Broken City es una buena propuesta en el cine para poder disfrutar del vibrante duelo actoral entre Crowe y Wahlberg que bien hace valer la pena el costo de la entrada al cine. Los protagonistas de primera línea engalanan a esta historia que cumple con su principal cometido de entretener a pesar de que escasea de secuencias que hagan vibrar al espectador y ....
Oportunidades desperdiciadas… Hay algo morboso en el hecho de ver Broken City. La experiencia cinematográfica es equivalente a los bloopers que pasan en la televisión y que nos causan tanta gracia. Estos bloopers están siempre "construidos" del mismo modo: hay una pequeña introducción -que establece el espacio más que el tiempo- y a los pocos segundos la acción que desencadena la risa. Todos sabemos que alguien se va a caer o va a tratar de hacer un movimiento exitoso sólo en sus sueños. Lo más interesante de estos desprendimientos accidentales que ofrece la realidad es lo que transcurre entre la introducción y la caída o el golpe. El suspenso- si se quiere- hasta que ocurre el hecho...
El político vs. el detective "Tú me perteneces" le dice el Alcalde Mayor Hostetler (Russel Crowe) al detective Taggart (Mark Wahlberg), a quien contrata para investigar una infidelidad de su esposa (Catherine Zeta Jones). Eso es sólo parte de este thriller que combina ambiciones desmedidas y que coloca frente a frente a dos buenos intérpretes. Broken City muestra la punta del iceberg en medio de una trama que acumula asesinatos, mentiras, peleas por mantener el cargo político (el contrincante del alcalde es Jack Valliant encarnado por Barry Pepper) y oscuros manejos que se tejen a espaldas de los neoyorquinos. El relato muestra sobres con dinero y otro en la basura con información confidencial de una operación secreta que podría hacer peligrar la carrera del candidato. No es ésta una película de acción (si bien tiene una secuencia de persecuciones automovilístoca y otras con acción física) sino una historia que pone el acento en dos personajes que tienen un "as" bajo la manga para poder presionarse mutuamente. El resultado es bueno gracias a la composición de Crowe como el político de turno, de aspecto frío y calculador. Su presente con poder también condiciona el pasado del ex policía (una cinta grabada en VHS lo compromete) devenido en detective privado que aarastra las sombras del alcohol y también del crimen. El thriller sobre corrupción pólítica que mueve las fichas del gato y el ratón. Habrá que ver quién tiene más astucia para salir airoso del enfrentamiento.
De corruptos y pecadores Broken City (2013) es un atractivo thriller político que transcurre en épocas electorales. Pero no sólo de corrupción política va la cuestión, pues la trama policial que se desarrolla incluye también oficiales, funcionarios y toda una serie de personajes relacionados con la ley, que el poder y la ciudad corrompen. Cuando el policía Billy Tagart (Mark Wahlberg) es juzgado por asesinar a sangre fría a un violador, la opinión pública lo condena y sólo el alcalde de Nueva York (Russell Crowe) lo respalda y autoriza su libertad. Claro que deberá renunciar a su cargo y dedicarse al no muy feliz trabajo de fotografiar esposas infieles. Pasan los años y es llamado por el alcalde para saldar esa deuda: seguir a su esposa (Catherine Zeta Jones) que lo engaña. Lo que no sabe Billy es que es usado para una operación política clave en tiempos electorales. En medio del complot Billy deberá develar la verdad y enfrentarse a su pasado. Broken City trae lo mejor en su género: un guion bien construido (esto implica un buen manejo de la información que se le da al espectador para que nunca decaiga el interés del relato); interpretaciones convincentes con actores que puedan expresar la ambigüedad que sus personajes requieren; y la corrupción emergiendo de la ciudad como una paria que envuelve a sus ciudadanos en la oscuridad. Este clima claustrofóbico que plantea la ciudad viene del cine negro, al igual que ciertas temáticas afines que se suceden al margen de la ley, como es el caso del detective privado, el inspector de policía corrupto, la política sucia, la acción mafiosa para entorpecer la justicia, etc; temas que el guionista Brian Tucker utiliza para hablar de la falta de valores en la Nueva York actual. Ahí surge un último y fundamental factor: la toma de decisiones trascendentales por parte de personajes inmersos en un microcosmos individualista. La película dirigida por Allen Hughes y producida por el mismo Mark Wahlberg, logra captar así lo mejor del thriller político para trasmitir con simpleza y crudeza, una visión oscura acerca de la sociedad americana, siempre desde la acción y el suspenso pero sin perder jamás el eje de ambigüedad que tiñe el relato.
Los secretos del poder Broken City es el primer largometraje de Allen Hughes sin su hermano Albert, ambos fueron los realizadores de Desde el Infierno y El Libro de los Secretos, entre otras, y vendría a ser un thriller político que consigue esquivar con bastante cintura algunos clásicos clichés del género pero que lamentablemente posee algunas necias arbitrariedades que terminan por convertirlo en un film que desperdició la oportunidad de explotar al máximo todas sus virtudes. Con Mark Wahlberg y Russell Crowe como principales estrellas este film nos contará cómo el alcalde de Nueva York Mayor Hostetler contrata a Billy Taggart, un ex policía devenido en detective privado (que en el pasado recibió su ayuda para zafar de la cárcel por un caso de justicia por mano propia), para investigar un supuesto affaire entre su esposa y un misterioso hombre. A medida que Taggart avanza en su cometido una trama de mentiras, corrupción, asesinatos y roscas políticas comenzarán a desarrollarse y a meterlo en varios problemas. Broken City posee en su haber la intención de desmarcarse de los conocidos clichés que poseen los thrillers políticos. El film no presenta secretos golpes de timón, sorprendentes vueltas de rosca o apariciones extraordinarias de último momento de documentos, videos o archivos sin sustento narrativo. Desde su comienzo se tiran las cartas en la mesa, obviamente que no reparten todo el mazo, pero desde allí se promueve el tradicional juego del "gato y el ratón" sabiendo cuáles son las probabilidades y los ases bajo la manga que posee cada uno de los personajes principales. Sin dudas el no intento de Hostetler de incriminar a Taggart en los crímenes que van sucediendo en la cinta es un claro ejemplo de cómo Hughes no desvía la trama de los detalles brindados en sus primeros minutos con insulsos golpes de efecto. Lamentablemente las intenciones de Hughes en esquivar algunas falencias clásicas lo hacen caer en escenas carentes de sentido, que parecen haber sido escritas y desarrolladas por un director sin experiencia. Hay varios momentos claros que ejemplifican a la perfección ese desatino, aunque para no extenderme demasiado voy a comentarles el más importante. Se trata de toda la secuencia de persecución donde el personaje del cada vez más sólido Wahlberg recibe varios disparos en su auto, pero luego de un choque que lo deja inconsciente no es ultimado por su acechante. Viendo esa larga escena me surgieron algunas preguntas: ¿Un detective privado de experiencia en el campo y habilidad que investiga un caso que huele muy muy mal no se da cuenta que lo están siguiendo? Luego. ¿Por qué un asesino de comprobada puntería y frialdad, dispara a matar y después de un violento choque que deja inconsciente a su presa no lo mata y sólo le saca una evidencia que era carente de importancia? ¿O sea por qué lo quiso matar antes y cuando lo tuvo "a tiro" no lo hizo? Lamentablemente las respuestas no las encontrarán en Broken City y si bien Hughes no posee 30 películas, conserva en su filmografía más de 12 películas entre cortos, telefilms y largometrajes, algo que demuestra que los errores comentados no deberían haberle ocurrido. Broken City parece tener todo claro, aunque por momentos se enrede en su propio laberinto con escenas demasiado necias. Más allá de esto la primera película en soledad de Allen Hughes posee en su intento por alejarse de los clásicos clishés del género y en el desarrollo de la historia romántica/laboral entre Alona Tal y Wahlberg sus puntos más altos para salvarse de un regular resultado.
Corrupción en New York Con el título original de Broken City (Ciudad Rota) se nos presenta el primer trabajo en solitario del director Allen Hugues, quien anteriormente y siempre acompañado de su hermano Albert había filmado títulos tan exitosos como El libro de Eli, protagonizada por Denzel Washington o Desde el infierno, con Johnny Deep. Estamos ante un thriller político donde el alcalde de la ciudad de los rascacielos contrata a un antiguo policía, despedido por un turbio asunto y que ahora trabaja de detective por su cuenta, para que investigue a su mujer, ya que cree que ella disfruta de una aventura amorosa extramatrimonial. A medida que el investigador avance en sus pesquisas, se verá envuelto en una trama (la que da lugar al título del film) en la que nada ni nadie es lo que parece. De entrada lo más destacable de este film es su impresionante trío de protagonistas, y es que los nombres de Russell Crowe, Catherine Zeta Jones y Mark Whalberg ya constituyen una causa más que suficiente para pagar la entrada de cine sin chistar. Y lo cierto es que si la película se salva del naufragio total es gracias a ellos, ya que ponen todo su empeño y saber hacer en dotar de credibilidad a una historia que pierde fuelle a medida que avanza el metraje (quizás por la bisoñez de un guión, firmado por el debutante Brian Tucker, plagado de altibajos y lagunas argumentales). De los tres, el que sale mejor parado es sin duda el primero, metido en la piel de un alcalde con un currículum plagado de corruptelas y chanchullos varios que es capaz de vender a su propia abuela para salvar su sillón consistorial. Cuando Crowe aparece en escena, con su porte altivo y socarrón, las expectativas de que el listón narrativo va a subir son muy altas, aunque después por desgracia asistimos a una serie de despropósitos en forma de secuencias de difícil credibilidad que echan por tierra cualquier esperanza acumulada. Ni siquiera la presencia de algunos buenos secundarios que han toreado en mejores plazas, como puede ser el caso de Jeffrey Wright o Barry Pepper, dotan de enjundia a un conjunto cuyo principal defecto es el de propiciar unas expectativas en un primer tramo muy prometedoras para que luego quede todo en agua de borrajas. Y por si fuera poco, el realizador no es que esté precisamente afortunado en su puesta en escena ya que peca de ambicioso a la hora de querer mostrarnos una grandiosa épica de decadencia urbana y moral a través de unos estrepitosos movimientos de cámara más propios de un principiante que de alguien que ya tiene un bagaje en la industria. De todas formas, hay que poner en el haber de la propuesta una buena fotografía a cargo de Ben Seresin, acostumbrado a este tipo de producciones donde la intriga y la acción van unidas de la mano, como demostró en Una buena mujer o Imparable; y que aquí nos enseña una Nueva York sórdida y nocturna que por momentos evoca a aquéllos clásicos de cine negro de hace sesenta años. Poco bagaje para una producción que, desde luego, tenía los mejores mimbres para haber hecho un buen cesto, aunque el producto resultante diste mucho de ser una buena película y se convierta en un mero pasatiempo sin oficio, aunque seguro que con mucho beneficio de público.
La historia de dos ciudades protagonizada por Allen y Albert Hughes ha encontrado al primero de los hermanos como el ganador con el estreno de su Broken City, mientras el otro aún lamenta la demora indefinida en la producción de su proyecto, Motor City. Esto no significa necesariamente que con ella se haya anotado un triunfo, aunque sí suponga uno de los trabajos más aceptables de un realizador que alcanzó su pico 20 años atrás, cuando se presentó en el mundo del cine con Menace 2 Society. Hay que darle crédito, no obstante, por intentar abrazar el neo-noir -aunque se quede a mitad de camino-, un género prácticamente en desuso afectado por la carencia de originalidad de la industria. En su relato de una ciudad corrupta y un detective privado con problemas de alcoholismo, el director expone flagrantemente el motivo por el cual este tipo de películas se han dejado de hacer. Son pocas las veces que se puede estar en presencia de un trabajo que esquive con tanta gracia el cliché, para caer minutos después en los más anquilosados lugares comunes. El problema de una película como Broken City es la simpleza de una producción que quiere ser más grande, con un guión prefabricado que no desafía la inteligencia del espectador, sino que por momentos la subestima. Basta ver el armado en torno a una de las revelaciones finales, cuyo impacto sólo puede hacer mella en un protagonista que ignora la situación, pero de la que el público está consciente desde los primeros cinco minutos. Las coincidencias y las dudosas elecciones de los personajes tampoco ayudan a reforzar lo escrito por el debutante Brian Tucker, que necesita pedirle a quien vea que ignore tal o cual punto en pos del disfrute generalizado, lo que supone una pérdida porque, en definitiva, se trata de un producto entretenido en su totalidad. Mark Wahlberg entendió que la comedia es lo suyo y hace del humor uno de los puntos fuertes de su duro investigador. Años atrás, en ese nefasto 2008 de Max Payne y The Happening, a un personaje como este lo hubiera llevado al borde de lo ridículo, pero el oriundo de Boston ha madurado mucho con sus últimas películas y ya no le queda grande encabezar una película. Russell Crowe es quien ha optado por la hiperbolización personal en este punto de su carrera, con un villano de caricatura en clave Sid 6.7 –el malo de Virtuosity- que se suma al miserable grotesco de su Javert en lo último de Tom Hooper y a la parodia festiva de su Jack Knife en The Man with the Iron Fists. Broken City es, como su nombre indica, una película rota, destrozada por la crítica, desvencijada por sus propias limitaciones. El suspenso no es sencillo y el guión mediocre de Tucker lo hace evidente, sin embargo Wahlberg y en menor medida Hughes logran llevar a buen puerto una película que, por sus inconvenientes, debió haberse hundido. Es que en la búsqueda de un thriller de suspenso cuyo tronco argumental es básico, son las ramificaciones las que permiten que se destaque. Con algún volanteo de la trama justo antes del lugar común -lo que prueba que alguna de las balas disparadas no eran salvas-, lo que realmente eleva a la película es el efectivo humor de su protagonista, el debate político del villano con Barry Pepper, las intervenciones de este junto a Kyle Chandler y la momentánea lucidez para no caer por completo en el comentario social, lo último que hubiera necesitado un proyecto que, de ser en su totalidad como el horrendo plano final, hubiera sido un cero.
Algo huele muy mal en Nueva York “El cine negro es tan oscuro que en él no se ve casi nada”, parece decir el manual que habrán consultado los diseñadores de producción o el fotógrafo de Broken City, uno de esos policiales negros en los que el pescado se pudre desde la cabeza. Desde la cabeza política, se entiende. Lo cual a esta altura es tan común de ver en cine (“toda corrupción puede mostrarse, siempre que no sea la de nuestros sponsors”, reza otro manual, el de las grandes compañías cinematográficas) que da lo mismo: el espectador no va a salir dispuesto a tomar las calles porque el villano de una película sea un presidente, un ministro o, como en este caso, el mismísimo intendente de Nueva York. El pochoclo no se le atraviesa en la garganta a nadie por ver que un intendente manda a matar gente. Al contrario, ese elemento de perversidad puede funcionar como lubricante del tracto digestivo. Empastada de cocciones previas, en Broken City hay un ex policía llamado Billy Taggart, que carga con una culpa (Mark Wahlberg), un cliente llamado Nicholas Hostetler (Russell Crowe) que, ahora que el hombre trabaja de detective privado, lo manda a seguir a la esposa, que presuntamente le mete los cuernos (Catherine Zeta-Jones). Acá la cuestión empieza a embarrarse, porque el presunto amante de la señora (Kyle Chandler, que también aparece en Argo y La noche más oscura) resulta ser el jefe de campaña del principal opositor de Hostetler. Ah, sí, porque Hostetler es el intendente de Nueva York y todo tiene lugar durante la campaña eleccionaria. Hay también un jefe de policía al que Hostetler parece tener bajo su pulgar, aunque tal vez no resulte tan así (Jeffrey Wright, siempre agradable de ver), un gigantesco negociado inmobiliario –versión con ladrillos de la represa seca de Chinatown–, una relación gay entre políticos que no se sabe bien a cuento de qué viene y, lo más raro, una novia (la de Taggart) que además de latina (en una película de Hollywood tienen que estar representadas todas las razas y credos, ya se sabe) es actriz de cine indie. Profesión nueva si las hay, en el cine mainstream. La oscuridad fotográfica será excesiva (o excesivamente literal), pero no se puede negar que al menos le da una homogeneidad visual a Broken City. Homogeneidad ayudada por una narración sin altos ni bajos. Lo cual es una virtud o un defecto, según se lo mire: el espectador puede llegar a necesitar algún tiro, algún grito, alguna violencia que lo saquen un poco del sopor. Hasta el punto que se agradece el inusitado flequillo que luce el intendente Crowe, que le da a la película un toque de disparate, de locura, de bizarría. Griffin Dunne hace de millonario con mucho para ocultar y el director es Allen Hughes que, acompañado de su hermano Albert, estuvo al frente de una buena cantidad de películas sobrevaloradas, como Menace II Society, Dead Presidents y From Hell.
Intrigas de campaña Tarde o temprano, los favores del pasado se pagan. Eso es lo que no tiene en cuenta Billy Taggart (Mark Wahlberg) cuando acepta el trabajo que el alcalde de Nueva York, Hostetler (Russell Crowe) le ofrece: debe seguir a la mujer del político (Catherine Zeta-Jones) para descubrir con quién tiene un romance. O al menos eso es lo que le hacen creer a Taggart. Detrás de esa sospecha de infidelidad en realidad se esconde otra verdad, una muy peligrosa para salir a la luz en plena campaña por la reelección. "Broken City" es un thriller en el que se mezclan los crímenes y la política en la ciudad de Nueva York, con un prefacio un tanto extenso; en el que se ve por un lado algo que sucede siete años antes de que comience la acción propiamente dicha, y luego el seguimiento a la esposa. Hay algunas escenas de relleno, y al filme le cuesta arrancar. Sin embargo, una vez que se desata el conflicto clave de la historia la narración toma un ritmo más ágil e interesante. El argumento no es para nada original, y si el espectador comienza a hilar fino, encuentra varios inverosímiles menores, que en realidad son más bien anecdóticos y no perjudican lo que se está contando. Sin pretensiones, "Broken City" cuenta un caso de corrupción ficticio, una historia sin repercusiones. Una película justa, con actores conocidos en desempeños correctos, un uso de los recursos fílmicos aceptable, y no mucho más que eso. Se deja ver, pero está muy lejos de ser algo memorable.
Corrupción se escribe con sangre Mark Wahlberg y Russell Crowe protagonizan este thriller en altas esferas del poder. Bien dicen que favor con favor se paga, pero que una mano lava a la otra es lo más parecido a lo que plantea, en sus comienzos, Broken City, filme que dirige en solitario Allen Hughes -con su hermano gemelo realizó Desde el infierno y El libro de los secretos-. En efecto, la película abre una noche con el policía Billy Taggart (Mark Wahlberg) con el arma casi humeante. Acaba de dispararla contra un acusado de haber violado a una menor. Pero en el juicio posterior que le realizan, no encuentran pruebas de que Taggart haya asesinado a sangre fría al violador, y queda libre. Lo recibe (“para mí es un héroe”) el alcalde de Nueva York, en su despacho. Parece que un testigo vio que le disparó estando indefenso, así que lo mejor es que se retire y olvidemos el asunto. Taggert, que con el rostro curtido de Mark Wahlberg, ya sabemos que es capaz de volver a los tiros, pudo olvidar aquello, pero el alcalde, no. Y seis años más tarde lo llama por un asuntito que quiere que investigue, como detective privado que ahora es. El alcalde está ante nuevas elecciones, quiere la reelección, pero sospecha que su mujer está teniendo un affaire. No quiere que esa información llegue al publicista de campaña de su contrincante político. Así que quiere discreción y saber quién se acuesta con su esposa. Tal vez si estos dos personajes no tuvieran el rostro de Russell Crowe y Catherine Zeta-Jones, Broken City -por ciudad podrida, más que rota- no tendría la potencia que termina adquiriendo. No es que los personajes estén mal construidos, todo lo contrario, sino que las vueltas del guión van enhebrando una complejidad tras otra, y lo que uno cree al comienzo bien puede cambiar si tan sólo pestañea. Los thrillers que involucran a políticos poderosos, gente que tiene cosas por ocultar bajo la alfombra o en el ropero y que bebe whisky sin hielo y casi desde la botella hemos visto muchos. Pero como éste, que va creciendo como una bola de nieve, no tantos. Broken City no es apta para quienes confían en la política, y en la policía. El resto de los espectadores la pasará bárbaro, descubriendo junto a Wahlberg que la corrupción se escribe con sangre.
Un alcalde con bronceado artificial y cabello de dudosa procedencia no es buena señal. La corrupción política es un factor que afecta prácticamente a todos los gobiernos y pueblos, y si encima le sumamos época de elecciones, las cosas se ponen aún más turbias. Sabemos que todos los candidatos manipulan a los posibles votantes con acciones que pocas veces van más allá de las semanas previas al sufragio. Todo esto tiene mucho peso en la trama de Broken City (2013), el nuevo film de Allen Hughes, director de El Libro de los Secretos (The Book of Eli, 2010). Billy Taggart (Mark Wahlberg) es un ex policía que, según entendemos en el comienzo de la película, debió dejar su puesto luego de que su corazón le ganara a su instinto profesional y saliera a hacer justicia por mano propia. En ese contexto, Billy mató a sangre fría a un joven acusado de violar a una chica. Todo esto sucedió en un barrio latino en las afueras de New York y a los ojos de la hermana de la víctima. Taggart se transformó en un héroe, hecho que provocó el comienzo de una sólida pareja. Pasaron los años y los daños, y el ex policía deviene investigador por orden del alcalde Nicholas Hostetler (Russell Crowe), tipo falso si los hay. Sus trabajos detectivescos incluyen cámaras fotográficas y arduos seguimientos. Billy hace su trabajo y recibe su paga, pero la cosa se complica cuando Hostetler le hace un encargo que va más allá de su ‘juramento’ laboral; quiere que persiga a su esposa y descubra con quién lo está engañando. Billy cumplirá con su labor, pero desde el preciso instante en que el alcalde tiene en su poder esas acusadoras fotografías, las cosas se volverán confusas y podridas para el protagonista. Broken City es un thriller con demasiadas vueltas de rosca pero que no aburre. El guión es bueno (sobretodo teniendo en cuenta que es uno de los primeros trabajos del guionista) y las actuaciones coherentes. Tiene un ritmo bastante activo, constituyendo una de las principales virtudes de la película. Completa el elenco Catherine Zeta-Jones, que parece haberse relajado últimamente en cuanto a protagónicos respecta. Para que ya se entusiasmen y vayan pensando en verla como plan de domingo a la tarde, enseguida muere alguien importante, lo cual causa toda la paranoia, emoción, acción y sorpresas que rodean a la película. Russell Crowe construye un personaje interesante, que se manda un par de chistes irónicos que están buenos a la vez que le hace agua a los planes de vida de más de uno. Wahlberg en cambio está correcto, en un personaje que no se aleja demasiado de sus anteriores incursiones cinematográficas, salvo cuando tira un par de palabras en español…Y si bien el film padece de ciertas escenas que ya hemos visto en numerosas ocasiones en otras películas, tiene buenos momentos para ofrecer. En resumen; no esperes ver una de Scorsese, esperá ver un dramático thriller repleto de engaños y vaivenes que no va a terminar bien casi para nadie y que te va a recalcar que cuando se trata de dirigentes políticos o autoridades similares, todos mienten para caer bien parados. @CinemaFlor
Un desliz puesto en la mira El filme no ofrece nada nuevo en cuanto a cine de género, pero tiene acción, buen ritmo, algo de suspenso y correctas actuaciones de su protagonista, Mark Wahlberg (Billy Taggart), Russell Crowe (Nicholas Hostetler), impecable en el papel de un político y Catherine Zeta-Jones (Cathleen Hostetler), tan profesional como siempre. Billy Taggart (Mark Wahlberg) fue policía hace no mucho tiempo, pero una cuestión personal, con un muerto en el medio, ensució su vida, su trabajo y tuvo que pagar. Ahora Billy es un investigador al mejor postor, vive inseguro, sus casos son temporarios y debe incluir en su lista de clientes a aquéllos a los que debe favores. Favores como el que le hicieron a él y que hizo que no pagara suficiente por el violador que mató a la novia de su chica Natalie Barrow (Natalie Martinez). Quien lo ayudó y logró entonces que el asesinato pasara como "defensa propia" es ahora casi alcalde de Nueva York. Pasaron siete años y el mayor Nicholas Hostetler (Russell Crowe), en campaña política, recurre a Taggart con una misión especial. Saber quién sale con su esposa Cathleen (Catherine Zeta-Jones) y hacerlo desaparecer. Billy no sabe que cuando la corrupción manda, todos están en peligro. ENGAÑO Y CORRUPCION El filme de Allen Hughes es el tradicional policial, donde ingredientes como el engaño, la corrupción, las ambiciones, los secretos y el barroso camino hacia una alcaldía inminente, enceguece al inescrupuloso. Billy Taggart todavía cree en la justicia, aunque el alcohol y la ira en algún momento lo obnubilaron. No imagina que un ambiente político de alto nivel, puede ser tan sinuoso como las circunstancias que lo llevaron a la cárcel. Por eso ignora las advertencias de la bella esposa del futuro alcalde y se convierte él mismo en víctima. "Broken City" no ofrece nada nuevo en cuanto a cine de género, pero tiene acción, buen ritmo, algo de suspenso y correctas actuaciones de su protagonista, Mark Wahlberg (Billy Taggart), Russell Crowe (Nicholas Hostetler), impecable en el papel de un político y Catherine Zeta-Jones (Cathleen Hostetler), tan profesional como siempre.
Sin ser una maravilla, la cinta cumple con su cometido entretener. El guion, nada original vuelve a ahondar en la corrupción del poder, un tema remanido que parece seguir dando tela para cortar. La trama laberíntica, sin mucha contundencia dramática, resulta liviana y por momento poco verosímil. Mark Wahlberg cumple en su papel de Billy y logra un buen contrapunto con Russell Crowe en la piel de un alcalde maquiavélico y manipulador. Difícil que un filme tan elemental pase a la historia. Tiene un claro destino de DVD o tardes de cable.
La vuelta al policial inteligente Billy Taggart es un policía que lo hicieron dejar su puesto después de matar a un presunto violador y asesino de una niña. Durante siete años vivir de su trabajo como investigador privado viviendo una vida tranquila con su novia. Pero días antes de la elecciones de autoridades en Nueva York, el Alcalde Hostetler, quien va por la reelección) le pide, casi como una orden, que siga a su esposa a quien cree que le es infiel. Billy así lo hace pero cuando una muerte, un asesinato a mansalva, se introduzca en el medio de la historia, toda la vida de Billy se irá complicando más y más sin saber donde esta la salida. “Broken City” es un de esos thrillers inteligentes, que no se basan solo en la acción, que la tiene y muy bien filmada, sino en lo que no pasa, que se prevé y que va complicando la trama. Un policial que, aunque uno sospeche desde el primer momento quien es el malo de la película, quiere llegar hasta el fondo para saber si los demás van tras el bien o, por el contario, también son tan malos. En “Broken City” uno se pregunta hasta que punto el pobre protagonista que se ve envuelto en esta maraña de situaciones debe hacer las cosas bien. Con un gran trabajo de Mark Wahlberg como Billy y de Russell Crowe como el Alcalde, el film tiene una potencia narrativa envidiable, la acción justa y precisa sin olvidarse tanto del humor, como de mostrar con crudeza y veracidad las corrupciones y miserias que surgen del poder. “Broken City” es un film para no dejar pasar y volver a disfrutar de un policial inteligente.
Secretos de estado (y otras cosas) Ya se ha dicho, tanto aquí como en otros medios, que el cine político llegó en buenas dosis durante la temporada de premios, con el anuncio del Oscar a mejor película en boca de la mismísima primera dama norteamericana como anécdota postrera. En ese contexto, con la interpretación política demasiado en el centro de las luminarias discursivas, Broken City (algo así como “Ciudad Quebrada o “Ciudad Corrupta”) se presenta como thriller sobre los manejos del poder enrevesado pero rebajado, tibio en sus premisas y moralmente correcto en su desenlace. Primer film en soledad de Allen Hughes (codirector junto a su hermano Albert de Desde el infierno y El libro de los secretos), el film se ambienta en una Nueva York gobernada por Nicholas Hostetler (Russell Crowe, que acá felizmente no canta). Las sospechas de una infidelidad por parte de su mujer (Cathirine Zeta Jones) lo llevan a contratar los servicios de un ex policía devenido en detective privado (Billy; Mark Wahlberg) para que descubra al tercero en discordia. Sin embargo, ese aparente entuerto matrimonial es el puntapié para una operación política –el film transcurre días antes de la una elección- que involucra, entre otras cosas, un jugoso negocio inmobiliario. Hughes construye un thriller demasiado preocupado por la acumulación. Pero se sabe que no siempre más es mejor, y el compendio de infidelidades, giros argumentales, un asesinato en la mochila espiritual –y en el expediente- de Billy, el vínculo amoroso con la hermana de una menor asesinada y campañas políticas atravesadas por los negociados, entre otras cosas, hacen Broken city una película que nunca parece decidirse del todo hacía dónde quiere ir. Así, si el planteo inicial (el seguimiento de la esposa del protagonista) es la base de lo aparenta ser un policial, el develamiento de las motivaciones lleva al film al terreno de complejidad política en tiempos electorales, algo así como una versión sin la capacidad para plantearse una cosmovisión lo suficiente compleja de la notable Secretos de estado. Así, Broken city termina convirtiéndose en una víctima de sus ambiciones desmedidas. Igual que los protagonistas.
Muchas veces hemos hablado acerca de que la presencia de buenos actores en una película no garantiza nada, y para demostrarnos esto una vez llega al cine la primera película dirigida en solitario por Allen Hughes, protagonizada por Russel Crowe, Mark Wahlberg y Catherine Zeta-Jones. El vaivén Broken City nos relata lo que parece ser un hecho sencillo. El alcalde de New York, Nicolas Hustetler, se encuentra en plena campaña de reelección, y no quiere que ningún trapito sucio vea el sol, por eso mismo, en cuanto siente la certeza de que su mujer lo engaña decide contratar a un detective privado. Hustetler, ni lerdo ni perezoso, no contrata a cualquier persona, sino que se inclina por un detective privado muy especial, el policía retirado Billy Taggart; quién conoce al alcalde desde hace varios años y con el cual en su momento llevo una relación de camaradería tan especial como sospechosa. Taggart acepta la propuesta de investigar a la esposa del alcalde por una suculenta suma; y lo que en un principio parecía algo más que sencillo termina convirtiéndose en una engañosa tarea. Donde el ex policía terminara decidiendo entre la verdad y la mentira, poniendo en juego su propia libertad. Caer en lo obvio En Broken City tenemos más dudas que certezas, tanto al principio como al final de la película. Se nos plantea un conflicto más que trillado, un político corrupto junto a un policía que ejerció su autoridad para dar pie a una venganza, la unión de ambos sumado a una supuesta infidelidad de una mujer, nos hace caer en todos los clichés. Nada en esta película sale de lo común, nada nos replantea esta temática tan recurrente en el cine y en la televisión. La película es completamente chata, lineal, el climax es pobre, es una película indiferente; lo mismo da que este o que no este, que haya sido filmada o que haya quedado en preproducción . Debería haber sido una película para televisión, y no para HBO o canales con buen prestigio cinematográfico, sino para Hallmark, la verdad que las películas que ofrecen los canales Premium le ganan con creces a esta producción hollywoodense. Sin ser tan dura, podemos decir que es una película correctamente filmada, con buenas actuaciones inclusive y hasta con algunas escenas rescatables. Conclusión Broken City es una película mediocre, que se queda en la superficie haciendo todo lo que ya vimos mejor hecho en cine. Hay momentos en el film que carecen de explicación lógica y situaciones serias y complejas que se resuelven con un simple “apriete”. Sinceramente si alguien decide hacer otro film acerca de los tejes y manejes entre políticos corruptos y policías, lo único que pido es que se apiaden del espectador, y los traten como personas capaces de resolver un crimen por si solos.
Atrapante policial sobre corrupción Los políticos suelen mezclarse con los policías para asuntos oscuros, generalmente relacionados con la corrupción. Este es el tema de «Broken City» y es algo que debería sospechar el protagonista de esta película, un ex policía que tiempo atrás salió absuelto de un juicio por presunto gatillo fácil, pero que tuvo que renunciar a la fuerza por cuestiones de imagen. Años después, convertido en detective privado, las cosas no le van demasiado bien ni en su trabajo, ni en su matrimonio ni, mucho menos, en sus finanzas. Por eso, cuando el alcalde de Nueva York, que alguna vez lo definió como un héroe, lo llama para un trabajo, parece que la suerte le sonríe. El trabajo sería un asunto rutinario de infidelidad, si no fuera por que la infiel es la mujer del alcalde que está a semanas de definir su reelección, aunque va perdiendo en las encuestas. Este sólido policial está hecho a la medida de Mark Wahlberg (también productor) y del político corrupto perfectamente interpretado por Russell Crowe. Allen Hughes, el más prolífico de los hermanos Hughes (los de «Desde el infierno»), sabe contar muy bien esta trama que se va complicando más y más, sin que dejen de aparecer nuevos elementos en la trama hasta prácticamente la última escena. Más allá de que no todos los elementos son creíbles, el director sí consigue un tono verosímil para toda la historia, con un desenlace demasiado facilista, aunque cuidando que no sea excesivamente conciliatorio y que cada personaje deba pagar por sus pecados. La que está un poco desdibujada es Catherine Zeta Jones como la hipotética esposa infiel, ya que su presencia le queda demasiado grande a un personaje que no deja de estar en segundo plano. En cambio hay un muy buen elenco secundario, con todos los papeles cuidados al máximo, permitiendo el lucimiento de actores como Barry Pepper en el rol del contendiente electoral del alcalde que, igual que todos en la trama, también tiene cosas que ocultar. El estilo formal de Hughes parece estar contenido dada la naturaleza del argumento, lo que no le impide desarrollar buenas escenas de acción y suspenso y mantener atento al espectador durante todo el film, que incluye un formidable score tecno y una adecuada fotografía para ir de los ambientes lujosos a los más sórdidos, dado que el protagonista tiene que entrar y salir permanentemente de ambos mundos.
Anexo de la crítica No es culpa del chancho sino de aquel que le da de comer, ese podría ser el mejor resumen de este deslucido policial negro dirigido sin mucha idea por Allen Hughes sin la tutela de su hermano Albert esta vez y que cuenta con las actuaciones correctas de Mark Wahlberg y Russell Crowe porque Catherine Zeta-Jones está tan dibujada como esta trama elemental que se adentra en el mundillo de la corrupción política, en Nueva York, sin aportar absolutamente nada atractivo más que algunos gestos simpáticos de la caricatura de un alcalde inescrupuloso encarnado por Crowe, quien intenta ponerse en la palma de la mano a un detective culpógeno al que Mark Wahlberg personifica sin despeinarse. La atmósfera del film noir en la decadente Nueva York apenas perceptible configura cierto atractivo estético que se diluye en el tedio de un relato que hace agua por donde se lo mire.
Los hermanos Hughes se hicieron conocidos como dueños de una estética particular entre frenética y “artística”, con encuadres particulares y un ritmo acelerado y oscuro; hasta llegaron a ser considerados herederos de Tim Burton. Exagerados o no, lo cierto es que antes de "Desde el Infierno" (aquella relectura de Jack el destripador que los puso en el candelero) ya habían tenido algo de reconocimiento con un film diferente al resto de su filmografía, "Presidentes Muertos", y será en esta en donde deberemos buscar el estilo que uno de los hermanos (Allen Hughes) le imprimió a "Broken City", un clásico policial político como hacía rato no se veía en la pantalla grande. Una de las características más comunes del film de suspenso o policial con ingredientes políticos suele ser el enfrentamiento entre la figura y la contrafigura, entre aquel que quiere hacer las cosas bien y el que está inmerso en la corrupción; y acá tenemos a Billy Taggart (Mark Wahlberg, lejos de las publicidades de calzoncillos) un ex detective de la policía de Nueva York que fue obligado a retirarse de la fuerza de un episodio confuso y un largo juicio que terminó a su favor aparentemente gracias a las influencias del alcalde de la ciudad Nicholas Hostetler (Russell Crowe, lejos de los gladiadores romanos engominados). Pasaron varios años de aquello y Billy se la rebusca a duras penas como detective privado de muy poco monta; en medio de la desgracia y las deudas es convocado por Hostetler para lo que parece ser una investigación particular y privada, sospecha que su esposa Cathleen (Catherine Zeta-Jones, lejos de la juventud) lo está engañando y necesita la comprobación de las pruebas; claro, se necesita de la mayor de las discreciones. No hay que ser muy avispado para darse cuenta desde el minuto cero de la propuesta que las cosas no serán tal cual aparentan, es año de elecciones y Hostetler tiene una contrincante que le está pisando los talones. En medio de la investigación, y frente a las primeras pruebas, Billy recibirá una advertencia de la propia Cathleen, y el desenlace de los hechos, el amante aparecerá muerto. No crean que estamos tirando spoilers y adelantando todo el argumento, esto es solo la premisa original, a partir de ahí las cosas se saldrán de cause y hay mucho más para descubrir, pero no, no lo adelantaremos por acá; lo único y obvio, ni Billy, ni Nicholas, ni Cathleen son seres completamente limpios y la suciedad no tarda en salir. Hollywood mantuvo durante décadas una fuerte tradición en thrillers políticos, sobre todo a partir de los años ’70 con algunas cacerolas que se destaparon; pero en los últimos años este sub-género pareciera haberse perdido, y es por eso que Broken City parece un film original aunque en verdad sea tan clásico y de acuerdo a reglas establecidas. La política a gran o pequeña escala es un mundo sucio, lleno de secretos y traiciones y en donde nadie sale limpio, y esto es lo que viene a demostrar una vez más este film. Allen Hughes maneja el suspenso a base de intriga de diálogos, la trama se va enrareciendo y complicando cada vez más, y habrá que estar atentos para comprender todo lo que sucede. No van a encontrar acción a raudales (un poco nomás) ni ritmo apurado, "Broken City" no permite relajarse, exige de un espectador que comprenda y acepte todo lo que sucede. El argumento se desarrolla correctamente, aunque tiene ciertas fisuras bien disimuladas, y en esto es fundamental una dirección dura y marcada que lo convierte en un film si bien no sorprendente estéticamente, muy controlado. Los rubros actorales siempre son importantes en estas películas, y si bien el trío luce muy correcto, una vez más será Russell Crowe quien se destaca como un “villano” difícil de no querer a base de un alto carisma con la pantalla. Quizás no será un film que sorprenda, no destaca por su originalidad, pero sí es heredera de un grupo de películas que, tal vez mejores que ella, hacia mucho que no se veía. Seguramente encontrará su público cautivo.
Thriller. Engaños. Traiciones. Sobornos. Informantes. Detectives. Policías. Políticos y sus mujeres. Nada es lo que parece en esta ciudad quebrada por la ilegalidad, los negociados turbulentos y la corrupción. Al frente de la misma y en el podio de las personas más inescrupulosas está el mismísimo alcalde de Nueva York Nicholas Hostetler (Russell Crowe), a punto de enfrentar las elecciones que podrían dejarlo fuera de su cargo. En medio de ello, la supuesta infidelidad de su esposa Cathleen (Catherine Zeta-Jones) está siendo investigada por Billy Taggart, un ex policía (Mark Wahlberg) que rasgando la superficie encuentra más suciedad de la que debería haber hallado. De a poco se van revelando las verdaderas intenciones de cada uno de los jugadores de este enorme tablero de ajedrez, interpretados con pericia por cada uno de los actores, hasta llegar a la resolución final de este laberinto de negocios, política sucia y crímenes de los más diversos.
Un thriller político sin sorpresas El director Allen Hughes (El libro de los secretos, Desde el infierno) reunió un elenco con figuras como Mark Wahlberg, Russell Crowe y Catherine Zeta-Jones para desarrollar una historia que muestra las miserias del poder. Todos tienen algo que esconder pero la cuestión es qué hacen con ese secreto. Esa podría ser la síntesis reducidísima de Broken City. Una película que muestra las miserias del poder y de lo que está dispuesto a hacer un político para ganar una elección y mantenerse en su cargo, y a un investigador privado que tiene que cumplir con su trabajo y arrastra la culpa de un crimen que lo obligó a renunciar a la policía, para convertirse en un recopilador de pruebas de infidelidad y otros encargos por el estilo, mientras trata de mantenerse a flote y su pareja se va deshaciendo. El film comienza con un tiroteo que involucra al detective Billy Taggart (Mark Wahlberg), un cadáver en la calle, una revuelta por abuso policial, un juicio que lo exonera y el apriete del alcalde de Nueva York Nicholas Hostetler (Russell Crowe), para que renuncie a la fuerza y que todo quede en el olvido. Años después, el poder del alcalde es mucho mayor, pero se enfrenta a un político más joven, Jack Valliant (Barry Pepper), que puede desbancarlo de su sillón. En el medio de una campaña electoral cabeza a cabeza, Taggart recibe el llamado de Hostetler para que consiga pruebas de que su esposa Cathleen (Catherine Zeta-Jones), lo está engañando. La trama se completa con otro cadáver, la posibilidad de que el ex policía haya sido la pieza barata de un intrincado ajedrez político en donde el alcalde juega fuerte para ganar una elección, un gigantesco emprendimiento inmobiliario que sólo se puede concretar con gigantescos sobornos, y la convicción original de Billy Taggart, que sabe que inevitablemente va a tener que rendir cuentas en la justicia por un crimen del pasado. Más allá que la película dirigida por Allen Hughes (El libro de los secretos, Desde el infierno) ubica en el centro del relato a dos buenos intérpretes como Mark Wahlberg y Russell Crowe, que hacen lo suyo con oficio y convicción, no deja de ser un thriller político sin sorpresas, que tiene la mala suerte de ser contemporánea con las muy buenas producciones televisivas que abordan el tema del poder a cualquier precio y la política como una herramienta para el provecho personal. Vale como ejemplo la extraordinaria serie Boss –que retrata el día a día de un ficticio alcalde de Chicago interpretado por Kelsey Grammer: cualquier capítulo de sus dos temporadas tiene una mirada mucho más compleja y feroz sobre la política que el rutinario film de Hughes.
Policía Malo, Policía Bueno La química es fundamental en el cine. Cuando un director se asocia con un actor y sigue trabajando con el mismo intérprete durante un largo periodo de tiempo no se trata solamente de una cuestión de amistad, fórmula o un resultado comercial satisfactorio. Se trata de química, de comprender los códigos de la otra persona, y si una historia funciona bien dentro de esa relación, es porque así debe ser. Sin haber sido amigos - de hecho se odiaban - Kinsky y Herzog han hecho sus mejores películas, juntos. Lo mismo podríamos decir de la relación Wayne-Ford, Mastroianni-Fellini o Guiness-Lean...
Thriller de espionaje político urbano, Broken City cuenta con una factura formal e interpretativa de calidad, pero no se destaca especialmente en su formulación integral. Tras el post apocalíptico El Libro de los Secretos que realizara con su hermano Albert, Allen Hughes incluye aquí aspectos de denuncia sobre la corrupción gubernamental en la jungla de Manhattan, con consistencia expresiva y algunas escenas potentes, pero nada lo suficientemente hondo como para dejar huella. Si bien en su pintura sobre las disputas de poder entre dos candidatos a alcaldes se observan pasajes interesante, el film está muy lejos de ser, por ejemplo, Secretos de estado de George Clooney; y si hablamos de un policial con esos ingredientes, ha habido mejores exponentes del género. De todos modos pueden atraer sus devaneos electorales, su investigación sobre un adulterio que esconde otras trapisondas, un crimen que puede quedar impune y algunas vueltas de tuerca que asoman en el segmento final. Y aunque queden algunos cabos sueltos, el desenlace es sugerente. Un film que no parece imprescindible, pero una buena fotografía nocturna de la siempre fascinante Nueva York, una música bien armonizada -pero excedida en un inútil afán de subrayar climas-, y un trío protagónico correcto, al que acompañan otros buenos actores como Jeffrey Wright y Barry Pepper, hacen su aceptable aporte.
El poder de la deuda infinita Uno de los defectos que suelen tener las películas estadounidenses que denuncian la corrupción en su propio país es la solemnidad. Parece que estuvieran inflando el pecho para respirar hondo y lanzar un discurso moralista de tres horas. Broken City también hace foco en la corrupción -en este caso de la alcaidía y la policía de Nueva York-, pero se ahorra varios minutos de prédica progresista y políticamente correcta. El resultado es una narración tensa y a la vez muy clara, tanto en términos dramáticos como en la construcción de la trama. Y, precisamente, cuando el tema es el conflicto entre poderosos, la trama se vuelve fundamental, porque al ser un cruce de múltiples relaciones, el poder adquiere la forma de una red. Una red sensible como una telaraña, capaz de reaccionar ante la mínima perturbación de cualquiera de sus hilos. La diferencia entre humanos e insectos es la complejidad del ecosistema en el que viven. No mucho más. El policía Billy Taggart (Mark Wahlberg) experimenta en carne propia esa complejidad cuando se salva de ir a la cárcel -condenado por ejecutar al violador de su cuñada- gracias a la oportuna y nada bienintencionada intervención del alcalde de Nueva York (un magnífico Russell Crowe). Taggart debe abandonar la Policía, pero conserva la libertad y se transforma en detective privado para sobrevivir. De todos modos, el lazo que se establece entre ambos personajes es una especie de deuda infinita. Son como espejos enfrentados, uno se refleja en el otro, con la salvedad de que Taggart está en poder del alcalde. Siete años después, este vuelve a convocarlo para que descubra si su mujer (Catherine Zeta-Jones) tiene un amante. Lo que aparentemente es un trabajo como cualquier otro se convierte en un campo de tensiones en el que están involucrados el candidato rival del alcalde, el jefe de policía y un inversor interesado en quedarse con un barrio de la ciudad para construir un complejo de edificios. En esa encrucijada de ambiciones y en medio de una campaña política, Taggart tiene que enfrentarse no sólo a la verdad de quien lo manipula sino también a la verdad de su conciencia. Si bien todo está expresado en términos de pura acción (física o dramática), la película de Allen Hughes puede verse como una concentrada reflexión sobre las tragedias que se desatan cuando se quiebra la ley, ya sea por venganza o por avidez. Por supuesto, la gran respuesta de la mitología estadounidense a la tragedia es un acto de individualismo extremo, la idea de que es necesario que la conciencia se redima para que el tejido social vuelva a componerse. Y en ese sentido, Broken City no rompe las reglas establecidas.
Una historia que pone en relieve el suspenso, la acción policial, la brutalidad de la corrupción y con las suficientes vueltas de tuerca para entretener al espectador, sin pretensiones de mas. Russell Crowe, perfecto en ese alcalde seductor y peligroso. Mark Wahalberg es el expolicía con problemas que busca redención. Nada es lo que parece.
Sin ser perfecta, esta historia de candidato político que manda a investigar a su esposa por una posible infidelidad (caso que esconde en realidad otra cosa) es un buen ejercicio del policial negro con los actores justos para el caso. Russel Crowe, Mark Wahlberg y Catherine Zeta-Jones son imágenes que recuerdan lo mejor de un género que siempre fue reflejo de lo social y lo político sin declamarlo. Lo mismo pasa aquí y el cuento se agradece tanto como el contexto.
ALCALDES MANO LARGA Tras la explosión de la burbuja, los nuevos villanos pasaron a ser los emprendimientos inmobiliarios. Y los gobernantes corruptos, que nunca pasan de moda. Y cuando se juntan, ya se sabe lo que sale: un negociado fantástico. Estamos en la gran manzana en plena campaña para elegir nuevo alcalde. Denuncias y flirteos se entrecruzan con falsas promesas y golpes traicioneros. Un poli de gatillo fácil, ya retirado, es comisionado por el alcalde para que espíe a su linda mujercita, una morocha (Zeta Jones) que millita en cama ajena. Alrededor, crímenes, noviazgos rotos, cuentas pendientes, venganzas. Sucesivas vueltas de tuerca le suman inesperadas derivaciones a una historia bien servida en la primera parte, pero que al final lanza uno de esos discursos artificioso y poco creíble. El mensaje es el de siempre: el poder transa, los negociados importan más que la gente y los gobernantes solo quieren acumular plata, tiempo y votos. Pero siempre aparecerá algún buen vecino para hacer justicia
Folletín Lo que sucede con Broken city es algo que a menudo solía suceder con el folletín literario en el Siglo XIX: son formatos destinados a entretener que se valen de determinado contexto socio político para contar una historia, siempre teniendo en mente la necesidad de sostener una industria. Es entonces que utilizaban todo un imaginario y lo trasladaban al relato buscando cautivar al público con temáticas crudas que, dependiendo de la habilidad del escritor, podían ser pastiches superficiales u obras consagradas. Recordar que fueron parte del folletín nombres como Charles Dickens o Stendhal nos recuerda que, a pesar de responder a un determinado formato, la obra se define en la habilidad del realizador. Bueno, todo este prólogo es para dar a entender que Broken city, de Allen Hughes, pertenece a la categoría de pastiche superficial, sin ser necesariamente una mala película. Esencialmente Broken city nos traslada al mundo del policial negro con todos sus clichés dando vueltas. Policía solitario, oneliners ingeniosos, ramas de corrupción que alcanzan a varios estratos, femmes fatales, asesinatos, pistas falsas y, sobre todo, cinismo. Sin embargo, el film en cuestión sólo toma el aspecto superficial del policial negro, construye un gran entramado que amenaza con complejizarse y contar una gran historia pero se simplifica notoriamente hacia el desenlace, dejándonos con el enfrentamiento entre Billy Taggart (Mark Wahlberg) y el alcalde Hostetler (Russell Crowe) en el medio del ring, olvidándose de todo el submundo que había construido. Es así que, sin dejar de lado el destacable trabajo fotográfico y actuaciones caricaturescas que responden perfectamente al clima general de la película, nos termina resultando insustancial y olvidable a pesar de que pasemos un buen momento viéndola. Entonces, en esencia estamos ante un producto industrial increíblemente sencillo que echa a perder los méritos que tiene en la dirección y se formatea perdiendo la esencia del relato. Olvidable pero, por qué no, entretenida.
Cine negro clásico “Broken City” tiene el ADN del buen cine negro: hay un crimen, un detective con una vida a la deriva producto de hechos desafortunados. También un personaje poderoso y tan inescrupuloso como quienes lo rodean. Y hay, además, una mujer fatal, que no es rubia, pero, como todos los demás, esconde más de lo que dice. Una maraña de mentiras diseminadas por ambición y codicia se expande en una ciudad de Nueva York retratada en toda su magnificencia, con claroscuros, planos amplios y tomas en picada desde las alturas de los puentes Verrazzano y Brooklyn hasta la mirada del torturado detective, gracias a la habilidad del director Allen Hughes. La trama se asienta sobre tres personajes: Nicholas Hostetler (Russell Crowe), el alcalde pragmático que quiere ganar las próximas elecciones; su ambigua mujer Cathleen (Catherine Zeta-Jones), quien aparentemente lo engaña, y un detective privado, Taggart (Mark Wahlberg). Taggart fue exonerado de un hecho violento, pero debió dejar su profesión de policía para no arruinar los planes reeleccionistas del alcalde, y de paso no ir a la cárcel. Siete años después es el encargado de investigar la supuesta infidelidad de la mujer del alcalde, pero no sabe que será parte de una intriga mucho más complejo que una simple historia de celos. Al modo de los grandes clásicos, el director construye un relato minucioso y plagado de pistas falsas. Pero buena parte del mérito de la eficacia radica en el trío Crowe-Wahlberg-Zeta Jones. Aun los secundarios fueron dirigidos con rigor y sólo un breve diálogo, la mirada o un silencio adecuado bastan para sembrar las sospechas en el espectador.
Una cáscara con forma de película Con una puesta en escena frívola, el film es un recitado de lugares comunes que aleja lo que dice pretender: ser cine negro. El noir como esencia y pesadilla. Pero nada de esto termina ocurriendo en la obra del director Allen Hughes. ¿Será posible el cine negro? ¿Todavía? Esta nota prefiere creer que sí, que hay maneras formales válidas, que el noir es -antes que una época- una construcción discursiva y práctica, que permite pensar el cine y que permite al cine pensarse. Lejos está de agotarse, siempre aparecen variables, grietas, fisuras por donde la mirada oscura, de tinte neoexpresionista, persiste. En este sentido, toda una estela de películas se ha propagado, ramificado, como consecuencia de una fascinación que ha trascendido su manto epocal. Se trata de los años '40, con la sabiduría e intuición que significa situarse entre la Gran Depresión y el Macarthismo. La Segunda Guerra, el éxodo europeo, el gran cine de Hollywood, 1944 como cónclave fílmico: Laura (Otto Preminger), Pacto de sangre (Double Indemnity, Billy Wilder), El ministerio del miedo (Ministry of Fear, Fritz Lang), El enigma del collar (Murder, My Sweet, Edward Dmytryk). Héroes caídos, herrumbre moral, calles llovidas, luz de luna, cigarrillos, paranoia, alcohol, crisis institucional (dice Noël Simsolo, teórico en el tema, que una película negra no puede serlo si habla bien de la policía). Ocurrido el momento genial, ahogado por el clima de delación ante el peligro rojo, cuyo signo de ocaso será la cárcel para el escritor Dashiell Hammett, desprovisto de los derechos sobre su obra (ver: Tiempo de canallas, de Lillian Hellman), el cine negro -definición francesa para un ánimo fílmico americano, antes que un género- rubricaría su mundo de películas en el dilema de frontera mexicana, de falibilidad moral, que entre Shakespeare y Orson Welles propone Sed de mal (Touch of Evil, 1958, Welles). Hammett, alma y paradigma, moría en 1961. Excusando las excepciones (desde Blade Runner a ¿Quién engañó a Roger Rabbit?), decir que a partir de allí al cine negro le quedaron dos posibilidades, todavía presentes: remitir a la iconografía pasada o reelaborarse desde otros contextos. Cualquiera de las dos elecciones tiene ejemplos muy buenos y no. Sin hacer la lista extensa, sintetizar en la clave maestra que significa Contacto en Francia (1971, William Friedkin), la implosión de los hermanos Coen en Simplemente sangre (1984), el abismo de David Lynch en Terciopelo azul (1986), la puesta al día à la Ellroy de Los Angeles al desnudo (1997, Curtis Hanson), sus variaciones hitchcockianas en La dalia negra (2006, Brian De Palma), la melancolía solitaria de Drive (2011, Nicolas Winding Refn). Todo un mundo vuelto a nacer y renacer. Entonces... llegar al film en cuestión, estreno local, con ínfulas de serie noir. Algo parecido promete. Porque su argumento es afín: el alcalde de Nueva York contrata a un detective para que investigue los amoríos de su mujer. La tríada es: Russell Crowe, Mark Wahlberg, Catherine ZetaJones. Política y policía se dan de la mano desde la figura de la alfombra que tapa la tierra. El primero ayuda al segundo para que después la situación se espeje. Porque el detective que encarna Wahlberg tuvo que dejar el cuerpo policial luego de un asunto que no ha quedado del todo claro. Pero la memoria persiste en tanto pacto, para reaparecer cuando corresponda, allí donde puedan devolverse favores pero, argucia de toda trama noir, nada culmine por ser como aparentaba. Dicho así, parece todo bien. Más el aliciente supuesto por ser la primera película en solitario de Allen Hughes, hermano de Albert, con quien dirigiera, entre otras, Desde el infierno (2001), a partir de la historieta de Alan Moore sobre Jack el Destripador. Pero, se decía, nada es lo que parece. Porque para ser noir una película tiene que tener espíritu noir. No basta con la neooficina de privateeye, la secretaria avispada, el político corrupto, el alcohólico reincidente, el desamor, las trompadas, y el etc. Todo esto puede ser no más que un baño de repostería. Lo que importa es que la torta esté podrida. Que su gusto sea malsano y que la boca hieda luego de escupirla. Para asumir que el destino será trágico porque lo es. Condena con la que se carga pero, a pesar de todo, se camina. En víspera de un fantasma fatal que no será, empero, nadie más que el mismo protagonista. Amanecer de un relato que desfallece, de sol sin gracia, que anhela una luna de desgarro, que espera como canto final su lápida olvidada. El cine noir es estado poético alienado. Nada de esto en Broken City, sino sólo una trama tonta que enuncia al cine negro desde lugares comunes. El desafío está en asumir lo que se expone. En animarse a caer dentro del abismo, en bajar una escalera de caracol, en dibujar una sombra insondable. Puesto que no es éste el propósito, lo que queda es una cáscara más que tiene forma de película, que responde a los parámetros de una intriga convencional, para recaer en una resolución con vuelta de tuerca final. Las interpretaciones son, por eso también, convencionales, sin ganas de ser lo que dicen, puestos a recrear lo que la letra del guión les pide, sin el alma lo suficientemente sucia como para quedar atrapados en la vorágine oscura. No es tarea fácil. Se trata de un estado del alma hecho cine. Provocarlo voluntariamente es tarea ímproba. Lo constata el cúmulo de películas de los años '40, ninguna de ellas desde el rótulo conciente que el noir habrá de significar. ¿Cómo entonces conjurarlo? Otra verdad: el alma negra estuvo en la producción B norteamericana. Esta estela parece que se ha mudado a la televisión, en algunas series. El alma del cine en la televisión. La pantalla grande queda sin esencia, se difumina, pero no como un sueño, sino como trivialidad. Pero, también verdad, la televisión no permite soñar. El cine sí. Es hora de que vuelva el sueño a las salas de cine. Sueños bellos, también pesadillas. Estas últimas, el mundo onírico del cine negro. Quizás sea, ésta, una época desalmada. Sin alma. Sin sueños.
Tu me pertences Policial de suspenso sobre un investigador privado que es contratado para seguir a la mujer del alcalde de la ciudad por supuesta infidelidad, pero mientras más explora más secretos salen a la luz. Una muy buena trama sobre el juego de detectives cuyos impredecibles giros la vuelven tan atrapante como intrigante, aunque lamentablemente es su ideología bastante banal o su escasez de motivación en el protagonista lo que hacen de la experiencia algo vacío de emoción. "Broken city" tiene tantos aciertos como fallas y si bien en lo más importante cumple ampliamente, son esas pequeñas incongruencias las que dinamitan los cimientos de la trama. Un relato que se construye con mucho vértigo y elocuencia a base situaciones de gran misterio y personajes bien carismáticos. Es en esa relación profesional/sentimental entablada entre el protagonista y su asistente, más la presencia de un alcalde muy prepotente e inteligente que parece dominar todo, donde la película encuentra sus mayores logros. Sin embargo, son las presencias de una novia latina quien es actriz de cine independiente, los problemas con el alcoholismo o las raras parejas sentimentales entre la esposa del alcalde, el comisionado, el opositor político y su jefe de campaña, crean un embrollo inacabado que distrae del verdadero propósito de la trama y complican profundamente la conexión con el espectador. Incluso hay evidentes razones por las cuáles se puede afirmar que la película carece totalmente de ideología o sentido. En principio, es completamente absurdo que la historia se sitúe a dos días de las elecciones y le de mucha importancia cuando la trama abarca un enorme caso de corrupción, lo cual hace irrelevante a la elección porque lo que está en juego no es el cargo político sino la cárcel. Incluso el desconocimiento de una ley tan conocida como la "double jeopardy (doble riesgo)" donde una persona no puede ser enjuiciada dos veces por el mismo crimen, hace de la historia de fondo del personaje de Mark Wahlberg algo sumamente incoherente e ignorante. En definitiva, "Broken city" tiene una muy buena trama policial sobre una historia absurda de política y relaciones amorosas. Aunque es reconocible su increíble tensión dramática, simplemente hubiera sido recomendable construirla sobre buenos fundamentos.
Detrás de las máscaras Billy Taggart es un policía irish catholic (como el que ya había interpretado Mark Wahlberg en “Los Infiltrados”) vigilante del Bolton Village, una urbanización habitada mayoritariamente por negros y latinos (el mural en el que se ven a Martin Luther King Jr. y la Madre Teresa es bastante notorio). Como buen católico, se lleva bien con los hispanos, y estuvo a cargo de perseguir a Mikey Tavárez, acusado de ser el violador de la adolescente portorriqueña Yasenia Barea pero absuelto por esas cosas de los procedimientos. El día en que un enfrentamiento armado terminó con la muerte del delincuente, fue Billy quien compareció ante la Justicia, pero aunque evitó el cargo de asesinato debió retirarse de la policía, con un apretón de manos del alcalde Nicholas Hostetler, quien le promete no olvidarse de él. Siete años después, Billy es un detective privado con estrecheces económicas, debido a sus muchos acreedores: apenas puede sostener la oficina y su secretaria Katy Bradshaw, encargada de tratar de cobrar a los morosos: una bonita jovenzuela que en el fondo lo mira con otros ojos. Mientras tanto, él comparte sus días con su novia Natalie Barrow, promisoria actriz de ascendencia latina. Hasta que un buen día recibe una llamada inesperada: el alcalde Hostetler, quien está peleando su reelección contra el concejal Jack Valliant (curiosamente el destino de Bolton Village es parte de los temas de campaña), lo convoca para una tarea muy especial, confidencial y excelentemente remunerada: descubrir en la semana que falta para los comicios quién es el amante de su esposa Cathleen. Billy acepta la tarea, pero en el camino descubrirá que nada va siendo lo que parece: ni lo que hace la esposa, ni las intenciones del alcalde, ni lo que parece ser el rival, ni lo que se discute en campaña. En el camino correrá la sangre, los perseguidores serán los perseguidos y pasarán muchas cosas más, que no contaremos para no perjudicar al potencial espectador. Policial negro Brian Tucker firma el guión, aparentemente el primero en las grandes ligas cinematográficas. Y se luce bastante con él, construyendo una trama de mascaradas y mentiras, que el desarrollo de la historia va pelando como las capas de una cebolla y reservando siempre una sorpresa a la vuelta de la esquina. Se trata esencialmente de un policial negro clásico, con su detective privado en tensión con la policía (a su vez ex policía, como muchas veces en el género), encargado de vigilar las miserias de la gente pudiente; y también con su mirada desencantada de la política, la justicia y el sistema en general, pero cercano al sufrimiento de la gente humilde, de los inmigrantes, víctimas a la vez de la angurria de los ricos y del delito de los de su misma condición. En ese contexto, las nociones de justicia y reparación se vuelven difusas, complicadas, en manos de personajes esencialmente humanos, que aman, odian, pecan, pero tratan de todos modos de hacer lo correcto, a pesar de sus limitaciones y errores. Esa narración no sería posible sin el prolijo trabajo de dirección de Allen Hughes, más conocido por los trabajos que ha hecho en dupla con su hermano Albert. Aquí se encarga de desplegar la historia con el ritmo narrativo justo, dosificando las intensidades para que la trama misma se luzca: para ello juega con los planos más cerrados o más abiertos, con la cámara más o menos movediza, según lo requiera la escena. También se apoya en la fotografía de Ben Seresin para convertir a Nueva York en una ciudad fría, invernal, un tanto desolada, aun en las tomas aéreas que la muestra más inocente que lo que se ve al nivel de la calle (un poco como la Gotham de Batman). La música de Atticus Ross, Leopold Ross y Claudia Sarne acompaña muy bien el sentido de la película, con sus sonoridades entre clásicas y actuales. Rostros ocultos Si los personajes son tan humanos e importantes, los actores son un engranaje clave en el funcionamiento de esta maquinaria. Especialmente, el duelo actoral entre el siempre austero y correcto Wahlberg y el habitualmente convincente Russell Crowe como Hostetler. Si uno es el rostro de la desposesión, el héroe irredento de los de abajo, el otro es el perfecto animal político, el que respira el poder y se alimenta de él. Catherine Zeta-Jones está cómoda en su personaje de Cathleen Hostetler, una intrigante señora bien que también trata de hacer lo correcto, a su manera. Jeffrey Wright consigue lo suyo como el jefe y luego comisionado de policía Carl Fairbanks, laberíntico personaje detrás de un rostro con mínimas expresiones. Barry Pepper está correcto como Jack Valliant, un político con buenas intenciones pero con algunas limitaciones y secretos. Y Kyle Chandler se escapa por un rato del cine de espionaje (estuvo en “Argo” y en “La hora más oscura”, no es poco) para construir un breve pero clave personaje: Paul Andrews, jefe de campaña de Valliant, otro de los que guardan secretos y la clave que organizará la pesquisa central. Y en este juego de opuestos debemos incluir a las dos damiselas que rodean a Billy. Es que si la sugestiva Natalie Martínez (hija de cubanos de Miami) encarna a la atractiva Natalie Barrow, la chica humilde que empieza a oler el éxito y comienza a ver en crisis su relación con alguien a quien la ata un pasado triste y una especie de deuda moral, la bonita israelí Alona Tal le pone el cuerpo a Katy Bradshaw, la secretaria que Billy ve como una niña pero que tal vez sea la mujer mejor plantada que conozca. Todos ellos son los rostros de una ciudad que gusta de las máscaras, más allá de que algunos puedan a veces cortar los piolines... aunque pagando los costos.
Clásico thriller que cumple con entretener De la ductilidad interpretativa de Russell Crowe se tiene referencia con una rápida lectura de la filmografía que lo ha tenido como protagonista. Precisamente por estos días, en las pantallas bahienses, se da la posibilidad de contrastar las alternativas de este actor con las exhibiciones del musical Los Miserables , donde interpreta al rígido inspector de policía francés Javert, autodefinido como representante de la ley en tiempos de la Revolución Francesa; y de la cinta Broken City , que lo coloca en el rol del alcalde de Nueva York, un político impecable quien, no obstante las apariencias, se convierte en el generador de una trama de engaños, corrupción y conveniencias. Nicholas Hostetler se encuentra en plena campaña política para su reelección cuando decide recurrir de los servicios privados del ex policía Billy Taggart (Mark Wahlberg) para investigar la presunta infidelidad de su mujer (Catherine Zeta-Jones). Siete años antes, Taggart fue expulsado de la fuerza por un suceso acaecido durante un tiroteo, pero se salvó de un juicio interno a instancias del alcalde. Ahora sobrevive como detective privado y la llamada del alcalde aparece como una soga salvadora. Pero cuando Taggart se interna en el caso, advierte que las circunstancias son algo diferentes de las relatadas por el político y el conflicto se acrecienta cuando el amante en cuestión aparece muerto. Broken City es un típico thriller policial y político, donde abundan las zonas grises y los juegos de gato y ratón producen giros dramáticos que desvelan las facetas ocultas de los personajes. Crowe, a quien se puede recordar en La sombra del poder (2009) realizando el trabajo del antihéroe a redimirse --en aquel caso como un periodista manipulado por un antiguo amigo y político-- se sitúa en Broken City en la vereda de enfrente y compone a un político que puede dar lecciones de falta de escrúpulos. Sobre esta base se sostiene el relato que, por lo demás --guión, dirección y actuaciones--, resulta de lo más entretenido que entró en los últimos días en las salas locales, aunque no exactamente inolvidable. ¿Si podría haber ido mucho más profundo? Quizás. Pero tal vez no es la intención de este filme de estudio que procura convocar a quienes gustan de los policiales a pasar un par de horas atentos a lo que sucede en pantalla. En este sentido, el relato hace lo suyo y cumple con las demandas de público escasamente exigentes y de las del común del cine de Hollywood, con las conclusiones morales del caso y el antihéroe redimido, con la consciencia limpia y un nuevo punto desde donde partir.
Política y corrupción cada vez más cerca de ser sinónimos Broken City es un interesante thriller político que se caracteriza por mostrarnos bajo una atmósfera oscura cómo la corrupción, el crimen, las traiciones y los negocios van de la mano en épocas de campaña. Mark Wahlberg interpreta a un detective privado que es contratado por el alcalde (Russell Crowe) para que investigue a su esposa (Catherine Zeta-Jones) por una supuesta infidelidad. Lo que parece en principio un caso delicado pero no tan riesgoso en su accionar, comienza a darse vuelta y con el correr de los minutos se va volviendo cada vez más turbio. Una historia en la cual las trampas están al acecho constantemente y en donde ningún sujeto puede confiar mínimamente en otro. Un film que nos muestra cómo manejan los hilos de toda una ciudad a su antojo aquellos que cuenten con mayor poder, en donde no importa el precio que haya que pagar por perpetrarse en la cima de un mandato. En Broken City los puntos fuertes radican en las soberbias actuaciones de Wahlberg y Crowe, los cuales nos regalan unas grandes escenas a base de diálogos inteligentes y miradas desafiantes; un buen ritmo para narrarnos los hechos; y alguna que otra apreciable pero no pretenciosa vuelta de tuerca. Entretenida y dinámica a la vez, en la película no hay lugar para pasajes densos. Si bien goza de buena armonía en su relato, no logra resultar un producto memorable que escale o trascienda dentro del género. LO MEJOR: Wahlberg y Crowe. Pinceladas de intriga y toques de buen thriller. LO PEOR: decae en intriga, pierde un poco el hilo. PUNTAJE: 6,50
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Figurita repetida Parece mentira pero, ¡el señor que traduce el nombre las películas le dejó su título original a este trabajo! Le doy un punto a su favor y agradezco que no le haya puesto algún nombre con la palabra traición o corrupción, como a todos los policiales negros que vienen de las tierras hollywoodenses. "Broken City" es uno de esos trabajos policiales que ya hemos visto cien veces: policía honesto pero con pasado turbulento es contratado para hacer un trabajo cuyo objetivo en realidad no es lo que aparentaba. Luego de percatarse del engaño, el policía va en busca de las cabezas de aquellos que lo usaron para llevar a cabo sus maléficos planes. Algunos ejemplos recientes podrían ser "Tirador" y "Contrabando", en las que también el protagonista es Mark Wahlberg, "La Traición" de Steven Soderbergh, "Minority Report" de Steven Spielberg y muchas otras más. La traición en el cine es divertida, nos atrae, nos despierta la sed de venganza y justicia junto con el protagonista, y es por eso que la fórmula sigue dando productos de este tipo, pero es evidente que esa fórmula ya comienza a mostrar signos de agotamiento. Policías, agentes de la CIA y abogados son los más preferidos a la hora de ser seleccionados en la tramas para perpetrar los grandes engaños, cuestión que podría tratar renovarse para no cansar siempre con los mismos perfiles en los protagonistas. En "Broken City" basta con ver el poster promocional para darse cuenta quien es el manipulador y quien va a ser manipulado, no hay sorpresas. El mismo nivel de obviedad se presenta durante todo el metraje haciendo que el suspenso y el drama sean mucho más débiles de lo que seguro pensó el director originalmente. Los trabajos interpretativos son buenos, sí, pero eso no basta para hacer atrapante a la película que se termina pierdiendo en un mar de lugares comunes. Otro inconveniente que tiene este film, es el poco tiempo que se le dedica a los personajes. No sabemos mucho de la vida de ninguno de los protagonistas, sobre todo de la esposa del alcalde, interpretada por una Catherine Zeta-Jones que está bastante pintada al óleo. Paralelamente hay una pequeño culebrón con la novia del protagonista que nada tiene que ver con la trama y así hay algunas otras inconsistencias en la historia que hacen que "Broken City" sea un trabajo muy poco trascendente. En 1 mes ni nos vamos a acordar que estuvo en cartelera.
La corrupción y la inmoralidad El tema central de este entretenido thriller conspirativo, con envoltura de policial negro, es la corrupción política y la inmoralidad en las esferas del poder y sus vínculos con la especulación inmobiliaria, con la clara intención de demostrar que "el pescado se pudre desde la cabeza". El punto de partida fue un guión de Brian Tucker que no tuvo cabida en los grandes estudios de cine y pasó a integrar la "lista negra" de proyectos inviables. De allí fue rescatado por el afroamericano Allen Hughes, quien se propuso debutar en solitario con ese guión, después de haber codirigido varios largometrajes con su hermano gemelo Albert. El escenario es la ciudad de Nueva York durante los días previos a las elecciones para renovar autoridades locales. Los protagonistas son el alcalde Nicholas Hostetler y el detective privado Billy Tagart, quien hace siete años se retiró de la repartición policial por un incidente que concluyó en tragedia. Ambos se conocen desde esa fecha. Hostetler se postula para la reelección y compite con Jack Valliant, quien lo acusa de ser el candidato de Wall Street. Tagart es convocado por el alcalde para investigar la supuesta infidelidad de su esposa. Las pesquisas depararán sorpresas y derivaciones insospechadas. Fundamentalmente después que Paul Andrews, el jefe de campaña del candidato opositor, aparece muerto en la vía pública; y que Tagart descubre un negociado inmobiliario impulsado desde el poder, que pretende vender el pequeño barrio Bolton Village. Hostetler procura extorsionar a Tagart por razones que debe descubrir el espectador. Y éste, además, tiene algunos problemas afectivos por la participación de su novia, que es actriz, en una película. Como es habitual en el cine policial negro, Tagart es asistido por una eficaz secretaria llamada Katy, quien se involucra en su tarea un poco más allá de lo aconsejado. "Hay batallas que afrontas y batallas de las que huyes", afirma uno de los personajes. Y algo de esto le ocurre a Tagart, a quien el alcalde califica de "católico y estúpido", por su negativa a participar de ciertas aventuras nocturnas. Es cierto que Tagart es un poco ingenuo y por varios motivos mantiene un conflicto con el comisario Fairbanks, pero de esto no se puede deducir que sea deshonesto. También es cierto que el director desaprovecha las subtramas de la esposa del alcalde y la novia del detective, y no se ocupa en la forma que cabía esperar respecto de los entresijos de la campaña electoral. Pero esto no le resta méritos a la propuesta, que de paso demuestra que en una sociedad con instituciones consolidadas los corruptos van presos y que las famosas cámaras en las calles también sirven para vigilar a los ciudadanos honestos y, eventualmente, extorsionarlos.