Nostalgia y cinismo Para aquellos que no lo sepan, vale aclarar que Christopher Robin Milne (1920–1996) fue el hijo único de Alan Alexander Milne (1882-1956), el creador de Winnie-the-Pooh y principal responsable de la introducción en el universo de amigos del osito de poco seso y gran corazón del mismísimo Christopher Robin, representación ficcional del vástago del autor y suerte de condena de toda la vida para el británico real porque a lo largo de su infancia y adolescencia sufrió una infinidad de burlas por parte de otros niños y de adulto nunca se sintió cómodo con la fama involuntaria que le trajo la publicación de la obra central de su padre, léase los libros de relatos cortos Winnie-the-Pooh (1926) y The House at Pooh Corner (1928) y los volúmenes de poemas When We Were Very Young (1924) y Now We Are Six (1927), todos ilustrados por el genial dibujante Ernest Howard Shepard. En una jugada muy poco feliz a nivel ético, y en cierto punto similar a la decisión de lo más cuestionable de digitalizar/ revivir a Peter Cushing en ocasión de la de por sí floja Rogue One (2016), la Disney construyó una historia en live action alrededor de un Christopher adulto que en esencia -reduccionismos mainstream mediante- “redescubre” la alegría de la vida reencontrándose con Pooh y todos sus amigos, Piglet, Tigger, Eeyore, Rabbit, Kanga, Roo y Owl: la película resultante no es ni buena ni mala y recurre tanto a la nostalgia como al cinismo abriendo con el pasaje final de The House at Pooh Corner en el que todos le hacen una fiesta de despedida a un Robin que será enviado a un internado para luego cortar al protagonista cuarentón (Ewan McGregor), veterano agrio de la Segunda Guerra Mundial, casado y con una hija, teniendo que echar a compañeros de trabajo por mandato de su jefe. Por supuesto que eventualmente Pooh reaparece de la nada como un fantasma de su pasado y le remarca la importancia de los lazos afectivos para que deje de descuidar a su familia, así ambos emprenden un viaje en pos de hallar a toda la pandilla, hoy aparentemente perdida. Más allá de la excelente labor de McGregor y una reconstrucción bastante correcta de los rasgos identitarios del osito, simple y algo remanido aunque humilde y astuto en el contexto de la amistad, esta faena dirigida por Marc Forster y escrita por Alex Ross Perry, Tom McCarthy y Allison Schroeder por momentos cansa de tanto CGI, vueltas narrativas que se ven llegar a la distancia y el tufo de crisis burguesa redundante de la mediana edad destinada a asalariados en posición gerencial que ponen al trabajo por sobre todo, mensaje que desde ya no tiene nada de malo pero no calza con la hipocresía de base de la propuesta. Así como a la Disney no le importa nada el sentir -o tomar elementos del devenir- del que fuera el Christopher Robin de carne y hueso y por ello edifica un cuento que obvia el martirio que acompañó al inglés por su celebridad y el acoso del que fue objeto en vida, en términos estrictamente artísticos el film es un collage deslucido entre la homologación de persona real y personaje de La Historia Sin Fin (Die Unendliche Geschichte, 1984) de Wolfgang Petersen, aquel regreso por demás fatuo a la niñez de Hook (1991) de Steven Spielberg, y todas las reflexiones acerca de la creatividad de la extraordinaria “trilogía de la imaginación” de Terry Gilliam, Bandidos del Tiempo (Time Bandits, 1981), Brazil (1985) y Las Aventuras del Barón Munchausen (The Adventures of Baron Munchausen, 1988). Christopher Robin (2018) es otro opus actual en el que la melancolía resulta inofensiva…
“Christopher Robin: Un Reencuentro Inolvidable” es una película dirigida por Marc Forster y escrita por Thomas McCarthy, Alex Ross Perry y Allison Schroeder. Está protagonizada por Ewan McGregor, Hayley Atwell, Mark Gatiss, Adrian Scarborough, entre otros. La historia se centra en el niño que se embarcó en innumerables aventuras en el bosque de los Cien Acres con su banda de animales de peluche, pero ha crecido y ha perdido el rumbo. Ahora les toca a sus amigos de la infancia aventurarse en nuestro mundo y ayudar a Christopher Robin a recordar al niño cariñoso y juguetón que aún tiene dentro. La película está bajo la dirección de Marc Forster, director de “Guerra Mundial Z” (2013) y la serie “Hand Of God”, que debuta con un género que antes no había experimentado con “Christopher Robin”. El largometraje tiene dos tramas que están enlazadas con los mensajes que quiere dejar para el público, en la primera nos muestran cómo Christopher Robin ayuda a Winnie the Pooh a encontrar a sus amigos Igor, Piglet, Tigger, Búho, Conejo, Kanga y Roo; y en la segunda trama presenciamos cómo Pooh y sus amigos ayudarán a Christopher Robin con algo importante para él antes de que sea tarde. En el medio de ambas, tenemos una historia dramática familiar ya vista demasiadas veces, donde el padre (Christopher Robin, Ewan McGregor) le dedica demasiado tiempo a su empleo y se olvida de estar junto a la familia, en este caso con su esposa (Evelyn Robin, Hayley Atwell) y su hija (Madeline Robin, Bronte Carmichael). De todas maneras, observamos que la comedia es muy favorable en gran parte de la película que la hace a su vez entretenida. Aún así, podemos observar que a pesar de algunas tramas clichés, el elenco se destaca y tiene muy buena química. Todos logran ser divertidos en algún instante del filme, desde protagonistas hasta secundarios-terciarios. Y ni hablar de Pooh y sus amigos; el que más se destaca es Igor, teniendo muy buenos momentos cómicos y de los mejores del grupo. En cuanto a los aspectos técnicos, la ambientación y los escenarios del largometraje junto a diversos planos generales, donde se aprecian mejor, y una banda sonora emotiva e inspiradora, terminan dándole ese toque que tiene Disney que siempre está presente en todas sus producciones. En resumen, “Christopher Robin: Un Reencuentro Inolvidable” es una película más de Disney donde acierta en la gran mayoría de aspectos pero en ciertas subtramas y momentos se ven y sienten muy clichés y algo aburridas.
En la localidad de Sussex, en Londres, se halla un frondoso árbol, portal a un mundo de fantasía donde cualquier imaginativo niño sería feliz de vivir aventuras junto al oso Winnie the Pooh y sus amigos del bosque de los Cien Acres. El famoso personaje literario, popularizado en todo el mundo por las animaciones de Walt Disney, toma forma real en Christopher Robin: un reencuentro inolvidable, film que abre la puerta del viejo árbol para que los clásicos personajes ingresen a nuestro mundo en la Inglaterra de posguerra. Con este nuevo film, el director suizo Marc Forster incursiona una vez más en una historia sobre personajes literarios, como ya había hecho de forma excelente en la comedia dramática Más extraño que la ficción (2006) y la biopic dramática Descubriendo Nunca Jamás (2004), sobre la creación de Peter Pan. Lo que hace Forster en esta ocasión es tomar la figura del niño que pasaba los días divirtiéndose con el despistado oso Winnie, el temeroso cerdito Piglet, el saltarín tigre Tigger y el apesadumbrado burro Igor (entre otros), para contar un relato sobre el reencuentro con la infancia perdida. Si bien Christopher Robin está inspirado en el hijo de mismo nombre del autor Alan Alexander Milne (cuyos juguetes, además, se convirtieron en los antropomorfos personajes), se trata de un personaje ficticio más, utilizado para brindar realismo a la fantasía. De manera un tanto similar a lo que hizo Steven Spielberg con Peter Pan en Hook (El capitán Garfio), el film presenta a un Christopher Robin versión adulta, interpretado por Ewan McGregor; hombre de negocios además de esposo y padre que quiere lo mejor para su familia, aunque eso implique ser una figura algo ausente y estricta en el hogar. La idea de revivir la persona que alguna vez fue para lograr una mejor conexión con sus seres queridos y consigo mismo es algo que en el cine ya se ha podido ver en incontables ocasiones. Pero lo que diferencia a éste de otros films con una problemática similar, es la humanidad con el que es contado. Winnie the Pooh es quien acude a nuestro mundo precisando la ayuda de Christopher para descubrir qué ocurrió con sus amigos del bosque que extrañamente han desaparecido. De igual manera, será Christopher quien acuda a ellos para hallar a ese niño perdido, o más bien olvidado. Sin apelar a la nostalgia o la familiaridad que se pueda tener previamente con los personajes animados, el relato se encarga de llevar a cabo con humor y ternura la exploración interna de su protagonista, algo a lo que también es invitado el espectador a hacer consigo mismo para redescubrir el poder sanador de seguir jugando e imaginando cual niños. La animación de los animales/juguetes y los espacios que recorren son de tal realismo que funciona remarcando la idea de que la fantasía continúa viva. Por más imaginativa que resulte la magia de los protagonistas animados, esto no significa que por ello los haga ser menos reales. El film de Marc Forster se centra en lo que quiere contar sin depender demasiado de la relación y el conocimiento que uno pueda tener con la creación de Milne. Porque lo que hace destacarse a Christopher Robin como algo original y conmovedor es el enorme corazón que el film posee —lo cual hace que se disfrute tanto si se está o no familiarizado con el mundo de Winnie the Pooh. Quien les escribe esta nota por ejemplo, nunca tuvo demasiado agrado por las aventuras del oso amante de la miel, pero es la forma en que es llevado a la vida y por ende también la sentida conexión de éste con el protagonista, que se logra emocionar a todo quien se atreva ingresar por la vieja entrada del árbol, sentarse en un tronco del bosque de los Cien Acres y reflexionar observando las maravillas que lo rodean…todas ellas tan reales como el oso que disfruta de un buen tarro de miel a su lado.
El director Marc Forster, el mismo de Buscando el País de Nunca Jamás, arremete con Christopher Robin: Un reencuentro inolvidable, donde expone los cruces entre la niñez y el mundo adulto, pero sin la fuerza dramática de aquel film. De tono nostálgico y a modo de un cuento infantil plasmado al comienzo en páginas ilustradas en blanco y negro, el espectador se sumergirá en esta nueva adaptación de Disney y en la historia de Winnie The Pooh y el bosque de los 100 Acres. La película cuenta la historia de Robin -Ewan McGregor-, el niño que jugaba en el bosque con el famoso osito y sus amigos y ahora está convertido en un adulto que lidia con las obligaciones laborales de la empresa para la que trabaja -enfrenta un recorte presupuestario- mientras descuida a su pequeña hija Madeline y a su esposa Evelyn. El personaje creado por Alan Alexander Milne en sus cuentos infantiles regresa en el formato de "acción en vivo" como un cuento clásico infantil para reunir a la familia. Con el escenario de fondo de una Inglaterra en pleno proceso de recuperación económica luego de la Segunda Guerra Mundial, el relato combina acertadamente el mundo infantil de los muñecos de peluche con el adulto que parece resquebrajarse. El filme brilla en la recreación de época, en la dirección de arte, entre bosques mágicos, animalitos recreados digitalmente y una familia al borde del colapso entregando un producto ameno sin grandes sorpresas. Ewan McGregor logra transmitir la desesperación del personaje que ha perdido al niño que lleva adentro y tiene escenas de conexión emocional con el oso en cuestión. Menos protagonismo tiene el resto y el resultado es favorable, sin alcanzar los picos de otras realizaciones del director.
La Disney hizo Ossoo!!! De las enormes licencias y libertades que se ha tomado Disney para explotar al personaje Winnie-the-Pooh y a su creador se encargarán fanáticos o historicistas porque en lo que a cine se refiere siempre existen modelos o películas con las cuales dialogar para sacar mayor provecho de las intenciones pseudo artísticas de este producto, Christopher Robin, un reencuentro inolvidable. El trillado mensaje de la búsqueda del niño interior bajo los preceptos Hollywoodenses malogra cualquier profundidad y banaliza una necesidad vital para transitar una vida con algo de sentido. La familia, el trabajo, las obligaciones, el ocio, y los anhelos personales son apenas una parte del todo que plantea este relato, dirigido por Marc Foster. A diferencia de otras películas que mezclan la vida de los creadores con sus creaciones, Christopher Robin entrelaza a dos personajes del universo Winnie-The-Pooh, creado por Alan Alexander Milne. El hijo del susodicho es Christopher Robin y su lugar en los relatos cortos es preponderante, aunque para el verosímil del film de Foster la confusión al tomar contacto con el osito y sus amigos (CGI mediante) puede llamar al suspicaz equívoco, sumados dibujos de Christopher en su etapa de infancia, algo que en la película tapa a fuerza de elipsis para instalarse de lleno en la adultez. Por eso, al sumergirnos en la propuesta de los estudios Disney y encargada a Marc Foster aparece la primera contradicción: el mensaje y la bajada de línea frente a la creatividad para hacer atractivo el universo de Winnie-The-Pooh, siempre contrastado con la realidad mustia y sepia de aquella Inglaterra post Segunda Guerra Mundial. Carente de imaginación, la empresa donde Christopher Robin intenta progresar le delega la difícil reestructuración para achicar gastos. Pero el hombre, ahora adulto que ha dejado en un segundo plano a su hija y a su esposa, aún tiene sensibilidad y esa sensibilidad lo conecta con su pasado; Con las aventuras del osito, la despreocupación en los juegos y la inocencia necesaria para encontrar otro ángulo a la realidad. Ewan McGregor cumple en esa ambigüedad buscada, se adapta al live motion pero la película se queda a medio camino, muy por debajo de las hermanas o primas cinematográficas que pululan aún por el firmamento del mainstream como la recordada Descubriendo el país de nunca jamás (2004), también en torno a otro ícono de la infancia y la literatura infantil como Peter Pan.
Ese niño que fuimos La nueva película producida por Walt Disney Pictures está inspirada en los libros de Winnie-the-Pooh. Mezclando acción real y animación, Christopher Robin: un reencuentro inolvidable (Christopher Robin, 2018) busca emocionar a todo el grupo familiar. Christopher Robin era aquel niño que vivía todo tipo de aventuras junto a su banda de animales de peluche. Este pequeño creció y, junto a ese desarrollo, perdió su brújula de la vida. Ahora esos amigos de la infancia buscarán rescatarlo. Marc Forster (Guerra Mundial Z) se enmarca en dirigir esta historia que, con Disney como el gran precursor de la nostalgia, nos auspicia una obra lacrimógena y encantadora. Christopher Robin: un reencuentro inolvidable promete reencontrarnos con ese niño que alguna vez fuimos. Protagonizada por Ewan McGregor (Lo Imposible), el adulto Christopher Robin, este film recurre a los elementos clásicos de una oda a la añoranza de lo que fuimos: un viaje al autodescubrimiento, la falsa premisa de “todo tiempo pasado fue mejor” y la posibilidad de empatizar con una historia apta para toda la familia. El propósito es evidente y el entretenimiento no escasea a lo largo de los minutos del largometraje, pero la mezcla agridulce que genera no termina de convencer y hace que el relato se sumerja en una ficción que está más preocupada en crear emociones que en contar una historia. El gran acierto y sostén de esta obra comandada por el talentoso director de Descubriendo el país de Nunca Jamás (Finding Neverland, 2004), otra película con la nostalgia como bastión, es el magnífico uso de la animación y, por sobre todas las cosas, de la construcción de un personaje adorable como Winnie the Pooh. El oso expresa ternura con cada acción. Sus movimientos no son chatos ya que están sustentados por lo que necesita describir y funciona como el contrapunto perfecto al adulto Christopher. McGregor, en cambio, brinda una confusa interpretación. Por momentos su Christopher Robin desborda nerviosismo en escenas que la calidez debería ser el centro de la cuestión. Acá el actor de Trainspotting (1996) no provoca empatía. Es parco y desesperante. Sin dudas, la atracción principal de la película termina siendo aquello por lo cual se apela a la nostalgia: la aparición de Winnie the Pooh, Tiger y compañía. Los animales de peluche funcionan como los encargados de aparecer para despertar a Christopher Robin de un letargo sin rumbo ni sentido. Con un Robin/McGregor para dejar rápidamente de lado, Winnie the Pooh se tuvo que encargar de rescatar al film de un destino olvidable. Quizás la historia sea un gran viaje familiar ideal para entretener desde los más pequeños hasta los más grandes. Los adultos nos vamos a reencontrar con ese niño que fuimos, pero más que nada por querer alejarnos de aquel que lleva el peso del título de la película.
Mis recuerdos de Winnie The Pooh eran muy vagos. Sé que de chico vi un par de veces la serie animada y que no había causado nada mayor en mí. Así que al entrar a ver esta película no tenía una carga emocional previa. Por ello, el impacto fue aún mayor cuando descubrí lágrimas en mis ojos en más de una oportunidad. El film me pegó bastante, y no necesariamente por sus personajes sino por el mensaje. Hay mucho (incluso una escena calcada) de dos películas que tienen que ver con Peter Pan: Hook (1991) y Finding Neverland (2004), esta última dirigida por Mark Foster, quien aquí ocupa la misma silla. Ambas cintas cuentan con un gran discurso sobre crecer, la pérdida de la inocencia y lo que ello conlleva. Ese es el objeto principal y motor de Christopher Robin. Y toda su narrativa argumental y audiovisual pasa por ahí. Lo cual es genial. El director maneja muy bien los tiempos y respeta el concepto en todo momento, creando un verosímil muy singular. Los simpáticos personajes (muy bien adaptados como peluches viejos) cargan con mucha nostalgia. Asombra la mirada que tienen, y por lo tanto se trata de un laburo de VFX espectacular. Y su protagonista, quién da el título de la película, es un genial Ewan mcGregor. Su personaje emprende un viaje desde comienzo a fin. Algo muy palpable en el espectador y que transmite mucho. El resto del elenco está muy bien, con menciones especiales a la cuasi debutante Bronte Carmichael, quien hace de la hija de Christopher, y Mark Gatiss, en un papel distinto al cual estamos acostumbrado a verlo, ya sea en series británicas o en otras películas. La historia es simple pero encantadora. Pero hay una cuestión para tener muy en cuenta: se trata de una película para adultos. Porque pese a un par de pasos de comedia, los más chicos pueden no llegar a engancharse tanto. Para otro tipo de espectador el film incluso le puede resultar lento y/o aburrido. Todo dependerá de su preconcepto antes de verlo, pero el tráiler puede llegar a engañar un poco. Christopher Robin me sirvió de conector con mi niño interior, motivo por el cual la recomiendo mucho.
Disney podrá expandir hasta el infinito y más allá el universo de Marvel o la saga de Star Wars, pero siempre vuelve a sus temas y personajes predilectos para ensalzar la importancia de la familia, el juego y la fantasía. Tal es el caso de Christopher Robin: Un reencuentro inolvidable, que trae (en versión digital) a Winnie-the-Pooh y a su troupe de animalitos parlanchines. El protagonista es Christopher Robin, que en la vida real era el hijo del creador del osito fanático de la miel y aquí es un chico que se cría en el bosque para luego irse a un internado y olvidarse de su pasado. Un regreso fortuito a ese lugar siendo adulto (Ewan McGregor) marcará el reencuentro con sus viejos amigos, al tiempo que expondrá cara a cara las diferencias entre el hombre que es hoy y el niño que alguna vez fue. Más allá de su carácter predecible, la película se sigue con interés debido al oficio indudable del realizador alemán Marc Foster (Cambio de vida, Descubriendo el país de Nunca Jamás, Más extraño que la ficción, Cometas en el cielo, 007 Quantum of Solace, Guerra Mundial Z) y sus guionistas a la hora de puntear las cuerdas más sensibles del espectador con las armas habituales del estudio de ratón. En ese sentido, Christopher Robin: Un reencuentro inolvidable es un Disney clásico: emotivo, con bienvenidas dosis de humor y un típico cierre moralista donde el protagonista aprende cosas.
Las acciones del presente nos ubican en la posguerra de la Segunda Guerra Mundial, en Londres. Christopher (hijo del autor de Winnie the Pooh, Alan Alexander Milne) trabaja como administrativo en una fábrica de valijas. Tiene a su esposa (Hayley Atwell, de Capitán América), a una niña (Bronte Carmichael) y tanta labor que obedece a su jefe y decide no pasar las vacaciones con ellos, porque debe entregar un trabajo para impedir que echen a más empleados de la fábrica… Hasta que recibe la visita inesperada de su amigo de peluche Winnie the Pooh. No interesa cómo, pero Pooh necesita ayuda: sus amigos del bosque de los cien acres se han extraviado. ¿Quién podrá ir a ayudarlo? Con animación CG, o sea digital, Christopher se reencuentra con Winnie, Piglet, Tigger y todos sus amigos con los que compartió su infancia en el bosque. Si se supone que cada uno de ellos (re)significa distintas cualidades, aptitudes o carácter del ser humano (pereza en el burro, hiperactividad en Tigger, y así), el filme ofrece también un aleccionar sobre su propia vida. Por un lado está la vuelta de Christopher adulto al idilio que fue su niñez, para remarcar aquéllo de que no conviene perder al niño que somos o que llevamos dentro. Por otro, el costado que vimos mil veces; el padre que, agobiado por su trabajo, descuida a su familia, y sencillamente un hecho fantástico -piensen en otra versión tipo “secuela” como el Hook de Spielberg con Robin Williams- hace que el hombre entre en sus cabales. Vuelva a ser íntegro, o el niño/hombre que nunca debió dejar de ser. Pero el tono no siempre es el de comedia. Marc Forster, que entre otros títulos como 007 Quantum of Solace y Guerra Mundial Z, también dirigió Descubriendo el país de Nunca Jamás, sabe compenetrar al espectador, niño, joven o adulto, por ese sentimiento de Christopher entre nostálgico y culposo. Es ese trayecto, que podríamos definir también como un “viaje de ruta” o hasta “película de camino” en el que el protagonista (humano) redescubre el dolor de un niño por sentirse descuidado por su padre. En otras palabras, trata sobre la melancolía de tiempos tal vez mejores, sí, pero a la vez sobre lo que hemos perdido en nuestras vidas y el darse cuenta de cómo podemos lastimar, sin querer, a nuestros seres queridos. Todo lo que un oso de peluche (olvidemos que generado por computadora) puede producir está aquí. No hace falta ser fanático del clásico de Disney para sentirse atraído. La edad, tampoco: quizá los más pequeños se sientan algo abrumados, y muchos fans disientan con el grado algo opacado de los personajes que amaron de niños. Es la vida que nos alcanza, diría cierta canción.
En su superficie, los entrañables personajes animados cobran “vida” en un intento por rememorar épocas de música y juegos con el protagonista, un hombre gris que sólo vive para trabajar. Pero si uno escarba más profundo, en la intención de ubicar a Winnie the Pooh y amigos como los referentes de este hombre, que a diferencia de Peter Pan, ha perdido la capacidad lúdica de sorprenderse, no hay nada nuevo en una propuesta que busca emocionar de una manera evidente sin revisar sus premisas o intenciones.
Disney ha convertido la historia de Christopher Robin, el niño de los libros de Winnie the Pooh, escritos por A.A. Milne, en la aventura de un adulto hacia aquella infancia que ha perdido en los pliegues de su propia memoria. Pero todo lo que podía ser simple nostalgia o tenue melancolía se llena de fuerza y humor en el mismo nacimiento de los personajes -que no están inspirados en la vida del hijo de Milne, como sí ocurre en la película Goodbye Christopher Robin, ver página 1-, liberados de cualquier marco literario e inmersos en el mismo fluir de la vida. Marc Forster sorprende a los más escépticos al encontrar la forma más inteligente de convertir ideales infantiles en conquistas sociales, y lograr una película sobre el ocio y el disfrute en el contexto de una Inglaterra dominada por el esfuerzo de posguerra y la austeridad de la reconstrucción. Más allá de los notables méritos de la animación digital para crear a Winnie the Pooh y sus amigos del Bosque de los Cien Acres (en el que se luce el entrañable burro Eeyore), la magia de la película radica en la convincente mirada de Ewan McGregor sobre mundo que lo rodea. Toda la travesía de su personaje está contenida en su expresión, desde brillo en el momento del amor y su tenue parpadeo en la vida gris de oficinista, hasta el atisbo de un descubrimiento que trasciende los límites de la familia y se afirma en la comprensión del complejo mundo en el que ha crecido.
Esta vez, la nubecita de lluvia no es el querido oso embarrado que usa un globo para subir al panal. No, esta vez la nube es real, está sobre Londres. Tiñe al cielo de gris y ese niño que un día compartía aventuras con su peluche, hoy es un adulto agobiado por las responsabilidades y parece haber olvidado todo lo que alguna vez vivió en el bosque de los Cien Acres. Ewan McGregor se une al osito más famoso para hacer Christopher Robin, una de las películas más tiernas del año.
Triste vida la del auténtico Christopher Robin, hijo del escritor Alan Milne. Por empezar, los padres esperaban una nena y así lo trataron. Luego su padre lo convirtió en protagonista de los cuentos de Winnie the Pooh, y en la escuela todos le hacían burla por eso. Cuando más tarde instaló una librería, los fanáticos de Winnie le agotaban la paciencia. Iniciada la Segunda Guerra, quiso ser soldado como lo fue su padre en la Primera, y no pasó el apto médico. Se casó con una prima y la madre le negó el saludo durante 15 años. Rechazó los derechos de autor del padre, pero igual tuvo que ir a todos los homenajes en su memoria. Y ahora esto. Ya el año pasado el cine le encajó una palada de tierra con "Goodbye, Christopher Robin", una historia de su infancia donde se lo ve regordete y con flequillo de nena. Ahora ni figura. El Christopher Robin de la película que ahora vemos es otra persona, tiene otra historia, es un mero laburante explotado por su jefe, exigido por esposa e hija, y a punto de quedar mal con casi todo el mundo. Pero en su infancia fue el nene de los cuentos. Lindo el prólogo de la película, cuando todavía es un niño que charla con su juguete. Lindo también el reencuentro de los dos amigos, la vuelta a ese mundo de fantasía donde refugiarse y ser feliz por un ratito. Después la película sigue, se estira un poco, pero por suerte termina bien. A punto de lagrimita. Excelentes, los peluches digitales, las frases de Winnie y del burro, la ambientación en los 40, el rodaje en el mismo bosque de Ashdown que inspiró a Milne para sus cuentos. Director, Marc Forster, que tanto hace "Descubriendo el país de Nunca Jamás" como "Guerra Mundial Z", así como el mexicano Humberto Vélez tanto hace la voz de Winnie como hizo la de Homero Simpson. Entre los guionistas, Greg Brocker, uno de los autores de "Stuart Little".
“Christopher Robin”, de Marc Forster Por Jorge Bernárdez Christopher Robin Milne fue el creador de Wonnie The Pooh, Tiger y toda su banda de amigos. El relato de cómo CRM creó esos personajes y al niño de ficción que jugaba con ellos tiene como base una historia triste que incluye la dura relación que el escritor tuvo sus padres, quienes prácticamente lo ignoraban cuando era pequeño. – Hay gente que sencillamente no se lleva con los niños, era toda la explicación que daba el escritor a la hora de dar detalles sobre su relación con el padre, que murió cuando él era chico, y con su madre, con la que no se habló durante quince años. Todo el desamor que vivió CRM se revirtió en las historias que unieron al niño de ficción con ese verdadero osito cariñoso y glotón, que resultó ser Winnie the Pooh. Christopher Robbin es el regreso Cristophher (Ewan McGregor) al “Bosque de los cien acres” donde jugaba con sus amigos imaginarios, pero mejor empezar por el comienzo que es la mejor manera de entender las cosas. En el principio de la película y con un forma bien clásica que incluye los dibujos originales de Winnie The Pooh, cuenta la triste y dura historia del niño Christopher Robin que fue enviado a un internado para recibir una severa educación, que tenía como fin hacer de él un hombre de provecho. Pero debe salir del internado por la muerte del padre y con el cuerpo de su progenitor aún tibio, un adulto de esos que nunca faltan, le dicen al dolido Christopher que ahora le tocaba ser el hombre de la casa y de ahí en más lo fue. Así, apenas salió del colegio conoció a una mujer con la que se puso de novio pero a la que tuvo dejar en pleno embarazo para regresar tres años después. El Christopher que volvió, además de cargar con esa solemnidad que le inoculó el padre, tenía una carga dramática propia de la experiencia de la guerra. Ya de vuelta se metió de lleno a su trabajo y con su hija fue casi tan serio como lo había sido su padre con él y así llegamos al centro del argumento de la película. La posguerra no fue para nada sencilla y en un momento Robin, que dirige una fábrica de valijas que forma parte de un conglomerado económico superior, da pérdida y los rumores sobre le que les esperaba a los empleados son funestos y no solo los rumores, los dueños de la empresa le dicen a Christopher que reduzca un 20 por ciento de los costos de la empresa. Enfrascado en esa orden, Christopher se vuelve más huraño y lejano para su familia. La esposa le propone un viaje de fin de semana al hogar de la infancia de Christopher pero ni en eso puede ocupar su lugar de esposo y padre, ellas se van solas y Christopher se queda trabajando. En otro tiempo y lugar Winnie the Pooh se despierta en el bosque de los cien acres, pero no encuentra a su pandilla. Camina sin rumbo buscándolos hasta que se encuentra con el árbol que tiene la puerta por la cual solía entrar Christopher Robin al bosque y bastante en contra de sus principios, Winnie la atraviesa porque los grandes problemas exigen grandes decisiones. Winnie The Poo entra a la nueva realidad de Christopher que primero niega lo que ve y que lentamente acepta el desafío, se olvida de las obligaciones de su vida como adulto emprende la búsqueda de los amigos de Winnie, al fin y al cabo quién otro que su creador puede dar con el paradero de sus creaciones. La película marca el camino del protagonista a un reencuentro con sus amigos, su infancia y la relación con la familia. Con buenas actuaciones, un gran nivel técnico y el clásico tono Disney la película se pone emotiva y nunca pierde su gracia. Cuando hablamos del clásico tono Disney lleva a decir que hay algo de Mary Poppins, en esta historia que está dedicada a los más chicos pero que sabe que también va a emocionar a los padres, o mejor dicho, emocionará más a los adultos que a los niños. CHRISTOPHER ROBIN Christopher Robin. Estados Unidos, 2018. Dirección: Marc Forster. Guión: Alex Ross Perry, Tom McCarthy y Allison Schroeder. Intérpretes: Ewan McGregor, Jim Cummings, Hayley Atwell, Bronte Carmichael, Mark Gatiss, Brad Garrett, Nick Mohammed, Peter Capaldi, Sophie Okonedo, Toby Jones. Producción: Kristin Burr y Brigham Taylor. Distribuidora: Buena Vista. Duración: 104 minutos.
Recordando cómo ser niño “Christopher Robin: Un Reencuentro Inolvidable” (Christopher Robin, 2018) es una película dramática y de fantasía dirigida por Marc Foster (Finding Neverland, Stay, World War Z) y escrita por Alex Ross Perry, Tom McCarthy y Allison Schroeder. Basada en los personajes creados por A. A. Milne y Ernest Shepard, el reparto incluye a Ewan McGregor, Hayley Atwell (Peggy Carter en el Universo Cinematográfico de Marvel), Bronte Carmichael, Mark Gatiss, Oliver Ford Davies, entre otros. Las voces de los peluches fueron puestas por Jim Cummings, Nick Mohammed, Brad Garrett, Peter Capaldi, Toby Jones, Sara Sheen y Sophie Okonedo. Luego de pasar su infancia jugando con Winnie the Pooh y sus amigos en el bosque de los Cien Acres ubicado en el condado de Sussex, Inglaterra, Christopher Robin (Orton O’Brien de niño, Ewan McGregor de grande) deberá partir hacia un internado. El niño sufrirá la muerte de su padre y varios años después conocerá al amor de su vida en el transporte público, irá a la guerra y tendrá una hija llamada Madeline (Bronte Carmichael). Ya adulto, Christopher trabaja en una empresa que se dedica a diseñar maletas de equipaje. El empleo hace que Robin no tenga tiempo para estar con su esposa Evelyn (Hayley Atwell) y su hija, por lo que las dos emprenderán viaje a la cabaña de verano sin él. No obstante, Christopher recibirá una inesperada sorpresa: en una de las plazas cercanas a su hogar se reencontrará con Winnie, el osito con el que tantos momentos pasó durante sus primeros años de vida. A pesar de que Robin quiere escapar de esa situación ya que tiene mucho papeleo por hacer, no podrá dejar solo al animalito fanático de la miel. Así es como el humano volverá al bosque de los Cien Acres, que ahora está oscuro, vacío y lleno de niebla, para tratar de hallar a Tigger, Igor, Piglet, Conejo, Rito, Kanga y Búho. Nostalgia, dulzura y corazón es lo que prima en esta producción live action que funciona como secuela de las historias con las que muchos crecimos de niños en donde Winnie y Christopher se embarcaban en variadas aventuras llenas de enseñanzas. Los guionistas supieron capturar la personalidad de cada peluche a la perfección, por lo que será completamente sencillo recordar por qué nos encariñamos tanto con los personajes en el pasado. Con los primeros teasers y trailers, muchas dudas había sobre el diseño de los animales, ya que lucían muy distintos a su versión animada. Sin embargo, puede afirmarse que el CGI está muy bien utilizado y solo era cuestión de verlos en movimiento con sus voces originales por más tiempo para captar que la magia sigue intacta. Aunque se pueda llegar a creer que el filme va dirigido a los más chicos, en realidad el director construyó una trama que impactará mucho más en los que crecieron viendo a Winnie the Pooh y sus amigos en la televisión. Tanto el oso como el burro tienen excelentes líneas de diálogo que invitan a reflexionar y profundizar sobre el diferente concepto del tiempo que hay cuando se es chico, el hallazgo de la felicidad en cosas tan simples como un globo, el poder de la imaginación y el darse cuenta de qué es lo que verdaderamente importa en la vida. Con un montaje extraordinario que en el comienzo alterna las páginas de un cuento con los hechos de la infancia, adolescencia y adultez del protagonista, “Christopher Robin: Un Reencuentro Inolvidable” se convierte en una película entrañable que emociona y hace reír durante casi todo su metraje. Si de chiquito veías a Pooh, no te podés perder las enormes moralejas que continúa ofreciendo.
Volver a Jugar Christopher Robin plantea la historia del personaje titular, amigo de Winnie the Pooh con quien jugaba constantemente en el bosque, y qué es lo que ocurre cuando un día debe dejarlo para ir a un internado. Naturalmente, el crecer progresivamente va haciendo mella en Christopher Robin hasta que se encuentra ante las inevitables responsabilidades de la vida adulta, en particular el desafío de equilibrar su vida laboral y familiar. Es en este momento donde Pooh vuelve a entrar en su vida para reconectarlo con el niño que alguna vez fue. A nivel guion, no tiene pretensiones mayores que la de contar una buena historia con personajes queribles reconocidos por el gran público. El foco está puesto, logradamente, en mantener un ritmo narrativo ágil. El mensaje de no dejar morir a nuestro niño interior está presente en toda la película pero de forma sutil, siendo incluso troncal al desarrollo y resolución de todas las escenas. Los cambios y progresos (para bien o para mal) del personaje son ilustrados de forma visual. Por ejemplo, ilustrar en los primeros minutos su paso por el ejército y los horrores de la guerra como muestra contundente del abandono obligatorio de su universo infantil. En materia actoral, Ewan McGregor entrega una actuación bastante prolija, comunicando con eficiencia el conflicto emocional de ser un esposo y padre de familia responsable, con la obligación de recuperar su universo infantil si quiere resolver los problemas que lo aquejan. Respecto a los personajes digitales, como el propio Pooh, encuentra en Jim Cummings (quien le dio su voz a los dibujos animados originales) una interpretación fascinante: aunque se nota la edad avanzada en la voz, eso no saca al espectador del flujo narrativo sino que lo revaloriza, porque no podemos hablar de recuperar y mantener al niño interior si no se refleja el paso del tiempo entre el adulto y el niño que quedó atrás. Por otro lado, si de las voces animadas nos ponemos a hablar, el que destaca y se roba más de una escena es Brad Garrett con su desopilante interpretación de Eeyore, el deprimido burro de trapo. En el apartado técnico, Marc Forster se prueba sobrio en su puesta en escena, pero sabe en qué momentos tiene que elevar la apuesta de una secuencia, en particular las de aventura que transcurren en la segunda mitad del film. A nivel visual es necesario destacar que si bien los decorados son realistas y con una prolija recreación de época, en el vestuario nos devuelve a la luminosa paleta de colores del universo de los libros originales y los dibujos animados.
Es un film inspirado en los famosos libros infantiles de Alan Alexander Milne, publicados en l924 y adaptadas en animaciones por Disney. Pero en esta película con el famoso osito Winnie the Pooh se comienza con la despedida del niño del título, que se juramente seguir fiel al ocio pero que se separa de su juguete de peluche y el resto de sus muñecos en el “bosque de los 100 acres” para comenzar su vida de adulto en un internado. Luego le tocará la guerra y finalmente se convertirá en un obsesivo del trabajo que descuida a su familia. Para el argumento se reunieron tres guionistas Alex Ross Perry, Tom McCarthy y Allison Schroeder que cumplen con la filosofía Disney, donde ese padre que no se ocupa de los seres más importantes de su vida recibe una lección que le brindan sus juguetes abandonados, que vuelven a cobrar vida para darle una lección. El director, Marc Forster, el mismo de la inspirada “Buscando a Neverland”, no encuentra aquí la manera de sostener una magia que solo es efectiva hacia la segunda mitad de la película. No lo ayuda que el protagonista sea un adulto que encarna Ewan McGregor con exasperación y nervio sin encanto, y lo mismo ocurre con los juguetes animados cuya principal atracción está en las voces, más que en efectos de animación, y solo lo apreciaran quienes se criaron con Pooh y la vean sin doblaje. La película toma brío de viejas películas cómicas en la última parte, cuando los animales irrumpen en la ciudad, el osito hace de las suyas y obliga a su antiguo dueño a redescubrir lo que perdió cuando creció: jugar, divertirse, y hasta encontrar una solución para no tener que despedir gente en su trabajo. Toda la ideología de respetar los tiempos de juego y ocio son mas que valiosas para un entretenimiento módico.
Filme de acción real donde conviven actores como Ewan McGregor (el Jedi Kenobi de "Star Wars") con imágenes tridimensionales, "Christopher Robin" es el famoso niño que con su osito de peluche Winnie the Pooh se ganó a los chicos del mundo con sus aventuras. La película lo presenta ya adulto, casado y padre de una pequeña, con un empleo de jefe de personal al que se le presenta el drama de tener que prescindir de parte del personal con el que ha hecho lazos de amistad durante largos años. Las preocupaciones lo encuentran absorbido por el trabajo, en conflicto con su esposa y necesitado de la ayuda de algún amigo que lo acompañe. Y como por arte de magia, su compañero de la infancia, Winnie the Pooh, se le aparece en una plaza de Londres, porque también él parece haber perdido a sus amigos, animalitos del popular Bosque de los 100 Acres. El encuentro de ambos, con necesidades mutuas, los conduce al lugar de la infancia de Christopher Robin. LOCACIONES ORIGINALES El director del clásico "Descubriendo el País del Nunca Jamás", Marc Forster, retoma con calidez uno de los personajes más queridos por los chicos a través de los libros y las películas desde su nacimiento en 1926. El fotógrafo Matthias Konigswieser filmó con cámaras portátiles tradicionales y posteriormente se recurrió a la animación computada para dar mayor credibilidad a los movimientos de los animalitos. El efecto es sorprendente porque tanto el célebre osito como sus amigos, el entusiasta felino Tigger, el cerdito asustadizo Piglet y el adorable Igor, un burro buenazo y sarcástico, parecen tan actores como Mc Gregor y Hayley Atwell. Un tanto lenta, salvo la media hora final, que está llena de acontecimientos, persecuciones y movimiento, "Christopher Robin" presenta un pequeño problema: es bastante triste en su desarrollo y los más pequeños, que se fascinarán con la pandilla de animales, quizás no comprendan demasiado los desánimos del protagonista. Más allá de algunos engolosinamientos en la melancolía general y ciertos golpes bajos a la emocionalidad del relato (la música es su mayor cómplice), la película es formalmente perfecta, sus animalitos atrapan (especialmente el burro Igor con sus dichos) y el Bosque de los 100 Acres está filmado en la locación original del libro, el bosque de Ashdown, en Sussex, y también en el gran parque del Castillo de Windsor.
Christopher Robin es un regreso glorioso al mejor cine live action de Disney que solía estrenarse con frecuencia entre los años ´60 y mediados de los ´80. Uno de los períodos más fructíferos de la compañía donde desarrollaron películas fabulosas de calidad con contenidos originales que lamentablemente hoy no tienen difusión en los canales de televisión de la compañía. En un momento en el que las producciones del estudio se estancaron en brindar filmes insulsos sin imaginación que refrita los clásicos de dibujos animados, como La Bella y la Bestia, este estreno deja la tranquilidad que no todo está perdido. Puedo entender que los cabezas de funko que reseñan películas y creen que Disney nació con Piratas del Caribe encuentren a esta producción aburrida, pero aquellos que crecieron con los grandes clásicos de calidad como Travesuras de una bruja, Las tres vidas de Tomasina o Los ojos del bosque la apreciarán con más cariño. Christopher Robin es lo mejor que brindó Disney en el cine live action desde El mágico mundo de Terabithia y celebra la obra del creador de Winnie Pooh, A.A.Milne. La película funciona como una especie de continuación de lo que fue el segundo libro del oso, The house at Pooh Corner que terminaba con la despedida entre Christopher Robin y sus amigos animales. La primera secuencia del film resume el capítulo final del libro y luego retoma la trama 30 años después con Christopher en la adultez. Un hombre que inmerso en sus responsabilidades y las experiencias dramáticas que vivió, como su participación en la Segunda Guerra Mundial, fue perdiendo su espíritu creativo e imaginación. Hasta que reaparecen Pooh y sus amigos para remediar esta situación. Con algunos guiños fabulosos al clásico Harvey (1950), con James Stewart, la película de Marc Foster narra la historia de un hombre que vuelve a encontrar una estabilidad en su vida a través de la conexión con su niño interior. El concepto de la trama puede traer al recuerdo la fallida Hook de Steven Spielberg, pero creo que en este caso el concepto se ejecutó con más solidez. El director Foster vuelve a demostrar que se lleva mejor con los relatos sensibles (Regreso a Neverland) que el cine de acción (Quantum of Solace) y desarrolla una propuesta familiar muy emotiva que evoca las grandes película live action de Disney que estaban desaparecidas en la cartelera desde hace muchos años. Ewan McGregor resultó la elección perfecta para Christopher Robin por su capacidad para moverse entre la comedia y los momentos más dramáticos. Los efectos especiales que le dan vida a los personajes de Milne tiene el mismo nivel de lo que vimos en los excelentes filmes de Paddington, cuya influencia es más que notable en esta producción. Pooh y el depresivo burro Eeyore cuentan con algunos momentos fabulosos donde aportan escenas muy graciosas que se fusionan muy perfectamente con esa melancolía que está presente en la narración de Foster. Sólo por la emotiva escena final que comparte McGregor con Pooh, Christopher Robin supera a la mayoría de las producciones live action que el estudio estrenó en los últimos años. Con la excepción de Cenicienta y El libro de la selva, el resto fueron películas olvidables que no representan la esencia de lo que solían ser las producciones de la compañía en el terreno de la imaginación. Christopher Robin se destaca entre mis favoritas del año y la recomiendo especialmente a las amantes de ese estilo de cine que suelo denominar “el Disney olvidado”. El Dato Loco: Un gran complemento de este estreno que no pasó por los cines y también recomiendo es Goodbye Christopher Robin, que narra la historia de la creación de Winnie Pooh y explica las curiosas razones por las que el artista se vio obligado a abandonar al personaje luego del segundo libro. Puede leer la reseña acá
Christopher Robin: Un reencuentro inolvidable, no solo sorprende por la efectiva transmisión de ternura, sofisticación y sentimentalismo, sino también por el mensaje que impone y la gran eficacia que tiene al lograrlo. En algún momento de nuestra infancia, todos hemos visto alguna vez a Winnie Pooh y a su banda amiga de animalitos tan particulares como amigables. Tigger, Eeyore y Piglet pueden ser los más conocidos, pero siempre hubo un personaje que tenía una participación más que especial: Christopher Robin. Un chico que vivía en la campiña inglesa y pasaba sus días jugando en el Bosque de los Cien Acres con Pooh y sus compinches, derrotando Elefantes y Wratas, teniendo todo tipo de expediciones y aventuras. Se sabe que el personaje de Christopher fue inspirado totalmente en el hijo del creador de estas historias Alan Alexander Milne, de hecho se llaman de la misma manera. Pero en la vida de esta familia de literarios no todo era color de rosas y un poco de eso ya se ha podido ver en una película de 2017 bajo en nombre de Hasta Pronto Christopher Robin (Goodbye Christopher Robin), un filme que mostraba por todo lo que tuvo que pasar el joven Christopher hasta llegar a su adultez, lidiando en el medio con la “fama” de ser el niño de los cuentos de su padre. Ahora en la actualidad, Christopher Robin: Un reencuentro inolvidable (Christopher Robin, 2018), llega para contar una historia que nada tiene que ver con aquella del año pasado, sino que podría ser tranquilamente una secuela de la película animada de 1997, La Gran Aventura de Winnie Pooh. En esta oportunidad, el director alemán Marc Forster (Guerra Mundial Z, 2013) se hace cargo de relatar la última visita de Christopher (Ewan McGregor) a Pooh siendo apenas un niño y como ese jovencito lleno de alegría y vitalidad, creció y se transformó en el adulto que nunca hubiese deseado ser. Christopher, quien ahora está casado con Evelyn (Hayley Atwell) y juntos tienen una hija llamada Madeleine (Bronte Carmichael), vive agobiado por el trabajo y no se permite poder disfrutar de la familia que formó. Esto le traerá problemas familiares y ahí es donde el reencuentro más esperado, de Pooh y Christopher, tendrá lugar. El osito más adorable de todo Inglaterra intentará por todos sus medios, devolverle esa alegría perdida al niño que supo conocer. Chritopher Robin, dista mucho de la primera impresión que se pueden tener al solo ver el póster o ver que se viene una película live-action de Winnie Pooh. Esta peli está cargada de dramatismo desde el momento inicial, con un mensaje claro y conciso que sirve perfectamente para aplicar en estos tiempos de euforia desenfrenada. Hay veces que hay que parar y observar el panorama en el que uno esta, para poder hacer un breve balance de las cosas, y esto es lo que ofrece el director. Así de simple como parece, pero complejo a la hora de realizarse, el mensaje es transmitido de la mejor manera y teniendo en cuenta el campo de veracidad que se contempla, resulta siendo completamente efectivo. Claro que no solo con buenas intenciones se logran este tipo de relación espectador-mensaje, acá la mano del director junto con los guionistas tuvieron muchísimo que ver, desarrollando una estructura que no se detiene en niñerías y va directo al hueso. Lo que sí, la historia puede verse previsible desde el comienzo, cosa que juega en contra. Los personajes, en mayor o menos medida, son conocidos por todos y no hace falta una larga introducción sobre ellos, sus personalidades y demás. A demás eso le quitaría importancia a la relación que intenta explotar la peli. La realización de los personajes animados es realmente algo de primer nivel y pocas veces se ha podido ver que estos efectos de CGI, parezcan que realmente son animales vivos haciendo travesuras por todos lados. La suavidad, la ternura, hasta ser esponjosos, son características que logran ser reflejadas de la mejor manera y, si bien se da desde el minuto inicial, no deja de sorprender durante toda la película. Algo que le puede jugar en contra, es el ritmo que tiene la película, en el desarrollo suele recurrir a algunos recursos en donde el relato se torna un poco pesado, por suerte sin llegar en ningún momento al aburrimiento, pero si que cuesta un poco más que el inicio y el final. En el caso de evaluar a los actores hay que tener en cuenta, no solo su estricta participación, sino también la interacción con los personajes animados. Esa interacción es de las mejores que se han visto a la hora de combinar animación y humanos, y es realmente asombrosa la naturalidad con la que se muestra. No se puede poner en discusión la trayectoria de actores como Ewan McGregor (Trainspotting, Star Wars) o Hayley Atwell (Peggy Carter en el MCU), ellos cumplen con las expectativas, pero la revelación es de las más pequeña del cast: Bronte Carmichael, una joven que tiene en esta su primera gran participación en una película, luego de tener un pequeño papel en la oscarizada Las Horas mas Oscuras (2017). Christopher Robin: Un reencuentro inolvidable, no solo sorprende por la efectiva transmisión de ternura, sofisticación y sentimentalismo, sino también por el mensaje que impone y la gran eficacia que tiene al lograrlo. Entre tanta película que fomenta la vertiginosidad en nuestros días cotidiano, quizás lo que necesitamos a veces es sentarnos a hablar con un pequeño oso parlanchín que adora la miel, de no tenerlo, no hay ni que dudar de ir a corriendo al cine a ver esta hermosa y conmovedora historia de amistad.
En busca de la inocencia perdida El niño de la historia original es ahora un hombre abrumado por las responsabilidades del mundo adulto y a quien su viejo osito de peluche, el clásico Winnie Pooh, viene a rescatar. Aunque desde el prejuicio esta idea de Disney de reconvertir a sus clásicos animados en películas interpretadas por actores reales pueda tener aroma a curro, la realidad es que la apuesta ya le rindió varios plenos al estudio del ratón más famoso (criaturita que, comentario al margen, cumplirá 90 años en un mes). De esta veta, de la que ya extrajeron versiones exitosas de La Bella y la Bestia o El libro de la selva y de la que saldrán otras como Lilo y Stich, Aladino o Dumbo, ahora llega Christopher Robin, un reencuentro inolvidable, dirigida por Marc Foster. Se trata de la adaptación del universo del Bosque de los Cien Acres, habitado desde siempre por la tierna pandilla de muñecos de peluche que integran el lechoncito Piglet, el burro Igor, Tigger el tigre y, por supuesto, el afamado osito Winnie Pooh, entre otros. Y una vez más el paso de la dimensión animada al plano real vuelve a funcionar, confirmando el buen tino de los actuales responsables creativos del estudio. A diferencia de algunos de los títulos ya estrenados, que simplemente vuelven a contar la historia original pero en un formato distinto, Christopher Robin retoma la vida de los personajes varias décadas después, con el protagonista (ese nene que imaginaba un bosque en el que sus muñecos cobraban vida) ya convertido en adulto, casado, con una hija y abrumado por las responsabilidades del mundo real. La película comienza con una escena que funciona como exclusa para unir estos dos universos. En ella el pequeño Christopher se despide de sus amigos, ya que será enviado por sus padres a uno de esos colegios pupilos que son un clásico del imaginario británico. La escena marca varios cortes que serán importantes para lo que sigue: el final de los caminos conocidos. Uno de esos caminos es el de los propios personajes, que hasta acá siempre convivieron con la niñez de Christopher y, por lo tanto, conciben al mundo por lo que les llega de él a través del chico. El otro es de la propia infancia. El camino de esa pérdida de la inocencia está narrado de forma concisa y eficaz durante la larga secuencia de títulos, donde a través de un montaje paralelo se retratan los recorridos divergentes de uno y otros. Por un lado Christopher, convirtiéndose en adulto, casándose, yendo a combatir a la Segunda Guerra Mundial mientras su mujer se queda en Londres embarazada, para regresar herido años más tarde y recién ahí conocer a su hija Madeline. Del otro Pooh y sus compinches, repitiendo el ciclo de sus rutinas en un bosque cada vez más gris, a la espera del regreso de aquel niño que le daba sentido a sus existencias. Un niño que ya no existe. El salto se produce cuando el Christopher adulto se ve superado por una realidad oscurísima. Convertido en gerente de una fábrica de valijas y a pedido de sus jefes, el ahora hombre debe ajustar el presupuesto de producción y decidir a qué empleados echar. Que la historia transcurra en la Inglaterra de posguerra le aporta verosímil al paisaje social que sirve de fondo a la historia y a la vez completa el cuadro que coloca al protagonista, en la piel de Ewan McGregor, en el centro de la famosa crisis de la mediana edad. Es ese estado de vulnerabilidad el que produce una brecha fantástica por la cual Pooh se cuela en el presente, para venir en auxilio de su viejo amigo. En este nuevo escenario, en el que un Christopher desencantado por el peso del mundo real se ha convertido en un ser pragmático en el peor sentido, la figura de Pooh funciona de alguna manera como el Chauncey Gardiner de Desde el jardín (novela de Jerzy Kosinzky, película de Hal Ashby). Abrumado por la irrupción de su mundo imaginario, el hombre no termina de entenderse con su viejo osito, quien le habla con las frases cándidas que compartían en el idilio de la infancia, pero que ya no significan nada para él. La incógnita reside en saber si el adulto grave en el que se convirtió Christopher podrá recuperar algo de esa levedad, la que le permitió construir aquel paraíso perdido. Filmada de forma clásica, utilizando una paleta de colores arratonados muy útil para crear ese ambiente de desván viejo en el que transcurre el relato, Christopher Robin se sostiene en un tono de melancólica nostalgia que de manera oportuna es sacudido por calculados golpes de humor. Buena parte de la responsabilidad en la puesta en escena de esa fórmula se la lleva la historia creada por Alex Ross Perry, uno de los guionistas, quien es más conocido por su potente obra como director, que hace unos años lo trajo de paseo por Buenos Aires como uno de los invitados de lujo del Bafici.
Winnie the Pooh es el personaje mundialmente famoso que ha sido creado por Alan Alexander Milne, autor de cuentos y obras de teatro infantiles que tuvieron un importante suceso durante los años ’20 y parte de los años ‘30. La factoría Disney cumplió en adaptar inteligentemente a todos sus personajes, en una serie de películas en las que tanto el oso mielero como todos sus amigos han sido protagonistas y que dieron lugar a una de las franquicias más vendedoras de peluches de la historia. Continuando con el proyecto que tiene actualmente Disney de llevar sus grandes clásicos animados a la pantalla con live action (acción real), tal como ya lo ha hecho con “La bella y la bestia” “El libro de la Selva” “101 dálmatas” y se aguardan los próximos estrenos de “Dumbo” y “Aladdin”, ahora es el turno de “CHRISTOPHER ROBIN”. Una apuesta en donde se mezcla esta acción real con la interacción de Winnie Pooh, el burrito Igor, Piglet, el infaltable Tigger y todos los personajes del bosque de los cien acres recreados en una perfecta y atractiva versión digital con un gran diseño de arte que permite una asombrosa naturalidad al mismo tiempo que genera la perfecta sensación de que son aquellos muñecos que Robin usaba en su infancia. En esta nueva entrega, el centro de la historia no es particularmente Winnie Pooh como Disney nos tenía acostumbrados, sino que el protagonismo es ahora de Christopher Robin. Un personaje que se sabe, está inspirado en el propio hijo de Milne quien dentro de la alta sociedad británica, tuvo muy poco contacto con sus padres y fue criado y educado entre institutrices, niñeras y colegios pupilos. Mezclando parte de este relato biográfico –tomando lo más edulcorado de la historia dado que se sabe del padecimiento de Christopher por haber sido el eje de las historias de su padre, generando burlas de diverso calibre en su etapa escolar- y sumando la parte ficcional, la película comienza contándonos la historia a modo de libro de cuentos con las clásicas e inconfundibles ilustraciones de Ernest H. Shepard. Así es como rápidamente pasamos algunos capítulos y podemos ver como ese Christopher niño pasa a ser el Christopher adulto que vuelve de la guerra y ha formado una familia junto a su esposa Evelyn y su hija Madeline. A sus obligaciones familiares se suma una presión laboral por la que está atravesando, ante una importante crisis en su empresa, teniendo que aportar ideas para salvarla de la quiebra, teniendo quizás que hacer serios recortes dentro del personal. Y es así como la historia focaliza en este Christopher adulto, cargado de presiones laborales que hacen que descuide en gran parte a su familia y en especial a su hija: el trabajo, los compromisos y las presiones ocupan prácticamente todo el espacio. y el propio Robin comenzará a olvidar quien fue. Y así es como Robin comienza a perder algunos de sus valores, olvidar quien es (fue) y perder a su niño interior. Justamente en ese momento, Pooh volverá al rescate para recordarle la importancia de los afectos, de sus propios sentimientos y de todos aquellos valores que no deben perderse de vista. El principal problema con el que debe lidiar esta nueva producción de Disney es que no queda claramente definido al público al que va dirigida y es así como permanentemente nada entre dos aguas sin poder definir si es una película que apunta al público infantil o si es una producción para el público adulto. Si bien no es estrictamente indispensable que una película tenga que tener un target definido, en el caso particular de “CHRISTOPHER ROBIN: un reencuentro inolvidable” la indefinición resiente el resultado final. Los conflictos del mundo adulto, el cuestionamiento de la escala de valores, de la prisa con que se vive que hace que nos perdamos de las pequeñas cosas y de las presiones a las que cedemos, olvidándonos a veces de nuestra propia esencia, son tópicos a los que difícilmente el público infantil pueda acceder y la propuesta les suene “aburrida” cuando desaparecen de escena los muñecos animados. Por otro lado, si bien el guion aborda todos esos temas, lo hace de una manera tan pueril y tan superficial, tan rozando las frases de libro de autoayuda que tampoco logra satisfacer una mirada del público adulto, quedando entonces entrampada en un híbrido que no termina por satisfacer a ninguno de los dos. Por suerte, detrás de las cámaras está Mark Foster, el mismo director de “Monster´s Ball” (por la que Halle Berry ganó el Oscar a mejor actriz) o la comedia “Más extraño que la ficción” pero por sobre todo de “Descubriendo el país de Nunca Jamás- Finding Neverland”, una película con la que tiene muchos puntos en común y que en ese caso había logrado un resultado más compacto y con mayor asertividad en el mensaje. Foster le imprime a la puesta un nivel de detalle y una meticulosidad que realza el resultado final y saca provecho en destacar cada una de las principales características de Pooh y su pandilla. No solamente se desataca la nobleza, la bondad y el sentido de amistad que aparece sintetizado en Pooh, sino también la permanente necesidad de llamar la atención de Tigger, el miedo permanente que aparece en Piglet y esa melancolía intrínseca de Igor (que tiene, por otra parte, un gran lucimiento en la película). Aparecen el búho, el conejo, la mamá y su cangurito y en cada uno de ellos así como en el propio Christopher Robin, el director Mark Foster permite un desarrollo con una delicada construcción de personajes y un lucimiento propio. Otro acierto es sin dudas la elección de Ewan Mc Gregor para el papel protagónico de Robin quien logra transmitir ese tironeo entre el peso de ser adulto y esa niñez que evocamos pero que ya dejamos irremediablemente atrás. “CHRISTOPHER ROBIN: un reencuentro inolvidable” se desvanece con un guion que se nutre de frases hechas, lugares comunes y frases de manual que se enarbolan como grandes verdades. Si tenemos en cuenta la frase promocional de la película “tarde o temprano el pasado te alcanza”, encontraremos que en ese reencuentro entre Pooh y Robin, donde ambos construyen una química realmente conmovedora, juntos valorizan una y otra vez el sentido del hoy, que quizás sea el único momento por el que debamos (pre)ocuparnos y, por sobre todo, seguir disfrutando.
Protagonizada por Ewan McGregor y dirigida por Marc Forster (Descubriendo el país de Nunca Jamás), Disney presenta Christopher Robin: un reencuentro inolvidable, un live action basado en el clásico Winnie the Pooh. La película comienza con un pequeño Christopher Robin que debe despedirse de sus amigos del Bosque de los Cien Acres, entre ellos Winnie the Pooh, para asistir a un internado y así convertirse en un “hombre correcto”, según su padre. Luego de unos saltos temporales (entre ellos el paso del protagonista por la Segunda Guerra Mundial), la película nos ubica en 1949. Ahora Christopher Robin (Ewan McGregor) vive en Londres junto a su esposa Evelyn (Hayley Atwell) y a su hija Madeline (Bronte Carmichael), y trabaja en una empresa de equipajes. Cuando Christopher intenta disfrutar de un fin de semana junto a su familia, su jefe Giles Winslow (Mark Gatiss) le informa que deberá pasar ese tiempo encerrado en la oficina en busca de una solución para reducir gastos, o si no deberá despedir a gran parte de sus compañeros. Agobiado por estas responsabilidades Christopher comienza a dejar de lado a su familia. Entre los problemas laborales y los problemas con Evelyn, por la poca atención que le brinda a su familia, el protagonista también deberá hacerle frente a un desafío extra: ayudar al oso parlante Winnie the Pooh a encontrar a todos sus amigos del Bosque de los Cien Acres: Tigger, Igor, Piglet, Cangu, Rito, el Conejo y el Búho, quienes desaparecieron sin dejar rastro alguno. La llegada de Winnie the Pooh marca un quiebre en la vida de Christopher. Si bien todo apunta a que el humano es quien debe ayudar al oso parlante, la historia termina siendo al revés. Pooh funciona como excusa perfecta para que el protagonista se reencuentre de una manera afectiva con su familia y para que también vuelva a conectarse con aquel niño que alguna vez fue. Esta nueva adaptación del oso amarillo consigue captar tanto al público infantil como a los mayores. Marc Forster logra tocar temas serios de adultos (como el distanciamiento con la familia, las responsabilidades laborales) y darles un giro para que constantemente predomine un tono juguetón que también puedan disfrutar los más pequeños. El guion es simple y directo, motivo por el cual la película es predecible en todo momento, sobre todo en su resolución. Pese a esto, todo se desarrolla de una manera natural y emocionante. Christopher Robin: un reencuentro inolvidable logra tanto emocionar como divertir al espectador, sin importar la edad que este tenga. La película de Marc Forster cuenta con un clima melancólico en casi todo momento. La pelea entre el adulto de hoy y el niño que alguna vez fue. Volver a conectar, a un nivel emocional, con ese pequeño. Como toda película de Disney, Christopher Robin: un reencuentro inolvidable, intenta dejar una lección: disfrutar de las pequeñas cosas, compartir tiempo con la familia y los amigos y nunca abandonar el niño que alguna vez fuimos.
Christopher Robin: Miel y risas para todos. Lo nuevo de Disney nos lleva a re descubrir al osito más goloso del Bosque de los 100 Acres y a todos sus amigos. Winnie The Pooh es uno de los personajes más queridos por los más chicos desde hace varias generaciones. En esta ocasión, el osito tiene una misión muy importante que cumplir: recordarle a Christopher Robin que mucho trabajo y nada de juego nunca es bueno. Esa es la premisa de este nuevo film, que llega a nosotros con ese Título: Christopher Robin – Un Reencuentro Inolvidable. Que nos lleva desde el momento en que Christopher le dice adiós a sus amigos del bosque hasta la actualidad, donde una versión adulta del chico que merodeaba en aventuras junto a sus amigos de peluche, necesita recordar que hay cosas más allá del trabajo. Christopher Robin (Ewan McGregor) es un personaje que se nos puede hacer a todos muy familiar. La vida fue guiando su camino y sus decisiones lo pusieron en una situación muy buena para mantener a su familia. Pero con esto también llegaron responsabilidades que lo llevaron a olvidar que, por más importante que el trabajo sea, no lo puede ser más que la familia o la salud. McGregor se mete en la piel de esta versión adulta del mejor amigo de Winnie Pooh con mucha naturalidad. El cambio de amargado, obsesionado y estresado se da gradualmente y con naturalidad. No es un momento de claridad que genera un cambio abrupto. Es un viaje que te lleva por la emociones de Robin y McGregor sabe traerlas a la vida con la misma calidad que el actor da a la mayoría de sus proyectos. El momento clave es cuando Christopher debe defender a sus amigos de los peligrosos efelantes y para ello (y para convencerlos de que es en verdad Christopher) deberá jugar como lo hacía a los diez años. El film se centra tanto en la actuación de McGregor que bien podría ser un unipersonal. La mayor parte de su tiempo en pantalla, su compañía principal es la de Pooh o alguno de los otros habitantes del bosque de los 100 acres pero eso no quita mérito a ninguno de sus compañeros de elenco. El foco lo comparte luego con su esposa y su hija. Hayley Atwell es Evelyn, la media naranja del adulto Christopher. Ellos empezaron con el meet-cute más clásico y su historia es de amor y compañerismo. Pero ella ve lo que Robin no: se obsesionó con el trabajo y no disfruta ni de la compañía de su familia. La otra co-estrella es Madeline Robin, Bronte Carmichael trae a la vida a la hija de 11 años de Christopher. Es educada, inteligente y extraña a su padre, y que va en camino a convertirse en una adicta al trabajo y es ahí cuando su madre interfiere y la manda a jugar. Lo cómico es que la niña responde que jugará como la mejor, en lugar de ir simplemente a divertirse. El último nombre destacable del elenco es Mark Gatiss como el jefe de Robin, Giles Winslow. El hombre es un heredero con todas las de la ley, en un puesto de mando sin haber hecho nunca algún tipo de trabajo y quien tiene éxito al utilizar el trabajo de Christopher como propio, insistiendo que lo hacen en equipo (lo cuál no es así en lo absoluto). Gatiss logra ser ese ser odioso que todos nos hemos cruzado en algún punto de nuestra vida y que nos irrita a más no poder por el simple hecho de ser él. La belleza visual de la película recae en buena parte en lo minimalista de la misma. Sí, una parte importante ocurre en Londres luego de la guerra. Pero otra muy importante se lleva a cabo en el Bosque de los 100 Acres y es alucinante en su simpleza, realzada con cosas como el clima (soleado, neblinoso, tormentoso). El bosque es casi un personaje más y lo lleva a Robin a descubrir a su niño olvidado mientras lo recorre en busca de sus viejos amigos. El diseño de Winnie y sus compañeros es ideal y no 100% acertado a la vez. Ideal porque parecen de verdad peluches de la época en cuestión. No acertados porque, por ejemplo, Tigger es casi blanco y los colores (excepto por el rojo de Pooh) se pierden un poco y no son tan vivos como uno esperaría. Pero los personajes son tal cual los esperarías y te encariñas con ellos de una. Personalmente, mi favorito es Igor: depresivo con un toque de sarcástico, el burrito se ganó mi corazón. Christopher Robin es un film que se presenta como emotivo y te sorprende con una dulzura y comedia para toda la familia sin desestimar el viaje madurativo que atraviesa su protagonista y sus amigos.
Desde la década del 30 el oso Winnie the Pooh protagoniza de uno de los relatos infantiles ingleses más famosos. Disney lo rescató nuevamente, esta vez con acción real y Ewan McGregor como protagonista. En esta ocasión, el director Marc Foster retomó el relato unos diez años después del momento del final del filme que dirigió Simon Curtis en 2017. La película de Curtis -director de "La dama de oro" y "Mi semana con Marilyn"- es un excelente biopic sobre Alan Alexander Milne, el autor del relato escrito en la década del 40. Allí cuenta como Milne, dramaturgo y veterano de la Primera Guerra, escribió esta historia basada en los juguetes de su hijo Christopher y cómo ese éxito casi arruina la relación. Foster retoma la historia con Christopher adulto, casado, con un trabajo estresante y una hija que comienza a sentir las consecuencias del exceso de responsabilidades de su padre. Winnie the Pooh tuvo en la década del 60 una competencia inesperada: otro oso llamado Paddington. Quien haya visto alguna película sobre Paddington encontrará similitudes, pero ahí termina todo ya que "Christopher Robin: un encuentro inolvidable", aunque apunta al mismo segmento de espectadores, conserva la ingenuidad del Winnie the Pooh original.
Christopher Robin (Ewan McGregor), aquel niño que supo ser el compañero fiel del famoso oso Pooh, ya creció y, con el paso del tiempo, se fue olvidando de su peculiares amigos y de las aventuras compartidas en el Bosque de los cien Acres. Sus padres lo enviaron a un internado lejos de su hogar en donde le enseñaron, con metodología exigente y demandante, como ser un trabajador aplicado. Esa impronta fue la que adoptó el resto de sus días, y si bien permaneció un hombre amable y compasivo, su trabajo y sus responsabilidades económicas se convirtieron en su prioridad. Esto causó que Christopher descuidara a su mujer y a su hija, pasando cada vez menos tiempo junto a ellas e imponiendo en la pequeña las mismas exigencias que le impusieron a el. Pero en un mundo en el que los osos de peluche que cobran vida no son solo parte de la imaginación de un niño, Winnie Pooh encuentra el camino que lo lleva a encontrarse nuevamente con Christopher, a quien reconoce al instante a pesar de su cambiada apariencia por el paso de los años. Pooh necesita ayuda para encontrar al resto de sus amigos que parecen haber abandonado el bosque, es por eso que arrastra a Christopher hacia la casa de su infancia, donde su esposa y su hija están disfrutando de un fin de semana fuera de la ciudad. A partir de este insólito encuentro los amigos se embarcan en una aventura que los lleva a reconectar con el vínculo que compartieron en el pasado y permite a Christopher revaluar las prioridades de su vida. Esta versión de Disney del mundo de Winnie Pooh no solo apela a la nostalgia de todos los adultos sino que tiene el potencial de conectar con espectadores de todas las edades y lograr que se enamoren de cada uno de los personajes. Todos los animales de peluche resultan encantadores y sumamente tiernos, los diálogos son muy delicados y profundos de una manera sencilla que no es fácil de lograr, dicen mucho con muy poco. Ewan McGregor es realmente un gran actor que logra interpretar su rol con completa verosimilitud y lleva a cuestas casi toda la película. Christopher Robin es un film realmente muy disfrutable, que sorprende y enternece hasta los corazones más duros.
OSITO BOBITO La nueva película de Winnie Pooh nos habla más a los adultos que somos, que a los niños que fuimos De chiquita miraba las películas de Winnie Pooh una y otra vez en replay, en especial la original, donde había una escena donde Pooh se quedaba dormido en un plan de conejo y en vez de hacerse cargo decia que tenía una pelusa en la oreja. O cuando se quedaba atorado en un agujero de conejo y volvían a su culo un ornamento decorativo para que nadie notara que estaba atorado. No sólo ésto me hace reír aún hoy, sino que guarda un lugar re especial en mi corazón, y con eso fui a ver ésta película. Christopher Robin cambió mucho con los años. Trabaja muy duro en un lugar que odia, siempre está de mal humor y es hasta insensible con su hija Madelaine. La película dirigida por Marc Forster basada en los personajes de A.A. Milne y E.H. Shepard, es la película que no sabías que tu corazón necesitaba. Las imágenes promocionales la vendían como la película más deprimente de la década y contrastaba con la imagen bañada de miel que teníamos en la memoria. Pero la película es encantadora, hermosa, y está manchada con un aire de melancolía de que hoy es hoy y cuando fue ayer fue más bello. Es muy linda para ir con chicos a verla, pero es quizá mejor de ver con adultos que quizás necesiten un recordatorio de cómo era ser chicos. Ewan McGregor protagoniza ésta película como la versión adulta de Christopher Robin, el niño que en éste mundo de fantasía jugaba en el bosque de los 100 Acres con sus amigos de peluche, y su mejor amigo, Winnie Pooh. Antes de verlo como un adulto que perdió las ganas de vivir, lo vemos despidiéndose de sus amigos en el bosque diciendo adiós también a su niñez, para irse a un internado. El CGI de los peluches es precioso, y se sienten reales y abrazables. Pero Christopher Robin tiene que ir a la escuela, y después a la segunda guerra mundial. Pero vuelve y se enamora de Evelyn y ambos tienen una hija, Madelaine. Todo ésto es el preludio de la película, que dura dos horas. Pero se enfoca en mostrarnos que pasó con Christopher Robin: Tiene un trabajo que odia, muy estresante como fabricante de valijas. Vive como contador y eso lo obliga a pasar tiempo lejos de su familia, incluso teniendo que cancelar un viaje familiar que habían planeado por trabajo. Y es entonces cuando Pooh, quien extraño a Christopher Robin todos y cada uno de los hoy, se escapa del bosque de los 100 Acres para terminar en Londres en busca de su amigo. Y en contraste con lo feliz que el osito bobito está de ver a su amigo, él no está feliz de verlo, tiene mucho trabajo que hacer. Entonces lo arrastra hasta la estación de tren donde lo quiere devolver al bosque. Pooh, emocionado de ver a su amigo, le habla incesablemente, pero sus movimientos y palabras son visibles para todos. Y lo fuerza a Christopher a ser agresivo con Pooh. Toma un tiempo pero finalmente se ablanda, y por un segundo vuelve a divertirse de nuevo. Y cuando vuelve al bosque para devolver a su amigo, se reúne con el resto de la manada, quienes con actuaciones de voz magistrales, nos hacen mecha en nuestros corazones sobre la lección más grande y más necesaria de hoy -aunque también, es una obvia-: Tenemos que bajar un cambio y disfrutar más de las cosas. Nadie quiere volverse un Efelante, todos teníamos miedo de ser adultos, y de adultos entendemos que no son las responsabilidades las que nos daban miedo, sino perder el entendimiento del mundo de ser chicos. Y si podemos de alguna forma ponernos en contacto con ese niño interno, entonces quizás, logremos volver a ser felices en un mundo que no perdona a nadie y donde la ansiedad y la depresión están teniendo picos históricos. En las manos de Forster, ésto no se siente forzado, obvio o tonto, funciona maravillosamente. Te llena el corazón con la misma alegría que daba verlo a Pooh de chica jugar con Christopher Robin y haciéndose preguntas que quizás sonaban tontas pero eran extremadamente profundas. La fotografía es preciosa, mutando de satura a desatura a tono con la narrativa, con un fondo puramente inglés. Por momentos, la acción se fusiona con un mundo imaginario de dibujos como los de Shepard y luego vuelve al mundo real. Sobre todo, la película funciona porque McGregor vuelve la ansiedad de Christopher Robin de ser un buen padre y proveer a su familia en un peso grande como un Efelante, la clase de efelantes que rogamos no escuchar por las noches y sin embargo siempre los encontramos en la oscuridad. Y al mismo tiempo mostrar la más dulce de las sonrisas cuando realmente se suelta y deja ser al viejo -y que siempre fue- Christopher Robin. Y eso, que parece nada, nos muestra que a veces nada es lo mejor que podemos hacer en todo el mundo.
Han pasado varios años y ahora Christopher Robin (Ewan McGregor) es adulto, padre de familia, trabaja en una importante empresa encargada de fabricar y vender maletas en la cual le exigen demasiado, pasa varias horas realizando sus tareas laborales y no le puede prestar mucha atención ni a su esposa Evelyn Robin (Hayley Atwell), ni a su pequeña hija, Madeline (Bronte Carmichael). Nos ubicamos en Londres y las consecuencias de la posguerra de la Segunda Guerra Mundial. Por tantos reclamos se ha convertido en un hombre gris, ya no juega, es indiferente y severo, pero un día se encuentra con su viejo amigo Winnie Pooh, personaje que logra llevarlo al mundo donde fue muy feliz, lentamente lo estimula a reflexionar, surge una búsqueda en su interior, recuperando todo lo que fue perdiendo y lo lleva a proponerle a sus jefes una mejor calidad de vida para todos. Su narración toca varios temas: las relaciones humanas, los problemas que trae el capitalismo, ser un preso de tus tareas, la desocupación, los empleados que no pueden disfrutar de casi nada, solo la clase alta puede tener vacaciones pagas, entre otros contenidos. Tiene un toque familiar que resulta bellísimo, nos lleva a pensar, a recuperar los valores perdidos, rodeada de una fotografía maravillosa, una gran estética, utilizando una apropiada paleta de colores para marcar diferentes estados y situaciones, como así también su iluminación. Contiene ese toque de inocencia, nostalgia y moraleja; lo que no logra es mantener el ritmo pero es tierna, delicada y afectuosa. Dentro de los créditos finales hay escenas extras.
Crítica emitida en Cartelera 1030-Radio Del Plata sábados de 19:15-20hs.
Un reencuentro inolvidable" para volver a ser niño Christopher Robin (Ewan McGregor), el chico al que conocimos aventurándose en el "Bosque de los Cien Acres" con su pandilla de queribles animales de peluche, ha crecido, se ha convertido en padre de familia y en un hombre de negocios, pero ha perdido la felicidad y la ilusión. Algo que cambiará cuando reciba la inesperada visita de Pooh, y descubra que ese niño que alguna vez fue aún existe en su interior. Esta mágica aventura dirigida por Marc Foster, está cargada de melancolía, y resulta reconfortante y conmovedora. La excelente técnica de animación que permite que los peluches compartan escenas con los actores de carne y hueso, están aprovechadas al máximo. Texturas, pelajes y expresiones que logran traer a la vida de manera natural al tierno Pooh, el carismático Tigger, el pequeñín Piglet y el depresivo pero muy "achuchable" Igor. Ewan McGregor se mueve cómodamente entre sus compañeros animados, representando un papel con el que muchos que añoran sus épocas de juegos infantiles podrán empatizar. Quizás los más de 100 minutos de metraje sean demasiado extensos para una trama y un conflicto argumental muy simples. Pese a eso, el filme funciona, pero más para el publico adulto que creció viendo las películas animados que para las nuevas generaciones de espectadores que pueden encontrar la historia con un aspecto demasiado nostálgico.
No se extrañe si pasados unos veinte minutos de esta producción algo en su mente comienza a dar vueltas como moscas en un asado. Una sensación de “este argumento me suena”. Y puede que tenga razón al ver que en la pantalla hay un personaje muy conocido y explotado por Disney (casi con exclusividad), y que ahora se presenta como un adulto que olvidó su niñez, cuando ese universo era pura fantasía. Básicamente esto sucede en “Christopher Robin: un reencuentro inolvidable”, pero antes de entrar en los detallees bueno recordar que además de la ficción el personaje de marras fue, con ese mismo nombre, el hijo en la vida real de Alan Alexander Milne, autor de los cuentos de Winnie Pooh que en este caso es revisitado. Un detalle no menor ya que todo gira en torno a él. Precisamente ese es el primero de los muchos problemas acarreados en este estreno, porque aquél niño con la imaginación suficiente para crear a Winnie Pooh, Piglet, Tiger y todos los habitantes del Bosque de los 100 acres, era el más insulso de todo ese universo, el menos interesante de todos, lo cual es mucho decir ya que ninguno era gran cosa en las versiones animadas de Disney. Por cierto se sigue sin poder explicar, por ejemplo, por qué el oso usa más ropa de noche (conjunto de pijama entero y gorra) que de día (una remera nada más). A lo mejor es uno mismo que ya está viejo pero sigue siendo raro. Luego de una introducción con distintos momentos felices en el famoso bosque, el niño creció y se mudó a Londres. La historia avanza sobre dos líneas al principio. El plantígrado de la chomba roja se despierta y descubre que todos los demás han desaparecido y necesita ayuda para encontrarlos. Por otro lado Christopher Robin (Ewan McGregor) trabaja rutinaria y resignadamente en una fábrica de valijas. Estuvo en la guerra (¿había necesidad de mostrar eso?), y ahora está casado con Evelyn (Hayley Atwell) a quien atiende poco. En realidad el tipo es bastante desagradable, adicto al trabajo en el mal sentido, indiferente a las necesidades de atención de su hija Madeline (Bronte Carmichael), y hasta podría decirse que anda como resentido por la vida (a su hija le lee párrafos de libros de historia para irse a dormir y cosas por el estilo). En este contexto Pooh va a buscar a Chris a Londres para que lo ayude, pero para entonces algunas cosas que no funcionan (el timing de la compaginación, lo injustificado de algunas acciones, etc) se profundizan. Está claro que los fanáticos seguidores de la saga puedan sostener el interés a fuerza de saber qué sucede con los personajes, pero realmente hay sólo algunos pasajes que logran conectarse con el estado de fantasía que se propone desde el comienzo. Tal vez lo mejor sea el viaje de Londres al bosque, y dos buenos trabajos actorales el de Ewan McGregor que sostiene muy bien la interactuación con personajes digitales, y el de la niña Bronte Carmichel con una notable naturalidad para estar frente a las cámaras. En definitiva, se trata de confrontar a un adulto que ha perdido la imaginación y las ganas con ese mundo que alguna vez le perteneció por invención propia, y que reclama algo de atención para mantenerlo vivo. Si le suena a argumento conocido es porque en 1991 Steven Spielberg hizo lo propio con Peter Pan en “Hook”, pero en aquella oportunidad todo estaba mejor justificado y trabajado a partir de lo que se generaba en la construcción de los personajes. Ni hablar de “Toy Story 3” (2010), que con mucho menos armaba un verdadero tratado sobre los cambios de edad y la confrontación entre una y otra, pero eso ya es historia. “Christopher Robin: un reencuentro inolvidable” tiene, en esos trabajos, algunos gags que funcionan, y en los efectos especiales las herramientas principales de su sostén, pero se queda en todo el resto.
Si no fuera por el gran Ewan McGregor, uno de esos intérpretes que comprende de qué va cada película que hace, esta fábula acerca de la recuperación de la inocencia y del sentido lúdico en la adultez sería bastante sosa. Christopher Robin, el nene de Winnie Pooh, es padre, tiene problemas económicos, y vuelve a encontrarse con sus amigos del bosque, que van a Londres con él a darle una mano. Es decir, algo de Hook, algo de Los Pitufos, Algo de Mary Poppins y lo de siempre del nuevo Disney disolviendo la gran animación tradicional que le dio nombre (es verdad: hay títulos buenos en esa camada, como El libro de la selva o Maléfica). Marc Forster no es ni ha sido un realizador personal, sino un artesano a veces cumplidor que hace lo que se le ordena; aquí logra en algunas secuencias buen timing y reratar el conflicto del personaje central. La animación está perfectamente integrada al resto del film, pero eso ya no debería de ser sorpresa para nadie. La ternura abunda, aunque a veces se nota un poco forzada. Don Ewan, como siempre, cumple y dignifica.
Si pensás que que te vas a divertir como con Las travesuras de Peter Rabbit, nada más lejos que eso, ya que es casi deprimente, la historia tiene muy poca diversión para los niños. Ellos podrán encontrar...
La formula del Live Action sigue dando resultado