El ex-seminarista Martin Scorsese logra finalmente llevar a la pantalla un sueño de casi tres décadas, “Silencio”. Basada en la novela del mismo nombre de Shusaku Endo. Scorsese es uno de los grandes maestros vivos de la cinematografía que, unido a la duración, fotografía y tono de la película, podría llevar al espectador a confundir a “Silencio” con un obra importante. “Silencio” no es un film noble, es ingenuo. Para empezar sus interpretaciones fluctúan entre acartonadas y sobreactuadas. Los diálogos (los muchísimos diálogos) se sienten afectados, y el guión repleto de lugares comunes y one liners religiosos no ayuda. Por suerte casi todos los japoneses en el siglo XVI hablaban inglés. “Silencio” cuenta la historia del misionero jesuita Rodrigues (Andrew Garfield), que recibe noticias inquietantes sobre su mentor y padre espiritual Ferreira (Liam Neesson). A él y a su colega el Padre Garrpe (Adam Driver) se les comunica que Ferreira se ha vuelto apóstata. Capturado por los señores feudales durante una misión a Japón, Ferreira renunció a su fe y así salvó su vida, y la de muchos cristianos. Los jóvenes sacerdotes no creen la historia, y tienen la idea que justifica la realización de la película, ir a Japón y tratar de rescatarlo. Ellos creen que los rumores de apostasía son calumnias y que Ferreira está oculto o preso. Dos jóvenes armados con nada más que su convicción religiosa, que ni siquiera hablan japonés, van a un lugar donde pueden ser asesinados en cualquier momento y es allí cuando la película comienza a tomar posición ideológica lentamente al presentar la opresión de los cristianos como implacable y la idea de imponer una religión completamente foránea y que contradice la tradición japonesa como romántica. Gran parte del guión “Silencio” gira en torno a las implicaciones de esos renunciamientos, pero las discusiones nunca llegan a ser lo suficientemente sofisticadas – y ciertamente no son lo suficientemente variadas – para mantener un interés sostenido. Las autoridades sólo ofrecen una opción para escapar: pisar un icono religioso, un símbolo del rechazo implícito al cristianismo. Si pisar un símbolo sagrado equivale a perturbar la fé de una persona pero a la vez salva la vida de otros, el absolutismo moral del joven sacerdote comienza a parecer excesivo. ¿Un Dios misericordioso puede arrojar a los creyentes a las fauces del infierno sólo por cometer un acto inofensivo que les evitaría una muerte horrible? ¿Por qué alguien elegiría enfrentarse a las grotescas torturas -literalmente representadas en “Silencio”– si la apostasía no requiere nada más que poner el pie sobre la imagen de un santo? Ni Rodrigues ni el guión hacen nunca el razonamiento obvio ante los japoneses: “Si la tuya es la “verdadera” fe de Japón, ¿qué tienes que temer del cristianismo?” La trama elige quedarse sin responder preguntas aún más profundas o hacer un comentario acerca de como estas creencias primitivas (hoy instituciones religiosas) continúan arrasando la razón y la libertad. La tensión emocional de la película disminuye y no es sólo la culpa de la dirección de Scorsese y el guión (que co-escribió con Jay Cocks) que parece utilizar los diálogos para llenar los espacios en blanco, sino que es también es el producto de un casting oportunista. Garfield y Driver son dos buenos actores jóvenes de moda sin el pathos necesario para estos roles. “Silencio” tiene pretensiones de ser una gran película, seria y tan segura que ni soundtrack necesita. Sin embargo se siente como una película sobre dos formas rivales de dogmatismo en el que ninguna de las partes se da cuenta de que ambos pueden estar equivocados. Con un ritmo indisciplinado y sinuoso que carece de estructura, urgencia, suspenso y una absoluta falta de impulso narrativo. Es extraño, pero en todo caso “Silencio” podría ser una película sobre la duda espiritual que involuntariamente provoca la duda espiritual.
Los acólitos y el arte de apostatar El regreso de Martin Scorsese, luego de la efectista y sobrevaluada El Lobo de Wall Street, es una epopeya religiosa acerca de la frontera entre la gloria y la muerte en un contexto de persecuciones despiadadas que ponen patas para arriba a la Inquisición… A pesar de que Martin Scorsese se cansó de repetir a lo largo de los años que su intención de base siempre fue construir una nueva adaptación de la novela Silencio (Chinmoku) de 1966 de Shūsaku Endō, el resultado que hoy tenemos ante nosotros a partir de este más que demorado proyecto del director -que se remonta a principios de la década del 90- posee como referencia insoslayable la primera traslación cinematográfica del libro, encarada por Masahiro Shinoda en 1971. Estamos frente a una remake escena por escena de la odisea original japonesa, salvo por un par de diferencias notables: aquí está metamorfoseado y tiene menos preeminencia el episodio del samurái y su esposa, y el desenlace -por su parte- es más extenso e incluye un remate bastante peculiar, prácticamente antagónico. Aun así, el trabajo del norteamericano es admirable porque la obra no tiene absolutamente nada que ver con la coyuntura mainstream del séptimo arte de nuestros días y su lamentable levedad. De hecho, si consideramos que vivimos en una época dominada por el cinismo, la cobardía, el egoísmo más pueril y el lavaje compulsivo de manos a nivel ideológico por parte de una fauna de burgueses que sólo pregonan la doctrina del acomodo económico/ laboral, en el fondo Silencio (Silence, 2016) más que cerrar una suerte de trilogía sobre los sacrificios de la fe, inaugurada por La Última Tentación de Cristo (The Last Temptation of Christ, 1988) y continuada por Kundun (1997), lo que hace es saldar cuentas con las “preocupaciones católicas” de Scorsese y de paso criticar ferozmente la falta de valentía, coherencia y convicción de la anodina sociedad occidental contemporánea. Más allá de la tendencia a brindar demasiada información en el inicio, a lo que se suma un abordaje individualista de la cuestión del dogma que desdibuja en parte el sustrato social, el film reivindica la relación entre el sujeto y su ideología, un vínculo que sufre reiteradamente los embates del contexto. La historia vuelve a girar en torno a dos sacerdotes jesuitas portugueses del siglo XVII, Sebastião Rodrigues (Andrew Garfield) y Francisco Garupe (Adam Driver), que marchan a Japón para buscar a su mentor, el Padre Cristóvão Ferreira (Liam Neeson), quien supuestamente renunció a su fe en pleno Período Edo, cuando el shogunato prohibió el cristianismo porque vinculaba a los misioneros europeos con una conquista política a largo plazo. Scorsese, aquí firmando el guión junto a Jay Cocks, se hace un festín al homologar a Rodrigues con Jesucristo y al personaje de Kichijiro (Yôsuke Kubozuka), el pescador borracho que lleva al dúo a tierras niponas, con Judas. La persecución de la que son objeto los sacerdotes pone en perspectiva la necesidad de acólitos de las religiones organizadas, la estructura de solidaridad comunal que inspiran, su agenda en el ámbito hegemónico local y la soberbia detrás de esa pose en tanto “saber único y totalizador” aplicable a todo el globo. Hasta cierto punto se puede afirmar que la película asimismo funciona como un homenaje a determinados maestros que no habían tenido mayor cabida en el cine del realizador hasta la fecha: de este modo descubrimos un martirio símil Carl Theodor Dreyer, la soledad existencial de los antihéroes de Akira Kurosawa y el surtido de dubitaciones alrededor de la religión de Ingmar Bergman. La delgada línea entre la gloria y la muerte, una vez que Rodrigues, Garupe y los campesinos japoneses que los ayudan comienzan a caer presos y a ser torturados/ asesinados, se transita -de nuevo- mediante el arte de apostatar pisando el “fumi-e”, una estampita rudimentaria con imágenes de Cristo o la Virgen María. Scorsese no teme apuntalar una epopeya sadomasoquista y extremadamente minuciosa que reconoce las debilidades humanas y la paradójica búsqueda de iluminación, una senda que lo lleva hacia el terreno de la responsabilidad para con nuestros semejantes y su suspicacia a futuro. Si bien Silencio no logra superar al opus original de Shinoda, una propuesta mucho más nihilista y menos convalidante hacia el catolicismo, sin duda trae a colación las distintas formas de vivir la religión, no tanto en su plano pragmático e institucional (hablamos de un entramado parasitario que condenó a la humanidad al oscurantismo y a masacres eternas durante siglos), sino más bien en lo que atañe al respeto y la sed de cierre cognitivo de los hombres en relación al mundo que los rodea (la ceguera de los aldeanos contrasta con el fundamentalismo cada vez más enflaquecido de Rodrigues y el oportunismo despiadado de las autoridades japonesas con el personaje de Issei Ogata a la cabeza, Inoue, en el film de 1971 el Magistrado de Nagasaki y hoy directamente referido como el “Inquisidor”). La ausencia de respuestas definitivas y la pasividad subyacente al credo son los dos ejes de una obra muy interesante que analiza un enfrentamiento destinado a la mutua incomprensión…
Con fe en la ideología La concreción de este proyecto implica para Martin Scorsese tal vez el cierre de un largo capítulo que puede traducirse a tríptico, de acuerdo a su extensa filmografía. Lo cierto es que de aquel director de La última tentación de Cristo (1988), película que en este país elevó todo tipo de polémica y censura en décadas pasadas al de Silencio (2016) los cuestionamientos sobre el dogma y la reflexión entre la fe y el sacrificio, lejos de encontrar una respuesta suman nuevos elementos. La epopeya de los sacerdotes apóstatas en la dinastía Edo deja plasmada una idea interesante que pone a dios como un concepto o idea más que otra cosa. Si esa idea es portadora de una única verdad y un sólo camino posible para la fe, ese es otro problema que ninguna consciencia o razón puede resolver. Ahora bien, ¿cuánto tiene de fe la imposición de una ideología? Martin Scorsese tensa desde sus planteos esa premisa, pero lo hace siempre apostando al territorio del sacrificio en pos de la propia fe cristiana. El renunciamiento como parte de la primera etapa de la apostasía tiene como consecuencia la crisis existencial. Pero ¿hasta donde es existencial una crisis cuando existe algo superior al hombre y a su ideal de concepción divina? En ese sentido, el derrotero de los sacerdotes transita por la ambigüedad entre el hombre que cree, que adoctrina y el hombre que sufre por el silencio y la indiferencia a sus actos. No hay nadie en la tierra que comunique si las acciones están bien o mal, salvo aquellas que se creen por un profundo y arraigado sentido de fe. Las torturas corporales y las del espíritu en manos de los japoneses que con métodos aberrantes buscaban limpiar el poder de la cristiandad en las aldeas para instaurar un pensamiento único son el sustento que Martin Scorsese utiliza para generar cierto sentido en el sinsentido. Los actos mas aberrantes muchas veces se cometen en nombre de dios, cualquier tipo de fundamentalismo justifica su inhumanidad en nombre de dios. Y lo que menos aparece en las ruinas, en la muerte y en la resignación es esa idea superadora como la que soslayan en secreto esos campesinos que necesitan confesar sus pecados porque están más de acuerdo con el otro bando que con el propio. Luego de estas disquisiciones, que aparecen de forma latente en los diálogos entre los sacerdotes y el shogun apodado “El inquisidor”, la película del director de Kundun (1997), remake de la japonesa de Masahiro Shinoda en 1971, apela a la épica romántica y a la propia convicción de ser ecuánime en el planteo. Claro que de un lado hay torturadores japoneses y del otro sufrientes occidentales que pretenden imponer su verdad por el bien de los ingenuos campesinos que los siguen.
Martin Scorsese adapta en “Silencio” a Shūsaku Endō y el derrotero de los curas jesuitas que intentaron imponer en Japón el cristianismo como opción religiosa. Andrew Garfield compone al padre Sebastián Rodrigues, un portugués que luchó contra sus propios demonios y los enemigos, que encontró en el camino, que impedían que su trabajo sea realizado. La narración en off equívoca, que va cambiando el punto de vista, Rodrigues, Dios, un historiador holandés, como la falta de vuelo en la dirección, plagada de detalles y algunas secuencias oníricas inoportunas, hacen que por momentos ni se perciba la mano del maestro en la pantalla, configurando un largo, largo relato sobre la fe, la que, una vez más, es analizada por Scorsese con su particular punto de vista y opinión.
Una muy buena película brillantemente interpretada por todo el elenco. El personaje de Liam Neeson es real: el padre Cristóvão Ferreira fue un jesuita portugués que realizó su misión entre el año 1609 al 1633, y todo lo que se cuenta en el film sobre él es...
La última tentación de Scorsese Luego de años de idas y vueltas, llega a los cines argentinos lo nuevo de Martin Scorsese, un proyecto que el director de Taxi Driver quería realizar después de Kundun (1997) pero fue priorizando otros films hasta que finalmente puso manos a la obra en la adaptación de la novela del japonés Shūsaku Endō, del cual tenía los derechos después de haber leído el libro en 1989. Sebastião Rodrigues (Andrew Garfield) y Francisco Garupe (Adam Driver) son dos curas jesuitas portugueses a los que le informan que su mentor, el padre Ferreira (Liam Neeson), ha sido capturado en Japón por propagar el catolicismo, religión prohibida en ese territorio. Los dos sacerdotes irán en búsqueda de Ferreira para comprobar efectivamente si este ha renunciado a su fe católica, pero no será tarea fácil ya que si son atrapados serán sometidos a las peores torturas para morir lentamente. El guion de Jay Cocks, co escrito por Scorsese, reflexiona sobre los alcances de la fe y los argumentos de aquellas que se denominan como la “verdadera” o superior. En momentos de la película utiliza el recurso de narraciones en off de algunos personajes para exponer esas ideas. Técnicamente impecable desde la fotografía del mexicano Rodrigo Prieto quien tuvo nominación al Oscar por este trabajo, la música, hasta la recreación de época con sets muy bien construidos, pero con la anécdota que durante la filmación en Taiwan se desplomó una estructura y murió un trabajador. Silencio tiene en contra su duración (160 minutos) ya que durante la primera hora es más dinámica y después le cuesta hacer que el espectador vuelva a engancharse. Comparada con la excelente filmografía de su director es una película menor, pero es la espina que Scorsese quería sacarse desde hace bastante tiempo.
Cuando Dios se limita a observar… Cuando el Padre Cristóvão Ferreira (Liam Neeson) desaparece en la antigua Japón del siglo XVII, los sacerdotes jesuitas Sebastião Rodrigues (Andrew Garfield) y Francisco Garupe (Adam Driver) viajarán a buscarlo, sabiendo que en aquel país, los católicos eran perseguidos, torturados y asesinados en las formas mas crueles posibles. Durante esta travesía, la fe de éstos hombres será puesta a prueba, ya que comenzarán a sentir el desgarrador silencio de Dios ante tantos devotos creyentes que necesitan una ayuda celestial lo antes posible. Treinta y un años después del estreno de ‘La Última Tentación de Cristo’, el director Martin Scorsese vuelve a adentrarse en terrenos religiosos con éste trágico y opaco drama de época basado en la novela de Shūsaku Endō. En un principio no entendía como un film del hombre que hizo la mítica ‘Buenos Muchachos’ recibió tantos problemas a la hora de conseguir fecha de estreno y distribuidora, pero cuando vi la lentitud con la que decidieron abordar ésta triste historia el panorama se me aclaro bastante. ¿Cual es el problema de éste pibe con “Silencio”? Se preguntarán. Bueno, para empezar el ritmo del proyecto es innecesariamente lento, el cual por poco me saca canas y arrugas por todo mi precioso cuerpecito debido a su extensa duración. Se entiende que la película sea un drama que busque transmitir una experiencia, pero cuando la experiencia no es lo suficientemente atrapante una película puede caer en el olvido fácilmente, y más si comete el pecado de durar dos horas y cuarenta minutos de las cuales solo los últimos veinte resultan interesantes. Andrew Garfield y Adam Driver nos ofrecen unas actuaciones bastante extrañas, las cuales incluyen caritas de caniche sodomizado y voces finitas a lo Micheal Jackson (Garfield y su maldita voz en off). Por otro lado esta Liam Neeson, haciendo lo que mejor sabe hacer, ser Liam Neeson. El reparto cuenta con muchos actores orientales en su haber, los cuales opacan a los protagonistas con el realismo plasmado en sus sufridos y/o malvados personajes. Uno de éstos es el inquisidor japones, proveedor de dolor y muerte para los católicos quienes vivían en Japón. Un personaje oscuro, extraño y con unas escenas escalofriantes y surrealistas. Al guión, escrito por Jay Cocks, le sobran bastantes escenas y momentos. Si bien las analogías católicas y las inseguridades que los protagonistas sufren en esta aventura están bien mostradas, el argumento se ve tapado por momentos sobrantes de narración en off, marca registrada del cineasta, que en éste proyecto no hacían más que molestar y entorpecer una historia que ya de por sí tiene un planteamiento tedioso en su génesis. No obstante, la película tiene puntos positivos fuera de lo visual, uno de ellos son los últimos veinte minutos. La razón por la que la resolución de la idea me convenció fue porque después de dos tediosas horas entendí que lo que querían transmitir era un concepto interesante y, a pesar de ser un proyecto complicado y aburrido, su punto, el cual no voy a revelar, es interesante e inteligente. El mensaje es genial, y los planteamientos con respecto a la historia de la antigua Japón están bien aplicados a ésta fallida historia. Con respecto a la dirección, Martin Scorsese no falla. Los planos y las localizaciones brindan unas imágenes más que interesantes. La fotografía, trabajo de Rodrigo Prieto, estuvo merecidamente nominada en los últimos polémicos premios de la academia. La iluminación y los apartados visuales de esta recreación de una de las épocas mas oscuras del país nipón son insidiosos para la vista y hacen de éste pesado proyecto algo digno de dedicarle aunque sea UNOS MINUTOS de su tiempo. A Martin Scorsese le pego el viejazo con “Silencio”. La película tiene un ritmo lento, acompañado de unas actuaciones que dejan bastante que desear. Andrew Garfield y Adam Driver son, incuestionablemente, excelentes interpretes … pero definitivamente éste no fue el papel indicado para ellos. Si les gusta el cine lento que se toma su tiempo, pasen y vean este film. Aunque les aseguro que no van a meterse en nada memorable.
Honrarás a tu padre… Estamos en el Siglo 17, y tras recibir una perturbadora carta en donde el Padre Ferreira renuncia a su fe católica, sus discípulos, los padres Rodrigues y Garupe, emprenden un viaje a Japón en su búsqueda y continuar la misión evangélica que este dejó atrás. No obstante, la búsqueda será lo de menos, ya que el yugo de los inquisidores japoneses en más de una oportunidad desafiará los límites de su fe. Silencio cuenta con un conflicto claro pero tiene a su tema delante de todo y como principal prioridad. La historia parece estar encaminada a una temática de “la fe no es fe hasta que no estés dispuesto a dar tu vida por ella.”, pero si se mira con atención el tema bien podría ser “La fidelidad o el rechazo de una religión va más allá de la adoración a las sagradas escrituras o imágenes sacras, lo que importa es la creencia que uno tenga en su interior.” Esta es una postura desafiante, no solo por su cuestionamiento sino por el tiempo que se toma Scorsese para desarrollarlo, que no pocas veces va a desafiar la paciencia del espectador. Salta a la vista que este es un proyecto que Scorsese siempre quiso hacer. Es un Scorsese liberado. Es un Scorsese que eligió sacrificar la concisión y el ritmo por la profundidad de detalle, la profundidad de reflexión y la profundidad de opinión. Posturas que son cada vez menos frecuentes en una época con un attention span que no está entre los mejores. Tenemos prolijas labores de Adam Driver y Liam Neeson, pero el que se lleva los laureles es Andrew Garfield, que sostiene la totalidad de esta película sobre sus hombros. El abanico de emociones que despliega este actor es enorme. Si me apuran les diría que su labor en esta película (junto con Hasta el último hombre, de Mel Gibson) lo va a terminar de elevar como un actor de peso. Se necesita de un actor con una enorme sensibilidad e inteligencia para desarrollar los temas que ofrece el guion; un actor trabaja con el subtexto, y el de esta película hubiera dejado a la miseria a cualquiera. Su interpretación es un triunfo que no necesita muchos miramientos; puso el cuerpo y el alma en cada momento que la cámara le dedica un plano. En el costado técnico, me permito destacar la fotografía de Rodrigo Prieto. Una paleta de colores pálida y hasta sucia que crea el ambiente de malestar, tanto físico como espiritual, al que están expuestos los personajes. Conclusión: Bien podríamos estar ante la película más controversial de Scorsese desde La Ultima Tentación de Cristo, ya que el Catolicismo no queda bien parado y los Japoneses tampoco (por lo menos en el sentido histórico). Es un título que narrativamente hablando tiene lo justo y necesario y contesta todas las preguntas que plantea. Pero serán sus temas los que despierten el debate a la salida del cine y solo por eso, para mí, Scorsese ya ganó. El que quiera ver un intercambio de dos filosofías en oposición puede disfrutarla a pesar de su extensa duración, pero el que espere una narración fluida, puede sentirse decepcionado.
Martín Scorsese por fin pudo concretar este proyecto que tiene entre manos y que quería hacer después de “La última tentación de Cristo”. Lo que muestra en su film nos lleva al siglo 17, cuando jesuitas portugueses van a Japón a descubrir que ocurrió con su maestro, un sacerdote sobre el que giran rumores de apostasía (renuncia a la religión) y adopción del budismo. Ya saben que los que los católicos son reprimidos brutalmente. Esa brutalidad ejercida por un inquisidor es mostrada con toda su dimensión del horror. Tanto los sacerdotes, como sus conversos son obligados a renunciar a su fe pisoteando una imagen, o sufrirán ahogamientos, desangrados y otras torturas que se muestran contrapuestas a una naturaleza en todo su esplendor. Es que el film plantea muchos interrogantes: Primero el porque de esa necesidad de conquistar a culturas tan distintas, que muchas veces tergiversan el contenido religioso nuevo y son aprehendidas de manera peculiar, y por vivir en circunstancias de extrema pobreza y abandono. Luego la terrible dicotomía entre la renuncia o el soportar el martirio más feroz. Pero también se enfrentar a un Dios que se mantiene en silencio y supuestamente indiferente a las torturas que se soportan en su nombre. No es poco. Todo el film esta atravesado por dudas, certezas, dolores, que transforman a esta larga película (dos horas y 41 minutos) es una visión interesantísima, con grandes actuaciones de Lian Neeson, Andrew Garfield, Adam Driver entre muchos otros que realizan una entrega pasional a sus personajes.
Nunca claudicaré a mi fe. Silence es la última película de Martin Scorsese que le llevo más 20 años de trabajo en revisar la adaptación (de Jay Cocks sobre la novela original escrita por Shusaku Endo) para quedar conforme y finalmente filmarla. La historia se desarrolla en el siglo XVII cuando dos misioneros cristianos: el Padre Rodrigues (Andrew Garfield) y el Padre Garupe (Adam Driver) se ofrecen a su superior para viajar a Japón en busca de su maestro desaparecido el Padre Ferreira (Liam Neeson) y seguir con la tarea evangélica en momentos que el cristianismo ha sido prohibido en ese país. Cuando alguien era sospechado de ser cristiano las autoridades lo obligaban a pisar imágenes de Jesús o María para negar la fe y evitar así la tortura y posterior ejecución. “En este paramo no hay lugar para el cristianismo” dice en un momento el inquisidor Inoue (impecable actuación del japonés Issey Ogata) Interesantísimo guión, con una preciosa fotografía y un maravilloso trabajo de Andrew Garfield ya lejísimos de ese joven simpático picado por una araña. Decir que me apasionan estos temas religiosos seria poco. Silence dura 159 minutos y me parecieron escasos. Son dos creencias que se cruzan: el cristianismo y el budismo, tanto amor teñido por la crueldad del hombre. Apostatar es la renuncia a creer en determinada religión termino que escucharemos en varios momentos de la cinta y que ira cobrando mayor significado. Gran largometraje altamente recomendable si te gustan los temas relacionados con la fe.
Llevando la fe al otro lado del mundo. La nueva película del director de Taxi Driver viene a conformar un postergado díptico con La última tentación de Cristo. La crónica de cómo, a mediados del milenio pasado, los portugueses lograron instalar en territorio japonés –junto con el uso de las armas de fuego– la doctrina de la fe cristiana figura en todos los libros de historia de manera detallada y precisa. La consecuente y férrea proscripción de la práctica de esa religión sería uno de los ejemplos más notorios del aislacionismo casi total que el gobierno japonés pondría en marcha de allí en más y durante varios siglos. Ese trasfondo histórico es el punto de partida de la novela Chinmoku (literalmente: silencio), publicada en 1966, en la cual Shusaku Endo narra los pasos hacia la apostasía formal de un sacerdote europeo en territorio nipón. El éxito crítico del libro hizo que el propio autor escribiera, junto al realizador Masahiro Shinoda, una adaptación que sería llevada a la pantalla en 1971. Que el texto de Endo haya llegado a las manos de Martin Scorsese aproximadamente en la misma época en la que se interesaba por otra novela con la cual posee varios puntos de contacto –La última tentación de Cristo, del griego Nikos Kazantzakis– puede ser interpretada, dependiendo del punto de vista, como una feliz casualidad o como un posible ejemplo de intervención divina. Fiel a la cronología del libro y también –excepto un par de detalles secundarios– al film de Shinoda, el Silencio de Scorsese adquiere características muy personales cuando es visto a la luz de la obra previa del director de Taxi Driver. En particular su famosa adaptación de La última tentación…, con la cual podría perfectamente integrar un díptico acerca de los alcances y límites de la fe (al cual se podría sumar como satélite Kundun). El protagonista, un padre jesuita de apellido Rodrigues (interpretado con larga barba de ocasión por Andrew Garfield), parte desde Macao acompañado por otro sacerdote, el Padre Garupe (Adam Driver), hacia las costas de Japón. Las misiones son dos, sin orden de relevancia: continuar con la diseminación del cristianismo en las islas y encontrar al Padre Ferreira, desaparecido en acción luego de años de actividad misionera y de quien se rumorea le habría dado la espalda a la Iglesia. Resguardados en una cabaña rural, protegidos por un grupo de cristianos devotos y clandestinos, los sacerdotes inician sus actividades religiosas atentos a la posible llegada de los soldados del señor feudal de la zona, encargado de recolectar los impuestos y de cazar a los seguidores de la fe prohibida. Lejos del estilo adrenalítico de algunas de sus películas más reconocidas, Scorsese opta aquí por un tono reposado: tanto la longitud de algunos planos como el montaje siempre preciso de su colaboradora Thelma Schoonmaker evidencian la búsqueda y no la imposición de un estilo acorde a la historia. Dividido claramente en dos mitades, es precisamente luego de la brutal ejecución de tres campesinos (entre ellos Mokichi, interpretado por el actor y realizador Shinya Tsukamoto) y el apresamiento de Rodrigues por Inoue, un poderoso samurái de la zona, que los temas centrales del relato comienzan a tomar forma definitiva. Las conversaciones del religioso con Inoue y con el traductor interpretado por Tadanobu Asano despliegan cuestiones como el choque de culturas, la relatividad de aquello que suele entenderse como verdad y, eventualmente, los límites de la práctica de la fe en un contexto poco dispuesto al ecumenismo. En ese sentido, la anunciada aparición del famoso Padre Ferreira (Liam Neeson) cerca del final adquiere la forma de una vuelta de tuerca sobre el misterioso personaje creado por Joseph Conrad, aunque aquí en el corazón de las tinieblas descansen varias acepciones de los conceptos de credo y traición. Personaje central tanto en la novela como en ambos films, el cristiano Kichijiro hace las veces de encarnación o alegoría de Judas en el cual el propio Rodrigues puede ver reflejadas sus propias dudas, las grietas de su creencia. Pero a diferencia del regreso a la cruz de La última tentación de Cristo, el derrotero del protagonista de Silencio es bien distinto: el dogma no se afirma, sino que es puesto constantemente en duda, más allá de una última imagen bastante ambigua, dispuesta por Scorsese como cierre del relato. Como en algunas de las mejores creaciones narrativas donde la fe incontestable de un creyente es empujada hacia el abismo de la extinción, no se trata aquí de argumentar para reafirmar lo que se cree inamovible. Es testamento del interés de Martin Scorsese por este proyecto extremadamente personal que el guión no les quite peso a las disquisiciones sobre teología comparada o sincretismo religioso presentes en la novela de Endo. Que lo haga de manera estrictamente cinematográfica es una de sus más categóricas virtudes.
NI UNA PALABRA El drama religioso de Scorsese nos invita a cuestionar todas nuestras creencias. Allá por 1989 Martin Scorsese se cruzó con la novela “Silencio” de Shusaku Endo, escrita en 1966. Inmediatamente decidió que quería llevarla al cine, pero como venía de malas con la Iglesia después de la controversial La última tentación de Cristo (“The Last Temptation of the Christ”, 1988), decidió posponer el proyecto. Finalmente, casi treinta años después, el director se pudo volcar a su producción más personal en años. La premisa de Silencio (“Silence”, 2017) es simple: a finales del siglo 17 dos sacerdotes jesuitas portugueses, Rodrigues (Andrew Garfield) y Garupe (Adam Driver), se embarcan en una misión al hostil Japón, donde los practicantes de la religión cristiana son perseguidos y castigados por el régimen vigente. Los jóvenes buscan a su mentor, el padre Ferrerira (Liam Neeson), quien después de haber sido sometido a torturas supuestamente renunció a la fe y está viviendo como un nativo japonés – con esposa e hijo incluidos. El centro de la película es Rodrigues, cuya fe es puesta a prueba desde el primer minuto, cuando entiende que esta misión casi suicida es parte del plan de Dios, hasta la última escena. Los japoneses, practicantes del budismo, consideran el cristianismo como una invasión cultural occidental que corrompe las raíces de la propia. Aún así, en medio de la persecusión, los inquisidores dejan vivir a cualquiera que esté dispuesto a apostatar (renunciar a Dios) pisando unas placas (llamadas fumi-e) con representaciones de la Virgen o Jesús. Y cuando Rodrigues es inevitablemente capturado se enfrenta a su reto más duro. Como explica el mandamás Inoue Masashige (Issei Ogata), los japoneses han aprendido de sus errores del pasado y ya no matan a los sacerdotes porque los vuelven mártires. Rodrigues tiene que ver una y otra vez cómo el castigo y la crueldad se trasladan a su rebaño. La resistencia no es física (de hecho está bien cuidado y alimentado), sino del espíritu. Es entonces cuando las dudas de Rodrigues se hacen manifiestas. No solo se cuestiona el viaje y su propia capacidad para sobrevivir a este martirio, sino también cuál es su objetivo, qué es lo que Dios quiere de él. Es fácil caer en la clásica “¿Qué haría Jesús?”, cuando la respuesta sería “soportar el sufrimiento para fortalecer la fe”. Pero ¿qué hay de las víctimas? ¿No sería más sencillo renunciar a la fe con un gesto simbólico y confiar en que Dios entenderá que es necesario para terminar con el sufrimiento no propio, sino ajeno? Silencio es una obra tan monumental como dura, que pone a prueba la resistencia del espíritu del protagonista como del espectador. Después de sus eternos 160 minutos de duración no ofrece respuestas a las preguntas y las dudas que plantea durante todo su desarrollo, sino que nos invita a meditar acerca de la fe – y quizá cuestionarla en el proceso. Técnicamente, la película es una maravilla. El silencio no se queda únicamente en el título (y en la falta de respuesta de Dios), sino que se utiliza como recurso narrativo, tanto para representar la (supuesta) ausencia de civilización como para, después de escuchar por minutos gritos y quejidos de agonía, marcar el fin de la vida. El trabajo de cámara también es magnífico. Scorsese se asegura de crear una cierta distancia entre el espectador y los eventos que se desarrollan, poniéndonos en los ojos de (porqué no) Dios. Nunca vemos el sufrimiento en primer plano, ni nos sentimos con la capacidad de intervenir. La tortura es más cruda justamente porque el espectador experimenta la impotencia del sacerdote y el sufrimiento de la víctima sin recurrir a golpes bajos. Gran parte de los aplausos se los lleva el director de fotografía Rodrigo Pietro, que construye un Japón tan desolador como alegórico en cada escena. Se nota a la legua que Silencio es quizá el trabajo más involucrado de Scorsese en años, pero puede que su reverencia por el material original sea en parte lo que le juega en contra. Somos testigos una y otra vez de las pruebas a las que es sometido el padre Rodrigues, que caen en un círculo de repetición que en lugar de cementar su compromiso, agotan al espectador. Y justamente Andrew Garfield como Rodrigues es parte del problema. El actor, que viene de interpretar a otro fiel devoto en Hasta el último hombre (“Hacksaw Ridge”, 2016) muestra que este rol le queda muy grande. En la película de Mel Gibson su fe, devoción y optimismo eran la solución a un problema. Acá, no consigue transmitir de forma creíble el peso que genera que su fe en lugar de salvar vidas las esté tomando. Hablar con el diario del lunes es fácil, pero hubiera preferido Driver y Garfield invirtiesen sus roles, porque siento al primero un tanto más a la altura de las circunstancias – pero bueno, es más feo y menos vendible. Garfield también contrasta con el trabajo de varios de los actores secundarios, que realmente se devoran algunas de las escenas en las que intervienen – en particular Issei Ogata La película me pareció admirable, pero igual de insoportable. Estoy seguro que alguien con un contacto mayor con la religión encontrará un atractivo extra. Pero este drama épico de casi tres horas, que gira alrededor de las constantes dudas de un sacerdote que pasa la mayoría de las escenas encerrado o escondido se me hizo eterno y tuve que luchar contra el tedio en repetidas ocasiones. Estoy seguro que hay una forma de hacer esta película más accesible al público regular, pero Scorsese quería contar esta historia de una forma particular, y en ese sentido, estoy seguro que hay tenido éxito. Silencio es un drama duro y extenso en el que la espiritualidad, la fe y la devoción juegan un papel fundamental al momento de identificarse con su premisa y el conflicto presente. Decir que no es para todo el mundo es quedarse corto, ya que exige casi tanto del espectador como del protagonista. Es digna de admirar desde el trabajo y el compromiso que el director le puso encima, pero es para ver en cuotas – y no estoy jodiendo.
Las tribulaciones de la fe en un film bello y austero Más de tres décadas tardó Martin Scorsese en concretar uno de sus proyectos más deseados y más complejos de producir: la transposición de la novela homónima de Shûsaku Endô sobre las desventuras de dos jesuitas portugueses en el Japón feudal de 1643. La religión, la obsesión, la culpa, la vanidad y los dilemas éticos y morales han sido desde siempre cuestiones que Martin Scorsese -de rígida formación católica- abordó en su filmografía, aunque es casi inevitable analizar a Silencio en relación con la controvertida La última tentación de Cristo. Aquí también hay un complejo entramado de luchas de poder, lealtades y traiciones, inquisidores y apóstatas, y -sobre todo- de contradicciones y dudas íntimas: ¿cómo sostener la fe en medio de las atrocidades del mundo real? Los protagonistas son el padre Rodrigues (Andrew Garfield) y el padre Garupe (Adam Driver), dos jóvenes y entusiastas misionarios que deciden viajar a Japón en busca de su mentor, el padre Ferreira (Liam Neeson), quien aparentemente se ha quedado a vivir allí como un nipón más. Apenas llegan a destino descubrirán que la lucha contra el cristianismo es a sangre y fuego. En principio se esconderán con la ayuda de varios creyentes que practican la religión de forma clandestina, pero no tardará en aparecer el Judas de turno y la represión tendrá una escalada de torturas, crucifixiones y cuerpos quemados en la hoguera. Si la primera parte tiene algo (no mucho) de cine de aventuras, la segunda y la tercera (la película dura casi tres horas) se concentran más en los debates religiosos, en las vicisitudes, disyuntivas y encrucijadas interiores y exteriores del padre Rodrigues. Es que es el ex Hombre Araña y notable intérprete de la reciente Hasta el último hombre quien carga el peso (en más de un sentido) de la película. El guión del propio Scorsese y Jay Cocks (La edad de la inocencia, Pandillas de Nueva York) apela a múltiples recursos (como la lectura en off de varias cartas), mientras que el cineasta vuelve a trabajar en el terreno visual con el brillante director de fotografía mexicano Rodrigo Prieto (El lobo de Wall Street) y su habitual colaborador en el diseño de producción como el italiano Dante Ferreti para reconstruir un mundo dominado por la belleza y la crueldad, el lirismo y el odio. Un universo lleno de matices y contrastes que hacen de Silencio -con su narración épica y austera a la vez- una película fascinante.
El sacrificio, según Scorsese El director vuelve sobre sus personajes obsesionados, y enfrentados a dilemas moraless. Luego de El lobo de Wall Street, Martin Scorsese pega un giro de 180 grados con Silencio, sólo en el estilo narrativo, ya que Silencio no es una película ácida ni moderna. No es que el director de Taxi Driver haya cambiado en el fondo, porque sus personajes siguen siendo más o menos iguales: seres obsesionados en los que el dilema moral los enfrenta a sus ambigüedades o a tratar de justificar sus acciones o lo que creen o sienten que deben hacer. Creer y sentir, dos verbos que el padre Rodrigues (Andrew Garfield) deberá conjugar como pueda en suelo japonés. El, junto al padre Garupe (Adam Driver, siempre intensamente extraño) parte en el siglo XVII a Japón, ya que no hay noticias sobre el misionero padre Ferreira (Liam Neeson). O, las que hay, no conforman a estos jesuitas jóvenes. Ferreira habría apostatado -el Japón de entonces prohibía el cristianismo- “y ahora vive fuera de la fe, difamó a Dios en público”. Allí se encuentran con cristianos nipones que viven literalmente en el terror. Perseguidos por la Inquisición, los recién llegados deliberan sobre qué hacer. ¿Traicionar sus creencias, y así salvar las vidas de los campesinos? ¿Vale más la vida de los otros, o la convicción de uno? ¿Por qué, se pregunta el protagonista, la prueba debe ser tan horrible? Rodrigues parece encontrar una solución al asunto. A quienes van a ser enjuiciados por creer en Cristo les recomienda traicionar sus ideales, pero “de la boca para afuera”. Garupe no está convencido de lo mismo. El filme debate sobre la fe religiosa, la creencia y las convicciones. Es fervorosamente religioso, como lo es su realizador. Es tremendamente violento, como nos tiene acostumbrados el director de Buenos muchachos. Tiene un ritmo interno que no suelta, pero también un tempo distinto. Una iluminación naturalista y un encuadre que deja boquiabiertos (tomas supinas, escenas que parecen salidas del cine mudo -los japoneses guiando a los padres en la oscuridad con antorchas-, la cámara en mano) y un paralelismo entre el padre Rodrigues y el capitán Willard de Apocalypse Now, en ese viaje a tierras inhóspitas en busca del general Kurtz en el filme de Coppola, y en Ferreira, el mentor de Rodrígues. Es un simbolismo en el que el reflejo lastima e hiere. Los filmes, llamémosle religiosos de Scorsese - como La última tentación de Cristo, Kundun- proyectaban, sugerían las dudas que aquí carcomen a Rodrigues. “Me siento tentado a perder la esperanza… El peso de tu silencio es horrible”, dice en cierto momento a Dios. Silencio habla de la fidelidad a uno mismo, con cuestionamientos filosóficos, pero también más terrenales y carnales. El filme abre y cierra de la misma manera en su imagen y en su sonido. Scorsese eligió una frase como dedicatoria: “Para la mayor gloria de Dios”. Cuando sobran las palabras no es que hay necesariamente silencio.
Cuando esta temporada de premios pasó por alto la última película de nada más y nada menos que Martin Scorsese, nos puso a todos de alarma. Que alguien reconocido puede tener un desliz, no quepa duda, pero cuesta pensar que una historia tan poderosa como las misiones jesuitas en plena persecución en Japón pueda ser narrada con poco encanto de su mano, es raro. Silence es la historia de dos curas portugueses (Garfield y Driver) que van en una misión casi suicida a rescatar a uno de sus maestros (Liam Neeson) que fue tomado por la Inquisición Budista. Como siempre a lo largo de la Historia, la religión combina muchas cuestiones políticas inevitables atadas a esto y en Japón el tema es la penetración de cultura occidental. Con una sólida narración de la voz de los mismos protagonistas y sus diarios, nos adentramos en una construcción histórica que fácilmente nos lleva a recordar “La Misión”, con la gran diferencia que acá los personajes son aún más oscuros y que los debates filosóficos sobre la fe y la religión no cesan y enriquecen para el espectador que se encuentra a sí mismo cuestionándose cuál es el discurso correcto. Porque al final, con algunos temas, seguimos repitiendo el discurso de alguien más. Otra gran reflexión que hace el director. El film, a lo largo de casi tres horas, nos cuenta estas peripecias de la mano de una monumental fotografía y un uso del mar, la niebla y el calor que son impecables. El gran tema a desentrañar es todo lo que en realidad implica el nombre y podemos hasta sintetizar el corazón de la historia con más y más giros hace personajes profundos. ¿Por qué no resulta memorable? El tema es que ya no estamos acostumbrados a este tipo de cine, que se toma su tiempo en la espectacularidad y en el relato y que es una historia contundente y cruda, hasta por momentos desesperanzada. Es un film en donde el viejo Martin vuelve a su origen. Habiendo dicho todo esto, podemos discutir profundamente por qué estas eran las mejores elecciones para curas portugueses. Ni hablar de que el cast japonés es mucho más imponente por momentos que los actores. Si bien Andrew está demostrando con sobrados minutos en pantalla poder sostener un film, Neeson está hasta desperdiciado por más que su personaje resuelve muchos conflictos. Y desperdiciar a Neeson siempre me va a parecer mal. Adam Driver merece una mención aparte con ese rol del cura mucho más radical y violento hasta en su amor a Dios. Y protagonista de una de las escenas más conmovedoras de toda la película. El resultado final es un poco desparejo, donde la primera mitad es una tortura constante a estos dos curas y la segunda es un debate abierto sobre la fe. La obra es buena, no podría decir que es mala, pero hay un tema de ritmo (al que ya nos desacostumbramos) que inevitablemente hacen sentir a esta peli vieja.
EL DOLOR DE LA FE El filme es una adaptación de la novela del japonés cristiano Shûsaku Endo, llevada al cine en 1971 por Masahiro Shinoda, donde se narra la búsqueda de dos jóvenes jesuitas de un Hermano desaparecido años antes cuando misionaba en Japón. Los sacerdotes se embarcan en la aventura sabiendo que las posibilidades de encontrarlo vivo son casi nulas. Hasta allí la historia, hasta allí el film y aunque uno conozca que Scorsese ha tenido importantes aproximaciones a las cuestiones de la fe, como en La última tentación de Cristo (1988) o Kundun (1997), no es hasta Silencio, donde consigue expresar quizás sus más profundas dudas sobre hasta qué punto, cuánto sufrimiento físico y moral puede resistir y hasta dónde alguien está dispuesto a sostener sus creencias. En eso se basa el nuevo film del gran maestro norteamericano, utilizando casi como una anécdota la lucha de los jesuitas portugueses por expandir y sostener el cristianismo en Japón feudal del siglo XVII, a lo que más allá de los colonizados, los japoneses se resisten con absoluto derecho y utilizando todos los medios disponibles, incluyendo las más espeluznantes torturas y la muerte. El film, al que podríamos considerar hasta un western, donde los blancos entrar en territorio comanche, nos desprende de las vicisitudes del relato y nos obliga a someternos a una discusión interior, intima, privada y silenciosa, acerca de nuestras propias creencias y lo relativo de sus valores. Scorsese, excede en mucho el ámbito del cine, para involúcranos en una larga discusión sobre nosotros mismos y nuestras dudas más personales. El resto es casi anecdótico la vida y muerte de esos mártires, que al tiempo son invasores, más allá de lo espeluznante de las torturas, las crucifixiones, los cuerpos empapados con agua hirviendo y las hogueras humanas, tiene que ver con cabalgar interiormente, buscando claridad respecto a una de las palabras más complejas del hombre: Fe. El resto es silencio. SILENCIO Silence. Estados Unidos/Taiwán/México, 2016. Dirección: Martin Scorsese. Intérpretes: Andrew Garfield, Adam Driver, Liam Neeson, Yosuke Kubozuka, Tadanobu Asano, Ciarán Hinds, Issei Ogata y Shin’ya Tsukamoto. Guión: Jay Cocks y Martin Scorsese, basado en la novela de Shûsaku Endô. Fotografía: Rodrigo Prieto. Música: Kathryn Kluge y Kim Allen Kluge. Edición: Thelma Schoonmaker. Diseño de producción: Dante Ferretti. Distribuidora: Distribution Company, Duración: 161 minutos.
Silencio es el proyecto más personal de Martin Scorsese que tuvo una producción de 25 años. En 1988 el cineasta empezó a gestarlo y diversos obstáculos fueron demorando la filmación durante mucho tiempo. En esta demora también influyó el hecho que ningún estudio importante de Hollywood se interesó en financiar esta historia. Finalmente el artista logró hacer realidad su película gracias al apoyo del histórico productor de Rocky, Irvin Winkler, quien previamente había gestado otros clásicos como Toro Salvaje y Buenos muchachos. Silencio está basada en la novela homónima de Shuzaku Endo y describe la persecución y castigo que sufrieron los cristianos y misioneros jesuitas en el Japón feudal del siglo 17. Un conflicto que también jugó un papel relevante en esa obra maestra de James Clavell que fue Shogun, que se ambientaba en el mismo período histórico. A través de este relato Scorsese propone una reflexión sobre la naturaleza de las convicciones religiosas, al mismo tiempo que retrata la arrogancia y soberbia en la que pueden caer los pensamientos dogmáticos. La película presenta un dilema moral complejo que nunca juzga las acciones de los personajes y dispara en el espectador preguntas interesantes. La temática es apasionante y aunque el conflicto se desarrolla en el Japón feudal tiene una actualidad notable en el siglo 21. Desde los aspectos técnicos la película es hermosa y sobresale la fotografía de Rodrigo Prieto (Argo, El lobo del Wall Street), quien hizo un trabajo fantástico con el retrato los paisajes naturales de Taiwán, la ciudad donde se filmó esta producción. Andrew Garfield, la figura más destacada del reparto, tranquilamente podría haber obtenido otra nominación al Oscar por esta labor, ya que está excelente y es el principal atractivo de este estreno. El actor atraviesa un momento tremendo de su carrera y no deja de sorprender con estas interpretaciones que son un placer de ver en el cine. Lamentablemente para mí, jamás pude conectarme emocionalmente con esta película y es una frustración porque me encanta el cine de Scorsese, pero la verdad es que no la pude disfrutar. Aunque la temática que propone es interesante, la narración monótona que eligió el director para desarrollar el conflicto se volvió un obstáculo que no pude superar como espectador. Si no te conectás sentimentalmente con la historia y las situaciones que atraviesan los personajes es muy difícil disfrutar de Silencio. Los 161 minutos se vuelven interminables y la película se estanca numerosas veces en situaciones redundantes que no contribuyen al desarrollo del conflicto. Entendí la reflexión sobre la espiritualidad de la condicional humana que plantea el director, con la que se podría escribir un concierto textual de Eric Clapton e irse por las ramas a niveles épicos, pero no la sentí. Tal vez en 20 años la vuelvo a ver y me parece una obra maestra que me convierte en un monje jesuita. En este momento de la vida no pude disfrutar esta propuesta, más allá de sus méritos técnicos, donde sobresale la puesta en escena del período histórico. Silencio es una película de Martin Scorsese, uno de los más grandes realizadores de las últimas décadas y cuando estrena un nuevo trabajo hay que estar presente en el cine. Al menos si amás este arte. Por ese motivo reitero esta cuestión. La trama propone una temática muy interesante que abre numerosas discusiones, pero resulta un factor clave entablar un conexión emocional con los personajes para disfrutar la película. Tal vez ustedes tengan mejor suerte.
Silencio es un film que desafía al espectador en varios sentidos. Por un lado brinda un debate filosófico sobre la religión con dos puntos de vista encontrados, y por otro llama a la reflexión. Todo con un ritmo muy lento y cero dinamismo. Un clima buscado y muy conseguido. Se nota mucho que es una película muy personal para Martin Scorsese y se entiende por qué tardó veinte años en hacerla. Es cero comercial y desentona con el cine de los últimos tiempos. Incluso con el cine de Scorsese de los últimos años. La película tiene dos atractivos muy grandes más allá de conectar o no con su historia: una fotografía fantástica con paleta de colores excelente y una actuación brillante por parte de su protagonista. Andrew Garfield se ha convertido en uno de los mejores intérpretes de su generación y tranquilamente podría haber tenido una doble nominación al Oscar. Transmite mucho en este rol de misionero del Siglo XVII a través de sus miradas, gritos y llantos. Pero es en sus momentos de cuestionamiento donde más se luce. Adam Driver (y en menor medida Liam Neeson) está bien pero ni por asomo logra una interpretación tan fuerte. El director plantea un mundo tan interesante como real que cuesta comprender con la mirada actual. Es un film muy cargado de doble lectura y que necesita varios visionados para poder entender bien todo. Merece un análisis académico profundo. Y si bien ese no puede catalogarse como problema, queda claro que su estreno en salas comerciales argentinas se debe al nombre de su director que va a atraer a cinéfilos acérrimos que quieran escapar a tanques. Scorsese viene diciendo hace mucho que el cine como arte ha muerto. Me da la sensación que esta es su despedida aunque haga cinco películas más. Silencio puede interpretarse como una gran y lenta pausa (incluso en la literalidad de su título) a la actualidad de la industria. Es por eso que es una película para muy pocos.
Crítica emitida por radio.
Ambientada a mediados del siglo XVII presenta a dos jesuitas portugueses que se ven obligados a emprender un viaje hasta Japón para encontrar a su mentor ya que corren rumores de que este ha renunciado a su fe de forma pública, tras haber sido perseguido y torturado. El dúo de peregrinos vivirá en carne propia la violencia con que son recibidos los cristianos en tierras niponas. Martin Scorsese vuelve a experimentar en un cine de cuestiones teológicas como en su obra de culto La última tentación de Cristo, alejándose de los tópicos de las películas de gangsters y el bajo mundo. Para eso adapta en tres horas de intenso metraje la obra del escritor Shūsaku Endō y coloca a dos jóvenes y talentosos intérpretes en la piel de los misioneros: Andrew Garfield y Adam Driver y al veterano Liam Neeson como el mítico padre Ferreira. Este trío de actores acompañados por un elenco muy sólido, hacen creíbles las atroces situaciones aquí narradas. Secuencias y trama, que pese a pertenecer a una época lejana mantiene una preocupante vigencia: la persecución por creencias religiosas, la intolerancia y el exterminio es moneda corriente en algunos de los lugares más peligrosos del mundo (como Siria o Irak por nombrar algunos) Técnicamente la cinta es prodigiosa, la fotografía del mexicano Rodrigo Prieto logra momentos de belleza pictórica y el director vuelve a hacer gala de su pericia a la hora del encuadre y el montaje combinando planos inmensos con otros muy cerrados que acentúan el agobio de los protagonistas. Una cinta épica y dolorosa; en la línea de La Misión (en la que curiosamente aparecía un joven Neeson), un filme en las antípodas del cine de entretenimiento, pero que sin dudas atrapa, cuestiona y conmueve.
Silence es un drama religioso de casi tres horas de duración, protagonizado por dos de los actores del momento y dirigido por uno de los mejores directores de la historia del cine. ¿Con qué frecuencia uno se encuentra en cartelera con una película que combina tantas partes aparentemente incompatibles? El estreno de la última producción de Martin Scorsese es todo un acontecimiento que cualquier amante del séptimo arte tendría que apreciar en una sala, sea bueno o malo el resultado. Siguiendo la línea de The Last Temptation of Christ y Kundun, el director se basa en una novela del ’66 escrita por Shusaku Endo para ubicar a los espectadores en un lugar incómodo. Genera debate suficiente como para que el título del film se convierta en mera ironía.
El Martin Scorsese religioso sobresale en el film “Silencio” • EL DRAMA HISTÓRICO ENCUENTRA UN NOTABLE INTÉRPRETE EN LIAM NEESON Antes de dedicarse al cine Martin Scorsese quería ser cura, y algo de esa vocación religiosa lo siguió en alguna de sus películas, especialmente en "La última tentación de Cristo" y "Kundun". Curiosamente, ninguno de esos dos films tuvo estreno comercial en la Argentina por motivos completamente diferentes- pero ahora sí podemos ver otra película que completa esta personal trilogía religiosa, este temible "Silencio", un excelente y tortuoso drama histórico sobre uno de los períodos más oscuros de la historia del Japón. En el siglo XVII los jesuitas llevaron la palabra de Dios al Japón logrando miles de conversos, pero pronto el poder feudal japonés entendió que permitir que avance el cristianismo era dejarse colonizar por potencias europeas, y persiguió a los cristianos con una furia y crueldad comparable a la de los antiguos emperadores romanos. Lo único que adoptaron del catolicismo fue la Inquisición, ya que en Japón había inquisidores obsesionados por lograr que los cristianos renuncien a su fe, además de prohibir todo tipo de símbolo religioso que los pudiera alentar. En este contexto, según la novela de Shusako Endo, Scorsese muestra en un impresionante prólogo las torturas sufridas por los jesuitas, incluyendo un Liam Neeson quemado lentamente con agua hirviendo, y que describe sus penurias en una última carta que llega a Europa años después de haber sido escrita. Dos jóvenes sacerdotes, discípulos del padre torturado, quieren ir a buscarlo a Japón a pesar de los rumores de que su venerado padre Ferreira ha renunciado a su fe y ahora vive como un japonés. La película es una crónica fascinante de este viaje terrible que implica elecciones casi imposibles para los jesuitas interpretados por Andrew Garfield y Adam Driver. Scorsese reprime sus recursos visuales más típicos para contar esta historia de forma clásica, al estilo de los dramas históricos de los antiguos maestros del cine que admira. Es una buena elección, igual que la de ocuparse de que la ambientación de época acompañe la búsqueda de los protagonistas sin volverse épica, aunque esté llena de riquezas visuales, tanto en el paisaje como en la escenografía. La película funciona muy bien en la primera mitad, cuando describe el encuentro de los padres con sus abandonados cristianos que no tienen sacerdote y se desesperan por confesar sus pecados (cosa que a veces hacen en japonés, por lo que los confesores no entiendan mucho) y decae un poco cuando los jesuitas se separan y uno de ellos es presionado para que renuncie a Cristo. El problema de esta parte es que deja a Andrew Garfiel rodeado de actores japoneses que lo superan, porque su personaje implicaba una composición mas profunda. Por suerte, al final reaparece Liam Neeson, el jesuita experimentado de "La Misión" y el film, que por momentos se volvía un poco cuesta arriba, se encarrila hacia un desenlace brillante. "Silencio" es un gran película a la que ya desde su tema hay que tenerla paciencia, algo que sin duda vale la pena.
Dirigida por Martín Scorsese y basada en el libro de Shusaku Endo, Silencio (Silence, 2017) es una película que atrapa tanto por el tema como por el contexto histórico al que hace referencia. Siglo XVII. Sebastián (Andrew Garfield) y Francisco (Adam Driver) son dos jóvenes sacerdotes jesuitas que deciden viajar a Japón para buscar a su mentor (Liam Neeson), quien supuestamente fue torturado porque el Catolicismo en el país oriental estaba prohibido. Como es habitual, Scorsese ilumina historias que suelen ser poco conocidas por el público. Esta película cumple con ese aspecto: presenta un tema histórico, interesante y pocas veces retratado en la pantalla grande. Y precisamente ese es su mayor acierto. Desde el inicio se destaca la fotografía de la película (nominada en esa categoría al Premio Oscar). En paralelo a la correcta ambientación que recrea una época oscura y poco comprensible para los occidentales. Además de la crudeza extrema de varias escenas, la principal falla del film es la duración, ya que da la sensación de que le sobran demasiados minutos. Sin embargo, lo interesante del final lo compensa. Las actuaciones de Garfield y Driver son muy buenas; mientras que Neeson hace lo propio con un personaje que necesita de la maduración de su interpretación. Con el tiempo y haciendo futurología, es probable que Silencio se convierta en esos ejemplos cinematográficos a los que se recurre cuando se quiere mencionar un tema puntual de la historia. Pero en lo inmediato, cuando el espectador se retira del cine, provoca una reflexión ineludible sobre el hombre, su cultura, y las atrocidades que realizó (o aún realiza) en nombre de la religión.
La parábola de la fe Silencio (Silence, 2016) es una transposición del libro homónimo de Shûsaku Endô, el cual ya tuvo una primera versión cinematográfica en 1971, dirigida por Masahiro Shinoda. Luego de El Lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street, 2013), Martin Scorsese decide concretar uno de sus proyectos más postergados: una nueva versión del libro de Endo, sobre la proscripción del cristianismo en el Japón del siglo XVII por parte del shogun Lemitsu. Dos misioneros católicos, los padres Garupe (Andrew Garfield) y Rodrigues (Adam Driver), a pesar de esta prohibición, deciden emprender un viaje a tierras japonesas para localizar a su mentor: el padre Ferreira (Liam Neeson), de quien no se tienen noticias desde hace un largo tiempo. El riesgo de una condena a muerte es más que probable, indirectamente proporcional a la posibilidad de lograr con éxito el objetivo. La comparación con La Última Tentación de Cristo (The Last Tentation of Christ, 1986) resulta inevitable por la línea temática que atraviesa a ambas películas. Sin embargo, la diferencia parte de la mirada de Scorsese. En la primera película, la crítica parte desde un punto de vista teológico sobre la condición divina de Jesucristo, una preocupación que se asienta en primer plano bajo el paño de una reflexión ensalsada en lo bizarro y el mal gusto. El libro de Endo no es el de Nicholas Kazantzakis (el escritor del libro sobre el que se basó La Última Tentación de Cristo), la doble sustancia de Cristo y la provocación se sustituyen por la fe estudiada, cuestionada, pisoteada y hasta dudada en hombres que la poseen (a priori) y tiene como único fin en este mundo propagarla, tal es el caso de estos dos misioneros portugueses. La parábola de la fe cruza, en este relato, la frontera de la humillación de los hombres embebidos en un fanatismo que posee poco y nada de material en esa creencia ciega, la cual paradójicamente sale de la agonía ante la llegada de Garupe y Rodrigues, quienes no tienen nada que ofrecer, más que palabras y esperanzas en el aire a los pobres aldeanos japoneses… y cristianos. En cierta manera, Silencio es un enderezamiento de lo que fue su acercamiento más profundo y directo a sus preocupaciones religiosas, hace unas tres décadas, porque su posicionamiento respecto del tema es más blanco, ya que el enfoque sobre la fortaleza de la fe no posee capas que la opaquen. Así es que la película, en definitiva, prioriza la estructura del cuestionamiento de la fe en la primera mitad y el drama existencial del padre Garupe en la segunda; un abordaje denso en lo dialogal que no alcanza a descansar en la estrategia visual del fotógrafo mexicano Rodrigo Prieto, la que en la primera mitad embellecen esos planos generales gracias a un particular uso del color y los puntos de fuga en ciertos espacios inconmensurables del cielo y el mar. Scorsese vuelve a trastabillar, en otro intento por volcar sus intereses religiosos en una empresa que pone casi todos sus esfuerzos en la densidad de sus diálogos y muy poco en la estructuras narrativas. Vidas al Límite (Bringing Out the Dead, 1999) continúa siendo la mejor película de este director en la que trabaja estas ideas críticas sobre el cristianismo, las cuales están en un segundo plano, porque utiliza operaciones de producción de sentido, en términos visuales y narrativos, elaboradas con mucha mayor astucia. Probablemente la causa de ello esté en el nombre que aparece como guionista: Paul Schrader.
Apóstatas A esta altura es indiscutible que el realizador norteamericano Martin Scorsese –La Invención de Hugo Cabret (Hugo, 2011)-, además de tomar riesgos, tiene como premisa combinar su pasión por el rescate y la difusión de films poco conocidos en Estados Unidos a un público actual con la dirección, una profesión en la que se destaca como un artesano en la puesta en escena de dramas en los que los grandes conflictos de las relaciones humanas cobran forma a través de las instituciones actuales. Silencio (Silence, 2016) es la remake del film homónimo japonés, Chinmoku (1971), la obra maestra de Masahiro Shinoda, basado en la extraordinaria novela publicada en 1966 por el escritor nipón, Shûsaku Endô, uno de los más refinados exponentes de la literatura japonesa de posguerra, que participó junto a Shinoda en la adaptación de la historia al cine. El film de Scorsese se centra en la llegada de dos sacerdotes jesuitas de La Compañía de Jesús a las aldeas alrededor de Nagasaki, en el suroeste de Japón, tras las persecuciones contra los creyentes cristianos producto de los levantamientos de Shimabara por el aumento de los impuestos a los campesinos por parte del señor feudal durante el periodo del shogunato Tokugawa, en el Siglo XVII. En este contexto de persecución, dos curas jesuitas portugueses, Rodrígues (Andrew Garfield) y Garupe (Adam Driver) arriban a Japón para buscar a su antiguo mentor, Ferreira (Liam Neeson), desaparecido en medio de las purgas, a través de Macao, con la ayuda de un atormentado pescador alcohólico, Kichijiro (Yôsuke Kubozuka). Allí los campesinos los reciben con grandes esperanzas que superan las expectativas de los jóvenes sacerdotes idealistas, pero los inquisidores feudales no tardarán en descubrir que los misioneros están predicando nuevamente en la isla. Scorsese regresa con un homenaje cinematográfico que cobra valor propio gracias a escenas realmente estremecedoras y de gran belleza, en un film que plantea la cuestión del nacionalismo, la colonización y las misiones religiosas desde un punto de vista crítico y analítico que desglosa los discursos para contrastarlos con las ideas y la fuerza en una lucha ideológica encarnizada entre la tradición budista, sostenida por el orden Shogun, y la fe católica jesuítica, representada en la brutal historia del calvario de Jesús. Con gran delicadeza, el director de fotografía Rodrigo Prieto (Argo, 2012) trabaja cada escena de forma umbría y elegiaca para transmitir la distancia cultural, la aflicción y la desesperación ante la persecución y el tomento ante la tortura física y psicológica. Las actuaciones son extraordinarias, al igual que la adaptación de la obra de Endô y Shinoda por parte de Jay Cocks –Pandillas de Nueva York (Gangs of New York, 2002)-, Kenneth Lonergan –Manchester Frente al Mar (Manchester by the Sea, 2016)- y Steven Zaillian (Moneyball, 2011), que demuestran un gran talento al respetar la obra original a nivel discursivo y artístico, pero agregando maravillosas sutilezas y detalles tan magníficos como perturbadores. El film se destaca por su sobriedad estética y su narración parca y mesurada, que busca en los detalles de la imagen y las profundas argumentaciones de los discursos la construcción de un sentido dialéctico entre lo espiritual y lo material, creando así una obra de gran complejidad que modera la intensidad de su interpelación de acuerdo a la necesidad artística para crear escenas de gran trascendencia y valor estético, lo que demuestra una vez más que Martin Scorsese es uno de los grandes artistas de nuestra época.
Su relato en off comienza en 1609 a 1663 en Japón para reflejar el sufrimiento de los cristianos y la lucha de unos misioneros jesuitas. Uno de los personajes es el padre jesuita portugués Ferreira (Liam Neeson), gran parte del film ronda en base a este, los otros dos personajes que se encuentran la mayor parte del film son los sacerdotes: Rodrigues (Andrew Garfield) y Garupe (Adam Driver), muestra una terrible persecución llevada adelante por Toyotomi Hideyoshi, un señor feudal japonés quien les inflingió todo tipo de torturas, sufrimiento, donde el ser cristiano era puesto a prueba a cada paso. Contiene muy buenas actuaciones, cuenta con la excelente fotografía de Rodrigo Prieto ("Argo", "Babel", "Secreto en la Montaña”) que aporta mucho, ante un relato alargado, algo denso y reiterativo, al que le sobran unos 30 minutos. En esta oportunidad nos encontramos con un Scorsese alejado del estilo de: "El lobo de Wall Street", "Taxi Driver", entre otras.
Silencio, la nueva película de Martin Scorsese se toma casi tres horas para contar la historia de dos misioneros jesuitas portugueses en tierra japonesa, a mediados del siglo XVII. La última imagen de Silencio traiciona la ambigüedad religiosa que era lo más interesante que mostraba la película de Martin Scorsese hasta ese punto final. Basada devotamente, casi página por página, en la novela del mismo nombre de Shusaku Endo, un escritor japonés católico que tuvo un enorme éxito en la década de 1960, la obra del gran director norteamericano cuenta la historia de dos jesuitas portugueses misioneros en Japón a mediados del siglo XVII, la época de máxima represión contra los cristianos en aquel país. El título alude al supuesto silencio de Dios ante todas las atrocidades a las que son sometidos tanto los misioneros como los fieles orientales. El testigo y protagonista es el padre Sebastián Rodrigo (Andrew Garfield) quien además de contener a los pobres campesinos y pescadores creyentes, que se quedaron sin nadie que los guíe, pretende llegar hasta Cristóbal Ferreira (Liam Neeson), un sacerdote jesuita casi legendario que fue su maestro y de quien se dice que renunció a su fe y ahora vive con una mujer y un hijo en Nagasaki. El tema del choque cultural y religioso entre Occidente y Oriente, visto tanto desde un punto de vista político como existencial, tal vez sea un material más apto para un ensayo que para una película, algo que ya se percibe en la novela de Endo, quien tuvo la inteligencia de componerla de una forma híbrida, con documentos, diarios, testimonios y capítulos en tercera persona, lo que le permite abundar en datos y reflexiones difíciles de integrar a la acción dramática, aunque sin dudas sirven para contextualizarla. Scorsese elige la voz en off para acompañar las imágenes de esa peripecia y, tal vez por ese motivo, el relato visual parece más ilustrativo y distante. Una distancia que crece por la forma académica (en el sentido pictórico no cinematográrico) con la que el director siempre ha abordado los temas históricos, desde La última tentación de Cristo hasta Pandillas de Nueva York, pasando por La edad de la Inocencia. Uno podría suponer que el barroco de la época que está representando justifica la elección de su paleta de colores y de sus encuadres, pero el resultado es de una frialdad apática, como si la belleza del mundo que muestra devorara cualquier sufrimiento humano. Antes que darse tiempo para contar su historia -dura unas tres horas, casi más que leer la novela- lo que hace Silencio es quitarle el tiempo al espectador, abusar de su paciencia durante la larguísima primera mitad donde es muy poco lo que ocurre en sentido dramático. Lo que podría haber sido lo más interesante: el personaje de Kichijiro, un japonés cristiano cobarde que traiciona y se arrepiente todo el tiempo, es desperdiciado, un poco por la falta de carisma del actor y otro poco por la forma mecánica en que lo presenta el director. Ya en La última tentación de Cristo Scorsese pretendía humanizar al cristianismo, ponerlo de parte de cada persona, de cada individuo que vive y sufre, y sacarlo del rígido dogma de la institución eclesiástica. Vuelve a hacerlo en Silencio, con mucho menos potencial de escándalo y con la ayuda de la voz de Liam Neeson que debe de ser lo más parecido a la palabra de Dios en la Tierra.
Después de La última tentación de Cristo (1986) y Kundun (1997), Silencio (2017, casi ausente en los Oscars) es la tercera realización de contenido religioso de Martin Scorsese; un porcentaje magro para tan amplia filmografía, lo cual es una verdadera pena, no por una cuestión de géneros, sino porque en cada una de las cintas sacras el italoamericano filmó con una sobriedad y un respeto por los tiempos dramáticos totalmente ausente en sus archifamosos (y archirreconocidos) films de gángsters. Vayamos al film en cuestión. En el siglo XVII, mientras los españoles ya empezaban a cansarse de buscar herejes para prenderles fuego, en el Japón imperial ocurría exactamente lo mismo en sentido contrario: el gran inquisidor estaba harto de ver desfilar japoneses dispuestos a inmolarse en pos de un dios invisible y sus promesas de una espectacular vida post-mortem. Durante las misiones jesuíticas, un prominente sacerdote portugués, el padre Ferreira (Liam Neeson), parece haber desaparecido durante su misión en Japón. En las misivas relata las peores torturas infligidas al pueblo converso, y el quiebre abrupto de correspondencia sugiere que ha muerto o apostató. En Portugal, el padre Rodrigues (Andrew Garfield) y el padre Garupe (Adam Driver), discípulos de Ferreira, consiguen la venia de la autoridad eclesiástica (representada por un barbudo Ciarán Hinds) para viajar al Japón y averiguar el paradero de Ferreira. Durante la primera parada en China, un oscuro japonés llamado Kichijiro (YôsukeKubozuka) los guía en barco hacia el Japón; los jesuitas amarran en la aldea de Gobe, donde son recibidos como el mismísimo Jesucristo, lo cual reafirma la convicción de Rodrigues –cuyas misivas a su autoridad se oyen en off, al estilo de los films de TerrenceMalick– y resulta uno de los momentos más emotivos de Silencio. ¿Y por qué el nombre? El silencio es la única respuesta del Creador a las plegarias de los sacerdotes, que se multiplicarán como el milagro de panes y peces una vez que el temible inquisidor Inoue (IsseiOgata) llegue al lugar. Scorsese (que aspiró a ser sacerdote en su adolescencia) invirtió años y muchísimo dinero en la producción de esta película, que es la suma de todas sus inquietudes religiosas, y si bien no consiguió la obra maestra que muchos esperaban sí pudo concretar una obra distinta, que no revela todo su potencial a simple vista. Insertas entre la acción y la introspección (pese a los ecos a La Pasión, no hay excesos de brutalidad a la Mel Gibson), el director hace emerger, progresivamente, todas sus dudas y sus convicciones en el plano religioso –cuestiones todas que, más allá del credo o no credo del espectador, lo moverán sin duda a la reflexión–. El director maneja muy bien el tiempo de estas dudas y revelaciones, que explotan con la llegada de los dos jesuitas al Japón, caen en una meseta (con las sucesivas traiciones de Kichijiro, el innegable Judas para el Cristo de Rodrigues), y vuelven a explotar, quizá con mayor fuerza, cuando, en medio de las torturas, hace su aparición el misterioso Ferreira, cuyo enigma está planteado –uno apostaría, conscientemente, o incluso adrede– de modo análogo a la búsqueda del Coronel Kurtz en Apocalypse Now. Se dice que Scorsese invirtió los últimos 28 años de su vida en concretar este proyecto, surgido de la lectura del libro de ficción homónimo, de 1966, perteneciente al escritor ShūsakuEndō. Pese a la emoción que irradia el film, hay una contención permanente en la introspección de Rodrigues, el vehículo movilizador del film, y en esa performance,esforzada, rodeada de todos los requisitos insoslayables (de las locaciones a la puesta de cámara y la fotografía del mexicano Rodrigo Prieto) se concentra gran parte de las grandezas del film. Silencio no será la película por la que Martin Scorsese será recordado (las críticas no han sido laudatorias para este opus del italoamericano), pero una lectura atenta y el paso del tiempo quizá le den el estatus de gran obra que se merece.
Cartelera 1030 –Radio Del Plata AM 1030, sábados de 20-22hs.
La nueva película del realizador de “Buenos muchachos” lo muestra en una búsqueda similar a la de “La última tentación de Cristo” al plantear los conflictos que atraviesan dos jesuitas que viajan a Japón en el siglo XVII para tratar de mantener vivo allí al cristianismo, prohibido por las autoridades. Un filme épico pero, a la vez, un cuestionamiento íntimo sobre los límites de la fe. A esta altura de una carrera cinematográfica que se extiende por casi 50 años es innegable la versatilidad formal de Martin Scorsese como así también sus obsesiones, que pueden tomar distintas formas cinematográficas. Después de una película ácida, cómica, moderna y veloz como EL LOBO DE WALL STREET, el realizador de TAXI DRIVER hace un giro formal de 180 grados para entregar una película que, en ese aspecto, parece ser su completo opuesto: calma, épica, sosegada, clásica en su formato. Ese antagonismo, sin embargo, se termina ahí. Finalmente, los personajes de sus películas son siempre tipos obsesivos y martirizados que viven en el límite entre la fidelidad y la traición, tratando de encontrar justificaciones éticas, morales o religiosas que les permitan tomar decisiones que van en contra de sus convicciones. No hay personaje, casi, en la carrera de Scorsese, que no se haya planteado lo mismo que se plantea el Padre Rodrigues a lo largo de SILENCIO: “¿qué es una traición?”, “¿hay un causa mayor que la justifique?”. En este relato de aventuras y de conflictos religiosos, los personajes se debaten qué hacer ante la persecución de los japoneses hacia los cristianos en el siglo XVII. ¿Ser fiel a sus creencias y morir –y dejar morir a miles– por ella? ¿Entregarse al enemigo para salvar a los fieles pero con eso traicionarse y abandonar su credo? ¿O existe alguna otra opción? Como en muchas de las películas de Scorsese, allí están los personajes que dudan antes de tomar esa decisión. En este caso, le preguntan a Dios qué es lo que deben hacer. Y la respuesta, bueno, suele ser la que le da título al filme. Basado en una premiada y controvertida novela de Shusaku Endo de 1966 que ya fue llevada al cine por Masahiro Shinoda en 1971, SILENCIO arranca con una escena terrible y cruenta en la que se ve al Padre Ferreira (Liam Neeson) siendo testigo de las crueles torturas seguidas de muerte que sufren los cristianos que se niegan a apostatar, a renunciar a su religión, prohibida entonces en Japón. Del Padre Ferreira no se sabe más que lo que se lee en esa carta suya –en la que se relatan esos hechos–, la que llega años después a Macao, donde dos jesuitas –el Padre Rodrigues y el Padre Garupe–, fieles seguidores suyos, se niegan a creer lo que se rumorea: que Ferreira renunció a la religión cristiana y que hoy vive como un japonés más. Sin noticias suyas y con la ayuda del único japonés que encuentran allí (un alcohólico que parece no tener más deseos de vivir que revelará, con el correr del filme, ser un personaje extraordinariamente complejo) emprenden un peligroso viaje a buscarlo. Al llegar allí se topan con los habitantes cristianos de la aldea de Tomogi que viven escondidos, temiendo ser hallados y asesinados si no renuncian a su religión. Se establecen allí durante un tiempo pero luego deben esconderse y fugarse cuando el pequeño grupo de cristianos es encontrado y forzado a apostatar o ser torturados hasta morir. Rodrigues y Garupe parecen diferenciarse en cuanto a cómo actuar ante esta terrible situación: el primero puede entender de parte de los habitantes la necesidad de apostatar (al menos, de la boca para afuera) para evitar ser asesinados junto a sus familias mientras que el segundo no concibe la idea de traicionar sus creencias. Los caminos los separarán y será Rodrigues el que, de a poco, se vaya acercando no solo físicamente a Ferreira, sino –como el protagonista de APOCALIPSIS NOW en la búsqueda del mítico Coronel Kurtz– a atravesar su misma experiencia, entender lo que le sucedió y conocer más en profundidad los conflictos entre los jesuitas cristianos y los locales, budistas. SILENCIO tiene dos partes muy diferenciadas y una larga coda. La primera es el relato más o menos “aventurero” de las peripecias de Rodrigues (Andrew Garfield, a quien el papel le queda un tanto grande) y Garupe (Adam Driver, extraño como siempre) tratando de mantener vivas las tradiciones de las ocultas comunidades cristianas en Japón a riesgo de muerte. La segunda empezará cuando el Inquisidor (Issey Ogata) descubra y detenga a Rodrigues y, con la ayuda de un traductor (el gran Tadanobu Asano), intente convencerlo, por el debate de ideas primero y, si no funciona, por métodos más cruentos, de que renuncie a una religión que, según él, jamás podrá hacer pie en el budista Japón, una tierra que, dice, no es fértil a esas ideas. El filme se estructura a través de tres cartas que se leen en off. La primera, de Ferreira, dispara la acción. La segunda, que va escribiendo Rodrigues, es la que relata la acción central. La tercera es de un comerciante holandés que contará lo que pasa después y que no adelantaremos aquí. En su segunda mitad, SILENCIO abandona la peripecia para centrarse más concretamente en cuestiones religiosas y dilemas éticos: ¿los cristianos japoneses comprenden realmente los conceptos de dicha religión o hay acaso una confusión idiomática al respecto? ¿Qué es una “verdad” cuando de religiones se habla? ¿La debilidad, la rendición a las creencias, pueden ser vistas también como lógicas respuestas ante una batalla perdida, algo capaz de salvar vidas? Rodrigues se desgarra ante estas cuestiones y espera de Dios algún tipo de respuesta a sus rezos y ruegos por ayuda, por piedad, por acompañamiento. Pero nada parece llegar. Scorsese pone a Rodrigues, como a muchos otros personajes de su filmografía, ante una batalla interna agonizante. En sus películas religiosas (LA ULTIMA TENTACION DE CRISTO), en las de gangsters (BUENOS MUCHACHOS, CASINO), en LOS INFILTRADOS, en EL LOBO DE WALL STREET, a sus protagonistas se los pone ante situaciones similares, en estas últimas con el FBI en el rol que aquí tienen los japoneses. Solo que acá la salvación toma características un tanto más filosóficas, además de físicas. ¿Habrá lugar en el Paraíso para un apóstata? SILENCIO, como su título lo indica, tiene el marco estético de una película épica de esas que Hollywood suele sacar para la época de los Oscars, pero Scorsese pronto subvierte el relato, dejando la peripecia afuera del la centralidad de la trama y reemplazándola por los debates filosóficos/religiosos. Utiliza además una música que, haciendo honor al título del filme, apenas se escucha, sonidos mezclados entre el ruido de las hojas, el viento y la furia del mar que se lleva los cuerpos de los que se resisten a hacer lo que las autoridades le piden: pisar la figura de Jesús en el llamado fumi-e. Es una película compleja porque ofrece más dudas que certezas. Ante los momentos más duros que debe atravesar Rodrigues, Scorsese pone en primer plano la misma pregunta que miles de creyentes deben hacerse muchas veces: ¿cómo seguir creyendo en Dios ante las cotidianas masacres, injusticias, muerte y crueldad que nos toca vivir? No hay respuesta, claro. Jamás la habrá. El silencio ante los grandes misterios de la existencia seguirá siendo siempre eso. Silencio.
Inquisidores Cazados Martin Scorsese es uno de los pocos directores de Hollywood que cuenta con la libertad (y el presupuesto) para hacer lo que quiere. Semejante margen de maniobra es avalado, lógicamente, por su prolífica trayectoria, compuesta de películas memorables como Taxi Driver (1976), Goodfellas (1990), Gangs of New York (2002) y The Aviator (2004), entre otras. A lo largo de los años, su versatilidad como narrador le ha permitido realizar desde lúcidos homenajes documentales a grandes grupos musicales de la historia (The Last Waltz, 1978; Shine a light, 2008), hasta cínicos retratos sobre los excesos de un magnate de Wall Street (The Wolf of Wall Street, 2013). Silencio (2016) -filme que narra la epopeya religiosa de dos monjes jesuitas en el Japón feudal del siglo XVII- es una muestra más de esa magnífica heterogeneidad temática y narrativa que puebla la obra del director neoyorquino. Sin embargo, no esperen encontrar aquí el ritmo frenético de “El lobo…” ni la potencia arrolladora de The Departed (2006). Silencio es una película lenta, de tono contemplativo e impronta reflexiva. Mucho de lo que acontece en pantalla tiene que ver con disquisiciones religiosas, debates internos del protagonista y cuestiones vinculadas a la fortaleza de la fé. En este sentido, es posible que resulte más atractiva para aquellos espectadores involucrados de una u otra manera con la religión católica. Para quienes expresan una postura más escéptica, el filme puede tornarse largo y tedioso, sobretodo por la postura complaciente que adopta el director (y guionista) con los preceptos del cristianismo. La trama se centra en dos misioneros portugueses del siglo XVII que deciden emprender un viaje a Japón para rescatar a su mentor, el padre Ferreira (Liam Neeson), quien luego de ser capturado y torturado ha renunciado a su fe. Los susodichos son el padre Rodrigues (Andrew Garfield) y el padre Garupe (Adam Driver), y ambos son jóvenes dogmáticos profundamente comprometidos con la misión de expandir las fronteras del catolicismo en tierras orientales. Así, mientras buscan a Ferreira, los dos curas comienzan a predicar en pequeñas aldeas de pescadores, en un contexto de fuerte represión y proscripción de las prácticas cristianas. Teniendo en cuenta que la inquisición portuguesa se extendió entre los años 1536 y 1821, podría plantearse que Silencio es -paradójicamente- la historia de dos inquisidores cazados. En efecto, la película retrata con crudeza las persecuciones, torturas y asesinatos que se ejercieron en Japón a aquellos que se atrevieron a profesar una religión distinta a la oficial, en un marco de fuertes barreras no sólo religiosas, sino también culturales. Dueña de una exquisita fotografía -a cargo del mexicano Rodrigo Prieto- y de una excelente ambientación histórica, quizás el problema de Silencio sea que redunda demasiado en los dilemas morales de Rodrigues (sobria interpretación de Garfield). En ese aspecto, el guión no abunda en las particularidades de las creencias orientales o en el choque cultural entre ambos mundos (algo que podría haber sumado elementos interesantes a la narración). Todo se centra en los tormentos, culpas y penitencias que atraviesa el misionero portugues. Y en una película de 160 minutos, ese derrotero se vuelve punitoriamente largo. Scorsese viene queriendo producir este proyecto desde hace casi 30 años, pero por cuestiones de presupuesto primero, y de agenda después, nunca pudo salir a la luz. El filme está basado en la novela homónima de Shusaku Endo de 1966, y llegó a sus manos poco después del estreno de “The Last Temptation Of Christ” (1988). El hecho de que finalmente se haya concretado da cuenta de la voluntad inquebrantable del director (aún más fuerte que la del protagonista), y si bien quizás no sea lo mejor de su filmografía, siempre es una cita obligada para todos los amantes del cine “ir a ver la última de Scorsese”.
Llamado a silencio Silencio, la última gran producción de Martin Scorsese, no es un film que se pueda comentar fácilmente. Ni siquiera desde una escala numérica que pueda posicionarla por encima o debajo de otras obras – aunque sea partiendo de la extensa filmografía que lo antecede. Silencio es principalmente una declaración de principios, un discurso sobre los ideales más arraigados del director neoyorquino, como solamente él puede expresar. Y todo tiene sentido cuando se tiene en cuenta que este es uno de sus proyectos más longevos, desde que adquirió los derechos de la novela original de Shûsaku Endô a fines de la década del 80’. Situada en el Japón feudal del siglo XVII, la historia se centra en dos sacerdotes portugueses jesuitas, Sebastião Rodrigues y Francisco Garupe (Andrew Garfield y Adam Driver), los cuales tienen la difícil tarea de buscar al padre Ferreira (Liam Neeson), dado por perdido durante su misionado en el país oriental y de quien se cree que renunció a la fe cristiana obligado por la sanguinaria inquisición japonesa. La película precisamente comienza con un largo silencio literal, instalando desde ese momento la noción de silencio por fuera de la ausencia de sonido, sino como la falta de respuestas por parte de la religión. El mismo sonido ambiente, fruto de la persecución y la tortura asociada al crujir de las hogueras y al choque de las olas contra los cuerpos echados al mar, que se suma a los gritos de agonía de los cristianos atrapados por el imperio japonés y crucificados en las costas del pacífico, es sinónimo de temor y sufrimiento, consecuencia de una de las resistencias culturales más brutales de la historia moderna. El panorama de desamparo que sienten Rodrigues y Garupe apenas llegan a Japón y son testigos de los salvajes tormentos que les esperan si son descubiertos, es el mismo que se transmite a través de los hermosos paisajes neblinosos nipones, despojados de encanto y saturados de contrastes de luces y sombras, que contagian la desesperación de los creyentes al no encontrar explicaciones divinas frente a tanto sufrimiento. Sin embargo, Silencio no es una película acerca de la pérdida de la fe ni tampoco se refiere al enigmático silencio de dios frente a las crueldades de un mundo injusto, sino que casualmente rinde homenaje al triunfo lógico de la religión católica, a la admirable fuerza de los fieles soportando los constantes ataques de los malvados emisarios imperiales que a base de tortura intentan hacer desaparecer la única verdad universal. Una visión netamente occidental y cristiana que desde un principio omite al budismo como parte de la contienda y que en todo momento se sitúa en el lugar del que viene a evangelizar, y no en el de la cultura invadida. Incluso Japón como escenario es representado esencialmente como un lugar hostil, un pantano infértil y peligroso, como así lo define uno de sus personajes. Scorsese hace hablar a la verdad absoluta justamente a través de la misma palabra de dios, diciéndole al padre Rodrigues que ceda a la presión japonesa y evite el sufrimiento de sus hermanos. ¿Qué hice, hago y haré en nombre de cristo?”, se pregunta el personaje de Andrew Garfield interpretando el dolor como un simple obstáculo de dios, dejando de lado su rol como misionero para ponerse en el lugar de un elegido por dios, un aprendiz de cristo (el de Scorsese, el de “La última tentación”). Las diferentes concepciones de dios, desde la mirada oriental y occidental, son al menos brevemente mencionadas y marcan una diferencia conciliadora en la forma en que dos idiosincrasias esencialmente distintas ven a una misma deidad. Sea a partir de un símbolo como la cruz para el católico o la imagen del sol para los japoneses, el signo de la resurrección es el mismo. Silencio goza de ser una producción espectacular desde lo visual y lo fílmico. Con una brillante fotografía que realza el misticismo de una tierra milenaria atravesada por uno de los períodos más cruentos de su historia, hasta la forma magistral en la que Scorsese dota de simbolismo y visceralidad cada plano, cada rostro teñido de sangre y dolor con el que se grafican las consecuencias de una lucha de credos fundamentalmente territorial. No obstante, es en el adoctrinamiento católico del film lo que hace que termine cayendo en una propuesta superficial y carente de sentido crítico, llegando en último término a justificar el intento de dominación cultural del cristianismo en oriente. Con dedicatoria aparte a los feligreses caídos durante estas cruzadas. De todas formas, nada opaca a los casi cincuenta años de filmografía que sostienen la mirada Scorseseana sobre el pecado y la redención en sus conflictuados mafiosos, matones y estafadores protagonistas. En pocas palabras, la genialidad del maestro todavía sobrevive por fuera de sus creencias.
La última tentación de Endo La cuestión de la fe cristiana embruja el cine de Martin Scorsese desde sus comienzos, pero nunca con tanto fervor como en Silencio (Silence, 2016). Porque ya es 2017, ha sido injustamente ignorada en los Oscars (salvo por una solitaria nominación a la fotografía de Rodrigo Prieto) y no ostenta la típica bravuconería del director, la película parece condenada a la categoría de “inferior” dentro de su filmografía. Nada más equivocado. Basada en la novela homónima de Shusaku Endo - la cual está inspirada a su vez en hechos reales - la historia sigue a dos misioneros jesuitas que se infiltran en el Japón del siglo XVII tras la pista de su mentor, de quien se rumorea ha cometido apostasía (renunciado a la fe) y ahora colabora con el gobierno local en la persecución y erradicación del cristianismo. No es la mejor época para ser extranjero en Japón, mucho menos católico. Andrew Garfield y Adam Driver interpretan a Rodrigues y Garupe, padres portugueses que viajan a Japón en parte para encontrar al desaparecido Ferreira (Liam Neeson), en parte para retomar su misión. El cristianismo ha pegado fuerte entre los más pobres, que están cansados de la explotación clasicista e interpretan las promesas de un más allá paradisíaco con un fetichismo que empieza a incomodar a los curas. La película plantea una dicotomía relativamente moderna a través del personaje de Rodrigues, preguntándose hasta qué punto es más noble sufrir (y hacer sufrir) por idealismo fanático que rendirse en el nombre de lo que es práctico y conveniente. Habiendo aprendido la lección acerca del poder del martirio, el Inquisidor Inoue (Issey Ogata) opta por humillar en público a los cristianos retobados, forzándolos a escupir y pisotear iconos religiosos en símbolo de apostasía. Los campesinos y los curas son perseguidos, torturados, humillados - ¿por qué Dios guarda silencio? ¿Por qué no intercede en nombre de la gente que está dispuesta a morir por él? Por una coincidencia asombrosa esta es la segunda película de 2016 en la que un personaje interpretado por Andrew Garfield pone a prueba su fe en tierra nipona - la otra es Hasta el último hombre (Hacksaw Ridge, 2016), también excelente - y el actor demuestra un celo e intensidad dignos de un personaje acomplejado por su convicción religiosa. Ferreira espera a Rodrigues al final del recorrido cual Kurtz, trastornado por lo que ha descubierto en el corazón de las tinieblas. Scorsese nos sumerge en la época, utilizando una banda sonora despojada de música e iluminación naturalista a lo Barry Lyndon (1975). Silencio es una película lenta y pensativa, reflejo de la constitución anticuada y epistolar de la historia. Es la segunda adaptación de la novela de Endo - la primera, japonesa, data de 1971 - y como adaptación es inmejorable. Con guión de Jay Cocks y el propio Scorsese, la historia ha sido llevada a la pantalla grande con todo el detallismo y entusiasmo de alguien que se sabe el libro de memoria (efectivamente, el director lleva décadas esperando filmar la película) y lo ha plasmado impecablemente con la poesía del cine: una épica sobre la devoción, la decepción y el consuelo de la espiritualidad interna.
Esta historia de un par de sacerdotes portugueses que van a Japón en busca del mentor que renunció a su fe es una película de otro tiempo. Su mayor virtud consiste en que las imágenes se mantengan el tiempo justo. Es un Scorsese con todas sus obsesiones. En particular, el héroe obsesivo que llega hasta el absurdo por salvar a quien no desea ser salvado; el tipo tan convencido de sus ideas que no las abandona ni en el peor de los momentos. Es una reversión de la joya “La última tentación de Cristo”, que un grupejo de ciegos ignorantes de toda religión no permitieron que apreciáramos en el cine. Como sucedáneo, Silencio –que es suntuosa y bella– funciona. Pero al lado de aquella genialidad apasionada resulta un tanto menor. O quizás la madurez ha hecho que Scorsese se volviera más contemplativo. De esos films que pueden crecer o disminuir con el paso del tiempo.
La cruz de ser un cristiano La fe mueve montañas y también las derrumba. Martin Scorsese eligió un título inmejorable para contar una historia de creencias religiosas, pero más aún de límites humanos y de escalas de valores. "Silencio" se estructura desde el derrotero de dos sacerdotes portugueses del siglo XVII que viajan a Japón en búsqueda de su mentor, el Padre Ferreira (Liam Neeson, inexpresivo como siempre). Ferreira renunció al cristianismo y eligió una nueva ruta en su vida, pero sus discípulos Rodrigues (brillante Andrew Garfield) y Garupe (Adam Driver, con 23 kilos menos para este rol) quieren saber por qué. En el afán de hallar respuestas llegarán a tierras japonesas en plan de clandestinidad y tomarán visibilidad al comenzar a evangelizar a otros cristianos que estaban necesitados de referentes de cruz en pecho. Todo se oscurece peligrosamente cuando el padre Rodrigues viaja a Nagasaki y se topa con la opresión budista. La peor tortura para el sacerdote cristiano se convierte paradójicamente en lo mejor de la película de Scorsese. Porque a través de métodos tan perversos y crueles como sutiles, Ferreira se pondrá de cara a su lealtad a Dios y a su resistencia. Y en ese delgado equilibrio quizá el silencio sea un faro para iluminar su camino.
La ecuación parece familiar: Scorsese + religión. Ya es una obviedad recordar que la filmografía del tipo está conformada mayormente por calvarios, sacrificios y otros artefactos cristianos. En el conjunto asoman algunas películas que abordan frontalmente el tema de la religión: La última tentación de Cristo, Kundun y ahora Silencio. Otra obviedad, ya que estamos: Scorsese puede extraer motivos religiosos de sus relatos de seres marginales, malvivientes y desclasados porque, al menos en lo que toca al cine (de la conciencia que se ocupen otros), el director no se muestra como un convencido pleno, sino como un creyente con dudas. La duda es lo que entrelaza el drama de sus personajes con la imaginería católica y algunos de sus mitos fundamentales. Scorsese es más humanista que creyente, la fe no es una práctica a la que sus personajes se entregan fanáticamente, sino una vía de autoconocimiento, un conflicto que mantienen consigo mismos. Silencio es más o menos eso: una variación sobre el viejo tema de la fe elaborado (una vez más) desde una mirada dubitativa, más atenta al barro de los hombres que a las promesas de la divinidad. La película sigue a dos misioneros jesuitas que viajan a una aldea japonesa con el fin de encontrar a un cura perdido y, de paso, tratar de ganar adeptos en el camino. La primera parte sugiere cierto eco, aunque en sordina, del relato de viajes: la preparación previa, los peligros del trayecto, la fascinación que despierta lo desconocido. La sobriedad de la puesta en escena no alcanza a ocultar del todo cierto cariño por el cine de aventuras y su gusto por el movimiento y la acción. La segunda parte, en cambio, gira en torno al padre Rodrigues y su lucha por mantenerse fiel a sus creencias: la película parece detenerse, hacer un alto y el diálogo pasa a ocupar el lugar que antes habían tenido los viajes. Silencio, jugando con su título, se transforma en un prolongado duelo retórico entre Rodrigues y las autoridades de Nagasaki: que si el cristianismo puede echar raíces en Japón, que si el budismo conviene más a los hombres, que si los dos credos pueden convivir. Las imágenes se vuelve el soporte de las convulsiones espirituales del protagonista: alternativamente, los hechos confirman al padre, lo obligan a replantearse su formación, lo empujan a la preservación de la vida de otros o a la inmolación. No hay nada de malo en esto: al menos desde André Bazin (aunque la idea no fuera suya), se sabe que el cine no guarda ninguna “pureza” que haya que resguardar del contacto con otros lenguajes como el teatro o la literatura. Que la palabra se haga cargo de la escena no supone ninguna pérdida, no disminuye en nada vaya uno a saber qué índice de especificidad fílmica. Lejos de la velocidad de El lobo de Wall Street o de los juegos con los géneros de La isla siniestra, Silencio remite a la mesura y la calma de Kundun, pero también con la de La edad de la inocencia. Scorsese hace gala de un rigor formal poco frecuente: cada plano parece justo en todos sus aspectos, ya sea el encuadre, la duración o la acción que captura. No hay montaje ni movimiento de cámara si la situación no lo demanda. En cuanto al sonido, hay algunos intentos más o menos evidentes de llamar la atención sobre la alternancia entre ruido y silencio, como si se quisiera reforzar el trabajo del título, pero nada demasiado sofisticado. Esa sencillez, elegante y contenida, económica, condiciona la manera en la que el director se acerca a sus personajes: así, a diferencia de otras películas, Silencio retrata calvarios y sufrimientos desde un cálculo y una distancia infrecuentes. Uno pensaría que el muestrario de pasiones que es la película manejaría otro tono, uno más encendido, que pusiera por delante el componente afectivo de los hechos, pero no, Scorsese se muestra gélido: ni las torturas, ni siquiera la muerte, están ahí para conmover ni impresionar, son solo otro aspecto cotidiano del mundo que se reconstruye. Desde el comienzo, la película comunica sus intereses: el relato de la muerte ritual de cristianos, que incluye el ser quemados vivos con agua termales, no busca la empatía del público, sino realizar una descripción casi sumaria del procedimiento. Ese tono se integra en la búsqueda global de Silencio, que en última instancia puede reducirse a la escenificación de un duelo argumental entre dos posturas y a la crisis con la fe del protagonista. La película presenta con generosidad el punto de vista japonés: los argumentos del samurai que dirige la persecución resultan convincentes, y las oportunidades que se les da a los cristianos de salvarse y evitar el suplicio son múltiples. Terminada la primera parte, la segunda se detiene en las discusiones de Rodrigues con sus carceleros: el tono es sosegado, casi contemplativo, los personajes intercambian ideas y abusan un poco de las metáforas. Debajo de ese contrapunto, el relato traza otra línea divisoria: la pobreza material e intelectual que gobierna la vida de los fieles que arrean Rodrigues y el padre Garupe contrasta con la riqueza y el buen vivir de los jefes japoneses. Esa corriente subterránea recorre una buena parte de la historia: los creyentes perseguidos se aferran a su fe tanto como a esa existencia doliente que parece sobrellevarse mejor con la promesa de una eventual vida ultraterrena. Rodrigues no siente curiosidad por el budismo, sus prácticas o saberes, mientras que los líderes japoneses conocen bastante bien los preceptos cristianos. Un personaje renuncia a su fe y vive una vida de bienestar dedicada a la investigación científica: parece irle bastante mejor después de haber apostatado, pero Rodrigues sigue retenido por sus dogmas y es incapaz de concebir un mundo diferente al que dictamina su credo. En ese ir y venir sutil, sin estridencias, la película explora la pasión de un hombre que duda. Un drama antropológico más que místico, hecho a escala humana.
EL CINE COMO ACTO DE FE Silencio seguramente despierte reacciones encontradas. No es novedad para un director al que se lo suele asociar con la velocidad, esa especie de narración intravenosa que caracteriza principalmente a sus films gangsteriles. Cada vez que ha incursionado en un tipo de cine considerado menor, aparentemente distanciado de ese estilo (La edad de la inocencia, Kundun), las críticas negativas llovieron como flechas. Hoy parece ocurrir algo similar pero sospecho que el fundamento pasa por el tema religioso y por la imposibilidad de tomar distancia acerca de lo que se ve (algunos comentarios apresurados hablan de un tono reaccionario u oscurantista). Esto tal vez sea producto, además, del contexto histórico y del argumento en sí: dos jóvenes misionarios son enviados desde Portugal a Japón para encontrar al padre Ferreira, cuyo paradero es incierto. La llegada ya presagia una larga cadena de obstáculos y tormentos que deberán enfrentar en el país nipón. Hallarán allí la semilla del cristianismo expandida en varias aldeas y sufrirán el acoso inquisidor de las autoridades, dispuestas a ejercer la tortura para erradicar la creencia y convencerlos de convertirse en apóstatas. Si bien la religión atraviesa toda la filmografía de Scorsese y hace evidente la fascinación del director por la iconografía católica y la liturgia, ya presentes en su primer largo, ¿Quién ha llamado a mi puerta? y llevada al paroxismo en La última tentación de Cristo, en Silencio retoma explícitamente la senda de la fe pero, más que en las parábolas y en los símbolos, en el cine como acto de creación. Aquí está la pasión por este lenguaje pero también su compasión. Scorsese, como pocos, acompaña a los personajes en sus deseos y sus sufrimientos, pero también en las dudas que los sobresaltan. Y esta es una marca particular que excede el rango religioso y que iguala en tanto condición humana al Travis de Taxi Driver como al padre Rodríguez de Silencio. Esto no implica que compartamos como espectadores sus acciones, a veces más cercanas a la neurosis obsesiva, pero sí que podamos entenderlos. La duda es una protagonista más y el martirio un llamado a la compasión. Y no hay forma de que el cuerpo no quede involucrado en esto, un aspecto crucial en la poética del director. El cuerpo como narración, ya sea ultrajado, martirizado, castigado por los excesos o por las faltas. Andrew Garfield (ideal, como Willem Dafoe en su momento, en esa mezcla de fragilidad con raptos de locura) se agiganta en el encuadre y leemos su rostro y compartimos la temporalidad de su sufrimiento, que no es otra que la de esa morosidad cercana al sueño, ligada a un paisaje mental de cavilaciones y sostenida por una tenue voz en off. Rodríguez es un héroe existencial como Travis, sólo que en lugar de la bruma neoyorkina asistimos a la cortina de niebla nipona, un territorio donde el peligro latente se hace sentir. Y la compasión de Scorsese no significa el apego a un punto de vista ni la obligación de compartir los preceptos cristianos. Es posible que cierta lógica binaria antagónica dentro de los esquemas narrativos clásicos pueda filtrarse en el modo en que se representa a los japoneses, pero hay decisiones que sobrepasan esta dicotomía de buenos y malos. Una se da cuando el inquisidor le plantea una parábola a Rodríguez sobre la insistencia europea de que Japón se someta a sus creencias; la otra, la más importante, es la presencia de Ferreira (Liam Neeson), quien no sólo renunció a la religión cristiana sino que pone en jaque la lógica irracional de una empresa destinada al fracaso y apuesta a un pragmatismo escandaloso. Hay un diálogo notable al respecto que representa el punto culminante de una cadena de dudas diseminadas en la mente del protagonista. ¿Hasta dónde es posible el sufrimiento por un ideal?, ¿cómo puede existir un Dios que permanezca en silencio frente a las atrocidades del mundo? Preguntas que nunca serán exclusivas del catolicismo. Pero también hay breves momentos significativos que complican la empatía con un supuesto punto de vista, en los que la prédica fanática entra en crisis. El primero es doméstico. Los dos padres ingresan a una aldea de fieles. Les ofrecen comida y se arrojan desesperados sobre ella mientras los demás rezan. La cámara (que no sólo describe, sino que escribe) toma el rostro avergonzado de Rodríguez. El segundo se da en una situación de cautiverio. El padre es llevado a un lugar con otros cristianos. Le ofrecen un trozo de pepino como ofrenda. El agradece pero se enfurece al verlos tan tranquilos cuando saben que pueden morir. Es un rapto de locura en el que transfiere un miedo incontrolable. A esta altura, la conclusión parece evidente: el mensaje transmitido es inconmensurable y quienes lo sostienen son superados ante el fanatismo de sus discípulos. Se trata de una razón más para sospechar que la película apuesta por una pedagogía cristiana sin grises. La contradicción que invade a Rodríguez no es una pantalla y roza el delirio místico (nótese la desquiciada escena en la que contempla la imagen de Cristo en el lago). Esta actitud de Scorsese es un gesto que dista de una caterva de realizadores que creen que son cínicos y superiores, situándose por encima de los hombros. La sensación que se transita en la película es que uno se infecta de la experiencia de sus personajes y no se necesita ser un gángster, un neurótico alienado ni un sacerdote para ello. El sacrificio es una cuestión sobrehumana. Y la cámara trabaja para ello, para hacer carne en nosotros la tremenda belleza austera de las imágenes. Pero también el sufrimiento. No hay un héroe scorsesiano que pueda escapar al martirio de mantener una dialéctica interna entre razón y espíritu. Sus recorridos no son épicos y en este sentido la película se despega de una tradición genérica de films religiosos. El tono intimista es funcional al universo que propone la historia, más cercano al silencio que a los gritos urbanos y los tiros de Buenos muchachos o Casino. Hay una encrucijada que Rodríguez debe resolver, un viaje interior entre la duda y la fe. Por ello, al igual que la amplia galería de héroes que pueblan el mundo del director, él está por encima de la historia. Hay un último aspecto que se vincula con el título escogido para esta reseña. Puede que Scorsese tenga un lindo mambo místico pero es antes que nada un cineasta que pregona el acto de ver y hacer cine como un sacerdote, actitud que tanto deberíamos agradecerle.
El queridísimo director Martin Scorsese regresa a la pantalla grande después de 3 años de ausencia. Silencio marca la vuelta del lado más complejo de Scorsese, ese lado espiritual que no sale al sol desde Kundun (una de las obras olvidadas del autor) hace 20 año. Silencio es un film casi obligatorio para los fanáticos de Scorsese. La película consigue invocar nuevamente el ánimo controversial y seductor que una vez se vio en La Última Tentación de Cristo. Con simbolismos en cada esquina - marcas registradas del director en cada una de sus películas - el proyecto es un viaje inverso sobre el poder de la fe y la esperanza de los protagonistas, en vez de tratar la búsqueda y renovación de un objetivo, Silencio se encarga de desplegar otro camino argumental... el peso de la fe en situaciones de vida o muerte, la renovación es cosa del pasado en el film de Scorsese y eso es el punto crítico en este gran largometraje. Estos 161 minutos narran el viaje de SebastiánRodríguez y Francisco Garupe (interpretados por Andrew Garfield y Adam Driver) dos curas Jesuitas que intentan dar con el paradero de su mentor, el padre Ferreira (Liam Neeson) después de la noticia del abandono de su hábito. Se agradece el ver a Neeson en otro papel que no sea de héroe retirado del cine de acción y la presencia de Driver mantiene la tensión en las escenas más complicadas del film; pero Silencio es el “show” de Garfield, que ya a esta altura esta consagradísimo en el escenario Hollywoodense. Es inexplicable la opción de la academia por seleccionar su actuación en Hacksaw Ridge sobre su rol en Silencio, una actuación de grandes rangos en la totalidad de la película, impecable. Queda claro que Scorsese no hizo un proyecto para una selección de público amplio, es una película con gran carga religiosa, extremadamente dura en ciertas escenas sobre determinadas posturas de la iglesia (palazos de arriba a abajo para el Budismo) y esto seguramente no va a ser agradable para todo el mundo. Dejen atrás The Departed y vuelvan a La última tentación de Cristo o la ya mencionada Kundun. Silencio es una película para ojos experimentados y afiliados en ver belleza en escenas simples.
Martin Scorsese regresa al cine con sus referencias y “obsesiones” católicas en Silencio. Durante la segunda mitad del siglo XVII Sebastiao Rodrigues (Andrew Garfield) y Francisco Garupe (Adam Driver), dos sacerdotes jesuitas portugueses, emprenden un viaje hasta Japón para encontrar a su mentor: Ferreira (Liam Neeson). Corren rumores que Ferreira ha renunciado a su fe en público, tras haber sido perseguido y torturado. Silencio sitúa su historia en un momento en el cual el catolicismo era una práctica prohibida en el país nipón, con la fuerza de la persecución equiparada a la Inquisición. Scorsese quizás haya querido llevar a pantalla el alto precio que hay que pagar por defender una convicción: su personal fe religiosa y la pasión con la que defiende su cine, en especial este proyecto de concretar su sueño. Claro que aquí toma la forma del tormento cristiano, llevado hasta sus últimas consecuencias. Una especie de trilogía que el director de origen italiano llevó a cabo con La última tentación de Cristo, Kundún y esta última producción. En esta ocasión, un Vía Crucis, físico y ético de mártires que cuestionan su fe, mientras Dios sólo parece contestarles con el más grande de los silencios. Lo que comienza como una aventura de sacerdotes jesuitas en búsqueda de alguien que ha perdido la fe y apostató, se transforma en una sucesión de torturas embellecidas por el encuadre y la fotografía del mexicano Rodrigo Prieto, en el que los colores ocres, azules y grises, junto a las brumas y las lluvias, ayudan a sobrellevar con poesía lo que de otra manera sería insoportable. El resultado, lejos de ser conmovedor, es frío, además de martirizante. La lucha entre lo humano y lo divino, los demonios y los miedos en una sucesión salvaje de suplicios. Si el director de Taxi driver alcanzó la cima de su éxito comercial con Los infiltrados, una remake que no le hacía justicia a su talento, aquí filma un libro que ya fue llevado a la pantalla en el año 1971 por Masahiro Shinoda. Y el resultado parece ser el capricho de un señor respetado y poderoso en la industria del cine, con influencia para convencer a productores y actores (en un momento Daniel Day Lewis, Benicio del Toro y Gael García Bernal iban a ser los protagonistas). Aquí el realizador de Casino se premia a sí mismo, concretando un proyecto que le llevó casi 30 años realizar, trasladar al cine la novela “Silencio”, de Shūsaku Endō. Vale preguntarse por qué en la película de Scorsese los japonés son sólo crueles porque sí. Sin ningún cuestionamiento a la colonización religiosa que podría ser vista como una forma de dominación creciente, como una suerte de futuro desarrollo expansionista europeo. Los jesuitas son buenos y los budistas malos parece ser la reducción a la que nos expone Silencio, sin atenuantes al momento de mostrar todo tipo de flagelaciones.
Silence, la nueva de Scorsese, es uno de esos raros fenómenos de grandes producciones que son a la vez personalísimas, íntimas casi, como El árbol de la vida (2011) de Terrence Malick o Aguirre, la ira de Dios (1972) de Werner Herzog. Silence presenta las preocupaciones católicas de Scorsese en torno a la fe, la traición y la conversión bajo la forma de la persecución religiosa que tuvo lugar en el Japón del siglo XVII. Hasta ese territorio lejano, separado del mundo que conocen, llegan dos sacerdotes portugueses, Rodrigues (Andrew Garfield) y Garupe (Adam Driver), con una misión que incluye tanto buscar a Ferreira (Liam Neeson), un misionero del que no se tuvieron más noticias aunque los rumores dicen que apostató, y apuntalar la fe de una población rural pobre y aislada, que profesa una fe moldeada a fuerza de malentendidos, sobre todo lingüísticos. Bien al comienzo de la película, de una belleza que no da respiro, los dos sacerdotes jóvenes acceden a ese Japón histórico y legendario a la vez después de atravesar una muralla de niebla que parece la condensación física del silencio, en planos de una artificialidad marcada que muestran la llegada en bote a esas nuevas costas como si se tratara del ingreso en un bosque fantástico, algo que parece salido más de Los cuentos de la luna pálida (1953) de Mizoguchi que del repertorio de Scorsese. Lo que pasa es que el mundo conocido, donde la fe está ordenada y reglamentada por una institución que ya tiene varios siglos, queda atrás para estos dos religiosos cuya juventud, inexperiencia e incluso debilidad no dejan de contrastar con la crudeza del escenario que los recibe, donde las cruces precarias se tallan en palos y las personas mueren crucificadas o quemadas como los primeros mártires del cristianismo. En estas nuevas condiciones, el desafío para la fe de los padres será el de permitir que los fieles se entreguen a la muerte como ovejas al matadero o cuestionarse lo suficiente como para empezar a concebir formas alternativas de la creencia, como la de esa especie de Judas payasesco que representa Kichijiro (Yozuke Kubozuka), un bufón que apostata cuantas veces sea necesario para salvar el pellejo, que profesa una fe sin heroísmo. La película está basada en una novela homónima de Shuzaku Endo, de 1966, que Scorsese descubrió en la década del 80 y a la que eligió darle forma visual teniendo en cuenta el cine japonés que le fascinó, desde Mizoguchi hasta Kurosawa. Es ese cruce de culturas, ese traslado a otra época y lugar, lo que vuelve posible a Silence y permite darle cierto tono épico al viaje de estos hombres a un territorio hostil donde la fe católica, como la de esos primeros cristianos doblemente perseguidos por romanos y judíos, adopta un perfil de resistencia y de libertad individual frente al poder del Inquisidor y permite soslayar el hecho de que la misma iglesia estaba llevando a cabo una inquisición más sangrienta en Occidente. Lejos de esa iglesia asesina y torturadora y de la actual iglesia pedófila y policial, la fe de los sacerdotes aparece como un objeto valioso y frágil en Silence, que debería hacerlos trascender este mundo de carne y debilidad -ese mundo de cuerpos que el catolicismo siempre despreció- pero en cambio los vuelve más humanos frente al silencio de ese dios que parece dejarlos tan solos. De todas formas, lo más interesante de Silence quizás no sea ese problema central que se despliega en la biografía de cada uno de sus protagonistas sino el choque de culturas que Scorsese elige destacar en un diálogo brillante donde Ferreira le expone a Rodrigues las diferencias ideológicas que hacen de un catolicismo literal algo imposible para la mentalidad japonesa, en el que es quizás el único aspecto de la película que dialoga con este presente de fundamentalismos del que la iglesia católica misma es una parte encarnizada.
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Silencio: A fe ciega. Martin Scorsese vuelve a las pasiones religiosas y recubre con gran osadía la mirada de dos misioneros en un periplo casi kamikaze. Hay un capítulo memorable de “Héroes y Tumbas” de Ernesto Sabato, “Un Dios desconocido” donde Martín, el joven protagonista, reta a “Dios” a que aparezca ahí mismo en su cama, en ese momento, en ese instante, en ese lugar si es que verdaderamente existe. Martín desafía a un ser dividido para que le diera un poco de fe para poder continuar con su vida. Darle un poco de sentido a todo. Dejar de estar perdido. “Silence” muestra esa faceta de lo desconocido. Aquello que no queremos reconocer. Y sobre todo el miedo de que nuestras vidas estén en manos de otros. No nos pertenece. La nueva apuesta del director de “The Wolf of Wall Street” (2014) engloba las obsesiones de sus dos obras anteriores “La última tentación de Cristo” (1988) y Kudun (1997), la fe. “Silencio” es una adaptación del libro de la novela de Shusaku Endo, ya llegada al cine antes por Masahiro Shinoda, que cuenta la llegada de dos jesuitas portugueses, el Padre Rodrigues y el Padre Garupe (Adam Garfield y Adam Driver), a Japón quienes están en busca de un misionero que, tras ser perseguido y torturado, ha renunciado a la iglesia cristiana durante el siglo XVII. Un pequeño rumor (pero que siempre pica en la Iglesia Católica) de que uno de sus curas, el Padre Ferreira (Liam Neeson) dejó la fe en Dios porque los japoneses lo llevaron a un sufrimiento extremo que ningún creyente está dispuesto a soportar. Una derrota en la imagen de la institución. Pero los dos jóvenes sacerdotes, que la inexperiencia toca su puerta, deciden aclarar la supuesta mistificación y consolidar nuevamente al Padre el honor al que se le debe. La única pista que tienen es una carta entregada clandestinamente y un traductor japonés muy poco confiable. El cineasta de Taxi Driver (1976) pone en juego la voluntad de estos dos sujetos que se apoyaron en su Dios y estarán en constante cuestionamiento moral porque deberán afrontar la mentira, la traición, el dolor, el engaño y la muerte en sus propias caras. La dirección veterana de italoamericano refleja lo mejor de su filmografía, llegando incluso a niveles de auténtica proeza y autenticidad. Es justamente el silencio quien se transforma en el personaje principal a lo largo de la cinta, no solo recayendo la justificación constante de todos los personajes (¿Qué podemos hacer sino esperar a que Dios proveerá?), también como una forma de dolor. La peor respuesta que alguien puede dar. La nada.
Después de tres décadas de sólo soñar con materializar en el cine una obra que siempre persiguió, Martin Scorsese vuelve a las salas con “Silencio”, una película que funciona de manera hermosa pero que, quizás por primera vez en la filmografía del director, no es para cualquier público. Su temática es bastante selectiva y puede que no le interese a todos de la misma manera Recuerdo haber visto en mis primeros años de secundaria “La Misión” y que me haya embolado como pocas veces en mi vida. Hasta volver a verla ya con un sentido claro de lo que iba a ver fue algo que odié y lo mismo puede pasar con esta película, que transcurre en Japón, con lo que conlleva una forma de desarrollarse distinta. La forma de retratar al pueblo japonés, junto a sus costumbres, tiene su cosa increíble y su cosa densa, como toda película que trata de abarcar mucho y más tratándose de un film que puede pecar de ambicioso por momentos, casi gritando a los cuatro vientos con cada fotograma que quiere llevarse premios. La dirección de Scorsese es fascinante. Todos tenemos en claro que es uno de los mejores directores que habitan nuestro planeta, que sabe perfectamente cómo colocar una cámara y evocar sensaciones, que sabe cómo ambientar un buen plano o cómo desarrollar una escena en particular y acá, tratándose de un proyecto al que le inculcó tanta pasión, no pasa algo distinto, ya que tiene unos planos maravillosos, una fotografía hermosa y se nota en particular la dedicación que se le puso en cada escena. Pasando al plano actoral, Andrew Garfield y Adam Driver son, por supuesto, los que más se destacan y los que más elogios merecen. Los dos se metieron de lleno en sus papeles y tienen escenas impactantes. Dice mucho de un actor que en una performance te transmitan cosas sólo con sus miradas, cosa que acá pasa bastantes veces y es para destacar. Liam Neeson tiene escenas muy buenas también, en las que vuelve un poco a su pasado de actor dramático. Si “Silencio” no se lleva una nota máxima es por su duración, la cual si la ves desprevenido te va a causar agarrarte la cabeza y esperar lo peor. Y es cierto, muchas veces el film se alarga tanto que parece una tortura fílmica, pero si llegas a agarrarle la mano y estás dispuesto a entregarte a una buena historia, creo que “Silencio” es un gran exponente del cine y una de las cosas más profesionales, visualmente hablando, que Scorsese entregó. Puntaje: 4/5
Anunciada para el 16 de marzo, se estrena en Buennos Aires, Silencio la última película de Martin Scorsese. “El cristianismo en el cine” podría ser una unidad temática en un programa de estudios sobre cine y religión. Desde las películas aptas para fin de año y Semana Santa como Ben Hur, Los Diez mandamientos y El manto sagrado entre otras, más apegadas a la historia clásica y épica apoyándose en los nuevos avances técnicos como el technicolor y la espectacularidad visual del cinemascope de los 50’ y 60’ hasta las visiones más personales posteriores como El evangelio según San Mateo (Pier Paolo Pasolini, 1964), Yo te saludo, María (Jean Luc Godard, 1985), La última tentación de Cristo (Martin Scorsese, 1988) y Teniente corrupto (Abel Ferrara, 1992) entre otras. Martin Scorsese es uno de los directores cristianos más reconocidos y que han tratado la culpa y la redención en todos sus films como en su nueva obra Silencio, film que recupera la historia de los kakure kirishitan los cristianos japoneses que fueron torturados por las autoridades imperiales en el siglo XVII para desalentar un credo que resultaba explosivo en lo social. “Siento una gran admiración por su coraje y su convicción” expresó Scorsese durante la presentación del film en la misma Japón en Enero de este año, mensaje que abarcaba tanto a los nativos convertidos al cristianismo como a los pastores europeos que llegaban a estas tierras y sufrieron todo tipo de vejámenes. La película se basa en la novela homónima del escritor Shusaku Endo (1923-1996) publicada en 1966 y que también tuvo su versión japonesa en el cine dirigida por Masahiro Shinoda en 1971 con el nombre de Chinmoku que se puede ver en Youtube (https://www.youtube.com/watch?v=5imdEkxtvAQ)silencio3 Un joven jesuita portugués, Sebastián Rodríguez (Andrew Garfield) es enviado junto al padre Francisco Garupe (Adam Driver) a Japón para investigar el paradero del padre Cristóbal Ferreira (Liam Neeson) que dejo de tener contacto con la Iglesia y sobre el cual hay denuncia de su renuncia al credo (apostasía) luego de ser torturado y ver como mataban en horrendos suplicios a los fieles de su región. La película es una honda reflexión sobre las condiciones en que los humanos renuncian a sus más arraigadas convicciones donde el miedo al dolor físico y la culpa por los infortunios de los feligreses más débiles operan como poderosas razones. También es una reflexión teológica sobre la justicia divina en esta esfera terrestre, y ese silencio del título es el que Dios realiza mientras sus fieles son martirizados sin piedad: Dios no puede evitar ningún sufrimiento de los mortales, pero sí acompañarlos. Transversalmente es una referencia moral y política sobre la tortura como método de disciplinamiento producida desde un país cuyo máximo mandatario (Donald Trump) ha convalidado la práctica de la tortura, práctica que Obama nunca terminó de prohibir, como forma de extraer información militar sobre los planes del (inventado) enemigo musulmán. Es pertinente recordar que para la misma fecha de la historia de Silencio en Europa miles de personas eran procesadas bajo el yugo de la Inquisición Católica (Torquemada) llevando a la hoguera a pensadores como Giordano Bruno y haciendo retractar a cientos de científicos que, como Copérnico, mostraban que ciertos enunciados que la Biblia ofrecía como saberes eran solo charlatanería.silencio 1 Andrew Garfield se está convirtiendo en un gran actor. Desde sus inicios como el Peter Parker de la renovada historia de Marvel El Hombre Araña I y II pasando por el soldado que renuncia a portar armas en Hacksaw Ridge, la última y exitosa película de Mel Gibson, y muestra en Silencio su ascenso al componer al padre Ferreira que sufre en la duda de su fe, sobre un dios que no interviene ante los que aplican tormentos a sus fieles pero que aún así mantiene sus convicciones hasta el último de sus días bien acompañando por el gran profesional que es Liam Nesson en el rol del converso Ferreira y un Adam Driver (pronto lo veremos en Paterson de Jim Jarmusch) en un papel menor y bastante desdibujado. Scorsese vuelve a un relato complejo y de una alta densidad dramática como Taxi Driver, Toro Salvaje y Gangs of Nueva York donde Los protagonistas están dispuestos a matar o morir por sus convicciones. Con Silencio, Scorsese logra tal vez su obra más intimista y personal ya que en todo momento sus protagonistas dialogan con la conciencia del espectador moderno que como sus personajes buscan algo en que creer en este mundo sin fe. Con Silencio, Scorsese se aleja del vínculo con Leonardo Di Caprio (5 films), con quien logró el éxito comercial y profesional más duradero después del que sostuvo con Robert De Niro (6 films), y toma sus riesgos con otros jóvenes talentos como Andrew Garfield: Silencio es un verdadero acto de fe en sus convicciones estéticas, éticas y temáticas. Por los menos alguien que no defrauda en este mundo de principios poco estables….
Silencio dijo el cura, silencio dijo el juez. En 1988 Sorsese filmó La última Tentación de Cristo. No sólo el estreno fue imposible en Argentina, como en otros países, sino que para 1996 también un juez de la nación prohibió su exhibición en televisión a instancias de agrupaciones cristianas. ¿Cuál era el gran problema? Hacia el final de la película Jesús se tentaba de tener una vida común y corriente. En vez de entregarse a la martirización imagina por unos momentos cómo sería tener esposa, hijos y un trabajo rutinario. ¿Vieron eso que todos empiezan a odiar cuando envejecen? Bueno, Jesús lo anhela por unos instantes. Por supuesto que luego decide elegir el sacrificio y cumple con su misión en la tierra. Pero esa pequeña tentacioncita ya era suficiente para que la película fuese prohibida. Este costado humano no podía ser contado, nadie debía escucharlo. Silencio muestra la historia de dos jesuitas portugueses que en el siglo XVII viajan a Japón en busca de su mentor, el Padre Ferreira (Liam Nesson). Se rumorea que, en medio de la sangrienta persecución sufrida por los japoneses cristianos, este padre ha traicionado a la Iglesia. Durante la travesía, los dos Jesuitas (Andrew Garfield y Adam Driver) se encuentran con varias aldeas donde, más allá de las prohibiciones y asesinatos, siguen practicando la Fe cristiana, pero ocultos y en silencio. De todas maneras, aquí el silencio no sólo tiene que ver con la prohibición a pronunciar el nombre de Dios, sino también del silencio que guarda el propio Dios. El mismo vacío asolador de El Silencio (1963) de Ingmar Bergman. Lo que no significa que Dios no exista. Que alguien guarde silencio significa, en primera medida, que ese alguien existe. Así lo insinúan también los planos cenitales que acompañan a los protagonistas, como subjetivas de un Dios-Drone. Los silencios también construyen el ritmo particular de la película. Al inicio, más cercano a las nieblas silenciosas de Kurosawa, y luego, más parecido a la cadencia de La Edad de la Inocencia que al ritmo frenético habitual de Scorsese. “Cristo no murió por lo bueno y bello, eso es bastante fácil, lo difícil es morir por los miserables y corruptos” reflexiona uno de los jesuitas. La película también nos propone interesarnos por esos personajes. Los más humanos, los que tropiezan, los que se tientan, los que traicionan por debilidad, los perdedores, los feos, los malos y los sucios, los maleducados, los que todavía no aprendieron a callarse; en quienes probablemente se pueda encontrar La Verdad.
Las pruebas del alma Algunos quieren ver en la filmografía de Martin Scorsese (siempre diversa en cuanto a géneros y tonos) una “trilogía de la fe”, que a lo largo de los años abarcaría “La última tentación de Cristo” (sobre novela de Nikos Kazantzakis) y “Kundun”, sobre el último Dalai Lama. En algún caso, podríamos pensar en que “Silencio”, la nueva apuesta de Scorsese sobre novela de Shusaku Endo, pueda guardar una relación especular con la primera: el protagonista de ésta, el padre Sebastiao Rodrigues (basado en el jesuita Giuseppe Chiara, que anduvo por el Japón en el siglo XVII) identifica sus tribulaciones con las de Jesús, lo que le vale en algún momento la acusación de soberbia (incluso llega a ver a Cristo en su reflejo en el río: más especular imposible). Por otro lado, desde “La misión” de Roland Joffé no se mostraba con tanto despliegue la labor de la Compañía de Jesús: si en la obra de Joffé se ve la presencia de los jesuitas en América y sus problemas políticos con las cortes europeas, “Silencio” aborda la labor de la congregación misionera más aguerrida (por su manera de vincular lo espiritual con lo secular, de Íñigo de Loyola al papa Francisco) en el convulsionado comienzo del bakufu (shogunato) de Tokugawa Ieyasu (o Ieyasu Tokugawa, ahora que los japoneses habilitan la escritura de los nombres a la manera occidental). El primer shogun se encargó de cerrar el país salvo para el comercio holandés, algo que siguió hasta que Yoshinobu, su último descendiente, se rindiese ante el emperador Meiji más de dos siglos después. Para 1633, la Iglesia Católica era una fuerza poderosa en el mundo, cumpliendo su premisa (“católica” quiere decir universal). La misma institución que controló la Europa continental con la presencia del Santo Oficio generó una épica propia de martirios y desafíos en los márgenes de la primera “globalización”, como América, África y Asia, un universo “viejo”, con sus propias creencias (Isabel I de Inglaterra había sido una gran rival tiempo atrás). “Celebramos misa en voz baja, como en las catacumbas”, dirá Rodrigues en algún momento: en el Japón que fue desvelo de San Francisco Javier, los misioneros podían sentir esa mística de los primeros tiempos de la Iglesia primigenia, recién trasladada a Roma. Espíritu en crisis La historia comienza con escenas de tormento de misioneros en unas termas niponas. Después se salta unos años, a una reunión entre el padre Alessandro Valignano (referente de la Compañía de Jesús en Macao, China) y dos jóvenes sacerdotes, Rodrigues y Francisco Garupe. Ambos son portugueses, discípulos del padre Cristóvao Ferreira (es una figura histórica: si el lector googlea ahora puede perder parte de la novedad). Valignano les muestra una carta en la que Ferreira renegó de su fe y vive como japonés. Los misioneros no lo creen y piden ir a Japón con un doble objetivo: buscar a su mentor y al mismo tiempo ser el último sostén del catolicismo en el archipiélago. Ahí comienza su ordalía: su compromiso total con los Kakure Kirishitan (“cristianos escondidos”), verdaderos mártires de la fe, que ponen en crisis todo lo que los sacerdotes pudiesen haber entendido como “pruebas”. Respetando el tono de diario íntimo de la novela de Endo, que incluye sus permanentes apelaciones a Jesucristo, como San Agustín en sus “Confesiones”, el guión adaptado por Scorsese y Jay Cocks devela el devenir de Rodrigues: su consternación ante el sufrimiento de los creyentes, el choque entre las expectativas de la “épica de las catacumbas” y el sufrimiento real, y su tensión entre identificarse con Cristo, la imposibilidad de llenar ese rol y el silencio de la divinidad ante sus plegarias. El desafío final, en manos del Inquisidor Inoue (es raro el uso de esa palabra en contra de cristianos), es casi del “1984” de Orwell: no se trata de matar al jesuita (al menos a éste en particular: algo han visto en él), sino de quebrar su fe, aquello que le da entidad. El atribulado Sebastiao deberá pasar por una serie de pruebas que buscarán demostrar la futilidad de sus creencias, incluyendo un encuentro crucial con el perdido Ferreira. En medio de todo esto, se perfila una figura peculiar: la del guía borracho Kichijiro: un renegado que apostató muchas veces para salvar la vida, convirtiéndose a la vez en un Judas que traiciona, en un Pedro que niega tres veces a su pastor, y en un compañero caído como Dimas (el “buen ladrón”). Carnadura Andrew Garfield como Rodrigues consigue sumar su segundo personaje creyente en un año, luego de “Hasta el último hombre” de Mel Gibson. Es un actor al que hemos visto crecer de cinta en cinta, y acá se muestra sólido en un papel difícil: más espiritual que físico (aunque los tormentos y padeceres sean de la carne). Adam Driver (el Kylo Ren de la nueva trilogía de “Star Wars”) le pone el flaco cuerpo a Garupe, un misionero más firme, con menos idas y vueltas que su compañero (y quizás por eso menos tentador para el trabajo psicológico del Inquisidor). La interpretación de Issey Ogata como Inoue Masashige es peculiar: el gobernador e Inquisidor se mueve entre el cinismo, el comentario ácido con voz nasal, lo imponente de su cargo y la fragilidad de hombre mayor: tanto más temible cuanto más amigable. Su intérprete es encarnado por Tadanobu Asano (actor reconocido en Occidente), continuador de las estrategias del jefe. Liam Neeson tiene finalmente su momento como el padre Ferreira, un apóstata que ha depurado una filosofía personal: no es un cínico, ni un renegado, y eso lo transmite el actor en un rostro sereno. Yosuke Kubozuka se encarga del oscuro Kichijiro, perdido en su propio laberinto. Shinya Tsukamoto y Yoshi Oida son creíbles y conmovedores como Mokichi e Ichizo, los verdaderos exponentes de la pureza de una fe primigenia y de la persistencia de los conversos. Cabe también destacar aquí a Ciarán Hinds como el padre Valignano: no tiene mucho para hacer con su papel, pero el veterano irlandés tiene la solidez de siempre. El resto es el pausado ritmo narrativo que aplica Scorsese en las dos horas con 40 minutos del metraje. El veterano realizador abre la cámara para mostrar un paisaje salvaje, inexplorado, envuelto en las brumas que ocultan a los misioneros. Todo retratado por la fotografía del multipremiado Rodrigo Prieto, que le valió una nominación al Oscar. Dante Ferretti se encargó del vestuario y la dirección de arte, ocupándose de que la roña y los harapos sean creíbles. Kathryn Kluge y Kim Allen Kluge se hicieron cargo de una ambientación musical que dialoga con los momentos de, justamente, silencio. En algún momento, Rodrigues parece encontrar una primera respuesta, que quizás sea determinante en su devenir posterior, apenas esbozado en el final: “El resto es silencio”, dijo Hamlet. Muy buena * * * * “Silencio” “Silence” (Estados Unidos, 2016). Dirección: Martin Scorsese. Guión: Jay Cocks y Martin Scorsese, sobre la novela de Shusaku Endo. Fotografía Rodrigo Prieto. Música: Kim Allen Kluge y Kathryn Kluge. Edición: Thelma Schoonmaker. Diseño de producción: Dante Ferretti. Elenco: Andrew Garfield, Adam Driver, Issey Ogata, Tadanobu Asano, Ciarán Hinds, Liam Neeson,Yosuke Kubozuka, Shinya Tsukamoto y Yoshi Oida. Duración: 161 minutos. Apta para mayores de 16 años. Se exhibe en Cine America.
La fé y la dignidad humana al servicio de la imagen “Silencio”, último filme de Martin Scorsese, toma como referencia la novela del autor japonés Shusaku Endo que ya había sido llevada dos veces a la pantalla. La primera dirigida por Masahiro Shinoda, presentada en Cannes en 1971, y la segunda realizada por el portugués Joao Mario Grilo, estrenada en 1994. Sh#363;saku End#333;, escribió “Silencio” en 1966, y está considerada como la obra maestra de su carrera y una de las mejores novelas del siglo XX. Tanto la novela como el filme orientan la mirada del espectador hacia una cuestión de Fe. Esa Fe religiosa que llevar al hombre a realizar los actos más inverosímiles y curarse a los enfermos más graves. Esa Fe que permite conservar el espíritu sujeto a Dios frente a los horrores de la guerra, la tortura y las vejaciones extremas. “Silencio” se sitúa cronológicamente a comienzos del siglo XVII tras la derrota de la rebelión de Shimabara de 1636, llevada a cabo por campesinos disconformes. Shimabara fue dominio de la familia Arima, que habían sido cristianos y como resultado muchos habitantes también lo eran. Los Arima salieron del lugar en 1614 y fueron reemplazados por la familia Matsukura. El nuevo señor, Matsukura Shigemasa, de religión Shinto-Budista, tenía aspiraciones de avanzar en la jerarquía del shogunato, por lo que se involucró en diversos proyectos que provocaron un aumento desproporcionado y excesivo en los impuestos, además de la consecuente persecución de cristianos. Incluso los holandeses que tenían un puesto de comercio en los alrededores y que no simpatizaban con la doctrina católica se sintieron amenazados por la excesiva represión. En 1543 arriban los primeros barcos portugueses y con ellos la actividad misionera de sacerdotes católicos en Japón. A comienzos de 1549 llega el jesuita San Francisco Javier protegidos por el Reino de Portugal. Muy poco tiempo después comienzan a llegar sacerdotes pertenecientes a las órdenes mendicantes como la de los dominicos y los franciscanos, patrocinados por España. La historia de la realización de Scorsese tiene como punto de partida el viaje que dos jóvenes sacerdotes realizan a tierras niponas. El joven jesuita portugués, Sebastião Rodrigues (basado en el personaje histórico de Giuseppe Chiara) y su compañero fray Francisco Garrpe (interpretados por Andrew Garfield y Adam Driver respectivamente), enviados a esa tierras lejanas por el Superior, el padre Valignano (Ciarán Hinds), con el fin de socorrer a la Iglesia local e investigar las denuncias de que su mentor, el padre Cristóvão Ferreira (Liam Neeson), ha cometido apostasía. Ferreira es una figura histórica, que renegó de la Iglesia después de ser torturado, y más tarde se casó con una japonesa dedicando el resto de sus días a traducir textos occidentales y escribir por encargo un tratado contra el cristianismo. Una vez en territorio japonés, encuentran a un intérprete (Tadanobu Asano) y comienzan a ejercer su ministerio dando apoyo a los “kakure Kirishitan” (cristianos ocultos) que viven en clandestinidad, perseguidos por los señores feudales. Éstos,.con el fin de hacerles desistir de su fe, son obligados a pisotear el “fumie” (imagen de Cristo o la Virgen María grabadas en una tablilla de madera o cemento). Los que se negaban eran encarcelados, torturados o asesinados, y los que renegaron de la fe deberán vivir con sus remordimientos, la contradicción y la vergüenza de haber negado al dios occidental. Tanto la novela como el filme exploran los límites de la fe y señalan el profundo choque cultural entre oriente y occidente, que durante ese período fue aún mayor. La imagen de Dios en ambos casos se aleja del Dios Todo Poderoso (Pantocrátor) para mostrarlo como un acompañante consolador que en cierto modo justifica el sufrimiento como un modo de alcanzar el estado de gracia que había logrado Jesús. Las imágenes de “Silencio” se desarticulan en un doble relato que se aferra a lo místico y a través de éste a lo físico, mediante la metamorfosis del guerrero religioso a nuevo mesías lacerado y martirizado hasta su muerte, que transcurre de la manera más horrenda, y que, para el imaginario del espectador, sería semejante a la de Cristo, cuyo rostro se refleja en un riachuelo a través del escarnecido rostro del joven cura. El espacio juega un rol de importancia en el filme de Scorsese, ya que se maneja en varios planos. Primero aparece el geográfico en el cual las formas están desdibujadas y el contorno de un país se presenta en representaciones de rocas cuyas aristas son agresivas, que en cierto modo anticipan la hostilidad que van encontrar a su paso los jóvenes jesuitas. Luego aparece el páramo y las aldeas cuya miseria se refleja acertadamente en la fotografía del mexicano Rodrigo Prieto que consigue con los tonos apastelados de grises, ocres, azules y verdes, o a través de las brumas, lluvias recrear un mundo perdido y sólo existente en los grabados japoneses. Y por último el espacio íntimo de cada personaje, sólo puede existir en soledad, porque la vida y el entorno lo reprimen, en ese espacio generado por la necesidad se puede meditar sobre los valores, las creencias y la fe en Dios. Éste se acentúa en la cárcel y en las crudísimas escenas al borde de un acantilado, cuando al borde de la muerte elevan su mirada hacia el cielo en busca de compasión. Tal vez ese despojamiento del espacio y de los personajes tenga una cierta reminiscencia de la mitológica “La Pasión de Juana de Arco” (1928) de Carl Theodor Dreyer. Las imágenes se despliegan a los ojos del espectador de modo brutal, sin dar respiro mostrando la barbarie y el salvajismo en su forma más arrolladora. Tal vez Scorsese al poner en evidencia esa forma de fanatismo religioso, ligado al poder del shogun (Issei Ogata) de turno quiera señalar que en occidente ocurrió lo mismo con la Inquisición y en la actualidad con los terroristas del Isis suceda otro tanto: o se adbica de las creencias o cortan la cabeza. Martin Scorsese es un realizador muy versátil dentro de una obra signada por la violencia, sus personajes son gángsters, outsiders, y en algunos casos patológicamente obsesivos reflejados en “Calles peligrosas”, (“Mean street”, 1973), “Taxi driver” (1976), “Toro salvaje”, (“Raging bull”, 1980), Goodfellas “Buenos muchachos”, (“Goodfellas”, 1990), “Cabo de miedo”, (Cape fear”, 1991), “Casino” (1995), “Pandillas de Neva York”, (“Ganso of New York”, 2002). Pero paralelamente busca su propia redención para atemperar tal vez su sentimiento de culpa que arrastra el hombre occidental por su tradición judeo-cristiana, en filmes que lo llevaron a desarrollar temas religiosos, ya sea dentro del mundo oriental como occidental, esto se refleja en: The Last Temptation of Christ (“La última tentación de Cristo” (“The last temptation of Christ”, 1988), “Kundun” (1997). En la “La última tentación de Cristo”, esa magistral obra de Nikos Kazantzakis, que despertó la ira de la iglesia católica, Scorsese coloca a Cristo como un ser humano con las dudas y contradicciones propias de los existencialistas. En “Silencio” lo deja mudo y sin respuestas para sus mártires que claman por su ayuda. “Silencio” es un filme sobre la dignidad humana, con una poética luz interior que alumbra el camino de los personajes, cuyas almas luchan por no caer cautivas de la tentación de convertirse en otro. Ese Otro que para salvar la carne debe entregar su fe, y por lo tanto prefieren el martirio a la claudicación. Scorsese conoce los mecanismos para crear un filme estéticamente bello y potencialmente movilizador. La belleza de la crueldad también existe y ésta se presenta en todo su esplendor con imágenes en la que los protagonistas transitan por un via-crusis extremo, buscando a ese Dios que sólo los conforta en el silencio.
El largo y sinuoso camino de la fe Cada tanto, entre los numerosos estrenos que llegan a los cines cada jueves, aparece esa esperada película de un director de la vieja escuela. Con alfombra roja y justa expectativa llega “Silencio”, el nuevo film del gran Martin Scorsese. ¿De qué se trata Silencio? Basada en el libro homónimo de Shūsaku Endō, “Silencio” cuenta la historia de dos jesuitas portugueses (Andrew Garfield y Adam Driver) que deciden ir a Japón a buscar a su mentor, de cuyo destino poco se sabe y se cree que apostató. Pero esta travesía pondrá a los sacerdotes a prueba, viviendo en carne propia el peligro de ser cristiano en tierras niponas. Un largo, largo silencio Cuando vas a ver una película de Scorsese tenés que estar preparado: le gustan las películas largas. Con casi tres horas de duración, “Silencio” no solo es extensa, sino que se nota, se siente. Si pensás que vas a ver una vorágine visual como lo fue “El lobo de Wall Street” o ese entretenimiento maravilloso lleno de planos secuencia que fue “La invención de Hugo Cabret”, quizás salgas de la sala un poco decepcionado. Ahora, si te interesa ver una película religiosa desafiante, capaz de rozar el escándalo como “La última tentación de Cristo”… tampoco va a suceder. En su magnífica versatilidad, Scorsese entrega con “Silencio” una película en la que se lo reconoce, pero hasta ahí. El film mantiene esta estructura casi episódica de varias de sus realizaciones, los falsos finales y el estilo épico, pero el tono está lejos de ser el que habitualmente uno asocia con el director. “Silencio” es una película solemne, que parece ajustar su ritmo al estilo de narración oriental, como las tierras del relato, para dejar atrás casi por completo la parafernalia hollywoodense del golpe de efecto. Casi como sintiendo que lo que te diré a continuación es un sacrilegio, no puede no decirte que “Silencio” se hace larga, como una peregrinación que avanza a su paso, sin prisa, sin pausa pero que recorre demasiados kilómetros innecesariamente. Sobre los actores de Silencio Junto a un estupendo Andrew Garfield, que esta temporada parece destinado a ser un sufrido religioso en Japón (véase ‘Hasta el último hombre’), se destacan dos personajes que logran quitar un poco de solemnidad al relato. Uno de ellos es Kichijiro (Yosure Kubozuka) que aporta humor una y otra vez; y, curiosamente, el otro es el cruel gobernador que interpreta Issei Ogata. Sobre Liam Neeson hay que decir…. no le creas al afiche. Aunque las imágenes parecen ponerlo como protagónico, su rol es muy secundario. No quiero terminar este review sin destacar la magnífica dirección de fotografía de Rodrigo Prieto, nominado al Óscar por su trabajo. “Silencio” resulta así un extenso vía crucis que pone a prueba la fe de los protagonistas y anima al espectador a seguirlos en cada agónico paso. Puntaje: 6/10 Título original: Silence Duración: 160 minutos País: Estados Unidos / Taiwán / México Año: 2016