Basada en una increíble historia real, Heinserberg, habla de un hombre con dos pasiones que se convierten en adicciones peligrosas: correr y robar bancos. Ni bien sale de la cárcel, Johann, sale a robar un banco y correr una maratón. No es amigo de la violencia pero sí de la adrenalina. A pesar de las advertencias de su oficial de libertad condicional, sigue robando. El encuentro con una amiga de la infancia le provocará replantearse que senda quiere seguir en su vida. No lo duda: el crimen lo emociona más. El director logra meterse en la cabeza de su misterioso protagonista. Un hombre solitario, adicto al riesgo. Suspenso y tensión unidos para lograr un relato vigoroso. El protagonista siempre corre (Andreas Lust, hace un trabajo magnífico, a nivel físico y expresivo). El miedo de ser atrapado, de tener que correr nuevamente en círculos motiva al personaje. No es simplemente el dinero. Un viaje acompañando por travellings de seguimiento de gran dinamismo y planeados con meticulosidad kubrickiana. Si bien, uno supone que el protagonista no va a terminar bien, cada escena resulta sorprendente e imprevisible. Buen ritmo, con pocos diálogos, Heinsenberg, no trata de poner la cámara de manera tal que sobresalga sobre el personaje o la actuación. Solidez narrativa acompañan esta película, que termina agitando al espectador. Sin efectos videocliperos o publicitarios como hubiese hecho Tom Tykwer (Corre, Lola, Corre) o pretenciosidad estética, The Robber, es una muestra más del gran momento que está pasando la nueva escuela de cine alemán.
The Robber está basada en la vida de Johann Kastenberger, un maratonista austriaco devenido en ladrón de bancos y asesino en cuya persecución estuvieron implicados mas de 450 policías, la mayor investigación de la historia de Austria después de la segunda guerra. Benjamin Heisenberg decide hacer esta película luego de leer el libro del mismo nombre de Matin Prinz en que relata la peculiar historia de este atleta que se transformó en delincuente. Johann sale de la cárcel gracias a su buena conducta, durante sus años de encierro se dedicó a entrenar, a correr en el patio del penal o en un cinta en su celda. Una vez libre retoma sus dos pasiones, correr y robar bancos. Ambas actividades se entremezclan al punto en que al espectador no le queda claro si entrena para poder huir mas rápido de sus robos o si roba para poder dedicarse a entrenar sin realizar otra actividad. Un hombre libre, sin ataduras, sin códigos, un adicto a la adrenalina. Frio, excepto cuando Erika esta cerca, únicos momentos donde su rostro inexpresivo deja escapar alguna sonrisa o una mirada de amor. El ritmo de la historia intercala momentos lentos en los que la vida para Johann transcurre aburrida y momentos intensos donde corre, corre y sigue corriendo. Excelente fotografía donde los colores grises predominan brindándole una excelente ambientación al relato. Buena dirección de Heisenberg y excelente actuación de Andreas Lusts en el papel de Johann Rettenberg. Es una de las películas que participa del concurso internacional del BAFICI y cuya calidad la ponen entre las posibles ganadoras.
Adrenadicto Heisenberg realiza una película correctísima, con una narración clásica que pone en relieve la tragedia en potencia. El director alemán Heisenberg, basando el guión en libro del austriaco Martin Prinz, recrea una historia real sucedida en Austria en los años 80. Cuando Johan Rettenberger sale de prisión se dedica a correr maratones profesionalmente y paralelamente atraca bancos compulsivamente. También se reencuentra con Érica una antigua amiga de la que se enamora, quizá en ella encuentre un bálsamo ante tanta adrenalina. La motivación de esa conducta delictiva no es el dinero, ya que lo amontona en un bolso debajo de su cama. El actor Andrea Lust compone un Johan austero e impasible, su rostro inmutable nunca refleja algún tipo de emoción. Lo único que lo hace sentirse realmente vivo y eufórico es esa pulsión adictiva que lo lleva a combinar el peligro con la acción por la acción misma, llegando a robar hasta tres bancos en un mismo día. Heisenberg, sin remitirse a psicologismos para justificar los comportamientos del protagonista, realiza una película correctísima, con una narración clásica que pone en relieve la tragedia en potencia. Todo el tiempo percibimos un Johan que está a punto de extralimitarse por ese gran cúmulo de energía constante que manifiesta. Conectándose también con lugares del género policial, la película se mantiene con un tempo fluido sosteniendo el interés rítmico. Pero también, paradójicamente, creo que esta elaboración y compaginación tan lograda (incluyendo la música), le juega un tanto en contra ya que se genera un halo desapasionado provocando cierta distancia con el espectador.
Vértigo criminal y deportivo (?) Había oído hablar de esta película cuando se estrenó en el festival de Berlin, el año pasado. La prensa internacional le auguró una interesante carrera global y la destacó, no sólo por su interesante tema (es una biopic), sino por la precisión y espectacularidad de sus escenas de persecución. Antes de entrar al cine me dije..."no van a superar lo que Hollywood hace de memoria y bien"... Pero si, esta coproducción austríaca-alemana hace gala de un tratamiento visual destacado y tiene el plus de traer una historia basada en hechos reales que en su tiempo fue noticia en los grandes medios. "El ladrón" es la biografía de un atleta austríaco de los ochenta (Johann Rettenberger) que tenía una peligrosa compulsión delictiva (asaltar bancos, principalmente) y una doble vida donde amaba competir en maratones y vivir a alta velocidad. Su personalidad llamó la atención del periodista Martin Prinz quien escribió un best seller en el que está basada esta cinta. Rettenberger era un hombre tan particular que incluso alguno de sus records no han podido ser sido batidos por otros deportistas años después (carrera en los alpes austríacos, por ejemplo). Esa dualidad parecía un fecundo campo para abordar y en ese sentido trabajaron juntos el director Benjamin Heisenberg y el autor del libro para lograr una adaptación que haga justicia al personaje. El resultado es interesante, aunque no completo. Lograron un thriller veloz y llamativo aunque no lograron descubrir el velo que se oculta los relieves de tamaño hombre... "Der Räuber" es puro ritmo. La historia presenta a Johann (Andreas Lust), quien luego de cumplir una condena de seis años, se prepara a salir al mundo. Lo vemos entrenar y parece alienado. Sus ojos, inexpresivos, están fijos en la nada, no es un sujeto común. Cuando sale, inicia una carrera criminal sin freno. Algo le pasa que no puede controlar esa pulsión. Desde el minuto cero de la cinta, Johann corre. Corre en la prisión (de donde está a punto de salir de su condena), corre en maratones, corre para robar autos, corre de la policía escapándose tras sus robos (tres cuartas partes de la película por lo menos... Corre. Johann corre.. Su vida está atravesada por esa necesidad. En realidad, el disfruta que lo persigan, no le importa el dinero ni la fama, su psiquis está distorsionada y sólo lo satisface la adrenalina que recorre su cuerpo cuando comete ilícitos. Johann retomará una carrera criminal exitosa. Usará una máscara y un arma y se lanzará a robar bancos y autos. Claro, en el medio, competirá en una maratón y será la revelación de la misma, venciendo a prestigiosos corredores en un raid imperdible. Y con la misma velocidad, se enredará físicamente (no alcanzo a definir a esa relación como "amorosa") con una trabajadora social, Erika (Franziska Weisz), quien no casualmente caerá rendida a sus pies. Pero Johann no puede involucrarse emocionalmente con algo que no sea escapar. Su recorrido final es previsible (matará y lo que parecía una enfermedad mal tratada definirá su destino) pero no deja de llamar a reflexión algunos cuestionamientos:¿ él roba por vocación o por compulsión? ¿Es un ladrón que corre, o es un corredor que roba?. ¿Las dos cosas?. No me queda claro y ese es el aspecto más flaco del film, la profundidad lograda por el actor principal. El relato es gráfico aunque austero en palabras. La máscara del protagonista se mantiene incluso cuando no la usa: Johann parece inexpresivo y lejano. Es un ser frío y esa cualidad lo hace impenetrable. Desde ese punto de vista, creo que Lust muestra buen lenguaje corporal para subrayar la condición física del sujeto pero pocos recursos para que conozcamos sus motivaciones intrínsecas. No es que como espectador quiero todo resuelto, pero si me parece que siendo un hombre tan singular, es difícil permanecer largas secuencias esperando elementos que nos permitan armar el rompecabezas de sus inquietudes, sueños y esperanzas. No se hacen presente. Su psiquis es una incógnita y creo que hubiese sido un acierto, lograr una composición que sea más abierta al público en general. Tengo que decir que me quedaron ganas de saber más sobre su mente, mucho más de lo que pude percibir en la trama. Es una cuestión de preferencias, quizás eso me pasa por ser un espectador latino. Quien sabe. Lo cierto es "El ladrón" es una muy buen thriller centroeuropeo. Tiene valores que ameritan descubrirlo. Leí que estaba en rodaje la versión Hollywoodense para dentro de un tiempito. Si no tienen tiempo para verla, en unos meses estará la versión mainstream americana, aunque siempre hay que preferir la original...
THE ROBBER podría ser la versión inmoral de El carterista (Pickpocket, Robert Bresson, 1959), la respuesta lacónica y nihilista a El mundo frente a mí (The loneliness of the long distance runner, Tony Richardson, 1962), o la vuelta de tuerca política a Duro de matar (Die hard, John McTiernan, 1988). Porque además de ser un índice de las contradicciones de la Unión Europea, THE ROBBER es un gran entretenimiento con un villano heroico y desmesuradamente hombre. Frente a la deshumanización del sistema Johann Rettenberg decide ponerlo en marcha de manera unilateral. Es lógico que no será suficiente: los planos generales de Benjamin Heisenberg, con un ladrón armado y portando una máscara neutra, apenas si conmueven a un alrededor que solamente gira para mirar de soslayo el movimiento de un desesperado corredor de larga distancia. En esos planos generales queda claro que el sistema, más tarde o más temprano, le quitará el aliento a Rettenberg. Una película impecable y que se sabe testigo presencial de su tiempo.
Una historia basada en un hecho real se convirtió en una gran película. Basada en una historia real, la alemana “El ladrón” dirigida por Benjamin Heisenberg es la adaptación de la obra de escritor austríaco Martin Prinz sobre el ladrón de bancos y corredor de maratones: Johann Kastenberger . Una película que los mantendrá en vilo y que generará con el protagonista una simpatía poco usual. El ladrón (Andreas Lust) del título a pasado gran parte de su estadía en la cárcel, corriendo en círculo. Como buen maratonista que es, una vez fuera, decide volver a reanudar su vida deportiva pero sin dejar su otra gran pasión: robar bancos. Así es como su vida (o no vida, según él) está ligada a la huida. A ese sentimiento de desinterés y de necesidad constante de vivir en plena adrenalina. Así es como vive, incluso cuando vuelva a reanudar contacto con Erika (Franziska Weisz) no hay manera de que él llegué a mostrar algún tipo de sentimiento. En esa frialdad, es donde el personaje de Lust es cada vez más contundente, y donde va generando simpatía en el espectador. Él se siente que vive en una tumba de la que no puede salir, y será así como veremos muchas escenas del filme. Una oscuridad que pocas veces nos deja ver y que cada tanto permite al personaje salir. La historia es muy interesante y su construcción cinematográfica no se queda atrás. Hay un gran trabajo de cámara para lograr mantenerla al ritmo de cada corrida del personaje, dando vigor y la rapidez con que corre éste, acompañándolo como si fueran uno. El trabajo de Lust es extraordinario, sus gestos insulsos que poco dicen acentúan su lucha interna por la perfección, superar las limitaciones de su cuerpo y por sobre todo, de todos aquellos que quieren reformarlo. Realmente un gran filme que vale la pena ver. 97 minutos justos, precisos y de gran tensión. ¿Lo malo? Que como todo éxito europeo, Sony está pensando su remake. Será ahora cuestión de esperar si esto sucede, mientras no dejé de ir a ver su versión original al cine.
Sin Escape. Estamos nuevamente ante un título que no refleja la verdadera esencia de la visión original. Si bien su nombre original (Der Rauber, literalmente “el ladrón”) no tiene una connotación demasiado fuerte, refleja a una mayor escala la personalidad y la verdadera ocupación del protagonista. Ahora la película. Sin Escape presenta a Johann “Hans” Rettenberger, un convicto al momento de su liberación que ocupa todo (todo) su tiempo al entrenamiento de su cuerpo para correr maratones, más que un deporte pasa a ser una obsesión infundada en el carácter compulsivo e impulsivo del personaje. Hans es liberado y luego de una charla con su analista acerca de sus robos pasados y su dudoso futuro, se lanza a la calle donde articula el entrenamiento (parte fundamental del filme), con el robo y la convivencia con una muchacha conocida antes de la condena. La práctica del delito se vuelve patológica, el escape parece excitarlo, las carreras parecen no ser suficientes, los premios en las maratones por primeros puestos resultan obsoletos ante la causa mayor: la nada. Es la nada misma la motivación que mueve los hilos de Hans y lo llevan a actuar de manera criminal cuasi-automática, con una ambigüedad proverbial y fuera de los parámetros “normales” si es que aquellos existen. La lentitud narrativa juega en contra más allá de la actitud de retrato sentimental que conjuga la dirección y la parte actoral, es así que, típico de la cinematografía europea, la película se construye en base a cuadros estáticos carentes de ritmo por montaje, recordando mucho al cine de Poromboiu en Policia, Adjetivo (Politist, adjectiv, Rumania 2009), intentando de éste modo reivindicar la figura discursiva de Tarkovsky y su noción del ritmo por acción interna. La progresión, por más tácita que resulte se encara desde el enfoque a Hans donde la cámara es protagonista, es decir, desde lo narrativo hay un antes y un después desde el cuento de espaldas a la tensión frontal que construye la aceleración del accionar protagonista. Ese cambio de eje retrata entonces una metamorfosis casi imperceptible de las intenciones de Hans Rettenberger, pasando de ser una entidad gélida, casi sin identidad, a una construcción protagonista segura y decidida al vocativo del delito y la soledad. Basamento de basamento, la adaptación cinematográfica corresponde a la noción de “run for cover” hitchcockiano en el más amplio sentido del término, donde la salida, coartada y pulsión se basan en el estar en movimiento por fuera del correr en círculos que enuncia el caracter en la premisa inicial luego de la secuencia de títulos. Pero escaparse de un presente y destino no es tarea fácil, tanto en lo ficcional, como encasillamiento de la obra, como en la realidad de donde está basada. Por más corrido que resulte y se presente el asunto, la trama gira en círculos desde su avance como desde la actitud de Rettenberger, no denotando así, el por qué de los cimientos en los que se construye el “cuentito”. Nunca sabremos la motivación del robo, nunca sabremos el por qué del escape al running, ni nunca sabremos por qué otros –basados en hechos reales- funcionan en circunstancias más desfavorables que esta historia. Claro papel es el que encarna en film en su carácter de festival, desenvolviéndose de la cuestión comercial con maestría, pero no resultando apto para un público masivo que, cada vez más corre en busca de la velocidad de compaginación y de filmes videocliperos a lo Michael Bay. Completa pero faltante, enérgica pero lineal, veloz pero cansada, Sin Escape correrá por nuestras salas…
Al hombre le gusta mucho correr. Maratones, sobre todo. También le gusta robar bancos. Más que gustos parecen adicciones, o esas cosas que uno hace porque no puede hacer otra cosa. Robar y correr se anudan y retroalimentan en imparable compulsión, como si escapar continuamente fuera lo único que le permite al hombre confirmar que tiene sangre en las venas. Así es Johann Retennberger, el protagonista de esta película inspirada en una historia real que cobró notoriedad en Austria durante los años 80, la típica extravagancia verídica que el cine no puede dejar pasar, menos cuando el personaje central invita a la propulsión incesante. El realizador Benjamin Heisenberg sabe por dónde rumbear: el cine-elástico, el relato clínicamente controlado, las formas metódicas que limitan emotividades para responder sólo a la mecánica corporal del personaje, a su exterioridad. Cada pulsación de Johann debe salirse de su piel, debe objetivarse y medirse en cronómetros, en las curvas montañosas de un análisis cardíaco. Eludiendo los alardes acrobáticos, la cámara elige el compás elocuente, respeta la justa distancia con el protagonista y así consigue algunos travellings soberbios al mostrar sus carreras, como la secuencia en la cual éste atraviesa diversos escenarios a velocidad de gacela, titilando en el paisaje, perdiéndose como una pincelada en plena hipnosis impresionista. Estos paréntesis gozosos justifican por sí mismos la visión de The Robber (Der Räuber, que se estrena en Argentina con el título Sin escape), pues no hacen más que recuperar la fascinación primitiva de la imagen en movimiento, la efervescencia plástica en estado puro, más allá de cualquier marco argumental. En el centro del film, sin embargo, hay un ser que no puede resultarnos indiferente. Para seguir su aventura no es imprescindible comprender su psicología o su pasado ni sintonizar moralmente con su accionar, aunque sí es necesario para el espectador conectar de alguna manera con su mundo actual, con sus expectativas inmediatas, por más estrambóticas que éstas sean. Y esa conexión se torna ardua. The Robber quiere evitar la exaltación del “significado latente” y por eso se concentra en la sensualidad de la superficie, pero con este conductismo glacial el film paulatinamente nos aleja del latido esencial, humano. La primera vez que vi la película, en el Bafici del año pasado, me pareció demasiado escuálida a nivel dramático, sensación que se repite en una segunda visión, así como se hacen evidentes los hallazgos visuales antes mencionados. Hay una escena que puede ilustrar cierta lógica maquinal que ahoga la narración: al terminar su segunda maratón, Johann cruza la meta y se derrumba totalmente extenuado (a diferencia del primer triunfo, celebrado con sonrisas). En esos instantes, por fin, el personaje deja su traje robótico para dar paso al sufrimiento, a la debilidad. Corte de montaje y el hombre ya está recuperado, trofeo en mano, buscando el próximo arrebato de adrenalina. El relato no se permite respirar y entre una situación y la siguiente uno se pierde la posibilidad de ver otra cara, otros matices del personaje en su relación con la meta, la deseada frontera por la cual él decide entregarlo todo. En una entrevista, citando al autor de la novela original sobre el famoso ladrón atleta, el director de The Robber señaló: “Martin Prinz había dicho desde el principio: el libro y también la película, tratan de la llegada”. Aunque esta declaración indique que a Heisenberg le interesaba esta idea de la meta (¿existencial?), el film no profundiza en el símbolo y sólo propone la llegada más previsible, la que todos esperamos. Una película extraña, con un personaje vitalista en apariencia pero demasiado cerebral y cerrado como para movilizar en serio a quienes estamos de este lado de la pantalla. La clase de película que quema todas sus fibras en el camino para concluir sin misterio y con un rostro absolutamente pálido.
Resistiré Nunca en el cine, la trama del fugitivo fue utilizada tan originalmente como en Sin escape (Der Räuber, 2010). En la película de Benjamin Heisenberg no hay una sola persecución y, sin embargo, la historia acerca de este personaje tan escurridizo como resistente está plagada de tensión. Basada en una historia real. Johannes Rettenberger (Andreas Lust) cae preso por su pasado de asaltante de bancos. El personaje nunca es juzgado por su accionar, hace lo que sabe hacer sin intenciones de perjudicar a secundarios. Una vez en prisión corre en círculos como un hamster en su ruedita. El tipo se entrena como una máquina pero no con el fin de ser imbatible, sino simplemente su esencia lo lleva a ser así. Robar bancos no tiene un motivo –o al menos nunca lo sabemos- sencillamente lo hace. Este accionar lo transporta a ser consagrado en una maraton como deportista pero también le traerá muchos problemas con la Ley. Sin escape es una película que se dedica a describir y, para realizar esa descripción, sigue a su protagonista de cerca. La cámara está en constante movimiento como el personaje, pero no se desplaza de un lado a otro sino en círculos. El personaje está acorralado –el sin escape del título- pero en continuo movimiento. Los movimientos de cámara y la puesta en escena por un lado están a disposición de seguir de cerca al personaje como si en un seguimiento persistente podamos decifrar sus decisiones internas y los motivos de su comportamiento y, por el otro, también encierra al personaje en su propia acción, lo acorrala, lo incomoda, lo aprisiona en su reiteración. El director elabora de esta forma un premio a la resistencia (como es demostrado en la carrera) y como el mismo comportamiento produce una respuesta negativa dela sociedad. Así, en la primer parte es la mujer que conoce el punto de referencia del espectador, generando empatía con ella y rechazando las actitudes del personaje, paradójicamente consagrado socialmente en la maratón. Mientras que en la segunda mitad del film, cuando la trama del fugitivo se impone nos identificamos con el personaje y sus astusias para eludir a la fuerza policial así como su resistencia para no dejar de correr nunca, de por sí admirable. Un film inteligente en su construcción, que pone todo el dispositvo cinematográfico al servicio de describir la virtud de un individuo, independientemente de las connotaciones positivas o negativas que pueda tener luego. Y de esta manera, nos invita a la reflexión.
La historia de este film de Benjamin Heisenberg basado en una novela de Martín Prinz que adapta un caso real es sencilla: un hombre sale de la cárcel sin ningún otro interés que correr. Sus días consisten en largas sesiones de jogging, eventuales participaciones en maratones en las que llega primero y en el asalto en solitario a diversas sucursales de bancos. Pronto empieza a quedar claro que el motivo de los crímenes está íntimamente relacionado con su obsesión por correr: quiere que la policía lo persiga. En el medio retoma, casi sin quererlo del todo y viéndolo como un obstáculo, el contacto con un viejo amor. El trabajo del director y de su equipo de fotografía en las secuencias de persecuciones es sublime: Sin escape tiene algunas de las mejores persecuciones jamás filmadas (la última vez que se vio en pantalla algo así fue en Apocalypto) y cada una de ellas alcanza, en lugar de puro efectismo, niveles de expresividad y de dramatismo poco comunes en este tipo de escenas.
El joven realizador alemán Benjamin Heisenberg toma esta historia situada en la Austria de 1980 sobre un campeón de maratón que llevaba una doble vida como ladrón de bancos, y la transcribe a la pantalla siguiendo los códigos del noir moderno. Aferrándose a la fisicidad de la acción en detrimento de la investigación psicológica de los personajes, Sin escape se sitúa en un territorio limítrofe entre el cine gélido, marcadamente distanciado, y la aproximación romántica —glamourosa y cool— a los arquetipos del género. Todos los ingredientes están presentes y ejecutados con eficiencia: el anti-héroe trágico, el amor condenado, la atracción vertiginosa del mal... Todo ello desplegado en torno a la figura hermética e inmutable de un notable Andreas Lust, cuya interpretación parece arrancada de un film de Jean-Pierre Melville. Rigurosamente ritualizada, aunque algo propensa a los golpes bajos al espectador, Sin escape seguramente gustará a los adeptos del “cine a la carrera”, es decir, a los fans de Keaton, de Tom Cruise (nadie corre como él) o, por ejemplo, de Castro, de Alejo Moguillansky.
Sin escape -basada en una exitosa novela que, a su vez, se había inspirado en un impactante caso real- reconstruye la historia de un austríaco que, tras pasar seis años en prisión por un robo con armas, sale en libertad y, al poco tiempo, no sólo reincide con audaces asaltos a decenas de sucursales bancarias, sino que se convierte también en un famoso corredor que gana la maratón de Viena con récord incluido. Su destreza física, claro, le servirá para huir en múltiples ocasiones de la persecución policial. Rodada con un vértigo, una tensión, una sofisticación, una precisión y una destreza técnica pocas veces vista (en especial, durante las secuencias de los asaltos), Sin escape instala a Heisenberg (que había debutado con la promisoria Sleeper), de apenas 36 años, como una de las grandes esperanzas surgidas de la Escuela de Berlín, el movimiento cinematográfico más interesante del nuevo cine alemán.
Take the money and run. Un hombre gira en círculos. Gira en forma constante. Sistemática. Escuchamos su respiración agitada. Está corriendo. Trotando. Siempre en círculos. Ni se fija en los que están alrededor. En una suerte de patio. Suena una alarma. Como en la escuela primaria, el recreo termina y el hombre debe dejar de correr. El único tema es que este hombre es grande y no está en la escuela primaria, sino en la prisión. Pero a punto de salir. Desde el vamos, como ya me encargué de insistir hartamente, el hombre gira en círculos. Tanto dentro como fuera de la prisión. La metáfora de la reincidencia delictiva, y, si queremos ir un poco bastante más allá, de lo cíclico, de “la historia termina donde empieza”, es una piedra angular presentada desde el primer plano, donde, y disculpen mi redundancia, el hombre se la pasa girando en círculos pero, sin embargo, no se siente completo. Algo le falta. Ese algo es lo primero que irá a buscar apenas salga. El asalto. El robo a mano armada. El escape. Pero en este personaje, la delincuencia tiene algo muy particular. Esa fuerza de goce macabra, actúa como detonante perverso que este sujeto es incapaz de reprimir. Como una suerte de perversión sin ninguna ambición, el hombre roba y corre sistemáticamente. Como girando en círculos, una y otra vez. Como quién no puede evitar de ningún modo la tentación morbosa de determinado acto. Muy bonito, sí, pero la pregunta es: ¿esta progresión inicial sutil, ajustada, de planos sumamente logrados, de ritmos sostenidos con precisión envidiable; pretende algo más que una descripción ilustrativa de una suerte de patología criminal intrínseca que a su vez se combina, de a momentos, con secuencias de acción andrenalínica? Con este pensamiento paulatinamente comencé a tropezar a medida que se desarrollaba el metraje hacia la mitad. Me preguntaba si era algo así como un muy bien realizado video institucional acerca de una psicopatología semejante a la obesidad pero más peligrosa, o realmente se intentaba contar algo más. Más allá de la historia real, de las proezas escapatorias del personaje y demás; lo más interesante era como todo esto servía para caracterizarlo. Como más arriba mencionaban los demás, un hombre para el cual todo vale lo mismo que nada, sean los premios ganados en importantes maratones atléticas, sean las inmensas sumas robadas, el hombre sigue inmutable, imperturbable. Carece absolutamente de objeto material. Su única pasión es la adrenalina que le despierta el propio comportamiento criminal. Pero aquí, una vez más, había algo que divagaba un poco aunque, por mi parte, luego de repensarlo una vez finalizada la película, se iba aclarando: ¿es posible que su práctica delictiva fuese únicamente un medio en el cual encontraba una manera más efectiva de realizar sus entrenamientos atléticos? Porque de ser así, hay muchas cosas que lo evidencian: luego de un asalto, llega a su departamento, se quita el aparato que le mide el pulso del pecho, lo carga en una notebook y estudia el comportamiento aeróbico de su organismo. O cuando luego de un robo se mete en una carrera (¿o se me mezclaron los recuerdos y estoy inventando cualquier cosa?). A lo que voy es que si esto es así, todo el argumento tambalea hasta el punto de derrumbarse. Porque entonces todo aquello que postulábamos como absolutamente carente de valor para él, pasaría a ser su objeto de deseo en sí mismo, como por ejemplo, el trofeo. Su crimen pasa a ser mero entrenamiento. Pero sin embargo, luego de meditarlo un poco más, concluí que de todas formas, una cosa no quita la otra. Es decir, si ese crimen es a su vez práctica aeróbica; tampoco queda negada toda la morbosidad patológica que conlleva elegir ese medio como práctica. Ahora me doy cuenta que era un tanto obvio este punto, pero sin embargo me había dejado picando ciertas cuestiones. Por otro lado, aunque forme parte de una clara decisión estética, uno se pregunta por qué, más allá de la perfecta caracterización, se nos cuenta tan poco del personaje. Es decir, si bien conocemos su carácter, su frialdad, etc., no tenemos ningún vestigio palpable que nos marque un poco el camino que fue trazando hasta llegar a ese punto de delinquir porque sí. Y esta pregunta cobra más fuerza cuando se encuentra con la mujer que evidentemente lo conoce desde hace tiempo y lo hospeda sin vacilar una vez que sale de la cárcel. ¿Cuál es la historia entre ambos? ¿Qué es lo que sucedió? De a ratos molesta que sean tan rotundamente ocultas esas historias. Pero a su vez, paradójicamente, potencian todo el tiempo el suspenso y la tensión acerca cuál será el destino de este.
Una historia real puede ser un buen film Basada en la novela Der Räuber de Martín Prinz, que se convirtió en best seller, Sin escape narra la historia de un ex convicto que sale de prisión luego de haberse preparado concienzudamente para participar de maratones varias. Su condición atlética es notable y pronto se convierte en una revelación deportiva pero hay una pulsión dentro Johannes Rettenberger que lo impulsa al delito. Así, no sólo ganará la maratón de Viena marcando un record sino que además reincidirá en su otro deporte: robar. Lo que resulta francamente interesante de esta historia que podría ser una más es el modo en que Johann Kastenberger construye las secuencias en las que el vértigo es doble, por un lado las carreras de velocidad y por otro la carrera delictiva de Rettenberger, en un buen trabajo de Andreas Lustque, enfundado en un máscara vuelve a las andadas y retoma un viejo vínculo con Erika, interpretada por Franziska Weisz que tiene como cualidad sobresaliente la prescindencia que este sujeto asume frente a todo aquello que no le genere la secreción suficiente de endorfinas para sentirse vivo. Correr y robar son el núcleo de su existencia, el resto es accesorio. Su vida consiste en huir tanto de sus atracos como de sus competidores y también del pozo oscuro que es su existencia. La cámara realmente eficaz de Kastenberger nos hace correr junto a él, logrando el objetivo de que simpaticemos con un ladrón que hace del escape el eje de su existencia. Puro vértigo sin lugares comunes ni chicanas, hacen de Sin escape una opción cercana al film noir acuñado por Nino Frank, de significado muchas veces vago, pero que encuentra en esta película mucho de sus caracteres predominantes: delito, motivaciones ocultas o imprecisas, un modo de construir antihéroes queribles y sobre todo los finales inesperados.
Acá tenemos un claro ejemplo de cómo la realidad siempre supera a la ficción. Si esta historia hubiera sido creada por un guionista de Hollywood probablemente a su autor le hubiera costado vender su trabajo a un estudio porque hubieran considerado la trama inverosímil. Sin embargo, es un hecho real que cuesta comprender y en Europa fue un tema de debate durante un largo tiempo. ¿Cómo es posible que una persona que tenía todas las posibilidades para ser alguien importante en el mundo del deporte y vivir una vida tranquila sin inconvenientes económicos, tirara todo por la borda para convertirse en una leyenda del mundo del crimen? La respuesta a esa pregunta es simple y desconcertante. La adicción por la adrenalina. Johan Kastenberger fue uno de los criminales más importantes en la historia de Austria, que se convirtió en el delincuente más difícil de atrapar en la historia de ese país. 450 policías trabajaron en el caso para detenerlo. Con una máscara de Ronald Reagan, al mejor estilo Punto Límite (el clásico de Patrick Swayze), robó fortunas de los bancos de Viena, durante los años ´80. Después la jodió cuando empezó a matar gente. Lo interesante de esta historia es que Shot Gun Ronnie (como era su apodo) no robaba por el dinero, sino por la adrenalina que le generaba cometer esos actos. No era un criminal que necesitara robar para vivir o que hubiera elegido el camino más fácil para acceder a comodidades. La plata era un souvenir. Lo que le atraía era la emoción que le generaba el acto de robar y luego escaparse. Algunas personas juegan al golf o coleccionan cosas como un hobby. El hobby de Shot Gun Ronnie era robar bancos. Simplemente porque le divertía. Kastenberger, quien tranquilamente podría haber sido un villano de un cómic de Batman, era uno de los atletas australianos más prometedores de ese país que inclusive rompió récords deportivos, pero tenía su inexplicable lado oscuro que lo llevó por un mal camino. Sin escape es una muy buena producción alemana que recrea estos hechos. La película está basada en la novela homónima de Martin Prinz, que trabajó esta historia desde la ficción. En este caso el protagonista se llama Johan Rettenberg. Si bien la trama se toma unas cuantas libertades (no esperen ver un documental del caso) cubre muy bien esta historia que es realmente interesante. El director Benjamín Heisenberg presenta un thriller que se destaca sobre todo por la realización de los escapes del protagonista que están muy bien filmados y tienen bastante tensión, además del trabajo actoral de Andreas Lust (Munich). Un inconveniente que tiene el film es que Heisenberg no explora demasiado en la psicología del maratonista Rettenberg y muchas de sus reacciones en la trama al final resultan un enigma, ya que es un personaje al que nunca llegamos a conocer. A la larga es el espectador quien tendrá que sacar sus propias conclusiones sobre las acciones del protagonista. Sin escape es una muy buena propuesta que está para tener en cuenta entre las novedades de esta semana.
Maratón contra la muerte Antes de quedar en libertad, el protagonista de esta historia le dice a su oficial de reclusión que está cansado de correr en círculos en el acotado patio de la cárcel. Y es precisamente el verse atrapado en otro circulo vicioso, el de robar bancos a mano armada y con una máscara para burlar toda persecución policial y llevando cada fuga al límite, el conflicto primario que marca el derrotero de esta obra maestra, que fuera laureada en 2010 en el festival de Berlín. Previo paso por la edición anterior del Bafici, Sin escape es un film que tiene la particularidad del vértigo y la adrenalina en cada plano cuando de persecuciones y corridas se trata. Con un soberbio contrapunto entre los tiempos muertos y las escenas trepidantes que transforman a la película en una especie de film visceral. El protagonista Johann Rettenberger (Andreas Lust) es un ex convicto, quien durante su estadía en la cárcel se estuvo entrenando bajo supervisión para correr maratones pero una vez liberado vuelve a asaltar bancos (además de ganar maratones) en la ciudad de Viena, jugando con el peligro en cada atraco y huída. Su antigua novia Erika (Franziska Weisz) descubre rápidamente su secreto y el escondite donde guarda los billetes que acumula sin un sentido concreto y le quita su apoyo comprendiendo que su pareja no tiene intenciones de reinsertarse en la sociedad; dejándolo entonces a merced de la policía cada vez más cerca de atraparlo y sin perderle el rastro. Sin embargo, esa es la cáscara que recubre una trama policial básica mucho más profunda y ambiciosa que resignifica la idea de la huída, así como la del encierro y la libertad. a ¿De qué huye verdaderamente el protagonista? ¿De sí mismo?; ¿Del sistema? Lejos de responder a los interrogantes, el relato fluye junto a la desesperación del personaje construido maravillosamente desde el guión escrito también por Benjamin Heisenberg, quien con sutiles marcaciones y características retrata a un individuo atravesado por una cantidad de tribulaciones, recubierto de una capa amoral, resignación y voluntad de supervivencia asombrosa, la cual genera una empatía singular con el espectador más allá de juicios de valor a posteriori por sus actos. El realizador alemán Benjamín Heisemberg hace un uso inteligente del plano secuencia impregnando de incesante ritmo a un relato cortante, por momentos opresivo, que dejará sin aliento y del que es imposible escapar.
El hombre que corre El alemán Benjamin Heisenberg cuenta la historia real de un maratonista que también era ladrón. El planteo suena absurdo. Tanto que, más de uno, al escuchar la historia podría pensar que se trata de una comedia. Pero no. Nada más alejado que eso es Sin escape , la película del alemán Benjamin Heisenberg titulada originalmente El ladrón y presentada en competencia en Berlín 2010. El filme alemán se basa en una historia verídica que transcurrió en Austria en los ’80, años en los que Johan Kastenberger se convirtió en un famoso maratonista. Lo que nadie sabía es que Johan aprovechaba esa velocidad también... para robar bancos. Era inalcanzable y sus talentos se combinaban a la perfección. Pero, pese a eso, las cosas no eran tan simples. Johan es un hombre solitario que casi no habla con nadie y sus relaciones son mínimas o pasajeras. Se puede decir que correr es una forma de fugarse hacia ninguna parte y que ambas actividades (maratón y robos) son maneras de experimentar la adrenalina de estar vivo y, a la vez, escapar de un mundo en el que no está a gusto. La película tiene elementos de cine de acción, pero con cuentagotas. Un largo robo, extraordinariamente filmado, será la pieza central del relato, la que lance a Johan hacia su mayor desafío “atlético”. Un hombre que ya pasó por la cárcel, que no tiene cómo insertarse socialmente, se ve casi forzado a volver a sus hábitos. Y pese a que intenta detenerse –y hay una mujer que podría ayudarlo-, le es imposible resistirse a la tentación. Sin escape es un silencioso drama sutilmente psicológico en el que casi nada se explica de sus motivaciones. Cualquiera que haya corrido y sentido la sensación que eso provoca –la adrenalina, el silencio, la idea de que uno está en su propio viaje personal- podrá adentrarse en esta historia en la que hay menos explicaciones y más la transmisión de un estado de desesperación, de angustia, pero también de extraña libertad. El título local, igual, es certero. De uno mismo no hay escape, por más rápido que se corra, por más que evitemos enfrentarnos a la realidad. El ladrón/corredor es un ejemplo de esa compulsión a fugarse de todo lo que sea rutina, responsabilidad. Y este estudio “bressoniano” sobre un hombre que huye es la manifestación visual perfecta de esa metáfora.
Las cosas tienen movimiento Hay una pulsión vital en el personaje protagónico de Sin escape que lo gana todo, que hace que ese presente continuo a alta velocidad ocupe toda la pantalla y evite verlo bajo la luz de los lugares comunes que podrían aparecer en “una de robos de bancos”. Enfrentarse a una película nueva desde la perspectiva del género en el cual se inscribe lleva más o menos siempre al mismo lugar: ¿qué puede haber de novedoso en otro western/thriller/comedia/lo que sea? Cualquier respuesta tendría el inconveniente de terminar cayendo en generalizaciones, reducciones o comparaciones, que arrinconan cualquier análisis posible en callejones dialécticos de nula o escasa salida. Es por eso que, si bien puede obtenerse mucho desde ahí, a veces conviene bajarse a tiempo de esa pregunta. En el caso de Sin escape, film austríaco-alemán dirigido por Benjamin Heisemberg, nada mejor que olvidar, al menos en principio, que se trata de un policial. Alejándose de la generalización simplificadora, quizá sea conveniente hacer el camino inverso y empezar hablando de su protagonista y de las motivaciones que lo empujan a persistir en determinados hábitos o conductas, para ver qué puede aportar el caso de un individuo en particular a una visión más amplia de la sociedad que lo ha moldeado. Johann Rettemberger (o Hans para los íntimos) está preso desde hace algunos años por intento de robo bancario, tiempo en el que no ha dejado de correr. Literalmente se ha pasado cada día dando vueltas como un perro loco por el perímetro alambrado del patio de la prisión. Y cuando debe volver a su pequeña celda, no se detiene y corre en una cinta que le permitieron tener ahí como excepción. Ya desde esas primeras escenas queda claro que en esa necesidad de movimiento hay algo ferozmente vital, del orden de la supervivencia. Hans corre sin parar del mismo modo en que los tiburones nadan desde que nacen hasta su muerte, para no hundirse en el abismo, simplemente para seguir vivos. Pero mientras esa pulsión lo empuja a la explosión, por otra parte Hans demuestra una conducta hostil y recelosa de todo contacto social. Lejos de oponerse, esa dualidad de carrera sin fin y misantropía pueden tener una raíz común. A punto de recobrar su libertad después de tanto tiempo, el oficial a cargo de supervisar su reinserción todavía desconfía del hermetismo de Hans. Luego de instalarse en una pensión, tan barata y despojada que recuerda bastante a su diminuta celda, lo primero que hace Hans es retomar su entrenamiento y, casi al mismo tiempo, robar un banco. Con sólo una máscara de goma, una escopeta y un auto también robado, los asaltos que irá cometiendo pueden verse como la continuidad de su carrera sin fin. Veloces, casi sin palabras, apenas una fotografía en movimiento, Hans entra, roba y corre. Al mismo tiempo se anota en el tradicional maratón de Viena y, para sorpresa de todos, no sólo triunfa sino que marca un nuevo record nacional para la prueba. Pero a él sólo parece importarle el momento: del mismo modo en que guarda en una bolsa bajo la cama los botines que va juntando, tampoco lo conmueve el triunfo. La vida se reduce a robar y correr, funciones que parecen estar para él a la misma altura que comer o respirar. La pulsión vital definiendo su conducta. Una vez más. Algo parece cambiar cuando se reencuentra con Erika, una joven a la que conoce desde antes, sin que la película se preocupe (con buen tino) por desenterrar aquel pasado: como su protagonista, Sin escape transita la brevedad del instante, siempre en riguroso presente. La relación con ella aparece desde el principio como una desviación. Tal vez por eso, por temor, Hans rehuye el primer contacto: si para cualquier soltero el comienzo de una relación sentimental tiene siempre detrás el fantasma del “sentar cabeza”, esa presencia se vuelve para el protagonista una amenaza, la posibilidad mortal de la quietud. Como resistencia ante eso, Hans parece redoblar sus esfuerzos: corre y roba a un ritmo frenético. En una escena magistral, luego de fallar en un primer asalto, Hans corre por la ciudad con su máscara y escopeta en mano, en busca de otro banco que robar, para terminar huyendo a pie de la policía, que sin éxito lo sigue con sus autos. Cuando Hans le cuenta a Erika un sueño recurrente, en el que tiene tanta energía que es capaz de volver de la muerte, “sólo por resistir”, su suerte parece estar echada. Pero aún queda tiempo para otras carreras. En la intensidad de su protagonista está la fuerza de Sin escape, por eso no conviene encerrarla en la celda de los géneros. Reducirla con torpeza a su carácter policial equivaldría a limitar la riqueza de una mirada social que parece querer hablar de la necesidad del individuo moderno de vivir sin historia y sin futuro. Encerrado en un agobiante presente continuo.
Johann corre en círculos en el patio de la prisión a la que está confinado por robo de bancos. Su recreo termina e, increíblemente, sigue corriendo en su celda, en una cinta andadora ubicada delante de sus múltiples pares de zapatillas deportivas. La de Johann es una historia real, la de un maratonista austríaco que por hobby asaltaba bancos. Y en silencio, corre. Como en la cárcel, una vez que empieza no se detiene y así da comienzo a un ejercicio fílmico (¿o físico?) en que la cámara sigue a la par sus interminables pasos. Der Räuber es un thriller filmado con mucho pulso por su director Benjamin Heisenberg. Se trata de un film ágil en perpetuo movimiento, ligado a la suerte de un protagonista que no puede dejar de acelerar. No es convencional, Johann es un hombre silencioso, impasible, al parecer distanciado emocionalmente de todo. Pero corre, y en eso es el mejor. Y el director lo hace junto a él, no lo sigue desde atrás, corre a su lado. Esta velocidad constante da como resultado algunas secuencias sorprendentes, como los dos robos en un día, seguido de una larga persecución que se extiende hasta el final o el montaje de autos y música que indican que sigue en los asaltos. Todas tienen el punto en común del protagonista corriendo. Y este vínculo irrompible hombre/cámara falla entonces cuando se detiene, cuando lo relaciona con una mujer, cuando sus largos silencios apoltronan una historia que no dejaba de moverse.
Una temática de estos días La película es una adaptación de una novela del guionista Martin Prinz y en ella se conjugan dos aspectos muy interesantes: la necesidad de correr, escapar y la adrenalina que implica el desafío de robar un banco. Poner en riesgo la vida, para cerciorarse de que está vivo, es lo que propone este protagonista parco en palabras, en gestos y con una mirada siempre hacia sí mismo. Ese hombre que purgó la cárcel, corre sin parar y se anota en maratones, como todo deportista aspira al mayor trofeo, para una vez obtenido volver a empezar. Lo que se propone este Johann Rettenberger, que existió en la vida real, es no dejar nunca de correr y tampoco de robar bancos. El correr para él quizás tenga el significado de buscar, o aspirar a encontrar algo que le falta. El robar a su vez lo ubica en una zona de peligro constante, la que más tarde se verá matizada con el encuentro de una mujer, de la que en apariencia se enamora, o por ahí sólo se trata de constatar su propia piel, con la de otra persona, también para saber que se existe, que se está vivo. MATICES "Sin escape" es un filme que abre muchísimos matices de interpretación en el aspecto psicológico, en lo social, pero en definitiva, lo interesante de esta historia es que desprende un cierto misterio, en el que el espectador tal vez se sienta identificado en alguno de sus aspectos. Hay algo de lo que no se habla en este protagonista y hay una meta a cumplir, que tal vez para Johann tampoco está demasiado clara. Pero el ser testigo, como público, de esa búsqueda, invita a reflexionar sobre las conductas sociales, las que a veces convierten la existencia en algo arbitrariamente monótono. Con un armónico equilibrio narrativo, es un brillante estudio sobre una parte del comportamiento humano, con un actor -Andreas Lust- tan inexpresivo, como admirable.
Sin escape cuenta la apasionante historia de Johann Kastenberger, maratonista ladrón de bancos austriaco. Aquí no hay motivaciones para Johann; él es ‘todo físico’ y sus impulsos primarios son robar bancos y correr, no siempre en ese orden. El corredor toma los robos como ejercicios donde su corazón de atleta bombea adrenalina con fuerza. Benjamin Heisenberg observa con atención a Johann, narra la vida del corredor sin apuros, con paciencia, y sabe cuándo acelerar o cuándo bajar la marcha para cambiar el aire. El cineasta filma Sin escape como un maratón, deporte solitario donde uno maneja sus tiempos, se impone desafíos personales y no importa tanto ser primero como llegar a la meta final.
Un interesante film de Benjamin Heisenberg basado en la conocida fórmula del ladrón de bancos Viena sirve de escenografía real para una historia real (así anticipan los títulos), la de un corredor de maratones y ladrón, o un ladrón corredor de maratones, en ambos casos, un personaje al que las descargas naturales de adrenalina en cualquiera de sus dos actividades colocan muy arriba. Pero surge una pregunta inevitable: ¿hasta cuándo podrá seguir haciéndolo? Léase: ¿podrá tropezarse más de una vez con la misma piedra y salir indemne? El director austríaco Benjamin Heisenberg sabe cómo sacar partido de una historia verdadera para llevar adelante un ejercicio cinematográfico que sostiene la tensión de principio a fin, sin necesidad de echar mano a efectos especiales ni grandes despliegues. Todo lo contrario, su cámara se preocupa principalmente por seguir de cerca el personaje apodado por la prensa Pumpgun Ronnie, por su fusil y la careta de Ronald Reagan que lucía, tan bien interpretado por Andreas Lust. Nacido hace 36 años en Tubinga, Alemania, Heisenberg estudió en la Academia de Bellas Artes en Munich y en la Escuela de Cine de esa ciudad, fundó la revista de cine Revolver , que difundió en aquel país el Dogma 95, impulsado por Lars von Trier. Una década más tarde debutó en el largometraje con Dormido (2005) y cuatro años después con el film a propósito del auténtico Johann Rettenberger que recién ahora, y tras su aplaudido paso por el Festival de Berlín y el Bafici de 2010, llega a las salas locales. El relato insiste en un esquema básico que repite una y otra vez, el del hombre que con el rostro escondido asalta bancos con extrema precisión, carga el dinero en bolsa de residuos negra y sale corriendo. El travelling horizontal se convierte así en recurso permanente de Heisenberg, cada vez encarado de una manera tan diferente como efectiva, como si con la cámara estuviera tratando de cazar a un animal. Hay un curioso manejo de los tiempos, que si bien puede provenir del relato en que se basa ( best seller escrito por Martin Prinz colaborador en la adaptación), se enriquece con la aguda mirada del joven cineasta surgido de la conocida escuela de Berlín, acerca de este hombre que al filo de terminar su condena de seis años en prisión por robar armas, en libertad condicional, vuelve a su doble pasión y no teme terminar abatido por la policía. No sabemos cuánto hay de fantasía (seguramente mucha) o verdad en el relato, pero poco importa porque su simple efectividad lo convierte en un plato fuerte.
Anexo de crítica: Si dejamos de lado el lugar común de interpretarla como una simple celebración de la adrenalina, podremos apreciar que Sin Escape (Der Räuber, 2010) funciona más bien como un retrato meticuloso de la ansiedad, aquí sin dudas en sintonía con una depresión arrastrada de lejos y canalizada a través de una maravillosa serie de actividades orientadas a desvalijar bancos. Desde el inicio este pequeño e interesante thriller austríaco adquiere la forma de un viaje solipsista gracias a la impecable labor de Andreas Lust y el pulso aletargado que impone el realizador Benjamin Heisenberg…
Un film original, basado en una historia real: un atleta que además requiere, para seguir sintiendo la vida con intensidad, robar bancos. El film cuenta la historia siempre en movimiento: la vida de alguien que no puede vivir si no está en peligro permanente. Como los héroes de Kathryn Bigelow, adictos al contacto con el riesgo y la muerte, este ladrón es un personaje que amplifica nuestra experiencia. El amor, o algo similar, interviene como un elemento crítico que pone en cuestión al personaje. Pero algo de su naturaleza es más fuerte. Un film original y preciso, sin imágenes de más y vertiginoso.
“Sin escape”: casi para salir corriendo Basada en una historia real, esta película alemana cuenta los pormenores de un asaltante que tuvo en vilo a Viena durante unos meses: un ladrón enmascarado robaba bancos y salía corriendo, hasta que se descubrió que era un ex convicto maratonista, ganador de varias carreras europeas luego de haber practicado durante años corriendo en círculos en el patio de la prisión. Luego, ya detenido por la policía, logra escapar corriendo y es buscado por un verdadero ejército de policías, convertido en algo así como el enemigo público número uno. Como cine negro existencialista es un film más raro que realmente eficaz. Andras Lust, casi tan inexpresivo con o sin máscara, anda solo y casi no habla con nadie durante media película, salvo para decir que pongan el dinero en su bolso durante los atracos. Luego se relaciona románticamente con una mujer, pero su falta de expresividad se mantiene durante todo el romance. Básicamente al tipo le gusta correr y robar autos y andar rápido escuchando la radio. Hay una sola de las secuencias de robo que logra alguna emoción debido a lo vertiginoso del escape, y hay que esperar hasta los minutos finales para asistir al intenso escape de la comisaría, que de todos modos sigue de manera fria e impersonal. El director Benjamin Heisenberg no filma mal, pero más allá de algunas imágenes interesantes, como las de una maratón corrida de noche, todo es bastante carente de interés plástico. Al final, no se sabe nada sobre la obsesión del protagonista por robar bancos, y en realidad al espectador, ya a esa altura, no le interesa demasiado conocer los motivos detrás de esta curiosa crónica policial.
Robó, huyó y los pescaron Film instalado en el genero del Biopic, esto es que hace referencia a dar cuenta de una historia de vida de un personaje real. Basada en una novela inspirada en hechos reales, que tuvo su éxito por los años ‘80, es la historia de un maratonista que también robaba bancos. Ambas actividades suponen una descarga de adrenalina excesiva, y este es el punto que desarrolla casi exclusivamente el film. Hecho que no quita que estemos frente a la construcción de un personaje, por parte guionistas y el director, que va hacer énfasis en algunos aspectos dejando de lado otros. Esto es forzosamente así, pues queda claro que es del orden de lo imposible exponer todas las variables que llevaron a este personaje a ser quien fue. En principio se podría decir que estamos ante la vida de un lumpen, un marginado social, que no puede dar ni recibir afecto, y como tal sus responsables trabajan estos tópicos tanto desde la estética como desde el armado del personaje y la narración. La historia abre con una persona corriendo en círculos en el patio de una prisión, para luego seguir entrenando en su celda utilizando una cinta. Corre todo el tiempo, corre, a veces en círculo, por lo cual siempre llega al punto del que partió, o en una cinta en la que se corre sin llegar a ningún lado. Cuando sale de la prisión roba un banco y corre. Nada sabemos de sus motivaciones, de su historia anterior que lo llevo a ese punto, situación que desplegaría infinidad de conjeturas, pero la sensación es que lo único que lo motiva, que lo moviliza, es la cercanía del peligro, la descarga adrenalínica. Al mismo tiempo que es buscado por la policía, gana maratones, pero nada de todo esto parece tener importancia para él, sus objetivos una vez alcanzados pierden por completo su funcionalidad. Sino fuese por que nuestro antihéroe corre sin destino prefijado, y siempre vuelve al mismo lugar, se podría decir que es una road movie, en el sentido que el realizador Benjamin Heisenberg pone demasiado cuidado y detalle en las escenas de las carreras, ya sean deportivas y específicamente las de persecución. Consiguiendo las mejores filmadas en ese rubro en mucho tiempo. La cámara al servicio del relato le imprime tensión a la narración, otorgándole un plus de vértigo que la historia como tal podría prescindir y/o carecer. Esto en razón de la poca importancia que el guión le presta a las cuestiones del tratamiento psicológico del personaje. Sólo el acercamiento de una mujer, que lo ama desde antes de su estadía en prisión, lo corre (valga la redundancia) del lugar en el que se instala. Pequeñas muestras de afecto a los que no puede o no sabe como responder. Si bien en cuestiones técnicas de filmación el producto es de óptima calidad, es la excelente performance del actor Andreas Lust, quien le presta un cuerpo maleable, sufrido, y un rostro pétreo, inescrutable, a un personaje difícil de construir, ya que la intención, ampliamente lograda por cierto, es generar algo de empatía por parte del espectador con tanta locura sin explicar.
El deporte es salud. Johann Rettenberger viene de pasar varios años en prisión. Las primeras imágenes de Sin Escape lo muestran corriendo metódicamente en el patio del edificio penitenciario y luego en una cinta instalada en su celda. Cuando sale de la cárcel sigue entrenando, se inscribe en la maratón de Viena y triunfa. Su obsesión por correr parece contener la ilusión de rehabilitarse para la sociedad y sanar los errores que en el pasado lo condujeron a prisión. A esta altura del relato, las convenciones genéricas (y sociales) estipulan la redención del protagonista por el deporte. La película, por suerte, elige otro camino y el hombre reanuda lo que se supone son sus malas prácticas. El protagonista roba bancos de manera primitiva: solo, con la cara cubierta y armado con un fusil. Su talento como corredor de fondo le permite escapar de la policía. Pero Johann no quiere dar un gran golpe y retirarse, él roba bancos (muchos bancos) como una adicción necesaria para su equilibrio. El personaje genera una fuerte empatía a pesar de que la película rechaza una caracterización psicológica convencional, creíble y tranquilizadora. Johann Rettenberger roba por deporte. Sin escape es una suerte de policial extraño, fascinante, casi melvilliano en su esquema: pocos diálogos, sentimientos apenas sugeridos y escenas de acción filmadas con el cuidado de colocar fuera del campo los lugares comunes de las películas del género. Como si lo espectacular fuera (al igual que el traveling según Godard) una cuestión moral. La larga secuencia de los múltiples robos es impactante y está dirigida con una precisión y una dimensión física admirables. La huida final es puro movimiento, montaje y tensión; y contiene uno de los grandes momentos cinematográficos del año: la magnífica persecución cuesta arriba en un bosque donde los policías, reducidos a pequeñas luces en la oscuridad, delimitan a un fugitivo que se les escapa sin cesar. La negación de una psicología clásica no le impide a la película tener, a pesar de todo, un itinerario moral desesperado. El encuentro de Johann con una joven que ignora sus actividades en el sector financiero lo forzará a enfrentar, demasiado tarde, sus sentimientos. La belleza lacónica y sensual de las escenas de sexo confirma la habilidad de Heisenberg para filmar cuerpos en movimiento. Pero el protagonista es incapaz de ubicarse en la sociedad, es un marginal permanente que necesita huir, un hombre de acción concreta y veloz. El magistral ritmo de Sin escape se sostiene porque el director nunca explica las motivaciones de su héroe. El misterioso ladrón es puro presente y la película lo retrata con nervio y coherencia hasta el último suspiro.
Ladrón sin destino Aunque el título en castellano lleve a pensar en un thriller del montón, y aunque ladrones de bancos ha habido muchos en la historia del cine, esta película se diferencia de otras por hacer de su protagonista un condenado a vivir el escape como destino, el robo como adicción. Adaptación de una novela basada en un personaje real, Sin escape retrata a Johann (encarnado por el actor austríaco Andreas Lust, que años atrás integró el elenco internacional del Munich de Spielberg), un hombre todavía joven que después de dejar la cárcel logra éxito como maratonista, pero –desoyendo las advertencias que, de distinta manera, le brindan un oficial que controla su libertad condicional y una joven con la que reinicia una relación sentimental– vuelve a robar, como si se tratara de una enfermedad o una vocación maldita. Más por las características del personaje que por el estilo del director Benjamin Heisenberg (1974, Tübingen, Alemania), trae el recuerdo de Pickpocket (1959), de Bresson. Robar no parece ser lo único que le interesa a Johann, tal vez ni siquiera lo prioritario, sino el vértigo del peligro, la necesidad de sentirse perseguido para escapar hacia ninguna parte. Hay en él, al mismo tiempo, una obsesión por el deporte y la vida sana (llegando a reaccionar agresivamente cuando alguien fuma delante suyo) que, provocativamente, no aparece como posibilidad de salvación sino como parte de una personalidad maníaca y egoísta. No se sabe mucho de su pasado, pero pueden intuirse los motivos por los cuales no logra salir de su frialdad: la casa en la que se refugia, el fugaz recuerdo de la madre de su novia, alguna foto, parecen ruinas de un estado de felicidad irrecuperable. Tampoco importan demasiado sus triunfos deportivos ni su perfil mediático, sino lo difícil que le resulta escuchar, pensar, amar. Sin escape genera tensión sin ceder a la tentación de hacer de los enfrentamientos delincuente-policías un espectáculo efectista. La mayoría de las escenas de fuga no están filmadas con cámara en mano sino en planos generales; tampoco hay música atronadora ni estética de videogame. Director discreto, Heisenberg logra –con la melancólica luz de Reinhold Vorschneider como auxilio– enriquecer su trabajo con algunos fulgores: un misterioso plano general de una calle de Viena al atardecer sembrada de luces revelando (travelling mediante) la visión de una maratón, o los destellos de las linternas de los policías asomando entre las sombras del bosque, generan una rara sensación de amenaza y desazón.
Tan rápido que nadie lo percibe Basada en la historia de vida del ladrón y maratonista Johann Kastenberger -así como en el libro escrito por Martin Prinz- Sin escape encontró una recepción de relieve por parte del público y la crítica internacionales, amén de haber conocido su primer contacto con el público argentino en el Bafici 2010. El film de Benjamin Heisenberg recrea, desde la Viena actual, el ir y venir esquizofrénico de Johann (Andreas Lust): un rumbo de carrera constante y velocidad creciente entre la prisión y el huir, entre el amor y la soledad, entre la vida y la muerte. A días de salir de su celda es cuando el film inicia. Una ventana desde la cual llueve anuncia el devenir de Johann, signado por el saberse solo, sin ayuda, así como -él dice- durante los seis últimos años. Qué es lo que lo ha llevado allí será algo que se intuya y sepa sin demasiados datos. Qué es lo que esconde la mirada cómplice de Erika (Franziska Weisz), se descubrirá de a poco, así como algunas referencias a un pasado -hace tantos años atrás- compartido. Pero Johann no la esperaba al salir, he allí también el problema. De modo tal que su conducta observada, junto con sus maratones ganadas y robos perpetrados, habrán de intentar conciliarse a su vez con el afecto de Erika. Uno de los momentos más perfectos que tiene el film es cuando desde uno de sus travellings observa a Johann correr entre la gente, desde un plano abierto, general. La velocidad del personaje y la de la cámara -que sigue a Johann por detrás- son la misma. Lo que permite la impresión de que quienes se mueven, a sus costados, sean los demás. Como si la velocidad de Johann fuese tan rápida que ya nadie le percibiera. Es éste, justamente, uno de los rasgos salientes de Sin escape. Cuando Johann roba y corre por la ciudad con su máscara puesta -de una goma sin gestos- pocos parecen alterarse, todo continúa como de costumbre. Los automóviles se roban pero se sabe que serán rescatados. El dinero, en última instancia, es retirado de las arcas de bancos o lugares similares. Así como poca es la diferencia que separa estas huidas rápidas de las carreras de maratón, donde allí el público sí habrá de participar, desde el aliento a un corredor que bate récords y es tapa de revistas. Lo que se cuela entre estas aristas será la verdad que implica la casi nula reincorporación laboral y social para ex-convictos. Lo dice el mismo agente de policía. Mientras tanto Johann corre, se enamora, roba. Habrá una muerte. En una carrera sin frenos. Hasta una última meta que intente reparar, desde un mismo lugar, tantas facetas aparentemente escindidas. Quizás sólo sea esa voz de compañía final la que se resuelva como pieza faltante, voz que dice amar y que, al hacerlo, pueda reemplazar la soledad que Johann decía ser parte suya.
La soledad como fuga Lo primero que aclara este filme de factura alemana es que la historia del protagonista (el austríaco ladrón de bancos y maratonista Johann Rettenberger) es real. Etiqueta que sirve para apuntar justamente a aquello que es tan singular en el filme, aquello que lo hace casi irreal: alguien que usa su habilidad física (socialmente aceptada y celebrada) para cometer delitos (socialmente inaceptados) a partir de un borroso y hermético determinismo de héroe trágico. Y es que toda la película respira (aspirando y exhalando, como Johann en su fuga) tragicidad: desde el romance imposible con Erika, la única persona que lo ama y que parece comprenderlo, pero aún así lo delata, hasta la cruzada autista y desesperante de Johann por las intrincadas calles de la fría y austera Viena, robando coches, asaltando bancos y deshaciéndose de todo aquel que lo estorba, anticipando el único final imaginable. De ahí el Sin escape del título (interpuesto al seco Der räuber –el ladrón– original): lo único que le queda a Johann es ir hacia adelante, correr y escapar, aunque su huida (y revuelta personal) sea siempre física, concentrada en la unicidad orgánica de ese atleta ilegal que acomete todo con el mismo espíritu, con la misma sangre fría, con una elogiable sobriedad: aquella que también ostenta el registro del filme, cuya elegancia y naturalismo consumados aleja al género policía-ladrón de sus frenéticos espejos hollywoodenses; en ese sentido, Sin escape aprovecha más la tensa adrenalina del drama que la espectacularidad pirotécnica de todo thriller policial. Desplazamiento que también se hace cabal gracias a la urbanidad acallada y a los paisajes inhóspitos y hermosos de Viena, tan lejanos del ajetreo de cualquier ciudad estadounidense; la visión de Johann abriéndose paso por parques y bosques y matorrales o a través de apaisadas autopistas hace aún más “real” esta historia real, aunque el fin de la estética sea tal vez más contundente: remarcar la irreparable soledad del protagonista, la del corredor y la del ladrón.
Corriendo por la vida Un personaje que lo tiene todo para reinsertarse exitosamente en la sociedad después de cumplir una condena de prisión pero que no puede escapar a la tentación de seguir en el camino del delito ofrece atractivas posibilidades para una exhaustiva exploración de su psicología; así lo entendió el escritor Martin Prinz, autor de una potente novela a partir de un caso real que se produjo en Austria en los años 80. El realizador Benjamin Heisenberg tomó el tema y construyó un filme técnicamente interesante, con escenas de gran dinamismo, fantásticamente resueltas desde el punto de vista formal y con una tensión dramática bien administrada a lo largo de todo el relato. El problema es que, si bien el director elige un discurso parco y afectivamente distanciado del protagonista, al mismo tiempo parece desperdiciar las posibilidades que le ofrecía un personaje tan interesante. Se extraña una exposición más precisa de la personalidad de este ex convicto, deportista exitoso, dedicado con devoción al entrenamiento para perfeccionar su técnica como corredor, pero que se ha convertido en un adicto a la adrenalina que sólo le proporciona perpetrar violentos robos y arriesgados escapes de los policías. Johann no elabora sofisticados planes para cometer los asaltos; simplemente, entra armado a los bancos, asalta las cajas y huye a toda velocidad. Tampoco le importa el botín que consigue: el dinero es equivalente a los trofeos que consigue cuando, como cualquier buen ciudadano, se inscribe en las pruebas atléticas que domina sin inconvenientes. Tampoco se involucra demasiado en una relación amorosa que retoma al salir de la prisión; es consciente de que la vida en pareja terminará siendo un estorbo. Andreas Lust compone con admirable economía de recursos al protagonista, y alrededor de su figura helada gira todo el relato. El ritmo de la narración es deliberadamente lento, para contrastar con las frenéticas y agitadas persecuciones que Johann protagoniza.
Radiografía de un ladrón y maratonista El ladrón es el título original de este filme, más explícito y real que el impuesto en nuestro país. El guión está basado en una novela de Martin Prinz, quien a su vez se inspiró en el maratonista y ladrón austríaco Johann Kastenberger, famoso en la década de 1980. También era conocido por su apodo de "Pumpgun Ronnie", por su fusil y la careta de Ronald Reagan que lucía en sus atracos a los bancos, que fue su "especialidad". En la película se denomina Johann Rettenberger. Sus escasos amigos también lo conocían como Hans. El relato lo asume en la cárcel, cumpliendo una condena de seis años por asaltar un banco. En todo ese tiempo nunca dejó de entrenar, con la idea de retomar su profesión de maratonista al recobrar su libertad. Y efectivamente, en su primera participación gana la máxima maratón anual de Viena e inclusive establece un nuevo récord para esa competencia. Rettenberger es un ser solitario, hermético, misántropo y con serias dificultades para insertarse en el mundo laboral. Además es un compulsivo que, en apariencia, no puede dejar de robar, porque en esos momentos experimenta la mayor sensación de estar vivo. ¿El ladrón está fatalmente condenado a reincidir? Parecería que al protagonista de esta historia no le interesa el dinero y tampoco teme terminar abatido por la policía. Pero a lo que no parece dispuesto es a volver a la cárcel. Velocidad y resistencia son sus atributos, a los que suma su obsesión compulsiva por robar bancos y escapar de la eventual persecución policial. La única persona con la que logra establecer algo que parece una comunicación afectiva es con Erika, una joven a la que había conocido antes de ingresar a la cárcel y a la que reencuentra, por azar, al obtener su libertad condicional y tratar de conseguir un trabajo. El responsable de esta propuesta fílmica es Benjamin Heisenberg, un cineasta nacido en 1975 en Tubinga, Alemania, que estudió en la Academia de Bellas Artes de Munich y en la Escuela de Cine y Televisión de esa misma ciudad. Heisenberger también es el fundador de la revista de cine "Revolver" , un medio gráfico que le sirvió para difundir en Alemania y Austria las teorías del Dogma `95, con las que se identifica. Sin escape es su segundo largometraje. El primero se tituló Dormido, y data del año 2005.