El guión está muy bien escrito, parte de una buena premisa y te atrapa de principio a fin, aunque muestra la hilacha de que busca la lágrima en todo momento. Es muy posible que a muchos no les guste por los siguientes motivos, o por todos: la van a considerar bastante cursi, no les va a caer muy bien la mezcla que se hace con los hechos del 11 septiembre y les va a molestar...
La infancia y las decisiones que ayudan a un niño o adolescente a madurar son temas que estuvieron presentes en dos de las tres películas pasadas dirigidas por Stephen Daldry ("Billy Elliot" y "The Reader"). En esta oportunidad, sin lograr destacarse como lo hizo en la producción protagonizada por Jamie Bell, cuenta un relato triste sobre un hijo que queda destruido y cegado por la pérdida de un ser querido, desarrollando una melosidad y un exceso dramático que en todo momento juega con los sentimientos del espectador, impidiendo que las diferentes reflexiones de la propuesta florezcan y logren traspasar esa sobreexpuesta barrera emocional introducida.
Oximorón Un oximorón son dos términos opuestos que se usan en una misma frase, dando como resultado una respuesta contradictoria. Esta frase la saqué de Oskar Schell, el protagonista de Tan Fuerte y tan Cerca, cuarto opus de Stephen Daldry, realizador un poco sobrevalorado, cuya filmografía se completa con Billy Elliot, Las Horas y El Lector, tres obras afables, visibles, melosas, atrapantes, cuidadas estéticamente, pretenciosas, donde la narración fluye, pero que caen en decisiones argumentales contradictorias, golpes bajos y otras tentaciones de aquellos directores clásicos que buscan la ostentación y el golpe de efecto antes de una coherente y dinámica respuesta audiovisual. Son básicamente, obras correctas, pero demagógicas. Las contradicciones u oxiformos de Daldry vuelven a estar presentes en esta adaptación del relato de Safran Foer, adaptado por el siempre romántico Eric Roth (Forrest Gump, Benjamin Button, Munich). En este caso, dirección, guión, actores e historia están al servicio de conseguir la emoción gratuíta y el efecto lacrimógeno casi obligatoriamente. Sin embargo, esta imposición de la emoción, que tiene lo peor del cine estadounidense basado en golpes bajos y sentimentalismo, tiene otra cara: como sucede en todos los guiones de Roth, la construcción del personaje protagónico es brillante, el ritmo es constante y el relato no aburre, a pesar de sus momentos melosos, y al menos, hay tres actuaciones maravillosas. Oscar es un chico de 9 años muy curioso, solitario e independiente, cuyo padre, un joyero con aspiraciones científica, le da retos constantes, búsquedas para desarrollar conocimientos, razonar, investigar lo que sucede alrededor. Oscar es meticuloso, habla hasta saturar y volverse insoportable, es fóbico y retraído. Lo que lo saca adelante en la vida son las enseñanzas del padre. Sin embargo, sucede lo peor, y Thomas Schell muere en el atentado a las torres gemelas. Un año después, Oscar encuentra accidentalmente una llave escondida en un jarrón e interpreta que es una última misión que le dio el padre antes de morir. Oscar se resuelve a investigar a donde lleva esa llave, que abre, cual fue el último mensaje que le dio el padre, su testamento. La búsqueda de Oscar es una forma de atravesar el duelo y superar la pérdida. Esta búsqueda es dolorosa, demuestra los diversos estados anímicos del personaje, desde la negación hasta la aceptación. Oscar necesita encontrar el significado de la llave para seguir estando junto su padre. Sin embargo, la búsqueda de Oscar, lleva a tratar de acercarse a la madre, con quien tiene una relación distante debido a que siempre está ausente, y conocer al inquilino de la casa de la abuela, un hombre mayor y misterioso que se niega a hablar pero acompaña a Oscar en su búsqueda, al menos durante la mitad del relato. Hay dos películas dentro de Tan Fuerte y tan Cerca. Por un lado el presente/futuro del personaje, por otro lado el pasado. Todo lo inherente al presente es vital, dinámico, atractivo, divertido e inclusive sutil. La relación que tiene el personaje con el inquilino, a cargo de un Max Von Sidow que no emite palabra es maravillosa. No cae en la obviedad ni la revelación. Son al menos 40 minutos de metraje atrapante y divertido, donde además aparecen otros personajes que ayudan a construir la ciudad de Nueva York, sus habitantes y la paranoia post 11 de septiembre, lo cuál no es novedoso (Spike Lee hizo lo mismo pero mejor en La Hora 25), pero independientemente, el retrato, la pintura es atractiva. El problema del film es todo lo que se relaciona con el pasado, especialmente con la fatídica fecha del atentado. Al principio, se agradece que el relato salte un año en el tiempo y no se den detalles de lo sucedido con Thomas (Tom Hanks), porque el personaje es querible, odiosamente perfecto y benevolente y duele perderlo tan rápido. Sin embargo, se van sucediendo diversos flashbacks emotivos, sentimentales, narrados con tanta obviedad visual y falta de sutileza que contrasta con las bellas escenas, donde los perfectamente opuestos Oscar y el inquilino, buscan el destino de la llave. En el mundo interno de Oscar, todo es lágrimas y rencor, en realidad. El espíritu de aventura lo salvan.. a él y el espectador. Hay numerosos elementos que ayudan a digerir este melodrama clásico con aires de telenovela culebrona. En primer lugar las interpretaciones del joven Thomas Horn, que cumple con la difícil tarea de interpretar un personaje continuamente exagerado. No confundamos con sobreactuación. El personaje es desbordado, y el joven actor logra darle profundidad con la mirada y la voz al protagonista. Por otro lado, en la sutil mirada de Von Sidow se deposita honestidad, una expresión que demuestra estados internos, que el actor sueco ha logrado explorar junto a Ingmar Bergman. Realmente notable su economía de recursos expresivos. El tercero que aporta verosimilitud con su interpretación es Jeffrey Wright, un actor que desde la calma logra trabajos perfectos, sutiles. También aparecen en el medio John Goodman en un personaje pequeño, pero querible, que Goodman saca de taquito, al igual que Tom Hanks, nuestro James Stewart contemporáneo, inmutable, sencillo, fiel a lo que se espera de él, en un personaje decorativo. Desbordan en lágrimas y sobreactuación Viola Davis (la reina del llanto contemporáneo) y Sandra Bullock, repitiendo varios clisés de sus comedia románticas. Su personaje es bastante interesante, porque tiene mayor inherencia de la que se concibe a simple vista. De hecho, la mejor escena emotiva se la lleva ella junto al pequeño Horn casi al final de la obra. Suponemos que Naomi Watts o una actriz más sólida le hubiese dado mayor verosimilitud. En lo extracinematográfico, la fotografía cálida de Chris Menges, la grandilocuente banda de sonido de Alexandre Desplat, el vesturario multicolor de Ann Roth, son gratos aportes audiovisuales que ayudan a construir el mundo de Oscar. Daldry construye su film más personal desde Billy Elliot. Nuevamente acá, la relación padre – hijo es fundamental, así como la influencia de la educación en las relaciones entre personas de diversas edades (tema que se relaciona con El Lector) Es cierto que dista de ser el gran film que pretende ser, y la nominación al premio de la Academia, está de más (no así la de Von Sidow), pero más allá del sentimentalismo, el patriotismo post 11/09, el golpe bajo, hay una pintura interesante y emocional de una ciudad, una narración bien llevada que necesita de esos golpes bajos para progresar, buenas interpretaciones y alguna sutilezas que vale la pena rescatar. A veces, la suma de las partes es mejor que el todo Un oximorón gráfico, pero honesto.
La Llave del Cofre de la Infelicidad Hace un tiempo escribí la crítica sobre Biutiful de Alejandro González Iñárritu, en la que citaba un texto de Pauline Kael sobre el efectismo, los golpes bajos y la manipulación del espectador en el cine, cuando una serie de decisiones se toman con el único propósito de llevar al espectador a que tenga tal o cual reacción...
Tortura emocional Con películas como Billy Elliot, Las horas y The Reader, el inglés Stephen Daldry se consolidó en Hollywood como director de películas "prestigiosas", "difíciles" e "importantes". Siempre estuvo al borde la explotación, pero aquí se pasa de la raya y nos somete a una insoportable tortura emocional. Cuesta creer que un guionista con importantes antecedentes como Eric Roth (Forrest Gump, El informante, Munich) haya construido algo tan manipulatorio como Tan fuerte y tan cerca. Es cierto que la "culpa" principal es de la novela original de 2005, pero un buen profesional debería ser capaz de mejorar el material original. Ni él ni Daldry lo logran. El film tiene como protagonista a Oskar Schell (Thomas Horn), un niño de 11 años que pierde a su padre (Tom Hanks) durante el 11-S (justo se encontraba en las Torres Gemelas) y queda al cuidado de su madre (Sandra Bullock). El atribulado héroe del relato (un geniecillo insufrible) encuentra una llave que pertenecía a su padre y buscará de forma obsesiva y metódica por las distintas zonas de Nueva York a su dueño con la ayuda de su abuelo mudo (Max Von Sydow), para más datos sobreviviente del Holocausto. Si ya la acumulación de semejantes eventos puede sonar exagerada, peor aún es la forma en que Daldry nos va presentando las situaciones (nos obliga, por ejemplo, a escuchar una y mil veces los desesperados mensajes telefónicos que el padre de Oscar deja pocos minutos antes del derrumbe de la Twin Towers). La película quiere, necesita, nos exige, nos obliga a que nos emocionemos y utilizará todos los medios, las herramientas (más arteras) para que nos consustanciemos con esta historia de dolor y de redención, de amor y de aprendizaje. Cuando unos artistas se enfrentan a materiales de semejantes implicancias deberían ser muy cuidadosos, muy austeros, muy pudorosos para con el espectador. Aquí, por el contrario, estamos ante una verdadera "pornografía" de los sentimientos. Los golpes son demasiados bajos y los 129 minutos se transforman en una verdadera odisea para el indefenso espectador. Que esta película esté nominada al Oscar en la categoría principal no sólo es una injusticia para con Drive, Beginners, Las aventuras de Tintín o tantas otras obras más valiosas. Es una vergüenza para la Academia de Hollywood y desmerece por completo al premio más popular del planeta.
Si queres llorar... Llora! Stephen Daldry, realizador de El Lector, Billy Elliot y Las Horas que resulta terriblemente afín a la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Los Ángeles por su contenido solemne, conmovedor y grandilocuente, vuelve a nuestras salas de cine para entregar su película más sensiblera, llamada Tan Fuerte y Tan Cerca. Oskar Schell es un inquieto y excepcional muchacho de 11 años que posee una gran inteligencia. Lamentablemente para él su feliz vida se ve trastocada cuando su padre muere en el atentado a las Torres Gemelas, aunque el hecho de encontrar una llave hará que comience un viaje que lo conectará con personas desconocidas que lo intentarán ayudar a descubrir qué cerradura abre la misteriosa llave. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Una cosa es una película efectiva y otra muy distinta es una película efectista. Tan Fuerte y Tan Cerca pertenece al segundo grupo por ser asquerosamente efectista, porque busca de todas las maneras forzar en nosotros un efecto, que en este caso es el llanto. Si, la mayoría de las películas buscan generar algo en el espectador, pero la cuestión se centra en cómo lo logran. Lamentablemente aquí no llega a provocarlo por medio de la historia y su desarrollo o la evolución de sus personajes, sino que pone toda su artillería sensiblera en función de generar las lágrimas, sufrimiento y desconsuelo, teniendo como resultado un film plagado de golpes bajos, momentos "profundos y conmovedores" y demás cuestiones que la convierten en uno de los peores estrenos en lo que va del año. A lo largo de todo su metraje, exagerados 129 minutos, encontraremos varios elementos que harán de su visionado algo difícil, tan difícil como contener las lágrimas. En esos 129 minutos tendremos que soportar y escuchar en reiteradas oportunidades los últimos 6 (seis!!!!) mensajes en un contestador que Thomas Schell le deja a su hijo en el intento de despedirse de él, lo que sin dudas delata un insoportable regodeo por la muerte del personaje de Tom Hanks a manos de Daldry, secuencias que encima se encuentran "puestas en escena" por un niño de 11 años, algo que las agrava totalmente. En Tan Fuerte y Tan Cerca no existe la palabra "felicidad" o al menos se esfuma luego de la muerte del patriarca Schell. La mayoría de los personajes que van entrando y saliendo de la historia presentan vidas llenas de pérdidas, desolación y sufrimiento, donde encontramos entre ellos la labor de la "lloro con una facilidad bárbara, hasta con moco de la nariz y todo" Viola Davis, aunque sin dudas el ejemplo más emblemático del sufrimiento de los personajes de este tedioso film es el del papel del abuelo del insufrible Oskar que quedó mudo por la pérdida de sus padres en el Holocausto, de donde justamente él es sobreviviente, además de jamás haber conocido a su hijo. Una vida llena de amargura que provoca nuestro sufrimiento...¿Pero era necesaria tanta carga mortuoria para forjarlo? Incluso el guión de Eric Roth, romántico y muy buen escritor de grandes películas como Forrest Gump o El Informante, presenta por momentos frases de una bajeza importante como cuando Oskar le dice a su madre que prefería la presencia de ella en las Torres Gemelas a la de su padre. Una escena totalmente injustificable dentro del entorno que propone la película, debido a que más allá de no ser la mejor madre del mundo, no presenta actitudes que justifiquen semejante estocada al corazón. Ah, pero el momento conmueve y mucho por su dureza.¿Pero a qué precio? Por último tenemos la intolerable intervención de la música, que obviamente es excesivamente afín a las intenciones de la película y resulta otro elemento terriblemente molesto de soportar en su metraje por su carga emocional y su grandilocuencia. Ojo, que por la música en algún momento lagrimeas, aunque obviamente que con la repetición de esta bajeza musical es fácil lograrlo. Tan Fuerte y Tan Cerca resulta un film plagado de reiterativos recursos puestos en función de forzar el llanto, donde solo falta Moria Casan incitándote a largar las lágrimas por medio de su conocida frase: Si queres llorar... Llorá.
Tan lacrimógena... El nuevo film de Stephen Daldry sigue el destino de un niño que perdió a su padre en los atentados del 11 de Septiembre. El tono angustiante del relato termina por abrumar al espectador. Stephen Daldry es, a esta altura, uno de los realizadores más consolidados de Hollywood. Con Billy Elliot (2000) consiguió un notorio éxito mundial, a los que le siguieron Las horas (The hours, 2002) y The Reader (The reader, 2008), películas que ratificaban su rol de explorador de sentimientos profundos y muchas veces contradictorios. Es decir, a Mr. Daldry le gustan las emociones fuertes. Y vaya que en Tan fuerte y tan cerca (Extremely Loud and Incredibly Close, 2011) las hay… Su nuevo opus se centra en Oskar Shell (Thomas Horn), un niño tan irritante como inteligente (“Me hicieron el test de Asperger”, dice en un momento) al que lo vemos mucho más conectado con papá (Tom Hanks) que con mamá (Sandra Bullock). El destino hace que el padre esté en una de las Torres Gemelas en el día del atentado. Más tarde, Oskar encontrará una llave oculta en el ropero del padre, dentro de un sobre que tiene escrito el nombre “Black”. Ese hallazgo le dará un nuevo motivo para rencontrarse (ahora, simbólicamente) con papá. El relato irá una y otra vez hacia el pasado, mecanismo que nos servirá para conocer la relación entre lúdica y filosófica que ambos mantenían y que, por lo visto, hizo del muchacho un ser astuto, inspirador, verborrágico e imaginativo. El problema es que a la película no le basta con bucear en el pasado para comprender al personaje en su dimensión humana, también lo hace para profundizar sobre el carácter cuasi masoquista de Oskar, quien escucha una y otra vez los últimos mensajes del padre antes de morir. Y, como si con ello no bastara, la película se encarga de relatar el episodio varias veces, incluso con fotografías e imágenes. Ya conocidas por todos, encima. Oskar no tardará en trazar un plan tan fascinante como a simple vista absurdo: recorrer todo el Estado en busca de los ciudadanos apellidados “Black”, para descubrir qué misterio se esconde detrás de ese hallazgo fortuito. Y, claro está, encontrará todo tipo de personas. La película hace foco en los más sufridos. Y como si todo esto fuera poco, mientras mamá no sabe qué hacer con su vida (nunca vimos a Bullock tan demacrada), el chico encontrará como ayudante a un misterioso anciano mudo interpretado por el gran Max Von Sidow. Un sobreviviente del Holocausto… Tamaños sucesos conforman un combo lacrimógeno que –no dudamos- impactará en buena parte de la platea. El argumento exige una exploración de un sujeto de pasiones desmesuradas, lo cual no está mal a priori. El problema es que la película, a tono con el niño, le da la espalda al verdadero drama en pos de escarbar en lo insólito. Espacio en donde solamente encuentra motivos para apelar al golpe bajo. Entonces, condenados al dramatismo más trivial, los personajes pierden su carnadura humana, quedan reducidos frente al mero efectismo. Este aspecto queda muy claro en el uso de la banda sonora. Daldry no confía en sus personajes y en las acciones que llevan a cabo, por eso necesita musicalizarlo todo. Muchos podrán argumentar que un drama de esta naturaleza no puede retratarse de forma pudorosa. Más que una cuestión de exposición de penas, el problema de Tan fuerte y tan cerca es que la forma se devora al contenido. Tratándose de una transposición de la novela de Jonathan Safran Foer, hubiera sido interesante traducir la literalidad a una zona mucho más contenida y menos obvia. No ha sido el caso.
Para amar u odiar En todas las épocas han existido temas de especial sensibilidad para la gente. Cuando los mismos son abordados por el cine con demasiada proximidad el asunto puede ocasionar las más disímiles reacciones. Por ejemplo, ¿cuántas veces se ha dicho que el espectador no estaba preparado para tal o cual experiencia cinematográfica? Seguramente no pocas… Ya ha transcurrido una década desde aquel fatídico 11-S que además de un inmenso dolor provocara una reacción en cadena con consecuencias tremendas en todos los órdenes imaginables. Las películas que se rodaron hasta ahora se han concentrado en la crónica de ese día que enlutó a la humanidad entera y la gesta de tantos hombres y mujeres anónimos que lucharon codo a codo, cada cual desde su lugar, para tratar de salvar vidas y sostener a los familiares que debieron sobrellevar semejante tragedia. Analizadas en retrospectiva esas historias respondían a la necesidad imperiosa que tenía la sociedad estadounidense de empezar a cicatrizar la herida de alguna forma. Hacer esto está bien visto, es como una catarsis controlada en la que no caben los riesgos de ninguna índole: mucho menos los artísticos. Tan fuerte y tan cerca, la nueva película del inglés Stephen Daldry, es una de las primeras obras en plantear el atentado a las Torres Gemelas como disparador de una ficción que, pese a las opiniones vertidas por ahí, conmueve hasta lo más profundo sin recurrir a golpe bajo alguno. Claro que esto es subjetivo y digno de ser debatido. El filme tendrá algunas pocas fallas pero no es tibio, se juega el todo por el todo cargándole el absorbente rol del niño protagonista a Thomas Horn, un muchachito sin experiencia actoral, y presenta unas cuantas facetas como para explorar largamente. El joven escritor de origen judío Jonathan Safran Foer publicó su novela Tan fuerte y tan cerca en 2005. El galardonado guionista Eric Roth (Oscar por Forrest Gump) se encargó de adaptarlo para la pantalla grande con suma habilidad y Daldry le imprimió su sello poético a un drama hipnótico que pasa de la intensidad emocional más crispada a elucubraciones metafísicas prácticamente sin despeinarse. Nada aquí luce forzado, todo fluye maravillosamente en una trama que debe ser la más original que he visto en años. Oskar Schell (prodigioso e inolvidable Thomas Horn) perdió a su padre (un muy cálido Tom Hanks) en el World Trade Center hace apenas un año. El contexto traumático de esa desaparición –los seis mensajes de voz guardados en el teléfono- y el sentido de pérdida han dejado en un estado de convulsión y furia permanentes al chico de nueve años, cuya tarjeta de presentación lo identifica como inventor, diseñador de joyas (el oficio paterno), astrofísico y pacifista. Oskar se refiere con razón al 11-S como “The worst day” (El peor día). El precoz e inteligente niño avasalla con su personalidad y sus fuertes conflictos existenciales (“¿Nadie sabe que no hay nadie en el ataúd?”, exclama en el funeral) a su golpeada madre (una impecable Sandra Bullock). Padre e hijo eran tan inseparables que por momentos tememos por la salud mental del pequeño. Durante esas largas jornadas de depresión y nostalgia alternadas Oskar descubre un jarrón en el que su papá dejó un sobrecito con una llave. Recordando los juegos de expediciones con pistas que solían practicar se da cuenta que la única forma de que esa venerada figura no se desdibuje es tratar de hallar la cerradura para la cual fue construida. Una tarea por demás ambiciosa en la que recibirá la comprensión y la ayuda de un anciano que podría ser su abuelo (el genial Max Von Sydow, nominado al Oscar por este papel) y que ha renunciado a hablar por una serie de eventos traumáticos que el director prefiere dejar en un segundo plano. Todos los sábados sale Oskar acompañado por el anciano y munido de sus mapas, su mochila y su pandereta (que le sirve para no paralizarse ante la multitud de Manhattan) para buscar el objeto misterioso que su querido papá le encomendó como misión póstuma y que podría de alguna manera traerle algo de consuelo para, por fin, empezar a superar tan irreparable pérdida. Los detractores de la película están en condiciones de acusar a sus creadores de utilizar el 11-S como trasfondo con fines sensacionalistas. Yo no lo veo así. La carga emocional no sería la misma si, por ejemplo, el personaje de Tom Hanks perdiera la vida en un accidente de autos. Ese contexto en particular y el tratamiento, insisto, para mi nunca especulativo que le da Daldry empuja hacia delante la historia dramáticamente. Y estoy convencido de que los tiempos, los climas y el personaje de Oskar en sí son menos hollywoodenses que varias de las otras películas nominadas al Oscar en este 2012. La clave del relato, no obstante, recae en la actuación de Horn que por suerte no intenta congraciarse con el espectador haciendo caritas ricas a cámara; Oskar no es un nene para poner en la mesita de luz: es complejo, por momentos lo odias, en otros te compadeces por su sufrimiento pero siempre resulta creíble en sus berrinches, arrebatos y extrema sensibilidad. Esta actuación es el verdadero triunfo de Tan fuerte y tan cerca… El tiempo pone en perspectiva a las obras de arte. Lo que hoy es calificado como obra maestra mañana puede ser destrozado sin culpa (y viceversa). El valor de una película valiente, poco concesiva (hay algunos subrayados que se podrían haber evitado cerca del final) y honesta como esta no puede ser objetado con argumentos irrefutables. Todos podemos cambiar nuestro sentir eventualmente. Aquí y ahora, un film brillante. Quizás lo mejor que haya realizado Stephen Daldry en toda su carrera. ¿Para amar u odiar? Eso parece...
Una historia trágica que apunta a conmover al espectador Es muy complicado, casi imposible, juzgar y analizar los aciertos y desaciertos estéticos y formales de este film cuando lo que se pone en cuestión es su calidad, hasta su viabilidad, moral. Una película que toma una tragedia colectiva como el ataque terrorista a las Torres Gemelas y la transforma en un drama personal contado como si se tratara de un cruel cuento de hadas protagonizado por un niño profundamente perturbado alarma desde un lugar que supera la existencia o falta de méritos cinematográficos. ¿Era necesario mostrar el sufrimiento de ese chico que pierde a su padre en las Torres en un primer plano detallado que incluye la autoflagelación? Probablemente no. Si parte del pensamiento posmoderno discute fuerte con la idea de representar el horror, en referencia al cine dedicado a ficcionalizar el Holocausto, aquí, en otra medida, cabe una pregunta similar. La utilización de la imagen -la documental y la recreada para este film-, de las personas tirándose de los edificios a punto de derrumbarse para contar el drama de este niño resulta manipulatoria y más que cuestionable. Que todo se vuelva un juego de detectives como sólo un chico curioso pueda imaginar lo es más aún. Basado en la novela de Jonathan Safran Foer, la película cuenta con un estilo afectado, casi kitsch, la historia de Thomas (el debutante Thomas Horn), un nene que podría ser autista -las pruebas no fueron concluyentes, explica él mismo-, que vive fantásticas aventuras por Nueva York con su padre. El hombre (Tom Hanks), un joyero que quería ser científico, diseña misterios para que su hijo resuelva y así deba hablar con la gente, algo que al chico le cuesta bastante. Casi como el París de mentiritas que mostraba y explotaba Jean-Pierre Jeunet en Amelie , el director Stephen Daldry ( Billy Elliot ) construye un Manhattan y alrededores tan artificiosos como la tragedia que el guión del talentoso Eric Roth machaca. Porque acá más que relatar de lo particular a lo general la profunda herida que causaron las muertes de las víctimas del 9/11, todo apunta a conmover al espectador a como dé lugar. No hay espacio para la reflexión ni la emoción genuina cuando la historia vuelve una y otra vez a la imagen de un niño autoflagelándose física y emocionalmente. Ante tanta manipulación, las actuaciones de Hanks, Sandra Bullock y el precoz Horn, además de los aportes en papeles secundarios de Viola Davis, Max von Sydow y Jeffrey Wright, aunque notables quedan desdibujadas, un elemento más de un mecanismo que funciona sólo tracción a lágrimas.
VideoComentario (ver link).
Duelo y odisea Discreto filme, inferior al libro de origen. Jonathan Safran Foer publicó Tan fuerte, tan cerca (en la traducción española el título no llevaba el “y”) en 2005. Escrita bajo el influjo reciente del atentado a las Torres Gemelas, la novela no sólo confirmó el talento literario del autor de Todo está iluminado : mostró, además, una forma novedosa de instalar al libro/objeto como instrumento narrativo, en especial a través de imágenes que representaran lo que no pueden representar las palabras. Un ejemplo: Oskar, el chico que narra sus sensaciones ante la muerte de su padre en el ataque del 11/9, cuenta que se va a dormir. En las páginas siguientes, se suceden trece imágenes, bellas y perturbadoras, lógicas e ilógicas: su sueño/pesadilla. Hay muchos otros pasajes que demuestran ingenio y versatilidad, sumadas a una prosa que reproduce el punto de vista infantil, en equilibrada oscilación entre el dolor contenido, la melancolía, la candidez, la agudeza y el humor amargo. La película, dirigida por Stephen Daldry, es un ejemplo, uno más, de la ineficacia que supone traspolar la literatura al cine, sobre todo cuando las imágenes parecen ser meras ilustraciones de la palabra escrita. Una mudanza, en este caso, con grandes pérdidas. En primer lugar, el delicado lirismo; en segundo, la sutil creatividad para abordar un tema complejo. El guión de Eric Roth ( Forrest Gump , El curioso caso de Benjamin Button ) muestra, especialmente en la segunda hora de película, una clara tendencia al sentimentalismo, la manipulación, el golpe bajo. Recurso que Safran Foer evitó y que la dupla Daldry/Roth utilizó como gancho de taquilla. Hasta ahora les valió la nominación al Oscar a mejor película, por ¿absurdo? que suene. El que no leyó el libro, y busque conmoverse sin cuestionar la ética de esta adaptación, encontrará –probablemente- la emoción deseada. El debut actoral de su protagonista, Thomas Horn, es más que aceptable. Lo secundan actores de peso, como Max von Sydow (otra candidatura al Oscar), Tom Hanks (en el papel del padre) y Sandra Bullock (la madre). El filme se basa en recursos transitados: la voz en off del chico, que reproduce la primera persona del libro y nos transmite su encierro interior; y flashbacks , que nos muestran la relación con su padre y, de a poco, qué ocurrió durante lo que él llama “el peor día”. Hay secuencias que sí funcionan: la del 11/9, cuando Oskar sale del colegio, percibe la realidad distorsionada –como en una pesadilla- y, al llegar a su casa, se encuentra con los primeros mensajes dejados por su padre desde una de las torres. O, más adelante, cuando el niño nos transmite toda su paranoia. Oskar, fóbico con razón, encuentra una llave que perteneció a su padre en un sobre con la palabra “Black”, que él interpreta como un apellido. Entonces, urde un plan monumental y alocado: visitar a todos los Black de Nueva York, hasta dar con la cerradura. Una bella metáfora, en el libro resuelta con elegancia. La película, en cambio, opta por ser enfática. Por caso, al transmitir la angustia suplementaria de Oskar ante la imposibilidad de recuperar, al menos, el cuerpo de su padre. O al mostrarlo en su vínculo con un personaje –imposibilitado de hablar- que también sufrió históricas orfandades. Safran Foer los moldea en base a estilo y astucia; Daldry, apoyándose en lacrimógenas demandas del mercado.
Ente las miles de familias desgarradas que dejó el atentado contra las torres gemelas de New York el 11 de septiembre de 2001, este film (nominado al Oscar como Mejor Película) dirigido por Stephen Daldry se concentra en una, más precisamente en el laberinto que el preadolescente Oskar Schell recorre tras la muerte de su padre (Tom Hanks), quien ocasionalmente se encontraba en uno de los edificios siniestrados en el momento en que el segundo edificio fue impactado por un avión. A partir del momento en que Oskar encuentra por accidente un sobre con la palabra “Black” inscripta y una llave en su interior, comienza un derrotero de búsqueda alrededor de lo que, supone, es un apellido que podría darle algún dato desconocido sobre su padre, alguna referencia que lo pudiera ayudar a concretar un duelo que parece en suspenso. “¿Por qué le hablan a un cajón en el que no hay nadie?”, se pregunta el niño, brillante, con una inteligencia por encima del promedio, ante la inhumación de un cuerpo ausente. Con esa lógica es que llevará a cabo su travesía dentro de la isla de Mahnattan, a pura deducción y sin da un paso atrás en su investigación amateur. La película del director de Las horas y Billy Elliot, entre otras, es un enfoque personalizado de la tragedia del 11-S, no sin apelar a un puñado de golpes de efecto y un guión montado sobre una fórmula efectiva y que sabe impactar en el momento justo, con dosis continuas de drama y goteos de humor leve y que ayudan a disipar las lágrimas. Es cine, el cálculo es inherente a la producción fílmica y no hay drama o pérdida de vidas que no desencadene un estudio al respecto con la idea de llevarlo a las pantallas de todo el mundo. Y a los puestos de venta de pochoclo, nachos con queso, gaseosas, chocolate, caramelos, helados. Algunos datos paracinematográficos: el veterano Max von Sydow, nominado al Oscar por su trabajo como actor de reparto, podría aquí lograr su primera estatuilla, luego de décadas de nominaciones por las que se fue con las manos vacías. En tanto, Tom Hanks, eterno mimado por la Academia, no fue tenido en cuenta pese a que entrega aquí una de esas performances que lo han caracterizado como el más hollywoodense de los actores de Hollywood.
Lo manipulador no quita lo emocionante Según John Updike, Harry Siegel y otros prestigiosos cerebros, la novela que inspira a este film es francamente falsa, manejadora, esquemática y empalagosa. Puede ser. Al mismo tiempo, le reconocen «momentos de emoción aplastante», un «virtuosismo impresionante» y otros méritos. Como fiel adaptación, resulta coherente que la película también tenga similares méritos y defectos. No a todo lo largo, pero los tiene. Jonathan Safran Foer, se llama el novelista, nieto de sobrevivientes del Holocausto y seguidor de Philip Roth. Entre sus libros se destacan «Todo está iluminado» (Liev Schreiber hizo una buena versión cinematográfica con Elijah Wood, «Una vida iluminada») y, menos elogiado pero más vendido, «Tan fuerte y tan cerca». Quienes lo llevaron al cine son el director Stephen Daltry («Billy Elliot») y el guionista Eric Roth («Forrest Gump»), que para ello simplificaron el relato, redujeron prácticamente a uno sus varios narradores, aportaron sus variantes manteniendo el espíritu original, y, cosa de agradecer, eligieron muy bien al compositor Alexandre Desplat y a los dos intérpretes principales: el chico Thomas Horn, sin experiencia actoral pero que venía de ganar un certamen nacional de preguntas y respuestas, lo que daba muy bien para su personaje de niño inteligente, imaginativo y sensible, y el venerable Max von Sidow, con una experiencia enorme en variedad de papeles y una voz imponente de la que en esta ocasión nos vemos privados. Es que el chico de la historia sufre la pérdida de su padre, muerto en el atentado de las Torres Gemelas. Ese hombre era también su compañero de juegos creativos, su mejor guía. Ahora el niño tiene la ilusión de haber encontrado un último juego que, quién sabe, su padre estaría preparando. Para resolver la incógnita y sentir más cercano al ausente, recorre New York, que guarda las heridas de aquel atentado pero sigue andando. De ese modo él va aprendiendo ciertas cosas. Más adelante aparece otro compañero de camino: un viejo silencioso, que sufre otras pérdidas. Es un sobreviviente del bombardeo a la ciudad de Dresde, durante la II Guerra Mundial, un tema tratado por Kurt Vonnegut en «Matadero 5». Ahí la historia empieza a interesar mucho más, se enriquece en varios sentidos y alcanza sus mejores momentos. En resumen: la película es inflada, retórica, lacrimógena, se alarga demasiado, lo que digan. Pero tiene lo suyo: lecciones de vida, comprensión del propio sentimiento de culpa, del dolor ajeno y la necesidad de redención, o reconciliación, aprendizaje de crecimiento. Por ese lado vale la pena.
Anexo de crítica: -Con algunos altibajos y excesos narrativos; subrayados innecesarios que le quitan fuerza pero siempre atenta al tono y a crear constantes momentos de emoción al borde del chantaje emocional, Tan fuerte y tan cerca (Extremely Loud and Incredibly Close) podría haber sido mucho más sentimentalista y amarillista de lo que terminó siendo aunque sin lugar a dudas la deslumbrante actuación del protagonista y el apoyo de un elenco sólido de secundarios sube el listón porque más allá de las concesiones del guión la película de Stephen Daldry no hubiese llegado a ser efectiva de contar con otra galería de actores generosos como Tom Hanks.-
"Tan solo otra terriblemente aburrida dramatización del colapso de las Torres Gemelas". Con cierto profesionalismo, un espectador norteamericano poco feliz con el resultado de Extremely Loud and Incredibly Close modificó un póster de la película para que se leyera la frase que inaugura esta crítica, en vez del título de la misma. Su comportamiento puede ser tildado de vandalismo, es no obstante una toma de postura válida a la que se le da la bienvenida: en Estados Unidos están superando los atentados del 11/9. Debió pasar una década entonces para que una producción como la de Stephen Daldry sea considerada como lo que es, un film falto de ritmo y emoción, cargado de golpes bajos con los que una y otra vez se busca retorcer una herida. El realizador británico de Billy Elliot repite los pasos que hiciera en el 2008 con The Reader, es decir un producto lacrimógeno, sencillo y con un elenco de figuras, opción ideal a la hora de los premios de la Academia. Cuando en repetidas ocasiones la película parece encauzar su ruta y dirigirse hacia un mejor puerto, especialmente desde la primera aparición del enorme Max von Sydow, hay un empolvado as bajo la manga que recuerda el espíritu de solemne in memoriam al que apunta. Así pondrá en boca de un niño de once años el recuerdo del temor al transporte público y a los paquetes olvidados, igual que las dudas por el significado de los atentados. Del mismo modo lo hará desenterrar las fotos de aquellos que saltaron hacia el vacío, en lo que supone el intento más bajo de rasgar la cuerda sensible. Son el veterano actor sueco y el debutante Thomas Horn quienes brindan las mejores interpretaciones, aportando lo mejor de lo suyo a cada papel, a diferencia de un Tom Hanks y una Sandra Bullock que solo cumplen. De la relación entre el anciano y el chico, cuya naturaleza se adivina bastante antes de lo previsto, y del encuentro con los diferentes Black, incluso aquellos forzados como con Viola Davis y Jeffrey Wright, nacen los puntos más destacados de la producción, más allá de que cada contacto derive en un monólogo sentimentaloide del niño. El 29 de septiembre del 2001, en la apertura de temporada de Saturday Night Live, Lorne Michaels preguntó al por entonces intendente de Nueva York, Rudy Giuliani, si se podía volver a reír. La frase y la respuesta de ambos pasaron a la historia: diez años antes y por televisión, un político en la mira de todo el mundo dio el "OK" para que el humor volviera, tan solo 18 días después de la tragedia. Para otros, como Daldry, su guionista Eric Roth y el novelista Jonathan Safran Foer (autor de Everything is illuminated), una década todavía no es suficiente.
Atentado a la infancia A pesar de que pasó poco más de una década, los atentados del 11-S siguen estando tan cerca y pegando tan fuerte como en el día de su colisión global, cuando la masacre terrorista llegó a infiltrarse de alguna manera u otra en la memoria colectiva e individual del planeta. Y por eso incomoda tanto el pujante melodrama que Stephen Daldry traza como intersección emocional entre la caída de las Torres, la caída de una familia (la de un padre que muere en el atentado) y la de una comunidad (Nueva York y sus habitantes) que trata de superar el hecho como puede. Dedo en la llaga de la Zona Cero que escarba a través de recurrentes golpes de efecto como la secuencia de un hombre (¿Tom Hanks?) que se arroja una y otra vez al vacío, las grabaciones en un contestador automático de dicha víctima antes de serlo, los pellizcos que su hijo se inflige a sí mismo, los llantos de su madre, la apariencia desconsolada de los sobrevivientes. Pero si bien Tan fuerte, tan cerca lleva la etiqueta “Drama” impresa con mayúsculas igual que el “Black” que Thomas Schell/Hanks le deja a su hijo junto a una llave como ambiguo mensaje póstumo, también es cierto que el filme se salva de ser un mero atentado sensiblero gracias a los excéntricos detalles de la trama (todos aquellos papelitos y juegos de ingenio y ocurrencias del autista-pero-lúcido niño protagonista Oskar Schell), la enorme actuación de Thomas Horn como el mismo Oskar, una narración ágil y estudiadamente clásica y una visión esteticista y naíf de la cruda realidad a lo Amélie que sí, puede que resulte un tanto empalagosa, pero así y todo funciona como equilibrio y cicatrizante oportuno para tanta lágrima y grito de dolor. Y es que queda claro que para Daldry y su cristalina perspectiva piadosa todos los habitantes de Nueva York (y del universo) son iguales y desclasados ante la muerte (“todos perdimos a alguien”, reconoce Oskar hacia el final), y por eso el terrorismo en definitiva importa poco y la cuestión pasa más por la aceptación de la muerte de un ser querido; aquél que para Oskar significaba un cable a tierra hacia un mundo que puede ordenarse en nombres, mapas y cifras. Por eso, Tan fuerte… se asume desconsoladamente autista y fabuladora y escapista y sin lugar a filtraciones exteriores, con los riesgos (ingenuos) que tal gesto entraña. Entonces, ver a Oskar como una versión más Oscarizable (¿Oskarizable?) y menos oscura y entrañable pero igual de caprichosa y precoz del Max disfrazado de lobo de Donde viven los monstruos; y cuyo entorno lacrimógeno consigue paradójicamente que su misión detectivesca no pegue del todo: ni tan fuerte, ni tan cerca.
Muchos se preguntaban en USA por qué esta película estaba nominada a los Oscar. Después de verla yo me pregunto lo mismo. Yo suelo tener un problema con algunas películas y sus personajes. En su momento odié El talentoso Sr Ripley porque el papel de Matt Damon era para saltar a la pantalla y acuchillarlo. Acá pasa lo mismo. Y esto no se si es bueno, porque no me permite ver la película en si... creo. El personaje del "nene", es odioso. No hay forma de emocionarse con su supuesto sufrimiento, su odio al mundo es inexplicable, su maltrato a familiares y gente que lo rodea no tiene justificación. No puedo creer que exista un personaje así en el mundo, que no haya sido linchado por "amigos" o sus padres mismos. Esto es ciencia ficción definitivamente. El guión no me gustó para nada, porque no entiendo realmente que quieren contar. Además tiene escenas inexplicables, como cuando el chico le grita a la madre y tira todo lo de la cocina. ¿Para qué??? ¿Para qué??? Me va a costar mucho ver otra película con este actor "joven", salvo que sea una de terror y tenga su merecido... Tan fuerte y tan cerca, se refiere en realidad a que el chico grita muy fuerte y uno está cerca de la pantalla. Y si uno no entiende por qué está nominada al Oscar... tiene que recordar que una vez ese premio se lo dieron a El paciente inglés. El elenco secundario casi no existe. Lo de Tom Hanks es muy pequeño y Sandra Bullock, que parece Florinda Mesa (hoy día) está pintada. Lo de Max Von Sidow emociona un poco, pero esto es causado porque al menos no grita. La experiencia que tuve al ver esta película, es similar a cuando le daba chances a óperas primas argentinas que hablaban de desaparecidos y eran malas... es lo mismo. No quiero ver otra película del 11 de septiembre, ni tampoco con este actor, y por las dudas con el director tampoco.
Tan melodramática y tan obvia... Tan Fuerte y Tan Cerca es la edulcorada historia y por demás melodramática, de un chico con -supuesto- síndrome de Asperger (esas personas que encuentra dificultades para socializar, que se aturden fácilmente por los sonidos altos y generalmente, son genios) que pierde al padre en el atentado del 11 de Septiembre. Agreguen un anciano mudo, traumado por el Holocausto, y el cocktail parece irresistible para los Oscar mas no para el espectador que no tenga ganas de sufrir. Como el título original bien lo indica, la historia se trata de exceso (extremadamente fuerte, increíblemente cerca), que nosotros vemos y sentimos a partir de las experiencias del joven Oskar Schell. Antes de morir en el atentado, Thomas Schell dejó tras de sí un juego inconcluso. La expedición de reconocimiento para el sexto distrito de Nueva York. Un tiempo más tarde, Oskar encuentra una enigmática llave con un sobre donde está escrito «Black». Esa podría ser la pista para definir el mayor enigma y legado que podría prolongar la memoria del hombre que más lo entendía a él. Mientras su madre no parece salir del shock emocional, el joven se aventura en la gran ciudad y conoce historias igual de terribles o peores que la suya. Uno de los objetivos de los juegos del padre era ayuda a su hijo a socializar y atreverse a disfrutar el mundo. Los padres son Tom Hanks y Sandra Bullocks, en roles menores pero necesarios, acompañando a otros actores secundarios como John Goodman, Viola Davis y Jeffrey Wright, todos con trabajos más que respetables. La novela de Jonathan Safran Foster, es, si se quiere, más bien vanguardista. Es el relato a través de un chiquito que ama el francés (nada de esto está en la película), con una singular faceta creativa y muchas -pero muchas- dudas acerca de la vida, la muerte y el amor. La película convierte toda la historia meta-filosófica en una búsqueda cuasi fantástica (es una ciudad de Nueva York de ensueño, de fantasía, sin gente mala y con un héroe que la recorre a pie con una pandereta que lo tranquiliza) en el proceso de conversión de una persona desequilibra, algo mayor para su edad, e irritante en un verdadero niño. Ese es el punto más desconcertante de la película: simpatizar con el pequeño Oskar, que parece demasiado sobreprotegido. Los personajes de Eric Roth (guionista de Forrest Gump, El Curioso Caso de Benjamin Button) son personas extraordinarias en situaciones ordinarias y esta no es la excepción, aunque al guionista le gusta llenar la historia de diálogos sobreexplicativos y dramáticos. El principal problema del director de aquella película extremadamente solemne, llamada El Lector, es que no puede acultar los hilos que utiliza para manipular emocionalmente al espectador y para peor, algunas veces ni siquiera es algo tan fino como un hilo. Para sacar lágrimas de la tragedia, recurre una y otra vez a la imagen de Tom Hanks cayendo del edificio (¡es el plano inicial!) como poniendo el dedo sobre la yaga una y otra vez hasta que alguien rompa en lágrimas. De la escueta filmografía de Daldry, este quizás sea su film más desparejo, más torpe y obvio. No hay mucho que pensar aquí: se trata de emocionarse o no con la historia que se está contando, llena de golpes bajos. Hay detalles que bordean lo grotesco y absurdo, como por ejemplo, que Oskar entre a un subte con una máscara de gas poco después del atentado a las Torres. Thomas Horn se luce como el protagonista, pero quien se roba la película es Max von Sydow (el caballero que desafía a la muerte a una partida de ajedrez en El Séptimo Sello) como el misterioso anciano que no habla y se comunica a través de anotaciones. Ellos dos ponen el corazón para que esta historia regular salga a flote. El error no es el elenco: son las decisiones que tomaron los creadores para hacer de esta una de las películas más cerradas y conservadoras que se han visto en mucho tiempo. El modelo a copiar es el del antihéroe que funciona como sinécdoque para toda una sociedad, pero por varias razones eso nunca llega a funcionar. Llenaríamos canales enormes sólo con las lágrimas que derraman los protagonistas, pero Daldry tiene un sentido del humor nulo y es incapaz siquiera de que ese mismo universo tenga algo de gracia. La simplificación de la novela (también criticada, también elogiada, por grandes autores como John Updike) en un melodrama manipulador y demasiado sentimental no hace que este sea un film inteligente, pero sí hay suficiente talento (Max von Sydow, Thomas Horn, el compositor Alexandre Desplat, los tres se dan cita en un monólogo impresionante que muestra las mayores falencias y aciertos del film) como para volverlo emocionante, si el espectador entra en su juego. Encontré una idea buena, satisfactoria, que es la de volver a un héroe que parece más grande de lo que en realidad es, un viajero cuya recompensa es invisible a los ojos: la -verdadera- maduración que implica dejar de mirar por arriba a los demás y comprender el sufrimiento no sólo el sufrimiento ajeno, sino también la alegría.
Una búsqueda que no lleva a ningún lado El director de Las horas y The Reader, siempre tan cuidadoso de las formas, propone un pudoroso acercamiento a la tragedia del 11 de septiembre del 2001, que le valió dos candidaturas al Oscar a pesar de sus insensatas licencias narrativas. ¿Cómo abordar una tragedia a la que el mundo entero asistió con espanto ayer nomás, en vivo y en directo? ¿Una en la que tres mil inocentes murieron horriblemente? ¿Cómo abordarla y, sobre todo, para qué? Para ofrecerles a los votantes de la Academia un tema fuerte, unánime, “importante”. De esos que ganan nominaciones. Para darles eso mismo a los espectadores, agregaría otro. No una sino dos nominaciones al Oscar logró Tan fuerte y tan cerca, que narra el maniático intento, por parte de un niño con síndrome de Asperger, de reconectarse simbólicamente con su padre, muerto en los atentados del 11 de septiembre de 2001. A Mejor Película y Mejor Actuación Secundaria está nominada la película del realizador británico Stephen Daldry, que después de Las horas y The Reader repite la fórmula: novela prestigiosa, tema “importante”, capacidad de shock. Un shock tratado con delicadeza, se entiende: lo de Daldry es el sacudón de qualité. “El último recuerdo que tengo de mi padre es su voz en el teléfono”, dice Oskar Schell (el debutante Thomas Horn, tan irresistible como suelen serlo los chicos en el cine). Oskar tiene once años, rostro sensible, inteligencia superdesarrollada y conductas entre raras y obsesivas. Por lo que se ve, la relación con su padre Thomas (Tom Hanks) fue poco menos que perfecta. Juntos jugaban juegos un poco tontos y un poco brillantes, como enumerar oxímoron entre saltitos. “Un oxímoron es una afirmación imposible”, explica el sabelotodo de Oskar al espectador, para que no se pierda. Thomas y Oskar jugaban también a un juego de pistas que obligaba al pequeño a ir una y otra vez al Central Park, a desenterrar objetos que, supuestamente, le darían la clave para descubrir algo que en verdad nunca sucedió. Si suena algo rebuscado, qué decir de lo que, a imitación de aquellos juegos, hace el niño para descubrir el último secreto de su padre, quizá tan inexistente como aquellos que Thomas inventaba para él. Luego del 11 de septiembre (día en que a Thomas, dueño de una joyería, no se le ocurrió nada mejor que ir de visita al World Trade Center), revisando cosas de papá, Oskar encuentra una llave, en un sobre que sólo dice “Black”. Motivo suficiente para que el pequeño obse tome la guía telefónica y se largue a visitar, uno por uno, a todos los neoyorquinos de apellido Black (equivalente a Martínez o González), con la esperanza de que uno de ellos tenga la cerradura para esa llave. En determinado momento se le suma un anciano que ha venido a vivir con su abuela y que, por algún trauma del pasado, perdió el habla o decidió no volver a hablar (Max von Sydow, cuya nominación, sumada a las de El artista, puede convertir la del próximo domingo en la noche más muda en la historia del Oscar). ¿Puede ser que ese hombre sea su abuelo, que en algún momento dio la espalda para siempre al padre muerto? Que esta vez Mr. Daldry no ande poniéndole narices falsas a la gente o tirándola por la ventana –como hizo con Nicole Kidman y Ed Harris en Las horas– no es suficiente para impedir que todo luzca tan cuidadosamente armado. Cuidadosamente, por la mesura y prolijidad narrativa, apoyadas por esas dos garantías de exquisitez que son Chris Menges (director de fotografía de La misión y The Reader, entre otras) y Alexandre Desplat (autor de la banda de sonido de El discurso del rey y El árbol de la vida). Pero de un modo totalmente descuidado, si se consideran ciertas asombrosas licencias narrativas, relacionadas con la insensata y sin embargo exitosa odisea de Oskar. Que la narración eluda concienzudamente el golpe bajo no quiere decir que a la larga no lo dé, por vía telefónica. En la mañana del 11 de septiembre papá dejó, en el contestador de casa, seis mensajes progresivamente desesperados. Mensajes que, dosificados a lo largo del relato, irremediablemente se harán oír. Pero el mayor problema de Tan fuerte y tan cerca es su solicitud de compartir, a lo largo de dos horas siete minutos, una búsqueda maniática que, se sabe, no lleva a ninguna parte. Es que el horror que se invoca es tan imposible de procesar que la propia película parece empeñada en sacárselo de encima, inventando un segundo relato que no por inconducente deja de ponerse en primer plano.
El duelo de un niño ante la pérdida de su padre. Una película como Tan fuerte y tan cerca puede generar dos tipos de reacciones, la del llanto consumado por lo que sucede y la del no llanto, y deseo profundo de que pase algo que realmente cambie el panorama. Si bien sabemos que su director Stephen Daldry (El lector, Billy Eliiot y Las horas) es un hacedor constante de películas que pintan ser grandes moralejas, muchas veces terminan siendo sólo parte de una gran parafernalia que no termina dejando nada tras bambalinas. Y si este filme, es una obra por momentos muy atractiva, por otros se convierte en tensa, compleja y con un hilo conductor que inevitablemente no conduce a nada. Oskar Schell (Thomas Horn) es un niño brillante que tiene una extraordinaria relación con su padre (Tom Hanks), éste siempre lo incentivo a la búsqueda, a la lucha incansable por encontrar respuestas de la manera más lúdica posible y a afrontar los desafíos. Pero un día, su padre fallece (es una de las víctimas del 11 de septiembre en las Torres Gemelas) y su vida cambia rotundamente. Él guarda los mensajes del contestador donde su padre se comunica por última vez, él decide flagelarse en busca de acercarse a su progenitor, de entender sus 8 minutos de vida antes de dejar de existir; y en esa constante agonía, un día descubre una llave en el armario de su padre y cree que es alguna otra búsqueda que éste le ha encomendado, quizás donde haya algún mensaje especial para él. La búsqueda por descubrir a qué cerradura pertenece esa llave es epicentro de esta historia, en donde el joven Oskar se encontrará con los personajes más bizarros y peculiares de New York y donde generará un vínculo muy particular con un viejo mudo (inquilino de su abuela y protagonizado de manera excelente por el sueco Max Von Sydow) que será su único compañero de ruta para saber qué fue lo que le ha dejado su padre tras esa llave en un jarrón. Tan fuerte y tan cerca es un filme muy pretencioso, que queda a mitad de camino entre lo efectivamente narrativo y lo extremadamente pomposo y superfluo del mismo. Si bien las actuaciones del Horn (su primer filme) y Max Von Sydow (nominado como mejor actor de reparto en los Oscars) son muy buenas. Tom Hanks cumple enésima vez (y me quedo corta) el mismo papel efectista que viene realizando desde que un día descubrió que era un buen actor y le dieron dos Oscars. Luego se estancó y no hubo forma de sacarlo de la zona de confort en la que se acomodó. Sandra Bullock (la madre de Oskar) cumple su papel de viuda y madre sin capacidad de afrontar lo que sucede en su hogar de manera correcta. No hay mucho lucimiento pero remediablemente logra dos momentos que pueden decirse que son buenos: cuando se pelea con su hijo y éste le confiesa que hubiese preferido que sea ella la fallecida y no su padre, y cuando le comenta todo lo que ha hecho tras sus espaldas , cuidándolo. En definitiva, el filme es un constante golpe bajo a los sentimientos, a los duelos de los seres antes una pérdida y una tragedia que se torna demasiado oscura para que sea un niño su protagonista (hay instancias donde realmente lo han convertido en un ser demasiado desdichado, que resulta prepotente, pedante y cero amistoso). Si te gusta llorar, seguramente sea tu filme. A mí realmente me dejó un gusto neutro, de decepción porque esperaba mucho más de una cinta que está nominada como mejor filme en la próxima entrega de los Oscars (no merece estar allí) y de alegría por saber que aún podemos disfrutar de un actor como Von Sydow que sin emitir sonido, deslumbra por sus gestos y movimientos en cada fotograma (él si se lo merece). @Belloysublime
Una historia a puro efecto... lacrimógeno El film dirigido por el inglés Stephen Daldry narra la historia de un niño que pierde a su padre en los atentados del 11-S en Nueva York. Una llave será el tesoro que lo conduzca en una búsqueda por conocer algún secreto familiar. Entre los títulos que abordaron la tragedia del 11-S, fueron pocos los que se animaron a centrar su mirada en el drama en particular, y fueron aun menos los que se animaron al después de una familia, esto es, las consecuencias hacia adentro de la pérdida de un ser querido cuando las Torres Gemelas se derrumbaron por el atentado terrorista. Pues bien, Tan fuerte y tan cerca se ocupa del tema, y la aprehensión sobre un film sobre la catástrofe, que necesariamente debía trabajar con sumo cuidado y respeto para no derrapar en sensiblerías y manipulaciones, confirma minuto a minuto, escena por escena, todos los temores previos. El director que se ocupa de la sucia faena es el inglés Stephen Daldry Billy Elliot, Las horas, El lector, que en este caso da fe de su paso a las grandes ligas hollywoodenses con una película que busca en cada momento y con todos los recursos innobles que encuentra, impactar al espectador desde la triste historia de Oskar Schell (Thomas Horn), un niño que perdió a su padre (Tom Hanks) en las Twin Towers. Por esas genialidades del guión a cargo de Eric Roth –y del libro de un tal Jonathan Safran Foer–, el centro del relato es una llave que encuentra Oscar en el armario de su papá y que él supone que será la clave para alguna clase de revelación sobre la pérdida, el crecimiento y el porqué de lo que le está sucediendo. Cada vez más alejado de su madre (Sandra Bullock), el pequeño recorre de punta a punta Nueva York para encontrar la cerradura de la misteriosa llave, lo que le permite al director hacer algo así como un muestreo de las almas sensibles de la gran ciudad que escuchan la historia del pequeño, que continúa la búsqueda acompañado por su abuelo (Max Von Sydow) mudo y sobreviviente de la II Guerra Mundial. Como para dejar en claro, y que en ningún momento se dude, que cada generación tiene su propia y monstruosa tragedia colectiva. En paralelo, mientras la película martilla una y otra vez con los últimos mensajes que dejó el padre en el contestador y las fotos ampliadas de una persona lanzándose de los edificios que Oskar cree que puede ser él, también se ocupa de la difícil relación que mantiene con su madre, que vigila su búsqueda en silencio. Las poco más de dos horas de la película son entonces un recorrido por los sentimientos a flor de piel buscados con ahínco por Daltry, que sabe el efecto que puede causar la música, los ojos tristes de un niño, las caras de la gente “común”, los diálogos justos que generan emoción. La manipulación más desvergonzada.
Tan lejos… Hay realizadores que son usualmente sobrevalorados, tanto por la crítica como por los distintos festivales o premiaciones que los avalan, siendo uno de estos casos el de Stephen Daldry, autor de films como Billy Elliot, Las Horas y El Lector, los cuales son correctos, pero no mucho más que eso. Con la presentación de Tan Fuerte y Tan Cerca, su nuevo film, expone su obra más mediocre, la cual resulta muy inferior a las anteriores, aunque a pesar de aquello es candidata a la mejor película en la próxima entrega de los Oscar el 26 de febrero próximo.
El film de Stephen Daldry es una indigerible suma de golpes bajos y manipulaciones que lo vuelven insoportable. por Andrea Migliani Stephen Daldry no alcanzó aquí la concentración de narración y acción que en The Reader le valió tantos elogios. El director de películas memorables como Billy Elliot o Las horas, maravilla de concatenación rizomática, cayó en un pozo sin salida en la que el golpe bajo, la manipulación artera y todos los lugares comunes de la tragedia remanida, que justamente resta tragicidad, se reúnen en Tan fuerte y tan cerca. La historia es la de Oskar Shell, encarnado por Thomas Horn, un niñito precoz, sabiondo y curioso que pierde a su padre, Tom Hanks, en el atentado de las Torres Gemelas. Todavía deberemos digerir más remezones de aquella espantosa situación -que justamente por tremenda es inenarrable- hasta que vuelva la guerra fría o haya una bandada de abejas asesinas o retorne el hijo de King Kong. El pequeño, insoportable si los hay, y esto es importante porque si es el héroe y no genera empatía estamos en mala senda, queda al cuidado de su mamá, Sandra Bullock. Encuentra una llave que tenía su padre y este hecho lo lanzará a la búsqueda de su dueño. ¿Qué puede abrir esa llave? Suspenso, intriga y más golpes bajos desde la voz del contestador en el que Hanks habla antes de que las torres se derritan, una y otra vez, una y otra vez. A esta serie tremenda de tribulaciones hay que agregar que su compañero de búsqueda, epifanía o aventuras es su abuelo, Max Von Sidow que, sólo casualmente, es un sobreviviente de un campo de exterminio nazi. Yo aquí ya tiro la toalla. Como la búsqueda es incesante y es en la vertiginosa New York, el pequeño se topará con variopintos personajes que prestan atención a su historia, su abuelo mudo, sólo acompaña. Entonces en un poco más de dos horas Daldry nos trata de manejar con toda esa sumatoria de efectos del melos y la tragedia, expuestos, exuberantes, insoportablemente artificiosos como si una historia particular no mereciera un clima más íntimo. La orfandad, el horror y la violencia que dan pié a esta historia merecían más respeto. En fin, parece que cuando algunos se afincan en Hollywood pierden el criterio estético y peor aún, una ideología de lo que el cine debe ser. Un descaro total que ostente dos nominaciones al Oscar.
Emocionante búsqueda post tragedia Nominada para 2 premios Oscar de la Academia de Hollywood, la película del realizador Stephen Daldry coloca en primer plano las relaciones entre padres e hijos con el trasfondo de los atentados a las Torres Gemelas. Tan fuerte y tan cerca es un emocionante relato que recurre al flashback para reconstruír fragmentos (momentos claves) en la de la vida del pequeño Oskar Schell (Thomas Horn), cuyo padre (Tom Hanks) muere el 11 de septiembre de 2001 y cuya misión consistirá en encontrar una cerradura que coincida con la llave que éste le dejó. En su incansable periplo, y con una madre ausente (Sandra Bullock), el protagonista se cruzará con distintos personajes en la ciudad de Nueva York; contará con la ayuda de una abuela protectora y de un inquilino que no habla pero que dice mucho (un excelente Max von Sydow, nominado al Oscar, y recordado por su papel del padre Merrin en El exorcista). Todo sirve como excusa para que el director de Billy Elliot, Las horas y El lector explore las marcas que deja una tragedia y recomponga un panorama familiar que, desde el comienzo, se percibe enrarecido. Daldry sabe cómo contarlo y pone al niño Thomas Horn en un papel protagónico exigente que lo impulsa a buscar respuestas gracias a su inteligencia y sensibillidad extremas. Si el relato funciona es gracias a su impecable trabajo. Se la puede tildar de lacrimógena, pero el resultado es altamente favorable teniendo en cuenta las subtramas que alimentan la película y por el armado que el cineasta supo imprimirle.
Tras la muerte de su padre en el atentado al World Trade Center el 11 de septiembre de 2001, Oskar Schell descubrirá que aún tiene una misión que lo unirá con él más allá de la muerte. Fanáticos de la ciencia y la investigación, de los descubrimientos y de planes para develar los misterios ocultos en la Gran Manzana, Oskar y su padre recorrían la ciudad en busca de intrigas por resolver. Atravesado por un profundo dolor y en un intento por recuperar la cámara fotográfica que solían utilizar juntos, Oskar hallará una pequeña llave dorada dentro de un sobre. Una sola palabra escrita en el papel lo hará embarcarse en la resolución de lo que cree será un gran secreto. “Tan fuerte y tan cerca” está basada en la novela homónima centrada en un niño de once años en su proceso por reponerse de la inesperada muerte de su padre y en la aventura que esa llave representa, llevándolo a enfrentar y superar sus fobias sociales. Esta investigación es un modo de prolongar la despedida y comenzar a olvidar el dolor que la desaparición de su progenitor generó y que se traduce en una desgarradora autoflagelación física y sentimental. Desde la perspectiva de Oskar descubrimos lo aterradora que puede llegar a ser una gran ciudad: rascacielos, personas apuradas, transportes públicos rebosantes, ruido constante, multitudes… paralizaría a cualquiera que intente controlar su agorafobia. La pequeña participación de Tom Hanks se suma a la de Sandra Bullock, cada vez más selectiva en sus roles, los cuales la alejan de aquellos personajes que cimentaron su carrera. Max Von Sydow, en una conmovedora composición, es el compañero ideal para acompañar al pequeño Thomas Horn es su camino a la verdad.
Una nominación contra la reflexión Aunque ternada como Mejor película en la ceremonia de los Oscar que aun se desarrollaba al cierre de esta edición, la obra no posee el sustento de anteriores films del realizador, como Billy Elliot, Las horas o la polémica El lector. Cuando el lector ya tenga este diario en sus manos, y ciertamente para muchos esto ocurrirá mucho antes, ya será de público conocimiento el resultado final de esta última entrega de los premios Oscars, en la que, aún no tengo claro, ni encuentro fundamento alguno, los motivos por los cuales un film como el que hoy comentamos ocupa un lugar en la categoría de los nominados a "Mejor película", junto a títulos como El artista de Michel Hazanavicius, Hugo de Martin Scorsese y Medianoche en París, entre otras. Y es que Tan fuerte y tan cerca lleva, en principio, la firma de un talentosísimo realizador inglés, todo un autor en sí, que a la edad de cincuenta años se sintió tentado por la gran industria, la que lo hoy lo recompensa, desde el sello Warner, ostentando la tradición de un emblema, ocupando un sitial en el lugar de las nominaciones. Pero no hablamos sólo de un viaje geográfico, sino de una distancia que se mide en término de un alejamiento que va perdiendo de vista, que va dejando de lado, a medida que avanza el film, aquellos lugares en los cuales cada espectador podía encontrar un lugar de reflexión, su propia pausa; ese renglón de duda, que no está marcado precisamente por un concepto convencional de intriga. Como lo había logrado admirablemente en films como Billy Elliot, Las horas y la tan polémica y abiertamente crítica El lector. Una fuerte marca de ese cine industrial, a la que seguramente su realizador no habrá podido oponerse, es la que define la pareja protagónica, para quien firma esta nota ya muy difícil de verlos en pantalla, integrado por los siempre oscarizados Tom Hanks y Sandra Bullock. Y por otra parte, volver sobre el escenario trágico del 11?S hubiera merecido alguna que otra reconsideración que lo alejara a este primer actor del episodio central y que colocara más ante el espectador, ante sus ojos, al hombre de todos los días, sin destacar esa estelarización, en tanto estamos ante un suceso que compete a lo colectivo. Pero ya lejos Daldry de aquellos relatos en los que un determinado pulso permitía que la tensión dramática se moviera abriendo fisuras, interrogando a la propia historia de lo que iba aconteciendo, arroja aquí, en Tan fuerte y tan cerca, desde una omnipresente voz en off, un film que se puede pensar como dos. Aquel que el sistema USA impone y el que el director trata de hacer fluir por otros carriles. De esta manera lo que compete al escenario familiar, a la relación de este niño, que experimenta un cierto autismo, con sus padres (particularmente con su padre), va en una dirección: el que marca el canon del estereotipado género, ya sea por repetición, flashbacks, subrayados musicales. Y por el otro, lo que se conecta con el misterioso inquilino, ya anciano, con quien ese niño pactará su desafiante aventura por las calles de Nueva York, permite reencontrarse con personajes que llevan a aquel realizador de films anteriores. A partir de la novela de J. Safran Foer, su guionista Eric Roth, a quien recordamos por su versión de Benjamin Button de Scott Fitzgerald, organiza una historia en la que, como en el admirado por este crítico film de Martin Scorsese, hay un juego pendular entre un móvil y un motivo: una llave y una cerradura; aunque en ambos casos operen en registros diferentes. En Hugo ligada a la figura de ese autómata cuya llave forjada en forma de corazón pondrá en movimiento el sueño de ese padre que ya no está, continuado ahora en el desvelado deambular del hijo; en el film de Stephen Daldry, una llave, guardada en un sobre escondido en un jarrón azul que lleva en sí una palabra, abre una puerta, una operatoria y un juego de sospechas para ese niño que recibe esto como mensaje cifrado de parte de su fallecido padre. En ambos films, la necesidad de recuperar una voz. Desde la orilla europea, Stephen Daldry debe haber convocado en esa búsqueda para que acompañe al niño por todas las calles de la gran ciudad, a este personaje que vive secretamente como inquilino al amparo de su abuela, a este anciano interpretado por el noble y veterano Max Von Sydow, quien lleva en sí, en el film, la dolorosa memoria del Holocausto. Privado del habla, atento a las inquietudes de su joven interlocutor, le responderá mediante palabras escritas. Tal vez este sea el capítulo más conmovedor del film: el que atañe, el que descubre y hace crecer este vínculo. El que lleva a que otros rostros se asomen detrás de tantas otras puertas hasta que el niño pueda llegar a un cierto lugar del mapa que se había trazado; en ese aprendizaje, fracturado, que no llega a ser ese melodrama sincero porque apela al golpe efectista, a la fórmula estereotipada. Y que pese a insistir con el motivo de una llave no permite abrir aspectos sobre la identidad, sobre la propias dudas del pequeño Oskar. El silencioso y veterano inquilino, Max Von Sydow, está nominado en el rubro, según la traducción, "Mejor actor de reparto". Me comenta la profesora Julieta de Zavalía que en el idioma inglés, en el original, esta categoría, "Best supporting actor", equivale a aquellos actores?actrices que, realmente, sostienen, funcionan como soporte, del principal o de algún otro en un pasaje relevante del film. O bien, acompañan de manera decisiva, fundamental.
Iba a suceder tarde o temprano, sucedió cuando debía (a diez años exactos del acontecimiento): alguien iba a filmar un drama aleccionador sobre el 11-S. Aquí hay un chico que ha perdido a su padre y anda con una llave tratando de develar algo así como un misterio, y si esto le recuerda La invención de Hugo Cabret, responde al deseo de ambos films de contar algo “importante” a través de lo que se supone que es la mirada de un niño. Decir que Tan fuerte... es una mala película es exagerar. No lo es y no carece de elementos atractivos (la aparición de Tom Hanks, Sandra Bullock y el gigantesco Max Von Sydow -nominado al Oscar por este trabajo, cuando tanto lo mereció por su labor con Bergman o la magistral El Exorcista) o de momentos que convoquen una emoción genuina. Pero también el espectador tiene derecho de sospechar -sobre todo en la pretensión esteticista o, más bien, “lindurista” del realizador Stephen Daldry, aquel que filmó Billy Elliott y perpetró Las Horas- que no se trata más que de un gran camelo, una novela de la niña Andrea del Boca con las Torres Gemelas como excusa.
Cállate, cállate que me desesperas Todos gritan en la última película de Stephen Daldry (Billy Elliot, Las horas y El lector) y sobre todo su insufrible niño protagonista, Oskar Schell (Thomas Horn), quien no escatima tiempo en torturar por más de dos horas al espectador con lamentos constantes, teorías ingeniosas, deducciones y explicaciones de todo tipo, además de relatos acelerados, producto de los recurrentes ataques de histeria narrativa. Ya se sabe que al mainstream hollywoodense de turno le encantan “los síndromes de tal o de cual” como excusa para despertar las emociones fáciles, sin embargo aquí ni eso se logra porque el carácter insoportable del pequeño héroe, con pandereta incluida, genera más rechazo que empatía. Una voz en off (que será dominante en el relato) nos introduce en la historia, de guión básico: un chico pierde a su padre (Tom Hanks) en las Torres Gemelas e intenta recuperarlo con diversos objetos y una investigación a partir de una llave que encuentra y que supuestamente conduce a alguna cerradura salvadora. Como se puede ver, están todos los elementos dignos de esta clase de productos: patología x + intriga+ muerte de ser querido. No obstante, el signo más molesto se advierte en la abundancia verbal explicativa sobre lo que estamos viendo, lo que evidencia, una vez más, el desprecio hacia las imágenes como herramientas del cine, y la modelización de un espectador al que hay que someterlo por más de dos horas al universo seguro de la interpretación unívoca. De este modo, Oskar nos dirá todo lo que hace mientras observamos sus acciones. Un ejemplo burdo de obviedad se da en la siguiente escena. El pequeño genio viaja en subte con el abuelo (Max von Sydow), quien ha perdido la facultad del habla (en el único gesto amigable del director), al cual le cuenta cómo jugaban con su padre a los oxímorons (figura retórica que consiste en usar dos conceptos de significado opuesto en una sola expresión); luego de ofrecernos varios ejemplos (para que nos quede bien claro) a base de flashbacks fugaces, la omnipotente voz en off vuelve y nos da el broche de oro explicativo para referirse al abuelo y enseñarnos (no vaya a ser que estemos desatentos) que ahora es el único ser con el cual el niño puede tener un lazo afectivo: “el mudo que habla”. La frecuente verborragia es reforzada con abuso de cámara lenta y encuadres perfectos del héroe sufriente, que remiten a una estética clipera, con música ambiente continua para acentuar el pulso emocional. El recurso del sufrimiento encuadrado no es suficiente para Daldry e introduce, en su desconfianza para construir solamente atmósferas, una intriga absurda en medio de una estructura que se pretende fragmentada y confusa cuando en realidad no deja nada al azar. Para colmo, hacia el final, podremos encontrar una pacata escenificación simbólica de red social y, por supuesto, los mecanismos afectivos reparadores infaltables. En definitiva, este film, candidato a la estatuilla, es esa clase de películas que posan y coquetean con ser diferentes pero que se mueren en una serie de convencionalismos.
Tan fuerte, tan cerca, tan lejos de Foer Cuando hace algunos años cayó en mis manos la novela de Jonathan Safran Foer "Tan fuerte, tan cerca" sólo tenía la referencia de que se trataba del mismo autor de "Todo está iluminado" (que había tenido también su adaptación cinematográfica de la mano de Liev Screiber en "Una vida iluminada" con Elijah Wood) y no mucho más que eso. Lo que encontré, en ese momento, fue un texto totalmente rupturista, con una manera increíblemente creativa de contar una historia más allá de los valores literarios que uno pueda o no encontrarle. Una novela conteniendo fotos, páginas en blanco, correcciones en rojo, tarjetas personales de presentación, dibujos, más fotos, tachones, borrones y otras fotos más. Una novela que no solamente quería presentarse como una novela, sino que además se constituía -más allá de tocar algunos puntos sensibles de la reciente historía norteamericana- en una invitación a incorporarse como lector en la historia de una manera lúdica y que, por fuera de lo que se pretendía contar, habia un acento e interés especial en la forma de la propuesta y en los elementos que el autor ponía a disposición del lector al momento de desplegarla. Oskar, el niño portagonista y narrador central de la historia, es realmente un chico muy particular, cuya vida se ve alterada cuando pierde a su padre en en el atentado a las Torres Gemelas. En algún sentido, tanto en la novela como en la versión cinematográfica se hace un especial hincapié en presentarlo a Oskar muy hermanado con el famoso protagonistas de la novela de Mark Haddon "El curioso incidente del perro a medianoche", un niño introvertido, verborrágico, con una delgada línea dentro o fuera del Aspergher y un mundo interior complejo y profundo. Su mundo ya desequilibrado se perturba más aún, cuando descubre, revolviendo entre las pertenencias de su padre, un sobre con una llave y la palabra 'Black', escrita en él. La posibilidad de decodificar ese mensaje oculto en la llave junto con ese nombre y ninguna otra referencia adicional, hace que Oskar inicie una búsqueda exhaustiva a partir de estos pocos datos, cruzándose con distintos personajes en su obsesión por encontrar al "Black" que pueda finalmente vincularse con su padre. El guión de Eric Roth ( quien ha escrito "El curioso caso de Benjamin Button" "Munich" "El informante" o "Forest Gump" entre otros), lamentablemente no logra transmitir lo que Safran Foer propone en su libro. Una propuesta y de por sí difícil, lograr extrapolar el componente lúdico de la novela que incita al lector al juego literario y a desplegar la propia imaginación sobre el texto, esa todo un desafío. Roth, en las antípodas del juego de Foer, elige anclar en los fragmentos más melodramáticos de la idea, poniéndolos de relieve y navegando sobre aguas demasiado conocidas sin que exista una posibilidad de que el espectador pueda ir construyendo un rompecabezas propio. Pese a que acompañamos gustosamente a nuestro pequeño héroe Oskar en su cruzada alocada y desesperada (gracias a una intensa y carismática actuación de Thomas Horn donde Daldry se luce una vez más en la dirección de actores infantiles como en "Billy Elliot" sabiendo lo dificil que a veces resulta, aún en los momentos donde el niño luce más sobresaltado), este guión tan empeñado en buscar la lágrima fácil y el tono sufrido de casi todos los personajes le resta fuerza a la propuesta que tenia la novela original en cuando a la exploración de Oskar en un universo complejo e impenetrable al que debe enfrentarse, intentando reconstruir una identidad. El cast de super estrellas de Hollywood para los padres de Oskar no fue una buena elección ya que no son papeles sumamente importantes dentro de la historia. Sin embargo, Sandra Bullock como la mamá de Oskar que tiene una participación más importante que las breves apariciones de Tom Hanks, tampoco logra en ningún momento encontrar la cuerda precisa para esta historia. Con una pena exagerada y un tono monocorde a lo largo de toda la narración, tampoco suma a que la propuesta gane fuerza. Y es Max Von Sydow quien encuentra un poco más el estilo que tenía que imponer para un personaje a la vez querible, sufrido y complejo dentro de la historia. Con estos elementos, sin embargo, Daldry logra construir un film que obviamente daba para muchísimo más y para que se animara a alejarse de los convencionalismos y lograr un tono más personal e innovador dentro de su filmografía. Pero adhiere nuevamente a las fórmulas que tanto resultado le han dado como la ya mencionada "Billy Elliot" "Las Horas" y "El Lector" todos ellos, films participantes de los premios de la Academia. Daldry filma con una mirada estilo y una estética propia y se nutre de rubros técnicos impecables pero en este caso particular no logra que "Tan fuerte y tan cerca" se encuentre a la altura de un gran film, como para competir dentro de las diez mejores del año. Seguramente, alejada de la época de los premios, "Tan fuerte y tan cerca" podría haberse tomado como una historia interesante, bien contada aún con una extensión que podría haberse reducido para que ganara fuerza y evitando algunas reiteraciones (el protagonista escucha muchísimas veces los mensajes que dejó su padre en el contestador automático, aparecen varias veces los encuentros con los diferentes Black a los que OSkar entrevista una vez que ya el espectador ha entendido de sobre el mensaje). Pero quizás dentro del pelotón de las películas del Oscar, con una novela tan interesante como base, con un prestigioso director al mando de un elenco interesante, uno se acomodó en la butaca con demasiadas expectativas. Que no se llegan a cumplir del todo.
"Extremely loud and incredibly close", nominada a mejor película en la próxima entrega de los Oscars, es considerada la de menor chances de llevarse una estatuilla según la crítica especializada internacional. Muchos han discutido los valores que la hicieron electa para esta instancia y aunque uno coincida con la apreciación en términos generales, siempre es bueno saber cuáles son las razones que hacen a este film tan frágil, que no soporta una mirada rigurosa sin derrumbarse inexorablemente al aflorar su artificiosidad desatada. La historia está basada en la novela del 2005 de Jonathan Safran que en su momento fue best-seller (muy discutida en su tiempo), al abordar la cuestión de los hijos de quienes murieron en el World Trade Center en el trágico 11-S. Caracterizando el contexto con detalle, el autor construye una fábula extraña en la que retrata a un personaje singular para simbolizar esa búsqueda de respuestas ante el crudo rostro del dolor de la pérdida. Potencialmente era material que podía generar una de esas cintas que la Academia premia: un drama con sustento histórico, de superación y reencuentro personal. Así es que los estudios convocaron a un prestigioso director para llevar adelante esta adaptación, Stephen Daldry (previamente nominado en tres oportunidades por Billy Elliot, The Hours y The Reader) fue el elegido y parecía garantía de éxito. Eric Roth pulió el guión y esquematizó los cambios necesarios y así fue como, ante las buenas perspectivas, se completó un cast muy interesante, liderado por Tom Hanks y Sandra Bullock. El film arranca con la presentación de quien dominará la escena por los próximos 129 minutos: Oskar (Thomas Horn), un chico que tiene ciertas capacidades especiales: es ingenioso y domina ciertas relaciones físicas (coquetea con el síndrome de Sparger), es tenaz y simpático, aunque tiene varios costados débiles. Sus fobias lo inmovilizan y básicamente, derivado de su patología de aislamiento, le cuesta relacionarse con la gente. Ama a su padre, Thomas (Hanks), un hombre que conoce y entiende a su hijo y lo estimula a resolver desafíos nuevos, todo el tiempo, cosa que Oskar adora. Pero esa maravillosa relación se trunca cuando el niño pierde a su padre en el derrumbe de las Torres Gemelas. Su norte desaparece, los problemas vinculares con su madre (Bullock) afloran y el enojo por la muerte de Thomas dispara una misión muy especial. Accidentalmente, Oskar da con una llave en un armario del cuarto de su padre fallecido y decide emprender la compleja tarea de conseguir pistas para dar con la caja/puerta que la misma debe abrir. Como es un chico distinto, aplicará su lógica de manera original (o retorcida?) y partiendo de un apellido que encuentra (Black), se lanzará a una tenaz búsqueda para resolver el misterio. "Tan fuerte y tan lejos" apela a todos los golpes bajos que te puedas imaginar. Y golpea duro. Pone en primer plano la indignación por el luctuoso suceso (11-S), y empuja a su protagonista (Horn), a una aventura larga y tediosa. Se percibe mucha repetición de ideas en los parlamentos del chico y una actuación forzada, en la que cada estallido se mira con desconfianza y casi antinatural. Por momentos, encima, abruma la cantidad de palabras que aporta el pobre muchacho. Promediando la cinta, los mohínes y muletillas ya han perdido sorpresa y solo perturban al espectador, quien ya entendió la caracterización de este perfil. Se acumulan la cantidad de eventos en una progresión geométrica sostenida con el claro propósito de emocionarnos por sumatoria. Así de fuerte: para completar el cuadro, la película no se detiene ante nada, música acorde, alusiones a las muertes en las Torres y vuelta a comenzar. Cuando sentimos en el cuerpo que el viaje debe terminar, Daldry se niega y extiende innecesariamente el relato con un par de vueltas en el final que aclaran (u oscurecen) algunos de los sucesos que se dieron en dicha fecha. Algo más, nos pareció otro paso en falso depositar sobre los hombros de Horn, el peso de la trama. Los secundarios aportan poco, aunque Max Von Sydow si reconocemos que hace lo suyo con oficio Es cierto es que todas las miradas están en el personaje de Oskar y si él no sostiene la película por empatía y se gana al público, era esperable que la misma se cayese sin vueltas. Que es lo que sucede. Podríamos seguir señalando también algunos conceptos pro-americanos que la cinta trae que, cuando menos, son objetables y poco felices, pero ya tienen un panorama de que van a encontrar. "Tan fuerte, tan lejos" es un drama familiar desparejo que no parece ameritar su presencia en la lista de candidatas a los máximos premios de la industria. Pero está. Primer paso en falso de Daldry, aunque igual consiguió filtrar esta película para la gran lucha del domingo...
Tan forzado ¡Que decepción!, es lo 1ro que se me viene a la cabeza. Teniendo todo, un director como Stephen Daldry, responsable de "Billy Elliot" (película que amé), "Las Horas" y "El Lector", un cast soñado que incluyó a Tom Hanks, Sandra Bullock, Max von Sydow, un novato virtuoso como Thomas Horn y la valentía de ser la 1ra película que contara la historia de una familia que haya perdido un ser querido en los ataques del 11-S, no se pudo lograr un film decente, que involucre y que haga valer la entrada al cine. Sinceramente no comprendo como se quiso encarar el proyecto. Para comenzar el guión es acartonado y pobre, culpa que quizás deba caer sobre el libro en el cual está basado este trabajo, aunque no lo puedo asegurar ya que no lo leí. La cuestión es que todo el tiempo se lo está pinchando al espectador para que llore con recursos que resultan poco naturales y tediosos. A mí la verdad, no se me cayó más que varios bostezos a lo largo de los 129 minutos de duración. Aburrida a full, con algunas excepciones individuales en el plano interpretativo y algunas vueltas de rosca que son pasables. Por otro lado, hay un total desperdicio de los actores que forman parte de la historia. Tom Hanks y Sandra Bullock interpretan a 2 personas extremadamente desabridas y que aparecen muy poco en pantalla. Lo de Max von Sydow sube un poco el nivel, pero no logra salvarla del fiasco. El niño Thomas Horn es sin dudas un joven precoz, con infinito carisma, basta con ver las entrevistas que le hicieron como parte de la promoción del film para sorprenderse y deleitarse con su presencia. El problema es que su personaje en "Tan Fuerte, Tan Cerca" es totalmente infumable, pone los pelos de punta y provoca ganas de tirarle con balde lleno de pochoclo a la pantalla. Como dije antes, quizás por culpa del libro o se le fue la mano al maestro Daldry. Es por momentos confusa, pesada con los subrayados que se utilizan para darle el carácter lacrimógeno y sentimentalista al mango. Un film que no debería haber sido nominado al Oscar y que aún teniendo todas las herramientas no pudo lograr un relato de calidad. Maestro Daldry... lo lamento, pero su último trabajo es un moco.
El niño y su búsqueda Oskar Schell (Thomas Horn) tenía ocho años cuando su padre murió en los ataques del 11S al World Trade Center de Nueva York. A un año de aquella tragedia, se mantiene lo más proactivo posible, en tanto su madre (Sandra Bullock) se sume en una depresión negra, que acentúa su severidad. Un día, Oskar encuentra una llave y una nota, e interpreta que su padre tiene un mensaje póstumo para él. A la caza de la historia detrás de la llave, Oskar se reencuentra con un abuelo desconocido (Max Von Sydow) y con cientos de personas que dejan de ser, a su vez, desconocidos, para convertirse en aliados de búsqueda. El niño (o el joven) en busca de una respuesta, un mensaje, una historia, es lo que conecta las dos novelas de Jonathan Safran Foer que fueron llevadas al cine hasta la fecha. La primera, "Una vida iluminada", fue dirigida por Liev Schreiber y abreva no sólo en la nostalgia y el golpe emotivo sino también en un cierto cinismo no excento de humor negro. Esta otra, sea por su temática o debido a la adaptación del guionista Eric Roth, o (y quizá esto sea lo más acertado) a la dirección de Stephen Daldry (bien en "Las Horas", notable en "Billy Elliot", definitivamente excesivo en "El lector") se empapa de efectismo y sensiblería de manual. Pero demos gracias a la intuición de los responsables del casting por la presencia brillante y efectiva de Thomas Horn, un niño cuya sensibilidad supera la ficción y llega al espectador generándole auténticas emociones. En sus hombros cae el peso de un personaje sensible, inteligente, hiperactivo, que esquiva (a veces por muy poco) los excesos en los que abunda prácticamente toda la trama. Este es uno de esos casos donde desde los avances hasta los afiches hablan del tipo de película que se va a ver. Así que no se puede alegar desconocimiento cuando se entra a la sala y las secuencias iniciales juegan con los golpes de efecto más transitados del 11S; si se puede superar la sana indignación del lugar común, se pueden apreciar los puntos más fuertes. A saber: una banda sonora digna de Daldry a cargo de Alexandre Desplat, las actuaciones del niño protagonista y Max Von Sydow como su abuelo paterno y el timing justo para que las dos horas de metraje sean llevaderas.
Frente a una tragedia que le cambia la vida a un país, y por qué no al mundo, el cine, el teatro, la literatura, las demás arte y la cultura en general, va manifestando la inspiración y el sentir de sus creadores. Frente al dolor de lo real no hay nada que discutir. Está ahí, presente, candente, a flor de piel, y con la contundencia de la alucinante soledad ante la falta de quienes ahora tienen el insuficiente mote de víctimas. El cine ha encarado las grandes catástrofes y los mayores acontecimientos dramáticos de la humanidad. En el caso de las Torres Gemelas, a once años de ocurrido el atentado, está siendo abordado de a poco. Sin entrar en polémicas, queda claro que cada víctima ofrece una historia para contar. Hasta ahora hay sólo dos producciones destacadas que aludieron al tema: “Las torres gemelas” (2006) y “Tan fuerte, tan cerca” que nos ocupa hoy. Va a ser muy difícil ver este tema tratado cinematográficamente sin que sus realizadores caigan en el melodrama, olvidando prácticamente la incomparable posibilidad expresiva que ofrece el arte cuando se va a fondo con una propuesta, o sea cuando se toman riesgos. El 11-9 es el marco histórico donde se centra el guión sobre la historia de Oskar Schell (Thomas Horn), un chico que perdió a su padre (Tom Hanks) aquel día, y que un año después está buscando las razones lógicas del suceso. En este aspecto se fundamenta la construcción de éste personaje en particular, donde reside la mayor virtud de la obra, el resto de las elecciones parecen desacertadas, empezando por la ausencia de subtramas que apoyen la narración, o al menos disfracen la clara intención de lágrima fácil. El chico decide ir tras la pista de una llave que encuentra circunstancialmente, que él entiende le dejó su padre para descubrir vaya uno a saber qué cosa, siguiendo un juego cómplice que jugaba con su padre cuando éste perece en el atentado, Es como una suerte de McGuffin mal utilizado por Stephen Daldry (“Las horas”, 2002, “Billy Elliot”, 2000), quien elige en este caso quedarse en la superficie de un relato que bien podría animarse a ir a fondo con su propuesta. En el contexto de la ausencia del padre, Oskar se muestra como un chico de conclusiones tan inocentes como brillantes, extremadamente sensible y necesitado de afecto. Quien sufre todo este proceso es la madre (Sandra Bullock), otro personaje poco desarrollado, pues se queda entre la presencia física y la virtual, según las dudas del realizador. La novela de Jonathan Safran Foer a través del guión de Eric Roth desvían la atención hacia la relación que Oskar entabla con alguien a quien llamaremos Viejo inquilino (Max von Sydow), un hombre adusto y solitario que decidió no hablar nunca más. Para comunicarse con sus semejantes recurre a escribir textos en una libretita, a lo que suma mostrar la palma de su mano izquierda con la palabra “sí”, y haciendo lo propio mediante la palma de su mano derecha cuando la respuesta le merece un “no”. Otra muestra de capacidad dudosa para resolverlo, pero es probable que tampoco haya habido muchas opciones dado el contexto. Eso sí, la actuación de Max von Sydow es notable. Oskar y El viejo ofician de escapismo en la historia, y la decisión de darle un tinte a lo Dickens parece otro recurso utilizado por el realizador para no hacerse cargo de su propia idea. Imagine al Hugo de Scorsese, pero serio y autodestructivo. Los rubros técnicos están al servicio del melodrama, por lo cual se puede decir que funcionan como tal. Los espectadores podrán contar con que las lágrimas queden sobre la superficie de los pañuelos. El cine será para otro momento.
Tan fuerte y tan cerca tiene el mismo problema que su protagonista; el joven Oskar Schell solo puede relacionarse con el mundo cuando lo hace mediante alguna capa de ficción que recubre la realidad y la vuelve extraña. A Stephen Daldry le ocurre algo parecido: después de una primera media hora más o menos prometedora (al menos no tan mala como amenazaban los avances y el sentido común más craso), el director fracasa cuando tiene que lidiar con un tema como el atentado a las Torres Gemelas. Al igual que Oskar, la película es ágil y demuestra alguna clase de inteligencia cuando trata con materiales ficticios (como la posible existencia de un desaparecido distrito neoyorquino que se habría perdido misteriosamente) pero se revela torpe, pesada y cómoda cuando dialoga con el mundo real. La decepción es grande porque Tan fuerte y tan cerca proponía acercarse a algo tan complicado y sensible como el 11 de septiembre desde una óptica nueva que privilegiaba lo lúdico y el trabajo con la fantasía, en vez de ofrecer otro regodeo simplón y repleto de golpes bajos. Al final, un mensaje berreta y previsible (similar al que cierra El alquimista, el mamotreto de Paulo Coelho) viene a querer suturar una película que hace agua por todos lados y que abusa de los pocos recursos que maniobra (el mutismo voluntario del personaje de Max Von Sydow, los estallidos de Oskar, los flaschbacks del hijo junto al padre, los últimos llamados telefónicos realizados desde las Torres que son usados como generadores de suspenso). El resultado final es indignante porque Daldry, queriéndolo o no, al principio deja entrever que hay otras formas posibles de contar una historia sobre un hecho trágico; es la enseñanza con la que Thomas machacaba a su hijo: se puede recorrer e investigar Central Park en busca de los restos de un pedazo de tierra gigante ya desaparecido, no importa lo ridículo o imposible que suene la empresa: la ficción no es un escape de la realizada sino una manera distinta de abrazarla. En vez de cartografiar de forma novedosa un terreno ya conocido como el del cine dramático basado en hechos reales, el director toma el camino más fácil y transitado: el de la explotación de la tristeza y la tragedia, de los golpes de efecto y los mensajes altisonantes.
EL HOMBRE INTERIOR Una interesante mirada sobre una familia que sufre una pérdida en el Word Trade Center el 9/11. La película de Daldry consigue dialogar con un hecho tan demoledor como la muerte de un ser amado y ofrecer un espacio de autoconocimiento y esperanza. Los hechos que suceden luego la muerte de Thomas Schell (Tom Hanks) parecen responder al comportamiento que Oskar (Thomas Horn) presenta desde el principio de Tan fuerte y tan cerca (Extremely Loud & Incredibly Close): la inseguridad lo coarta, si bien es con Thomas, su padre, con quien disfruta, se anima a comunicarse, para con el resto del mundo muestra un gran impedimento relacional. La conducta previa de Oskar pareciera advertirnos que si aquel entorno que sólo podía ser abordado con la compañía de su padre y su abuela, durante y post deceso paterno la amenaza será cada vez mayor. Oskar se comunica con su hijo a través de las aventuras que le propone, las lecturas, conversaciones entre padre e hijo alimentan la curiosidad y los espacios geográficos por descubrir alientan a Thomas a localizar un “sexto distrito”. Su búsqueda es tan frenética como su proceder cotidiano. Aquí podríamos destacar que a Stephen Daldry, director de la película, los niños enajenados no le resultan indiferentes. En Billy Elliot, otra de sus realizaciones, ahonda, sin demasiada profundidad, en la pasión que lleva a un niño a salir de su pueblo y convertirse en un bailarín profesional. Muchos planos de Tan fuerte y tan cerca nos remiten a los pies de aquel otro protagonista. Resulta llamativo el detalle de los zapatos de Thomas, su andar al borde del espasmo, su rabia contra sí mismo, contra su madre, contra ese lugar que no puede encontrar. Líneas atrás, deslizábamos el problema de Stephen Daldry con lo sondable de otro de sus personajes. En esta película, toda la coraza psicológica y física (Thomas llega a auto-agredirse a escondidas) que sostiene el personaje resulta engañosa. Durante gran parte del relato estamos tentados a sentenciar que la empresa que monta Thomas en memoria de su padre es tan externa como el exagerado comportamiento con el que la afronta. Su devenir está al borde del egoísmo, se aleja de su madre y toma al inquilino mudo de su abuela como objeto contra-fóbico para enfrentar a las personas con las que debe dialogar para encontrar la cerradura que corresponde a una llave que encontró entre las cosas de su padre. Sus acciones se muestran casi caprichosas. Mientras el punto de vista se queda con Thomas no vemos la salida para todo el dolor que representa la pérdida. Lamentamos la decisión de abordar un tema como una muerte en los atentados del 11 de Septiembre de manera tan aparatosa, sin darle la posibilidad a un personaje de que ahonde en su tristeza y comprenda que su padre está con él, que no lo abandonó y que su desaparición es sólo una circunstancia de la vida limitada que tenemos todos. Es cuando el punto de vista cambia hacia quien ha llevado a Thomas en su interior: su madre (Sandra Bullock), cuando Tan fuerte y tan cerca se vuelve interesante y afirma que la búsqueda de Oskar es un camino de interioridad y no un desafío desmedido y externo. Esta decisión aporta ese sustrato reclamado, es aquí donde esa experiencia de muerte se vuelve familiar, intimidad de la madre y del hijo. Los síntomas parecen esfumarse con el afecto, con el diálogo verbal y gestual que otorga sentido, que vuelve auténticos y vitales a dos seres a quienes una situación límite los ha cambiado para siempre.
El dolor de la pérdida irreparable, inexplicable desde el punto de vista de un niño. La tragedia del 11 de septiembre, y un niño con síntomas de autismo y síndrome de Asperger, que no puede con su alma por la pérdida de su padre, y a través de un objeto contruye una búsqueda desesperada de una clave de una respuesta. Aunque figuren Tom Hanks y Sandra Bullock, la historia es para el joven actor Thomas Horn y el maravilloso Max von Sydow. El film transmite la desolación caminando en el borde entre la emoción extrema y la búsqueda de la lágrima. Una historia un poco extensa, pero es la primera que innova con el tema.
Una odisea personal No es sencilla la misión que se impone Oskar Schell cuando intenta encontrar a la persona de apellido Black que está vinculada con una llave que encontró entre las pertenencias de su padre, después de la muerte de éste en el 11/S. Pero, en realidad, lo que el niño intenta es prolongar el vínculo lúdico-científico que lo acercaba mucho más a su progenitor que a su ahora devastada madre (interpretada por una correcta Sandra Bullock). En la improbablemente exitosa empresa que encara el muchacho, estará acompañado por un misterioso anciano, un sobreviviente del Holocausto que se niega a hablar (extraordinaria interpretación de Max von Sydow). El chico y el enigmático octogenario se aplicarán a una sistemática búsqueda por todos los barrios de Nueva York, sin mayores datos que los orienten acerca del dueño (o la dueña) de la llave. Con estos ingredientes, el director Stephen Daldry (el de "Billy Elliot", "Las horas" y "El lector") trata de sumar al espectador al viaje interior que emprende el pequeño Oskar mientras salta atrás en el tiempo para pintar la particular relación entre padre e hijo, truncada por el atentado. El fantasma de los atentados siempre está presente; casi obsesivamente, el chico escucha a escondidas los mensajes cada vez más angustiantes que dejó en el teléfono el hombre, atrapado en uno de los edificios hasta el fatídico desenlace. El problema es que el filme que logra Daldry es de esos que dividen a la platea entre los que se entregan sin reparos a la narración y los que no consiguen aceptar emocionalmente el relato. Aquéllos, entonces, se conmoverán ante la lucha del pequeño protagonista por restablecer los puentes afectivos con su padre desaparecido, mientras que éstos advertirán las manipulaciones emocionales que propone el director, pulverizando su eficacia. Y cuando la estructura dramática queda tan en evidencia, la emoción desaparece y la extensión del relato (algo más de dos horas) comienza a pesar en el ánimo del espectador.
Aprender a buscar... y a encontrar "Hay que seguir buscando". Es una frase que le ha dejado su padre a su hijo Thomas. El hombre murió en el atentado a las Torres Gemelas. Y Thomas no hace otra cosa que eso: buscarlo. De su padre le quedó una llave, muchos recuerdos lindos y esos juegos de ingenio que lo incitaban a explorar todo. Y ahora, ya sin él, desquiciado por esa ausencia, el nene usará esa llave misteriosa para salir a buscarlo. ¿A qué cerradura pertenece, qué guarda, por qué el padre la tenía escondida? ¿Es un secreto o un legado? El pibe lo vive como una exigencia y se largará por calles de Manhattan para encontrar la respuesta. La alegoría es clara: esa cerradura no lo llevará hasta el padre, pero quizá le permita encontrar un mañana distinto. El planteo es interesante. Las llaves a veces no abren lo que uno quiere. Y lo bueno de las búsquedas es que uno puede encontrar lo que no sabía que estaba. El filme trabaja sobre el duelo imposible, la culpa, la redención, el azar, el recuerdo y el olvido. Pero su realización no está a la misma altura. Le cuesta arrancar y tras alcanzar buenos momentos (la despedida de la llave) se va derrumbando. Manipuladora y efectista, se lanza desesperadamente hacia un final meloso y aleccionador. Todos aprenden: el hijo, la madre, los vecinos, el otro hijo, el abuelo. Entre tantas lágrimas y gratitudes apenas sobrevive la vieja consigna del padre: hay que seguir buscando. Porque siempre algo vamos a encontrar. (*** BUENA).
Publicada en la edición digital de la revista.
Hay dos cosas que me llamaron la atención el día que me dijeron que iba a ir a ver esta película para poder contarles a ustedes un poquito mas a fondo, digamos, algo mas que una sinopsis. Muchas veces una película nos puede gustar mas o menos, siempre pensé que eso era depende el momento que estamos atravesando por nuestra propia existencia. Hablando mas sobre la película hay algo que me resulta bastante extraño y es que casi todas las películas que están nominadas al Oscar en la categoría Mejor Película, se van encadenando unas a otras y tocando temas que tienen que ver con cada una. Voy a poner un ejemplo para graficar un poco mas lo que estoy diciendo, Tan Fuerte y Tan cerca es la travesía de un niño por Nueva York, con una llave , el cree que esta llave abre una cerradura que básicamente lo va acercar un poco mas a su padre que murió en el World Trade Center. Lo que me llamo la atención fue que Hugo de Scorsese tiene una temática parecida, Niño busca llave que hace andar robot, padre muerto, un sinfín de homenajes al cine, lo que nos conecta con otra de las películas nominadas, como el Artista y así sucesivamente. En Tan Fuerte Tan Cerca, el tema de el atentado a las Torres Gemelas esta tomado desde un lado muy personal y es la afección que lleva una familia al perder a un ser querido. Oskar que es el niño de la película, es el personaje que va a ir llevando adelante la historia, y por su paso conociendo a un montón de personalidades varias en el resto de la película. Cabe destacar que los personajes de Sandra Bullock como el de Tom Hanks hacen apariciones muy de reparto ya que en casi todos los planos de la película Oskar es el protagonista absoluto. Sin embargo la parte mas interesante de la película se da cuando el Niño conoce al inquilino de su abuela en este punto se da una relación absolutamente genial ya que “el inquilino” no habla por propia decisión. El montaje sin duda es lo mejor que tiene la película, con momentos claves del uso excelente del sonido que nos meten en la mente de Oskar como si fuéramos nosotros mismos quienes estamos viviendo esa opresión. Rocky decía esto no se acaba hasta que se acaba, sin embargo en esta película cuando creemos que todo termino, reinicia de nuevo, generandonos esa sensación de que la película tiene 15 minutos de mas. El film de Stephen Daldry es una película tierna, sencilla pero a la vez con personajes complicados, que tienen que atravesar un problema muy complejo que es la perdida del eje de la familia, en un contexto muy de ficción, ya que hay veces que no creemos que sean posibles cosas que ocurren en el metraje. Sin dudas una película que tiene que verse, y con esto digo que las películas acerca del 9/11 tienen para largo, pero purrete si vas con tu novia o tu mama, llevate carilina porque la vas a necesitar.