Mágica y melancólica sinfonía cinematográfica Para dar comienzo a una obra extraordinaria, un bello prefacio que podríamos declarar como una carta de amor al cine mudo: el blanco y negro, el formato 4:3 y una típica partitura de piano. Luego, Tabu se divide en dos etapas: la primera en la actualidad de Lisboa, en dónde la historia se refleja en los últimos días de Aurora (excelente actuación de Laura Soveral), mientras que la segunda, el film retrocede temporalmente unos sesenta años atrás para comprender el pasado de la ahora joven protagonista (Ana Moreira) y su vida en una granja dentro de una colonia portuguesa, que se podría denominar geográficamente en África...
Narrada en blanco y negro, Miguel Gomes propone aquí un pequeño viaje por la historia, un cuento de amor diferente, con una primera parte que roza la parodia, y con un final que pone a prueba su originalidad y sus muy interesantes maneras de relatar el argumento, y de relacionar los hechos con el pasado de su país.
Todo al servicio del cine alrededor de una gran historia de amor imposible. Una de las experiencias más gratificantes. ¿Por qué? Porque lo tiene todo. Comienzo blanco y negro, como un film de Flaherty: un explorador ha perdido su corazón en medio de la selva, no obstante el fantasma de una mujer lo visita cada tanto, mientras la compañía de un cocodrilo mitiga su soledad. Primera parte: Paraíso perdido. Una buena mujer que vive sola en un edificio tiene enfrente de su departamento a una anciana muy bella que vive con una mucama negra. Poco a poco ésta se convierte en el único interlocutor válido de su vecina, quien pierde por obedecer a un sueño, el dinero que una hija ausente le envía todos los meses. El humor atraviesa sutilmente esta primera parte, hasta que la anciana se enferma y por medio de una carta le comunica a su vecina que vaya a buscar a un hombre. Segunda Parte: Paraíso. Con una voz en off un hombre va a revivir su pasado, y con él una gran historia de amor imposible. Relato que cerrará el comienzo y la primera parte, donde sobran aventuras, amor, pasión, intrigas, creatividad por todas partes, pero colocada en el justo tiempo y lugar. Relatos, relatos, como cuentos, como fábulas, cocodrilos, música, todo al servicio del cine alrededor finalmente, de una gran historia de amor imposible. Unite al grupo Leedor de Facebook y compartí noticias, convocatorias y actividades: http://www.facebook.com/groups/25383535162/ Seguinos en twitter: @sitioLeedor Publicado en Leedor el 17-04-2012
Aurora es el eje de una película en dos partes, Paraíso y Paraíso Perdido, que transcurren en dos momentos distintos de la vida de ella. La primera parte narra sus últimos días, la segunda, es sobre su juventud, contada en tercera persona por la última persona que Aurora pidió ver. Ahora bien, el encanto del film no pasa por su historia, aunque es por demás interesante, sino por sus formas. Rodada en blanco y negro, y en 4:3, con grandes reminiscencias al cine silencioso de décadas pasadas, la película pasa por distintos géneros y estilos, sin perder una identidad propia, pues todo depende de la mirada de quién esté narrando en ese momento la historia...
Revelación Pocas veces queda tan en clara y con una sóla película la grandeza de un director. Miguel Gomes es un cineasta portugués, un mal estudiante en general -según sus propias palabras- y un prestigioso crítico de cine que continúa una tradición de consagrados cineastas que también fueron críticos (Rohmer, Truffaut, Godard). En realidad Gomes ya había filmado A cara que mereces (2004) y Aquel querido mes de agosto (2008), que este cronista aún no vio (aunque reparará esas faltas con presteza) y entrega aquí una bellísima historia sugerente, humana, poderosa y rica en significados. Dividido en dos episodios, el personalísimo planteo está filmado integramente en blanco y negro, aunque en distintos formatos: la primera parte fue filmada en 35 mm y la segunda en 16 mm, notándose esa diferencia en el cambio sustancial en la granulación de la imagen durante la segunda mitad. El primer episodio se ubica en Lisboa, en la actualidad. Una mujer está preocupada por la situación de su anciana vecina, quien se ve afectada por su propia ludopatía y por importantes delirios paranoicos. Arribada la segunda parte, esta historia es abandonada por completo y se plantea un inesperado salto hacia atrás, cincuenta años antes, situándose la acción en Mozambique, colonia portuguesa, en un contexto político y moral absolutamente diferente (notar el contraste entre las preocupaciones sociales de la protagonista durante la primera parte y el desinterés total generalizado en la segunda). Además de ser un homenaje inmenso al cine clásico -Tabú es también el nombre de la ficción-documental filmada conjuntamente por dos de los más grandes: F W Murnau y Robert J. Flaherty- la película plantea un brillante juego de confrontación entre una historia y la otra, planteando una exploración sobre el amor, sobre la percepción del paraíso (los únicos paraísos son los paraísos perdidos, decía Borges), acerca de la juventud y la vejez, y de cómo muchos nos olvidamos que detrás de esta vino aquella, marcándola a fuego con traumas, culpas y tabúes que determinan la personalidad.
Tren de sombras Como las anteriores películas de Gomes, Tabú presenta un relato absolutamente imprevisible dividido en dos partes. La primera, que sigue en tiempo presente los últimos días de la vida de Aurora con una bella alusión a la soledad y al paso del tiempo, desemboca en un extraordinario relato en el centro del África colonial, escenario de intrigas, aventuras y amores prohibidos entre Aurora y Gianluca Ventura. Mediante una transición sonora fascinante, el tiempo de la juventud queda impregnado por la vejez y la muerte. Las palabras de los personajes que se fueron con Aurora se perdieron para siempre, sólo quedan los sonidos de la selva y algunos temas musicales cuya carga emocional basta para rememorar el desgarro de la separación de los amantes. Paraíso perdido. Tabú comienza en el cine: un explorador con el corazón roto se deja devorar por un cocodrilo para reunirse con el fantasma de su amada. Quien observa la película es Pilar, una mujer soltera de mediana edad que encuentra en el cine el último refugio a su desamparo. Sus vecinas son Aurora, una anciana fantasiosa, y su mucama malhumorada. Aurora es una suerte de diva venida a menos, perdida en Lisboa entre fantasmas y recuerdos incoherentes de África. El montaje urbano abre un multitud de posibilidades narrativas y las deja en suspenso. Los planos de la ciudad, de una belleza irreal, son la expresión libre de un arte sin complejos, tan lejos de la tarjeta postal como de los lugares comunes del realismo social de mucho cine periférico. Pilar está en el centro de este melodrama moderno en el que todo parece haber fracasado hace mucho tiempo. La mujer se inclina sobre su balcón mientras la ciudad celebra el año nuevo; los golpes metálicos suenan como un eco lejano del cataclismo emocional que curva su silueta. Al igual que el equipo de rodaje de Aquel querido mes de agosto, Pilar espera la epifanía mientras se ocupa de historias secundarias. Paraíso. Tabú se desliza hacia su segunda parte con las raíces sólidamente sujetadas en la primera. Las digresiones de la vieja Aurora, tomadas como señales de demencia senil por sus amigas, son el tejido que constituye una parte de la mitología del relato africano. Por los canales secretos de la memoria circulan de un polo al otro una multitud de motivos, figuras y músicas; pero las dos partes de la película se distinguen claramente tanto en la imagen como en el sonido. Los diálogos se esfuman, la voz apacible del viejo Ventura susurra los fabulosos sucesos del pasado en un África fantasmal llena de artificios y tiempos entrecruzados que jamás perturban la superficie dramática. Los personajes derraman sus lágrimas sobre un lamento Pop que aún está por escribirse, mientras los mozambiqueños cruzan los decorados como espectros residuales de otras épocas del cine. El amor que une a Aurora con Gianluca es el que se dibuja en las nubes. El lirismo Gomes no se puede abordar frontalmente, es necesario buscarlo por sus contornos para alcanzar el corazón. En una escena tan asombrosa como inquietante, los amantes miran a cámara y parecen escuchar lo que se cuenta de ellos en el futuro. Miguel Gomes demuestra que se puede llegar a la memoria del mundo a través del cine. El director encadena los distintos relatos con lo que cuentan sus personajes, con cartas, libros, leyendas y profecías, con viajes en el tiempo y en el espacio, con rupturas de tono y mezcla de géneros. Tabú es una sublime historia de amor imposible que invoca a la poesía, a la literatura y al cine mudo; una película leve y encantada, con un nostálgico Be my baby resonando en la memoria de los amantes bajo la mirada de un cocodrilo melancólico.
Oda al relato cinematográfico El nombre de Miguel Gomes llegó a la cinefilia local gracias al Bafici con una bellísima película Aquel querido mes de agosto (2008). A partir de ese grato descubrimiento surgió la necesidad de investigar sus orígenes y el dato relevante sin lugar a dudas estaba circunscripto por su carácter de crítico cinematográfico antes que director de cine. La referencia no es antojadiza y tratándose de Tabú, su último opus estrenado ahora comercialmente en salas porteñas, mucho menos aún porque sobrevuela el fantasma de aquel film del año 30, de tono antropológico en sociedad entre F. W. Murnau y Robert J. Flaherty, dominante en la primera parte -o capítulo- bajo el título Paraísos perdidos, cuyo extraño formato de 4:3 genera en el espectador sensaciones diversas, así como el poder hipnótico de las imágenes en blanco y negro complementadas con un texto de una riqueza literaria admirable. Allí, la voz en off, en contraste con un registro más afín con el cine mudo que con el sonoro, recupera la fuerza del mito o la leyenda para narrar en breves fragmentos una historia de amor protagonizada por un cazador y el espectro de una mujer que lo convoca a los confines del mundo y lo condena a la eterna melancolía, simbolizada en la figura de un cocodrilo que lo enguye. Y es la melancolía, por ende el recuerdo y la memoria, precisamente el nexo con la segunda parte de este sugestivo relato la que abre el abanico a diferentes capas narrativas que irán aflorando a la superficie y a un ritmo sostenido para desplegar otra historia de amor donde la principal protagonista es Aurora (Laura Soveral en su faz de anciana y Ana Moreira en su etapa juvenil), primero en un mustio presente que recorre los últimos días de su vejez y luego en retrospectiva hacia su juventud en una colonia portuguesa de Mozambique, tironeada por el amor irrefrenable de un amante aventurero, Gian Lucca Ventura (Carloto Cotta cuando joven y Hernique Espiríto Santo de anciano), y un marido que no merece semejante traición (Ivo Muller). Es a través de la mirada de Gian Lucca y de su evocación de Aurora y de ese pasado idílico, a la vez que trágico, donde se desarrolla por un lado la tragedia romántica devenida del triángulo amoroso con la particularidad formal de que imagen y sonido no presentan correspondencia, es decir entre lo que se escucha y lo que se ve no hay una relación dramática pero sí cinematográfica. En ese sentido el término de “tabú” podría relacionarse entre otras cosas con aquello que está vedado o lo que se oculta y se vincula estrechamente con lo secreto; que se resignifica en el film de Gomes al apelar como recurso narrativo a la ausencia del sonido directo para reemplazarlo con un discurso más interno o más precisamente una voz en off que cumple la función de lo que significaba el intertítulo para una película muda, que narra en tercera persona a los personajes e intercambia narradores en relación con la primera parte en la que Aurora se construye desde el punto de vista de su vecina Pilar (Teresa Madruga) y su mucama Santa (Judite Evaristo), a quien ella acusa de estar influenciada por las fuerzas oscuras y paganas al sentirse indefensa y abandonada por una hija –siempre fuera de campo- que jamás aparece y presa de un castigo por sus pecados del pasado. Tabú condensa metatextualmente lo cinematográfico con lo literario, aspecto formal que para un lenguaje esencialmente visual (de ahí la conexión intertextual con el cine mudo ya mencionada) la introducción de un texto en off generaría más ruido que armonía pero que en este desafío modifica satisfactoriamente la percepción y en un segundo plano el prejuicio que predica que la literatura y el cine no pueden enamorarse sin traicionarse, por lo que se considera a esa unión antinatural también como un tabú. Con Tabú Miguel Gomes supera a su Aquel querido mes de agosto en cuanto a propuesta cinematográfica per se y reescribe de cierta forma y sin pretensiones ni arrogancia alguna un más que interesante capítulo del cine moderno que se nutre de dos orígenes: el primitivismo de la imagen y el poder de la imaginación para acompañarla en esta oda al relato cinematográfico.
De paraísos eternos Desde previas informaciones misteriosas y escenas suspendidas, la pantalla se tiñe de un blanco y negro desgastado y luminoso; un piano convoca melancolías de ensueño y un alma explora los confines del mundo para olvidar (o seguir encontrando) a su amor perdido: así empieza a suceder eso que no sospechábamos que es Tabú. La película se articula en dos partes. Primero la sombra, El paraíso perdido- lo que fue y no fue, lo que ya no es. En un principio se nos presenta un mundo de consecuencias, de vejez y rutinas alteradas por viejas historias; un eco de situaciones latentes del pasado. Los últimos días de Aurora, una impredecible y casi delirante anciana adicta al juego; la silenciosa, rotunda compañía de Santa, la visión externa y crecientemente involucrada de Pilar. La constante presencia del cocodrilo, la sombra de todos los relatos. Contemplamos vidas constantes, vidas y situaciones comunes salpicadas con mínimas aventuras. Los personajes jóvenes aparecen pero escapan, deciden no involucrarse o simplemente se desencuentran. Asistimos a los desvaríos de Aurora a través de su vecina, nos identificamos como espectadores en Pilar, que es casi una cámara, un ojo infiltrado, una recepción necesaria para cualquier noción de historia, de anécdota, de película. Vemos, escuchamos, incluso imaginamos a través de ella. En su posición de testigo, una pasión enterrada por los años resurge y forma una historia que, en una especie de retroalimentación, crea o justifica el presente inicial (en el cual el personaje de Pilar existe). Desde los últimos momentos de Aurora, comienza a crearse un nexo entre dos mundos, dos tiempos se mezclan en las deformaciones o posiciones de los personajes. Una agoniza viviendo sus mejores pasados mientras otras la acompañan y la contemplan desde lo inmediato. Así surge un nombre, un último deseo trágicamente destinado al desencuentro (un deseo eterno). A su muerte la sobrevive su recuerdo, que la esclarece y la hace renacer a través de las palabras de Mario. Pilar y Santa reciben este regalo, esta aventura y explosión de imaginaciones. Entramos entonces en los mundos de la memoria, en el Paraíso de Aurora (o de Mario). La memoria se almacena en imágenes, y el recuerdo las articula en palabras. En la condición esencialmente visual del pasado más remoto, se alza el monte Tabú, y a sus pies se desencadena una historia de conflictivas pasiones triangulares. Vemos a una Aurora bella y joven, llena de vida, galardonada en la cacería, viviendo en una granja sumergida en Mozambique. Casada. Embarazada. Y sorprendida por una atracción incontrolable hacia Mario. Entre infidelidades, plenitudes, tensiones y muerte, el deseo se culmina y se condena. Ya no escuchamos los diálogos (sólo voces en off y ruidos ambientales), las bocas sólo se mueven porque las palabras exactas se perdieron, pero viven como un esqueleto fantasma en las acciones y reacciones. El relato de la historia no exige entonces las palabras originales, pero vive a través de la palabra (explícita o implícita). Se gesta así un lenguaje completo del recuerdo, opuesto al actual y diario de la primera parte. Culmina una historia que da razón a la anterior, que parece pasada pero que es también una continuación. Así como el sol se oscurece y parece morir para luego reaparecer tenue y renovado, la historia de Aurora trasciende la muerte, porque no muere, porque se inmortaliza, ya sea en el recuerdo de una mente melancólica, en un relato, o en un cocodrilo.
Historias extraordinarias Una película tan increíble de ver como difícil de describir y explicar el placer que genera. Empecemos por la historia o estructura narrativa. El largometraje tiene un prólogo, una especie de cuento/fábula que introduce en tema y forma a lo que va ser el film: una combinación de lo fantástico, lo surreal, lo cómico y lo emotivo. Es la historia (relatada por el propio Gomes desde la voz en off) de un explorador del continente africano, muy angustiado por la muerte de su mujer y perseguido literalmente por su fantasma, que termina tirándose a los cocodrilos y acaso, sólo acaso, reencarnando en uno de ellos. En blanco y negro y el clásico formato cuadrado del cine clásico y la televisión (1:33/1), el corto juega con el choque entre la voz sincera y seca del relator y los sucesos algo absurdos que se van narrando, pero sin llegar nunca a la parodia, una zona que Tabú logra evitar en todo momento. La película viene a Lisboa y a un tiempo que parece ser el presente, aunque mantiene el formato y el blanco y negro. Esta parte de la historia tiene tres personajes: Aurora, una vieja bastante cascarrabias y paranoica, que tiene una relación muy curiosa con su mucama caboverdiana, Santa, quien vive con ella y la cuida, pero a la que maltrata cada vez que puede. Aurora tiene un bizarro sueño con monos peludos (sí, no pregunten) y, siguiendo ese sueño, pierde todo el dinero en el casino de Estoril (dinero que le da su hija, que la mantiene pero nunca la visita). Y la que está ahí también para sostenerla es Pilar, su vecina, una mujer algo solitaria y con aspecto de “buen samaritano” que tolera los comportamientos cada vez más paranoicos de Aurora. Esa primera parte del film, titulada Paraíso perdido, se centrará en estos tres personajes a lo largo de unos días: los intentos de Pilar de salir con un “amigo”, su participación en causas sociales y su relación con la “extraña pareja” de su mismo edificio. Aurora se volverá cada vez más demandante, mientras la estoica Pilar intenta leer Robinson Crusoe y soportar los embates de la vieja, que cree que la tiene embrujada. El final de esa sección (que no revelaremos) dará paso a la siguiente, que transcurre mucho tiempo antes (promediando los años ’60, según parece, aunque el combo temporal será difícil de seguir del todo a partir de referencias culturales bastante descabelladas que irán apareciendo) y que muestra a Aurora, joven y bella, una gran cazadora que vive en una casona en la ladera del Monte Tabú, en Africa, recién casada con su marido. El film será, como en el prólogo, narrado por una voz en off (en este caso de Gian Luca Ventura, un hombre de origen italiano que tendrá su parte importante en la historia) y desaparecerán los diálogos. Esto es: habrá sonidos ambiente, se escuchará tanto música incidental como música tocada en el lugar (Gian Luca y su amigo Mario integran una banda que, digamos, tiene éxitos con covers de temas de The Ronettes como Be My Baby o Baby I Love You), pero no los oímos hablar. Sí, un poco como El artista, pero esto es totalmente otra cosa… La historia de esta parte (que se titula Paraíso, invirtiendo el orden del Tabú, de Murnau, y rodada en Mozambique) involucrará, principalmente, a Aurora y a Gian Luca, que tendrán un affaire amoroso allí, mientras el marido de ella viaja, y con los peligros que la situación conlleva por otras cuestiones que tampoco revelaremos. Esto, sumado a cocodrilos que se escapan, éxitos pop cantados en castellano, portugués y por… The Ramones, además de otras variopintas situaciones, harán el aporte visual al que hay que agregarle una pata fundamental que es el relato y la lectura de cartas que, mayormente, se escuchan en la voz de Gian Luca y que, como las del explorador del principio, tienen un tono romántico, nostálgico y bastante triste. La película, y particularmente estas partes, me hicieron acordar mucho a Historias extraordinarias, de Mariano Llinás, en la manera en la que texto e imagen se complementan, en cómo la voz va llevando al espectador a atravesar situaciones cada vez más absurdas y enrarecidas sin perder jamás la honestidad, la sinceridad emocional en el relato. Hay algo en el choque ese que funcionaba bien allí y lo hace también acá: el texto poético pero realista (especialmente en su tono) otorga a los delirantes hechos que se narran una suerte de plataforma sensible, una conexión emotiva, que hace que ninguno de los dos se dispare por su lado del todo. Por más bizarras que puedan ser las situaciones, se sienten como reales y esencialmente tristes y hasta conmovedoras. Eso, en parte, la convierte en una gran película. Claro que no es todo ya que las imágenes creadas por Gomes (y el director de fotografía Rui Pocas, que hizo Aquel querido mes de agosto y Morir como un hombre, nada menos) son de una gracia y un lirismo a la altura de los maestros del cine mudo con los que la película conversa/dialoga. Pero resulta difícil desarmar del todo a una película como Tabú. Hay algo en ella que es mágico -especialmente la segunda parte, que tapa un poco a la primera-, que envuelve al espectador en una especie de recuerdo africano colonial pero en un mundo paralelo, en el que todo es “bigger and weirder than life” y donde el sentido del romance y de la aventura resultan los motores esenciales.
Miguel Gomes es un director que ha sabido cautivar a su público con grandes historias, pero sobre todo por la manera en la que estas son filmadas. En este, su tercer largo, después de la logradísima “Aquel querido mes de agosto”, vuelve a la carga con lo que mejor sabe hacer, lograr una mixtura entre historia e impacto de imagen. “Tabú” se divide en dos capítulos, y perfectamente podrían tratarse de dos mediometrajes separados, aunque uno tenga correlación directa con el otro. En el primero, Paraíso Perdido, Pilar (Teresa Madruga) es una mujer filántropa que se dedica a varias obras de caridad y se relaciona, casi como una de sus labores, con Aurora (Laura Soveral) una anciana senil, perdida en sí, con delirios varios, que acusa tener una hija que no la visita, y siente que su criada proveniente de Cabo Verde, Santa (Isabel Cardozo) la hostiga, le hace daños a propósito. La historia se centra en la peculiar relación entre las tres mujeres, Aurora parece tener mucho para contar y Pilar muchas ganas de escuchar. Pero Aurora se está apagando, y así entramos al segundo capítulo, Paraíso, tras la muerte de la anciana, Pilar y Santa descubren una historia oculta del pasado que sucedió en las lejanas tierras africanas, en el monte Tabu, y ahí el film da un giro radical. Una Joven Aurora (Ana Moreira) se instala en una colonia portuguesa del lugar en momentos previos pero muy cercanos a la independencia junto a su marido; allí, el hombre tiene una banda de música contemporánea, y uno de los músicos es Ventura (Carlotto Cota) un hombre sin dudas cautivador que de inmediato se transforma en amante de Aurora desatando hechos terribles que llevarán a la tragedia. La diferencia entre el primer y el segundo capítulo es sustancial. Si bien en ambos se maneja una cuidadísima fotografía en blanco y negro; en el primero lo que prima es la calidez de la relación, se marcan bien las personalidades de las mujeres y sus diferencias y encuentros, casi como un drama femenino. En el segundo, impera el relato en off sobre las cartas que dejó Aurora o Ventura, y un mundo entre aventurero, riesgoso y onírico, capaz de albergar una pasión imposible de contener a la vez que hacernos vivir momentos de tensión con un cocodrilo como mascota y el peligro rondando en la esquina, además de inmiscuirse en los avatares del momento histórico. Es como mezclar un film de Rodrigo García con una producción de la Warner de los años ’40, esas aventuras de caballeros y damiselas que afrontan riesgos y se enamoran de manera prohibida. El resultado, impacta, pero a la vez descoloca. Gomes busca un sentido estético en su obra, y “Tabú” está plagada de imágenes que son íconos, en donde las palabras sobran, y todo se expresa en los detalles. A esto hay que sumarle una magnífica banda sonora que mezcla constantemente “Baby, I Love You” de The Ramones, con la versión en castellano “Tu Serás mi baby” por parte de Les Surf, y otras grandes canciones de todos los tiempos, un punto altísimo del film. “Tabú” es un film críptico y abrumador, la suma de todos los elementos con los que juega su director a algunos puede maravillar y a otros puede sobrepasar. Sin dudarlo estamos frente a una experiencia de esas que no todos los días nos cruzamos en pantalla, y si uno es un espectador arriesgado, bien vale la apreciación de esta obra en una gran pantalla, puede resultar algo único.
De amores y cocodrilos Luego de darse a conocer mundialmente con Aquel querido mes de agosto (2008), el realizador portugués Miguel Gomes entrega con Tabu (2012) un relato fascinante, único. Con un extraño prefacio comienza el film de Miguel Gomes. Un explorador, ante la imposibilidad de soportar la pérdida de su mujer, decide dejarse comer por los cocodrilos. Más allá de esta elección truculenta, la película nunca lleva al relato hacia una zona revulsiva. Podemos decir, en cambio, que la de Gomes es una historia casi fabulesca. Un cuento complejo y a la vez sencillo. Secuencia a secuencia, Tabu deja una estela de misterio que lo enviste de una melancólica seducción. La película retoma formas cinematográficas anacrónicas (el blanco y negro, el formato 4:3, la voz en off) y produce un extrañamiento casi lúdico, como ocurría con Historias Extraordinarias (2008). Se genera una contradicción semántica entre el devenir del relato pasional y la forma en la que éste es mostrado en pantalla. Más aún cuando, culminado el prefacio, comience la primera parte del film y conozcamos a Aurora, una anciana bastante neurótica que vive en Lisboa y es cuidada por una mucama que le tiene mucha paciencia. En esta parte hay una mayor concentración en el personaje y su entorno, como si los elementos nucleares de su vida ya hubieran acontecido y sólo queda un pasado que no termina de conocerse. Hacia aquel pasado vuelve la segunda parte, cuando Aurora tenía 60 años menos y vivía junto a su marido en una colonia africana. Un rasgo exótico que rememora el universo de Marguerite Duras mixturado con otro singular procedimiento: la voz en off de uno de los personajes que, a modo de intertítulo, repone aquello se dice. En esta parte la atención está puesta en un triángulo amoroso tan prohibido como trágico. Gomes consigue una síntesis formal que no desentona con lo propuso antes sino que, por el contrario, incorpora al melodrama con cierto tono absurdo que se percibe aún más en el epílogo y en la primera parte (presten atención a los sueños de la anciana). Tabu despliega amor al cine en cada fotograma. Dentro de sus singularidades, la mesura opera como una forma de magnificar lo sencillo (algo que pareciera ser un oxímoron). Es así como una inclusión sonora anacrónica (el tema Baby I love you de The Ramones) no genera una afectación posmoderna, sino una especie de licencia poética que se integra y grafica aquello que transcurre mediante la imagen. Estamos frente a la tercera película de un director que ya alcanzó la categoría de autor, aún vigente y estimulante en nuestro tiempo.
En su tercer largometraje, el director portugués Miguel Gomes construye una película que resulta un homenaje condensado a casi todos los géneros clásicos, pero que al mismo tiempo trasciende las referencias cinéfilas para "dialogar" también con la literatura, la música y la historia. Estamos ante un film de múltiples capas, derivaciones, implicancias y niveles de lectura, un verdadero "ovni" que se permite viajar al pasado en busca de las gemas del período mudo (empezando por su homónimo de Murnau, claro), pero que reniega de lo museístico para transformarse en algo definitivamente fluido y moderno. Entre el drama romántico y la comedia musical (con temas que van desde viejos éxitos pop cantados en castellano hasta covers de The Ronettes, pasando por canciones de los Ramones), entre el film de aventuras a-la- Mogambo o Hatari y el cine político sobre el colonialismo portugués en Africa, el director de La cara que mereces y Aquel querido mes de agosto va armando en blanco y negro y en pantalla casi cuadrada (4:3) una película que en verdad son dos (o tres) con un mismo personaje (Aurora) primero como una anciana en la Lisboa actual (un prólogo con reminiscencias almodovarianas) y luego con su historia juvenil de amor, de locura y de muerte ambientada cinco décadas antes en una casona rural ubicada en la ladera del Monte Tabú, en Mozambique. No pocos críticos han comparado a Tabú con Historias extraordinarias , del argentino Mariano Llinás, y más allá de los mayores o menores parecidos que puedan encontrárseles lo cierto es que ambos films comparten un amor por la literatura y el cine de aventuras a partir de un uso casi permanente de la narración en off y una búsqueda de situaciones imprevisibles, sorprendentes, absurdas (pero sin caer jamás en lo paródico), que aquí incluyen desde ridículas bandas musicales hasta cocodrilos. Y la otra referencia inevitable para muchos espectadores será la de la oscarizada El artista , aunque los estilos de sus directores no pueden ser más distintos. Fábula nostálgica plagada de elementos fantásticos (fantasmagóricos) y climas surrealistas (extraordinario el aporte visual del director de fotografía Rui Pocas), Tabú nos lleva de regreso a un mundo perdido, a un cine clásico que para muchos murió y a una época (la de las colonias europeas) que para la mayoría ya ha sido sepultada, pero que en verdad sigue marcando a la sociedad actual. Lejos del homenaje aburrido o pretencioso, Gomes demuestra que todavía se puede seguir jugando sin prejuicios con el arte y nos regala una película lúdica, esplendorosa y vital..
Amor y melancolía Rodado en esa textura del recuerdo que aporta la vieja película en 35mm, el corazón de Tabú es una emotiva evocación, que casi prescinde de diálogos pero no de bellas imágenes y palabras. Como en Aquel querido mes de agosto, su film inmediatamente anterior, estrenado en la Argentina después de haber ganado el premio a la mejor película en el Bafici 2009, lo primero que impresiona de Tabú es su libertad. El nuevo film del gran director portugués Miguel Gomes está filmado íntegramente en blanco y negro, casi no tiene diálogos y su título remite de manera inequívoca al célebre clásico de 1931 del alemán Friedrich Wilhelm Murnau. Pero nada más lejos de la intención del director portugués que un mero homenaje o una reconstrucción del estilo del cine mudo. En todo caso, en un film esencialmente fantasmático como es este nuevo Tabú, el espíritu del film de Murnau –su espectro, se diría– está aquí de forma muy poderosa. El tema, claro, es el mismo: el amor prohibido, exaltado por una naturaleza exuberante, pero condenado por el destino. Sin embargo, el orden y el contexto son completamente otros, nuevos, distintos. Después de un prólogo extraño y misterioso, rodado en Africa, que funciona a la manera de la obertura en una ópera, insinuando las líneas que luego desarrollará la película, la primera parte del Tabú de Gomes –también hay otro Tabú brasileño, como se descubrió en la retrospectiva que el Bafici le acaba de consagrar a Julio Bressane– comienza en Lisboa hoy en día. En esa ciudad triste como sus fados, la cincuentona Pilar (Teresa Madruga, una de las actrices más reconocidas del cine portugués, recordada como la compañera de Bruno Ganz en Dans la ville blanche, de Alain Tanner) vive sola y dedica su tiempo a ayudar a los demás, particularmente a una vecina octogenaria, Aurora (¿Sunrise? ¿Otra alusión a Murnau?). A veces, Pilar tiene que ir a rescatar a Aurora al Casino de Estoril, cuando ésta se queda sin plata o sin su medicación. Este primer segmento se titula “Paraíso perdido”, porque en su grisor remite al tramo principal del film, un “Paraíso” que surgirá de recuerdos que ni siquiera son de Aurora, sino del hombre al que esa anciana alguna vez amó y que será el encargado de narrar esa pasión maldita. Rodado en esa textura del recuerdo que aporta la vieja película en 35mm (hoy en vías de extinción), el corazón del film es una larga, emotiva evocación, que prescinde de diálogos pero no de palabras. Hay tanta belleza y melancolía en la voz en off de ese hombre como en las imágenes de Gomes y su fotógrafo Rui Poças, que registran la vida alegre y despreocupada de un grupo de lisboetas de la alta sociedad al pie de un imaginario monte Tabú, en plena decadencia del colonialismo portugués en Africa. Que ese amor sincero pero condenado entre Aurora –una mujer por entonces no sólo casada sino también embarazada– y un seductor y bon vivant moldeado a imagen y semejanza de Errol Flynn esté narrado con verdad y esplendor no le impide a Gomes la posibilidad de matizar la tragedia con delicadas ráfagas de humor, que refieren a un mundo pretérito. Es que Tabú es una película sobre todo lo que se extingue: una anciana que muere, una sociedad en declinación y una época que sólo existe en la memoria de aquellos que la vivieron. Y es por eso que la película de Miguel Gomes se conecta, de manera subliminal, con un cine extinto, como es el gran cine clásico. Nada más vivo, sin embargo, que su bella Tabú. Y la necesaria comparación con El artista –la sobrevalorada película francesa de Michel Hazanavicious, ganadora del Oscar 2012– no hace sino confirmarlo, porque la relación de ambas con el cine mudo no podría ser más antagónica. Mientras El artista exhuma la retórica del cine silente como si el sonoro nunca hubiera existido, en un gesto tan mimético como reaccionario, Tabú por el contrario asume esa distancia, se hace cargo de esos 85 años que han transcurrido desde la aparición del sonido y que modificaron de raíz la manera de hacer y concebir el cine. En Tabú no hay homenaje alguno, no es un monumento muerto o cristalizado en el tiempo. En todo caso, a la manera del espíritu lusitano, el film de Gomes destila saudade, hay un dolor por la pérdida, por lo que ha sido y ya no es ni podrá ser. No parece casual que su film invierta el orden de los capítulos de la obra maestra de Murnau: el Tabú de Gomes deja en claro que hoy un paraíso no se puede pensar sino desde su pérdida. Y en ese recorrido inverso, como si pulsara el botón rewind de la memoria colectiva, no deja de provocar la reflexión sobre el colonialismo, sobre la construcción y decadencia del imaginario occidental.
El amor como paraíso perdido Hermoso filme portugués: suerte de melodrama que quiebra cada código del género. Si uno tuviera el suficiente espacio, la suficiente perspicacia y erudición, podría escribir un tratado sobre Tabú: sobre su polisemia, su intertextualidad, su compleja estructura. Pero, a no asustarse: el opus 3 del director de Aquel querido mes de agosto, el portugués Miguel Gomes, se disfruta también, hasta la gratitud y el hipnotismo, al margen de cualquier análisis. Es, cómo definirlo en seis líneas, una suerte de melodrama lírico/onírico aunque no grandilocuente, que rompe con todos los códigos del género y del cine convencional. Una película, una obra artística, tan hermosa como subversiva. Se divide en tres partes, que se hilvanan maravillosamente y se resignifican entre sí: una breve introducción, seguida por un díptico, cuya primera parte, Paraíso perdido , filmada en blanco y negro en 35 mm, nos muestra a tres mujeres solitarias en la Lisboa actual. Una de ellas es una anciana ludópata, una especie de ex diva en el ocaso, algo lunática, algo senil, bastante culposa (todavía no sabemos por qué), que pierde todo en el casino, siguiendo un sueño repleto de monos. La acompañan una mucama negra, a la que la anciana acusa de dañarla con magia negra, y una vecina, católica y solidaria, que intenta mitigar la desolación ajena y, acaso, evadir la propia. La segunda parte, Paraíso (Gomes invierte el orden establecido por F.W. Murnau en su Tabú, de 1931), transcurre en los ‘60, en un país africano jamás mencionado (Mozambique), bajo el dominio colonial portugués, que se agrieta. En este segmento -en 16 mm- la anciana es joven y bella, está casada y embarazada, y tiene un romance adúltero con un dandy mujeriego. Este dandy narra, en off, desde el hoy de su vejez, aquellos días de pasión, aventura y extrañamiento, en los que sonaba Be My Baby entre animales exóticos y todo -hasta el amor- parecía posible. Es decir: vemos a los protagonistas -difusos, en textura granulada-, pero no los escuchamos; sus voces y contornos precisos se perdieron, como en un sueño o en el recuerdo de un muerto, desplazados por un relato desde el lejano porvenir, el presente. Así, con esta historia plagada de peripecias teñidas por la melancolía, la película dialoga con el cine mudo y consigo misma. Mientras vemos a la joven pareja adúltera en la cama, la voz de él enumera, desde su remota ancianidad, los peligros y desdichas que, sabe y sabía, van a vivir como amantes clandestinos. “Pero siempre que me encontraba en sus brazos, el futuro me parecía un concepto vago y estúpido”, dice. Lo dice, justamente, desde ese futuro en el que no tiene más chance que evocar. Con la triste resignación del que sabe que los únicos paraísos posibles -Borges y Milton dixit- son los paraísos perdidos.
En tierras lejanas y ajenas El filme comienza con una especie de cortometraje en blanco y negro, con un solitario explorador blanco en Africa colonial, que parece el protagonista de una película muda, y que de algún modo nos anuncia algo que veremos más adelante. Luego el panorama cambia por completo y nos encontramos en Lisboa, en la actualidad, con tres mujeres, Pilar (Teresa Madruga) una mujer sola, comprometida con todas las causas que su tiempo le permite, y que hace el bien por todas partes, incluso con su insoportable y senil vecina Aurora (Laura Soveral), quien vuelve loca a Santa (Isabel Cardoso), la señora negra que la cuida. Antes de morir, Aurora le pide a Pilar que contacte a un antiguo amor de su juventud. Con la aparición del antiguo amante, llamado Gian Luca Ventura (Henrique Espírito Santo), la estructura de la película cambia por completo, y se convierte en el relato que él hace sobre su historia de amor con Aurora, ante Pilar y Santa. Nuevamente en Africa, en una colonia portuguesa, ya no hay más voces que la de Ventura, quien de forma tranquila y pausada, relata la historia de Aurora joven, altanera, casada, bastante aburrida de su entorno, quien conoce a este buscavidas recién llegado a su tierra. Con un impecable blanco y negro durante toda la película, el contraste entre la impecable fotografía del relato actual, choca con la estética casi caricaturesca del relato del pasado, que le permite, con sutileza, parodiar personajes y situaciones, donde se trasluce de forma indirecta la crítica a una sociedad, tan hipócrita como apática, que vive en un lugar que obviamente no le pertenece. Con esta mezcla de realidades, que pasa de la caricatura a la actualidad, y luego al relato de un pasado construido con elementos tanto realistas como irrisorios, Miguel Gomes logra una obra brillante, con un guión sólido, que a pesar de los cambios en el relato siempre se sostiene en un mismo eje; en una actualidad donde la protagonista -brillantemente interpretada por Teresa Madruga- parece desvivirse por las causas justas; y cuya vecina tanto en el pasado como en el presente, atraviesa toda clase de situaciones sin importarle lo que pasa a su alrededor, pendiente de un amor que altera su realidad.
El cineasta portugués Miguel Gomes es el autor de este sugestivo filme en blanco y negro, que provoca cierto extrañamiento en el espectador, a partir de sus tres segmentos narrativos, en los que se traslada temporalmente de un lugar a otro, desde Africa, a Lisboa, para retornar a Africa. "Tabú" de algún modo es un tributo a algunas películas románticas y de aventuras, de la década de 1940, como en su momento lo fue "Las minas del rey Salomón". Lo primero que muestra el filme es el trágico final que se impuso un explorador al decidir morir devorado por un cocodrilo. Ese final que se impuso el hombre a partir de un desengaño amoroso, es celebrado por los aborígenes con una danza ritual. Poco después la historia se traslada a Lisboa y muestra a la anciana Aurora (Laura Soveral), quien poco tiempo antes de morir es cuidada por una vecina, Pilar (Teresa Madruga), quien a su vez tiene una criada negra, un sesgo más de Africa. ROMANCE JUVENIL Lo que viene después es la historia que Aurora le cuenta a Pilar en su lecho de muerte, una aventura amorosa que vivió en su juventud con un joven explorador, Ventura (Carloto Cotta) en la Africa profunda. "Tabú" es narrada cinematográficamente, como si fuera un libro de aventuras, cuyas imágenes transportan al espectador a un universo prácticamente olvidado, el de hacerlo partícipe de la historia que viven sus protagonistas, como si fuera propia. Otro aporte de las imágenes es que son capaces de provocar, o sugerir un estado de ensoñación, o de sensación hipnótica en el público, de este modo "Tabú" parece querer trasladar al que la a un "paseo" por la memoria y el despertar de antiguas leyendas románticas. Con una detallista dirección de actores de Miguel Gomes, entre los papeles protagónicos se destacan Ventura (Carloto Cotta) y Aurora joven (Ana Moreira).
En un festival de cine uno se puede encontrar con cualquier cosa, películas excelentes y producciones mediocres. Pero el noventa por ciento de lo proyectado tiene en común un lenguaje difícil de explicar tanto en lo técnico como en lo narrativo pero que es lo que aleja a estos films de los llamados “estrenos comerciales”. De vez en cuando uno se filtra (aunque no de manera masiva), y esto es lo que sucede con Tabú. El que vaya a ver este estreno tiene que tener en cuenta que se encontrará frente a una “película festivalera” y como tal puede ser difícil de digerir si no se está acostumbrado a ese tipo de propuestas. A ello hay que sumarle que esta cinta es exhibida en blanco y negro y en formato 4:3. Algo que puede desencajar un poco. El director Miguel Gomes invita a sumergirse en un mundo raro pero a la vez maravilloso sobre todo para los nostálgicos del séptimo arte y los que anhelan un amor pasado. Esa conjunción magnífica llega después de ver una suerte de prólogo que utiliza todas las técnicas del cine mudo pero con una voz en off, algo que se repetirá en más escenas y que le dan una impronta e identidad única. Otra cosa para destacar es que tranquilamente se puede decir que hay dos películas en una siendo la segunda parte precuela de la primera. El personaje de Aurora (Laura Soveral) es chocante en un principio cuando la conocemos en sus últimos días pero enamora (y perturba) en su juventud cuando es interpretada por Ana Moreira. El resto del elenco hace un gran trabajo, destacándose en particular Carloto Cotta como Gian Lucca, el hombre del secreto para contar. Gomes utiliza varios planos para definir a sus protagonistas y sus historias así como también para identificar lo que sucede en la parte rodada en Lisboa (en el presente) en contraposición con la idílica aventura africana (en el pasado) que se plantea en la segunda mitad. Algo muy ingenioso, y también un poco raro, es la inclusión del hit clásico Baby, I love you grabado por la banda The Ronettes en 1963 y re-popularizado por Los Ramones en la década del ’80. Y si bien se ha versionado y escuchado esta canción en cientos de películas, aquí llama verdaderamente la atención como se la utiliza tanto a nivel sonoro como parte de la trama y cantada in situ por los personajes. Estos pequeños condimentos logran conformar una gran obra, un buen cine que hace recordar que hay más del mismo por ahí afuera, solo hay que buscarlo.
“Tabú” más raro que bueno para curiosos El portugués Miguel Gomes, figura mimada de la crítica snob internacional, es ese que ganó el Bafici 2011 con "Aquel querido mes de agosto", película de 147 minutos que parecía durar más que todo agosto con sus 31 días y el bonus de Santa Rosa (los informados del festival ya anticipaban su triunfo desde antes de la función inaugural), y presidió el jurado del Bafici 2012, ocasión en que además presentó el "Tabú que ahora se estrena, y que por suerte dura 29 minutos menos. En fin, la obra lleva el mismo título del clásico de Murnau y Flaherty, pero nada que ver. Acá alguien menciona apenas de pasada, un par de veces, un Monte Tabú de algún lugar de Mozambique, pero, la verdad, más importancia argumental y atávica tiene el Monte de Venus de una joven señora, rubia esposa de un colono a la que conocemos (lamentablemente no en el sentido bíblico) en la segunda parte del relato, o si se quiere, en la segunda película porque, más o menos como en "Aquel querido mes de agosto", acá hay dos películas al precio de una. La primera transcurre en Lisboa, gris, apagada, donde una vecina y una vieja doméstica negra, dos buenas personas, asisten a los últimos días de una vieja fastidiosa, jugadora y divagante desdeñada por su escasa familia. La segunda transcurre en Lisboa y Mozambique, porque un anciano les cuenta a esas dos mujeres la historia de amor que él vivió con la finada, cuando ambos eran jóvenes y disfrutaban "el exotismo y la vida fácil" de los blancos en el Africa Colonial. Dicho relato incluye al marido burlado, un embarazo, un amiguito del galán, personal doméstico negro cuya eficacia y discreción causan nostalgia, y algunos cocodrilos muy simpáticos y oportunos. Todo en blanco y negro de irregular mérito fotográfico y con triunfo absoluto de la narración oral monocorde, expuesta con entonación cansina, lusitanamente melancólica, ocasionales antojos de mudez, y repetidas emisiones del dulce tema "Be my Baby" a cargo de Les Surfs, un sexteto de hermanos nativos de Madagascar que allá por los 60 gozaron su cuarto de hora de cinco minutos. También, por suerte, hay algunas notas de humor, que es lo que salva al espectador común. Por ejemplo, el remate del prólogo y la mención a las prácticas de tiro al negro junto a las meriendas de té y bizcochos. Puestos a considerar, se trata de una obra más rara que buena, que hasta podríamos decir buena porque se hace ver con curiosidad y espíritu risueño, e incluso puede hipnotizar a más de uno que saldrá fascinado. Pero tampoco es la octava maravilla que proclaman sus exegetas.
Tabú encuentra un nuevo y sorprendente modo de narrar en imágenes, muy distinto al de otros rescates de la estética del cine mudo. Con su prólogo y sus dos partes separadas por 50 años, el film cuenta desde un punto de vista emocional los resortes de la vida privada y de la historia del séptimo arte. Mientras tanto, habla de la relación entre dos vecinas primero y luego sobre un amor del pasado. De difícil clasificación, la película del portugués Miguel Gomes es una insólita y laberíntica obra que puede leerse de varias maneras: un ensayo sobre la melancolía post-colonial, una fábula de la conexión de las almas o incluso la crónica de una pasión prohibida. Todas esas lecturas son posibles a partir de un díptico que enfrenta, en respectivos formatos de blanco y negro de 32 y 16 mm., el relato actual de una anciana burguesa que sospecha de la brujería de su criada, y su pasado en una África que exuda pasión, sudor y ninguna restricción moral. En las interrelaciones entre ambas partes, entre el pasado y el presente, se fragua el misterio de una película en cuya narrativa única uno puede identificar el tiempo anterior —aquí un continente, un país innominado— como ese tesoro insensato y lleno de fantasmas amados que pactan con bestias milenarias. Tabú se destaca por la delicadeza a la hora de utilizar la magia del cine mudo y un acontecimiento histórico para ofrecer una sagaz visión con un trasfondo político y social interesante sobre la decadencia del colonialismo en África, aunque va más allá y también nos habla de la nostalgia y el amor hacia el período mudo, un recuerdo que perdura en la memoria de mucha gente. Una obra que trata sobre los diferentes puntos de vista y formatos para narrar historias, que consigue materializar con gran acierto la forma en que se producen las emociones, las vivencias y la memoria, para finalmente realzar lo adulterado de la narración como fiel exposición de la realidad. Gomes también nos propone cuestionar nuestra visión respecto al desfallecimiento del amor e indaga en la esperanza interior que todos tenemos de encontrar el edén en algún momento de nuestra existencia, aunque la moraleja final sea implacable: la vida, por mucho que nos duela, no es como en nuestros anhelados sueños. Tabú propone un elaborado ejercicio intelectual y un disfrute de la necesidad de relatar en su sentido más primitivo e inocente. No es para todos, ya que su formato, su esquematización, es arte y más arte, lo cual puede bloquear a más de uno que no abra la mente a una propuesta inigualable y profunda.
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Una película distinta y particular, como su director, el portugués Miguel Gomes. Un relato ilustrado con las mejores imágenes, casi sin diálogo. El África colonial, la Lisboa actual, el paraíso perdido de una pasión sin igual. Una leyenda en la primera parte, una segunda donde una señora senil se relaciona con una vecina bondadosa, que conocerá el secreto que esa dama enterró en su corazón. La fascinación de la construcción del film en blanco y negro, el relato envolvente que compromete la sensibilidad del espectador, hacen que esta película deba ser vista.
Más allá del olvido A diario vemos películas que arrancan bien y luego van perdiendo el rumbo hasta deshacerse por completo. Esas películas nunca fueron buenas. Por otro lado, hay films que no muestran su juego ni todo su esplendor hasta el final. No hablamos de los últimos minutos, sino de un crecimiento progresivo, sólido, apabullante. Ese es el caso de Tabú, de Miguel Gomes. Los primeros minutos de un film suelen definir, todo lo que será el film. Tabú es un ejemplo de los contundentes, aunque el espectador poco atento (o el que llegue tarde) no lo capte. En esos primeros minutos se define el romanticismo arrebatador, la mirada del director y todo su estilo. Milagro cinematográfico esta combinación entre la forma y el contenido de Tabú, anunciado y presentado en la escena inicial. Luego, la película abandona ese comienzo romántico y extraño, esa leyenda ambientada en África y pasa a Lisboa en el presente. Allí, una anciana, su mucama y cuidadora y una vecina conviven en un edificio. Esta anciana decadente es por momentos graciosa, por momentos agobiante y en otros está ida, y todo el tiempo parece tener algunas cuentas pendientes con el pasado. Toda esta parte del film es morosa y muchos espectadores podrán sentir que la película no tiene rumbo, pero hay que tener paciencia, porque lo que pasa es que el film de Gomes está tomando carrera para la segunda parte del relato. Y esa segunda parte resignifica todo lo visto, le da un significado distinto y termina por mostrar que Tabú es una obra maestra de una grandeza romántica sin comparación en el presente. Para algunos espectadores tal vez sea una película difícil, pero para quienes se entreguen, es sin duda una experiencia inolvidable.
Una película múltiple A más de un año de su estreno mundial en febrero de 2012 en el Festival de Berlín, llega Tabú de Miguel Gomes a los cines argentinos (a pocos cines argentinos). Se estrena el mismo día que Iron Man 3, otra película excelente pero que sale en cientos de pantallas. Las dos películas demuestran la variedad de caminos que tiene el cine de elevarse hacia la grandeza. Sobre Iron Man 3 ya escribí acá. Y sobre Tabú ya escribí para Hipercrítico desde Berlín el año pasado. Pero digamos algunas otras cosas sobre esta película múltiple, proteica, multiplicadora. 1. Es una película portuguesa. El cine portugués es un cine muy particular. Los que andamos por los festivales de cine sabemos que es uno de los pocos cines nacionales que producen una extraña proporción de cine inusual, estimulante. El cine portugués ofrece poco y nada de esos remedos seudo televisivos que proliferan en diversas cinematografías periféricas cuando se quiere “ganar al público”. El cine portugués es extrañamente aristocrático, orgullosamente selectivo. Pero volvamos a Tabú. 2. Luego de un prólogo que adelanta la segunda parte, el pasado, Tabú se instala en la Lisboa actual, y las palabras que dicen los personajes tienen el sabor sonoro del cine de João César Monteiro, el gran cineasta mefistofélico (ver La comedia de Dios y Las bodas de Dios, al menos) de Portugal. Las líneas de diálogo flotan musicalmente, con dicción clara, sólida, con esa combinación de fraseo novelesco del siglo XIX (bah, como lo imagina el cine) y el sarcasmo que horada cualquier posibilidad de envaramiento. La dimensión de comedia en Tabú (y lo era en Monteiro y en muchos de los grandes comediantes) es un asunto serio, que muestra chispazos de rebeldía anárquica entre la resignación civilizada. En la primera parte de Tabú, en la Lisboa actual, estamos expectantes ante la aventura que se aproxima, ante la llegada de las pasiones. Y así se nos comienza a relatar una gran historia: un amor como no hay otro igual aunque, sí, se haya contado infinidad de veces. 3. En esa segunda parte, muda entre comillas, entre paréntesis, entre nieves del tiempo (todo es blanco y negro o mejor, plateado) y entre nubes dibujadas, la voz en off de Gian Luca Ventura (sí, claro, el apellido) nos comienza a contar, entre referencias a la RKO, una historia en África, en tiempos de la colonia. Ella, la chica, es Aurora (Ana Moreira, hermosa), tal vez otra de las referencias a los albores del cine, del cine sonoro: el monte Tabú y Tabú la película indispensable de Murnau y Flaherty. 4. Pero Tabú de Gomes es más ambiciosa que la mera cinefilia dirigida a un solo lugar, y abre el arco: Historias extraordinarias de Mariano Llinás es una influencia. Los relatos que se bifurcan, la música, las mascotas queribles y salvajes (en la nacional un león, aquí un cocodrilo), el espíritu caballeresco, la idea de lo indómito escondido en territorios que todavía ofrecen misterios. 5. Un cineasta grande puede potenciarse, multiplicarse, con la música: hay muchos momentos musicales en Tabú, sobre todo en el pasado, y este es uno que habrá de perdurar. 6. Tabú es una película que será vista por mucha menos gente que Iron Man 3, recomendar Tabú es obviamente un acto de menor alcance, pero para todos aquellos que miran el cine con amplitud les recomiendo que las junten y hagan un programa doble. Ambas son, a su modo, películas de fantasmas, de dobles, desdobladas, pero no estiremos más esto que ustedes tienen que ir al cine.
El silencio es oro Tabú coquetea con un procedimiento que ya se transformó en un cliché del cine contemporáneo de autor, a saber, la idea de la película partida en dos. Su estructura, sin embargo, no es un recurso arbitrario y, en todo caso, favorece un triple proceso de inversión: cómo contar una historia alterando los carriles lógicos de lo normal, cómo hacer crecer un personaje a medida que rejuvenece y cómo recuperar una idea de cine extinta (para la mayoría) sin resignar el poder de la palabra. En primer lugar están las posibilidades del relato. Hay una historia de amor contada con total libertad. Las imágenes en un precioso blanco y negro son acompañadas por una hipnótica voz en off, irresistiblemente poética, que mantiene un hilo narrativo a la vez que reivindica las viejas anécdotas de exploradores como las antiguas leyendas tribales. Se trata de un terreno que es reforzado con las referencias librescas (la sirvienta que lee Robinson Crusoe) y la división de los días como si fuera una especie de diario íntimo, donde no son simples separadores sino que fluyen casi en forma imperceptible. Mientras asistimos al misterio de Doña Aurora luego de su muerte, contado por su amante, Gomes tiene en claro que la necesidad de narrar es inherente al lenguaje pero que en ningún caso es sinónimo de celeridad. En este sentido, hace del cine una experiencia placentera donde el goce no es inmediato, sino que es el resultado de un trabajo. El director no devela burdamente los mecanismos que utiliza, por eso puede causar desconcierto pero jamás indiferencia. Dentro de los caminos atípicos, la construcción de los personajes también obedece a una sutileza destacable. En la primera parte, asistimos a los últimos días de Doña Aurora, una mujer mayor en crisis con su hija. Es sólo la preparación para la segunda parte, donde el personaje se agiganta a partir del registro íntimo y personal del narrador que establece una relación entre la memoria y el tiempo donde los recuerdos se confunden para intentar darle forma a su historia de amor. Este proceso evolutivo se contrapone con la desaparición de Doña Pilar, la mujer que comienza a dominar el relato de la primera parte, vecina de Doña Aurora, un ser solitario y melancólico que deambula por una Lisboa espectral, y que luego desparece de la película. Gomes juega con la idea de personaje e invierte la lógica constructiva todo el tiempo. Por último, una actitud netamente política que hace a un ejercicio de resistencia cinéfila y que involucra al tercer procedimiento aludido en el primer párrafo de esta reseña. La palabra tabú del título, además de ser una clara referencia intertextual con el famoso film de Murnau y Flaherty, es también la imposibilidad de hablar hoy de un lenguaje (mal) considerado para muchos como extinto. Me refiero al cine silente y su ineludible legado. Gomes establece un nexo temático como formal. Desde el prólogo, los personajes gesticulan actualizando aquella época y las palabras ceden el terreno a las imágenes progresivamente. La escena de Doña Pilar, sola, en una sala de cine, es todo un síntoma de la desaparición de un espacio social, un paraíso perdido tal como reza el título de la primera parte. En cambio, la oscuridad es reemplazada en la segunda parte por el verdadero paraíso, el territorio del cine silente, un campo de claridad fotográfica y de absoluta libertad donde la música (atemporal, como en los grandes films) y las diversas capas de sonidos ponen el acento en la potencialidad de una película que no necesita de las palabras indefectiblemente. Las intervenciones del narrador son, en todo caso, como intertítulos. Es por ello que el film revitaliza una forma que se cree muerta y lo hace con amor (contando una historia de amor).
Una película que se encuentra realizada en blanco y negro. Dirigida a aquellos espectadores que son amantes del cine clásico. Cuando uno ve en la cartelera que este film viene de la mano del realizador portugués Miguel Gomes (41) recuerda aquella maravillosa historia ganadora de varios premios que fue "Aquel querido mes de agosto (2008)". Esta historia se desarrollaba en Portugal, entre montañas, durante el mes de agosto, viendo actividades de emigrantes, fuegos artificiales, cantos, karaoke, momentos de alegría, caza de jabalíes e interesantes temas. Todo comienza con una atrayente descripción en blanco y negro, (un homenaje a la película muda), donde un colonizador portugués explora la zona, un ser bastante melancólico que recorre el sendero en una selva acompañado por un grupo de africanos y sus canticos, para llegar finalmente a la altura de un río habitado por un cocodrilo y toma la decisión de entregarle su vida. Están presentes el ritual, baile y el sonido de los tambores, de los seguidores del fallecido; se escucha en off la voz del cineasta Miguel Gomes y la música de Joana Sá. Todo esto conforma una parte del prólogo. Luego narra dos historias en dos tiempos distintos que se complementan y están tituladas como: “Paraíso Perdido” y “Paraíso”. El primer relato comienza el 28 de diciembre, transcurre en una Lisboa actual. Pilar (Teresa Madruga) espera a Maya pero esta no llega, una serie de situaciones surgen en el lugar y luego se encuentra con Aurora (Laura Soveral) y su mucama negra Santa (Isabel Muñoz Cardoso), las tres viven una situación especial. Van surgiendo algunos enigmas sobre la vida de Aurora, es un ser solitario, alejada de su hija que vive en Canadá, ¿Qué esconde de su pasado? ¿Por qué acusa a su criada Santa? Lo que conocemos de Pilar, una de las protagonistas, es que configura un ser humanitario y religioso. Surge aun más el misterio cuando Aurora muere y conocemos que el único amor de la vida de Aurora fue Luigi Ventura (Henrique Espírito Santo). Es cuando el director Gomes nos introduce en la segunda parte de la narración “Paraíso”: Luigi fue amante de la señora, este se encuentra actualmente internado en una residencia para personas de la tercera edad, distanciados hace varios años y es cuando surge el relato de este hombre que nos va introduciendo en los 60, en Monte Tabú, en Mozambique. Su recuerdo muy sentido nos lleva a África colonial portuguesa, ellos y el espectador vivimos este apasionado amor prohibido, una relación adúltera. Esta es una mujer joven hermosa, antojadiza, Aurora (interpretada por Isabel Muñoz Cardoso), que tiene como hobby la caza mayor, y comienza a sentirse atraída por el llamativo y atractivo Luigi Ventura (Ivo Müller), quien la conquista y la enamora. Juntos llevarán un peligroso romance. La figura del cocodrilo a lo largo de la narración tiene un sentido mitológico. En muchas culturas el cocodrilo fue motivo de adoración y respeto, animal sagrado para los egipcios y tribus de Nueva Guinea y del sureste de Asia. Su aspecto es prehistórico, feroz cuando se lo propone, melancólico, al ser tan viejos tal vez puedan recordar lo que la gente olvidado. Esta figura tiene alguna relación con este cuento que el espectador irá descubriendo durante su desarrollo. Una historia de un amor imposible, llena de pasión y melancolía, es taciturna y conmovedora, seguida por la soledad, la vejez y la muerte, muy poética, tiene leyenda y misterio, donde la sociología y la fantasía se mezclan, muy buena fotografía y música ("Be my baby", "Baby i love you"), cada fotograma contiene una gran estética filmada íntegramente en blanco y negro, casi no tiene diálogos, un verdadero homenaje al cine clásico del director de cine de origen alemán Friedrich Wilhelm Murnau (1888 -1931), uno de los más influyentes cineastas de la era de cine mudo. Su narración es diferente a aquellas historias de un corte más comercial, este film lo disfrutarán aquellos espectadores que gusten más el cine clásico, con una gran belleza visual, se mantiene la artística, sus tiempos y los silencios.
Miguel Gomes y un cine profundo, subjetivo y en estado puro Se podrán decir muchas cosas sobre esta película de Miguel Gomes, empero en lo que quizás estemos todos de acuerdo es en el acto de proponer, saltar barreras, pensar el cine lateralmente para salirse de los esquemas. Utilizar con el mismo grado de capacidad expresiva el color, los formatos en fílmico, los sonidos, los silencios y las imágenes como elemento, tanto cronístico como evocador. “Tabú”, al igual que el clásico de Friedrich Murnaw de 1931, está dividida en dos partes principales (porque podría volver subdividirse según la lectura): Paraíso perdido y Paraíso. La primera está mucho más relacionada con la alemana en términos comparativos pero, por lo dicho, no se trata de una remake tal cual las definimos. Blanco y negro. Aurora (Laura Soveral) llama desde el casino a Pilar (Teresa Madruga) para que la vaya a buscar porque se quedó sin un peso para volver. Se trata de una octogenaria que se adivina bella y espléndida en su juventud, una belleza ahora decrépita entregada a los vicios que sirven para tapar la historia. Fue al casino a raíz de un sueño que tuvo involucrando a un hombre, un ritual africano, y cocodrilos. Pilar va. Va porque como vecina y aspirante a un mundo mejor, e impulsada por sus creencias, lo siente como una forma de aportar su granito de arena. Luego veremos por qué pasa todo esto. A lo mejor el sueño no es premonitorio, sino que refieren fantasmas del pasado. Quizás la buena vecina que no tiene pareja, ni hijos, ni pasión, y ni siquiera una historia propia para contar, más que la que podría darle el aceptar a una estudiante de intercambio que llega a Lisboa, pero nunca arriba a su casa. Sólo queda Aurora como elemento novedoso. La vecina anciana y casi senil que vive con Santa (Isabel Cardoso), una criada negra que está porque le pagan. Ambas parecen saber algo relacionado con el pasado. Todo se va a desentrañar cuando en el hospital la vieja le pide a su vecina que encuentre a un tal Ventura (Henrique Espírito Santo), y da comienzo a la segunda parte. Todo se reduce: Miguel Gomes, la película, la pantalla, el espectador, el escenario… todo se reduce y por consiguiente cambia de perspectiva. Cambia la mirada. Aparece la música de los ‘60, África, el monte Tabú y una historia de amor pasional que obedece estrictamente a lo contado miles de veces en el cine, pero particularmente en “la novela de la tarde”, esa que atrapa a millones de espectadores brasileros y portugueses, en donde conviven las diferencias de clases sociales con el amor no correspondido. La diferencia es la elección visual y sonora que el director elige para contarla. Vemos a los jóvenes Aurora (Ana Moreira), su marido (Ivo Müller) y a Ventura (Carlotto Cota), el único que se transforma en el narrador en off de las imágenes. Recuerdos de un pasado esplendoroso y romántico en una África colonizada. “Tabú” podría ser una película muda (de hecho en muchos aspectos lo es), pero hay una insistencia en la narración en off, como si el realizador quisiera hacernos escuchar en la voz del viejo toda la vida que se va perdiendo con los años, el brío de juventud que se va apagando con los tiempos y con las culpas que cada uno carga. Mientras tanto, las imágenes no necesitan más que algunos sonidos aislados para construir la misma historia que conocemos todos y un cine tan profundo como subjetivo. Un cine con una única concesión: la de admitirse como una historia de amor pasional que desglosada y desarmada no es distinta de Corín Tellado. La única (y fundamental) diferencia es el modo de contarla, y al respecto el de Gomes es cine en estado puro.
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Audacia y buen gusto en un relato de laboratorio El joven director portugués Miguel Gomes se lanza explícitamente a jugar con lo prohibido en su tercera película, “Tabú”. Durante casi dos horas despliega una narración cinematográfica que apela a un lenguaje desconcertante, que va cambiando de registro a medida que avanza, y hace convivir elementos de distintos órdenes narrativos, lo que genera una atmósfera de ensueño, en donde lo extraordinario o maravilloso coexiste con la realidad más prosaica y cotidiana. “Tabú” comienza con un relato corto en blanco y negro, que imita a las películas mudas de aventuras, y que contiene una serie de elementos simbólicos que cobrarán significación luego cuando se despliegue el relato principal, la película propiamente dicha, que también será totalmente en blanco y negro. Ésta consta de dos partes, “Paraíso perdido”, la primera, y “Paraíso”, la segunda. La primera parte transcurre en Lisboa en la actualidad. Aurora, una anciana solitaria y de aspecto distinguido, vive con una mucama negra, de origen africano, en un edificio de apartamentos. Tiene una vecina, llamada Pilar, una mujer de edad mediana, que vive sola y reparte su tiempo entre las actividades solidarias y salidas con un amigo pintor con quien tiene una relación de tinte piadoso. Como lo es también la relación que Pilar establece con Aurora, quien está en el límite, agotando sus recursos aceleradamente debido a su adicción al juego, y también su vida, que se apaga irremediablemente, en medio de una crisis de demencia senil que la hace desvariar. Aurora depende económicamente de una hija completamente ausente a quien ya no se la puede ubicar, ni siquiera en una situación de emergencia. La anciana sufre una especie de manía persecutoria, habla de brujería y se la ve lidiar con fantasmas del pasado que acosan su mente de manera dolorosa. A punto de morir, le pide a Pilar que encuentre a un hombre, llamado Gian Luca Ventura, de quien quiere despedirse. Pilar logra dar con él, en un asilo de ancianos, y a partir de allí comenzará la segunda parte de la película, que estará narrada en off por la voz de Gian Luca, contando su experiencia con Aurora. Una historia que se remonta unas cinco o seis décadas atrás en el tiempo, y que sucede por completo en Africa, en una colonia portuguesa. Al abordar esta parte del relato, es cuando Gomes se permite todo tipo de licencias narrativas como por ejemplo apelar al recurso de enmudecer a los personajes pero destacar el sonido ambiente, en un discurso un tanto esquizofrénico, mientras suceden cosas que son explicadas por el narrador en off. En aquel tiempo y en aquel lugar, Aurora y Gian Luca vivieron una historia de amor prohibido. Ella estaba casada y con su marido eran ricos hacendados, dueños de tierras muy productivas en el Monte Tabú. Gian Luca era un aventurero que viajaba por el mundo con un amigo, ex cura de nombre Mario, con quien tenía un grupo musical, actividad que les permitía sobrevivir holgadamente, mientras se divertían de una manera hedónica y sin ataduras. Experiencia gratificante La historia de amor apasionado que une a Aurora con Gian Luca tendrá un final trágico, pero será tan fuerte que, a pesar de haberse separado, los marcará para siempre como lo más importante, lo más intenso que les ha ocurrido en su vida. La película de Gomes reúne elementos de romanticismo popular y mitos ancestrales con otros componentes simbólicos, oníricos y surrealistas. También rompe la continuidad histórica, trasladando en el tiempo datos de una época a otra, en una especie de incongruencia temporal de efecto poético, lo que contribuye a enrarecer el relato. “Tabú” es una experiencia altamente gratificante para el espectador, porque mantiene el interés, seduce con sus giros sorprendentes y sus guiños pasibles de diversas interpretaciones, y también con su formato visual, que lo acerca más al objeto de museo que al cine de entretenimiento. Una audacia en la que se imponen el buen gusto y la originalidad.
Impermanencia Según Fernando Pessoa, la diferencia entre el genio y el ingenio está dada por la desadaptación al medio en el primer caso y la completa adaptación en el segundo, lo que redunda en una aceptación tardía para lo primero y un éxito instantáneo pero efímero para lo segundo. Esto le venía muy bien a Pessoa para explicar su propia vida de éxitos esquivos y desasosiegos, pero no por eso deja de ser certero. En el mismo año en que la ingeniosa, amable, disfrutable El artista arrasaba con todos los premios posibles apareció Tabú, del desadaptado Miguel Gomes. Las dos películas juegan su juego en esa especie de limbo entre el cine mudo y el sonoro, en el que siempre resplandecerán, como se señalara en la nota anterior, Luces de ciudad, de Chaplin y (otra vez) Tabú, de Murnau, ambas de 1931. Pero mientras El artista elije la referencia directa y el homenaje, apelando a la nostalgia de una manera tan agradable como pasiva, la película de Gomes mira a la vez hacia atrás y hacia adelante y, en cierta forma, reinventa el cine a cada paso que da en su impredecible camino que va del presente a un pasado mudo que se vuelve un paraíso perdido contaminado por ese presente. Los personajes del pasado son capaces de emitir sonidos pero incapaces de hablar. Lo que dicen queda mediatizado, lo que genera un extraño distanciamiento en la segunda parte de la película. Cine voluntariamente mudo, el recuerdo retiene imágenes y sonidos, pero las palabras se han perdido. En la primera parte, la "normal", los personajes pueden hablar, y viven en el presente, pero no generan más que una tibia empatía. Libertad artística absoluta para Gomes, que demuestra verdadero amor por el cine y explica un poco cuales son sus inquietudes en la entrevista que acompaña a esta nota. Sus películas siempre son promesas incumplidas, porque van mutando en su desarrollo. Ya había pasado eso con Aquel querido mes de agosto, que era un documental que se transformaba en ficción (como la Tabú de 1931).
Tierra melancólica "Por más distancias que corras, por más días que pasen, tu corazón no conseguirá escapar", le dice el fantasma de su mujer a un explorador intrépido que viaja por África. Después el explorador se arroja a un río y un cocodrilo le da la bienvenida. Y de pronto vemos que estamos en el cine junto a la solitaria Pilar, una activista de derechos humanos, y que es ahí donde "empieza" Tabú. Un cartel indica un estado de alma: "Paraíso perdido". Genial puesta en abismo: un elegante procedimiento narrativo que amorosamente nos toma de la mano para llevarnos primero a Lisboa y más tarde a Mozambique. Pilar es la única persona en la que confía Aurora, una mujer no muy lejos de la demencia, alguna vez rica y probablemente hermosa. El tiempo ha doblegado los rasgos de su cara y también su carácter: suspicaz, ontológicamente extenuada, cree que Santa, la empleada negra que la acompaña, pretende envenenarla. La Navidad se acerca, su muerte también. No habrá muchas personas en el entierro. Antes de morir, Aurora ha expresado una última voluntad: contactar a un hombre. Poco importa su hija, menos aún sus bienes materiales. Es un nombre, Ventura: la cifra de un misterio, un testamento, el testimonio de que Aurora ha vivido. Segunda puesta en abismo extraordinaria: en un shopping, Pilar y Santa escuchan el relato de Ventura. Primero se perderá el sonido ambiente, y la voz pausada del viejo empezará a revelar un pasado trágico y glorioso. Otro sonido se va apoderando del instante y de pronto, imperceptiblemente, estamos en África; es otro tiempo, una tierra poseída por la nostalgia. Él y Aurora fueron amantes, incluso cuando ella esperaba un hijo de otro hombre, con el que vivía en una plantación familiar en una colonia portuguesa, en la década de 1960. A partir de ahí empieza un melodrama no exento de momentos humorísticos ni de apuntes políticos. La tercera película de Miguel Gomes es un prodigio, un filme que retoma y se apropia del cine clásico de Hollywood. Que en el capítulo "Paraíso" se escuche el sonido ambiente y no se pueda oír jamás lo que hablan los personajes es una de las muchas estrategias formales notables elegidas por Gomes. Tabú es una experiencia tanto narrativa como emotiva. Entre los muchos animales que se ven en Tabú están los hombres. Gomes sugiere que nosotros, la especie con el don de la palabra, necesitamos la ficción como los cocodrilos el pantano y los monos los árboles. Filmar el deseo de ficción: eso es, en pocas palabras, la obra maestra de Gomes.
Celebración de una mirada infinita El director, y también co-guionista, urdió un relato con un entramado de voces que permite un entrecruzamiento de diferentes tiempos para articular las visiones del cine experimental con la mejor tradición del cine clásico. En conferencia de prensa, cuando la presentación del film en España, el cineasta portugués Miguel Gomes, nacido en 1972 en Lisboa, comentaba a la prensa a propósito del estreno de este, su tercer largometraje, Tabú, que en la base del guión del mismo están las historias que le había contado un familiar suyo, en torno a una vecina, ya avanzada en sus años, con marcas de demencia senil, quien estaba al cuidado de una criada africana. Y en los diálogos con los que habitaban ese mismo piso, les comentaba, con énfasis acusador, que ella en varios momentos del día era encerrada en su habitación y sometida a prácticas de hechicería. Como en tantos otros cineastas que hoy ya pertenecen a la mediana edad y que bucean en el origen familiar y social de sus propias culturas, particularmente ajenos a las modas y tendencias, Miguel Gomes miró hacia los relatos orales, una vez más, y con esa materia prima articuló en carácter de coguionista un relato que participa de un entramado de voces que permite un entrecruzamiento de diferentes tiempos, que articula las visiones del cine experimental con la tradición del cine clásico, que desdibuja fronteras en el mismo escenario de esa zona tan ambigua llamada realidad y que ostenta con mayúscula el triunfo del Melodrama. Tabú --que remite al último film de uno de los grandes maestros del cine, F.W. Murnau, en ese año fronterizo del pasaje del cine silente al sonoro--, es una celebración del oficio del cine en su capacidad infinita de expresar la visión expedecionaria de la misma mirada. Desde un prólogo que marca el inicio de un itinerario y que funda el territorio de la melancolía, desde el mismo prólogo ambientado en esa misma Africa adonde llegaremos tiempo después, conducidos por una voz narrante que atraviesa y orienta el tercer momento del film, Tabú se va insinuando como esa misma mirada pregnada de tristeza que asoma de entre las aguas de un lago y que permite reconocer a la figura de un cocodrilo, imagen del afiche, todo un motivo en el film. Desde este prólogo que abre el relato, el film se va a ir construyendo en un intercambio de discursos entre quien narra y quien escucha. Y por sobre todo, en este último tramo, puede verse cómo se escenifica el mismo acto de contar: se va revelando, de manera idealizada, en quien escucha lo que le otro le va narrando. Me viene a la memoria, ahora, mientras estoy escribiendo esta nota, aquella situación que se establece a bordo de un barco de pasajeros entre el personaje que compone Marcello Mastroianni (de él sabremos más adelante qué rol oficia allí) y un hombre entrado en años, recientemente casado con una joven mujer llamada Ana, en el film de Nikita Michalkov, Ojos negros, sobre la base de varios cuentos de Anton Chejov. De igual manera, podríamos pensar este mismo prólogo como el mismo film que una de las protagonistas está viendo en una casi desierta sala de cine, junto a su amigo, un pintor. Y ese prólogo ya está marcando ese clima, esa atmósfera, de una fantasmática y trágica historia de amor; episodio que llevará a abrir el nexo con la figura de un viejo cocinero negro que lee en las entrañas de las aves las respuestas del Destino. Será sólo un plano, un único plano el que lleve al realizador a marcar una despótica relación de clase y a fijar el terror ante la soledad y el miedo al olvido. Y es en este espacio de las diferencias culturales e históricas donde comenzarán a visualizarse, lo que se acentuará en otros pasajes del film, las cuestiones que se plantean entre el ayer y el hoy desde la cuestión de las políticas colonialistas. Desde lo señalado, desde el particular encuentro de estéticas, Tabú sondea acerca de la materia musical en el cine, en relación a las etnias y al mismo tiempo a las tendencias de la época. Una paleta de expresiones, en ese orden, y en el registro de un audaz blanco y negro, nos devuelve a los códigos que identifican un cierto canon de los llamados clásicos, en un relato que como señala el autor "no se transforma en un espacio de citas de otros, como lo hace el cine postmoderno; sino que apunta a plasmar huellas, impresiones de films". No sólo son los territorios perdidos de una sociedad, sus paraísos perdidos, como señalan las notas de prensa, sino, por sobre todo, la fugaz juventud y esos años de tantos sueños, los que se narran en esta hipnótica historia desde un insomne blanco y negro, que nos mantiene capturados desde una voz que nos mantiene en vilo; desde una mirada, que es la mirada misma de la capacidad ilimitada, infinita, mágica, de proyectar historias sobre una pantalla. Y que en lo que se refiere a Tabú como nos propone su director, tal vez este mismo itinerario, este desandar caminos, nos pueda llevar a "reencontrar la mirada inocente de un primer espectador".
Hay en Tabú un claro objetivo que comanda el derrotero de una historia dentro de otra sobre ese amor condenado del pasado, que es también como están condenados hoy los que cuentan y escuchan esas historias; en el film de Miguel Gomes (1972, Lisboa, Portugal) prevalece lo que brillaba con luz propia en Aquel querido mes de agosto (que había resultado mejor película del BAFICI 2009), luminoso relato que se servía del documental y la ficción en un pase eficaz que lo volvía innovador en esta práctica discursiva: la saudade lusitana, que es también la del propio Portugal como cultura, y que aquí fluye dándole el sentido que moviliza el recuerdo y hasta las propias acciones de los personajes, presos de algo que se intuye imposible de un final ideal. Tristeza y melancolía entonces, que son las formas posibles de la saudade, por una época perdida en África donde un amor clandestino se enciende inagotable; y también en el modo en como tiene lugar la relación entre Pilar y Aurora y su doméstica, que en la Lisboa actual van sumergiéndose en ese relato que envuelve el presente con intempestivo fuego vivo; que ocurre como una práctica de ritual con una conversación que acaece porque sí, incluyendo al narrador contemporáneo y osado seductor que fue en esa colonia portuguesa en África, situación que Gómes, en un gesto político a lo Antonioni, no deja de poner en evidencia –el Portugal colonial que en los sesenta insistía en sostener los territorios de ultramar avasallados– con esos personajes de clase acomodada dispuestos a gastar sus días en ese sitio remoto pero apasionante, misterioso, que comienza a evocarse a través de una emanación vaporosa que resplandece en el blanco y negro del film y en la prescindencia de diálogo; el pasado anuncia la tempestad amorosa en hermosas imágenes mudas conformadas con encuadres osados y modernos, captadas con frescura y una levedad maravillosa como había en cierto cine mudo, pero al que Gomes le otorga fisonomía propia; se parece estar viendo un film del periodo mudo pero articulado desde alguien afianzado en su oficio que se vale de artificios que vendrían con el cine sonoro. La voz en off que atraviesa esta parte del relato fija como una filigrana esa evocación: es una voz inclinada al repaso de ese tiempo apoyada en el reflejo de sus sombras, en un juego de intervención sobre el pasado extinguido que proyecta esas sombras sobre el presente, tal como hace el mejor cine mudo sobre el contemporáneo. Es inevitable hablar de Friedrich Wilhelm Murnau si se piensa en el film del mismo nombre con el que el director alemán se alejaba del expresionismo y se volcaba a transmitir su amor innato por el paisaje, incapaz de reconciliarse con el empleo de sucedáneos que ofrecían los estudios y harto de las bajezas mercantilistas de Hollywood que cortaban sus aspiraciones artísticas. Algo del Tabú de Murnau subyace en el de Gomes; cierta exuberancia, un país extraño, el amor prohibido que se proyecta como una amenaza tangible, ese acelerado trayecto del final; pero en Gomes esa arquitectura tiene a la nostalgia de ese tiempo ido como fuerza creadora del presente en un montaje lleno de sensibilidad, que invade la pantalla con frescura nueva. El destino de esa Aurora que hoy está acercándose al fin de su memoria la forjó perturbadora y desafiante en su juventud; pero ahora ni siquiera puede contar la propia historia; lo hará su amante desdichado que queda fijo en la elaboración del pasado tras el que acechan recuerdos dolorosos, todo aquello que fue sin pensamientos. Film intenso y cautivante, deudor de las líneas estéticas planteadas en Aquel querido mes de agosto pero más refinado y con una expansión más dinámica y menos dudosa, Tabú confirma a Gomes como un autor que encuentra en el misterio y el ensueño la inspiración para su credo artístico.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Tabú es una película fascinante a la que cuesta reseñar ya que es indescriptible (en el mejor de los sentidos). Asombra e hipnotiza por igual tanto por su contenido como por su forma. Despierta la fe dormida de volver a creer que un cine genuino es posible. El director y crítico de cine portugués Miguel Gomes (La cara que mereces y Aquel querido mes de agosto) es el responsable de Tabú. Tabú esta dividida en tres partes: un prólogo (tan triste y revelador como simpático) y dos segmentos; el primero, denominado Paraíso perdido, cuenta la intensa relación que se da entre un trío de mujeres solitarias de edad avanzada en la Lisboa contemporánea en vísperas de año nuevo. El segundo: Paraíso, narra la historia de un grupo de portugueses en la colonial Mozambique de los años 60. Segmentos donde prevalecen los opuestos: ciudad/sabana, el invierno/el calor de África, los días/los meses. Gomes se refirió así a la elección de esta estructura: “En Tabú elegí partir de la pérdida, de la vejez, de lo cotidiano. Se empieza por la resaca y después, cuando viene la segunda parte, se tiene por fin la embriaguez (lo novelesco, el exotismo). Por eso es que en esa segunda parte sus protagonistas parecen no saber qué sucede a su alrededor. Porque están muy ocupados jugando a interpretar, no sé, África Mía de una manera muy disfuncional. Cantan canciones de amor. Juegan a ser estrellas de cine protagonizando un drama prohibido, mientras no se dan cuenta de que a su alrededor el imperio colonial está a punto de romperse en mil pedazos.” Uno de los logros del film está en lo que rodea al argumento principal: en el increíble sueño/pesadilla de Aurora, en las anécdotas de la vida de Mario, en la tensión de la colonia africana, en lo que se esconde en el (imaginario y oscuro) monte Tabú. Tabú (que no podía tener un título más apropiado) de a poco, va tomando vuelo hasta llegar a una potencia irrefrenable que lleva a vivir uno de los melodramas más logrados de los últimos años. Pero en esta desgarradora historia también hay espacio para el humor. Hasta aquí la referencia al contenido, pero si hay que hablar de la forma la sorpresa y satisfacción con las que el espectador se encuentra son inmensas. Gomes no se priva de jugar, de homenajear (a Murnau, a Mogambo, aunque de una manera muy especial, sólo captando su esencia), de romper reglas y rearmarlas a gusto. Entonces cabría decir que Tabú es una película libre. Filmada en blanco y negro (lo cual acentúa todo el pesar de los personajes), una especie de cine mudo reactualizado donde la rigidez y las reglas no tienen cabida. Donde hay hasta cierto tono espectral y sombrío. Gomes no teme que se noten las costuras de su película porque confía en que lo valioso no está en la perfección sino en la construcción de la historia y en la posibilidad de creer en ella a pesar de saber que es una ficción. Por eso tampoco hay lugar para los que no toleran su anacronía (por situar elementos allí donde no pertenecen) y sí para los que se dejan hechizar.
MEJOR CALLAR Algunas películas vienen con su valoración incrustada. Coerción de una crítica especializada que imposibilita entrar virgen a la sala. Tabú sería un caso ejemplar: la exaltación fanática y colectiva hace culposo cualquier juicio negativo y personalizado. La película arranca con una falsa película, después toma otro rumbo y finalmente gira a un último relato que conecta con la falsa película. Semejante tontería del cine dentro del cine es una fragancia narcótica para el crítico o el cinéfilo. Trampa psicoanalítica que inventa una fantasía donde son partícipes, porque además de espectadores al cuadrado, los críticos y cinéfilos se elevan a un tercer nivel exclusivo y redundante: la voz autorizada que descubre y exalta el metadiscurso. Se trataría de una interlocución mágica, tribal, propia de unos chamanes que beben cinefilia.
Publicada en la edición digital #249 de la revista.
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