A Euskadi con amor… Un cambio curioso que se ha dado en la cartelera cinematográfica argentina durante los últimos tiempos, si la comparamos con su homóloga de lustros pasados, es la desaparición de las películas de graduación moderadamente costumbrista, cercanas tanto al grotesco como al ridículo calculado. En consonancia con la homogeneización cultural que desde el mainstream y sus distribuidoras se pretende imponer a escala global en los mercados nacionales, bien podemos afirmar que a rasgos generales se fue reduciendo de manera progresiva la entrada de opus pensados para circuitos comerciales foráneos, lo que derivó en la preeminencia de Hollywood y la imposibilidad de acceder a una alternativa “exótica”. Así como el panorama no admite demasiadas expectativas en cuanto a un repliegue de esta concentración en torno a un esquema que entroniza el eje masivo, hoy aggiornado a la multiplicación de parcelas de consumo de nuestros días, de vez en cuando nos encontramos de improviso con una pequeña excepción que permite dilucidar qué entienden por “comedia popular” en latitudes inhóspitas (el prisma ocasional depende de la ubicación del sujeto en cuestión). Desde ya que la llegada de Ocho Apellidos Vascos (2014) a estas pampas no obedece a una apertura de criterios ni mucho menos, sino al detalle de que hablamos del film autóctono más visto en la historia de España, con 6,5 millones de espectadores en total. Definitivamente la combinación que propone el convite debe haber tocado alguna fibra íntima del público, a partir de una dimensión formal vinculada al lenguaje televisivo (la estructuración de tomas es muy sencilla y el desarrollo a nivel de la fotografía casi nulo) y un arsenal de referencias ácidas para con dos de las principales identidades comunales de la región (la enorme variedad de chistes sobre andaluces y vascos compensan en buena medida los estereotipos de todo tipo que enmarcan a la producción). En esencia el relato posee tres capítulos centrales: mientras que el primero y el último se guían bajo el mantra del corazón, el segmento intermedio funciona como una comedia de situaciones tradicional. Luego de un encuentro inicial algo nebuloso, Rafael (Dani Rovira) decide viajar de Sevilla al pueblito ficcional de Argoitia, en el País Vasco (o Provincias Vascongadas o Euskadi, entre los muchos nombres que recibe en la obra y en España en general), para devolverle la cartera a Amaia (Clara Lago), lo que eventualmente origina la necesidad de la señorita de aparentar un compromiso con el muchacho frente a los ojos nacionalistas del padre, Koldo (Karra Elejalde), a quien no desea comunicarle que la boda real se vino a pique. Más allá del argot vernáculo y las hilarantes alusiones a ETA, la propuesta es simpática pero mediocre, tan encantadora en su simpleza como uniforme y árida en el apartado narrativo…
Los polos opuestos se atraen. Pasa en la física y también en el amor. Haciendo memoria, las parejas más legendarias están compuestas por personas distintas entre sí, ya sea por gustos, costumbres, orígenes… Justamente en lo referente al origen reside la trama de la española Ocho Apellidos Vascos. Rafa (Dani Rovira), andaluz hasta la médula, sale de sus pagos en Sevilla para buscar a Amaia (Clara Lago), una chica a la que conoció una noche. Pero hay un detalle no menor: ella es vasca, y aún vive en esas tierras tan denostadas por el muchacho y sus amigos. De todas maneras, viaja hasta el poblado costero de Argoitia. Tras rechazarlo inicialmente, Amaia se aferra al joven para que se haga pasar por su pareja y futuro marido, con el fin de contentar a su padre (Karra Elejalde), un vasco chapado a la antigua, durante unos días que llega de visita. De pronto, Rafa deberá hacerse pasar por un novio… de origen vasco, y con ocho apellidos, como corresponde en esos lares. Todo un desafío para un muchacho que, desde el vamos, lleva como ringtone de su celular el tema “Sevilla tiene un color especial”. Esta comedia romántica -la más taquillera de la historia del cine español- se basa en una serie de enredos cada vez más desopilantes y en la tensión entre los españoles y el País Vasco, que reclama su independencia. De hecho, en un tramo de la cadena de mentiras, Rafa terminará convirtiéndose en un líder revolucionario de esa parte de la Península Ibérica. La rivalidad entre vascos y españoles, más no pocos elementos localistas y frases que por momentos no puedan ser captadas incluso por quienes hablan castellano, podría hacer pensar que se trata de un film hermético, sólo para quienes viven allá o al menos conocen bien esas culturas. No obstante, la premisa (chico y chica que se enamoran pese a sus diferencias), los personajes, los gags y el clima de fiesta la vuelven un entretenimiento que puede ser entendido por espectadores de cualquier rincón del planeta. El comediante Dani Rovira se consagra con este rol de joven romántico y ocurrente, capaz de las salidas más creativas con tal de sortear el problema de turno. Claro Lago es puro encanto y talento. La química entre los protagonistas es impecable, y ambos cargan perfectamente con el peso de la película. Por su parte, Carmen Machi se destaca como Merche, la otra andaluza de Argoitia; sus escenas incluyen los momentos más inspirados. Ocho Apellidos Vascos es tan española como universal, y sobre todo, divertida y alegre. Además, recuerda que el amor y el humor trascienden fronteras y enemistades. Luego de verla, no sólo Sevilla sino el mundo tiene un color especial.
El parecido juego de las diferencias Los números de la taquilla española de 2014 hicieron sonreír a varios. Al fin y al cabo, el que pasó fue uno de los mejores años del cine local en su historia, con 123 millones de euros recaudados y una cuota de mercado del 25,5 por ciento. El gran motor del éxito fue la comedia Ocho apellidos vascos, de Emilio Martínez Lázaro, con 56 millones de euros de recaudación (45,5% del total) y más de diez millones de espectadores. Vale preguntarse, entonces, qué tuvo esta comedia romántica para convertirse en un mega éxito sin precedentes. El asunto comienza con uno de esas situaciones sólo posibles en un guión. Rafa (Dani Rovira, ganador del Goya a Mejor Actor de Reparto) es un joven monologuista muy orgulloso de su origen andaluz que se cruza con Amaia (Clara Lago), una chica vasca que olvida su cartera después de tener sexo casual con él. Rafa, flechado por el amor, parte rumbo al País Vasco a buscarla, desatando así una serie de enredos (por allí andará el padre de ella y una ocasional compañera de viaje devenida en “madre” de él) asentados en las diferencias culturales entre ambos –su localismo es una de las posibles razones del éxito– y cuyo desenlace será el mismo que diez de cada diez lectores supondrá. Costumbrista hasta lo grotesco, gritona, trillada, simplona y amena, Ocho apellidos vascos es un palo y a la bolsa industrial, un ejercicio de género predecible pero amable construido sobre coordenadas precisas y fácilmente empáticas para aquellos adentrados en la cultura ibérica y cuyos resultados artísticos apenas rayan lo discreto. La taquilla, entonces, es otra historia. Y la secuela, claro, ya está en marcha.
Que vivan las diferencias El último éxito del cine español, 8 apellidos vascos (2014), es una comedia romántica sobre las diferencias culturales en España, que aprovecha la performance de su dupla protagónica con gracia y encanto, proponiendo un divertido cruce entre un andaluz y una vasca. Entre las miles de etnias existentes en España (catalanes, andaluces, vascos, etc.), la historia nos presenta a un grupo de chicas vascas que eligen, para hacerle la despedida de soltera –y ridiculizar- a su amiga Amaya (Clara Lago), un restaurante característico de Sevilla. Ella acaba de ser abandonada en el altar y ahora, alcoholizada y cargada de ira, termina en la casa de Rafa (Dani Rovira), un andaluz a ultranza. A la mañana siguiente huye sin previo aviso pero olvida su cartera. Él, enamorado con inocencia, parte a buscarla al pueblo de Argoitia, en el corazón abertzale del País Vasco. Pero al llegar se aparece el padre de Amaya (Karra Elejalde) y, para que el hombre no sospeche de la falta de candidato de su hija, Rafa se hace pasar por Antxon, el ex novio vasco de la muchacha, con todas las costumbres y modismos que eso implica. 8 apellidos vascos es una divertida comedia, funcional por contar con el tono justo y los elementos adecuados para adaptar la clásica comedia romántica de amor imposible (con padre opositor inclusive), a la cultura española. La labor de Dani Rovira es ideal para el papel de andaluz incapaz de pasar inadvertido entre vascos, en cuyo rostro reposa el humor de las situaciones de mayor gracia, mientras que Clara Lago aporta tanto su carisma como la complicidad perfecta para la dupla en cuestión. Además de la pareja protagónica, un film del género debe aprovechar de manera inteligente los espacios y elementos que pone a disposición para contar su historia, y 8 apellidos vascos lo hace a la perfección: tanto sus publicitarias postales turísticas de cada región, así como las características costumbres plasmadas en el vestuario, escenografía, peinados, música y comidas típicas; ayudan a contextualizar efectivamente el relato. En tiempos de intolerancia racial en el viejo continente, la película de Emilio Martínez Lázaro (con guión de Borja Cobeaga y Diego San José) llega como una bocanada de aire fresco a socavar en las diferencias culturales pero hacia adentro del país, sin nunca faltar el respeto y con actitud de comedia ligera -como para no ofender a nadie-, para recordar el multiculturalismo fronteras adentro.
¿Puede surgir el amor entre dos personas, con prejuicios sobre la gente y la región del otro? Amor a la española Rafa es un sevillano estereotipo con todas las letras, pero tras un breve encuentro con Amaia, comprueba que el amor a primera vista existe. Tras su viaje al País Vasco para encontrarse con Amaia, ambos deberán hacerse pasar por pareja ante los ojos del padre de ella. ¿Podrá la mentira mantenerse en pie, cuando hay tanto prejuicio sobre la procedencia del otro? Humor para autóctonos Como suele suceder con el cine español, nos llega casi con un año de retraso Ocho Apellidos Vascos, una comedia romántica que juega bastante con la pica y el juzgar al otro por su lugar de procedencia; y que dejará a varios espectadores fuera de muchos momentos graciosos del film. Si sos de Argentina (como quien les escribe), imagínate esto: una peli romántica entre un tucumano y una santiagueña, ambos bien arraigados a su provincia, con ideas preconcebidas del otro. Seguramente si está bien escrita, actuada y dirigida nos va a entretener, pero difícilmente a un chileno o uruguayo le cause gracia porque no va a entender la mitad de las palabras dichas o porque esas dos personas son tan prejuiciosas con la otra. Bueno, apliquen eso a esta película, pero que por alguna extraña razón, se mantiene entretenida durante la poco más de hora y media que dura. O si hay explicación, y es que tres de los cuatro actores principales desbordan carisma por todos los poros. Por un lado tenemos a la pareja protagonista de Rafa y Amaia, interpretados por Dani Rovira y la hermosa Clara Lago respectivamente. Además que los actores sacan adelante personajes bastante estereotipados (ellas dominadora y de carácter fuerte, el más tranquilo y rozando lo tontulo), le dan la suficiente personalidad a los roles que interpretan asique pese a que sabemos de memoria como se van a comportar ambos, terminan cayéndonos bien. Además que la química entre ellos es total, cosa que fortalece más la pareja que deben vendernos. El tercer actor que se destaca es Karra Elejalde como el osco y mal llevado Koldo, padre de Amaia; que a los cinco minutos de conocerlo, entendemos de donde proviene el mal carácter de ella, y parte de la mina de ambos contra los sevillanos (lugar de donde viene Rafa). Es una pena que la cuarta persona de este cuarteto actoral, Carmen Machi, componga un personaje que pasa el límite de lo creíble y se vuelve demasiado caricaturesco, incluso comparándola con el resto del elenco. Conclusión Ocho Apellidos Vascos es una película bastante rara. Pese a que apunta demasiado a un público español o que conozca sus regiones, por la pericia y personalidad de la mayoría de sus actores, se hace bastante amena y fresca para el público en general; pese a que argumentalmente sigue al pie de la letra la estructura de las comedias románticas. Para quienes quieran reírse un poco y ver algo distinto, que no sea hecho en USA, acá tienen una buena opción para ir a ver en pareja y pasarla bien; pese a que la mitad de las palabras no las entenderán, pero como el mismo amor, es inentendible pero bueno.
Montescos y capuletos en Euskadi No siempre un éxito de taquilla o una sorpresa que reúna 10 millones de espectadores implica necesariamente la calidad garantizada, y ese es el caso de esta comedia costumbrista, Ocho apellidos vascos, que apela a la comedia de situaciones con aires de romanticismo para enfrentar estereotipos de andaluces y vascos a lo Romeo y Julieta. El director Emilio Martínez-Lázaro deja la responsabilidad de llevar adelante el relato en sus protagonistas, una pareja con algo de química donde se destaca el histrionismo de Dani Rovira, ganador del Goya a mejor actor de reparto, junto a Clara Lago. El encuentro de estos dos personajes opuestos en todo sentido obedece a una noche de alcohol que deriva en sexo ocasional y a la mañana siguiente termina en la típica despedida sin aviso por parte de Amaia. Aunque una cartera olvidada sea la excusa ideal para que Rafa encare su búsqueda en tierras inhóspitas y peligrosas, porque estamos hablando, nada menos, que de un andaluz en el país vasco. A partir de allí, el equívoco y el juego de diferencias irreconciliables para además acentuar el choque de culturas, encuentra por medio de personajes secundarios el mejor camino para desarrollar una trama, que acumula situaciones y chistes a un ritmo constante y que no hace más que entretener. Objetivo cumplido de todo cine industrial con pretensiones de masividad, reflejado con creces en la cartelera española para un año record en recaudación, único mérito de este producto de calidad aceptable pero no más que eso.
Siempre se dice que es mucho más difícil hace reír que hacer llorar. Y eso es verdad. Los dramas pueden ser más o menos buenos, pero si una comedia no te causa gracia, perdió todo su sentido. Es por eso que cuando aparece una película con las características de “Ocho Apellidos Vascos” se le otorga un gran valor. El film español, dirigido por Emilio Martínez-Lázaro y protagonizado por Dani Rovira y Clara Lago, cuenta la historia de Rafa, un sevillano, y Amaia, una vasca, que tras un encuentro en un bar tendrán un flechazo (o al menos uno de ellos). Rafa irá a buscar a Amaia al País Vasco para conquistarla, pero las cosas se complicarán cuando Koldo, el padre de Amaia, se aparece con el objetivo de reanudar la relación con su hija. “Ocho Apellidos Vascos” se enmarca dentro de una comedia romántica y cumple tanto con la parte de comedia como con el romanticismo. Pero además, si bien la base de la historia es la relación entre Rafa y Amaia, existe un trasfondo político muy interesante y que únicamente con el tono de la comedia puede resultar. Tenemos chistes sobre vascos y andaluces por doquier, que aún sin conocer mucho acerca de la historia española, nos causan mucha gracia. Y si se está más informando, seguramente se aprovechará todavía más las alusiones a sus costumbres y contexto. Martínez-Lázaro hace una crítica incisiva en este sentido, pero desde una gran altura y humor, elementos que provocaron que “Ocho Apellidos Vascos” se convirtiera en la película más taquillera de la historia española. Pero dejando de lado la nacionalidad, será del agrado de personas de cualquier país, porque el guión es muy completo, la historia cierra perfectamente, tiene personajes muy bien armados y correctamente interpretados por Rovira y Lago (quienes hacen un maravilloso trabajo, sobre todo Rovira que no tiene experiencia en el cine, pero sí en la comedia), como también por los actores de reparto Karra Elejalde y Carmen Machi, y los chistes no caen en un cliché. Asimismo, cada personaje, aunque tenga el papel más pequeño, está elaborado a la perfección, generando risa en todo momento. Probablemente sí se muestren los estereotipos de vascos y andaluces, como mencionar la forma en que se ven los vascos o las siestas y la gomina de los andaluces; pero eso está utilizado con el objetivo de llevar al extremo una situación para hacer reír; cosa que logran íntegramente. La ambientación en general es bastante austera y no se necesitó de mucho para la realización de la película. Pero nos acerca lindos paisajes de ambos lugares. La música, por su parte, a cargo de Fernando Velázquez, acompaña a la perfección a la historia, proporcionándonos una alegría característica del film. En síntesis, “Ocho Apellidos Vascos” es una película que, independientemente de su trasfondo político que podamos entender de una mayor o menor forma, nos brindará una alegría y una gran diversión de principio a fin entre tanto drama cinematográfico. Con buenas actuaciones, lindos paisajes y música pegadiza, tendremos un momento de entretenimiento sano y saldremos del cine con una sonrisa. Samantha Schuster
A falta de pan, buenas son tortas Típica comedia de enredos, la película española más vista en toda su historia, con diez millones de espectadores, corre el riesgo de ser apenas un acontecimiento propio del folklore nacional. Tanto como pueden serlo la sangría o la sangre del toro. 8 apellidos vascos se estrena en Argentina cuando en España termina de filmarse su secuela, Nueve apellidos vascos, con estreno previsto para 2016. Presentada en su país un año atrás, esta típica “comedia de enredos” es, sin más vueltas, la película española más vista en toda su historia. Diez millones de espectadores (el 25 por ciento de la población, cifra asombrosa) y la friolera de 60 millones de euros recaudados en su territorio certifican el carácter de fenómeno, que cuenta con todos los elementos de identificación local necesarios. Por eso mismo corre el riesgo de convertirse en un suceso propio del folklore nacional. Tanto como pueden serlo la sangría o la sangre (del toro). Fuera del ámbito de recepción al que parece prioritariamente dirigida, la película dirigida por el veterano amanuense Emilio Martínez-Lázaro queda reducida al hueso: una comedia romántica que no se corre ni un pasito del canon, y que como fondo explota extensivamente clichés regionales.Escrita por los vascos Borja Cobeaga y Diego San José (que habían trabajado juntos en la muy buena comedia “a la americana” Pagafantas, 2009), 8 apellidos vascos (que en España se estrenó, curiosamente, como Ocho apellidos vascos, con letras) es un mash-up de dos comedias previas, ambas francesas. Una es reciente y tuvo un éxito semejante en su país, así como escasa repercusión en el extranjero. Se trata de Bienvenue chez les Ch’tis, que aquí se estrenó con el título Bienvenidos al país de la locura y pasó justamente inadvertida. La otra es lo que podría considerarse un clásico: La jaula de las locas. Como en la primera de ellas, 8 apellidos confronta a gente del sur con la del norte, aunque es verdad que usando el estereotipo, en lugar de hundirse en él. Como en la segunda, se hace necesario disimular la verdadera condición frente al suegro, representante de un canon rígido. En este caso no se trata de una veterana pareja gay y un matrimonio de representantes del establishment, sino de un novio sevillano y un suegro vasco.Que la película piensa trabajar sobre el cliché, y no simplemente reproducirlo, lo revela la escena inicial, en la que una típica bailaora resulta ser nativa del País Vasco. Y no de La Vascongada, como dice el muchacho que la echa de un colmao a los empellones, sin que ni ella ni ninguno de los parroquianos reaccione frente al atropello de género. Tampoco lo hace la propia película, en un momento que es como para levantarse e irse. Van unos cinco minutos de proyección y es el punto más bajo de 8 apellidos vascos, que por suerte en el resto del metraje no resulta el alarde de misoginia en armas que el comienzo prometía. Tampoco la entrega al estereotipo que el propio esquema dramático pudo haber motivado.Salvo algún que otro “toque” en ese sentido, la película no se hace cargo de los prejuicios típicos de una cultura en la que cada región parecería funcionar como planeta lejano. Son el novio y sus amigos quienes tienen ciertas ideas sobre los vascos (que son brutos y primitivos, básicamente), así como el candidato a suegro no puede ver a un sevillano, por la sencilla razón de que un tipo de ese origen le sopló a la esposa. Con excepción de unos de tarjeta postal que cierran la película, los sevillanos tampoco se la pasan de cantejondo en exageración. Lo más conservador de 8 apellidos vascos es su esquema de género, que cumple paso a paso todos los que prescribe el manual de la comedia romántica.El guión de Cobeaga y San José arma dos parejas imprevistas, a falta de una. Una de jóvenes (Dani Rovira tiene gracia, Clara Lago no mucha) y otra de mayores (Karra Elejalde tiene más ocasión de lucimiento que Carmen Machi). Es en ese reparto de oportunidades donde puede adivinarse una disparidad de género, subyacente ya en el guión. Con humor algo rústico y tirando a elemental, si se sobrelleva la sumisión de género (sexual y cinematográfico) puede disfrutarse de alguna que otra escena. De los diálogos, poco y nada. Como sucede con nueve de cada diez películas españolas, la suma de un habla basada en el gruñido corto y un sonido poco claro impiden entender casi por completo los gags verbales, que no son escasos.
Qué gran pecado cometiste si alguna vez trataste de español a un vasco. De hecho, lo debes haber pasado tan bien como el Vasco Arruabarrena en el último superclásico. La historia es muy larga; desde siempre que el País Vasco se quiere independizar de su madre flamenca. Y es que ellos tienen su propio idioma (Euskera), su propia bandera y conservan un estilo totalmente opuesto al resto de sus “hermanos” de patria. Lo bueno es que siempre existe la manera de mofarse de todo tipo de rivalidad instalada en este universo, y no hay chance de que el cine no diga presente al menos una vez en ese tironeo. Bajo esa premisa, llega Ocho apellidos vascos, un film dirigido por Emilio Martínez Lázaro (quien en estos momentos está también tras las cámaras de Nueve apellidos vascos, secuela de la película en cuestión) y escrito por Borja Cobeaga y Diego San José. En una inusual noche bien andaluza, o más bien sevillana, un simpático español y una vasca bastante revirada entrelazan sus vidas sin querer queriendo. Al día siguiente, ella regresa pa’ las vascongadas, pero Rafa quiere terminar lo que empezaron y va en busca de Amaia, sin importarle los que sus dos curritos mejores amigos piensen de él. Digamos que el reencuentro es un poco más accidentado de lo esperado y, para fortuna de ambos, la cosa se convierte en una loca loca sucesión de tres días sin desperdicio. 1 Es que pretender que un español de pura cepa encaje entre los de gorra vasca sin crear conflicto es mucho pedir. Claro está que el guión exagera con humor nada más que un par de cuestiones básicas que hacen a la rivalidad entre estos dos territorios. Qué más da, lo divertido es ver cómo Rafa (Dani Rovira) trata ilusamente de convencer al Aita de Amaia (Clara Lago) de que es un vasco hasta la médula. Y no crean que alcanza con tirar un par de frases en euskera y pegarla, o de comerse cinco platos seguidos en una sola cena, o de gritar “¡Hostias, que queremos la Independencia!” a cada rato… Pero estamos hablando de cine y en el cine todo es posible, aunque entendamos la mitad de lo que dicen los personajes en sus respectivos dialectos. Criatura, que si tus ocho abuelos no son vascos, pues olvídate de merecer el respeto debido, joder. El film divierte bastante, pese a que uno pueda anticipar absolutamente todo lo que va a pasar. El mayor encanto yace en la relación del protagonista masculino con Koldo (Karra Elejalde), su suegro por accidente, y de las ocurrencias de un tipo que haría cualquier cosa por una mujer de la que se enamoró. Ocho apellidos vascos es la comedia más vista en la historia de España (más de 10 millones de espectadores) y se alzó con tres premios Goya. Vaya, no es para tanto, si se trata de una simple comedia romántica. El truco es reírse de las cosas que en realidad son un tema serio, una técnica que funciona desde antaño. Un poco de maquillaje y nos podemos “burlar” sin culpa de las cuestiones que más preocupan a las sociedades. Ojo, no me tomen a mal, pero es que así se sobrevive (no me hagan tirar ejemplos, por favor). 2 No importa si sos un Errázuriz? Zañartu Erkoreka Aranguren o un García López Torres Alonso… ¡Lo que vale es tomarse esta entretenida película con un buen vino y a tomar por &%$#! Perdón, es que con tanta mezcla de tradiciones y comidas se me subió el entusiasmo a la cabeza y me he quedado majareta.
Humor a la española Al extremo nororiental de la franja cantábrica se levanta la comunidad autónoma española de Euskadi, o más conocida como País Vasco: una comunidad rebosante de una cultura muy opuesta al resto de España a tal punto de poseer un propio idioma totalmente alejado de cualquier similitud con el castellano, como sí sucede en casos como el del catalán, y en menor medida con el gallego. Conocidos por su gran apetito, y poseedores de características sociales que parecen alejarlos del concepto de buen gusto en el resto del territorio nacional, sus habitantes son tan diferentes al resto de los españoles que son considerados personajes toscos y arcaicos, casi perdidos en el tiempo y la historia. En contraposición total nos encontramos con Andalucía, tierra del flamenco, el canto y la alegría, de la despreocupación y las siestas obligadas. Todas estas diferencias son parte de la marca inconfundible de Ocho apellidos vascos, el nuevo film de Emilio Martínez Lázaro conocido por títulos anteriores como El otro lado de la cama (2002) y Los peores años de nuestra vida (1994). En esta nueva producción el director madrileño nos posiciona como espectadores de una contienda social tan típica para el pueblo español como atípica para el público argentino, una confrontación de culturas y rivalidades ancestrales que hacen parecer a la historia una especie de documental sobre hinchadas rivales de fútbol. La película arrastra con ella tres premios Goya en su apartado actoral, dando muestra de cómo su reparto cumple un rol esencial dándole al guion una interpretación digna de su calibre humorístico y destacando al personaje del poco conocido Dani Rovira como el elemento esencial de la comedia junto con la bellísima actuación de Carmen Machi (Los amantes pasajeros, Hable con ella) Cabe aclarar que aun cumpliendo con parámetros básicos de humor y grandes situaciones que ameritan carcajadas, una gran parte de la gracia del film es perdida si no se tiene clara la connotación cultural y política de la que se hace uso, lo que convierte a Ocho apellidos vascos en una gran comedia que desperdicia mucho de su contenido ante un segmento tan ajeno como puede ser el público argentino promedio. Sin lugar a dudas 8 apellidos vascos es la gran apuesta humorística entre los estrenos de la semana y es totalmente recomendable para todo tipo de público. Una clara muestra de humor e ingenio a la española.
En OCHO APELLIDOS VASCOS Rafa, un andaluz hecho y derecho, ve como su vida cambia radicalmente cuando se enamora de Amaia, una bella mujer del norte de España que parece resistirse a "sus encantos". Decidido a conquistarla, el joven viaja hasta un pueblo de Euskadi y no duda en hacerse pasar por vasco con tal de conquistarla y conseguir la aprobación de la familia de la chica. Una divertida comedia costumbrista española, que a pesar de explotar tópicos locales y clichés de la sociedad andaluza y vasca, logra arrancar carcajadas, por una buena utilización del grotesco, y sobre todo excelentes actuaciones de todo el elenco. Quizás la elección por el romance convencional mas que por la comedia negra pura y dura, le quite fuerza al tramo final de OCHO APELLIDOS VASCOS, pero esto no impide reconocer los valores de un filme pequeño pero contundente.
Un pelo de vasca... Amaia no está de buenas. Su novio la plantó justo antes de casarse y ahora está en un tablao en Sevilla viendo como un tipo se mofa de los vascos. Ella, vasca hasta los huesos, no va a tolerar tamaña impertinencia y ahí se planta a largarle cuatro hostias al graciosillo. Cuestión que así se conocen Amaia y Rafa. Pasan la noche juntos, pero sin concretar, y por la mañana ella desaparece dejando su bolso olvidado en casa de él. Rafa queda completamente prendido con la pequeña cabrona y está dispuesto a hacer algo impensado: viajar a Esukadi para encontrarla. Aquí conviene explicar de qué va el chiste. Sucede que los vascos no se llevan con los andaluces, para los del norte los del sur son unos vagos vividores y para los andaluces los del norte son la reencarnación del mismísimo diablo. Así las cosas, Rafa acaba haciéndose pasar por vasco con tal de estar con Amaia, pero debe convencer al padre de esta sobre que tan vasco es. Es lógico que no captemos la gracia sobre tan autóctona rivalidad y nos quedemos afuera de chistes que tienen que ver con acentos y argot, pero afortunadamente el director ha sabido construir una comedia que se impone por sobre lo regional. Así podemos disfrutar de un Dani Rovira angelado, perfecto en su papel y todo un descubrimiento como comediante. Karra Elejalde es el contrapunto perfecto como el vasquísimo padre de Amaia, quien a su vez tiene en Clara Lago a una correcta intérprete que se luce especialmente cuando se encabrona. La historia no derrocha originalidad, hay algo de "El Padre de la Novia" y un toque de la excelente "Bienvenidos al País de la Locura", pero tiene buen ritmo y hace gracia. Estamos ante la película más taquillera del cine español. Hasta esta semana se rodó la segunda entrega, aún sin título, y también se convirtió en una obra de teatro. Sin dudas, los españoles encontraron algo que no se les da seguido: la posibilidad de divertirse con una historia apenas bien contada, sin vueltas. Algo parecido a lo que nos pasa a nosotros, bastante más al sur.
Comedia costumbrista que en españa tuvo un éxito colosal y que se basa en las diferencias culturales de distintas zonas de España y los esfuerzos de los protagonistas por contentar la fuerza de las tradiciones. Simpática.
Diez millones de espectadores, casi 60 millones de euros y más de un año después de su estreno, llega a la Argentina la película española más taquillera de la historia, OCHO APELLIDOS VASCOS. Como se sabe, ciertos éxitos locales y populares no siempre se trasladan del todo bien a otros países y culturas ya que están llenos de localismos, “internas” y celebridades televisivas que no se conocen más allá de las fronteras de cada país. Sucedió hace poco con BIENVENIDOS AL NORTE, la película francesa de Dany Boom, que llevó 20 millones de espectadores en Francia y, probablemente, suceda con esta aquí también. De hecho, son películas en muchos sentidos comparables y uno hasta podría pensar que el proyecto español nació de pensar hacer una “adaptación libre” de aquella película sobre un hombre del sur francés llevado por las circunstancias a vivir al norte, un lugar con costumbres culturales y regionalismos idiomáticos muy diferentes. El recurso que los norteamericanos llaman fish out of water (“el pez fuera del agua”) es el que hace funcionar a ambas películas. El “recurso” consiste en meter a un personaje en un mundo que no conoce, en el que no se siente cómodo y en el que tiene que arreglárselas como pueda o sepa. Aquí es un sevillano que tiene un affaire de una noche con una chica del País Vasco de visita en su ciudad. Ella se va en medio de esa noche y olvida su billetera en Andalucía. El hombre, enganchado con la bella chica y andaluz hasta el cliché –al punto de no haber salido nunca de la región– viaja al pueblo de la chica en el corazón de Euskadi para encontrarla e intentar seguir esa historia “de amor”. Ella no querrá saber nada, pero la reaparición de su padre en el pueblo la obligará no solo a usarlo como su novio (que la ha dejado, pero su padre no sabe) sino a “transformarlo” en vasco para que su obstinado y duro progenitor no lo eche a las patadas. 8-apellidos-vascos_2A esta clásica situación hay que agregarle condimentos propios de la relación entre andaluces y vascos: los primeros son joviales y seductores, los otros son hoscos y duros, hablan con distintos acentos e inclusive idiomas, parecen tener un encono o rivalidad histórica eterna, se visten muy distinto y se hacen bromas con la situación política entre los independentistas vascos y los andaluces que creen que allí cualquiera anda con una bomba encima. Es así que la dupla que componen Rafa y Amaia (el bastante gracioso Dani Rovira y la por lo visto aquí más bella que talentosa Clara Lago) debe seguir la farsa de transformar al sevillano en un vasco de pura cepa, llamado Antxon y con los ocho apellidos que dan título al filme y, que digamos, certifican su pertenencia al lugar. Las situaciones no salen de lo previsible y la película mejora con la participación de Karra Elejalde en el rol del padre de Amaia y de Carmen Machi como la falsa madre de Rafa/Antxon –que establecen una simpática relacion entre ellos–, mientras que los más jóvenes seguirán con la farsa hasta, bueno, ya se imaginan. Para ser una comedia popular y masiva, si bien no es nada sutil ni particularmente inteligente (el timing cómico del elenco mejora buena parte de las bromas), OCHO APELLIDOS VASCOS es una película digna y relativamente simpática, un tanto antigua en su concepción y forma (el director, Emilio Martínez-Lázaro, es el casi septuagenario realizador de EL OTRO LADO DE LA CAMA, AMO TU CAMA RICA y otras comedias del mainstream español, aunque empezó en el drama, allá lejos y hace tiempo, ganando el Oso de Oro en Berlín con LAS PALABRAS DE MAX), pero de todos modos funcional y amable. Sin dudas, mucho mejor que otros ejemplos de comedias locales populares, como algunos casos argentinos que se estrenan hoy también… 8-apellidos-vascos_De todos modos, tal vez por sus localías, imagino que la película tendrá sus dificultades comerciales aquí, más allá del público de familias españolas que sigan fieles a sus tradiciones o recuerdos de la “Madre Patria”, en especial si son de algunas de esas regiones. De hecho, son películas/ideas que se trasladan mejor internacionalmente via remakes, como la que ya se planea en Estados Unidos y que podría aplicarse en distintos países del mundo. En la Argentina no sé muy bien cuál sería la adaptación más adecuada (un cordobés en Rosario, un porteño casi en cualquier otro lado, o un argentino en Brasil, para ampliar el marco geográfico), pero imagino que varios productores deben estar pensando alguna de esas variantes con las calculadoras en la mano. Y no quiero ni imaginar el resultado…
Un muchacho que no es vasco se enamora de una vasca muy vasca y allá va él, en pos de su objeto de afecto, tratando de pasar por vasco. El resultado es una comedia romántica que funciona bastante bien y tiene, además de respeto por sus espectadores, una simpatía gigante que se contagia incluso en los gags que no funcionan. No, perfecta no es, pero tampoco es descartable. Y como dijimos en otro lugar de la página, no es ni Hollywood ni el INCAA.
Una comedia "diferente" y redonda Lo primero que llama la atención de "Ocho apellidos vascos" (España, 2014) es que a pesar de sus localismos, Emilio Martínez-Lázaro, su director, cosntruye una historia de amor universal basada en las diferencias entre varias personas. Mucho de pinta tu aldea y pintarás tu mundo hay en esta comedia que viene con el antecedente de ser una de las películas más taquilleras de la madre patria. La historia es sencilla, Rafa (Dani Rovira), es un ejemplar machista de la raza "española" que se topa por casualidad con Amaia (Clara Lago), una vasca, que por casualidad se encuentra en Sevilla celebrando su despedida de soltera. Entre copas, muchas, ambos se conocen y se dan cuenta de a poco que las diferencias abismales que los distancian, en realidad los unen más que separarlos. Pero mientras se recuperan de sus borracheras, y tras la huida de Amaia, sin saberlo, y al dejarse ella la cartera en la casa de Rafa, éste llama al padre de ella (Karra Elejalde), quien se entusiasma tanto con la comunicación que decide regresar al país vasco para verla. Pero Rafa no se da por vencido con Amaia, y pese al rechazo de ésta, y de saber que la joven está a punto de casarse con otro, decide ir a su casa para convencerla de que él es lo mejor que le puede pasar en su vida. En el proceso, Amaia es abandonada en el altar y para evitar que su recién llegado padre se entere de su fracaso personal, decide aceptar la visita de Rafa como una oportunidad para engañar al padre. Pero de acerrimo enemigo de los vascos, Rafa deberá de un instante para el otro, transformarse en un vasco más, para así engañar al padre y también intentar ganarse el corazón de Amaia. El gag efectivo, el cuerpo como escenario de la comedia, la simpleza de los diálogos, y la exacerbación de las características de los vascos versus los republicanos hacen que "Ocho Apellidos Vascos" funcione de principio a fin, porque Martínez-Lázaro sabe el material que posee para generar una de las comedias más entretenidas y entrañables de los últimos tiempos. Rovira, Ejalde, Lago y Carmen Machi, como la madre "vasca" de Rafa, hacen de sus papeles una fiesta que despierta una empatía inmediata en cada escena en la que aparecen. "Ocho Apellidos Vascos" hace todo bien en un momento en el que la abulia, el formulismo y, claro está, la universalización de los discursos, terminan generando comedias aburridas y lavadas. Desopilante. Puntaje: 9/10
Comedia de enredos desprejuiciados e incitación turística Digamos que un cordobés se entusiasma con una correntina cuyo padre es tremendamente correntino. Chamamé, tereré, lealtad, fama de ofenderse fácil, culto de la lengua guaraní y el orgullo regional. No le gustan para nada los cordobeses. Cuarteto, fernet, fama de pícaros y mal entretenidos. Pero el otro llega hasta su pueblo, se traga la tonada, se hace pasar por todo lo que no es, y está a punto de conquistarse al suegro. Pues algo así, pero más enredado todavía, le pasa a un andaluz que nunca salió de Sevilla y de pronto, sólo por encontrarse con una vasquita, se ve abrazado, alimentado, seguido y vigilado por unos sujetos de apellidos trabajosos que le hablan en euskera y hasta lo ponen con un megáfono al frente de una kale borroka con la policía atenta a lo que va a decir. Y lo que dice, sólo a un sevillano se le puede ocurrir. A un sevillano, a los guionistas Borja Oleaga, de Donostia, y Diego San José, de Irún, que saben reírse de los suyos y de todo el resto de la península, al director Martínez-Lázaro, y al cómico malagueño Dani Rovira, que pone el cuerpo, la voz, y la cara de asustado. Y también la cara de degenerado cuando está a solas con Clara Lago, lo cual se comprende plenamente, aunque al principio la chica nos resulte antipática. Para completar la diversión, hay una andaluza disimulada, viuda de un guardia civil, dos amigos del protagonista, alarmados por todo eso "que no es España", un cura nacionalista (la escena de la confesión es memorable), y el padre de la novia. Sobre todo, el padre de la novia. Morrudo, barbudo, ceñudo, hospitalario y generoso pero también guardabosques, aunque trabaje como pescador. No importa, ya le quitará las espinas su futura consuegra, y de qué manera más cordial. Al actor que hace de padre lo conocimos cuando era joven y flaco. Se llama Karra Elejalde, y acá coprotagonizó "El dedo en la llaga", de Alberto Lecchi, 1996. A Clara Lago, cuando tenía 18 añitos, en Pantalla Pinamar. A los lugares de ensueño que aparecen, Getaria, Leiza, Zumaya y la ermita de San Telmo sobre el acantilado, dan ganas de conocerlos. Entre todos forman el pueblito imaginado para el cuento, Argoitia, que suena como Arcadia. Es que "8 apellidos vascos" es una comedia romántica de enredos, un desarmadero de prejuicios, y una incitación turística. Con un detalle: la Sevilla que vemos existe de veras, pero el tablao lo levantaron en el País Vasco. Algo más: comedias de tipos capaces de cualquier cosa para concretar con la mujer que los inquieta, mejor que ésta solo hay una brasileña: "O casamento de Romeu e Julieta", de Bruno Barreto, 2005, donde un fanático del Corinthians se hace pasar por fana del Palmeiras con tal de ganarse al suegro, directivo del club rival. Cuando lo descubren es justo adentro de un avión en vuelo. Comedias de cordobeses y correntinos todavía no hay.
¡Aúpa y olé! m Se estrena Ocho apellidos vascos en Argentina y como todo lo que nos hace reír, esta película es muy bienvenida! Rafa es un joven sevillano que conoce durante los días de la Feria a Amaia, una vasca que pasa su frustrada despedida de soltera en Sevilla. Él se enamora y cuando ella se va decide ir al norte para conquistarla. Allí deberá hacerse pasar por vasco para que el padre de ésta lo acepte. Tópicos. Los tópicos y la comedia se adoran, sobre todo si están tan bien usados como en esta película y a ello en parte se debe su éxito en toda España que la ha convertido en el film más taquillero de la historia de su país. De Ocho apellidos vascos puede disfrutar cualquiera, incluso los que llaman “gallego” a cualquier persona nacida en el territorio español, claro que el que conoce la riqueza cultural de cada una de las regiones se va a reír el doble. Las actuaciones conquistan. Dani Rovira, Carmen Machi y Karra Elejalde se llevaron los premios Goya por sus interpretaciones. La actriz de cine español del momento, Clara Lago, cumple un buen rol, además de estar acompañada por actores vascos y andaluces que suman lo suyo, los cuales participan en una serie, de la que hablaremos más abajo. Del “detrás de cámara” podemos comentar que sus guionistas son expertos en comedia, su especialidad; ya que todas las películas de este dúo pertenecen al género. En cuanto a Emilio Martínez-Lázaro, su director, el poseer la trayectoria de quien logra un éxito de taquilla ya dice mucho. Por último, es una buena información saber que ya se está rodando la segunda parte y preparando un reality show donde la ficción se hará realidad. Recomendación especial: Después de reírte con Ocho apellidos vascos podes seguir con la primera temporada de Allí Abajo, una genial comedia dentro de la “nueva ola” (si es posible llamarla de esa forma) de ficción televisiva española que presenta varias adictivas joyas seriales. Vascos y andaluces, andaluces y vascos, una dupla que si bien la tradición toma como “el agua y el aceite”, tanto esta ficción como mi experiencia personal, demuestran lo contrario! Por Julieta Lupiano
Ocho apellidos vascos no comienza bien, pero termina dando gusto. Lo que empieza con un juego de opuestos, casi una Romeo y Julieta con sabor español que juega al plan básico, va desarrollando una personalidad agradable y atractiva, para terminar conquistando al espectador a base de sencillez y costumbrismo. Poco a poco, la película de Emilio Martínez-Lázaro va ganando terreno y confianza en sí misma, apuntalando los lugares comunes de su guión para lograr una complicidad especial que levanta los ánimos de cualquiera. No hace falta tener mucho conocimiento del enfrentamiento entre vascos y sevillanos, ya que tampoco la letra de Borja Cobeaga y Diego San José hacen demasiado para ahondar en el tema. Las pinceladas que diferencian a unos de otros son hechas con brocha gorda, burdas, previsibles y que cansan al minuto de haberlas mencionado y subrayado por los personajes, pero el regusto amargo se va enseguida de la boca una vez que la comedia de enredos va tomando forma corpórea. Éxito absoluto en su tierra natal, donde cosechó tantas críticas negativas como positivas, el ver una película costumbrista desde otra óptica le sienta de maravillas a un producto que en cualquier país podría ser fácilmente adaptado. Diferencias en tradiciones las hay en todos lugares, y Martínez-Lázaro sabe como sacarles jugo. Gran parte del carisma del film son su pareja protagónica y el dúo maduro que los rodea. Dani Rovira es toda una revelación como el joven andaluz que cae prendado de la peleona Amaia de Clara Lago, joven dejada recientemente antes de su boda que tiene demasiado veneno encima. Dos personalidades muy diferentes, que se irán sacando chispas por el camino con sus idas y vueltas, pero terminarán cayendo el uno por el otro, en una espiral de (divertidas) mentiras. Los jóvenes tienen química para rato, y junto a ellos están Karra Elejalde como el recio padre de ella, vasco hasta la médula, y Carmen Machi, una sevillana que cae graciosamente enredada en el engaño de la pareja. Entre los cuatro, los momentos cómicos están garantizados y elevan un guión ya de por sí gracioso a otro nivel. Ocho apellidos vascos no revoluciona, no es espléndida ni reveladora, pero la simpleza de su planteo y el carisma de su elenco principal funcionan bastante bien para salir adelante de manera efectiva. Y si para el final quedaron prendados con los personajes, a no desesperar, que Nueve apellidos vascos se encuentra en plena producción.
Cruce de prejuicios entre comunidades La película, en el amplio sendero de la comedia, va por el camino seguro con un timing de humor que explora las diferencias. El lugar común del chico que conoce a la chica hizo funcionar al mundo desde sus comienzos y por supuesto, fue uno de los principales motores de la relativamente corta historia del cine en sus diferentes géneros, y es por eso mismo que con el correr del tiempo, al tópico hubo que encontrarle variantes para despertar el interés, especialmente cuando transita por el amplio sendero de la comedia. Pero Ocho apellidos vascos va por lo seguro, con un timing de humor que explora las diferencias en una pareja entre una vasca y un andaluz, definitivamente diferentes que buscarán con ahínco los puntos en común, porque quieren, porque ya están enamorados antes de empezar a intentar que la cosa funcione. La chica es Amaia (Clara Lago), vasca hasta la médula, plantada ante el altar y distanciada de su padre Koldo (el enorme Karra Elejalde), un pescador que vuelve de alta mar y que quiere conocer a su futuro yerno. Y la chica, incapaz de contarle la verdad, le presenta a Rafa (Dani Rovira), un andaluz que conoció en un viaje al que en un curso acelerado de nacionalismo vasco, convierte en su prometido. Desde allí todo es previsible y moderadamente simpático, con los hábitos culturales en fricción la comida, la indumentaria, los chistes sobre lo difíciles que son las vascas para el sexo, sin esquivar las cuestiones como el nacionalismo y hasta la organización ETA en clave ridícula. En un nivel primario el film del especialista en las comedias de enredos Emilio Martínez Lázaro (El otro lado de la cama, Los peores años de nuestra vida, Amo tu cama rica), funciona al explotar los clichés de los prejuicios entre dos comunidades bien diferentes y el recurso funciona en España se convirtió en un fenómeno, esas películasevento que hay que ver, alla Relatos salvajes aunque es cierto que el eje del relato puede trasladarse a cualquier país, al menos en estas playas la universalidad del conflicto tiene bastante de humor ramplón, sin matices, básico. Sobre todo cuando abandona las dosis de mordacidad del comienzo y se concentra en la historia de amor en progreso, para desbarrancar sin remedio en un final naif con resolución de telefilm.
"Ocho Apellidos Vascos" es la película más vista de la historia en España... 10 millones de espectadores en su país, tres premios Goya y alguno que otro más... o sea, la peli debería ser genial, pero para mí no lo fue. ¿Por qué? Primero porque la realización es extremadamente simple, sin importar desde la iluminación hasta las puestas de cámara, que suponen ser un gran gag televisivo en vez de una película profesional. Los actores están todo el tiempo queriendo sacarte una sonrisa (que al menos conmigo no lo lograron). Creo que lo peor de todo es el guion, absolutamente tirado de los pelos como si fuera una primera versión sin corrección alguna. Situaciones que no tienen razón de ser, decisiones que nunca en la vida tomarías, actuaciones que dejan mucho que desear y enredos que están forzados al máximo, eso es "Ocho Apellidos Vascos". Debo reconocer algo, pasados los primeros veinte minutos uno se queda viendo que más va a suceder porque no se puede creer absolutamente nada. Totalmente olvidable, con errores importantes y definitivamente, un proyecto para televisión que funcionó bien en cine. Queda en vos querer verla... yo te advertí.
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La película dirigida por Emilio Martínez-Lázaro fue un éxito en su propio país, ganando incluso 3 premios Goya para sus protagonistas. Ocho apellidos vascos cuenta una historia de amor entre dos personas de culturas muy distintas, pero también de personalidades muy diferentes. Todo comienza con Amaia tras ser plantada en el altar, cuando las amigas la llevan a un sitio sevillano y allí conoce a Rafa, con quien pasará la noche para luego desaparecer a la mañana siguiente pero olvidando, cual Cenicienta con su zapato, su cartera. Amaia es malhumorada y está cansada de los hombres, y no puede evitar contestar de manera sarcástica continuamente. Rafa se enamora y decide ir a buscarla, apareciéndole de la nada en su casa sólo para ser echado. Hasta que reaparece el padre de la joven tras vaya uno a saber cuánto tiempo de ausencia, y ella no quiere mostrarle en lo que se ha convertido su vida y aprovecha la aparición de Rafa para fingir que él es su futuro marido, pero también tiene que fingir que es vasco como ella. Esta comedia romántica apuesta continuamente al enredo y los gags, que algunos funcionan mejor que otro. Lo cierto es que el guión no puede evitar caer de manera constante en situaciones poco verosímiles, forzadas, rebuscadas, exageradas. Lo más interesante del film es sin duda el retrato de estas dos culturas enfrentadas (aunque también es cierto que funciona más que nada para el público de su país, al menos es el que mejor suele entender este enfrentamiento). Como comedia romántica, Ocho apellidos vascos recurre a estereotipos y clichés, por lo que no es un producto muy novedoso. La fotografía (las bellas locaciones ayudan), un ritmo ágil y el encanto de sus protagonistas Clara Lago y Dani Rivero suman puntos extras para una película poco original pero que funciona, aunque no cumpla con expectativas de un film tan exitoso como lo fue en España.
Un presupuesto de 3 millones de euros logró 54 millones por entradas en España. Récord de taquilla de toda la historia del cine de aquel país y dos premios Goya, uno para Dani Rovira, Rafa, el protagonista de esta comedia muy querible. La historia comienza en Sevilla donde dos amigas le festejan la despedida de soltera a una tercera, Amaia, que parece no estar pasándola muy bien. Allí es que conoce a Rafa, que trabaja en el bar donde están las 3 amigas. Empieza una discusión muy fiera y Rafa termina echando a Amaia, que se quejaba de Andalucía y su traje flamenco, además de los chistes machistas y localistas. Sin embargo, estos refunfuños terminarán en la habitación del Rafa y aunque no haya pasado nada entre ellos, pasó todo. Amaia se va antes de que Rafa despierte y su destino es el País Vasco donde está su casa y su prometido hasta ese momento. Rafa encuentra la cartera de Amaia y decide retornársela en persona sin medir las consecuencias y la primera de ellas es que nunca ha salido de Andalucía y tampoco ha ido muy lejos de Sevilla. Parece que ella se hubiera ido a un lugar extraño y no a otro rincón del país y allí, la comedia escrita por Borja Cobeaga y Diego San José, dirigida por Emilio Martínez Lázaro, desatará por un lado la sonrisa del espectador pero también una cierta mirada social sobre las etiquetas que se endilgan unos compatriotas a otros. Pasa en algunas de nuestras provincias, pasa en esta España que muestra costumbres y estereotipos a veces equivocados que se van emparejando en tanto crece el amor entre los protagonistas. Rafa hará el viaje más largo de su vida aprendiendo algunos vocablos del idioma euskadi y tratando de camuflarse mientras tendrá que perder su teléfono que tiene una sevillana como ringtone. Su llegada no es de lo mejor ya que terminará en la cárcel y allí conseguirá unos particulares compinches que ayudarán a la coartada para convencer al padre de Amaia, que aparece luego de muchos años de no verla porque recibe una llamada y quiere ser testigo de la boda de su hija. Cómo decirle que aquél que está a su lado y sólo vino a devolverle una cartera NO es su verdadero prometido, Antxon, sino alguien que se enamoro de ella y encima... el problema de conseguirle los ocho apellidos del título y hacerlo todo un vasco en un fin de semana. Amaia, interpretada por Clara Borja, es una actriz conocida de la tele española y si tienen oportunidad de encontrarla por YouTube, protagoniza la serie "Lex": un equipo de abogados que defienden el negocio más que la inocencia de sus clientes, hasta que se meten en problemas personales. Aquí es un personaje fuerte, pero que se deja vencer por esta fresca propuesta frente a una boda que se hará sí o sí, esté o no esté el verdadero prometido. En el elenco también encontraremos a Carmen Machi, que ha trabajado para Almodóvar, es una comediante reconocida y aquí tendrá el papel de madre de Rafa y que se da cuenta de que este muchacho, es posible se quede a vivir en ese lugar que dicen que tiene mala fama y por ser andaluz, todavía le aumenta el grado de peligrosidad. El amor todo lo puede incluso que un separatista se junte con una nacionalista y que un andaluz termine encabezando una marcha por la liberación de presos políticos ante la mirada atónita de sus amigos en Sevilla que piensan que lo han secuestrado y lo están extorsionando. Parece que por el buen resultado de este filme en propio territorio, tanto el director como los guionistas están produciendo para el año entrante "9 Apellidos Vascos". Ojalá no pierda el salero y llegue a nuestras carteleras.
Comedias, tragedias y diferencias Hay películas felices. Más que eso, hay películas tocadas por la gracia. Películas que uno quiere volver a ver, y que además recuerda como mullidas y sanadoras. Una de ellas es Letra y música, de Marc Lawrence, con Hugh Grant y Drew Barrymore. Lawrence, que había comenzado su carrera como director con Hugh Grant de protagonista (Amor a segunda vista), hizo su segunda película también con Hugh Grant (la tocada por la gracia), y la tercera también (¿Y… dónde están los Morgan?). Y ahora llegó la cuarta, también con Hugh Grant. La cuarta Grant-Lawrence película se titula The Rewrite, se estrenó en junio del año pasado en el festival de Shangai, y luego tuvo un lanzamiento bastante escalonado por el mundo. A Argentina llegó bastante tarde, pero llegó, con el título de Escribiendo de amor. Y es una comedia romántica que a varios de mis compañeros de El Amante les gusta mucho más que a mí. No es que no me guste, es que no logré llegar al nivel de entusiasmo de ellos mientras la veía. Sin embargo, leo sus notas y me entusiasmo, me contagian su gusto por la película con convicción. Y pienso en las extraordinarias interacciones entre Grant, Marisa Tomei, J. K. Simmons, Allison Janney y Chris Elliott, un quinteto de comedia que parece jugar de memoria, porque tienen la práctica de otras películas con otros grandes. Y además hay algo en Hugh Grant de triunfo cada vez más lejano y de derrota posterior -que de alguna manera es la derrota de la comedia romántica en general en la actualidad, relegada en el éxito y en ejemplos- que tiñe todo de elegíaco. Elegía, no herejía. Herejía, aparentemente, es la que cometí al escribir en contra de Intensa-mente (http://www.rollingstone.com.ar/1804317-cinco-razones-para-oponerse-intensamente-a-intensa-mente). Esa pequeña nota hizo que gente buscara mi mail para escribirme mensajes de ofensa personalizada, que en Facebook linkearan la nota con desprecio, que comentaran, comentaran y comentaran. Recibí unos cuantos insultos, agresiones de un nivel sorprendente, enojos diversos. Ante las cosas que decían los comentarios, las acusaciones de decir esto y lo otro, releí mi nota. Y la verdad es que no entiendo los insultos, las suposiciones absurdas, las agresiones personales, y un largo etcétera. La posibilidad de comentar y conectarse en Internet por momentos da lugar a un espectáculo realmente penoso. A una exhibición por momentos desopilante de carencias a la hora de leer y de argumentar. A la tentación del exabrupto como vía de escape de vaya a saber uno qué tragedias. Opinar distinto sobre una película es una de esas cosas que, lamento desilusionarlos, suelen ocurrir. Es probable que Intensa-mente toque alguna fibra del orgullo de algunos espectadores que, como pasó con Match Point, provoca que se enojen cuando alguien escribe en contra de su preciada película, su film adorado, ese que recompensa sus extraordinarias sensibilidades ante éxitos globales. Éxito, pero no global. Esta semana se estrena 8 apellidos vascos, la película más vista de la historia del cine español, con 10 millones de entradas vendidas, una cifra realmente extraordinaria. De esas inusuales, fenomenales, que representan a un porcentaje altísimo de la población, un 22%. Para comparar, sería como si en Argentina una película fuera vista por un poco más de 9 millones de espectadores, algo impensable, porque ninguna película argentina de la historia ha logrado llegar ni siquiera a la mitad de esa cantidad. Pero claro, comparar exclusivamente porcentajes de población no sirve, porque hay que ver cuánta cantidad de esa población cuenta realmente con posibilidades de ir al cine, económicas y de acceso geográfico. Por otro lado, ya lo escribí en diferentes ocasiones, el éxito de una película no estadounidense en su país de origen no implica que replicará ese éxito en otros territorios. Fijense los casos de The Host, de Bong Joon-ho en Corea del Sur o de Stefan v/s Kramer en Chile, entre muchos otros ejemplos. El cine no hablado en inglés no viaja con facilidad. 8 apellidos vascos, dirigida por el veterano Emilio Martínez Lázaro es también, como The Rewrite, una comedia romántica. Y es sobre un andaluz que se enamora de una vasca. Y que se hace pasar por vasco ante el padre -recontra vasco- de ella. Un planteo vendedor llevado a cabo de forma poco sofisticada aunque eficaz y con algunos chistes afilados, que además exhibe a un cine nacional que puede trabajar con personajes de dos lugares diferentes de un país, con identidades marcadas, y sin necesidad de pasar por la capital, ni siquiera por la segunda ciudad en importancia, algo difícil de imaginar en el cine argentino, que cuando sale de la ciudad de Buenos Aires es para quedarse en ese otro lugar, mayormente sin conectarse con otro tercero fuera del imán portuario (y dejemos de lado las películas que se dedican a mostrar la relación del porteño con “otros lugares). The Rewrite no fue vista por mucha gente, y espero equivocarme pero no creo que 8 apellidos vascos sea un gran éxito localmente. En los cines solamente parece haber lugar para aquellas películas “que ve todo el mundo” y para algunas pocas películas locales, y 8 apellidos vascos es local en otro lado, a miles de kilómetros. Esas películas “que ve todo el mundo” a veces generan fanatismos, y producen fanáticos que responden -tampoco hay que sorprenderse tanto- como tales. Alguna vez, otra vez, habría que explicar las diferencias entre apasionarse y fanatizarse, pero las diferencias suelen no tener demasiada aceptación.
Que una producción venga precedido con una frase publicitaria haciendo alusión que es el de mayor convocatoria en la historia del cine español, que ha sido vista por 9.000.000 de personas, no significa nada. Pues a los pocos minutos de comenzada la proyección, con un arranque prometedor, se desbarranca definitivamente para terminar con un final que da vergüenza ajena. El camino al infierno está plagado de buenas intenciones, aquí aparece como prioritario el reírse de ellos mismos, y lo logra menos que a medias con un par de gags bien terminados, pero nada novedosos, y una sola frase bien instalada. La idea fue tomar unos cuantos tópicos establecidos en España y darlo por tierra: que a los andaluces les gusta tanto trabajar, como a los santiagueños aquí, en la Argentina, y que los vascos no son tan feos y torpes (no conozco parámetros vernáculos) Lo que sí abundan son los prejuicios entre unos y otros, dos personajes aislados no resuelven nada nunca, que una boliviana se enamore de una chilena, no disipa las disidencias entre ambas poblaciones, lo digo siguiendo con los parámetros, porque aquí de hecho es lo que abundan, la broma fácil a costa de un defecto que no es tal, pero si de otro. Burlas pesadas en relación a las diferencias, sobre usos y costumbres, los del norte y los del sur, tan lejos, tan cerca, tan disímiles, y “semejantes” simultáneamente. Lo que sucede en la construcción endeble del relato podría definirse en una confusión clásica de muchos de los productos de los últimos años, confunden el argumento con el guión. El primero es el planteamiento, el segundo se constituye en el desarrollo a lo que habría que incluirle los diálogos, y en el filme que nos convoca los monólogos. El director de “El otro lado de la cama” (2002) pierde al no hacerse cargo y conferirle toda la responsabilidad a un bosquejo de guión, lo que más se lamenta en ese algo que tenia la citada, el asumirse como responsable de la obra y que en ésta no aparece. Sin la catarata de burlas sobre los propios personajes, sin la sátira sutil sobre los estereotipos regionales, “8 Apellidos vascos” malgasta brío, pierde efectividad y, concluyentemente, apenas puede producir una leve sonrisa. Dicho de otro modo, y casi sería su mayor déficit, no es lo suficientemente mala, ni extravagante, ni alocada, ni novedosa, ni entretenida, ni aburrida, es un monumento a la falta de esfuerzo, o más concretamente a la mediocridad; grosera más no promiscua, simple pero no sencilla, ambigua en el discurso, y lo peor, se huele un poco como realizada sin ganas. Se puede ver sin sufrir demasiado sólo porque la idea interesa, no por novedosa, pues extraer un personaje de su entorno e introducirlo en otro casi en las antípodas, es tan viejo como las comedias satíricas del teatro griego. En correspondencia a todos los demás elementos que la constituyen apenas ajustan, o terminan por no hacerlo. La música, casi desaprovechada por completo, no es utilizada desde lo cultural integrador, sólo la chanza viable, estereotipante. El manejo de la cámara y la luz con la única intención que se vea, proponiendo una estética muy de telefilme, donde los espacios abiertos generan cierta empatia con el espectador, no por la forma de registro o construcción del plano o la imagen, sino por merito de los paisajes., bien elegidos por cierto. La historia se centra en la relación entre Rafa (Dani Rovira), un joven “señorito” andaluz, que no ha tenido nunca la necesidad de dejar su Sevilla natal para conseguir lo que lo hace vibrar, mantenerse vivo, el “Betis” y las mujeres, que cambia cuando una noche conoce a la primera mujer que se resiste a sus encantos, Amaia (Clara Lago), una chica vasca. Decidido a conquistarla, se traslada a un pueblo del “país” Vasco, donde, por cuestiones mal justificadas del guión, debe hacerse pasar por vasco para ayudarla, y paralelamente tener tiempo suficiente como para vencer su resistencia. En cuanto al desarrollo del guión, no se apoya sino que se refugia en un ejemplo de texto de enredos de principiante que luego no sabe cómo escaparse de esa trampa, intuimos, predecimos, no por sapientes sino por el producto en sí mismo, desde el principio, cómo va a terminar, de qué manera lo va a realizar por impulso, por inercia, sin meditar nada. La corrección está puesta en las actuaciones, más no en los personajes a los que los mata los estereotipos, sólo un lugar más arriba aparece Karra Elejalde dándole vida al único personaje verosímil de todo el relato.
De otredad, de amor y poco de humor Al igual que en Bienvenidos al país de la locura, el desconocimiento del otro y lo que se crea en torno a él es una cuestión base en 8 apellidos vascos. A diferencia de la película francesa dirigida por Dany Boon, Emilio Martínez Lázaro no sólo toma el conflicto de la otredad sino que, siempre a través de un tinte de humor e inocencia, decide hablar de un tema en particular: el problema entre los vascos y los españoles. Los prejuicios y presunciones son utilizados para entender al otro cuando muchas veces no es mucho lo que se sabe y sí es demasiado lo que se habla. Ya sea por los medios de comunicación o por la misma gente, el film incursiona en las creencias que tienen los españoles de los vascos. Y conscientemente o no, es muy poco lo que se muestra de lo que ven los vascos de los españoles. No por esto no se muestra lo que piensan, pero más que estar en contra de los españoles, a los vascos se los ve como víctimas que están a la defensiva. En cuanto a la pareja de jóvenes, Rafa y Amaia, no representan a los típicos muchachos que se enamoran rompiendo y traspasando los límites impuestos por sus padres, sino que son dos personas bastante tradicionales que mediante la aventura y el juego descubren que el otro no era tan distinto, y si lo era, no resultaba nada malo. Asimismo, al pasar por ciertas escenas que forman parte de las historias de amor en las películas, el director logra escapar del cliché dando otras vueltas para resolver ese momento. Por otro lado, la propuesta humorística de la película termina siendo débil porque tanto el tema del otro como del amor la opacan. Y aún pudiendo contribuir a generar algunas escenas, el humor no es el punto fuerte del film. Hasta queda la sensación de que algo le falta, como si se esperara que hubiera más remates, que más escenas tuvieran un toque risueño.
Narra los momentos que vive Rafa (Dani Rovira, ganador del Goya al Mejor Actor de Reparto) un joven andaluz que no ha tenido que salir jamás de su Sevilla natal para conseguir lo único que le importa en la vida: el fino, la gomina, el Betis y las mujeres. Todo cambia cuando conoce una hermosa mujer que se resiste a sus encantos, Amaia (Clara Lago), una chica vasca. Se arriesga a todo para conquistarla, se va trasladando de pueblo en pueblo, donde se hace pasar por vasco para vencer su resistencia y para esto se va cambiando su apellido por vascos: Arguiñano, Igartiburu, Erentxun, Gabilondo, Urdangarín, Otegi, Zubizarreta e incluso Clemente, de ahí está relacionado el título del film. Esta es una comedia clásica romántica llena de enredos y que tiene momentos divertidos, chistes que se encuentran relacionados con ellos y situaciones que muchos de los espectadores no comprendemos ya que son problemas de sus regiones. Por ej.) las broncas entre gallegos y vascos, entre otros. Va mostrando un sector de España y sus características culturales. Posee toques políticos, una buena dirección de arte y fotografía. Una historia costumbrista, en ocasiones algo reiterativa, trillada y grotesca. Muchos de los diálogos se pierden y no se comprenden por lo que se deberían haber utilizado subtítulos. El guión es esquemático pero con un buen elenco. Una película taquillera en España que conto con un presupuesto de 3 millones de euros y la recaudación final fue de 38 millones de euros.
Comedia para pasarla bien Rafa es un sevillano simplote que tiene un affaire de una noche con una chica del País Vasco que anda por allí, queriendo olvidar un novio que la abandonó que. Ella se va esa mañana sin despedirse, pero olvidó su billetera. Y Rafa, flechado por esa vasca, viaja a Euskadi para devolvérsela y conquistarla. Claro, son tan conocidos los recelos mutuos entre vascos y andaluces, que los amigos le avisan al Rafa que vaya, pero disfrazado de vasco. Y allí va Rafa, a cumplir su parte en esta historia de amor que ni había empezado. Lo ayudará un incidente que no estaba en sus cálculos: Amalia fue abandonada por su novio y Rafa hará de novio por unos días hasta que el padre de Amalia, un vasco que odia los sevillanos, se vaya otra vez con su pesquero. Film de enredos, ágil y directo, que no apela al mal gusto, que invita a la risa y tiene cuatro personajes que aportan lo suyo para que, mal o bien, como siempre pasa en las comedias, después de mucho sudor, el amor se abra camino para poner las cosas en orden y acortar distancias. El film ha batido todos los récords de público en España. Pero aquí no pasará desapercibida ante la ausencia de buenos exponentes de un género que a falta de ingenio ha elegido tipos desaforados, historias locas y recursos de grueso calibre. Aquí hay buenas réplicas, situaciones graciosas, la simpatía de sus personajes y la buena idea de recargar los estereotipos para poder pintar con brocha gorda los rasgos salientes de una y otra región: para estos vascos, los andaluces son superficiales, alegrones, básicos y fabuladores; y estos andaluces ven a los vascos como tipos cortantes, secos, intolerantes y violentos. Un esquema argumental simple pero muy bien defendido por sus actores, sobre todo por el Rafa de Dani Rovira, un hallazgo. Es una película fresca, sencilla que contagia alegría y que invita a pasar un buen rato. No es poco.
El amor y las identidades culturales La película dirigida por Emilio Martínez Lázero alcanzó tal éxito en su país que se anuncia una segunda parte. Un hombre se enamora de una chica que pertenece a otra región de España, y deberá pasar ciertas pruebas para ser aceptado. Tal ha sido el éxito, la respuesta del público, respecto de Ocho apellidos vascos, que para noviembre de este año ya se anuncia lo que podría ser una segunda parte, con la presencia del mismo equipo y bajo la dirección de su consagrado director, Emilio Martínez Lázaro; de quien hemos podido ver, en el canal Europa?Europa, algunos de sus films más destacados, tales como Las trece rosas y Carreteras secundarias. Y esta segunda parte, que se anuncia como la continuación de una saga que tiene como tema central el de revisar ciertas conductas tradicionales de diferentes regiones de España, que se mueven en el pendular de seguir perteneciendo o reclamar por sus autonomías, se dará a conocer con el nombre de Ocho apellidos catalanes, lo que ya viene despertando grandes expectativas; ya que ha dado lugar, desde hace algunas semanas, a programadas conferencias de prensa. En nuestro país, el film se presentó en el Festival de Pinamar de este año; en ese momento los aplausos se hicieron escuchar con algarabía. Y es que el film, que transita por la comedia de caracteres, que se mueve entre ciudades de Andalucía, Navarra y el País Vasco, invita a revisar los lugares comunes, los estereotipos, desde una mirada que confronta dos identidades culturales en el forcejeo de una historia de amor. En declaraciones a la prensa, su director, en fecha previa al estreno, comentaba que, desde la perspectiva de sus guionistas, ambos de origen vasco, "el film apunta a satirizar los provincianismos y nacionalismos estrechos". De cualquier manera, lejos de una actitud que pueda herir, el film que hoy finalmente se ha estrenado marca un punto de inflexión en la manera en que podemos abordar, de manera sensible, los clisés de una cultura. Algo que experimenta de manera particular su protagonista principal, Rafa, rol que asume Dany Rovira, al enamorarse de Amaia, interpretada por Clara Lago, quien en ese intento de continuar un vínculo deberá pasar una serie de pruebas esgrimidas por el padre de ella; un riguroso y atento hombre que se sostiene en los principios ortodoxos de su propia comunidad, personaje que compone el notable actor Karra Elejalde. Lo que sigue es una sucesión de situaciones marcadas por el equívoco, el despiste, el cambio de identidades, tal como lo lograban en aquellos años cuarenta los festivos realizadores Howard Hawks, Ernst Lubitsch, George Cukor, poniendo en escena el famoso tema de "la batalla de los sexos". Y en este periplo que recorren sus personajes, a través de un contagiante ritmo, encontramos ciertas notas de melancolía, que se enmarcan, por momentos, en los años felices del género; que nos llevan a evocar a actores de la talla de Cary Grant, Katherine Hepburn, Spencer Tracy, James Stewart, Carole Lombard, Don Ameche, Rosalind Russell, entre otros. Recupero para este film el epíteto de "chispeante", en función de la manera en que se manifiestan tantos los gags visuales como, particularmente, los verbales. De composición y factura cercana al naturalismo, pero igualmente tocadas por la pluma de lo inverosímil en algunos de sus pasajes, Ocho apellidos vascos permite entrever no ya las afiladas e irónicas comedias de Luis García Berlanga, sino aquellas otras en las que a través de un leve toque de humor ocurrente, en el campo de un cine costumbrista, numerosos realizadores españoles pudieron burlar a la censura en los nefastos años del franquismo. Poder verse en el espejo de la propia cultura, aprender a aceptar la actitud crítica con notas de humor, reconocerse en la repetición de los estereotipos, son algunos de las posibilidades que nos ofrece la obra de arte. Y considero que el cine europeo en principio, el español y el italiano, como asimismo el llamado "humor negro" inglés o bien el mexicano y brasileño han logrado pasar por encima de toda retórica, en la captación de las conductas cotidianas. Al decir esto, podemos pensar que en nuestro cine y tevé, Niní Marshall, Los Cinco Grandes, programas como "La Tuerca" o "Telecataplum", algunas actuaciones de Olmedo en solitario, Juan Verdaguer y no muchos más, permitieron sin caer en la ofensiva grosería, subrayar nuestros propios prejuicios y vernos en movimiento a través de una amplificada lente satírica. Si Ocho apellidos vascos fue la comedia más taquillera del 2014, en el año anterior ese lugar lo ocupó el film de Daniel Sanchez Arévalo, La gran familia española, un film que aún mirando a la taquilla no se olvida de destilar una querible cinefilia. Y es que la historia de esta familia, que funciona de manera coral, se asienta en la matriz del felicísimo musical de la Metro, de Stanley Donen, de mediados de los años cincuenta, Siete novias para siete hermanos, cuyo guión es una recreación de la legendaria historia de El rapto de las Sabinas, ahora ambientada en el Lejano Oeste. Comedia con toques y ocurrentes saltos, La gran familia española va dibujado lentamente, a través de los variados y particulares comportamientos de un padre con cinco hijos, el camino que lleva a una boda que se celebra el mismo día en que tuvo lugar el Mundial de Fútbol del 2010, cuando España debió enfrentarse a Holanda.
Meterse con los vascos es cosa seria Para Rafa, la refulgente Amaia no fue el amor de una noche en Andalucía. Prendado de la chica, él es capaz de dejar Sevilla para buscarla en el País Vasco. El problema es que el padre de Amaia no permitirá que su hija se relacione con un hombre de otra tierra. Es difícil no empezar hablando del fenómeno. “Ocho apellidos vascos” es la película más vista de la historia del cine español: convocó nada menos que 10 millones de espectadores. Impresionante, tratándose de una comedia romántica sin demasiadas pretensiones, dotada de un reparto reducido y carente de un gran despliegue de producción. Pero “Ocho apellidos vascos” habla de una realidad que siempre quema en la península, como son las rivalidades regionales. Al hacerlo con humor descomprime la tensión y desnuda el costado sensible de un país en el que subirse a esa temática implica transitar cuesta arriba. Rafa (Dani Rovira) es andaluz hasta la médula mientras que Amaia (Clara Lago) carga con un novio que la dejó plantada a días del casamiento y con un padre (Karra Elejalde) al que todo lo que no suene a vasco le provoca repulsión. Ella no quiere revelar su fracaso y convence a Rafa de que se haga pasar por su ex. Para eso Rafa se convertirá en Anchón y deberá actuar, hablar, vestirse y vivir como vasco. Justo él, sevillano (y del Betis). Esa transformación disparará enredos y algunos diálogos muy graciosos. Para disfrutar y comprender a fondo “Ocho apellidos vascos” es imprescindible hacer pie en el mapa sociopolítico español, en el que conviven pueblos dotados de distintos orígenes, idiomas y culturas. La película surfea entre lo que une y lo que separa a los españoles, sin meterse en disquisiciones nacionalistas y hasta tomándose en solfa el terrorismo de ETA. Podía ser un fiasco y termina resultando amable y divertida. A fin de cuentas, en el fondo es una historia de amor, un poco ñoña es cierto, y resuelta velozmente con trazo grueso. Será porque ya olían el éxito: es inminente el estreno de “Ocho apellidos catalanes”, con idéntico reparto y la misma dirección del prolífico Emilio Martínez Lázaro.
Tras un año de espera, Ocho Apellidos Vascos, una de las películas más aclamadas de toda España y ganadora de varios premios GOYA llega a la Argentina. La comedia romántica del director Emilio Martínez-Lázaro sin hacer mucho ruido para el público argentino en común se estrena en varios cines del país y es una realidad que se encontrarán con una grata sorpresa para distender y disfrutar de algo diferente a los blockbusters del invierno. El punto más fuerte del film es una verdadera gran dupla que supo llevar una buena comedia de la mano de una buena historia. Lo hicieron posible Dani Rovira, conocido en España por su show de Stand-Up en “El Club de la Comedia” en el papel de Rafa, un pibe de Sevilla y la hermosa Clara Lago como la chica difícil de conquistar, misteriosa y bella, Amaia, una joven Vasca. Tras una noche especial, Rafa, un sevillano de toda la vida que nunca tuvo la necesidad de salir de su Andalucía natal decide abandonar la ciudad para ir en una busca de una mujer hermosa (Amaia) con la que no pudo tener la mejor de las suertes en su primer encuentro pero que fue suficiente para que nazca la idea de buscar al posible amor de su vida. Pese a las advertencias de sus amigos, Rafa enfunde su viaje hacía el País Vasco, un terreno peligroso para un Sevillano. Adaptarse en tal cultura no resulta nada fácil para Rafa, de hecho tuvo problemas con todas las personas que visitó en ese lugar, lo que supo sacarlo de varios apuros fueron ocho apellidos vascos. Con un estilo similar al de José María Listorti pero mejorado y a la española, sumado a los dotes actorales, Dani Riveira ofrece altos voltajes de risas, mientras que lo de Clara Lago en su papel de chica complicada que además de aguantar al inesperado visitante de Sevilla, recibe otra peor inesperada visita, la de su padre. Karra Elejalde encarna a este tipo complicado, una especina en la vida de Amaia. Marinero y ausente en todo momento, llega de sorpresa por la boda de su hija. Lo que no sabía su padre es que la misma fue plantada y la boda no se iba a concretar. ¿Pero cómo tuvo que pilotear la situación? Convecer al sevillano para ser su esposo hasta que su padre pegue la vuelta. ¿Aceptaría? El enredo y el papel de vasco que tiene que interpretar Rafa transcurren en paralelo a varias situaciones desopilantes del resto del cast. Entre tanto engaño y mentira pero que da mucha risa, las actuaciones forzadas se van y el amor empieza a su jugar su rol importante en una película más de las que comienzan como comedia y que terminan siendo una película romántica con un leve tono gracioso. Sin embargo, Ocho Apellidos Vascos, que ya prepara su secuela en España, podrá tener buena taquilla si el público busca algo diferente o desea ver una película en pareja o simplemente quieren ir a reírse un rato y disfrutar entre amigos.
La vida de los otros Rafa es andaluz, muy andaluz. Amaia es vasca, en extremo. Rafa vive en el sur, en Sevilla y Amaia en en el norte, en Argoitia (locación ficticia, que representa una summa de todo lo vasco). El escenario es una colección de lugares poco comunes. Rafa y Amaia no se llevan nada bien, son opuestos que se atraen sin saber bien porqué. Por una serie de forzados enredos deben convivir unos días y aparentar ser una pareja a punto de casarse. Rafa tiene que hacerse pasar por vasco para congraciarse con el padre de Amaia. La trama es una colección de lugares comunes. Con esos elementos, simples pero efectivos, se ha gestado la película española más taquillera de toda la historia (nada menos que 10 millones de espectadores). El fenómeno, a pesar de su acentuado localismo, cruza fronteras. En Argentina también ha sido un éxito. Habría que ver si una película sobre un cordobés que debe esconder su acento y hacerse pasar por santiagueño podría tener algún resultado fuera del país. Más allá de lo específico de las referencias, y de la fórmula probada, queda una película eficaz y disfrutable, que respira y se vuelve entrañable de la mano de sus intérpretes
Si hay algo que aprendimos a lo largo de los años es que cuando queremos ver una gran comedia hay que buscarla en España. Siempre el argentino tiende a reírse de los españoles y el estereotipo que tenemos presente es el de bruto y divertido, pero no hay nada más divertido que un español que puede reírse de sí mismo y puede hacer una comedia romántica muy de género que divierte constantemente.