Sobre el asedio frontal. Frente a un film como Corazones de Hierro (Fury, 2014) tenemos en esencia dos entradas analíticas posibles, una centrada en el protagonista excluyente y la otra en su principal “compañero” de reparto, nada más y nada menos que un tanque de guerra. Para comenzar consideremos por un instante a Brad Pitt, hoy por hoy un cincuentón: a esta altura el señor podría haber colgado los guantes o volcado su carrera de manera exclusiva a vehículos que ensalcen su figura, pero definitivamente se ve a sí mismo -y con mucha razón- como un exponente de esa tradición de actores que iniciaron su devenir bajo el pedigrí de los carilindos y de a poco se ganaron el respeto del medio hasta convertirse en emblemas con una presencia cinematográfica irreemplazable, capaces de lidiar con casi cualquier película. Esto nos lleva al segundo ítem, el armatoste blindado del que Pitt es el sargento a cargo, el que a su vez nos reenvía al entramado de base. Resulta curioso que estos acorazados hayan sido tratados históricamente como elementos decorativos y/ o contextuales por parte de Hollywood al momento de abarcar uno de sus grandes fetiches, los conflictos bélicos. Si bien existieron algunos ejemplos temáticos aislados, la verdad es que Líbano (Lebanon, 2009) fue el primer convite en aprovechar sustancialmente la atmósfera claustrofóbica que ofrecen los tanques, un enclave tétrico que en buena medida funciona como una metáfora del séptimo arte ya que su “utilidad” se limita al asedio frontal contra el oponente/ espectador y asimismo pone de relieve los rasgos más angustiantes de la proximidad social. Así las cosas, si sumamos el interés de Pitt por las propuestas con una cierta integridad artística y el minimalismo de la obra de Samuel Maoz, descubriremos que Corazones de Hierro no sólo tomó prestada la naturaleza episódica del relato raíz sino que también redujo el nivel del sadismo (los golpes bajos han desaparecido). Aquí lo importante es superar los obstáculos a las misiones que la cúpula militar norteamericana le asigna en 1945 a un pelotón que avanza sobre suelo alemán, interpretado por Logan Lerman, Shia LaBeouf, Michael Peña y Jon Bernthal. A pesar de que la trama parece centrarse en un periplo de iniciación, en especial luego de una apertura con el personaje de Lerman forzosamente reconvertido de mecanógrafo a artillero, pronto la realización deja de lado esa alternativa. Indudablemente a partir de ese punto la película eleva sus ambiciones y decide balancear un humanismo apocalíptico en sintonía con la extraordinaria Ven y Mira (Idi i Smotri, 1985) y una especie de camaradería -entre desgarradora y fascistoide- símil Más Allá de la Gloria (The Big Red One, 1980), del gran Sam Fuller. El responsable de tantas oscilaciones ideológicas y contradicciones varias es David Ayer, un guionista y director que venía arrastrando dos bodrios de la talla de En la Mira (End of Watch, 2012) y Sabotage (2014): la presente nos permite retrotraernos en términos cualitativos a la eficaz Reyes de la Calle (Street Kings, 2008), uno de sus numerosos ejercicios revisionistas dentro del campo del film noir, sin embargo seguimos bien lejos de Día de Entrenamiento (Training Day, 2001). Como en muchas otras oportunidades, el pulso errático y una andanada imprevisible de clichés le terminan jugando a favor a un opus del que no se sabe qué esperar, incluso considerando el estadio de la aventura en cuestión. El esquema general se explaya largo y tendido sobre el proceso de envilecimiento que implica la guerra y continuamente contrapone una secuencia de diálogos ásperos (quizás inconducente aunque digna) con un enfrentamiento rimbombante que pretende evadir la levedad del mainstream actual (en este caso el vigor del realismo sucio compensa los déficits del sustrato dramático). Mientras que Pitt nuevamente saca a relucir su oficio, Ayer se destaca en la dirección de actores pero no puede usufructuar del todo la invitación al suicidio que representa manipular un tanque…
Corazones de hierro es la película más ambiciosa de David Ayer, un director que en los últimos años brindó buenas historias como Harsh Times (Christian Bale), Street Kings (Keanu Reeves) y el excelente drama policial En la mira. El año pasado estrenó Sabotage, una entretenida adaptación del clásico de Agatha Christie, "Los diez negritos", que estuvo protagonizada por Arnold Schwarzenegger y no pasó por los cines locales. Su nuevo proyecto es el primer trabajo importante que hace para un estudio de Hollywood y presenta uno de los filmes bélicos más brutales que se hicieron en los últimos años. La trama se ambienta en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial y se centra en la tripulación de un tanque Sherman a la que le asignan una misión complicada tras las líneas enemigas. Ayer trabajó el conflicto con personajes estereotipados clásicos del género bélico, como el líder paternal (Brad Pitt), el soldado religioso (Shia LaBeouf), el sureño bruto e ignorante (Shane de Walkind Dead), el latino buena onda que siempre descomprime los momentos de tensión con algún chiste (Michael Peña) y el tradicional novato que nunca disparó un arma (Logan Lerman). La particularidad de este film es que salvo por el rol de Lerman, que en la trama cumple una función similar a la de Charlie Sheen en Pelotón, el resto de los soldados son todos tipos desagradables. Ayer presenta a los protagonistas como hombres que están muertos en vida. Tienen pulso y respiran pero la guerra los mató hace tiempo. Sólo sobreviven para matar nazis. Corazones de hierro tiene cierta influencia del cine bélico nortemericano de los años ´40 y ´50, algo que está claramente representado en Wardaddy, el personaje de Brad Pitt, que es un heredero de los soldados que acostumbraba interpretar John Wayne. Sin embargo, a diferencia de lo que solían ser aquellas películas, el director evitó caer en las odas patrioteras y la glorificación de la violencia con el objetivo de desarrollar un drama intenso que se concentra en describir el horror de lo que representa una guerra. En los aspectos técnicos encontramos las mayores virtudes de este trabajo de David Ayer. Las secuencias de acción son muy intensas y logran sumergir al espectador en el caos de los combates que se desatan a lo largo de la trama. Creo que desde Patton (1970) y Sahara (1995), con James Belushi, los tanques no se destacaban tanto en una película bélica como ocurre en Corazones de hierro. La escena en que los protagonistas tienen un duelo con una unidad de tanques alemana es una pequeña obra maestra en materia de acción. En ningún otro film bélico vas a encontrar una batalla de ese nivel con estos vehículos. La tensión y la adrenalina que presenta la narración de Ayer durante ese momento es algo extraordinario. Aunque la conclusión de esta historia no me terminó de cerrar del todo, por una serie de situaciones que se dan en la última batalla, en general me pareció una muy buena película que se destaca entre los mejores trabajos de este realizador. Será interesante ver que hace próximamente con la adaptación del cómic El escuadrón Suicida, de la editorial DC, que no podía estar en mejores manos.
Corazones de hierro comienza y uno tiene la sensación de estar ante una película de guerra ligeramente original, con un toque de distinción que la separa en parte del grueso del género. El director trata de fundir dos registros casi contrapuestos: un realismo brutal y que no teme retratar la violencia más despiadada es acompañado por una búsqueda estilística preocupada por la generación de una atmósfera. Así, a un asesinato sanguinario cometido por el protagonista (al que la película presenta acuchillando por la espalda a un enemigo) le sigue una serie de imágenes de una enorme carga poética con algo que parece un ejército de tanques oxidándose silenciosamente en el campo de batalla: la niebla, el fondo y el encuadre calculadísimo, sumados a esa estampa desolada que quiere hablarnos sobre los despojos de la guerra, proveen de un paisaje casi metafísico. La estrategia de Ayer es más o menos exitosa durante los primeros minutos, cuando el guión todavía puede permitirse observar la miseria del combate armado sin necesidad de contar una historia ni de establecer conflictos claros. Pero cuando el género impone sus convenciones, la película trastabilla y deja ver que no tiene idea de cómo producir un relato sin recurrir a burdos subrayados; el trabajo climático del principio no fue más que una licencia que el director parece haberse tomado antes de echar a andar su torpe máquina de narrar. El grupo de soldados desequilibrados comandado por Don Collier, apodado “Wardaddy”, es un rejunte ya no de clichés o de lugares comunes (después de todo, de esa clase de insistencias se nutre cualquier género) sino de criaturas estereotipadas y chatas a las que los actores no saben cómo insuflarles algo de vida o un poco de credibilidad. El creyente, el rebelde, el extranjero (mexicano, en este caso) y el nuevo (e inexperto, no apto para el oficio bélico), son dirigidos por un líder carismático que disfruta adoptando una pose de insondable sabiduría y que mantiene la disciplina con la rigidez de un padre severo pero comprensivo. Las escenas se suceden y cada personaje pareciera gritar a los cuatro vientos sus bondades y defectos, como si el guion temiera que no comprendamos del todo bien qué rol juega cada uno. Finalmente, el realismo se impone, y el tan gastado motivo de retratar los horrores de la guerra se adueña de la película: Wardaddy, interpretado por un Brad Pitt que parece continuar en clave trágica al Aldo Raine asesino de nazis de Bastardos sin gloria, es pintado rápidamente como un jefe autoritario y paternalista que se cree con la misión de educar al nuevo recluta que cae bajo su mando; la escena en la que el protagonista obliga a su protegido a dispararle a un soldado alemán desarmado, rodeados de un montón de norteamericanos que festejan distraídamente la ejecución, molesta por su patetismo y por su intento de shockear a cualquier costo, sin ideas ni una planificación visual interesante. Antes que la ética (o que la falta de ella) del protagonista, la película devela la suya: van pocos minutos de metraje y el director es capaz de cualquier bajeza y exceso con tal de ilustrar sus tesis más bien pobre que podría formularse así: “la guerra envilece a los hombres pero también los pertrecha de valores para sobrevivir”. El resto de las desdichas con las que deberá vérselas el grupo serán de un tenor parecido, comenzando por la escena imposible de la comida en la casa de dos mujeres alemanas. La película se vuelve tosca, aparatosa, un mero dispositivo de exageración cada vez más inverosímil que intenta cumplir con el rutinario objetivo de impresionar al espectador mostrando a hombres curtidos por la guerra, apenas cuerdos y con una ética distorsionada y ajustada malamente a la situación. La religión, que al comienzo apenas parecía constituir un rasgo de uno de los personajes, cerca del final cobra importancia hasta que se apodera de todo el último tramo: las acciones finales de los personajes están puntuadas con comentarios sobre Dios, su misión en la tierra, y por la lectura (y reconocimiento) de pasajes de la Biblia. Ayer, sin embargo, hace algunas cosas bien: quizás no exista otra película que aproveche tan bien y durante tanto tiempo el espacio interno de un tanque. El vehículo resulta una compleja máquina que requiere del trabajo sincronizado de sus integrantes para sembrar debidamente la destrucción; un movimiento de más o un disparo errado pueden significar la aniquilación instantánea. Las escenas de combate adoptan una escala notablemente humana: hacer que el tanque se desplace de un punto a otro, que ataque a sus enemigos, poner en práctica una maniobra de evasión, todo parece una tarea titánica que necesita de sangre fría, concentración y del talento de varios especialistas. Una escaramuza puede durar varios minutos, los disparos pueden alejarse del blanco en más de una ocasión; la sensación de protección inicial que sentimos cuando la cámara se instala dentro del vehículo se transforma en peligro cuando se toma conciencia de su lentitud y de lo complicado de su ingeniería. Ayer sabe que el fuerte de su película está ahí adentro, con los protagonistas clavados en el interior de las entrañas del tanque; la cámara se acostumbra al encierro de ese útero blindado y termina fijando a cada personaje en su rol, ya sea preparar y cargar los misiles, dispararlos o solo conducir. Al menos en eso, la película renueva discretamente el género explotando un espacio históricamente vedado que acá se convierte en una verdadera geografía dramática.
A veces un puñado de grandes escenas no hacen a una gran película, y ése es el caso de Fury, una tank opera dirigida por David Ayer (Sabotage). En el cine bélico las tank opera escasean, principalmente porque se tratan de películas costosas - hay pocos filmes con grandes despliegues de tanques, sea Patton, la excelente La Batalla de las Ardenas (que, además, es mi filme de guerra favorito), o los masivos enfrentamientos épicos del cine soviético como Liberación, en donde las cintas actuaban menos como drama que como carísimos vehiculos propagandísticos del régimen comunista -, y uno extraña el género, más ahora que los CGI permiten tener ejércitos virtuales y multitudinarios al alcance de la mano y con mínimos recursos de producción. Fury es una sólida tank opera con buenos mecanismos dramáticos pero le falta la grandeza de los clásicos, fundamentalmente porque no encuentra ningún giro nuevo a los clichés del cine bélico y sólo termina por regurgitarlos con algo mas de clase. Ciertamente el modelo de Fury es Rescatando al Soldado Ryan. Como en el clásico de Spielberg, la carnicería no escatima detalles en cuanto a la brutalidad - gente partida al medio por las metralletas alemanas, cadáveres que han perdido la cara, o tipos serruchados en pedacitos por las explosiones -. La diferencia estriba aquí en que los soldados no son bonachones, tipos emotivos, o heroicos gritones, sino que están mas cerca de ser una horda de pacientes siquiatricos. Están quemados y marcados por las cicatrices, sólo piensan en masacrar enemigos - aún los que se han rendido, o los de apariencia inofensiva (como los niños reclutas de la ultima ofensiva nazi), ya que sólo pueden esperar de ellos el resentimiento y la traición a último momento -, y su expectativa de vida consiste en llegar respirando hasta la noche del día presente. Sus relaciones son violentas - quizás el único lenguaje que conocen y que han practicado hasta la saciedad a lo largo de la guerra - y la humanidad no tiene lugar en sus vidas. Es ciertamente un enfoque mucho mas realista pero tambien mas apático: es dificil que el público termine por relacionarse afectivamente con algún integrante de un grupo así. Al rato aparece Logan Lerman (Percy Jackson) como el novato de turno, y vemos como padece todo el proceso que ha madurado a estos hombres y los ha llevado a semejante estado. Hay ejecuciones, cachetazos, reclamos, gritos, valentía en los momentos desesperados, ganancia del respeto, inmersión en el mismo cuadro de locura del grupo... es previsible y aunque está ok (y hay algún que otro momento inspirado), no me termina de impresionar. Quizás el problema sea la apatía del grupo: uno extraña que, entre semejantes criaturas, no haya un Tom Hanks que aporte algo de simpatía, humanidad o un poco de reflexión; ni siquiera Lerman logra mantener la neutralidad, terminando por mimetizarse con el lenguaje violento de los dirigidos por Brad Pitt. Hay dos cosas en donde Fury se destaca: las perfomances son muy buenas - y el que me sorprende es Shia LaBeouf, el cual hace muchas sutilezas con un papelito secundario, y se lo ve mucho mas maduro como actor -, y los combates son novedosos. Como usan balas trazadoras en las refriegas, las batallas parecen salidas de La Guerra de las Galaxias - mas que artilleria parecen lasers -, y hay violencia por doquier. Ciertamente las batallas de blindados están plagadas de falacias - los Sherman norteamericanos eran auténticos ataúdes rodantes, tanques medianos algo veloces pero flojos de blindaje y artillería, e incapaces de hacerle frente al poderío de los Tigers alemanes que aparecieron sobre el final de la contienda; no sólo no podían voltearlos (como muestra el filme) sino que los Sherman se deshacían al primer disparo (en vez de "rebotar" accidentalmente contra el frente inclinado reforzado del blindado norteamericano); en todo caso, la única variante de Sherman que podía enfrentarse a un Tiger era el Firefly, un modelo modificado por los ingleses que tenía mejor munición y cañón, el cual podía perforar con éxito el blindaje de los tanques pesados alemanes... pero el mismo no es el que aparece en el filme -, pero tienen su brío y están filmadas de manera excitante. Es en esos momentos en donde Fury sobresale de la media. Corazones de Hierro es un sólido filme de guerra con algunos momentos sobresalientes; pero ello no lo hace un clásico. El punto es que no recorre ningún camino nuevo - no es otra Apocalipsis Now ni otra Rescatando al Soldado Ryan -; hace cosas conocidas, las hace bien, y les agrega un punto de vista algo mas violento. En todo caso, el gran mérito de Fury es revivir el cine de la segunda guerra en toda su gloria, adornado por la parafernalia de los efectos especiales, los cuales deslumbran y nos dan un pantallazo mucho mas espectacular de lo que habría sido el auténtico conflicto. - See more at: http://www.sssm.com.ar/arlequin/fury.html#sthash.JU1QsgvB.dpuf
El tanque de Brad Depende con que cristal se mire o mejor dicho con qué parte de la mira se apunte para decir, sin eufemismos, que este nuevo pretexto para lucimiento de Brad Pitt no se consolida por estar sujeto a dos elementos muy dispares entre sí pero que coexisten a lo largo de todo el metraje: por un lado el punto de vista de un joven soldado de la Segunda Guerra embarcado en la locura de un pelotón comandado por Brad Pitt para frenar el avance nazi y por otro el protagonismo absoluto de un tanque, -metáfora cinematográfica si las hay- para reflejar el enfrentamiento entre una idea que apela al gigantismo contra otra que busca el minimalismo. En Corazones de hierro, el drama bélico predomina frente a todo tipo de reflexión interesante sobre la guerra o el flagelo de los conflictos armados y las polémicas exacerbaciones del heroísmo y la valentía, con el agregado de los estereotipos que estigmatizaron al enemigo y lavaron los pecados del aparente héroe norteamericano frente a enfrentamientos desiguales. Tal vez esa idea de valentía más que otra cosa es la que motivó a Brad Pitt a subirse a este tanque en el doble sentido, dado que se trata de un producto mainstream con alguna pretensión artística, y como se dijo anteriormente con una preponderancia de ese gigante de metal con orugas a los costados que resiste todo tipo de ataque y explosión externa. Ahora bien, cuando el punto de vista se concentra en un personaje secundario, quien pasa a un primer plano de inmediato al establecerse una relación mentor discípulo en medio del escenario de locura y muerte, el film pierde efectividad a la hora de definirse hacia el terreno de la acción bélica para explotar las cualidades del tanque propiamente dicho y de ese reducido espacio en el que sus cinco tripulantes sobreviven y resisten a los alemanes. Corazones de hierro gana como película cuando se aleja de sus pretensiones dramáticas y se entrega a la tensión del relato bélico clásico. Sin embargo, son contadas las secuencias que merecen elogios ante el cúmulo innecesario de subrayados y escenas tan comunes como predecibles, en las que los nazis son los feos, sucios y malos y los yanquis los amigables y buenos, pretexto trillado y arcaico que recuerda a los viejos films de guerra y propaganda que hoy parecen dictar los códigos de un -en apariencia- nuevo cine bélico con los vicios de siempre.
Bastardos con gloria Un “tanque” sobre un tanque. Así podría definirse a Corazones de hierro, nuevo film del irregular director (Reyes de la calle, En la mira) y cotizado guionista (Día de entrenamiento) David Ayer. Más allá de las claras diferencias de búsquedas y estilos entre Ayer y Quentin Tarantino, es inevitable comparar a Corazones de hierro con Bastardos sin gloria, sobre todo porque en ambas aparece Brad Pitt al frente de un batallón de desahuciados devenidos –a su manera– en héroes. El Don 'Wardaddy' Collier es tan duro y despiadado como el Aldo Raine, aunque –claro– sin ese toque canchero y sobrador tan característico del universo tarantiniano. La película –bastante más clásica y old-fashioned que su predecesora– alcanza a retratar con bastante intimidad y sensación de urgencia la amistad, la camaradería, las lealtades de ese grupo de militares que se pasa buena parte de las más de dos horas del film dentro de un tanque Sherman en la Europa de 1945, poco tiempo antes del final de la Segunda Guerra Mundial (en ese sentido, hay algo de la israelí Líbano en la propuesta). El problema es que, más allá de la potencia de algunas escenas de acción y del notable aporte visual del DF Roman Vasyanov, Corazones de hierro termina apelando a bastantes lugares comunes a la hora de trabajar la relación maestro-alumno entre el personaje de Pitt y el novato Norman Ellison (Logan Lerman), en un típico relato de iniciación, de paso de la inocencia virginal a esa mezcla de cinismo, valor y patriotismo tan propios de los films bélicos como este. Tampoco escapan de los estereotipos varios personajes de esta historia coral como el latino Gordo de Michael Peña, ese sureño bruto que es Coon-Ass de Jon Bernthal o el místico y aleccionador Bible que encarna con bastante dignidad Shia LaBeouf. Nada que derrumbe el interés general por la historia, pero que de alguna manera la achata y la convierte en un film más sobre los profesionales y las miserias de la guerra.
Con el enemigo en la mira Otra película bélica que se instala en el ojo de la tormenta pero sin exaltar los valores del patriotismo desmedido, sino los lazos de camaradería que tiene un grupo de soldados que se lanza en una misión suicida contra el enemigo nazi. Desde la serie Combate que protagonizó Vic Morrow, pasando por Doce del patíbulo o Bastardos sin gloria, los tratamientos y enfoques sobre la guerra fueron disímiles y con diversos resultados. Ahora es el turno de un interesante realizador como David Ayer (Reyes de la calle, En la mira, Sabotage) que pone el acento en el espanto de un incomprensible enfrentamiento bélico y en las consecuencias que tienen las decisiones que toma el aguerrido sargento Wardaddy (Brad Pitt) que está al frente de un tanque Sherman cuando corren los últimos días de la Segunda Guerra Mundial en abril de 1945, y junto a su tripulación, se convierte en un insecto frente a un numeroso y despiadado enemigo. El cineasta desarrolla el conflicto con precisión narrativa y con la intención de generar un clima claustrofóbico dentro del tanque que se mueve con la torpeza de un monstruo de hierro y pone en la mira a su oponente. Un soldado religioso (Shia LaBeouf), otro mexicano (Michael Peña), el más joven e inexperto (Logan Lerman) y el típico sureño (Jon Bernthal, de la serie The Walking Dead) provienen de diferentes lugares pero parecen estar marcados por el mismo destino de violencia, retratada sin piedad en las escenas de acción. En ese sentido, la película cobra más fuerza sobre la segunda mitad, cuando los protagonistas -siguiendo la decisión de su líder carismático- entran en una zona de peligro inminente y aguardan a un gigantesco enemigo que se acerca desprevenido. El film encuentra en Shia LaBeouf (Transformers) y Logan Lerman (ya crecido desde Percy Jackson y el ladrón del rayo) a los intérpretes ideales para explotar a sus heroicos personajes.
Si te gustan los films bélicos de gran impacto visual, no podés dejar de ver Corazones de hierro en pantalla grande. Esperar a verla en DVD o en cualquier otro formato hogareño, es un crimen imperdonable. La secuencia final, si bien es un tanto fantasiosa (si sucediera en la vida real no duraría ni...
Brad Pitt vs. los nazis. El cine bélico es un género sumamente extenso dentro de la filmografía estadounidense. Un país que desde el celuloide ha retratando hasta el hartazgo hechos de la naturaleza más violenta en campañas que lo vieron victorioso así como en otras en que la suerte no estuvo de su lado: es un tipo de cine que constatemente produce nuevas obras. En el caso de Corazones de Hierro (Fury, 2014), David Ayer se propuso llevar a la pantalla un relato sobre la vida de cinco individuos que conviven dentro de un tanque de guerra norteamericano durante el tramo final de la Segunda Guerra Mundial y el infierno con el que se ven forzados a convivir día a día. Brad Pitt interpreta al hombre que está al mando dentro de este grupo de soldados que combaten en suelo alemán a las fuerzas casi menguantes del ejército nazi, interpretando a un personaje que canaliza ciertos aspectos del Teniente Aldo Raine de Bastardos Sin Gloria (Inglorious Basters, 2009), pero sin el costado irónico y gracioso. El Brad Pitt estrella -quien es también productor ejecutivo en este caso- eclipsa todo a su alrededor y su espíritu invade la ficción, lo que resulta en la concepción de un personaje que se percibe imbatible y con una respuesta para todo. El star system en su máxima expresión. El resto de los soldados representa a esos clichés que solemos ver en todas y cada una de las películas de este género: LaBeouf interpretará al cristiano religioso, Bernthal al bruto amante de la violencia, Peña será el chicano latino, y Lerman hará las veces de soldado recién caído en el séptimo infierno que deberá unirse al grupo a causa de una repentina baja y aprender a hacerse duro para poder sobrellevar la experiencia. El director Ayer viene de una familia con una larga tradición dentro del ejército y hoy cambia la escenografía urbana de los barrios bajos de Los Angeles de sus films anteriores como En La Mira (End of Watch, 2012) y Reyes de la Calle (Street Kings, 2008), para trasladar lo mejor y -más que nada- lo peor de la condición humana cuando es expuesta a situaciones extremas dentro del escenario bélico más grande del siglo pasado. El problema reside justamente en que ese reflejo de la convivencia entre soldados no logra escapar de los clichés y el acartonamiento de los personajes, que ya hemos visto y de forma superior en películas como Rescatando al Soldado Ryan (Saving Private Ryan, 1998) o La Delgada Línea Roja (The Thin Red Line, 1998). Sin una historia con un conflicto marcado, todo se resume a un muestrario de escenas sobre esas miserías y crudezas que revelan lo peor de la condición humana en épocas de conflicto bélico montadas sobre unos excesivos 134 minutos de duración, sin ofrecer una relectura interesante de la guerra o un punto de vista inventivo que la coloque por encima de otras propuestas vistas anteriormente. Las escenas se vuelven repetitivas y tal vez una de las pocas cosas rescatabales sea el realismo de las secuencias de combate arriba del tanque, dejando en claro las complicaciones que presenta manejar semejante máquina en pleno conflicto y la sensación de que cada decisión tomada puede significar la diferencia entre la vida y la muerte en la línea de batalla. A prosósito de esto, vale una mención especial para los soldados del ejército enemigo, que durante los primeros dos tercios del film poseen una puntería que no tiene nada que envidiarle a aquella de los soldados imperiales de La Guerra de las Galaxias (Star Wars, 1977), errándole a sus adversarios de las formas más inventivas. Tal vez lo más interesante del film sea el diseño de arte y el alto nivel de la producción a la hora de reconstruir los escenarios europeos donde tuvieron lugar los últimos episodios de la Segunda Guerra Mundial, cuestión que seguramente dejará contentos a los más encarnizados fanáticos del género. En conjunto con eso, tal vez lo más destacado de Ayer haya sido la crudeza y el realismo con que eligió retratar la violencia de cada una de las contiendas en que el grupo se ve involucrado, sin escatimar en disparos, explosiones, bombardeos, sangre y pérdida de miembros superiores o inferiores. Claro que todo esto termina careciendo de un valor superior sin una historia y un conflicto que se encuentren a la misma altura.
Realizar una película bélica ambientada en la Segunda Guerra Mundial tiene un punto a favor: se sabe perfectamente quienes son los buenos y quienes son los malos. Algo bastante más complicado de determinar en contiendas posteriores donde los intereses ya no están tan puestos en salvar al mundo de la tiranía y el genocidio (¿?). Los nazis eran malas gentes, eso lo sabemos todos, pero también es sabido que la guerra transforma a las personas y, en muchos de los casos, no en el buen sentido. Pasaron casi siete décadas desde la finalización del conflicto armado que enfrentó a las Potencias del Eje contra los Aliados, y en todos estos años Hollywood nos deleitó con una infinidad de versiones ficcionadas que abarcan todo un abanico de posibilidades: desde las más patrióticas, heroicas y propagandísticas que buscan nuevos reclutas para la causa, hasta las más férreas entregas antibélicas, crudas y sin anestesia, que nos obligan a desviar la vista y hacer de cuenta que estas cosas no pasan en el mundo real. Hoy por hoy, este género (caído en desuso) debe apelar a la acción descarnada, la sátira o algún otro entrecruzamiento de estilos para atraer a una audiencia que está acostumbrada a ver la guerra en vivo y en directo por CNN. Los relatos de época siguen atrayendo mucho más que los conflictos actuales, en parte por estar más lejanos en el tiempo (o sea, por ser parte de la “historia”) y, una vez más, porque podemos distinguir muy bien a los villanos. David Ayer, guionista de “Día de Entrenamiento” (Training Day, 2001), “Rápido y Furioso” (The Fast and the Furious, 2001) y director de películas cargadísimas de violencia y acción como “Soldado de Ciudad” (Harsh Times, 2005), “En la Mira” (End of Watch, 2012) y, por qué no, la inminente adaptación comiquera de “Suicide Squad” (2016) (ahora se entiende por qué lo eligieron), se mete con la Segunda Guerra Mundial y la avanzada de los yanquis sobre territorio enemigo. Es abril de 1945, el final de la guerra está a la vuelta de la esquina, pero los alemanes no se rinden así de fácil y van a dar pelea hasta el último minuto. El problema en cuestión es que sus tanques son mejores y los americanos no pueden hacerles frente a estos monstruos de metal con los propios. Así y todo existen valerosos soldados que se aventuran encerrados en estas máquinas de guerra que podrían convertirse tanto en su último refugio como en su tumba, en este caso, el “Fury” del título original. Don 'Wardaddy' Collier (Brad Pitt) y sus hombres son uno de estos grupetes de camaradas que se cuidan las espaldas mutuamente. Estos muchachos vienen sobreviviendo juntos dese África, ya pasaron por Francia y Holanda, y ahora sólo les queda esta última escala para poder volver a casa de una vez por todas. Claro que el grupo debe ser variopinto para que todos se vean representados: esta el muchacho religioso, Boyd "Bible" Swan (Shia LaBeouf), capaz de recitar convenientemente cada salmo de memoria, Trini "Gordo" Garcia (Michael Peña), el latino simpaticón, Grady "Coon-Ass" Travis (Jon Bernthal), el bruto maleducado pero de buen corazón y, por supuesto, Norman Ellison (Logan Lerman), el joven novato recién llegadito al que la guerra le pega en la cara como un Ice Bucket Challenge. A Norman le toca reemplazar a la baja más reciente de este pelotón que está a punto de salir a cumplir un par de misiones peligrosísimas. El pibe tiene que aprender a matar o morir y sus compañeros, muy amablemente, se van a encargan de ello. Acá reside un poco la cuestión de esta historia que pone de excusa a la guerra para mostrar la verdadera naturaleza de la raza humana. Don y sus hombres son valientes, buenos soldados, leales, pero también perdieron su humanidad por el camino y, la mayoría de las veces, no son muy distintos al enemigo que combaten. Ayer cae en los estereotipos y en los lugares comunes que no deben faltar en este tipo de film, pero no se priva de mostrar la crudeza y crueldad de estos tipos, ya sea con el enemigo, con las pocas mujeres que se cruzan a su paso (representadas como botines de guerra que pueden ser utilizadas a gusto y piacere por el sólo hecho de ser del bando contrario) o entre ellos mismos. “Los ideales son pacifistas. La historia es violenta” es lo primero que aprende Ellison de boca de su sargento cuando trata de poner en práctica todas sus buenas intenciones en medio de este infierno sobre la Tierra. La película está cargada de testosterona, pura acción y muertes a destajo, bien filmada (aunque no se destaca desde lo estético) y llevadera (a pesar de sus 134 minutos), más allá de que, a veces, se detiene a meditar demasiado las cosas. Se nota que Ayer tomó buenas notas de Steven Spielberg y “Rescatando al Soldado Ryan” (Saving Private Ryan, 1998). Los paralelismos no pueden evitarse, sobre todo a la hora de retratar a este grupo de soldados casi en misión suicida. Claro que el Collier de Pitt es más cercano al bestial Aldo Raine de “Bastardos Sin Gloria” (Inglourious Basterds, 2009) que al abnegado capitán Miller interpretado por Tom Hanks, aunque el mensaje fraterno termina siendo el mismo. ¿Hay diferencias entre un héroe y un sobreviviente? Ustedes decidan.
Fury no va a entrar tan facilmente en el panteón de grandes películas bélicas, pero que hace sus buenos méritos para lograrlo es innegable. Sin duda alguna el proyecto más ambicioso y expansivo en la filmografía de David Ayer -su próximo gran desafío será la esperada Suicide Squad-, el regreso al escenario de la Segunda Guerra Mundial subraya una vez más la virulencia de uno de los combates más recordados en la historia, así como también ahonda en la humanidad menguante de cada uno de los involucrados. En el centro de la acción se encuentra el sargento apodado Wardaddy -Brad Pitt-, un hombre parco y de pocas pero sabias palabras, que prometió a su escuadrón terminar la guerra con ellos en pie, pero le cuesta mucho esfuerzo cumplir tal promesa. Basta con ver los restos del último compañero que perdieron, desperdigado sin misericordia dentro del tanque que ellos llaman su hogar, para darse una idea de lo cruenta que está la situación en el frente de batalla. El punto de entrada a la acción de parte del espectador lo comporta el novato Ellison -un inesperadamente emotivo Logan Lerman- quien se une a la familia del tanque Fury y deberá ganarse su apodo con el resto de su compañía. Sobreviviendo a los personajes clichés del fanático de la Biblia -Shia LaBeouf-, el mexicano -Michael Peña, actor ¿fetiche? de Ayer- y el rudo palurdo americano -Jon Bernthal- Fury transita el camino del heroísmo americano sin resultar terriblemente empalagosa en su discurso, pero tampoco sin sobre-demonizar las acciones de los soldados en tierras arias. Hay ciertos momentos bastante incómodos -esa comida en un departamento augura un desenlace muy oscuro- y, en líneas generales, los azares usuales de la guerra, bajas poco honrosas y lecciones de vida forzosas, pero a partir de un guión sólidamente construido, Ayer cumple su cometido de retratar uno de los períodos más oscuros de la Humanidad con el suficiente respeto, pero sin escasez de munición. Fury no pretende partirnos al medio de la emoción como si fuese una Schindler's List moderna, sino que juega sus ases bajo la manga apropiadamente. David Ayer es un director que se hizo un nombre propio en el campo de la acción, y con acción a raudales es que se gana al espectador más reacio. Sacándole partido a su calificación R, los combates entre americanos y nazis tienen la crudeza que The Expendables 3 no se animó a mostrar, y con un nivel técnico increíblemente realista, tan realista que por poco y no estamos viendo un documental. Sangre, disparos, incendios, bombardeos, decapitaciones, cuerpos aplastados por tanques, el film lo tiene todo y a montones. Para poder comprar toda esta carnicería es necesario creerles a los personajes, y si bien el material escrito por Ayer no es para arrojarle rosas a sus pies, cumple el objetivo de llegar a generar empatía con ellos y con la angustiante situación en la que están inmersos. Pitt, como siempre, comanda la pantalla con su rudeza y su sólida presencia, aunque Lerman le roba varios momentos en esa relación estilo padre-hijo que se genera entre ellos. Otra sorpresa la genera el tristemente célebre LaBeouf, que demuestra que es un gran actor siempre y cuando esté bien dirigido y deje de lado su enojosa vida personal detrás de cámaras. Junto con un excelente equipo de producción y una gran banda de sonido de parte del galardonado Steven Price -la música remite bastante a Gravity-, Fury sale adelante como un gran relato bélico que consolida a David Ayer una vez más como un gran director de acción, que no tiene miedo a empujar sus límites hacia zonas inexploradas y regresar con un peliculón como esta.
Retroceder nunca, rendirse jamás. Parte del folclore que impregna las bases del cine bélico ha demostrado ser fiel a dos constantes primordiales como son la lealtad patriótica que enorgullece al cúmulo de testosterona y la jerga militar que adorna la convivencia entre camaradas. Nutrirse de batallones corajudos para engañar la vulnerabilidad del frente es el factor propagandístico nato en este tipo de películas explotadas para oficiar de storyteller didáctico. Hablamos de exponentes con carga dramática artificial pero que se apoyan en el entretenimiento para apaciguar la desgracia humana, y eso es lo que busca machacar en todo momento la sólida Corazones de Hierro. Alejado de las internas policiales que caracterizan su efecto de escasa hombría moral, el director David Ayer se anima a jugar en primera con una buddy war aparejada entre el dramón verídico (el infierno que desató el nazismo) y el espectáculo pirotécnico (batallas con iluminación galáctica incluida). Previamente se había cargado la poco satisfactoria El Sabotaje, casi un conglomerado de su ímpetu por ventilar sectores corruptos del oficio uniformado. Ahora, apostando por un producto intencionalmente profesional (esta es la más mainstream de todas sus películas), el realizador maniobra una de guerra hecha y derecha; terreno que ya había tanteado, aunque amparado bajo el cargo de escritor, en la llevadera U-571. Remontándonos a las instancias culminantes de las invasiones nazis en 1945, el bloque norteamericano avanza sobre suelo alemán exterminando todo estertor enemigo, el cual resiste enviando mujeres y niños a combatir como último recurso. Con el equipo contrario en desventaja, se destaca un grupo de soldados a bordo de un tanque imbatible llamado Fury, liderado por el siempre efectivo Brad Pitt. Este quinteto de la muerte se completa con el colifa de Shia LaBeouf, el latino humilde de Michael Peña, el brutus de Jon Bernthal y el carilindo Logan Lerman, que viene a ser el novato con desanimo para curtirse. Mientras se ayuda al nuevo a integrarse para que en el proceso se haga bien macho, Corazones de Hierro visita jugadas tradicionales del género como el trato agridulce para con el civil, las ejecuciones en crudo y las relaciones fatídicas para emocionar a la platea (la secuencia de la casa bombardeada apelando al golpe bajo, por dar un ejemplo). En todo momento Ayer contrarresta el abuso del consuelo católico (los soldados que repelan con simbolismos) intercalando combates vehiculizados para no agotar el ritmo agrio de la historia. Decimos que a toda acción poética le sigue una ráfaga de fuego porque con esta fórmula Ayer intenta llegar a buen puerto, mientras deja en claro que lo último que debemos perder es la fe entre compañeros. Esta táctica de resaltar pasajes bíblicos mientras se sueltan frases académicas frente a cámara (ese simulacro filosófico en el que se le dice al espectador que los ideales son pacíficos pero la historia es violenta) invita a reflexionar sobre la locura del genocidio, siendo el motor del relato que alienta un desarrollo dramático disfrazado de acción a quemarropa. La cuota armamentística es el maquillaje carismático del cual se jacta este género para fabricar héroes efímeros y recordarnos quiénes fueron los que salvaron las papas en todo el mundo. Eso ya lo sabíamos, Ayer, aunque agradecemos la intención.
Dentro del tanque Desde El club de la pelea (Fight Club, 1999) Brad Pitt se apegó al personaje salvaje y carismático que intenta repetir en cada film que protagoniza. Sin dudas es su mejor composición, que en Corazones de hierro (Fury, 2014) lleva al extremo con el Sargento Don Collier marcado por los horrores de la Segunda Guerra Mundial. La historia nos trae a un grupo de hombres a cargo de Collier (Pitt) abordo de un tanque de guerra aliado apodado “Fury”, embarcado en suicidas misiones contra la resistencia alemana en 1945. El último en subirse al paradigmático tanque es Norman (Logan Lerman) un joven soldado aún no corrompido por los horrores del conflicto bélico. La trama cuenta la transformación del joven soldado en un despiadado guerrero con sed de violencia. La primera escena del film funciona como metáfora: El horizonte iluminado y un oficial nazi montado sobre un idílico caballo blanco cabalga a contraluz. Se acerca a un terreno destruido por un reciente combate, con llamas, ruinas y cadáveres por doquier. De la cubierta de un tanque de guerra surge el personaje que interpreta Brad Pitt y en un arranque de violencia mata a machetazos al enemigo desprevenido. Vuelve a ingresar al tanque y se percibe claramente en el descenso a su interior, un descenso al infierno de la guerra: luces rojas, personajes desbastados física y mentalmente, con un compañero muerto y otro orinando en un tacho. El tanque representa el infierno, el lugar de no retorno (por eso el personaje de Logan Lerman, aún no corrompido por la guerra, vomita al entrar). Su interior es lugar de las más primitivas situaciones a cargo de seres sin rastros de humanidad. En ese ámbito se muestran decisiones inhóspitas e irracionales arranques de valentía. Si bien Corazones de hierro pretende ser un punto en el medio entre las grandiosas Apocalypse Now (1979) y Nacido para matar (Full Metal Jacket, 1987), no logra estar a la altura de semejantes películas (ni ser un film antibélico). Sin embargo logra instalar en escena la demencia y el sin sentido de la guerra. Hay una interesante escena en la que los soldados encuentran a dos bellas mujeres alemanas. Los comportamientos animales que exponen se relucen en ese momento: se comportan instintivamente, intimidando al más débil, demostrando su violencia y salvajismo sin retorno. Hay una violación inminente que depende de una puja de poder (la lucha por imponer la fuerza de un hombre sobre otro). La tensión de la escena es inigualable. El director David Ayer (En la mira, Reyes de la Calle) ha sabido manejar relatos de hombres y sus vínculos en situaciones extremas y aquí vuelve a hacerlo, llevándolos a los extremos de su conducta y posibilidades. Claro que si se cuenta con actores de la talla de Shia LaBeouf, Michael Peña, Jon Bernthal y Logan Lerman, sumados a Brad Pitt, es mucho más sencillo. Esta conjunción de valores puestos en escena, generan una atractiva película sobre la guerra, que si bien inscribe cierto patriotismo hacia el final, será despojado de los clásicos ideales.
Transformers versión 1945 El cine bélico siempre intentó abordar cuestiones que engloban o que forman parte del esquema de la guerra, estableciendo posicionamientos ideológicos y políticos y reflexionando sobre nociones como el deber, la lealtad, la adicción al conflicto, el abuso, la manipulación e incluso la destrucción del alma humana, por nombrar sólo algunas. Hasta cuando se limitó a contar historias simples y lineales siempre necesitó -como todos los géneros- de personajes con códigos y miradas sobre el mundo particulares, distintivas, que generaran algún tipo de empatía con el espectador. En ese sentido, Corazones de hierro por momentos ofrece algo nuevo, porque pareciera estar diciéndonos que no hay nada nuevo para contar, que lo único que queda es la descripción del salvajismo y la violencia, de los actos heroicos o los que no tienen ningún sentido, porque ha quedado todo tan gris que es muy difícil distinguir entre el bien y el mal. Todo se ha contado y a la vez nada. Se pierden las interpretaciones y sólo quedan los hechos. Se acaban los discursos, sólo queda ese universo de locura. Es una idea tan interesante como siniestra, porque también implica el triunfo absoluto de una visión -muy estadounidense, por cierto- de puro conflicto, de puras potencias enfrentadas, donde el hombre se deja ir, se expone a sí mismo como alguien incapaz de redimirse o pensar lo que está haciendo. Es la posmodernidad cinematográfica más sangrienta posible. No deja de ser lógico que el film transmita esto porque David Ayer en ciertos tramos de su carrera -como cuando escribió el guión de Día de entrenamiento- mostró interés por desarrollar personajes que sirvieran como trampolín para pensar, entender y reflexionar sobre los códigos de violencia urbanos, a ambos lados de la ley, pero últimamente venía demostrando que el único objetivo de su cine ha pasado a ser el acumular capas de violencia con unos cuantos toques de machismo, con narraciones que siguen a puros estereotipos. En este caso, alejándose del territorio urbano estadounidense y yendo al pasado, a la Segunda Guerra Mundial, en pleno territorio alemán y a muy poco de terminar el conflicto. Lo cierto es que los personajes de Corazones de hierro son pura superficie, seres no sólo antipáticos en sus acciones o dichos, sino también huecos, sin un verosímil sólido en sus distintas construcciones, que jamás generan en el espectador un mínimo interés por las desventuras que atraviesan. Ni siquiera el jefe del pelotón que hace Brad Pitt -que pasa de ser un hijo de puta a un tipo sensible sin mucha transición- ni el pobre novato del grupo encarnado por Logan Lerman -obvio y repetido en todas las inseguridades que demuestra- tienen algo para ofrecer. Los otros tres, interpretados por Michael Peña, Shia LaBeouf y Jon Bernthal, son unos imbéciles sin remedio. Eso es paradójicamente funcional a la construcción narrativa del film, que va dirigida a un público que lo único que busca es ver gente reventando por los aires o ametrallada de imaginativas formas, por lo que jamás va a estar interesada en preocuparse por lo que le pase a los protagonistas. Pero claro, a Corazones de hierro le agarra un poco de culpa hollywoodense y trata de decir algo, pero ahí es aún peor, porque se revela manipuladora e hipócrita, como en la indignante -y larga- secuencia que transcurre en la casa de unas mujeres alemanas. Y cuando llega al centro de su anécdota -el enfrentamiento del quinteto dentro de un tanque contra un batallón completo de nazis-, intenta darle humanidad a esos estereotipos que ensambló previamente, pero ya es demasiado tarde, lo único que tiene para contar es cómo cinco tipos se liaron a tiros contra un número mucho mayor de enemigos. No deja de ser llamativo que, a pesar de estar situada hace casi setenta años, Corazones de hierro es un film bien de este presente: los personajes en buena medida hablan como si estuvieran en el Siglo XXI y está diseñada en pos de un público cuya relación con la muerte o la violencia es efímera, que sólo se ve afectado por el horror si es algo cercano que afecta su cotidianeidad. Detrás de su pátina de corrección, es una película al estilo Transformers: ruidosa, vacía, puro espectáculo y artificio, aturdimiento extremo de la sensibilidad del espectador. Hasta está -oh casualidad- LaBeouf volviendo a hacer de Sam Witwicky. Optimus Prime puede sentirse orgulloso: ha dejado un legado.
Un tanque para la banderita Con la estructura episódica que corresponde a su género, la película empieza como una de esas que muestran que la guerra es una porquería... y termina diciendo que porquerías serán los demás, porque el soldado yanqui es lo más grande que hay. Hollywood no puede con su genio. O con el contrato no escrito en el que se compromete a difundir los valores e ideología oficiales. Nueva muestra de la esquizofrenia con que allí se resuelven los conflictos entre puntos de vista encontrados, Corazones de hierro (Fury) empieza como una película y termina como otra. Drama bélico que transcurre durante el avance aliado en la Segunda Guerra (¿por qué no hacerla en Irak?, se preguntará algún ingenuo), la película escrita y dirigida por David Ayer (autor del guión de Día de entrenamiento y director de varios “dramas de acción” más o menos del montón) empieza como una de esas que muestran que la guerra es una porquería, y que para ganarla hay que comportarse como una porquería. Y termina diciendo que porquerías serán los demás, porque el soldado yanqui es lo más grande que hay. No sea cosa de quedarse sin voluntarios para la próxima guerra.“Acá no se trata de ser bueno o malo, se trata de matar al enemigo”, le grita en la cara el sargento Don Collier, apodado Wardaddy (Brad Pitt, en look lomudo) al soldado Norman, el típico inexperto que acaba de llegar y no sabe para dónde disparar (Logan Lerman). No lo sabe literalmente: poco antes había preguntado a sus nuevos compañeros dónde estaba el frente. No como homenaje a Jerry Lewis sino como pregunta, nomás. “El frente está todo a tu alrededor”, le contesta el soldado a quien, por su fe cristiana, llaman “Biblia” (Shia La Beouf, héroe de Transformers). Corre octubre de 1945 y los soldados del Tío Sam combaten, ya en suelo alemán, por las últimas posiciones. Saben que van a ganar. Lo que no saben es a qué precio. Pronto van a saberlo.Hay films bélicos de infantería, como los de Raoul Walsh y Sam Fuller. Están los de aviones (Alas, Jet Pilot), los de guerra naval (Fuimos los sacrificados, El largo camino a casa, ambas de John Ford) y los de submarinos (un montón). Corazones de hierro es, como el film israelí Líbano, una de tanques. Aunque menos jugada, en su puesta en escena, que aquélla, que transcurría íntegramente dentro de un blindado. De hecho, el título original, Fury, corresponde al nombre de unos de los Sherman del batallón que, tras la muerte del oficial, deberá conducir el sargento Collier. Como todo film de guerra, el de David Ayer tiene una estructura episódica. Como todo film de guerra y como todo relato de iniciación, ya que la película está enteramente vista desde los ojos de Logan, cuyo primer plano es el último.Soldado de escritorio, Logan comenzará negándose a matar a un enemigo y terminará siendo llamado “Máquina”, por su decisión y eficacia a la hora de apuntar por el periscopio. “Serás un hombre, hijo mío”, decía Rudyard Kipling (otro guerrero imperial) en su poema If... La película se abre con un fuerte tono de derrota, con el batallón protagónico diezmado tras un enfrentamiento con el enemigo, mucho gore bélico (del que impuso Spielberg en Salvando al soldado Ryan) y el sargento interrumpiendo una arenga a sus soldados para ir a reponerse en un rincón en el que nadie lo ve. Convocados por un oficial, se les asigna una primera acción de rescate y allá van, porque el deber lo impone. Toda esa primera parte está narrada como se debe: con dientes apretados, como quien masca rabia.Collier puede ser brutal (en la mejor escena de la película fuerza al novato a su bautismo de sangre, mediante una toma de catch) pero es corajudo, leal y amado por sus hombres. La secuencia clave, ubicada justo en la mitad, fuerza al espectador a preguntarse si Collier violará o no a una mujer alemana (Anamaria Marinca, protagonista del film rumano Tres meses, dos semanas, un día). Si lo hace, pasará de héroe a antihéroe. Si no, se comportará como un caballero. Algo difícil de creer en medio de tanta roña, tanta sangre, tanto desprecio por la vida ajena. Obligado a funcionar como pieza clave en el engranaje ideológico-político de la Nación, el cine oficial de Hollywood no puede permitirse no ser modélico. La Nación tiene muchas guerras por luchar y no es cuestión de desalentar a los futuros combatientes. Ni de quitarles el sostén de la fe: al final, Biblia deberían llamarlos a todos, no a uno solo.Hablando de combatientes, Brad Pitt recuerda demasiado al de Bastardos sin gloria, adelantando su mandíbula inferior y ladrándole al enemigo en perfecto alemán. Los secundarios están perfectos. Sobre todo el siempre rendidor Michael Peña y una bestia de nariz partida llamado Jon Bernthal, capaz de lamer el huevo frito de una hermosa muchacha alemana, porque su superior le impidió violarla. 5-CORAZONES DE HIERRO FuryEE.UU., 2015.Dirección y guión: David Ayer.Fotografía: Roman Vasyanov.Duración: 134 minutos.Intérpretes: Brad Pitt, Shia La Beouf, Logan Lerman, Michael Peña, Jon Bernthal, Jason Issacs, Anamaria Marinca.
Barro, sangre, brutalidad, fiereza, barbarie, todo tipo de atrocidades. Esto es la guerra, y es inevitable, quiere decir David Ayer en esta historia ambientada en los tramos finales de la segunda contienda mundial, después del Día D, cuando las tropas norteamericanas avanzan hacia el Este, más allá de las resistentes líneas alemanas, con el fin de ocupar su territorio. Y en nombre de ella, de la guerra contra el nazismo, los protagonistas de Fury, título original y más apropiado para el relato, están autorizados a hacer lo que crean necesario para destruir al enemigo. Queda claro desde el comienzo, cuando el bravo sargento Collier (Brad Pitt), que comanda el batallón y es el que predica con el ejemplo sus lecciones de coraje, sorprende a un oficial alemán, solitario jinete montado sobre un simbólico caballo blanco en un campo desierto y en lugar de tomarlo como prisionero lo mata sin piedad. La absolución (se presume) está prácticamente garantizada: por algo no pasan demasiados minutos entre la cita de un versículo y otro de la Biblia oportunamente filtrados en los diálogos. Por otro lado, ya se sabe que en mucho cine de hoy (y no sólo en el de superhéroes de cómics) el heroísmo incluye la celebración de conductas por brutales y sanguinarias que sean. Collier y los suyos han hecho su hogar del tanque Sherman con que han luchado ya desde los tempranos tiempos de la campaña en África. El guionista y director, que los sigue de cerca, comparte esa convivencia, describe a cada uno sin preocuparse demasiado por evitar estereotipos y tampoco elude los lugares comunes cuando retrata con detalle -es decir, sin ahorrar salvajismo ni espectacularidad- las abundantes escenas de combate. Ese detallismo y esa crudeza -que muchos entendieron como realismo- encuentran en el propio trabajo de Ayer elementos que contradicen esa caracterización. Los más notorios son dos que buscan apartarse de la mera crónica bélica o enriquecerla. Uno es parte sustancial del film: la incorporación al grupo de un novato sin experiencia de guerra ni demasiado entrenamiento (en realidad, Norman es mecanógrafo, jamás ha disparado contra nadie y se niega a hacerlo tanto por su carácter como por sus convicciones religiosas), que el líder del grupo, llamado Wardaddy, duro pero sensible, protege e instruye. El desarrollo de esa historia de crecimiento culminará cuando el chico se convierta (y sea reconocido como tal) en una "máquina de matar". El otro es un episodio ubicado en medio del relato, cuando los dos entran en contacto con la población civil y en especial con dos mujeres. En los dos casos, el presunto realismo se da por vencido frente al avance de lo convencional. Como relato bélico, y más allá de sus altibajos, de cierta dilación y de lo discutible de muchos de sus contenidos, Corazones de hierro no se destaca por su originalidad, pero es eficaz y ofrece sólidos trabajos de Brad Pitt, Logan Lerman y el resto del elenco.
Un emotivo alegato antibélico El film de David Ayer, protagonizado por Brad Pitt y Logan Lerman, dice lo suyo desde las entrañas de Hollywood. Lejos del heroísmo de varias muestras del género, muestra los horrores de la guerra desde otro punto de vista. Promediando el relato el sargento Wardaddy (Brad Pitt) sentencia: "Mucha gente tiene que morir antes de que termine esta guerra", un poco resumiendo lo que vivió junto a su tripulación en el tanque Sherman desde que comenzó el conflicto y adelantándose al final, que intuye, será trágico. Corazones de hierro se ubica en la marcha final, de triunfal nada, a Berlín en la Segunda Guerra Mundial y centra su mirada sobre un grupo de tanquistas que vivieron la contienda desde el principio y en el camino fueron dejando buena parte de su humanidad, convirtiéndose en hombres dañados, sin esperanza. A este grupo se une Norman (Logan Lerman), un joven que intenta acoplarse al grupo de veteranos y a la vez, conservar su sentido moral en medio de matanza, en tanto Wardaddy será el encargado de doblegar las creencias del muchacho y darle su visión sobre el estado de las cosas. Sucia, con varias escenas bien lejos del heroísmo que muestran decenas de películas del género bélico –hay ejecuciones a soldados desarmados, mujeres que se entregan por un paquete de Lucky Strike–, el film de David Ayer, guionista de Día de entrenamiento, director de En la mira y Vidas al límite, muestra los horrores de la guerra desde un tanque estadounidense (gran trabajo del DF Roman Vasyanov), siempre en inferioridad de condiciones frente a los monstruosos Panzer alemanes, metáfora obvia pero efectiva de la perfección tecnológica al servicio del mal de un régimen que cobra un altísimo precio por su derrota. Si en Pelotón el alma del soldado Chris estaba tironeada entre los sargentos Elias y Barnes, en Corazones... el novato Norman tiene una sola opción y es el personaje que interpreta Pitt (cada vez más preciso y convincente), bestial la mayoría de las veces pero de un tipo necesario para todas las guerras, convencido de que para él no hay un después cuando se termine el conflicto –tampoco para el tosco mecánico Grady (Jon Bernthal), el conductor Gordo (Michael Peña) ni para el artillero Boyd (Shia LaBeouf)–, con un fuerte sentido del deber y que hará lo necesario para que su discípulo pueda vivir. Y para eso lo obliga a intervenir en los hechos más miserables, lo que le permite al director mostrar un abanico de atrocidades. Lejos de la épica de Rescatando al soldado Ryan o de la serie Band of Brothers, dos creaciones de Steven Spielberg que refundaron el género, aún con la crueldad de algunas innecesarias escenas propias del gore, Corazones de hierro es un potente y emocionante alegato antibélico y tiene el coraje de decir lo suyo desde las entrañas mismas de Hollywood.
Es una ficción pero ambientada en el final de la guerra, cuando los alemanes aún no se rinden y los aliados aún no vencieron. En esa difusa etapa en que el enfrentamiento hombre a hombre puede alcanzar la crueldad, el verismo casi repugnante que antecede al final. Sin héroes, mostrando lo que un enfrentamiento bélico hace a los hombres, con un novato que debe endurecerse en pocas horas. No es una de guerra típica, aunque por momentos lo parezca.
El recomendado para esta semana es sin dudas la nueva peli de David Ayer ("En La Mira"), quien junto a un elenco de super estrellas, como lo son, Brad Pitt, Shia LaBeouf, Michael Peña, Scott Eastwood y varios más, nos entregan una historia espectacular. Escrita y dirigida con una sensibilidad absoluta, la trama va subiendo escalones hasta llevarnos al final, marcado por un acontecimiento que de tanta contención de emociones te va a dejar agotado/a. Grandes actuaciones de todo el elenco, incluido Brad... pero sin dudas, el que se roba la película, o quien te hará sentir identificado por los sentimientos que atraviesa, es el personaje de Norman, interpretado por el talentosísimo de Logan Lerman ("Las Ventajas de ser Invisible"), que la descose literal. Una película imperdible que tenes que ver sí o sí en pantalla grande, pochoclos de por medio y con buen sonido.
Cinco heroicos soldados intentan lanzar un ataque en pleno corazón de la Alemania Nazi. La historia transcurre durante los últimos días de la Segunda Guerra Mundial y se centra en un grupo de cinco audaces soldados que se encuentran en un tanque americano Sherman M4A3E8 bautizado como “Fury” (que es el título de la película) a la que le asignan una misión complicada tras las líneas enemigas. Quien se encuentra a cargo de dicha tarea es el sargento Wardaddy (Brad Pitt, en una buena composición que marca en su rostro los signos de la guerra), acompañado por Boyd "Bible" Swan (Shia LaBeouf) un soldado religioso, Trini "Gordo" García (Michael Peña), un latino que descomprime un poco los momentos más tensos con su humor, Grady “Coon-Ass” Travis (Jon Bernthal) un sureño, rudo e inculto y Norman Ellison (Logan Lerman, una buena interpretación que denota un crecimiento actoral) el más joven e inexperto. Mientras van transcurriendo los minutos algunos espectadores recordarán aquellas películas que nos dio Hollywood en 1950, entre otros años, o la inolvidable bélica “Pelotón” en 1986, ambientada en Vietnam, dirigida por Oliver Stone y protagonizada por Tom Berenger, Willem Dafoe y Charlie Sheen. En “Corazones de hierro” esta correcto el personaje de Brad Pitt, quien tiene que velar por sus soldados, mostrar la dureza y la autoridad, ser compañero y nunca mostrar flaqueza. Contiene momentos intensos de dramatismo que se centran en el horror de la guerra, hasta posee ciertos toques de locura, mucha acción, por momentos ultra violentos y vibrantes, con cuerpos despedazados y donde la mayor tensión se produce en la segunda parte del film. La música está a cargo del talentoso compositor Steven Price (“Gravedad”) y tiene un estupendo sonido. Resulta ser bastante clásica, cae en lugares comunes y eso es lo que la hace poco original. Parece que este año tendremos en cartelera unas cuantas películas de temática bélica.
Descarnado film bélico con buen contrapunto Pitt-Lerman Ahora el director y guionista David Ayers venía especializándose en policiales de acción, tanto como escritor en "Día de entrenamiento", como dirigiendo "En la mira". Con "Corazones de hierro", Ayers incursiona en el género bélico con todo el presupuesto y el rigor que necesita este tipo de cine. El título original, "Fury", se refiere al nombre con el que el sargento que interpreta Brad Pitt bautiza a su tanque. Este durísimo y veterano soldado viene combatiendo con la misma cuadrilla desde hace años, empezando en Africa y participando en el Día D. Ahora, en 1945, ya está recoriendo Alemania y lo cierto es que está harto de seguir matando a los que a esta altura odia más que nunca. Cuando muere su asistente, le envaina su equipo un novato que es soldado hace sólo unas pocas semanas, y que ni siquiera disparó nunca un arma. El papel de Logan Lerman es un muy buen contrapunto con el de su implacable sargento que, en una escena formidable y terrible, lo obliga a matar por la espalda a un nazi que se ha rendido y que pide clemencia. "Tu trabajo es matarlo, su trabajo es matarte a vos; no tenés elección", le explica rodeado de un grupo de soldados veteranos que festejan la ejecución. Este tipo de escenas se repiten dándole a "Fury" un tono realmente fuerte, dramático y descarnado, que por momentos, recuerda más a los films sobre Vietnam que a los clásicos de la Segunda Guerra Mundial, e incluso la fotografía de la cruenta secuenca final trae ecos de "Apocalypse Now" de Coppola. Sin embargo, en sus momenos épicos como una batalla de tanques imponente- tiene más que ver con el cine bélico más clásico de la línea fuerte, con momentos que recuerdan "La cruz de hierro", de Sam Peckinpah, por el diseño de sonido que enfatiza la mezcla de alaridos de agonía entre el ruido de los disparos. Muy bien filmada, fuerte, pero de todos modos por momentos un poco ingenua y minimalista, "Fury" es un film que le da a Pitt la oportunidad de tomarse muy en serio el papel que habia hecho en broma como "bastardo " de Tarantino.
¡"Corazones de hierro" es una cinta bélica poderosa! Apoyada en la técnica audiovisual capaz de recrear los horrores más extremos de la guerra, la película además forja sus cimientos en la relación de un grupo variopinto de soldados que deben convivir en el claustrofobico interior de un tanque de guerra. Un batallón heredero de la mítica serie "Combate" que se luce en un verdadero duelo actoral en donde BRAD PITT saca ventaja, beneficiado del guión pero también de su personalidad y carisma. Un relato fílmico sensible, atrapante y contundente.
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Enero y Febrero son a nivel internacional los dos meses más interesantes en materia de estrenos de cine. El motivo es sencillo. Mirando de reojo a los Oscars, los directores, productores y actores que apelan a llevarse alguna estatuilla saben bien que por estas fechas compiten los estrenos que más chances tienen de ser fichados por La Academia. Pero a no confundirse. El estreno de Fury (tal su título en inglés) no necesariamente tiene en la mira a los Oscars. Curiosamente en una época en donde los estrenos a nivel mundial suelen diferir poco o nada con el del país de origen del film, en este caso el desfasaje entre Estados Unidos y Latinoamérica fue de al menos tres meses. Y por estos pagos se trata quizás de uno de los estrenos menos esperados del año. Poco tiene esto que ver con la calidad de la película protagonizada y producida por Brad Pitt, sino más bien con el controversial siniestro que sufrió la compañía Sony Pictures que se vio obligada a adelantar el estreno en Estados Unidos y varios países de Europa. Y es que hace ya más de dos meses que la película anda circulando por internet para ser descargada sin autorización de la compañía Sony, por supuesto. Haciendo a lado lo anecdótico, Fury parecía pisar fuerte como inminente sorpresa en la temporada de premios, pero las reacciones de la crítica británica (los primeros en verla en festivales) decepcionaron a más de uno. Y pasada la entrega de premios de los globos de oro, el film dirigido por David Ayer ni siquiera estuve entre los nominados. ¿Cuánto tiene esto que ver con las virtudes y defectos del film? Mucho y poco a la vez. Cuando las luces se apagan, ya sea en la sala de cine o la comodidad del hogar, se da lugar al goce o rechazo de la película en cuestión del modo más subjetivo posible y poco importan las críticas y nominaciones a los premios. Corazones de hierro está filmada y narrada con una estructura de película bélica clásica. Por fortuna su director decidió ignorar esa tendencia de los últimos años de agregar realismo a la composición a través de una cámara en mano que mal utilizada, lejos de contribuir a la inmersión en el contexto de la historia, repele y confunde al espectador. Acá los planos son cuidados y el énfasis está puesto en las heroicas batallas que estos héroes olvidados de la segunda guerra mundial llevan a cabo. Pero a la vez se presenta una contradicción. Por un lado David Ayer induce a los actores a comportarse de un modo natural y descontracturado con acentos en ocasiones inteligibles en el contexto de una ruidosa mezcla de sonido, y por el otro muchos de los diálogos que intercambian los protagonistas parecen un compilado de grandes éxitos de frases de películas bélicas. Aun así, gracias a la cruda, sucia y cruenta visión del director, resulta muy fácil dejarse cautivar por los andares de este grupo de soldados que recorre en tanque una Alemania nazi en retroceso y al borde del fin de la guerra que más ha alimentado al cine de historias. Quizás lo más reprochable sea la necesidad intrínseca de David Ayer por explicar y exponer todo sin dejar cabos sueltos no dando lugar al espectador a realizar una interpretación propia. Todo está servido en bandeja y ya viene masticado de antemano.
Un drama bélico chato de gran despliegue visual Abril de 1945, son los últimos días de la Segunda Guerra Mundial. Don "Wardaddy" Collier y su escuadrón a bordo del tanque Fury son enviados a una peligrosa misión en territorio enemigo. Con todo en su contra y superados en número y armamento, esperan dar el golpe final en el corazón de la Alemania Nazi. Enchúlame el tanque Seamos categóricos desde el vamos. Corazones de Hierro es una buena película. Pero ¿es buena por lo que intenta lograr o por lo que termina logrando? Yo me inclino por la segunda opción. Lo que intenta lograr es ser un desgarrador relato anti-bélico y ejemplificar como la guerra transforma al ser humano en un monstruo carente de compasión o de mostrar remordimiento. Pero lo que termina logrando, debido a lo flojo y repetitivo de su mensaje, es ser un entretenimiento más del cine pochoclero, en lugar del drama bélico que sugiere su guión. David Ayer viene de dirigir las cintas de acción Sabotage, con Arnold Schwarzenegger, y En la Mira, con Jake Gyllenhaal. En ambos casos sobresalía el tono crudo y visceral impuesto por el director, que aquí con mucho acierto transporta a la Segunda Guerra Mundial. En ese sentido Corazones de Hierro se como ve y se siente como una película de guerra debería verse y sentirse. Ayer encontró en el escuadrón de tanques comandado por Brad Pitt un punto de vista original sobre este conflicto muchas veces explorado. Algo que favorece tambien a las escenas de combate ya que ver, por ejemplo, a dos tanques peleando sobre suelo alemán no es algo que se vea todos los días, ni siquiera dentro del cine bélico. Las secuencias de acción son intensas, gráficas y violentas, pero lejos están de sentirse con ese realismo que logró Steven Spielberg en Rescatando al Soldado Ryan. Pero aunque por el lado de la acción no defrauda, si lo hace por el lado del guión. Los problemas llegan cuando Ayer se pone serio y nos empieza a dar un sermón sobre la guerra y sus horrores. Sermón que a veces es difícil de tomar en serio, sobre todo cuando sin razón aparente Brad Pitt se saca la remera y queda en cuero mostrando sus perfectas abdominales. Cosas como esa terminan dando la sensación de que la película a veces se boicotea a si misma. Si bien todas las actuaciones son por demás de correctas (sobresaliendo las de Shia LaBeouf y Logan Lerman), los actores nunca tienen suficiente material con el cual trabajar. Las escenas que pretenden generar algún tipo de emoción en el espectador nunca terminan por lograrlo del todo, quedando a mitad de camino y a la espera de que los actores, en roles estereotipados, puedan agregar esa cuota de emotividad que no nos está dando el guión. Conclusión Corazones de Hierro es un drama bélico que funciona mejor cuando es tan solo una película de acción bélica. El guión de Ayer no está a la altura de sus aspiraciones como director, pero gracias a su estética cruda y visceral, secuencias de combate muy bien logradas y un elenco que nunca baja lo brazos, el resultado es un entretenido film pochoclero con un original punto de vista sobre la Segunda Guerra Mundial.
Una de guerra que atrasa Con Brad Pitt como protagonista y productor, la película es correcta, pero con argumento remanido. Bastardos sin gloria parecía haberles puesto un punto final a las películas bélicas ambientadas en la Segunda Guerra Mundial. En el humor, Tarantino había encontrado la única vuelta de tuerca posible para volver sobre un tema tan remanido. Y, por si todavía quedaba alguna duda, Brad Pitt había demostrado una vez más que no es sólo una cara bonita (y que la comedia es su fuerte). Por eso sorprende que haya aceptado ponerse a la cabeza, como protagonista y productor ejecutivo, de Corazones de hierro, que atrasa 60 años. Que se entienda: es una de esas películas de las que puede decirse con tranquilidad eso de que "está bien hecha". Correctamente filmada, tiene escenas de combate impresionantes y una recreación de época resulta creíble; en suma, se notan los 68 millones de dólares del presupuesto. La disfrutarán aquellos que vayan en busca de una bélica como las de antes, bien clásica, con un grupo de heroicos muchachos enfrentándose a los malvados nazis y a las duras condiciones de los campos de batalla. Quienes esperen algo que se corra un milímetro de las convenciones, no lo encontrarán (salvo por un detalle: los disparos parecen salidos de armas de La guerra de las galaxias, en una curiosa elección de efectos especiales). Los cinco personajes principales responden a arquetipos: el severo pero justo sargento al mando; el novato, un jovencito que al principio parece un blando que no está a la altura de las circunstancias pero con el correr de las batallas demostrará su coraje; el religioso, solidario y querible; y los otros dos soldados, un tanto brutos y desagradables, pero tan nobles y buenos compañeros como los demás. Este quinteto convive a bordo de un tanque que surca el territorio alemán. Estamos en abril de 1945: la guerra está a punto de terminar, pero los nazis todavía ofrecen una feroz resistencia. Y la división de tanques, según nos explican al principio, era el punto débil de los aliados. Quedó dicho: Corazones de hierro no tiene la ironía de Bastardos sin gloria. Tampoco, el planteo filosófico de La delgada línea roja. Ni el original punto de vista de Líbano, la película del israelí Samuel Maoz que transcurría casi en su totalidad adentro de un tanque, con la mirilla como único punto de vista hacia el exterior. Aquí hay diálogos solemnes, cargados de frases pretendidamente profundas (del tipo "Los ideales son pacíficos; la Historia es violenta"). Aquí hay que soportar a tipos gritando "¡fucking nazis!" mientras acribillan alemanes. Aquí hay un espíritu yanqui recalcitrante, a tal punto que el objetivo final parece ser reivindicar al ejército estadounidense, rescatando aquellas lejanísimas épocas en las que peleaba por causas justas.
"Corazones de hierro": una batalla cruda y honesta Finalmente llega a las salas de los cines Corazones de Hierro", que corrió con la tremenda mala suerte de haber sido hackeada y puesta on line a finales de noviembre pasado. Este fue un duro revés para el filme, que se erigía como uno de los blockbusters con que la distribuidora tenía pensado sacar suculentas ganancias. Lo cierto es que se estrena, y eso es una buena noticia. Vale la pena recordar algo: esta película, como todas, se disfruta plenamente en una sala de cine. Por las dudas, lo aclaramos. Es el año 1945. Los aliados ya entraron en Alemania y están yendo pueblo por pueblo tomando el territorio. Es una tarea sucia, desgastante y hasta sangrienta, pero necesaria para tratar de terminar con esta locura. El sargento Don "Wardaddy" Collier (Brad Pitt) comanda un tanque Sherman apodado Fury. Él y sus cuatro hombres: Boyd "Bible" Swan (Shia LaBeouf), Trini "Gordo" García (Michael Peña), Grady "Coon-Ass" Travis (Jon Bernthal) y el novato Norman Ellison (Logan Lerman), están en la avanzada de la ofensiva final europea. No tienen respiro y sus órdenes son ir al frente tratando de "limpiar" el camino de enemigos y asistir a las tropas. Escasos en número y armamento, tendrán que enfrentarse al último, bestial y desesperado contraataque que Adolf Hitler lanza para que no tomen su país. ¿Podrán sobrevivir estos hombres a los últimos días de la Segunda Guerra Mundial? La mente detrás de esta historia pertenece al director David Ayer, que alcanzó notoriedad por su trabajo como guionista en Día de Entrenamiento (Training Day, 2001). Eso le permitió ponerse detrás de cámaras y en su haber tiene dos películas bastante interesantes: Soldado de Ciudad (Harsh Times, 2005) y En la Mira (End of Watch, 2012). Tómense el tiempo de verlas si no lo hicieron. Ah, Warner lo eligió para dirigir la adaptación del cómic de DC Suicide Squad. No sería de extrañar, ya que el realizador tiene la impronta oscura que la editorial le está dando a las adaptaciones de sus obras al cine. Ayer es un realizador crudo, directo, sin concesiones, cuyas historias van directo al grano y no tiene miedo en mostrar lo que sea necesario mientras ayude al guión. Y eso es lo que le puso a Corazones de Hierro, un filme intenso, angustiante, por momentos claustrofóbico, que vomita la crudeza de la guerra y la desesperanza en nuestras caras. El largometraje cuenta con un elenco templado, que aporta la cuota necesaria de trabajo sin sobreactuaciones ni estridencias. Brad Pitt nos da su solidez habitual, Bernthal y Peña no desentonan jamás al igual que Logan Lerman, cuyo personaje es el rayo de luz de humanidad que atraviesa a todos los demás. Shia LaBeouf, que para este periodista es uno de los mejores actores que aparecieron en los últimos años, le pone una intensidad tan profunda a su actuación que merece que lo reconozcan con algún premio. Este largometraje trata sobre los horrores de la guerra, la deshumanización, la pérdida de fe; pero también nos habla sobre el coraje, el apoyo en el otro -no importa lo que haya hecho o haga- y la tremenda lucha por aferrarse a un poco de de lo que nos define como humanos. "Corazones de Hierro" da una franca pelea y sale airosa del combate. Medalla de honor por eso.
DESDE ADENTRO Empecemos por lo peor: en Fury hay más estereotipos que nazis. Y eso que nazis sobran, aunque la última película del irregular David Ayer (End of Watch, Street Kings) se sitúe apenas un mes antes de la rendición alemana que marcaría el final de la Segunda Guerra Mundial. Su historia es la de un puñado de soldados norteamericanos que debe hacerle frente a todo un regimiento alemán que los deja en desventaja tanto numérica como armamentística. En su vasta paleta de clichés encontramos a Brad Pitt en el papel del líder curtido por la experiencia; a Logan Lerman como el novato que recibe las duras enseñanzas de papá Brad; a Michael Peña, el latino buena onda; a Shia LaBeouf, a quien la guerra le pegó por el lado religioso; y a Jon Bernthal haciendo de Pitufo Gruñón. No es que el quinteto actúe mal, es simplemente que sus personajes los limitan. La excepción quizás sea Shia LaBeouf, quien sabe entregar fragmentos de considerable intensidad sin decir una palabra (quien no lo crea capaz, haría bien en verlo junto a la enorme Maddie Ziegler en Elastic Heart, el último video de la australiana Sia). Cuando la película busca filosofar sobre la crueldad de la guerra, falla. Cuando los diálogos giran en torno a esos hombres-máquina cuyo único fin es matar enemigos, falla. Cuando apunta al lirismo de la mano de un piano, falla. ¿Dónde está lo mejor de Fury, entonces? En el armatoste que le da su título original: el tanque Sherman que sirve de hogar a Brad Pitt y los suyos. Es la secuencia en la que cruzan fuego con el Tiger alemán la que hace que Fury brille de realismo dirty. Y es todavía mejor la interacción de sus cinco miembros dentro del tanque gracias al muy meritorio trabajo del director de fotografía Roman Vasyanov. Si podemos hacerle frente a un film al que ciertamente le sobran minutos es porque el ruso logra hacer de un tanque de guerra un refugio casi uterino que hermana a quienes lo habitan. Y cuando estamos ahí adentro, aunque parezca no haber espacio, respiramos… descansamos un poco de ese convencionalismo paternalista que David Ayer maneja tan bien. Fury pasará a la historia como una película bélica más, pero hay un lugar común del que sabe servirse: ese que dice que lo que importa es lo de adentro.//?z
I’m in love with my tank En 1975, Queen lanzó, en el disco A Night at the Opera, la canción I’m in Love With my Car, himno pistero dedicado a un plomo de la banda, que amaba a su Triumph TR4 (auto deportivo británico de la Triumph Motor Company) más que a nada en la vida. El baterista Roger Taylor, él también amante de los autos, estuvo a cargo de las voces y la letra, una oda desenfrenada y onomatopéyica a los fierros. Una de las estrofas reza: “Told my girl I’ll have to forget her/rather buy me a new carburetor/so she made tracks saying this is the end now/cars don’t talk back, they’re just four wheeled friends now” (le dije a mi chica que la tengo que olvidar/prefiero comprarme un carburador nuevo/así que ella salió pisteando, diciéndome que era el final/los autos no contestan, son amigos de cuatro ruedas). Algo similar pasa en Fury, acá bautizada como Corazones de Hierro, título ñoño y sensiblero para referirse a un grupo de hombres, amantes de un amigo de más de cuatro ruedas, un tanque de guerra alemán, el Fury del título, capaces de sacrificar su vida por él y convertirlo en una suerte de altar sacrosanto, con todo lo sagrado y todo lo santo (moralina religiosa seudo existencialista incluida). Acá no hay minas que valgan ni persona alguna que altere el curso que los muchachos y el tanquecito deben seguir. La guerra se libra entre ellos y el resto del mundo. Se trata de cuatros soldados (Brad Pitt, Shia LaBeouf, Michael Peña y Jon Bernthal) que erigieron una cofradía, una hermandad (que no relación incestuosa) para matar nazis durante la segunda Guerra Mundial. Una Bastardos sin Gloria (Inglourious Basterds, de Quentin Tarantino, 2009) sin humor y cargada de solemnidad (pero con un Brad Pitt en modo Aldo the Apache, misma cara, mismas muecas). Los cuatro han estado juntos durante años, siempre siguiendo a Wardaddy (Pitt, aka, “el papacito de la guerra”) como el líder nato que es, en ese micromundo que es el tanque, similar a lo que simbolizaba el traje anti-bombas del escuadrón en Vivir al Límite (The Hurt Locker, de Kathryn Bigelow, 2008), una suerte de hogar a la vez que estilo de vida. Estos hombres no conciben otro lugar en el mundo que no sea el tanque. Y eso es Fury, un manifiesto masculino sobre las relaciones varoniles y la necesidad de crear un núcleo de pertenencia que justifique esa dinámica. Como pasa con la canción de Queen, este grupo no admite la presencia femenina (al igual que en Vivir al Límite, cuyos personajes femeninos eran retratados como una carga a soportar), ni real ni fantaseada, de ahí que la escena que se siente más incomoda a la vez que liberadora y esperanzadora sea la de la casa de las mujeres alemanas, escena por demás extendida que sirve para poner de manifiesto el potencial quiebre del grupo (por la intrusión de un otro, un otro femenino) próximo al inevitable final. Pero antes de eso, se suma al grupo el novato Norman Ellison (Logan Lerman), un rubiecito de ojos claros con acné y expresión de perro de canil esperando adopción. Y qué mejor familia para acogerlo que nuestros amigos del tanque. Pero a los muchachos fierreros les cuesta aceptarlo dentro del grupo, por eso lo someten a pruebas crueles para que demuestre su hombría y valor en el campo de batalla, y así se gane el ticket de admisión al selecto clan. Una coming of age bélica. Pero Norman es el único hombre íntegro, con alma y corazón, incapaz de matar nazis. Y Wardaddy viene a hacer las veces de su “daddy”, poniéndole límites pero conteniéndolo cuando es necesario. Entre todos le enseñan a amar al tanque, a cuidarlo como si fuera un integrante más, a venerarlo y a protegerlo. Y eso implica matar nazis, algo para lo que el pequeño Norman no está preparado, hasta que la presencia femenina (la escena en la casa de las alemanas) lo modifica y le hace torcer sus fuertes convicciones. Básicamente, el pendejo, después de ponerla y ver cómo matan a su novel amada, sale a liquidar nazis a lo pavote, en una súbita toma de conciencia, que, de todas formas, no termina de alejarlo del todo de su integridad, teniendo en cuenta que la película decide redimirlo con la supervivencia. Los lobos viejos, ya cansados, le ceden el lugar (tanque) al joven Norman, que tiene toda su vida por delante, en una suerte de traspaso de mando, no sin una cuota importante de ñoñez y lacrimogenia, especialmente por parte del bueno de Shia LaBeouf. Corazones de Hierro vendría a ser una Bastardos sin Gloria sin humor y cargada de solemnidad. Dato de (c)olor: actor del método, Shia determinó que para encarnar al personaje, la única forma de lograr verosimilitud y realismo era no bañándose durante todo el rodaje, proeza que le valió el odio por parte de Brad Pitt, que terminó fumándose su olor a culo y bolas embarradas por varias semanas. El método logró, además del mencionado efecto en el hocico de Pitt, unos lagrimales excesivamente mojados (producto de la mugre en los ojos, sospecho), dando como resultado un Shia LaBeouf sucio y lloroso durante los 120 minutos de metraje. Porque si de realismo se trata, otro punto a destacar de Fury son las balas láser, que se desprenden de cada arma, ametralladora o misil disparado, en una suerte de “homenaje” (¿voluntario?) a la Guerra de las Galaxias. Cine desconcertante, que le dicen. Pero volviendo a lo que nos compete, la película resuelve la última batalla y bautismo del pendex con una escena de una sandez inusitada: sobrepasados en número y armamento, nuestros muchachos deciden quedarse en una barricada a defender al tanque herido, cargándose ellos 5 (o 6, si contamos al amigo ciempiés) a casi todo el batallón germano, de la noche a la mañana (literalmente, porque la película pasa de un mediodía soleado a una noche cerrada en cuestión de segundos). Bueno, a casi todos. Y así es cómo nace un nuevo héroe, un hombre renacido, un hombre desvirgado, un adulto que toma la tradición viril de sus compañeros y se erige como nuevo monarca del tanque. Porque los tanques, como los autos, son amigos fieles, amigos con ruedas que no hablan, no se quejan, solo están ahí para acompañar y ayudar a los niños a hacerse hombres.
Empieza bien y luego se marea. Completa su camino, pero de manera bamboleante. Señalada como "la" nueva película bélica de Hollywood, Corazones de hierro no da con la estatura -por ejemplo- de Rescatando al soldado Ryan aunque aun así es probable que se la encumbre en la categoría de clásico. Merecimientos técnicos tiene, y si la maquinaria propagandística se lo propone y el público lo permite, podría llegar a darse. Es una película de guerra más cruda que las que estamos acostumbrados a ver. Allí se cumple lo que dijo su director y guionista David Ayer: investigar el pasado en profundidad para que la película se parezca a la historia de la humanidad más que a la historia del cine. Él lo mencionó en referencia a la reconstrucción de la época, con énfasis en lo militar. Y se ve que, además de estudiar cómo eran los tanques de esos años, se ocupó de saber las mil de maneras de morir en una batalla (parafraseando al programa de TV tan exitoso entre algunos adolescentes). Algunas insólitas, y otras tétricas. Nuevamente, este filme dispara el debate que nunca se lleva se termina de traducir en la práctica: para qué le sirve al individuo ver ciertas cosas, incorporarlas a la memoria, a la experiencia en esta vida. Cultiva un modo de existir sitiado por la violencia, incluida la audiovisual. Por otra parte esa rigurosidad que persigue el realismo a toda costa entra en incoherencias: las más marcadas giran en torno al personaje de Norman (interpretado por Logan Lerman). Es un novato que tiene que aprender a sobrevivir en la carnicería (el frente) guiado por el líder (Brad Pitt) del tanque, y al que inesperadamente lo mandan a tripular pues su función es la de escribiente. Varias veces él, o los que ocasionalmente están alrededor de este Norman, pierden carnadura real para convertirse en figurines de una pantalla. El narrador no puede abstraerse de Hollywood y aunque pareciera renegar de ello se inclina por construir un héroe, no una persona. ¿Un héroe idealizado enmarcado por la Historia? ¿Quieren hacer de la Historia un efecto especial? Y si esto fuera poco, se desperdicia la oportunidad de exponer el pleito moral que vive el personaje, la disputa entre sus creencias pacifistas y la obligación de matar para no morir. Allí habría habido riqueza de verdad para el espectador, esa persona que cuando acaba la función vuelve otra vez a la dura calle. Pesado y bien realista, el filme termina siendo de contenido probélico. Es políticamente incorrecto decirlo pero cierto. Las víctimas de aquel horror sufrieron "para salvar" al planeta y todavía tienen que hacer una catarsis global en miles de salas de cine ante otras víctimas, pero de una onda expansiva que viaja a través del tiempo. Corazones de hierro Calificación: Regular Fury (EE.UU., Inglaterra, 2014). Dirección y guión: David Ayer. Duración: 134 minutos. Música: Steven Price. Fotografía: Roman Vasyanov. Montaje: Jay Cassidy. Reparto: Brad Pitt, Logan Lerman, Shia LeBouf, Michael Peña, Jon Bernthal, Alicia Von Rittberg. Apta para mayores de 18. Violencia: alta. Sexo: alto. Complejidad: media.
Brad Pitt sigue bajando alemanes Brad Pitt le tomó gustito al uniforme. Anduvo metiendo bala en “Bastardos sin gloria”, a las órdenes de Tarantino y ahora vuelve a pelear contra los nazis. La Segunda Guerra Mundial no le da tregua. Aquí, piloteando un tanque Sherman, se mete en territorio alemán. Estamos en abril del 45, cuando a Hitler sólo le quedaba un tembloroso ejército de pibes. Relato convencional, monocorde que apela con su tono de exaltado patrioterismo poco favor le hace al género. En la escena inicial, este bravo sargento Collier demuestra que la guerra no perdona a nadie. La escena es casi un alarde crueldad en un terreno donde todo es muerte y sufrimiento. Pero de allí para adelante, Pitt se encargará de ir mejorando su personaje, que terminará siendo un héroe. Es –quiere ser- un film de iniciación, porque a la dotación del tanque se incorpora un soldadito nuevo. Es un mecanógrafo que jamás vio un arma, que pregunta dónde está el frente (“A tu alrededor, todo es frente”, le dice uno de sus camaradas) y que se niega a disparar contra el enemigo. Por supuesto, tras un par de lecciones y un par de combates, el novato se convertirá en otro soldado implacable, cosas de la guerra, por supuesto, subraya este film manipulador que transforma, lo que parecía una meditación descorazonadora sobre el sin sentido demencial de la lucha armada, en un homenaje a un Sherman indestructible y a cinco heroicos tripulantes norteamericanos que dejarán todo en el campo de batalla. El film no ahorra señales de heroísmo y por supuesto esboza un dibujo muy elemental de los alemanes, que están allí para morir, salvo ese soldadito de la SS que le perdona la vida al muchachito norteamericano, como para subrayar que la juventud cree más en la esperanza. Balazos, frases de ocasión, alguna buena reconstrucción, clima arrebatado y pocas osas más acredita este film de largo aliento y poca inspiración que lleva la firma de David Ayer, un artesano que hasta ahora rindió más como libretista (“Día de entrenamiento”) que como director. Todo transcurre dentro de “Furia –ese es el nombre del tanque- y la única vez que salen es para protagonizar una penosa escena en casa de dos alemanas, una secuencia tan forzada, tan impostada y tan efectista, que uno pide a los gritos que los muchachos vuelvan al tanque cuanto antes. Allí todo es sudor, gritos de furia, alemanes muertos, hasta llegar al gran-final-gran: el tanque se rompe y un batallón de alemanes le pisa los talones. ¿Qué hacer? ¿Abandonarlo y marcharse o quedarse para morirse con “Furia? Y por supuesto eligen lo segundo. Y resistirán hasta la última bala y el último tornillo.
Victoriosos y derrotados ‘Corazones de hierro’ no brilla demasiado en su parte bélica, sí en su parte dramática. La cartelera de cine está tomando envión para la seguidilla de estrenos que se viene de películas nominadas al Oscar y hoy apenas hay una más o menos considerable que, sin cucardas ni apellidos rutilantes -salvo el de Brad Pitt-, alcanza como para mitigar la ansiedad y saciar nuestra sed de cine. Se trata de Corazones de hierro, de David Ayer, conocido por su anterior -y muy buena- película En la mira, por haber escrito el guión de Día de entrenamiento y por ser el director de Suicide Squad, una de las películas del Universo DC que se va a estrenar el año que viene con la esperanza de empardar un poco a las mucho más exitosas franquicias de Marvel. Pero Corazones de hierro no tiene nada que ver con los superhéroes: los protagonistas son “apenas” héroes malheridos y repletos de falencias. Estamos en abril de 1945 en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial. Los alemanes ya perdieron pero el Führer dio la orden de que hasta la última mujer y niño defienda la nación del avance de los Aliados. En este panorama, una patrulla norteamericana avanza por el terreno enemigo. A pesar de que pertenecen al lado ganador, los soldados no se sienten victoriosos. Inmersos en un ámbito de muerte y a merced de unos nazis que ya no tienen nada para perder, marchan en su tanque -apodado “Fury”, de ahí el título de la película- lenta y trabajosamente, pisando cadáveres embarrados y tratando de encontrar a Dios. Algunos compararon a Corazones de hierro con Rescatando al soldado Ryan y debo confesar que yo mismo pensé en la película de Spielberg mientras la veía, pero hay que decir que pensé en ella por oposición: temáticamente es parecida pero es tanto menos hábil en las escenas de acción que la comparación la mata. Acá también nuestros héroes están cerca de la victoria -la película de Spielberg empezaba casi un año antes, durante el desembarco en Normandía- y son un grupo heterogéneo que representa de alguna manera las distintas vertientes de América. Wardaddy (Brad Pitt), el sargento que comanda a los demás, se parece un poco más a su personaje de Bastardos sin gloria que al de Tom Hanks en la película de Spielberg: es un bruto -uno lo imagina redneck en su país de origen- que disfruta matando nazis indefensos, lejos de la bondad extrema de Hanks. Sin embargo, y siendo un poco más ecuánimes, Corazones de hierro tiene poco que ver en su ritmo y en su estética con Rescatando al soldado Ryan. Ya desde la primera escena, Ayer pareciera querer marcar la diferencia: a la larga secuencia del desembarco en Normandía, caótica, extrema y frenética, Corazones de hierro le contrapone un soldado solitario que se materializa en el horizonte, que trota con su caballo blanco entre la muerte y la desolación, y de pronto es acuchillado por un sobreviviente que aparece de atrás de un tanque. Como película bélica, Corazones de hierro es correcta, quizás abusa del CGI -los tanques, inexplicablemente, disparan balas que parecen rayos láser- pero la fotografía del ruso Roman Vasyanov y algunas ideas de Ayer la hacen interesante. Lejos de un Spielberg genial e inspirado, pero un escaloncito arriba de las demás películas bélicas. Lo más interesante, sin embargo, es la relación entre Wardaddy y Machine (Logan Lerman, el protagonista de Las ventajas de ser invisible), un soldado inexperto que se niega a ser bestial como le pide su superior. Las escenas de tensión entre los dos están entre lo mejor de la película. Corazones de hierro no va a quedar en la historia, y probablemente el futuro de David Ayer esté más atado al resultado de Suicide Squad que a otra cosa, pero no está mal como placebo mientras esperamos la avalancha de películas nominadas al Oscar que empieza la semana que viene con los estrenos de Francotirador y Whiplash - Música y obsesión.
Antes que nada me gusta aclarar a quien leen: disfruto muchísimo tanto el cine como la literatura bélica y todos tenemos que reconocer que después de tantas novelas y films, la Segunda Guerra Mundial tiene cierto encanto hipnótico: siempre hay una historia más que contar, siempre un nuevo frente donde derrotar nazis. Entenderán que ahí cuando todas lloraban al final de “Love Story”, yo lloraba con el final de “Sin novedad en el frente”. Fury es una maravillosa representante del género, pero con ciertos elementos que en el cine bélico americano no veo hace tiempo: personajes poco gallardos y una crudeza que hace mucho hace falta. Este film recrea la historia del famoso tanque que sostuvo solo un punto crucial para que los Aliados pudieran recibir municiones y alimentos cuando ya estaban en Alemania. ¿Dato maravilloso que suma para mí mil puntos más? El tanque que es el personaje principal del film no es una réplica, sino el tanque histórico, único de ese modelo Sherman y no se usaron maquetas. Para que uno desarrolle mayor empatía, la historia empieza cuando dentro del tanque vemos que han perdido a uno de los cinco integrantes y la relación entre ellos. El reemplazo es un chico que era oficinista (Lerman) y hace ocho semanas está en el ejército con lo cual el instinto es que ese chico pueda estar a la altura, pero al mismo tiempo la terrible pena de lo que tendrá que ver en su estadía. David Ayer se carga al hombro este proyecto, que escribe y dirige, y su sello se nota. Ahí donde ya nos ha llevado por las calles en “Día de entrenamiento” y “End of watch” su estilo siempre es el de conectarnos con lo más visceral y lo maneja maravillosamente bien con su uso de cámara subjetiva, su tensión y su ritmo visual. La película, además, cuenta con una fotografía impresionante donde no se busca avejentar la imagen (recurso que hemos visto hasta el cansancio pero que sólo le funciona bien a Spielberg) sino virar toda la paleta al verde y aplacar los colores con gris. De repente todo el mundo está cubierto de polvo. La música, si bien tira un poco más a lo épico que a la construcción realista y visceral a la que apuntan visualmente, hace que ese contraste permita que se eleven las acciones de estos personajes que no buscan ser ni justos ni héroes, si no sobrevivir de la forma más básica: matando nazis. En cuanto a las actuaciones, Michael Peña vuelve a estar en la escena de Ayer y como todas las veces, no decepciona. A él se suman un John Bernthal haciendo siempre lo mismo (el tipo que aparentemente es desagradable por lo crudo pero que termina demostrando ser un genio al final), Logan Lerman y su cara de nada que aquí funcionan muy bien porque esa cara de niño inocente te parte el alma. Pero la verdadera sorpresa para mí fue Shia Labeouf, quien consideraba con la capacidad actoral de una lechuga pero que en esta película ha conseguido lograr un personaje consistente y conmovedor. Todas las palmas, claro, son para Brad Pitt, porque amén de que el guión le viene muy bien y está muy bien escrito (pensado hasta el mínimo detalle), y además de ser un buen actor, él tiene algo que no puede actuarse: carisma. En pantalla no podés dejar de mirarlo. Y para el sargento a cargo, eso es algo esencial. El resultado final es una película cruenta y visualmente muy completa. Como fan del género salí muy satisfecha y la recomiendo para todos los que disfruten de las trincheras. Un ritmo que no te deja ir así que es de las pelis que aún viéndolas en trasnoche, no te deja dormir
“Los ideales son pacíficos, la historia es violenta”, intenta reculcarle Don 'Wardaddy' Collier a Norman, un joven con aptitudes para estar en oficina pero que de repente es arrastrado a la parte más cruda y física de la guerra. Junto a tres soldados más, ellos prácticamente viven en un tanque de guerra llamado Fury, como el título de la película en su idioma original. Diferentes personalidades, aunque moldeadas más que a nada a partir de estereotipos (el novato, el experto veterano, el latino, el tosco, el cristiano), ellos luchan por un mismo ideal, más allá de las diferencias que a veces surgen, quizás causadas por todo lo que el horror visto y vivido les produjo en su mente. Pero además los mueve el instinto de supervivencia. Brad Pitt interpreta a un soldado muy diferente al que interpretó para Tarantino, aunque su propósito sea uno muy parecido. Acá la película es más oscura aunque por momento igual de sangrienta, sin lo estilizado que hace del cine de Tarantino algo tan disfrutable. Logan Lerman es el joven que no tiene modo más sencillo de salir a la vida, de crecer, que enfrentarse a la muerte que no termina de entender. Es el personaje a través del cual miraremos esta Alemania hostil para los americanos a medida que él llega a la adultez, porque en parte de eso va su historia también. Un primer amor, un primer encuentro íntimo, pero también el primer muerto que ve con sus ojos y luego la primera muerte que él mismo provoca. Amigos, hermanos, familia. Es en eso en lo que se convierten estas personas que se protegen mutuamente y conviven en este tanque, que parece nunca detenerse. La película dirigida por el mejor conocido por su trabajo como guionista, David Ayer, es por momentos muy seria, más de lo que le conviene. Y a la vez no teme sorprender con escenas muy sangrientas pero de un modo espectacular, lo que le resta seriedad. Eso sumado a un juego extraño que se hace con los disparos entre alemanes y estadounidense, para diferenciarlos, que recuerda a Star Wars, nos aíslan del clima denso que en muchos momentos logra alcanzar. Más allá de eso, es una buena película de guerra, dura, reflexiva. El problema es que no aporta nada ya al cine bélico, no se queda impregnada en uno y no dan muchas ganas de volver a verla, especialmente si no se es asiduo a este tipo de cine.
Sin novedad en el frente Como productor ejecutivo, Brad Pitt se puso varias películas al hombro. Esta nueva recreación de la Segunda Guerra Mundial –su retorno al escenario bélico desde Bastardos sin gloria– se siente que no sólo se cargó como productor sino, notoriamente, como protagonista. Habiendo corrido nazis por África, Francia, Bélgica y ahora en la propia Alemania, su Don “Wardaddy” Collier es un badass de buen corazón cuya decadente elite semeja menos un batallón que un grupo de hambrientos piratas. Los personajes son estereotipos: el religioso “Bible” (Shia LaBeouf), el primitivo “Coon-ass” (Jon Bernthal), el mexicano “Gordo” (Michael Peña). Como si fuera un galeón, la manada viaja, pelea y convive dentro de Fury, un vapuleado y corajudo tanque, y los códigos se vuelven algo laxos, se “humanizan”, con la llegada de un joven pacifista llamado Norman (Logan Lerman). Avanzando campo traviesa en un blitzkrieg reverso a Berlín, Fury muestra la recta final de la guerra, tanto para el mundo como para estas almas en pena. David Ayer (En la mira) muestra ideas interesantes, como una escena donde Collier pelea sobre el tanque varado cual Ahab montado en Moby Dick. Pero, en el balance, son dos horas y diez sin variaciones sobre un tema trillado.
Día de entrenamiento Revisando la filmografía y biografía de David Ayer, uno puede comprender que estamos ante un realizador al que le interesan mundos muy específicos: ambientes violentos, personajes con poco sentido de la moral, grupos unidos, donde la camaradería se convierte en un eje central de la narración. Y la mejor manera de meter al espectador en estos universos es introduciendo a un personaje completamente opuesto a dichos ecosistemas. En Corazones de hierro, tenemos a un grupo diezmado y moralmente destruido liderado por el Sargento Collier. Los cuatro miembros –cada uno representando un estereotipo: el latino, el religioso, el humorista y Collier, que está más allá del bien y el mal- intentan sobrevivir dentro de un tanque llamado Fury -título en inglés del fim- cumpliendo misiones junto a otros tanques durante la Segunda guerra mundial, en medio del territorio alemán. La llegada de Norman -Logan Lerman- modifica, en cierta forma, el comportamiento del grupo. Norman llega para poner un equilibrio moral y concientizador. Pero la guerra modifica a las personas y finalmente será corrompido por sus compañeros. Al igual que en Día de entrenamiento -guión más conocido de Ayer para Antoine Fuqua-, la película sucede en breve lapso de tiempo, donde Norman aprenderá el lado oscuro de la guerra. A diferencia de otras películas bélicas contemporáneas -sacando Rescatando al soldado Ryan- en Corazones… todo es sucio. Los personajes están cubiertos de barro y cicatrices la mayor parte del film. Los cadáveres se acumulan, explotan, son aplastados. Vuelan cabezas, brazos, piernas y ojos. Los soldados estadounidenses no hacen concesiones. Están lejos de la imagen del soldado heroico. Acá, a pesar de todo, los soldados lloran y matan. Son perfectos antihéroes. fury-movie-screenshot-020-1500x1000 Ayer narra con solidez las desventuras de los diversos tanques hasta llegar un punto de inflexión, que intenta demostrar el humanismo de Collier. Un desayuno en la casa de dos primas alemanas. La misma resiente un poco el relato por su extensión. Le sobran varios minutos. Sin embargo, en el final, la película regresa a su hipótesis inicial, intensificando el discurso de hermandad entre los miembros del tanque, apelando a su ingenio para poder sobrevivir. Algo que sucedía también en U-571, primer guión de Ayer en Hollywood –similar historia, pero dentro de un submarino-. El final del film intenta tener una cuota de esperanza, que, posiblemente es incoherente e inverosímil con respecto al resto del film, pero no saca que estemos ante un film bélico clásico, con reminiscencias a las obras de los ´50 y ´60 de Samuel Fuller -Cascos de acero- o Robert Aldrich -Ataque!-. La química entre los actores funciona mejor que las actuaciones individuales –excepto Shia LaBeuf, que está bastante más sólido que en otras películas- ya que Lerman tiene poca expresividad y a Brad Pitt es imposible no relacionarlo con su interpretación en Bastardos sin gloria. Corazones… tiene la marca narrativa de David Ayer y es un efectivo entretenimiento, que confirma que el género bélico aún sigue vigente.
Sin entrar en la gigantesca cantidad de ejemplos sobre la Segunda Guerra Mundial realizados hasta la fecha, podríamos decir que éste estreno va por el lado de (salvando las abismales distancias, por favor) “Donde las águilas se atreven! (1968), “Un puente demasiado lejos” (1977) o incluso “Los doce del patíbulo” (1967). ¿Qué pueden tener en común, además del momento histórico? Misiones u operativos difíciles, dantescos, épicos y la instalación del cuadro de situación que llevará inevitablemente al curso que tomará la acción. Es decir, estamos frente a otra película sobre un grupo de hombres a los que se les asigna ese tipo de tareas, habitualmente ordenadas por altos mandos con poco sentido común y asumidas por grandes “héroes” (con menos sentido común), pero a la vez sin nada que perder y mucha gloria por delante. Los epígrafes del principio nos indican que los tanques alemanes eran mucho mejores que los americanos. Esta aclaración sirve para instalar al que debería ser el “protagonista” (de hecho su nombre es el título original) “Fury”. Como adivinará el espectador, es un tanque de guerra. Estamos en 1945, abril. Unos meses antes del fin de Hitler, quien por estos días lanzaba su ofensiva final justo por la zona de maniobras en las que se desenvuelve el sargento Don Collier (Brad Pitt) y su grupo de fieles soldados: “Biblia” (Shia LaBeouf), “Gordo” (Michael Peña), Grady (Jon Bernthal) y Lerman (Norman Ellison), un novato que se les une al comienzo en reemplazo de un compañero cuya cara ya no está en su cabeza y debe ser limpiada por el recién llegado como parte del “derecho de piso”. Las columnas deben avanzar y ante la falta de recursos y hombres hay que hacerlo con lo que queda, aún a riesgo de que el pánico de Lerman se causa de algunas bajas. “Corazones de hierro”, de David Ayer, comente un exceso de seriedad frente al planteo lo cual no implica que sea aburrida, pero sí innecesariamente melodramática. Hay diálogos que parecen intencionalmente moralistas respecto de la guerra, sus consecuencias, e incluso un juego de dualidad entre conceptos religiosos contrapuestos al discurso del texto cinematográfico. Hay otras contradicciones de algunos personajes que hacen “ruido”. Collier puede ser frío e implacable (la escena en la que obliga al principiante a disparar contra un alemán), o extrañamente misericordioso (toda la escena en una casa con dos mujeres alemanas). Algunos detalles técnicos llaman poderosamente la atención. El espectacular diseño y mezcla de sonido (cada cañonazo se siente como una patada en el pecho) se deslucen un poco al ver que el trayecto de las balas están pintados de verde o rojo fluo, como si en lugar de municiones se tiraran con los sables laser de Star Wars. Cabe mencionar una pobre decisión en cuanto al título, pues el mismo hace alusión a la máquina en cuestión. En este aspecto, la extraordinaria “La fiera de la guerra” (1992) o “Lebanon” (2010) siguen siendo grandes ejemplos de coherencia de ideas. El espectador que no preste atención a estas menudencias tendrá ante sí una de acción bien ambientada, entretenida, decentemente actuada (sin entrar en detalles), y con algunos tintes épicos que le dan emotividad, en especial a la última secuencia.
Cuando la guerra es el hogar Desde U571 (año 2000) y Día de Entrenamiento (Training day 2001), como guionista, pasando por Vidas al límite (Harsh Time 2005) y Sin tregua (End of Watch 2012), ya como director, la filmografía de Ayer es irregular, física, áspera y visceral. La tensión entre el deber y la corrupción, el heroísmo “sucio” en los barrios marginales, la droga y las ilusiones rotas fueron ejes fuertes desde donde este director construyó su literatura visual. El ex Marine (revistó como técnico de sonar en un submarino nuclear, el USS Haddo) ha demostrado cómo hacer películas en donde el drama y la acción se conjugan vigorosamente. Como en los ejercicios fílmicos de Abel Ferrara, en los bajos fondos del Imperio hay culpa y castigo, crimen y redención, con una obvia influencia de ese cristianismo irreverente de Martin Scorsese. Ayer conoce las barriadas latinas de Los Angeles porque allí nació y se crió, conoce las sensaciones encontradas y angustiantes de portar un arma para usarla, matar está siempre presente en sus obsesiones. Ayer filma sus ficciones con el latido de sus vivencias, como si hacer cine fuera la única forma de convivir con el horror, como lo hizo Oliver Stone con “Pelotón”. A punto de estrenarse Fury es una historia diferente a las anteriores, en ella Ayer se muestra más contenido, menos frenético, más ordenado como si el aumento del presupuesto (influye la presencia de Brad Pitt como productor) le obligara a usar traje por sobre las habituales zapatillas y jean. Ayer sabe trasmitir lo que quiere pero tal vez remarca en demasía cierto perfiles de cada personaje que los vuelve estereotipos, sin embargo todo su arsenal está en la sensorialidad de la guerra de tanques que a la postre es la virtud superlativa del film. In Utero fury in utero Tanto en U571 como en Fury la acción bélica se desarrolla en la segunda guerra mundial, la primera en el encierro de un submarino, la segunda en el encierro de un tanque. En este clima de relativa asfixia los seres humanos se vuelven vulnerables e inestables. Esa vulnerabilidad se remarca en Fury porque se trata de la suerte de un grupo de soldados dentro de un gastado tanque Sherman, saturado de combates, que se enfrenta a los temibles tanques alemanes. Es históricamente cierto que los Panzer alemanes eran superiores en cuanto a blindaje y poder de fuego a los Sherman por eso la película encuentra su heroicidad en esta nueva versión mecanizada de David (Ayer) y Goliat. El cine tiene una limitada pero rica tradición en este tipo de películas, hechas desde Hollywood como Cross of Iron (1977) de Sam Peckinpah, The Desert Fox: The Story of Rommel (1951) de Henry Hathaway y Battle of the Bulge (1965) de Ken Annakin o desde otras filmografías como la italiana El Alamein – La linea del fuoco (2002) de Enzo Monteleone y la más reciente desde Israel Lebanon de Samuel Maoz (2009). Se puede establecer una comparación entre Lebanon y Fury, en ambos el tanque es el único lugar seguro, un “hogar” (así lo define el personaje de Brad Pitt) pero mientras en Lebanon la cámara emula la visión de los soldados a través de la mira del artillero en Fury es a la inversa lo que vemos es la experiencia de los soldados, miedo y furia. Al interior de Fury los vínculos son de amor/odio con una figura sádica / paternal de Wardaddy (Pitt). Como si fuera un útero blindado: dentro de Fury se vive y se muere, se come y se orina y hasta se insinúa como un lugar para el encuentro sexual. Película de aprendizaje Como en día de entrenamiento la unidad de tiempo y espacio sirve para mostrar como un novato debe aprender a matar en pocas horas. El horror entonces se vive a través de los ojos de un aprendiz, inmaduro e inocente que en una era el personaje de Ethan Hawke y aquí es el de Logan Lerman. En Fury no hay espacio para hombres ambivalentes como en anteriores películas de Ayer, el deber se impone hasta el sacrificio, se trata de héroes tan lineales, planos y sencillos que tienen actitudes brutales e infantiles, ese es el efecto de la guerra en los hombres. De nada vale que Norman quiera mantener su conciencia limpia, para la guerra no sirve la conciencia. Así pensado Fury es una película de aprendizaje y lo que enseña es a matar rápido. fury 3000 El enemigo es el Hogar El mismo Ayer explica en una entrevista su experiencia como submarinista y también el vacío que provocó en los soldados y en el Ejercito la caída del muro de Berlín, el enemigo desparecía sin ser vencido. Hubo que reconfigurar eso que podríamos llamar “La subjetividad de la guerra”. Si ya los objetivos no eran la defensa del mundo libre contra el totalitarismo (eufemismo para decir Comunismo) ¿Cuáles eran los nuevos enemigos?. Ya vimos cómo Fury pertenece a una larga tradición de cine bélico pero en cierto modo rompe con el tipo de soldado que experimentaba la guerra como un momento terrible pero transitorio, por eso la ilusión de los soldados era volver a su hogar definido por esposas. Hijos, novias, familia. Se era soldado porque lo que estaba en peligro era la vida civil. En Fury nadie tiene, como antaño, una foto de un ser querido, Wardaddy dice “el tanque es mi hogar”, porque la guerra ya no es experimentada como un hecho transitorio, es permanente y de eso versan distintas películas como la caída del Halcón negro (Ridley Scott) Vidas al límite y la noche más oscura (Kathryn Bigelow), la guerra es adrenalina y sadismo, la guerra es una gimnasia que nos prepara para más guerra, donde no hacen falta ideales. La guerra es un fin en sí mismo. Todo soldado se vuelve mercenario porque aunque tenga bandera a la cual representar es un engranaje del negocio de la guerra, tanto por el control y explotación de las riquezas del país que se conquista sino por la venta de servicios y armas que empresas privadas le venden a los Ejércitos / Estados. El soldado es el obrero sin plusvalía, producen muerte y terror a la población civil para que otros puedan desarrollar la expoliación. Si hay algún valor es la camaradería, ya no se puede regresar a la vida civil (recordar el deambular sin sentido en un supermercado del desactivador de bombas de “vidas al límite” y el llanto de la agente de la CIA llevando el ataúd de Osama Bin Laden en “la Noche más oscura”, ahora la guerra es el hogar, el enemigo es el hogar. «Las ideas son pacíficas, pero la historia es violenta». dice Wardady , en el utero de fury solo se pueden parir asesinos, esos que necesita cualquier guerra, esos que necesitan la Industria Militar.
La violencia de la historia Polifonías, intertextualidades, cadenas de enunciados, traerían a colación los que estudiaron semiótica. Todo enunciado dialoga con alguno anterior, clamaría un bajtiniano. Y en este caso, “Corazones de hierro” (“Fury” en el original, el nombre del tanque en cuestión) dialoga con mucho de la narrativa y el cine bélicos que la preceden: cada uno tendrá sus referencias personales. En estos casos, siempre gustamos en estas líneas por remitirnos a “La roja insignia del coraje”, de Stephen Crane. El autor, que todavía no había visto un combate de cerca (pero le estaba destinado desaparecer como cronista de guerra) mostró que, vista de cerca, la guerra no tiene “argumento”: es una sucesión de escaramuzas sin solución de continuidad, que termina cuando el sujeto de la narración es abatido o rescatado, o se impone en la contienda. Esto lo logra muy en este caso David Ayer (guionista y director), pero con la capacidad de (sin contradicción aparente) lograr un crescendo en la acción, en el último cuarto del relato, lo que le da cierta investidura de narración épica. En ese final también habrá tropas que lleguen, pero demasiado tarde: un remate que (en otra mirada del mismo conflicto) usó Roberto Benigni en “La vida es bella”. Y si de cambiar la óptica se trata, ¿por qué no pensar que estamos en el lado opuesto de “La caída”, el filme de Oliver Hirschbiegel? No sólo por el cambio de bando: aquí vemos cómo fueron cayendo, entre fuego, barro, sangre y escombros, las divisiones que al Führer se le borraban del mapa en la famosa escena que luego se viralizó, banalizada, en Internet con diferentes chistes. Matar y morir Hablando de banalización: la guerra es banal, nos dice Ayer. Nos lo cuenta en una larga escena en la casa donde se refugian dos mujeres alemanas que interactúan con los protagonistas. El brevísimo remate de la misma nos muestra cómo los sólidos pueden desvanecerse en el aire (literalmente) durante la contienda. “Esto es la guerra”, remata el veterano asistente de artillero Grady “Coon-Ass” Travis al novato del grupo, Norman Ellison, todavía en busca de respuestas. “Los ideales son pacíficos, pero la historia es violenta”, le disparará con sabiduría Don “Wardaddy” Collier, el sargento a cargo del tanque Fury, cuya tripulación se completa con el artillero Boyd “Bible” Swan y el conductor Trini “Gordo” García. Grady y Gordo son hombres simples, que viven el día a día de la realidad que les toca. El religioso Boyd comparte con su jefe cierto sentido de trascendencia, o al menos de una búsqueda de alguna respuesta ante tanta perplejidad. Había un asistente de conductor que disparaba la ametralladora frontal, pero cuando su cabeza se desparramó por el tanque, alguien decidió sacar al mecanógrafo Ellison de un camión y meterlo de cabeza en la realidad de la madre de todas las guerras. Porque estamos en abril de 1945, con los aliados entrando en Alemania que se defiende con sus últimos recursos, enviando niñas con trenzas en uniforme a enfrentar la invasión final. Pero todavía quedan algunos SS-Waffen (los soldados de la Schutzstaffel, los “hombres de negro” que Wardaddy odia especialmente) y con ellos habrá una última batalla, en la que el sargento Collier se parece a un héroe de western: no escapar, no retroceder, aunque vengan degollando, aunque sepamos que de ésta casi seguro que no se sale. Cicatrices El Collier de Brad Pitt se parece en algo al teniente Aldo Raine de “Bastardos sin gloria”, más allá de que los encarne (con maestría y conocimiento de la subjetividad) el mismo actor: ambos son hombres despiadados, llenos de odio a los SS (en el caso de Wardaddy, nunca del todo explicado, como su conocimiento del alemán), pero con la chispa de la humanidad debajo de la piel surcada de cicatrices. El segundo en la lista del elenco es Shia LaBeouf, quien con su Bible se aleja definitivamente de los papeles juveniles que lo dieron a conocer, ahora más adulto que nunca. El que sigue siendo joven es Logan Lerman, cuyo Norman dejó la máquina de escribir, como él dejó al Charlie de la máquina de escribir (su personaje en “Las ventajas de ser un marginado”). Michael Peña (Gordo), y Jon Bernthal (Grady) están desde sus lugares a la altura de sus compañeros, en una química de risas y dolor, de coraje y miserias. La ambientación no debe envidiarle nada a otros filmes bélicos de más fama. La dirección de fotografía de Roman Vasyanov hace lucir el barro y la catástrofe creadas por el equipo liderado por el diseñador de producción Andrew Menzies con los directores de arte Phil Harvey y Mark Scruton, con escenarios montados por Lee Gordon y Malcolm Stone, y vestuario a cargo de Maja Meschede y Anna B. Sheppard. Su trabajo hace que nos hundamos en la realidad de la guerra más narrada de todas, quizás porque fue la que más costados tuvo. Pero guerras seguirá habiendo, porque la historia seguirá siendo violenta.
De unas décadas a esta parte, da la impresión que las películas bélicas no pueden ser, simplemente, películas bélicas como las de antaño, narraciones acerca de un batallón, un enfrentamiento, una persecución o la toma de una ciudad, por poner algunos ejemplos al azar. Las películas bélicas deben ser sobre las consecuencias de la guerra, sobre los problemas éticos y/o psicológicos de un enfrentamiento de este tipo, sobre las circunstancias político/económicas que rodean a los conflictos o, en algunos casos, las películas de guerra tienen que ser relecturas en clave irónica o moderna de otras películas de guerra. No es el caso de CORAZONES DE HIERRO ni, por lo general, del cine que escribe y/o dirige David Ayer, acaso el último de los kamikazes de la escuela que cree en el baño de sangre y la purificación a través de la batalla descarnada. Lo hace en sus policiales (DIA DE ENTRENAMIENTO, REYES DE LA CALLE, EN LA MIRA) y no tenía porqué abandonar esa lógica aquí, en esta película centrada en un grupo que comanda un tanque a través de Alemania en 1945, cuando la guerra está por terminar pero en el camino hacia Berlín los aliados siguen encontrando más resistencia que la esperada. furyAyer tiene en su ADN el cine de John Milius, Sam Füller y Sam Peckimpah y, mirando hacia más atrás, su concepción del cine en lo narrativo e ideológico no está muy lejos del de las películas de guerra patrióticas que se hacían… durante la Segunda Guerra. Es como si todo lo que vino después en términos de dualidades y ambigüedades a la hora de contar este tipo de historias –Vietnam, Iraq, Afganistan, etc, etc– no hubiera sucedido. Sus policiales son también una suerte de canto al sacrificio del FBI o de la DEA, así que no esperen corrección político ni progresismo relativista en CORAZONES DE HIERRO. Lo que sí hay es un gran, nervioso y potente relato old school acerca de un grupo de soldados que avanza adentro de un tanque, choque tras choque, por Alemania, en una historia que casi no tiene descanso y que transcurre a lo largo de unos pocos días. Si bien la estrella es Brad Pitt, el veterano líder de ese grupo, el protagonista es Logan Lerman, el nuevo e inocente miembro del quinteto a bordo del tanque cuyo nombre, Fury, da título al filme en su versión original. Junto a Pitt, están en el tanque otros tres soldados de años de batallas (Michael Peña, Shia LaBeouf y Jon Bernthal), esos profesionales eficientes que han perdido todo rasgo de humanidad y hoy son una máquina de matar a las que le importa poco y nada fuera de hacer rodar cabezas de nazis. fury3Al personaje de Pitt le pasa algo parecido, pero la llegada del novato lo vuelve a enfrentar con su propia y perdida humanidad, especialmente en una escena en un pueblo alemán –una de las pocas escenas sin acción ni explosiones ni disparos del filme– en el que se topan con dos mujeres en una suerte de breve descanso entre batallas. En paralelo, es el pequeño soldado el que va entendiendo los valores que maneja el grupo: la defensa del compañero por sobre todas las cosas y, básicamente, tirarle a lo que venga como sea, sin reparos ni pruritos morales. Dicho así, parece una película mucho más reflexiva de lo que es. Lo mejor de CORAZONES DE HIERRO es que Ayer la cuenta como una película de acción y tensión constante, con un enfrentamiento seguido por otro y un grado de detalle y virulencia que es lo único que la distancia de las películas de los ’40 y ’50. Tiene la crudeza y el gore sangriento de las películas post-Vietman pero los códigos de los filmes de la Segunda Guerra. En ese sentido, CORAZONES… comparte con THE BIG RED ONE, de Fuller o LA CRUZ DE HIERRO, de Peckimpah, esa combinación de sequedad narrativa con imágenes gráficas y terribles. No hay sentimentalismo alguno aquí: los héroes podrían no haberlo sido y los villanos son tan cruentos como los héroes, casi intercambiables. Es un combate entre profesionales con una meta y una misión. Y punto. Fury5Si bien es cierto que el último y sacrificado enfrentamiento que narra el filme se pasa un poco para el lado del heroísmo en su clave más “cinematográfica”, Ayer nunca subraya ni exagera ninguno de esos elementos y, sobre todo, consigue una larga secuencia de acción que es un perfecto ejemplo de síntesis y poder narrativo, más cercano al Clint Eastwood de los ’70 que al más reflexivo y crepuscular de los últimos veinte años. No hay banderas, no hay discursos, no hay casi llantos en el filme, pero tampoco hay ironías ni relecturas tarantinescas. En ese sentido, CORAZONES DE HIERRO es una película masculina, llena de testosterona, violenta y repulsiva a la vez, como uno supone este tipo de misiones casi suicidas deben haber sido. Sí, asume todos los clichés del género y los lleva en el pecho casi como si fueran medallas. Y cuando tiene que narrar cinematográficamente deja en claro que tiene muchas más ideas acerca de cómo hacerlo que muchos cineastas seguramente más reflexivos desde lo temático pero incapaces de pegar tres planos juntos que se entiendan y que tengan al espectador atrapado a la butaca.
TANK BOYS Todos los años asistimos a una nueva visita a los sucesos que acontecieron durante la Primera y Segunda Guerra Mundial. La idea de revisitar esos sucesos pueden, de alguna manera, acercarnos a hechos que quizás hasta el momento no se han plasmado en celuloide. Este es el caso de "Corazones de Hierro"(USA; 2014) que narra cómo un grupo de soldados, dirigidos por el sargento Wardaddy (Brad Pitt) avanzarán en Alemania arriba del tanque que da nonbre a la pelícual ("Fury") para terminar con los vestigios del régimen nazista. Wardaddy deberá ser una suerte de conciencia de cada uno de los miembros del grupo a los que se sumará en la misión el recién llegado e inexperto soldado Norman (Logan Lerman) a quien guiará no sólo en el campo de batalla. La dinámica entre los soldados y el fuerte tono pedagógico que se le imprime al filme es mucho más interesante que aquel esfuerzo del director David Ayer por respetar a rajatabla la historia de los aguerridos soldados y el tanque. En ese educar al nuevo y evitar que aquellos soldados con algunos vicios de guerra (Jon Bernthal, Shia Labeouf) sigan ensuciando la labor bélica y humanísitca del grupo. Brad Pitt y Logan Lerman son el punto más interesante de un filme que además se apoya en un sinfín de efectos especiales para recrear las batallas (los disparos de los rifles y tanques con destellos a lo Star Wars son sorprendentes) y en un guión con algunos minutos demás pero que permiten conocer aún más en profundidad los sueños de este grupo que arriba del "Fury" hicieron propia la guerra. PUNTAJE: 7/10
"El mejor trabajo del mundo" “Corazones de Hierro” es la nueva película del director David Ayer (“En la mira”, “Sabotage”), protagonizada por Brad Pitt, junto a un gran elenco: Michael Peña, Shia LaBeouf, Logan Lerman y Jon Bernthal. La historia sigue al grupo encabezado por Pitt, el sargento Don “Wardaddy” Collier, encargado de comandar el tanque Sherman, llamado “Fury”, durante el último mes de la Segunda Guerra Mundial, cuando los Aliados entran a Alemania. Los conflictos propios de la guerra, la religión y la fe, la cruda realidad y las ganas de sobrevivir se ponen en juego en este film bélico. A pesar de que por ahí abundan en cierta manera las películas de guerra, es interesante el enfoque que le dio Ayer a “Corazones de Hierro”, ya que se lo hace desde el punto de vista de soldados que trabajan en los tanques; no los que están en el frente de batalla o marines o tal vez desde una mirada desde las víctimas. La película es dura, busca mostrar la crudeza de la guerra y es por eso que existen ciertas escenas bastante fuertes, que impactan en el espectador. Pero también presenta mucha acción. Existen pocos momentos en los cuales la situación está tranquila, en la mayoría de ellos ocurre algo que mantiene al público atento, tanto en el recorrido hasta la línea de fuego como las batallas en sí, aumentando progresivamente la adrenalina. Hay algunas escenas en donde se generan combates contra los alemanes, tanto con otros tanques como con otros soldados, que son dignas de destacar, sobre todo debido a su producción. Cada actor se desempeña a la perfección en su rol, tal vez ya un poco trillado, pero busca mostrar la participación en la guerra desde distintos lugares: el soldado religioso, el líder que lleva sobreviviendo y haciendo sobrevivir a su equipo hace unos cuantos largos años, el soldado repugnante, el latino y el novato que se suma al equipo ya formado, sin tener experiencia en el combate. A partir de estos roles la película muestra cómo los soldados terminan arruinados por la guerra y viviendo durante todos esos años dentro de un tanque, matando y viendo morir, pero que aun así ya no conocen otra cosa y es por eso que lo consideran el mejor trabajo del mundo y al tanque, su hogar. En síntesis, con “Corazones de Hierro” Ayer logró realizar una muy buena película bélica, que impacta y genera adrenalina y con un elenco de renombre. El director captó la crudeza de la guerra y la transformación de las personas en soldados, mostrando la influencia que tuvo la guerra en cada uno de los personajes. Samantha Schuster
En el contexto histórico de “la Alemania nazi de Abril de 1945, invadida por el ejército de aliados que está a días de ponerle fin a la segunda guerra mundial” el argumento de Fury podría resumirse en este dialogo entre el experimentado capitán de una cuadrilla y su joven recluta a cargo: – “Tenía el mejor artillero de proa del noveno ejército. Y ahora te tengo a ti. Me prometí a mi tripulación mantenerlos vivos. Me lo estás impidiendo. -Perdóneme. Me entrenaron para escribir sesenta palabras por minuto. No me entrenaron para ametrallar cadáveres.” Ah! Todo esto dentro de un tanque de guerra, claro. Con Brad Pitt (con un look que deliberado o no, es ineludible referencia al de Aldo “El Apache” Raine de la genial Bastardos Sin Gloria) en el papel del capitán Don Collier, Fury es una película sobre Tanques. O al menos debería considerársela como tal ya que sale ganando con esta denominación mientras que le quedaría grande encuadrarla dentro del género bélico. Y es que esa suerte de evolución personal por la que pasa nuestro joven héroe Norman Ellison (interpretado por Logan Lerman) es llevada a cabo con dispar suerte a lo largo del relato, mientras que el punto fuerte de la película, terminan siendo los enfrentamientos a bordo de tanques. La guerra es dura y Collier (capitán del tanque bautizado Fury) es fiel representante de esto, mientras que Norman en su rol de rookie se ve asqueado y temeroso frente a su crudeza, sirviendo de un modo algo literal, como un contrapunto que resalta lo antinatural y lúgubre de este medioambiente en estado de emergencia. El tema es que esta conflictiva es manejada de un modo algo vulgar generando cierta inconsistencia narrativa que vuelve al film algo pesado y excesivamente largo en sus 2:10 hs de duración. Y es que en una película clásicamente “bélica” encuadrada en el contexto histórico de un momento tan importante para la historia de la humanidad, hay que tener una sensibilidad muy afinada para poder retratar la crudeza de la guerra sin recaer en el culebrón o en la vulgaridad. Entonces, si bien la falta de pulso de David Ayer a la hora de dirigir el proyecto no es tan notoria, hay que señalar que la película por momentos exagera situaciones de alto contenido emocional haciéndolos parecer salidos de la mente de algún orgulloso militar, asiduo votante del republicanismo. Asimismo, el film incluye altas dosis de gore: violencia sin sentido que parece agregada más para dar un golpe de efecto en la cara y probar un punto, que para retratar una situación particular, quedando por ejemplo a años luz de aquel (necesariamente) violento desembarco en Normandía tan bien retratado en Rescatando al Soldado Ryan o de las escenas exageradamente sangrientas pero a favor de la belleza estética narrativa que podemos ver en la ya nombrada Bastardos Sin Gloria. Pero como dijimos antes, el punto fuerte de la película está los combates con tanques. Como si fuese el sueño realizado de los fanáticos del Battle City (videojuego ancestral, creado en 1985) lo más interesante pasa por las secuencias de acción a bordo de los tanques. Interesante desde el punto de vista histórico, ver qué papel juegan estos en batalla y de qué modo van llevando a cabo su estrategia. Y por supuesto, desde el punto de vista pochoclero, ya que bien manejadas las escenas de acción, resultan de lo más entrenido. Eso sí, raros resultan los disparos, que licencia poética mediante, son graficados como si fueran coloridos rayos laser salidos de Star Wars, en una arriesgada e interesante apuesta que finalmente no llega a destino, no aportando nada bueno o malo al desarrollo de las escenas. Fury-2 En fin, Fury resulta ser una película inconsistente en su narrativa, resultando algo larga en duración y carente de sutileza a la hora de tocar los aspectos emocionales de sus personajes protagónicos. Asimismo, sus escenas de acción son lo más entretenido y original que tiene para ofrecer y aparentemente lo que se adecuaba mejor al estilo de su director.
Ooootra peli de la Segunda Guerra Mundial. Nuevamente, las heroicas tropas americanas librando batallas en tierras enemigas por la libertad del mundo entero ¿No? Bueno... no. Bah, no tanto. Corazones de Hierro (o Fury en su idioma original) se sitúa durante los últimos meses de la segunda guerra y nos cuenta la historia de un escuadrón norteamericano montado arriba de un tanque Sherman que va librando distintas batallas dentro de una Alemania ocupada y a punto de caer. Este escuadrón, un tanto prototípico, es liderado por el sargento Don "Wardaddy" Collier (Brad Pitt), un tipo duro y muy experimentado que acepta la guerra sin cuestionamientos. Lo acompaña Boyd "Bible" Swan (Shia Labeouf), el religioso del grupo; Boyd es el que maneja el cañón del tanque y por alguna razón que ignoramos (capaz que es alérgico a la pólvora, jeje) se pasa la película con lágrimas en los ojos. También está el típico loquito de la guerra, Grady "Coon-Ass" Travis (interpretado por Jon Bernthal), y no puede faltar la cuota de pluralidad racial con el latino, Trini "Gordo" García (Michael Peña). El último miembro de la compañía es el jovencito Norman Ellison (Logan Lerman), quien se sumará al escuadrón como asistente de conductor del tanque. Norman es un pibe medio tonto y bonachón con 0 experiencia en el campo de batalla, todas cualidades que lo hacen ideal para empatizar con el espectador. Es justamente a través de los ojos del inexperto Norman, que el director David Ayer (End of Watch, Training Day y la futura Suicide Squad) nos muestra los horrores y desgracias que puede provocar una guerra. Lo más interesante de esta cinta (!) es que no hay una toma de posición muy clara con respecto al conflicto. Si bien la película es norteamericana y los aliados tienen que quedar indefectiblemente como los más capos del planeta, las dosis de patriotismo son saludablemente bajas. Lo que hace Ayer es mostrarnos que la guerra es una mierda, y que todos los que están inmersos en ella son sólo mano de obra prescindible. Durante las dos horas y poco que dura el film, el director no pierde oportunidad para mostrarnos personas desmembradas volando por los aires, cadáveres en descomposición, y demás cosas que harían suspirar a más de un amante del gore. Lo inquietante es que todos lo ven como algo normal: es re común que un tipo vuele en pedazos de la misma manera en que es normal tener que limpiar cachos de un compañero adentro de un tanque. La película tiene un ritmo bastante interesante. Salvo en un momento, promediando la mitad del film, en donde el escuadrón toma una pequeña ciudad alemana. En ese momento se da una situación entre los soldados y dos mujeres refugiadas, en donde Ayer flashea que es Tarantino y empieza a tirar diálogos y situaciones que seguramente llamen a tus bostezos. Las escenas de acción están muy bien logradas y entretienen. Las actuaciones son correctas. Mucho no se puede hacer con personajes tan estereotipados, aunque Brad Pitt se pasa de cabeza. Su postura y acento sureño por momentos se acerca demasiado a su interpretación del Teniente Aldo Rein en Inglorious Basterds. Si bien en aquella sátira el papel le caía como anillo al dedo, acá hace un poquito de ruido, pero bue... son milicos. El final también desilusiona bastante, pero acá no quiero decir mucho por respeto a los dos o tres que no la alquilaron pirata en la calle hace varios meses. De esto sólo voy a decir que todo el esfuerzo que se tomó el director en mostrarnos una guerra real, llena de muerte y sufrimiento, es tirado a la basura en 5 minutos en los que todo rastro de verosimilitud es barrido abajo de la alfombra (o mejor dicho, abajo del tanque). VEREDICTO: 6.5 - Meh! Lejos de ser una película horrible, Corazones de Hierro no nos enseña nada nuevo acerca de los horrores de la guerra. Lindas escenas de acción, actuaciones correctas y un par de temas interesantes a medio desarrollar. No esperes mucho más.
La guerra, enfocada en lo humano "Corazones de hierro" brinda un testimonio de la transformación del hombre en circunstancias extremas. Hace tiempo que Brad Pitt dejó de ser el muchachito carilindo. Se diría que a poco de sus inicios pegó fuerte en la pantalla a partir de su talento y el constante esfuerzo por crecer en su interpretación. A 25 años de sus primeras apariciones televisivas, queda claro que el actor y productor se puede colgar sobre los hombros el cuadro de situación de una película, tal cual sucede con Corazones de hierro, de David Ayer. Título romántico, el elegido para la distribución en castellano de este filme que lleva por original el de Fury, arrebato, bravura, furia, rabia, saña, violencia, todas sensaciones, impulsos, sentimientos que experimentan los personajes de este filme que transita por los rumbos de los clásicos bélicos de otros tiempos. 'Bible', el hombre religioso, casado y fiel a su familia pese a la distancia (irreconocible Shia LaBeouf), 'Gordo' García, el chicano que no falta (Michael Peña) y el campesino bruto, 'Coon-Ass' Travis (Jon Bernthal) vienen sirviendo al ejército de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, siempre a las órdenes de Don "Wardaddy" Collier (Pitt), un líder que es garantía de supervivencia, más allá de sus duros métodos. Y allí cae Norman (Logan Lerman) en el epílogo de un conflicto que se cobró cuerpos y almas de miles por una causa mayor, entre esos cuatro tripulantes de un tanque "moderno" dentro de los escasos recursos. Ahí cae, Norman, un mecanógrafo, para hacerse cargo del volante y para aprender que está allí para matar nazis o morir. Sobre ese camino interior transita este filme que no ahorra escenas crudas; no las juzga, ni las avala, y simplemente muestra a cada quien tratando de lidiar como puede con las circunstancias extremas a las que se ven sometidos sin voluntad ni previo aviso. Y en esas transformaciones, la que Pitt produce a su personaje resulta la voz cantante, con sus certeros cambios de tensión y algunas revelaciones de las que sólo la platea es testigo. El héroe a fuerza de urgencia e ingenio -y procurando salvar, si puede, lo que le queda de humanidad- prevalece por sobre el hombre de bronce que usualmente propone Hollywood. No logra desterrarlo del todo, pero el intento vale. Un extra merece el trabajo técnico, desde la dirección de arte que puso empeño en dar con las características de armas y época, hasta la puesta en escena y la fotografía de las batallas entre tanques y los imponentes sobrevuelos de las numerosas cuadrillas de aviones.
La guerra desde un tanque "Fury", un título original que poco tiene que ver con la cursi traducción que hicieron para el público latino "Corazones de hierro", es un drama bélico del director David Ayer ("End of Watch", "Street Kings") que llegó tímidamente a nuestras salas de cine, cuando en realidad es un tanque de acción, miserias humanas y buenas actuaciones. La película nos cuenta la historia de un grupo de soldados que batallan contra los nazis en un tanque de guerra aliado durante la Segunda Guerra Mundial. El quinteto está compuesto por Wardaddy (Brad Pitt), Bible (Shia LeBeouf), Gordo, (Michael Peña), Coon-Ass (Jon Bernthal) y el novato Norman/Machine (Logan Lerman). Básicamente la trama se centra en 2 pilares fuertes, por un lado los estragos que hace la guerra en el espíritu (y cuerpos) de las personas, estragos que Ayer nos muestra sin filtro y con crudeza, y por otro lado la camaradería que surge entre un grupo de personalidades bien disimiles que deben aprender a convivir y cuidarse entre ellos. A este segundo pilar, el director nos lo muestra con emotividad. Lo mejor de este film son sus protagonistas, cada uno con su identidad. Pitt es el líder del grupo, la figura de autoridad paterna, LeBeouf es el religioso, Peña el divertido, el que pone paños fríos, Bernthal es el temperamental campesino que aporta furia y Lerman es el joven idealista que está en contra de la violencia. Entre los cinco llevan adelante una trama simple pero efectiva, con algunos muy buenos momentos interpretativos, sobre todo algunos a cargo de Brad Pitt. Otra cuestión muy buena, es la acción cruda y sangrienta de los enfrentamientos armados. Estéticamente está muy bien hecha y la acción por momentos nos deja sin aire. La secuencia en la que se enfrentan el tanque de guerra de los Fury con el tanque de guerra alemán mano a mano es realmente genial. Quizás lo no tan bueno pasa por la inverosimilitud de la escena final, en la que el quinteto solo se la banca contra un batallón completo de nazis durante unas 12 horas. Es exagerado, sí, pero si vamos al caso en todas las películas de acción hay secuencias agrandadas para dotar de mayor heroísmo a los protagonistas. Lo otro no muy bueno a mi criterio es la propaganda, involuntaria espero, de la guerra. Por un lado Ayer nos transmite que el conflicto armado es algo muy brutal para la esencia del ser humano y por otro nos tira frases a lo "Amo este trabajo", refiriéndose al laburo de explotar nazis a bordo de un tanque. Sacando estos dos últimos elementos, "Fury" es una película de acción con toques dramáticos que resulta muy interesante y entretenida. Buenas actuaciones, mucha acción, momentos de drama crudo, buena estética. El saldo es positivo. Recomendable.