Película argentina con un argumento sencillo, que explora de manera incierta los sentimientos de los personajes, con correctas actuaciones, una bella fotografía y con una historia bien lograda sobre la vida y relación de tres mejores jóvenes que viven juntas.
Por un cine de los sentimientos Gran ganadora de los festivales de Locarno y Mar del Plata, esta opera prima de Mumenthaler (que ya había llamado la atención como cortometrajista en el BAFICI) nos presenta a una directora muy segura de lo que quiere (y de lo que no). Algunos podrán vincular su cine con el de Lucrecia Martel, con el de Celina Murga y, en menor medida, con el Albertina Carri, pero más allá del interés común por construir climas, desarrollar atmósferas, describir estados de ánimo, sumergirse en el universo femenino (en especial el preadolescente) con su fuerte carga de erotismo, presentar la confusión y las contradicciones propias del despertar sexual y exponer los códigos de convivencia, Abrir puertas y ventanas resulta un film con personalidad y vuelo propios. No sabemos demasiado (y luego sabremos poco más) sobre por qué las tres hermanas (notables trabajos, llenos de matices, de María Canale, Martina Juncadella y Ailín Salas) que conviven en la casona familiar carecen de una contención adulta, pero ellas -que están en medio de un duelo, que estudian, que sueñan con independizarse, que se obsesionan por el bello y joven casero del lugar (Julián Tello)- parecen arreglárselas bastante bien. Sin embargo, con muy pocos elementos, sin apelar a subrayados ni sentimentalismos, Mumenthaler va describiendo en ese ámbito caluroso, encerrado, melancólico, la creciente tensión, los reproches mutuos, los caprichos, los celos, la incomodidad de cada una de las protagonistas. Y, también, los escasos espacios de placer y de encuentro, como cuando escuchan y cantan -en pasajes casi elegéticos- sus temas favoritos. Es difícil poner en palabras de qué va el cine de Mumenthäler. Creo que los términos más apropiados son delicadeza, elegancia, seducción, intimismo, sutileza, convicción… El trabajo visual, cada halo de luz, cada encuadre, cada gesto, cada una de las pequeñas observaciones tienen un sentido, una búsqueda, un espesor. Película sobre los sentimientos y las sensaciones, sobre el paso del tiempo y la ausencia, se trata de una propuesta que abre puertas y ventanas para que pueda surgir y podamos apreciar las inmensas dimensiones artísticas de una directora llamada a trascender.
A flor de piel La multipremiada película de Milagros Mumenthaler refleja la convivencia de tres jóvenes hermanas. Sin caer en subrayados ni búsquedas explícitas, Abrir puertas y ventanas (2011) se transforma, con el correr del metraje, en una película plagada de sutiles y meticulosas observaciones. En términos festivaleros, Abrir puertas y ventanas fue uno de los hitos de la temporada pasada. Entre otros galardones, se alzó con el Leopardo de Oro en el Festival de Locarno y con el Astor de Oro en Mar del Plata. Vale la pena destacar que el localismo es una cualidad casi inexistente en esta película. Lo que conecta al film con los espectadores no viene dado por el “color local” (propio para nosotros, exótico para otros), sino la observación entre afectiva y recatada de tres hermanas que, dentro de un plano más metafórico, son las que abren las puertas y ventanas para seguir viviendo. Ellas son Marina (Maria Canale), Sofía (Martina Juncadella) y Violeta (Ailín Salas), quienes conviven juntas en una casona, alejadas de toda mirada adulta. Tras la muerte de la abuela atraviesan un estado de duelo pero no de luto. Es decir, la dinámica de las conversaciones y los estados de ánimo dejan entrever esa pérdida pero también otras menos recientes, a las que la película rehúsa explicitar. ¿Convierte esta decisión a Abrir puertas y ventanas en una película “fría”? Nada más alejado de la realidad: estamos en presencia de un relato melancólico, cuya carnadura humana se revela más como una exploración de capas que como una narración clásica. Mientras ese pasado se cuela en sus actitudes y diálogos, el drama interno cobra fuerte protagonismo en el film. Como ocurre en la dramaturgia de Anton Chejov, aquí lo nuclear nunca llega a transmutarse en acciones. Mumenthaler explora la interioridad de las chicas a partir de una convivencia por momentos errática, displicente. Frente a las tensiones que emergen desde lo cotidiano, las actrices (formidables, sin excepción) van delineando un “campo de batalla” en donde las treguas se escenifican como momentos de una felicidad efímera. Un ejemplo es la secuencia en la que escuchan una canción en el tocadiscos de la abuela, y todas las presiones internas se traducen en lágrimas y silencio. La presencia en la casa de Francisco, un joven vecino, también agitará las aguas. Siempre –claro está- desde la sutileza que aquí impera. El muchacho –en clave chejoviana- podría sintetizar alegóricamente las ansias de un porvenir. La clave del film radica en la sensorialidad con la que la realizadora desmenuza las emociones de las tres hermanas, equiparable a la maestría con la Lucrecia Martel lo ha hecho en sus películas. La cámara se aproxima pero no invade, y hay una justa dosificación de la información que –al mismo tiempo- está imbricada en la dinámica del hogar. En otras palabras: resulta imposible no preguntarse por lo que hace cada personaje fuera de cuadro, sobre todo porque en la película las breves alianzas y discusiones casi siempre involucran al que está afuera. De este modo, el fuera de campo es una de las decisiones de puesta en escena más efectivas con las que Mumenthaler se sumerge en este mundo femenino. Fuera de éste, está excluida la mirada adulta. Su ausencia revela al futuro ya no como una lejanía, sino como plena inminencia. ¿Qué les espera a cada una? ¿Cómo podrán gestar sus propios caminos? ¿En qué medida la personalidad de las hermanas depende del rol de las demás? Abrir puertas y ventanas puede ser pensada como una película sobre el peso de lo hereditario y las formas en las que las personas revisan su pasado e intentan convivir con él. Tal vez por ello, en el momento en el que los muebles de la casa van desapareciendo de escena sentimos preocupación por las disputas que esto acarreará, pero también alivio. En la potencia de un beso robado, en las miradas cómplices, en los roces y en los silencios está la belleza de la película de Mumenthaler. “Pequeños momentos” que definen a este cadencioso, melancólico y bello film.
Sin viento No siempre abrir la casa garantiza que entren nuevos aires. Esta película intenta, pretende o busca, adentrarse introspectivamente en la vida de tres hermanas adolescentes que están solas en una casa y el correr de los minutos explicará el porque. Tres mujeres y algo más de las que no se sabe mucho, o nada, y donde la progresión de la historia tampoco intentara develar. De ritmo lento y una puesta que pondera los planos descriptivos, que invitan a descubrir un espacio y elementos que reflejan muy bien el aburrimiento y depresión de los personajes, pero que no hacen progresar la historia, la película cimienta su relato en la generación de algunos climas y la actuación de sus protagonistas, en ciertos parajes del film, que con escasos diálogos y una historia despojada de acontecimientos logran provocar algunos momentos dramáticos interesantes. Cuidado en sus rubros técnicos, despojado de acción y con una historia que busca, sin alcanzar, la intimidad de sus personajes, este primer largometraje de la directora Milagros Mumenthaler recuerda, veinte años después, aquella ola de films que comenzaron a surgir por los 90, cuando Historias Breves I diera el puntapié inicial para el surgimiento del llamado nuevo cine Argentino, donde varios films revolucionaron como verdaderos ejercicios de estilo.
En los intersticios, entre una mirada distraída y el cielorraso Abrir puertas y ventanas puede ser vista como una muestra de lo que el Nuevo Cine Argentino debió seguir siendo pero acaso ha dejado de ser. La directora Milagros Mumenthaler mete tres jóvenes hermanas en una casona a punto de venderse y en cierto modo parece proponer un estudio sordo acerca del desamparo y la ausencia. Por un momento la coreografía mórbida de los cuerpos que se juntan unos con otros, que se atraen, se apoyan y se repelen bruscamente con una mezcla de hastío y amor contenidos puede hacer acordar al cine de Lucrecia Martel. Pero enseguida la salida humorística repentina, los planos de una precisión sin alardes y la discreta sofisticación en el uso de la música –hay que ver la exquisita secuencia con la canción de John Martyn Back to Stay– se encargan más bien de acercar la película a la paleta de tonos que maneja con destreza la gran Celina Murga, solo que tal vez en una versión recargada y con la fuerza de una furia subrepticia que se palpa en cada escena. En medio de las horas muertas y de un tedio que se llena entre charlas no siempre afables, mirando telenovelas o cocinando fideos, hay una continua cualidad vibrante en la película, un hilo de electricidad que oscila entre el estallido y la angustia que buscan siempre refrenarse como si se tratara de un lento resquebrajamiento interior o alguna clase de impureza vergonzante. En Abrir puertas y ventanas hay tres actrices extraordinarias que hacen de sus cuerpos el centro real alrededor del cual parece construirse la película. Las chicas se mueven por los planos con la gracia de animales enjaulados mientras una corriente de energía, enervante y conmovedora por partes iguales, restituye para el cine su calidad documental y reveladora. ¿Cómo filmar un sentimiento de angustia que no se dice con palabras? A lo mejor filmando mujeres heridas, con un amor y un desconcierto que no les cabe en el pecho. En realidad la película de Mumenthaler ofrece respuestas tentativas y no concluyentes, tantea pistas, tira botellas al mar y espera, tal vez con la convicción íntima de que el futuro le pertenece. Abrir puertas y ventanas resulta ser la película más placentera del cine argentino de este año, la más fluida y quizá también la más secretamente emotiva; una refutación refinada y a la vez implacable del costumbrismo, pero también la evidencia cabal de que la imaginación es el alimento sustancial del cine.
Cuando la cámara entra en la casa donde viven estas tres mujeres poco más que adolescentes, nada se sabe de ellas. Ni de quiénes son, ni de lo que han vivido, ni de la relación que las vincula, ni de la situación por la que atraviesan. Todo (aparentemente, muy poco), lo irá diciendo cada imagen, cada escasa y breve línea de diálogo, cada gesto. El escenario mismo -la casona que nunca terminaremos de conocer completa, con su gran espacio central semivacío, su pequeño parque y su galería; sus grandes ventanales que excluyen cualquier sensación de encierro, sus dormitorios similares y distintos, la cocina grande que suele ser espacio de reunión, el living con el sillón donde ellas se apretujan para oír música o quizá para sentir el calor de la compañía, el garaje que esconde recuerdos- hablará por sí mismo. Muy de a poco podrá ir componiéndose este lacónico (para algunos espectadores quizá demasiado) y sutil retrato de familia. Pero poco, casi nada se expondrá en palabras. Un elaboradísimo trabajo de guión, de puesta en escena, de composición actoral, ha precedido el rodaje para que cada detalle de cada escena cobre significación, para que poco a poco vaya develándose la secreta, compleja interioridad de estas tres criaturas y en especial para que la sensibilidad exquisita de Milagros Mumenthaler explore el reservado sentimiento de la fraternidad, o al menos para que pueda percibir los signos que dejan entrever algo de su contradictoria condición. Es el verano. No hace mucho ha muerto la abuela que crió a las tres hermanas en esa casa que ha quedado cargada de recuerdos. Están ellas, pues, en estado de vulnerabilidad, en una suerte de paréntesis; liberadas (pero también carentes) de una guía que las contuvo hasta hace poco, y con la certeza de que se avecina un futuro por ahora incierto sobre el que deberán decidir. Pero cada una vive a su modo esa ausencia, esa inquietud y esa íntima soledad: entre tensiones, frágiles alianzas y diferentes muestras de desconfianza, dan pasos inseguros, tropiezan, se encierran en sí mismas, regresan al refugio, se rebelan contra él, ensayan la independencia, andan a tientas hasta que también de a poco van atreviéndose a pasos más extremos: marcharse, decidirse al amor, despojarse del pasado. Pasado el trance, tras el desconcierto y las dudas, las cosas terminarán por ordenarse y quizá allí asome el inicio de un camino hacia la vida adulta. Especialmente dotada para la creación de climas (su cine sensorial recuerda a veces al de Lucrecia Martel), Mumenthaler apunta a la interioridad de los personajes y se apoya fundamentalmente en el espléndido trabajo de sus intérpretes y en la química que se establece entre ellos. María Canale fue distinguida como la mejor actriz en Locarno, donde el film se llevó el premio mayor, pero igualmente dignos de aplauso son los desempeños de Martina Juncadella y Ailín Salas, y el de Julián Tello, el único varón-testigo de ese universo femenino. Otro acierto notorio de la directora es su empleo de la música, importante en dos escenas claves de una película.
Un film digno de ser habitado La ópera prima de Mumenthaler no se preocupa tanto por el guión como por construir climas, personajes y relaciones. Hay un notable tratamiento dramático del espacio, pero su singularidad está marcada por el retrato de la hermandad como “fatalidad”. No se trata sólo de que Abrir puertas y ventanas transcurra, casi en su totalidad, dentro de una casa. Tampoco que esa casa tenga, como tiene, un rol protagónico. Lo que distingue la ópera prima de Milagros Mumenthaler (Buenos Aires, 1977) es que funciona como una casa. Como si no hubiera sido hecha para ser vista, sino habitada. El espectador ingresa a Abrir puertas y ventanas como a cualquier casa desconocida: reconoce lentamente sus rincones, se familiariza con el mobiliario, los ambientes, los objetos, su historia, ritmos y rituales, conoce muy de a poco a sus habitantes, hasta terminar sintiéndose parte de ese mundo. Pero nunca pierde del todo la extrañeza. Es que, a diferencia de lo que suele verse en cine, los habitantes de esa casa no responden a una lógica psicológica que explique, con redonda coherencia, desde sus gestos más mínimos hasta su entero “ser en el mundo”. Las chicas de Abrir puertas y ventanas no se explican: son. Son de maneras no del todo definibles, comprensibles o previsibles. Lo cual, en términos cinematográficos, responde a la lógica más estricta: ¿por qué habría de conocerse del todo a personas con las que se convive una hora y media o dos? Una de las películas argentinas más “viajadas” y premiadas del año pasado (tres premios en Locarno, dos más en Mar del Plata), Abrir puertas y ventanas se siente orgánica porque fue trabajada de modo orgánico, sin preocuparse tanto por obedecer a un guión de hierro como por construir, en conjunto, climas, personajes y relaciones (ver entrevista). Relaciones que, desde ya, incluyen a la casa. Una casa que, se advierte desde el comienzo, no es tanto la de Marina, Sofía y Violeta como la de su pasado. Hay mucho pasado en esa casa. Pasado absoluto, que revelan los objetos: el televisor con antena tipo “orejas de conejo”, un tocadiscos y muchos discos, un ventilador de puro hierro, la vieja radio Noblex. Pasado detenido, cristalizado: los objetos de mamá y papá, que quedaron para siempre, así como estaban, en el garaje. Pasado de Marina, Sofía y Violeta, con placares y estantes llenos de juguetes de cuando eran chicas. Patines, esquíes, zapatos y zapatillas que ya no les van. Marina (la debutante María Canale), Sofía (Martina Juncadella) y Violeta (Ailín Salas) andan ahora entre los 17/18 (Violeta todavía va al cole) y los veintipico (Marina va a la facu; Sofía empieza arquitectura pero después deja). Es marzo o abril (las clases empezaron hace poco) y la abuela murió “para la época de las fiestas”, según se dice en algún momento. No de vieja, sino sorpresivamente. Los padres murieron antes. Bastante antes. No se sabe exactamente cuándo ni cómo (exceso de elipsis, tal vez). La cuestión es que Marina, Sofía y Violeta ya están grandes para seguir viviendo en la casa familiar. Por eso en algún momento alguna se mandará a mudar y alguna otra, hecho el duelo, reconvertirá la casa de la abuela en casa propia. Para lo que Marina, Sofía y Violeta están chicas es para hacerse cargo del cúmulo de trámites y gestiones que dejó la inesperada muerte de la abuela. Así como del cuidado de una casa en la que, por tener sus años, de pronto las cosas se descomponen. Verdadero paraíso del subtexto hecho cuerpo, de lo no dicho pero perceptible, hay un notable trabajo de fuera de campo, de tratamiento dramático del espacio en Abrir puertas y ventanas. Fuera de campo espacial (la vida de las chicas fuera de casa) y, sobre todo, temporal: todo lo que sucede, los propios objetos, llevan la marca de cosas que ocurrieron en el pasado. Tratamiento dramático del espacio y los objetos: ver el cómico vibrar erótico del curioso colchón eléctrico de la abuela o el árbol de raíces significativamente muertas (demasiado significativamente, quizás). Un vestuario que habla: la propensión de Violeta a andar en bombachita, la ropa ajustada de Sofía, el intento de Marina de invisibilizar su cuerpo con unos vestidos amplios como batones. Sentido dramático del color: ver el body celeste furioso de Sofía o el amarillo, igualmente furioso, de la blusa que luce Marina tras sacarse las ganas con el inquilino. Sin embargo, si en algún punto construye Abrir puertas y ventanas su singularidad es en esa relación hecha de recelos, secretos, envidias, cositas escondidas en los cajones, comentarios viperinos, entripados de larga data, caricias y ataques de furia loca: la hermandad como fatalidad. El debut de Milagros Mumenthaler anuncia todo un mundo que inevitablemente se irá desplegando de aquí en más, como sucederá también con las carreras de María Canale, Martina Juncadella y Ailín Salas. La noticia es que sigue habiendo vida (nueva) en el cine argentino.
Los misterios del corazón humano Notable debut de Milagros Mumenthaler. La vida de tres hermanas, en la intimidad y en sus dificultades para la convivencia, es lo que cuenta Abrir puertas y ventanas , la sutil, delicada e inteligente opera prima de Milagros Mumenthaler, cuyo talento le permite contar con pocos elementos y un gran trabajo de puesta en escena la vida cotidiana de estas tres mujeres. El talento de Mumenthaler está en la observación, en saber describir a través de miradas, silencios, algunos pocos comentarios y situaciones en apariencia cotidianas, todo lo que pasa en ese caserón que habitan las chicas y en el que vivían con su abuela, que ha fallecido poco tiempo atrás (de los padres se da mínima información). Está Marina (María Canale), la mayor de las tres, que parece obsesionada tanto por su figura como por Francisco (Julián Tello) que vive y/o trabaja al lado. Es, además, la que debería llevar la organización del lugar. Sofía (Martina Juncadella), la del medio, es la más activa: estudia y trabaja, pero esa intensidad la trae al hogar, criticando a la hermana menor por “vaga” y explayándose en su idea de que Marina debe ser adoptada. La tercera hermana es Violeta (Ailín Salas), la hedonista del trío, que se pasa la película en ropa interior y tirada en camas y sillones, a veces sola y otras acompañada. Mientras Marina flirtea con Francisco y Sofía discute con todas, será Violeta la que se aparecerá con una sorpresa que no vamos a revelar acá, pero que cambia el eje de la trama. De cualquier modo, Abrir puertas… no es una película para ver en busca de grandes acontecimientos. Con algo de puesta teatral (chejoviana, si se quiere), ya que tiene a la casa casi como único escenario, pero con un planteo totalmente cinematográfico en cuánto a captación de detalles y juegos de miradas, la película de Mumenthaler (cuyo cine es comparable al de Lucrecia Martel y Celina Murga) logra ser honesta y sensible, humana sin volverse sentimental (cuando las chicas escuchan canciones, como Back To Stay , por Bridget St. John) y hasta dura y violenta, sin por eso tornarse jamás cruel. Las chicas actúan, se equivocan, se pelean, pero no hay duda de que siempre lo hacen tratando de encontrar una manera para lidiar con lo que les sucede. Hay pocas películas argentinas como Abrir puertas y ventanas , un filme sobre la ausencia, sobre el espacio y el silencio entre las personas, sobre los comportamientos humanas esbozados en unos pocos comentarios (no hay grandes discursos y la catarsis pasa por una lágrima escapada mientras se escucha una canción), sobre el crecimiento y sobre la compleja relación entre hermanas. Como lo dice su acaso algo evidente título, es una película sobre salir al mundo, sobre el paso de la adolescencia a la adultez. Cada una, a su manera, encontrará las formas de salir de esa casa, de volver a conectar el pequeño mundo interior con el otro, misterioso, que las espera allá afuera.
Tres mujeres con un futuro ahí afuera La multipremiada opera prima de Milagros Mumenthäler narra la historia de tres personajes, en una sola locación, obligados a construir una salida posible a la pérdida y la ausencia. Intimista y personal apuesta argentina. Desde el principio mismo, la apuesta de Abrir puertas y ventanas es arriesgada: tres protagonistas, una sola locación y el desafío de contar el crecimiento de cada uno de los personajes, que se ven obligados a la incertidumbre de construir un futuro posible desde la pérdida y la ausencia. De llegar los más indemnes posibles al mundo adulto. Sin embargo, Milagros Mumenthäler logra su objetivo con una infrecuente madurez narrativa para una opera prima que entre otros premios, el año pasado se alzó con el Leopardo de Oro en el Festival de Locarno y con el Ástor de Oro en Mar del Plata. Marina (María Canale), Sofía (Martina Juncadella) y Violeta (Ailín Salas) crecieron sin padres y la única referencia a la mirada y a la contención adulta proviene de Alicia, la abuela fallecida hace poco. La película centra su mirada sobre ese instante extendido de un verano agobiante, del paso del tiempo, del tránsito entre el duelo de las tres chicas, de la convivencia sin un árbitro para los pequeños conflictos cotidianos y el afuera cargado de desafíos que inevitablemente cada una de ellas va a tener que transitar. Mumenthäler va construyendo la atmósfera de capas opresivas que la mayoría de las veces puebla la casona y algunos momentos luminosos entre las tres hermanas a través de la dosificación de la información, con una puesta elegante y elusiva, que acentúa el encierro a partir de algunas pocas referencias que siempre está fuera de campo pero que acentúan el conflicto que se desarrolla puertas adentro. Y es esa falta de elementos para reconstruir el pasado de las chicas es lo que hace más curiosa y fascinante la búsqueda de la unicidad de cada uno de los personajes, un trío que lo será para siempre, aun cuando se separen. Los conflictos derivados de los ánimos cambiantes, los celos, la competencia, la carga erótica que se dispara a partir de la cercanía de un joven vecino (Julián Tello), son todos elementos que dan cuenta de un verano melancólico pero fundamental, que en el futuro las hermanas recordarán como un instante decisivo. En ese sentido Abrir puertas y ventanas es un relato que en muchos momentos se equipara con los climas intimistas de la obra de Lucrecia Martel y en menor medida con Celina Murga, es decir, Mumenthäler dialoga de igual a igual con el mejor cine argentino de los últimos años.
Duelo en las sombras Abrir puertas y ventanas, debut en el largometraje de la realizadora Milagros Mumenthaler, parece encerrar dos ideas desde su título que se ajustan y sintonizan con el clima íntimo del film: el desahogo por un lado, de ahí la apertura y por otro la búsqueda de secretos o de recuerdos tras el encierro que implica un duelo por la muerte de un ser querido. Tres hermanas muy distintas entre sí, con su temperamento, Marina (María Canale), Violeta (Ailín Salas) y Sofía (Martina Juncadella) pasan un tiempo relativamente corto en la casa de su abuela, fallecida recientemente. Todo hace indicar, a partir de los detalles e indicios que se van acumulando en una trama donde los diálogos son precisos y no abundan, que fueron criadas por Alicia, esa abuela que ya no está pero que de alguna manera hace de su ausencia una presencia en cada rincón u objeto disperso en la casa. El otro personaje que entra y sale de la casa pero que provoca movimiento en su interior es el vecino-inquilino Francisco (Julián Tello), con quien interactúan las hermanas en disputa permanente por su atención. La sutileza con la que Milagros Mumenthaler, que recibió el Leopardo de Oro en Locarno por esta ópera prima, maneja los tiempos y construye los lazos afectivos, al tiempo que transparenta los conflictos, envidias, celos, dolores, frustraciones y angustias, es la mayor virtud de Abrir puertas y ventanas. Sin embargo, ese logro es plausible gracias a la buena predisposición de las tres actrices, entre quienes debe destacarse por su rol de mayor exposición en lo que hace a emociones María Canale –también ganadora en Locarno- en su personaje de Marina, que es quien parece hacerse cargo de asumir el duelo por sus otras dos hermanas y de intentar reconstruir un espacio al que le sobran historias pasadas, recuerdos dulces y amargos, pero al que le falta vida. Hay escenas donde realmente aparecen las emociones genuinas y en las que la realizadora desaparece por completo para la contemplación de sus personajes y silencios, aunque existen varios momentos donde la cámara se adueña del espacio, lo recorre, lo habita, lo suelta como si se tratara de un fantasma que ronda a cada paso o un recuerdo que busca su refugio cuando lo único que queda es el vacío. Abrir puertas y ventanas es un film no apto para ansiosos; es un viaje introspectivo por el universo invisible de los lazos fraternales, con el ritmo de aquello que no cambia por más que se intente moverlo de lugar como un sillón o un mueble que ocupa un espacio y deja otro espacio vacío. En ese intersticio de lo no dicho; de lo no visto se estaciona Milagros Mumenthaler con una cámara lúcida y una mirada personal y sensible.
Tres personajes en busca de algo que hacer Hace poco menos de dos meses, la escenógrafa Eugenia Sueiro, formada en la industria, estrenó un pequeño paso de comedia incómoda, bastante simpático, «Nosotras sin mamá». Producción chica, elenco de apenas tres mujeres (buenas actrices), mínima presencia masculina, una casita de barrio venida a menos, y solo 70 minutos de duración. Lo que vemos ahora, hecho por Milagros Mumenthaler, egresada de una universidad privada, bien podría llamarse «Nosotras sin abuela», porque el esquema es similar, con tres mujeres y un joven vecino, solo que caben algunas diferencias. Producción internacional (las chicas no tienen abuela pero la directora tiene parientes productores en Suiza), una casa muy bien puesta, bonita, y 98 minutos de duración. En «Abrir puertas, etc.», lo incómodo es la duración. Pero los cortos minimalistas de esta directora ya se hacían bastante largos, por lo que puede suponerse que su público específico disfruta ese tipo de extensiones. De hecho, quien mire tranquilo y sin fastidiarse el plano inicial, quieto e interminable, ya tiene media batalla ganada. El resto le parecerá un relato casi ligero de tres jovencitas ñañosas con demasiado tiempo libre, dándole vueltas a la necesaria maduración que toda pérdida familiar acarrea, hasta que al fin algo se define. Mumenthaler tiene mano especial para los detalles, sabe aprovechar muy bien la sensibilidad de sus actrices (también buenas), y sugerir ciertas cosas con particular sutileza. En ese sentido el suyo es un film apreciable. En otros, es medio aburrido, por decirlo amablemente.
Opening the doors of perception Milagros Mumenthaler’s feature film début is a masterly, contemplative study in loss and bonding At some point in adult life, there’s bound to be a place called solitude, a territory inhabited by the ghosts of the past we refuse to let go of, a space where we no longer feel the safety of the people and objects wrapping us up as in a cocoon. Some people call it family in the more traditional sense, some others refer to it as shared loneliness, but the end result is always the same: finding shelter in the mutual comfort of others and having somebody to come home to. Milagros Mumenthaler’s film début Abrir puertas y ventanas is a metaphor for all of these pressing perceptions, centering as it does on three young sisters who must confront the sudden death of their grandmother, a university lecturer who also played mother to the girls and took care of the household’s every need. The three sisters —Marina, 21; Sofía, 20; and Violeta,18 — used to lead carefree lives in an old suburban mansion that had seen better days. It’s the middle of summer, the girls have lost their grandma some time during the end-of-year festivities, and they cope with the sweltering temperatures closing the window shades so that the sun won’t filter in, and sometimes venturing out on the garden to sunbathe, but mostly huddling together on the sitting-room sofa to watch TV, either blurry network broadcasts or a movie rented at the corner video store. Although they are in the same age range and separated by only a few years, it feels natural that the eldest, Marina (the strongest in character and determination) should try to steer a ship whose captain has disappointingly deserted them. It’s Marina who handles the little money they have left, the one who makes sure the utility bills are not left unpaid, the one who draws the grocery list with Spartan resolution, lest they should run out of supplies. Although this is a succinct description of what these girls are going through, it’s not as though screenwriter-director Mumenthaler were following a classic narrative pattern with a linear development. We learn about all these happenings along with the girls in the here and now, through snippets of chopped conversation, through murmur and words muttered to themselves rather than one another. In this sense, you’d be dead wrong to think that a film like Abrir puertas y ventanas is about a succession of events leading up in crescendo to a climactic grand finale. Introspective in nature, descriptive in its minimalist approach to character observation, Abrir puertas y ventanas concerns itself with the characters’ habitats — the house, photographed from a static perspective or through swirling camera movements around the girls’ own bedrooms — and the only tangible presence in it, which, paradoxically enough, is an absence. The three sisters are played by actors María Canale, Martina Juncadella and Ailín Salas with a much welcome combination of restraint and emotional outpouring, if such a thing is possible. Stressing the sexual tension in the air, actor Julián Tello embodies, literally, the masculinity the sisters root for — at times silently, at times graphically and shamelessly the kind of natural outlet everything is done in the household. Abrir puertas y ventanas — a ludicrous action standing for the girls’ need to open up and then slam shut slivers into their frightened souls — has a perplexing fixation with the way humans react to the loss of people and things that make up a safe environment. It’s a story about the painful process of transition from the self-centred universe of adolescence to abrupt adulthood, a turning-point in which life-making decisions must be made in spite of the phenomenon known as inertia in physics 101. If this were an HBO or Hallmark film, it would logically deal with the daily chores and responsibilities passed on by an adult onto unprepared children and their chronological, forced transformation and passage to adult life, interspersed with predictable disputes and jealousy among three defenceless children suddenly thrown into maturity. In contrast, Abrir puertas y ventanas is rich in character observation and short on explicit motives, reasons and modus operandi. It is, in short, a slow-moving but far from static illustration of apparently erratic conduct. Although this is clearly not a transcultural problem, some foreign critics have erroneously pointed to the film’s failure to spell out — either in full or in delineated form — such complications as a small stash of bank-notes drying out, how the girls manage to keep on running the household without visible signs of monetary income. True, eschewing such explanations in traditionally formatted stories would be tantamount to unforgivable mistake, but Abrir puertas y ventanas does express a preoccupation with such daily toils — it does so through a barely noticeable flurry of actions. If secretively snapping open and shut a chest of drawers in search of valuables is not a sign of pecuniary concern, I would like to know what is. If the youngest sister’s unashamed display of new, skimpy outfits, and coming back home dressed like a tart, is not another hint of where money — her own money — is coming from, I wonder what social commentary is all about. Money alone, however, will not suffice to fill the girls’ need for certainty. Certainty, Mumenthaler seems to be telling us, is to be found only in one’s own inner self; the outer world, the otherness, can only equip us with a modicum of self-assurance to forge ahead for a while, then it’s everyone for themselves. Let’s not, however, blame hurried opinion on lack of acute power of observation. A film like Abrir puertas y ventanas, enjoyably mute, is rather slow sinking in with all the force it is capable of at heart. It must be acknowledged that a film like Abrir puertas y ventanas, with its “dry” yet fully expressive narrative, owes much to Lucrecia Martel’s La ciénaga (2001), a groundbreaking experiment in acid social dissection. In turn, La ciénaga was an explicit allusion — and may have been a followup to — Leopoldo Torre Nilsson’s La terraza (1963), sadly misunderstood by critics and audiences alike and light years ahead of its time for its seemingly banal illustration of social malaise. Another pivotal reference in Abrir puertas y ventanas may be found in Torre Nilsson’s La caída (1959), a poignant exploration of solitude and confinement. Torre Nilsson, however, even if he set the action on eerily empty spaces, was more concerned with social decadence than with individual uneasiness with innermost circles. Far less sombre than Torre Nilsson and Martel, Mumenthaler’s Abrir puertas y ventanas, physically and symbolically, lets a gush of fresh air breeze into the house once the understated, conflictive relations among the sisters and with the milieu comes to the fore. Another issue addressed by Mumenthaler — as director Eugenia Sueiro does in her recent Nosotras sin mamá — is identity at individual and collective level within the confines of a family household. Which role is each family member expected to play? Which role is everyone ready to accept? In Abrir puertas y ventanas, it’s the middle daughter, Sofía, who disrupts her sisters’ apathy and lethargy, a wake-up call to the sad reality that not every one will be there all the time for one another. Eschewing the “normal” narrative pattern, Mumenthaler’s intelligent, resourceful script stays put where others would follow the ingrained precept that this state of affairs should help the narrative move ahead. It does, but it never follows a prescriptive approach. And herein lies Mumenthaler’s greatest cinematic achievement — in its beautifully understated expression of human sentiment. PRODUCTION NOTES Abrir puertas y ventanas (Back to Stay). Argentina / Switzerland / Netherlands, 2011. Written and directed by: Milagros Mumenthaler. Cinematography by: Martín Frías. Edited by: Gion-Reto Killias. Costumes by: Francois Nicolet. With: María Canale, Martina Juncadella, Ailin Salas, Julián Tello. Produced by: Alina Film, Ruda Cine, Waterland Film & TV, Radio Télévision Suisse (RTS), Fortuna Films, Bordu films. Distributed by: Happiness Distribution ((France); Just Film Distribution (Netherlands); Look Now! (Switzerland); Primer Plano (Argentina). NC13. Running time: 100 minutes.
Una familia en su intimidad El cine de Milagros Mumenthaler, una cordobesa de origen suizo de poco más de treinta años, se apoya en mecanismos como la creación de atmósferas y la fijación de sentimientos. Lo hace en forma sutil y su resultado es casi documental, sólo que testimonia, en este caso, lo que pasa en una familia mayoritariamente femenina, que pierde su centro, una abuela que nunca conocimos y de la que nunca se habla, salvo en un fría conversación telefónica de una de sus integrantes: "Habla la nieta de Alicia que se murió del corazón en las fiestas". Sofía, Marina y Violeta son hermanas. Se llevan como perro y gato. Se celan, discuten y hasta piensan que una de ellas es adoptiva. La adopción es un fantasma clásico (y a veces real) de la infancia y adolescencia, que habla de exilios y persecuciones del imaginario de todo humano que se precie. Chicas solas, sin contención, en el duro período de los quince y diecisiete años, a solas con un cuerpo que por sus cambios desconocen, atentas al vecino, representante de un sexo desconocido, ansiado y temido. LA CASA DEL ANGEL Este mundo que los jóvenes asocian a Lucrecia Martel o Albertina Carri, interesantes directoras argentinas, los veteranos lo remiten más allá, a Beatriz Guido, una escritora muy relacionada con el cine injustamente olvidada, cuyos libros Torre Nilsson desarrolló cinematográficamente. Porque de alguna manera, estas chicas son los temidos niños de "La caída", intentando sobrevivir solos. Violeta puede ser la Vicenta de "La casa del ángel", espiando lo que ella cree pecaminoso y tratando de deshacerse de los muebles de la casa para exorcizar un pasado doloroso. Mumenthaler reproduce el mundo de la casa con todos sus recuerdos. En detalle. Obsesivamente. Su siesta provinciana hipnotiza a estas hermanas en el hechizo de la adolescencia. Sólo alguna vez estalla, como Violeta (Ailín Salas), capaz de todo en su rivalidad con Marina (María Canale), la insegura. LA CASA VACIA Filme moroso, intolerable a veces, no apto para ansiosos ni hiperkinéticos. Ideal para melancólicos y reflexivos. Película difícil, con momentos que la acercan también a las otras sobrevivientes de una casa vacía, las chicas de "Nosotras sin mamá" de la también promisoria directora Eugenia Sueiro. Mumenthaler se revela, asimismo, como muy buena en la conducción de actrices. María Canale, Martina Juncadella y Ailín Salas dan a sus personajes verosimilitud y emoción. "Abrir puertas y ventans" invita a la reflexión, con justo diseño de producción, buen acompañamiento musical y atractiva fotografía.
Llenar la ausencia "Abrir puertas y ventanas", ópera prima de Milagros Mumenthaler es un interesante ensayo cinematográfico sobre el fuera de campo y su función narrativa pero que deja afuera al espectador medio que busca y pretende otra cosa del cine. ¿Cómo calificar a una película bien filmada, bien actuada, qué invita a la reflexión y te deja rebotando cosas en la cabeza pero no logra entretener ni hacer reír ni llorar ni causar ninguna emoción en todo su metraje? Dejemos la calificación apartada al menos por un momento y vayamos al argumento de la película, que tal vez pueda ayudarnos a disolver esta incógnita. Marina(Maria Canale), Sofía(Martina Juncadella) y Violeta(Ailin Salas) viven solas en una casa, únicamente acompañadas por un joven casero, que vive en un anexo, después de la muerte de la abuela Alicia. Toda la acción transcurre en la casa y abarca desde un tiempo después del año nuevo hasta el inicio de la primavera, según se dilucida por el vestuario. No hay ninguna escena afuera de la casa que, por suerte, tiene un lindo patio bien verde. Lo que no significa que afuera de la casa no pasé nada relevante para las hermanas, por el contrario pasa muchísimo pero la idea y la gracia de la película pasa precisamente por no mostrarlo, por jugar con el fuera de cámara, por hacer imaginar al espectador lo que sucede en el afuera, por conseguir que cada persona pueda crear su propia visión y su propia historia. Y si cada uno construye una historia distinta una misma película puede tener distintas visiones. ¿Y entonces cómo calificamos la visión de cada uno? María Canale y Ailin Salas María Canale y Ailin Salas El primer plano secuencia de la película remite al inicio de Citizen Kane(1941, Orson Welles). Allí se muestra la reja que divide a la casa y al exterior. Una vez que la cámara entre ya nunca saldrá y podremos ver como buenos voyeurs todo lo que pase allí dentro. Si hay sexo adentro de la casa lo veremos, en cambio si una hermana decide irse de viaje con un chico, u otra hermana cambia de trabajo tendremos que inferirlo por lo que suceda dentro de las paredes. Tres hermanas y un casero encerradas en una casa después de la muerte de su abuela sería un argumento típico de una película de terror. Pero no lo es. Podría ser una de esas comedias negras francesas pero las protagonistas no son graciosas, hablan poco y son argentinas. Podría ser una película de amor entre algunas de las hermanas y el casero. Algo de romance hay pero no alcanza para calificar a la película como romántica. Podría ser un drama para llorar a moco tendido. Tampoco lo es. Podría ser una película que le guste al público de los festivales de cine y eso sí que lo es. Afiche. Afiche. En realidad la ópera prima de Milagros Mumenthaler es, para quien tenga ganas de entenderla, una película sobre la ausencia, sobre cómo construir lo que no está: las hermanas sienten cada una a su manera lo que la abuela les dejó y los espectadores deben construir el fuera de campo. Y es también una película de actrices, de tres chicas que representan la renovación de la actuación en el cine argentino. Y, eso, con el tiempo seguramente será lo más importante que nos deje Abrir puertas y ventanas. Sobre la calificación, si usted disfruta de las películas lentas y festivaleras que buscan decir mucho más de lo que muestran y, que a veces de tan sutiles terminan olvidando parte de la historia no saldrá decepcionado de la sala de cine. En cambio si usted pretende del cine pasar un rato llevadero, reír, llorar, aprender, sentir impotencia o alguna otra emoción vaya a ver Elefante Blanco o Anima Buenos Aires o alguna de las otras buenas opciones que esta buena temporada de cine nacional, para todos los gustos, pueda ofrecerle.
Una de chicas Marina, Sofía y Violeta, son tres hermanas, sin padres, que viven solas en la casa de su abuela que acaba de morir. La casa es grande, antigua, un típico caserón de provincia, donde se puede ver que han pasado toda su vida; hay huellas de las tres por todas partes, discos viejos, juguetes que ya no usan, fotos. En esta historia no hay conflicto, nunca puede verse un nudo, sabemos que como en toda familia algo esta ahí; resentimientos, recuerdos, cosas de las que nadie quiere hablar, pero nada de todo esto llega a desatar ninguna situación conflictiva que luego se resuelva durante el filme. Visualmente la película es encantadora y la manera de ver las cosas es totalmente femenina. La forma de acercarse a las tres hermanas, de mostrar cada detalle, de lograr con imágenes que sintamos lo mismo que las protagonistas, con el plus de la música que nos ayuda a pasear por todos esos climas. Por momentos el personaje principal, y más interesante, es la casa. La que guarda todos los secretos, la que ha visto todo. Ahí adentro las hermanas se pelean, se gritan, arman alianzas, se ignoran, y pasan el tiempo mientras crecen; entonces el enojo ya no es el mismo, maduran, se aceptan. La película empieza en verano y termina en invierno, y básicamente eso es todo. Ninguna de las actrices se destaca demasiado, a veces la naturalidad es excesiva, pero es muy interesante la conexión entre ellas, los códigos, las miradas, es creíble que hayan estado juntas todo su vida, que ya no quieran estarlo o que tengan cosas que resolver. Mas allá de que artísticamente puede ser impecable como producto final, no es suficiente para estar una hora y media frente a la pantalla y sin sentir al menos, un poco de aburrimiento.
Digamos que "Abrir y cerrar ventanas", no es un film que deba pasar desapercibido en nuestra cartelera. El año pasado su directora, Milagros Mumenthäler se alzó con el Leopardo dorado en Locarno (ópera prima) y su película, se llevó nada menos que el Astor del mismo metal en Mar del Plata 2011, entre muchos premios que ya ostenta. Esta historia, de neto corte teatral, encuadrada en un microclima enigmático y relajado, aborda la historia de tres hermanas adolescentes, que se quedan sin su última tutora (su abuela), habiendo perdido ya a sus padres. Marina (María Canale), Violeta (Ailín Salas, una de las pacientes de la exitosa serie televisiva "En terapia") y Sofía (Martina Juncadella) son las tres chicas en cuestión. Al principio, parece que su manera de vincularse es particular, cosa que se confirma y profundiza a lo largo del relato. La historia transcurre en la casa de su abuela, en un verano intenso, y accedemos a ver el micromundo de las chicas, quienes deben sobrellevar el haberse quedado solas. Cada una, intentará resolver sus angustias de distinta manera. La primera (Marina) es muy responsable, ordenada y la que claramente entiende mejor la situación que el grupo atraviesa. Sofía, en tanto, estudia y sale mucho, es bastante obsesiva con sus cosas (al igual que Violeta, la tercera en discordia) , tiene sospechas sobre el origen de una de sus hermanas y se muestra hostil y distante como rasgo distintivo. La última, el personaje jugado por Salas, es el más libre y desprejuiciado y el primero que traerá una nota de quiebre en la relación triangular. Impresiona favorablemente la manera en que Mumenthäler registra y narra en espacios reducidos, sin generar sensación de encierro. A diferencia de otros films, se preocupa por subrayar el protagonismo del espacio, de manera que cada puerta, cada ventana, cada cuarto, esconde secretos y revelaciones y el lente está puesto en cada uno de esos lugares, para indicarnos algo. Los diálogos (descarnados, no olvidemos que son adolescentes solas), son fuertes y grafican sensaciones que van delineando la complejidad de un duelo que las tres resuelven, cada una a su manera. Hay que advertir al espectador corriente, que la película se toma su tiempo para instalarse y desplegar todo su brillo. La primera media hora transcurre un poco lenta y si bien entendemos las razones que llevan a armar pacientemente el escenario, es innegable que este arranque tiene un tempo que a veces no se condice con lo que la platea espera. Una vez que el primer conflicto importante estalla, el film se vuelve intenso y las actuaciones comienzan a cobrar vuelo (Canale se lleva las palmas con su luminoso trabajo), pero nunca hay que perder de vista que estamos frente a un drama familiar comprometido, arriesgado y enigmático. Plato singular del que no todos gustan. "Abrir y cerrar ventanas" es una cinta sólida y compleja (cuántos interrogantes se juegan!), recomendable a todas luces. Lejos del perfil comercial que cierto cine argentino trae, un film a tener en cuenta por aquellos espectadores curiosos y abiertos que quieran conocer una de las grandes revelaciones del cine nacional de este tiempo: Milagros Mumenthaler.
Algo que no cierra… Ingmar Bergman es el mejor denominador que existe para hablar de relaciones íntimas en espacios cerrados. Lo primero que pienso cuando veo a tres hermanas, prisioneras de una casona antigua, repleta de fantasmas de familiares, es justamente en la obra maestra del realizador sueco, Gritos y Susurros (1971). Bergman no solamente era una verdadero genio en la creación de climas, de tensión, sino un dramaturgo consumado, capaz de crear los diálogos más potentes a partir de situaciones cotidianas. Diálogos en donde los personajes, generalmente reprimidos, expresaban sus dudas existenciales. Otras obras como Persona o El Silencio también muestran situaciones similares. La colaboración en la fotografía de Sven Nyqvist y las interpretaciones de Ingrid Tuhlin o Liv Ullman apoyaban la dirección. No hay planos forzados o caprichosos en Bergman. Todo símbolo, toda metáfora es rebuscada, pero impactante, estimulan la reflexión. Lamentablemente, en Argentina muchos realizadores tratan de emular a Ingmar. Será porque nos identificamos con su filosofía acaso. Porque entendemos los climas fríos o simplemente porque nos seduce su estética. O la combinación de todo. El problema es que se emula mal. El teatro de los años 80, moralista, con necesidad de dejar un mensaje es muy bergmiano. La excelente repercusión de los textos creados en estos años, llevaron a que en los 90, la estética teatral de los 80, se trasladara al cine. De ahí sale ese espanto cinematográfico llamado Convivencia, que desperdicia el talento de Luis Brandoni y José Sacristán en una puesta aburrida y obvia. Abrir Puertas y Ventanas me hizo acordar a todo esto. Sentí que regresé 20 años al pasado del cine nacional. De hecho, hasta que no vi un reproductor de DVD y un calendario del 2006, pensaba que la acción sucedía en los años 90. Sofía, Marina y Violeta son tres hermanas que viven en una casa de Olivos (justo frente a la residencia presidencial, ¿tendrá algún significado?) que pertenecía a su abuela, recientemente fallecida. La única que sale de la casa es Marina: trabaja, estudia en la facultad. Marina se ocupa de la casa. Violeta deambula. La comunicación entre las tres no es la mejor. Existe un vecino codiciado que impulsa el lívido de las protagonistas. El problema principal del film es su pretenciosidad. El hecho de que los diálogos son más ampulosos de lo que verdaderamente pretenden ser. Claro, lo que importa es lo que no se dice. El conflicto es que la ausencia y el duelo no parecen generar tanta tensión. No conmueve tanto como uno podría imaginarse. Y esto es consecuencia de una puesta en escena demasiado fría y distanciada. La fotografía (y especialmente la post producción de imagen) es destacada. La película tiene “lindos” colores, es atractiva visualmente, pero los encuadres no tienen demasiado ingenio. El recurso de que cada escena empiece en una puerta y cada plano contenga una ventana de fondo, se agota rápidamente. Ya entendimos, la película se llama Abrir Puertas y Ventanas. Hay puertas y ventanas por todas partes. Se puede pensar una relación metafórica, de hermandad entre puertas y ventanas, relacionada con las protagonistas, pero algo no cierra con los encuadres. Son obvios y poco profundos. Hay críticos que la compararon visualmente con el cine de Lucrecia Martel. Más allá de que no soy demasiado fanático de dicha realizadora, no puedo dejar de admitir que los encuadres, la fotografía y el clima que genera Martel están mucho mejor realizados, justificado e intelectualizados que en los de esta obra. El colorido vestuario está medio alienado de las escenas. Posiblemente, lo único que une a ambas directoras es el meticuloso diseño de sonido de sus películas. Poder escuchar cada detalle, pero en diferentes niveles. Que cada sonido infiera en el clima, en la narración de alguna forma. Igualmente, el mejor trabajo nacional realizado hasta la fecha es el de La Rabia de Carri. Las escenas se suceden. El conflicto va in crescendo pero la acción es reiterativa, monótona. Entiendo, que es parte de la intención. Pero algo no funciona. No se logra la empatía, la emoción necesaria. Da la sensación de artificio. Ni siquiera los trabajos más esterilizados de Bergman me generaron esta sensación. Mumenthaler no oculta una fuerte de inspiración teatral en la puesta en escena. Las interpretaciones de Canale y Juncadella hacen énfasis en este tono. Ambas, realmente tienen momentos intensos y profundos. El conflicto entre las dos genera un poco de tensión, pero los diálogos, el ritmo que le imponen, le quita credibilidad a las escenas. Son demasiado literales. Falta espontaneidad. Y eso se traduce en la puesta en escena también. Bob Rafelson también es un notable ejemplo de un realizador que usa personajes teniendo conflictos en espacios cerrados. Sin embargo, la transparencia en la narración, permiten que el ritmo y los climas generados sean más efectivos y dinámicos. Acá, la sensación de pesadumbre se transmite por accidente u oposición a lo que pareciera que se quiso generar la directora. Fría, obvia, pretenciosa, Abrir Puertas y Ventanas encontrará seguramente un público más intelectual que aprecie aquello que a mí no me cerró. Una curiosidad. En un momento dado del film, las protagonistas piden que les traigan una película a la casa. Dicen: “cine argentino, no”. Yo me preguntaba, ¿por qué los personajes rechazan el cine nacional? En el contenido del film se puede encontrar la respuesta.
Algunas puertas y ventanas cerradas Tres hermanas conviven en el caserón que dejó su abuela, recientemente muerta. Hay diferencias evidentes: Mariana (María Canale) es la líder, la que gusta de llevar adelante las cosas; Sofía (Martina Juncadella) está rodeada de misterios, cierra su pieza con llave, va a la facultad y vuelve con dinero, que esconde hábilmente; Violeta (Ailín Salas) es la “vaga” del trío, la que no colabora con las tareas de la casa. Este núcleo de conflictos está bien llevado por la directora Milagros Numenthaler, desde lo íntimo hasta lo público, en el lógico estallido. Y estas relaciones y la forma en que se van desarrollando serán, además, el camino que elegirá la realizadora para construir el relato y trazar su ritmo. Abrir puertas y ventanas es la última ganadora del Festival Internacional de Cines de Mar del Plata. Es una película en las que las actuaciones están muy bien (salvo momentos muy puntuales, y lamentablemente decisivos, donde la película se tiene que salir del tono de autocontrol que le otorga Numenthaler, y ahí se notan algunos hilos y el registro chirría) y el film funciona desde lo formal, con una buena utilización de la música y los espacios: son especialmente bellos dos momentos musicales que tiene Abrir puertas y ventanas. Pero más allá de las maravillas que se están hablando por ahí de este film, hay que decir que Abrir puertas y ventanas es una película con inconvenientes. Como buena parte del denominado nuevo cine argentino, se apuesta por un tono misterioso, de sustracción de información y emociones, y así es como varias cosas se van sugiriendo, pero nunca terminan de desencadenar en nada. Y esa es la gran trampa en la que cae Numenthaler. Es que nadie pide revelaciones explícitas, sino que el juego del misterio sirva para decir algo, para revelar, desde lo tácito, algún nudo, alguna raíz de esos miedos que atormentan a las protagonistas, y las hace actuar en consecuencia. Por momentos, la directora abusa de elementos teatrales y confía poco lo cinematográfico, incluso hay indeterminaciones estacionales respecto de la época del año en que están viviendo las protagonistas y que generan lógicas desconexiones en el que mira. Una película prolija, pero que no termina diciendo casi nada de todo aquello que supone va a decir, y que apenas deja indicios sobre lo importante que es el crecimiento personal, individual, por sobre el del grupo. Contradictoriamente a lo que supone su título, algunas puertas y ventanas quedaron por abrirse.
Aprendizajes Abrir puertas y ventanas de Milagros Mumenthaler se estrenó mundialmente en agosto del año pasado en el Festival de Locarno (en este momento, sin dudas, uno de los mejores del mundo), en donde ganó el premio principal (y no sólo ese). Se dio en otros festivales y también en el de Mar del Plata, en donde ganó el premio principal (y no sólo ese). Recién pude verla esta semana. No pensaba escribir sobre ella, porque conozco a la directora y a varias personas que han trabajado en la película. Con alguna de ellas incluso trabajo de forma cotidiana y hasta soy amigo. Pero vi la película y decidí escribir, porque en esta columna –desde hace más de tres años– he tratado, entre otras cosas, de destacar lo extraordinario que se da en los cines. Y Abrir puertas y ventanas me parece extraordinaria. Había visto los cortos previos de Milagros Mumenthaler, que se dieron en el Bafici, primero sueltos, y luego como retrospectiva. Me habían gustado, pero no necesariamente de muy buenos cortos se derivan buenos primeros largometrajes. Abrir puertas y ventanas es mucho más que una buena película, es una película consistente, segura, clara: una película que fluye porque se nota planeada, ensayada, planificada. No es que no se puedan hacer grandes películas de manera más anárquica, pero la apuesta de Abrir puertas y ventanas pasa por la construcción firme, por aprender de memoria (y luego moverse con prestancia, porque ya están aprendidos) las posibilidades que se piensan para poner en escena las emociones, para actuarlas y transmitirlas. Por aprender, mirar y relatar de tal manera que esas emociones no se noten actuadas y para que tampoco se note su transmisión. Dije mirar, y en esta película es crucial entender que también es clave escuchar: se nota el aprendizaje en la escucha, para luego poder hacer diálogos que no sólo son creíbles, punzantes por momentos, destinados a perderse en otros, en forma de silencio a veces, siempre exactos. Estos diálogos son también parte del enjundioso entramado sonoro de la película. Hay diálogos en diferentes niveles de intensidad, diálogos en off que indican continuidad, como el del final: continúa un personaje, un modo de convivencia, se marca un equilibrio distinto al planteado por la propia película antes, cuando las hermanas escuchan una canción y escuchan sus pasados compartidos y sus encrucijadas presentes y más individuales. Ese final, en el que vemos y escuchamos un diálogo sin ver al personaje luego de escuchar otra canción, apunta no solamente a que entendamos que acabamos de ver y escuchar un relato, sino además a saber que ya conocemos a estas chicas, que podemos escuchar sus sonidos y saber que están cerca. Las canciones son mucho, muchísimo más que algo que se escucha en la película: son también la banda sonora vital de los personajes y arman un relato que flota por sobre las acciones (y son también acciones) que el espectador deberá descubrir con la mayor cercanía posible (vean la película en un cine que se escuche bien). En Abrir puertas y ventanas la emoción nos llega con la fuerza de la intimidad: esta historia se siente única y particular pero con el alcance general de temas como las relaciones fraternales y la maduración. Las tres hermanas protagonistas de la ficción suplantan por completo a las actrices que las interpretan y viven. No, no se trata de actrices débiles: María Canal (un hallazgo), Martina Juncadella y Ailín Salas demuestran fortaleza cinematográfica suficiente como para hacer vivir a los personajes y la entereza para brillar por no “brillar”. La fluidez emocional que hay en esta historia de tres hermanas unidas por un espacio heredado y un duelo en común, pero separadas por diversos motivos –domésticos, pequeños, insondables–, es un enorme logro, proveniente de un trabajo de preparación hecho para esfumarse. El trabajo de dirección de Mumenthaler también se borra, en la superficie, en la piel, en el primer contacto, para imponer a los personajes: la densidad emocional de la película no se logra mediante apuntes sociales, ni mediante intensidades gritonas, ni mediante ostentaciones de escritura fílmica. Las situaciones cotidianas de Abrir puertas y ventanas tampoco presentan ese mundo de baja intensidad o inexpresivo que es parte de un sector del cine argentino actual. A estas tres hermanas, jóvenes, no les pasa por encima el tedio cinematográfico. Mumenthaler no necesita planos eternos ni quietísimos para mostrar que ellas son las que se aburren o entran en abulias. Incluso puede contar el aburrimiento con actividad narrativa. En ese sentido, ciertos objetos cumplen un rol fundamental, como ese colchón vibrador y ruidoso. Y por último, en esa cama, en otras de la casa, en algún sillón y también frente al espejo, Mumenthaler descubre los cuerpos de sus actrices (y de algún actor). Los des-cubre al mostrarlos, y también cuando se habla de ellos: la auto-descripción de falta de cintura de Marina (María Canale), la de falta de tetas de Violeta (Ailín Salas), la exposición desnuda de Sofía (Martina Juncadella) y la de Violeta apenas vestida (a la que nunca vemos vestida como para poner un pie fuera de esa casa). El hermoso, decidido, convincente plano del culo de Marina cerca del final no sólo reafirma el erotismo que electrifica a esta película sino que además es toda una lección de mirada de género. Los cuerpos femeninos devuelven desafiantes –con acciones, con identidad, con conciencia, con sexo– las miradas que los cosifican. No se puede madurar y afirmarse solamente con el cuerpo, pero el cuerpo no se puede negar, disimular, anular. A veces necesitamos abrazar y ser abrazados: convertir esa emoción en algo visible cinematográficamente, en algo casi palpable, es un ejemplo crucial de talento para la construcción cinematográfica de Mumenthaler, que se llama como se llama pero con su acercamiento dedicado, personal y detallista al cine, con su trabajo a conciencia, indica con claridad que no cree en milagros.
El peso de tu presencia ausente La sensación de libertad y respiro que anuncia el título de esta película funciona de manera contradictoria con lo que se percibe. Desde el comienzo y casi hasta los últimos minutos de Abrir Puertas y Ventanas, todas las aberturas de la casona, que mantiene a tres chicas cautivas por los sentimientos y los recuerdos, permanecerán cerradas bajo llave, cadenas y candados. Marina, Sofía, Violeta y la casa, son las cuatro protagonistas de esta historia. Ellas han heredado la vivienda que compartían con su abuela Alicia antes de morir, y si bien el fantasma de ella se hace presente una noche, en un estado de ensueño a Marina, su representación se encuentra en todos los objetos, en el aire. La abuela es la casa, es -para las chicas- sinónimo de hogar. Las tres hermanas intentan marcar su territorio, las jerarquías, pasar a ocupar nuevos lugares de poder. Marina, auténticamente la más grande, es la que lleva todas las responsabilidades. No solo se deja en evidencia que es ella quién lleva las cuentas de los gastos y de las cosas que se necesitan comprar, sino con su actitud, comportamiento y vestimenta de señora mayor. En cambio, Sofía es la adolescente que no logra acomodarse, no puede encajar pero esa inestabilidad es causada porque la persona que la mantenía encaminada ya no está. Su actitud es representada, también, con las prendas que usa. Sus celos y su prepotencia son devenidos en lágrimas entre objetos viejos en un garage, lugar prohibido, pasado que apenas se recuerda, la primera ausencia. También está Violeta, que desde su silencio, fatiga (en casi todas las escenas siempre aparece recostada o durmiendo), y prácticamente despojada de ropa, es la que conecta con la casa. Si hubiera un flashback, una escena entre ella y la abuela, sería una imagen donde estuvieran abrazadas. Violeta sería la única de las tres que tendría permisos para usar "las cosas de la abuela", siendo el corsé uno de esos elementos y a la única que le encaja a la perfección. Y así como la progenitora prohibía y ocultaba, su nieta menor actúa de manera similar y su decisión sorprende cuando parte con su ¿amante? ¿novio? (no se sabe) porque comprende que es el momento de despegar. Si bien, solo hay una presencia masculina entre estas chicas no ocupará un lugar relevante hasta el final, cuando es el momento de crecer. Simbólicamente, quitar la parra, romper el vidrio, sacar el empapelado son signos que transfieren que todo cambió. Quizás no es necesario partir pero si de renovar de aire, de Abrir Puertas y Ventanas.
Sin aliento Fue hace apenas siete años atrás pero pocos recordaban a la última película argentina que se llevó el Astor de Oro. ¿Logrará trascender en el tiempo Abrir puertas y ventanas? Por lo pronto, virtudes no le faltan. Cada plano en el que vemos a estas tres hermanas que deben lidiar con la muerte de su abuela (hablamos de María Canale, Martina Juncadella y Ailín Salas: gigantes actrices) despide tal belleza que apabulla. En una de las primeras escenas, ellas pugnan por un lugar en un sillón o por ver quién paga las cuentas pero el malestar -vamos reconstruyendo de a poco- hunde sus raíces en otras razones, más densas, que corren por dentro. Más tarde, en una escena milagrosa, y nuevamente en un sillón de esta casa que se va haciendo inhabitable, las tres juntas recurren a la cura del canto coral mientras van perdiendo su mirada (y alguna lágrima) en distintas direcciones. Gestos, miradas, broncas silenciadas, pulsiones estalladas en forma de portazos y una cámara fantasmal que sobrevuela la casa invocando una ausencia que no termina de consumarse. La intimidad del desamparo y de las relaciones fraternales en una de esas películas con las que uno hubiese querido despedirse del festival para así retener impoluta su magia.
LAS HERMANAS En su ópera prima, la directora Milagros Mumenthaler construye un relato de sobria brillantez y emoción contundente. Una maravilla que con gran humildad termina por convertirse en una obra gigante. Escribir sobre Abrir puertas y ventanas evoca, como siempre al redactar una crítica, las imágenes de la película. En este caso, eso produce inevitablemente una emoción enorme. Cada escena, cada situación, cada detalle se convierten en un armado brillante que desemboca en un final inolvidable. Hay películas que muestran todo su juego desde el comienzo; otras, como ésta, van postergando esa construcción hasta llegar al final. Pero todo el camino conduce a esa emoción profunda, visceral pero también intelectual que nos produce la historia. Tres hermanas viven en una vieja casa donde, desde el comienzo de la película, claramente falta algo. O falta alguien. El relato arranca “empezado”, una situación que marca la decisión de la directora de invitarnos a descubrir eso que no está a partir de detalles. Como Ozu, como Kawase, Mumenthaler filma la ausencia, un arte complejo que requiere confianza y talento. Una ópera prima no siempre trae tanta osadía, y es saludable que alguien se atreva a tanto sin tampoco hacer por eso un film pretencioso. Qué placentero es un film cuando nos invita a descubrir cosas cuando esas cosas están frente a nosotros, pero no son subrayadas por nada ni por nadie. Hasta las estaciones del año pasan frente a nuestros ojos sin ser mencionadas. Cada una de las hermanas tiene un universo completo definido por lo que dice, pero más aun por la palabra que no pronuncia, por las cosas que hace, por cómo se para o por cómo reacciona frente a todo. Y la cámara… esos movimientos lo dicen todo. Pocas veces una cámara ha podido con tanta claridad narrar historias y emociones. Abrir puertas y ventanas no es una película críptica, está hecha con el corazón, es inteligente y lúcida. Si no se alcanza a leer todo lo que dice esa cámara (obviamente bajo las órdenes de la directora) no será tan fácil dejarse llevar por la emotividad y la grandeza de esta película. En una película en la que desde el guión intencionalmente nos falta información, pero la cámara no deja de darla en ningún momento. Cambian los objetos, las estaciones, las actitudes, los pensamientos. Milagros Mumenthaler filma la ausencia, filma los sentimientos, filma las ideas, los dolores, los miedos. Filma todo lo que no se ve, pero que a través de su mirada y de los inolvidables rostros (y cuerpos) de las actrices se hace presente. No es un acto de magia, es una lección de cine.
Marcharse, amar o cambiar Martina, Sofía y Violeta son tres hermanas. La abuela que las crió ha muerto hace poco. Y esa casa, llena de recuerdos, por un lado las retiene y por el otro no las deja crecer; las contiene y las inmoviliza. Filme sobre la ausencia, el paso del tiempo, la fuerza de los lazos familiares y el descubrimiento del sexo y de la libertad. La cámara no sale de esa casa, no sabemos qué pasa fuera de ella, sólo un inquilino joven parece agitar las aguas de ese mundo quieto, nervioso, tenso. La casa parece calcar el ánimo de sus ocupantes: una sala de estar vacía, cuartos con llaves, garage con secretos, sillones para poder tocarse y hasta plantas que van perdiendo sus raíces. Las tres chicas andan por allí, sin mucho que hacer en ese verano pegajoso que le da clima a una pereza que se parece a la incertidumbre y que le contagia al filme el aburrimiento de las tres chicas. La música, la televisión, los celos, las pequeñas rencillas y mentiras van redondeando los contornos de una historia morosa y algo recargada, un ejercicio de estilo que pone en el centro el difícil vínculo entre hermanos, una película con clima, sensibilidad, gusto por los detalles y buenas actuaciones, pero que también es alargada, reiterativa, recargada de elipsis y exageradamente contemplativa. Como mucho cine nacional, la historia es chiquita, sugiere más que lo que cuenta, pero hay aciertos en la marcación actoral, los encuadres, la música. Es un cine perturbador, melancólico que sabe transmitir los requiebros, la búsqueda, los cuestionamientos y las dudas de estas hermanas que entran y salen del pasado como pueden, pero que al final de este espeso verano empezarán a vislumbrar un nuevo camino: una se marchará, otra descubrirá el amor y la tercera regalará los muebles para romper con el pasado. Han crecido y la casa les muestra el camino: las puertas están para irse y las ventanas para aprender a mirar. (*** BUENA)
Tres hermanas, Marina (María Canale), Sofía (Martina Juncadella) y Violeta (Ailín Salas) sufren un verano agobiante encerradas en un caserón tras la muerte de una abuela que parece haber criado a las chicas. Milagros Mumenthaler debuta con esta historia sencilla sobre cómo mantener la unión y seguir adelante cuando se pierde una pieza fundamental. Las tensiones entre las chicas son el motor de Abrir puertas y ventanas, donde también hay lugar para varias sutilezas de una cineasta prometedora que se dio el lujo de narrar aprovechando un temazo como Back to Stay de Bridget St. John.
Una directora inteligente y talentosa que hace foco en la relación de tres hermanas, con su carga de odios, complicidades, competencias, incomunicación, compañerismo. Ellas sufrieron la pérdida de su abuela, que las crió. Deambula por una casa que también se deteriora, las asfixia y contiene secretos. Un cine de actor con pocos datos, con buenas actrices y muchos interrogantes que deberá imaginar cada espectador. Inteligente, sutil y profunda.
Esta producción nacional, ganadora de los festivales de cine de Locarno y Mar del Plata, entre muchos otros premios conseguidos en certámenes, se encuadra en una variable de calificación de películas que siempre articulaba el periodista y crítico Aníbal Vinelli: es ante todo un film festivalero. Y no tiene nada que ver con que el texto fílmico sea una fiesta, sino que ese tipo de producto que puede ganar una competencia cinematográfica, le está dando la espalda al público. Pero esto no significaría nada si finalmente viéramos que sus galardones son justificados desde la construcción, la búsqueda estética, la creación y desarrollo de conflicto, no, el problema pasa por el snobismo a ultranza. En Europa es muy común ver como se premian aquellas producciones que sorprenden por presentar realidades extremadamente ajenas a las que se viven en el primer mundo, no importa la calidad artística del producto. Por otro lado aquí, en Latinoamérica, la corriente esta en seguir la opinión instalada allá. Pero ya lo mencionaba Mafalda, la genial creación de Quino, cuando decía más o menos lo siguiente, “los argentinos vamos a ser libres el día que hagamos como los europeos y no imitemos a nadie…” El film de la realizadora Milagros Numenthaler no sólo se encuadra en esa clasificación, sino que ante todo es un magnifico exponente del “nuevo” cine argentino. El cine no “narrativo”, como si esto fuera posible, no, la realidad que es de pobre construcción y desarrollo, todo transcurre dentro de un mismo espacio físico, lo que podría denotar una sensación claustrofobia en contradicción, en este caso, con el titulo, pero al final vemos que nada de esto se produce, sólo aburrimiento, que no llega a ser extremo gracias a la performance de las tres actrices protagónicas que dan un ejemplo acabado de excelente actuación cinematográfica, aportando encanto, empatía, identificación, calidez, intensidad, compromiso con los personajes, pero no hay progresión dramática en el texto. Ellas y sus recursos histriónicos hacen que sigamos viendo los incidentes planteados, que el sopor no se apodere del espectador. Presenta la historia de tres hermanas (¿huérfanas?) que se quedan absolutamente solas en el mundo dentro de la casona familiar, consecuencia de la muerte de la abuela. La convivencia no es fácil, eso se intuye más no se muestra. La realizadora prefiere detenerse en los detalles de la escenografía, los objetos, mientras lo importante en cuanto a los sucesos están en el fuera de campo, nuevamente aquellos que se intuye, más de lo que se ve u oye. No se genera, desde los otros elementos que constituyen al quehacer cinematográfico, ni grandes climas, ni tensión dramática, no ayuda demasiado la fotografía, fría y distante por momentos, por otros sólo en función de mostrar por mostrar, ni el diseño de sonido que se siente presente en forma constante en lugar de pasar desapercibido y de esa manera ayudar a construir un algo, ni los diálogos, por momentos pueriles, en otros sentenciosos, pero siempre pretenciosos. En algún momento se me cruzo por al mente, mientras veía este film, el recordado “Gritos y susurros” (1972) de Ingmar Bergman, una gran radiografía del universo femenino en ocasión de reunión de tres hermanas a partir de la enfermedad de una de ellas, con sólo miradas, gestos, con algunos pocos diálogos, concisos pero profundos y determinantes, apoyado por el diseño de arte es verdad, pero todo dependía de su responsable primario, quien aparte de ser uno de los genios del cine fue ante todo un gran dramaturgo, con todo lo que ello implica, y uno de los pocos filósofos en la historia de la cinematografía. Es muy bueno tomarlo como ejemplo, pero no creo que sea posible imitarlo. La producción que me ocupa parecería ser un intento de esto último mucho más que un homenaje o una inspiración. Al final, al salir del cine, recordé la contradicción que genera el pensar en el creador de “Windows” (ventanas) de apellido Gates, (puertas), pero esto es sólo en función de un chiste.
Luego de realizar cortometrajes ganadores en varios festivales, la cineasta argentino-suiza Milagros Mumenthaler arriba a su primer largo, Abrir puertas y ventanas, que de alguna manera prosigue con esa tónica festivalera. Su film ya se alzó con importantes premios en Locarno y en Mar del Plata, entre otras distinciones. ¿Las razones? en primer término una buena manufactura y actuaciones valiosas, pero acaso también por introducirse en un siempre fascinante mundo femenino, que suele tener buena recepción en las muestras internacionales. Sea como fuere, se trata de una película atrayente, surcada por sutiles matices e interesantes climas, en una impronta cotidiana con muchos toques sensoriales. En medio de esta estética asoman tres hermanas jóvenes, que deben reacomodar su vida en un caserón suburbano. La pérdida de su abuela les acarrea movilización, confusión y conflictos, pero a regañadientes darán pasos relacionados con el título del film. Melancólica (al compás de las intimistas y bellas canciones que se entrelazan con el espíritu del film), algo estática, y con un guión que podría haber crecido a la par de sus personajes, Abrir puertas y ventanas logra fundamentalmente convicción a través de su trío protagónico, en especial por Maria Canale, quien alcanza a transmitir una compleja gama de sensaciones.
Tres hermanas que se encuentran en una mansión y deben enfrentarse a la adultez. Su narración es bastante intimista y psicológista, es el primer largometraje de la directora Milagros Mumenthaler, creció en Suiza y fue una de las tantas ciudadanas que debió exiliarse junto a sus padres, pero estudio en la Universidad del Cine de Buenos Aires y antes de este film dirigió cuatro cortometrajes, que recibieron premios en distintos festivales. La historia de la forma que es presentada en pantalla está pensada para que los espectadores ingresemos a la casa de tres hermanas adolescentes Marina (Maria Canale), Sofía (Martina Juncadella) y Violeta (Ailín Salas), durante un caluroso verano, por su relato nos enteramos que se quedaron solas después de la muerte de su abuela Alicia y cada una expresa su luto de forma diferente. Su relato es melancólico y su ritmo lento discurre a través de esas puertas y ventanas que se encuentran llenas de metáforas, la cámara va mostrando diferentes planos, para ir contando que le pasa a cada uno de sus personajes y nos introducimos en este mundo femenino, en medio de algunos momentos: dramáticos interesantes, comentarios crueles, con diálogos acotados, miradas, y músicas que van creando diferentes climas. La presencia en la casa de Francisco, un joven vecino provocador y que genera como es de esperar conflicto entre las hermanas, el pasado se encuentra en cada rincón de esta casona, como asi también sus muebles, en el cuartito prohibido de ingresar, el garaje donde se encuentran las cosas que pertenecieron a sus padres (no sabemos mucho de ellos), y todo esto se desarrolla durante las cuatro estaciones del año (adolescencia, vida, muerte y adultez). Este film obtuvo varios premios como “Leopardo dorado” en Locarno y “Astor en Mar del Plata 2011”, María Canale, ganó el premio a mejor actriz; podríamos decir que a la hora de filmar Mumenthaler tiene un estilo similar a: Lucrecia Martel, Celina Murga, Albertina Carri, y esta historia tiene algunas semejanzas a la estrenada recientemente “Nosotras sin mamá” de Eugenia Sueiro.
Las puertas que se abren y se cierran tienen una tradición en la literatura y en el cine como elementos que enmarcan espacios y construyen una continuidad narrativa. En Franz Kafka una puerta custodia la ley, en Fedor Dostoievsky las puertas definen la incomunicación entre las personas, en Samuel Beckett se vuelven el camino a la desintegración. Abrir puertas y ventanas, la primera película de Milagros Mumenthaler, rescata este recurso y lo utiliza para definir estados de ánimo y emociones que atraviesan las tres protagonistas principales. Más cerca de Ingmar Bergman que de las prácticas conocidas de directores argentinos, el cine de Mumenthaler se emparenta al de Lucrecia Martel, Celina Murga o Ana Katz en esa cuestión que ensombreció durante décadas la cinematografía local que es el manejo de la sutileza. En Abrir puertas y ventanas hay más silencios que ataques de ira, hay más miradas de tristeza que diálogos forzados, más roces que encuentros arrancados. La película transcurre en un único espacio que es la casa en la que viven tres hermanas, interpretadas por María Canal, Martina Juncadella y Ailín Salas. La cocina, las habitaciones, los pasillos externos y el patio son los escenarios elegidos para ubicar las situaciones de una familia que quedó desarmada. La abuela murió y los padres no están, la falta de explicaciones genera un clima de misterio y melancolía que hacen de Abrir puertas y ventanas una película preciosa y disfrutable, llena de detalles como el color de las paredes, la lluvia detrás del vidrio o la música que acompaña la intimidad de cada una de las hermanas. La casa y los objetos que la habitan, como un colchón que vibra, un sillón viejo, una lámpara blanca y negra, se subjetivizan para dar cuenta de los estados internos de las protagonistas, se transforman en la prolongación externa de los mundos internos. Nada extraordinario sucede en la casa: es detenerse en la cotidianeidad de las sensaciones, en no saber qué hacer para salir de la desidia de todos los días. La hermana más chica no puede ni levantarse de la cama, la del medio trabaja y va a la facultad rodeada de una bronca detenida, y la mayor espía qué hace el vecino en quién deposita todo su deseo. El quiebre de la rutina modifica esa aparente tranquilidad y hace replantearse el presente y el futuro. La supuesta quietud se rompe y las actitudes dan un giro. Necesitan cambiar los muebles, remover las raíces de la tierra del patio, conquistar al vecino. La única referencia externa es una pared roja de ladrillos que remite a la quinta presidencial, y permite ubicar la situación en el norte del Gran Buenos Aires, pero la cámara nunca sale, se coloca siempre de este lado de la puerta de entrada y salida. Milagros Mumenthaler logró con su primer largometraje recrear con melancolía y sutileza el universo femenino, sin los estereotipos en los que suele caer muchas veces el cine argentino. No por nada, en el momento de elegir una película para ver una tarde de lluvia y aburrimiento, la hermana del medio pide una romántica, una comedia, pero reclama por favor "que no sea nacional".
Por ahora, la mejor película argentina de la temporada, una comedia dramática (categoría artificial, es cierto, pero útil en este caso) donde un drama, una situación triste y compleja se resuelve finalmente con un humor natural. Tres hermanas conviven en un caserón: alguna vcz allí hubo padres que ya no están y luego una abuela que murió poco tiempo atrás. Las tres jóvenes son diferentes: una carga sobre su espalda la obligación de ser el sostén de lo que queda de esa familia, otra desconfía y no encuentra un lugar, la tercera, la más chica, decide optar por una liberación a un clima ciertamente opresivo. Se trata, ni más ni menos, de la historia de tres personas jóvenes agobiadas por el peso de un ayer difícil y cargado de ausencias, y de las diferentes actitudes para seguir adelante. Desde el sexo o el amor (soluciones por las que optan respectivamente la menor y la mayor, aunque la segunda de modo más renuente) hasta la rebelión contra el duelo obligatorio y por decreto que, en el momento más liberador del film, encarna la del medio, la que desconfía, la que busca razones espurias para justificar una actitud de enfrentamiento. Puede leerse la película como una solución a tanto discurso seudo político sobre la memoria inmóvil, pero esto es secundario: se trata de cómo vivir después de la muerte, de qué pasa después de un duelo. En un marco de misterio y de cosas dichas a penas o mencionadas a medias, la película más liberadora del año.
El espacio de los sentimientos ¿Qué es exactamente Abrir puertas y ventanas? Su relato es comprensible; sus actrices notables y, en sus propios términos, hermosas; su lenguaje cinematográfico distinguido. Todo lo que se ve proviene de un cuidado obsesivo, la delicadeza es aquí un imperio, un imperativo. Sin embargo, la ópera primera de Mumenthaler puede toparse con una inmerecida ingratitud. Es extraña, impredecible. Sucede que filmar un duelo no es sencillo. ¿Cómo filmar una ausencia? Violeta, Sofía y Marina despiden a su abuela, que las crió. La única tutora, y probablemente una institución académica, murió, involuntariamente las abandonó. Es una segunda experiencia de la orfandad, pues sus padres hace tiempo que no están. Mumenthaler jamás pierde el foco: tan sólo seguirá las reacciones dispares de las tres hermanas frente al evento. Desconsuelo y desamparo general, también cariño y atención. Violeta, por ejemplo, elegirá irse a otro país y luego insistirá con su vocación musical. Quizás Sofía abandone sus estudios de arquitectura y se entregue a la compulsión de seducir con su vestuario multicolor y sexy. Mientras, Marina seguirá leyendo a Lyotard para la universidad y por momentos será quien sustituya pragmática y simbólicamente a la abuela: organiza, paga las cuentas, negocia una triple mensualidad, pone los límites, aunque tendrá sus excesos y sus placeres. Pero los duelos constituyen siempre un ejercicio de acomodamiento cuya cualidad más reconocible es la experiencia del tiempo. Mumenthaler permite entender el lento paso del tiempo a través del cambio de estaciones, pero la experiencia interior de un duelo implica una suspensión sin un término definido. La película patentiza misteriosamente ese tiempo flotante. Es un limbo sentimental en el que las tres hermanas van rediseñando sus vidas afectivas. Es esto lo que filma Mumenthaler: el imperceptible trabajo de destrucción y reconstrucción al que estamos obligados cada vez que un ser querido deja de existir. Como en todas las buenas películas, hay algún pasaje en el que el secreto del filme resplandece. Las tres hermanas sentadas escuchando un tema de Bridget St. John, Back to Stay, en un plano secuencia que finaliza con un travelling hacia adelante, es una de las pruebas del talento de Mumenthaler. El duelo es personal y solidario. Aquí, las hermanas están unidas.
LOS LUGARES HABITABLES Por un cine imperfecto Abrir puertas y ventanas desembarcó en los cines argentinos con una muy limitada cantidad de copias y en algunos escasos cines, a pesar sus premiaciones en reconocidos festivales internacionales como lo son Locarno (Mejor película y Mejor actriz) y Mar del Plata (Mejor Película y Mejor Dirección). Se trata de una ópera prima, guionada y dirigida por Milagros Mumenthaler, egresada de la FUC y galardonada hace unos cuantos años en el BAFICI por su cortometraje El patio. Abrir puertas y ventanas no se trata de un film típico ni mucho menos: la impronta de Mumenthaler- sensible, analítica y reflexiva- se percibe en cada fotograma, y esto hace de esta película una interesante propuesta, un ejercicio audiovisual plagado de indagación en donde el contenido (la acción y su eco) es palpable, está allí, y el método (la estrategia que subyace) se enmascara de mediador inconsciente. Se dedica a mostrar y no a demostrar- es en ese factor en donde radica su principal virtud y su principal mérito, algo poco usual en una ópera prima Martina Juncadella, Ailín Salas y María Canale, sólidas interepretaciones de un film entrañable. El film trata sobre tres jóvenes hermanas, Marina (María Canale), Sofía (Martina Juncadella) y Violeta (Ailín Salas), que viven juntas en una antigua casa. Así de fácil y difícil es explicar la trama de este film. Porque allí es donde radica una de sus características: la preocupación de Mumenthaler no pasa por contarnos razones ni explicarnos situaciones. Es más similar a un retrato, libre y envolvente, sobre la vida de estas personas y su convivencia en aquella casa. A medida que avanza el film nos enteramos (casi de casualidad) de que aquellas tres hermanas viven solas, y son huérfanas. También caemos en la cuenta de que aquella casa era de su abuela, que falleció hace poco tiempo. Así, Mumenthaler nos va introduciendo en esta historia, que fluye como fluyen los relatos de vida, plagada a su vez de un nivel muy profundo de metáfora y simbolismo que otorgan una gran riqueza al texto fímico. La película comienza con un plano frontal y fijo de una reja de una casa. Sobre ella se sobreimprimen los títulos iniciales a la par de una música melódica y pausada. Un hombre entra en plano, abre la reja y se dirige a la casa. No le vemos la cara a este hombre, sólo su espalda. En el siguiente plano, se nos introduce a una de las jóvenes: Marina. Se encuentra sentada en un sillón en una habitación silenciosa, al lado de una ventana por la que entra un sol tamizado por cortinas blancas. En el mismo plano, mediante un paneo y un travelling, descubrimos a otra de las jóvenes. Violeta, recostada en un sofá, con muy poca ropa, se despierta de un profundo sueño. Sofía, la tercera hermana, logra echar a este joven que viene a buscar a Marina por pedido de ella. Luego, mientras conversan sobre él, Marina lo ve reflejado en uno de los vidrios de la puerta, observándola a ella, y luego irse: se da cuenta de que él ha escuchado todo. En esta secuencia inicial, Mumenthaler logra introducirnos a todos los personajes mediante sus principales características y a su vez logra dar comienzo a un film que se regirá por las reglas de esta secuencia. Se podría decir que se trata de una condensación de gran parte lo que veremos a continuación, tanto en los personajes como en el núcleo del relato mismo. Hay una dualidad constante en Abrir puertas y ventanas, y es la de interior-exterior. Esta encuentra su paridad con otra, muy similar en su manejo: la dualidad mujer-hombre. Es que se trata de una película que casi en su totalidad se desarrolla en interiores, en un mismo interior- la casa. Estas tres jóvenes son las habitantes de este lugar, son su vida y alma. Y el factor del hombre- no como personaje, sino como totalidad, como sinécdoque, ya que los hombres aquí representan al género masculino- es un agente externo, un extraño que se introduce (al comienzo aisladamente, de manera invasiva, factor que luego irá cambiando hasta ser completamente aceptado al final) en este hogar esotérico, en el sentido estricto de la palabra, y herméticamente cerrado a lo que es ajeno. Así, es en este comienzo que vemos al primer hombre del film, reflejado en un vidrio, él afuera y nosotros, junto con las protagonistas, dentro de la casa. Luego, el segundo hombre es aquel vecino, Francisco (Julián Tello), al que vemos enmarcado en una ventana, a lo lejos. Más tarde, entra a la casa, y allí es un extraño. Las tres jóvenes lo miran y susurran entre sí, como si aquel fuera un ser raro, un animal de circo en exposición. La última aparición de la figura masculina (aparte de Francisco) será el del novio de Violeta, igualmente tratado con una distancia, a través del encuadre, cargada de significado. Pues estos hombres son el símbolo del cambio, del crecer, y la casa- tan protagonista como las tres chicas- es el pasado inviolable, el recuerdo como regidor del presente y condicionante del futuro. En lo que respecta a la otra dualidad mencionada (interior-exterior), esta es también un medio de Mumenthaler para significar las dualidades simbólicas de su guión- no por nada el título del film. La figura de un alguien mirando por la ventana es clave en esta película, así como la frase "cierren la puerta" se hace presente desde su inicio. El afuera como factor ajeno y transformador, como algo maligno que hay que evitar. Afuera hace calor, afuera hay mucho sol. Esta dualidad se ve quebrada, si se quiere, hacia el final, cuando, una vez que Violeta se ha ido, Marina se enfrenta con Sofía, y en este acto rompe un vidrio de la casa. El intermediario entre el afuera y el adentro es demolido. Esto se liga mucho con la carga sexual del film, constante, espesa y, por momentos, asfixiante. Así, las tres jóvenes representan tres niveles distintos de sensualidad. El personaje de Violeta (una suerte de Lolita) es provocativo desde el primer momento, y el calor (los cuerpos transpirados, la poca ropa) acentúa esto. En Sofía, esto se ve con su cuerpo. Su desnudez es gradual, hasta completarse hacia el final del film. Y en Marina, la ausencia de sexo a lo largo del film conforma una tensión que se acentúa hasta el momento en que está con Francisco, que resulta, en el relato, justo después de romper el vidrio de la ventana. La tensión liberada, lo reprimido expuesto al fin. El acto de mirar por la ventana, mirada desde dentro hacia afuera: lo ajeno y lo inalcanzable detrás del vidrio. El plano frontal es importante en Abrir puertas y ventanas. Mumenthaler lo utiliza para componer el cuadro en momentos significativos en los que se encuentran las tres hermanas juntas. Así, el momento musical en el que las tres entonan una canción evoca a un pasado compartido, a una memoria de un tiempo mejor al que nunca hay que olvidar. La figura de las tres jóvenes sentadas en el sillón es reiterada en diversas ocasiones, siempre desde el plano frontal, como en un intento de exponerlas tal cual son. También la cámara en mano, utilizado en contados momentos en función de la subjetiva de algún personaje o para generar una carga de tensión, de inestabilidad (cuando Sofía le cuenta a Violeta que Marina es adoptada, cuando Marina y Sofía se enteran de que Violeta se fue de la casa). Por momentos- marcadamente en los paneos o los travelling que Mumenthaler hace de la casa, ya sea en ambientes vacíos y carentes de vida como en habitaciones con algún personaje- pareciera como si la cámara fuera la abuela misma, fallecida, que observa a sus nietas. La directora logra que la cámara misma tenga una personalidad muy determinada, con constantes y pausados movimientos- casi una mirada melancólica de lo que se nos muestra. La actuación más destacable es la de María Canale. Logra componer un personaje que es, desde el vamos, el más complejo. Ailín Salas y Martina Juncadella también aportan solidez a sus personajes (aunque quizá este último resulte el más irritante). Se nota en ellas la dedicación de una exhaustivo ensayo previo, la certeza de que aquellas jóvenes son en verdad hermanas y viven en esa casa desde hace años. Este es otro más de la larga lista de logros de Mumenthaler: el de aportar naturalidad al relato, el de transmitir la sensación de que nos sumergimos en una casa que existe, y que su función es la de mostrar hechos y no la de construirlos. Así, Abrir puertas y ventanas resulta una lograda película de una directora que aún, aparentemente, tiene mucho que contar. Es bueno tener esa certeza dentro del panorama de cine nacional, y es necesario que el público acompañe a estos logros a través de la conciencia de lo propio. Qué mejor ejemplo que la propia Mumenthaler, quien, en una muy lograda secuencia del film en la que las jóvenes están decidiendo qué película alquilar, desliza a través de Sofía una gran frase: "No, nacional no". Y, a su vez, elabora para sus personajes otra frase, repleta de humor y de diálogo intertextual con su propio film: "No entendí mucho... ¿A quién le habla?". Pareciera hablarle directamente al espectador, consciente de lo personal de su película. Este nivel de singularidad, de personalidad para contar una historia sin caer en lugares comunes, es su mayor mérito. Y la principal razón para estar atentos a su nombre en los años próximos.
El espacio en que no estás El cine es el reino de las apariencias: el valor de un filme, incluso su efectividad, no dependen tanto de un guión o del discurso oral de sus personajes como de la forma en que la cámara se relaciona con sus cuerpos y objetos, con la materialidad del mundo que busca atrapar (lo que incluye sus sonidos). Acaso el gran desafío que enfrentan muchos directores -y que pocos son capaces de sortear del todo-, es la necesidad de recurrir a la fisicidad del mundo para mostrar los procesos dramáticos que intenta narrar, relacionados a la interioridad de sus personajes, sin recurrir a discursos explicativos ni psicologismos reduccionistas. El mundo siempre es más variado y más rico que un discurso racional; allí está su misterio y su belleza, como también la del cine, que es un modo de explorarlo y entenderlo. Un filme argentino estrenado únicamente en el Showcase de Villa Cabrera, Abrir puertas y ventanas, primer largometraje de Milagros Mumenthaler, es la muestra patente de las posibilidades del cine, de cómo puede atrapar lo inasible en imágenes. Su título es una bella síntesis de la película porque dispara una multiplicidad de sentidos, todos pertinentes: hay una situación de duelo que deben afrontar tres hermanas jóvenes, que tienen sus secretos y dolores escondidos, también deseos y anhelos guardados, y que deberán abrirse a sí mismas y a sus pares para superarlos; hay una nueva situación de incertidumbre que embarga sus vidas, la obligación de enfrentar un futuro desconocido, y los conflictos que conlleva; como también hay una dimensión material de esa apertura, relacionada al espacio que habitan los personajes, la casa familiar heredada de sus predecesores. La ópera prima de Mumenthaler (que obtuvo el premio mayor en el prestigioso Festival Internacional de Locarno) consigue mixturar esas dimensiones de lo íntimo y lo público con una delicadeza notable, que no necesita recurrir nunca al subrayado discursivo para lograrlo; más bien al contrario, se diría que la directora trabaja desde la ambigüedad, desde la incertidumbre misma que viven sus personajes. El primer plano de la película es una invitación: filma la puerta que franquea el jardín de la casa de nuestras protagonistas; una vez cruzada, nunca volverá a salir de ése ámbito, pues el hogar de Marina (gran debut de María Canale), Sofía (Martina Juncadella) y Violeta (Ailín Salas) es un personaje imprescindible para la propuesta de Mumenthaler. La directora filma los espacios y los objetos que animan esa vivienda como una materialización de las ausencias que sufren estas hermanas, cuyos procesos internos se definirán por la forma en que se relacionen con ese pasado común. Sucede que unos meses atrás ha muerto su abuela, que presumiblemente ha sido la responsable de su crianza porque sus padres se han ido hace tiempo. Hay un nuevo orden que construir en el hogar, y todas las hermanas viven un momento central en sus vidas (tienen entre 17 y 24 años), porque deben comenzar también a definir su futuro. Cada una reaccionará a su modo, no sin recelos ni fuertes disputas: hay quien se irá de casa con un amor secreto, otra intentará destruir todo lazo con ese pasado, la tercera querrá mantener precariamente un orden perdido. La delicadeza formal de Mumenthaler es inmensa, aunque se mantiene siempre en segundo plano: su puesta de cámara (con planos medios y planos detalle cuidados al extremo, con gran uso de la profundidad de campo) permite al espectador habitar un universo complejo, donde de algún modo los propios protagonistas son extraños. De allí que evite salir del hogar y apueste sin concesiones al fuera de campo: el desafío consiste en atrapar un momento de la vida donde todo se ha vuelto incierto, una especie de limbo donde los hombres se asoman a su verdadera condición existencial, la posibilidad del vacío (o la nada sartreana). Lo significativo es que lo haga sin ningún salvavidas: no hay trucos ni guiños al espectador, no hay vueltas de tuerca inesperadas, apenas la posibilidad de asomarnos a una cotidianeidad en crisis donde sus protagonistas deben construir una nueva intimidad, y donde la cámara funciona como un espectro que tiene el privilegio de asomarse a un momento determinado de esas vidas. Una vez que las protagonistas hayan podido abrirse a sí mismas y al resto, empezarán a encontrar algunas respuestas. Por Martín Iparraguirre
"Abrir puertas y ventanas" es una coproducción entre Argentina, Suiza y Holanda entre (Ruda Cine, Fortuna Films, Alina Film y Bordu Films) contó con una ayuda de la Swiss Agency for Development and Cooperation (SDC) y, en este sentido, cabe aclarar que Milagros Mumenthaler nace en la Argentina en 1977, vive en Suiza hasta los 17 años, y regresa a su país para terminar de cursar sus estudios en Mar del Plata. Posteriormente se traslada a Buenos Aires para realizar su carrera de Directora en la Universidad del Cine. En 2004 recibe con su corto El patio el premio al mejor cortometraje en el 6° Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (BAFICI) y en 2006 obtiene la mención especial del jurado oficial en ese mismo festival con Amancay. Protagonizada por María Canale, Martina Juncadella y Ailín Salas (con la participación de Julián Tello), Abrir puertas y ventanas es la historia de un verano en la vida de tres hermanas, a las cuales se les acaba de morir la abuela que las ha criado. Una nueva apuesta sin concesiones al cine de autor, que retorna al abordaje de las ausencias afectivas, al entretejido de las relaciones entre hermanos, a las relaciones impuestas, donde el amor que se supone incondicional, muchas veces convive con un sentimiento de rechazo. Una poética basada en la sutileza de los actos cotidianos y en la morosidad que va y viene entre la palabra y la imagen. El Astor de Oro de Mar del Plata (y el Leopardo de Oro del Festival de Locarno 2011) fueron este año para Abrir puertas y ventanas, la ópera prima de Milagros Mumenthaler, quien participó en la Competencia Internacional con Danielle Arbid, Adrian Sitaru, Nicolas Klotz, Julia Loktev, Shinji Aoyama, Mia Hansen-Løve y Sebastián Lelio, junto a El estudiante, de Santiago Mitre; y Papirosen, de Gastón Solnicki, quienes participaron en la sección Cineasti del Presente.
Pequeños triunfos cinematográficos Apuntes sobre el notable debut de Milagros Mumenthaler. El cine argentino entiende poco de mujeres. Fuera de los lugares tradicionales que se les asigna desde la cultura, son contadísimas las películas que miran a la mujer desde una óptica que no sea la del binomio madre/puta (aunque en la cinematografía local abunden las primeras y escaseen las segundas). Milagros Mumenthaler viene a poner en entredicho esa concepción de lo femenino; Abrir puertas y ventanas es sobre chicas que habitan un espacio incierto, de fronteras mal delimitadas, y la identidad que la directora les reserva también se da en esos términos ambiguos. Ni madres (o aspirantes a), novias, esposas, militantes políticas (el cine argentino está repleto), viudas retiradas, feministas, putas (o aspirantes a); las chicas de Mumenthaler son unos cuerpos en tránsito que no se dejan aplastar bajo el peso de las etiquetas más frecuentes. No es raro, entonces, que ni bien empieza la película, Marina (María Canale) decida que no quiere salir más con un chico; no se conocen los motivos, sólo su elección. Esa es una de las herramientas principales que despliega la directora: al presentar como opacas las razones de sus personajes, no sólo obliga a observarlas en vez de juzgarlas, sino que también conserva la pura indeterminación que es la cifra de Sofía, Violeta y Marina y del duelo silencioso que llevan adelante como pueden las tres. Cuerpos, dijimos. También, ni bien empieza: un plano barre una habitación con las tres chicas iluminadas a medias por la luz del sol que entra por las ventanas. No hacen nada, una está tirada en el sillón y se despereza pero sin el gesto de satisfacción del buen sueño o del sexo consumado: no hay motivos a la vista para la mezcla de placer, aburrimiento y comodidad que transmite el gesto de Violeta (Ailín Salas). Así, para esquivar los estereotipos, la estrategia de la directora es construir a sus chicas, menos como caracteres con psicología, que como unos cuerpos que se mueven y disparan gestos al vacío, como lo hace Sofía (Martina Juncadella) cuando deja grabado un mensaje en la contestadora en el que espeta un sonorísimo "conchuda" sin estar segura de ser oída. Esa podría (debería) ser la tarea de un cine interesado en descubrir algo nuevo sobre mujeres (porque nunca hay "las mujeres" sino “mujeres”): empezar desde cero mirándolas cómo se mueven, escuchándolas hablar, observándolas en reposo. Está bien, entonces, que los desnudos no tengan una carga sexual típica. O que la ropa, quintaescencia de lo femenino en la cultura popular, sea un tema esquivo que se toca siempre de manera tangencial y poco clara (hay vestidos de dudosa procedencia, vestidos que quedan mal, vestidos que son probados en plano único). O que los dos tópicos se crucen de forma extraña, como puede notarse en la ropa ajustada y escasa que sin ningún problema se calza Sofía para ir a rendir parciales. Ella es también la que queda con el torso desnudo mientras se prueba una prenda que no es suya: la imagen de Sofía en tetas es una de las menos eróticas en mucho tiempo, como corresponde a una película que no se sirve del desnudo femenino para excitar a un público probablemente masculino. La falta de carga erótica se explica a partir del lugar en el que la directora coloca al espectador: no se ve el desnudo a escondidas ni con planos detalles como si se estuviera espiando a través de un probador (y es que a eso se parecen muchas escenas de desnudo); el público comparte el mismo espacio con Sofía (la cámara se ubica cerca de ella y del suelo, a su misma altura); así, de un plumazo, se acaba la aventura de mirar algo prohibido a hurtadillas y la directora puede indagar en la angustia del personaje sin peligro de convertirla en un cómodo objeto de deseo. Abrir puertas y ventanas está hecha toda de pequeños triunfos cinematográficos como ese. Desplazar la mirada varonil Históricamente, las películas argentinas de todas las épocas no supieron o no quisieron correrse de los estereotipos femeninos más extendidos, y de la producción reciente (que incluye el masculinísimo Nuevo Cine Argentino) solamente unas pocas lo intentaron desplazando con éxito el peso de una mirada varonil. En Tan de repente, la ópera prima de Diego Lerman, una relación entre tres chicas empieza de manera amenazante y, tomando como escenario las calles de Rosario, se desarrolla como un vínculo inestable que puede terminar en amistad o en sexo. Hoy y mañana transcurre en Buenos Aires; Paula, debido a la crisis, se ve obligada a reaprender el viejo oficio después de no haberlo ejercido durante años. Alejandro Chomski no juzga ni explica a su protagonista, se limita a seguirla y a mirarla de cerca respetando su misterio. Algo similar pasa en Una novia errante, la película de Ana Katz en la que la directora compone a una chica perdida y sin rumbo en un pueblo que, como el propio personaje, se revela extraño e intrigante en cada plano. En el último BAFICI se pudo ver Las pibas, el último opus de Raúl Perrone en el que la rutina de dos chicas del conurbano que fueron pareja y quieren volver se cuenta desde un lugar de asombro, desechando hasta el último estereotipo posible.
Adolescencia interrumpida Tres hermanas van por todo, o por nada, en “Abrir puertas y ventanas”, la película de Milagros Mumenthaler que ganó el premio a mejor filme en el reciente Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Aunque la película estuvo sobredimensionada por la crítica especializada porteña, son rescatables los momentos de minimalismo estético que logró la directora. El filme recorre el derrotero de tres adolescentes que deben atravesar el mal de ausencias, cuando las tres se ven obligadas a convivir en soledad en una casa plagada de tristezas, recuerdos, emociones y también fracasos. Lejos de la mirada de los adultos, las hermanas Marina (María Canale), Sofía (Martina Juncadella) y Violeta (Ailín Salas), sienten que todo cambia a partir de la muerte de su abuela. Es el momento de encontrarse con ellas mismas, y eso, quizá es lo más complicado para cada uno. Ahí descubrirán que el vínculo entre ellas no es del todo bueno, que el despertar sexual golpea la puerta insistentemente, y que nada es tan sencillo como parecía que era dentro de los códigos de la vida de los mayores. Milagros Mumenthaler tiene una estética cinematográfica muy parecida a Lucrecia Martel, y eso puede ser un punto a favor o en contra, depende qué tipo de cine esté preparado para ver el espectador. De todos modos, “Abrir puertas y ventanas” suma para el nuevo cine nacional, aunque está lejos de ser una obra de arte.
Puertas secretas y cajones cerrados ¿Cómo dar cuenta de la mirada y los silencios femeninos, del persistir de su misterio, a la manera de puntos suspensivos? El cine puede hacerlo, puede filmarlo. Aún cuando existan -y existen- pautas premeditadas para la interpretación, para la puesta en escena. Siempre hay algo más que escapa y que dice y que la cámara registra. No se trata de palabras dichas sino, antes bien, de lo que no dicen. Tampoco de atrapar en planos-detalle miradas en raccord, de por sí bellas o sugerentes. El desafío es descansar en lo que anida, en su mostrarse inasible, en los gestos apenas. Abrir puertas y ventanas tiene su sostén de argumento. Pero no es éste lo que de veras importa. No porque carezca de interés para el film -la abuela ha fallecido y las tres nietas, hermanas, habrán de convivir sin ella y entre ellas-, en todo caso mejor será indagar, reconocer, los espacios vacíos que aparecen, como grietas que recorren a los personajes, que los tensan, que les dibujan sonrisas de malestar, con contención, algo de mesura, entre reacciones violentas y gritos callados. Las tres mujeres habitan la casa grande. Que la abuela ya no esté será información posterior, intuida de a poco, sin subrayados. La casa vieja, también, como gota de tiempo, sin nexo claro con el afuera: ¿cuándo transcurre la acción?, ¿dónde queda el "centro"?, ¿quién es la "pueblerina"?, ¿papá, mamá?, ¿adoptada?, ¿y el aeropuerto? Vivir entre paredes -toda la película se inscribe en este adentro- con discos de vinilo, juguetes escondidos, puertas secretas, cajones nunca abiertos. Todo dice sobre un tiempo pasado. Por un lado, Marina (María Canale), presta a la organización, a evitar el declive del hogar, de equilibrio alicaído, de enchufe roto o de botón dañado (¿cuál de los dos es motivo del lavarropas quieto?); por el otro, Sofía (Martina Juncadella), de piel al descubierto, sensualidad manifiesta, mirada torcida, y teléfono celular nuevo (pero esto, claro, tiene un precio, y no es sólo económico); y finalmente, Violeta (Ailín Salas), de silencios prolongados, espontaneidad oculta, niña tratada como niña, capaz de volar para, por fin, hacer música (y dar un corolario de canción, aunque también con un "no entendí" dicho de manera justa). Por todo esto, nada de moraleja ni de frases dichas. Sino de entramado irregular, tanto como lo que puede y no puede suceder entre tres personas, en una casa grande y vieja, y con un hombre que aparece para provocar un deseo de ventana oscura. El, el único capaz de entrar y de salir libremente -"¿vas para el centro?"- de este caserón pantanoso, que parece haber engullido a sus tres tristes mujeres en un lamento de dolor que, cuando encuentre su remedio, sabrá cómo poner fin a la melancolía.
La casa cristalizada Martina, Sofía y Violeta son tres hermanas adolescentes que han vivido junto a su abuela hasta la reciente muerte de aquélla en una amplia y añosa casona. Y esa casa, llena de recuerdos, por un lado las contiene y por el otro, les impide crecer. El tiempo ha quedado congelado en objetos que ya no se usan y otros que no se renuevan, como el televisor de modelo perimido o la máquina de escribir que remite a los años setenta. La película registra el deambular de las jóvenes por esa casa cargada de recuerdos; observa ese tiempo entre paréntesis en que cada una busca su lugar pero vive de distinto modo el duelo de la ausencia, la incertidumbre del futuro y los descubrimientos del mundo adulto, sobre todo el estallido de la sexualidad. La casa se mimetiza del ánimo de sus habitantes: melancolía, abulia, desconfianza, se replican en cuartos con llaves y escondites. La película rebosa sensibilidad, gusto por los detalles y buenas actuaciones, pero también es lenta, reiterativa y recargada de elipsis. Es un cine perturbador y melancólico, al límite de la incomodidad, con algunas similitudes narrativas que lo aproximan a la estética de Lucrecia Martel y también a Bergman en la exploración del mundo femenino que se potencia en ambientes cerrados. Sin embargo, en las escenas al aire libre (el bello jardín de la casona así lo permite), la atmósfera se acerca a la poética más descomprimida de Eric Rohmer, particularmente, en la escena de la escalera, cuando se insinúa la historia de amor entre Martina (la hermana mayor) y el joven vecino que acapara la atención de todas. Densidad emocional Aunque el elenco está muy bien aprovechado y con variados e interesantes matices, por momentos el personaje principal es la casa que guarda todos los secretos. En su interior, las hermanas se pelean, se reconcilian y arman estrategias. No hay ninguna escena afuera de la casa pero sí se juega con el fuera de campo, para que el espectador infiera lo que sucede en el afuera. Una vez que la cámara entra ya no vuelve a salir más allá de la reja que limita al jardín con la calle pero accede a lo que se oculta y no todos quieren ver. La médula de la película pasa por el tratamiento dramático del espacio y los objetos que transmiten un tiempo cristalizado en rincones, placares y estantes llenos de objetos de otras épocas. La densidad emocional que caracteriza a la película se sustenta tanto en los objetos como en el sensual descubrimiento de los cuerpos que la directora revela en audaces y naturales planos. Aunque la acción se siente a veces reiterativa y monótona, el film contiene momentos intensos y profundos. A los climas, aportan la interesante utilización de los colores y el particular vestuario. Visualmente, la película es encantadora en la forma de acercarse a las tres hermanas y mostrar detalles. Contribuye la música diegética con esas canciones que ellas escuchan y tararean, construyendo un relato que flota por sobre lo no dicho. Porque lo que no se dice importa tanto como lo que se escucha: así, en uno de los diálogos finales no se ven los personajes. De esta forma, quien disfrute de las películas que buscan decir mucho más de lo que muestran, no saldrá decepcionado de la sala de cine.
Publicada en la edición digital #2 de la revista.
Abrir puertas y ventanas (Milagros Mumenthäler, 2012) La frustración hecha carne Hay mucha rabia en el cine argentino reciente. O al menos un puñado de nuevos cineastas que están imponiéndose con películas poderosas y viscerales, de una constante violencia soterrada; la clase de cine que duele pero que al mismo tiempo no se puede dejar de mirar. Pablo Fendrik y su cuadro urbano en La sangre brota aportaban una mirada sin precedentes sobre la peor idiosincrasia bonaerense imaginable y, si hablamos de rabia, ningún ejemplo podría ser mejor que, valga la redundancia, La rabia, de la hija de desaparecidos Albertina Carri. Allí se planteaba el cuadro rural de una familia que bordeaba el salvajismo, en la árida pampa argentina. En cualquiera de los dos casos, las propuestas realistas y cierto acierto en exponer situaciones reconocibles y lamentablemente humanas, convierten a ambas películas en dos de las más importantes concebidas en el vecino país en los últimos años. En esta tendencia podría inscribirse esta película, ópera prima de Milagros Mumenthäler. El planteo es inmersivo, abrupto. La clase de propuestas que nos llevan al medio de la acción sin presentar a los personajes y sus vínculos, sin dar conocimiento de historias previas. Buena parte de la gracia está en ir descubriendo, paulatinamente y a medida que transcurre el metraje, la naturaleza de estas relaciones, las particularidades del grupo humano, los secretos que subyacen. Está claro que en una película de estas características la labor activa del espectador, estimulada desde el comienzo, es fundamental. Por esto, quizá sea conveniente que quien no la haya visto deje de leer esta reseña. Las tres protagonistas bordean los veinte años, y en su comportamiento cotidiano, en los tratos, en las constantes desavenencias, fricciones, broncas y malas leches, pueden intuirse inmensas frustraciones y un estado de vulnerabilidad muy particular. La incomodidad se impone no sólo por el clima de tensión que se respira en esa casa, sino por todo lo que hay oculto, los tabúes que no pueden invocarse y que solo son sugeridos parcialmente, en palabras aisladas, en pequeños gestos -las tres actrices están formidables-. Las dimensiones de la casa -que nunca llegamos a ver completa-, la dirección de arte, la puesta en escena habla de ausencias determinantes, hay objetos que no pueden pertenecer a las chicas: un tocadiscos, muebles viejos. A medida que transcurre la película comprenderemos que las tres son hermanas y que se encuentran en un período de duelo, que su abuela vivía en la casa y murió hace poco y que, a pesar de una convivencia enfermiza, existe una gran interdependencia. De los padres nada concreto puede saberse, salvo que están perfectamente omitidos del cuadro -la posibilidad de que sean hijas de desaparecidos debe descartarse, ya que sus edades no se condicen con tal hipótesis, aunque cierto es que este hecho no impide una válida equiparación-. Con absoluta seguridad, la directora-guionista impone un abordaje psicológico tan profundo como enigmático a tres formas distintas de afrontar la pérdida, así como un recorrido a través de una progresión de descargas y catarsis que puede conducir a nuevas formas de territorialidad y de relaciones de poder, a la maduración y a la final superación de los lastres pasados; el tocar fondo muchas veces obliga a salir del pozo, con la mirada puesta en el porvenir. Publicado en Brecha el 15/2/2013
Dudas y dolores con alas propias Es la ópera prima de la directora Milagros Mumenthaler, quien nació en 1977 en Buenos Aires, pero creció en Suiza debido al exilio de sus padres. Estudió en la Universidad del Cine y antes de acceder a su primer largometraje, premiado en los festivales de Mar del Plata y Locarno, realizó cuatro filmes de corta duración. La historia se desarrolla a comienzos del otoño en un único escenario: una casona antigua que nunca se conocerá completamente, como si guardara algunos secretos o misterios. Allí viven tres jóvenes hermanas: Marina (María Canale), Sofía (Martina Juncadella) y Violeta, interpretada por Ailin Salas cuando apenas tenía dieciséis años. Un tiempo antes falleció súbitamente la abuela, una profesora universitaria que las crió. Los padres no aparecen y apenas se los menciona. Se puede presumir que son desaparecidos. El lugar les quedó grande y se percibe que el pasado pesa en la casa y sobre sus tres moradoras, cuyo devenir y cierta dejadez existencial es apenas alterada por la ocasional presencia de Francisco, un vecino enamorado de una de las hermanas. Marina cursa en la universidad y Sofía está iniciando los estudios superiores. Ella piensa que Marina es adoptada, porque es diferente. Lo comenta a Violeta y a Francisco y esto desata algunas rispideces y violencias. Recelos, envidias, la inesperada orfandad y los obstáculos para asumir la nueva realidad, van generando un clima de desasosiego, inclusive de una cierta irritación a flor de labios, que interfiere en la convivencia. Cuando una de las hermanas abandona la casa, se resquebraja la precaria estructura que habían organizado y las otras dos se verán obligadas a buscar la forma de superar su ostensible vulnerabilidad. En otras palabras, deben "abrir puertas y ventanas" para comenzar a volar con alas propias, sin la sobreprotección de la abuela. Y ese tránsito hacia una adultez algo forzada les acarreará dudas y dolores varios. El estilo narrativo impuesto por la directora a su lacónico retrato familiar recuerda el de Lucrecia Martel en La ciénaga. No explica la vida de sus protagonistas: ellas viven, son, y su manera de ser hace la historia. Sin apelar a simbolismos y sí a la capacidad para observar los detalles significantes, la directora propone el abordaje de dos temas claves: la convivencia entre hermanos, asumida casi como una fatalidad, y la reconocida dificultad para representar la ausencia. De las tres protagonistas, la que se destaca es María Canale, ganadora como mejor actriz en el Festival de Locarno de 2011, donde la película también obtuvo el premio ecuménico.