Bajo la misma estrella es una muy buena película que trata dignamente y con altura un tema tan difícil como el primer amor teniendo una enfermedad terminal. Un párrafo aparte merece la pareja protagonista que realiza una labor sumamente creíble desde lo interno y externo. Son realmente dos chicos comunes y corrientes, tal como existen en la vida real: ni zombies, ni vampiros, ni...
Fatalismo para las masas. El fetiche de los norteamericanos para con los enfermos terminales y/ o los discapacitados se ha colado de una manera por demás lastimosa en el cine, casi siempre bajo el ropaje del exploitation más burdo y con un acento narrativo que pretende ser “descarnado” o “emotivo” según consideremos el campo indie o el mainstream, respectivamente. No cabe la menor duda de que los representantes más funestos del subgénero se aglutinaron uno tras otro durante las últimas décadas, por lo que las pantallas padecieron una andanada de mamarrachos -entre cursis y sádicos- que convencionalmente gozaron del beneplácito de parte de la crítica y la fauna variopinta que “reparte” distintos premios alrededor del globo. Así como muchos espectadores disfrutan del morbo y la inmadurez crónica desde las que se suele trabajar el tópico, el espectro abarcado es muy amplio e incluye bodrios como Forrest Gump (1994), Gummo (1997), Una Mente Brillante (A Beautiful Mind, 2001), Mi Nombre es Sam (I Am Sam, 2001) y la lamentable Preciosa (Precious, 2009), por mencionar sólo un puñado de ejemplos circunstanciales. Hollywood y aledaños han perfeccionado una fórmula que se rige por el cóctel del folletín, léase melodrama decadente, algo de comedia y una pizca de aventuras que por nuestros días se traduce en periplos de “superación personal”. En suma, las lágrimas le ganan a las risas sin que éstas desaparezcan del todo. Curiosamente uno de los “padres” del movimiento en su versión posmoderna es uno de los opus menos revisitados en la actualidad: con el transcurso de los años, Love Story (1970) se convirtió en un mojón ineludible de las propuestas románticas llevadas al extremo. La presente Bajo la Misma Estrella (The Fault in Our Stars, 2014) es un rip-off sincero de aquella pequeña odisea, tan adictiva como melosa, centrada en dos amantes marcados por la tragedia. Hoy la obra que nos compete también resulta eficaz aunque vale aclarar que la “sorpresa” de la llegada de la parca constituye en esta oportunidad la premisa fundamental, ya que la pareja de turno se conoce en un “grupo de apoyo” para pacientes oncológicos. Si bien la película no consigue otorgarle nueva vida a los estereotipos lacrimógenos de siempre, por lo menos sabe dosificarlos/ administrarlos con relativa solvencia y hasta ofrece un devenir ameno que le devuelve la dignidad al fatalismo pasteurizado para las masas. Más allá de “cambios esperables” como la reducción de la edad de los personajes principales para captar a los adolescentes y esos típicos soliloquios metadiscursivos del tipo “vamos a esquivar el cliché cayendo en el cliché”, el director Josh Boone mantiene la lucidez y exprime inteligentemente la química entre Shailene Woodley y Ansel Elgort con vistas a enfatizar el amor de los protagonistas y el destino irremediable que les aguarda…
Bajo la Misma Estrella (originalmente llamada The Fault is in our Stars) es la versión cinematográfica del Best Seller del mismo nombre escrito por el estadounidense John Green. Es la historia de Hazel Grace (Shailene Woodley), una adolescente de 16 años que sufrió de cáncer de tiroides y que tiene los pulmones hechos pelota, y de Augustus (Ansel Elgort) de 18, sobreviviente de un osteosarcoma que le costó una pierna. Como es de esperarse, se enamoran y la pasan como el culo. Todo esto sucede mientras intentan encontrarse con Van Houten (Willem Dafoe), el autor de Un Dolor Imperial, la novela favorita de Hazel, que trata sobre (¡oh casualidad!) una nena que muere de cáncer. La película de Josh Boone, descomunal drama que por momentos intenta ser cómica pero no lo logra, es una sucesión de clichés, frases armadas, momentos de ternura pegajosos, golpes bajos, chistes malos, lugares comunes, simbolismos pedorros y situaciones cómicas fallidas. No voy a hablar sobre Laura Dern, Shailene Woodley o de Ansel Elgort, pero sí necesito mencionar la breve aparición de Willem Dafoe como Van Houten. Cuando lo vi, no lo pude creér. Lo único que se me ocurre es pensar es que Willem agarró este laburo porque necesitaba la guita para poner un jacuzzi en el baño en su mansión de Los Ángeles. No se me ocurre nada para rescatar de esta película manipuladora y empalagosa, sólo decir que logra su cruel intención: Josh Boone te parte el alma sin piedad. Cuando creés que ya pasaste lo peor, ¡pum!, te la vuelve a dar otra vez más pero con musiquita más triste, y cuando se va acercando hacia el final, la película es como una oleada de golpes bajos que te pegan hasta que te ahogas en tus propias lágrimas. Josh Boone te parte el alma sin ningún tipo de piedad. Boone despliega su abanico de efectos dramáticos en esta película de una forma muy bestia. Se me viene a la mente una secuencia en particular en la que Hazel, Augustus y la secretaria de Van Houten hacen un tour en la casa-museo, de escaleras empinadísimas, de Anna Frank. A Hazel, que tiene tipo un ¼ de pulmón funcionando, se le mete en la cabeza que tiene que entrar igual. Boone nos muestra el plano de una escalera empinada, plano de Hazel con cara de “Upa, en qué me metí”, plano de cara de preocupación de los demás. Después viene otra escalera más empinada y más larga y la misma secuencia de planos: plano de la escalera contrapicado como amenaza, plano de Hazel respirando como el culo y cara de “Oh my God”, plano de caras de “pena y un poco de miedo de que la piba la palme acá” de los otros, combinado con una voz en off de fragmentos del Diario de Ana Frank que se escucha cada vez más fuerte. Y cuando uno pensaba que era suficiente, Boone, que para esto es tan delicado como Godzilla, nos somete a otro plano super contrapicado de una escalerita que cuelga del techo (es la que conduce al ático) y el contraplano de Hazel que se cae al piso y que, mientras escuchamos a unos turistas diciendo “No estamos apurados, podemos esperar”, se arrastra por la escalera. Siempre con una voz en off leyendo fragmentos del Diario de Ana Frank que ahora está en primer plano sonoro. Bajo la Misma Estrella es como un caramelo pegajoso, un palito de la selva que se te pega en una muela y que no te lo podés sacar. Es una Love Story del 2014, un Sweet November o un Otoño en Nueva York para adolescentes. En ningún momento intenta ser sutil, no deja nada a la imaginación del espectador, te cuenta todo y te lleva de las narices hasta romperte el corazón en mil pedazos.
El maquillaje corrido. En una escena de esta película, los protagonistas se dan su primer beso en el museo de Ana Frank alrededor de unos turistas que comienzan a aplaudirlos; en otro momento, los personajes lanzan frases como “si hay algo peor que tener cáncer es que tu hijo tenga cáncer” o “el mundo no es una fábrica de deseos”; en otro momento, el protagonista se coloca un cigarrillo -que nunca enciende- en su boca para presumir una metáfora sobre la vida y la muerte. Bajo la Misma Estrella es una lija que nos engaña con ser terciopelo: es bruta cuando debería ser refinada. Es cierto que Bajo la Misma Estrella está ubicada unos centímetros más allá de lo que se podría esperar de un relato con enfermedades terribles y amores truncos. Los lectores de la novela remarcan su orgullo por leer algo que, por momentos, se toma con humor toda la desgracia que atraviesan sus personajes favoritos. Sin embargo, el problema principal del film es que el director Josh Boone protege tanto el material original que nunca deja que una simple pero corrosiva gota de acidez haga contacto con las oxidadas piezas de este relato mecánico. Pero es menos difícil manipular la comedia que transportar con cuidado el radioactivo material de la ironía. El humor es calculado y la autoconsciencia transparente: se nota demasiado el esfuerzo de Bajo la Misma Estrella por ser algo distinto, algo que oscila entre el abismo de la tragedia y la cumbre de la felicidad. Es difícil encontrar honestidad en un producto tan calculado como este, que desprende frases y situaciones imposibles (todo lo que sucede en Ámsterdam, por ejemplo) reparadas únicamente por la pareja protagónica. Y aunque el film mencione estrellas e infinitos, tanto Shailene Woodley como Alsel Elgort son menos galácticos que ordinarios. El problema con las películas actuales de y para adolescentes que buscan con desesperación su lugar en el mundo es que nos enfrían con su asexualidad: los rostros pueden ser perfectos pero nada asegura que haya algo demasiado interesante de la cintura para abajo. Los actores de Bajo la Misma Estrella podrían viajar al lado tuyo en el colectivo en vez de mirarte desde una limusina. Woodley ya había demostrado en The Spectacular Now (si no la vieron se consigue en internet) su rostro particular, su cuerpo humilde, su voz ligeramente áspera sugieren menos fantasía que compromiso. El tal Elgort es una sorpresa simpática, moviendo sus brazos al ritmo de una canción funk que parece sonar solo en su cabeza. Esta sinceridad física y emocional es la que lucha (y que al final pierde) contra ese chiste puesto ahí y esa música puesta allá para arrastrarnos a un mundo que pretende ser real pero que está manejado con más matemática que corazón. Bajo la Misma Estrella es torpe, absurda y manipuladora. Es también una película demasiado fácil de destruir. Muchos críticos jóvenes se agarran la cabeza, se ríen y hacen gestos sobre lo que sucede en la pantalla y, sin embargo, en vez de comprender (que no es lo mismo que justificar) eligen no entender. Y no entender camina de la mano con criticar libremente en la cantidad de caracteres que demanda un pequeño rincón virtual.
Festejar para sobrevivir. Es un reto adaptar un libro a película. Es un reto todavía más grande adaptar un libro tan popular y alabado como Bajo la Misma Estrella de John Green sin decepcionar a unos cuantos fans. Y es un reto aún más colosal adaptar un libro sobre adolescentes con cáncer enamorados sin traducir a la pantalla una suerte de culto al sufrimiento que el libro tan talentosamente elude. Pero, por suerte, es un reto que Josh Boone logró superar. Bajo la Misma Estrella cuenta la historia de Hazel Grace Lancaster, una joven adolescente a quién diagnostican con cáncer con tan sólo 14 años. El mejor amigo de Hazel entonces pasa a ser un tanque de oxígeno que la acompaña a donde quiera que vaya, y que hace las veces de flotador salvavidas cuando sus pulmones se inundan y ella siente que se ahoga en su propia respiración. Obligada por sus padres, Hazel asiste a terapia grupal en el sótano de una iglesia, donde conoce a Augustus Waters, el más canchero y seductor de todos los niños de 18 años con una sola pierna. Hazel y Gus se enamoran. Se recomiendan libros, juegan videojuegos, viajan a Ámsterdam, se besan en la casa de Ana Frank, tienen sexo. Es decir, son adolescentes. Claro está que su condición física no es la mejor, y que su enfermedad deja huellas en la mayoría de sus quehaceres. El libro que Hazel le recomienda a Gus es sobre una niña con cáncer, el viaje a Ámsterdam les llega como un regalo de la Make-A-Wish Foundation, y el sexo se complica en una de las escenas más torpes y tiernas de la película cuando la remera de Hazel se engancha en su cable para respirar, y cuando Gus expresa sus inseguridades por su pierna amputada. Y sin embargo, la enfermedad no los define. Podríamos decir que los atraviesa, los acompaña o los condiciona de alguna u otra manera, pero nunca que los define. Hazel y Gus no son mártires ni héroes que lucharon valientemente contra el cáncer. Son pibes, son adolescentes enamorados, son Hazel y Gus. La biología no estará de su lado pero los planetas sí lo están y, parafraseando a Hazel, aunque sea por un breve infinito dentro de los días contados, se alinearán para darles una dulce y sincera historia de amor. Cabe destacar que, tal como el libro preferido de Hazel asegura que el dolor demanda ser sentido, el libro de Green nos enseña que la felicidad hace la misma demanda. Que no hay nada mejor que ir al parque en Indianápolis -donde un esqueleto gigante hace las veces de parque de juegos- y reír entre las entrañas de la muerte. Que es válido reírse no tanto “de”, sino “con” un mejor amigo a quien el cáncer ha dejado ciego. Que el sentido del humor sobrevive a los peores pronósticos; de hecho, los elementos cómicos, que abundan en el libro, están muy bien llevados a la pantalla, desde “el corazón literal de Jesús” en la iglesia hasta la frescura y acidez de Hazel para con todos. Finalmente, es destacable también la química entre Hazel y Gus; Ansel Elgort y Shailene Woodley logran hacerles justicia a dos personajes que enamoran desde el papel. Su relación se ve, paradójicamente, muy sana. Era muy fácil que Bajo la Misma Estrella se convirtiera en una romantización de la muerte pero, más allá de sus momentos tristes y terribles, no es eso lo que sucede; más bien es romántica “a pesar” de la constante amenaza de muerte que late en sus tumores. John Green nos da una historia que podría matarnos pero no lo hace, no del todo. El llanto está, por supuesto, pero también está la risa, y esto es un logro que separa a esta película de tantos golpes bajos que abundan en Hollywood.
El suceso “The fault in our stars” está llegando a salas porteñas y debo decirles que esta adaptación cinematográfica dela pieza literaria de John Green, no defraudará a seguidores y fans del escritor. Recordemos que este best seller no es sólo una novela de ficción, sino que aborda cuestiones delicadas en cuanto a cómo enfrentarse, teniendo poca edad, a una de las situaciones más críticas para el ser humano: lidiar con una muerte segura. Hoy, este libro se encuentra traducido en muchísimos idiomas y ha generado una legión de adeptos que comparte pensamientos, frases de autoayuda e intercambia impresiones acerca de la fuerza del amor y el valor de enfrentarse con hidalgía, a lo inevitable. En este caso, “Bajo la misma estrella” (título local que no es traducción exacta), está a mitad de camino entre la premisa de vivir el momento, dejarse llevar por el amor en este presente único (entendiendo que lamentarse por lo inmodificable es fútil y hay que vivir lo que está a nuestro alcance) y dejar una huella, ser recordado, por las acciones que uno lleva a cabo en este pasaje material que es la vida misma. Hay aquí entonces un crossover que le da un sentido particular al material que se pone en juego, rico para el análisis e intenso en emociones fuertes. Por qué? Hazel Grace (Shailene Woodley) es una sobreviviente. Tiene 16 años y lucha contra el cáncer desde pequeña, cuando su tiroides enfermó y la enfermedad se expandió hacia sus pulmones. Un tratamiento experimental la salvó, pero su salud es frágil y porta asistencia respiratoria permanente para poder vivir. Ella es una chica dulce, preocupada por el desgaste que su lucha produce en sus padres y deseosa de complacerlos, dado que percibe su dolor (dice en un momento, que “más duro que tener cáncer, es tener un hijo con cáncer”). Siendo única hija, es el centro neurálgico de su familia. Cierto día, su mamá (Laura Dern), la invita a un grupo de autoayuda entre adolescentes que han sufrido, o atraviesan, la misma circunstancia. Es allí donde conocerá a Augustus (Ansel Elgort), un jovencito muy sagaz, que perdió parte de su pierna por el cáncer, aunque, actualmente está sin síntomas y con ganas de recuperar el tiempo perdido. El impacto será inmediato. Hazel, condenada a no relacionarse con las personas porque sabe que en cualquier momento la enfermedad puede llevarla en poco tiempo a la muerte, quedará impactada por la energía y ternura de Augustus, quien intuitivamente descubrirá la puerta de entrada al corazón de la adorable adolescente, que carga con el tanque de oxígeno portátil a todos lados. Detalle a tener en cuenta. No, no será una relación sencilla. Pero al mismo tiempo, se transformará en una historia de amor en el límite. Fronteriza con la muerte. Hazel y Augustus intercambiarán libros favoritos y eso dará pie a una aventura interesante. El libro de cabecera de nuestra protagonista se llama “An imperial affliction” y si bien es una ficción, la ha movilizado mucho y afecta la manera en que percibe y enfrenta al cáncer en su vida. Es así que Augustus decide contactar al escritor, que vive en Amsterdam (Williem Dafoe) y para sorpresa de todos (es muy reservado y poco se sabe de él desde que se mudó al exterior), el autor acepta recibirlos y evacuar sus dudas con respecto al destino de los personajes de la obra. Sin anticipar más, el viaje cambiará sus vidas y desde allí y hasta el final, la tierna historia de esta pareja iniciará una montaña rusa de emociones encontradas, capaz de movilizar hasta al espectador más imparcial… Josh Boone ya sabe cómo retratar con precisión el mundo adolescente (lo demostró en The Spectacular Now, que no fue estrenada en nuestro país) y aquí demuestra que es un tipo talentoso para describir las sensaciones que producen, el primer amor (en cualquier condición en la que te encuentres), los vaivenes de la relación padres-hijo y la desesperación por aferrarse a la vida, en toda su magnitud. En estrictos términos fílmicos, hay que decir que “The fault is in our stars” (que hace referencia a una línea en el texto de “Julio César” de Shakespeare), es una propuesta muy áspera para el espectador promedio, ya que ataca su emotividad a partir de la segunda hora de una manera, feroz. El film no da cuartel cuando entra en su etapa decisiva y Boone no se ahorra recursos para ahondar en esa línea. Desde esa perspectiva, la llegada del mensaje está asegurada, el precio, quizás, sea demasiado alto. Sin suficientes carilinas a mano, es difícil salir del cine en una pieza. Sí, destila humor y fina ironía en la manera en que juega con los clichés típicos de la enfermedad y nos presenta dos protagonistas queribles y cercanos. Sin embargo, el problema es que nada es demasiado estable y el director elige instalarnos en la sala de emergencias demasiado seguido y ese constante ir y venir conspira contra el ritmo natural de la trama. Hay una abrumadora cantidad de situaciones complejas y no todas se pueden procesar a la velocidad propuesta. Nada hay que decir con las actuaciones de Woodly y Elgort, ámbos están estupendos y tienen la ductilidad necesaria para atravesar cualquier estado emotivo. La banda de sonido cada quince minutos (aproximadamente) aporta algún track meloso y el resto de los rubros técnicos están bien. Dern hace una gran madre (es su mejor trabajo en mucho tiempo) y hasta Defoe, en su pseudo cameo, está creíble. El resultado es una más que aceptable recreación del espíritu de la obra de Green, potenciada con el arsenal de recursos audiovisuales que Boone sabe manejar a la perfección. Extensa, despareja y movilizante. Eso sí, hay que ver “The fault in our stars” en un día óptimo, en buena compañía y con mucha entereza, no es una cinta romántica de teens, nada más. Es un viaje. Ir advertidos.
Cada vez que pensamos en películas que tratan el tema del cáncer nos encontramos con la figura paterna (en su gran mayoría, claro) o materna, pero es imposible de pensar presentar a chicos o adolescentes con esta enfermedad sin que se nos encoja el alma. Tal vez porque en el fondo todos queremos negarnos que pasa pero la verdad es que de muchos ejemplos que he visto (y lo digo recordando la impecable 50/50) esta logra capturar algo de luz que no vi en las demás. Bajo la misma estrella es la historia de Hazel, una chica con cáncer de tiroides que se expande al pulmón desde sus 11 años que se siente a sí misma como una granada a punto de estallar y reventar a todos a su alrededor. Su peor miedo no es morir, porque sabe que llegará dado el pronóstico que tiene, su peor miedo es que sus padres y sus afectos no puedan seguir con su vida después de que ella no esté. Hazel es una chica inteligente, crítica y que sabe su lugar en el mundo. En su deseo de que salga de su encierro, su madre la lleva a un grupo de apoyo para adolescentes con cáncer en orden de que compartir experiencias la saque un poco de su naturaleza ermitaña. En este grupo Hazel conoce a Gus, un ex atleta con un cáncer de huesos que se obsesiona con ser recordado, con que su paso por el mundo no haya sido lo mismo que nada. Estos dos chicos juntos van a hacerle frente a su destino fatídico pero sin perder las ansias de experimentar el amor, la ilusión, las risas. Porque después de una vida en hospitales, entre doctores y tubos de oxígeno, se merecen tener un gusto de lo bueno de la vida antes de dejarla. No soy fan de Shaileene Woodley (que interpreta a Hazel) sobre todo después de haberla visto en Divergente, pero la verdad es que logra tener esa alma y mirada entre incrédula e irónica que consigue mucha empatía con el espectador. Ansel Egort (que interpreta a Gus y a quien tampoco quiero mucho después de ver en Carrie) funciona como contraparte de Hazel en el sentido de que aparece como un adolescente no del todo consciente de las consecuencias de su enfermedad, que se cae a pedazos lentamente. Me resultaron sumamente queribles los personajes sin esperar serlo. Por otro lado, Willhem Dafoe interpreta a un autor que no puede salir de su dolor y, si bien se presenta como el villano, honestamente no llegás a odiarlo. Creo que logra transmitir un dolor no dicho, imposible de expresar que termina causando un efecto más humanizador que muchos recursos a los que se podría haber apelado. Josh Boone, en esta, la segunda película que dirige después de “Stuck in love”, nos da ese ambiente cálido y soñador por la lógica de que todos sabemos que el fin está cerca, pero no por eso mientras estamos, no tenemos que bailar. Tremendamente tierna. Y tengan todos los pañuelitos a mano.
Tenía mucho miedo de que The Fault in Our Stars fuese golpe tras golpe emotivo, de esas películas al estilo My Sister's Keeper que no te dejan respirar del llanto de tan melodramáticas y prefrabricadas que resultan ser. El director Josh Boone debería haberme dejado tranquilo, porque su anterior proeza fílmica -Stuck in Love que se estrenó a fines de año en salas argentinas- tenía personajes bien delineados y un tratamiento romanticón ideal. Una vez terminada la función, y sin haber leído el libro en el que se basa, puedo admitir que The Fault in Our Stars es una deliciosa combinación entre personajes definidos y con personalidad de sobra, y una historia que no se sostiene en los golpes bajos constantes. Desde el monólogo inicial de presentación de Hazel podemos ver que no estamos frente a otra comedia melodramática. Sí, tiene una banda de sonido que hila un tema pop tras otro y sí, en una historia con protagonistas con diferentes tipos de cáncer no van a escasear los momentos lacrimógenos, pero el tratamiento de la trama en general elige construir a sus personajes, darles dimensión, antes de hacerlos transitar por arduos caminos de autodescubrimiento, duras verdades y el más puro romance. De no ser por el guión de expertos en el tema como Scott Neustadter y Michael H. Weber -la dupla de 500 Days of Summer y la soberbia The Spectacular Now- Hazel y Augustus serían dos jóvenes con el tiempo contado, quejándose de la vida y sin generar una chispa de empatía con el espectador. Ejemplos tan simples como el cigarrillo en la boca de Gus sería un detalle demasiado hipster y rebuscado, pero en las manos de los guionistas y del director, estos pequeños juegos adquieren un sentido específico, y los personajes de papel y tinta cobran vida en la piel de una pareja tan llena de química como lo son Shailene Woodley y la estrella en ascenso de Ansel Elgort. Ambos compartieron escenas como hermanos en Divergent y en esta ocasión les toca acercarse aún más y entregar sus propios miedos y esperanzas el uno al otro, en una combinación de química casi explosiva, que irradia ternura y candor durante toda la película. Shailene nació para hacer papeles de chica común y corriente y en verdad vende esa fragilidad escondida por un panel de picardía con creces, pero Ansel es la verdadera revelación, con una facilidad increíble para comprar al espectador desde el momento inicial. No puedo dejar de mencionar a Nat Wolff como el amigo casi ciego de la pareja, actor fetiche del director a estas alturas, y a la dupla parental de Laura Dern y Sam Tramell como los padres de ella, que si bien son secundarios de peso, nunca opacan a la pareja protagónica ni tampoco se terminan mimetizando con el empapelado. No quería que me gustase The Fault in Our Stars. La histeria colectiva que generaba el libro y la parva de adolescentes hormonadas que me quitaban el libro de las manos mientras lo hojeaba en la Feria del Libro me generaba un rechazo insostenible. El trailer me daba risa. Pero me encanta cuando el cine me sorprende y me hace girar el timón de mis prejuicios, y por eso le agradezco a Josh Boone, por hacerme caer de nuevo en las redes de sus historias, y también por demostrar que en un argumento donde el cáncer parece ser el eje, simplemente sea una excusa para retratar el primer amor de dos personas únicas. Un aplauso Boone, tu próxima adaptación de The Stand del tío Stephen va a ser esperada con ansias.
Contra todos los prejuicios Si a alguien le propusieran ver “una historia de amor entre una adolescente con un cáncer de tiroides fase IV que se ha expandido a los pulmones y un muchacho de 18 años que ha perdido su pierna derecha a raíz de un Osteosarcoma” muy probablemente lo primero que sentiría es un fuerte rechazo. No es la primera vez que el cine y la TV se atreven con el tema del cáncer (allí están desde 50/50 hasta The Big C), pero en este caso estamos hablando de una producción de Hollywood, de “la” estrella del momento (Shailene Woodley, la revelación de Los descendientes y estrella de Divergente, muy bien acompañada por Ansel Elgort) y de uno de los más exitosos best sellers de los últimos tiempos (la novela de John Green). El resultado, contra todos los prejuicios (incluidos, reconozco, los míos) es bastante digno ¿Estamos ante una película audaz, novedosa, arriesgada, sorprendente? No… y sí. Tiene sus momentos ridículos, sus golpes bajos, sus excesos edulcorados (como los aplausos de los turistas cuando ellos se besan en la casa de Anna Frank), su pintoresquismo cuando los protagonistas se pasean por Amsterdam y miles de posibles reparos. Pero, al mismo tiempo, es una película digna, auténtica, sentida, cristalina, de esas que no esconden ni su costado cursi ni su búsqueda de emocionar y concientizar. Un tearjerker en todo su esplendor… (y con varios momentos divertidos). El cinéfilo más purista, el espectador más escéptico, seguramente odiará muchos pasajes del film (hay varios colegas que huyeron en la mitad de la proyección), se sonrojará viendo a los “lynchianos” Willem Dafoe y Laura Dern trabajando en un producto de este tenor, pero Bajo la misma estrella es una historia de amor hecha y derecha, que al mismo tiempo nunca banaliza los alcances y los efectos de las enfermedades de sus personajes principales (hay una sucesión de radiaciones, quimioterapias, resonancias magnéticas, cirugías, tubos de oxígeno y todo tipo de medicamentos). La voz en off nos advierte en el comienzo de que estamos ante “una historia triste” que no será “suavizada como en las películas”. Es cierto que esa voice-over recurrente en algún lugar funciona como elemento tranquilizador, pero no molesta dentro de un film sintoniza a la perfección con ciertos sentimientos que afloran en los chicos de hoy como la necesidad de ser reconocidos, a no ser olvidados, a refugiarse y sentirse contenidos entre sus pares. Es cierto que, en ese sentido, esta comedia romántica (y oncológica) tiene algo de manual de autoayuda, pero aun con sus excesos lacrimógenos, su profusión de baladas desgarradoras y sus frases de poster (el “pequeño infinito” al que se alude en la relación entre sus dos héroes), Bajo la misma estrella nunca deja de ser genuina, potente y emotiva. A dejar, pues, el cinismo de lado. Al menos por esta vez.
La hija de la lágrima Cada vez pasa menos tiempo entre el lanzamiento de un libro y su adaptación para la pantalla grande, y sobre todo si se trata de un best seller que apunta a un público adolescente. Con Bajo la misma estrella (The fault in our Stara, 2014) se intentó hacerlo lo más rápido posible, y además contar no sólo con un prometedor director, Josh Boone, para dar con el tono justo, sino que los productores también se aseguraron el protagonismo de estrellas de una franquicia teen que asegurara el éxito inmediato. Shailene Woodley y Ansel Elgort de la reciente Divergente (Divergent, 2014), y que si bien en la película anterior hacían de hermanos, en esta oportunidad serán Hazel (Woodley) y August (Elgort), los amigos que en Bajo la misma estrella terminarán enamorándose profundamente, más allá de las limitaciones que sus cuerpos les pondrán para hacerlo. La película cuenta la historia real de Hazel (porque en el arranque hay otra que a ella le gustaría narrar, pero es apócrifa), una joven muy avispada que intenta llevar una vida normal, a pesar de padecer su cáncer de tiroides, el que gracias a una droga experimental ha podido superar hasta el momento. Inmersa en una rutina de realitys, pastillas, médicos, más pastillas y terapias, y además de convivir con una madre sobreprotectora (Laura Dern), no encuentra más que en las palabras de un libro llamado “Un dolor Imperial”, y que ya ha leído mil veces, el consuelo y la fuerza para encarar cada día de su existencia. Un día, en la terapia a la que asiste, por pedido y exigencia de sus padres, conoce a August, y allí su mundo cambiará, porque el joven intentará a toda costa poder sacarla de su no reconocida depresión y, principalmente, la hará sentir una mujer con posibilidades de participar de un juego amoroso del que creía que nunca iba a ser parte, y menos a su corta edad. A pesar de trabajar sobre los clichés de las clásicas historias dramáticas que, independientemente de conocer uno el final, o presuponerlo de antemano, invitan al espectador a acudir al cine con una caja de pañuelos en la mano, el director Josh Boone logra algunos diálogos, algo a lo que nos tiene acostumbrados desde su gran debut en Un lugar para el amor (Stuck in love, 2012), que calan hondo y duelen, y que no pasan desapercibidos por ninguno que se acerque a esta gran historia de amor, superación y amistad.
Esta es una de esas películas cuya entrada debería venir acompañada por un pequeño manual de instrucciones en el que se recomiende dejar de lado los pochoclos e ingresar en la sala con una caja extra large de pañuelos de papel y anteojos de sol para cubrir las consecuencias de pasar dos horas llorando en la oscuridad de la sala. Porque hay que decirlo: más allá de sus méritos (que los tiene) y sus fallas (que las tiene también), lo que más se recordará de Bajo la misma estrella es lo mucho que hizo llorar. Algunos espectadores ya sabrán, especialmente si son adolescentes, de qué trata el film porque está basado en la novela escrita por John Green, que fue y sigue siendo un suceso entre los jóvenes lectores. El relato empieza siendo triste (su protagonista y heroína es una adolescente enferma de un cáncer que más temprano que tarde terminará con su vida) y termina siendo tristísimo. Lo que sucede entre uno y otro extremo es la tierna historia de amor entre Hazel, la chica en cuestión, y Augustus, un joven al que conoce en un grupo de contención para quienes sufren la enfermedad. Casi una trampa para el golpe bajo y la resolución melodramática, el film dirigido por Josh Boone y adaptado por Scott Neustadter y Michael H. Weber (500 días con ella) logra evitar el tropiezo en buena parte de su desarrollo, que incluye visitas al hospital, un viaje en busca de respuestas existenciales y el temor de la protagonista a enamorarse porque es una "granada a punto de explotar". Inteligente, ocurrente y necesitada de la vida de adolescente normal que nunca tuvo, Hazel es un personaje interesante, divertido y vivaz (o todo lo vivaz que puede ser alguien con un tanque de oxígeno como accesorio permanente). Tal vez interpretada por otra actriz que no fuera Shailene Woodley, podría provocar más lástima que otra cosa, pero lo cierto es que gracias a los aciertos del guión y la actuación de la perfectamente fotogénica Woodley, Hazel ocupa cada rincón de la pantalla y consigue una empatía que no sólo está hecha de la pena que le tenemos. A su lado, todos parecen estar algo fuera de registro, exagerados en su dulzura (como la mamá que juega Laura Dern) o en su amargura. Es que, entre tantas buenas intenciones, aparece el personaje de Willem Dafoe, el autor del libro favorito de Hazel, un misántropo que funciona como una suerte de villano externo en una historia en la que el enemigo es siempre interno e implacable. A medida que avanza el relato y la fantasía del romance juvenil que llena corazones e inunda lagrimales, el film se enreda en pasajes demasiados esquemáticos y cae en la tentación de resolver situaciones con un sentimentalismo exagerado. Sin embargo, por cada escena fallida (ver la del museo de Ana Frank) hay muchas otras que funcionan y cumplen con el mandato del subgénero de las películas para llorar: contar una historia de amor que dé rienda suelta a las lágrimas y empape los pañuelos.
Una película que trabaja una de las temáticas más trilladas en la historia del cine. Si nos referimos a filmes románticos donde alguno de los protagonistas tiene cáncer tenés para escoger una lista enorme de producciones realizadas en las últimas décadas. El superclásico indiscutido obviamente es Love Story, con Ryan O´Neal y Ally MacGraw, que literalmente hizo llorar al mundo entero en 1970. Una propuesta que en su momento además consolidó el denominado "chick flicks" (películas para chicas) en el cine norteamericano. Desde entonces se hicieron infinidades de filmes con esta misma cuestión. Podemos citar Tierra de sombras (Anthony Hopkins), Seis semanas (Dudley Moore), Todo por amor (Julia Roberts), Mi vida (Michael Keaton), Reencuentro (Leonardo DiCaprio), Un amor para recordar (Mandie Moore), Otoño en Nueva York (Winona Ryder), Mi vida sin mí (Sarah Polley), Dulce noviembre (Charlize Theron) y más recientemente en el 2012, Now is good, con Dakota Fanning, quien interpretaba a una chica con leucemia que quería perder su virginidad ante de morir. Producciones que al pagar tu entrada en la boletería del cine te dan un puñal para que te lo claves en el pecho al final de la historia y mueras desangrado en la butaca. Bajo la misma estrella no ofrece nada nuevo ni original que no se haya hecho en los últimos 40 años con este tema. Sin embargo es un film que se disfruta por la extraordinaria interpretación que brinda Shailene Woodley (Divergente) en el rol protagónico y la dirección de Josh Boone. El realizador logró evitar la mayor cantidad de clichés posibles que se pueden encontrar en historias de este tipo y eso generó que el argumento sea mucho más llevadero. La trama es bastante emotiva pero nunca abusa del melodrama y los golpes bajos como ocurrieron con otras propuestas similares en el pasado. Algo que se agradece al director Boone porque estos filmes siempre son complicados de ver. La película está claramente dirigida a las chicas adolescentes y a Matías Lértora que también le encanta llorar con estas historias. De hecho, es el target de lectores que convirtió en best seller la novela de John Greene en la que se basa esta producción. Pensé que iba a ser peor esta película por el enorme desgaste que tiene este tema y la verdad que me encontré con una historia que logra engancharte con los personajes y la interpretación de los protagonistas. En materia de filmes sobre romances adolescentes creo que califica entre lo más decente que se estrenó en el último tiempo.
Si viste Bajo la misma estrella y pensaste que es una seguidilla de clichés de lo más empalagosos no vas a coincidir ni un poco con esta crítica, lo mismo si aún no la viste y ya por el poster y la sinopsis pensás que la vas a pasar mal mientras acompañes a tu pareja. Ahora bien, si la disfrutaste o intuís que la vas a disfrutar seguramente encontrarás muchas coincidencias. Bajo la misma estrella es una película tan hermosa como necesaria. ¿Por qué necesaria? Porque esta generación estaba pidiendo a gritos una Love Story (1970) contemporánea en donde pueda verse en los personajes. Porque si bien la historia de Hazel y Augustus es triste y lacrimógena, aquellos espectadores que han tenido la fortuna de amar a alguien (en el sentido romántico de la palabra) se verán totalmente identificados en la manera en la cual se comunican y se expresan. También pasa algo extraño con esta película, porque con un libro sobre escritura de guión y estructura de un film se puede decir tranquilamente que este estreno “es de manual”, pero aún así logra hacer olvidar esas formalidades incluso a los más cinéfilos. La química que hay entre Shailene Woodley (nueva actriz fetiche de las coming of age movies) y Ansel Elgort traspasa la pantalla e inunda a todos, incluso a los fans más acérrimos de la novela en la cual se basa la cinta. Ambos actores están geniales y les creés en todo momento. Te hacen reír y te hacen llorar (mucho). Dato no menor que a tan solo dos años de su publicación -y sin tratarse de una saga- se ha convertido en un éxito tremendo. Sin dudas que este es el puntapié inicial para más adaptaciones de YA novels (novelas para jóvenes adultos) donde los protagonistas no se encuentras en un futuro distópico ni son criaturas sobrenaturales. Volviendo al film, las cuestiones técnicas son correctas y la verdad no se puede destacar nada del laburo del director Josh Boone, quien hace poco nos deleitó con Un lugar para el amor (2013), más que una rápida edición y un gran criterio para ensamblar la banda sonora. Bajo la misma estrella nos recuerda que disfrutar de las historias en el cine es lo más lindo que hay porque te olvidás de todo. Más aún cuando te enamorás de los personajes, cuando los llorás y cuando, una vez terminada la película, los extrañas. Si van a verla no se olviden los pañuelitos…
Otra “Love Story” que repite sin pedir perdón El público adolescente y tardoadolescente al que va dirigido este melodrama puede salir satisfecho. Gustará a los fanáticos del lacrimógeno libro en que se basa, y también a aquellos que hasta hoy ignoraban su existencia, pero saben todo sobre la parejita protagónica, Ansel Elgort y Shailene Woodley, es decir, los hermanitos de "Divergente", que aquí hacen de amigos en las malas hasta que terminan conociendo lo que es la buena. O sea, se enamoran y deciden concretar. El detalle es que tienen ciertos problemitas físicos. El perdió una pierna y ella respira con dificultad. Pero eso no es nada comparado con sus problemitas de salud. Ambos tienen cáncer. Cierto que ella disfruta de una eficaz droga experimental, él tiene un carácter ostentosamente positivo, y ambos son brillantes, divertidos, consentidos, y hasta pueden darse el lujo de viajar hasta Holanda a conocer al escritor preferido de la chica. Pero la vida no les sonríe ni les canta así como así, y encima el otro ni siquiera los recibe bien. La sombra de la muerte cae sobre ellos demasiado pronto. Y después de la sombra, lo más probable es que venga la muerte. ¿Conviene alentar el cariño del ser amado, sabiendo que habrá de quedarse solo y dolorido? Amor propio, amor al otro, declinación física, despedida, evocación, etc. Por ahí va la historia. Que, entre otras cositas, abusa de fondos musicales, momentos para la foto y frases para el poster. Y con todo eso engancha muy bien a su público, nieto natural de aquel que hace casi medio siglo lagrimeó con "Love Story". Dicho sea de paso, en ambas historias hay un adulto que se arrepiente tarde, y otros detalles parecidos. Pero "la vieja" tenía música de Francis Lai, y era comparativamente más realista. En fin, cada generación se emociona como mejor le gusta. Director, Josh Boone. Libretistas, Scott Neustadter y Michael H. Weber, sobre best-seller de John Greene, que hoy, con esa novela llevada al cine, se pone a la altura de Erich Segal. Pero no más arriba.
BAJO LA MISMA ESTRELLA es la adaptación de la novela de John Green una mezcla de humor y tragedia en la que se entrelazan el amor y los sueños de la adolescencia. Dos jóvenes enfermos terminales que se enamoran e intentan vivir a pleno el tiempo que les queda de vida. Una historia altamente emotiva, con personajes creíbles y empaticos en un viaje inolvidable, un drama fílmico de antología, romántico e inteligente que pesé a tener sus momentos lacrimógenos y tocar las fibras más íntimas del espectador nunca deja de lado el humor y la frescura. Para disfrutar en la oscuridad de la sala con una caja de pañuelos en la mano.
El amor es más fuerte En los '80, un canal emitía un film dentro de un espacio llamado "La película de la semana", en general producciones concebidas para TV donde se contaban historias de vida, o de muerte próxima, ya que los personajes padecían enfermedades, internaciones y visitas al quirófano. Por eso, en el runrún cinéfilo al ciclo se le decía "La enfermedad de la semana." Algo o bastante de ello está en Bajo la misma estrella, relato romántico entre chica con cáncer de tiroides y chico con una pierna menos. El segundo opus de Josh Boone (Un lugar para el amor resultó tan sustancioso como una gelatina dietética) toma las herramientas básicas en estas propuestas: música de violines, planos almibarados de la parejita protagónica, golpecitos bajos al momento de describir las enfermedades. Como si aquella horrible Love Story de 1970 resucitara en versión para adolescentes fanáticos de Crepúsculo y de las carilinas listas. Basada en el best-seller de John Green y conformada actoralmente por dos intérpretes que aún no batieron records en la taquilla (razón por la que puede disfrazarse de "producción independiente"), el film recurre a los lugares comunes en estas historias que suceden entre chequeos y pasillos de sanatorios. Sin embargo, en algunos momentos la película pelea contra esos clisés al animarse a construir una historia de amor de adolescentes que se opone con fuerza al conflicto central, tamizado por el dolor físico. En esos encuentros entre Grace (Woodley, de Los descendientes y Divergente) y Augustus (Elgort, también de Divergente), el film se esfuerza por esquivar las convenciones de una temática que golpea bajo el estómago sin culpa. Por lo tanto, la trama confronta dos ejes: el material predigerido y los toques personales de un director que sostiene la historia debido al carisma de la pareja central. Mientras, los adolescentes pueden ir preparando los pañuelos, perdón, las carilinas.
"Bajo la misma estrella" (basada en el libro de John Green) es otra de las grandes películas super esperadas en este 2014 por sus fanáticos. ¿Qué te puedo decir? La verdad... es un peliculón absoluto... ¿vas a llorar?... no vas a poder parar de lagrimear. La historia de amor es tan tan tan creíble que eso causa efecto, y sobre todo los personajes (exquisitos), interpretados por la hermosa y talentosa de Shailene Woodley y su co-protagonista Ansel Elgort, que son jóvenes totalmente reales (no robots tirando las líneas de texto). Una peli super cool, con buena música, dosis de humor, un gran guión, lindo reparto de actores, colores que acompañan y con un plus super lindo, "valorar la vida mas allá de los problemas que uno pueda tener". Si con "Titanic" lloraste por la historia de amor, es porque todavía no viste "Bajo la misma estrella", que te recomiendo lleves pañuelitos descartables (haceme caso). Gran película para no perderse (una de mis favoritas del año).
Es una historia de amor entre dos adolescentes enfermos de cáncer. Pero aunque llena de clichés y lacrimógena sin remedio, también es una honesta manera de presentar una relación que florece a pesar de todo, con dos protagonistas que nunca ignoran lo que les pasa y son sinceros hasta la crueldad. También está la chica del momento Shailene Woodley (“Divergente” y “Los descendientes”). Con todos los reparos.
Un titulo con temas bien planteados pero funciona mejor como “película de cita” Cínicos abstenerse. Esta película, aunque con un inteligente planteamiento de ciertas cuestiones, es una “chick flick” con todas las letras. Esperen melosidades, esperen sentimentalismo, esperen golpe bajo. Pero si aun a sabiendas de este caveat, querés ir al cine con tu pareja (si la tenés) tal vez quieras leer esta reseña. ¿Cómo está en el papel? Adaptación de la novela de John Green, Bajo la Misma Estrella cuenta la historia de Hazel Grace Lancaster (nombre más literario imposible), una chica de 16 años que tiene Cáncer y que impulsada por sus padres va a un grupo de apoyo de gente que padece o ha padecido la enfermedad en cuestión. En dicho grupo, Hazel conoce a Augustus Waters (otro nombre más literario imposible) un chico de 17 años que está ahí para bancar a un amigo, ya que su Cáncer esta en remisión desde hace ya un largo rato. En fin, Miradita va, miradita viene, Boy meets Girl, yada yada yada y de a poco comienza una amistad, que a pesar de los obvios obstáculos termina convirtiéndose en romance, que florece a toda máquina en un viaje que realizan los protagonistas a Amsterdam para conocer al autor de la novela favorita de Hazel. Hay quienes podrían decir que esta es una película que idealiza el Cáncer, y probablemente tengan razón, pero hay ciertas escenas donde los guionistas se toman las suficientes molestias para mostrar cómo esta enfermedad afecta a los protagonistas, y no lo digo solo en el sentido emocional, sino en el sentidoThe-Fault-In-Our-Stars medico. Hay ciertas escenas donde los personajes tienen ciertos gestos que le van a parecer simpáticos al espectador. Hay pizquitas, solo pizquitas, de humor respecto a cómo los protagonistas enfrentan su enfermedad, pero no desde el costado de la burla. Pero lo que trata Bajo la Misma Estrella es no tanto la necesidad de ser recordado, de ser “extraordinario” como lo establece el muchacho protagonista, sino del miedo a ser olvidado, y eso es algo que preocupa tanto como cualquier fama o celebridad. Si bien eso moviliza a los personajes y cambian por como aprenden sus lecciones, es un mensaje que se entiende y se interpreta con facilidad, pero no moviliza al espectador a aplicarlo (salvo para llorar)… que estoy seguro es a lo que la película apuntaba. ¿Cómo está en la pantalla? Como técnicamente, la peli es sobria y no tiene mucho que destacarse en ese aspecto, pasamos directamente a los actores. Shailene Woodley esta perfecta como Hazel, mostrando un abanico de emociones bastante amplio y continua ese camino de elegir personajes cada vez más desafiantes. Ansel Egort como Augustus Waters no se queda atrás, si bien es el típico muchacho con pectorales de lavadora, sabe generar los momentos suficientes de simpatía. Párrafo aparte merecen Laura Dern como la madre de la protagonista, y Willem Dafoe como el reclusivo y excéntrico autor al que Grace admira (un rol mandado a hacer para él). Conclusión Con tanto idealizaciones como aciertos, Bajo la Misma Estrella es una película decentemente narrada, y nada más que eso. Aunque llevada a flote más que nada por actuaciones a la altura del desafío, esta es una de esas películas ideales para fingir un bostezo y poner un brazo alrededor de tu pareja, como nos han enseñado tantas películas y series.
Sobriedad para evitar el melodrama El director Josh Boone toma la sabia decisión de hacer del cáncer uno de los elementos constitutivos del film y no el epicentro, convirtiendo a sus protagonistas en chicos antes que en enfermos terminales. En el final, eso sí, se pasa de explicaciones y moralejas. “Hazel no se despega de su tanque de oxígeno, Gus de su pierna ortopédica. Ambos se conocieron en un grupo de ayuda para pacientes de cáncer.” La sinopsis oficial de Bajo la misma estrella es una invitación a fruncir el entrecejo y a la risa socarrona. Más aún si se tiene en cuenta que se trata de la enésima adaptación de un best-seller infanto-juvenil y que Hollywood suele hablarles a los adolescentes como seres inferiores antes que como adultos en formación. Así, el melodrama lacrimógeno sobre un amor crepuscular de esos que aturden a fuerza de violines y la búsqueda de la emoción únicamente como consecuencia del golpe bajo tenía gustito a certeza. Pero, para sorpresa de los desconfiados, Bajo la misma estrella es, al menos durante sus dos primeros tercios, una película que gambetea la tentación de lo falsamente descarnado y lo sensiblero con sobriedad, respeto y naturalidad. ¿Que qué tan natural es la viabilidad de esa relación? En la lógica del film, mucho. Al fin y al cabo, Josh Boone (el mismo de Un lugar para el amor, estrenada aquí el último diciembre) toma la sabia decisión de hacer del cáncer uno de los elementos constitutivos de su opus dos y no el epicentro, convirtiendo a sus protagonistas en chicos antes que en enfermos terminales. “No quiero la vida que tengo”, refunfuña Hazel (Shailene Wood-ley), poniendo de manifiesto la insatisfacción ante los condicionamientos de la enfermedad. Sus pulmones destruidos a raíz de un cáncer de tiroides, un respirador como compañía permanente y la insistencia de su madre (notable Laura Dern) son razones más que suficientes para buscar apoyo en un grupo de contención. Grupo de contención al que también asistirá Gus (Ansel Elgort), quien perdió una pierna a raíz de un osteosarcoma. El flechazo es instantáneo. Como en nueve de cada diez películas románticas, se dirá con razón. Lo que es menos habitual es la coherencia del punto de vista adoptado por Boone. Esto es, hablar de los arremolinamientos de la adolescencia no desde el paternalismo supuestamente sabelotodo de la adultez –o de cómo piensa un adulto que piensan y sienten los adolescentes–, sino desde la altura emocional y cultural de la parejita, priorizando y respetando sus inquietudes, descubrimientos y rebeldías en lugar de enjuiciarla. Llegado este punto, podrá achacarse el exceso de miel e idealización circunvaladas por un contorno social arbitrario y apegado a las normas del prototipo imperante de familia yanqui. Pero la inteligencia del film está en leer ese statu quo a través de la mirada naturalista e inocente de su protagonista. Protagonista que es sencillamente extraordinaria. “A muchos les recuerdo a mucha gente”, dice por ahí Hazel, como si fuera plenamente consciente de que el rostro de la mujercita detrás del personaje es demasiado normal, demasiado ordinario, demasiado poco bombástico, para convertir a Woodley en la gran actriz de la generación sub-25 que merece ser, puesto ocupado por la mucho más mediática y oscarizada Jennifer Lawrence. Al fin y al cabo, lo que en la segunda es imposición y avasallamiento (Lawrence es, con perdón de la misoginia, un camionazo), en la primera es una construcción desde lo cotidiano y lo genuino que la convierten en una de las pocas intérpretes que parecen actuar siendo ella misma. Ver si no la genial y aquí inédita The Spectacular Now, otra película que les hablaba de vos a vos a los adolescentes. Queda claro, entonces, que la adaptación de la novela homónima de John Green no sólo comprende los avatares de sus criaturas, sino que se toma la molestia de no menospreciarlos ni subestimarlos. Y con eso, a su público. Hasta que... lo hace. Sobre el último tercio, un viaje simboliza el quiebre madurativo de la narración y la imposición de los mandatos del mainstream juvenil, trocando lo mesurado por una andanada de explicaciones y moralejas sobre la importancia de vivir el presente y demás. Una lástima, porque arruina un film hasta ese momento potente y humanista, cualidades que Hollywood muchas veces se empecina en despreciar aun cuando las tiene servidas.
La otra salvación Para hablar de Bajo la misma estrella, de Josh Boone, hay que sopesar factores extra cinematográficos, ver el fenómeno que va del libro homónimo de John Green a esta adaptación no apta para públicos sensibles y gran negocio para Carilina . Las circunstancias. Es allí que este filme por momentos comedia romántica pero siempre drama equilibra la balanza, mientras exacerba uno de los mandatos juveniles del tercer milenio. Vivir el momento. Pase lo que pase. Detrás está la historia, la de Hazel y Gus (Shailene Woodley y Ansel Elgort, fetiches adolescentes en Divergente), dos enfermos de cáncer que se conocen y enamoran en un grupo de apoyo. No parecen enfermos, más allá de que la bella Hazel tenga que usar una sonda y cargar su tubo de oxígeno, o que Gus tenga una pierna ortopédica. Son adolescentes modelo, con diálogos hilarantes y una mirada filosófica de la vida y la tragedia. Aviso: los lugares comunes visitados por el filme no terminan de derrumbar la historia. Son parte de la realidad, llevarlos al cine no siempre es un error. Por inercia, queremos a Hazel y a Gus. Inmediatamente. Y seguimos su mandato: poner buena cara frente al mal tiempo, convertir la desgracia en don, en desafío. Sin privarnos del llanto. Es que salvo por el cáncer, el mundo de Hazel y Gus, es tan perfecto como inverosímil. Podría ser ésta una entrega más de la larga lista de películas sobre el heroísmo de enfermos terminales y no lo es. Lo curioso aquí es que se trata de una película juvenil, una proclama para celebrar la vida. No se enfoca en la muerte, aunque la muerte esté siempre en escena. Ni ellos sienten compasión, ni la historia se las entrega. “Donde hay esperanza, hay vida”, escribió Ana Frank (otra escena obvia de la película). “Sólo tienes un poco de cáncer”, dicen ellos. La conclusión estará en las salas. En las charlas del espectador adolescente frente a estos nuevos “modelos”. Hay que escucharlos.
Es complicado decir si esta película es literalmente excelente. Pero si se hicieran más filmes de este tipo, el mundo sería un lugar mejor. Es que es tremenda. La muerte está presenta constantemente en esta historia. Pero también mucha vida. Es difícil sobrellevarla, porque es triste y lo que muestra le puede pasar a cualquiera. Es fácil de tolerar porque es luminosa, espontánea y hasta divertida. Un consejo para el espectador podría ser: vaya a verla, va a sufrir, pero se va a sentir mejor. Hazel, una jovencita con cáncer en los pulmones, cuenta su experiencia como si se tratara de un diario íntimo. Vivir casi confinada en su casa, probar medicamentos como un conejo de Indias, superar cada tanto una hospitalización y agradecer al cielo por tener unos padres amorosos y dedicados exclusivamente a ella. Al fin y al cabo, lo único que tiene es su rutina. De la que ni siquiera el mundo tal y como es hoy, poblado con la tecnología de teléfonos, ordenadores, videojuegos y vehículos de alta gama, puede rescatarla. "Bajo la misma estrella": Lágrimas garantizadas Una día, su mamá, Frannie empieza a convencer a Hazel de que sería bueno sumarse a un grupo de ayuda para enfermos como ella. Hazel acepta ir, aunque montada en el mismo escepticismo que la existencia le ha hecho sentir, y que cada tanto la hace ver al mundo como algo ridículo, al borde del humor negro. Un sentimiento parecido al que cargaba la jovencita embarazada que quería una adopción compartida en La joven vida de Juno. Vaya uno a saber cómo son las emociones que manejan los que pueden ver de cerca la frontera de sus vidas. Hazel conoce en el grupo a un muchacho que le encanta. Y se enamoran. Impresionante encuentro de dos sentimientos tan poderosos, la muerte y el amor, que en esos dos jovencitos disparan las ganas de vivir, unas ganas furiosas de vivir. Bajo la misma estrella tiene esa simpleza única que ayuda a llegar un poco más lejos en el conocimiento de nuestro infinito ser. Es lúcida. Hace muchas preguntas, quizá demasiadas, pero también responde más que otras películas. Al fin y al cabo, como dice un director francés sin idealizar, el cine nos entrena para soportar algunas emociones que después llegan en la vida real. Una obra valiente que probablemente tenga como destino la circulación en una franja muy reducida de personas: enfermos, parientes, médicos, psicólogos, estudiantes. Ojalá que no. En Estados Unidos no sucedió. A pesar de su frontalidad, ya la vieron decenas de miles de espectadores.
Bajo el imperio de la lágrima A pesar de que un milagro médico ha conseguido reducir su tumor y prolongar su vida, Hazel nunca ha dejado de considerarse una enferma terminal. Pero cuando conoce a Gus Waters, también enfermo, Hazel empieza un nuevo capítulo en su vida. Decididos a vivir lo mejor posible el poco tiempo que les queda, ambos inician un viaje que los llevará hasta Amsterdam. El hecho que una historia sea previsible no significa que no pueda ser conmovedora. Y, en el caso de “Bajo la misma estrella”, esa premisa se cumple a rajatabla: a pocos minutos del comienzo ya se establece el drama con toda su contundencia. Considerada la “Love Story” del siglo XXI, esta película basada en la exitosa novela homónima de John Green es, sin rigor, un viaje por las emociones humanas, que lleva al espectador a cuestionarse acerca de la vida, la muerte y los pequeños instantes que existen en medio. Aunque el planteamiento resulta atractivo al saber que se trata de dos jóvenes enfermos de cáncer que se enamoran y disfrutan al máximo los momentos que tienen juntos antes de que la muerte llegue, la historia cae por momentos en la cursilería más profana. Si no fuera por la sólida actuación de la joven Shailene Woodley (a quien ya vimos en “Divergente”) los 125 minutos que duran el metraje se convertirían en una tortuosa sesión de terapia y lágrimas. Pero el talento de esta reveladora artista rescata al filme del naufragio. La química entre ambos protagonistas (Woodley es acompañada por Ansel Elgort), matizada con humor y diálogos inteligentes, ilumina por momentos la pantalla y colabora para que las lágrimas se vuelvan una consecuencia lógica del drama y no un manoseo burdo de los sentimientos. Y se entiende que sea así, porque el texto original está escrito para el público adolescente. Así que a la hora de ir al cine y decidirse por esta película, el espectador tiene que ir preparado para ver una historia de amor que, al estar acompañada por el tema del cáncer y la muerte inexorable, tendrá sus momentos de dolor profundo y también de compasión insondable. Uno de los aciertos de la novela de Green, que el filme respeta casi con rigurosidad religiosa, es que no se centra en la decadencia y brutalidad que puede provocar el cáncer, sino en la lucha contra la muerte y en la habilidad para sobrevivir a las grandes pérdidas. Y esa es una verdad que roza a todos, no sólo a los adolescentes.
El segundo film del realizador Josh Boone (“Un Lugar para el Amor”) es la adaptación cinematográfica de la novela best-seller teen “Bajo la Misma Estrella”, escrita por John Green y publicada no hace mucho tiempo, en el año 2012. Los encargados de interpretar a los personajes que conforman la destacada dupla protagónica son Shailene Woodley y Ansel Elgort, quienes justamente hicieron de hermanos en la reciente “Divergente”. En esta ocasión, ambos interpretan a Hazel y Augustus, dos adolescentes que se conocen en un grupo de apoyo para pacientes oncológicos; se hacen amigos y obviamente se enamoran profundamente. Ella, padece un cáncer de tiroides que se extendió a los pulmones (motivo por el cual vive conectada a una cánula nasal y lleva a todos lados su tanque de oxígeno), pero ha logrado sobrevivir hasta el momento gracias a que participa de distintas pruebas de una droga experimental que hizo efecto en ella. Él, por su parte, se encuentra en remisión de un Osteosarcoma que lo llevó a perder su pierna derecha. Si bien Hazel se resitía al pedido de sus padres (a cargo de Laura Dern y Sam Trammell) de asistir a este grupo para que pueda expresar lo que realmente siente y salir de la rutina de chequeos, estar en el sofá mirando TV e ingerir pastillas de todo tipo, el conocer a Gus le cambia la vida, esa misma que tiene los días contados. Ambos tienen ideas muy distintas acerca de lo que debe ser una vida bien vivida, así como contrastantes visiones del mundo, pero el amor que se profesan y un libro, el favorito de ella -titulado “Un Dolor Imperial”-, hace que se unan. Charlas, llamadas telefónicas, mensajes de texto, reflexiones profundas, comentarios filosos, bromas (aunque Gus se toma con mucho sentido del humor su pierna ortopédica, le preocupa seriamente el olvido) y un viaje a Ámsterdam para conocer al autor del libro, Peter Van Houten (Willem Dafoe), hacen que todo lo que se cuestiona Hazel sobre esta vida que nunca quiso (y que nadie quiere) pero que le tocó, tengan respuesta en Gus y en el amor que siente por él. Si hay algo que no esperaba de esta producción (debo decir que sólo esperaba un cliché tras otro sobre un tema tan tabú como éste) era un balance tan adecuado entre las situaciones de drama que provocan lágrimas (a llevar pañuelo a la sala) y las otras que incluyen diálogos y comentarios que te hacen reír a lo largo de esta experiencia que viven estos dos jóvenes y que ella la define como “un pequeño infinito; una eternidad dentro de sus días contados”. Aunque la enfermedad la llevan consigo y, como dice la premisa del libro de Hazel -”el dolor debe ser sentido”- ésta no los define ni condiciona y ambos se permiten también sentir la felicidad en su historia de amor adolescente, que está muy lejos de ser inmadura y efímera. “Bajo la Misma Estrella” (excelente química entre Shailene Woodley, una gran actriz que ya nos demostró su talento en “Los Descendientes”, y su compañero Ansel Elgort), nos enseña que todo es pasajero, que nada está garantizado, y que sin importar cuán corta o larga sea tu vida, son los pequeños momentos los que más importan. Es distinta, amena, emotiva, triste, fuerte y a la vez esperanzadora; y aunque sabemos que la muerte llamará a su puerta en cualquier momento, el golpe bajo, que abunda bastante en muchas películas, aquí se deja de lado para volcarse a transmitir una búsqueda profunda del sentido de la vida.
Cuesta abajo en su rodada Si de algo no podemos acusar a Bajo la misma estrella es de deshonestidad -no al menos en el principio-. La película de Josh Boone -adaptación de una exitosa novela de John Green- es bien clara desde un comienzo: los protagonistas están enfermos y al borde de la muerte, no es que la muerte viene a sorprendernos en medio del romance adolescente. Es decir: tómalo o déjalo. Desde ese lugar, Bajo la misma estrella es una película correcta, que funciona en sus propios términos y que hasta es bastante pragmática con lo suyo: no da demasiados rodeos con la enfermedad, la exhibe con sencillez y hasta la deja de lado para construir lo mejor que tiene en sí la historia, un romance adolescente, juvenil, sobrecargado de datos trágicos pero que por un rato largo nos hace creer aquello que su protagonista dice en un comienzo sobre no edulcorar los hechos como hacen las películas de Hollywood. El problema es, claro que sí, que llegado el momento cae en todos los lugares comunes más berretas, abusa del golpe bajo para la platea y es ahí donde traiciona su premisa, convirtiéndose en un drama convencional y exacerbado en sus resabios románticos. La primera parte del film es un relato romántico simple, pero efectivo, y un poco trágico -aunque contenido- por el hecho de las enfermedades que acarrean ambos amantes. El director saca a relucir oficio de retratista de melodramas, y la película se sostiene también porque encuentra en Shailene Woodley y Ansel Elgort una pareja única, de una química sustanciosa y espesa: por un rato largo nos hacen creer sus personajes, jóvenes inexpertos emocionalmente que construyen estereotipos -la cínica ella, el positivo él- para la subsistencia. A estos dos sumémosle a la siempre digna Laura Dern, como una madre creíble y carismática. Bajo la misma estrella, en este segmento, se muestra como una refinada apuesta de Hollywood por recuperar a un público adolescente ganado por las sagas fantásticas o románticas bochornosas a lo Crepúsculo. Hasta ahí, el film tenía su cuota cursi, pero también una bien ganada mirada desestructurada sobre la muerte y sobre cómo el ser humano se enfrenta a esa situación límite. Lo que viene después -después de esto y de cierto viaje a Amsterdam que emprenden los amantes- está mucho más cerca de los prejuicios que uno tenía antes de entrar al cine. Bajo la misma estrella se desbarranca en una sucesión de secuencias a cuál más morbo, y más apuntalada para ganarse al público a puro moco tendido. El problema en sí no es ese, sino que durante su primera parte la jugó de otra cosa. Y, tal vez, como aceptando que el paciente (el público) se le iba, terminó apostando a una coda repetitiva en despedidas, llantos, cursilerías, romanticismo chantún, frases motivacionales, tragedias -ahora sí- sacadas de la galera, y giros inverosímiles en personajes que vuelven cuando nadie los esperaba. Eso sí: dos cosas son claras en Bajo la misma estrella. Uno, que la película va a la caza del público que dejó vacante Crepúsculo, y lo hace con efectividad, más allá de lo que eso signifique. Dos, que Woodley es un talento gigantesco y simple, alejada del concepto de estrella, y que luce en el drama con una soltura apabullante (no así en la acción de Divergente). Ella, al fin de cuentas, termina sosteniendo una película que se desbarranca por su propia falta de consistencia para mantener su apuesta inicial.
La primera escena de BAJO LA MISMA ESTRELLA tiene a su protagonista, Hazel, contando mediante su voz en off que lo que vamos a ver no es una historia “edulcorada en la que las cosas se arreglan con una canción de Peter Gabriel” sino una historia real, ya que “esa versión no es la verdad”. Lo curioso del filme es que, irónicamente o no, termina siendo bastante similar a esas películas en las que todo “se arregla” con una canción (tal vez no de Peter Gabriel, pero sí de Ed Sheeran o Ray LaMontagne). Eso, que podría ser un problema, no necesariamente lo es. Tal vez esas películas no están tan mal, ya que uno jamás las confundió con “la verdad”. Y tal vez, lo que pasa aquí y lo que le sucede a la propia Hazel, tampoco tenga demasiado que ver con la realidad. El viaje de Hazel es ese viaje tan caro al cine de Hollywood, el que va del cinismo y la desesperanza al redescubrimiento de “lo humano” y aquello de “apreciar los momentos”. En el caso de ella es la máxima lección posible que puede aprender, ya que tiene un cáncer lo suficientemente avanzado como para saber que le quedan, como mucho, algunos años de vida. Interpretada por Shailene Woodley (la joven actriz de LOS DESCENDIENTES, DIVERGENTE y, en especial, de THE SPECTACULAR NOW, para muchos la nueva revelación post Jennifer Lawrence), Hazel es bastante despierta y ácida, una chica que carga con un respirador por la vida, pero a quien las circunstancias han hecho fuerte y desconfiada de cualquier intento de sentimentalismo, en especial en lo relacionado con su enfermedad. The Fault In Our StarsEn uno de esos grupos de autoayuda a los que va obligada por su madre (Laura Dern) termina conociendo a Augustus (Ansel Elgort, que encarna a su hermano en DIVERGENTE), un chico que ha superado un cáncer reciente en su pierna y que está allí acompañando a un amigo más enfermo. Augustus es muy diferente a ella, tiene una actitud positiva respecto a la vida y a sí mismo, pero la suficiente inteligencia para saber ayudar a su nueva amiga. Pronto se enamoran y de eso –y de los evidentes placeres y complicaciones de esa relación– tratará la película. La novela de John Green ha sido un éxito comercial impresionante dentro del cada vez más popular género de literatura para adolescentes y se entiende porqué. Se trata de una historia de amor que se hace fuerte a partir del carisma y la actitud de sus protagonistas y de esta idea de que las relaciones amorosas pueden ser muy intensas y cambiarte la vida más allá de su duración. Pese a lo que también dice Hazel al principio del filme, BAJO LA MISMA ESTRELLA sí funciona como una película “lección de vida” en la que la enfermedad de una persona cambia a otra, sólo que no de la manera esperada. fault-in-our-starsEl filme de Josh Boone (UN LUGAR PARA EL AMOR) tiene una larga subtrama relacionada a un viaje a Amsterdam que Hazel quiere hacer para conocer al autor de su novela favorita, un escritor ermitaño que escribió sin sentimentalismos sobre el cáncer. En ese viaje conocerán al escritor en cuestión (para preguntarle qué pasa con los personajes después del final de la novela, algo que fastidiaría al 90% de los escritores), cenarán, visitarán la casa de Anna Fran y apreciarán las bellezas de la ciudad en un segmento que bien podría estar auspiciado por la municipalidad de la capital holandesa. Romántico, sí. Tapado de clichés, más aún. De todos modos, hay algo en esa conexión emocional entre ambos (y con Anne Frank como metáfora de aquello breve que puede ser bello antes del fin) que funciona y que le da a la película un sostén que no necesariamente tendría de otro modo. Woodley, especialmente, es una actriz tan natural, tan fresca y desafectada, que todo lo que le pasa a su personaje parece pasarle a ella, sin “técnica” en la cual ocultarse. Eso, que puede ser una técnica como cualquier otra pero una que la chica maneja muy bien, hace que el espectador se conecte con las idas y vueltas de la vida de Hazel. Y así como el filme puede ser más difícil que la novela en el sentido de que el espectador debe visualizar las complicaciones de la enfermedad también es más “accesible” al tener un rostro y una actriz con la cual poderse identificar. thefault2BAJO LA MISMA ESTRELLA es una película correcta en su factura pero menor en sus logros, con algunos momentos inspirados y otros fallidos. Le juega a favor su tono casi de comedia romántica adolescente que se sostiene durante buena parte del relato, ya que relaja la dureza de muchas de las situaciones que los personajes (y el espectador) deben atravesar. En la última parte del relato, cuando las cosas se ponen más intensas, complicadas y bravas emocionalmente hablando, queda claro que Boone no tiene mucha idea de qué hacer y se entrega por completo a su protagonista. Hace bien. Ella resuelve los problemas que nadie sabe bien cómo resolver.
Ante tanto dolor el amor lo puede todo. No es la primera vez que en el cine se toca el tema del cáncer en adolescentes, ya lo vimos en: "Love Story" (1970) de Arthur Hiller; "Planta 4ª" de Antonio Mercero; “Maktub”, 2011 (en Latinoamérica, “Cambio de Planes”) Escrita y dirigida por Paco Arango protagonizada por Diego Peretti, Aitana Sánchez Gijón, Goya Toledo, Andoni Hernández; entre otras. Esta nueva historia se encuentra basada en la novela del mismo nombre escrita por John Green (se recomienda leer el libro), dirigida por Josh Boone, con guion de Scott Neustadter y Michael H. Weber. Narra los días que pasan dos adolescentes, ella es Hazel Grace Lancaster (Shailene Woodley, “Los descendientes”) quien sufre un cáncer de tiroides fase IV que se ha expandido a sus pulmones, sus padres notan que ella comienza a deprimirse, entonces deciden que concurra a un grupo de apoyo, allí comienza a vincularse con otros jóvenes. Quien se acerca a ella es Gus Waters (Ansel Elgort "Carrie") un ser encantador, simpático, positivo y que está viviendo con una pierna ortopédica y juntos comienza a vivir momentos celestiales. A medida que se va desarrollando la historia, se va tejiendo un conmovedor romance entre estos dos adolescentes, ellos enfrentan el cáncer con fortaleza e ironía, hablan de todo lo que te hace esa enfermedad pero con toques de humor y frases románticas. Esta pareja de enamorados se enfrenta a sus realidades, y lo resuelven con madurez. Por su lado los padres de ambos los apoyan constantemente tratando de hacer más entretenidas sus vidas. Hasta aceptan que emprendan un viaje a Amsterdam, donde Hazel espera conocer a un famoso escritor, en todo ese trayecto debe acarrear su mochila que le provee el oxígeno que necesitan sus pulmones y quien también se encuentra junto a ella en todo ese itinerario es Gus. Además en un marco más pasional y tierno descubrirán el primer amor. La trama es un drama romántico, está bien manejada pese a que el tema es bastante triste, logra conquistar al público joven y sensible, arrancando algún suspiro de aquellos jóvenes sentimentales y sin ninguna duda es una cinta sencilla dirigida al público adolescente. La actriz Shailene Woodley despliega todo su carisma, su interpretación es sólida y contundente, aquí se la ve con pelo corto, unos ductos para respirar incrustados en su nariz y trasmite sus experiencias .Por el lado de Ansel Elgort vemosun personaje querible, un galán que dejará un legado antes de morir. Otros de los actores que se lucen son: Willem Dafoe, Laura Dern, Sam Trammell, entre otros.
LA HORA DE LOS PAÑUELOS Historia triste de dos adolescentes con cáncer que se conocen y se enamoran. Es una versión renovada de “Love Story”, aunque de menor altura. Tiene a su favor la encantadora actuación de una cálida Shailene Woodley y la buena idea de achicar hasta donde se pueda la presencia tan próxima de la muerte. Pero, por más matices que se busquen, por más simpatía que le ponga a sus personaje, el film acaba resultando un inevitable desfile de falsas ilusiones y sufrimientos. No tiene muchos golpes bajos, pero la música pegajosa, las sesiones médicas, algunos clises (la escena en la casa de Ana Frank) subrayan la condición de novios sentenciados. Está inspirada en el best seller de John Green, es un éxito de boleterías y al menos le propone a los adolescentes que por un rato abandonen los filmes de magos, dibujitos y terrores para poder asomarse aunque sea de manera edulcorada al dolor de los que sufren. La primera parte está bien resuelta. No se cargan las tintas, es diáfana y la enfermedad está ahí, pero no ocupa toda la pantalla. Pero de a poco el dolor avanza y el final es directamente demoledor. Resignación, pena, preguntas y algunas frases desgarrantes (“hay algo peor que tener cáncer: tener un hijo con cáncer”) completan el arco emotivo de un film romántico y sufrido.
Las películas sobre enfermos terminales tienen aristas muy definidas cuando se habla de los ejes del conflicto. Tres vértices principales sobre los cuales se apoya el drama: primero, la discriminación, indiferencia y cómo el entorno social y familiar toma la situación; segundo, la burocracia del sistema de de salud y/o la ausencia del estado como factor de contención; tercero, la propia forma de tomar las cosas por parte de quien padece la enfermedad, lo cual supone una gran oportunidad para hacer crecer a un personaje. Sea el SIDA como en la extraordinaria “Philadelphia” (1993), una enfermedad desconocida como en “Un milagro para Lorenzo” (1992), o elefantiasis como en “Máscara” (1985), el espectador deberá convivir con “eso” invitándolo casi por carácter impuesto a ponerse en el lugar de quien padece. Llorar se llora pero cómo se llega a eso marca la diferencia entre “50/50” (2013) o “Eternamente amigas” (1991) entre los miles de ejemplos posibles. Claro, según como sea el abordaje de la temática estaremos frente a un dramón lacrimógeno, a veces con golpes muy bajos a la sensibilidad, otras con salidas más pensadas y elaboradas), o frente a una obra muy parecida a una comedia que intenta llegar, a través del humor y la emoción, no sólo al corazón de la platea sino a un gran nivel de profundidad del tema. “Bajo la misma estrella” (pésima elección respecto del título original) transita por esta última opción, adosándole los elementos clásicos del romance. Hazel (Shailene Woodley) tiene cáncer de pulmón, lo cual la obliga a ir de acá para allá con un respirador artificial. No tiene muchas esperanzas pese al intento denodado de sus padres de encontrar actividades que la hagan abrazarse al lado luminoso de la vida, evitando que la depresión de su hija pese a la propia. Asiste a un grupo de autoayuda en el cual conoce a Gus (Ansel Elgort), quién perdió la pierna por otra variante de la misma enfermedad. Desde el vamos, entonces, la protagonista nos avisa que no estamos frente a “una de esas de Hollywood en las que al final todo se arregla”, y luego agrega: “A mi me gustan más ese tipo de historias, sólo que no son verdad”. Si me permite yo voy a agregar: vaya al cine con un kilo de carilinas. Hazel y Gus parecen la antítesis del otro respecto de cómo tomar su condición. Gus ha decidido que quiere trascender, llegar a ser, o hacer algo importante, que cambie la vida de la gente; Hazel está absolutamente resignada. Se tiran dardos en la reunión… Ni pregunte. Se gustan mucho. Muchísimo. Allí está el segundo acierto del director Josh Boone de la correcta “Un lugar para el amor” (2012), estrenada el año pasado, lograr en el espectador en pocos minutos, un nivel de compromiso con la historia desde el punto de vista de Hazle, para luego contraponer un altísimo grado de optimismo en el personaje de Gus. Sobre él descansa el peso de casi toda sonrisa posible a lo largo de la obra. Desde el vamos, el primer acierto es la elección de la pareja protagónica (venían de hacer “Divergente” , 2014). Shailene Woodley y Ansel Elgort le otorgan a sus personajes frescura, personalidad y determinación. Funcionan en cada fotograma como un ejemplo cabal de química escénica sosteniendo cada escena con tanto talento que sobrellevan varios pasajes muy cercanos al melodrama. Es por estos personajes (muy bien concebidos y descriptos en la novela de John Green) que el espectador vibra y siente su propia construcción de la historia. El realizador apela siempre a la sensibilidad, pero no por acciones de la historia sino por la omisión del golpe, bajo aunque haya escenas que subrayan la lágrima. El resto del elenco cumple con creces (tal vez Willem Dafoe está un poco sobreactuado), y así la historia de amor se hace creíble y llevadera. Una suerte de “Amor eterno” (1981) moderna y varios etcéteras, “Bajo la misma estrella” camina con música acorde a esta época, diálogos sueltos y ocurrentes, y un desenlace que se corresponde con el mensaje final. No pasará desapercibida en los próximos premios de la academia pero, sobre todo, hay una generación que tendrá motivos para recordarla mucho tiempo. No estamos frente a una obra maestra, claro está, sino ante una producción que tiene las características necesarias para convertirse en un referente a la hora de recordar las películas de la segunda década del siglo XXI. Si quiere llorar, llore.
Las sagas juveniles tomaron fuerza desde el estreno de Harry Potter. Cierto es que este tipo de sagas ya existía desde antes, y aunque en papel tenían cierta fuerza, en el cine fue la saga del mago que disparó las ventas de estos libros y, con ello, sus adaptaciones. Un tema recurrente en este tipo de historias es el romance. A la manera tradicional o entre seres divinos (estos últimos los más solicitados por la juventud fantástica). Pero de una u otra manera no puede faltar el amor imposible entre la chica soñadora y el chico imposible. Sin embargo, bajo La Misma Estrella sigue la receta tradicional: un chico y una chica completamente normales, con problemas cotidianos que se enamoran. Esta vez con un complemento: tienen cáncer. Una película de cáncer que se me viene a la mente de inmediato por su excelente manufactura, es 50/50, con Joseph Gordon Levitt y Seth Rogen, que explora el cáncer desde el punto de vista de dos amigos adultos. Ahora, una chica de 17 años que ha vivido toda su vida con cáncer, Hazel Grace (una maravillosa Shailene Woodley), y un chico curado de la misma enfermedad, Augustus Waters (Ansel Englert), quienes viven una aventura especial, teniendo como fondo su vida común con amigos comunes y sus diferentes derivaciones de cáncer. Y honestamente, si no lloran, fracasaron como mujeres. Si son hombres, pues quizá no les pegue tanto. Aunque el final se ve predecible (el cáncer es una enfermedad mortal), lo importante de todo esto es la forma en la que se cuenta la historia. Lo natural. Lo romántico sin caer en lo empalagoso. Lo dulce, lo duro de las relaciones y al mismo tiempo, lo duro y lo cruel que puede ser la vida. Y si los que han leído el libro se asustan, puedo decirles que es una de las adaptaciones más fieles que he visto en mucho tiempo. Para ver en pareja (o en un día lluvioso y triste).
De instantes eternos y lágrimas adolescentes. “Creo que tenemos una elección en este mundo sobre cómo contar historias tristes. Por un lado, podríamos endulzarlo, donde nada está demasiado mal como para no poder solucionarse con una canción de Peter Gabriel. Me gusta tanto esa versión como a cualquier otra chica. Es que no es la verdad. Esta es la verdad”. En el inicio de un largo viaje al sentimiento de los pequeños infinitos, Hazel Lancaster (Shailene Woodley) se apura a decirnos que su historia no es como las otras. Y, en varias formas, lo es y no lo es. Esa es la cruz que se carga encima Bajo La Misma Estrella (The Fault In Our Stars, 2014), donde su lucha entre la entrada a las convenciones de la temática juvenil y la salida a la peculiaridad con un tema real es la pieza central de esta adaptación de la novela best seller homónima de John Green. Pero volvamos a Hazel, y su relato de vida que, por el arranque de la película, es resumido en tres palabras, tan simples de pronunciar como de estigmatizar: ella tiene cáncer. Presentándose con su respirador como una parte más de su cuerpo, ella trata de convivir con el hecho de que no le queda mucho; incluso le dicen que tiene suerte de llegar a la adolescencia, como resultado de un exitoso (pero no milagroso) tratamiento experimental que mantiene sus pulmones. No extraña, entonces, que su personalidad sea tan cerrada y antisocial. Pero cuando su familia la obliga a reunirse con un grupo de apoyo, las obligatorias lecciones de moralina y dehumanizaciones accidentales la llevan a conocer a Gus (Ansel Elgort), un compañero de enfermedad con una constante sonrisa y un arsenal de observaciones cargados para cada ocasión. A pesar de ser un ex-atleta que perdió una pierna debido al osteosarcoma, el carismático muchacho no tarda en entrar en su mente, tirando lecciones a cada costado (por ejemplo, siempre lleva una “metáfora” algo pretenciosa de usar un paquete de cigarrillo encima para estar en poder del objeto asesino) y enseñándole como la vida puede disfrutarse y definirse más allá de sus aflicciones. okay Con ese planteo, el director Josh Boone (Un Lugar Para El Amor) lanza la base que sostiene toda la película: el dúo de Woodley y Elgort. Habiendo aparecido hace pocos meses como hermanos en la película Divergente, la pareja es la química que establece el tono con el cual se va a tratar un tema tan delicado, con el inevitable drama de la situación del cáncer siendo desviado por el encanto de sus estrellas y una sinceridad en el deseo de ver a las personas detrás de la enfermedad. Fue la decisión indicada llamar a Woodley, quien ahora amenaza con tomar la corona sostenida por Jennifer Lawrence sobre el imperio young adult, para traer la impronta. Como Hazel, la actriz de Los Descendientes y The Spectacular Now muestra su gran valor al capturar la inseguridad detrás de alguien que pone un muro entre sí y su mundo, queriendo evitar el menor daño posible, pero arruinando su poca perspectiva; hecho visto también con una bien manejada subtrama con sus padres, interpretados por Laura Dern y Sam Trammell. La sorpresa viene por parte de Elgort, quien impone a su Augustus Waters con el soporte de un carisma innato, de esos que hace pensar en las demencias que genera en las mentes de las chicas en las salas. Pero, crease o no, ahí también yace el problema, ya que Gus es tan vivaz y perfecto para ella (en esa forma que se acerca con gusto a la fórmula) que nos hace pensar bastante en modelos vistos antes, personajes como, digamos, Lloyd Dobler. ¿Quién? El que arreglaba todo con un tema de Peter Gabriel, simplemente. Es ahí donde se nota la ruptura entre la intención y la ejecución (algo que se nota al recordar como, hace un par de años, 50/50 logró el mismo cometido con mucha más facilidad). Después de todo, la estructura del film no se distancia de las tantas otras películas indies de la última década sobre “chico/a melancólico que conoce a una persona energética, alegre y peculiar que le enseña a vivir”: la dirección limpia y seca mediante digital de Boone, el soundtrack repleto de artistas emergentes de los últimos seis meses, y una catarata de comentarios astutos para chicos precoces que parecen salidos de la mente de un revivido John Hughes. Es algo peligroso de repetir pero que logra sostenerse, excepto por una cosa: la insistencia en el realismo de la situación. Cuesta cada vez más sostener la conexión con la cercanía cuando, de repente, nos vamos a Amsterdam para conocer a un autor y dar una serie de citas soñadas, experiencias que son puntuadas por una particular visita de Hazel y Gus a la casa de Ana Frank. Sí, esa Ana Frank. Cuando uno mezcla una comparación con una figura histórica real que sufrió distintas y diversas penas con un pasaje repleto de clichés hollywoodenses y aún busca cierto naturalismo, la mayoría de las chances indica que no sabe donde ir. Bajo-la-Misma-Estrella Y aún así, Bajo La Misma Estrella funciona porque está consciente del poder de su elenco, y de una visión de la tragedia que, si bien no evita ciertos golpes bajos, sabe cuando darlos. Vale la pena sufrir un poco por este resultado.
Publicada en la edición digital #263 de la revista.
El amor en tiempos de cáncer "The fault in our stars" es una película romántica con toques de adolescencia y modernidad que la hace parecer más copada de lo que realmente es. ¡Ojo! Con esto no estoy diciendo que sea mala, pero tampoco es la gran historia de amor del año. No apela a los golpes bajos como la mayoría de los films en los que uno de los dos protagonistas está muriendo de alguna enfermedad terminal, esto es algo para resaltar, pero más allá de esto y algunos elementos interesantes del guión, no es ni tan profunda ni tan trascendente como he leído por ahí. Por momentos se esfuerza demasiado y queda un tanto forzada. Para situarse un poco en contexto, la historia trata sobre Hazel Grace (Shailene Woodley) y Gus (Ansel Elgort), dos lindos e inteligentes jóvenes con enfermedades terminales, que por esas casualidades benevolentes de la vida, se conocen y entablan una relación amorosa de esas que todas las chicas envidiarían. Cuando comienza la película nuestra protagonista femenina nos habla con ironía sobre las historias edulcoradas que Hollywood suele presentar como realidades de la relaciones amorosas actuales y nos dice que la suya no será así. Bueno... esto en realidad se da en algunos puntos, pero en otros termina cayendo en el almíbar más potente que se puede encontrar en el género de los dramas/comedias románticas. Un ejemplo de esto es la escena del velorio en vida. Algunos puntos a resaltar son la buena química y la empatía que generan ambos protagonistas con el público. Son medios freakis, nerds, inteligentes, lindos, cercanos y poco estirados, lo que genera que al espectador le caigan muy bien. Esto es importante, porque si vamos a ver un entretenimiento en el que a la pareja principal le va a pasar muchas cosas, algunas de ellas tristes, es necesario que nos sintamos comprometidos con lo que están viviendo, de otra manera sería un fracaso. Otro elemento bueno es la forma de abordar la temática de la muerte inminente de un enfermo terminal. El director Josh Boone ("Stuck in love") mantiene los golpes bajos al mínimo y dota de buena comedia a situaciones sobre las que no estamos acostumbrados a reírnos. Esto está muy bien porque desestructura y permite ver algo fuera de los clichés, aunque en algunos momentos cae en algunos de ellos. Personalmente la disfruté pero no me pareció la gran cosa, ya que por momentos se jacta de ser distinta a las demás historias del tipo pero termina teniendo algunos elementos de ellas, disfrazados, pero ahí están. Los más románticos seguro le perdonarán estas falencias y la disfrutarán mucho más.
El amor en los tiempos del cáncer "¡La culpa, querido Brutus, no es de nuestras estrellas, sino de nosotros mismos que consentimos en ser inferiores!", proclama Julio César en la célebre obra shakespeariana, frase que le cedió su nombre a Bajo la Misma Estrella (The Fault in Our Stars, en inglés), un film adaptado para la pantalla grande de la homónima novela de John Green. La película presenta a Hazel (Shailene Woodley), una adolescente con cáncer terminal a la que le gustaría tener una vida común, pero que se resignó a su trágico destino y a concentrarse en el presente. Y en un grupo de autoayuda a la que obliga a ir su madre (la magnífica Laura Dern) conoce a Augustus Waters (Ansel Elgort), lo que llevará a una épica y breve historia de amor, que los hará cruzar el océano y llegar a Ámsterdam para conocer al escritor preferido de Hazel, Van Houten (Willem Dafoe). Cuando salió a la venta el libro de Green, fue un éxito inmediato. El fanatismo de adolescentes de todo el mundo –y de adultos también- hizo que el proyecto cinematográfico sea uno de los estrenos más esperados del año, y Bajo la Misma Estrella ya está rompiendo taquillas en todo el globo, una tendencia que probablemente se vuelva a repetir en Argentina. Y no sin motivos. Puede acusarse a este film de romántico sin escrúpulos y meloso hasta el hartazgo, pero se le hará muy difícil contener las lágrimas hasta al más cínico de los espectadores. Con un guion extremadamente fiel a la obra original a cargo de Scott Neustadter y Michael H. Weber –de 500 Días con Ella y Aquí y Ahora- y con la dirección del novato Josh Boone –que debutó en el 2012 con Stuck in Love- la película logra emocionar de manera muy obvia y tratando demasiado, pero lo logra en fin. Y en gran medida es el mérito de Shailene Woodley, la joven nueva promesa hollywoodense que viene acumulando excelentes proyectos desde Los Descendientes, hasta Aquí y Ahora y el primer film de la saga de Divergente. Su naturalidad y carisma conquistan sin esfuerzos a los más reticentes y la convierten en la perfecta estrella adolescente. "Algunos infinitos son más grandes que otros infinitos", se repite en varias instancias; en momentos de dolor y en momentos de rabia. Y resume el mensaje del film: tenemos los días contados, pero tenemos que explotar nuestras pequeñas vidas al máximo en el mínimo infinito en el que nos toca vivir.
Bajo la Misma Estrella es un filme correcto, calculado, efectivo, que está dirigido a un público adolescente, al cual llega; y que además suma a otro público mas adulto, al cual emociona también. Una película para ver con el corazón, no apta para cínicos; si uno cumple con esa consigna, es uno de los filmes más emotivos del año, que hace amar a sus personajes, y que no dejará seco el pañuelo de la audiencia, un filme que no aporta mucho a la historia del cine, pero que verdaderamente llega al corazón; para reir bastante, y para llorar también, y sobretodo para salir del cine lleno de vida. Escuchá la crítica radial completa en el reproductor debajo de la foto.