Capitalismo, una historia de amor No es casual que en este mismo festival se vean películas con Robert Pattinson y Kristen Stewart, coprotagonistas en Crepúsculo, o con otro megastar comercial como Zac Efron. Independientemente de lo que pensemos de ellos, la explotación que hizo el starsystem hollywoodense de estos pibes les abrió las puertas para que hoy sean convocados por autores de renombre como Cronenberg. Vaya uno a saber cuál es la intención al convocarlos; inmediatamente, pienso que como directores querrán que a sus productos los vea la mayor cantidad posible de gente. En el caso de Pattinson, que está en pantalla casi el 100% del tiempo, este no es un dato menor, ya que se pone el film al hombro. Este tipo de actores, al ser convocados, hacen cualquier cosa que se les pida: imagínense una larga escena de diálogo mientras a Pattinson le están haciendo un análisis de tacto prostático y, en el caso del film The Paperboy, una actriz que le orina en el rostro a Zac Efron...
El poder del pensamiento negativo Raramente director y protagonista coinciden en una obra radical que pretende dejar de lado un período al que juzgan finiquitado. Por supuesto que en estos casos los móviles suelen variar de sobremanera según el individuo en cuestión y sus intereses particulares detrás del intento de “quiebre”. Mientras que una realización con las características de Cosmopolis (2012) por un lado le permite a Robert Pattinson desprenderse de los fans adolescentes que arrastra como consecuencia de su archiconocida intervención en la saga Crepúsculo (Twilight), por el otro resulta indudable que a su vez constituye el regreso de David Cronenberg a su formato más críptico de pulso reflexivo e inclinaciones contraculturales...
Agotadora, tediosa, cerebral, sofocante y apasionante, son algunos de los adjetivos que le quedan perfectos a esta propuesta de David Cronenberg, que posee todas las características de su filmografía, solo que algo descuidadas.
Lo que sangra y se retuerce El Capitalismo es un dedo en el culo para los que están arriba y para los que están abajo, y esto puede ser excitante y placentero o molesto y doloroso según nos ubiquemos. El poder económico es una herramienta de excitación esencial para unos pocos. Allá los que disfrutan, aquí los que nunca llegan. Cronenberg ofrece un retrato mórbido de estos infinitamente más potentados que cualquiera de nosotros, generalmente representados por actores de rostros angulosos, lampiños, con perfectos peinados y trajes impagables, resguardados tras vidrios polarizados y por guardaespaldas que parecen haber sido cortados con la misma tijera. Packer (Robert Pattinson) es un joven economista de la Wall Street ya sin nada más que probar ni padecer, con una arrogancia desmedida que le permite ubicarse por encima del considerado hombre más poderoso de la tierra. Pero ese mundo altivo al que pertenece se verá rodeado por la masa despojada, cuadro del apocalipsis inminente de un mundo cada vez más fragmentado. Las naciones tercermundistas están resurgiendo y las grandes potencias mundiales enfrentándose a golpes económicos que conllevan a crisis sociales, con un claro incremento de la violencia física y simbólica aunque también con una mayor toma de conciencia motivada por las desproporcionadas diferencias de derechos entre unos y otros...
Cosmopolis corre un riesgo: elige voluntariamente, escena tras escena, depender de los diálogos antes que de la acción. No se trata de una carencia o una falla, de apostar a eso porque no hay otra cosa: Cronenberg construye su relato en torno a las charlas que muchas veces parecen monólogos o reflexiones solitarias dichas en voz alta. Es que para reflexionar hace falta hacer un alto, una pausa, no se puede pensar en medio del vértigo y la carrera, por eso también es que Cosmopolis transcurre casi todo el tiempo adentro de un auto y en la calle pero el vehículo prácticamente no se mueve, o lo hace a una velocidad mínima y es adelantado por las personas que caminan por la vereda. Los autos vuelven a ser lugares de una fascinación inquietante como en Crash, pero ya no son usados para correr picadas o estrellarse sino que hacen las veces de oficina, consultorio médico, incluso de refugio armado. Lo interesante es ver qué se cuece en ese escenario cargado de palabras y encierro. Cosmopolis, a pesar de su referencia a temas como el capitalismo, las finanzas, las brechas económicas y sociales, no es una película sobre temas: el tono grave de los personajes y sus afirmaciones es una impostación buscada, una máscara que se calzan para parecer siniestros, para decir el Apocalipsis de manera sombría. Ese tono es una máscara, entonces, porque no hay centro de la cuestión al cual llegar. Los personajes hablan, proponen visiones del mundo oscuras y terribles, pero casi sin escuchar al otro: cada uno está encerrado en su propio universo y no tiene curiosidad por lo que le pasa al otro, están aislados como Eric Packar en su limusina-búnker. Las ideas no se tocan, no se cruzan, siguen caminos distintos. De ahí la impostación: en Cosmopolis no hay un verdadero punto de llegada discursivo, los personajes no se miden en palabras como lo haría una película segura de sus temas y con un objetivo preciso. En cambio, Cronenberg pone a sus criaturas a monologar, a hablar para ellos mismos, y lo que dicen aparece matizado por la locura y un exceso de lo claustrofóbico. Para un cine que gira sobre el falso centro de unas palabras alucinadas, cualquier acto apenas vital representa una aventura. Hay que viajar todo un día para cortarse el pelo o prácticamente pedir una reunión para almorzar con la propia esposa y concertar (sin éxito) un encuentro sexual. Podría ser una tentación contraponer a esa abulia la energía de los manifestantes que recorren las calles con consignas anárquicas: la agilidad de la práctica revolucionaria versus la quietud y el amodorramiento del poder financiero. Pero Cronenberg no cae en esa trampa fácil: los que protestan aparecen como extremistas y desencajados o , peor, directamente no aparecen, se los ve a través del vidrio polarizado del auto y no se sabe nada de ellos. Cosmopolis no milita por un cambio o una denuncia, sino que despliega una serie de rectas paralelas que nunca entran en contacto: la difusa revolución que se menciona de tanto en tanto no es un horizonte deseable sino otra cara distante del desencanto y la fiebre que quema el cerebro de Packar y los que lo rodean. Cerca del final, cuando se llega a la peluquería, uno cree que allí puede surgir alguna especie de romanticismo: que el peluquero podría encarnar una defensa de lo analógico, de la tecnología de otros tiempos, de lo material, de la disciplina y la honradez del trabajo, de los Estados Unidos construidos a base de esfuerzo y abnegación, etc. Es decir, de todo aquello que pueda oponerse al universo digital, tecnológicamente de punta y financiero que circunda al protagonista. Pero fiel a su estilo, Cronenberg devela apenas otro estadio de la locura: el haber sido taxista es descripto como una obsesión malsana que arruina la vida pero que igual hay que obedecer; el peluquero, de un origen y una concepción de la vida radicalmente distinta a la de Packar, habiendo manejado hace décadas un taxi doce horas por día (es decir, vivir encerrado en un auto, aunque no sea una limusina), se muestra igual de extraño que el protagonista. Para Cronenberg no hay una Historia hecha de quiebres y cambios sino de continuidades misteriosas, que atraviesan las generaciones y las clases. Eso sí, algo en lo que se diferencian los personajes, en especial Packar y sus empleados del grueso de los manifestantes, es la manera en que conciben el dinero y, por ende, el resto de las cosas. El protagonista y su círculo personal se mueven en unos niveles de abstracción enormes, que orbitan cada vez más sobre sí mismos, bien acorde con el capitalismo financiero que representan y defienden. Mientras tanto, los de afuera del auto, los tildados de anarquistas, proponen a modo de símbolo que la unidad monetaria sea una rata. Así chocan dos visiones del mundo y sus instituciones, una casi fantástica y otra exageradamente concreta. La “guerra” contra el yuan que declara la empresa de Packar es algo tan incierto y ridículo que cuesta pensarlo en términos reales, y la paranoia constante que lo aqueja a él y a sus asociados es un síntoma de un miedo igualmente abstracto e indeterminado. Cosmopolis no es una película sobre temas, decía al principio. No lo es no porque no haya, efectivamente, temas, sino porque lo que se identifica generalmente como cine de temas tiende a producir una metáfora del mundo, una denuncia, una bajada de línea. Cosmopolis no podría formar parte de ese cuerpo de películas, justamente, porque gira en el vacío de lo abstracto, lo suyo no es sintetizar la complejidad de la vida en un mensaje claro y preciso sino, al contrario, aumentarla, apropiársela y devolverla como un paisaje confuso, febril, que solo se puede recorrer al precio de saber que no hay destino seguro al cual arribar.
Cosmopolis es una historia tediosa por momentos y fascinante por otros contada de una manera muy particular que cosechará opiniones muy opuestas desde impresionante retrato sobre el capitalismo hasta soporífera. Tiene escenas muy bien logradas, un fantástico retrato psicológico del personaje protagónico, una brillante actuación de Robert Pattinson, pero...
La última película de nuestro canadiense favorito llega a los cines de nuestro país; esta vez eligió como actor protagonista al popular vampiro Robert Pattinson, para encarnar el papel de un joven millonario que cruza la ciudad para cortarse el pelo. Mi viejo amigo Para muchos cinéfilos ver una película de David Cronenberg significa sumergirse en lo mejor del cine, uno de los directores contemporáneos más ricos e innovadores de las últimas décadas. Hace muchos años, se hablaba de Cronenberg como el Baron de la sangre, el rey del gore, lamentablemente todo parece indicar que los años dulces de este señor se han acabado. Atrás quedan sus primeras obras eternas y reveladoras, como Scanners o Videodrome, que nos proveían una mirada de un futuro que aún hoy nos parece tan tangible. La visión que Cronenberg nos acercaba era toda una opinión personal sobre la sociedad de esa época, y aún sigue estando vigente. Sus películas eran también una queja, una incomodidad en esta sociedad. Después vino el siglo XXI y nos encontramos con otras maravillas de él, que inclusive siendo historias de un director experimentado seguían teniendo su marca de autor, como lo vemos en Una historia violenta o en Promesas del Este. Películas que lo alejaban de sus raíces en el cine de horror y lo acercaban más al drama y al suspenso pero siempre continuando esa línea de violencia visceral que lo caracteriza. El descenso Cosmopolis es una película distinta en la filmografía del director, es una transposición del libro homónimo que el americano Don DeLillo publicó en el 2003. Cuenta la historia del joven Eric Packer, un multimillonario de sólo 28 años que decide atravesar la ciudad para cortarse el pelo en el peor día posible, debido a que un grupo de anarquistas se manifiestan contra el capitalismo y el presidente decidió presentarse en la ciudad. Sin embargo, nada de esto le importa a Packer porque tiene la facilidad para poder conseguirlo todo. Por lo que el protagonista se sube a su coche, que lo traslada por toda la ciudad en un recorrido sumamente lento y tedioso que dura desde la mañana hasta la noche. Es en este recorrido adentro de su limusina que conocemos mejor a Packer, su trabajo, su personalidad, sus miedos y su situación. Nos embarcamos con él en su viaje y vemos cómo los protagonistas cotidianos suben y bajan del auto, desde pequeños expertos de la bolsa hasta una puta cuarentona. Todos nos muestran los problemas que acechan el inconsciente de este joven. Lo monótono del caos El espectador se sumerge en la vida de Packer tal como él lo hace en su auto. Es su oficina, es su medio de trasporte, es el lugar donde el médico le hace su chequeo diario y el lugar donde tiene sexo, todo pasa en ese auto. O nada pasa, porque al fin y al cabo parece ser lo mismo. Y es ese el problema de Packer –tenerlo todo- que no pasa nada nuevo, su vida es un constante transitar en el mercado de Wall Street, no experimenta nada que le revolucione la cabeza hace tiempo. Y parece que esa situación es la que nos quiere trasmitir Cronenberg a nosotros. Una película que se hace asfixiante, sofocante, monótona y tediosa de principio a fin. En algún punto es lo que busca el director, pero claramente no es lo que esperamos de él. Un film que cae en el absurdo sin contar con una mayor satisfacción que la buena actuación de Pattinson en el papel principal. Nos genera incomodad, nos retuerce de las butacas, y esto, en muchas películas, puede ser algo bueno. Pero acá no, porque no te lleva a ninguna reflexión, a ningún conocimiento nuevo. Sin embargo algo hay que reconocerle a Cronenberg, más allá de la dirección de actores y de la sabia elección del protagonista, y eso es el guión. Si bien no tuve la ¿suerte? de leer el libro, puedo adivinar que cada frase textual está puesta en el momento justo y son esas pequeñas situaciones que hacen al espectador reír, ubicar y conocer esa realidad que aprieta. Un guión de un contenido filosófico y existencial mucho más cronenbergniano que todo lo que flota en la pantalla. Conclusión Sentarse a ver una película de Croneberg siempre se ligó a lo más carnal del cine, a su deseo más profundo y naturales, a sangre, a enfermedades virales, a sociedades de un futuro que nos come de afuera hacia adentro, a la nueva carne, esa bandera que el canadiense izaba en cada film. Ahora no es eso, y espero que sea sólo esta película, pero veo la marca de autor desdibujarse como un mal sueño en mi vida cinéfila. Recomendaría ver Cosmopolis luego de embarcarse en la filmografía del director, solo para vivir esa sensación de subir a la cima y caer al vacío, porque cuanto más grande es la expectativa, más grande es la decepción.
Ciudadano Packer Los créditos iniciales de Cosmópolis se desarrollan sobre un fondo que parece imitar a un cuadro de Jackson Pollock siendo pintado en el momento. Los créditos de cierre, en tanto, hacen algo parecido con obras que podrían ser de Mark Rothko, un nombre que se menciona como parte (temáticamente) importante de esta adaptación al cine de la novela de Don DeLillo que dirigió David Cronenberg. En algunas entrevistas, el realizador de La mosca y Una historia violenta dijo que, con esas elecciones, quería “enmarcar” el intento del protagonista -un financista multimillonario de 28 años- de viajar desde el caos (Pollock) a la calma (Rothko). Pero en un sentido algo más formalista, uno podría decir que esos cuadros en movimiento son el marco adecuado a las elecciones estilísticas del film y que Cosmópolis podría pensarse como una forma de expresionismo abstracto cinematográfico. Si bien la película es, por decirlo de alguna manera, figurativa (hay una historia, una trama, personajes, conflictos, caras y cuerpos), se torna más fascinante de ver si uno la piensa como abstracción en movimiento: personas, textos y situaciones que más que representar a un mundo real (del que se habla, pero casi no se ve) parecen ser puro concepto, suerte de maniquíes de un universo que funciona -como la Bolsa de Comercio de la que depende la fortuna de Packer- en términos puramente abstractos. Cosmópolis cuenta un viaje en auto a una peluquería y eso es todo. Formalmente opuesta a películas como Ladrones de bicicletas, la aventura -sin embargo- le permite al protagonista acercarse a un mundo que, al menos en su cabeza (o en sus recuerdos: la “peluquería” es el Rosebud de esta historia) fue alguna vez el real. Los encuentros están allí -el film es, en un sentido, un relato de citas y conversaciones en una oficina en movimiento-, pero no sólo para revelarnos que bajo la apariencia segura de una limusina blanca (tendrán que esperar al estreno de Holy Motors, de Leos Carax, para notar la cantidad de cosas en común que tienen ambas películas, entre ellas la “limo”) en la que un millonario recorre Manhattan hay un caos urbano y un universo de neurosis varias, sino para dejarnos la impresión de que ese mundo es, definitivamente, irrecuperable. Packer viaja en su limo blanca por una Manhattan con el tránsito cortado por la visita del presidente (“¿Qué presidente?”, le pregunta a su guardaespaldas: los países han dejado de ser una idea válida en su vocabulario) y por una serie de manifestaciones callejeras. Packer sabe -o supone- que lo buscan para asesinarlo, y moverlo por la ciudad es un riesgo que nadie quiere correr. Pero Packer necesita su corte de pelo, necesita su “retorno a las raíces”. A lo largo del viaje se producirá el conflicto que da vida, si se quiere, a la trama de la película: el yuan (la moneda china) está subiendo descontroladamente, pero Packer (un Robert Pattinson perfecto para el rol, en un tono casi “bressoniano” de actuación, casi sin inflexiones) juega sus fichas en que va a caer. Como no lo hace, el hombre pierde millones y millones cada minuto que pasa. Pero no parece importarle: al contrario, lo despabila. Siempre dentro del auto, recibirá la visita de sus analistas de mercado, de un médico, de una amante, saldrá del coche a visitar a su igualmente distante esposa, afuera será atacado por algún manifestante y volverá a luego al coche para seguir un recorrido que no parece avanzar demasiado. El auto es, aquí, como una cápsula espacial, y da la impresión de moverse con esa grandilocuente lentitud que tienen los objetos que circulan fuera de los imperativos físicos del mundo. Es que allí está Packer y allí se desarrolla su historia. Números abstractos, sexo seco, conversaciones mecánicas, actuaciones robóticas. Todos sus encuentros tienen una lógica absurda, como de pesadilla, y por la forma en la que no siempre se conectan bien entre sí, da la impresión de que todo podría estar ocurriendo en la mente de este hombre que empieza a sentirse liberado mientras su imperio de infografías se resquebraja. El Ciudadano Packer, en algún momento, deberá lidiar con “el afuera” y, si bien allí la película entrará en una zona algo más convencional (la realidad es convencional y mucho menos interesante, parece decir Cronenberg, y la actuación “del método” de Paul Giamatti en esa parte del film grafica el choque de manera impecable), nunca dejará de fascinarnos con su poder de observación y con su meticulosa y clínica puesta en escena. Su uso del digital -es la primera vez que Cronenberg filma así- es tan brutalmente hiperrealista que termina siendo casi inmaterial, como estar viendo uno de esos largometrajes animados al estilo de los de Robert Zemeckis, con sus personajes de miradas inexpresivas y sus escenarios pintados digitalmente. Cosmópolis es un film en el que Cronenberg decide llevar un paso más allá ciertas obsesiones temáticas y formales suyas de siempre. Muchos extrañarán el realizador algo más “intenso” de otras películas, pero el creador de Videodrome y Crash, extraños placeres (películas con las que Cosmópolis podría armar una trilogía sobre la destrucción del ego y del cuerpo como estados de gracia a ser alcanzados) parece haber ingresado a una etapa aún más cerebral y autorreflexiva de su cine. En Un método peligroso, esa operación estilística le quedaba demasiado pegada al cine “de qualité” que tomaba como matriz y -en mi opinión- no lograba desmarcarse del todo como para hacerla propia. Aquí no hay más “matrix” que su concepción pesadillesca del mundo, un lugar en el que cabezas parlantes y cuerpos inertes rebotan entre sí, verbal y físicamente, hasta explotar en mil diagramas de barras y vectores infinitos.
Caprichos de un niño rico Después de ver la película del canadiense David Cronenberg cabe preguntarse ¿dónde quedó aquel cineasta que entregó títulos tan interesantes para la pantalla grande?. Desde La mosca, La zona muerta y Cuerpos invadidos hasta Una historia violenta o Promesas del Este, entre tantas otras, el realizador se movió entre el terror, la violencia y lo paranormal en productos que daban en el blanco. No es el caso de Cosmópolis. "Quiero atravesar la ciudad para cortarme el pelo" asegura Eric Packer (Robert Pattison, quien este mes también aparece en Bel Ami y Amanecer, Parte 2), un multimillonario cuyos caprichos son cumplidos al pie de la letra y se muestra obsesivo con continuos chequeos médicos. La película, tediosa y confusa, narra su viaje a través de una ciudad convulsionada por la visita del Presidente de la Nación: Manhattan está con el tráfico colapsado. En este día del 2000, Eric está a punto de perder todo porque que invirtió su dinero (y el de los accionistas que confiaron en él) en una operación arriesgada contra el yen japonés que sube enloquecidamente. La mayoría de las acciones transcurren dentro de la limousina, donde desfilan un empleado de informática; mujeres (Juliette Binoche y Samantha Morton); agentes de seguridad, y se asoman además militantes que usan ratas como elementos de protesta. La "seguridad" de su mundo parece derrumbarse. Una mirada crítica al Capitalismo de hoy pero con un tratamiento nada interesante. El film acumula estallidos de violencia (el ataque a un líder político en medio de un programa de televisión), algunas muertes, extensos diálogos que no se sabe bien a dónde conducen y un enfrentamiento final con Paul Giamatti. Con este esquema, Cronenberg entrega una película que si intenta explorar nuevos rumbos, sólo consigue bostezos en su lenta marcha hacia la nada.
Queremos un corte de pelo “Necesitamos un corte de pelo,” anuncia el joven y multimillonario Eric Packer. “Queremos un corte de pelo,” dice más tarde. Podría hablar sobre sí mismo en tercera persona y sería otro mocoso de Wall Street. La primera persona en plural le concede un estatuto de realeza, y como buen rey, ignora por completo las necesidades del pueblo que le sirve y rodea. Esta es una película sobre la desconexión de un hombre de todo y con todo, principalmente de sí mismo. Packer se sube a su limusina y comienza una odisea que dura todo el día a través del tráfico de Manhattan para alcanzar su peluquería preferida. Las calles están cortadas por una visita presidencial, manifestantes canturreando versos de Marx y una larga procesión funeraria de una celebridad. El guardaespaldas de Packer camina junto a la limusina, que avanza a paso de hombre. “Nos han avisado de una amenaza sobre su vida,” le insiste. A Packer no podría importarle menos. Ellos quieren un corte de pelo. La película marca el regreso de David Cronenberg al puesto de guionista, adaptando la novela homónima de Dom DeLillo, tras un largo hiato a través de proyectos más “comerciales”. No es, de ninguna manera, un regreso a la parte visceral de su carrera, sino a la más contemplativa, en la que sus “héroes” rehúsan la realidad que les rodea y buscan refugio en pequeños mundos de su propia creación. En este caso se trata de la blindada, polarizada y acustizada limusina de Packer. La película se desarrolla principalmente dentro de la misma, recibiendo a sus amantes, financistas, colegas y su propio doctor. De tanto en tanto espía el mundo exterior, no por las ventanas sino por las pantallas que se despliegan entre el suntuoso tapizado de cuero. Su diseño es un éxito de la dirección artística. Cosmopolis (2012), desgraciadamente, posee problemas enraizados en su guión. En primer lugar está Eric Packer, interpretado por Robert Pattinson con su usual frivolidad (justificada, para variar, por la del propio personaje). La motivación de Packer es probablemente tan críptica para él como para el espectador. No representa una postura clara, con lo que sus numerosos diálogos no poseen carga dramática. “Es tiempo de una explicación filosófica,” dice en un momento. ¿Será un chiste interno de Cronenberg? La película está hecha de tales explicaciones filosóficas, algunas más interesantes que otras, pero todas al servicio de sí mismas. Packer, tan enajenado de sí mismo, no tiene nada que ganar ni perder. El resto del elenco habla y actúa igual de insípidamente, lo cual debilita cualquier crítica sobre la condición de Packer. El clímax de la película es una larga entrevista con su posible asesino (interpretado por Paul Giamatti), pero incluso entonces no hay tensión alguna, se trata de otra disertación aislada y es la más incomprensible de todas, la última en una larga cadena episódica, desmotivada y sin unidad de acción.
A esta altura ya es difícil definir a un David Cronenberg único, durante años estuvimos acostumbrados a un cine suyo, propio, no quiere decir que las películas eran todos iguales (al contrario), pero sí encontrábamos en todas una marca única, algo que lo hacía reconocible. Tal vez era cierta propensión a lo impresionable, a jugar con límites de lo correcto, y por qué no decirlo, estar siempre a un paso de lo repulsivo (no hablando artísticamente, obvio) y a la vez ser hiponótico. Entonces llegó a su vida Viggo Mortensen, y las tres películas que lo tenían como protagonista marcaron una diferencia en lo que el director nos tenía acostumbrado. Aun así algo preservaban, films violentos (sobre todo los dos primeros), más racionales, pero igual de potentes, podríamos decir que tuvimos la etapa de “Cronenberg para todos”, excelentes y mucho menos “enigmáticos” que sus obras anteriores. Esto nos lleva al presente, con Cosmópolis, donde el director pega otro “volantazo”, hasta ahora sus películas habían sido raras, fuertes, quizá inexplicables, duras, pero algo innegable es que siempre eran atrapantes... bueno, conozcan al Cronenberg aburrido. Basada en un best seller de Don DeLillo, en "Cosmópolis" conocemos a Eric Packer (Robert Pattinson) un joven empresario, multimillonario, inmerso en el capitalismo. Estamos en un futuro cercano, tal vez no muy distinto a la época actual, quizá un poco más feroz. Es el fin de semana, y Eric recorre Manhattan de punta a punta, en su limusina, con el solo propósito de llegar a la peluquería y cortarse un poco el pelo. El afuera es un caos, todo se derrumba, pero Eric está abstraído, habla pavadas una tras otra, mantiene conversaciones sobre la nada y, al principio, nada parece preocuparle. Mientras tanto, en la misma limusina que lo aparta de lo externo, se cruzan diferentes personajes, socios, amantes, y esposa, y cada uno con planteos diferentes. DeLillo planteó el fin de una era, una crítica mordaz al sistema capitalista de su país y de la mayoría del mundo (siempre que uno crea en el poder de autocrítica de un estadounidense y más un escritor de best sellers, démosle una chance), y eso Cronenberg lo cumple, lo respeta. En realidad respeta todo de la novela, demasiado. La crítica es terrible, la idea de que el sistema nos aleja de lo humano es palpable y está muy bien resuelta, y hasta uno podría compartirla y aplaudirla; la cuestión es la esencia cinematográfica. Pattinson es el protagonista absoluto, de presencia constante; pero ojo las amantes del romance vampiril adolescente, Cosmópolis no es una obra pasajera y liviana; es la prueba del actor para saber si realmente sabe actuar, y cumple más o menos. Cuando en las escenas se encuentra solo, es casi respetable, un poco creíble; el asunto es cuando empieza a cruzarse con otros actores. Cronenberg (al igual que en el otro estreno de la semana Bel Ami), rodeó a su protagonista de un elenco maravilloso. Juliette Binoche, Paul Giamatti, Samantha Morton, Emily Hampshire y Mathieu Almaric se suceden en pantalla evaporizando al indefenso protagonista. Ese único traspié en la lección de protagonista no sería tanto, sino fuese acompañado por otras flaquezas que ofrece el film. Principalmente extraña su falta de ritmo, sus 109 minutos parecieran acercarse a las tres horas de duración en los ojos del espectador; es una sucesión interminable de diálogos, muchos de ellos vacíos, que al principio atrapan en su ironían, pero que al rato irritan, y lo peor, aburren, llevando al triste destino de la somnolencia. En los rubros técnicos sí, "Cosmópolis" es un Cronenberg auténtico, el hombre sabe donde poner su ojo y esos primerísimos planos y hasta enfoques de una gota de sudor ayudan y mucho. Hasta hay algo de la repulsión de sus primeros films, ya no tanto en lo gráfico sino más en lo hablado. Entonces, lo dicho, falla en su adaptación del papel a la pantalla, que se advierte en exceso fiel, quitándole el timing que toda película necesita para no caer en el tedio. Aún así, y con todo, es un film correcto, ambicioso, y claro en sus objetivos de crítica, quienes solo estén buscando esto (y repito, crean en la crítica de un estadounidense), no saldrán decepcionados.
El rey invisible Un ataúd impenetrable, a prueba de sonido, conectado virtualmente con el mundo a través de pantallas planas. Un viaje al cielo (o el infierno) protector del pasado. Un sarcófago de lujo. Sobre ese vehículo se mueve Robert Pattinson. Ese que descontrola a las adolescentes convirtiéndolas en una masa de gritos, el de Crepúsculo y otras yerbas. Su rostro es más vampírico que nunca, ya no tiene intención de sangre (¿alguna vez la tuvo?) porque el mundo real no funciona de esa manera. Este sarcófago es para vampiros auténticos, financistas, banqueros, agentes de bolsa, mercaderes. La elección de David Cronenberg de usar a Pattinson para el rol de Eric Parker en esta traslación de la novela "imposible" de Don DeLillo es el primer gran acierto, el otro, el de aferrarse a los abstracciones por más agobiantes que estás puedan resultar. Al comienzo de este arduo recorrido uno puede sentirse aburrido o juzgar de poco cinematográfica a la historia, pero este acercamiento tan primitivo a las ideas convierte a ese trayecto para "cortarse el pelo" en medio de una caótica Nueva York en un viaje inanimado donde se repasa la vida en voces, y que parece mostrar el final del capitalismo pero que en realidad, muestra su brutal inmortalidad. Los que mueren son los hombres. El tiempo y el espacio son claves en la película. Así, las transacciones que maneja Parker son intangibles, el intento de controlar hasta la más mínima fracción de segundo para poder comprender la naturaleza de una moneda como el Yuan (Yen en la versión original de la novela del año 2000, son otros tiempos económicos) nos prepara para un tiempo imposible, falso. En un segundo se puede perder todo. Por eso este viaje como contrapartida funciona como una odisea, toda una vida en un día, el simple hecho de ir a cortarse el pelo le da entidad, certeza. Eso básico, simple, infantil, es una tarea que será confiada al peluquero del barrio, porque existe. Esa peregrinación al pasado es real porque se dilata, consta porque pasa el tiempo. El espacio a recorrer toma forma por su dificultad para lograrlo, así también el espacio físico donde se desplaza Eric. Esa prisión limusina es angustiante, dentro de ahí suceden las palabras, las decisiones, no hay espacio para respirar ni vivir, por eso cada salida es la exposición con el mundo, sus riesgos y pasiones, con los deseos, dentro todo es mecánico y calculado. Parker necesita sentir su materialidad, confirmar su existencia, aunque sea por mero contraste con la muerte. Cada discurso y palabra es medida, cargando simbolismos que por momentos se vuelven de difícil disección, por otros, claros como que la rata sea una nueva moneda o comprar un desecho de la guerra fría para demostrar la victoria del capitalismo. La inclusión de actores de gran calibre como Mathieu Almaric, Juliette Binoche, Samantha Morton o Paul Giamatti funcionan para que los discursos suenen convincentes, para que ese vuelo teatral en los diálogos logren ser más certeros. La fidelidad del guión de Cronenberg a la novela es de una mimesis asombrosa, duplicando diálogos, palabras, inflexiones, eso ocasiona que la película quede atrapada en una lógica literaria más que cinematográfica, y por eso, surge cierto conflicto inicial para subirse al relato, pero si llegamos a encontrarnos en este viaje de ideas, se puede apreciar una historia que es pertinente hoy, y mañana, seguramente lo sea aún más.
Hace mucho tiempo, en una galaxia no tan lejana, las películas del director David Cronenberg se esperaban con ganas y cuando llegaban al cine uno disfrutaba de sus trabajos en la pantalla grande. Nos referimos a un artista que nos brindó clásicos memorables como The Brood (Cromosoma tres), Scanners, La mosca (una de las mejores remakes en la historia del cine), El almuerzo desnudo y Exitenz entre otras buenas películas. Ahora bien, cuando uno creía que Cronenberg no podía realizar un film más aburrido que su última producción, Un método peligroso, el realizador se superó a sí mismo y vuelve a sorprender con otro bodrio infumable que difícilmente se destaque entre los grandes logros de su filmografía. Parecería que Cronenberg estuviera tratando de demostrar (algo que no necesita) que en realidad es un cineasta maduro que puede hacer filmes inteligentes y profundos y elige estos proyectos pseudo intelectuales que no son otra cosa que un ejercicio de masturbación cinematográfica. En este caso ofrece una historia que no va ninguna parte con un personaje protagónico absolutamente insulso y anodino, cuya vida y experiencia no logra generar ningún tipo de interés durante todo el conflicto. El problema de Cosmópolis es que cae en la pretensión de brindar una crítica profunda del mundo de las corporaciones, la crisis financiera y el capitalismo, que se pierde con una trama horrenda, que no es otra cosa que un collage de escenas con diálogos intrascendentes que convierten a esta producción en un tedio absoluto. Ya sabemos que Robert Pattinson es de madera y eso no va a cambiar así trabajara en una película dirigida por el fantasma de Orson Welles. Sin embargo, acá brinda un trabajo correcto en el que no hay muchos motivos para pegarle porque está bien en el personaje. Claro que el empresario que interpreta, Erick Packer, es un muerto vivo y eso le facilitó la tarea, pero en realidad él no es el problema de Cosmópolis, sino el argumento. Es muy difícil hacer un film interesante con personajes que no despiertan ningún tipo de atractivo y encima la trama tiene un comentario social tan burdo y previsible como la campaña antidroga de Fleco y Male en los ´90. Ojalá algún día regrese otra vez el viejo David Cronenberg que solía brindar películas apasionantes. Cosmópolis es un bodrio para el olvido.
TODO LO ABSTRACTO NO SE DESVANECE EN EL AIRE Otra película clave de David Cronenberg, destinada al menosprecio y a la incomprensión, un film de una solidez formal admirable, el que materializa la era del capital abstracto y su correlato subjetivo. Cosmopolis no es la película ideal para las amantes teens del vampiro de Crepúsculo, aunque el film de Cronenberg es tan crepuscular como aquél y el personaje de Pattinson, Eric, bien podría considerarle como un vampiro, pero de otra estirpe. Eric pertenece a esa élite planetaria empresarial, los amos del capital financiero, que sin trabajar fácticamente duplican sus ganancias desde un ordenador y que también succionan virtualmente la vida de miles de criaturas inocentes. “Hay un espectro en el mundo y es el del capitalismo”, se puede leer en un cartel luminoso al promediar la película. Cronenberg en una entrevista al canal oficial del festival, insistió con esa cita, la que proviene del libro pero que él subscribe y entiende como el contexto de su película. Basada en la novela de Don DeLillo de título homónimo, el motor de la trama pasa por el intento de Eric Packer de cruzar Manhattan en su limusina para cortarse el pelo. Es un día de protestas y de embotellamientos: el presidente visita Manhattan. Así, lentamente, avanza la carroza blanca millonaria y distintas personas vinculadas a Eric se suben al auto: allí se puede desde discutir el destino del euro, tener sexo con una amante pretérita de alto vuelo (Juliette Binoche) o ser examinado por un proctólogo. En el final Eric tendrá un enfrentamiento con un (des)conocido. Tal vez pierda la vida. (Su posible asesino, como él, se descubrirá un poco antes de que el suspenso alcance su mayor tensión, tienen próstatas asimétricas. La fijación de Cronenberg con el ano merece un estudio aparte, pero no es aquí el momento indicado) Cosmopolis exige demasiada atención; para ciertos colegas eso significa tener permiso para decretar la pretensión intelectual de Cronenberg como excesiva, incluso insinuar que ese juego con el Logos no es otra cosa que una cortina de humo: el film no cuenta nada, o en él nada sucede, excepto por unos agentes discursivos que poco tiene que ver con personajes. En verdad, en Cosmopolis sucede de todo y por todos lados. Es cierto que los escenarios son escasos: una limusina, una librería, un taxi, una discoteca, un departamento, una plaza con una cancha de básquet. De allí que los críticos más agudos han insistido, como si se tratara de un carácter negativo del film, la propensión teatral de Cosmopolis. La película podría ser –según ellos- una obra teatral, una suerte de teatro cartesiano y marxista, divida en actos en donde Eric discute y expone sus prácticas y un “teórico” le explica qué piensa y lo cuestiona. Sin embargo, la propuesta de Cronenberg es antiteatral por excelencia. El universo blindado de la limusina, al inicio presentada en un plano secuencia que recorre el perímetro del vehículo, no es meramente un reducido topos del encargado del diseño de arte. El vehículo es una metafísica de la abundancia ilimitada, la del capitalismo del XXI, y sus interiores constituye la segunda naturaleza y piel del protagonista. Todo es táctil y deleznable. Tal como sucede en la novela, Cronenberg reproduce el grado cero de sonido exterior que Eric busca obtener dentro de su automóvil. El mundo exterior debe enmudecerse y en lo posible desaparecer. Los vidrios polarizados, no obstante, funcionan como pantallas. Incluso lo real que se introduce desde la ventana adquiere un semblante de imagen reproducida, una distancia aséptica. En ese sentido, Cronenberg aprovecha a fondo el embotellamiento y la obligada velocidad mínima con la que se desplaza la limusina. Las ventanas introducen así una profundidad de campo de lo real, pero como si ésta estuviera mediada por pantallas. Lo que vemos es una variedad asombrosa de episodios sociales: protestas varias, anarquistas colerizados, pobreza, incluso se verá a un personaje clave retirando dinero de un cajero automático. Esta dicotomía entre lo cerrado y lo abierto, entre la pulcritud de cristal y la amenaza distópica y caótica (el excedente de la riqueza) conforma otro discurso, una variación visual sobre lo que algunos personajes van diciendo en tono “académico”. La psicología de Eric sostenida en un consumo infinito y en el mero capricho (comprar una catedral, por ejemplo) es el reverso del exterior consumido. Naturalmente, el instante consciente y clave ideológicamente funciona en boca del personaje de Samantha Morton, encargada del departamento de Teoría. “La función narrativa del dinero ya no funciona” dirá. La tesis: el tiempo ha dejado de sujetarse al dinero sino que el dinero es en sí el horizonte de todo, incluso del tiempo. A su vez, la acumulación se ha liberado del papel impreso. La abstracción domina el imaginario de Eric. En síntesis: interesante decisión tomada para un film que por su voluntad de respetar la descripción de la novela la absorbe a través de un travelling de tortuga. La lentitud, en este contexto, es una transgresión, y así Cosmopolis es una experiencia claustrofóbica en cámara lenta, que ni siquiera sus decisiones de encuadre y lentes habrán de variar. Si en Un método peligroso Cronenberg proponía una genealogía elegante del discurso psicoanalítico y la cartografía mental del siglo XX, en Cosmopolis el realizador sintetiza la subjetividad capitalista de este siglo digital.
Mensaje en una limusina Robert Pattinson compone al gélido protagonista, tan monstruoso como solitario. El libro que el propio David Cro-nenberg adaptó de Dom DeLillo preanunciaba una filme con más fuerza en los diálogos que en las imágenes. Más aún con el recuerdo de su película inmediatamente anterior, Un método peligroso , por más que Cosmópolis eche mano a un mundo entre surreal y alegórico. Mensaje en una limusina. Encerrado, aislado y ensimismado en sí mismo -y en su vehículo, a prueba los ruidos de la calle- Eric Packer es un yuppie hipermillonario, un joven que no sabe -o no le preocupa- que sus ganancias manipulando Wall Street pueden afectar a otros. Un tipo que lo tiene todo y que de pronto se queda sin nada. Pero Eric se propuso como meta este día, el que retrata Cosmópolis , una visita a su peluquero. Para ello debe atravesar Manhattan la misma jornada en que la visita del Presidente, el cortejo fúnebre de un rapero y una revuelta de protesta enloquecen el tráfico. Cronenberg supo crear un microcosmos en esa limusina, para mostrar cómo es su protagonista, capaz de mantener un diálogo con una mujer mientras su médico particular le realiza un test de próstata ahí, en el vehículo. La alienación, la soledad y la falta de solidaridad son temas que saltan a la cara del espectador entre frases rimbombantes, filosóficas o de compleja comprensión acerca de la globalización y el capitalismo. Cronenberg no se preo- cupa si distancia al público: no es ésta una película ni convencional ni simplista. Cronenberg eligió a Robert Pattinson, a quien se le cuestiona su frialdad para un papel que precisamente lo que necesita es su ser gélido. Cada relación que entable con diversos asistentes, su esposa, su amante, su chofer, una agente de su seguridad, está signada por la impotencia, por más que tenga sexo con más de un personaje. Los rostros de Juliette Binoche y Samantha Morton impactan de movida, pero sucumben ante un ser monstruoso y que también genera pena, un solitario en un universo de depredación.
Un vampiro suelto en Manhattan Pocas películas como Cosmópolis han generado opiniones tan encontradas, tan radicalmente opuestas: desde el calificativo de obra maestra hasta críticas indignadas, todo vale para enfrentarse a este nuevo desafío que propone David Cronenberg. Fiel a su costumbre, el director de La mosca y Una historia violenta se arriesga una vez más en su carrera; en este caso, con una transposición casi "literal" (al menos en el terreno de los diálogos) de la no menos audaz novela escrita en 2003 por Don DeLillo. El resultado de semejante procedimiento (algo así como "incrustar" una dinámica literaria en una estructura cinematográfica) puede resultar en primera instancia algo desconcertante y hasta abrumar a quienes le huyan al imperio de la palabra en pantalla, pero si el espectador consigue vencer esos prejuicios y le presta a Cosmópolis la debida -necesaria- atención, la experiencia puede ser fascinante. Cronenberg -quien ya venía de hacer una película "hablada" en Un método peligroso - no le teme a la claustrofobia (buena parte del film transcurre dentro de un auto) ni a lo teatral (la secuencia final de 22 minutos es prácticamente un corto independiente que bien podría ser montado como una obra sobre tablas). Y, a pesar de todo eso (o por todo eso), Cosmópolis no deja de ser cine puro a partir de una puesta en escena muy pensada y sostenida por un minucioso trabajo visual. El protagonista casi absoluto del film es Eric Packer (Robert Pattinson), quien no ha llegado aún a los 30 años y ya es multimillonario gracias a sus habilidades para manejarse en el mundo de las finanzas. Este muchacho seductor vive rodeado de guardaespaldas, de asesores, de secretarias y de amantes (jóvenes y maduras). Sin embargo, aun con el poder del dinero (y con el que tiene sobre otras personas), Eric es un alma en pena, un cúmulo de frustraciones e insatisfacciones. Este vampiro de Wall Street funciona como símbolo de la crisis del capitalismo salvaje y Cronenberg -más allá de las cuestiones alegóricas y de ciertas búsquedas abstractas y conceptuales que aquí se priorizan- no ahorra referencias directas a un mundo en llamas, dotando así al contexto (y al film todo) de un tono apocalíptico, terminal. Solemne y cómica, perversa y lánguida, erótica y lúgubre a la vez, Cosmópolis resulta un verdadero tour-de-force para Pattinson. A pesar de su escasa expresividad (que Cronenberg "aprovecha" y hasta potencia), el astro de la saga Crepúsculo alcanza a transmitir esa sensación de hartazgo y vulnerabilidad de su criatura. Más allá de los breves y en algunos casos sustanciosos aportes de grandes intérpretes en pequeños papeles (Paul Giamatti, Juliette Binoche, Sarah Gadon, Samantha Morton, Mathieu Amalric y Jay Baruchel), es Pattinson quien ocupa casi todo el tiempo la pantalla dentro de su limusina, que es también su oficina y su nave rumbo al? ¿naufragio? final.
Ensoñación para una profecía Basado en la novela homónima de Don DeLillo, el nuevo film del director de Crash especula y hasta teoriza acerca del carácter alucinadamente virtual, imaginario, del mundo contemporáneo. Y lo hace a través de un geniecito de Wall Street que vive arriba de su auto. “Tenías ojos celestes, nunca me lo dijiste”, le dice la esposa al protagonista, cuando le avisa que se quiere separar. Es, obviamente, un chiste diagonal que David Cronenberg le tira al espectador, teniendo en cuenta que el tipo no se saca los anteojos negros en toda la película. Pero es al mismo tiempo una clave de la clase de registro que el realizador de M. Butterfly suele trabajar, del que Cosmópolis representa un nuevo ejemplo consumado. Clave también, bajo el manto de una banalidad apenas simulada, de aquello de lo que el cine de Cronenberg habla. Está claro que en el marco de la realidad cotidiana no existe una sola mujer que no sepa de qué color son los ojos del marido. Pero Cosmópolis no transcurre en la realidad cotidiana, aunque lo aparente. Sobran ejemplos que demuestran que el viaje de Eric Packer tiene más de sueño que de realidad material, tal como la perciben los sentidos. De eso habla, especula y hasta teoriza Cosmópolis, basada en la novela homónima de Don DeLillo: del carácter alucinadamente virtual, imaginario, del mundo contemporáneo. Eric Packer no vive en la realidad, sino en la realidad de su auto. Su limusina, especialmente diseñada para cumplir todas las funciones posibles. Del acarreo a la sexualidad, pasando por el lounge, la sala de conferencias (sus asesores se reúnen con él allí), la deposición (el vehículo incluye un vertedero como de avión), el consultorio médico (Packer se hace un chequeo diario) y desde ya la conexión con el mundo (virtual) a través de todos los gadgets y pantallas líquidas posibles, que le permiten apostar al segundo a favor o en contra del yuan. Packer es un geniecito de Wall Street, uno de esos entrepreneurs semizombificados que son (o parecerían ser) dueños del mundo. “¿El presidente de qué?”, le pregunta a su jefe de seguridad, cuando éste le avisa que va a ser difícil cruzar toda Manhattan como él pretende, porque el presidente de la Nación está en la ciudad y la ciudad es un quilombo. Otro chiste indirecto, otro comentario sibilino. Habituado a tratar con presidentes de compañías, la pregunta de Packer tiene su lógica. Pero también puede entenderse, traduciéndola al porteño, como “¿De qué presidente me hablás?”. Los Packer del mundo están por encima del presidente de la Nación: el momento elegido para estrenar Cosmópolis en la Argentina la convierte, casi y como sin querer, en el más amargo comentario sobre la reelección de Obama. Genialidad de DeLillo, que Cronenberg hace suya, en Cosmópolis el poder presidencial y el empresarial circulan literalmente en paralelo, a través de Manhattan. Con la diferencia de que la limo de Packer está insonorizada, y cuando quiere puede apretar un botón y oscurecer las ventanillas, consumando el fuera del mundo absoluto en el que vive. Pero como el Facundo de Borges (el de Borges, no el de Sarmiento), Packer va en coche al muere. Y lo sabe. Es más: parecería desearlo. A partir de determinado momento ya no quedan dudas. Tal vez por saberse un condenado, quizá porque intuye que todo eso sólido es de cuarzo líquido, el hedonista absoluto termina comportándose como trágico. Trágico absurdo: Packer expone su vida... por un corte de pelo. Para eso viaja hasta su Itaca de la otra punta de Manhattan este Ulises de farsa: para cortarse el pelo con el peluquero que se lo cortaba de chico. Publicada antes de las sucesivas convulsiones del “cibercapitalismo” al que DeLillo supo darle nombre, Cosmópolis se interpretó como profecía. Si el autor la escribió antes de los sacudones del 2008 y 2011, Cronenberg la filmó al mismo tiempo que los “indignados” de Wall Street. Y reconvirtió velozmente esa realidad callejera en realidad de sueño, con activistas tirando ratas muertas sobre la gente, desfilando con roedores gigantes de cartón piedra o encajándole a Packer tremendo pastelazo de slapstick en la cara, como el anarco lúcido y ridículo que interpreta Mathieu Amalric. Como todos los films de Cronenberg, Cosmópolis se percibe como ensoñación. Ver el momento en que Packer aborda, de un salto, el taxi en el que justo viaja su esposa. Y la relación entre ambos: al comienzo no se entiende si son compañeros de oficina, competidores de finanzas o amantes ocasionales. Ver la visita del médico, exploración prostática incluida. Esas mutaciones físicas, como la matriz de Geneviève Bujold en Pacto de amor: aquí, la “próstata asimétrica” (¿?) del protagonista. Esas armas inauditas, que recuerdan a las de Videodrome. Esos rostros-máscara, como el del hombre cuya cicatriz parece heredar la de Ed Harris en Una historia violenta. Ensoñación que es también una mascarada, poblada de esfinges. Esfinge mayor, el rostro lívido, mandibular y hermético de Robert Pattinson hace juego con el James Spader de Crash, el Jude Law de ExistenZ, el Ralph Fiennes de Spider y el Viggo Mortensen de Promesas del Este, confirmando a Cronenberg como intuitivo genial de las matemáticas del casting.
Retrato de un joven capitalista En el principio de este nuevo filme de David Cronenberg se cita un poema de Zbigniew Herbert que dice que en un futuro la moneda de cambio no será el dinero, sino las ratas, y hacia allí va la reflexión de la película que, basada en la novela homónima de Don DeLillo, explora los extremos de la sociedad capitalista. Eric (Robert Pattinson) es un joven brillante, un visionario de las finanzas que ha logrado un sistema para analizar divisas que lo llevó a amasar una gran fortuna. Está recientemente casado con la heredera de otro emporio millonario, aunque la relación es tan distante y fría que no se comprende qué los unió. Si bien él tiene una importante oficina, ese día decide que quiere cortarse el pelo, pero para llegar a su peluquero hace falta atravesar toda la ciudad, una Manhattan de un futuro no muy lejano, a paso de hombre. En ese trayecto diferentes personajes irán acudiendo a citas con él en su limosina, que se convertirá en la escenografía de casi toda la película. Con un tono tedioso, claustrofóbico e hiperverborrágico, Cronenberg expone el vacío existencial de su personaje central, la frialdad que lo caracteriza (y que parece diseñada a medida para Pattinson), su búsqueda de situaciones que lo hagan sentir algo, la falta de sentido de su vida. A pesar de su juventud (una de las obsesiones de la sociedad en la que vive, junto con el dinero), vive sumergido en una apatía profunda, con pánico de morir; y del fracaso, otra forma de muerte, ya que implica la exclusión. Es un filme difícil de abordar por sus diálogos intrincados, pero que va tomando forma a partir de la mitad del relato, hasta cobrar verdadero sentido en la escena de la peluquería. Desde la historia de este personaje, "Cosmópolis" retrata un mundo en apariencia perfecto que va viniéndose abajo por un simple error, como metáfora de un sistema en decadencia.
David Cronenberg firma este relato fascinante que se vale de una las mejores interpretaciones de Robert Pattison pata retratar a toda una generación de jóvenes yuppies, caprichosos, amantes de la tecnología, el consumo y numerosas adicciones. El actor de Crepúsculo tiene aquí el mejor papel de su carrera, y al mejor director que le ha tocado en suerte en su corta pero intensa filmografía, y eso se nota a lo largo de todo el metraje, 110 minutos agobiantes, oscuros y aterradoramente contemporáneos.
Un mundo tan poco feliz como el film David Cronenberg parece no encontrar el pulso de sus mejores películas de ciencia ficción, ni tampoco el de los films que abandonaron el género para cautivar al público más interesado en el cine de arte. De hecho, entre lo mejor de la última parte de su obra se pueden citar dos policiales: «Una historia violenta» y «Promesas del Este», que en realidad no tienen mucho que ver con el resto de su filmografía. Esto no sucede con «Cosmópolis», un film fantástico ambientado en un futuro cercano que transcurre casi íntegramente en el interior de una gigantesca limusina donde el millonario protagonizado por Robert Pattinson tiene reuniones con sus distintos empleados. La película va pasando por esas distintas reuniones que dan lugar a escenas demasiado dialogadas pero no muy sustanciosas, mientras de vez en cuando pareciera que pasan cosas más interesantes en el televisor de la «limo» o simplemente mirando por la ventanilla. Aparentemente en este mundo futuro hay poca gente feliz, sana o que tenga un pasar digno, y mientras la limusina avanza lentamente por la ciudad en busca de la peluquería favorita del millonario, que queda en un lejano barrio bajo, manifestantes interrumpen su paso, e incluso lo agreden mostrando y arrojando ratas muertas como parte de su violento piquete. Pero este tipo de detalles, que podrían formar parte de una historia realmente interesante, también terminan siendo partes aisladas de un asunto absurdo y no muy bien construido narrativamente, que recién al final, cuando aparece Paul Giamatti, parece encontrar su veta realmente cronenberguiana, aunque justo ahí termina el film dejándole al espectador una sensación de vacío nada satisfactoria. Robert Pattinson, el vampiro de «Crepúsculo», hace aquí su primera actuación seria con una inexpresividad que quizá vaya con el personaje pero que no ayuda a que se pueda tomar muy en serio al intérprete.
LUJOSAMENTE VACÍA Seguramente escucharán a alguno decir que COSMÓPOLIS es una película que hace un acertado retrato del capitalismo o de la sociedad de la información. Probablemente habrá alguien que destaque los crípticos diálogos o las metafóricas secuencias de la nueva obra de David Cronenberg. Quizás haya alguien que diga que hace falta verla varias veces para desentrañar su complejidad filosófica. Y todo los que digan eso estarían mintiendo. Porque la experiencia de ver el film basado en la novela de Don DeLillo sólo puede definirse como tediosa e inútil. COSMÓPOLIS es una presuntuosa película basada en un aún más presuntuoso libro, cuyo monótono relato y sus incoherentes y risibles diálogos ponen tristemente en evidencia la forma desesperada en la que se quiere decir algo sobre el mundo. Sin embargo, es tanto el empeño que se pone en filosofar que cada escena y cada personaje se vuelven insoportables. Súmenle a eso la pétrea caripela de Robert Pattinson en la piel del protagonista y es suficiente para que estemos ante una de las películas más aburridas, vacías y pretenciosas del año. La historia sigue a Eric Packer (Pattinson), un joven y adinerado empresario que recorre la ciudad en limusina con la intención de cortarse el pelo. Va a todos lados acompañado por su guardaespaldas (Kevin Durand), quien constantemente le informa de amenazas a su seguridad. En el camino se encontrarán con numerosas personas que, siempre a bordo del lujoso auto, conversarán con Packer de boludeces que no le interesan a nadie, pero haciéndolas parecer extraordinarias reflexiones filosóficas sobre el capitalismo, el futuro, la sociedad y otras huevadas del estilo. Ah, y ellos siempre hablando de una forma tan estúpidamente enredada que, en comparación, hacen quedar al Arquitecto de MATRIX RECARGADO (THE MATRIX RELOADED, 2003) como Dora la Exploradora. La inexpresividad de Robert Pattinson se manifiesta en cada una de sus escenas, ya sean en las que simplemente habla o cuando intenta hacernos creer que tiene sexo. La verdad que este muchacho haría bien en usar el dinero que cobró por su ¿actuación? para fundar el Centro de Rehabilitación para Actores con Parálisis Facial. El resto del elenco (a excepción de Paul Giamatti) sigue la línea de Pattinson, especialmente la rubia desabrida que hace de su esposa y que ni siquiera tengo ganas de buscarla en IMDB para saber cómo se llama. Los incoherentes diálogos de COSMÓPOLIS son expresados por los actores como si no entendieran lo que están diciendo: los personajes cambian de tema rotundamente, sin ningún tipo de coherencia ni cohesión. Ah, y agárrense porque hay perlitas como la siguiente (y no, el contexto no importa, las frases son igual de malas dentro o fuera del film). Un personaje señala: “Los agujeros son interesantes. Hay libros sobre los agujeros”. Y otro personaje agrega: “Hay libros sobre… la mierda”. Podría haber añadido que también hay películas sobre la mierda. Y películas de mierda. Como COSMÓPOLIS.
Vidrios polarizados Cosmópolis, nuevo opus del canadiense David Cronenberg, es una anécdota más que un relato de ficción basado en la novela homónima de Don DeLillo, que busca a través de un discurso absolutamente crítico y cínico exponer con detalle la futilidad de la vida a partir del avance irrefrenable de un capitalismo salvaje que se ha convertido en religión y ha hecho de la sociedad de consumo su principal fuente de vitalidad, fagocitando voluntades al ritmo de un latido que no descansa y sólo se frena para el recambio de los actores. Para esa dialéctica perversa, que mira el mundo desde la más pura abstracción, el afuera o mejor dicho todo lo relacionado a lo externo es pasible de un reduccionismo tan grande que todo se vuelve cuantificable, intangible y virtual. Nada más absurdo entonces como representación de ese concepto que el dinero: una cifra seguida de ceros que determinan quién vive y quién muere, pero así como se acumula también se pierde en un segundo y eso es lo que le ocurre al protagonista de esta larga charla para sordos cuando sus predicciones económicas sobre el avance del yuan, la moneda china, amenazan con destruir su imperio y su fortaleza de bienestar artificial, resquebrajada en gráficas que descienden en pantallas HD. Ese presente que en realidad para los fines de este film se disfraza de futuro se escapa si la mirada no lo cruza o confronta como es el caso de la puesta en escena meticulosa, planteada en el interior de una lujosa limusina blanca que recorre lentamente la ciudad de Nueva York en busca de una peluquería para satisfacer los deseos y caprichos de Erick Packer. A bordo de esta nave, cuyos vidrios no dejan tener contacto con el mundo exterior; con la suciedad y los rostros famélicos, se encuentra el recién mencionado Eric Packer (Robert Pattinson), un multimillonario de 28 años, quien pese a las alertas sobre un posible atentado contra su persona desafía su propia inercia y sedentarismo al pedirle a su chofer que lo conduzca hacia la peluquería de su infancia para hacerse un corte de pelo, tal como solía realizar en el pasado que parece lo único real en su existencia. A ese templo de la vacuidad rodante se van sumando distintos personajes como asesores de mercado, amantes, doctores, consultores, quienes entablan diálogos filosos con el protagonista en función de una idea integradora del discurso. Así, le llegará también el turno a la función de los medios de comunicación, al sin sentido de acumular riquezas cuando los pobres arrojan ratas a los ricos en medio de protestas antisistema; entre un solipsismo y una radiografía cruel y decadente del mundo postmoderno. Cosmópolis nos devuelve a aquel David Cronenberg de Crash o Videodrome -claro está con muchos más años encima y cine a las espaldas- con un Robert Pattinson alejado de las adolescentes de Crepúsculo, reflejando sin fisuras en su actuación el ocaso de un yuppie, acompañado de un racimo de grandes actores como Juliette Binoche, Paul Giamatti, Mathieu Amalric, Sarah Gadon, entre otros, en un film que a muchos les resultará denso y sobre dialogado y a otros muy interesante desde su aspecto formal y transgresor. Pero que a la mayoría le generará indiferencia.
Mi reino por un corte de pelo. Las calles de Manhattan son un cáos. Por un lado, el presidente está en la ciudad y, al parecer, hay algo que hace que su vida corra riesgo, por lo cual se mueve con una comitiva inmensa que bloquea absolutamente todos los accesos posibles para llegar al primer mandatario. Por el otro, una protesta de anarquistas domina los pocos lugares de tránsito que quedan disponibles y, como si fuera poco, un funeral multitudinario hace que todo el amontonamiento urbano se haga todavía más grave. En este contexto, el joven y excéntrico millonario Eric Packer (Robert Pattinson) está encaprichado con cortarse el pelo en una peluquería específica... al otro lado de Manhattan. En un viaje que le tomará prácticamente un día entero, un puñado de personajes diferentes pasarán por su lujosa limousine-oficina, cargada con la más alta tecnología para seguir sus negocios y hasta su estado de salud. Eric es paranoico, al nivel de realizarse un tacto prostático dentro de su automovil. Pero su paranoia a veces se toma descansos, y se convierte en un sagaz hombre de negocios. Un hombre que (¿intencionalmente?) realiza un mal movimiento de acciones, y en segundos queda prácticamente en la calle. Eso, de alguna forma imperceptible dentro de su frialdad, lo transforma en otra persona. Algo así es Cosmópolis (Cosmopolis, 2012), la nueva película del gran David Cronenberg, que vuelve a patear el tablero con una obra completamente anticlimática, anticinemática, plagada de escenas que -en una primera vista- parecen de relleno, de puro onanismo artístico, pero que con el correr de la cinta se van transformando en pequeñas piezas de una torre que está a punto de derrumbarse. Cosmópolis es caos, y a su vez es una calma tensa, que nos da a suponer que algo terrible se avecina. Todo disfrazado bajo el manto de frialdad e inexpresión de Eric, magistralmente interpretado por Robert Pattinson, que logra con este personaje alejarse del romántico y emocional Edward Cullen. Eric es como un cubo de hielo en La Antártida, gélido y -si no fuera por su magnifica riqueza- capaz de pasar desapercibido en cualquier lugar. Pero no es el caso. Eric es un tipo poderoso en un contexto en el cual los poderosos son mala palabra, y por eso su vida (por múltiples razones, incluída su mismo desequilibrio) está en riesgo. Este es el caso de una película que no es para todos. No solo la audiencia, sino la misma crítica se dividió entre gente que la calificó como una obra de arte y gente que no tuvo reparos en detestarla. Aquí me tengo que parar en el medio, ya que comprendo el por qué de las críticas negativas, pero no puedo hacer otra cosa que halagar este trabajo de Cronenberg, que muta permanentemente en la pantalla, y esta vez se la jugó con una película que a simple vista parece diminuta (prácticamente las dos horas se pasan dentro del auto de Eric), pero que esconde todo un trasfondo que la convierten en una obra complejísima y de múltiples análisis. Cada quién se irá con su opinión, no solo sobre la calidad de Cosmópolis, sino sobre su mensaje real. Y de eso, si vamos al caso, se trata el arte. @JuanCampos85
El capitalismo a través de un cristal La película guionada y dirigida por Cronenberg muestra el derrumbe del sistema económico en los Estados Unidos a través de la mirada de un financista rico. Robert Pattinson logra un gran trabajo en el rol protagónico. Eric Parker tiene 28 años, es obscenamente rico y necesita un corte de pelo. Antes de partir hacia la peluquería que está del otro lado de la Manhattan, escucha de su guardaespaldas que el viaje va a ser largo y difícil porque hay muchas vallas y calles cortadas porque el presidente está en la ciudad. "Sólo por curiosidad ¿de qué presidente me hablás?", pregunta Parker, "El de los Estados Unidos", responde divertido el custodio ante la incredulidad del joven financista millonario, que con su interrogante da a entender que le resulta incomprensible que el mundo persista en mantener esa figura definitivamente obsoleta. Cosmopolis es la adaptación de la novela homónima de Don DeLillo que David Cronenberg dirigió y también guionó para hablar del capitalismo desde uno de sus artífices, un genio de las finanzas, vacío, desconectado con el mundo –o mejor, conectado a las cifras del mundo, el mundo en cifras a través de una pantalla–, que decide hundir su fortuna, hundirse, apostando contra la subida de la moneda china, el yuan. La limusina parte y con ella va Eric Parker (Robert Pattinson, hierático, inasible, perfecto en su rol), rodeado de cuero, pantallas, lujo reluciente pero instantáneamente decadente. Parker va en busca de un poco de verdad a una peluquería de barrio, pero en el camino recibe a asesores, a un médico que le revisa la próstata, tiene sexo, baja del suntuoso auto, habla con su esposa, persigue a su esposa, sigue su ruta, se ve rodeado por una manifestación de anarquistas que protestan por el estado de las cosas. Un derrumbe que Parker, con sus números, su frialdad, ayudó a desencadenar, pero Parker, responsable de la desesperación de millones, necesita un corte de pelo y encontrar algo real. Cronenberg hace una puesta alucinada y asfixiante para el viaje del protagonista, un mundo visto casi siempre desde los cristales de una limusina, un sistema que se derrumba pero que no, si no es Parker será otro el que tome su lugar. A su manera, también él es un dinosaurio, un hombre joven que un día araña la reflexión –"Siempre fui el más joven de todos los que estaban a mi alrededor y eso comenzó a cambiar"– y eso lo convierte en un objeto descartable. Y él lo sabe. La epifanía de Parker, nunca explícita, pero consecuente con sus actos, con su inmolación, se define en los mercados asiáticos y tiene su broche final en una habitación hedionda, cara a cara con su némesis, Benno Levin (Paul Giamatti), un hombrecito insignificante, un desecho del sistema que frente a Parker ensayará un acto trascendente aunque falso. Parker, con su corte de pelo a medias lo sabe y no puede ocultar su decepción.
As the world turns in violence-torn urbania Starring Robert Pattinson, new Cronenberg outing Cosmopolis takes you on an awesome stretch limo ride Erick Packer is right: we need a haircut. The traffic uptown may be and indeed is a ride through hell, but we do need a haircut. Period. And what’s the reason for such a chaotic state of things, if we may ask? The president’s in town. Which president are we talking about? The question and the answer, depending on the context and timeline David Cronenberg’s new movie Cosmopolis is watched in, is far from banal, ironic or downright stupid. Hardly a day has gone by since Barack Obama’s clear victory in the US presidential elections, flatly defeating Republican hopeful Mitt Romney, and it seems quite right for the release of the new Cronenberg (actually, first shown in May at Cannes). We need to stay focused, don’t we? So before we move on to a different topic, let’s agree on this simple fact of life: when you need a Haircut, a haircut you must have regardless of physical obstacles. Good. Now casually onto a different, seemingly more important matter: how has the NYSE done today? Have our stocks soared or plummeted? Have we made huge gains or turned enormous losses? Not that it matters: money is immaterial, printed bank notes are bonds to be redeemed some time in the near or distant future, always at a profit. Adapted from Don DeLillo’s nouvelle and starring Twilight’s Robbert Pattinson as Erick Packer, an eccentric yuppie billionaire who’s made his fortune as an asset manager, David Cronenberg’s
Cosmopolis es para David Cronenberg una vuelta a su cine, al de Crash, Videodrome o Existenz, más alejado del giro narrativo de los últimos años con películas más redondas o clásicas como A History of Violence o Eastern Promises. Se trata de un film complejo basado en la novela homónima de Don DeLillo, que en su momento se categorizó como infilmable como a tantas otras, y que encuentra en la adaptación su principal bloqueo. Fría y distante, como una limusina convertida en oficina que amortigua cualquier contacto con el mundo exterior, la película se convierte en un estudio técnico sobre el capitalismo devorador de hombres centrándose en la figura de Eric Packer. Un sujeto que se mueve como pez en el agua en el ámbito financiero, con manejos y negocios bursátiles que lo han convertido en multimillonario, se encuentra atosigado por una operación cambiaria, una apuesta en contra del yuan que le hace perder millones a cada segundo. Ante ese panorama su único deseo es conseguir un corte de pelo en la peluquería del barrio, que queda al otro lado de la ciudad, símbolo de aquello real, tangible e identificable, dentro de un mundo de dinero inasible y de relaciones clínicas. En su trayecto entablará una serie de contactos, todos dentro del lujoso vehículo, que van desde los negocios hasta cuestiones personales –sexo, chequeo médico, encuentro con un conocido- mientras el mundo colapsa alrededor, con un Occupy Wall Street escrito y filmado que se previó ocho años antes de que ocurriera. Ante las posibilidades de este análisis crítico del capitalismo y su impacto en la naturaleza humana prometido desde la sinopsis de la película, uno no tiene más que desilusión frente a lo que realmente se encuentra, con una película superficial que plantea una premisa y la da como válida sin ninguna exploración, con una suerte de camino de autodestrucción que justifique su ausencia de contenido. Packer, en una muy buena interpretación de Robert Pattinson, tiene un objetivo claro desde que su día comienza y, lo que aspira ser una tortuosa caída hacia el fango, se percibe más como una maniobra calculada de humanización de un ser ya abstracto. Cosmopolis es un bienvenido regreso del director canadiense a un estilo que lo hizo reconocido, pero sucumbe bajo el peso de la novela que le da origen, al punto de que en vez de acortar la enorme brecha con quien no está familiarizado con la misma, la incrementa. Aún a pesar de los intentos de dotar de peso a los personajes casuales con intérpretes como Mathieu Amalric, Juliette Binoche, Samantha Morton o Paul Giamatti, una historia que se vale de un diálogo de ida y vuelta permanente para avanzar -sea de temas fundamentales o triviales-, antes que de las imágenes, acaba convertida en un ensayo con menos firmeza que la de su etéreo protagonista.
This is the end, my only friend… No son pocas las personas que dicen el capitalismo está muerto y debe dejar de existir. Numerosos documentales han hecho hincapié en este asunto tomando como principal referencia la crisis del 2008… y es muy posible que así sea. Lo cierto es que yo no entiendo mucho de economía, y no he visto tampoco todos aquellos documentales. Ahora bien ¿cuál es la mejor forma de expresar el fin del capitalismo a través de la ficción? George Romero elige a los muertos vivos. David Cronenberg elige a Robert Pattison. Con esto no quiero armar una analogía con el fin del cine, ni mucho menos. Al contrario. Mostrando el fin del capitalismo, Cronenberg logra crear una de las películas más inteligentes y divertidas que se hayan realizado sobre el tema apelando a constantes simbolismos y, un lenguaje filosófico pretencioso que en realidad satiriza al lenguaje filosófico pretencioso. Además, sabe aprovechar al máximo las virtudes físicas y las limitaciones interpretativos de su estrella. “Un talento mal usado, es un talento desperdiciado”. ¿Acaso es una defensa que hace Cronenberg sobre las capacidades del protagonista de la Saga Crepúsculo? Puede ser. Lo cierto es que Pattison está perfecto como este austero y vampírico agente de bolsa de Wall Street que con solo 28 años amasó una fortuna y pretende gastarla lo antes posible antes de quedar en bancarrota… y al mismo tiempo se va a cortar el pelo. Cronenberg usa una puesta completamente teatral. La película no sale de espacios limitados. Aún los exteriores son espacios limitados visualmente. Peter Suschitzky logra un interesante trabajo de elección de lentes eligiendo angulares para el interior de la limusina de Eric y teleobjetivos para los exteriores. Prácticamente nunca Cronenberg abandona a su protagonista de la visión del espectador. Está en cada escena. Como si fuera un rey o farón de alguna obra teatral griega que no deja su trono (dentro de la limusina) recibiendo a toda su corte, secretarios y ministros que lo aconsejan, lo cuidan pero al mismo tiempo se burlan de él. No falta la esposa traicionada, las amantes, el médico, el visir, los consejeros, la oráculo e incluso el bufón. La única diferencia es que se trata de un trono móvil. Eric recorre supuestamente toda la ciudad – o toda la ciudad se mueve para llegar a Eric – encontrándose con gente que le anticipa que está transitando un camino al infierno. Muy parecido al de Apocalipsis Now. Y obviamente - ojo, ¡spoiler! - se enfrentará al mismísimo demonio, a quién primero lo insultará, lo rebajará negando su existencia hasta que este le demuestre que no puede escapar de su destino. El director de Pacto de Silencio es un maestro generando climas de tensión constantes. Sus obras suelen ser lentas, dialogadas, densas pero cargadas de atmósferas oscuras, extrañas, surrealistas. Cronenberg cuida cada detalle de la puesta en escena (aunque lo niega) y este caso no es la excepción. La banda sonora de su habitual colaborador, Howard Shore o el diseño de vestuario de su hermana Denise aportan la densidad necesaria para convertirla en un obra gótica. La película tiene la estructura de Después de Hora o La Hora 25: todo sucede en un día, el protagonista cambia de escena, como cambia de personaje que le viene a anticipar su caída bursátil, moral y física. El film tiene un tono oscuro, pero hipnotizante. Las luces de neón contrastan con el apocalíptico mundo fuera de la limusina, dominado por las ratas. La tecnología empieza a morir y convertirse en innecesaria a medida que avanzan la reuniones, las cuáles mantienen una carga sexual muy típica en varios casos. Como en otros films del director, tecnología y relaciones carnales se fusionan en un mismo espacio. A veces dando la sensación que no hay cortes, como si todo fuera un sueño continuo sin pausas ni elipsis. Cosmópolis es un film filosófico que transciende su crítica económica para simbolizar el fin de un personaje que se va desnudando inteligentemente ante el espectador, y también tiene lecturas religiosas relacionadas con los contrastes de Dios y el Diablo. Cada escena tiene una puesta excepcional, meticulosa, milimétricamente planeada. Se pueden ver numerosas relaciones visuales con Almuerzo Desnudo, Una Historia Violenta e incluso Promesas del Este. Sin embargo, acá el morbo pasa por destruir a un personaje que intenta ser simpático y termina siendo un pretencioso muchachito rico y excitado. El personaje atraviesa un río de miseria en línea recta, partiendo de Wall Street hasta llegar a una peluquería en el Bronx. A partir de acá es donde más se nota el mundo estirilizado del director: arranques de ira violentos, repentinos y gráficos, particulares de la cultura cómic, que recuerda a la manera en que Cronenberg ha explotado cabezas a lo largo de toda su filmografía. El film toma lo mejor del Scorsese o el Coppola más ambiguo y le suma esa metafísica densa e irreal del universo del autor. Cosmópolis, se puede leer como una burla al espectador, una burla a lo que el espectador puede llegar a esperar de estrellas como Pattison (que comienza paradójicamente con una palidez vampírica y anteojos negros como huyendo de la luz solar), Jay Baruchel, Juliette Binoche, Mattheu Amalric o Paul Giamatti, que tiene uno de los mejores personajes del film. Sátira al mundo capitalista, a la sociedad consumista, salvajemente retratada por una visión cínica y absurda, anarquista y apocalíptica donde las ratas comienzan a apoderarse del mundo; es un film hermoso, siniestro y odioso al mismo tiempo. Cronenberg nunca hizo cine para las masas, ni para los críticos, ni tampoco para agradar a los jurados de los festivales, pero lo cierto es que estamos frente a una de las propuestas más radicales de su autoría, aquella que busca provocar, pero sin dejar de lado una impecable factoría audiovisual, donde se nota su mano desde los créditos iniciales hasta el plano final. ¡Cronenberg vive, larga vida al rey!
VACIO Y VIOLENCIA David Cronemberg insiste con otra historia recargada y muy hablada que postula -lo ha dicho- “la visión del lenguaje como instrumento de poder”. El relato de Don DeLillo le da estructura y tono a este filme denso, desparejo, interesante, una desoladora metáfora sobre el capitalismo y sus víctimas, una suerte de viaje hacia el infierno más íntimo a bordo de una limusina que cruza Nueva York llevando a Eric (un inexpresivo Robert Pattinson), un joven arribista, millonario y desolado. Ese vehículo es su oficina y su casa Allí recibe al médico, a sus amantes, a sus asesores. Y por las ventanillas asoma la realidad: piquetes, sirenas, guardias. La idea es fascinante: un mundo fantasmal, virtual, globalizado y sin rostro viajando con vidrios polarizados por una ciudad que se deshace a los gritos. Solo hay palabras que transmiten descomposición y desasosiego. Es que “el futuro es impaciente y nos presiona”, dice Eric. Todos los que entran y salen de esa limusina están en los bordes del vacío más absoluto: “Fumo para añadirle algo de drama a mi vida”, dice esa señora olvidada y distante. Cada tanto la gente golpea contra los vidrios pero nadie escucha. En ese clima de ensueño, Cronenberg convoca otra vez a una violencia que circula por territorios simbólicos y que puede ser infierno y purificación.
Sólo vine a cortarme el pelo El cine de David Cronenberg siempre fue desconcertante y, por supuesto, inquietante, perturbador. Forma parte de una generación de cineastas que, a su manera, supieron continuar la línea de otros grandes directores en los sesenta y los setenta como sintomatólogos del presente (ver excelente artículo de Silvia Schawarzböck en la revista Kilómetro 111, La escena contemporánea), lanzando diagnósticos terminales sobre la humanidad en esta nueva etapa de mercados tecnológicos y de la conformación de una nueva sensibilidad. Ahora bien, si Spider (2002) marcaba un cierto desplazamiento temático de la descomposición de la carne hacia la mente de un esquizofrénico, marcando un punto de inflexión, Una historia violenta (2005), Promesas del Este (2007) y Un método peligroso (2011) provocaron una catarata de rumores disconformes, amparados bajo el temible fantasma de la autoría: que el canadiense se había vuelto clásico, que no se notaban sus marcas personales o que había perdido fuerza (tan sólo porque ya no abundaban explosiones de cabezas o bichos saliendo de los cuerpos). Otros, incluso, festejaron con bombos y platillos este supuesto nuevo rumbo. Contrariamente, creo que este bloque de films que llega hasta Cosmópolis (2012) confirma la habilidad del director para moverse dentro de parámetros industriales en un aparente clasicismo sin resignar en absoluto sus obsesiones (como sí hizo Scorsese con Hugo, por citar un ejemplo), como una forma de reinventarse, además de confirmar una vez más su particular habilidad para llevar a la pantalla grande literatura sin dejar de respirar cine. Cosmópolis es una novela de Don DeLillo ambientada en el año 2000 que se sostiene en base a ráfagas narrativas, donde los hechos suceden en relación a la escasez de tiempo que se tiene en la era del capitalismo en su etapa más salvaje, allí donde los seres humanos han perdido cualquier tipo de capacidad afectiva, el lenguaje se reduce a la banalidad de dos o tres frases entrecortadas y el valor de intercambio material alcanza velocidades inimaginables, a tal punto que, como reza el epígrafe de la novela (también el del film), “la rata deviene moneda de curso legal”: es decir, el carácter transitorio, pasajero y convencional de las cosas, aún del vil metal, es la marca del futuro. La película comparte este efecto demoledor acerca de la reducción de toda experiencia sensorial perdida en el desaforado mundo del capital tecnológico. Pero allí donde la velocidad opera en la novela como una marca visible desde lo formal por el ritmo en que se cuentan los hechos, Cronenberg nos ofrece una morosidad que mantiene desvelado, que intranquiliza y tensa los mecanismos de espera hacia algo que parece estallar y nunca lo hace subrepticiamente (rasgo compartido con Un método peligroso), como si quisiéramos escapar de algo que no podemos (poder hipnótico le llamarán algunos, sólo que aquí somos conscientes de lo que vemos en pantalla). Desde el comienzo, el plano secuencia nos introduce de lleno en “el radiante brillo del capitalismo” a través de esa fila de limousines atascadas hasta llegar al protagonista de la historia, un joven multimillonario interpretado por Robert Pattinson, más vampiro que nunca con su rostro pálido y su semblante monocorde, cuyo capricho es cruzar Manhattan en busca de su peluquería, hecho que lo llevará (en un final bien borgeano) al encuentro con el personaje de Paul Giamatti, ese “otro” que marcará su inevitable destino. Es así que el riesgoso trayecto se convierta en una especie de antiodisea, pues, en vez de aventuras dignas de destacar, nos enfrentamos a diálogos sobre finanzas con diversos personajes que ingresan a la limousine-nave cibernética, a relaciones sexuales esporádicas y revisiones médicas, conservando un espacio dramático asfixiante y claustrofóbico. Mientras tanto, el afuera está signado por un clima apocalíptico de movimientos continuos que contrastan con el estatismo interior: manifestaciones, gente sosteniendo ratas, personas corriendo y un presidente que visita la ciudad con riesgo de atentados. Hay una escena que marca la idea de capitalismo sordo y salvaje, aquella en que el protagonista conversa con otro mientras el auto se mueve como producto de los ataques de manifestantes, sin que la charla se altere en lo más mínimo. Los quiebres se producen cuando Eric sale. Allí juega a ser el marido de una hermosa rubia, entre otros signos que no develaremos aquí para no contar el final, como una forma de desafiar el aburrimiento cotidiano. Todo lo anterior no queda relegado, afortunadamente, al plano narrativo. Cronenberg apuesta a las imágenes como portadoras de sentido y como móviles para generar una especie de extrañamiento, ya sea con la lentitud de sus recorridos con la cámara o con la utilización de angulares deformantes para connotar esa especie de mundo (in)feliz informático, cerrado al consumo y consagrado a la frialdad de sus participantes. En aquellos momentos en que los personajes bajan a la realidad de las calles, su palidez se confronta con los otros seres, de carne y hueso, con sangre, que no participan de la misma carrera que unos pocos privilegiados y dueños del mundo. El director vuelve sobre la desaparición del sujeto, en este caso, extraviado en una acumulación de gestos mínimos y acciones intrascendentes (“me acurruco y trabajo”, “leo libros y bebo brandy”) donde poco se sabe sobre qué hace el otro y su vida es un valor de intercambio sostenido en la utilidad del momento (cuando el custodio no sirve más, Eric lo mata con frialdad); también sobre la idea de un mundo donde es necesario renovar los placeres cada segundo. Hay una escena maravillosa en la que el médico revisa la próstata (asimétrica) del protagonista y éste comienza a excitarse con la mujer sudorosa que tiene en frente apretando una botella de agua mineral. Cosmópolis parece, a primera vista, anacrónica en su planteo. Me hizo acordar mientras la veía a Life without principle, de Johnnie To (2011); por un momento creía ver algo desfasado de lo contemporáneo, donde se hablaba de hechos ya conocidos. En una segunda lectura, uno se da cuenta de que el problema es la saturación de información mediática sobre estos temas que genera la impresión de que uno los viene viendo y escuchando durante décadas y, sin embargo, son recientes. También, en una segunda lectura, la película de Cronenberg confirma que su cine es esa imagen viral que queda impregnada en la retina una vez más, capaz de someter nuestra mirada a extraños placeres.
David Cronenberg ha sabido construir un nombre a partir de sus producciones, sobre todo las ultimas, pero en este caso ha dado un paso para atrás, y no es que se haya dormido en los laureles y se copie a si mismo, es lo contrario, esa búsqueda constante lo llevo a realizar un filme por momentos incomprensible y por otros anodino. Muy alejado de sus inicios con realizaciones como “Cuerpos invadidos” y “La zona muerta”, ambos de 1983, o siguiendo en la estética, o dentro de la temática del terror, esa pequeña maravilla que fue “La Mosca” (1986). Su búsqueda de formas y contenidos narrativos fue incesante, hasta cambiando radicalmente los géneros que utiliza para instalar algo de sus ideas más constantes, o hasta se podría decir obsesiones, como es el manejo indiscriminado del poder y sus consecuencias. Ejemplos claros de esto serían “Una historia violenta” (2005), “Promesas del Este” (2007), hasta se podría incluir la maravillosa “Un método peligroso” (2011). Traslación de la obra literaria homónima de Don DeLillo, esta película intenta sostenerse mayoritariamente a base de diálogos, con un andar lento, pausado, cansino. Por supuesto que el director hace jugar, y juega muy bien con los tiempos muertos y con los espacios cerrados, pero en algún momento se olvido que hay un espectador al que no pode aburrir y menos confundir. Los diálogos se asignan un lugar de importancia en la narración, y lo estrictamente visual queda limitado a unos seductores encuadres. Es tal la repetición de frases sentenciosas y tal la acumulación de imágenes que nada agregan ni a la progresión dramática de la historia ni al buen desarrollo del personaje principal. Los temas más recurrentes no son menores, el dinero, el poder, el futuro, la muerte, la mentira, la traición, y hasta se da tiempo de tratar el tema de la paternidad, en su por qué y para qué. Todo parece transcurrir en 24 horas. ¿Quién podría afirmarlo? Las últimas horas de la era capitalista. En ese momento y lugar Eric Parker (Robert Pattison), un joven de 28 años, de los más ricos del planeta, será testigo y pieza importante de la decadencia del hasta ese momento su seguro mundo. Pero todo lo que él desea, tipo capricho injustificado, es atravesar la ciudad en su inmensa limusina, símbolo de poder, para cortarse el pelo. Casi todo va a suceder dentro del espacio físico de ese vehiculo de grandes dimensiones, en el que podemos encontrar detalles y objetos que en casas de clase trabajadora no hay. En ese espacio se produce todo un desfile de personajes que le tributan reverencia, mientras que en el afuera ocurren cosas que nuestro héroe no puede o no quiere registrar. Incluida la visita del presidente de los EEUU en medio de una gran protesta popular, con estallidos de violencia incluidos Aparece un médico para hacerle análisis de rutina, que se repiten a diario, prostitutas, lacayos, guardaespaldas, etc. En ese devenir constante de personajes esta lo mejor del filme, con algunas de las apariciones como la de Juliette Binoche, Samantha Morton, y en una de las pocas escenas fuera del vehiculo Paul Giamatti, quien se fagocita la película, claro que sin demasiado esfuerzo. Durante la proyección no queda nada demasiado claro, sólo el intentar entenderla acerca a esta interpretación que, confieso por no haber leído la novela, sabiendo que esto no es necesario, no se si es del todo valida. Y por si fuera poco, el papel principal cayo en manos de Robert Pattinson, el mismo de la saga “Amanecer”, que aquí vuelve a demostrar que tiene menos recursos histriónicos que un rinoceronte, hasta las hienas son más creíbles en su risa.
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Fallido intento de llevar la novela al cine Cosmópolis, nueva película de David Cronenberg (Videodrome, La mosca, Naked Lunch, entre otras), basada en la novela homónima del escritor norteamericano Don DeLillo, es un intento –fallido, a mi entender– de retratar un día en la vida de Eric Packer, agente del mercado de acciones. La película comienza con un paneo completo de la gran limusina que llevará a Packer de una punta a la otra de la ciudad, para que éste se corte el pelo. Allí, cómodamente instalado, será visitado, en el mismo vehículo, por varios socios y empleados, por amantes y hasta por un médico, ya que se hace un chequeo diario de salud… Indolente, alelado, caprichoso, el protagonista de esta historia es víctima de un ataque de jóvenes anarquistas (el mismo día en que hay una aparición del presidente de los Estados Unidos), visita una librería, algunos restaurantes, una fiesta rave y hasta se cruza con el velorio público de su cantante de rap favorito. Finalmente, y tras lograr arribar a la peluquería al final del día, se encontrará con otro personaje, quien encarna para Packer lo que se suele llamar “el destino final”. Cronenberg, que dijo en un reportaje que tenía presente Líbano y El barco –e hizo ver esas películas a su equipo técnico–, en lo que hace a filmar en ambientes cerrados y “claustrofóbicos”, basó su guión (casi idénticamente) en los diálogos originales de la novela de DeLillo. Pero el resultado no es bueno: la película pone demasiado énfasis en el propio viaje de Packer, desdibujándose el propio protagonista. Los diversos diálogos que tiene Packer con cada visitante de la limusina, va hilando la subjetividad de éste: “filosofía de vida”, conclusiones, dudas “existenciales”, conectadas con caprichos (pretende comprar, cueste lo que cueste, una catedral entera) y su riesgosa apuesta contra la moneda china, el yuan, hacen, de conjunto, una mentalidad contemporánea posible: la de los yuppies o brokers; la de aquellos “amos del universo” (masters of the universe) que varios lustros antes ya retratara Tom Wolfe en su renombrada novela La hoguera de las vanidades. La película de Cronenberg, en cambio, termina dando una serie inconexa de discursos, carentes de (algún) hilo argumental, dejando todo en una suerte de (casi siempre arbitraria) “disquisición filosófica” sobre el presente, apabullando o confundiendo; muy lejos de cierta profundidad que hay en DeLillo, quien toma temas esenciales del ser humano para contrastarlos con su manifestación concreta en el mundo contemporáneo (en la realidad social, económica, política y cultural), y con las (generalmente “sorprendentes”, originales) visiones “personales” de sus personajes. Por otra parte, la crítica, divida entre detractores y alabadores tout court, en muchos casos no ha leído la obra original; de ahí que haya largas disquisiciones sobre el movimiento Occupy Wall Street y la actual crisis financiera. Pero en realidad, la novela, publicada en 2003, se hace eco de aquella lucha conocida como “la batalla de Seattle” –si se quiere, un antecedente ya remoto de Occupy–, de fines de 1999, y de las crisis de las empresas “punto com”, como WorldCom y Enron, de 2001. Cronenberg apenas si hizo algo para aggionar la historia: cambió el yen japonés de la novela por el yuan chino… y nada más (otra opción hubiera sido plantar la película en su año original). A lo que hay que sumar que Robert Pattinson, el actor protagonista, es “naturalmente” distante, lo que genera la paradoja de un actor no-creíble para Packer; cuestión que no subsanan algunas interesantes interpretaciones de los personajes secundarios. En síntesis, hay aquí una película fría y seca: limusina sobredimensionada, actuaciones erráticas (o errantes, producto del guión), que no logra estar (a su modo, por supuesto: nadie pretende una “reproducción fílmica” de una obra literaria) a la altura de la mejor e interesante novela de DeLillo.
Cronenberg domina todos los aspectos de la puesta en escena para construir un filme opresivo y ominoso sobre la decadencia de un hombre y el capitalismo. Cada semana llegan a nuestras pantallas estrenos por montones, algunos valiosos, otros que buscan como único propósito brindar un entretenimiento pasatista a la vez que facturan fortunas y los locales que buscan su espacio de difusión. En ese contexto, autores como David Cronenberg quedan muy pocos y no todos llegan a nuestras pantallas. Por eso es preciso hablar de Cosmópolis, el filme con el que este año el realizador canadiense ha competido en Cannes. En alguna medida podríamos definir a Cosmópolis como una anti Road Movie ya que si bien el relato tiene lugar casi todo en tiempo en un vehículo en movimiento la puesta en escena transmite una sensación de asfixia y encierro que no es común ni siquiera en algunas road movies de terror. Eric Packer es un joven multimillonario en plena crisis personal. Él decide atravesar la ciudad de Nueva York, en su limusina, para cortarse el cabello. El tráfico está particularmente pesado debido a que el presidente de los Estados Unidos se encuentra en la ciudad y abundan las manifestaciones antisistema. Cosmópolis relata ese recorrido en el cual Eric irá recogiendo y dejando eventuales interlocutores con los que hablará de cuestiones económicas, bursátiles, personales e incluso se hará un chequeo de rutina y tendrá sexo. Si bien para los que lo conocen Eric Packer parece ser una persona segura que tiene todo bajo su control el notable trabajo de Cronenberg nos pone de manifiesto en cada dialogo y en cada mirada del personaje encarnado por Robert Pattinson su angustia y su fragilidad. Es por ello que no entiendo las exageradas críticas que sufrió el protagonista del filme, aunque es incuestionable que cuando este interactúa con actores de la categoría de Juliette Binoche o Paul Giamatti el filme crece. Como era de prever David Cronenberg domina todos los aspectos de la puesta en escena para construir un filme opresivo y ominoso sobre la decadencia del capitalismo y la timba financiera encarnadas en un hombre que deambula casi sin rumbo sobre su limosina blindada pero con el secreto deseo de correr algún riesgo más físico, doloroso y vital.
La nueva propuesta de David Cronenberg ha generado controversias desde el momento de su estreno mundial, dividiendo claramente las aguas de críticos y espectadores. Nadie tiene la verdad absoluta a lo que valoración cinematográfica respecta, sin embargo, es innegable que quien vea esta película no permanecerá indiferente a la misma. Podrá amarla u odiarla, recordándola por uno u otro sentimiento. El multimillonario Eric Parker decide cortarse el pelo en el otro extremo de la ciudad el mismo día en que el presidente norteamericano sufre una amenaza y que el director del FMI es atacado en un programa de televisión. El embotellamiento y el caos que se vive en Manhattan harán que un simple viaje a la peluquería modifique toda la existencia de Parker. El mundo de este joven capitalista se desarrolla de manera íntegra dentro de su limusina, idéntica a la de otros tantos poderosos. No duerme, no consigue construir relaciones verdaderas, sufre de pánico irrisorio y paranoico a la muerte (tiene controles médicos diarios) y una agobiante rutina que se repite día tras días con ínfimas variaciones. “La vida es demasiado contemporánea”, desliza el personaje de Juliette Binoche, retratando indirectamente de cuerpo entero al destruido protagonista. Cosmópolis es una historia compleja, difícil de asir, que encuentra su punto más flojo en Robert Pattinson, actor de escasos recursos para interpretar a este calculador y frívolo hombre de negocios. La atmósfera claustrofóbica de su limusina, esa burbuja cinco estrellas que lo divide de la realidad del mundo, es donde el director aprovecha a situar sus mayores críticas a la modernidad. “Cuánto más visionaria es una idea, mayor cantidad de gente queda excluida”, dice Samantha Morton durante una protesta contra el avance del capitalismo. “Destruye el pasado, crea el futuro”.
La nueva Babilonia Se sabe, Cronenberg es un director que toma riesgos. Se atrevió al hermetismo psicodélico de “El almuerzo desnudo”de Burroughs o a J.G. Ballard y su “Crash”. Su último escritor es Don DeLillo y su visionaria novela “Cosmópolis”, de 2003. Los logros, esta vez, quedaron a mitad de camino. Eric Parker, joven y cínico magnate, arranca su día con un único objetivo visible: viajar en su limusina al otro lado de Manhattan para hacerse un corte de pelo. El vehículo viaja como si fuera en cámara lenta por Nueva York, ya que el presidente de Estados Unidos está de visita en la ciudad y el tráfico está congestionado. La cámara se instala dentro de la limusina ultratecnificada y otra película ocurre afuera, tras los vidrios insonorizados y polarizados: Nueva York es como una Babilonia del capitalismo apocalíptico, las calles son un caos, la crisis está a punto de hacer estallar a la mismísima ciudad cuyos pobladores parecen un ejército de zombies. Eric viaja en su limusina-burbuja, casi una nave espacial, la simbología del útero. La atmósfera lograda es espectacular, tanto adentro como afuera del vehículo. A Eric no lo conmueve el caótico exterior que él mismo contribuyó a construir. A su auto van subiendo todo tipo de personajes que dividen el filme como en sketchs. Excelente también la construcción del personaje, a partir de la buena elección de Pattinson, quien de vampiro romántico pasó a ser un vampiro frío y peligroso. Lástima que todos estos fragmentos no alcanzan para construir un relato fílmico acorde a las expectativas; que todo lo que tiene de enfermizo y asfixiante el aire que inspira y expira Eric, que todo lo hermético que encierran los diálogos y que todo lo que se visualiza como una gran metáfora de los estragos hechos por el capitalismo en las últimas décadas, no alcanzan para conformar una gran película.
No cabe duda de que las películas de David Cronenberg basadas en libros a los que respeta demasiado son lo peor, lo más débil de una obra en general fascinante. “Cosmópolis” no es la excepción: aquí se trata de un hombre que viaja en limusina, un especulador bancario cuyo mundo se disuelve minuto a minuto en el caos sin que le importe, porque definitivamente vive en otro mundo: la alienación lo lleva directamente a lo zen. Ok, el film está basado en la novela de Don DeLillo; ok, el precedente literario es pesado. Ok, a Cronenberg siempre le interesa ver cómo un nuevo universo fantástico y visceral surge de las entrañas (a veces literalmente) de este. Ok, este film no descarta en modo alguno nada de aquello que formó siempre parte de su temática y estilo. Pero, como sucedía con “Almuerzo desnudo” y con la mucho mejor –pero igualmente “respetuosa”– “Crash-Extraños placeres”, estamos ante un “Cronenberg para críticos y/o especialistas y/o literatos”. Y, como pasó con “Un método peligroso” (una película con mucho más humor que esta supuesta sátira), con una lectura superficial de un texto en lugar de una interpretación personal. Bien, puede que Cronenberg crea que hoy solo es posible leer superficialmente y que el mundo es demasiado explícito. Sea: en ese caso, tenemos un buen film para discutir teorías fílmicas y seguir abonando las discusiones “d’auteur”. Pero será confundir, pues, “sesudez” con inteligencia. El caos del mundo aparece de modo mucho más inteligente en “Duro de matar”.
Todo lo sólido se desvanece en el aire Película visionaria, en la que el propio personaje se presenta como un espectro, emergiendo desde las cloacas de un sistema que se derrumba. El protagonista, dueño de una despreciable autosuficiencia, se va desdibujando, como la misma condición humana. En la última edición del Festival de Cannes donde el film de Michael Haneke, Amour, interpretados por Jean Louis Trintignant y Emmanuelle Riva, mereció la Palma de Oro, a partir de un unánime juicio del Jurado, corroborado simultáneamente por los críticos y el gran público (en Buenos Aires, tendrá su lugar su preestreno en pocos días más), el último film de David Cronenberg, realizador abierto siempre a toda una polémica, enfrentó de manera tajante a diferentes sectores. Y es que Cosmopolis, estrenado esta semana en nuestra cartelera, opera de igual manera en cuanta sala se proyecte; desorientando a gran parte del público, pese a que gran parte del mismo, ingrese a ver el film (particularmente los jóvenes) guiados por la palidez trasnochada de su principal actor, Robert Pattinson, quien desde un rutilante y estereotipado afiche vecino continúa convocando a los fans de la vampírica saga de Amanecer, junto a Kristen Stewart. Pero ahora, el actor, desde la visceral maestría de su realizador, ofrece otra visión del concepto de vampirización; sí, así, se me presenta su lectura y la particular elección de este actor, tomando como punto de partida la breve novela de DonDeLillo. Desde mi perspectiva el personaje que compone Robert Pattinson, Eric Packer, caracterizado por su fría y natural indiferencia, asiste burlonamente desde su condición de magnate en el mundo de las altas finanzas al derrumbe de ese sistema que él mismo ha ayudado a cimentar, construido en los despojados e indignantes escenarios del hambre, del dolor, de la desesperación. De todos los films de Cronenberg, cuya actividad data de los 70, Cosmopolis es la obra en la que la palabra construye todo un universo retórico que permite poner en acto, en pie de expresiones dialécticas, de enfrentamientos, una serie de cuestionamientos que partiendo de las conductas personales alcanzan problemáticas universales; en un momento, tal como lo estamos leyendo a diario, en el que las variables de ajuste no contemplan las más grandes urgencias. Podemos trazar cierta línea, desde esa concepción alegórica, entre Crash y este film que hoy comentamos. Y desde el ejercicio de la palabra, con su anterior film, Un método peligroso, pero aquí la mirada de su escritura asoma en cada plano cerrado, en esos encuadres en los que se tensiona la direccionalidad oblicua que define a un hombre y su arma; a esa manera de plantear desde el desborde el acto sexual, exento de todo gesto de ternura, sujeto a sólo una pulsión invadente, recortado en un repetido diagnóstico anatómico, en este caso, de poseer "una próstata asimétrica". Este sujeto que vaga por esos insomnes espacios que semejan universos de ciencia ficción (por un instante pensé en el film Ceguera) que se mueve en la noche neoyorquina escondiéndose de su paranoia, en el interior de su limusine. Film abierto a interrogantes, y más aún sobre ese plano final, el nombre ya nos remite a una denominación de ciudad futura; tal vez, como una manera de leer críticamente , casi desde una óptica nihilista, nuestro propio presente. Quizás, pueda Cronenberg ofrecer su acercamiento moral a este estado de corrupción en el que sólo merece este sistema, que ha generado tanta exclusión y miseria, es que le sean arrojadas ratas rabiosas. No hay mirada compasiva: frente a un mundo que se derrumba ,respecto del personaje, uno de los galanes de hoy, al que su realizador ubica violentamente en otro ángulo, sin anestesia ( como lo logró el siempre transgresor Stanley Kubrick con Tom Cruise y Nicole Kidman en su excepcional y póstumo film, Ojos bien cerrados), hasta enfrentarlo a un acto de violento desenmascaramiento. Desde aquí, desde este lugar de virtual llegada, podemos reconstruir ese periplo del personaje, que en su transitar por Manhattan, a bordo de su sofisticado vehículo, en el que el bar y el dormitorio, los medios informáticos y las cuentas bancarias lo llevan a pensarse como el gran creador, el más poderoso; como un emulo mismo de ese otro dios que su propio sistema inventó como instrumento de dominación. Film visionario, en el que el propio personaje se presenta como un espectro que se proyecta desde la serie misma de Amanecer, emergiendo desde las cloacas de un sistema que se derrumba, el personaje que compone Robert Pattinson, dueño de una despreciable autosuficiencia, manipulador de cuerpos ajenos, se va desdibujando, como la misma condición de lo humano, tal como lo señalan los títulos del film, que se muestran sobre las pinturas del pintor Jackson Pollock, cuya poética se identifica con el Expresionismo Abstracto. Edificios abandonados, escenarios que nos llevan a espacios de la marginalidad y tan poblada violencia, como en tantos otros de sus films. En Cosmopolis, el espectador que haya seguido la obra del propio realizador podrá encontrar hasta lugares afines y parlamentos familiares. Y los mismos lugares son duplicaciones seriales de pantallas dentro de pantallas. Las proyecciones que ahora vemos sobre el fondo de la limusine, mientras el personaje está transitando por las calles de manera sonámbula, robótica, adquieren una configuración pesadillesca, alentadas por la vocación surrealista de su director. Y hacia dónde se dirige este joven de palidez funeraria, Eric Packer, tras proezas sexuales, alcohol y negociados en este símil de nave terrestre?espacial sorteando actos de protesta por la zona de la Gran Manzana. Desde una extrema teatralidad, y una distante retórica, que reafirma una gran puesta en escena, dominada aquí por una gélida asepsia, ese itinerario nos lleva, desde su agenda a su peluquería favorita para arreglarse el cabello...mientras ese mundo se va derrumbando, tal como ya lo fue plasmando en sus proféticos versos nuestro amado Federico Garcia Lorca en Poeta en Nueva York. En declaraciones en Cannes, Cronenberg comentaba que ya desde las primeras líneas del guión pensaba en el íncipit del Manifiesto del Manifiesto de Marx: "Un fantasma recorre el mundo...". Y este fue el gran disparador de esta travesía?metáfora, de su personaje que se mueve por ese microcosmos en el cual el dinero es el único móvil, los grandes intereses y especulaciones, lo que dinamita toda concepción de lo humanístico. Y es entonces lo que el libro de DeLillo escenifica desde la escritura, lo que Marx ya había señado como voz profética y visionaria y lo que yo trato de ahora de presentar, a través de este personaje-símbolo, lo que ambos textos me promueven". Filmada entre Canadá y Estados Unidos, con presencia de actores de diferentes países, admirables las máscaras de Mathieu Almaric y Paul Giamatti, este, en la secuencia final con un suspendido fundido a negro y Juliette Binoche, como una más de una lista, Cosmopolis deja a gran parte del público sin resolución ni fórmula reconciliadora. Por el contrario, perturba, incomoda; ensordece, desde el vacuo discurso; nos tensiona desde lo inmóvil en ese mirarnos en un espejo que nos devuelve la imagen del mismo vacío, que nos sumerge en la misma nada.
Excentricidades infumables Quiero aclarar que suelo disfrutar los filmes de David Cronenberg, pero con "Cosmopolis" me parece que el esnobismo y la pretención cruzó la barrera de lo aceptable. Sabemos que Cronenberg no es un tipo convencional, que utiliza mucho la psicología en sus trabajos y que gusta de situaciones bizarras cargadas de diálogos filosos. En esta última película de su autoría es muy palpable su sello característico, aunque creo que en esta ocasión se pasó de rosca y se despachó con un ensayo bastante conceptual acerca del horror del capitalismo y los caprichos del poder. Pattinson (que demuestra que puede actuar) es un joven empresario asquerosamente millonario y excéntrico que decide cruzar en su limusina la ciudad de Nueva York en medio de violentas protestas sociales tan sólo para realizarse un corte de cabello. En el camino, se irá cruzando con los seres más insufribles y densos, personajes con los que uno no querría encontrarse en ningún momento de su vida real. Estos personajes en su encuentro con Pattinson, filosofan acerca del capitalismo, el poder, el sexo, la existencia, la muerte y demás yerbas que aportan a la crítica social que tiene el film. Vale aclarar, que la historia está basada en la novela del escritor Don DeLillo, por lo que la culpa de su densidad es compartida. Sinceramente no leí la novela, pero sospecho que en la imaginación de cada lector la historia debe tener un hilo conductor más integrado que el que decidió poner en pantalla el maestro Cronenberg. Algunos fragmentos de diálogos, la crudeza de la puesta, la sexualidad y los aspectos psicológicos de sus personajes son el fuerte de este director canadiense; todas cuestiones que se pueden encontrar en este proyecto pero empañadas por la conceptualización excesiva. Como he escuchado por ahí, es una película para su grupo de seguidores y para algunos profesionales del séptimo arte que aprecian las tramas no convencionales y las excentricidades creativas. Para el público promedio, será una gran pesadilla psicológica que lo dejará agotado y muerto del aburrimiento. Maestro Conenberg... lo prefiero un poco menos conceptual, como en "Un Método Peligroso", "La Mosca" o "Promesas del este".
TEMPERATURA CONTEMPORÁNEA La belleza de arriesgarse Cronenberg nos muestra, a través de sus películas, una visión actualizada de cada época desde una perspectiva fascinante pero durísima -en Videodrome (1983) con la aparición de los VHS, en eXistenZ (1999) con los videojuegos y ahora con Cosmópolis (2012) con la multiplicación de pantallas y nuevas tecnologías Situada en New York, Cosmópolis transcurre, en su mayoría, en espacios interiores, y sobre todo dentro de la tecnológica limusina de Eric Packer (Robert Pattinson) que recorre la ciudad mientras que sus especulaciones con las divisas lo van llevando a la quiebra. En su angustia, aumenta la obsesión por cortarse el pelo en la vieja peluquería familiar, que queda al otro lado de la ciudad. El recorrido –que dura un día- trata de un viaje cada vez más oscuro y laberíntico donde el espacio pareciera ir reflejando la alteración de la mente de Eric Packer. En los films antes nombrados (Videodrome, eXistenZ), se problematiza la evasión de la realidad a partir de diferentes fenómenos tecnológicos; el mundo normal es alterado por los nuevos objetos, generando un universo paralelo a la realidad. En cambio, en Cosmópolis ya no es necesario dividir estos espacios, ya que la realidad tecnológica, en si misma y actual, llega a tal punto que se hace imposible pensar en dos mundos por separado. Hay una frase en la película que es clave, cuando la "asesora de teoría" discute sobre el futuro, la inmediatez y la rapidez, y dice: “La palabra computadora suena rara y tonta”. En efecto ya son miles de pantallas multiplicadas que van absorbiéndose en nuestra cotidianidad. Esta sensación se da durante la película en gran parte gracias a la fotografía, por los tonos fríos que genera, ese color azulado que emiten los LED, la temperatura contemporánea de nuestra generación. "El ruido no me molesta, me da energía." Es difícil pensar Cosmópolis sin decir que se inaugura una nueva "etapa Cronenberg”, (teniendo en cuenta un segundo período iniciado con Una historia violenta y luego continuado con Promesas del este). Esta última película viene a ser la síntesis de su trayectoria: se nota una maduración y energía renovada. Si bien sigue explorando las mismas temáticas- sexo, violencia, tecnología- esta vez genera un universo más realista y menos mórbido al nivel de imagen. Se vuelven más sutiles y más profundas sus obsesiones, llevándolo a un análisis complejo y continuo a lo largo del film donde la abstracciones de los diálogos, sumado a una trama débil (una trama débil no tiene que ser necesariamente negativo) nos generan distintos niveles de análisis y percepciones. Por lo cual, a mi parecer, las criticas fueron tan extremas y de todo tipo de gustos. Eric, al igual que los protagonistas habituales de Cronenberg, es un hombre que tiene una relación insana de deseo- dolor con el objeto, en este caso el dinero. El fuera de campo cumple un rol fundamental, ya que complementa esta película sumamente dialogada cargando de tensión y de horror el exterior, entre ratas, huelgas, la muerte de un conocido cantante de rap, el peligro del presidente en la ciudad y un asesino que busca a Eric. Entre los diálogos sumamente informativos y el fuera de campo, nuestro asfixio aumenta al sentir que el afuera nos es velado por el encierro, por la ausencia casi total de encuadres amplios, los primeros planos constantes y la falta de pausa. Literalmente no nos dejan respirar. Es lo que Cronenberg busca hacernos sentir como experiencia, y sin lugar a dudas lo consigue. Cuesta identificarse con algún personaje o situación. Y una vez que le comenzamos a tomar simpatía a la frialdad de Pattinson, a adaptarnos a este mundo dentro de la limusina, este mata al guardaespaldas y tira la pistola justo donde unos niños de un barrio marginal juegan al básquet. Este es uno de los pocos planos filmados en un exterior. El personaje de Packer se nos muestra desde el comienzo vulnerable a pesar de su poder, porque este poder de la metrópolis es efímero, todo avanza tan rápido que no se puede tener un verdadero control de las situaciones. Pattinson se va despojando de todos sus objetos: la limusina se va destruyendo a medida que avanza la trama, la corbata, la muerte de su cantante favorito, el traje, el dinero, la novia (si, la novia también es un objeto en la película); todo esto genera un viaje al vacío, donde la única opción es la expiación. Dicho sea de paso, muy buena elección la de Pattinson, quien está abriendo sus horizontes a películas más arriesgadas y demuestra ser un buen actor. También la elección de los personajes secundarios es muy interesante, un placer ver en el cine a Juliette Binoche, Mathieu Amalric o Paul Giamatti. "La gente no morirá, será absorbida por corrientes de información." Hacia el final, ya no hay tantos primeros planos estáticos, y en cambio, se pasa a una cámara de seguimiento. Así nos identificamos y transitamos con el personaje por una especie de inconsciente, una vuelta a los orígenes, a lo primario, por unas escaleras viejas y abandonadas, sin pantallas alrededor. La reflexión final, sin embargo (y a pesar de estar muy bien actuada), peca de sobre explicada: no logra cumplir su cometido ya que se hace demasiado explícita y pierde la poesía y el misterio que se había generado a través de todo el film. De hecho, por momentos como espectadores se nos subestima, el film se torna reiterativo y se nos sobre explica algo que ya habíamos entendido a lo largo del desarrollo de la trama. Ese diálogo final se podría haber reducido para dejarle prioridad a las acciones, porque ahí es cuando nos emocionamos otra vez y la tensión vuelve; con el disparo, en las miradas, al ponerse el arma en la boca o cuando dialogan en una clásica metáfora cronenbergiana: "¿Te habla un hongo? Lo pregunto en serio." Igualmente, el final tiene un propósito que no carece de genialidad: en definitiva, no hay una “razón” para matarlo, todo se reduce a la simple banalidad para dejar una huella en este mundo y diferenciarse en la multitud (como el personaje de Amalric, quien se dedica a arrojar pasteles a los rostros de famosos). En la mayoría de las películas de Cronenberg, el tema del cuerpo es una constante. En este caso, hay un objeto metafórico clave en la próstata asimétrica de Packer, situación que será compartida, al final lo sabremos, con el personaje de Paul Giamatti: su relación con la vida, significando que nada es absoluto y regular (en su primer período lo más probable es que hubiésemos visto la próstata salir por algún lugar y con una textura mucosa, pero el realizador canadiense ha cambiado). Cronenberg, hace tiempo ya consagrado por su mirada particular, nos brinda en Cosmópolis una película elegante, de una frialdad abrumadora y de una intriga contemporánea, respetando sus obsesiones y arriesgándose como hizo en sus comienzos.
Publicada en la edición digital #3 de la revista.
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Publicada en la edición digital #245 de la revista.
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El viaje a casa Al igual que a principio del año, Cronenberg vuelve a estrenar una película de ritmo pausado con diálogos complejos y perturbadores. En este caso, nos encontramos ante una historia intrigante sobre un financista muy exitoso que prácticamente vive en su limusina llena de exesos y a pesar de haber recibido una amenaza de muerte, decide cruzar la convulsionada ciudad de un extremo a otro para recibir un nuevo corte de pelo. Una película apasionante que exige al máximo al espectador, pero que por varios pasajes se mete en lagunas vacías de sentido. Lo primero que uno debe saber, es que se encuentra ante una película sobre un viaje. Un recorrido por el cual el protagonista pasará de un estado a otro. Lo que en un principio se puede observar como un capricho (cortarse al pelo), a medida que la historia avance cada vez más irá resignificandose en algo mayor y más complejo. Ir a la peluquería será un retorno a la realidad, a su infancia y a su parte más humana. Parker, el protagonista, es una persona que a perdido conexión con el mundo. Vive en una abstracción de la realidad la cual en cierto sentido lo limita pero le da poder ilimitado. Su habilidad única para los negocios lo ha convertido en alguien inalcanzable por sus pares. Único. Sin embargo, tal abstracción trae sus consecuencias, como tener una poco sana rutina de tener un chequeo médico completo todos los días. La película puede verse como una crítica al sistema capitalista, pero en realidad es más una visión mucho más intimista sobre los lideres de este sistema. A través de toda la historia uno podrá observar como ciertas apreciaciones giran en torno a su conducta, personalidad y ambiciones. En este caso, Parker será el espécimen a observar y en él encontraremos la máxima enajenación con el mundo. Toda su existencia se encuentra en una limusina de lujo que navega en solitario por un mar caótico e inmundo. Ese automóvil blindado donde sus tripulantes pueden ignorar al exterior. Un lugar donde pantallas llenas de números son la realidad y toda conexión con la misma se deriva a analizar o teorizar sobre su comportamiento para luego sacar su mejor rédito. Continuamente, a pesar del aparente lento transcurrir, van pasando cosas en la película. Cada diálogo, cada escena trae consigo un trasfondo y un conflicto. Mientras habla con una de sus empleadas, le están haciendo un examen de próstata. Mientras charla con su jefa de teoría el mundo a su alrededor convulsiona en caos. Todo lo que suceda en esa limusina cumple con su propósito y crea un ambiente fascinante. Lamentablemente, cuando Parker decide salir de su automóvil es cuando de forma repetida la película pierde su rumbo. Las continuas charlas con su reciente esposa o el enfrentamiento con su asesino, carecen de fuerza o relevancia. Son conversaciones demasiado extensas que se van dilatando en el tiempo donde a pesar de intentar mostrar más capas de su personaje principal solo terminan desnudando complicados desenlaces que no le hacen justicia a la trama ni sus pretenciones. En estos dos casos particulares, los personajes son más bien conclusiones que desarrollo. Son las consecuencias de lo acontecido. Por lo tanto, sus explicaciones a sus conductas carecen de sentido. Aquí es cuando el delicado balance de la historia implosiona en diálogos pretenciosos y tiempos muertos intrascendentes que ocasionan una falta de coherencia y contundencia en el relato. En conclusión, Cosmópolis es una película interesante, no es ni mala ni excelente. Tiene aciertos como defectos. Sin embargo, definitivamente es una película sugestiva de gran riesgo artístico y totalmente única.
Eric Packer es un multimillonario que una mañana decide ir a cortarse el pelo al otro extremo de la ciudad; él insiste en concretar su deseo a pesar de que le notifican que las calles se han convertido en un caos. La sinopsis del párrafo anterior podría parecer poco atractiva pero resulta ser que detrás de esa simple descripción se esconde una gran historia; particular, excéntrica, pero indudablemente una buena trama. Ese viaje de Eric en su impecable limusina blanca a lo largo de un día se convertirá por momentos en un paseo de terror, lleno de desolación, angustia, insatisfacción, reflexión. El cambio de climas, ideas y personajes es sorprendente; sucede que el vehículo que transporta al empresario se transforma en una oficina rodante; allí recibe la visita de sus analistas económicos (porque Eric está en el mundo de la bolsa), de su amante (una refinada conocedora del arte), de un médico, de sus colaboradores, de la señora de las teorías y de un músico (que viene a contarle una triste noticia). Pero no hay que creer que Cosmopolis transcurre sólo dentro de una limo, no. Eric se baja de ella para ir a comer, para encontrarse con su flamante (y distante) esposa, para entrar en una librería, para acostarse en un hotel con una guardaespaldas, para olvidar las penas en una disco. Y es así como la película se fragmenta en dos: por un lado la vida aislada, claustrofóbica, abstracta, surrealista, dentro (y algo fuera) de la limousine y por otro la descarnada charla que mantiene el protagonista con un oscuro personaje en una sucia habitación. El canadiense David Cronenberg (Crash, Una historia violenta, Promesas del Este) dirige Cosmopolis. El director se basó en la novela homónima deDon DeLillo. Eric (interpretado por Robert Pattinson), con su gélido rostro, no sabe que hacer con su dinero, compra un avión que no puede volar, desea hacerse con una capilla que no se vende; está perdiendo millones por minuto por querer derribar al yuan, pero no parece importarle, más bien da la impresión de que lo vive como una liberación. Consciente de su posición se pregunta en referencia a un posible ataque al presidente de los Estados Unidos: “¿la gente sigue matando presidentes? Pensé que había objetivos más estimulantes” (es decir, figuras como él). Alguien se preguntará entonces: ¿Cuál es el atractivo de Cosmopolis? En primer lugar, los diálogos (filosóficos, filosos, inconexos, abstractos, reiterativos, atravesados por locas preguntas cómo: ¿dónde estacionan las limusinas en la noche? ¿Qué quiere decir tener una próstata asimétrica? O por frases en extremo agudas como: “una rata se convirtió en la unidad monetaria” o "El espectro del capitalismo recorre el mundo"). En segundo lugar, los contextos: ratas gigantes, ratas muertas, protestas, revolución, anarquistas, amenazas de muerte, ataques de manifestantes, un cortejo fúnebre multitudinario y el poder y adrenalina que producen las armas. En tercer lugar, sus poderosos detalles; por los cuales Cosmopolis necesita de una doble mirada para poder captar todo lo que sucede en el fondo, en el mundo real, fuera de la limusina. La película es una radiografía de la sociedad contemporánea, condensa su posmodernidad; y no por nada Cronenberg elige comenzar y cerrar su obra con dos exponentes del expresionismo abstracto como son Jackson Pollock y Mark Rothko. La siguiente frase de Schopenhauer podría sintetizar la idea central de Cosmopolis: “la existencia humana se asemeja a una representación teatral que iniciaron actores vivos y concluyeron autómatas vestidos con los mismos trajes”.
El espectro que recorre el mundo cine-cosmopolis Los fines de año vienen siendo auspiciosos para nuestra comunidad cinéfila, ya que las salas comerciales parecen aprovechar la escasez de público para estrenar entonces las grandes obras que tenían postergadas: ocurrió en 2011 con La Cueva de los Sueños, de Werner Herzog, y ocurre ahora con Cosmópolis, de David Cronenberg, sin dudas una de las mejores películas del año que fenece (que encima vino acompañada de otro filme absolutamente singular, la adaptación de Fausto del ruso Alexander Sokurov, también muy recomendable para ver en las grandes salas). Basada en la célebre novela homónima de Don De Lillo, el nuevo filme de Cronenberg no es por supuesto un remanso para el espectador, más bien lo contrario: crónica de un día en la vida de un multimillonario empresario de Wall Street, Cosmópolis constituye un retrato tan sutil como agudo del agotamiento de una era, tal vez un ensayo sobre los últimos estertores que ofrece nuestro sistema de vida, que parece llevar inscripto en su propia naturaleza su carta de defunción. Aunque primero hay que aclarar que Cosmópolis no busca ofrecer respuestas ni explicaciones reduccionistas, sino más bien plantear un inquietante estado del mundo contemporáneo a partir de la propia existencia de su protagonista paradigmático, el empresario interpretado nada casualmente por Robert Pattinson. Cosmopolis.limusina El ídolo de Crepúsculo compone aquí a Eric Packer, sin dudas el verdadero vampiro de nuestra época: genio precoz de los mercados financieros internacionales, el hombre es el prototipo existencial del capitalismo moderno, una variante asordinada de Patrick Bateman (sin la esquizofrenia festiva del personaje de American Psycho, aunque no menos desquiciado) que lleva sus negocios desde una lujosa limusina, especie de torre de marfil que lo mantiene al margen del mundo. Desde el inicio, el filme prácticamente se internará en esa burbuja de metal donde Eric podrá mantener reuniones de trabajo, controlar y ejecutar sus negocios por Internet, recibir al doctor para hacerse un examen y hasta tener sexo con alguna amante (en una fugaz incursión de Juliette Binoche). La relación central de la película se construirá así en esa dialéctica entre el adentro y afuera de la nave (filmada notablemente con planos medios que aprovechan al máximo la profundidad de campo, tanto para explorar ese hábitat tecnológico como su relación con el entorno), puesto que la urbe se encuentra agitada por la presencia del presidente de los Estados Unidos, lo que implica un peligro adicional para Eric porque puede quedar expuesto a algún atentado. Pero él se empecinará en cruzar todo Manhattann para realizarse un corte de cabello, ya que satisfacer sus deseos parece ser un imperativo categórico irrenunciable, una suficiencia que lo llevará a arriesgarse en los mercados internacionales al apostar contra el yuan chino; aunque el derrotero de sus negocios es lo menos importante del filme: Cosmópolis conctituye en verdad una ventana directa a la demencia del mundo actual. Y es que junto a La vida sin principios, de Johnnie To, se trata de uno de los pocos filmes que pueden captar la naturaleza abstracta del sistema económico en que vivimos, como lo explicitará un personaje interpretado por Samantha Morton, “consultora en teoría” de Eric, en el diálogo más exigente pero también central del filme, donde se ofrecerá un diagnóstico preciso: el capitalismo ha llegado a tal nivel de refinamiento que ha destruido todos sus nexos con la producción, ya que la generación de dinero se ha logrado independizar del tiempo, lo que sugiere el advenimiento de una crisis inminente. “Es una protesta contra el futuro”, afirma Morton en referencia a la manifestación anarquista que en ese momento está atacando la limusina de Eric: el contexto es apocalíptico, y no tardará en alcanzar a estos héroes del capitalismo global. cosmopolis-paul-giamatti-robert-pattinson Filosóficamente lúcida y políticamente revulsiva, Cosmópolis es una película que hace de la sugerencia una forma de narración: compuesta centralmente por diálogos que la mayoría de las veces eluden la simple significación (y que fueron transcriptos casi literalmente de la obra original por el propio Cronenberg), el filme es una entidad difícil de calificar. ¿Es una pieza de ciencia ficción?¿Un trhiller político? ¿Acaso una obra apocalíptica? ¿Tal vez una de las mejores películas de superhéroes que se hayan hecho jamás (ver al magistral “villano” interpretado por Paul Giamatti)? Ni siquiera resulta fácil develar el verdadero estatus de su diégesis: los encuentros casuales del personaje con su esposa, otra joven empresaria millonaria, tan hermosa como apática, sugieren también la posibilidad de que todo sea un sueño. Hay una ambigüedad esencial en el filme que es absolutamente coherente con los temas que aborda y con la propia obra del director, que ha hecho de la locura y la alucinación su campo de exploración por excelencia. Pero lo importante, en todo caso, es que este mundo que construye se parece muchísimo al que nosotros fatigamos diariamente, donde la timba financiera puede determinar la caída de un país en desgracia o su momentánea salvación. “Un espectro recorre el mundo, es el del capitalismo”, sostienen los manifestantes: pues bien, Cronenberg ha descubierto cómo filmarlo.
Palabras capitales El multimillonario Eric Packer habla y habla sobre la crudeza de un sistema politico-social-económico regido por la velocidad, información y existencialismo. Lo más border y jugado de David Cronenberg. Una limusina súper sofisticada, la abstracción ante la caída de un imperio, la neurosis de un yuppie del futuro y mucho pero mucho dinero hecho información. Con pocos ingredientes, y sólo con la novela de Don LeLillo bajo el brazo, el director David Cronenberg tira de las raíces para mostrar el nervio del capitalismo más crudo. O mejor dicho, el final de él, mediante una mirada lisérgica. Sin contemplaciones. A metros del final de la saga Crepúsculo, el actor Robert Pattinson se prueba el traje de un actor post vampírico (no contemos el traspié de Bel Ami) y muestra una de sus facetas más interesantes en la piel de Eric Packer, un joven multimillonario que se abstrae en su mundo de cristal y acero montado en varias ruedas para recorrer sus ¿últimas? agitadas 24 hs en una convulsionada Nueva York. La bisagra que tiene esta película, también guionada por Cronenberg quien no se mueve un ápice del libro, es la línea argumental: un ametrallamiento sin piedad de diálogos que fusionan los elementos del malogrado capitalismo (existencialismo, pánico, frialdad, paranoia, etc) y que puede llegar a asfixiar -o aburrir- al inocente espectador que no leyó el libro original o su paladar cinéfilo no comulga con este tipo de films tan verborrágicos. Es aconsejable estar bien despierto (y con las antenas paradas) para no perderle pisada a las frases que Packer y sus eventuales interlocutores (novia, amantes, hacker, asesores) escupen frente al malogrado sistema político-económico-social que domina al mundo. La locura que arrastra el protagonista, signada por la estrepitosa subida del yen, es digna de ciencia ficción como hacerse un chequeo médico ¡diario! (incluido un examen manual de próstata con un interlocutor enfrente) o verse obligado a palpar la realidad poniendo a prueba su resistencia al dolor. Sin dudas lo más rescatable de la película es el tramo final donde se cruza con Benno Levin (una gran actuación de Paul Giamatti), quien encarna a un fanático de Packer que lleva su obsesión hasta las últimas consecuencias. Y el ida y vuelta de conceptos entre ellos es más que jugoso. Cosmópolis deja en pie a una de las más fieles adaptaciones de una obra literaria al cine, no recomendable para verla con la guardia baja. Acá hay que enfocarse y concentrarse en la pantalla porque Cronenberg no te deja pestañear con este postulado capitalista, donde entre la anarquía y desidia económica, se engendra un posible presagio de tiempos no tan lejanos.
Llegó lo nuevo de David Cronenberg, Cosmopolis, la llamativa cinta protagonizada por el ícono adolescente Robert Pattinson, lo cual desde un principio dio de qué hablar. El afamado realizador, esta vez se animó a mucho, con los actores, con la estética, el guión, etc. dejando así a una buena parte del público desconforme o confundido. Y es eso justamente, confusión, lo que genera Cosmopolis durante una buena parte de su desarrollo. Un joven millonario, David Packer (Robert Pattinson) recorre Manhattan en su futurista limusina en busca de un corte de pelo. El trayecto dura un día, y nos encontraremos con una pintura apocalíptica del régimen capitalista, que experimenta una gran crisis: en las calles reina la anarquía, la depresión y el desencanto. El film transcurre durante ese insólito día y sobre esas atestadas calles neoyorquinas. Empezar a ver Cosmopolis es un tanto desconcertante, confuso y hasta tedioso. Y, sí, es cierto que el ritmo no es de lo más llevadero y la acción no es su condimento principal, en absoluto… Pero es hasta el momento en que sintonizamos con el personaje y con la situación. Es que este film no podría ser de otra forma: el mundo que se representa es un mundo de tedio, de depresión, de desconexión entre las personas, de encierro y básicamente de crisis. En ese estado de cosas parece que algo sucederá para que cambie, porque el reclamo del “pueblo” es permanente e ineludible. Pattinson se hace cargo del papel de malo de la película. Él parece ser un gran responsable de la situación del país, ya que están todos ensañados en su contra, pero su posición es de desinterés total, sólo habla de cifras, información abstracta y sexo “mecánico”. La atmósfera que envuelva a la película es realmente sofocante, la mayor parte del film ocurre dentro de una oscura limusina, con pantallas táctiles, bebidas blancas, asientos relucientes, pero básicamente impenetrable. Los anarquistas protestan pintando y destrozando el vehículo pero nada puede penetrar a este magnate que permanece ajeno a todo tipo de estímulo, pedido o planteo. Está casado pero es sólo un arreglo que ni siquiera incluye sexo, por lo tanto, lo vemos acostándose con cuanta mujer transita por su limo experimentando cero conexión. La vida y la muerte se barajan como opciones tan livianas como el resto de las cosas, el registro del otro o del mundo se vuelve nulo, la alienación se los come. Es que sólo se conversa sobre números, acciones, dinero y entre medio de estos temas, se resalta el hilo general: el corte de pelo. Cosmopolis 2012 Hollywood Movie Watch Online 441x600 Cosmopolis: Viaje a través del apocalipsis cine A pesar de esta marcada desconexión de la que hablamos, es notorio que todo el film está sostenido por diálogos, la acción es cuasi nula, el diálogo es permanente. Es esto lo que convierte un poco pesado al discurrir y obliga al espectador a estar muy atento, porque cada palabra es harto significativa. El resto de los aspectos del film no dejan nada que desear, impecable fotografía, original en el manejo de planos, un uso de colores más que adecuado, un guión contundente y cuenta con pequeñas pero recordables apariciones de Juliette Binoche, Paul Giamatti y Samantha Morton. Esta vez, Cronenberg nos entrega un mundo devastado, en crisis, al ser humano en su nivel más bajo de incomunicación, transitando en la nada, haciéndose ciego ante todo. Pareciera, por momentos, como si fuera una predicción, como si el mundo actual derivaría en ese estado de fatalismo. No es de los mejores trabajos del talentoso director, pero ofrece una mirada interesante a la cual no está mal enfrentarse.
Un virus que atraviesa Manhattan Seguramente nunca se había visto un Cronenberg tan deliberadamente filosófico y profundo. Y tratándose de un director que bucea dentro del lenguaje audiovisual como pocos y que, haga lo que haga, siempre propondrá además un buen espectáculo, esta voluntad es más que bienvenida. Con un personaje excéntrico y extraterrenal -un multimillonario apático que navega en limusina a través de las calles de Manhattan- y una estética sofisticada y pulcra que recuerda a los elegantes devaneos de Crash (1996), el director canadiense plantea un recorrido único, la travesía de un lado al otro de la ciudad en la que el apático y paranoico protagonista pretende llegar a una pelúquería para hacerse un corte de pelo que ni siquiera necesita. En su recorrido, una atractiva fauna de personajes -varios de ellos actores inmensos, como Juliette Binoche, Mathieu Almaric o Samantha Morton- dialoga con él. Pero las calles están cortadas por una manifestación popular de indicios apocalípticos -recordar la revolución de la "nueva carne" de Existenz (1999)- y el universo del protagonista se resquebraja -pasa a una bancarrota radical en cuestión de segundos por una apuesta financiera desacertada- de la misma manera en que se va destruyendo su limusina, a la que al menos le queda un lugar en el cual dormir. Las constantes cronenbergianas se imponen: perversiones que exceden a lo mundano, el hombre presentado como el mayor virus imaginable, la toxicidad de la carne y sus caprichosas deformaciones, el triunfo de las pulsiones sobre lo racional, el desapego, la tecnología y su transformación social. De un nihilismo rasante, una obra que habla de un tiempo y de una época como pocas, y que quizá acabe por ser mucho más grande de lo que aparenta.
Una vez más, el canadiense David Cronenberg redobla la apuesta y procura sorprendernos con esta historia enrarecida, ubicada en Nueva York apenas arranca el nuevo milenio. Eric Packer, joven millonario que se considera un mago en el agitado mundo de las finanzas, decide atravesar la ciudad en su limusina para hacerse un buen corte de pelo, justo el día en que el presidente de la nación visita la ciudad. Todo tiende a colapsar y el viaje se convierte en un itinerario de pesadilla. No habrá garantías para nadie, ni siquiera para este magnate ambicioso a punto de ir a la bancarrota por una arriesgada operación en la que arrastrará al grupo de inversores bursátiles. Cronenberg abandona el realismo de “Una historia violenta” y el tono del film está más cerca de “Crash”, con una mirada apocalíptica que involucra a todos. Robert Patinson se debate en un mundo que creía manejar y es una trampa sin salida.