Sin escape es una buena opción en la cartelera de cine si andas con ganas de "pochoclear" Obviamente ver a un matrimonio con dos niñas pequeñas escapando de un montón de gente enardecida que los quiere matar si o si es garantía de tensión y mucho nervio, y si se deja de lado algunas escenas de dudosa credibilidad como, por ejemplo....
La calma y la tormenta. El gobierno de Estados Unidos siempre ha colaborado, planificado y muchas veces ideado la apropiación de los recursos naturales de un país del Tercer Mundo en connivencia con corporaciones multinacionales. La necesidad de encauzar la riqueza de países subdesarrollados hacia las fauces de los países centrales -para satisfacer las necesidades de una sociedad industrial- ha tenido como consecuencia buscada la imposición de dictaduras, la educación de una clase dirigente sometida a los dictámenes de la metrópoli y la pobreza de la mayoría de los ciudadanos de los países sojuzgados. La sociedad de consumo y del espectáculo, la industrialización de los países emergentes, la globalización y el crecimiento de la industria turística crearon las condiciones, entre otras variables, para la trasformación del Tercer Mundo en un paraíso exótico, generándose así el surgimiento del “Cuarto Mundo”. Este nuevo mundo está representado por aquellos países donde el turismo es poco recomendable debido a su inestabilidad, según las agencias internacionales. Sin Escape es una película de acción que retoma radicalmente estas ideas a partir de la llegada de un ejecutivo de una empresa norteamericana a Camboya. El susodicho cree que su puesto en la empresa Cardiff va a proporcionar agua potable al país pero en realidad el acuerdo es una pantalla para la expropiación de las reservas de agua en una de las naciones con el índice de corrupción más alto del planeta. En medio de una revolución en el país asiático por esta causa, Jack Dwyer (Owen Wilson) y su familia deberán escapar de los furiosos guerrilleros maoístas descendientes de los sangrientos Khmer Rojos, quienes -a lo largo del metraje- los quieren matar a machetazos, fusilar, atropellar y violar, entre otras atrocidades. Así las cosas, simultáneamente a la llegada de Jack y su familia se produce la caída de la monarquía constitucional y el ascenso de los guerrilleros. El joven emprendedor recibe la ayuda de un oficial del servicio secreto británico, Hammond (Pierce Brosnan), y de un camboyano fanático de Kenny Rogers que trabaja para él, para escapar del convulsionado país que parece haber constituido un comité nacional de linchamiento para Dwyer. La última película del generalmente correcto director John Erick Dowdle utiliza a la perfección un mecanismo de aceleración y desaceleración de la acción que lleva hasta el extremo las escenas, para luego darles a los personajes un respiro. El guión del director, en colaboración con Drew Dowdle, presenta algunas paradojas respecto de la construcción de los personajes, especialmente del protagonista y sus dolencias, pero quedan a un lado debido al carácter de la propuesta que pone todo el énfasis en la contraposición del instinto de supervivencia y la energía del padre norteamericano, y la pasividad de los camboyanos no sumados a la guerrilla. A pesar de estar destinado a la concientización de un público norteamericano sobre las consecuencias de las políticas de su país, el film crea una atmosfera febril de la que resulta imposible sustraerse, generando una especie de campo gravitacional sobre una historia totalmente absurda, colmada de guiños políticos e históricos, acerca de un oficinista que combate a toda una guerrilla armada hasta los dientes con palos y piedras. La realidad social golpea en Sin Escape de manera contundente y sin pedir permiso para dejar las buenas conciencias del Primer Mundo traumadas por su legado de sangre y agua. Una advertencia de Dowdle para sus compatriotas, o tal vez una profecía exacerbada de las luchas que se avecinan.
Jack (Owen Wilson) trabaja para la compañía “Cardiff”, la cual hace poco cerró un contrato sobre la manipulación del agua en un país del Sur de Asia; es por esto que debe mudarse con su familia a dicho lugar. Lo que parece una nueva oportunidad para reestablecerse y progresar, rápidamente termina convirtiéndose en una pesadilla cuando la gente local, disconforme con dicho tratado, crea una guerra civil con las autoridades, matando a cuanto extranjero se cruce. Ahora Jack deberá pelear por su vida y la de sus seres queridos. Un norteamericano en un país que le es desconocido y que debe agarrar las armas si no quiere morir. A priori, el argumento más simple que el funcionamiento de un reloj de arena, parecía atractivo. Más cuando después de ver el tráiler, la cosa parecía por demás de interesante, con un Owen Wilson alejado de la comedia y puesto en una de acción realista secundado por Pierce Brosnan. Sin Escape Bueno, querido lector, estamos ante el típico caso donde habría que darle un premio al que realizó el avance, porque si esperabas ver acción realista, una familia al límite de morir constantemente y mucha tensión, te vas a sentir muy defraudado. En especial cuando en muchos tramos el film causa gracia, siendo que Sin Escape no es una comedia. Esto se da pura y exclusivamente por el pobre guión escrito por John Erick Dowdle (también director) y su hermano Drew. Toda posible esperanza de una trama de corte realista sin que el protagonista roce lo invencible se pierde cuando, pese a que lo intentan mantener constantemente, también se hacen presentes una sucesión de momentos incoherentes. Por citar uno: el personaje de Wilson y su familia deambulan por las calles escondiéndose, mientras son seguidos por los guerrilleros locales. Pero en varias ocasiones tienen la oportunidad de hacerse con un arma de fuego para defenderse y no lo hacen. Peor aún es que a esta altura del cine, se siga recurriendo al deus ex machina como recurso para salvar a los protagonistas de una situación límite, que los mismos guionistas se encargaron de llevarlos hasta ahí, pero deciden usar el camino fácil de la trampa para salvarlos. Con una historia tan poco creíble, poco pueden hacer los actores. Owen Wilson alejado de la comedia no lo hace mal (aunque más de una vez saca risas sin proponérselo), y Pierce Brosnan demandaba más tiempo en pantalla. Sin Escape Sí vale hacer un párrafo aparte para las chicas encargadas de hacer de hijas de los Dwyer, Claire Geare y Sterling Jenins. Ya se sabe que es complicado meter a chicos en las películas dramáticas, porque suelen terminar siendo insoportables. La verdad es una pena por las dos nenas, pero los Dowdle (John Erik es el realizador de “Cuarentena” o “Así en la Tierra como en el infierno”) no les hicieron ninguna justicia a las pequeñas. Sí, son insoportables. Sin Escape (No Escape, en su nombre original) tenía el suficiente potencial como para terminar siendo una buena película de acción cruda y dura; pero la impericia de sus guionistas a la hora de mantener la historia a niveles de realismo que ellos proponían, termina dando como resultado un film muy irregular; desaprovechando elenco, locación exótica… más la falta de propuestas similares actualmente en el mercado. Lo que se dice, desaprovechar un buen material.
Civilización o Barbarie Hay actores (y actrices) que quedan encasillados dentro de un género o papel durante toda su vida. Muchos intentan salir y pocos lo logran. Matthew Mcconaughey (Dallas Buyers Club) o Steve Carrell (Foxcatcher) constituyen ejemplos recientes de artistas que consiguieron romper el molde y reinventaron sus carreras casi de un momento a otro. Sin embargo, librarse de la etiqueta es un proceso dificultoso, sino pregúntenle al personaje de Michael Keaton en Birdman. En ese sentido, el regreso de Owen Wilson como héroe de acción generaba cierta curiosidad, ya que la última vez que lo vimos en un rol de similares características fue junto a Gene Hackman en el drama bélico “Tras líneas enemigas” (Behind Enemy Lines, 2001), hace 14 años. Desde ese momento, la carrera de Wilson se volcó definitivamente hacia la comedia y, salvo alguna excepción (Medianoche en Paris, 2011), el grueso de su producción artística se vio reflejada en películas como Zoolander (2001), Shangai Kid (2003), Starsky & Hutch (2004), Los Rompebodas (2005), Una Noche en el Museo (2006), Marley y Yo (2008), etc. Parte de la expectativa de Sin Escape (No escape, 2015), entonces, consistía en observar el desempeño de este rubio de 46 años en un rol distinto al del resto de sus películas, en este caso acompañado por el veterano Pierce Brosnan (El Caso Thomas Crown), Lake Bell (Boston Legal) y John Erick Dowdle (Así en el cielo como en el infierno, Cuarentena) en la dirección. En este aspecto, si bien el resultado de su interpretación es aceptable, la película deviene fuertemente cuestionable en cuanto a las representaciones ideológicas que contiene. descarga (1) La trama de la película es bastante lineal: Jack Dwyer (Wilson) es un padre estadounidense que se muda junto a su familia (madre y dos hijas) a un país del sureste asiático (nunca se menciona cuál) en busca de un mejor pasar económico. Sin embargo, al poco tiempo de llegar se produce un violento golpe de estado que convierte a la ciudad en una zona de guerra y los deja completamente aislados. Mientras intentan escapar con la ayuda de un agente británico llamado Hammond (Brosnan, en un papel menor), se dan cuenta que los rebeldes están ejecutando brutalmente a los extranjeros sin ningún motivo aparente… El modelo de “sujeto normal que debe actuar en circunstancias extraordinarias para sobrevivir” ha sido ampliamente utilizado en la historia del cine. En Sin Escape, nuestro héroe debe probar sus destrezas en un entorno hostil y enfrentarse a situaciones críticas en las que, para proteger a su familia, tiene que trasgredir los límites de su propia moral. De este modo, vemos a Wilson saltando de edificio en edificio, sobreviviendo a tremendas explosiones y luchando contra rebeldes incivilizados que lo único que quieren es torturarlo, filetearlo, machacarlo y/o asesinarlo brutalmente. Como film de acción pasatista, Sin Escape brinda un entretenimiento meramente aceptable. Si bien John Dowdle (que co-escribió el guión junto a su hermano Drew Dowdle) logra imprimir dinamismo y espectacularidad en las secuencias de acción, la historia deviene predecible y, por momentos, bastante absurda. Las condiciones sociopolíticas que llevan al golpe de estado nunca son explicitadas, por lo que no sabemos prácticamente nada sobre los actores del conflicto, sus motivaciones, o el contexto de pobreza y explotación que los lleva a sublevarse. Lo único que sabemos es que hay, por un lado, un gobierno monárquico ultra corrupto que transa negocios con los países primermundistas a cambio de la sesión absoluta de los recursos naturales del país y, por otro, una banda de guerrilleros salvajes, violentos y sádicos -teóricamente los oprimidos-, que toman el poder sin saber muy bien para qué (más allá de su evidente vocación asesina). En este sentido, los rebeldes son presentados como una masa homogénea de bárbaros irracionales, cuya única motivación es saciarse con la sangre de los norteamericanos, a quienes señalan como los principales responsables de la opresión sufrida durante tantos años. Este tufo etnocentrista, que establece la civilización del lado estadounidense y la barbarie del lado de los asiáticos (además... como si Asia fuera un país), compone un marco ideológico fuertemente discriminatorio. Dentro de él, se desarrolla esta historia, que en este contexto se convierte en una suerte de “aventura del buen blanco en un país de incivilizados” en donde un montón de gente muere para que él y su familia puedan escapar. Este gesto reduccionista y cuasi racista de convertir a los excluidos en salvajes peligrosos (“el enemigo”), invisibiliza las verdaderas problemáticas de estos pueblos que, por un lado, sufren el sistemático vaciamiento de sus recursos naturales y, por otro, adolecen las consecuencias devastadoras de una división internacional del trabajo que los sojuzga a condiciones laborales verdaderamente inhumanas. En definitiva, y retomando el comentario inicial, podemos decir que Owen Wilson cumple en el papel de héroe de acción, pero la película en sí, deja bastante que desear…
¿Sin escape? La película Sin Escape (No Escape, 2015) está situada en un lugar cuya exactitud no se le informa al espectador, lo único que éste sabe es que pertenece al sudeste asiático y que está cerca de la frontera con Vietnam. Allí una familia norteamericana, compuesta por un matrimonio y dos niñas, llega para instalarse de forma permanente debido a que el sostén económico del clan, Jack Dwyer (interpretado por el intrépido Owen Wilson), trabajará para una empresa norteamericana. El conflicto se presenta de inmediato cuando un orden dictatorial se impone asesinando violentamente al gobernante de turno, desatando así una guerra civil. Los rebeldes asesinan a todo aquel que se opone y a todos los extranjeros sin importar si son turistas de paso o residentes, incluso matarán a sus compatriotas. En consecuencia, Jack y su familia estarán constantemente en peligro. Este “drama de acción”, si bien posee un guión básico y predecible, logrará mediante el montaje y la dosificación de la intriga mantener al espectador interesado en todo momento. Aunque en ocasiones la tensión será tan constante e intensa que asfixiará al espectador. En un país oriental, presentado aquí por la esposa de Jack (Lake Bell) como perteneciente al Cuarto Mundo, los rebeldes ejercerán tal violencia que ésta resultará poco tolerante para la vista; sin embargo, los protagonistas del film tendrán gran resistencia, incluso las niñas. Los medios de comunicación serán interrumpidos, al igual que toda posibilidad de contacto con el exterior, por ende los Dwyer se verán sumergidos en una emboscada. Jack será caracterizado como un astuto ingeniero, cuya velocidad mental y audacia le permitirán a él y su familia escapar una y otra vez de situaciones extremas. La estructura tan esquemática del guión resulta algo tediosa: los protagonistas pasan por una situación extrema, luego tienen pocos minutos de respiro y pasarán otra vez por un acontecimiento extremo. Por lo tanto, la película se vuelve un tanto redundante y cíclica. En ella no sólo la familia Dwyer no tendrá alivio, sino que nosotros los espectadores tampoco. El Cuarto Mundo es representado en el film por países muy pobres que sólo pueden sobrevivir gracias al turismo, en función de sus hermosos paisajes. La tesis social de Sin Escape será explicitada por Hammond, interpretado por Pierce Brosnan, quien funciona en la estructura dramática como “personaje delegado”. Brosnan interpreta una vez más a un héroe de acción que protegerá a la familia en cuestión. La crítica del film reside en las consecuencias que producen los intereses capitalistas de los países imperialistas -como Estados Unidos e Inglaterra- sobre el Tercer Mundo con pocos recursos: las falsas promesas de los países colonizadores terminan por empobrecer a los países del devenido Cuarto Mundo, según lo expresa Hammond.
Pesadilla en el cuarto mundo “Este no es el tercer mundo, es el cuarto” le corrige la parisina Annie (la bella Lake Bell) a su texano marido Jack (Owen Wilson), mientras ellas se prepara para imbuirse en la lujosa piscina de algún hotel perdido en el sudeste asiático. La familia Dwyer no quería cruzar el continente para vivir en la nación genérica de “disque-Camboya”, se mudaron por necesidad y evidentemente de manera apresurada, porque este bello clan sureño no sabía absolutamente nada del infierno al que estaban por ingresar. Así que ya saben chicos, si planean trabajar digamos…en Siria, lean un diario al menos, pueden llevarse una linda sorpresa cuando lleguen allí. Lo admito, es fácil correr por izquierda a un film de este tipo, pero se hace complicado evitar esta crítica si tenemos a estrellas de Hollywood sermoneando con que “no hay buenos ni malos en este conflicto”, cuando toda la trama claramente se estructura a partir de la premisa “malos vs. familia indefensa”. No hace falta, si van a matar amarillos por diversión al menos tengan la dignidad de no refugiarse con análisis políticos baratos; sobre todo cuando los villanos quieren matar al protagonista por ser yankees, en pocas palabras…¡aprendan de Rambo!. Pero bueno, como no somos tan moralistas para condenar a un film de acción sólo por tener contradicciones ideológicas, veamos primero que tiene para ofrecer cinematográficamente la película. Directo al olvido Sin Escape podría encuadrarse dentro del subgénero de “supervivencia” o “survival”, el mismo suele basarse en un protagonista con pocos recursos que debe sobrevivir en un terreno extremadamente hostil. Y dentro de esta premisa, hay que decir que el perfil de tipo corriente que suele interpretar Owen Wilson – que hace seis películas que no cambia de vestimenta – encaja perfectamente. Si bien nunca vemos a un doble de Woody Allen combatiendo guerrilleros maoístas, el actor tiene la virtud de transferir suficiente vulnerabilidad para que el espectador sienta temor por su bienestar. Para las peleas, los tiros, protección y todo lo demás está Pierce Brosnan, una vez más personificando una variante devaluada de James Bond. Aunque el guión cumple con rigidez algunas reglas imprescindibles del género; la afinidad de su director, John Erick Dowdle (Cuarentena, Así en la Tierra como en el Infierno), por el cine de terror le agrega al metraje impensadas dosis de sustos, malicia e incluso gore. Lamentablemente, la particular impronta y el correcto trabajo de montaje apenas alcanzan para contrarrestar graves errores en la postproducción. Entre ellos, la pésima e innecesaria aplicación del CGI en lugares donde no hacía falta, está bien que el presupuesto sea reducido pero ¿hacia falta que agreguen digitalmente fuego y sangre?; desde Los Indestructibles 3 que no se veía tanta desidia en el departamento de FXs. Tampoco ayuda el excesivo recurso del slow-motion, un vicio cada vez más penoso en producciones de este estilo y que aquí sólo brinda secuencias involuntariamente graciosas. Conclusión Sin Escape es uno de los tantos estrenos concebidos con la única pretensión de respetar un plazo contractual de sus involucrados. Una cinta que se asemeja demasiado a un trámite, con moderado presupuesto; sin mayores aspiraciones que recuperar el capital rápidamente con el entretenimiento más estandarizado posible. Una diversión olvidable, próximamente en las mejores lonitas pirateadas de Tailandia.
La familia unida jamás será vencida Ambientada en una Tailandia bastante convulsa, esta vibrante aunque algo tópica película de acción nos explica la angustiosa peripecia de una familia norteamericana que se ve envuelta en una serie de trágicas protestas por parte de una población de uñas a causa de la invasiva presencia en su país de inhumanas corporaciones. Esta es tan sólo una mera excusa para volver al manido tema de lo esencial de salvar la familia cueste lo que cueste en un clima decididamente hostil. La cámara se mueve con soltura, y el metraje se pasa como un suspiro mientras los protagonistas se las ven y se las desean para alcanzar algún punto de cobijo que los resguarde de la crueldad de los sanguinolentos huelguistas (no se entiende cómo el film haya conocido su estreno el mes pasado en tierras tailandesas, porque lo cierto es que deja a sus habitantes como auténticos cafres). Lo mejor de la función lo brinda el personaje secundario interpretado por un socarrón Pierce Brosnan, embutido en la piel de una especie de mercenario borrachín que prestará su ayuda incondicional para apoyar a sus compatriotas. Suyas son las mejores frases del guión en el que se deja entrever (sin entrar en mucho detalle, claro) un atisbo de crítica feroz hacia la ambigua labor de los gobiernos de los países del primer mundo, a quienes no les duelen prendas a la hora de aprovecharse de la miseria ajena mediante un sistema de engañosos préstamos que acaban por esclavizar a los más necesitados. Pero ya decimos que esto funciona como mínima acotación de un relato donde lo único que interesa es saber si los desubicados héroes acabarán por salvar todos los obstáculos que irán apareciendo a su paso. Sí, que es cierto que hacia el final de la película nos topamos con un clímax sorprendente en cuanto a su audaz planteamiento, que aquí no develaremos pero que acaba por desbaratarse a causa de la dichosa costumbre de los realizadores yanquis de medio pelo de tirar por el camino más fácil. Y es que el director de esta frenética propuesta, John Erick Dowdle, por ahora tan sólo ha filmado una serie de películas mediocres que se mueven torpemente entre el thriller y el terror, destacando por su despropósito el remake de la cinta española REC, titulado Cuarentena, y la más reciente Así en la Tierra como en el infierno. En cuanto a los protagonistas, encontramos a la siempre interesante Lake Bell, en su primer papel en un Blockbuster hollywoodiense después de haberse labrado una merecida fama en el cine más autoral con títulos como Encontrando tu voz o Un golpe de talento. A su lado, en un rol dramático alejado de sus más acostumbradas comedias alocadas, un muy creíble Owen Wilson, en una actuación de una fisicidad asombrosa.
Las revoluciones son efusivas y espontáneas: Owen Wilson tendrá que escapar de una turba furiosa que busca retomar sus propiedades, en algún lugar olvidado del sureste de Asia, y ejecutará a cualquiera que sea un traidor o un extranjero. Los hermanos Dowdle (responsables de la cinta Quarantine, la adaptación norteamaericana de REC) produjeron y co-escribieron Sin Escape. Este nuevo thriller está protagonizado por Owen Wilson (Entre las líneas enemigas, 2011), Pierce Brosnan (El matador, 2005) y Lake Bell (Black Rock, 2012). Jack Dwyer (Wilson) es un ingeniero hidráulico de Austin, Texas, que fue convocado para trabajar en una nueva planta de agua, en Asia. Es por esta razón que decide llevar a toda su familia, integrada por su mujer Annie (Bell) y sus dos hijas Lucy y Beeze, junto a él, con el fin de rearmar sus vidas. Los problemas surgen cuando, la noche anterior a la llegada de los Dwyer, el primer ministro y todo su séquito, es asesinado en su mansión por insurgentes que invaden su hogar. Luego de pasar la noche en un hotel, Jack se encuentra con una cruzada en pleno desarrollo, entre las fuerzas de seguridad y los rebeldes, quienes buscan asesinar a cada extranjero y castigar a los compatriotas que les dan residencia. La supervivencia se convierte en un elemento de suma importancia, en la cual la familia Dwyer recibirá particular ayuda de Hammond (Brosnan), un agente “imperialista” al que se le dio la misión de cuidar a los nuevos trabajadores extranjeros junto a los directivos, mientras cumple con labores que implican sabotajes y asesinatos. Wilson y Bell están más que bien en sus respectivos roles, al mostrar figuras paternas fuertes que intentan sobrevivir cueste lo que cueste. En cuanto a Brosnan, éste se consolida como el hombre de acción durante toda la película, con apariciones que resultan salvadoras. Sin Escape cuenta con secuencias que restan y no suman a la trama, pero que forman parte de la fanfarria de Hollywood. A pesar de eso, la película es recomendable para quienes disfrutan del cine de acción sin mayor pretensión, dado que no hay intención de generar un desarrollo sumamente complejo sobre la situación política alarmante, que de hecho podría suceder en la actualidad.
Sin escape es el nuevo trabajo de John Eric Dowdle, un realizador que suele estar asociado con el género de terror. En los últimos años la mayoría de sus películas se estrenaron en la cartelera local, como Cuarentena (la remake de REC), La reunión del Diablo (producida por M.Night Shyamalan) y Así en la Tierra como en el infierno. En este proyecto se alejó del horror para desarrollar un thriller de acción que puede ser disfrutado si el espectador no se toma la propuesta muy en serio. Owen Wilson regresa a este género después Tras las líneas enemigas (estrenada en el 2001), donde interpreta a un ingeniero que vive una odisea cuando queda varado en un país del sur de Asia mientras estalla una revuelta popular. Para no herir susceptibilidades la trama transcurre en un país ficticio, pese a que varios momentos de la historia el tratamiento de los asiáticos es un poco xenofóbico. Rambo 4 por momentos parece una película de Amnesty comparada con esta producción. De todos modos creo que sería un error analizar en exceso una propuesta que apunta a brindar un entretenimiento pasajero y no una reflexión sobre la inestabilidad política y social del sudeste asiático. Más allá de todos los clichés que se le puedan encontrar al argumento, el director Dowdle hizo un gran trabajo a la hora de construir y sostener durante todo el film la tensión y el suspenso. Su labor flaquea un poco en el tratamiento de la acción, donde a veces usa de manera torpe la cámara lenta en su narración. Por ese razón algunos momentos que deberían ser tensos generan risa porque se ven exagerados. Un recurso que es todo un arte en este género y no todos los realizadores saben usarlo de manera adecuada. Otra objeción para hacerle a este film es que Pierce Brosnan, lo mejor de Sin escape, tuvo un rol muy secundario. Creo que sus escenas no deben superar los 15 minutos de pantalla y es una pena porque está muy bien en esta historia. Dentro del cine de acción Sin escape no será una propuesta que quede en el recuerdo, pero brinda un buen pasatiempo debido al trabajo del elenco y se puede tener en cuenta.
Owen Wilson, siempre ligado a la comedia, protagoniza esta película de acción en la que encarna a un padre desesperado por salvar a su familia en un país asiático atravesado por un alzamiento ultra violento. Ligado siempre a la comedia, Owen Wilson se paseó cómodamente por Zoolander, Los rompebodas, La familia de mi novia y transitó además el cine de Woody Allen en Una noche en París y, junto a Wes Anderson, en Los excéntricos Tenenbaums. En Sin escape protagoniza una película de acción y resulta atractivo verlo en otro registro, como un padre de familia envuelto en un conflicto que lo sorprende en un país asiático quebrado por un alzamiento armado. La película dirigida por John Erick Dowdle -Cuarentena, la versión norteamericana de Rec; Así en la tierra como en el infierno- coloca a los personajes en el ojo de la tormenta. Jack Dwyer -Wilson- y su esposa Anne -Lake Bell- viajan junto a sus dos hijas a un país ubicado al sur de Asia y cuya identidad no se menciona. Al llegar al hotel se encuentran con situaciones confusas que avecinan lo peor. El film comienza con el asesinato de un dictador y la acción sigue los acontecimientos previos, treinta y seis horas antes, a ese crimen. Acá el tema es la xenofobia y el objetivo de erradicar sin piedad a los "extranjeros" en una sucesión de escenas violentas -la irrupción de un grupo armado en el hotel o los tiroteos y masacres en las calles- que recuerdan al film La noche de la expiación. Teniendo en cuenta que el realizador viene del género de terror, su intención no fue profundizar en las cuestiones políticas, sino más bien crear un clima de escape permanente y vertiginoso logrado gracias al buen uso de la cámara en mano y de las situaciones que afronta el clan desde su llegada al aeropuerto. Acá no hay sólo un villano, sino un ejército que sigue sus objetivos al pie de la letra, en medio de secuencias más forzadas y menos creíbles como la que se desarrolla en una azotea cuando las niñas son arrojadas como paquetes entre edificio y edificio. Salvo ese momento que desentona, el resto funciona como una película de acción que no decae en su intento por mostrar a una familia común enfrentada a una situación extraordinaria. Por su parte, la participación de Pierce Brosnan es episódica, y el espectador sabe que su personaje aparecerá en los momentos de mayor tensión, cuando las papas queman.
Entretenimiento de acción pochoclero: ejecutivo estadounidense llega a un país del sudeste asiático cuando estalla una revuelta popular y matan sin piedad a todos los extranjeros y no partidarios. Él (0wen Wilson) y su familia viven situaciones extremas.
Revolución y salvajismo Apelo al conocimiento gamer de parte del público para recordar el videojuego multiplataforma Dead Island (2011) y al conocimiento cinéfilo para rememorar a War World Z (2013) y The Purge (2013). ¿Qué tipo de relación pueden tener entre esta tres producciones? La respuesta es simple: la nueva película del director John Erick Dowdle (Quarantine), titulada Sin escape (No escape). Bueno, es verdad, la respuesta es sencilla, pero no fácil de comprender, paso a explicarles. Los cercarnos al mundo de los videojuegos recordarán a Dead Island no tanto por el mismísimo juego, si no por su excelente trailer cinemático que lo catapultó en horas no solo a la masividad absoluta, sino inclusive a la firma de un contrato para reproducir su historia al cine. Este trailer fue una bisagra que logró llamar la atención a un sector del público que tal vez no estaba tan atento al rubro y se posicionó como un bandera de autoridad por unos meses, por lo menos hasta que salió el juego al mercado y tuvo diversas críticas que nunca estuvieron a la altura del trailer cinemático. Habiendo asimilado y puesto en contexto a algunos lectores, paso a contarles que Sin escape logra materializarle como una fusión entre estas tres producciones de lo más variadas, y es que posee una grandísima inspiración en el famosísimo trailer del videojuego, ya que posee escenas casi calcadas del mismo, al igual que cumple con ciertas semejanzas en escenas y conceptos de War World Z y The Purgue. Y es que la película no cuenta con zombies, si no que los enemigos están bien vivos, pero si algo quiere destacar la misma es que un grupo de seres humanos vivos puede ser mucho, pero mucho peor que un grupo de muertos caminantes y es allí donde muestra cierta equidad con The Purge y sus asesinatos despiadados y a Sangre fría en medio de persecuciones urbanas que no dan respiro. Ciertamente la nueva película protagonizada por Owen Wilson (Midnight in Paris) es una rareza, no solo por su historia y sus similitudes con otras producciones (quedémonos con la idea de que son homenajes) sino también por su tratamiento desde la dirección, que consigue no solo una buena dosis de drama, suspenso y terror, sino también una pizca de reclamo social. De más está decir que otro de los puntos que la vuelven una pequeña rareza es el protagónico del ya antes mencionado Owen Wilson dado que son contadas las veces en que no se ha desempeñado como un personaje cómico, y menos aún como un personaje de acción (aunque tampoco lo es precisamente esta vez). Para destacar queda la actuación de un maduro Pierce Brosnan (GoldenEye) en un papel que sin mucha exigencia consigue convertirlo en todo un multifacético reto actoral que le sienta muy bien tanto a él como al film. Sin escape es uno de los mejores estrenos de la semana y sin dudas conseguirá mantener al filo del suspenso a cualquier tipo de público. Pueden darlo por sentado.
Otro estadounidense perdido en tierras hostiles En Sin escape, de John Erick Dowdle, el versátil Owen Wilson interpreta a Jack, un ingeniero que se muda con su familia a un país ficticio del sudeste asiático (aunque su vecindad con uno real como Vietnam indica que puede tratarse de Laos o Camboya). Ocurre que luego de la quiebra de la empresa para la que trabajaba, la mejor oferta laboral que Jack recibe es de una multinacional que tiene una planta en aquel lugar en los antípodas geográficas y culturales, y él no ve más opción que aceptarla. Y allá va entonces, con su mujer y sus dos hijitas, dispuestos a enfrentar el desarraigo y el choque cultural con el mejor humor posible. Pero la esperanza dura poco. Al otro día una milicia popular que asesinó al dictador que ocupaba el gobierno comienza una violenta revolución xenófoba y, sobre todo, antiestadounidense. El resto de la película Wilson y su mujer (Lake Bell) se dedican a escapar de los impiadosos revolucionarios que pretenden ejecutarlos, por las calles de esa ciudad en un país sin nombre.No es la primera vez que a Wilson le toca evadir a un enemigo antiestadounidense en territorio hostil: ya lo había hecho en la mediocre Tras líneas enemigas, estrenada en 2001. Curiosamente en aquel film, rodado justo antes del 11-S, un escuadrón de guerrilleros musulmanes bosnios ayuda a un piloto del ejército de los Estados Unidos a eludir la persecución de un militar serbio durante la Guerra de los Balcanes. El nuevo enemigo estaba tan cerca que la película no alcanzaba a verlo. Igual de curioso, pero en un sentido inverso, resulta que en Sin escape la única oportunidad que tiene Jack para salvar la vida de su familia sea llegar a la frontera para pedir asilo en Vietnam. No hay forma de decirlo de manera terminante, pero quizá se trate del primer film en que ese país deja de ser visto como un territorio enemigo de los Estados Unidos, tras cuatro décadas de cine obsesionado con el conflicto bélico que ambas naciones sostuvieron entre los 60 y los 70.En ese sentido Sin escape representa un pase de manos de la posta del miedo. En ella se vuelve a poner en acción la clásica fobia occidental a lo culturalmente ajeno, llevándola al extremo, para generar un terror que se parece mucho al que ISIS produce con sus actos en Medio Oriente: miedo a una violencia irracional, desmedida y sin justificación alguna. Sin embargo la película también se permite dudar y preguntarse si la que provocan este tipo de grupos extremistas es la única violencia o el único terror que merece ser condenado. Y aunque lo hace de manera torpe y explícita, es una sorpresa encontrar una declaración política tan infrecuente en una producto made in Hollywood. Con la misma irregularidad, a lo largo del relato se intercalan estupendos momentos de tensión con otros imperdonables, en donde una babosa banda sonora relame las situaciones en busca de destacar lo que ya era obvio. La escena final deja bien claro lo difícil que resulta cerrar un film como este sin recurrir a ese tipo de burdos subterfugios emocionales.
Sin escape: La pesadilla asiática Owen Wilson y Pierce Brosnan protagonizan este filme de acción, indefinido entre el drama y la comedia. ¿Se puede culpar de todo al voraz capitalismo? ¿Incluso de estas fórmulas reiterativas en el cine que navegan entre lo irónico y lo brutal? Película de acción, indefinida entre el drama y la comedia, totalmente amparada en el cartel de sus protagonistas, en algunos gags esporádicos y en la asunción cínica de un sinfín de lugares comunes, desgraciadamente comunes, Sin escape cuenta la historia de una familia que se muda a algún lugar de Asia, donde el padre tendrá su nuevo trabajo y una pesadilla infernal junto a los suyos. La historia, dirigida por John Erick Dowdle, arranca con el asesinato feroz del Primer Ministro de este país de fantasía. Un arranque brutal que anticipa la sangre, la barbarie, y que contrasta con la familia tipo americana llegando en el avión con Jack Dwyer a la cabeza (un Owen Wilson que remite siempre a la comedia), su resignada esposa Annie (Lake Bell), sus dos hijas, y Hammond, un estrafalario viajero que va por las suyas, interpretado por Pierce Brosnan. Tras un desembarco bizarro, obviamente el nuevo puesto de trabajo de Jack no es lo que esperaban. Entonces, entre prejuiciosa y cínica, asoma una mirada tan premeditada como estereotipada: la de una familia yanqui azorada ni bien baja del avión frente la barbarie asiática, en un lugarcito que limita con Vietnam. Apenas si tienen tiempo de entrar al hotel, de escuchar a Hammond haciendo un karaoke, cuando los prejuicios y estigmatizaciones empiezan a justificarse. Hay una revuelta, una revolución en la nueva ciudad de los Dwyer, y una cacería de extranjeros. Todo ocurre sin explicación. Sanguinarios, sádicos, así se muestra a los revoltosos mientras los Dwyer corren por sus vidas y lanzan a sus hijas por los techos de la ciudad buscando esconderse. Pura persecusión y huida, con el personaje de Brosnan apareciendo de vez en cuando, dando la única sentencia de la película, explicando que estos salvajes defienden a sus hijos de potencias que los invaden, les prestan dinero que jamás podrán devolver y se quedan con sus bienes. A eso había venido Dwyer aunque ni él ni nosotros lo sabíamos. Ritmo frenético, personajes débiles, la brutalidad como espectáculo y un tema serio trivializado en una historia previsible, que se hunde en su afán de "no convencional".
El entretenimiento como religión Luego de varias películas, entre las que se destacan Cuarentena y la muy valorada The Poughkeepsie Tapes, John Erick Dowdle, director y guionista -en este rol, como siempre, junto con su hermano-, hace su primera producción con reparto estelar: Owen Wilson, Lake Bell y Pierce Brosnan (en un papel secundario que enciende la película cada vez que aparece, con la sapiencia del que es sabio desde hace mucho, o desde siempre). Estamos en un país del sudeste asiático, al que una familia texana se muda por un nuevo trabajo, y la fantochada de la situación política del lugar se ilustra mediante la exhibición de monumentos del gobernante en funciones. Y se produce un golpe de Estado con una revuelta feroz que pone a padre, madre e hijas pequeñas en situación de escape constante, frente a hordas enloquecidas de venganza contra todo lo que parezca extranjero. Sin escape narra de forma eficaz y trepidante el primer enfrentamiento entre insurgentes y fuerzas del gobierno, y con gran suspenso la primera parte de la huida, ante un peligro tan concreto e implacable como impersonal. Así, la mitad inicial de la película exhibe un vértigo y un frenesí perfectamente encastrados en el derrotero de esta familia que no detiene su marcha, y los saltos y los arrojos de una terraza a otra es una de las grandes secuencias de aventuras del año. Con el paso de los minutos la aventura se desgasta, ingresan explicaciones no del todo vergonzosas, pero sí a las apuradas, el verosímil se va desgastando, se estiran algunas situaciones un tanto inadmisibles, y se verbaliza y se ablanda de más el cierre. Pero, aun con sus defectos de terminación, Sin escape nos recuerda las virtudes del relato de aventuras cuando no se pretende hacer la última película del género, la revolucionaria, sino simplemente una más, de la encomiable variante que tiene al entretenimiento como religión.
El villano maldito. Alfred Hitchcock en ese fundacional diálogo con François Truffaut, reproducido en el libro El Cine según Hitchcock, estableció en conjunto con el francés las ideas teóricas centrales sobre cómo debe ser construidas las formas cinematográficas, la coherencia en la puesta en escena y por sobre todas las cosas, por qué más allá de ser un artista Hitchcock entendía el cine como un negocio, que hacer para que una película funcione. El inglés mencionaba un pilar fundamental para que todo fluya; la construcción del villano debía ser lo más meticulosa y detallada posible, él creía fuertemente que el villano era incluso más importante que el héroe, porque el villano era el terror. Hitchcock decía que nadie le tenía miedo a un disparo, pero todos le tenían terror a los segundos previos a ese disparo donde el villano era todo en la puesta en escena. En Sin Escape (2015) el director John Erick Dowdle descansa en dos estrellas de Hollywood con carisma sin límites como Pierce Brosnan y Owen Wilson pero se decide por el abandono y la desidia completa ante la posibilidad de construir un villano que esté a la altura de las circunstancias. Jack Dwyer (Owen Wilson) lleva a su esposa e hijos a un país asiático para trabajar como empleado de una empresa norteamericana. En el hotel se encuentra con Hammond (Pierce Brosnan), donde comienzan una relación fraternal producto de la lejanía de ambos del hogar. Repentinamente una revolución derroca al régimen supuestamente dictatorial de ese país y los rebeldes asesinan a cuanto extranjero tengan a su alcance. Los villanos son los rebeldes, pero Dowdle los trata con desprecio desde la puesta: ninguno tiene nombre, no tienen antecedentes, ninguno tiene una historia familiar, no hay líderes, no tienen líneas de diálogo, no tienen un primer plano más allá de las turbas, la iluminación apenas les cubre el rostro en cada plano; es decir, no hay villano. Dowdle pretende que el terror se desate solamente por una cuestión de efectismo político. Para colmo lo pone a Brosnan a decir obviedades sobre el capitalismo y el primer mundo (“nosotros tenemos la culpa de esto”) para no dejar ninguna ambigüedad al espectador. Golpes bajos incluidos y Wilson no funcionando en este contexto como “comic relief” (más allá de algún ralentí divertido con los hijos volando de edificio a edificio) dejan a la película desnuda, sin nada. Para colmo el film, que trabaja durante gran parte del metraje la suciedad de la acción pura, termina en las más obscenas de las secuencias límpidas, donde el director quiere mostrar a la familia como unidad invencible e indivisible.
Es curioso que antes de ver “Sin escape” (USA, 2015) el tráiler que meses antes anticipaba la trepidante acción del filme dirigido por John Erick Dowdle, y con Owen Wilson a la cabeza del reparto, condensaba en escasos minutos todo el arco narrativo del filme. Entonces, la sorpresa fue descubrir los giros y conflictos que por fuera de éste se planteaban y que servirían para mantenerse al vilo de los hechos sin importar cualquier convencionalismo industrial que el director le impregnó a la historia. En “Sin Escape” Owen Wilson es Jack, un vendedor de una empresa norteamericana que es trasladado hacia un remoto país del sur de Asia para lograr acuerdos con los que su empresa terminara por recuperar el posicionamiento que anteriormente poseía. Pese a que su familia lo acompaña (mujer y dos hijas), Jack sabe que no será fácil encontrarse con una cultura completamente diferente a la suya y mucho menos poder lidiar con las costumbres que este nuevo mundo le depara. Pero así y todo decide embarcarse en tamaña aventura, sin saber que desde el día uno, una épica de sangre y huída lo marcará a fuego, ya que después de que un grupo revolucionario asesina al emperador del lugar por un supuesto caso de fraude relacionado al control del agua por parte de la empresa en la que Jack vive, el caos y la muerte se apoderarán del lugar sin tregua alguna para nadie. Y mucho menos para él, quien es visto como uno de los hacedores del siniestro soborno con el que el “pueblo” perdió la soberanía sobre un bien tan preciado y necesario como lo es el agua. Pero Jack, no contará con que imprevistamente otro extranjero, Hammond (Pierce Brosnan), lo asistirá para que, arreglos mediante, pueda escapar de ese lugar con vida y contar el “cuento” como una anécdota más de las tantas que podría narrar sobre su estadía en Asia. “Sin escape” recupera el cine de acción clase B que durante los años ochenta los estudios Cannon y Carolco tan bien supieron crear, y que en las diferencias y choques de cultura, pudieron construir relatos llenos de adrenalina, suspenso y emoción. A pesar de trazos gruesos y algunos obvios clichés, que potencian el extrañamiento y la creación de la dicotomía civilización/barbarie para potenciar la acción, “Sin Escape” devuelve un tipo de relato clásico, que no por no ser novedoso, no termina por generar placer de género. “Sin Escape” es una película llena de emociones que abusa de algunos convencionalismos, pero que en el carisma de sus protagonistas masculinos (impecables Wilson y Brosnan) puede afirmar su propuesta sin pretender otra cosa que entretener al público.
En Sin escape un matrimonio con sus dos hijas llegan a un país de Asia con la idea de cambiar de vida. Pero lo que parecía una estancia agradable en un país exótico se transforma en una pesadilla cuando tras un golpe de estado deben escapar al descubrir que todos los extranjeros están siendo ejecutados. Owen Wilson se aleja una vez más de la comedia como hiciera en Detrás de la líneas enemigas para encarnar a un padre de familia en este thriller de acción y suspenso rodado con una cámara nerviosa de estilo documental que intenta generar cierto aire de realidad. Pese a esto, el guión es predecible, y algunos personajes pocos creíbles, como el encarnado por Pierce Brosnam, un irrompible héroe de acción sexagenario que se transformara en el pasaporte de salida para los gringos asustados. Con algunos momentos de tensión logrados, bastantes escenas de salvajismo injustificado y extremada violencia, la película resultara un entretenimiento trepidante para los amantes de la acción pochoclera.
argumento torpe que, además, atrasa La primera mitad de esta película tan manipuladora como ultraviolenta puede funcionar como divertidísimo placer culposo, ya que las incongruencias del guión sumadas al ritmo vertiginoso y las salvajes escenas de acción y violencia se combinan en un cóctel difícil de resistir. Lamentablemente, a medida que avanza la proyección, el placer va desapareciendo y sólo queda lo culposo del asunto. El argumento muestra a Owen Wilson como un ingeniero que una vez casi inventa una válvula, viajando con su mujer y sus dos nenas a iniciar una nueva vida en un país del sudeste asiático no especificiado, aunque podria ser Camboya. El tipo no leyó lo más minimo sobre el país en cuestión, aunque la esposa vio en un libro de turismo que al lugar lo definen como "el cuarto mundo". Ya llegando al aeropuerto donde el director se cuida de no mostrar cuando pasan por migraciones, lo que los haría dar la vuelta inmediatamete y tomar el proximo avión a Texas- nadie los está esperando, por lo que aceptan la ayuda de un personaje de averia interpretado por Pierce Brosnan, que los acomoda en el taxi de Kenny Rogers, una especie de trencito de la alegría con música country que lejos es lo mejor del film. En el hotel no hay agua potable, no anda internet, ni la TV y ni siquiera el teléfono, así que el padre de familia decide ir a dar una caminata para comprar "USA Today". Pero de pronto se encuentra en medio de una revolución en la que piqueteros armados matan a sangre fría a cualquier extranjero, especialmente estadounidenses. Entre las escenas increíbles está la del intento de la familia de huir del hotel donde los revolucionarios pululan como zombies matando a todo el que encuentran (en realidad el estilo de toda esta parte del film se parece bastante a "The Walking Dead"), que culmina cuando deciden arrojarse junto con sus nenas de la terraza del edificio a otra que está un poco más abajo, a unos 10 metros. Pierce Brosnan, que tiene escenas pasables, aparece para ayudar, pero también para explicar que él es uno de los que ayudó a originar ese caos así las grandes potencias pueden dominar a los países en desarrollo. La dirección y las actuaciones no están mal, el problema es el guión entre subnormal y astutamente maniqueo, y el desliz ideológico de un film con un nivel de violencia que hace que clásicos del género "norteamericanos en el tercer mundo" como "Bajo fuego" o "Salvador" parezcan aptas para todo público.
Perdidos en el cuarto mundo El de Sin escape es un caso interesante aunque no –lástima– por razones cinematográficas. Jack Dwyer (Owen Wilson) y su familia deben trasladarse, por motivos laborales, a un país del sudeste asiático que, si bien no se lo menciona (y por buenas razones), parece ser Tailandia. De entrada, los Dwyer se encuentran en el hotel de un país pobre. La luz se corta, no hay wi-fi ni otras facilidades; Annie (Lake Bell) le informa a su esposo, en tono de reproche, que el país al que la llevó pertenece al cuarto mundo. No extraña, entonces, que no haya periódicos en inglés, y cuando Jack sale a buscar uno fuera del hotel se topa con una horda de rebeldes contra el gobierno que habrá de perseguirlos a ellos y al resto de los turistas durante toda la película. Aunque la horda es retratada con el mismo respeto que una pandilla de zombis, el agente británico encubierto Hammond (Pierce Brosnan) en algún momento explica lo justo de la gesta. No nos quejemos, dice, palabras más palabras menos: esta gente protesta por el agua que le estamos robando. Existe, como novedad, un mea culpa, que no justifica los medios ni tampoco, cabe agregar, el bochorno de este rodaje.
"Ningún lugar a donde ir" “Sin Escape” se centra en una familia estadounidense que, por falta de oportunidades en su territorio, deben trasladarse hacia un país asiático por trabajo. Es así como se verán inmersos en un golpe de Estado, donde los extranjeros no estarán a salvo, y deberán surtir diversos obstáculos para poder sobrevivir en dicho lugar. Desde el comienzo nos metemos en una película puramente de acción; la introducción es corta y la historia va directamente al punto. Probablemente por este motivo el factor desencadenante del argumento quede un poco simple o falto de profundidad, porque el film no busca permanecer en los motivos de por qué esta banda rebelde hace lo que hace (aunque tenemos algunos pocos momentos de reflexión), sino que más que nada se preocupa por la supervivencia de la familia protagonista. A Owen Wilson lo conocemos principalmente por películas de comedia, pero en “Sin Escape” se comprueba que no debe ser encasillado simplemente en un género, sino que el drama y la acción también le sientan bien, acompañado acertadamente por todo el elenco (con la participación de Pierce Brosnan). Es positivo también que en una película de acción o en la cual la vida de todos los protagonistas se ve en peligro, quien lidere la historia, como en este caso, no sea un actual o ex agente, ni tenga ciertas habilidades que lo hagan superior en una situación como a la cual se enfrentan, sino que se trate de un hombre común, y que intente salvar a los suyos. De esta manera, se sale un poco el cliché del superhombre. Con respecto al ritmo y a la dinámica, la película está muy bien estructurada, generando también en el público la sensación de angustia, desesperación y las ganas de escapar. Existen ciertos momentos más “cómicos” en el film que sirven para descontracturar un poco el ritmo tenso y desesperante que viene teniendo, pero a la vez le quitan un poco de seriedad al argumento. Otros momentos son bastante violentos y pueden llegar a herir ciertas susceptibilidades, pero al ver una película de esta talla, uno también se expone a este tipo de situaciones. Hay que hacer referencia también a que, aunque no se mencione ningún lugar particular de la locación, y solamente sepamos que ocurre en Asia, en algún país cerca de Vietnam, se crea este cliché de los asiáticos villanos que buscan deshacerse de los extranjeros. En síntesis, “Sin Escape” nos proporcionará un momento a pura acción y violencia, destacándose el papel de Owen Wilson y la participación de Pierce Brosnan, que harán sentirnos parte de la película y captar esa desesperación que ellos mismos están viviendo. Samantha Schuster
Pesadilla en lo profundo de Asia Un digno exponente del cine de acción, pero con algunos subrayados y alegorías demasiado evidentes. Jack busca nuevos rumbos laborales después de la quiebra de la empresa en la que trabajaba. Nuevos y alejados rumbos, debería decirse, ya que recala en un innominado país asiático limitante con Vietnam (¿Laos? ¿Camboya?). El hombre (Owen Wilson) y su familia tienen la "suerte" de llegar justo en las vísperas de un golpe militar caracterizado por un profundo carácter antinorteamericano. A partir de esa anécdota, el realizador y aquí también coguionista John Erick Dowdle (Cuarentena) narra el derrotero de Jack y su familia durante el desesperado huir de una muerte segura. Sin escape se sostiene en gran parte gracias al pulso del realizador a la hora de construir una acción trepidante, con esa idea tan propia del cine norteamericano post 11-S del mal como entidad ubicua y latente. Si Sin escape no termina siendo una película aún mejor es porque por momentos Dowdle apuesta a una serie de subrayados musicales y algunas alegorías políticas demasiado evidentes y torpes.
Sangre por agua Sin escape es un filme de suspenso sobre un ingeniero que llega a una ciudad asiática en plena guerra civil. Actúa Owen Wilson, que se prueba fuera de la comedia. El ingeniero Jack (Owen Wilson) trabaja para una empresa de agua con intereses en una ciudad de Asia, ubicada al lado de Vietnam, adonde debe viajar con su esposa (Lake Bell) y sus dos hijas por motivos laborales. En el aeropuerto conocen a Hammond (Pierce Brosnan), un desaliñado personaje que se muestra amistoso de entrada y que cumplirá una función importante en la trama. Desde que llegan, Jack nota una atmósfera enrarecida. En el hotel no hay televisión por cable, tampoco funciona Internet. La sensación de aislamiento e incomunicación empieza a ser desesperante. Después de comprar un diario, Jack ve que se avecinan la policía, de un lado, y un grupo armado de ciudadanos, del otro. Él queda en el medio de ambos bandos. Empieza a correr para llegar al hotel y avisar a su familia de la situación. Los habitantes del lugar no están contentos con la empresa en la que trabaja Jack. La desesperación va a ir aumentando a medida que Jack se vea cada vez más atrapado en la sangrienta guerra civil que se acaba de desatar. La intención del director de Sin escape, John Erick Dowdle, es que no haya ni buenos ni malos. Pero el problema es que deja bastante en claro quiénes son los malos. Dowdle convierte a los nativos en unos sádicos sin piedad. Aquí ya no hay una lucha justa por sus derechos, sino un regocijo perverso con la muerte del invasor norteamericano. Más que matar para vivir, los asiáticos pareciera que mataran por placer, ejerciendo aberrantes métodos de tortura. Sin embargo, los primeros 40 minutos de Sin escape no dan respiro. La cámara de Dowdle se mueve a la par del personaje de Jack, que intenta escapar para llegar a su familia y luego seguir huyendo en una situación extraordinaria, extrema, en la que parece no haber salida. El manejo del suspenso y la acción son de una solidez digna de alguien con mucha experiencia. La familia se mueve como una célula, como si los cuatro fueran un único personaje que escapa del enemigo. Es difícil no leer en Sin escape una metáfora pro-familia. A veces las películas de segunda línea (las que no cuentan con una superproducción) sorprenden y entretienen más que cualquier tanque hecho con ese fin. Este es uno de esos casos.
Bienvenidos al tercer mundo Lo primero que uno quiere pensar al ver una película como Sin escape (No escape, 2015) es que hay dos formas de abordarla: Por un lado porque como película es tan absolutamente ridícula que resulta imposible tomarla en serio. Desde ese lugar es evidentemente mala. Ahora podemos -y queremos- pensar que la película es armada en otro nivel: el simbólico. Aquel en el cual la fantasía juega en primera plana representando miedos del americano medio en un país tercermundista. Sin escape es una película de terror (en sentido literal) y no de acción como supone el afiche promocional. Representa todos los miedos que puedan aparecerle al americano medio en territorios tercermundistas, y lo hace de manera simbólica, nunca tomada en serio. Pensemos un poco en este nivel de relato. Owen Wilson es rubio, imposible de confundir con un asiático. Tiene mujer y dos pequeñas hijas a su cargo. Cae engañado por la corporación donde trabaja con la promesa de un puesto de trabajo mejor rentado en un país del tercer mundo que no conoce -y claro- se encuentra en plena crisis. Están en Asia (“Bienvenido a Asia” dice el personaje de Pierce Brosnan) sin especificar bien en qué lugar del continente. No es un error, es que ni siquiera importa. Es el miedo percibido por el americano medio en territorio desconocido (después de todo para él son todos los asiáticos iguales). Basta que llegan al lugar y no entienden el idioma, no funciona la luz, el teléfono ni el televisor: ¡el modo de vida norteamericano está en peligro! Sin entender bien qué pasa en medio de la crisis social (es un empleado de una multinacional, ¿porqué habría de entenderlo?) la horda social elimina literalmente a todo yankie habido y por haber, y por ende también lo quieren eliminar a él y a su familia. No hay razones, no tienen fundamentos para hacerlo por más primitivos y explotados que sean, pero lo hacen. Es el temor materializado: Lo quieren matar al tipo, violar a su mujer y poner a su hija en su contra. De la manera más salvaje -como país subdesarrollado que son- posible. Hay una burda explicación con mea culpa incluida que resulta aún más graciosa en boca de Pierce Brosnan. Porque la fantasía del miedo al otro, está representada en cuanta imagen se muestra desde el comienzo. El “ellos contra nosotros” se despliega en cada fotograma dejando las justificaciones del argumento sin lugar. En este aspecto el director John Erick Dowdle, que realiza el film en conjunto con su hermano Drew Dowdle, productor y co escritor, ambos especializados en films de terror (Así en la tierra como en el infierno, Quarentena y La reunión del diablo) ponen toda la imaginación en encarnar ese miedo en el personaje de Owen Wilson. Y como película de terror que es, Sin escape funciona porque genera la tensión suficiente como para tener en vilo al espectador hasta el final. El mayor problema de la película sigue siendo el tomar un conflicto social para representar los miedos del americano medio. En la recreación del contexto de crisis se recurre a cuánto estereotipo habido y por haber de forma tan básica y elemental (siempre los “otros” son más tontos y malos que los protagonistas) que terminan por subestimar al espectador. La fuerza que el film utiliza en asustar la derrocha en concesiones estúpidas e innecesarias cada vez que pretende anclar en la realidad. Pero, insistimos, basta pensarla desde el punto de vista del personaje de Wilson para entender a dónde apunta la trama.
Signo de los tiempos Jack Dwyer (Owen Wilson) está con su esposa Annie (Lake Bell) y sus dos hijas en la terraza de un hotel de algún país asiático limítrofe con Vietnam -¿Tailandia? ¿Camboya? ¿Laos?- junto a un grupo de huéspedes y empleados. Están acorralados: ha estallado un golpe de Estado justo el mismo día en que llegaron, hay disturbios por todos lados y los rebeldes han entrado a sangre y fuego al edificio, y finalmente irrumpen en la terraza. La única salida implica saltar hacia el techo de otro edificio, y el salto es grande. Annie ya saltó y espera del otro lado, es el turno de las hijas, y a la que le toca primero es la más pequeña, que, obviamente, no quiere. Jack le pregunta medio de sopetón sobre el nombre de su osito, y cuando la niña está medio distraída contestando, el padre la arroja, sin vueltas, para el otro lado. Vemos, en cámara lenta, recurriendo a un plano muy cercano al cuerpo, como la niña va volando, gritando, hasta caer en brazos de la madre. Es una escena increíble, dantesca, más propia de esas comedias salvajes de la dupla Will Ferrell-Adam McKay, y la presencia de un comediante nato como Wilson podría reforzar la impresión. Pero no, estamos en Sin escape, un thriller donde interviene fuertemente el drama familiar, con personas llevadas al límite de sus posibilidades. Uno se pone a pensar en Serge Daney y Jacques Rivette, y lo que escribieron en su momento sobre el famoso y abyecto travelling de Kapò, y lo que dirían sobre el plano de la niñita volando por el aire a los gritos, pero también se da cuenta que los tiempos, indudablemente, cambiaron, que los límites se corrieron mucho más allá, que el espectador es otro. Y el director John Erick Dowdle (co-guionista también junto a su hermano Drew) es muy consciente de eso, y esa consciencia le da el trampolín para comportarse como un inconsciente de campeonato y llevar la vara siempre un poco más allá, con un nivel de irresponsabilidad que no deja de ser audaz. Es que lo de la terraza es sólo el comienzo: a partir de ahí, Sin escape va exhibiendo un desfile espectacular -y el término “espectáculo” es acá muy importante- de atrocidades, de secuencias donde lo ético y moral en la narración cinematográfica entran en crisis, involucrando en varias de ellas a las niñas. Hay un clima de “no me importa nada porque ya no importa nada” que atraviesa a toda la película, que busca de manera casi suicida a un espectador que se sumerja en ese espectáculo del horror, que se horrorice pero también se entretenga. Dowle pisa el acelerador y va para adelante, y redobla permanentemente la apuesta. En cierto modo, es mucho más sincero -y hasta efectivo- que tipos como Alejandro González Iñárritu o Paul Haggis: no pretende dar lecciones sobre el estado de la humanidad, lo del golpe de Estado en ese lejano país asiático sin nombre es apenas para él un escenario, un contexto más o menos apropiado para desarrollar lo que verdaderamente le importa, es decir, la historia de esa familia tratando de sobrevivir, a toda costa, a una situación tan espantosa como inesperada. Esa brutal honestidad le permite presentar a un personaje como el de Hammond, que es esencialmente Pierce Brosnan volviendo a tomar elementos de su ya clásico James Bond pero en clave pasada de alcohol -giros humorísticos incluidos-, que tiene rasgos innegablemente simpáticos pero que también se permite señalar, sin vueltas, las formas en que los países más poderosos oprimen y subyugan a los más débiles, hasta que claro, la cuerda se tensa demasiado, para terminar rompiéndose. Claro que a pesar de lo increíble y hasta inimputable que pueda parecer su película, Dowle no deja de ser un cretino que no tiene pruritos al configurar una otredad a la que la familia blanca debe temer. Que lo haga sin solemnidad no le quita perversidad. Que manipule todo a su antojo con pleno conocimiento de cómo es el público actual no quita que hubiera estado bueno que tuviera en cuenta -o que recuperara- ciertos límites. Sin escape es un ejemplo cabal de lo que está dispuesta a disfrutar -con mayor o menor culpa- la gente que va hoy al cine. Y lo que cierto cine está dispuesto a dar para garantizar ese disfrute más o menos culposo.
Cosas terribles les suceden a los yanquis cuando salen de su preciado y civilizado Estados Unidos de América. Más allá de sus fronteras, el mundo es salvaje, el progreso nunca va a llegar y sus habitantes son bárbaros. Pero pará, no, esto no es tan así. ¿Qué pasa si en realidad este tercer o cuarto mundo está baqueteado producto de los negocios turbios entre los yanquis y otras potencias, la corrupción y las multinacionales? Todo esto y mucho más en Sin Escape (No Escape). Sin Escape está muy bien. Una familia de Texas con unas niñitas adorables debe emigrar a un país del sureste asiático ficticio, cuyo nombre nunca es mencionado, debido a que papá se quedó sin trabajo. La mejor, y única, oferta laboral se la ha hecho una multinacional que trabaja con ciertos recursos naturales (si no me equivoco, saneando el agua) de este país en cuestión. A menos de 24hs de aterrizar, esta familia se encuentra en medio de una revuelta sanguinaria, en donde los extranjeros son perseguidos y exterminados violentamente por un grupo extremista local. Encapuchados de rojo, esta masa avanza, destruye y mata todo lo que hay en su paso. De aquí en más, “it’s every man for himself”. Hay que rajarle a esta horda porque o te parten la jeta de un palazo, te clavan un machetazo, te bombardean desde un tanque o te tirotean desde un helicóptero. No, la verdad es que no hay salida y Jack Dwyer (Owen Wilson), un hombre común y corriente, debe hacer lo que sea necesario para proteger a su mujer (Lake Bell) y a sus dos hijas. La dupla guionista-director de los hermanos Dowdle logra que mantengamos la colita al borde del asiento durante varias secuencias, que nos mordamos las uñas, que exhalemos aliviados y que descomprimamos con alguna pequeña carcajada cuando sea necesario. Una película violenta, apta para gente impresionable -la violencia no es sumamente explícita pero nos podemos hacer bien la idea de lo que está pasando- y que nos trae de vuelta después de muchos años a nuestro querido Owen Wilson al cine de acción. Owen se calza las llantas y, junto a Lake Bell, también reconocida por sus papeles cómicos, arranca a correr con las pibas bajo el brazo. Afortunadamente para los Dwyer, James Bond (Pierce Brosnan) hace una pequeña aparición y, en situaciones extremas (machetazo, violación), se hace presente, de la nada, para rescatarlos. Es que Hammond (Brosnan) no sólo rescata a nuestros amigos, sino que también intenta ayudar a los Dowdle poniendo de manifiesto en algunas pocas líneas lo que de otra forma nunca nos hubiéramos podido enterar: la masa mata porque entre la multinacional empleadora de Dwyer, los yanquis y un primer ministro corrupto, privatizaron los recursos naturales de su país y el pueblo será esclavo de este maldito sistema colonialista corporativo. Por si no quedó claro, la horda mata porque los dejaron sin trabajo, sin agua, sin futuro. Los yanquis y las corporaciones son malos y están asesinando a sus familias, entonces la horda contraataca. Después de unos setenta minutos de película en los cuales esta masa (y léase que digo masa y no gente, ya que es más bien presentada como un horda zombi que quiere ver correr sangre –no sólo la extranjera, ya que se bajan a unos cuantos de los “suyos”- tan crudamente como quienes purgan en La Noche de la Expiación), persigue a Owen y a esas nenas, quienes intentan escapar de esta bestia sádica que pide sangre y con la cual es imposible empatizar, me vengo a enterar de que los malos son los yanquis, puuucha. Y acá es donde los Dowdle fallan fuerte y convierten a esta película de acción a lo Una Noche para Sobrevivir o Búsqueda Implacable en una especie de drama político progre pelotudo, en algo serio, que quizá podría haber funcionado pero no, porque a los Dowdle no les da. El problema de la dupla es justamente cómo construyen al otro, malos muy malos, una representación maniquea, unidimensional. No hay una intención de crear un personaje con un poco de profundidad; de hecho, no hay intención de que ningún asiático de la película sea personaje, abusando, sin querer queriendo, justamente de la reducida visión occidental que quieren criticar. A su vez, la exploración del comercio global y corporativo es tan básica como la representación de esta masa. Y la explicación llega muy tarde, al final del segundo acto, y se percibe como un momento de “culpa blanca” o “mea culpa”. Los hermanos Dowdle construyen a un enemigo bajo una representación maniquea, unidimensional. Quizá también el hecho de no darle identidad al otro puede habilitar a que alguno que otro piense que el corporativismo colonialista occidental es un problema sólo cuando impacta a una buena familia blanca de clase media. ¿Y las nenitas asiáticas tan simpáticas muriéndose de hambre en dónde están? ¿Qué tiene que ver violar, obligar a punta de pistola a que una nena mate a su propio padre en un callejón oscuro con defender a tu familia del hambre y la miseria? Claramente esto no es lo que los Dowdle quisieron contar, pero su falto conocimiento de causa –la dupla se dedica a hacer terror desde hace varios años, tienen en su haber The Poughkeepsie Tapes, Quarantine (adaptación estadounidense de la española REC), una tal Devil y una muy patética película sobre la cual ya he hablado, Así en la Tierra, Como en el Infierno- hace que la película haga agua por algunos lugares. Quizá hubiera sido mejor contar una historia de personaje en el lugar equivocado en el momento equivocado y, en vez de meterse con temas “serios”, trabajarnos un poco más en el tercer acto, que va en decadencia. La cereza en la crema del helado del progre pelotudismo es el hecho de que la tierra de la salvación sea Vietnam. Los vietnamitas dan asilo político a la familia Dwyer, los malos no pueden pasar sus fronteras. De hecho, no me llamaría la atención que a esta historia la hayan ubicado en el sudeste asiático sólo para que los Dwyer encuentren refugio en Vietnam. En fin, la verdad es que si dejamos de lado algunas cuestiones, que durante la película pueden ser ignoradas o pasadas por alto, Sin Escape es altamente disfrutable. Más allá de que uno puede ver venir de lejos lo que los hermanos Dowdle quieren hacer, y también que ciertos conceptos escapan a sus mentes, la película está muy bien realizada, hay un constante clima de tensión necesario para sostener este tipo de película y la presencia de Owen Wilson suma muchos puntos a favor. Aunque quizá no lo parezca, la recomiendo.
Te sigue Sin Escape narra la historia de un ingeniero que llega junto a su familia a un país de Asia justo en el momento en que se produce un golpe de Estado. Pero la trama, por más acción que prometa, está lejos de ser el principal atractivo del tercer largometraje del director de Cuarentena. Digámoslo sin tapujos: gran parte de la expectativa de la película consiste en ver a nuestro narigón favorito de Hollywood en un rol que hace catorce años, desde Tras líneas enemigas en 2001, parecía haber abandonado para siempre: el de héroe de acción. Gracias a Dowdle podemos ver a Owen Wilson saltando de edificio en edificio a lo James Bond, sobreviviendo a explosiones en ralenti y luchando contra hordas de rebeldes que arrasan con todo aquel que se interponga en su camino mientras el rubio de cuarenta y seis años, como un Bryan Mills, intenta proteger a su familia cueste lo que cueste. Pero el actor no interpreta a un agente secreto ni a un habilidoso de las artes marciales o a un superhéroe de Marvel; se trata de un hombre común y corriente dispuesto a hacer lo que sea para asegurar la supervivencia de su familia. Del contexto que los rodea, sin embargo, sabemos muy poco. Nada más que lo justo y necesario. Se nos informa que la acción se sitúa en el continente más poblado de la Tierra, en algún país limítrofe con Vietnam. Nunca se dice cuál y tampoco importa. Hay, por un lado, un Kim Jong-un de turno que transa con potencias del Primer Mundo a cambio de los recursos naturales de su país y, por el otro, una banda de guerrilleros bastante sádicos que deciden tomar el poder, aunque no sabemos muy bien para qué, quiénes son o por qué llevan a cabo semejante cacería de brujas. ¿Importa que se nos expliquen todas estas cuestiones? La respuesta es no. En primer lugar porque la película no busca indagar en los motivos que desencadenan la sanguinaria persecución (que sí se mencionan en más de una ocasión), ni pretende dar sermones sobre política, el Bien y el Mal, los poderosos y los oprimidos y las consecuencias del capitalismo salvaje. Tampoco le interesa elaborar una crítica social con dosis altas de solemnidad, golpes bajos y escenas forzadamente lacrimógenas. Un poco como sucedía en Mad Max: Furia en el camino, aquí no hace falta aclarar demasiado. Lo único que importa es que nada detenga el flujo continuo de la acción, como si lo primordial fuera que los personajes se mantengan en constante movimiento. Escapar, sobrevivir y seguir avanzando aunque no sepamos lo que nos espera adelante; qué nos depara el próximo minuto o si vivimos para contarlo mañana, de eso se trata la propuesta de Dowdle. Su película es rápida, efectiva, sin explicaciones y presenta un dominio absoluto de los recursos cinematográficos para jugar con el ritmo del relato y dotarlo de una estética muy definida. Si bien en el último tramo se asoma alguna que otra línea de diálogo políticamente correcto que amenaza con dejar la aventura cubierta por el barro, el traspié no llega a resentir de ningún modo el resto de la película. Su eficacia para trasmitir el vértigo y la desesperación que experimenta la familia texana es notable, al igual que su habilidad para sumergirnos en un estado de paranoia permanente durante más de una hora y media. Dado su grado de desfachatez absoluta en la construcción de la puesta en escena, realizar una lectura ideológica de la película, como lo hicieron algunas de las críticas en contra, implicaría no solo una visión errada, sino que estaría evidenciando una falta de compresión alarmante de lo que se vio en pantalla, una anulación del pensamiento crítico, lo que llevaría a sentirse automáticamente expulsado de ese universo. Semejante nivel de artificio expuesto de forma puramente cinematográfica de principio a fin deja afuera cualquier lectura ideológica posible.
Owen Wilson luego de varios años de transitar con muy buena repercusión por la comedia, en algún momento dramática, como fue el caso de “Marley y Yo“ (2008), retorna al género de acción con no muy buena fortuna. Y no es que haya transitado de manera poco elogiosa desde la actuación, sino que el filme es en realidad un cúmulo de lugares comunes, previsible hasta el hartazgo, por momento no creíble, con acciones más que inverosímiles y un discurso que deja bastante que desear. Esta narración podría definirse como la de un hombre común, y su familia más común todavía, que se ve atrapado en situaciones extraordinarias, agregándole constantemente el recurso, “novedoso por cierto”, del salvataje de último segundo. La historia se centra en Jack Dwyer (Owen), quien con su esposa Lucy (Sterling Jerins) y las hijas de ambos se ven en medio de una revolución en un país del sur de Asia, nunca nombrado peron con limites con Vietnam. La consigna que enarbolan los mismo es “sangre por agua”, y estos rebeldes malos, muy malos por definición, van matando a todos los extranjeros. Jack llega al lugar para hacerse cargo de un puesto de trabajo que redundará en grandes beneficios económicos para la familia. Su empresa es la que, en conjunción con el gobierno establecido, se hará cargo de la explotación del agua potable, con la consabida expropiación de los recursos naturales en favor de la multinacional. Desde el momento que nos muestran a los nativos del lugar matando a mansalva a quien se les ponga enfrente, siempre y cuando estos sean extranjeros, no discriminan edad, sexo, raza o religión, lo dicho, son muy malos. El pobre americano blanco deberá hacer lo que sea necesario para proteger a su familia mientras huyen. Ayudados en este caso por otro extranjero, Mr. Hammond (Pierce Brosnan), de origen inglés, que en realidad no es quien dice ser, secundado, y no podía faltar, por un nativo que se hace llamar como su ídolo, Kenny Rogers (Sahajak Boonthanakit), motivo suficiente para ser asesinado, pero que en este caso además apoya a los extranjeros. Los rebeldes nunca dan las razones ideológicas, políticas y sociales para, al menos, justificar en parte su accionar. Se mueven como una masa enardecida, entonces se promulga la diferencia entre los buenos y civilizados extranjeros y los incultos, bárbaros, nativos que sólo desean sangre, lo cual da cuenta de un discurso demasiado discriminatorio. Claro que va a estar en boca del inglés las explicaciones necesarias y las justificaciones del accionar de las hordas asesinas, pues los otros, los extranjeros, …”somos los responsables de la pobreza de esta población”…. Pero es sólo una frase que se pierde en medio de las imágenes, pues es lo peor que posee desde el discurso, ese guiño reduccionista, simplista y casi del orden del racismo a ultranza, es de estigmatizar a los descartados en crueles, incultos y peligrosos El filme no aburre por la velocidad de las acciones, al mismo tiempo que instala esa realidad actual, por el género cinematográfico al que suscribe, de que sólo con hacer gala de los recursos técnicos es suficiente. Siendo el montaje, respondiendo a las necesidades del relato, su principal vedette, sumado a actuaciones de buena factura, a las bondades de la filmación, incluyendo muchas escenas que transitan lo inverosímil, sobre todo desde la acción de los personajes. La banda de sonido, con la música que no sólo apoya las imágenes, las exacerba a punto tal que la violencia supera la expectativa que generaba, pero es violencia gratuita. La dirección de arte, desde el espacio físico donde se desarrollan las acciones, sobre todo la fotografía, es de muy buena factura. Como entretenimiento pochoclero puro, cumple. Pero nada más.
Los hermanos Dowdle vuelven a la acción, en este caso con Sin Escape. Un film que nos cuenta la historia de una familia que se muda al otro lado del mundo, sudeste de Asia, por un reacomodamiento laboral del padre (Owen Wilson). Como bien dice la portada, "llegaron al lugar equivocado en el momento incorrecto", será un nuevo comienzo para la familia Dwyer pero no del modo en que esperaban ya que un golpe de estado es desatado en el país y sus vidas corren peligro. Una historia muy bien plasmada y que refleja un duro mensaje político hacia Estados Unidos. Sin Escape es un film que no nos permite ni acomodarnos en la butaca que ya la acción se hace presente, acción que prácticamente dura toda la película. Ahora bien, la acción prevalece constantemente pero se ve acompañada del recurso de la comedia, como era de esperarse al estar Owen Wilson, manifestándose desde el plano del guion teniendo los protagonistas asiduamente frases que nos hacen salir de esa posición rígida frente a la pantalla y soltarnos varias carcajadas. Como si de los corredores de Maze Runner se tratara, la familia se la pasara escapando de los rebeldes con el fin de sobrevivir y haciendo lo que fuese necesario para que esto se cumpla, y digo lo que fuese necesario porque en el film tenemos varias escenas increíbles que realmente nos ponen los pelos de punta, cosa que logra el objetivo de conectar al publico con los protagonistas y lo que pase con ellos. Con respecto a los protagonistas y solventando la duda que seguramente tienen, Owen Wilson cumple como nos tiene acostumbrados. Familiarizados a verlo en películas donde su papel es enteramente cómico, el ver a Owen conducirse en algo totalmente diferente podía generar dudas en cuanto a su desempeño, que por suerte salio a relucir nuevamente y no defrauda, dejando notado el gran actor que es y que si lo llaman a las armas, también dice presente. El resto de la familia cumple una buena actuación, al igual que Pierce Brosnan que lamentablemente no aparece mucho en el film, sino más en momentos clave cumpliendo la función de un comodín, si de cartas habláramos. Desde un aspecto técnico, Sin Escape se apoya en una banda sonora principalmente instrumental que cumple en profundizar el sentimiento de dramatismo o acción cuando estos son necesarios. Las escenas también son correctas, utilizando frecuentemente el recurso de la cámara lenta. Una de las pocas críticas que se le puede encontrar a esta producción es la realización de efectos especiales, como las explosiones o el fuego que realmente no parecen muy reales, además de varios detalles relacionados con la destrucción de los escenarios.
Acción sin mucho sustento "Sin escape" marca la vuelta del actor Owen Wilson al género de acción, un género en el que incursiona de vez en cuando, aunque con poco éxito. Recordemos títulos como "Tras líneas enemigas" o "Armageddon". En esta ocasión bajo la dirección de John Erick Dowdle ("Quarantine", "Devil"), Wilson se embarca en una película que relata la pesadilla que vive una familia estadounidense cuando el país del tercer mundo al que recientemente se han mudado por una oportunidad laboral, explota en una guerra civil que entre otras atrocidades, tiene a un grupo de rebeldes persiguiendo y asesinando a extranjeros. Acompañan a Wilson la actriz Lake Bell ("Million Dollar Arm") como su esposa y Pierce Brosnan ("GoldenEye") como un rudo agente de la CIA que lo ayuda a escapar. Empecemos por lo bueno. Creo que algo entretenido que tiene este film es la cantidad de acción que ofrece, con mucho tiroteo y asiáticos enojados macheteando todo lo que se les cruza en el camino. Si lo que estás buscando son situaciones límites y vértigo, probablemente te guste esta propuesta. Vamos con lo no tan bueno. En primer lugar el guión. ¿Al tipo lo mandan a trabajar a un país al borde del colapso sin advertirle nada? ¿Cuando se arma todo el lío no tiene ningún tipo de apoyo de la empresa que lo envió o el gobierno americano? Muy poco probable y torpe en el planteo. Esto es lo que hace más ruido ya que parece ser un excusa mal armada para dar lugar a la persecución y la violencia. Por otro lado hay varias cuestiones que están muy colgadas, como el rol de Pierce Brosnan. Un tipo de la CIA que por pura bondad ayuda a la familia de Wilson cuando en realidad su trabajo es básicamente facilitar la entrada de grandes empresas a países tercermundistas para quedarse con sus recursos... es poco creíble también. Además de que sólo ayuda a Wilson cuando en realidad hay varias familias extranjeras en el mismo lugar. No tiene demasiado sentido. Por el lado de la actuaciones, debo confesar que nunca me convenció demasiado Owen Wilson en su faceta "seria" y menos como héroe de acción. No hay grandes momentos interpretativos y nadie resulta particularmente creíble, en gran parte por la floja trama que se tejió. Para cerrar, está el tratamiento un tanto racista de la cultura asiática. Justo antes del lío Wilson sale a comprar un diario y se "choca" con la realidad de estar en un país asiático. El planteo es nuevamente torpe y un tanto xenófobo. Una propuesta sólo para los amantes de los tiros y la adrenalina de las situaciones límites. No recomendable.