En reversa. ¡Qué fascinación que tiene la industria cinematográfica norteamericana con los pacientes terminales, los enfermos crónicos, los discapacitados o cualquier doliente que reditúe al momento de construir una determinada estructura melodramática! Más allá del estereotipo de la crítica simplona orientado a levantar el dedo acusador y volver a repetir que todos los años invariablemente contamos con uno o varios “exponentes estrella” del subgénero durante la temporada de premios del mercado anglosajón, sin dudas habría que establecer un criterio cualitativo más lúcido con vistas a distinguir cada caso en particular para de a poco separar la paja del trigo y evitar generalizaciones tan facilistas como la precedente. A decir verdad uno tiende a recordar los ejemplos más burdos y muchas veces olvida la existencia de propuestas eficaces como Philadelphia (1993) o Despertares (Awakenings, 1990), las cuales hasta cierto punto compensan los clichés derruidos de mamarrachos como Preciosa (Precious, 2009), Mi Nombre es Sam (I Am Sam, 2001) o Una Mente Brillante (A Beautiful Mind, 2001). La obra que hoy nos ocupa, la correcta Siempre Alice (Still Alice, 2014), se ubica en la misma línea del fatalismo práctico de raigambre mainstream de las primeras, sin pretender acercarse a la denuncia de barricada símil El Club de los Desahuciados (Dallas Buyers Club, 2013) o las búsquedas psicológicas a la Spider (2002). Ya la media hora inicial deja bien en claro la premisa detrás de la trama: Alice Howland (Julianne Moore), una especialista en el campo de la lingüística y madre de tres jóvenes, comienza a sufrir síntomas de un tipo muy raro de Alzheimer hereditario, lo que desemboca en una crisis en su entorno familiar. Por supuesto que la película es por demás deprimente y se necesita de una complexión férrea para recorrer este camino de deterioro progresivo, pero la experiencia tampoco constituye el súmmum de los relatos lacrimógenos y hasta resulta revitalizante porque se juega por el dolor más austero, sobre todo si la comparamos con esa celebración de la estupidez propia del ámbito cinematográfico de nuestros días. De hecho, el mayor mérito de los directores Richard Glatzer y Wash Westmoreland no pasa tanto por la estrategia de encauzar hacia la sutileza la interpretación de Moore (una actriz maravillosa, dueña de una destreza incandescente), sino más bien por la elección de un tono seco en cuanto al devenir narrativo (deudor de los films independientes de las décadas de los 80 y 90). Asimismo, las actuaciones de Alec Baldwin y Kristen Stewart, como el marido y la hija problemática de la protagonista, ayudan a apuntalar un retrato -tan sereno como crudo- del Alzheimer y la fortaleza anímica para sobrellevarlo, un mal que implica un retroceso cognitivo que destruye lentamente la vida íntima y social de quien lo padece…
El cine incurable. La etiqueta “telefilm” suele utilizarse peyorativamente para calificar a un largometraje destinado a la pantalla grande, es decir, una película que retóricamente ofrece una estrategia austera en sus modos de fotografiar, encuadrar y exponer una puesta en escena, lo mismo para otros aspectos como la música, la cual suele utilizarse para reforzar estados de ánimo de acuerdo a los momentos de la historia. Generalmente, en la dimensión temática, los “telefilms” fortalecen su razón de ser, es así que las luchas del hombre común ante una situación adversa cobran una superficie magnánima, específicamente las relacionadas con enfermedades terminales o muertes inesperadas de familiares. El objetivo es meramente la exhibición en TV. Todos los casilleros mencionados del formato los tacha Siempre Alice, a excepción del soporte en el que se piensa su proyección, aquí hablamos de cine, a priori. Sin reparo y sin indulgencias, la historia se amolda al formato telefilm, y así se da rienda suelta a la cabalgata de situaciones esperables en una historia sobre el Alzheimer, una enfermedad que duele más que ninguna en ciertos círculos. La historia se centra en Alice Howland (Julianne Moore), una importante lingüista de la Universidad de Columbia, además madre de tres hijos (todos adultos) y esposa de un importante científico; toda esta presentación se hace en la primera escena, en la que notamos el primer alerta: un pequeño olvido durante un discurso importante. Gradualmente estos descuidos y problemas de memoria se hacen cada vez más frecuentes, hasta diagnosticarse efectivamente la aparición de una etapa temprana del Alzheimer. Instancia en la que nace la negación y, por sobre todo, la idea primaria acerca de perder la identidad, es por eso que Alice dice: “preferiría tener cáncer, al menos no me olvidaría de mis recuerdos”. Alice finalmente encuentra en su hija más rebelde (la única que no decidió estudiar una carrera formal con salida laboral asegurada), el vínculo para sobrellevar su último año antes de “transformarse” en otra persona. Nada, ni por un instante, hace pensar que los dos directores (sí dos, para colmo) tengan en mente salirse de la ruta de los estereotipos ni pasar algún semáforo en rojo de lo políticamente correcto Solo la sobriedad de Alec Baldwin, en el papel del marido, sopesa la desesperante sobreactuación de Moore, calzada en el traje de “busca Oscar” sin atenuantes ni matices más que el de retratar fidedignamente los sentimientos de una paciente de enfermedad incurable. Para dar cuenta de cómo la mirada de este dúo piensa el cine, por ejemplo, el foco se utiliza solo dramáticamente para mostrar, en modo de subjetiva, cómo Alice pierde su capacidad de recordar: ese es el límite creativo, no hay chances de presenciar un uso de la imagen para simbolizar o construir un sentido más que el de una línea recta, sin segundos planos ni mucho menos sutilezas. Siempre Alice es un ejemplo más de cómo el cine es el medio para reproducir desde una ficción artera “la realidad”, sin importar la posibilidad de utilizar los aspectos de un lenguaje para hacer un objeto artístico, simplemente lo que parece valer es cómo se crea conciencia y cómo los seres humanos, a pesar de las vicisitudes inexplicables de la vida, prevalecemos.
Alicia ya (casi) no vive aquí Se sabe que Hollywood y sobre todo en la temporada de premios en general -y de los Oscar en particular-, tiene una cierta debilidad por los retratos personales, íntimos, de lucha contra enfermedades de todo tipo. Ya vimos el flagelo del SIDA en trabajos como el de Tom Hanks en "Philadelphia", el año pasado fue el turno de Jared Leto y Matthew Mc. Counaghey en "Dallas Buyers Club - El club de los desahuciados" o los protagonistas de "Y la banda siguió tocando". Retratos de seres diezmados por diagnósticos desfavorables, lucando contra los peores pronósticos. Russel Crowe fue "Una mente Brillante", Daniel Day Lewis se sobreponía a las adversidades en "Mi pie izquierdo", el desequilibrio mental presente en "Atrapado sin salida", "Inocencia interrumpida" o "El Resplandor" cada una como un buen exponente en su género, pero hay relatos donde el centro de la escena es el tour de force actoral como pasa en el presente año con "La teoría del Todo" y Eddie Redmayne en el papel de Stephen Hawking, lo hizo Sarah Polley en "Mi vida sin mi", el enfoque del alcoholismo en "Adiós a las Vegas" con Nicholas Cage, la reciente "50/50" muy recomendada comedia con Joseph Gordon-Lewitt y Seth Rogen, entre tantas otras. La lista sería interminable porque todos los años aparecen nuevas realizaciones en torno a este tipo de temática. Este año, es el caso de "Siempre Alice" una película intimista, con una narrativa que empatiza más con el cine americano independiente, que retrata la vida de una profesora de Linguística en la Universidad de Columbia quien comienza a sentir los síntomas de un Alzheimer prematuro. Lo primero que le sucede es una pequeña "laguna" en una de sus ponencias, luego un día sale a correr y se encuentra perdida en el medio de su propia ciudad.... y de esta manera, el avance de la enfermedad se va mostrando a través de pequeñas diapositivas, polaroids, instantáneas, momentos en la vida de Alice que la van llevando a diferentes consultas con especialistas médicos que finalmente ratifican el diagnóstico de su enfermedad. El guión, basado en la exitosa novela de Lisa Génova que ha sido publicada en 2007, no oculta que su construcción recae en forma excluyente sobre el personaje de Alice. Y para ello, aparece Julianne Moore que es una actriz extraordinaria y tiene la presencia necesaria para atravesarlo con mesura y sin estridencias. Quizás justamente por la profesión que tiene Alice y la importancia que le ha dado durante toda su vida y su desarrollo profesional al pensamiento, la inteligencia y la racionalidad, justamente el hecho de que su enfermedad apunte y vaya erosionando su mayor potencial, la desarma completamente e irá devastándola silenciosamente. Son pequeñas situaciones, gestos, miradas en las que Moore refleja el implacable, previsible y progresivo deterioro de su personaje mientras trata de no dar el brazo a torcer con la enfermedad. Pero en este proceso, tanto su vida profesional como sus vínculos familiares irán recibiendo los coletazos de este proceso, y sobre todo serán sus seres más allegados quienes tengan que lidiar con un difícil abordaje y quienes, colateralmente, padecerán diversos quiebres en la estructura familiar. Su marido (un correcto Alec Baldwin) muchas veces no sabe cómo enfrentar cada una de las situaciones que se plantean y sus tres hijos irán teniendo diferentes reacciones de acuerdo con los puntos de vista de cada uno y las situaciones de vida que se encuentren transitando. Pero todos ellos no son más que satélites que van girando alrededor de la historia central de Alice sin que el guión les deje elaborar ningún tipo de crecimiento. Con una estructura mucho más cercana al telefilme, "Siempre Alice" apuesta todas sus fichas a ir hilvanando cada una de las escenas con la figura de Julianne Moore como eje central del filme. Obviamente que el trabajo delicado, complejo, con detalles mínimos con que Moore construye a su Alice es de una complejidad absoluta y ella lo resuelve de la forma más cautelosa, sin caer en ningún momento en la exageración ni en sobrecargar las situaciones. Su actuación es brillante y ya ha cosechado en esta temporada, numerosos premios importantes como el Globo de Oro a la Mejor Actriz en Drama, el Broadcast, el Houston y el Chicago Film Critics Asociation Award, está nominada para el BAFTA para el Independent Spirit Awards y obviamente para el Oscar y es el motivo central -y quizás único- para disfrutar de esta película. Es una pena que el guión no haya podido profundizar de alguna otra manera en las implicancias familiares sin que ésto quedara tan desmembrado de la historia central, sólo con momentos donde los personajes interactúan con Alice. Kristen Stewart, Hunter Parrish y Kate Bosworth como los hijos también tiene correctas actuaciones pero en ningún momento el guión les permite un mayor lucimiento ni les entrega ninguna situación en las que puedan generar un crecimiento dramático. De todos modos, vinculado con la historia central "Siempre Alice" se permite reflexionar, aunque muy levemente, sobre la fragilidad de la memoria, los recuerdos, la fugacidad de las vivencias y lo irremediable del proceso de deterioro donde todo lo vivido comienza a percibirse más borroso. Y en esos momentos logra levantar un poco más de vuelo.
Cuando una persona es invadida por una enfermedad neurodegenerativa, es posible que el mismo paciente no note la decadencia a la que se enfrenta. son los familiares quienes enfrentan lo peor y quienes sufren más. Hablando específicamente del Alzheimer, es una enfermedad que generalmente afecta a personas mayores de 60 años, quienes progresivamente comienzan a perder algunas facultades, empezando por la memoria y terminando incluso con acciones tan básicas como el significado de las propias palabras. Alice es una profesora renombrada de una universidad, quien en medio de un proyecto importante, comienza a darse cuenta de que pequeños detalles se le olvidan. Como mujer ilustrada, decide atenderse con su doctor de confianza, solo para descubrir que padece una variante de alzheimer que inicia a temprana edad. Es entonces cuando empieza su espiral descendente y su degeneración frente a las cámaras. Dirigida por Richard Glatzer, y basada en una novela de Lisa Genova, el filme cuenta con la grandisima interpretación de Julianne Moore, candidata firme a ganar el oscar a mejor actriz de reparto. Y es que aunque la historia es sencilla, el poder de la interpretación de Moore lo es todo: de ser una experta en su campo, de ser la profesora, madre, esposa y amiga admirada por todos, va conviertiendose en alguien que nadie es capaz de reconocer. Y si alguien ha tenido o conoce a una persona con este problema, sabrá que las situaciones no son exageradas ni irreales, y si no lo tienen, esperemos que nunca sean testigos de algo parecido, pues es una situación demasiado dolorosa, no por que la enfermedad provoque algún malestar físico, sino por el dolor que provoca ver a alguien perderse y terminar en algo que es poco más que una persona. Fuerte y muy personal, es un filme altamente recomendado en temporada de premios.
Siempre Alice es una película que sin la soberbia actuación de Julianne Moore, sería un telefilm más sobre el Alzheimer. El guión tiene demasiados clichés sobre este tipo de enfermedad y no ahonda demasiado en la misma, salvo el hecho de mostrar el rápido deterioro de la memoria de Alice y como sus seres queridos se...
Perder poco a poco el significado de uno mismo debe ser el peor de los males que una persona puede sufrir y es precisamente ése el foco de atención de Still Alice. La devastadora historia de una prolífica profesora de Lingüística que ve su vida desvanecerse cuando es atacada por una temprana forma de Alzheimer es el recipiente por el cual finalmente Julianne Moore fue premiada con una estatuilla de oro en los pasados premios Oscar, y cada segundo de su actuación bien lo merecía. El film de Richard Glatzer y Wash Westmoreland no le escapa a los recovecos cotidianos del drama de telefilm, pero la energía de Moore y la emoción engarzada en el metraje son motivo suficiente para darle una oportunidad. El miedo al Alzheimer que destila Still Alice es profundo, tanto que en un diálogo la protagonista elegiría tener cáncer antes que ir perdiendo la memoria poco a poco. El cáncer destruye cada célula del organismo, pero al menos uno permanece dentro de esa cáscara humana que se va fragmentando lentamente. El Alzheimer te convierte en otra persona, una envase vacío y eso es algo que Alice no puede ni quiere permitirse. Y no hay nadie mejor que Moore para dejar en claro que no hay grandes escenas de griterío á lá Meryl Streep, sino momentos sinceros y sentidos, sugerentes, mínimos, que van siguiendo la evaporación de la protagonista. Alice juega al Scrabble en su celular, intenta recordar tríadas de palabras mientras hace quehaceres domésticos y graba videos para su yo futura, cuando la enfermedad la haya devastado lo suficiente para no poder responder una secuencia de preguntas claves de su identidad. Los pequeños momentos son los que hacen destacar al film y más si están anclados por el dramatismo insuflado por Julianne. Rodeada por un interesante elenco secundario, la actriz está acompañada por eficaces trabajos de parte de Alec Baldwin como su preocupado esposo, quien se esconde en su trabajo para no lidiar con el problema familiar, y una inesperadamente agradable Kristen Stewart en el papel de la rebelde hija menor del matrimonio, quien poco a poco va cobrando noción de la situación de su familia. Stewart sigue confirmando que en pequeños papeles, y con un buen guión y dirección de por medio, puede respirar y entregar una actuación sentida. Quizás en un primer momento no parezca que la actuación protagónica femenina destaque mucho, pero con el transcurrir del tiempo, cada pequeño gesto de Moore cobra importancia, y transitar el dolor de Alice junto a su familia se puede hacer insoportable. El guión de Glatzer y Westmoreland, basado en el libro de Lisa Genova, recurre a lugares comunes del género, pero con el suficiente tacto y delicadeza que se merece la temática. La vida real de los cineastas no podría ser más adecuada para el proyecto, ya que Glatzer padece de Esclerosis Lateral Amiotrófica, enfermedad tan tristemente célebre el año pasado y éste también, con el Oscar a Mejor Actor otorgado a Eddie Redmayne por su participación como Stephen Hawking en The Theory of Everything. Still Alice es un trago amargo, que de vez en cuando vira hacia territorio lacrimógeno, pero vale la pena darle una chance por la conmovedora interpretación de Julianne Moore. Tengan a mano los Kleenex, los van a necesitar.
RESISTIENDO En "Siempre Alice" (USA, 2014) la actuación de Julianne Moore como Alice, una profesional e independiente mujer, que ve como su mundo se comienza a desmoronar al enterarse que padece un precoz Alzheimer, es lo más interesante de una propuesta que atrasa. No quiero decir con esto que "Siempre Alice" sea una película mala ni mucho menos, pero es sólo gracias al sustento de la actriz que el interés por la historia hace que uno permanezca viendo algo que sabe como escena tras escena va a suceder. Los realizadores Richard Glatzer y Wash Westmoreland decidieron apostar no tanto al cómo sino al qué de la historia, razón por la cual es inevitable la empatía con el personaje principal y no así con toda la película. Alice (Moore) en una reconocida lingüista que está felizmente casada, y su marido (Alec Baldwin) la apoya en cada paso que en su vida personal y profesional ella dé. Pero cuando le detectan la enfermedad, detectada gracias a una consulta de Alice, preocupada por los constantes olvidos y lagunas que estaba sufriendo, todo cambia. Alice no puede seguir enseñando, Alice no puede seguir sola en su casa, Alice no puede afrontar el día a día sin que alguien la acompañe. Alice va dejando de ser Alice. Es en esas escenas en las que Moore se brinda por completo a su personaje, y la Alice se nos hace carne, sufrimos con ella. El planteo de "Siempre Alice" es simple y por lo tanto la película será ver cómo el entorno la acompaña o no y como ella misma es la encargada de transmitir a los suyos la dolorosa situación por la que comienza a transitar. Hay un espejo bien representado, el de la familia enferma a la par de la enferma, aquella que se va desgastando por cada esfuerzo en intentar controlar y contener a una mujer que hasta no hace muy poco podía andar por la vida sola y librando batallas diarias que nada tenían que ver con un ser padeciente. A medida que avanza el metraje el deterioro de Alice es notorio, y Moore lo compone desde la compasión y pasividad que su trabajo le permite componer una sólida mujer joven con Alzheimer. En cada mirada perdida, en cada esfuerzo denodado de Alice por recordar o por orientarse, y en principalmente cada sabia palabra que intenta decirle a los suyos para que la recuerden como era, Moore se desangra por el personaje. En líneas generales la historia queda en la anécdota, pero la actuación de Moore es soberbia, no por nada viene arrasando con cuanto premio la nominen. PUNTAJE: 5/10
Para aquellos que vivimos en carne propia las consecuencias y el deterioro que conlleva una enfermedad como el Alzheimer, “Siempre Alice” (Still Alice, 2014) resulta tan vacía e indiferente que, si no fuera por la correcta actuación de Julianne Moore, podría tranquilamente haber sido una lacrimógena película para TV, de esas que presenta Virginia Lago. La querida pelirroja se llevó la estatuilla dorada a casa por esta actuación, bastante alejada de lo mejor de su carrera, pero apegada a la fórmula de qué las historias reales y las enfermedades aseguran más premios que cualquier otra cosa. La dupla de directores y guionistas Richard Glatzer y Wash Westmoreland –responsables de cosas más interesantes como “Quinceañera” (2006)- no logran ningún mérito artístico con la adaptación de la novela homónima de la escritora Lisa Genova, publicada en el 2007 y considerada todo un bestseller, más allá de la sobriedad con la que tratan un tema que fácilmente podría ser el blanco de una infinidad de golpes bajos. Pero hasta ahí llega lo atrayente de esta película, al menos que sean de esos gustosos de ir a moquear al cine con este tipo de historias sobre “enfermedades”. Acá no se habla de avances en la medicina, ni se muestra el lado más escabroso de este padecimiento, sólo la lucha de una mujer que comienza a detectar los síntomas a una edad muy temprana, sin poder hacer absolutamente nada al respecto. Alice Howland (Moore) es una afamada profesora de lingüística, activa e inteligente, una esposa amorosa y una madre dedicada para sus hijos ya mayorcitos. Pronto descubre que padece de una forma muy compleja y hereditaria de Alzheimer lo que pone patas para arriba su vida, su familia y su trabajo. La reacción de su esposo John (Alec Baldwin) y las de sus hijos Anna (Kate Bosworth), Tom (Hunter Parrish) y Lydia (Kristen Stewart) son tan variadas como sus personalidades –un conjunto de clichés ya establecidos por cualquier otro drama familiar-, pero la más certera, humana y conmovedora, sí se quiere, resulta ser la de su hija menor, y la más conflictiva obviamente, que no decide tratarla de forma diferente a cómo lo venía haciendo, todo un hallazgo por parte de Stewart que, acá, demuestra que tiene más de dos expresiones dramáticas. Todo se resume a cómo la protagonista decide afrontar su inevitable destino, donde lo más importante es no perder la identidad y perderse a sí mismo, ni ser una carga para los otros. Olvidarse unas palabras, algún nombre o la cara de un ser querido es terrible, pero Alice demuestra que lo peor sigue siendo no reconocer a esa mujer que le devuelve la mirada en el espejo, sus logros, los buenos y los malos momentos, eso que, en definitiva, nos distingue del resto de los animales y nos convierte en lo que somos: seres humanos pensantes y emocionales. Hay películas más atractivas con esta enfermedad de fondo como “Lejos de Ella” (Away from Her, 2006) o que se meten con temas más jodidos como la calidad de vida (y de la muerte) como “Mar Adentro” (2004), incluso con un toque de humor como "Las Invasiones Bárvaras" (Les invasions barbares, 2003), pero “Siempre Alice” no tiene ese peso dramático y termina siendo una anécdota sobre un aspecto de la vida de esta mujer increíble con algunos toques didácticos para los que no saben de que se trata esta enfermedad degenerativa. Al final, nada de lo que ocurre en la pantalla puede captar la esencia ni conmover de la misma forma que un pariente que no recuerdo tu cara.
Alice es una mujer que parece haber alcanzado un momento ideal en la vida; con tres hijos adultos, cuyas vidas estás relativamente encaminadas, un esposo que la acompaña en una agradable intimidad y una carrera exitosa como profesora de lingüística, sus 50 años la encuentran radiante y plena. Y entonces, comienza un lento y muy consciente proceso en el que lo pierde todo en manos de un tipo muy raro de Alzheimer que, en un período de entre dos y cinco años, deteriora su cerebro al punto de olvidar las palabras y sus significados. Alice, que “siempre estuvo definida por su intelecto”, palpa los hilos de recuerdos que se van deshaciendo y gastando como el cabo de una soga que se desarma en su cabeza. No hay modo de volver a unirlos, ni de recuperarlos. No es posible vivir en el presente sin saber quiénes fuimos o cómo llegamos al día de hoy, porque la memoria nos define como personas y, de un modo u otro, moldea el futuro. Al olvidar su pasado, Alice se detiene en el tiempo para siempre, en una especie de limbo en el que los recuerdos le llegan de lugares muy lejanos y desconectados, aislados de la realidad. Julianne Moore ha hecho películas en las que perdió las ganas de vivir (Las Horas), a su hijo (Misteriosa Obsesión) y a su marido en manos de otra (Chloe), pero esta vez lleva el acto de perder a un nuevo nivel. La plena consciencia y el tezón con el que lucha para no abandonarse a sí misma, la resignación y la dureza de una mujer acostumbrada al trabajo duro y a cuidarse sola, se reflejan en cada gesticulación del rostro y con el cuerpo. Junto a los directores Richard Glatzer y Wash Westmoreland, construye una persona y una historia que se auto destruyen en un proceso tan abrupto como profundo. De más está decir que el Oscar que Moore recibió en la última edición de los premios por este papel estuvo merecidísimo, aunque sus compañeros de reparto no la hayan acompañado tan efectivamente con sus interpretaciones: Alec Baldwin está en el rol de marido amoroso y demasiado dedicado a su trabajo que ya ha hecho tantas veces, Kristen Stewart es una hija rebelde que no cumple el deseo de los padres de ir a la universidad, y completan el cuadro Kate Bosworth y Hunter Parrish, también en papel de hijos. Es posible, sin embargo, que estas elecciones no fueran casuales a la hora de pensar en personajes que realmente se vieran perdidos y no supieran bien cómo manejar ni acompañar el avance de un enemigo tan silencioso e inasible como una enfermedad mental – y vale destacar la incomodidad y torpeza con la que Stewart suele mostrarse, tanto dentro como fuera de la pantalla. Siempre Alice es una película que habla sobre la importancia de los recuerdos como anclas, como conexión con nosotros mismos y nuestro entorno, y muestra cómo la falta de historia nos deja a la deriva. Detenidos. Still.
Siempre Alice es una película dura y eso es algo que hay que saber antes de pagar la entrada. Con dura me refiero a que su historia deprime bastante y que seguramente afectará a más de un espectador. En esa dureza realista y natural reside el fuerte del film porque si bien es verdad que en varias oportunidades se ha explorado el mal de Alzheimer en el cine -incluso con humor- aquí nos encontramos con una historia muy bien contada a través de muy ingeniosas elipsis que marcan como una persona joven va perdiendo su identidad y va perdiéndose a sí misma. La actuación de Julianne Moore es tan intensa como desgarradora. Bien merecido tiene su Oscar a mejor actriz en la última premiación por personificar muy bien los rasgos de esa maldita enfermedad que aún no tiene cura. Con sus miradas transmite a la perfección lo desolado y perdido que se encuentra su personaje. Pero hay una escena en particular que es la que la define: cuando da un discurso sobre su condición ante un auditorio con varios pacientes (y sus familiares) que padecen lo mismo. Ahí Moore condensa todo lo maravilloso y triste de Alice. El resto del elenco está muy bien pero hay que destacar la participación de Kristen Stewart quien lamentablemente tiene el estigma de haber interpretado a Bella Swan en La Saga Crepúsculo, hecho que eclipsa sus buenos laburos en diferentes producciones indies. Aquí su personaje logra transmitir muy bien lo que es para una hija esa enfermedad de su madre en una relación muy particular que las une. Los directores Richard Glatzer y Wash Westmoreland hicieron un gran laburo en los planos en los cuales Alice “se pierde”, generando en el espectador una sensación rara. Un verdadero acierto al igual que la banda sonora incidental que acompaña esas secuencias. Siempre Alice es una muy buena película magnificada por la brillante interpretación de Julianne Moore. Nadie va a salir decepcionado pero si triste, algo para tener en cuenta.
El arte de saber perder El cine es tiempo (sé que estoy cayendo en el lugar común) y en gran medida se ocupa de registrar el transcurrir y sus consecuencias. Más claramente se pone en evidencia cuando registra una enfermedad y su evolución ineluctable. Acabamos de verlo en un film muy mediocre, La teoría del todo, y lo habíamos visto en Safe, aquel largometraje de Todd Haynes de 1995 en el que Julianne Moore desarrollaba una seria alergia o hipersensibilidad al medio ambiente. La magistral actriz vuelve ahora con Siempre Alice, en una performance excepcional sobre una enferma de Alzheimer. También tiene puntos de contacto con Lejos de ella, de Sarah Polley, con contó con otra excelente composición a cargo de la gran Julie Christie, cuyo personaje sufría la misma enfermedad. A algunos, el deterioro neurológico nos parece uno de los más tremendos, sobre todo cuando ataca a un/a intelectual destacado/a como lo es Alice, eminente y reconocida profesora universitaria, especializada en lingüística, nada menos. Alice sufre una variedad prematura de la enfermedad y por ello resulta tan difícil de aceptar la realidad tanto para su compañero (Alec Baldwin), como para sus tres hijos. Es que la enfermedad de Alzheimer está asociada tradicionalmente a la vejez, y Alice tiene sólo 50 años. Los responsables del film conocen el tema: basado en la novela de la neuróloga Lisa Genova, está codirigido por la dupla Wash Westmoreland y Richard Glatzer, quien padece de una esclerosis lateral amiotrófica. La película registra el proceso de su enfermedad, y las pérdidas que experimenta Alice: no sólo su extravío en el espacio, incluso en su propia casa, sino la de su profesión, sus recuerdos, su memoria; la pérdida de su persona, en suma. Por eso, se aferra a esas imágenes de su familia, tomadas en su adolescencia. La enfermedad produce en ella y su entorno las distintas reacciones habituales: negación, rechazo, vergüenza, enojo, huída. Para colmo, por ser hereditaria, se agrega el factor de la culpa, frente a su hija y sus futuros nietos. Como sucede a veces, es su hija más distante, tanto en el espacio como en el afecto, quien mejor la acompañará en su decadencia, transformando la crisis en una oportunidad. Kristen Stewart tiene una participación muy sensible y delicada, que revela además la conflictiva relación con su familia y la complejidad de los sentimientos de una hija frente a la enfermedad. A su lado, los demás personajes quedan desdibujados, apenas esbozados. Nunca me gusta valorar una película sólo por una actuación. Pero la de Julianne Moore es remarcable, lo mejor del film, y le ha valido el Oscar. (sabemos que la Academia de Hollywood prefiere actuaciones sobre enfermos o discapacitados). Sutil en su transformación, conmovedora en su confusión, tiene momentos sublimes, como cuando se pierde en el espacio, o en su pánico y desesperación, a medida que se va dando cuenta de que siempre se ha identificado con su intelecto, y está perdiendo todo por lo que ha trabajado en su vida. Las palabras que eran su material de trabajo se vacían de significado, pero lo más notable es cómo su rostro se va vaciando de a poco. Por eso las mejores escenas son aquellas silenciosas, como cuando Alice sostiene a su nieto en sus brazos, volviendo a otra escena primaria, o cuando su hija le lee un texto. Y logra superar a la banda sonora, que no cesa de intentar reblandecer todo el drama, quitándole rigor a su empática actuación.
Si no fuese por Julianne... Hay películas que si no fuera por tener en su rol protagónico a un actor de renombre estarían condenadas a la TV. Y no precisamente a señales como HBO que en los últimos años se ha caracterizado por ofrecer productos de una talla que muchas veces supera a la cinematográfica, sino a Hallmark o aquellos canales que se destacan por programar productos tan cursis como lacrimógenos. En Siempre Alice (Stll Alice, 2014) Julianne Moore interpreta a una profesora de lingüística de la Universidad de Columbia que acaba de cumplir 50 años. Alice tiene un marido adorable (Alec Baldwin) y tres hermosos hijos. Pero cuando está en el esplendor de su vida le detectan Alzheimer prematuro. Con un tema así era casi una obviedad que la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood le iba a dar el Oscar a esta estupenda actriz que sin duda se lo merecía y que tantas veces se le había sido negado. Pero, ¿es la mejor actuación de Julianne Moore? La respuesta es clara: No. La actriz, que ha brindado papeles inolvidables en Lejos del paraíso (Far from Heaven, 2002) o la reciente Polvo de estrellas ((Maps to the stars, 2014), hace lo que puede ante una historia que apela a todos los clisés posibles para narrar el deterioro mental que sufre Alice y como la enfermedad va destruyendo no solo su vida sino la de aquellos que la rodean. Dirigida a cuatro manos por Richard Glatzer y Wash Westmoreland, Siempre Alice no es más que un mediocre telefilm sensiblero, efectista y tan obvio que si no hubiera sido por Julianne Moore tal vez ni siquiera llegaría la TV.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
La enfermedad de la semana Ganadora del Oscar a la mejor actriz, la protagonista de Safe y Polvo de estrellas hace de una señora que un día descubre los primeros síntomas del Alzheimer. Impecable trabajo. Pero la película, de tan estandarizada, parece un tutorial emocional. Hasta hace un tiempo (veinte, treinta años), las películas se validaban por sus grados de autonomía con respecto a lo real. Lo que garantizaba la autonomía era la construcción de un mundo propio, voluntad que animaba todas las películas: las buenas y las malas. Cada vez es menos así. En la Edad Líquida, el cine es parte de un flujo audiovisual continuo/discontinuo, en el que todas las imágenes tienden a solubilizarse. Dejando de lado los últimos mohicanos, que todavía batallan por explorar las potencias autonómicas del cine, la película-media dejó de pertenecer a un espacio alterno y se volvió un dispositivo más, utilitario y anónimo, que sólo funciona en relación con el entorno. De allí tantas que están basadas “en un caso real” (el 50 por ciento de las nominadas a Mejor Película, en la última camada del Oscar), tantas que cumplen funciones (catárticas, vicarias, periodísticas, comunicacionales) y, sobre todo, tantas hechas “por nadie”, como las imágenes al paso del zapping o el cliqueo.¿Alguien sabe quién dirigió Selma, quién La teoría del todo, quién El código Enigma? ¿A alguien le importa? Lo mismo puede decirse de Siempre Alice, que también pertenece a la última cosecha del Dolby Theatre. Es ésa en la que Julianne Moore hace de una señora que un día descubre los primeros síntomas del Alzheimer. Enfermedad que permitió a la actriz de Boogie Nights, Safe y Polvo de estrellas ganar su primer Oscar. Las películas no deberían ser abordadas ya por críticos de cine. Esta clase de películas, al menos, por la sencilla razón de que son otra cosa. ¿Con qué criterio pensar una película que no se concibe a sí misma como construcción autónoma –mejor o peor, pero autónoma– sino como herramienta? Herramienta de empatía, en este caso. De catarsis emocional, eventualmente. ¿No sería más productivo llamar a un neurólogo o un psicólogo comunicacional?Es verdad que Siempre Alice deriva en parte –aunque seguramente jamás lo confesaría– de un género tan clásico como poco reconocido: los tearjerkers o “películas para llorar”. Y otro poco –filiación igualmente inconfensable– de uno televisivo, la “enfermedad de la semana”. Pero a lo que apunta básicamente la película escrita a partir de una novela y ¿dirigida? por Richard Glatzer y Wash Westmoreland es a hacerle experimentar al espectador qué cosa es vivir con Alzheimer, cuando se es demasiado joven para ello.Tal vez el verdadero género de Siempre Alice sea uno que hundiría sus raíces en YouTube: el tutorial emocional. A una película tan grado-cero uno hasta le pediría algún que otro golpe bajo. Uno lo da de entrada: Alice Howland, que pronto va a empezar a olvidarse de las palabras de todos los días, es una eminencia en... filología. ¿Hacía falta? No: el Alzheimer es una porquería hasta para un mudo.Es difícil contar Siempre Alice, porque lo que cuenta en Siempre Alice es una línea tan tenue como el desarrollo de la enfermedad. Ahorrándole al espectador, por suerte –aunque lo amaga– el final à la Amour. Empieza con el festejo de 50 de la protagonista, rodeada de parte de su familia: su marido (Alec Baldwin, firme como un toro), la hija mayor (Kate Bosworth, una rubia como de los ’50), su marido y el hermano del medio. La hermana mayor dispara la misma munición envenenada contra el hermano presente como contra la ausente, Lydia (Kristen Stewart), que está lejos y no tiene para pagarse el avión. Mamá irá a visitarla a Los Angeles, donde la chica trata de abrirse paso como actriz, sin mucha suerte. Mamá es convencional: quiere que Lydia emprenda una carrera “seria”, como sus dos hermanos, que siguieron Derecho y Medicina. Convencional, pero tolerante: insiste, pero al final acepta.A partir del momento en que Alice se olvida su primera palabra viene el ciclo de la enfermedad, que además del garrón de que los 50 no son edad para un Alzheimer, incluye otro detalle innecesario: lo de Alice es hereditario. Con lo cual se lo lega a los hijos. ¿Melodramón para llorar a lágrima viva? No. En tiempos de corrección política, de buenas maneras, de gestos civilizados, eso está muy mal visto. Lo máximo que se le permite a la espectadora (sí, espectadora; Siempre Alice es “cine para señoras de 50”) es alguna lagrimita medio que no se note mucho. Pero nada de andar llorando a los gritos en la sala, que es un papelón. ¿Es reprochable Siempre Alice? ¿Indignante, dañina? No. Las películas utilitarias jamás son eso. Justamente porque no se proponen pulsar a fondo los resortes del drama, sino conectar discretamente al espectador con su entorno (¿artificial?).De tan estandarizada, Siempre Alice parecería carecer de puesta en escena y hasta de rubros técnicos. Salvo un único recurso formal muy bien utilizado, en un par de ocasiones: el desenfoque, que transmite lo que está pasando en la cabeza de la protagonista. Julianne Moore está muy bien y Kristen Stewart también. Eso es todo. 5-SIEMPRE ALICE (Still Alice, EE.UU.,2014)Dirección y guión: Richard Glatzer y Wash Westmoreland, sobre libro de Lisa Genova.Duración: 101 minutos.Intérpretes: Julianne Moore, Alec Baldwin, Kristen Stewart, Kate Bosworth, Shane McRae, Hunter Parrish.
Cuando el cerebro se apaga Julianne Moore interpreta a una lingüista que a los 50 empieza a sufrir un tipo de Alzheimer que, de a poco, la hará perder sus recuerdos. Por este film la actriz ganó el Oscar. Un pequeño olvido, la mente en blanco por unos segundos, la palabra que no viene a la memoria en el momento indicado, son algunas de las alertas que se van enhebrando en la percepción de Alice Howland, una experta en lingüística de 50 años, que rápidamente toma nota de los síntomas y decide hacerse una serie de estudios, que determinan que padece un tipo de Alzheimer temprano y de carácter exponencial. Hay dos cuestiones que determinan en interés de Siempre Alice, en principio la dificultad que implica para el cine abordar historias que tienen como centro del relato a enfermedades terminales o degenerativas, teniendo en cuenta que aun en las mejores intenciones, este tipo de obras muchas veces se convierten en lacrimógenos repasos por el deterioro y, en paralelo, se recurre al conmovedor camino de la superación personal. El otro factor determinante en la puesta es Julianne Moore, una de las mejores actrices de su generación –su ductilidad abarca títulos tan disímiles como Vidas cruzadas, Juegos de placer, El gran Lebowski o Magnolia–, al parecer, dueña de un gigante abanico de posibilidades interpretativas que se arriesga con un territorio frágil que en cualquier momento podría significa caer en la trampa de la sobreactuación. Los directores Richard Glatzer y Wash Westmoreland abordan estos dos elementos de la puesta convencidos que uno (la enfermedad en la pantalla) deberá tener un tratamiento cuidadoso que esquive los golpes bajos, en tanto el otro (el factor Moore), la capacidad de la actriz para demostrar el desamparo, el desdibujamiento de su ser, será la principal arma para contrarrestar el primero. Pero la película no se plantea como un largo rodeo para abordar el nudo central del relato. Apenas transcurridos unos minutos donde se da un pantallazo a la feliz vida de Alice, como profesional distinguida y reconocida en su campo, un marido amoroso (buen trabajo de Alec Baldwin) y tres hijas en donde se destaca la relación tensa con Lydia (Kristen Stewart cada vez más precisa), y desde allí el diagnóstico, los extravíos, la cuestión del tiempo vivido y el que resta, que se va desdibujando a medida que la cruel enfermedad avanza y va borrando recuerdos, rostros, saberes y la tremenda confirmación que el cerebro se va apagando. Por esta interpretación Julianne Moore ganó con justicia el Oscar a la mejor actriz, pero más allá de su formidable tour de force, la película cumple con las exigencias que se autoimpone con inteligencia y la sensibilidad justa.
“Siempre Alice”: una lucha contra la marea Julianne Moore es una de las mejores actrices de nuestra generación, y de eso no hay duda. Participó de películas tanto icónicas como representativas de una época, como Boogie Nights, The Big Lebowski, Los niños del hombre, Magnolia y Las Horas, y ahora vuelve a la pantalla grande con Siempre Alice, un filme que explora el dilema familiar de una mujer extremadamente inteligente que comienza a perder su memoria. Protagonizado por Moore, Alec Baldwin y Kristen Stewart, el filme de Richard Glatzer y Wash Westmoreland cuenta la historia de Alice, que, a los cincuenta años, lo tiene todo: una cátedra de Lingüística en la Universidad de Columbia, un marido fiel y tres hijos adorables. Entre el trabajo y su familia, su vida es un torbellino, pero es lo que la hace feliz. Pero su vida da un vuelco cuando comienza a sufrir ciertos percances, como cuando un día sale a correr y, debido a una laguna mental espontánea, no sabe cómo volver a su casa. Pero no le dice nada a su familia. Decide averiguar qué es lo que le está pasando, y cómo afrontarlo sin preocupar a nadie, esperando que no se confirmen sus sospechas. Alice consulta a un neurólogo, que, luego de someterla a una serie de tests, determina lo peor, y la diagnostica con Alzheimer de inicio precoz. De esta manera, Alice tiene que afrontar las consecuencias que la enfermedad tiene en su matrimonio, su familia y su carrera. Y así como el Alzheimer afecta su vida para siempre, la carrera de Julianne Moore se definió completamente gracias a su brillante interpretación, que le valió un Oscar como Mejor Actriz en la última edición de los Premios de la Academia. Conmovedora, desgarradora y apasionante, Siempre Alice es un imperdible viaje que muestra cómo una mujer lucha contra lo inevitable para vivir su vida lo más plenamente posible a pesar de lo que le depara su destino, y de los grandes cambios que debe aceptar para poder disfrutar del tiempo que le queda con su familia, apegándose a las memorias que, poco a poco, van desmoronándose.
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Melodrama gana al drama. Julianne Moore es responsable del 99% del éxito de la película, por su valiosa y feroz interpretación. Julianne Moore -y es imperativo y hasta casi imposible no hablar de la intérprete antes que del personaje- no es de las actrices que se repitan. Como Meryl Streep, como Cate Blanchett y un puñado más puede hacer creíble el papel que sea, en las circunstancias que sean y bajo la dirección del que le toque en turno. Estamos hablando de la actriz de Boogie Nights, Lejos del paraíso, Las horas, El ocaso de un amor, Magnolia, Mi familia, Ciudad de ángeles, Niños del hombre y Polvo de estrellas: todos personajes disímiles y a los que Moore (54) supo desde su interpretación darles un cuerpo, y no una macchietta. Teniendo en consideración que a su Alice de Siempre Alice le diagnostican un extraño y prematuro Alzheimer, ya sabemos a los que nos podíamos enfrentar si otra hubiera sido la encargada de personificarla. Moore es todo fiereza cuando siente que el personaje está por perder, pero también delicadeza, entereza y desprotección. El hecho de que Alice sea una lingüista famosa puede hacer pasar como que la enfermedad tenga ribetes aún más trágicos. Pero el Mal de Alzheimer es terrible con cualquier ser humano. El matrimonio de directores Richard Glatzer y Wash Westmoreland -casados en la vida real- se centra en Alice. El libro en que se basa el filme fue escrito por una neurocientífica, Lisa Genova, y ellos deciden ver cómo la sorpresa afecta a la familia directa de la protagonista, pero siempre quedándose con Alice en primer plano. Esa familia tiene un casting ecléctico. Alice está casada con un biólogo (Alec Baldwin, que está muy bien y cambiando el rol de seductor que ya lo tenía gastado -a él y a todos-), y tiene tres hijos ya adultos, interpretados por Kate Bosworth (desperdiciada por completo como la hermana mayor, llena de clisés), Hunter Parrish y una Kristen Stewart que repite mohínes acostumbrados, pero que da bien, en definitiva, para ser la hija más próxima a su madre, aunque vivan a la distancia primero. Por fortuna, la película plantea cómo cada miembro del círculo cercano se preocupa y aproxima a Alice y su problemática, pero después, deciden, ante el imparable deterioro de la enfermedad, seguir con sus vidas. Y si se les plantean oportunidades, allá van. La película no juzga, cuestiona ni levanta el dedito. Hay ciertas diferencias con Iris (2001) con Judi Dench, que se concentraba también en la enfermedad, pero de la escritora Iris Murdoch. Y al estar Alice el 99 % en pantalla, lo que buscan los realizadores -la empatía- es difícil no lograrlo, más con la actuación de Moore. Que el filme se vuelque del drama hacia el melodrama puede gustar más o menos (mucho menos), pero Siempre Alice busca la emoción del espectador, y la consigue.
Sobriedad y fortaleza. En primer lugar, por delante de todo lo demás, hay una actriz extraordinaria llamada Julianne Moore, una belleza de más de 50 años, de una fotogenia y una versatilidad notables. La carrera de Moore comenzó a despegar cuando ya había cumplido los 30 años, con La mano que mece la cuna (Curtis Hanson, 1992). Moore es una de las cuatro personas que han ganado premios de actuación en los tres grandes festivales, es decir, Cannes, Berlín y Venecia. Los otros que han logrado la proeza son Sean Penn, Jack Lemmon y Juliette Binoche. Pero hasta hace unas semanas Moore era la única de ese selecto listado que no tenía un Oscar. Ahora ya lo tiene, y lo merecía. Sí, seguro que lo merecía también -todavía más- por Safe y Lejos del paraíso, de Todd Haynes. y por Boogie Nights, de Paul Thomas Anderson. Y tal vez por algunas otras. Pero lo ganó por Siempre Alice, la película en la que hace de lingüista prestigiosa, casada y con tres hijos adultos, a la que le diagnostican Alzheimer. Había una cantidad enorme de riesgos en el planteo del film, pero Glatzer y Westmoreland -la dupla de Quinceañera- trabajaron el guión y la puesta en escena con bienvenida sobriedad, y no hundieron las secuencias con el peso de truculencias típicas de muchas "películas de enfermedades". Eligieron una narrativa calma y tersa para contar un drama fuerte, y con esa decisión la película se fortalece notablemente. No hay desesperación estilística, no hay gritos visuales en los planos, no hay torpezas, como desorientar abusivamente la cámara cuando la protagonista pierde memoria espacial. Es cierto que la música subraya en exceso y está de más, y que alguna secuencia puede ser demasiado ilustrativa y didáctica, como la de la conferencia cerca del final. También es indudable que la comparación con Safe -otra película sobre una enfermedad centrada en Julianne Moore- no favorece a la más convencional Siempre Alice. Pero una película fluida, contenida, empática sin ser invasiva acerca de una enfermedad degenerativa es una ocurrencia bastante singular. Y la propuesta adquiere un relieve y un brillo particulares al apoyarse en tres actores cabalmente cinematográficos -de los que no necesitan excesos en el gesto, de los que dominan el plano con prestancia, de los que seducen con confianza- como Moore, Alec Baldwin y Kristen Stewart.
"No quiero ser historia" Apoyada completamente en la gran interpretación de la última ganadora del Oscar, “Siempre Alice” ofrece una historia sencilla y dramática sobre la lucha personal de una mujer contra una inesperada enfermedad. Julianne Moore, la talentosa y reconocida actriz que el año pasado ya nos había regalado una actuación impresionante en el último trabajo del siempre celebrado realizador David Cronenberg, vuelve a desplegar toda su profesionalidad en esta emotiva película donde su personaje es diagnosticada de Alzheimer pese a su joven (y hasta ahí nomas) edad. Junto a Moore hay un elenco de lujo que, si bien no brilla, acompaña de la mejor manera mientras le da vida a los integrantes de la familia de la protagonista. La versatilidad de Alec Baldwin (a quien hace poco lo vimos en la última película de “Torrente”) no nos sorprende demasiado, pero resulta agradable verlo trabajar nuevamente junto a Moore tras compartir pantalla en la serie televisiva “30 Rock”. Si de actuaciones inesperadas hablamos, es Kristen Stewart quien se lleva todas las miradas con su correctísima interpretación. Un pequeño papel que sirve para dejar en evidencia un talento que se mantiene vigente pero sigue volando bastante bajo. Escapando de golpes bajos innecesarios (y a los que el género parece haberse acostumbrado), “Still Alice” se consolida como una propuesta inteligente por recrear de forma realista la batalla de una mujer contra una enfermedad que la afecta en todos los ámbitos de su vida desde el primer momento. Sin embargo, lejos de dormirse en los laureles, la película arremete con fuerza también durante su segunda parte ya que muestra como la familia intenta lidiar no solo con lo dramático de la situación sino también con la necesidad de seguir desarrollando sus vidas de la mejor forma que sea posible mientras convive con las consecuencias de la enfermedad. Ahí, en esa arista que la dupla de realizadores/guionistas del film sabe explotar de forma precisa, es donde reposa la riqueza que convierte al relato en una historia atrapante. Para ser un drama, “Siempre Alice” es muy llevadera (no confundir esto con liviano) y el transcurso del film apenas se siente y gran parte de eso se debe a que los personajes secundarios son interesantes (no confundir con grandes interpretaciones de todos ellos). En definitiva, Richard Glatzer y Wash Westmoreland pulieron sin grandes aspiraciones y de forma original una piedra complicada que, sin dudas, de haber caído en otras manos hubiera resultado una lacrimógena propuesta digna de llevarse más de un premio Oscar según el paladar de la academia. Y ese hipotético panorama, no la harían una mejor película.
El calvario del Alzheimer con emoción contenida Julianne Moore se ganó el Oscar con esta descripción del Alzheimer temprano en una profesora universitaria que va percibiendo su propio retroceso hasta donde puede. Ella, Alice Howland, es una respetada autoridad en lingüística y psicología cognitiva, conferencista brillante con un marido también brillante, investigador científico, y tres hijos grandes de buen porvenir. En suma, una familia hermosa. Hasta que empiezan los primeros síntomas. Luego, cuando esos síntomas inicialmente atribuibles al stress confirmen su verdadera naturaleza, empezarán también la inquietud, la vergüenza, la angustia, la molestia, no sólo en la persona enferma, sino en sus allegados. El miedo a la transmisión hereditaria es muy fuerte en circunstancias como ésta. Más aún, tratándose de un caso de Alzheimer temprano. Alice apenas tiene 50 años recién cumplidos. Trabajo de medios tonos y emoción contenida, la película permite comprender varias cosas sobre esa enfermedad, pero, más que nada, sobre los sentimientos de una persona que se ve cada vez más perdida e indefensa, más alejada de aquello que fue su orgullo y fortaleza. No es fácil luchar en busca de una palabra para comunicarse, sentirse desubicada hasta en la propia casa, desplazada, depender de los otros, comprender que ya no entiende lo que pasa. Pero antes de eso, todavía hay tiempo y entendimiento para que le confíen tener en brazos a un recién nacido que acaso sea su nieto. O para explicar a los científicos que una persona en su estado todavía puede darse maña para evitar papelones, hacer deducciones lúcidas, y permanecer un tiempo más entre los suyos. Todavía. El título original es "Still Alice", todavía Alicia. Así se llama además la excelente novela de la neuróloga Lisa Genova en que se basa la película. Para el mercado hispanohablante, por alguna razón que quizá nos dijeron pero no recordamos, el libro y en consecuencia la película llevan el más cariñoso y consolador "Siempre Alice". Es un detalle. Otro detalle interesante, y doloroso, es que uno de los dos directores de este film, Richard Glatzer, sufre desde 2011 una esclerosis lateral amiotrófica que le dificulta el habla y el uso de las manos. Por suerte lo acompaña y complementa el otro director, su esposo Wash Westmoreland. Para interesados en el tema, se recomienda un documental sobre un caso de enorme esfuerzo personal y acompañamiento familiar: "Bicicleta, cuchara, manzana", de Carlés Bosch, retrato de Pasqual Maragall, que fue alcalde de Barcelona, presidente de la Generalitat de Catalunya, desde el 2007 lucha contra su propio Alzheimer, y desde el 2008 encabeza una fundación con su nombre, que impulsa la prevención y el cuidado de ésa y otras enfermedades neurodegenerativas.
Give or take, your average Hollywood terminal disease is made up of the following ingredients: a graphic depiction of the worst symptoms of said disease, a good number of blows below the belt, a melodramatic approach to the patient’s long pain, exploitative and manipulative manoeuvres to gain the viewers’ sympathy, an awful deterioration of the patient, some moments of implausible triumph over the disease, a heavily sentimental tone throughout, and a life-affirming message — despite it all. Think of The Faults in Our Stars, My Sister’s Keepers, Letters to God, or Dying Young. All of them are unabashedly intent on making the viewers weep and experience catharsis so they can leave the movie theatre feeling they’ve felt the right thing. To a large degree, Richard Glatzer and Wash Westmoreland’s Still Alice doesn’t indulge in almost any of these ill-fated choices. Based on Lisa Genova’s novel, Still Alice follows the tribulations of Alice (Julianne Moore) a nearly 50-year-old talented linguistics professor who after experiencing symptoms of memory loss is diagnosed with Alzheimer’s disease, albeit in its early stages. Hers is a very rare case, as most people only get the disease in their late sixties or early seventies, but nonetheless it will unfold as any regular case. Cleary knowing how she will end up and somehow accepting it, Alice still puts up a fight in order to remain the person she’s always been for as long as possible: a person with an identity, in touch with her loved ones, and with much cherished memories. So instead of being your average Hollywood terminal disease, Still Alice eschews most of the obvious traits that would’ve turned it into a miserable tearjerker. Yet it does resort to some needless sentimentality to stress dire circumstances that are already hard to endure. Not that it is undue, but the point is whether it’s truly necessary or not. I believe it’s not. On the other hand, it portrays some stages of the disease in a moderately controlled manner. And I’d dare say there are no blows below the belt. Viewers’ empathy is gained through the simplest means: by straightforwardly exposing Alzheimer’s different stages until the very end. Then again, to tone down the ending suggesting she can hold on forever to some memories of love is not exactly fair — even if it’s meant to be poetic and not literal. And the life-affirming, well-meant message conveyed through Alice’s public testimony at a convention feels like Hollywood stuff more than anything else. Plus the screenplay’s examination of the entire affair is not as complex as you’d expect from a drama that could have certainly been more layered and nuanced. Sometimes Still Alice doesn’t probe deep enough — and it doesn’t want to. But the best news is that Julianne Moore’s compellingly underplayed performance, for which she won an Oscar for Best Actress, is to be praised. Granted, these are the kind of roles that the Academy tends to favour — instead of her more complex part, and better performance, in Cronenberg’s disturbing Maps to the Stars — and yet Moore raises significantly above the standard and always takes a step back when many other actresses would have gone over the top. At the same time, she manages to be as vulnerable and aching as you’d think her character is. It’s her who really makes a difference here.
Un tema difícil, el alzhaimer prematuro que atrapa a una mujer talentosa, exitosa, y el avance inexorable sobre su cuerpo, su mente brillante, su familia. Es una exploración delicada y contundente de todo lo que ocurre en su entorno público y privado. Pero el alma del film es Julianne Moore, con un trabajo delicado, único y profundo, que nos hace comprender que era la mejor merecedora al Oscar a la mejor actriz. Un film pequeño e intenso, que brilla por no caer en excesos, de una estética cuidada.
Un viaje hacia el olvido La historia de una mujer enferma de Alzheimer emociona sin estridencias. Si uno pusiera el piloto automático, o si mantuviera con mayor o menor esfuerzo la distancia emocional y se ocupara de impedir que se derriben los prejuicios y preconceptos, probablemente menospreciaría Siempre Alice como la típica película de enfermedad cuya única virtud es el trabajo de Julianne Moore, que ganó el Oscar, claro, obvio, gracias a un papel que mueve a las lágrimas. Pero sería injusto, porque si bien Siempre Alice no viene a revolucionar el lenguaje cinematográfico (¿cuántas películas lo hacen?) cuenta una historia con sensibilidad, inteligencia y un pulso narrativo firme, que maneja las elipsis con habilidad, y que sí, está protagonizada por una magistral Julianne Moore pero no sólo eso: la acompaña un grupo muy sólido de actores secundarios entre los que se destacan Alec Baldwin (su marido, firme y seguro pero vulnerable hacia el final) y una excepcional Kristen Stewart (su hija rebelde, aspirante a actriz). La película está basada en el best-seller de Lisa Genova –autopublicado por la escritora y que gracias a su fenomenal éxito fue adquirido por Simon & Schuster– y cuenta la historia de Alice Howland, una prestigiosa profesora de lingüística en la Universidad de Columbia, felizmente casada y con tres hijos adultos, que a poco de cumplir 50 años es diagnosticada con Alzheimer precoz. La progresión de la película, muy precisa en los momentos que elige contar y en sus saltos temporales, va mostrando el deterioro de Alice, desde que lucha con la ayuda de su inteligencia y de la tecnología contra los olvidos leves y parciales del principio, hasta que finalmente ya casi no reconoce a sus hijos ni puede hablar. Aunque sea algo extracinematográfico, es imposible no mencionar que la película fue dirigida por la dupla Richard Glatzer y Wash Westmoreland, matrimonio en la vida real, que la dirigieron mientras Glatzer sufría de otra enfermedad degenerativa (esclerosis lateral amiotrófica en su caso). Glatzer fue hospitalizado dos días antes de la entrega de los Oscar y vio la ceremonia junto a su marido en el hospital. Murió el martes a los 63 años. Es extracinematográfico, sí, pero algo de esa historia se debe haber colado en la realización de la película, porque mucho de lo que se cuenta tiene que ver no sólo con el deterioro de Alice sino con la reacción de su familia, sobre todo la reacción a una enfermedad que tiene tanto que ver con las relaciones. “Ojalá tuviera cáncer”, dice en un momento Alice. “No sería tan vergonzoso. Cuando tenés cáncer la gente usa moños rosas por vos, organizan caminatas, juntan dinero…” No hay demasiados momentos como ese –de confesiones fuertes, de melodrama–, sólo los justos y necesarios. Siempre Alice se mantiene en un tono hasta cierto punto neutro, sin demasiado llanto –aunque alguno hay, por supuesto, y está bien que lo haya– ni gritos ni conflictos más allá que el principal. La familia de Alice es adorable, sana, pero no es inhumanamente perfecta, tiene los defectos y conflictos de toda familia. Muchas veces es más fácil reconocer una película mala que una película buena. Siempre Alice no tiene virtudes muy estridentes –más allá del trabajo de Moore, “aclamado universalmente”, como se dice– pero toma de las narices al espectador y lo lleva de viaje. Un viaje triste pero también, en un punto, reconfortante. ¿Cuántas películas lo hacen?
El dolor de olvidar Alice es una renombrada profesora de Lingüística. Tiene un buen trabajo, una linda familia, una vida casi idílica. Cuando empieza a notar que se le olvidan algunas palabras específicas, o reconocer gente, decide empezar a hacerse estudios. Por desgracia le diagnostican Alzheimer temprano. Así empieza una lucha de Alice por conservar los recuerdos de todo lo que amó en su vida, mientras intenta mantenerse a flote para su familia. Memoria imperfecta siempre_aliceAquellos que vieron Blue Jasmine hace unos años, van a notar varios paralelismos con Siempre Alice, y no solo por la presencia de Alec Baldwin. Ambas películas se sostienen principalmente por el enorme trabajo de sus actrices principales, acompañadas por una historia que cumple sin más. Siempre es complicado contar historias de enfermedades sin caer en el golpe bajo, y acá por suerte los guionistas que adaptaron el libro de Lisa Genova (titulado con el mismo nombre) lograron evitar las lagrimas fáciles y los lugares comunes. El problema viene cuando se abren un par de sub-tramas que jamás logran desarrollarse (una hija enferma, llamadas sospechosas por parte del marido). Si bien la película es corta en su duración, cuando se tiran posibles historias secundarias que no se concluyen, pareciera que es más relleno que otra cosa. Es una pena porque estos hilos argumentales parecían interesantes. Obviamente el trabajo de Julianne Moore es clave para retratar a una mujer que prácticamente lo tenía todo, y que debido a una enfermedad no solo su mente ira degradándose, si no su cuerpo y la dinámica de toda su familia. Por desgracia el resto del elenco solo se limita a cumplir. Alec Baldwin está bastante desaprovechado, siendo que podría haber dado más de sí en su dupla con la colorada. Es una pena que el trabajo de dirección sea tan plano y con poco sello propio. La dupla de directores en vez de arriesgarse por jugar con la enfermedad mental de la protagonista, se decantan por una dirección genérica, sin personalidad, de esas que bien podrían haber sido realizadas por estudiantes de primer año de cine, y no se notaba la diferencia. Es una pena que teniendo algo tan jugoso en manos, no se le pudiera sacar más provecho. Conclusión Siempre Alice es un aceptable drama, que destaca por sobre la media por el trabajo de su protagonista. Luego de verla es entendible como ganó la estatuilla en los últimos premios Oscar. Pero también queda en claro porqué fue la única nominada a algo en una película que tenía bastante más potencial del que sus directores vaya uno a saber porque, no lograron explotar.
Enfermos singulares Son crueles las enfermedades degenerativas de la mente, qué duda cabe. Pero bien es cierto que la singularidad de las personas -por una imposición cultural inconsciente, o perversamente consciente- nos lleva a lamentar en mayor o menor medida el padecimiento ajeno. Entendemos -y es muy cruel esto que voy a decir- que un abuelo con Alzheimer es algo más común que una señora de 50 con Alzheimer. Nos genera mayor sensación de dolor, o de angustia porque pensamos a esta señora como alguien mucho más cercano a nuestro universo etario. En definitiva, nos hace pensar en nuestra propia degradación. En ese sentido, Siempre Alice -la simple y algo efectista película de Richard Glatzer y Wash Westmoreland- realiza una operación similar al construir una serie de vínculos familiares con fuerzas desparejas, donde el interés está focalizado en algunos de ellos, generando en el espectador una búsqueda dirigida de esa piedad. En Siempre Alice tenemos un matrimonio -Julianne Moore y Alec Baldwin- y tres hijos -Kristen Stewart, Kate Bosworth, Hunter Parrish-. Pero la película sólo hará hincapié en tres de ellos: la padeciente, doctora en lingüística; su marido, médico y muy profesional; y una de sus hijas, aspirante a actriz, algo alejada del hogar. Los otros dos serán elementos funcionales en algún momento, pero como para la historia carecen de interés dramático los realizadores han entendido que también deben ser intrascendentes para los espectadores. Y se los deja en un notable espacio off. Esas tres puntas, entonces, serán las que brindarán la serie de emociones que plantea el film, vinculadas no tanto con la enfermedad como hecho específico, sino con sus consecuencias y con la forma en que gradualmente una dolencia de este tipo va imponiendo una distancia entre el cuerpo y la mente; entre el deseo y la necesidad; entre el yo y el afuera. ¿Cuánto de nosotros seguimos siendo en el mismísimo instante en que una enfermedad como esta comienza a hacer mella? Esa sensación de “preferencia” ante un padeciente por sobre otro que señalábamos antes, queda explícito en el personaje que aquí sufre el Alzheimer. Alice (Moore) no sólo es una señora de 50 con Alzheimer -raro- sino que además es una especialista en lengua, lo cual lleva a lamentar doblemente la presencia de la enfermedad. A ver, no estamos en el terreno de 12 años de esclavitud, donde al fin de cuentas se deploraba el hecho de que el protagonista era un hombre libre y no tanto la esclavitud en sí, sino que Siempre Alice hace propio un sentir social y cultural. Que el enfermo no sea cualquiera, esa singularidad, lo hace distinguible. Y como toda distinción, su impacto es mayor. Está claro que desde la tesis, Siempre Alice es una película muy interesante en las implicancias sociales que plantea. El problema es que desde la puesta en escena, la dupla Glatzer-Westmoreland no puede salir de cierta vulgaridad, y entiéndase esto no como algo ordinario o soez sino como poco arriesgado y demasiado común. Más allá de algunas escenas donde el trabajo con el foco evidencia el proceso de pérdida gradual de la protagonista, no hay mayores elementos que convoquen aquí la presencia del cine. Telefilm sin demasiado vuelo, que cuando no sabe cómo sugerir algo lo dice o muestra, Siempre Alice termina sosteniéndose en las actuaciones. Moore está excelente, porque muestra el derrotero de su personaje sin exageraciones, evidenciando en la mirada horrorizada de mujer inteligente y consciente su progresiva ausencia; Baldwin está perfecto como ese marido profesional que no sabe qué hacer, y dice más en sus silencios que con sus palabras y muestra su afecto como puede; y sensacional está Stewart, demostrando que es mucho más que lo que la saga Crepúsculo le dejó hacer: aquí, una hija con un vínculo tirante, que termina haciendo las paces con su madre al descubrir en ese rostro intransigente el más primal de los sentimientos. Es verdad que Siempre Alice no se recuesta inconscientemente en su elenco, sino que lo busca como una forma de otorgarle un peso a su propuesta. En esa ida y vuelta entre la historia y el elenco, en esa devolución, el film encuentra un tono medido y distante, algo que otros rubros como la música se empecinan en derrumbar con su sentimentalismo.
Por siempre Julianne Moore Siempre Alice, el filme que le dio un Oscar a Julianne Moore por interpretar a una mujer que sufre Alzheimer, es uno de los más deslumbrantes trabajos de la actriz. Las palabras. De ellas depende nuestro mundo, inevitablemente lingüístico, y también el endeble edificio del yo, a pesar de que siempre existe esa tara y obstinación en creer que las cosas importantes están más allá de las palabras. Paradoja maldita: una lingüista exitosa tendrá que confrontarse con un prematuro tipo de Alzheimer. Primero olvidará algunas palabras, luego se debilitará su sentido de orientación, más tarde dejará de reconocer a sus seres queridos y un día será un yo sin yo o una criatura sin anclaje en su identidad. La trama no es otra que el triunfo de una enfermedad que desorganiza exteriormente el lenguaje y destituye interiormente la memoria de quien la padece. Siempre Alice es esencialmente un combate contra la erosión involuntaria de la consciencia. Película extraña Siempre Alice, basada en la novela de la neuróloga Lisa Genova de título homónimo y dirigida por el recientemente fallecido Richard Glatzer y Wash Westmoreland. Por un lado, el filme se entrega dócilmente al requerimiento del drama prefabricado: lo que sucede con la relación con los hijos es tan predecible como esquemático, incluso cuando los tres estén sometidos a un posible deterioro neuronal en el futuro por una cuestión de herencia. Esa variación dramática no suma ningún sobresalto. La hija rebelde de Alice (Kristen Stewart), que desea ser actriz aun cuando la desaprobación de su madre es una constante, es la que estará más cerca de su madre en el preciso instante en que la ausencia y el olvido se impongan. Es un vínculo distinto, pero todo queda en un amague. Lo que sucede con el personaje del marido interpretado por Alec Baldwin es también del orden de lo previsible. Sufre estoicamente, acompaña fielmente y no dejará de hacer su vida. Acciones de guion tan legítimas como prescindibles. La familia, por otra parte, es de clase alta, lo que permite constatar que frente a una desgracia de esta naturaleza la posición económica puede contrarrestar la desesperación inmediata. La agonía se matiza: una hermosa casa en la playa apacigua, no menos que un ejército de computadoras y teléfonos con el logo de la manzanita. ¿Un aviso subliminal? Una de las intuiciones del filme estriba en cómo la evolución digital puede jugar a favor de luchar minuto a minuto contra el Alzheimer. A propósito de esto, hay una escena genial que lleva hasta el límite los usos de la tecnología. Es una lástima que no todos puedan comprar las creaciones de Steve Jobs. Pero si Siempre Alice no se hunde en su determinismo hollywoodense, el cual exige conmover por todos los medios, se debe a que Julianne Moore es demasiado buena como para justificar la apoteosis de la lástima como sentimiento profundo. Todo su cuerpo parece empeñarse en vencer las fórmulas del drama, todos sus gestos conjuran la grandilocuencia del sufrimiento. Hasta sus pecas se rebelan frente a la convención. El plano medio fijo y sostenido de la primera visita al médico (sin el canónico contraplano para observar al especialista, una decisión de puesta en escena ajena al resto del filme) con el que se la ve recibir la noticia de que algo no está bien en su conducta es antológico. Moore recibe el diagnóstico como si nunca hubiera leído el guion y desconociera que le espera el infierno. El Alzheimer podrá con Alice, pero Moore es invencible.
En SIEMPRE ALICE, JULIANNE MOORE es una renombrada profesora que en el pico de su carrera, es diagnosticada con un prematuro caso de Alzheimer, y a partir de esto, deberá aprender a lidiar con esta enfermedad, seguir presente en su familia y, sobre todo, a no olvidarse de sí misma. Estamos ante una película conmovedora, que llega a lo más profundo de los espectadores gracias a su simpleza su relato realista, casi documental y las logradas interpretaciones. Un relato en primera persona melancólico y cercano. La labor de JULIANNE MOORE es sencillamente brillante, gracias a ella podemos vivir en carne propia el terror que genera en el enfermo la certeza de que pronto no sabrá quien es, ni recordara a sus seres queridos. También resulta sorprendente el trabajo de interpretación de KRISTEN STEWART encarnando a Lydia la hija de la protagonista, entrando a la adultez actoral con un papel plagado de matices. Cine independiente de calidad, para aplaudir de pie.
¿Que quedará de mi? La historia comienza la noche en que Alice Howland (Julianne Moore) festeja su cumpleaños número cincuenta con su esposo y sus tres hijos, en un elegante restaurant. Alice tiene una muy buena vida, es una reconocida profesora de lingüística y tiene una hermosa familia. Pero pronto recibe un terrible diagnóstico: tiene un extraño tipo de Alzheimer hereditario, y por eso la enfermedad se le ha declarado siendo una mujer joven. Alice hace entonces todo lo posible por mantenerse en pie, sabiendo que tarde o temprano, la enfermedad va a arrasar con ella. Narrada de forma y prolija y serena, sin golpes bajos, pero sin ahorrar detalles, la película muestra la degradación de Alice, lo que comienza con pequeños olvidos, termina llevándose todo lo que hay en su memoria. El terrible proceso lo sufren tanto ella como su familia, quienes sienten tristeza e impotencia, y ven como esa mujer entera y fuerte, quien contenía a todos, termina convirtiéndose en una carga. Armada como uno de esos dramas sobre enfermedades que tanto le gustan a Hollywood, con actores taquilleros y una buena producción; la película no tiene el enfoque social que pueden tener otros filmes sobre enfermedades como "Philadelphia" o "Dallas Buyers Club", sino que se centra simplemente en el núcleo familiar, y la visión de la protagonista sobre su propia enfermedad, quien se plantea qué quedará de ella, si todo lo que ha construido desaparece, los recuerdos, la memoria, el aprendizaje, ¿qué es lo que queda cuando eso ya no esta? ¿Somos aún nosotros si ya no tenemos todo aquello que nuestra mente ha construido? "Siempre Alice" es otra película sobre el Alzheimer, prolijamente dirigida, y con un buen elenco, pero que sobresale del resto gracias a la extraordinaria actuación de Julianne Moore, quien interpreta brillantemente a esta mujer, en todas las etapas de su enfermedad, de forma detallada, minuciosa, sin sobresaltos ni escenas exageradas, sosteniendo todo el film.
Antes de salir, ella necesita ir al baño. Baja las escaleras, abre puertas, deambula, se confunde de nuevo con el vestidor, se pierde… De repente, su casa, aquel lugar que era su sitio en el mundo, se convierte en un infierno y no sabe cómo moverse. Entonces, se da cuenta de que todo será más difícil de lo que creía y que quizás necesite recurrir a medidas extremas si se presentara el caso. Pero antes de llegar al momento anterior, Alice Howland (Julianne Moore) ya comprende que algo no anda bien pues, de repente, se olvida de ciertas palabras o cosas y ya había sufrido algunos aturdimientos en otros lugares que le resultaban familiares. Entonces, comienza a acudir a un neurólogo que, al principio, sólo se trata de una voz sin rostro. Aunque por precaución le oculta las visitas tanto a su esposo John (Alec Baldwin) como a sus tres hijos Anna (Kate Bosworth), Tom (Hunter Parrish) y Lydia (Kristen Stewart), llegará una instancia en la cual Alice deberá develar su secreto para poder realizarse ciertos estudios. Y los resultados son los evidentes: Alice padece una especie particular y rara de Alzheimer (genético) en grado uno. Por tal motivo, sus hijos se someten a estudios para comprobar si heredaron la enfermedad. A Tom le da negativo, Lydia prefiere no saber y Anna es positiva; hecho que, en ciertas escenas de la película, generará un alejamiento entre madre e hija. En Siempre Alice, basada en el best-seller homónimo de la escritora Lisa Genova, los directores Wash Westmoreland y Richard Glatzer buscan realzar el aspecto social de la enfermedad tanto a través de la modificación de la dinámica familiar como en las diversas miradas que el Alzheimer provoca. Por tal motivo, se refuerzan las escenas en las cuales Alice reprueba la compasión o que la traten diferente por tener la enfermedad. Mientras que Moore construye un personaje que crece a lo largo del filme y que transita por una serie de etapas bastante diferenciables, los papeles de Bosworth y Stewart resultan bastante chatos y carentes de matices. La película recupera un tema de importancia y busca enfocarlo desde una mirada fuertemente social y crítica hacia la compasión. Sin embargo, los directores reúnen una serie de elementos para conformar el espectro Alice como su temprana edad para adquirir la enfermedad, la rareza de su caso o que sea profesora de Lingüística en la Universidad de Columbia, que actúan del modo contrario volviéndola efectista y ligada al sentimentalismo. Por tal motivo, se desarrolla una lucha en la que, al final, lo inevitable se antepone al esfuerzo: la batalla se pierde y todo el brío se reduce a un encadenamiento de lamentos, como si todo aquello que se busca redimir no fuera más que la excusa para acercarse al mismo pañuelo que antes se rehusó a utilizar. Por Brenda Caletti redaccion@cineramaplus.com.ar
Alice y su dolorosa lucha contra pérdidas y olvidos. “El arte de perder no es tan difícil de dominar”, dice Alice al hablar en público de su enfermedad, un Alzheimer prematuro que la va dejando sin nada. Cita a la poeta Elizabeth Bishop y explica “que muchas cosas nos empiezan a faltar, pero no es un desastre. Hay que aprender a perder cosas cada día”. Y la frase va más allá del Alzheimer y suena a enseñanza de vida. Alice Howland, una mujer felizmente casada y con tres hijos, es una reconocida profesora de lingüística que comienza a olvidar palabras. ¿Qué le pasa? El devastador diagnóstico la obligará a emprender una desgarradora y conmovedora lucha para mantenerse conectada con la persona que alguna vez fue y que de a poco la va abandonando. A partir de ahí, Alice entablará una dolorosa lucha contra el olvido. Advierte que lentamente irá perdiendo todo lo que fue acumulando en su vida. Y que el imparable deterioro se va quedando con todos sus recuerdos. “¿Quién nos tomara en serio cuando dejemos de ser lo que fuimos?”, se pregunta. Lucida y resignada, va tanteando los caminos que tiene por delante. Repasa fotos familiares, se ha grabado en la PC y se escucha a sí misma cuando necesita ubicarse. “No sufro –le cuenta sus oyentes- , lucho por seguir conectada a la vida”. Su hija al final dirá algo que a todos nos llega: “Nada está perdido para siempre. La vida es un progreso doloroso que anhela lo que va dejando atrás y sueña por adelantado”. Es un film serio, previsible, respetable, convencional, que no profundiza, pero tampoco es lastimoso ni lacrimógeno. Tiene como excluyente protagonista a esa Alice que se va apagando. El film no se aparta de ella, incluso desdibuja a todos los demás. Julianne Moore está estupenda. Sin exagerar, sin falso histrionismo, compone con mucha humanidad a una mujer que pasa de la sorpresa al dolor, de la bronca a la vergüenza, del desamparo al olvido. Sus largos planos silenciosos expresan el tamaño de su vacío. Ella, en sus fugaces raptos de lucidez, aprenderá que la vida es una constante pérdida que, de a ratos, ofrece el pálido consuelo de permitirle recuperar lo que tanto se tuvo y ya no vuelve. Los realizadores Richard Glatzer y Wash Westmoreland vuelven sobre estos temas. Y lo hacen adoptando el trazo de un melodrama algo didáctico que reseña enfermedades poco conocidas y busca echar luz sobre el alma de sus enfermos. No siempre lo logran. Curiosamente, el martes, dos días antes de este estreno, uno de ellos, Richard Glatzer, murió como consecuencia de una esclerosis lateral amiotrópica, un enfermedad que desde hace mucho lo aquejaba y que sin duda le viene a añadir otro sentido a esas palabras que Kristen Stewart al final le dice a Alice (y también a él) : “La vida es un progreso doloroso que anhela lo que va dejando atrás”.
Crítica emitida por radio.
Esta es la película por la cual Julianne Moore ganó el Oscar. Julianne Moore es una actriz gigante y alguna vez hizo una obra maestra interpretando a una mujer enferma, “Safe”, de Todd Haynes, que nunca se estrenó aquí. “Siempre…” es la historia de una mujer joven que transita el Alzheimer desde el diagnóstico hasta la pérdida de toda referencia, y es claro que Moore hace todo bien en lo que a ella respecta. La historia es simple, los actores parecen personas, etcétera. El problema básico de un film como este, casi proselitista es que la actuación de Julianne Moore es un efecto especial, un alarde técnico, nada más. Sin perjuicio de que alguien se sienta tocado por el drama que plantea, lo que es cierto es que la película, más allá de algunos momentos de tensión logrados, es en general anodina y a reglamento. Poquísimo para el cine, aunque efectivo para ganar algún premio. Si puede y la consigue, de paso, vea “Safe”.
Crítica emitida por radio.
Julianne Moore nos ofrece una interpretación excelente que puede quedar grabada en la retina de los espectadores por años. Narra la conmovedora historia de Alice Howland (Julianne Moore) una profesional extraordinaria, inteligente, madre de tres hijos adultos y esposa que vive en una hermosa casa en Manhattan a orillas del mar de Long Island. A los 50 años se encuentra pasando su mejor momento, ha logrado tener lo que toda persona puede llegar a desear: una hermosa familia (con las diferencias que puede tener cualquiera), un buen esposo, una buena posición económica, reconocimiento en su carrera, en fin es una triunfadora. Pero un día recibe el peor de los diagnósticos: es posible que haya heredado el Alzheimer de su fallecido padre (que era alcohólico), se encuentra en primera etapa y además existe la posibilidad que se desarrollarse en sus hijos. Todo es devastador, desde como va avanzando esta enfermedad hasta como una persona que lo tiene todo puede olvidarse de su familia y los momentos vividos. Con el correr de los minutos vamos viendo como todo va girando alrededor de la protagonista en una actuación soberbia de Julianne Moore (su expresión, su rostro, sus ojos, sus gestos, el vacío, el dolor, la pérdida y el proceso de la enfermedad) en la que demuestra una vez más todo su oficio. Esta mujer intenta por todos los medios que la enfermedad a medida que avance no anule su existencia, va buscando ayuda en la tecnología se apoya en su Smartphone para ir recordando sus actividades, además de un cuestionario para ejercitar su memoria entre otros exámenes. Ella se encontraba un poco alejada de su hija Lydia Howland (Kristen Stewart), la rebelde de la familia, quien decidió seguir con su carrera como actriz a pesar que su madre quería que sea abogada o doctora como sus hermanos. Pero Lydia es la única que muestra fortaleza y entereza, es la que se mantiene al lado de su madre en los momentos más difíciles. Este personaje logra destacarse aunque todo gira en torno a la protagonista. El resto de los personajes van encarando la situación a su manera: John (Alec Baldwin) es médico e intenta contenerla y también están sus otros dos hijos: Tom (Hunter Parrish), estudiante de medicina y Anna (Kate Bosworth), abogada y casada que intenta tener una familia, estos personajes se destacan poco. La historia es bastante conmovedora pero sus directores la van matizando con diálogos interesantes, distintas situaciones que van contrastando, bellos paisajes, toques de humor, un buen manejo de cámara otorgando los distintos planos, como el plano corto resaltando las situaciones más estremecedoras y con la música de Ilan Eshkeri (“La joven Victoria”) que acompaña en los momentos más vibrantes. El tema esta tratado con mucho respeto, nos ofrece una lección de vida y nos enseña a valorar lo que tenemos.
Encontrarse en el amor Tenía toda la esperanza y así sucedió. Julianne Moore estaba nominada como mejor actriz por su protagónico en Siempre Alice (Still Alice) para el Oscar y la estatuilla fue para ella. Después de mucho tiempo de preparación Julianne logró encarnar a una mujer que sufre de Alzheimer prematuro pero desde un lugar más humano y sin golpes bajos. Pero no solo ella estuvo al frente de esta odisea sino también su director Richard Glatzer que acaba de fallecer tras luchar contra la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ALS) –mismo diagnóstico que Stephen Hawking, retratado recientemente en La Teoría del Todo-, y durante el periodo de filmación siguió adelante, como la protagonista de su película, para dar a conocer como una enfermedad se apodera de la vida. En los últimos años, varios films han retratado el Alzheimer como lo hizo Siempre Alice: Diario de una Pasión, Lejos de Ella, Amour, Nebraska, entre otros. Y de manera indirecta se encuentran películas como: El Hijo de la Novia, La Separación, St. Vincent, La Familia Savages. Pero ninguna se centra desde el rol protagónico sino de quién lo rodea e intenta traerlo de nuevo a este lado del mundo. Julianne Moore y un colosal trabajo en Siempre Alice. Alice es una reconocida profesora de lingüística y detecta sutilmente que algunas palabras, como quién dice, le quedan “en la punta de la lengua”. Luego llegará la desorientación, la pérdida del tiempo y el espacio, y la duda de tener una enfermedad cancerígena. Pero lo que vale de Siempre Alice, no es que sea una persona dedicada al lenguaje, joven e inteligente sino la manera en la que ella afronta esta pérdida de recuerdos más que de memoria. Alice siempre está presente más allá de su ausencia. Siempre Alice no es una película para llorar ya que no se regocija en la enfermedad sino de invertir ese dolor en un acto de amor.
Llega Still Alice, la película que le valió, finalmente, el Oscar a Julianne Moore. Alice es una persona exitosa e inteligente, con una buena familia y un futuro tan prometedor como su presente como lingüista. Hasta que, primero gradualmente y luego de manera más rápida, se empieza a manifestar una enfermedad, poco común para su edad, como lo es el Alzheimer. Primero algunos olvidos más triviales, hasta que de repente Alice sale a correr y no logra recordar cómo llegar a su casa. O, en un momento aún peor de la enfermedad, no puede encontrar un cuarto de su propio hogar. Como si de repente todo le fuera nuevo, y sus recuerdos se le hubiesen ido volando. Still Alice tiene todo para haber logrado que Julianne Moore se llevara un Oscar. Una actriz que ya había estado nominada y que recién ahora es galadornada y ni más ni menos que por una película olvidable, que no llega a estar a la altura de sus otros trabajos. Una película que parece salida del canal Hallmark, una especie de telefilm que se apoya exclusivamente en su actriz para llamar la atención, y ella, que todo lo puede, entrega todo al personaje. Pero si no fuera por Julianne, el film sería más que olvidable. Dirigido de manera pobre y con un desarrollo de personajes secundarios muy desparejo, Still Alice es una película que Virginia Lago va adorar pasar en su programa de la tarde. Hay un intento por mostrar las diferentes relaciones entre madres e hijas, con las dos hijas que el personaje tiene, pero queda a mitad de camino, especialmente en lo que conlleva al personaje de Kate Bosworth. Kristen Stewart, actriz de la cual en general no se espera demasiado, no está mal pero no puede hacer nada con un personaje estereotipado, la hija que quiere ser artista y la madre intelectual que siempre le insistió para que siguiera una carrera, hasta que al final, es ella quien la acompaña en los momentos más difíciles. También está Alec Baldwin, entregando una actuación seria, como a la que no nos tiene acostumbrados. Es que de hecho, la película que fue filmada en 23 días, no cuenta con una pizca de humor. Desde el vamos se percibe para qué existe, ni siquiera parecería que el propósito principal fuera retratar una enfermedad tan dura como lo es el Alzheimer (especialmente este tipo de Alzheimer, porque llega más temprano y más rápido se va apoderando de uno), sino que busca emocionar de una manera forzada y subrayada. Resumiendo, Julianne Moore demuestra la gran actriz que es, aunque no pueda evitar caer en la sobreactuación. Pero no hay otra razón para recomendar un film olvidable como Still Alice, políticamente correcto y que no puede evitar caer en cada estereotipo posible.
Una discusión recurrente es si una película puede ser buena pese a un guión malo. Equivalente a decir que el peso de la misma recae en la figura del director. Hay quienes aseguran, en cambio, que un buen guión es imprescindible para obtener un buen film, al margen del realizador. Está claro que estas discusiones y comparaciones nunca llegan a quedar zanjadas y que se reactualizan de tanto en tanto a partir de alguna nueva producción o un clásico revisitado. Ahora bien, está mucho más naturalizado el hecho de apreciar el trabajo de un actor o una actriz, independientemente de la calidad de la película, y no tejer juicios de valor sobre qué figura (actor/actriz, director o guionista) es más importante. Sin embargo, “Simplemente Alice” en ese sentido es rotunda: todo queda eclipsado por el trabajo de Julianne Moore. Y si la película es buena es porque la protagonista es Julianne Moore. Co-dirigida por Wash Westmoreland y Richard Glatzer, cuenta la historia de Alice, una reconocida profesora de lingüística que da clases en la Universidad de Columbia, y que comienza a experimentar situaciones de confusión y a olvidar algunas palabras. Preocupada ante lo que sospecha puede ser un tumor cerebral, Alice visita a un especialista y se somete a una serie de estudios médicos. Lo que le diagnostican entonces es un tipo poco frecuente de Alzheimer. A partir de allí, su vida se va desmoronando mucho más deprisa de lo que ella y su familia creían en un principio. Basada en la novela de Laura Genova, la realización opta por dejar de lado sentimentalismos y no exagerar el dramatismo que la historia por sí misma propone. Sin duda, una decisión inteligente de los directores, apoyada en el talento de Moore, para encarnar un personaje que literalmente va transformándose en otra persona. La actriz- última ganadora del oscar por este trabajo - deja expuesta una vez más su versatilidad y su capacidad única de brindar una performance plagada de matices. Así como la enfermedad de Alzheimer va aislando a Alice del mundo que la rodea, igual de sola queda Julianne Moore gracias a sus compañeros. Nadie del elenco está a la altura de su actuación. La tibieza que domina a Alec Baldwin, quién interpreta a su marido, no aporta nada relevante en ninguna de las escenas donde aparece. Y Kristen Stewart, quien interpreta a su hija menor, parece no enterarse que ya no se encuentra interpretando a Bella Swan en la saga de Crepúsculo. Utiliza hasta los mismos gestos y lenguaje corporal, incapaz de transmitir algo más que no sea su archiconocida cara de joven conflictuada. Si “Simplemente Alice” logra desmarcarse de tintes melodramáticos o fatalistas, es por su espíritu esperanzador centrado en el amor y la contención familiar que recibe la protagonista. El uso de las nuevas tecnologías que hace Alice para controlar y luchar contra la disminución de sus capacidades cognitivas, es otro elemento interesante para mostrar los alcances de la enfermedad, pero también pequeños recursos a falta de verdaderos avances médicos en la materia. Lo mejor de la película es que logra transmitir la desesperación que implica perderse en uno mismo, sin poder hacer absolutamente nada para impedirlo. De convertirse en un otro al que todos desconocen. La escena en donde Alice encuentra en su computadora un video grabado por ella misma tiempo atrás - cuando la enfermedad se encontraba en su primera fase- dándole a la Alice actual (ya muy enferma y perdida) indicaciones para tomar un frasco de pastillas, da cuenta a la perfección, dramática y visualmente, de esa idea de desdoblamiento.
Mi vida sin mí misma La crónica periodística (que es externa al hecho artístico) nos dice que Richard Glatzer, uno de los guionistas y directores de “Siempre Alice”, murió un día antes del estreno en la Argentina. Glatzer, marido del otro director, Wash Westmoreland (con quien tuvo un hijo), falleció a a causa de la esclerosis lateral amiotrófica (ELA), la enfermedad de Stephen Hawking (retratado en “La teoría del todo”). Así que seguramente el aura de la declinación y muerte anunciada en el seno de la pareja y la familia permeó y cargó de una sensibilidad especial esta última obra en conjunto. La diferencia radica en que el guión que hicieron sobre la novela de la neuróloga Lisa Genova (que también algo conoce sobre estos temas) trata sobre el Alzheimer, que es como el camino inverso. El Alzheimer es como la ELA de la mente: lo que se pierde no es la movilidad sino el para qué moverse. Imposible no pensar en Hawking, cuando la protagonista de “Siempre Alice” es también una académica, en su caso una lingüista. Tanto peor: alguien cuya vida gira en torno al lenguaje, enseguida se dará cuenta de los primeros síntomas de la enfermedad, vinculados con el extravío del discurso y la pérdida de las palabras. Fuera de foco El personaje que le valió a Julianne Moore el Oscar a la Mejor Actriz es Alice Howland, profesora de la Universidad de Columbia, casada con John, médico y también académico. Tienen tres hijos: la perfecta y puntillosa Anna, abogada y felizmente casada; el estudiante de medicina Tom; y la “díscola” de la familia, Lydia, radicada en Los Ángeles para dedicarse a la actuación. El relato presenta de manera “elegante” los primeros síntomas, mechando desde el principio los juegos de palabras que comparte con su hija mayor y alguna otra instancia que será clave después. Cuando decimos “elegante” nos referimos a la búsqueda por evitar el golpe bajo, y no caer en cierta línea hollywoodense (casi un subgénero, para algunos) donde algún personaje arrastra una enfermedad terminal y tiene que legar algo más o menos edificante (la crítica posicionaría por allí a “La fuerza del cariño”, “Flores de acero” o “Quédate a mi lado”). Tampoco es que la búsqueda sea más edificante que seguir siendo Alice (por ahí va significado del título original y más o menos del local) el mayor tiempo posible. Ésa es la gran batalla de Alice: sus hijos son grandes y no tiene que planearles la vida, y no piensa en lo que hará su marido después (que podría). Más que “Mi vida sin mí” (título de un filme de Isabel Coixet) acá sería “Mi vida sin mí misma”: cómo lidiar con la pérdida de las memorias que nos constituyen y de lo que hemos sido, de los vínculos que nos definen, hasta perder la relación con el mundo. El final se pone duro, sí, pero mantiene la misma dignidad que busca la protagonista. El arte de los directores a la hora de rodar está en los planos cortos y la fotografía naturalista, que tanto gusta en el cine estadounidense de estos últimos tiempos: incluso hay una cámara desde la nuca, uno de los planos que (como solemos repetir en estas páginas cada tanto) Darren Aronofsky tomó de los hermanos Dardenne (ver el pasaje de “Rosetta” a “El luchador”). Esa mirada aporta calidez y extrañeza en los contraplanos abiertos (los alumnos que no entienden nada, por ejemplo). Pero lo más interesante está en algo tan sencillo como el juego con la profundidad de campo para desenfocar el fondo y mostrar el extravío, el desconocimiento del entorno de Alice. Matices Por supuesto que el eslabón clave del proceso está en la descomunal actuación de Moore, como la querible profesora (a kilómetros de la oscura presidenta Alma Coin de “Los Juegos del Hambre”, otro registro reciente). Como dijimos, lejos está de tener que profundizar en momentos humillantes (cuando lo hay es cuidado) o esas actuaciones por las que la Academia suele dar el premio, con discapacidades motrices o intelectuales severas. La maestría está en los matices del miedo y la angustia, por momentos existenciales, pero más severamente cotidianos (acercarse un poco aunque sea a lo que siente quien de golpe desconoce la calle que recorre siempre, o la disposición de las habitaciones de la casa). Y también en el humor, en la aceptación de decir “esta cosa amarilla” a un fibrón flúo, en la forma de hablarse a sí misma de opciones trascendentales. El elenco acompaña bien. Alec Baldwin está discreto, sin grandes despliegues, quizás como el sparring correcto: un marido que no huye despavorido pero que a veces no termina de lidiar con la situación. Kate Bosworth luce muy bien como Anna, la correcta hija mayor, la que carga con cierto karma de familia. Pero la que se destaca en ese panorama es Kristen Stewart como Lydia, la hija más caótica, pero la de mejor sintonía con el proceso. La chica de los dientitos demuestra su valía con detalles mínimos: la manera de sacarse un mechón de la cara en la playa ventosa, por ejemplo. Stephen Kunken le pone al neurólogo Benjamin un toque de humanidad, sin subestimar ni desdeñar a su paciente. Shane McRae (Charlie, marido de Anna) y Hunter Parrish (Tom) completan el elenco principal. Varias veces hicimos referencia en este texto a cosas pequeñas, detalles, gestos. Y quizás eso es la vida: un puñado de pequeñas cosas que nos construyen. Por eso, nada nos daría más miedo que perderlas.
Todo el poder de una actriz descomunal A Alice Howland, brillante lingüista, le diagnostican un raro caso de Alzheimer. Es una variante de la enfermedad que ataca a personas jóvenes y avanza a mayor velocidad que la habitual. Encerrada a la fuerza en su círculo familiar, Alice enfrenta el deterioro físico y mental con plena entereza, mientras construye un puente con su hija menor. ¿Qué habrá sentido Julianne Moore mientras leía el guión de “Siempre Alice”? ¿Se habrán disparado en ese momento los mecanismos internos que llevan a una actriz a apropiarse de un personaje a semejantes extremos? Papeles como el de Alice Howland suelen esconder trampas, tan seductores y desafiantes. Son casi invitaciones a la sobreactuación. Moore es lo suficientemente talentosa e inteligente como para no pisar el palito y por eso su Alice Howland jamás pierde el tono. Moore puede aterrorizarse ante la certeza de lo que viene, sufrir, construir pequeñas alegrías, aferrarse a la vida, diciendo todo con una perfecta economía de gestos y movimientos. Hay películas sostenidas exclusivamente por una actuación y esta es una de ellas. El poder de “Siempre Alice”, su humanidad, toda la empatía que genera, se deben a su protagonista. La cámara está pendiente de Moore durante una hora y 40 minutos, la busca, la refleja en un televisor apagado, la encuentra dormida o presa del insomnio. Captura su discurso, su mirada enfocada o ausente, sus esfuerzos por ser la persona que va diluyéndose. Es una lingüista a la que se le escapan las palabras, vaya pesadilla, así que las anota, las tipea, las subraya, en el marco de una carrera perdida de antemano. “Siempre Alice” es una película pequeña, casi ascética, en la puesta en escena. Todo ocurre en la intimidad familiar, donde los secundarios (Baldwin, Stewart, Bosworth) quedan borroneados frente a la poderosa interpelación que implica enfrentar a Moore. Forjada en la fragua de Todd Haynes y Paul Thomas Anderson, Moore sabe treparse al mástil de un personaje y derramar desde allí su convicción. Imposible sustraerse a lo que genera. Wash Westmoreland, todo un experto en temáticas de género (vale la pena su documental sobre los gays republicanos) escribió y dirigió “Siempre Alice” a cuatro manos con su marido, Richard Glatzer. El martes pasado Glatzer murió, víctima de la esclerosis lateral amiotrófica. Su canto del cisne es una película emocionante, a la altura de Alice Howland y su drama.
Perdida Sin dudas "Still Alice" es un drama duro, doloroso, que se supera en medida la gran interpretación de una excepcional Julianne Moore, quién da vida a Alice Howland, una relevante profesora de lingüística con una carrera exitosa, y matrimonio feliz e hijos. Un día ve desmoronarse de a poco su vida al serle detectado el mal de Alzheimer, y así se iniciará su descenso al deterioro humano. Si algo es superador repetimos en esta propuesta es la magnifica actuación de la citada actriz, que en todo momento sabe contenerse y lograr una perfomance sin excesos, la cual la llevó a ganarse el Oscar a mejor actriz 2015. Es sabido que el guión mostrará todos lo lugares comunes de un relato así -del género: dramas humanos-, y que el espectador se conmoverá, y emocionará con el desarrollo de la historia. Quizás la enseñanza -si es que realmente se busca una al ver un filme- que nos dejará es el sabor amargo de que cuando uno por allí cree poseer un mundo perfectamente construido, instalado, en el momento menos pensado todo puede derrumbarse como castillo hecho de naipes. Cine realista, de eso se trata.
El alemán tan temido Basada en una novela homónima de la neurocientífica Lisa Genova, Siempre Alice muestra el gradual deterioro de una especialista y docente en lingüística cuando asoma en su vida el mal de Alzheimer. La irrupción del temido alemán causa lagunas de memoria primero, un fatídico trauma en cuestiones de identidad y vinculantes después y, finalmente, la estabilización de la enfermedad que escinde al individuo en dos estados más o menos determinados: uno en el cual su vida se presenta normal y otro en el que se ha enajenado. Es esta dicotomía, tan real y alejada de la abrupta conversión Jekyll/Hyde con que el cine suele representar a las enfermedades mentales, aquello que el film ofrece como nuevo. Y es la imponente y carismática presencia de Julianne Moore, por la cual ganó el último Oscar a mejor actriz, lo que hace a Alice tan creíble y querible, desde el instante en que lapsus de memoria sabotean una disertación hasta sus juegos estratégicos con aplicaciones de computadora para mantener sus neuronas activas. Un dato extra: saber que el director Richard Glatzer recurre a métodos similares para combatir su enfermedad neuromotriz explica la honestidad de la película.
Un trabajo íntegro y memorable de Julianne Moore Su labor protagónica en “Siempre Alice” le deparó el primer Oscar de su extensa y fructífera trayectoria. Emotiva en profundidad, felizmente piadosa y absolutamente necesaria. Siempre Alice es un trabajo que reivindica a las personas que padecen el Mal de Alzheimer y recuerda, a través de su testimonio, que nadie está exento de caer en suerte en tan cruel enfermedad. La película se inspira en la novela de la escritora Lisa Genova, publicada en el 2007 y considerada un best-seller. Fue dirigida por Wash Westmoreland y Richard Glatzer, que condujeron a Julianne Moore por el tránsito de Alice, una reconocida profesora de lingüística de la Universidad de Columbia diagnosticada con un tipo genético y prematuro del mal. "Desearía tener cáncer --asegura la protagonista con un dejo de rabia--. Lo digo en serio; al menos no sentiría. Por la gente con cáncer se usan listones, se va a caminatas, se junta dinero, pero no te tienes que sentir como un... No puedo recordar la palabra...", añade en un breve monólogo que introduce al calvario que seres humanos con padecimientos graves e inhabilitantes sufren en lo cotidiano, en sociedades intelectualmente avanzadas, pero poco sensibles al sentimiento prójimo. En carne propia Habrá que comprender que la sensibilidad con que fue tratado el tema no es casual. Richard Glazer, fallecido el pasado miércoles como consecuencia del ELA (esclerosis lateral amiotrófica) decidió la realización de esta última película después de que le fuera diagnosticado en 2011. Lo hizo con un iPad y una aplicación que locutaba sus textos, y compartió esta tarea con su pareja sentimental. Ambos llegaron a ver juntos el éxito del filme frente a la consideración pública y de la crítica. La labor de Glatzer y Westmoreland es notoria también sobre los intérpretes secundarios: Alec Baldwin como John, el marido de Alice; Kristen Stewart --quien sacó a relucir su talento como su hija Lydia--, Kate Bosworth y Hunter Parrish como Anna y Tom, respectivamente. Abordan personalidades muy diversas entre sí, con maneras particulares de mirar la vida y afrontar las consecuencias que esta forma hereditaria del mal puede producir en su vida actual y futura. Claro que, para bien del entramado, se eligió un grupo humano de extracción socioeconómica y cultural ideales, que no generan conflictos extras --desconocimiento, falta de recursos, abandono...-- a los planteados por el hecho mismo de la enfermedad. Pero aun en las condiciones expuestas, el dolor del enfermo, su pérdida y la de los suyos se retratan con una crudeza que mantiene la dignidad que el tema merece y una honestidad que no puede menos que conmover.
Siempre Alice: el olvido de las cosas La estructura de la trama de las películas de catástrofe nos permite establecer una analogía con Sill Alice, drama cinematográfico dirigido por Westmoreland y Glatzer, estrenado en 2014. Sean de ciencia ficción o fantásticas, suelen comenzar con la aparición de un detalle anómalo, que suele confundirse con una casualidad, un error o un fenómeno natural, y que será el indicio de algo devastador. Caben al respecto dos ejemplos. Sólo, en la guardia de su sala de investigación en Hedland, en el atlántico norte, en El día después de mañana, un científico observa que una de las boyas de control térmico del océano titila detectando una baja de la temperatura. La primer impresión es que se trata de una falla del sistema, un error previsible. Sin embargo, inmediatamente se encienden otras dos boyas. Ya no es un error, se trata del signo de la inminencia de la catástrofe. En La guerra de los mundos, el primer indicio de la fuerza extraterrestre que ha invadido la tierra es una nube negra que está cerca de la casa de Ray Ferrier, un trabajador portuario protagonista de la película. De esa nube salen hacia la tierra una serie de rayos que en principio son confundidos con una tormenta natural. La catástrofe subjetiva que padece Alice tiene un inicio similar. El primer olvido que nos muestra el film es perfectamente asimilable a un olvido casual. Ella está dando una conferencia ante un auditorio, todo se desenvuelve de manera natural, sólo que en determinado momento de la exposición ella tiene una laguna. Se genera un espacio de silencio, una expectativa. Momentáneamente ha olvidado una palabra, común para su disciplina, que suele utilizar, pero a la brevedad la recuerda. Distendida, incluso se permite un chiste respecto al champagne. Como las boyas del científico, ese olvido es índice de la catástrofe que está sucediendo en ella. Alice Howland es una destacada investigadora de Lingüística de la Universidad de Columbia que padece alzheimer prematuro. En un acertado juego de ironías, a la especialista en los misterios del lenguaje –uno de los libros que ha publicado se llama “De neuronas a sustantivos”- le toca padecer la enfermedad cuyo síntoma inicial es la sustracción de las palabras a quien la padece. Basada en una novela homónima escrita por Lisa Genova y publicada en 2007. La película narra el proceso que transita la protagonista a partir de ese nimio y fatídico olvido. De forma casi documentada, con crudeza en la presentación pero sin caer en sentimentalismos básicos, lo que se lleva a la pantalla es el registro diario de un deterioro vivencial y personal. Si bien sabemos el final de la historia, porque en las escenas iniciales el Dr. Benjamin le aclara a la protagonista y al espectador cuál es el recorrido inevitable de la enfermedad que la aqueja, sin embargo, desde los primeros tramos, el film se permite jugar con la incertidumbre de la intriga. Al tono dramático del film el director sabe agregarle un elemento de pavor que hace que algunos pasajes nos despierten emociones propias de otros géneros. Se promueve, en estos primeros tramos, una espera inquietante, basada en no saber el momento en que esos indicios de la enfermedad van a comenzar a desplegarse. Escenas en la que se muestra a Alice sola, desconcertada y dubitativa, temerosa ante algo inminente. Si a esto le sumamos el uso de la musicalización para determinadas escenas, el clima que se logra es ominoso. Uno de los puntos más álgidos en este sentido tal vez sea el momento en que Alice se dispone a ir a correr por la playa con John, su marido, en una casa que están alquilando en unas vacaciones sobre el mar. Justo antes de salir siente necesidad de ir al baño. Con rebosante alegría ante el inminente paseo en común por la playa, Alice entra en la casa y se dirige al baño. Ella se detiene y se muestra confundida. La escena es desconcertante y con tintes tétricos. El espectador sospecha lo que va a pasar, Alice pareciera que también. La música acompaña un clima de desconcierto, de incertidumbre. Alice duda si subir o bajar las escaleras, baja. Luego abre una puerta, es un guardarropas. Duda. Abre otra puerta, es una pieza. Luego entra a una habitación. Se consterna. La música acompaña el clima de desconcierto. La escena termina con John acercándose porque ella se demora demasiado, y cuando la ve, observa el pantalón de jogging que lleva puesto mojado. “No pude encontrar el baño”, y llorando expresa: “No sé donde estoy”. Con un optimismo cándido y fervoroso, Alice renueva día a día su propósito de continuar. Enternece la manera en que se aferra vitalmente a una tarea cuyo destino es la imposibilidad. Su enfermedad empeorará día a día, no hay posibilidades de retorno a un estado anterior. Sin embargo, tras cada bofetada recibida ella se reincorpora con la tenacidad y la ilusión de la primera vez. Trasmitir ese tesón vital teñido de inocencia es tal vez el mayor logro de la actriz, y posiblemente el motivo de la voluminosa identificación y empatía que el personaje genera. En la medida que el alzheimer le sustrae sus palabras y sus recuerdos, el camino que transita es hacia su propia desaparición. Pero esta desaparición también es padecida por su familia, que va observando como su subjetividad se va extinguiendo, como si se fuera sumergiendo en arenas movedizas, y fuera cada vez más pequeña la porción de Alice que les va quedando. Quien más se niega a esta desaparición es la hija menor Lydia. De los tres hijos es quien no ha averiguado si porta el gen de la enfermedad, y ha decidido vivir en esa incertidumbre. Si hay una escena que representa el modo en que Lydia niega lo que le sucede a su madre es el momento en que descubre que esta última ha estado husmeando en su diario personal. De manera casual, en una charla, Alice hace un comentario a su hija sobre una actuación que ésta había realizado en el teatro junto a su novio: “Tú y Malcom representaron a los mormones, ¿no? ¿Marido y mujer? Hiciste las escenas, en tu clase de actuación”. “Sí. ¿Cómo sabías eso?”, pregunta la hija. “No lo sé, debes habérmelo contado”, responde Alice. “No te lo conté”, replica Lydia. y el silencio irrumpe. “Bueno, entonces no sé como sé esto”. “Mamá, ¿leíste mi diario?”. El momento es desconcertante hasta la crueldad. Alice parece sospechar lo que ha sucedido, pero no tiene los medios neurológicos para percatarse totalmente de la situación. Sólo queda pasmada, titubeante, intentando disculparse por lo que no recuerda, como un ciego que ha dejado el rastro de barro y no puede ver en qué consiste aquello que lo delata. A partir de allí, continúa sucediendo lo que es esperable que suceda. El deterioro de la personaje va in crescendo. Tal vez emerge para destacar una de sus últimas situaciones sociales que vive, cuando es invitada por el Dr. Benjamin a una ponencia sobre las vivencias de quienes padecen alzheimer prematuro. La enfermedad está en un punto en que debe ir tachando con fibrón los renglones que ya ha leído para no repetirlos. Un final predecible y anunciado cierra la película de manera abrupta, generando sin embargo cierta sorpresa. Como si la obra jugara a que como espectadores estuviésemos hasta último momento esperando que lo que sabemos inevitable, pueda no suceder.
Julianne Moore contra lo que venga "Still Alice" es la película por la cual la gran Julianne Moore finalmente logró ganar el Oscar luego de 5 nominaciones al preciado galardón, y la verdad es que lo tiene muy bien merecido. Su performance es todo en este film que se adentra en la cruel realidad de las familias en las que un miembro sufre de la enfermedad del Alzheimer . El guión, la dirección y los actores de reparto fueron importantes en el resultado final de esta película, pero sin la presencia de Julianne Moore no creo que hubiera conectado tanto con el público y llegado tan alto en la temporada de premios. Con esta interpretación nos demuestra que puede contra lo que venga. La trama se centra en Alice Howland, una profesional reconocida en el campo de la lingüística, ambiciosa, mujer orquesta que lleva a la perfección su agitada agenda laboral con su rol de esposa y madre de tres. Al principio comienza a tener algunos síntomas menores como olvidarse de nombres, pero luego la desorientación comienza a crecer y decide consultar un neurólogo. Es diagnosticada con Alzheimer en fase temprana, algo poco común para alguien de 50 años como ella. A partir de aquí, la historia nos pasea por el difícil proceso familiar de lidiar con el deterioro mental de la persona afectada. En primer lugar quiero resaltar que me gustó mucho la forma en que los directores Richard Glatzer y Wash Westmoreland decidieron encarar el proceso, enfocando el relato de manera equilibrada entre la vivencia personal de la protagonista sobre la enfermedad y la dinámica familiar. Leyendo otras reseñas noté que a algunos les pareció que no se ahondó demasiado en algunas aristas de la enfermedad mientras que a otros les parecía que había muchos golpes bajos sentimentalistas. No concuerdo con ninguna de las dos percepciones. Creo que se equilibró muy bien para poder ofrecer una historia elegante y no un compendio de sufrimientos o un documental sobre el Alzheimer. Por otro lado, me gustó también que los actores de reparto tuvieran un rol importante y no estén de relleno para resaltar a Moore, sino que cada uno aporte su personalidad y forma de vivir la enfermedad. Me gustaron bastante las interpretaciones de Alec Baldwin y Kate Bosworth. Hasta Kristen Stewart está bastante bien (sí, estoy siendo un poco malo). En conclusión, creo que es un muy buen drama sobre la batalla que libra una familia para poder sobrellevar una enfermedad despiadada. Julianne Moore logra emocionar y transmitir el espíritu de lucha en contra de una adversidad como esta. Y esa musiquita de piano que acompaña los momentos del film por Dios... Muy recomendable.