerte, no tenemos ese problema: siempre procuramos escribir bien, no sólo con determinadas películas. Séptimo parte de una buena idea: Sebastián (Darín), un abogado bastante ambicioso y hasta amoral, antes de ir hacia los tribunales, donde lo espera una jornada definitiva de un caso de gran repercusión mediática, pasa a buscar a sus hijos para llevarlos al colegio. Su esposa, Delia (Rueda), de la que se está divorciando, le pide (o más bien le ordena) que no haga el jueguito usual, pero él, para llevarle la contra, lo hace igual: mientras él baja por el ascensor hasta la planta baja, los niños lo hacen por la escalera, en una típica competencia para ver quién llega primero. Sin embargo, cuando Sebastián llega a destino, los chicos no están, no aparecen. Y a medida que los minutos pasan, él se irá dando cuenta que el asunto no es simplemente una travesura infantil. El problema es que a esa interesante premisa hay que sostenerla a través de una puesta en escena ajustada, mecanismos narrativos sólidos, una trama coherente y protagonistas verosímiles en sus acciones. Y lo cierto es que Séptimo tiene una puesta endeble, una narración totalmente improductiva, una trama insostenible y personajes increíbles. De hecho, su historia se mantiene en pie unos pocos minutos y luego se derrumba por completo. Y esto sucede porque el director y coguionista catalán Patxi Amezcua, responsable máximo del film, intenta remitir a la paranoia del cine de Brian De Palma o a la claustrofobia del de Roman Polanski, pero su visión es cuando menos superficial: piensa que generar suspenso o transmitir angustia es hacer sonar fuerte la música incidental correspondiente a cada caso; que resaltar el paso del tiempo consiste en aplicar un montaje cortante y vertiginoso, o poner a correr a Darín (quien, pobre, transpira bastante la camiseta); o que el método para destacar la importancia de cada secuencia está dado por el nivel de crispación de los actores (que no es lo mismo que los personajes). Hasta se equivoca con la iluminación que utiliza: en vez de usar una luz cálida, que promueva la empatía con lo que el espectador está viendo, recurre a una fría, que distancia por completo, en contraposición a lo que pide el relato. En consecuencia, la película, a pesar de ser muy corta (menos de 90 minutos), da la apariencia de estar terriblemente estirada, quedando enseguida irremediablemente reducida a la mínima expresión de su anécdota. Para colmo, la vuelta de tuerca sobre el final que sirve para explicar el enigma es tan ilógica como previsible. Y estos desacoples estructurales contribuyen a evidenciar otro agujeros del guión, que hacen parecer a Darín el abogado penalista con mayor desconocimiento de las leyes de toda la historia del cine; a Santoro como un comisario que nunca aprendió los métodos para un caso de posible secuestro o desaparición; y a Rueda como una figura femenina sin ningún tipo de autonomía. Nos queda entonces una pregunta un tanto incómoda: ¿por qué Darín elige filmar esta película? La respuesta puede ser más simple de lo esperado. Uno puede suponer que porque le atraen los personajes ambiguos, que interpelan al espectador desde un lugar con el que no es tan fácil identificarse. En base a sus elecciones, a veces acierta, y otras no. Algunas veces los proyectos que parecen tener un gran potencial terminan naufragando. Séptimo es un ejemplo de esto: un concepto atrayente y una gran decepción.
Acá tenemos el viejo y querido ejemplo donde el avance promocional es más atractivo que el largometraje. Séptimo es una propuesta correcta de suspenso que brinda un buen entretenimiento y logra dentro de todo engancharte con la historia que propone. Si nos dejamos llevar por esto, el film ya de movida genera más entusiasmo que el 90 por ciento de los estrenos nacionales que llegan a la cartelera y por ese lado es un acierto. El tema con esta producción es que la trama ya la vimos millones de veces en el cine y cuando se revela por donde viene la mano el conflicto, el interés que había despertado el relato en un comienzo se desvanece. La película fue dirigida por el vasco Patxi Amescua, quien se las ingenió en su narración para sacar adelante un guión trillado que también se hace llevadero por el buen trabajo de los actores. Es loco porque si Séptimo, con el mismo guión, sin cambiarle una coma, la protagonizaba Nicolas Cage en Seattle mucha gente (tanto el público como miembros de la prensa) la hubieran matado, pero como la figura principal acá es Ricardo Darín resulta que es "otro logro del cine argentino". A lo que voy con esto es que si bien la película representa una propuesta decente bien realizada (lo que no es poco en estos tiempos que corren), tampoco puedo omitir que la trama en el fondo es una de Tom Berenger en dvd. Darín hizo mejores películas en este último tiempo. Séptimo no está mal y se deja ver, pero por los avances pensé que iba a ser mejor.
Lo bueno y malo de Séptimo es que se genera un muy buen suspenso en todo su desarrollo. Es bueno porque mantiene un interés continuo sobre la historia y lo que va pasando minuto a minuto. Lo malo es que eso hace que uno tenga expectativas muy altas sobre el final. La construcción de la historia para mi es un muy buen punto a favor de la película, porque el espectador va imaginando las posibilidades ante las evidencias que va tirando el director con cuenta gotas. Creo que ese juego mental es muy bueno. Todo se acompaña por excelentes actuaciones y la dinámica de la filmación en el edificio. Esa combinación está muy bien lograda Darín nuevamente se pone encima la historia, y como es habitual no le pesa en la espalda. Una buena película de suspenso realizada en la Argentina, que creo no dejará en forma inmediata satisfechos a la mayoría con el final... pero puede ser que algunas horas después, recordando algunas instancias de la historia, esa sensación se haya ido y el balance sea positivo para todos.
Buenos Aires luce imponente e impactante en las múltiples tomas aéreas que se aprecian en varios pasajes de Séptimo . Pero la ciudad y, sobre todo, el viejo edificio de la calle Brasil donde transcurre casi toda la primera mitad del relato, también son un infierno para el protagonista, encerrado dentro de esas paredes a la espera de alguna novedad sobre el paradero de sus dos hijos, misteriosamente desaparecidos tras un inocente juego familiar. Ese padre al borde de un ataque de nervios es Sebastián, un abogado recientemente divorciado de la española Delia (Belén Rueda) y ligado a casos extremos como los que Ricardo Darín ya interpretara en Carancho, El secreto de sus ojos y la reciente Tesis sobre un homicidio . Y Darín es, por supuesto, la gran carta de triunfo (al menos en el terreno comercial) que tiene este correcto y bastante eficaz thriller psicológico coescrito y dirigido por el catalán Patxi Amezcua. Aún a riesgo de convertirse en figurita repetida (es el segundo policial del año que protagoniza), Darín resulta siempre convincente en este papel de héroe hitchcockiano (un hombre común en circunstancias extraordinarias). La película trabaja en las escenas iniciales la posibilidad de que Sebastián -que durante esas escasas y tensas horas en las que transcurre el relato tiene una decisiva audiencia de un caso de corrupción con fuertes connotaciones económicas y políticas- esté siendo manipulado con el secuestro de sus hijos, pero no conviene adelantar nada más sobre la evolución y derivaciones de la trama. Lo que sigue es un típico juego de gato y ratón, con varias vueltas de tuerca (más o menos) inesperadas, que Amezcua maneja con profesionalismo, pero sin demasiado virtuosismo ni capacidad de sorpresa (hay un buen uso de la cámara en mano para sostener el nervio y la tensión). Más allá de su impecable factura técnica, Séptimo repite buena parte de la fórmula padre-dispuesto-a-todo-por-salvar-a-hijos (una niña de 7 años y un chico de 9) que el cine ha trabajado en numerosas oportunidades. Y la experiencia se parece bastante a la de apreciar un episodio doble de cualquier serie televisiva (y no estamos hablando de gemas como Breaking Bad ). De todas formas, la apuntada presencia de Darín -favorito del público desde hace ya varios años- y el fuerte lanzamiento (213 copias en todo el país) deberían ser argumentos suficientes como para que ese romance no se interrumpa justo ahora.
Un policial que se va desinflando Irreprochablemente filmada, actuada, fotografiada y editada, con un exigente desafío para Darín, la coproducción argentino-española funciona mejor en su planteo y desarrollo que en su nudo y resolución, que se parece a un conejo sacado de la galera. ¿Pueden desaparecer dos chicos, en cuestión de segundos, en el interior del edificio en el que viven con sus padres? ¿Desvanecerse en el aire, sin que nadie sea capaz de verlo o evitarlo? En una película de fantasmas podrían. Pero Séptimo no es eso, sino un thriller dramático, que se atiene al verosímil de lo real. Coproducción hispanoargentina destinada a seguir sacando provecho a la imbatible ecuación Darín + policial, que tanto rédito viene dando de ambos lados del Atlántico, podría decirse que Séptimo es más argentina que española, teniendo en cuenta que transcurre enteramente en Buenos Aires, el elenco es casi por completo argentino y el autor de la idea y coguionista, el debutante Alejo Flah, también. Sin embargo, el hincapié puesto en la solidez del guión, la prolijidad narrativa y el pulimento técnico son más característicos del cine español que del argentino. El resultado es un producto solvente e impecable en todos sus rubros, que cumple con las expectativas del espectador de género y está llamado a tener una repercusión por lo menos equiparable a la de Tesis sobre un homicidio, su precedente inmediato. Una película irreprochablemente filmada, actuada, fotografiada y editada. Pero limitada, para quien busque algo más que la mera eficacia de género. “Terminala con el jueguito ése de dejarlos bajar por la escalera”, advierte Delia (Belén Rueda, protagonista de El orfanato y única española del elenco) antes de dejar a sus hijos en manos del papá, Sebastián (Ricardo Darín). Separados desde hace tiempo, Sebastián acaba de pedir a Delia un tiempo más para pensar si le pone la firma al documento que la autoriza a llevárselos a Madrid, donde piensa volver a radicarse. Es gente de buena posición (él, abogado y dueño de un BMW; ella, hija de un letrado que le dio a Sebastián el aventón profesional), así que está justificada la idea de volverse allá, sin temer crisis ni desocupación. A Sebastián no le hace gracia no poder ver a los chicos todas las semanas, Delia le recuerda que para él un pasaje de avión no es gran cosa. Como era de prever, Sebastián le hace pito catalán al consejo-regaño de su ex. En cuanto ella se va, se mete en el señorial ascensor de hierro, para jugar con los chicos a quién llega primero a planta baja. Ellos salen zumbando... y Sebastián ya no volverá a verlos. Sostenida sobre una premisa espacio-temporal casi tan rigurosa y minimalista como Enlace mortal (Phone Booth, la de la cabina telefónica) o Enterrado, Séptimo transcurre casi enteramente en el bello edificio neoclásico en el que viven los protagonistas. Con los chicos necesariamente fuera de escena y la mamá en buena medida también (se fue a trabajar temprano, reaparecerá hacia la mitad de la proyección), Séptimo es, junto con El aura, la película en la que el protagónico de Darín resulta más absorbente. Y exigente. Desorientado, desesperado, transpirado, subiendo y bajando escaleras a la carrera, todo ello es saludable en términos de rendimiento: últimamente el actor de Carancho parecía demasiado confiado en su irrefutable infalibilidad actoral. Con el celular casi por coprotagonista (sus colegas del estudio no dejan de llamarlo, apurándolo por una audiencia clave; pulsa él los teléfonos de su ex y de la policía; a partir de determinado momento estará pendiente de una comunicación por parte de los secuestradores), Sebastián acude al encargado del edificio (Luis Ziembrowski), a los vecinos y, sobre todo, a un comisario del cuarto piso (Osvaldo Santoro), quien a partir de determinado momento se hace cargo de la investigación. Con el notable argentino Lucio Bonelli (Tiempo de valientes, Liverpool, Vaquero) en la fotografía y el no menos notable español Roque Baños (habitual colaborador de Alex de la Iglesia, entre otros) en la música, con actuaciones de primera de Ziembrowski, Santoro y Jorge D’Elía (como jefe de Darín) y con encuadres y puesta en escena tan clásicos como el propio edificio (es la segunda película del navarro Patxi Amezcua), Séptimo funciona mejor en su planteo y desarrollo que en su nudo y resolución. Hasta más allá de la mitad del metraje cualquiera puede ponerse en lugar del protagonista, asumiendo un lugar más activo que el que la mayoría de las películas asignan al espectador. “¿Qué sentiría yo, qué haría yo en una situación así?”, son preguntas que sostienen el interés de Séptimo. El problema es que esas preguntas dejan lugar al mero “¿quién lo hizo?” del whodunit, y ahí el interés se va haciendo más limitado. Para dar lugar a una resolución arbitraria, un conejo de la galera que tanto como éste pudo haber sido cualquier otro. Las puertas que este film de encierro no llega a abrir son las de una densidad y complejidad humanas que le den sentido a la tortuosidad. Así como está presentado, el siniestro familiar de Séptimo termina teniendo el volumen de una noticia policial.
En busca del hijo perdido La nueva película con el actor argentino más famoso es un thriller donde lo acompaña la española Belén Rueda, la misma de Mar adentro, El orfanato y Los ojos de Julia. El peor enemigo que tiene Séptimo es su guión. No hay forma de disfrutar una película que propone una intriga llena de suspenso, y entrega un guión lleno de baches, incoherencias y absurdos inexplicables. El director de Séptimo, Patxi Amezcua, es también el coguionista junto con Alejo Flah. En la historia que tan bien vendía el trailer del film, el protagonista se encuentra con su peor pesadilla. Sebastián (Ricardo Darín) se está separando de su mujer, Delia (la actriz española Belén Rueda). Va a buscar a sus hijos al departamento que compartían para llevarlos a la escuela. Sebastián juega con ellos a bajar en ascensor mientras ellos lo hacen por la escalera. Edificio antiguo, con escaleras alrededor del ascensor enrejado, locación ideal para el misterio. El ascensor se traba. Cuando Sebastián llega a la planta baja, los niños ya no están. Por motivos obvios, no se puede decir más sobre la trama, pero sin duda este planteo es más que interesante. Eso que vimos en el trailer y que prometía mucho, resulta ser una decepción de proporciones enormes. Y esa decepción ocurre porque las películas no están hechas sólo de lo que prometen, sino de lo que finalmente hacen. La promesa es grande, el desarrollo es más que pobre. No todos los guiones tienen que desarrollar la misma forma de verosimilitud. Nueve reinas, El aura y El secreto de sus ojos, sólo por citar tres grandes films protagonizados por Ricardo Darín, tenían su propia lógica, sus revelaciones, sus sorpresas. Lo que no funciona en Séptimo no es una idea global de verosimilitud, sino su propia propuesta. Lo único destacable de la película es el tema que subyace detrás. Sebastián vive, como ya se ha dicho, su peor pesadilla. Y su pesadilla es que su esposa se lleve a sus hijos a España, país de donde ella es oriunda. Todo el film alude a esa pérdida, a ese temor. Y ese mérito hay que reconocérselo, aun cuando la película no logre funcionar como historia de suspenso y misterio. Es una pena que la historia se pierda en su absoluta falta de lógica y ofrezca tan obvios baches y situaciones imposibles. Los personajes secundarios tampoco ayudan mucho a lograr interés. Ricardo Darín, como siempre, logra que su personaje tenga esa melancolía casi de film noir en cada una de las escenas. Y ese elemento agridulce acompañará al protagonista hasta el final de la historia.
Al descenso Si bien "Séptimo" parte de una buena idea, las ideas hay que saber desarrollarlas. Toma como punto de partida al miedo más básico y primitivo, en el marco de una absoluta cotidianeidad. Un padre que "pierde" a sus hijos de manera inexplicable. Un simple juego que acaba convitiéndose en una pesadilla que ningún espectador quisiera vivir. El gancho es bueno, prometedor. En el medio hay un divorcio conflictivo, y causas judiciales entre poderosos, para colmo mediatizadas. Sebastián es abogado - Sí, Darín hace otra vez de abogado- y comienza un día que está destinado a no ser uno más, aunque no por lo motivos que él creía. Todo el ímpetu con el que inicia la jornada, la seguridad que se tiene como profesional ante una audiencia inminente, la forma en que sostiene la relación con su ex mujer, todo eso va tambalear inexorablemente cuando sus dos hijos desaparezcan en un instante. Él baja en ascensor, ellos por la escalera. Él llega a la planta baja, ellos no. Inmediatamente comienza la búsqueda, la deseperación y la incertidumbre copan la escena y el juego de ambigüedades se despliega ante el espectador. La foma supera al contenido, el director se engolosina con un Darín omnipresente -está en casi todas las escenas-, que ofrece un gran trabajo actoral brindándole a su personaje un "crescendo" creible y una tensión que logra trasladar más allá de la pantalla. Mientras el relato avanza, el guión empieza a mostrar sus debilidades, los personajes secundarios se desdibujan y al final quedan más preguntas que respuestas, sobre todo por lo inverosímil de ciertas cuestiones que en una trama de suspenso reclaman mayor rigor por parte del realizador. "Séptimo" gana en la potencia de su principal intérprete, un Darín que literalmente se carga el filme y que está muy bien secundado por la española Belén Rueda, de impecable y ajustada gestualidad. El filme se diluye en la anécdota, como si la idea de tan grandiosa se hubiera vuelto en contra y su creador no supiera como darle el mejor cierre. Al final le dió el que pudo, que no está tan mal.
Pocas veces se despertó tan enorme expectativa con respecto a este film. Sí, claro, está Darín, pero también un trailer sumamente impactante que tiene que ver con la desaparición de dos niños. El film, sólidamente construido, se apodera del espectador y lo maneja a su antojo. Ricardo Darín pasa por todos los matices, de abogado canchero y amoral a padre desesperado. Matices y sutilezas, capas expresivas hechas de detalles, de gestos. La cámara lo ama. El público también.
Darin es un padre que con sus dos hijos tiene una rutina, un juego: los niños bajan por la escalera y el padre por el ascensor. Gana quien llega antes a la entrada del edificio. Pero algo ocurre un dia. El padre llega a la planta baja y no hay rastro de sus hijos. ¿Dónde están? Esta es la idea madre de uno de los guiones mas originales de los últimos tiempos, un thriller con aires Hitchcockianos que recuerda por momentos a BUSQUEDA FRENETICA la mítica cinta de Polanski. Claro, que a diferencia de ese filme, aquí el realizador hace agua en la puesta en escena. Utiliza cámaras fijas, planos estáticos, demasiada luz cuando el frenesí y la adrenalina de la trama pedían a gritos una cámara en mano, mas cercana a la nuca del desesperado Darin. Pese a que logra entretener, el guion tiene algunos baches y giros poco creíbles que le restan puntos a un filme que merecía un director con mas oficio. Darin y la reina del grito española BELEN RUEDA, salvan los trapos, logrando las mejores actuaciones de un filme que sin dudas, no pasara inadvertido por la cartelera vernácula.
Excelente y efectivo film policial Sebastián tiene problemas con su ex-esposa española que se quiere volver a la Madre Patria y llevarse a los dos hijos de ambos. También está presionado con su trabajo de abogado por un caso muy mediático donde algunos peces gordos pueden quedar presos. En medio de todo este entrevero deberá llevar a sus hijos al colegio y realizar con ellos un juego que hizo millones de veces : ver quién baja primero desde el séptimo piso, si él por el ascensor o sus hijos por la escalera. Juego inocente y que muchos padres realizan sin problemas. El drama surge cuando él llega pero sus hijos no. A partir de esta situación comienza un film sumamente eficaz. Las primeras imágenes aéreas sobre la ciudad de Buenos Aires hacen preveer una búsqueda frenética por la misma, quizás por esto y cuando comienza a desarrollarse el film mayormente dentro del edificio del hecho, logra un contrapunto que la transforma en algunos instantes en una película muy claustrofóbica. Por otro lado, además de los grandes trabajos de la española Belen Rueda, de Osvaldo Santoro, Luis Ziembrowski y Guillermo Arengo, es sin lugar dudas la labor de Darín la que lleva adelante el film. El trabajo de Ricardo Darín es tan soberbio que cualquier espectador con hijos no puede dejar de identificarse con lo que su personaje va realizando. Su papel de Sebastián es la de un hombre acostumbrado a lidiar, por su trabajo y por otras cuestiones, con problemas y presiones enormes, pero la desaparición de sus hijos lo descoloca y desconcierta. No es el típico protagonista yankee que irá por los techos o con armas matando gente. Es un porteño que trata de ver en una ciudad sumida en la inseguridad cómo volver a reencontrarse con sus hijos. “Séptimo” es un muy buen film que, más allá de algunos cabos sueltos, y un final abierto en algunos temas, logrará atrapar al espectador y hacer al salir del cine lo primero que haga sea comprobar dónde están sus hijos.
Un juego, y la peor de las consecuencias. ¿Qué puede ser más desesperante para un padre que perder a sus hijos y no encontrarlos por ningún lado? Esto es lo que le pasa a Sebastián (Ricardo Darín) en los primeros minutos de Séptimo y, es tal la tensión, que es fácil ponerse en su lugar y sentir su padecimiento. La película narra la historia de Sebastián, un reconocido abogado de la ciudad de Buenos Aires, recientemente separado y padre de dos hijos. Como todos los días, se dirige al edificio donde vivía con su familia, en busca de los pequeños para llevarlos a la escuela. Su ex mujer, Delia (Belén Rueda), le pide que por favor no hagan “el jueguito de la escalera” ya que teme que sus hijos se lastimen. Pero Sebastián no puede decirle que no a nada a sus hijos, que quieren divertirse. Lo niños bajan por las escaleras desde el séptimo piso, mientras él lo hace por el ascensor y el que llega primero a plata baja, gana. Un inocente juego con consecuencias inesperadas ya que, al llegar abajo, Sebastián se da cuenta de que sus hijos no bajaron, desaparecieron, no hay rastro de ellos. A partir de aquí, comienza una búsqueda exasperante de ambos padres, que realmente tensiona al público. Como si se tratara de una novela de Agatha Christie, todos y cada uno de los personajes que van apareciendo, parecen ser sospechosos. Patxi Amezcua (25 Kilates), guionista (junto a Alejo Flah) y director del film, logra de este thriller el ritmo y el suspenso adecuados. El hecho de no saber qué va a ocurrir, quién es el culpable de la desaparición de los chicos, cuál va a ser la próxima reacción del padre; son interrogantes que aparecen desde el primer momento generando interés en el público debido a un concepto sencillo desarrollado con las mejores herramientas narrativas. Es sorprendente la facilidad con que Darín va transformando sus gestos, pasando de una ligera preocupación a una severa desesperación a medida que transcurren los minutos. Sin duda, es el punto clave de la película, lo que hace la diferencia. El resto del elenco denota una elección direccionada en la idea de desarrollar aún más ese suspenso que genera la trama. Luis Ziembrowski (como el portero del edificio), Osvaldo Santoro (comisario y vecino), Guillermo Arengo (abogado y amigo de Sebastián) y Jorge D'Elía (dueño del estudio jurídico donde se desempeña el protagonista). Todos versátiles actores capaces de transmitir con facilidad lo que busca el director. Séptimo resultó lo que esperaba: un interesante thriller, con tensión, intriga, sorpresa y algo de emoción. Un final para algunos esperado y para otros sorprendente, ya que es cuestión de prestar atención a los indicios que la película nos va dejando a lo largo de sus 85 minutos. Amezcua nos atrapa con un simple juego de niños para luego proponernos otro. Es que es inevitable ponerse en el papel de detective y “jugar” a encontrar al verdadero culpable. @mf12887
La premisa de SEPTIMO es inquietante. Un padre está llevando a sus hijos al colegio y ellos le insisten con un jueguito repetido, que todos hemos hecho alguna vez: mientras él baja por el ascensor desde el séptimo piso, ellos lo hacen por las escaleras. Hasta ahí, todo bien. El problema empieza cuando ellos nunca llegan abajo. O, si llegaron, ya no están ahí cuando él llega. Para Sebastian (Ricardo Darín) la situación es desesperante: los chicos no aparecen por ningún lado y es imposible predecir qué ha pasado con ellos. En el caso de Sebastián las posibilidades que se abren son muchas. Es un importante abogado que lidia con casos que le han generado muchos enemigos, uno de los cuales está en pleno proceso mientras esto sucede (y la ausencia del abogado sería importante), y seguramente hay varios casos más en el pasado. Hay vecinos extraños, misteriosos y con algún problema que otro con él. Hay un portero que no parece la persona más confiable del mundo. Hay un divorcio en puerta con la mujer (la española Belén Rueda) que planea volverse a España con los chicos. Hay un pariente violento. Una ex amante. Y, llegado el caso, no habría que descartar de entrada alguna opción más casual, extravagante o hasta metafísica. Claro que también pueden haberse perdido o estarle jugando a su padre una broma pesada. septimo2Todas estas puertas, ventanas y avenidas narrativas serán investigadas, acaso demasiado casualmente, por Sebastián, que parece ser la clase de persona que se convence fácilmente cuando le pregunta a alguien “¿Usted vio a mis hijos?” y le responden: “No”. Durante buena parte del relato -la mejor-, la película no sale del edificio: todo sucede ahí en lo que parece ser tiempo real. Y gracias al rostro familiar de Darín (el actor que más empatía genera en el mundo de habla hispana, le guste o no al propio Darín), uno no puede evitar ponerse en su lugar, en su angustia y desesperación. Promediando el filme se revela el primero de los secretos de la trama -que no adelantaremos aquí, aunque el trailer lo cuenta-, pero digamos que algo se sabe acerca de qué es lo que pasó con los chicos. La segunda parte del filme, entonces, saldrá por momentos del edificio en cuestión -por un lado- y tratará de determinar ya no qué pasó sino quién es el responsable y si se puede (o no) recuperar a los chicos. Y la película perderá un poco la intensidad que le daba la compresión espacio/tiempo. SEPTIMO es una película pequeña, que “agranda” comercialmente la presencia de Darín, Rueda y de un elenco que también integran Luis Ziembrowski, Osvaldo Santoro, Guillermo Arengo y otros. Es, también, una película menor, un ejercicio, un juego más o menos intrigante que se sostiene durante buena parte del relato pero decae sobre el final, como si el director español Patxi Amezcua no pudiera lograr mantener la tensión una vez que las cartas se muestran un poco más claramente. En cierto sentido, me da la impresión que SEPTIMO funciona casi como un episodio de alguna serie de TV tipo TIEMPO FINAL, con un sistema simpático y medianamente efectivo pero finalmente inconsecuente y no demasiado perturbador. septimo1A favor la película tiene a su elenco, un equipo de talentosos actores lidiando con un material que no está del todo a la altura de sus talentos. La puesta en escena es formalmente correcta, pero nunca sorprende ni inquieta. No hay nada en la película que sea particularmente brillante ni tampoco pésimo. Es un filme funcional, discreto, que promete más de lo que cumple y que se queda a mitad de camino en la mayoría de las cosas que propone. Lo que sí es problemático es el guión, que exige un grado de suspensión de la credibilidad excesivo y que se apoya más en una serie de casualidades circunstanciales que en la lógica interna de los personajes. Es cierto que la premisa plantea un desafío tan alto que casi todas las resoluciones -salvo una desaparición inexplicable de lo chicos- pueden parecer demasiado terrenales y pedestres. Es un problema que SEPTIMO no logra resolver del todo, por más esfuerzos que hagan Darín y compañía. Así, una gran primera mitad y una no tan lograda segunda parte logran, finalmente, dar con un entretenimiento pasable, pero no mucho más que eso. NOTA: Resulta complicado analizar la película con mayor profundidad sin revelar al menos algunos de los secretos de la trama. Por eso invito a los que quieran debatir (con libertad de “spoilers”) esos secretos y la resolución de la trama, a hacerlo en los comments.
Un guión correcto que brilla por una dirección atinada. Concebir un thriller, tanto en el papel como en la pantalla, es una empresa que requiere de mucha pericia de quienes lo hacen. No solo hay que saber distribuir los elementos, sino hay que saber cómo usarlos, cómo mostrarlos, de modo tal que se evite ––o se suavice el impacto–– de la predictibilidad. El titulo en cuestión es un ejercicio que tal vez no pase a la historia, pero que merece por lo menos un lauro, por saber llevar la narración de una forma cabal y enganchar al espectador hasta el final, lo que no es para nada un logro menor. ¿Cómo está en el papel? Sebastián es un abogado algo amoral que está a punto de concluir un caso muy importante para su estudio. Su vida personal, en contraste, no esta tan bien, ya que el divorcio de su mujer esta avanzado a tal punto que solo hace falta su firma. El se muestra reticente, más que nada porque esto le daría la ventaja a su mujer de llevarse a sus hijos a España. Pero todo eso cambia con un simple jueguito que él juega siempre con sus hijos: Una competencia para ver quien llega más rápido a la planta baja, ellos por las escaleras o el por el ascensor. Todo viene bien, salvo que cuando Sebastián llega a la planta baja, los chicos misteriosamente desaparecen. Esto es la trama de Séptimo, es más, te diría que con esto se resume todo su primer acto. Es una película que no pierde mucho tiempo en presentar a los personajes; solo gasta lo mínimo indispensable, ya que una vez que se presenta el incidente incitador, solo nos interesa el conflicto y nada más que el conflicto. El segundo acto de la película está claramente dividido en dos; por un lado tenemos la paranoia del personaje protagonista en la que sospecha que sus hijos pudieron haber sido secuestrados por alguien del edificio, la segunda mitad es la confirmación o no de sus sospechas y el descenso a los infiernos al que se somete su personaje con tal de saber donde están sus hijos. La galería de personajes se desarrolla, como ya habíamos dicho, en lo mínimo indispensable, por lo que se entiende que el personaje más desarrollado sea el de Ricardo Darín, ya que nos pasamos una gran parte de la película viendo todo desde su punto de vista. Lo concreto es que es un guion correcto, sencillo incluso; tiene sus elementos estratégicamente repartidos y los puntos de giro funcionan como un mecanismo de relojería. ¿Cómo está en la pantalla? Séptimo consigue ser el thriller que es por el pulso de su director, Patxi Amezcua. Su puesta en escena consigue que en todo momento estemos preocupados por lo que pasa por la mente de su protagonista. Vamos de la mano con él y nos enteramos al mismo tiempo que él ––la mayoría de las veces–– de todo. Esto se consigue con una puesta de cámara que es prácticamente claustrofóbica, y un montaje que, según la conveniencia de cómo deducimos lo que pueda pasar, estira y achica el tiempo como un chicle; un vaivén que notoriamente contribuye a la tensión. Por el lado actoral, Ricardo Darín, ya lo sabemos todos, sigue estando genial. Pero no tanto porque dice su personaje, sino de la tensión, la tristeza y la desesperación que muchas veces transmite con solo la mirada. Una expresividad que contribuye al factor identificatorio. Todo esto se aplica a su coprotagonista, la española Belén Rueda. El resto de los intérpretes entregan actuaciones sobrias, virtud indispensable ya que cualquier registro por encima o por debajo habría delatado ciertas cosas. Sobre la verosimilitud cinematográfica de la abogacía No pude evitar notar en la función privada que muchos de los críticos pusieron el grito en el cielo por las múltiples inverosimilitudes judiciales que hay en la película. Si bien son opiniones completamente respetables, aunque el protagonista de Séptimo sea un abogado, la película no transcurre en un tribunal. No es una película judicial. Es una película sobre a que extremo puede llegar un padre cuando no encuentra a sus hijos. La verosimilitud judicial es irrelevante. ¿Se acuerdan de Cuestión de Honor? La película de Rob Reiner, con Tom Cruise y Jack Nicholson (You can’t handle the truth!!!). Bueno, más de uno diría, abogado o no, argentino o no, que el lugar donde transcurre el juicio es donde habitualmente transcurre un juicio en los Estados Unidos. Ahora bien, si te escucha un abogado de la Naval Yanqui, te cachiporrea la sabiola, te llama tagarna, y te manda al suelo a hacer 50 flexiones de brazos, porque no son así los tribunales en dicha institución. Esto lo admitió Rob Reiner, quien dijo que al ver los tribunales verdaderos de la Judicial Naval, notó que eran pequeños, lisos y sin ningún detalle. Esto se corroboró también con Aaron Sorkin (The Social Network), guionista de la película y de la obra teatral en la que se basa, quien concibió la historia sobre una anécdota que le contó su hermana, miembro del Departamento Judicial de la Naval Norteamericana. Como una gran parte de la película transcurre en el tribunal, Reiner y su equipo de producción eligieron trasladarse a uno más tradicional, que era comparativamente más grande ––con más espacio para la cámara–– y más fotogénico a nivel escenográfico. Estamos hablando de una película memorable, que llego a estar nominada al Oscar como Mejor Película y su director, Rob Reiner, quedó elegido entre los cinco mejores trabajos de dirección de ese año por el Sindicato de Directores de Estados Unidos. Pero lauros aparte, lo que quiero decir con esto es que, con más de veinte años encima, ¿Que creen que pesó más? ¿Su historia sobre la obediencia debida y los límites de la moral o este “error” de verosímil? Séptimo no tiene, no quiere, ni pretende tener la misma profundidad temática que esta película. Es un thriller que simplemente ––y sabiamente–– apela a que el espectador se identifique con la sensación de desesperación y paranoia que padece su protagonista, si ellos se encontrasen en una situación similar. La solidez narrativa de la peli debe, en mi opinión, juzgarse en cómo se desarrolla esto y como responde el personaje acorde a esto. Conclusión Un guion correctamente escrito que brilla por una dirección con mucho pulso, una factura técnica impecable y un reparto a la altura del desafío. Son 90 minutos que pasan rapidísimo, resultando en un muy buen entretenimiento que cumple con creces lo que se propone. Eso si, Abogados, a menos que puedan olvidarse que lo son y dejarse llevar por la historia y los personajes, si le buscan el pelo al huevo, seguramente lo van a encontrar.
¿Se los tragó la Tierra? Darín les pierde el rastro a sus pequeños hijos en un edificio de departamentos. “No sé qué pasó, no entiendo. No los puedo encontrar.” Pocas cosas dan más temor a un padre que los chicos desaparezcan. Los fantasmas crecen así, de la nada. Sebastián bajaba de su ex departamento en el séptimo piso por el ascensor, mientras Luca y Luna lo hacían por las escaleras. Era un juego que repitieron mil veces. Pero el ascensor se detiene unos segundos, y cuado el padre llega a la Planta Baja, los chicos no están. El encargado no los vio salir. ¿Se los tragó la Tierra? Difícil. ¿Alguien los raptó para pedir dinero? ¿O los capturaron para algo peor...? Todas esas preguntas se hace Sebastián, el tercer abogado en poco tiempo que interpreta Ricardo Darín. Pero a diferencia del de Tesis sobre un homicidio, que era sobrador, es difícil no sentir empatía con el padre que, separado, se quedó sin rastro de sus hijos. Y las preguntas que se hace Sebastián se las hace el espectador. Los sospechosos son varios Séptimo es de esas películas en las que al comienzo el espectador sabe lo mismo que el protagonista, para que, luego, uno de los dos sepa más que el otro, el paralelismo se quiebra y alguno corra en desventaja. Obvio que no develaremos quién. Repasemos: Delia, la ex de Sebastián (la madrileña Belén Rueda), quiere que le firme los papeles del divorcio, para, española, llevárselos a la Madre patria. El no lo hizo. Y ahora ella desconfía de él. Pero nosotros vimos que Sebastián no hizo nada. ¿Por qué será que, salvo en Nueve reinas, siempre confiamos en Darín? Escrita, rodada y editada antes del caso Angeles, el encargado Miguel (Luis Ziembrowski) es otro de los sospechosos. Lo mismo que Rosales (Osvaldo Santoro), el comisario con quien alguna vez discutió Sebastián. Y hay un propietario que subió por el ascensor cuando él iba a buscar a los chicos... Otra vecina que antes cuidaba a los chicos, y ahora ya no. Más: el ex cuñado le manda un mensaje por el celular (“Vos tenés la culpa de todo. Ya te vas a enterar”). Y mientras busca a los hijos, Sebas se demora en llegar a una audiencia, por lo que el cliente para el que trabaja perderá un juicio. ¿Serán ellos quienes tienen secuestrados a sus hijos? La tensión y la intriga se mantienen hasta ese click en el que uno sabe más que el otro. Allí donde el realizador Patxi Amezcua se juega. Séptimo también es de esas películas en las que el edificio donde transcurre la mayor parte de la trama es protagonista. Y es como un laberinto. También, es de los filmes que sin celulares no podrían existir. Pero más importante aún, es de los que sin Darín resultarían algo insustanciales. ¿Quién banca y se banca toda una película con la cámara encima?
Para ser thriller, el suspenso tarda mucho en llegar Este es uno de esos thrillers que tratan de mantener la tensión pero que cuentan con demasiado pocos elementos para generar suspenso. Por otro lado, "Séptimo" tampoco puede suplir esa falta con acción, y lo más original o sorprendente que puede aportar el guión es una vuelta de tuerca argumental que llega al final, casi demasiado tarde. Ricardo Darin es un abogado metido en un caso con personajes poderosos y un poco oscuros, lo que no le impide pasar a buscar a sus hijos por lo de su ex para llevarlos al colegio. Es ahí cuando las cosas se complican, ya que meintras él baja por el ascensor y los chicos, jugando, por la escalera, simplemente desparecen. Por el título, que parece darle una importancia especial al número del piso, y lo inexplicable de la desaparición de dos chicos en un edificio de departamentos, casi se podría pensar que estamos ante un asunto de tipo sobrenatural, aunque es difícil saber si ésa fue la intencion del director, ya que básicamente es un thriller realista. Luego de sospechar del portero, de una vecina que hacía de baby sitter, de un comisario del tercer piso y hasta de un misterioso vecino que podría tener antecedentes de pedofilia, llega el pedido de rescate que lleva la situación a un caso de secuestro de tantos derivados de la inseguridad de la Argentina moderna. Es en ese momento cuando la película logra algún grado de tensión, sólo que dado que previamente no se revelaron datos sobre los secuestradores y su modus operandi, tan eficaz como para poder hacer desaparecer a dos chicos prácticamente delante de sus padres, la película pierde su mayor oportunidad de funcionar dentro del género. Darin compone una muy leve variación de sí mismo, y el que se luce es Osvaldo Santoro, que en un momento culminante aporta una trompada. El guión casi se redime con su sorpresa final, pero igual deja muchos cabos sueltos sin resolver en el desenlace. La fotografía y el montaje son eficaces, pero lo mejor en los rubros tecnicos es la música que ayuda a tratar de generar suspenso partiendo de situaciones no muy creíbles.
Darín y diez más La repetida fórmula futbolística no da resultados. Ni en el fútbol ni en el cine. Séptimo es una clara muestra de lo escaso que resulta la presencia de uno de los actores más convocante del cine hispanoparlante para sostener una película. Sebastián es un abogado corporativo, empleado de un gran estudio y a cargo de una compleja causa con ribetes políticos. Antes de concurrir a la audiencia más importante, va a buscar a sus hijos, que viven con su ex esposa, para llevarlos al colegio. Ella es española y quiere regresar a su país con los niños. Él prefiere que se queden y reconstituir el matrimonio. Al salir de la casa practica con los niños un juego que los hace cómplices frente a la madre: mientras Sebastián baja por el ascensor, sus hijos bajan corriendo por las escaleras. Gana quien llegue primero a la planta baja. En esta ocasión los niños no llegarán a bajar todos los pisos. Nadie sabe dónde están. Nunca han salido del edificio. A partir de allí todo será angustia por el paradero de los niños, la tensión en el matrimonio desavenido y las sospechas múltiples. La presentación de los personajes y la trama, aun cuando suena acartonada, cumple con caracterizar a los personajes, las relaciones y las tensiones entre ellos. De algún modo Séptimo podría remitirnos inmediatamente a policiales de encierro como El misterio del cuarto amarillo, aun cuando aquí el encierro no es tal. Si bien el espacio de la intriga está limitado al edificio, esto nunca termina de ser afirmado. De ese modo las dudas se multiplican. A partir de la presentación de la situación de misterio y angustia todo lo que ocurre en la película es inverosímil. El abogado astuto que puede manejar causas de corrupción política y no relaciona el posible secuestro con esa situación. La policía pone un puesto en la puerta del edificio pero no atina a revisar cada rincón del mismo. El protagonista que no revela ante la presión a la que es sometido por sus jefes cual es la situación que está viviendo. Una situación tensa con el propio dueño del estudio jurídico en el que trabaja Sebastián se resuelve de un modo ridículo. El abogado que desconoce la legalidad de un trámite como la certificación de una firma, que es clave para la resolución del filme. Ni hablar del modo en que se resuelve el misterio, que para no revelar la trama no explicaremos aquí. El director centra toda la narración en un par de datos y un permanente vértigo de la cámara, el montaje y la música incidental. Como si todo lo necesario para un buen policial fuera apenas un misterio atractivo y un actor con las condiciones para “ponérselo al hombro”. Los personajes están dibujados con trazos gruesos, los sospechosos posibles son pocos y en ningún momento la trama los ubica de uno u otro lado de la sospecha. Nunca se profundizan los perfiles de cada uno de ellos, la relación con la trama político-judicial, ni las personalidades de los padres. Todo termina sustentándose en el muy buen trabajo de Darín y planos cortos y desprolijos. Finalmente la resolución es elemental. Todo se desarrolla linealmente, como si la situación implicada pudiera solucionarse en unos pocos movimientos. En torno a esta grave trama policial – familiar lo más complejo parece ser el tránsito porteño. Darín vuelve a demostrar su capacidad como actor y soporta la totalidad de la narración con su trabajo. Pero con eso no alcanza para darle a la película mayor tensión e interés que el que la idea original aporta. El guion no logra articular elementos centrales de un policial de este tipo como lo que cada personaje oculta, los vínculos, las dudas que todos, incluso el propio protagonista, deberían dejar expuestas para la vacilación del espectador. Y eso que no está en el guion, el realizador no fue capaz de compensarlo con su trabajo de puesta en escena, pues sus decisiones simplifican aún más lo que ya es sencillo.
Otra vez nos encontramos hablando de una película de género hecha en Argentina, a esta altura ya no tienen que sorprender a nadie encontrarnos con films propios que nada tienen que envidiarle a una producción enorme, que responden a un género clásico y trata de quitarle la mayor cantidad de “localismos” (aunque en esta ocasión persisten unos cuantos). Un thriller de suspenso hecho y derecho, eso es "Séptimo"... una película de manual. Sebastián (Ricardo Darín) es un abogado que residió en España pero ahora se ha instalado con éxito como abogado junior dentro de un estudio muy importante. Ni bien iniciado el film nos enteramos que tiene en sus manos la defensa en un caso controversial, mediático y que involucra altas esferas de poder; también vemos que maneja pocos escrúpulos y básicamente vive para el trabajo, o sea un prototipo cliché de abogado en ascenso. Separado, todos los días pasa a buscar a sus dos hijos al departamento en un séptimo piso en el que viven con su ex esposa Delia (Belén Rueda) para llevarlos al colegio, y ahí juegan un juego inocente, él baja por las escaleras, los nenes por el ascensor, quien llega primero a planta baja gana... pero hay un pequeño detalle, cuando él llega los chicos ya no están, por ningún lado. La base argumental es simple y con muchas reminiscencias a Plan de vuelo con Jodie Foster. Un padre, un lugar cerrado, niños desaparecidos, muchos sospechosos, una búsqueda que ocupará casi toda la película. El director catalán Patxi Amezcua, que también co-escribio el guión según él basándose en una anécdota personal, deja los elementos simples. "Séptimo" utiliza casi como única locación el edificio con algunas tomas aéreas o en la calle sin mayor peso para darle respiro; tampoco destaca un virtuosismo en la fotografía o manejo de cámara, y hasta la música se usa como en un programa televisivo. Su único objetivo parece ser imprimir nervio, hacer sentir al espectador lo que siente Sebastián, la angustia y la desesperación de un padre, y eso es un objetivo logrado. Como es usual, los sospechosos se instalan por todas partes desde el segundo en que comienza el misterio y hace que, al igual que el protagonista, el público saque sus conclusiones y posibles resoluciones. Sí, como suele suceder en este tipo de films, la mirada aguda encontrará los hilos, algunos puntos que no cierran del todo, y hasta cuando se sepa la verdad habrá alguna sensación de ya saberlo de antemano, pero son los lugares comunes del género, y "Séptimo" se propone bucear en cada uno de ellos. Darín vuelve a hacer de Darín, ya sea tratando de casar a su anciana madre, investigando durante años un asesinato, o tratando de estafar a incrédulos, el actor encontró un registro reconocible; y el espectador que va a ver “ una de Darín” encuentra lo que busca, es ese tipo querible, al que se le cree todo, que aunque sea un chanta indeseable se está del lado de él. La española Belén Rueda (El Orfanato, Los ojos de Julia), al igual que un elenco formado por Luis Ziembrowski, Osvaldo Santoro y participaciones de Jorge D’Elia y Guillermo Arengo lucen sólidos aunque algo desaprovechados. "Séptimo" no es una de suspenso perfecta, no es esas cajas chinas donde todo cierra a la perfección, es un producto entretenido, que intriga al espectador y hace pasar su tiempo volando; quizás no llegue a ser eternamente recordada, pero dentro del género cumple, y con eso le alcanza.
De no estar Darín quizás ni se habría estrenado o producido Luego de “El secreto de sus ojos” y de “Tesis sobre un homicidio” más de un espectador encontrará ahora en “Septimo” cierta recurrencia por parte de Ricardo Darín en la interpretación de personajes ligados a cuestiones jurídicas. El actor parece sentirse cómodo en este tipo de roles aportando además su habitual profesionalismo. Pero en el balance queda la impresión de que sin él la película quizás no se hubiese filmado. Y aún en el caso hipotético de que igualmente hubiese sido producida, su estreno local tendría pobre repercusión en las boleterías. El director español Patxi Amescua (“25 kilates”) es uno de los autores de un guión poco novedoso, en formato de thriller, que gira casi exclusivamente alrededor de Sebastián (Darín), un abogado cuyo matrimonio está en crisis. Delia, su esposa, no le perdona que lo haya estado engañando durante más de un año con su mejor amiga. Viven separados y el tema es la tenencia de los dos hijos. Ella es nacida en España, donde se conocieron, siendo ése el país donde su esposa desea emigrar con ambos niños, para lo cual requiere de él la firma de los papeles legales correspondientes. Belén Rueda compone convincentemente al principal personaje femenino, siendo el suyo un rostro bien conocido en nuestro país (“Mar adentro”, “El orfanato”, “Los ojos de Julia”). El “Séptimo” del título es el piso de un antiguo edificio donde vive Sebastián, a menudo en compañía de sus hijos. El único ascensor que conduce a su departamento es vetusto y muy a menudo los hijos prefieren bajar por la escalera en una carrera con su padre cuando a la mañana van al colegio. Abajo está el portero (Luis Ziembrowski) quien integrará una larga lista de sospechosos (o mejor sería decir sospechables), cuando un día Sebastián llegue a la planta baja y ellos no estén. Un vecino, el comisario Rosales (Osvaldo Santoro), otro que lo acompañó en el ascensor y a quien llaman “el oso” por su aspecto sombrío, se agregarán al conjunto de posibles secuestradores aunque también habrá otros entre los que participan de un proceso judicial. En breve papel aparecerá un desaprovechado Jorge D’Elía como el jefe del bufete y algo inverosímil será la situación en la que Sebastián lo amenace con reventarle la cabeza si no accede a un pedido suyo. El celular del infortunado abogado será un protagonista más y por supuesto en algún momento decisivo se quedará sin batería. Las violentas reacciones como aquélla cuando enfrenta a su jefe o inculpa a su portero aparecen como algo forzadas, pero como se señalaba al inicio son más producto de las impericias en la confección del guión que en las interpretaciones de los actores. Lo mejor serán los rubros técnicos: música del español Roque Baños, fotografía del argentino Lucio Bonelli. Queda una reflexión sobre los últimos quince minutos donde se revela algo bruscamente la verdad sobre lo ocurrido y una escena final en el aeropuerto que no mejora una trama que empieza razonablemente pero no logra sostenerse hasta el final.
Darín, siempre Darín Y, un día, la ansiedad llegó a su fin. Con ella, un abanico de preguntas y reflexiones, todas y cada una de ellas referentes a la inmensa expectativa que se creó a partir de la promoción del film (un tráiler jugoso y atractivo, pósters, etcétera). Séptimo enlaza, contagia, genera silencios que connotan concentración y hasta de a ratos apasiona. Sin embargo, también da lugar al cuestionamiento de determinadas resoluciones. La juega de thriller y, como tal, posee unos cuantos buenos condimentos que le sacan lustre al género: tensión (en instancias envolvente), suspenso, misterio. Pero sobre todo, cuenta con un elemento fundamental, imprescindible, el cual tiene nombre y apellido: Ricardo Darín. El actor con mayor poder de convocatoria del cine argentino resiste y supera con holgura y con una sobriedad sublime los mil y un planos que se le hacen. La cámara está todo el tiempo sobre él, quien a base de un nivel gestual, expresivo y actoral extremo compra una vez más al espectador. Lo interesante de la historia radica en la búsqueda frenética de los hijos de Darín y Belén Rueda, un matrimonio en separación, con la española pendiente de que su marido le firme los papeles del divorcio. Los niños se esfumaron tras bajar las escaleras, cuando su padre descendía por el ascensor, en un pasatiempo cotidiano del que la madre supo advertir que no realizaran. ¿Dónde están? ¿Si no salieron del edificio cómo es que no se los encuentra? Allí comienza el juego de las hipótesis. La construcción de los personajes es buena, está cosechada de modo tal que cada uno de ellos resulte al menos en algún tramo sospechoso, enigmático. Hay tantos sujetos que pueden estar implicados y todo va transcurriendo tan rápidamente que casi no se da espacio a que quien observa enhebre una idea lúcida y con fuerza. Quizás el problema principal de la cinta resida en lo que concierne a la vuelta de tuerca. Si bien no es mala, la manera en que se expresa materialmente ante nuestros ojos no colisiona de lleno con las emociones; a la narrativa elegida en el momento de sacar el giro a la luz parece faltarle un par de focos, siendo este aspecto el más desaprovechado del relato. No se puede negar que Séptimo es una buena película y menos aún con el plus que le otorga la intervención magistral de Darín. LO MEJOR: Darín. Santoro, en menor medida, pero cumple. La tensión, la manera en que se trata el tema, con mucho de realidad en el manejo policial. Enlaza. LO PEOR: el modo en que se muestra la vuelta de tuerca. Los niños, una actuación más inocente de lo previsto. PUNTAJE: 7,7
Una película-tinglado Séptimo asombra. Pero por los motivos menos deseados. Es perturbador que una película así haya pasado un control de calidad, de lógica, de un mínimo decoro. Pero bueno, ya sabemos, esto es cine, y el cine no se descarta una vez hecho. Hay que estrenar y difundir lo producido y que le vaya lo mejor posible. Es un arte caro, o al menos en este caso, ya que tiene de protagonista al actor sinónimo de taquilla fuerte (aunque no siempre) en el cine argentino y también en el español. 1. Ricardo Darín. Su fotogenia y su prestancia cinematográfica están fuera de dudas. Es uno de los mejores actores de la historia del cine argentino y muy probablemente sea el más importante de la actualidad. Pero Darín sólo no puede con las debilidades de Séptimo. Hay una primera señal del desastre que se avecina en cuanto Darín entra en el edificio. Darín venía manejando, el auto y la película, con la prestancia habitual. Darín en la calle, Darín en movimiento, Darín se mueve como pez en el agua en la calle. Es un sabio del espacio abierto y compartido, alguien que sabe observar y actuar en consecuencia. Pero entra en la casa, y se apaga, se limita. Ya no hay esperanzas de que se mueva como en Nueve reinas. Ya es un Darín de consorcio. Sigue siendo el mejor actor de la película, pero no alcanza. De hecho, su presencia genera un problema: salvo Osvaldo Santoro y Jorge D’Elía (ambos con experiencia y aplomo), los demás actores parecen encandilados con la presencia de Darín, con los consiguientes problemas de registro que esto genera. 2. Belén Rueda. Darín sube al séptimo piso (única justificación de un título al que se le cae lo sugerente apenas uno ve la película) y la película se derrumba. Aparece Belén Rueda. No es de caballero ni muy educado señalar esto, pero realmente estamos hablando de cine, y el cuerpo de los actores es importante (y a estas alturas hasta hay “críticas de cirugías”). Entonces, ¿si la actriz tiene el rostro intervenciones “anti-edad” demasiado evidentes y que distraen, qué se hace? En algunas otras películas esa evidencia se comenta y el personaje sigue adelante. Este un problema que el cine transita cada vez más y con actrices cada vez más jóvenes. La belleza de Belén Rueda se ve perjudicada por este detalle (que en realidad no es un detalle, porque el rostro es fundamental en el cine). Y su actuación pierde expresividad, y su rostro distrae, es visualmente chirriante. En todo caso, podría haberse disimulado un poco con un tratamiento distinto de la luz, o con alguna otra estrategia. 3. Arriba. En fin, que Darín sube al séptimo piso y después de eso pasa que… escalera, ascensor. Y la clave para que pase lo que pasa depende de algo que podría no haber sucedido, que no estaba atado a un desarrollo inevitable. Es demasiado azarosa esa acción-puntapié como para sostener lo que de ella se deriva. Es que no hay lógica narrativa, hay apenas un planteo de una desaparición (doble), pistas y elementos distractores (muy arteros, de elegancia nula) para que “los responsables” puedan parecer varios. Pero esta es una película-tinglado, apenas se sostiene, y cuando al final uno recapitule la lógica de las acciones nada queda en pie. Un ejemplo es ese papel apenas firmado, sin posterior verificación, que se convierte en todo lo que se necesita. No entro en más detalles para ser leal con una película que se pretende con componentes misteriosos, pero al concentrarse a posteriori en los detalles la película se pulveriza (Séptimo tiene un muy mal regusto). Este tipo de relatos que se pretenden thrillers deben estar ajustados, la lógica debe ser impecable para que el espectador no se sienta estafado. Pero acá se acumulan cordones desatados: el cambio de parecer del personaje de Darín acerca de un personaje en particular es una cumbre de lo injustificado. También lo es el uso de la “tensión extra” del trabajo del personaje de Darín, y de cómo obtiene la plata (penoso cabo suelto ese en el final, el de las consecuencias de lo que hizo, no porque la película “deba cerrar perfectamente” sino por su gratuidad). La interacción Darín-D’Elía nos lleva a pensar en El aura, pero ahí nos quedamos, con la ñata contra el vidrio. Bielinsky enseñó al cine argentino cómo hacer películas con sabiduría industrial (y autoral, pero ese era su inmensa genialidad) a pesar de la ausencia del marco necesario, de un saber-hacer que lo contuviera. Pero Séptimo no aprendió la lección, ni esa ni otras. 4. España. Séptimo es en realidad una coproducción hispano-argentina, de director español: Patxi Amexcua. Pero ese nombre no lo van a encontrar en los afiches de vía pública de la película. Rarísimo. Quizás para no revelar que es español. Vaya uno a saber, pero no es habitual que desaparezca el nombre del director de los afiches. Séptimo, de todos modos, es una de esas películas con “estilo internacional”, lo que quiere decir “intento de copia de estilo hollywoodense”. Película de sustitución de importaciones, con esos planos aéreos para “dar comienzo caro, fuerte”. Hay algo definitivamente extraño en la relación España-Argentina en esta película. Parece haber una mirada superficialmente anti española (pero para eso habría que entrar en detalles que no está bien revelar, con el fútbol de la Play incluido), y hasta hay una bandera argentina puesta estratégicamente en el cuadro sobre el final (o puesta de casualidad, pero encuadrada y salvada en la edición). De todos modos, la Argentina que pinta la película es un horror corrupto (esa conversación imposible sobre “la idea del secuestro”, el tráfico de influencias constante…). Pero aventurar ideas sobre países, o una mirada que revele que hay un entramado y no un mero argumento con agujeros tremendos es concederle más enjundia a una película que no la tiene. 5. Tinglado. Hay que reconocerle a Séptimo lo que con mucha buena voluntad puede verse como una fortaleza: para continuar el abordaje crítico de forma cabal hay que revelar lo que sucede (incluso para objetar el modo de actuar de un actor hay que revelar algo que no se debería revelar) y también su resolución. Y seré antipático pero no malvado, por más que hacía mucho que no me sentía tan subestimado por una película argentina, o argentino-española. Una película-tinglado, a pesar de estar filmada en un edificio que aparenta tener buenos cimientos.
Un juego cotidiano. Los chicos bajan por las escaleras, a ver si le ganan al padre, que lo hace por el ascensor. Pero esta vez papá llega abajo y de los chicos ni mu. No están en planta baja ni en los pisos medios. Antes, el director Patxi Amezcua había presentado a los personajes primarios y secundarios, las relaciones entre todos y otros hechos que se desperezan mientras despierta la mañana que cuenta Séptimo. La pantalla se ilumina con un paneo bien lejano que enseña una Buenos Aires que se agranda a medida que la cámara se acerca, hasta llegar a un edificio en donde trascurre la cotidianidad de una familia cuyo matrimonio acaba de terminarse. Buena introducción para una película que bien puede comprenderse como Cine Nacional (en realidad, coproducción con gran participación española). Este es un film de suspenso “porteño: vida, problemáticas y cultura encuentran, acierto total de Amezcua, al mejor interprete posible en Ricardo Darín. La película que regresa al actor predilecto de los espectadores argentinos a las pantallas, tras la exitosa Tesis sobre un homicidio, resulta uno de esos filmes de única escena (salpicada por, valga la contradicción, pequeños cambios de escenario y algunos apuntes exteriores). Estructurado definidamente en las líneas del thriller, el guión de Alejo Flah y el propio Amezcua cumple con las leyes del género y salpica de pistas, pistas falsas, nombres, sucesos secundarios y distintas tesituras los primeros minutos de la película. Como tantos thriller a contrarreloj, aunque sin la urgencia ni espectacularidad de las pelis norteamericanas, Séptimo es una buena propuesta si se lo despoja de prejuicios previos: hay algo de simplificación en las opciones y resoluciones que la trama irá entregando con el correr de los minutos. No conviene agregar mucho más sobre los conflictos a resolverse en el film. Un elenco que incluye a Belén Rueda, Luis Ziembrowski y Osvaldo Santoro suma nombres en la pequeña comunidad que configura un edificio donde algo inusual ha ocurrido. El hecho de evitar una carrera de interminables (y agotadoras) vueltas de tuerca, como se estila en Hollywood, hace que la atención del espectador se concentre en “el cuento”, cómo viven los personajes el conflicto, cómo se va a resolver este asunto que bien podría ocurrirle a cualquiera. Sin confabulaciones macrogubernamentales, sin cifras exorbitantes, sin serial killers torturadores: un thriller donde la desesperación pasa por lo cercano, lo confiable, la cruel certidumbre de que hasta la vida más ordinaria puede ser sacudida de un momento a otro.
Una desaparición inesperada Sebastián (Ricardo Darín) es abogado. Parece que tiene soluciones para todo y por eso lo consultan tanto. Ahora mismo no lo dejan en paz y hay que llegar pronto a casa para acompañar a los chicos al colegio. Dos niños encantadores. Lástima que el divorcio le hizo un corte a su vida y la felicidad no pudo ser completa. Aunque con Delia (Belén Rueda) la relación sigue siendo buena. Ella se tiene que ir a España y claro, todo se complicará. Pero el buen temperamento de Sebastián no anticipa nada negativo. La vida ha sido amable con él y hasta es bueno desafiarla a veces, llevarle un poco la contra. Por eso cuando Delia les aconseja que no bajen por la escalera como locos, en esos tontos juegos con los chicos, Sebastián les dirá "vamos chicos, ustedes por la escalera, yo los alcanzo con el ascensor". EL SUBE Y BAJA Pero el ascensor es tan viejo como la casa de departamentos y cuando Sebastián llega a la planta baja, los chicos no están. Y no contestan su llamado. Ni el portero los vio. Y allí se inicia una pesadilla, en el lugar en que nadie pensó que podía darse, la propia casa. El comisario jubilado (Osvaldo Santoro) y propietario de un piso, se interesa por Sebastián y su situación, pero él no confía en la policía, porque su trabajo de abogado lo enfrentó muchas veces a ese travestismo de policía convertido en ladrón y ladrón policía. La situación lo descoloca y hasta puede ser grosero con las vecinas, bestial con alguno del que sólo desconfía por portación de rostro, o del propio portero (Luis Ziembrowski) que puede ser un potencial enemigo en ese laberinto de siete pisos, en alguno de los cuales desaparecieron los chicos. UN NUMERO CLAVE El realizador Patxi Amezcua, con antecedentes en el género policial, sabe qué puntos tocar y va deshilvanando una madeja de pequeñas intrigas a lo largo de siete pisos. Siempre dentro de una línea tradicional y de sesgo elegante, se estira la tensión y desarrolla la intriga con pequeños elementos, simples y cotidianos. La efectividad de la primera parte en apretada y la tensa resolución se impone. Tras cierto respiro de la fuerza inicial, la sucederá la sorpresa del final. "Séptimo" es un entretenido policial con muy buenas actuaciones del protagonista, Ricardo Darín, nuevamente devenido en abogado, la inolvidable actriz de "El orfanato", Belén Rueda, y una serie de actores de primera que solventan la historia con fuerza y profesionalidad. Es el caso de Luis Ziembrowski, como el portero, Guillermo Arengo, Jorge D"Elía y especialmente Osvaldo Santoro en el papel del comisario.
La idea de Séptimo es brillante. Un tipo juega una carrera con sus hijos: él baja por el ascensor, ellos por la escalera. Ya en la planta baja, apremiado por el tiempo y sus preocupaciones laborales, los niños no aparecen. Pero Séptimo termina enroscada en su propio laberinto. De entrada parecía complicado sostener una película entera con esa única premisa durante hora y media de rodaje. Entonces comienza a sumar elementos para el despiste, para dar vueltas una y otra vez a las sospechas, pero se diluyen de a una, en un guion poco consistente. Ricardo Darín en el rol de Sebastián, un abogado que pronto deja su profesión a un lado para convertirse en un padre preocupado y desesperado, no logra esta vez sostener la intensidad del relato con su interpretación. Sin demasiados matices, Sebastián está presente en el 100 por ciento del relato, quizás una necesidad de sobreexponer su talento ante la falta de otros recursos. Aunque al principio cuesta sintonizar con él por cierta apatía con la situación, después cuesta sintonizar por cierta sobreactuación: su actitud no resulta convincente en semejante situación extrema, con una sorprendente falta de registros que vienen de la mano de una dirección que se queda a mitad de camino. Belén Rueda, como Delia, su exesposa que quiere llevarse a los hijos del país pese a la resistencia de Sebastián, tampoco consigue lucirse y ni siquiera emular sus papeles escalofriantes del buen cine de terror español. Todos los protagonistas miran mucho y hablan poco; no hay acción ni siquiera en la inacción. Las pistas, puestas para despistar, así como entran desaparecen y aunque al final se logra dar un cierre interesante, nunca mueve el amperímetro de las palpitaciones del espectador. Para un thriller argentino, Séptimo es una buena aproximación a un género al que estamos poco habituados. Pero no tiene siquiera los recursos de las grandes series policiales de hoy, con buena acción y sobre todo tensión, sorpresas contundentes, actuaciones descollantes. Aquí no se transmite ni drama ni adrenalina, más allá de que la idea inquietante de perder a un hijo sea la peor pesadilla de cualquier padre. Desde el guion se perciben los insalvables baches en los que cae la película cada tantos minutos, y donde cae también cierta lógica y la verosimilitud y con ellos el interés. Vale la pena verla, pero no hay que ir con tantas intenciones, porque el tráiler es mucho mejor que el resultado final.
Anexo de crítica Séptimo es un thriller, mezcla de policial fallido, que explota al máximo la ductilidad actoral del argentino Ricardo Darín a partir de sus apariciones en otros films de género como El secreto de sus ojos -2009-y la más reciente Tesis sobre un homicidio -2013- pero que a diferencia de estos dos títulos no cuenta con un guión sólido y tampoco con las herramientas necesarias para sostener una premisa ambiciosa. Es como esos edificios viejos reciclados: por afuera parece un policial redondo pero cuando se entra en su propia inconsistencia las paredes muestran esas fisuras de un guión terminado a las apuradas y la pintura de la fachada empieza a desteñirse como las ilusiones de estar frente a otra buena película de Ricardo Darín.
Padres extraviados, hijos perdidos El tema es de extrema tensión: Sebastián y sus dos hijos juegan a ver quién baja más rápido desde el séptimo piso del edificio. El padre por el ascensor, los niños por las escaleras. Pero, esta vez, el padre llega a la planta baja y no hay rastro de sus hijos. ¿Dónde están? Lo que parecía parte del juego, de pronto es un misterio. El portero no los vio salir. Angustia, desesperación y misterio. Sebastián (otro gran trabajo de Ricardo Darín) es un abogado con cuentas pendientes. Primero cree que los chicos están jugando, pero enseguida se da cuenta que no están. Y allí empieza el verdadero infierno para este padre que está al borde de la separación y a quien, como veremos, no solo los chicos se le pierden. ¿Están dentro del edificio? ¿Los secuestraron? La búsqueda es un suplicio que salta del horror a la culpa. ¿Cómo le dice a su ex que se le perdieron los hijos? Encima, justo esa mañana, debe resolver profesionalmente un caso difícil, enfrentando a pescados gordos metidos en un negociado grosso. Su mundo se cae desde el séptimo esa mañana donde todo se derrumba. Thriller con bastante suspenso y poca acción que en su primera parte tiene clima, concentración y fuerza, gracias sobre todo a ese estupendo actor que es Ricardo Darín, capaz de darle expresividad, turbación y dolor a este destrozado padre. Su Sebastián pasa del miedo a la furia, del arrepentimiento a la incertidumbre. ¿Por qué pregunta? La lista de sospechosos crece: Sebastián tiene una cuenta pendiente con su ex, que se quiere llevar los chicos a España; ha discutido con uno de los propietarios, un comisario que se sumará a la búsqueda; recela de una ex baby sitter que quiere mucho a los chicos, desconfía de un cuñado y por supuesto pone la lupa y algo más sobre el encargado. De impecable factura técnica, “Séptimo” va perdiendo fuerza justamente cuando más se necesita pulso y tensión para poder sostener la historia. No es un buen libro, no hay elementos que lo enriquezca, los personajes secundarios no tienen potencia y el afuera aporta muy poco. Pero lo peor es el desenlace: forzado, chato, poco creíble, con personajes que no parecen estar viviendo una situación límite. Por suerte está Darín, que pone todo para defender una historia que arranca bien y de a poco se va deshilachando.
Se encuentra ambientada en Buenos Aires, entre los bocinazos, las corridas, los artistas callejeros, el tráfico, el ruido, el alocado trajinar de los transeúntes, y en medio de esta vorágine se encuentra Sebastián (Ricardo Darín) un abogado, divo, soberbio, ególatra, recientemente divorciado que debe escuchar los problemas de su hermana Gabriela que es acosada por su ex pareja Alberto. Una agenda sobrecargada de trabajo, un caso muy especial porque está mediatizado y una ex esposa que le reprocha sus llegadas tardes. Al llegar al departamento de su ex Delia (Belén Rueda, actriz española "El Orfanato"; "Los ojos de Julia"), ella es crítica con su trabajo, le señala algunas irresponsabilidades y quiere que le firme los papeles del divorcio y una autorización de viaje para irse a España con sus hijos dado que debe cuidar a su padre que está enfermo. Él tiene una relación muy particular con sus hijos, los consiente, juega con ellos a las escondidas y tienen secretos. Ellos tres se divierten, mientras Luna y Lucas bajan por las escaleras y él por el ascensor, el que llega primero gana. Esto no le gusta a Delia, es más, le prohíbe a Sebastián que continúe con esto. Pero ellos desobedecen a Delia y ese día cuando los lleva al colegio como es costumbre realizan esta travesura. Pero Sebastián llega primero a planta baja y los niños no están, no hay rastro de ellos, el encargado (Luis Ziembrowski) no los vio, comienza la búsqueda, va piso por piso y nadie los vio, los llama y no responden, no están en ningún sitio, se evaporaron, ¿Dónde están? Que paso en esos siete pisos que bajaron los chicos solos, lo que solo parecía un juego termina siendo una pesadilla, todo está lleno de interrogantes y un gran misterio. Y comienza una gran presión, no solo porque no encuentra a sus hijos sino que está en medio de un caso judicial, todo es asfixiante, todos son sospechosos: el encargado (no está relacionado con el caso actual de Jorge Mangeri, además esto se filmó antes), el policía del edificio Rosales (Osvaldo Santoro), la vecina Natalia y otros vecinos del edificio (cada uno de ellos están correctos). Esta es una historia atrapante condimentada con una gran interpretación de Darin que te hace sentir todo lo que le está pasando en ese momento, desde su opresión, sus dudas, la desesperación, sus miedos, cada centímetro se encuentra lleno de emociones e hipótesis. La película muestra de que es capaz un hombre para recuperar a sus hijos y todo se transforma en un juego de ajedrez que va contra reloj. Tienen buena química con la actriz Rueda, en ambos casos se explota muy bien los diferentes planos. El director Patxi Amezcua ("25 kilates"), maneja muy bien la cámara, le da ritmo y tiene un buen montaje. Va siguiendo cada rincón del edificio, de la calle, de la terraza y sus personajes resultan interesantes, contiene elementos de: acción, emoción, suspenso, engaño y sorpresa, todo envuelto en una atmósfera de thriller que presenta una trama que contiene una vuelta de tuerca.
Dmasiados cabos sueltos Marcelo baja del séptimo piso por el ascensor; sus hijos lo hacen por la escalera. Ellos nunca llegan a la planta baja. Desaparecieron. ¿Cómo pudo ser? Comienza entonces la desesperada búsqueda y afloran las sospechas y las hipótesis. Detrás de cada puerta del edficio aparece un potencial culpable. La media hora inicial de "Séptimo" es estimulante porque el thriller se construye con las piezas adecuadas. La incomprensible desaparición de los chicos mientras bajaban por las escaleras del edificio dispara la imaginación a ambos lados de la pantalla. Teje sus hipótesis Marcelo (Ricardo Darín), el papá que entró en crisis, y teje sus hipótesis la platea. Son los mejores momentos de la película, esos en los que Patxi Amezcua conduce la cámara por palieres, puertas que se abren y se cierran, rostros de los que cualquiera podría desconfiar. La tensión del relato disimula durante esos pasajes algunas inconsistencias de la historia. Personajes a mitad de camino en su desarrollo. Preguntas que se van formulando. Ya vendrán las respuestas, ya sabremos quién es esa Natalia que tiene una foto de los chicos perdidos pegada en una cartulina. ¿Será una ex amante de Marcelo? Mientras tanto, Amezcua va deslizando en segundo plano una trama política, porque Marcelo es abogado y está involucrado en un caso pesado. Y está la relación de Marcelo con su ex mujer (Belén Rueda), la española decidida a regresar a su país porque las cosas no dan para más. Y de pronto, en el punto clave, la película frena en seco. El guión del navarro Amezcua y de Alejo Flah, deja de bordear los lugares comunes para caer en ellos (marcelo engañaba a su esposa con... la mejor amiga de ella). "Séptimo" se torna previsible hasta en la vuelta de tuerca final. Esos personajes bosquejados están, en realidad, borroneados. Y las respuestas a las preguntas devienen en demasiados cabos sueltos. Luis Ziembrowski está muy bien como el portero de perenne expresión sorprendida, y Osvaldo Santoro pone oficio para componer al comisario de la Federal que se engancha con el caso. La película es técnicamente inobjetable, en especial la fotografía de Lucio Bonelli, inspirado para retratar a Buenos Aires desde el aire. Buenos actores, Darín, el lanzamiento a la altura de un tanque hollywoodense, el género perfecto para capturar al público... ¿Pero qué le pasa a "Séptimo"? La historia no da la talla.La media hora inicial de "Séptimo" es estimulante porque el thriller se construye con las piezas adecuadas. La incomprensible desaparición de los chicos mientras bajaban por las escaleras del edificio dispara la imaginación a ambos lados de la pantalla. Teje sus hipótesis Marcelo (Ricardo Darín), el papá que entró en crisis, y teje sus hipótesis la platea. Son los mejores momentos de la película, esos en los que Patxi Amezcua conduce la cámara por palieres, puertas que se abren y se cierran, rostros de los que cualquiera podría desconfiar. La tensión del relato disimula durante esos pasajes algunas inconsistencias de la historia. Personajes a mitad de camino en su desarrollo. Preguntas que se van formulando. Ya vendrán las respuestas, ya sabremos quién es esa Natalia que tiene una foto de los chicos perdidos pegada en una cartulina. ¿Será una ex amante de Marcelo? Mientras tanto, Amezcua va deslizando en segundo plano una trama política, porque Marcelo es abogado y está involucrado en un caso pesado. Y está la relación de Marcelo con su ex mujer (Belén Rueda), la española decidida a regresar a su país porque las cosas no dan para más. Y de pronto, en el punto clave, la película frena en seco. El guión del navarro Amezcua y de Alejo Flah, deja de bordear los lugares comunes para caer en ellos (marcelo engañaba a su esposa con... la mejor amiga de ella). "Séptimo" se torna previsible hasta en la vuelta de tuerca final. Esos personajes bosquejados están, en realidad, borroneados. Y las respuestas a las preguntas devienen en demasiados cabos sueltos. Luis Ziembrowski está muy bien como el portero de perenne expresión sorprendida, y Osvaldo Santoro pone oficio para componer al comisario de la Federal que se engancha con el caso. La película es técnicamente inobjetable, en especial la fotografía de Lucio Bonelli, inspirado para retratar a Buenos Aires desde el aire. Buenos actores, Darín, el lanzamiento a la altura de un tanque hollywoodense, el género perfecto para capturar al público... ¿Pero qué le pasa a "Séptimo"? La historia no da la talla.
Un juego muy peligroso La desaparición de los hijos implica desesperación y un sinfín de hipótesis acerca de qué puede haber ocurrido. “Séptimo” plantea la historia basada en un padre, dos hijos y un juego. A ver quién baja primero a la calle desde el séptimo piso (por eso el nombre del filme) en el que viven: el padre en el ascensor y los niños por las escaleras. El padre llega primero, pero los niños esta vez no bajan. Han desaparecido. A partir de ahí, comienza la búsqueda frenética de un padre (Ricardo Darín) y una madre (Belén Rueda) por encontrar a sus hijos. ¿Dónde están?, ¿qué les ha ocurrido?, son las incógnitas que despierta este thriller de coproducción hispano-argentina, con la director del español Patxi Amezcua. Desde el comienzo del filme llaman la atención los planos aéreos dignos de producciones internacionales de alto presupuesto y una trama interesante. Esto, sumado a la elección de talentosos actores; Darín, el más taquillero (así lo demostró “El secreto de sus ojos” y “Tesis sobre un homicidio”) y la española Rueda (“El orfanato”, “Los ojos de Julia”, “El cuerpo”) hacen que la película resulte atrapante desde el comienzo. A partir de la desaparición todos se convierten en sospechosos y hay temas subyacentes como el secuestro en Argentina, los problemas de pareja y la pérdida de la confianza en el otro. Conclusión: una película que mantiene al espectador alerta hasta el final y que muestra que lo peor en esta historia está por venir.
Es grande la expectativa que despierta el estreno de una película en la que participa Ricardo Darín porque en la actualidad es uno de los tres actores más taquilleros del cine argentino, y su nombre también es importante en las marquesinas de España. El thriller “Séptimo”, coproducción argentino-española, donde Darín vuelve a interpretar a un abogado penalista, tuvo un ingrediente adicional para despertar el interés de los espectadores al estrenarse en una época en que los abogados e investigadores de casos policiales están presentes en la televisión argentina casi todo el tiempo dando “clases magistrales”, para que los argentinos hagan todo tipo de deducciones y suposiciones en el intento de esclarecer un crimen. Aunque hay que aclarar que esa coincidencia fue casual porque “Séptimo” comenzó a filmarse a fines del año 2012, y su rodaje duró 6 semana bajo la dirección del español Patxi Amezcua (“25 kilates”, 2009). El argumento Sebastián (Ricardo Darín) es un abogado que acaba de separarse de Delia (Belén Rueda), con la que mantiene una relación muy tirante ante el empeño de la mujer de regresar su patria, España, llevándose a los dos hijos de la pareja. Como todas las mañanas, Sebastián acude al departamento que compartía con su familia para llevar a sus hijos al colegio. El tiempo apremia, ha llegado tarde a buscar a los niños, y él debe acudir a una audiencia para asistir como letrado al mejor cliente del estudio jurídico en el que trabaja. Ante la insistencia de sus hijos, el padre accede a que ellos bajen por las escaleras mientras él lo hace por el ascensor, a pesar de que Delia les advirtió a los tres que no quiere que hagan ese “juego”. Cuando Sebastián llega a la planta baja sus hijos no están esperándolo, y aquí comienza la búsqueda y el desarrollo de la trama principal. La crítica Hay varias subtramas que al inicio del primer acto se entrelazan para dar sutiles indicios de lo que ha sucedido, por lo que los guionistas (Amezcua y Flah) corrieron el riesgo de que todo fuera previsible, aunque la sutileza fue tan extrema que si el espectador no estuvo lo suficientemente atento llega hasta el final de la historia con su relato a medio elaborar. Quizá esas sutilezas fueron las que jugaron en contra de la trama principal, porque para que fueran casi volátiles se recurrió a algunas situaciones poco creíbles y eso hace que el espectador, que en un primer momento trata de ponerse en la situación del protagonista, no logre identificarse del todo para finalmente centrar su interés en “descubrir a quién lo hizo para saber por qué lo hizo”. Si bien la película está bien filmada, tiene el ritmo y el estático estilo de los thrillers españoles, por lo que el cinéfilo argentino sentirá más de una vez la falta del dinamismo de una cámara en mano para acentuar alguna situación. Hay buenas actuaciones, pero si bien Darín hizo una buena labor con magníficas graduaciones en el estado de ánimo de su personaje, ya incorporó un estilo propio para este tipo de roles que lo sitúan actoralmente al borde del encasillamiento. Belén Rueda maneja muy bien la actuación cinematográfica y encontró la manera de trasmitir alternadamente la pasividad y la actividad de su personaje, manteniendo la unidad para no restarle carácter. Luis Ziembrowski, con una imagen un tanto cambiada, construyó de manera medida a su personaje del portero del edificio. Se destacan Osvaldo Santoro dándole fuerza a su enigmático rol de un policía retirado que ayuda en la investigación, y Guillermo Arengo por su soltura y seguridad interpretando a un colega del protagonista. Los fans de los thriller y los de Ricardo Darín disfrutarán de la historia de esta película tratando de descubrir lo que pasó y “cerrar el caso”, mientras que los cinéfilos argentinos apreciarán la música incidental e inductiva de Roque Baños pero notarán que a pesar de que la mayoría del staff es argentino, la película tiene una fuerte impronta del cine español. ¡De España vino su director!!!
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Séptimo, otra errónea fachada del cine argentino En esta temporada de grandes estrenos argentinos, como nunca antes se puede comprobar que las películas argentinas no saben rematar con sus finales, sin importar de qué genero estemos hablando. Por esto es que ninguna película llega a estar a la altura de El Secreto de sus Ojos y/o Nueve Reinas. Algunos ejemplos de este año son películas como Corazón de León, Mala, Tesis sobre un homicidio y la que nos trae a hablar de esto, Séptimo. Sebastián es un importante abogado, a punto de divorciarse que debe hacer malabarismo entre su trabajo y el ser padre. Como cualquier otro día, Sebastián es un padre permisivo que deja hacer a sus hijos lo que ellos le piden, a pesar de tener que ir en contra de lo que dice su ex esposa. A los chicos les gusta emprender carrera desde el séptimo piso hasta la planta baja, corriendo por las escaleras, mientras su papá baja por el ascensor. Y lo que parecía ser otro día normal, lo dejó de ser en el momento que os chicos nunca llegaron a la planta baja. La trama no es ningún secreto que el tráiler no haya develado, aunque es realmente difícil explicar porqué la película falla en tantos niveles sin dar sugerencias que terminen por ser spoilers. En este tipo de historias, todo es previsible, por lo que cada personaje que pasa delante de la pantalla en los casi 90 minutos de duración, se convierten en sospechosos, y no porque el director Patxi Amezcua decida jugar con ello, sino porque es como la mente del espectador juega a medida que procesa la película. En sus primeros cuarenta minutos, Séptimo es el thriller que promete. Una pesadilla claustrofóbica, el peor día de su vida para un padre que ha perdido a sus hijos y que no sabe por dónde empezar a buscar; pero a medida que va dejando las paredes del edificio – el mejor elemento de la película, que ayuda muchísimo a su ritmo – la historia va cayendo en lugares en los que ya habíamos estado. Amezcua se queda pegado estrictamente a las convenciones de este género que corre contra el reloj. Pero la superficialidad con la que se mueven los protagonistas ante una situación tan extrema, molesta. Digamos que Ricardo Darín como Sebastián perpetua bien su rol, aunque no le creemos en su juego de padre desesperado, más que por cansancio de verlo en pantalla, que por falencias del actor. Digamos… Ahora, escribiendo desde un instinto femenino, lo que más molesta es Belén Rueda en su rol de madre, que no está ni la tercera parte de desesperada de lo que debería estar. La lógica de su personaje es inconclusa e inexacta de principio a fin. Es inevitable cuestionar el funcionalismo que plantea el guión de Séptimo, analizando el desempeño de Darín y Rueda como padres. La manera en la que se mueven ellos y los chicos no es admisible. Hay una calma que se precipita sobre el final que, aún sin cumplir o entender el rol de padre, es inexplicable; pero si se escribe más allá de lo que se puede decir, se arruinaría el final de Séptimo, que no está ni bien, ni mal, pero hace que el resto de la película se caiga a pedazos. Dicho esto, hay que dejar a criterio de cada espectador para que decida si el resto de la película valió la pena, pero que quede en claro que por segunda vez en el año, el hecho de que Ricardo Darín sea protagonista, puede significar un agregado de valor infundado en su totalidad. Quizás deberíamos dejar de sobrestimar ciertos proyectos cinematográficos argentinos de acuerdo a que actores y directores se vean involucrados, para que cuando la fachada se caiga, la decepción sea mucho menor.
El séptimo círculo Séptimo es una calamidad del cine pero probablemente no del negocio del cine. La coproducción entre España y la Argentina pone a uno de estos directores españoles nuevos, llenos de entusiasmo y ganas de dar el salto a Hollywood (que no es de color dorado sino verde). Uno ve quién actúa en la película y enseguida se imagina, por lo menos, el disfrute modesto proporcionado por la cara de perro viejo de Darín, su cansancio eterno –aunque no es el caso, hasta cuando hace de canchero el actor argentino parece necesitar urgente una temporada de vacaciones–, y por la presencia de la buenaza de Belén Rueda, capaz de hacer encajar todo el sufrimiento del mundo en el hueco mágico de sus tetas tuneadas. No vamos a entrar en detalles que serían un auténtico engorro, pero así como el argumento pretende que se monte un operativo monumental para obtener un resultado al que se podría arribar por medios menos aparatosos, Séptimo parece diseñada para lograr la mínima satisfacción en el terreno del cine con el máximo esfuerzo en la producción. Con buena voluntad, la película puede sostener una tensión no del todo desdeñable durante algunos minutos mediante la incógnita acerca de la identidad de los secuestradores de los hijos de la pareja, en el transcurso de los cuales Darín corre, transpira como un cerdo, se desgañita discutiendo al teléfono con sus empleadores, se muere de miedo y desespera, porque el tiempo lo corre y no perdona: todo un arsenal manierista de la vieja escuela que el actor sabe desplegar con gracia y suficiencia. Pero el efecto acumulativo de las flaquezas del guión y la rutina de manual de la puesta en escena –las vistas aéreas para establecer apresuradamente un look urbano, los planos y contraplanos, la música más bien fea, menos tolerable cuanto más invasiva se vuelve– hacen descender con rapidez la calidad de la experiencia que representa la película, siempre a pesar del esfuerzo de sus simpáticos intérpretes. En realidad Séptimo no es otra cosa que un thriller sin corazón, que no puede evitar hacer agua aun dentro de los límites de su propio juego. Incluso, cada tanto, en medio de la torpeza y la falta de imaginación generales que son su marca de fábrica, uno puede llegar a fantasear a propósito de cómo podría haber sido tal o cual escena con un par de toques, un arreglito ahí, el agregado de un detalle más o menos salvador allá. En ese sentido no se puede negar que Séptimo es generosa en la exhibición de sus falencias, un muestrario formidable de equívocos desperdigados sobre esa superficie pantanosa que constituye la industria de un cine global, sin mayor aspiración que la de cerrar un negocio efectivo con la menor contraprestación posible: Séptimo es uno de los escalones menos honrosos en la idea del cine como un episodio de la especulación financiera.
Aparentemente, el actor Ricardo Darín se está apropiando del genero noir en Argentina con los grandes éxitos que ha obtenido gracias a El Secreto de sus Ojos y Tesis sobre un Homicidio, llega de la mano del realizador español Patxi Amezcua su nuevo film, Séptimo, el cual protagoniza junto a Belén Rueda. Ambientado en Buenos Aires, Darín interpreta a un abogado y padre de dos niños que desaparecen misteriosamente del edificio donde habitan. Séptimo es un film de suspenso que recuerda a los films de Hitchcock, con varias vueltas de tuerca y en donde todos son sospechosos. El realizador mantiene el ritmo del relato, centrando su atención en el desesperado personaje de Darín, pero a su vez carece este director de los recursos narrativos y estilísticos para hacer destacar a dicho film y elevarlo de su género, ya que tanto las tomas como la fotografía son rutinarias. El relato también sufre por su excesivo anclaje en las formas y modos de los thrillers de los años ’50, retomando a Hitchcock otra vez, sin actualizarlos, y esto hace que Séptimo sea un trabajo un tanto trillado. Séptimo es un producto dignamente hecho, con buenas performances de sus actores y con los rubros técnicos impecablemente presentados, que peca de conservadora, ya que con dicha premisa y elenco, el film podría haber aspirado a mucho más.
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Dial C for Crap A esta altura, la labor de Ricardo Darín es irreprochable. Es un gran actor, se pone la camiseta, arrastra millones de espectadores, ha configurado una especie de one-man-star-system, y es indiscutible, su trabajo lo avala. Ahora, Séptimo, de Patxi Amezcua, se pliega bastante bien al universo que Darín fue conformando película a película, aquel que coquetea con el thriller o con el policial, por ejemplo, Nueve Reinas, El Aura (ambas, obras maestras, del fallecido Fabián Bielinsky), Carancho (Pablo Trapero), El Secreto de sus Ojos (Juan José Campanella), etc. Lo que habla muy bien de la coherencia de Darín a la hora de elegir sus papeles en el cine. Sin embargo, Séptimo, no termina de fluir bien, su premisa es atrapante y sumamente atractiva, pero su desarrollo y resolución es algo (cuanto menos) pobre, fallida, y hasta exasperante. ¿Por qué sucede esto? Porque, aparentemente, se ha creído (el director, los productores, vaya a saber quién) que con un gran presupuesto, nombres importantes en el elenco (Belén Rueda, Jorge D’Elía, Osvaldo Santoro, Luis Ziembrowski), locaciones imponentes (aunque apenas aprovechadas) y un equipo técnico correcto y preciso, ya se tenía una película. Bueno amigos, esto es tan falso como que Séptimo es un buen film. Pero vayamos por partes. El gran ausente en esta producción es el suspenso, factor clave para cualquier película en general pero más para este ejercicio de estilo que es el thriller/policial. Otro que brilla por su ausencia es el guión. Se supone que estas películas gozan de un guión de hierro, sin fisuras, pero Séptimo hace un alarde calamitoso de montones de subtramas que se apilan unas sobre otras conduciendo a ningún lado y que no influyen en lo más mínimo en el devenir de la trama. Sebastián (Darín) es un abogado defensor de individuos con un prontuario dudoso (subtrama #1), padre de dos niños (hacía tiempo que no se veía en la pantalla grande chicos con tan poco carisma), recién separado de Delia (Belén Rueda, que -sin querer ser ofensivo- acusa una cirugía estética tan bochornosa que haría ver a Graciela Alfano como a una sensual mujer de unos… cuarenta y cinco años), madre de sus hijos y con quién mantiene una disputa legal por la tenencia de los niños (subtrama #2). Sebastián recoge a sus hijos, como todas las mañanas, para llevarlos a la escuela. Mientras bajan desde el séptimo piso (de ahí proviene el título del film: elemental, mi querido Watson), él por el ascensor, y ellos por la escalera, estos últimos desaparecen misteriosamente, sin dejar rastro. Sebastián, desesperado y con la ayuda de un portero (Ziembrowski) algo sospechoso pero voluntarioso (subtrama #3), y de un comisario (Santoro) con un oscuro secreto (subtrama #4), emprenden una búsqueda frenética dentro del edificio para dar con el paradero de sus hijos desaparecidos. A todo esto, Sebastián tiene que estar en Tribunales para defender en una audiencia a sus clientes, a quienes se los acusa de importantes delitos (subtrama #5). Si con esto no le alcanza, estimado lector, podemos sumarle también que Sebastián tiene una hermana que está siendo acosada por una ex-pareja algo violenta, que se la juró a nuestro abogado/héroe (subtrama #6). Pero, sí, hay más, Sebastián no es ningún santo y al parecer tiene unos cuantos chanchullos en su haber: su jefe (D’Elía) recibe mucho dinero de los sindicatos y el abogado/agobiado (Darín, quién más) que lo venía (en)cubriendo en estos asuntos ríspidos lo extorsiona a cambio de mucha plata (cien lucas verdes) para poder pagar un potencial rescate por sus hijos, no sin antes recibir una amenaza por parte de su ¿ex? jefe: “atenéte a las consecuencias” (subtrama #7). Me detengo aquí para no terminar de arruinarle las pocas sorpresas que el film le deparará al potencial espectador. Hay varias subtramas más que se acumulan a lo largo de la película y que se presentan pero no tienen ningún desarrollo posterior, por lo tanto, vale preguntarse: ¿cuál es el fin de sumar plots si no van a tener una importancia real en la resolución del relato? Es más, uno se siente algo estafado cuando sobre el final la historia gira abruptamente y devela el misterio, que hace agua por todas partes, como si todo el tiempo el director y sus guionistas nos hubieran estado jugando con cartas marcadas. Mérito de un guión caprichoso y maniqueo, que dispone elementos por toda la película para distraer pero sin un peso específico real. Amén de las múltiples y despectivas referencias sociales a las diferencias entre españoles y argentinos (el director, Amezcua, es de nuestra madre patria, vale aclarar), desde que los argentinos somos todos chantas, corruptos y con contactos non sanctos, hasta la aparición de un Taunus, auto argentino por excelencia, que lleva a nuestro abogado/apurado por toda la ciudad y la línea final de Darín: “jugamos a la Play España-Argentina”. En fin. Y todo esto, narrado con el más absoluto de los profesionalismos pero, pecado mortal, sin pasión y sin generar el más mínimo suspenso. Promediando la película a uno ya deja de interesarle lo que está sucediendo en pantalla y el acontecer de los personajes. Una verdadera lástima, ya que tanto Ricardo Darín como el resto del elenco están bastante bien y cumplen, pero, un hombre solo no puede hacer nada.
El misterio del espacio cerrado El inicio de una jornada de trabajo sirve como presentación del profesional que representa Darín, quien ordena su vida por celular, mientras conduce su auto hacia la oficina aunque antes debe pasar a buscar a sus hijos y llevarlos al colegio. Está a cargo de un caso de corrupción que involucra a personajes muy poderosos. Mientras maneja, escucha las llamadas imperativas de su jefe y también habla con su hermana que le pide ayuda ante las amenazas de su ex pareja; además flirtea con su joven secretaria, alegando su flamante condición de hombre libre. Estaciona en el antiguo edificio donde viven su ex mujer con los niños y ésta le reprocha que haya entrado sin anunciarse, ya que ambos están realizando los trámites de separación. Sin embargo, la mala onda se esfuma cuando entran en escena las criaturas, que lo reciben con un juego y luego siguen con otro parecido: ver quién llega primero a la planta baja; ellos por la escalera y el padre por el ascensor. Pero los chicos desaparecen entre el séptimo piso y la entrada del edificio, por donde el portero dice no haberlos visto pasar. Como el género manda, al estilo de los relatos londinenses de Sherlock Holmes o los cuentos racionales de Edgard Allan Poe, estamos ante un enigma que apela a la deducción para resolver el misterio de un recinto cerrado. Sobran las pistas falsas y las puntas de trama abandonadas en una historia con ritmo frenético y un suspenso acicateado por celulares que se quedan sin batería, autos que no arrancan y la duda variable acerca de quién es el culpable. Se produce una simbiosis del público justificando las razones del padre desesperado mientras ocurren algunas incoherencias que prefieren ignorarse. Thriller de interiores Hay algo de tramposo en la forma de presentar la geometría de un espacio tan limitado como el edificio, porque intencionalmente nunca tenemos una idea clara de cuántos departamentos hay por piso o cuánta gente vive en ellos. El esquema del “misterio del cuarto cerrado” no está bien construido, ya que los espacios están poco explícitos, hay imprecisiones que le permiten al guión inventar otros vecinos y nuevos departamentos cuando le conviene. Aunque en algún punto eso ya no importa porque el espectador acepta (o no) el verosímil que propone la propia realidad de la película. El resultado es un thriller entretenido (vehiculizado sin duda por la presencia de Darín), pero con marca autoral en la dirección, buen ritmo y montaje, que mantiene un interés continuo. Minuto a minuto, el espectador puede imaginar posibilidades ante las evidencias que el guión tira con cuentagotas. Todo se acompaña de excelentes actuaciones y la dinámica de la filmación en el edificio, con mucha cámara en mano. Infierno urbano Las virtuosas tomas aéreas de la ciudad de Buenos Aires dan cuenta de una hiperurbanización donde la arquitectura puede asociarse a ese poema de Alfonsina Storni sobre “casas enfiladas, cuadrados y ángulos” que tienen su réplica en la deshumanización de las personas, algo que se siente (y mucho) en varios pasajes de “Séptimo”, donde la ciudad y, sobre todo, el viejo edificio de la calle Brasil, en el que transcurre casi toda la primera mitad del relato, se transforman en un infierno para el protagonista. No parece casual el título, ya que en la Divina Comedia, al séptimo círculo del infierno se accede después de haber superado una grieta que marca una neta diferencia con la parte superior del averno: los condenados de los últimos tres círculos son culpables de haber puesto malicia en sus respectivas acciones. Empezamos con los violentos y en el último giro están los traidores. Ese macrocontexto aprisiona también a los personajes de esta historia, sin embargo, la humanidad no está perdida en este thriller contrarreloj, donde el plazo temporal precipita las acciones para resolver lo que más importa al protagonista, por sobre toda la trama de bajezas humanas: sus hijos. Y Darín resulta convincente en el papel de hombre común en circunstancias extraordinarias, con varias vueltas de tuerca que el film va construyendo con mucho profesionalismo en medio de una atmósfera tan tensa que contagia e identifica con el protagonista. “Séptimo” quiere ser una historia clásica y no hay nada nuevo bajo el sol pero la película atrapa al estar bien contada, con un lenguaje y unos ambientes que no permiten distanciamientos.
"THRILLER ENTRETENIDO, AUNQUE ALGO INCONSISTENTE" El término whodunit proviene de la contracción en una sola palabra de la pregunta inglesa Who has done it? ("¿Quién lo ha hecho?") y hace referencia a una variedad de trama compleja dentro del género policial, en la que un enigma o una especie de rompecabezas es su principal característica de interés. En este subgénero se proveen al espectador los indicios acerca de la identidad del autor de un delito, para que pueda deducirlo antes de la resolución. Por lo general la investigación suele ser realizada por un detective, pero en el caso que nos ocupa, es un padre quien debe ponerse en la piel de un Sherlock Holmes. El atrayente planteo de “Séptimo” parte de una situación frecuente como la de llevar a los chicos a la escuela; Sebastián (Ricardo Darín), un abogado al que le espera un día muy complicado en lo laboral, se verá metido en un problema para el que no tenía nada planeado. Está separado de su mujer (la española Belén Rueda, de “El orfanato”) y pasa por el departamento que solían compartir como familia, a buscar a los chicos para llevarlos al colegio. Oponiéndose a su exmujer, practica un juego con los niños, que consiste en una carrera hasta la planta baja: ellos por escalera, él por ascensor. El drama arranca cuando, al llegar a destino, los hijos no aparecen y, según el portero, que se encuentra en la mesa de entrada, no han salido del edificio. Sebastián, primero con extrañeza y luego con pánico, comenzará una búsqueda frenética, dentro y fuera del edificio, para intentar hallarlos. Es innegable que el filme mantiene el nerviosismo en toda su extensión; su corta duración ayuda a que no se disipe la tensión generada por el conflicto sufrido por el personaje central. Y eso es lo que más tiene a favor. Lo malo es que los perfiles de casi todos los personajes parecen ser más fieles al guion que a ellos mismos: no tienen demasiada carnadura, no parecen muy creíbles y solo son funcionales a la historia. Al margen de ser un padre en problemas, el personaje de Darín es un abogado con todas las luces, y uno se pregunta si realmente reaccionó como debiera cuando, supuestamente, todo se resolvió. (Es imposible ahondar más sin develar la resolución, y no es la intención de estas líneas). "Séptimo", thriller porteño del ibérico Patxi Amezcua (del cual además es co-guionista junto al argentino radicado en España Alejo Flah) logra identificar al espectador con el protagonista, y vivir con él toda la angustia que genera una situación tan inquietante. Si bien no defrauda a los amantes del género del suspenso, su resolución no deja indiferente a nadie, pero no necesariamente por resultar buena, sino por parecer demasiado forzada, casi llegando al límite de lo inverosímil. El guion desbarranca hacia el final, cuando la verdad se descubre, por el afán de generar sorpresa. La factura técnica y un elenco secundario de encumbrados actores como Luis Ziembrowski, Osvaldo Santoro, Guillermo Arengo y Luis D´elia no logran redondear un producto 100% efectivo, pero entretiene de principio a fin y, al menos, en el cine, eso es muy valioso.
El Misterio de los Siete pisos El director vasco Patxi Amezcua arma un thriller de suspenso e intriga narrando la desaparición de los hijos de un abogado al "Pierri-style". El hecho acontece cuando los pequeños juegan una corrida a bajar por escaleras muy rápidamente para ganarle al padre que baja en ascensor. Hasta que los chicos no llegan nunca a la planta baja y ahí comienza el misterio de saber que les ocurrió.La trama implica una cantidad de trampas de hacernos creer que la cosa va por un lado y en verdad pasa por otro, eso claro es 1 + 1= 2 para el cine de género.Y finalmente el desenlace no llega a ser tan prometedor -o casi nada- de aquello que el público pueda esperar. Si esta peli no tendría encabezando a Darín como protagonista sin duda hubiese durado con suerte una o dos semanas en el cine, se ha dicho por allí también que este mismo guión es netamente uno clase B para que lo haga Nicolas Cage en producción tailandesa. El trailer (ganchero, convocante, bien hecho) y el planteo de la misma en la primera media hora son lo mejor de todo sin dudas. Al finalizar la función del Monumental, un señor canoso le soltaba al portero "Debieran devolvernos la mitad de la entrada al menos...!", y cuando no alguno que otro espectador salía puteando por la resolución de la historia.
Séptimo (Patxi Amezcua, 2013) Que viva Darín La primera media hora es formidable: un padre separado (Ricardo Darín), abogado de causas cuestionables pero muy redituables (una compleja causa de políticos vinculados a una corporación), va al departamento de su ex mujer (Belén Rueda) a llevar a sus dos hijos al colegio. Su día ya parece ser bastante complicado de por sí –tendría que estar en un estudio junto a su principal cliente desde hace rato– pero su mundo se da vuelta cuando, en el momento en que él baja por el ascensor y sus hijos por la escalera, ellos desaparecen; se desvanecen en el aire. Las primeras sospechas de que se trata de una travesura y de que están escondidos en algún recoveco del edificio se van transformando, de a poco, en la certeza de un secuestro. De aquí en adelante se suceden las figuras clásicas del whodounit, se presenta a los personajes, todos ellos posibles sospechosos, y empezamos a seguir un desesperado proceso de búsqueda e investigación –siempre de la mano de Darín, impecable- para dar con la clave de la desaparición, y de la forma de encontrar el paradero de los niños. Todo este comienzo es absolutamente intenso. Hay que verlo a Darín celular en mano desorientado, llamando a cuanto dios pueda ayudarlo, poniendo el cuerpo, convenciendo al espectador como un padre desquiciado que amenaza, irrumpe en la casa de los vecinos, echa culpas y después pide perdón arrepentido. Cine puro. Pero cerca de los cuarenta minutos de metraje todo se desbarranca, o baja unos cuantos puntos cuando tiene lugar un diálogo entre ambos padres, en el que se ponen a conversar y a recordar el día en que se conocieron, ¡en pleno secuestro de sus hijos! En ese momento es cuando se vuelve inevitable tomar distancia de la película y de la anécdota y preguntarse qué clase de drogas duras estarían consumiendo los guionistas a la hora de escribir esa escena. Cualquier cosa, un silencio sepulcral, un intercambio de puteadas, un llanto desgarrador serían más pertinentes. Pero lo peor de Séptimo es el desenlace (el que aún no la vio puede dejar de leer por aquí). No es que el ritmo o el interés decaigan, sino que una vez dadas las últimas vueltas de tuerca, una vez que entendemos quién llevó adelante el secuestro y cómo lo ideó, empezamos a recapitular y ver todas las evidentes incoherencias en la trama. Que los propios niños no se hayan dado cuenta del secuestro y no se hayan preocupado de avisarle a su padre que estaban entrando en otro departamento, que todo el secuestro se sustentara en la hipótesis (nada segura) de que los niños bajarían por la escalera en vez de por el ascensor, o la idea (insostenible) de que el secuestro derivaría en la firma de unos documentos por parte del protagonista. Podemos hacer un esfuerzo por evitar ver todo esto y mil incoherencias más, y conformarnos con el disfrute inmediato de un thriller que funciona muy bien casi todo el tiempo. Pero a veces los huecos de guión son tan inmensos que se vuelve un asunto difícil.
Si no fuera porque Ricardo Darín es realmente un tractor a toda prueba (aunque en más de una secuencia de este film se lo nota incómodo), este film no pasaría de ser un programa televisivo estirado y una historia de suspenso sin suspenso. Que, incluso con una premisa fuerte (a un hombre le secuestran sus dos hijos, nada menos) no logra introducir al espectador en el océano de la angustia. Un mal paso policial.
Un policial con base en dos enigmas Aunque fue dirigida por el catalán Patxi Amezcua, la película es más argentina que española, porque su historia se desarrolla en Buenos Aires, los actores son argentinos, con excepción de Belén Rueda, y el iluminador Lucio Bonelli también los es. Séptimo se inscribe en el subgénero del policial de enigma. En la jerga del cine se conoce como whodunit . Las preguntas que se formula es quién cometió el crimen y cómo. No se interroga sobre el por qué de la acción delictiva, algo que sí hace el cine policial "negro", donde el dinero suele dictar la moral de los personajes y el crimen es un espejo de la sociedad. El título alude al séptimo piso de un edificio, ocupado por Delia (Rueda) y sus hijos Luna y Luca, de siete y nueve años, respectivamente. Delia es española, hija de un letrado que reside en Madrid y desde hace algo más de un año está separada de Sebastián (Darín), también abogado y de cierto prestigio. Ambos se conocieron en Madrid y a pesar de la separación, mantienen una buena relación. Sebastián, inclusive, lleva diariamente a los hijos a la escuela y suelen practicar un juego que consiste en verificar quién llega primero a la planta baja: el padre utiliza el ascensor y los chicos descienden por la escalera. "Terminála con el jueguito ése de dejarlos bajar por la escalera", le dice Delia a Sebastián. No obstante, después que Delia se va a su trabajo, los tres repiten el juego. Pero cuando Sebastián llega a la planta baja advierte que los hijos aún no llegaron y tampoco llegarán nunca. Aquí queda planteado lo que se conoce como conflicto dramático. A medida que pasan los minutos, Sebastián es preso de la desesperación y la paranoia. Es decir, algo que le puede suceder a cualquier padre en circunstancias similares. Para colmo, en Tribunales lo esperan para una audiencia importante. El protagonista sospecha de todo el mundo y solicita apoyo al encargado del edificio y al comisario Rosales, que habita el cuarto piso y comienza a colaborar en la investigación, en especial desde el momento que Sebastián recibe el fatídico llamado telefónico. La película posee una impecable factura técnica, bien fotografiada y bien actuada, pero al espectador le queda una sensación de que algo le falta, de que es incompleta. El punto de partida es fuerte, pero poco creíble por la forma como está planteado. Sólo adquiere sentido hacia el final. Una debilidad similar se observa en la resolución del conflicto, fundamentalmente por cierta inconsistencia o fragilidad en las motivaciones del o los autores del secuestro. El director va deslizando algunos datos, que el espectador perspicaz puede relacionar con la historia para deducir por anticipado el desenlace (las películas de enigma permiten realizar esta operación). Aunque en este caso es pertinente hablar de un segundo final, que tampoco resulta convincente. Aun así, la película resulta agradable de ver. Hay dos elementos que obtienen relevancia. Uno es la "gran ciudad" que, por tradición, puede ser escenario de las más disímiles historias. Y el director procura que el espectador participe o viva esa experiencia. El otro "protagonista" clave es el teléfono celular, cuya utilización intensiva abrevia el tiempo, facilita los contactos y agiliza la narración.
“SÉPTIMO”: UN THRILLER EN CINCO ESCENARIOS. Muchas veces los cinéfilos más empedernidos con la perfección, tratan de buscar y redefinir géneros mediante nuevos films y nuevos directores. Un género que quizá esta medio desgastado, pero que aun así siempre funciona, es el thriller. A veces se piensa que no se tiene nada que ofrecer y que los giros inesperados, poco tienen de inesperados. La última película de Ricardo Darín, “Séptimo”, es el ejemplo perfecto. Funciona y mantiene ese nerviosismo en el público, pero lamentablemente cae en la monotonía y no ofrece algo nuevo. Sinopsis: Sebastián es un abogado que tiene dos hijos de un matrimonio que está por terminar, ya que Delia (su mujer quiere el divorcio y planea irse a vivir a España con sus hijos. Un día como cualquier otro, mientras lleva a sus hijos al colegio, ellos deciden jugar un juego (que consiste en bajar por las escaleras, mientras él baja por el ascensor para intentar ganarle). Cuando Sebastián llega a la planta baja (vive en un séptimo piso) los niños no aparecen por ningún lado. No están en ninguna parte del edificio y tampoco nadie los vio salir. De ahí en más, la tensión ira en aumento y acompañaremos a Sebastián en la búsqueda de sus hijos, hasta encontrar la verdad. Detrás de la silla de director esta Patxi Amezcua, un (aun) ignoto español cuyos films anteriores incluyen el corto “Mus” de 2003 y el también thriller “25 kilates” de 2008. Con un buen ritmo y una más que notable fotografía, tal vez el mejor logro de este director en el film es lograr contar una historia, dentro de todo atrapante, en tan solo 5 escenarios. Los protagónicos caen en Ricardo Darín y en la española Belén Rueda, dupla que tiene buena química y se puede ver en la pantalla. Darín, hace de ese personaje que logro acoplar al inconsciente colectivo desde Nueve Reinas, lo que no quita que cumpla y de manera notable. La española es el punto débil por momentos, aunque para el final se acomoda y termina dando una buena performance. El resto del elenco está compuesto por: Luis Ziembrowski, Osvaldo Santoro, Guillermo Arengo y Jorge D’Elía. Filmada en Buenos Aires y en tan solo 5 tipos de escenarios (el edificio, tres departamentos, una oficina, una azotea y el aeropuerto de Ezeiza) la película cumple y nada más. Como thriller funciona, mantiene la tensión (que va en aumento) y la historia es atrapante por momentos, hasta inclusive el espectador se pone en la piel del personaje de Darín y logra sentir su preocupación. El problema radica en que, a medida que avanza la trama, la historia se vuelve más y más obvia, cayendo en lugares comunes y en giros muy esperados. Sin duda un buen film que ofrece durante 85 minutos un suspenso digno del género, pero no esperen un giro inesperado, un trabajo de guion inexplicable o una rotura de cráneo que amerite pensar demasiado. Simplemente siéntense y disfruten de un thriller hecho y derecho.
El infierno de los ascensores Mañana agitada en Buenos Aires. Sebastián (Ricardo Darín) maneja hacia el departamento de su ex mujer para llevar a los chicos a la escuela; después lo espera una audiencia, donde deberá defender a un sindicalista que su estudio representa. En el camino lo llama su hermana, preocupada por los acosos de su ex novio. Delia (Belén Rueda), su ex, lo recibe; le avisa que esa noche vuelve a España y que quisiera llevarse a los chicos. Sebastián nunca pierde el humor. Sale con los chicos del departamento y juegan una carrera; él va por el ascensor, los dos hijos por la escalera. El ascensor se traba y al llegar a planta baja los hijos no están. Entonces sí, se desencadena el infierno. Lo bueno de Séptimo (el piso en que viven los chicos) es que las hipótesis que Sebastián elucubra, nacidas de la desesperación, Darín las ejecuta con una vehemencia notoriamente convincente. Hasta la primera mitad de este thriller diurno (la única escena rodada de noche, curiosamente, es redundante), la tensión se construye con un timing casi perfecto. Pese a una banda sonora poco feliz, Darín y el director vasco Patxi Amezcua (25 kilates) elaboran un clima a la vez magnético y opresivo, a partir de la culpa y progresiva angustia de Sebastián. Lamentablemente, la metamorfosis del personaje no tiene correlato con la resolución de la trama, que en la última media hora dilapida hasta el último instante el potencial de una historia simple pero contundente. Daría la impresión de que la actuación del argentino salva a esta coproducción con España. En realidad, es otro caso de una película de y no con Darín, que carga sobre sus espaldas la responsabilidad del éxito asegurado en taquilla, a expensas de un guión cerrado a los tumbos, descuidado.
A riesgo de quedar encasillado en las bondades de un espléndido género como lo es el suspenso, Ricardo Darín vuelve a ponerse en la piel de un hombre desesperado frente a una situación que le sobrepasa. Concepto básico delthriller: hombre común (ese mismo que tanto le fascinaba a Hitchcock) que sin quererlo se ve enredado en medio de una trama macabra y debe superar una suerte de obstáculos para recobrar la normalidad de su vida, vuelta de tuerca mediante que revela un villano en la persona menos pensada. Es en este sentido, justamente, donde Séptimo cumple a rajatabla la estructura del género: en el primer acto Darín pierde a sus hijos bajando por la escalera de su edificio (pese a que la madre de los mismos le suplica que bajen por ascensor todos juntos y no se separen), en el segundo los busca frenéticamente hasta ir descubriendo pistas que conllevarán posteriormente a la tan deseada resolución, y en el tercero desmaraña la compleja trama con una conclusión donde casi nadie es quien parecía. El formato, está probado, funciona, y un buen ritmo mantiene atento al espectador. Sin embargo, falta algo: todo es tan clásico que Séptimo realmente parece una entretenida película de suspenso… de hace cincuenta años. El “plan macabro” detrás de la desaparición de los niños tiene demasiados agujeros como para funcionar y, casi como a consciencia de ello, la película avanza rápidamente para tapar este detalle, y la suma de casualidades funcionalmente narrativas entorpecen la tensión y distraen del argumento, que progresivamente se distancia de la realidad. Séptimo es, sin duda, un divertido exponente del cine semi-nacional (en esencia Argentina, en práctica Madre Patria financiera con elenco y director propio), aunque está lejos de lo más interesante de la filmografía Darín.
"...La película transmite más el drama y la angustia de esa desaparición de los hijos más que el suspenso en sí de esta situación. [...] Los que son padres saben que pocas cosas podrían ser peores que esa..." Escuchá la crítica radial completa en el reproductor, (hacé click en el link).
Desesperación con manual de género Cuidado espectadores. Se estrena una co-producción imponente, con dos superestrellas: Belén Rueda y Ricardo Darín. Grandes expectativas, podría decirse. Hablar del efecto Darín a esta altura sonará gastado y no sé si alguien ha escrito un libro sobre este tema, dado que claramente hay mucho material. Prefiero discurrir un segundo sobre el actor argentino de cine, lugar ocupado por pocos nombres si se analiza objetivamente. De esta corta lista quizá Darín no sea el mejor, pero sí el que más le presto atención al desarrollo que este lugar le implicaba. Hoy no sólo su figura tiene la mayor proyección sino que, objetivamente hablando, ningún otro trabaja con la cámara como lo hace él. El estudio que hizo sobre su persona cinematográfica, su selección de roles, su decisión de asentarse en el formato, son las razones que hoy le aseguran un mínimo de medio millón de espectadores por película. Le perdonamos su aventura con la dirección en “La señal” porque es un excelente actor de cine. Lo sabe el público, y lo sabe el mismo Darín, que jamás volvió a la televisión. Si algo es cierto es que en “Séptimo” Darín está al tope de su juego. El resto del elenco masculino se compone de actores que el público asocia más a la televisión. Es difícil ponerlo en palabras, pero esta diferencia se nota principalmente porque Darín llegó a un nivel altísimo de dominio de su arte –me parece bien por otro lado que, para evitar un desgaste, se tome un respiro, como anunció hace unas semanas- y porque lo acompaña Belén Rueda. Por eso cada quien con lo suyo. Y lo mismo va para el género. “Séptimo” es un thriller sobre un abogado separado que va a buscar a sus hijos al departamento para llevarlos al colegio y cuando llega a planta baja los nenes (que bajaron por la escalera) no están más. Gran premisa, ¿cierto? De ese punto de partida, hay un millón de direcciones posibles, pero también hay un manual de género. Supongamos que el manual es un libro que explica cómo debe desarrollarse argumentalmente un thriller y tiene la generosidad de desplegar un ejemplo con las resoluciones o caminos más típicos. Basta decir que “Séptimo” sigue el manual a rajatabla, eligiendo lo convencional a cada paso y destruyendo cualquier posibilidad de sorpresa. Así la película desacelera a medida que avanza -aún cuando Darín se echa a correr-, pierde misterio y tensión en la mitad; y en su epílogo, post giro argumental final, ya no nos queda interés. Me resulta llamativo que “Tesis sobre un homicidio” (lo más visto en lo que va del año), otro thriller protagonizado Por Darín, que juega sus cartas más fuertes al comienzo dejándolas bien expuestas, obtenga el resultado contrario. A medida que aquel film desacelera en el recorrido, va aumentando en expresividad, tensión, matices. Tiene que ver con que “Tesis sobre un homicidio” le construye al espectador una empatía con el protagonista directamente desde la mente, y eso obliga a estar atento y a acompañar el frágil estado emocional de un hombre que de principio a fin tiene una misma idea. Se percibe un hombre desesperado, como el de “Séptimo”. Aquí es donde el actor le gana de mano al director español Patxi Amezcua. Darín se pone la camiseta de la desesperación y la viste mejor que nadie puesto que se encarga de lograr su propio crescendo emotivo, pero esa decisión se queda en su trabajo y el guión. Amezcua se la pierde por blando, por confiar demasiado en las superestrellas y en las disposiciones comerciales de la co-producción. Es evidente que hay algo de apresuramiento y descuido en la narración de “Séptimo” cuando el pico de estrés de su protagonista, que lo encuentra en un inesperado estallido de violencia en una oficina, se hace presente meramente como un momento más. Es inevitable recordar aquella escena de “Carancho” con la cual ese momento tiene un parecido. Trapero no nos deja dudas de que el protagonista está dispuesto a todo; a “Séptimo” la protege el manual de género. Hay poco nervio, pero al menos la estructura está intacta. Y espectacularmente filmada (Amezcua trabajó con el director de fotografía Lucio Bonelli). Es el manual el que también se pierde el contexto de la acción, es decir, la ciudad y el jugo que se le puede sacar a eso. Esta barrera también se le hizo difícil a “Tesis sobre un homicidio” y viene siendo ley en las comedias industriales nacionales, con “Corazón de León” como ejemplo más reciente. Me pregunto en qué momento el equipo de realización decide dejar de prestarle atención a la ciudad donde están ocurriendo los hechos. A Suar, y por consecuencia a Carnevale, se lo puedo entender –aunque también se lo reproche- porque gran parte su público (las clases medias y a veces más arriba) está menos pendiente de la ciudad que otra cosa y cualquier paisaje, desde Rio de Janeiro hasta un country en las afueras viene bien. En “Séptimo” lo que ocurre es gracioso porque el manual de género se come a Buenos Aires. Ya la apertura, con un plano aéreo del obelisco y las voces en off de las radios y los noticieros, suenan menos al aire porteño que a cualquier gran urbe norteamericana. Es la herencia de ese thriller hollywoodense la que se pierde el elemento local, por más que de costado esté Tribunales, o la argentinada en la idiosincrasia de los personajes y nuestro lenguaje en sus diálogos. Ninguno de estos elementos aporta verosimilitud. Buenos Aires queda como postal. Yo tengo una particular fijación con que las películas ‘respiren’ la ciudad en la que su historia se desarrolla, si la van a poner en un primer plano como “Séptimo”. De los últimos años, “La sangre brota” es un gran film que coloca a Buenos Aires como centro y personaje también casi culpable del estado emocional de sus protagonistas; “Sin Retorno” incluso trabaja dentro de todos los lugares plausibles. Si nos vamos lejos, para referirme bien a este tipo de trabajo, es “Nueve Reinas” el film que inventa un mundo convincente y es muy nuestra, y esa es su virtud. Mi argumento aquí se basa en que la co-producción ambiciosa –al menos “Séptimo”- parece creer que lo particular de Buenos Aires va a perder fuerza a la hora de transmitir esa universalidad de códigos que capte un mayor público en todos los países en que se estrenará. Verdaderamente, es ante este tipo de situaciones que Campanella crece en el recuerdo. Un tipo al que, en gran medida, no le importa. Si narrar haciendo género ya es algo universal de por sí, no hay razón para perderse de lo otro. Y ahí está “El secreto de sus ojos”, co-producción con una ciudad que no es ‘cualquiera’ y que está bien presente, y que así batió récords de taquilla y se llevó el Oscar. Con “Metegol” pasa algo similar. “Que la doblen como quieran”, decía el director en la conferencia de prensa. Es una de las películas más argentinas del año, y no está situada en Buenos Aires. El peso del manual de género también nos deja una película en la que las actuaciones de los niños, personajes fundamentales, son producto de un descuido difícil de disimular. No hay primer plano que los luzca, no hay frase que les suene natural y se la pasan repitiendo todo el tiempo lo mismo, con un exceso de abrazos, besos y ternura que más allá de la corta edad los hace quedar como dos tontos. Cuiden a los pibes, señores directores. Haganlos trabajar aunque no sean protagonistas. Que son muy transparentes y si no les das nada para hacer, se nota.
El final de la escalera Con el valor agregado -por lo menos para el público latinoamericano y argentino- de contar en el rol protagónico con el omnipresente y talentoso Ricardo Darín, aterrizó esta semana en las salas cordobesas Séptimo, un thriller que parte de una buena idea, pero que con el correr de los minutos ve decrecer la intensidad que tanto atrapa al comienzo. En esta oportunidad, Darín arremete con un personaje que le cae bien (vale recordar aquel boga sin principios ni moral que interpretó en Carancho), el de un abogado más o menos importante que trabaja en casos bastante pesados. Un día cualquiera, juega con sus hijos una carrera para ver quién llega primero a la planta baja del edificio donde viven: si él por el ascensor o los niños por la escalera. Al llegar abajo, descubre con desesperación que en ese pequeño lapso de tiempo a sus hijos los tragó la tierra. Nadie los vio llegar a planta baja, y nadie parece haberlos visto en los demás pisos (siete, de allí el título de la película). A partir de ese momento, comienza una búsqueda paranoica y el planteo de distintas hipótesis sobre lo que pudo haber pasado. Séptimo tiene algunos puntos a favor. Para empezar, está sostenida por un buen elenco de personajes secundarios (Luis Ziembrowski, Osvaldo Santoro, Belén Rueda) para decorar la eficiencia y empatía que genera Darín con estos papeles. En segundo lugar, tiene en su haber una más que digna labor de edición, suficiente para abrir y cerrar múltiples preguntas en sólo 88 minutos de metraje. Y por último, vale la pena destacar el trabajo técnico a nivel general. Tres aspectos que conjugados son suficientes para estampar el sellito de aprobado. Todo tiene un final. Y todo termina, como dice la canción. Aquí radica el elemento que hace de Séptimo sólo un buen filme y no una gran película. Las expectativas que se encarga de provocar durante los primeros minutos son altas, pero los continuos goteos que se van sucediendo en virtud del contexto que vive el abogado (junto a sus respectivas respuestas), más la resolución definitiva de la cinta, no terminan de comulgar con las ansias previas. El director catalán Patxi Amezcua tuvo el buen tino de ubicar el edificio como un protagonista más de la película, a tal punto que durante el primer segmento el espectador se termina metiendo en esa construcción que alberga la desesperación de ese padre que perdió a sus hijos. En ese aspecto, Séptimo no tiene muchas diferencias con las producciones que el cine norteamericano produce en cantidades industriales y que pueblan los estantes de la categoría “Suspenso”. Pero claro, cuando el juego de las comparaciones se torna odioso, es donde entra a gambetear Darín y su carisma, la cláusula de seguridad en materia de taquilla que todo realizador quiere tener en sus películas.