El ritmo es muy bueno, prácticamente frenético, manteniéndote enganchado de principio a fin. La historia, que parte de una buena idea, está bien contada y mantiene el suspenso, a pesar de que siempre gira sobre lo mismo. El director realiza un muy buen trabajo agregando trucos y efectos que enriquecen al relato y hacen que...
Ladrón de mi cerebro Un escritor sin inspiración (Bradley Cooper) cae en la depresión, el abandono, subsiste en condiciones penosas y es dejado por su novia (Abbie Cornish). Hasta que un día se cruza con un dealer que le ofrece una droga sintética aún en etapa de estudio que permite aprovechar el 100% de la capacidad cerebral (es decir, todo lo que hemos leído, escuchado, aprendido alguna vez). Así, de golpe, se transforma en una suerte de superhombre no sólo capaz de terminar su postergada novela en cuatro días sino de convertirse en un genio de las finanzas. Semejante ascenso no pasará inadvertido: lo contactará el multimillonario (Robert De Niro en pilóto automático), pero también lo perseguirán empresarios rivales y mafiosos rusos. Y la contracara, claro, no será tan esplendorosa. Lo que sigue es un thriller psicológico de ritmo vertiginoso (es como estar subido en una montaña rusa) y de ambicioso despliegue visual con no pocos elementos que remite a El Origen. El film atrapa y, por momentos, hasta entusiasma. Decae un poco al final y, quizás, el desenlace no sea del todo convincente, pero Neil Burger (El ilusionista) sabe cómo filmar un guión ingenioso y el nuevo galán on fire que es Bradley Cooper (uno de los protagonistas de la saga ¿Qué pasó ayer?) resulta un héroe a la altura de las circunstancias. No es la octava maravilla, pero en el contexto del Hollywood actual bien puede hablarse de un más que digno producto. Incluso hasta de una bienvenida sorpresa.
Una dosis de creatividad El cursor latiendo sobre la página en blanco es una imagen que se repite sólo en los primeros minutos de Sin límites (Limitless, 2011), un thriller cuyo argumento está basado en los misterios del cerebro humano, y que consigue ser aún más intrigante cuando su protagonista tiene la posibilidad de utilizar el 100% de dicho órgano, logrando que su creatividad alcance su punto máximo. Cuando Eddie Morra (Bradley Cooper) finalmente consigue un contrato para escribir su primer libro, se encuentra bloqueado pasando meses sin lograr escribir una palabra. En aquel momento de desesperación se encuentra con su ex cuñado, que le ofrece la NZT, una droga para terminar con sus problemas de inventiva. Esa pequeña pastilla permite al consumidor usar el total de su órgano pensante, y así recordar todo aquello que alguna vez vio, leyó o escuchó. Pero aquella dosis diaria que le permite a Eddie ser brillante, comenzará a ser un problema cuando comiencen a manifestarse sus efectos secundarios. Las consecuencias de la novedosa pastilla las refleja perfectamente el aspecto del protagonista. En las escenas en las que no se encuentra bajo los efectos del alucinógeno, Eddie aparece despeinado, con el pelo largo y la ropa desprolija. Luego, aparece vistiendo traje y corbata, con el pelo corto y prolijo, hablando en múltiples idiomas y opinando como un experto sobre todos los temas. Claro, es el NZT el que habla. Y es este Eddie renovado, que decide dejar la escritura y dedicarse a las finanzas para ganar dinero, lo que despierta el interés de un poderoso empresario, Carl Von Loon, papel que le queda chico a Robert De Niro, ya que aparece sólo unos minutos en pantalla. El director Neil Burger utilizó como guión el libro de Alan Glynn cuyo argumento, basado en la pequeña pastilla que convierte a sus consumidores en genios, aparece bien presente en el comienzo del film para luego irse esfumando a medida que avanza la película. Ya sobre el final, tienen más importancia las persecuciones y posteriores peleas a las que tiene que enfrentarse el personaje de Cooper, que los efectos de la poderosa NZT. Otro aspecto que no puede pasarse por alto, son los efectos e imágenes que se proyectan en la pantalla, ilustrando cómo ve el mundo Eddie cuando está bajo los efectos de la píldora, perfectamente acompañados por la música de fondo. El resultado es un film atrapante, al que sólo se le puede objetar el no haber exprimido hasta el final su premisa, para mostrar un poco más la nueva vida de Eddie una vez que comienza a consumir la droga. Sin duda, una vida que no acepta límites.
La droga poderosa El mismo realizador de El Ilusionista, Neil Burger, se coloca una vertiginosa historia a cuestas, en la que Eddie Morra (Bradley Cooper, Que pasó ayer?) es un aspirante a escritor que sufre de bloqueos crónicos. Pero cuando está a punto de tocar fondo en su vida, un viejo amigo le da a conocer el NZT, un medicamento revolucionario que le permite aprovechar su potencial por completo. Con cada impulso nervioso, Eddie puede recordar absolutamente todo lo que ha leído, visto o escuchado, aprender cualquier idioma en un día, entender ecuaciones complejas, siempre que continúe tomando la droga experimental. Todo esto llamará la atención del magnate Carl Von Loon (Robert De Niro), quien lo invita a participar en la fusión corporativa más grande de la historia. No obstante con su vida amenazada por los efectos secundarios de la droga, Eddie irá esquivando acosadores misteriosos y una investigación policial intensa, mientras intenta aferrarse a esta nueva y envidiable vida. La película entretiene y no da respiro, con momentos de atropellos, aires psicodélicos y corridas que dejan sin aliento. Y cuando parece que todo puede fallar...falla!.
Get Smart! Neil Burger es un cineasta graduado en Yale que tiene un título importante en su filmografía ("The ilusionist") y otros un tanto mediocres ("The lucky ones", "Interview with the assassin" con el que debutó- inédito en América Latina y ganador de muchos premios, a mi juicio sobrevalorada-). Su estilo de dirección es metódico, arriesgado y siempre su cine busca cuestionar lo verídico y lo irreal en contextos críticos y fantásticos. Bajo esa marca y encuadrado en esa premisa, nos llega este intenso thriller farmacológico llamado "Limitless". Película interesante a priori, que arranca para alquilar balcones pero que a juicio de este cronista, no cumple con todo lo que promete... Eddie Morra (Brad Cooper, el carilindo de "The Hangover") es un escritor en crisis. Tiene un contrato para terminar un libro pero está bloqueado para hacerlo. Se lo ve desalineado, nervioso, frustrado... Le val mal. Está bien, tiene una novia linda y talentosa, Lindy (Abby Cornish, recientemente vista en "Sucker Punch") pero no consigue encarrilar su vida. Cierto día se topa con su ex cuñado (Eddie ya estuvo casado de joven) y éste, al verlo, entiende rápidamente los problemas por los que está atravesando. Saca de su bolsillo una pastilla pequeña y se la ofrece, advirtiéndole que nada, nada volverá a ser igual después de probarla. Lo cual es, en términos cinematográficos, absolutamente cierto. Cuando Eddie toma la droga su cerebro comienza a funcionar al 100% (recordemos que los humanos no usamos ni el 30% de la capacidad del mismo en condiciones normales). Todas sus luces se encienden y su vida cambia del día a la noche. Logra terminar su novela, piensa con precisión, anticipa reacciones de la gente, maneja gran volumen de información al mismo tiempo... Eddie se vuelve un superdotado. Claro, siempre y cuando sepa reponer la dosis correspondiente cuando la misma deja de hacer efecto. Al parecer el fármaco en cuestión (NZT) es de carácter experimental y fue sacado del laboratorio de manera ilegal... Lo cual hará difícil conseguirlo una vez que se acabe. "Sin límites" será entonces un trip de alta velocidad donde todo, pasará rápidamente. La cabecita de Eddie va a mil y tratamos de acompañarla a la misma velocidad, lo cual a veces nos deja un poco en el aire, ya que los recursos fotográficos aplicados para activar esa sensación son (a mi juicio) usados demasiadas veces y cansan al espectador. La cinta maneja dos paletas, un tono para la vida gris y oscura del protagonista sin la droga y otro brillante y a colores cuando consume la mágica pastilla (ustedes saquen sus conclusiones!!!!)... Eddie ascenderá socialmente y se topará con un magnate sin escrúpulos llamado Carl Von Loon (Robert De Niro, en un rol chiquito y apagado), con quien harán negocios peligrosos sólo aptos para mentes brillantes y billeteras arriesgadas. Todo esto, mientras varios grupos lo siguen para conseguir el secreto y la fórmula del fármaco y quitarsela de malos modos... El guión está basado en un libro del irlandés Alan Gynn, "The dark fields", en el que la historia es bastante más sombría que este ejercicio cinematográfico. Más allá de eso, entendemos que la NZT funciona como una forma alegórica de referirse a la necesidad de incorporar agentes químicos en la vida moderna, para volvernos eficientes, competitivos y sentirnos plenos en el desarrollo de nuestras facultades. No hay droga que genere lo que Eddie vive en la pantalla aunque hay algunas (la lista aparece en sitios especializados) que generan parte de los efectos que la cinta muestra. Burger no hace hincapié en eso, creemos, sino en brindarnos un producto que entretenga, por sobre todas las cosas. Apunta a eso y lo consigue, aunque hay cuestiones que el guión resuelve que no parecen acertadas. Cooper es muy simpático y está bien en su rol, pero me queda la impresión que para ser un thriller le falta fuerza. Y le sobra ritmo. Para mostrar los efectos de la droga, dijimos que el film se aceleraba no?, bueno, eso opera en contra de la trama al hacerla liviana y sin profundidad (los climas se van desdibujando porque cuando los querés aprehender se los ve desde el espejo trasero a mucha distancia). Que se entienda, "Sin límites" es una película que se deja ver y se disfruta, pero no es un producto redondo. Podría haber sido una enorme película si se hubiese podido "parar la pelota" y hacer jugar al equipo, en vez de impulsarla para arriba sin tomarse el tiempo para tejer el entramado necesario que acreditan los films que dejan huella...
Eddie Morra (Bradley Cooper) no la está pasando nada bien. Es pobre, vive en una pocilga, sus intentos por convertirse en escritor siguen siendo intentos; Lindy (Abbie Cornish), su novia, lo ayuda como puede... Pero su vida pega un giro fenomenal cuando su ex cuñado aparece de pronto y le regala una píldora experimental conocida como NZT-48. Apenas la consume, Eddie es capaz de exprimir todo su potencial: aumentan su sentido de la observación, su memoria, sus energías, su sex appel. Querrá tomar más, y consigue más, y poco le importa que su dealer aparezca muerto. Escribir libros en pocas horas, aprender idiomas, ganar dinero, conocer amigos poderosos, tener sexo con bellezas 90-60-90, viajar por el mundo, todo se vuelve sencillo para Eddie. Incluso logra interesar al multimillonario Carl Von Loon (Robert De Niro), quien lo ve como una suerte de gallina de los huevos de oro. Pero justo en el Olimpo tan deseado, Eddie comenzará a padecer el costado más negativo y peligroso de la droga. Los efectos secundarios resultan perturbadores, y será acechado por diferentes personajes que también buscan las pastillitas milagrosas. Sin Límites funciona como un thriller y una fantasía de éxito inmediato e ilimitado, y muestra los aspectos positivos y negativos de un medicamento experimental, desde el punto de vista de Eddie. El espectador sentirá deseos de poder tomar esa droga y convertirse en el mejor, pese a las terribles consecuencias (ojo, si nunca hacer apología de las sustancias prohibidas). El director Neil Burger —quien la pegó con El Ilusionista, protagonizada por Edward Norton y Jessica Biel— lo reafirma en la estética utilizada. Antes de que Eddie se drogue, todo es gris, opaco, tranquilo, carente de vida; pero apenas ingiere la pastilla, predomina el delirio visual, empezando por un aumento en la intensidad de los colores. Un estilo cercano al d Darren Aronofsky, especialmente en Réquiem para un Sueño. Claro que Burger, pese a ser un buen cineasta, todavía está lejos de ese nivel de genialidad. Algunos recursos del guión quedan sin una solución coherente y bordean lo inverosímil, como el hecho de que la pastilla pueda hacer efecto tan rápido y de manera tan espectacular (los especialistas en temas farmacéuticos sabrán opinar con más propiedad). Y el final es atrevido, pero puede entenderse de distintas maneras. Sin embargo, nunca deja de ser una historia bien contada, y el espectador nunca deja de encariñarse por Eddie. Además de protagonizar, Bradley Cooper debuta como productor. Aunque reemplazó a último momento a Shia LaBeouf, demuestra que no sólo es atractivo y gracioso como en ¿Qué Pasó Ayer? y su secuela: puede transitar varios géneros, sabe llevar él sólo una película y no le tiembla el pulso actuando junto a Robert De Niro (un De Niro rutinario y poco inspirado, pero que sigue siendo De Niro). La australiana Abbie Cornish está correcta como Lindy. Su físico y talento como actriz dramática y de acción recuerdan a sus compatriotas Nicole Kidman y Naomi Watts, pero en versión sub-30. Sin Límites es entretenida, clásica y moderna al mismo tiempo... y, hay que admitirlo: lleva a pensar “¡Quiero esa píldora! ¡Aunque sea sólo una!”.
Pasta de campeón Sin Límites (Limitless en el original) es la expresión última del sueño americano, y quizás por extensión, del sueño de todos. Porque esta película, de irregular narración, tiene a su favor una sinceridad pocas veces vista por estos tiempos. Film que juega a ser historia de amor, historia de ascenso y caída en desgracia y thriller del mercado de valores (como Dos por el Dinero con Al Pacino y Matthew McConaughey) para finalmente convertirse en documento de esta necesidad del éxito urgente, de la medida del ser vivo de hoy, del dinero. La historia comienza con un escritor que tiene en sus manos su primera novela. Este es Eddie Morra (Bradley Cooper), un hombre que por fin ha cumplido su sueño, puede trabajar de lo que le gusta. Pero cuando se encuentra frente al papel, no puede escribir ni una palabra. Pasa los meses entre televisión, pizzas frías, bares y ojeras, se va diluyendo su convicción, su inspiración no existe. Y como si fuera poco, su novia lo deja. En medio de ese vertiginoso descenso se cruza con un ex cuñado que le ofrece la felicidad en un pequeño comprimido. Una droga que potencia la inteligencia. Pero a no confundirse, no lo vuelve un poco más inteligente, lo convierte lisa y llanamente en una máquina de razonar y de agudeza, esta claridad lo colma confianza, se transforma en lo que desea ser, un triunfador. Termina su novela en días y esa lucidez lo trasforma hasta el punto de mejorarlo físicamente. Es en ese momento donde se funda la película. Porque Eddie Morra podría escribir todos los libros que hubiera soñado, pero luego de conocer a un agente de bolsa distingue lo que realmente quiere, dinero. No deseaba escribir un libro, ambicionaba el éxito. Y así la bolsa, el mercado del dinero, es el terreno donde se sentirá más cómodo. ¿Acaso no es allí donde creemos que el dinero está a un clic (o píldora) de distancia? La elección no es inocente, la bolsa de comercio es la expresión máxima de que el cielo y el infierno son un subibaja vertiginoso e incomprensible. Un día millonario, otro día vagabundo, ejemplo cinematográfico es aquel final de la gran comedia De Mendigo a Millonario (con Eddie Murphy). Pero todo pacto con el diablo se tiene que pagar. La adicción a la droga de a poco lo va destrozando, se suceden lagunas mentales, y la adrenalina de no tener límites lo convierte en un ser de puro desenfreno e inconciencia. En medio hay un interés amoroso, una vinculación con la mafia rusa, la posibilidad del salto a las grandes ligas (con Robert De Niro como inversor a gran escala) y gente que busca esa droga experimental de la que se apropió. Tantas variables abruman. El nivel de intensidad de thriller que busca es fallido, aun así, esa honestidad sobre el triunfo a cualquier costo y ese egocéntrico y pedante comportamiento de Eddie (que bien le sale a Cooper ser inescrupuloso) es algo que no se ve seguido. La decisión que presenta como escenario final (más allá de Wall Street) es una clara declaración de cual es hoy el negocio máximo, gracias Burger por este descaro, imperfecto, pero descaro al fin.
Una mente brillante Gracias a una pildorita, Bradley Cooper se transforma en un Einstein. El problema: las pastillitas se acaban. Evidentemente calculé mal algunas cosas”, masculla en voz alta Eddie Morra. Está con la punta de los zapatos al borde de un alto edificio, mirando hacia abajo. Voltea hacia atrás, e intentan ingresar en su departamento. Hay un cadáver. Es de noche y hay viento. Mejor no podría comenzar Sin límites , por aquello de generar inquietud en el espectador por saber qué ocurrió tanto como qué ocurrirá. Porque esa escena en el inicio, tampoco es el final. Veamos. Eddie era un escritor frustrado, al extremo de no haber escrito una sola página para el libro que debe entregar en días. Quebrado y deprimido, lo abandona su novia, y deambula por las callecitas de Nueva York cuando, de la nada, se le cruza un ex cuñado. Vernon no es lo que se dice una luz, pero le ofrece algo como para iluminarlo. Le da una píldora transparente, y le explica: sólo utilizamos el 20% de los receptores en nuestro cerebro, que activan circuitos específicos. La pastillita le da acceso a todo. Pero, qué lástima, no está a la venta, ya que restan algunas pruebas. ¿Cuán peor puede ponerse? Vernon aparece asesinado. Y Eddie se lleva un montón de pildoritas, que lo vuelven un Einstein: gracias a esa droga, cualquier recuerdo que uno cree haber olvidado, aparece como un relámpago en el momento más inesperado... pero más necesario. La película de Neil Burger ( El ilusionista , la aquí no estrenada Los afortunados , y que hará una remake más oscura de Bonnie and Clyde ) combina el suspenso con el humor, un Bradley Cooper (¿Qué pasó ayer?) eternizado en la pantalla y cuenta con un Robert De Niro en esos papeles episódicos que tanto le gustan: hombre poderoso, aquí empresario, para el que Eddie trabaja como consultor, ya que es capaz de leer patrones de la Bolsa como quien lee los horóscopos de los chicles Bazooka. Pero como esto es un thriller, las complicaciones no tardarán en llegar, y allí es donde Sin límites , paradójicamente, los tiene. Y no porque la trama no deje volar la imaginación, sino precisamente por eso: si no deseaba convertir el filme en uno de ciencia ficción, mantener los pies sobre la tierra -o al menos uno- lo hubiera beneficiado más. No importa. Filme escapista, con mafiosos en el medio, bien filmado y ritmo avasallante, entretiene la hora y cuarenta que dura, y hace pensar que si tuviéramos tamaña habilidad como Eddie, tal vez no seríamos más ricos, pero por un rato la pasaríamos bárbaro.
Entre todas las películas, ninguna El tema con hacerse el canchero, o el pulp, o el zarpado, es que hay que hacerlo todo el tiempo, porque si no no vale. Típico caso de camaleonismo à la page, Sin límites se hace la canchera cuando le conviene. En otros momentos quiere pasar por alegoría seria (sobre las consecuencias del drogarse en exceso), drama íntimo (sobre un tipo que no hace una bien), thriller inteligente (sobre uno cuyo coeficiente intelectual le permite convertirse, de la noche a la mañana, en wise guy de Wall Street), cyberthriller (sobre un nuevo producto farmacéutico que te transforma en Superchico), peli de acción (con matones al servicio de un poderoso, mafiosos rusos y persecuciones) y así. Como de costumbre en estos casos, de tanto querer ser tantas cosas (cuestión de embocar todos los targets posibles), se termina por no ser ninguna. Basada en una novela y dirigida por Neil Burger (director, unos años atrás, de la exitosa-vaya-a-saber-por-qué El ilusionista), Eddie Morra (Bradley Cooper, galán de ambas ¿Qué pasó ayer?) es el típico escritor bloqueado, que consigue un anticipo para una novela pero no puede escribir una línea. Vive en un tugurio, pierde a la novia (la rubia Abbie Cornish), toma de más, anda hecho un desharrapado. Hasta que se cruza de casualidad con su ex cuñado, ex dealer que asegura no dilear más... y sin embargo le hace probar la NZT. Se trata de una pastillita experimental que cierto laboratorio aún no patentó y está en período de prueba. Jugado por jugado, Eddie descubre que la pastilla expande la capacidad cerebral hasta límites que sorprenderían al Don Juan de Castañeda. Gracias al NZT, Eddie termina la novela, recupera a la novia, se levanta a varias más en el camino y termina asesorando a un tiburón de las finanzas (De Niro, “sonambuleando una vez más su papel”, opinó un crítico estadounidense), mientras huye de la persecución de unos mafiosos rusos, de esos que si te agarran te dejan hecho una balalaika. El cancherismo de Burger y el guionista consiste en, por ejemplo, empezar la película in media res, con el protagonista a punto de tirarse por un balcón sin que se sepa por qué, para ir luego hacia atrás y explicar cómo se llegó a ese punto. O en ciertos efectos visuales campy, como una lluvia de letras que cae sobre la notebook, en el momento en que el tipo se larga a escribir. O en la multiplicación de Eddies, como signo de la nueva potencia que la pastillita le otorga. O en el elemental efecto lumínico de dar más luz, cada vez que el NZT le pega a Eddie en el cerebro. O en el reiteradísimo recurso del travelling (falso, porque es digital) hacia delante, como expresión visual del efecto de la droga. Pero la aparición de De Niro parecería sonambulizar la película entera, que pasa por su fase de drama de abstinencia, al estilo Días sin huella o Días de vino y rosas. Conseguida más droguita, viene la historia de ascenso del muchacho (Bradley Cooper está muy bien y es sin duda lo mejor de la película), como en una nueva Wall Street. Entre tantas películas posibles, lo que no aparece es una película posible.
Pastillita, pastillita Eddie Morra (Bradley Cooper) está bastante maltrecho, parece un pordiosero, su chica acaba de dejarlo y su carrera como escritor está en punto muerto debido a que sufre un bloqueo absoluto que no le permite siquiera empezar su primer libro. La vida es impredecible y Eddie va a comprobarlo al encontrarse en plena calle con su ex cuñado, un tipo dedicado a negocios non sanctos, quien le invita a tomar un trago. Impactado por lo mal que ve a Eddie, el sujeto le obsequia algo muy especial, de lo más caro en el mercado de las drogas, según él legales y próxima a salir a la venta. Una píldora que cambiará el destino de nuestro perdedor. La pastillita en cuestión despierta la información que ha dormido en el cerebro; si es cierto que apenas usamos el 20 % de su capacidad, esta droga habilita el 80% restante. Así nuestro muchacho aprende a tocar el piano en un par de días, escribe su libro de un tirón y, lo más importante, se convierte en un mago de las finanzas. El conflicto se presenta cuando otros quieren obtener algo del pequeño secreto de Eddie. especialmente el magnate Carl Von Loon (Robert De Niro) quien a regañadientes acepta el asesoramiento de Morra, solo por conveniencia ya que no lo considera un aténtico hombre de negocios, sino más bien un freak. El relato es llevado con buen ritmo a lo largo de poco más de una hora y media, aunque con pocos momentos de auténtica tensión el director construye un cuento no exento de acción y algo de humor. en lo artístico no hay mucho para observar, Cooper cumple con el guión y se somete a las maravillas que el maquillaje y los efectos digitales pueden conseguir. De Niro, por su parte, no ofrece nada memorable, y ni falta que le hace. "Sin Límites" es una historia que el público adoptará por presentar uno de las tantos fantasías del ser humano moderno, el de poseer una pastilla que solucione sus problemas. Magia, ni más ni menos.
El director Neil Burger, quien hace unos años brindó esa excelente película que fue El ilusionista regresa con otro buen thriller, que cumple con el objetivo de brindar un buen entretenimiento bien realizado. Probablemente lo más importante de Sin Límites es que se trata de un film que le permitió a Bradley Cooper demostrar lo buen actor que es y lo subestimado que está en Hollywood. Con este film probó que está para mucho más que hacer de galán cancherito en las comedias románticas. Burger presentó en este caso un film con una narración muy ágil que presenta el conflicto sin muchos preludios y logra mantenerte enganchado hasta el final. En esta película trabajó con más hincapié en los efectos visuales, que en este caso tienen que ver con lo efectos que le produce al protagonista una droga que es la que dispara todo el conflicto, Los efectos están muy bien elaborados y le otorgaron un interesante estilo visual al film El mensaje que deja la historia sobre las drogas es un poco ambiguo y parecería por momentos que consumir basura es el camino para que la gente desarrolle sus máximos potenciales, aunque por otra parte, no crea que este sea un film para analizar el tema en serio. Algo que se le puede objetar a la película es la manera en que trabajaron a la mafia rusa que es totalmente estereotipada, pero esto ya es algo normal en Hollywood. Sin límites es esa clase de películas como 8 minutos antes de morir (Jake Gyllenhaal) que no son producciones emblemáticas pero están bien hechas, tienen buenos actores y lograr hacerte pasar un buen rato en el cine. Al menos cuando la historia termina no vas correr a la boletería a reclamar el dinero de tu entrada (como si te estimula hacer Apollo 18) y eso es una buena noticia.
El primero te lo regalan... Tras mucho trajinar como actor secundario en roles para el cine y la televisión a Bradley Cooper, el carilindo de ¿Qué pasó ayer?, le llegó su cuarto de hora en Hollywood. Sin límites es la demostración de que ha superado las pruebas necesarias para que le confíen un protagónico excluyente pese a la episódica presencia de Robert De Niro en el elenco. Por si fuera poco Cooper también ha debutado como productor con esta historia ideal para ver en un viaje en micro o mientras nos despabilamos de una siestita un día domingo. La premisa argumental concebida por el novelista Alan Glynn y adaptada al cine por Leslie Dixon le da nuevos bríos a la palabra inconsistencia. Para ser una película sobre una droga experimental que despierta zonas poco usadas del cerebro disparando la inteligencia del personaje principal a la estratósfera, el tratamiento es realmente tonto y por demás perezoso. No es suficiente con hacerle repetir cual loro parlanchín frases altisonantes y presuntamente agudas sobre cualquier tema que amerite una mini disertación. El Eddie Morra que compone Cooper debería transmitir algo más que una verborragia interminable sobre la economía, la bolsa de valores y las estrategias para comprar o vender acciones de acuerdo a parámetros invisibles para el resto de los mortales. Pese a tanto texto rimbombante el tipo es un pavote inmaduro y no puede dejar de serlo aunque el intelecto le crezca proporcionalmente a lo que consume de NZT 48 (la sustancia química en cuestión). El que nace pavote… Eddie ha ocupado buena parte de su vida de adulto aprovechándose de quienes lo rodean para pasarla bien y darse sus gustos auto justificándose patéticamente por tener un contrato firmado para la publicación de un libro del que no ha sido capaz de escribir ni una miserable oración. No se habla de trabajos literarios previos por lo que el acuerdo comercial resulta demasiado sospechoso (y aquí empiezan las inconsistencias aludidas). El perfil del personaje queda marcado con la escena en la que su novia (la linda australiana Abbie Cornish) en el momento previo a abandonarlo le pregunta qué representa para él. “Amante, enamorada”, le asegura Eddie. “La mujer de la limpieza, banco”, le replica impiadosamente ella mientras paga la cuenta del bar con su tarjeta de crédito. Y sí, Eddie es un loser… No obstante, su suerte parece cambiar cuando se cruza por la calle con un ex cuñado (¿de veras no podían pensar en algo mejor?) que termina ofreciéndole la milagrosa droga sintética. Sin revelar demasiado digamos que por un capricho de guión Eddie se hace con una cierta cantidad de pastillas a la vez que se ve involucrado en un caso de asesinato. Con la ayuda de la NZT 48 el joven se convierte en poco tiempo en un gurú de Wall Street y mano derecha del magnate de los negocios Carl Van Loon (un Robert De Niro que continúa dilapidando su leyenda en producciones mediocres). Los lujos de su nueva vida se contraponen con dos pequeños detalles que impiden que su felicidad sea completa: un prestamista ruso al que le debe dinero (¿por qué no le pagó la deuda con las fortunas que amasó?) y que lo extorsiona al averiguar la verdad sobre sus poderes y unas prolongadas lagunas mentales como consecuencia de los efectos secundarios de la droga. Durante uno de estos “blackouts” se produce la muerte de una amante ocasional de Eddie que podría llevarlo a la ruina total en su trabajo por no mencionar unas cuantas temporadas a la sombra. Sin límites intenta implementar una estructura no tan lineal iniciando la narración con un conflicto de vida y muerte que transcurre muy cerca del final. Acto seguido, corte a un extensísimo flashback con la voz en off de Eddie como elemento omnipresente. Toda la película se apoya en este recurso literario que raramente deja un saldo positivo. Por algún motivo se han puesto de moda los relatos en primera persona como recurso canchero para personajes ad hoc. Algo de eso sucede en este thriller bastante vacío de contenido pero repleto de trucos ópticos, montaje frenético y efectos especiales que complementan la puesta en escena del inquieto realizador Neil Burger. Los despropósitos del guión no son su responsabilidad aunque secuencias como la de la pista de hielo y la resolución del ataque del ruso con sus esbirros (sí, la escenita de la sangre derramada…) provocan carcajadas involuntarias. Descerebrada, dinámica y poco perspicaz, la novelesca historia de Eddie quizás deslumbre a su público como les ocurriera a los indígenas con aquellos espejitos de colores traídos de la vieja Europa por los españoles. Fuera del artificio se adivina una absoluta nadería, apenas otra fruslería llegada del norte con mejores referencias de las que se merece…
Bradley Cooper, al frente de un thriller psicológico con mucho vértigo Eddie Morra (Bradley Cooper) es un escritor deprimido, sin inspiración, que vive en una pocilga del Chinatown neoyorquino. Su bella y exitosa novia (Abbie Cornish) pierde la paciencia y la fe en él y termina abandonándolo. Cual fantasma, nuestro perfecto antihéroe deambula por los calles (y por los bares) de la ciudad hasta que se topa con un viejo conocido que le ofrece una pastilla de NZT, una droga sintética e ilegal que permite aprovechar el 100 por ciento de la capacidad cerebral y cuyo costo en el mercado negro es de 600 dólares la dosis. Perdido por perdido, Eddie prueba la NZT y el efecto es inmediato: no sólo termina su muy postergada novela en cuatro días de incesante trabajo sino que descubre que posee inéditas capacidades en varios otros rubros; por ejemplo, el de las finanzas. Tras ese arranque, Eddie recuperará a su novia y será contactado por Carl Van Loon (Robert De Niro), un poderoso empresario que lo quiere como asesor para adquisiciones, fusiones e inversiones multimillonarias. Pero, claro, no todo será tan sencillo en su ascenso: en la segunda mitad del relato (donde la tensión decae un poco y se apela a un desenlace no del todo convincente) comenzará a sentir crecientes efectos secundarios y será víctima de unos mafiosos rusos. Lo mejor del film -además de la seductora actuación de Bradley Cooper (visto en la saga de ¿Qué pasó ayer? ) y del ingenioso guión de Leslie Dixon, basado en la novela The Dark Fields , de Alan Glynn- es la elegancia, la inventiva visual y los sofisticados efectos especiales que propone el director Neil Burger (el mismo de la elogiada El ilusionista ). Si bien es indudable la influencia que en este sentido ha tenido El origen , de Christopher Nolan, Sin límites tiene vuelo propio a la hora de reflejar la codicia, la sobre estimulación, la violencia, la angustia y la velocidad de estos tiempos modernos. Un thriller psicológico con mucho vértigo y adrenalina que, más allá de su traspié sobre el final, resulta una propuesta digna, de esas que atrapan, entretienen y dejan pensando.
Una pastilla demasiado mágica El director Neil Burger ("Red social") dota al filme de cierto suspenso, alguna dosis de tensión, vertiginosidad y mucha violencia, acompañado por un impecable diseño de producción Edie Morra escribe. Pero ahora tiene lo que se conoce como "síndrome de la página en blanco". Alguna barrera mental le impide conectarse con lo que mejor hace y no puede escribir ni una línea. Y entonces le llega la solución o el comienzo de su tragedia. El encuentro con un viejo amigo. Uno de esos simpáticos compañeros de algún momento, que nunca se sabe a qué se dedican, de qué viven, pero siempre están en el mejor lugar, en cualquier momento. Parece que el amigo está en contacto con un laboratorio y tiene unas misteriosas pastillas que según le dice a Edie, lo pueden ayudar en su bloqueo. Edi adeuda la renta de su pieza en un barrio de cuarta, está peleado con su novia, sabe que no escribe bien, pero este problema del bloqueo lo preocupa. Y entonces se traga la pastilla. Lo que ocurre lo ingresará a una espiral de vértigo y locura de la que será muy difícil salir. LOS CAMPOS OSCUROS El filme se basa en el libro del irlandés Alan Glynn, "Los campos oscuros" (2001) y su versión fílmica, por su estructura simple y efectista recuerda la estructura de una historieta, o de un guión clase B de cine de los "70. Lo que atrapa es el ritmo y dos actores: Robert De Niro, en un breve pero significativo papel y Bradley Cooper, un actor al que le dicen "el nuevo Brad Pitt" y realmente atrae y obliga al espectador a no distraer mucho la atención más allá de su persona. Lo que sigue es la historia de este escritor de segunda, convertido por la pastilla, en uno de primera y en un especialista en cualquier tema que aparezca. Esto en vez de solucionarle los problemas, se lo complican, porque el poder se interesa por él, como ocurre con el hombre de negocios, Carl Van Loon (Robert De Niro). Detrás suyo vendrán los estafadores de siempre, la mafia rusa y todo lo que pueda ser muy molesto para cualquier persona. El director Neil Burger ("Red social") dota al filme de cierto suspenso, alguna dosis de tensión, vertiginosidad y mucha violencia, acompañado por un impecable diseño de producción. Las incongruencias de la historia no afectan demasiado al público de este tipo de género, que priorizan impacto y acción, pero el nivel de la segunda parte baja, se reitera, aunque logra mantenerse hasta el final.
Responsabilidades y mandatos divinos La nueva obra del director italiano Nanni Moretti se propone unir elementos de comedia con grotesco y realismo, ya que el punto de partida es presentar a un Papa recién elegido que sufre un inesperado ataque de pánico. Transcurrida más de la mitad de la película se produce una escena curiosa: el psicoanalista que interpreta Nanni Moretti, rodeado de cardenales preocupados por la ausencia del Papa, recorre las instalaciones del Vaticano observando su fastuoso poder económico. Pero la escena dura poco, algo más de un minuto, ya que el psicoanalista saluda a los clérigos, hace un par de comentarios y mira, sólo mira a su alrededor. En ese pequeño momento de Habemus Papa se declara el punto de vista, la delicada mirada de Moretti sobre la riqueza del Vaticano; sin embargo, se trata sólo de un instante, meramente visual, alejado de una opinión voraz y del estilo anarco que se preveía en el actor y director. Es que se está frente a una película donde no se articula un discurso sobre la religión, sino frente a una original visión que invade el riesgoso tema de la responsabilidad que le corresponde a Mélville (Michel Piccoli, extraordinario), el nuevo Papa que duda sobre el mandato de dirigir a millones de fieles en el mundo. La primera parte de la película se ubica entre lo mejor que hizo el autor de Caro diario, Aprile, Palombella rossa y la sobrevalorada La habitación del hijo. Pletórica de detalles, con Mélville ubicado en segundo plano hasta que inesperadamente se lo nombra Papa, Moretti narra con un marcado suspenso la elección del clérigo. Luego vendrán los ataques de pánico, la llegada del psicoanalista (muy divertida resulta la primera sesión “en conjunto”) y la huida del papa por la ciudad, dispuesto a recorrer momentos más terrenales que aquellos que le esperan. Mientras tanto, el psicólogo, a diferencia del Papa que pasea por la ciudad, comienza a sentirse cómodo en las instalaciones del Vaticano. Y se sentirá tan habituado a su nuevo hábitat que propondrá que los cardenales jueguen un campeonato de vóley, momento en que la película alcanza un inusitado y bienvenido tono absurdo. Moretti apuesta fuerte en su última película pero no necesita provocar excesivos malestares en los creyentes más fervorosos. La película va para otro lado, ya que se ubica en el personaje de Piccoli saboreando algún placer cotidiano que tal vez no vuelva a disfrutar con tanta responsabilidad que le espera. Y aparecerá el teatro, específicamente una puesta de La gaviota de Chéjov, para que Mélville resuelva qué hacer de su destino. Mucho se ha comentado sobre la escena donde se escucha la voz de la Negra Sosa en la versión de 1984 de Todo cambia, que disfrutarán los clérigos en un momento de recreo casi surrealista. Desde el punto de vista dramático, la escena funciona como un cortometraje dentro de la película, acaso ajena al clima irónico y respetuoso –al mismo tiempo– que describe buena parte de la historia. Es que la libertad le pertenece a Mélville y solo él decidirá qué hacer al final, ya ubicado en el balcón religioso, frente a los miles de fieles que esperaron su aparición durante un par de días. Y allí se resolverá el dilema moral del atribulado Mélville.
Anexo de crítica: Más allá de la moralina del final, nadie puede negar que Sin límites es un thriller con atisbos de fantaciencia atractivo y muy bien dirigido por Neil Burguer, con un ritmo ágil y un funcional uso de los recursos de la puesta en escena para lograr tensión y acción cada vez que se lo propone. Bradley Cooper en su rol de escritor, que pierde la creatividad y la recupera a partir de la ingesta de una pastilla experimental que lo convierte en una máquina superdotada capaz de anticiparse a los hechos y con un poder cognoscitivo asombroso, maneja los tiempos de la narración y se desenvuelve con naturalidad en un papel a su altura. A Robert de Niro se lo nota distraído y en piloto automático como ya viene ocurriendo en sus últimas apariciones. No obstante, la complementación con Cooper suma en vez de restar a una historia que empieza con mucha adrenalina y buenas ideas para ir decayendo y volverse convencional y predecible.
"Para ser un tipo con un coeficiente intelectual de cuatro dígitos, debo haber errado en algo", piensa Eddie Morra desde la cornisa de un rascacielos, al borde del suicidio. Desaliñado, con el pelo desprolijo y lejos del traje de la escena anterior es la siguiente imagen que ofrece, en la cresta de un bloqueo de escritor que lo ha vuelto un ser completamente improductivo. Su voz en off da a entender a las claras que él será quien tome la responsabilidad de la historia, con lo cual, más allá de que Robert De Niro esté presente en una de sus mejores películas de un tiempo a esta parte, es entera responsabilidad de Bradley Cooper llevarla adelante. En los últimos años este actor norteamericano ha logrado dar el salto que implica pasar de secundario a estrella y, si bien ha encabezado proyectos, este es el primero que lo encuentra como absoluto protagonista. Ha formado parte de grandes ensambles románticos, de un equipo de acción (The A-Team) y en dos oportunidades de uno de los mejores tríos cómicos de la década (<b>The Hangover), pero esta es su primera oportunidad de cargar con todo el peso de la producción en sus hombros. Lo hace en un film que recuerda a John Doe, aquella serie del 2002 con Dominic Purcell cancelada luego del espectacular episodio final de la primera temporada. Si allí el personaje que parecía saber todo menos su nombre utilizaba sus dotes para ayudar a resolver crímenes, aquí Eddie Morra tiene un objetivo más humano: poder y dinero. Es que, partiendo de la base ficticia de una droga que permite utilizar el cerebro al 100%, la película envuelve a sus involucrados en una trama con los pies sobre la tierra. Y esto lleva a que sea mayor la carga sobre su protagonista, dado que no hay una contraparte definida, sino varias. Es la sencillez del razonamiento lo que conduce a que el film abra múltiples variantes fáciles de controlar, al girar todas en torno a la codicia. Todo aquel que toque la fuente de la sabiduría va a quererla, de forma tal que cualquiera es un potencial enemigo. El guión de Leslie Dixon (The Thomas Crown Affair, Pay it forward), adaptación de The Dark Fields de Alan Glynn, es ágil y entretenido, cambiando rápidamente a la versión loser de su personaje central por uno cargado de confianza y carisma, con un brillo propio que se refleja en cámara. Su mayor inconveniente es que, de a ratos, deschava sus cartas permitiendo que el público tome conocimiento de sus intenciones, anticipándose a un sujeto que usa el máximo de sus capacidades cerebrales. Más allá de esto el director Neil Burger, al igual que en El Ilusionista, juega bien una mano ganadora y, aunque algo se pueda percibir, se guarda algún as bajo la manga hasta el final.
Sinsentido contado con humor y mucha acción Este thriller fantástico es bastante original y entretenido, aunque para ser una película sobre una droga ficticia que provoca inteligencia sobrehumana, es demasiado estúpida. De hecho, el principal problema del guión es no explicar mejor las tonterías que hacen sus personajes cuando están en pleno estado de inteligencia extraordinaria. Bradley Cooper es un escritor fracasado a todo nivel, que un buen día se toma una pastilla que potencia todo su talento y dones adormecidos. El libro que no podía escribir, lo entrega en cuatro dias, aprende a tocar el piano y a hablar en varios idiomas en pocos días, y seduce a la chica más arisca en cuestión de segundos. Pero pronto descubre que la literatura no era lo suyo. Según el guión, si alguien es inteligente, lo único que le puede interesar es hacer mucho dinero en Wall Street, y tratar de obtener poder, convertirse en político con tendencias megalómanas. De todos modos, la fabulosa droga de la inteligencia sobrehumana tiene bastantes límites, ya que cuando pasa su efecto, el consumidor automáticamente queda totalmente maltrecho y mucho más idiota que en su estado original, a lo que luego hay que sumar espantosas contraindicaciones insalubres. Para colmo, al fabricante de la pastillita lo asesinaron y el stock, mayormente en manos del protagonista, es limitado y buscado a sangre y fuego por los pocos afortunados que la conocen y sufren su espantoso síndrome de abstinencia. Todo este sinsentido está contado con humor, buen ritmo y mucha acción (las escenas violentas son lo mejor de la película, y a veces parten de la base de que si alguien vio una de Bruce Lee, puede enfrentar a media docena de matones aun siendo un alfeñique que nunca entró a un gimnasio). Para plasmar la visión subjetiva del estado mental del protagonista, el director hace uso y abuso de todo tipo de recursos formales, con algunas imágenes y efectos realmente buenos, como una toma en sinfín de una larga calle con zooms fusionados digitalmente, al estilo «El hombre con ojos de rayos X» de Roger Corman, pero mas high-tech. Otros recursos son tan obvios que dan vergüenza. Y todos ellos, los malos y los buenos, están repetidos hasta el cansancio. Todo este asunto sobre una droga ficticia podría haber servido como metáfora sobre las drogas que sí existen. Si ésa era la idea, no se nota. Al menos, la película está bien filmada, casi nunca aburre, e incluye buenos actores secundarios, empezando por Robert De Niro, que en su papel de millonario frío e inescrupuloso asociado al nuevo genio de los negocios, logra darle rigor y credibilidad a un par de escenas esenciales para que toda la historia se sostenga.
Con una dosis óptima “Obviamente calculé mal las cosas”, dice la voz en off de Eddie Morra. El comienzo de Sin límite pone al espectador en guardia. El guión arma un cóctel energizante de acción, thriller, violencia física, algo de terror psicológico, crisis de identidad, parálisis creativa y un protagónico notable de Bradley Cooper?. Tampoco falta la ironía al comienzo de la película, con la semblanza tipificada del escritor que no da en la tecla. En esa situación está Eddie cuando aparece el ex cuñado, dealer de una sustancia prohibida y muy sofisticada. El director Neil Burger arma un guión visual, de recursos que van aumentando la intensidad de una historia que referencia otros relatos y películas de las que Burger ha destilado la mejor sustancia. La cuestión es que Eddie, con una pastilla, amplía la capacidad de percepción, fortaleza y rendimiento, hasta lanzarlo a la cúspide del éxito empresarial. La dosis diaria permite al héroe aprovechar el otro 80 % del cerebro que, dicen los científicos, los humanos no sabemos usar. De repente, Eddie procesa toda la información que conoce, escuchó, estudió, vio de paso o recuerda y la convierte en la fórmula que le permite ver transacciones en la Bolsa con anticipación (adrenalina extra para los tiempos que vuelan). Ese hombre nuevo depende de la pastilla y ahí comienza el problema. El tipo que no podía llenar una carilla en su computadora se ve envuelto en una pelea feroz por el poder y, más aún, la vida, perseguido por asesinos. Cooper logra un personaje muy atractivo como el común mortal que se inventa un paraíso. Comparte algunas escenas con Robert De Niro, apenas un gancho como el magnate Carl Van Loon. Lindy (Abbie Cornish), la novia de Eddie perdedor, es un recurso para establecer contacto fugaz con la buena conciencia perdida. Sin límite ofrece una edición atractiva de imágenes vertiginosas, la deuda con Dr. Jekyll, Mr. Hyde y Terminator , entre otros antecedentes del campo del sujeto excepcional. Hasta se permite una mirada cínica sobre el poder y el negocio de los laboratorios, al alcance de unos pocos elegidos.
Anexo de crítica: Sin Límites (Limitless, 2011) es el típico thriller hollywoodense de plástico que termina hastiando a los pocos minutos a fuerza de una premisa ridícula y un desarrollo muy forzado: incapaz de generar verdadero interés, el film nunca pasa de ser un collage insustancioso y bastante torpe...
Dirigida por Neil Burger, el mismo realizador de la muy recomendable “El ilusionista”, y basada en el libro “The dark fields” de Alan Glynn, el relato tiene su génesis con Morra al límite de la presión, parado al borde de la cornisa y dispuesto a caer más de veinte pisos y dejar sus entrañas desparramadas por la vereda. Enseguida, viajamos un par de semanas al pasado a través de un eterno e inquietante zoom-in que sirve de telón de fondo a los títulos de apertura. Este original guión adapta con sumo cuidado la versión literaria de la historia y Burger traduce las palabras en cuidados efectos visuales que describen la sobre estimulación sufrida por Morra. Bradley Cooper, quien aquí también oficia de productor, no será un gran intérprete pero en este caso se ajusta a las necesidades del relato con mucha solvencia. La banda sonora y la edición (dinámica, a veces perturbadora) también son elementos que apuntalan el producto final.
Bradley Cooper -uno de los sufridos juerguistas de ¿Qué pasó ayer?- se revela como un competente actor dramático en este film que recuerda en algún punto a Delirios de grandeza, clásico de Nicholas Ray. El punto de partida es el mismo: un hombre común (aquí es un escritor en crisis de página en blanco) descubre que un medicamento lo cambia, lo vuelve -literalmente- un super hombre. Del éxito repentino a la aparición de quienes quieren utilizarlo (o acabar con él) hay un paso y, cuando el film se transforma en un thriller rutinario, pierde parte de su vibración primera y del ingenio de su trama.
El escritor Eddie Morra no está atravesando la mejor de sus épocas; su novia lo abandonó, su casa parece un reactor nuclear y empezó a escribir un libro del cual no llegó aún a terminar una mísera página. En ese contexto es que nuestro antihéroe de turno se reencuentra por accidente con su excuñado, quien le abre la puerta de una droga presuntamente en estudio, una grajea que le transforma los sentidos y lo coloca en un nivel intelectual superior. "Nosotros usamos el 20 por ciento del cerebro, con esta pastilla eso se multiplica", es lo que más o menos le dice su nuevo (y efímero) dealer. El tour de force que protagoniza Bradley Cooper (The Hangover) en este furioso derrotero en caída libre no sólo lo coloca en un lugar interesante como actor, sino que además lo hace liderar una trama intensa y con vericuetos que se hacen insondables a poco de tenerlos en frente. En ese contexto, el millonario Carl Van Loon (Robert De Niro) es un personaje que ayuda a empujar los hechos y darles un sentido de mayor dramatismo, desde el lugar de un oponente light pero certero. Morra entra en un pasaje sin salida, con apenas (y nada menos que) un minotauro esperando allá, en el final, plagado de encerronas y puertas falsas, todas puestas a disposición de su sufrido trajinar y de un juego de pastillas que todos querríamos jugar al menos un poco, al menos para suponer por un rato que no vamos a caer en la misma trampa que su cerebro y su voluntad. Neil Burger (mismo realizador de El ilusionista, con Edward Norton) redondea un relato de guión ajustado y gran puesta de cámaras, con el agregado de un trabajo visual hi-fi y un planteo de situaciones y personajes sin el mínimo bache narrativo. Sin límites nos trae parte de lo mejor del suspenso clásico, pasando por el thriller posmoderno (que al fin y al cabo no deja de ser suspenso) y con unas gotas de terror psycho-junkie que nunca están del todo mal. Sobre todo cuando la moralina dice ausente. ¿Alguien tiene un vaso de agua?
ADICTO AL EXITO Película de ciencia ficción que desarrolla una historia que lamentablemente nunca logra tocar su punto máximo de originalidad y de sorpresa, ya que todo lo que sucede es demasiado sencillo, canchero y hasta previsible, pero que logra destacarse gracias al muy bien logrado trabajo de sus intérpretes, al interés que siempre el guión mantiene en el espectador y a la vertiginosa fotografía, indudablemente, lo mejor de esta propuesta. Eddie es un hombre que está casi en ruinas. siente que no tiene futuro, está desganado y no sabe qué hacer con su vida. Una propuesta laboral le aparece y, pese a que quiere ejercerla, no tiene la imaginación ni la capacidad para hacerlo. Las páginas en blanco del libro que tiene que escribir le preocupan, pero no sabe cómo hacer para que se le aparezcan las ideas o un poco de inspiración. Un día, caminando por la calle, se topa con un conocido, hermano de su primera mujer, quien lo escucha y rápidamente le ofrece una solución: el NZT, una droga muy fuerte que le permitirá abrir las puertas a la satisfacción y el triunfo. Él no sabe con qué se está metiendo, pero la adicción se hace presente y, si bien se hace millonario, sabe hablar múltiples lenguas, puede leer una novela en pocos minutos, y es un exitoso empresario, los efectos secundarios se van a hacer presentes rápidamente. Esta cinta desarrolla una historia que mantiene siempre atento al espectador para saber qué va a pasar en los próximos minutos, está muy bien manejado el suspenso y el drama y, pese a que la previsibilidad aparece en las últimas secuencias, la historia está bien planteada. Lo que sucede después de la introducción y de la presentación del conflicto, es lo que hace de esta película una propuesta sencilla y desaprovechada, ya que son pocas las sorpresas que van apareciendo y pocos los momentos en los que la reflexión, que la misma premisa invita al espectador a tener, se ve profundizada por el libreto o por las intenciones de la propuesta. Es por eso que es imposible no dejar de lado la inminente aparición del mensaje: "las drogas son la solución", pese a que el sentido de la historia no es ese. La cinta posee dos características que la hacen una propuesta entretenida y destacable. Por un lado, la fotografía es muy acertada y juega con diferentes estilos visuales. Son varios los planos cenitales que aquí se utilizan para crear vértigo y suspenso, y son dos las secuencias en las que se utilizó un efecto de montaje, que parece un zoom interminable, que le aporta belleza, estilo y dedicación a la película. A su vez, la misma está muy bien llevada adelante por el lado visual en cada una de las escenas que no refieren a estas dos partes, la vida oscura y triste, y los momentos de lucidez de los personajes están bien diferenciados con la fotografía y la dirección artística. Por otro lado, las actuaciones le aportan realismo, si bien el nivel de fantasía expuesto en algunos momentos es extremadamente elevado, muy bueno. Bradly Cooper demuestra aquí que es un gran actor y que se puede llevar al hombro un protagónico casi en su totalidad solo. Muy buen trabajo de expresión. A su vez, Robert De Niro, pese a que no posee un personaje muy elaborado, está correcto. "Limitless" es una película entretenida y con una premisa que siempre mantiene un interés apropiado. Con una fotografía impresionante y un uso de la música importante (la banda sonora tiene un estilo parecido al de "Red Social"), esta es una propuesta que logra cumplir su objetivo y que, si bien la historia y las pocas sorpresas son su punto débil, presenta buenas actuaciones. Una buena película. UNA ESCENA A DESTACAR: presentación de los títulos iniciales.
Alguna vez alguien lanzó la versión de que el ser humano utiliza sólo el 20 por ciento de su capacidad cerebral (y no todos, por supuesto). Un escritor en crisis, sumido en un laberinto que lo lleva al fracaso y a la pérdida de su pareja, consigue dar un vuelco a su vida gracias a una milagrosa gragea que le proporciona un amigo. Es una droga que consigue potenciar la capacidad cerebral y sí consigue superar un presente sombrío y casi miserable. Cuando alcanza un éxito inesperado al triunfar con sus obras y saltar al gran mundo de las finanzas adivinando qué sucederá antes de que se produzcan los acontecimientos, debe sortear peligros que nunca supuso que iba a enfrentar. La seductora propuesta de Neil Burger logra momentos de suspenso muy logrados, pero el interés decae ante la repetición de situaciones que bien podrían haber quedado en la mesa de edición.
Nobleza obliga, el guionista Leslie Nixon habrá estado un rato largo elaborando esta historia basada en la novela de Alan Glynn. Claramente no es una obra maestra, pero “Sin límites” es de esas películas que, con poco, se diferencian enseguida si se la compara con el resto del cine comercial producido por Hollywod este año. A esto se le suma un muy buen trabajo de casting para la elección de los intérpretes. La narración comienza en el presente con Eddie Morra (Bradley Cooper) al borde de solucionar todos sus problemas tirándose desde la terraza de un rascacielos. Antes de consumar el hecho se apiadará de todos los espectadores narrando (en una muy extensa retrospectiva –que a su vez tendrá algún flasback-) lo sucedido para haber llegado a esa situación. Eddie es un escritor con problemas de inspiración y un adelanto económico de la editorial al que debe responder. Por supuesto que bebe mucho y debe como mínimo el alquiler y otros ítems. Su novia Lindy (Abbie Cornisa) le dice que así las cosas no pueden continuar, y resuelve abandonarlo. Convengamos que todo esto junto desanimaría a cualquiera. El encuentro con su ex cuñado Vernon (Johnny Whitworth) va a cambiar un poco la situación. Anda en algo raro. Van a un bar. Whisky mediante, le recuerda a Eddie (y a nosotros también) que el ser humano usa sólo hasta el 20 % de la capacidad del cerebro. Sin embargo, él anda distribuyendo una pastilla nueva que lo puede potenciar al máximo. Obviamente le deja una, y Eddie, quien ya ha probado de todo y no anda con ánimos de leer a Buscay o a Og Mandino, la ingiere para comenzar otra vida, y abordar la otra parte de la película. Para que todo quede muy claro, y por si los espectadores las estamos usando, digamos un 7%, el realizador Neil Burger le indicó al director de fotografía Jo Willems que ilumine la cara de Bradley Cooper para diferenciarlo cuando está bajo los efectos de la pastilla y es una mente brillante, de cuando no la toma y es un ser opaco y mediocre. Pero recordemos que en Hollywood nada es casual cuando se trata de bajar línea sobre el sueño americano. Los beneficios de la pastilla, efectivamente le permiten terminar su libro en cuatro días, pero además puede aprender idiomas con sólo escucharlos, levantarse a su locataria con sólo escucharla y, sobre todo, lo convierte en un experto en el mercado de valores para ganar y hacer ganar mucho dinero. Así que ya sabe para qué sirve el cerebro si se lo usa en todo su potencial. Saquemos la bajada de línea porque en definitiva la mente puesta en Hollywood necesita otro tipo de pochoclos y este es muy entretenido. Eventualmente llegaremos al presente y seguirá el desarrollo de la historia. “Sin límites” encuentra su vértigo y costado original en la excelente banda de sonido de Paul Leonard-Morgan, la compaginación el Tracy Adams y Naomi Geraghty y el concepto estético más cercano al vidoeclip de MTV que al cine, pero que aquí funciona muy bien como, por ejemplo, respecto a toda la secuencia inicial. Este es un entretenimiento bien filmado y que no se subestima la inteligencia de nadie excepto por un detalle que no hace a la película: La presencia del gran Robert De Niro. No los conté, pero me arriesgo a un total de 8 (quizás 10) lo minutos que cuentan con la presencia del maestro. A decir verdad, el papel que le tocó podría haberlo hecho cualquiera. Imagino una reunión de producción en la que hicieron una “vaquita” para contratarlo por esa cantidad de tiempo, pero esto no es lo importante. Como tantas otras veces, el afiche de “Sin Limites” es bastante mentiroso pues cualquier seguidor de éste actor (independientemente de lo que haga) saldrá literalmente estafado ya que su foto aparece en cartel como uno de los protagonistas. Nada más lejos de la verdad. Dijo tres frases (de taquito por supuesto) y pasó a cobrar el cheque, así que como mínimo le advierto: Si va al cine sólo porque está él, a lo mejor le conviene ver el trailer en Internet. Hemos dicho.
Pastillas para pensar, películas para no tener que molestarse Durante más de 45 minutos, Sin Límites aguanta considerablemente el avance de la trama como para que no se escape oportunidad alguna de mostrar la facha de Bradley Cooper en una serie de escenas de discutible funcionalidad y estética publicitaria. El paso de escritor fracasado a visionario enciclopédico (vía droga ilegal que lleva al máximo las capacidades de su inteligencia) está descripto en repetidas secuencias en las que Cooper pone su cara más irresistible al mismo tiempo que escribe en la computadora como si quisiera vendernos una All-In-One, se codea con el jet set en postales que parecen campañas estáticas de una boutique y derrite salvajemente a las chicas sin que se le mueva un pelo, como en esas publicidades tan abstractas de los perfumes. Una vez que la película decide dejar de exhibir al dandy con un FX pomposo, para comenzar a hablar de los efectos secundarios de la pastilla en cuestión, o de su escasez, y presentar algunos enemigos y obstáculos en el camino de Eddie -el personaje de Cooper-, aparecen varios caminos posibles de recorrer: el liso y llano thriller, la exploración del vanidoso mundo financiero à la Wall Street ochentosa de Oliver Stone, o incluso cierto tratamiento crítico de la cuestión del tráfico y ocultamiento de drogas y medicinas. Lo que quedó es una historia avanzando a los tumbos en un metraje insuficiente, que ignora tecnicismos (el epílogo muestra a Eddie haciendo cosas que la pastilla no debería lograr) y descarta rápidamente a villanos y personajes secundarios que aportaban algo de interés. Las vueltas de tuerca, encimadas y obvias, se divisan a lo lejos sin necesidad de tomarse ni un Fosfovita. ¿Se me permite un apartado personal? Disconforme con limitarme a desdeñar los aspectos de la película para mandarla al diablo en dos párrafos y tres puntos, me puse a amasar una idea que me quedó rebotando, sobre cuál es ese camino que toma Sin Límites una vez que pone el foco sobre los conflictos. Quizá cierta idea de distopía, en cómo Eddie y su enemigo más peligroso (un prestamista ruso de métodos mafiosos), lejos de aprovechar el poder que les da la NZT para emprender algo beneficioso para la sociedad, se dedican a escalar hasta donde puedan la montaña social, sumarle ceros al patrimonio y destruirse entre sí, física y financieramente. Nuevamente, la estética tan canchera de la película entrega estas decisiones como si fueran productos que vender, y como si la mejor manera de alcanzar los objetivos fuera dejar de esforzarse y tomar la bendita pastilla todos los días. Esté exagerando o no, es mejor que una vez terminada esta reseña no le dedique más pensamientos a este desperdicio de celuloide. Y me ponga ya mismo a hacer unos sudokus.
El treintañero Eddy Morra (el cada vez más ascendente Bradley Cooper, de “¿Qué pasó ayer?”) es un escritor fracasado, sin motivación y con pocas perspectivas personales y profesionales cuya vida cambia de repente cuando, en medio de una crisis creativa, un conocido le da una pastilla de NTZ, un fármaco nuevo y revolucionario que permite a su cerebro utilizar todo su potencial. De esta forma, al ingerirlo, su lucidez está al 100%, pudiendo resolver, no sólo su bloqueo, sino sus problemas emocionales, laborales y románticos. A pesar de mantener en secreto la existencia de esta extraordinaria droga, Eddy capta la atención de un multimillonario empresario (Robert De Niro) y de un gángster ruso (Andrew Howard), poniendo en peligro su vida. Es interesante el tratamiento fotográfico del filme, donde ambos “mundos” del personaje (antes y luego de ingerir la droga) se diferencian por la saturación y el brillo de las imágenes. Dirigida por Neil Burger ("The Illusionist", "Interview with the assassin") y basada en la novela "The Darks Fields" de Alan Glynn, este provocador filme rodado en Nueva York y con algunos exteriores en Puerto Vallarta (México) se completa con la presencia de Abbie Cornish ("Bright Star"), una joven actriz australiana que empieza a pisar fuerte en Hollywood, habiendo protagonizado el último filme dirigido por Madonna, “W.E.”, proyectado en el Festival de Venecia. Cornish tiene a cargo una interesante secuencia de acción dentro del filme, con una pista de patinaje sobre hielo como escenario de fondo. Con vibrante ritmo, el filme avanza sin detenerse, hasta llegar a un angustiante climax, para nada predecible, logrando un visionado muy entretenido, para pasar un buen rato.
VideoComentario (ver link).
Éxtasis 3.0 Limitless es la última producción de Neil Burger, conocido por haber dirigido una película que ya se puede decir es un clásico como "El Ilusionista", con Edward Norton en el rol protagónico. En esta ocasión trae una historia con una premisa tan absurda como increíblemente afrodisíaca, en la cual Eddie (Bradley Cooper), un escritor fracasado y sin ganas de vivir se encuentra por accidente con un ex cuñado, un tipo de la noche que trafica drogas y de malas juntas que le ofrecerá una pastilla que le hará vivir lo mejor y lo peor de su vida. ¿Una pastilla que te hace increíblemente inteligente? Así es, ese es el planteo de un thriller que logra superar una idea que resulta a 1ra vista irracional e infantil, para poner en pantalla buen entretenimiento. Acompañan el protagonista y estrella ascendente Bradley Cooper, la Sweet Pea de Sucker Punch Abbie Cornish, como la ex novia de Eddie, y para completar el trío, Robert De Niro, que por estos días se le anima a todo tipo de género que ofrezca el séptimo arte, en esta ocasión interpretando a un magnate de los negocios que contratará a Eddie para acrecentar sus arcas. Como se imaginarán, las cosas no resultan tan bien para el protagonista, que deberá luchar contra los efectos secundarios de la droga y contra el tiempo, para buscar la manera de cumplir con todos los compromisos que se le encomendaron y salir con vida. Creo que de manera creativa se plantea un film entretenido, con muy buen ritmo y que trabaja una cuestión muy atractiva para las personas como el poder de hacer todo lo que deseemos sin esforzarnos demasiado para conseguirlo... ¿A quien no le gustaría poder aprender un idioma en un par de días? ¿o leerse 4 o 5 libros por día sin el más mínimo esfuerzo? ¿Saber que decirle a una chica en el momento adecuado?. Todo eso y más en 105 minutos que están concebidos para entretener sin tener que poner mucho análisis o reflexión. Resalta la labor de Cooper en el rol protagónico, mientras que la de De Niro pasa media desapercibida, al igual que la de Cornish. Otra película que sin ser extraordinaria, cumple con su objetivo, que no es ni más ni menos que hacer pasar un buen rato al espectador, descomprimiendo el cerebro y brindando algunas escenas de acción y suspenso que nos hagan olvidar un ratito de la vida cotidiana, y podamos ser ese tipo que en un abrir y cerrar de ojos sabe hablar Italiano o pelear Kung Fu como Neo en Matrix, que con una enchufada de cable en la cabeza aprendía las técnicas de pelea más mortíferas que existen. Disfrutable y vertiginosa.
Las puertas de la percepción “Si las puertas de la percepción se purificaran todo se le aparecería al hombre como es, infinito”, escribió William Blake en su obra “El matrimonio del cielo y el infierno”; de allí sacó Aldous Huxley el título de una célebre obra, y Jim Morrison el nombre de The Doors. Algo de la cita de Blake estaba en la cabeza del escritor Alan Glynn cuando escribió la novela “The Dark Fields”, sobre la que Leslie Dixon escribió el guión que Neil Burger filmó como “Sin límites”. Pero también algo de la vieja mitología (nacida en los tiempos del propio Blake) del “moderno Prometeo” que le juega con cartas marcadas a la Naturaleza. Mutatis mutandis Eddie Morra es un escritor que no escribe. No tiene trabajo, su novia Lindy lo abandona, vive en un departamento caótico, y encima no se le cae una idea para el libro que tiene prometido a una editorial. En medio de su vida de slacker, se produce un encuentro con un ex cuñado, otrora vendedor de drogas, que le dice que ahora se reformó y trabaja para los laboratorios, o sea para el lado legal del mundo de las drogas. Charla va, charla viene, el tal Vernon le termina mostrando una píldora transparente, que parece una mezcla de éxtasis con pastilla de mentol. Le dice que es una dosis de NZT, una droga experimental, capaz de potenciar las capacidades intelectuales: “¿Sabes que dicen que sólo podemos acceder al 20 % de nuestro cerebro? Esto te da acceso a todo”. Eddie prueba la sustancia, y bajo sus efectos termina dándole una charla de derecho a su casera (recuperando todo lo que alguna vez vio o escuchó de casualidad sobre el tema) y termina llevándosela a la cama. Luego, comienza a escribir su libro como por arte de magia. Sintiéndose poderoso, busca a Vernon para pedirle más NZT, pero lo encontrará asesinado. A pesar de ello, logra hacerse con una paquetito de la droga como para sostenerse un tiempo. El NZT amplía las capacidades de aprendizaje y comprensión, “expande la conciencia” (como si fuese la melange de “Dune”, perdón por la digresión) y permite hacer la “data recovery” de todo la información que alguna vez pasó por los sentidos. Con esta seguridad y recursos, Eddie se produce, recupera el interés de Lindy, empieza a meterse en el mundo de las finanzas, donde se cruzará con el veterano Carl Van Loon, su mentor y futuro rival. Ni siquiera pueden pegarle unos ladrones, porque Eddie recuerda todas las películas de Bruce Lee que vio, y peleas de box, lo que lo convierte en un experto luchador. ¿Qué más puede pedirse? Eddie se siente el rey de mundo, pero comenzará a verse amenazado: por el mafioso ruso que le prestó dinero para invertir; por un misterioso perseguidor insistidor, como un Terminator; por las trampas que parece tenderle el mundo empresarial; por la menguante dotación de la sustancia, y por las sospechas de que no es tan inocua como parece, tanto en su consumo continuado como en su abstinencia. La trama va reuniendo varias de estas amenazas, en una trama de suspenso en la que Eddie tendrá que demostrar si sus capacidades expandidas pueden sostenerlo con vida. El revés de la trama Burger logra plasmar en la pantalla los efectos del NZT sobre la conciencia: desde los “supertravellings” como el que abre la cinta, hasta las “metafóricas” lluvias de letras y números, pasando por los flashes de cosas que Eddie recuerda o la previsualización (casi como en la “batalla mental” de “Héroe”) de una acción física a realizar (como el plan de la potenciada Lindy para escapar del perseguidor). Destácase también una fotografía peculiar, basada en los azules y los ocres, que aumenta la sensación de “desnaturalización”. Por lo demás, la trama está bien montada, con un ritmo narrativo que sube en un crescendo hasta alcanzar el clímax, aunque al final la cuestión se resuelva medio a las cachetadas, quizás sin la profundidad que la trama tenía hasta el momento. Queda también en el medio cierto incidente policial, que pierde en algún momento toda la importancia que podía llegar a tener. Desde el punto de vista actoral, Bradley Cooper logra mostrar las diferentes etapas por las que pasa el protagonista, a medio camino entre el Doctor Jekyll y el Charly de la película homónima (cuyo actor ganador de un Oscar, Cliff Robertson, murió justamente el lunes). Abbie Cornish como Lindy está correcta, y se lucen ligeramente dos secundarios: Johnny Whitworth como el detestable Vernon, y Andrew Howard como el mafioso Gennady, otro ejemplo de cómo la sustancia potencia lo que la persona ya era (casi como el objeto que le dio título a “La máscara”). Párrafo aparte le dedicamos a Robert De Niro: su Carl Van Loon es uno de esos personajes que a él no debería llevarle más de 15 minutos componer, pero supo darle la mesura justa y construir al antagonista ideal en una película sin villanos, o en realidad en la que todos lo son. Dice Carl: “Tus poderes deductivos son un regalo de Dios o del azar o de un tiro directo de esperma o de lo que sea o de quien sea que escribió el guión de tu vida. Es un regalo, no merecido. No sabrás lo que sé, porque no te has ganado esos poderes. Nos matas con esos poderes. Eres descuidado con esos poderes, alardeas de ellos y los tiras por ahí como un mocoso con su fondo fiduciario. No has tenido que trepar todos los peldaños grasientos. No se ha aburrido a ciegas en la recaudación de fondos. No has esperado lo suficiente para tener tu primer matrimonio con la chica con el padre correcto. ¿Crees que puedes saltar por encima de todo en un solo salto. No ha tenido que sobornar o encantar o amenazar para hacer tu camino a un asiento en esa mesa. Usted no sabe cómo evaluar su competencia, porque no ha competido. No me hagas tu competencia”. Finalmente sabremos cómo se resolverá la tensión entre el “artificial” Eddie y el “natural” Carl. Quizás de una manera aparentemente fácil... aunque todo es más fácil cuando el infinito se puede contemplar de un solo vistazo.
Empastillado Eddie es un tipo comunardo que sufre un bloqueo personal que no le permite progresar en su carrera de escritor, hasta que un día se le aparece un ex-cuñado que le obsequia una pastilla para sentirse mejor y recuperar las ganas. Se trata de un nuevo y desconocido medicamento que revolucionaría todo al hacerse público: NZT es su nombre.Pero se sabe que a veces las consecuencias pueden ser graves y definitivas, de allí que nuestro protagonista empieze a creerse un superdotado de inteligencia artificial, capaz de concertar una vida de triunfos en los altos negocios económicos,a la vez que irá intentando esquivar una serie de acosos brutales y temerá por su vida. Bradley Cooper, exitosa figura del actual cine americano carga con la mochila de un personaje peculiar, y consigue una actuación aceptable, que por ratos se muestra exagerada, pero bueno..si el tipo anda empastillado.... De Niro con su piloto automático de confección de personaje fuerte, que se las sabe todas, está correctamente "De Niro" como siempre sucede, en tanto el director Neil Burguer da oficio de llevar una historia simple, entretenida, a vértigo de cine-clip, que no permite más que engancharse con esta trama que entremezcla thriller con algo de minúscula "ciencia ficción". El "Clonazepán" y el "Rivotril" se sabe que se pueden comvertir en vicio peligroso, pero esta es más tremenda.
EL OLVIDO DEL SER (HUMANO) Sin límites ahonda en el problema del conocimiento y sus límites. Bajo este planteo Neil Burguer, conocido por El ilusionista (2006), despliega un relato interesante desde el punto de vista de alguien para quien puede conocer todo menos a sí mismo. Eddie Morra (Bradley Cooper), un escritor que parece haber perdido la inspiración y encontrado la decadencia consume una droga que le da acceso al ochenta por ciento de su cerebro –parece que el resto de los mortales solo acceden al veinte por ciento. En tres días termina su libro, en otros pocos aprende piano, en menos tiempo, de manera autodidacta, estudia administración de empresas, se vuelve millonario y codiciado por magnate (Robert De Niro) para que lo asesore con sus inversiones. La seguridad que da el saber es lo que nos atrapa a poco de iniciarse la película. Se suceden ensoberbecidas secuencias que transmiten bien ese aplomo del que sabe, esa velocidad en la que los datos llevan a lugares eficaces para dar respuestas, resolver problemas, generar ideas. El problema, para Eddie, para la película, y para cualquiera que con o sin la pastilla en cuestión no tenga límites para el saber es precisamente eso: el límite. En cuanto a Eddie, la soberbia que le da el conocimiento le provoca un estado en el que olvida su ser, en todos sus modos como escritor, como novio, como alguien existente y autónomo en el tiempo. El ex escritor parece arrastrado por una fuerza que, arrasa con el tiempo (límite) y que en apariencia, lo encamina como profesional (accede a la cumbre de Wall Street) y como persona (recupera a su novia que lo había abandonado tras ponerse un límite ante la situación en la que vivía su pareja). Hasta aquí la propuesta de Sin límites es que resultaría fantástico poder disponer de todo nuestro sistema nervioso central para conocer de manera absoluta, divina. Según las acciones de Eddie, podemos inferir que en su cerebro no se hallaba disponible ningún tipo de Ley, ni siquiera el viejo y querido principio moral de “haz el bien, evita el mal”. Ante esta carencia no hay nada que transgredir, aquí aparece el primer punto negativo del personaje. Al no haber ninguna lucha, nos encontramos con una propuesta lineal por demás. No hablamos de coherencia del personaje, cosa que parece existir, ya que si no hubo Ley (por tradición, por educación familiar, por religión, por respeto por el otro) le es propio conocerse ilimitado; sino de una suerte de devenir del protagonista por acumulación, no por sorteo de peripecias, aunque fuesen conflictos con el límite interno, ya que pedir problemas con los externos, aunque se le presentasen como nuevos, sería demasiado. La situación frente a la que nos ubica el límite debería ser un interrogante en sí misma. Que Eddie nunca lo encuentre también merecería cuestionamientos para que la película no se quedara en esa vorágine rectilínea de frenéticos zooms, provocada por la ambición y la soberbia de quien no puede definirse pero eso no le representa un conflicto. Sin límites podría, entonces, estar bien planteada desde un personaje que no encuentra límite para su saber, que no puede decir nada sobre él. La situación cambia cuando se lo quiere justificar, por usar una droga y no saber “legítimamente”, ya en el apogeo de su carrera, mostrando que realiza donaciones para ayudar a los más necesitados. Remarcar este falso cambio del personaje es apostar por una linealidad narrativa que la aleja de lo que podría haber sido un planteo interesante ante el problema del conocimiento y el límite humano.
Una ayudita para las neuronas Neil Burger abre su relato en un punto muy alto: el protagonista está a punto de suicidarse y, al parecer, ha decidido tomar esta determinación antes de caer en manos de unos asesinos a sueldo. En ese trance, Eddie Morra repasa los últimos meses de su vida, en los que ha vivido experiencias singulares. Gracias a este racconto, el espectador se entera de que este escritor al borde del desastre personal y profesional logró resurgir gracias a unas maravillosas píldoras que le proporcionó su ex cuñado, y que le permitieron desarrollar de manera extraordinaria las potencialidades de su cerebro. El problema es que la reserva de las milagrosas pastillas no es infinita y que, poco a poco, protagonista y público van cayendo en la cuenta de que los efectos secundarios pueden ser letales. Mientras tanto, el nuevo talento de Eddie ha trascendido el mundo de la literatura y se ha trasladado al plano de los negocios multimillonarios, gracias a los cuales ha logrado una envidiable fortuna. Todo esto ha llamado la atención de un poderoso magnate, quien quiere contar con sus servicios para intentar la fusión comercial más grande de la historia. Y ahí es donde los problemas del escritor se magnifican casi en la misma proporción en que se ha incrementado su capacidad intelectual. Burger maneja los elementos de este interesante planteo con buenos recursos cinematográficos; arma un relato afirmado en la tensión y la intriga, para lo cual se apoya en el buen trabajo de Bradley Cooper (foto, protagonista casi excluyente) y en los sólidos aportes de De Niro (el magnate que pretende aprovechar la capacidad sorprendente del escritor) y de Abbie Cornish (la novia sucesivamente harta y nuevamente interesada en Eddie). Pero quizá soslaya aspectos interesantes que abre el planteo, para entregar un enfoque casi superficial. Con todo (y no es poca cosa), logra un producto ameno y atractivo, en el que el entretenimiento está garantizado en las casi dos horas de proyección.
Montaña rusa. Existe en este mundo una pastilla maravillosa. Supongamos que, y para explicar mejor sus efectos, un hombre la ingiere; automáticamente y al cabo de unos segundos, su cerebro es estimulado de tal forma que es capaz de hacer y resolver cualquier desafío que se proponga. El famoso 20% del cerebro que usamos comúnmente los humanos, se trasforma en un 100%. Supongamos, una vez más, que este hombre es además un escritor fracasado y deprimido al que, luego de ingerir la pastilla, no solo le es fácil escribir de forma rápida y eficaz sino que además puede resolver cualquier situación que implique cierta dificultad como cuestiones económicas, lógicas o de fuerza física, logrando destacarse enormemente entre las personas (incluso especializadas) a su alrededor. Ese hombre y protagonista de esta ficción se llama Eddie Morra y si bien podría ser un nuevo superhéroe, es más bien el anti-héroe protagonista de Sin límites, una película sobre el poder de la mente. El director Neil Burger compara en una entrevista el recorrido del personaje principal a través de sus decisiones y acciones (y nuestro seguimiento de ese trayecto como espectadores) con una montaña rusa. En sí misma, Sin límites toda también podría serlo; solo que en este caso, el recorrido sería a través de las decisiones tomadas (principalmente) por su director. No hay dudas, por un lado, de que la trama funciona como base muy sólida para el film, pero Burger la procesa y la configura en algo aún más hipnótico hasta en sus mismas mínimas partes. La iluminación enteramente puesta en función del momento dramático, el montaje y los efectos especiales, dan vida propia a un relato que, impecablemente protagonizado por Bradley Cooper, se muestra realista, tangible y que hasta por momentos regala instantes únicos, de esos que marcan la memoria. Si no son esos instantes en los que Burger inyecta las mayores cantidades de adrenalina, entonces aparecen otros en los que el director pareciera, al mando de la montaña rusa, detener los carritos por unos segundos, aunque mas no sea para luego reírse del desconcierto de los pasajeros. Tal es el caso de la escena en la que Eddie Morra llega al departamento de su amigo recién asesinado y, sospechando que los criminales aun siguen allí, entra una crisis nerviosa. Desesperadamente, agarra un palo de golf y se esconde tras una pared, plano al que le sigue uno desde un placard cercano, simulado una mirada subjetiva. La tensión se desvanece en cuestión de segundos y contra todas las expectativas, puesto que los asesinos ya se han ido de ahí. Otra situación similar se genera cuando Eddie salta desde un precipicio hacia el agua, momento en el que el lenguaje visual del plano (aguas cristalinas, atardecer con un sol gigante, etc.) y la voz en off del protagonista (habiendo encontrado un propósito mayor que el de escribir libros) producen un efecto similar. Si había algo de espiritual o ecológico en lo que esa imagen transmitía, la sospecha se quiebra en el siguiente plano: el verdadero propósito de Eddie Morra, revelado de manera espontánea ante aquel hermoso paisaje, es el de ser un economista. Otra vez la sugestión alimentada a través de lo visual-sonoro, que luego se desvanece a través de la sorpresa. La adrenalina que Burger maneja, agrega y quita en dichas escenas dejan entrever la apuesta al riesgo y el reto a la comodidad del espectador que, sumado a las pocas pero efectivas cuotas de humor y a un estilo visualmente poderoso, hacen de Sin límites una película muy entretenida. Incluso después de un pequeño mareo (desatado por un final abiertísimo, quizás algo decepcionante), y tal como en el fin del recorrido en una montaña rusa, aparece ahora una única sensación: las ganas de volver a subir.
Eddie Mora (Bradley Cooper) está parado, haciendo equilibrio en la cornisa de un rascacielos, a punto de venirse abajo. Mira hacia atrás y ve que en el interior de su departamento hay un cadáver. Es apenas el comienzo de uno de esos thriller cargados de información. Escritor con bloqueo crónico, su vida dará un vuelco cuando conozca el NZT, medicamento revolucionario que le permitirá aprovechar su potencial al máximo. Apenas inicia el tratamiento, Eddie es capaz de recordar todo lo que ha visto, leído o escuchado hasta ahora, domina cualquier idioma y está listo para resolver ecuaciones complejas. El asunto se complicará cuando sus hazañas alerten a un magnate, responsable de una megacorporación. Una especie de villano elegante y seductor, en procura del poder absoluto (Robert De Niro, muy cómodo en el personaje). El film nos sitúa en un contexto donde todo parece estar bajo control, pero nadie es confiable. Un espacio enrarecido.
Abro los ojos, veo las puntas de mis lustrosos zapatos italianos, debajo de ellos el asfalto pero a 25 pisos de distancia, cercioro que mis talones estén sobre algo firme . Escucho golpes y gritos detrás mío, miro hacia atrás, solo un poco, no quiero perder el equilibrio, es mi departamento están tratando de entrar en el de manera no muy amistosa. Me encuentro parado en el borde de mi balcón terraza , miro hacia abajo nuevamente, es un paso hacia atrás y esperar lo que ellos tengan preparado para mi o un paso adelante y una muerte de solo unos segundos … esta claro que algo calculé mal .. Desde este punto nos adentramos en la vida de Eddie (Bradley Cooper) un escritor con serios problemas de creatividad y constancia al encarar sus proyectos. Hasta que un día, mal que le pese, se encuentra con su “exitoso” ex cuñado, este luego de una pequeña charla, viendo que Eddie sigue descarriado y con problemas para terminar su libro , le ofrece una pastilla muy pequeña y transparente que le permitirá utilizar su cerebro a su total capacidad y pudiendo recordar cualquier información recibida a lo largo de la vida. Claro que algo con tal beneficio tiene su costo y en este caso el costo no es sólo monetario. El director Neil Burger, nos mete en una montaña rusa visual y narrativa, Bradley Coopper interpreta los distintos momentos de la vida de Eddie a la perfección, mostrando que puede interpretar cualquier papel (en el film le cuento 4 estilos de personaje distintos y todos realizados de manera perfecta) y Robert de Niro hizo su parte de taquito, creo que de la cintura para abajo estaba en calzones y pantuflas. El film entretiene y te mantiene tenso, quizás en el último tramo decaiga un poco, pero eso no logra hacernos salir desanimados del cine. Abro los ojos, veo la crítica, la leo y me doy cuenta que las pastillas de “Sin Límites” no existen… todavía.
Al infinito y más acá… Un escritor (Bradley Cooper), que sufre una crisis de creatividad, prueba un día una nueva droga que lo pone en condiciones de usar al máximo todas sus facultades mentales. Un poderoso financiero de Wall Street (De Niro) siente una extraordinaria curiosidad por averiguar qué se esconde detrás de tanto éxito... Lo peor que le puede pasar a un escritor es quedarse sin inspiración, y sin plata, y sin amor… Bueno, estas cosas le suceden a Eddie Morra (Bradley Cooper), un escritor frustrado que tiene un contrato con una editora que no puede cumplir porque las palabras no aparecen. Un buen día aparece su ex cuñado y de casualidad le regala una nueva droga (o mejor dicho psicofármaco) llamada NTZ que promete permitirle utilizar el 100% de su capacidad mental. A partir de ese momento su vida cambia por completo, y así también la película. En un giro destacable del director Neil Burger (El Ilusionista) el mundo se vuelve más brillante para Eddie (y para nosotros) y comienza esta nueva experiencia mental y física. Lo más destacable sin dudas es la estética del filme, permitiéndonos extasiarnos con esta nueva droga y al mejor estilo “Requiem para un sueño” degustar un poco de estas sensaciones hasta sentirnos parte. Sin embargo, en esta vorágine de imágenes el director no logra mantener el hilo final de la historia y cae en facilismos que nos recuerdan a otras películas como “Crank” o “¿Qué paso ayer?”. Por otra parte, la película cuenta con la brillante participación de Robert De Niro, quién con sus esporádicas apariciones logra mostrarnos que su sola imagen basta para hacernos creer el personaje que se proponga. Una buena propuesta, con un interesante desafío, buenos efectos visuales y actores acordes a sus papeles, un filme entretenido que desafortunadamente no termina de definir su género cinematográfico. Sin embargo, debo admitir que no esperaba absolutamente nada de este filme y, por ende, no pudo desilusionarme. Es por eso que lo más recomendable a la hora de abordar “Sin Límites” es justamente eso, sentarse a disfrutar y permitir que la película nos sorprenda. Vale la pena, de vez en cuando, simplemente entregarse a este tipo de ofertas hollywodenses.