"Producida por el director de El conjuro", reza, a modo de señuelo, el afiche de Cuando las luces se apagan. Pero si la referencia a James Wan hace suponer un film a la altura de su obra como realizador, hay que decir que no serán pocos los que saldrán decepcionados de la sala. Es que la película del joven David Sandberg -versión expandida de un corto suyo de 2013- cae sin remedio en lo que, salvo honrosas excepciones (justamente Wan es una de ellas), ya es una patología que padece el cine de terror actual: una idea interesante que no se logra capitalizar del todo y cuyas carencias son disimuladas por sustos efectistas y aisladas vueltas de tuerca.
Santuario de sombras. Así como el terror es el género más noble y dinámico entre todos los que andan dando vueltas en el ámbito cinematográfico porque prescinde de presupuestos abultados, estrellas de moda o esa catarata de artificios digitales y planteos optimistas con vistas a dejar contento al espectador abúlico promedio; de la misma forma constituye -como ningún otro estrato de la industria- una usina de talentos que surgen desde los márgenes. Una y otra vez los verdaderos fans del género nos encontramos expectantes ante cada nueva ópera prima, una disposición que en muchas oportunidades desemboca en decepciones, salvo contados descubrimientos en el campo de los directores. Por suerte Cuando las Luces se Apagan (Lights Out, 2016) viene a engrosar una lista de films recientes muy gratificantes que parecen indicar un repunte de calidad a nivel general, por más que sólo sea fragmentario. Ya el mismo título aclara el contexto en el que aparece la “entidad” de turno, una señorita con uñas largas y afiladas que responde al nombre de Diana (Alicia Vela-Bailey), sólo resta decir que el objeto de su obsesión es Sophie (Maria Bello) y sus dos hijos, el pequeño varón Martin (Gabriel Bateman) y la mayor Rebecca (Teresa Palmer). Siempre moviéndose en la oscuridad, Diana por un lado controla a una Sophie en constante depresión, todo encuadrado en una especie de “amistad” malograda, y por el otro limita la influencia que en el vínculo podría llegar a tener la fauna masculina, como lo demuestra el trágico destino de las parejas de la susodicha. Aquí el realizador David F. Sandberg convierte en largometraje su corto homónimo de 2013 y sinceramente da cátedra en lo que respecta a la utilización de los jump scares, un mecanismo que creíamos agotado/ difunto por tanta sobreexplotación. La película, a diferencia de gran parte del andamiaje hollywoodense de nuestros días, se toma muy en serio dos tópicos fundamentales de cualquier relato que pretenda apuntalar un trasfondo verosímil de una crisis psicológica, a saber: en primera instancia el estado de vulnerabilidad producto de trastornos arrastrados a lo largo del tiempo, y en segundo lugar el proceso de desintegración familiar subsiguiente. Si bien la historia hace foco en los intentos desesperados de Rebecca por proteger a su hermano, el periplo en ningún momento de transforma en una batalla asimilable a esa categoría extremadamente simplista de “nosotros versus el monstruo”. Por el contrario, el eje principal pasa por la reconstrucción del entramado afectivo del clan (la distancia entre madre e hija está trabajada con esmero y sensatez) y los vaivenes de la demencia (Sophie fue paciente psiquiátrica durante su niñez). Quizás llama un poco la atención que Sandberg haya delegado en un tercero el guión de un proyecto en esencia personal como el presente, sobre todo tratándose de su debut en el mainstream, no obstante el desempeño del otrora errático Eric Heisserer es también interesante y hasta permite el lucimiento de una talentosa -y muy bella- Palmer, la cual le imprime a su Rebecca tanto la energía como la sensibilidad necesarias para resolver los dilemas familiares, hoy metaforizados en el santuario de sombras en el que habita Diana. Cuando las Luces se Apagan viene a ratificar que aún es posible entregar obras eficaces y valiosas de terror que si bien están lejos de la vanguardia, sin duda a los devotos del género nos regalan una experiencia de lo más placentera gracias a una combinación de madurez, personajes prudentes, algo de CGI no invasivo y una convicción en verdad irresistible…
Llega una película de terror nacida de un corto amateur que te va a sacar las ganas de dormir. En el año 2013 David F. Sandberg realizó junto a su esposa Lotta Losten un pequeño cortometraje de terror titulado “Lights Out” con apenas lo que tenían a mano y mucha imaginación. El corto captó la atención de los festivales y pronto juntó un montón de visitas y likes en su página de YouTube llamando la atención de Hollywood, Warner Brothers y el productor James Wan (“El Conjuro”). “Lights Out” juega con la vieja premisa del miedo a la oscuridad y lo que se esconde entre sus sombras. Convertir una historia de dos minutos y medio de duración en un largometraje no es tarea fácil, y un poco se nota la inexperiencia de Sandberg en la trama de “Cuando las Luces se Apagan” (Lights Out, 2016). La película de terror, que costó unos cinco millones de dólares, es corta y concisa, sabe muy bien como manejar los climas, los espacios y alejarse de los convencionalismos tan comunes en el género de sustos. Ahí es donde reside su mayor acierto: en la mayoría de los casos, los protagonistas toman las decisiones acertadas. El pequeño Martin (Gabriel Bateman) acaba de perder a su papá, y mamá Sophie (Maria Bello) no está en las mejores condiciones psicológicas. El nene no puede dormir y su hermanastra Rebecca (Teresa Palmer) decide dar una mano, pero pronto descubre que algunos de los miedos del pequeñín, y lo que ocurre en su casa, no son tan diferentes a las pesadillas que le tocaron vivir de chiquita. Algo ocurre en el lugar y está relacionado con el pasado de Sophie. A pesar de sus reticencias, Rebecca se dispone a encontrar la verdad, aunque eso signifique hacerle frente a una oscura entidad que se hace presente, obviamente, cuando las luces se apagan. Sandberg juega más que nada con la psicología de los personajes y la traslada al espectador que, por momentos, ya no sabe qué pensar con respecto a los protagonistas y sus encuentros con lo sobrenatural. Hasta ahí, todo bien. La construcción de la atmósfera es impecable y hasta se anima a salir de la “casa embrujada” y romper las convenciones del género. El problema pasa por la resolución del conflicto y todas sus explicaciones, un tanto apresuradas en comparación al resto. Ahí es donde más se notan las fallas de este director debutante que pronto seguirá en carrera con “Annabelle 2” (2017). A pesar de ello, estamos ante un buen producto de terror de esos que escasean hoy en día y, al igual que “El Conjuro” (The Conjuring, 2013) y su secuela, intenta rescatar lo más clásico del género y adaptarlo a nuestros tiempos narrativos. Acá no hay grandes efectos, ni sangre por todos lados, hay una atmósfera que se va construyendo de a poco gracias a sus personajes (y la buena actuación de los actores) y sus circunstancias. Todo pasa por los pequeños detalles, aunque no siempre funcionan. El director y el guionista Eric Heisserer no pueden evitar algunos lugares comunes, y ese redondeo que le falta a la trama, es lo que aleja a “Cuando las Luces se Apagan” del Olimpo de las grandes películas del terror, aunque sus intenciones son muy, pero muy buenas.
James Wan combinado con un premiado corto sueco de terror da lugar a una historia más escalofriante que original. Unos buenos sustos y una consigna inspirada compensan por lo barato del resto del guión. El cine de terror de esta época es muy reconocible: a pesar de que la ambientación casi siempre cambia, los ritmos son parecidos, los roles de los personajes son parecidos y los escenarios son parecidos, sólo por nombrar algunas cosas. Los nombres de los responsables también son siempre los mismos, y a pesar de que esto suena como algo negativo, no lo es. Si algo te sale bien deberías seguir haciéndolo, y este es el caso de James Wan. No sólo como director sino en guión y producción, su presencia ha obligado al cine de terror mainstream a encasillarse en una fórmula que sólo él sabe hacer funcionar. La familia de Becca (Teresa Palmer) está alterada hace tiempo: Sophie (Maria Bello), su madre vivió con depresión casi toda su vida y la convivencia se fue volviendo cada vez más complicada. Es por esto que se mudó a un departamento, pero su hermano menor, Martin (Gabriel Bateman), debe quedarse con Sophie en su oscura casa. En ella sólo viven madre e hijo, pero él percibe una presencia amenazadora que sólo aparece en la oscuridad y habla con su mamá por las noches. Becca se entera de esto y para apoyar a su familia decide quedarse a dormir en la casa, una idea que es tan mala como parece. El origen de esta película es interesante. En el año 2013 se lanzó un corto llamado Lights Out, de origen sueco. Dura sólo 3 minutos, que alcanzan y sobran para hacer que el espectador salte de su asiento (después de 2:30 minutos de tener el corazón en la garganta). El perfecto ritmo del terror tapa los errores en la hechura, y la buenísima idea sobre la que se construyó le valió al director un contrato para dirigir una película entera con el mismo gimmick. Él se llama David F. Sandberg, y Lights Out es su primer trabajo en cine. El gran James Wan, conocido por dirigir El Juego del Miedo (Saw, 2004) y El Conjuro (The Conjuring, 2013) la produjo. Ninguno de los actores es muy célebre (algo que suele pasar en el cine de terror). En el papel de Becca se encuentra Teresa Palmer (Warm Bodies, 2013) y a su hermano Martin lo interpreta Gabriel Bateman, que ya trabajó con James Wan en Annabelle (2014). La actriz que le da vida a Sophie es Maria Bello, conocida por La Ventana Secreta (Secret Window, 2004) y La Sospecha (Prisoners, 2013). Si bien hay un límite para los temas que puede tocar el cine de terror, a veces deberían dejar que una idea sea olvidada para copiarla. [Spoilers de The Babadook] En la película australiana The Babadook, estrenada en 2014, también se hace un paralelo importante entre las enfermedades mentales y la presencia de figuras oscuras en la casa. La tristeza por la pérdida de un ser querido lleva a la madre a permitirle la entrada a un terrible monstruo, pero nada de esto es verdaderamente aparente hasta el último minuto de la película, y ni siquiera entonces está explicitado. La manera en que esta misma comparación aparece en Lights Out es, por lo menos, burda, y el mensaje que transmite es mucho menos esperanzador y útil que el incluido en The Babadook. A pesar de esto, muchos de los sustos surten efecto y, sin ser una obra de arte, Lights Out logra lo que se propone: darle al público 81 minutos de absoluta tensión.
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El suceso que tuvo el director James Wan con las sagas de El juego del miedo, La noche del demonio y El conjuro hizo posible que en la actualidad su productora pueda impulsar las carreras de nuevos cineastas dentro de este género. David F. Sandberg era un aficionado a las historias de horror que no contaba con ningún antecedente en el mundo del cine y tampoco había estudiado una carrera para convertirse en realizador. En el 2013 filmó un corto amateur con su esposa en su departamento y al poco tiempo se convirtió en un fenómeno viral en internet que registró más de 150 millones de visitas. El trabajo de Sandberg llamó a atención de James Wan, quien decidió gestar este proyecto con su productora para expandir la historia que proponía el corto. De esa manera, el director amateur obtuvo la chance de debutar en el cine con una ópera prima financiada por el estudio Warner Bros. La buena recepción que tuvo Cuando las luces se apagan en la prensa norteamericana y la taquilla insertaron a Sandberg en Hollywood y le permitieron iniciar una carrera como director. El film es una propuesta decente dentro de este género que sobresale especialmente por las interpretaciones de Teresa Palmer (Mi novio es un zombie) y Maria Bello y el desempeño del director para construir buenas situaciones de tensión. La película logra ser entretenida pese a las debilidades del guión que afectaron una propuesta que podría haber sido más interesante. El hecho que el fantasma de la trama mate gente como si se tratara de Jason Voorhees le quita gracia a un relato que trabajaba un concepto atractivo, especialmente desde los aspectos psicológicos. El director Sandberg maneja mejor la narración del film cuando la presencia maligna del espíritu se manifiesta sutilmente ante las protagonistas que en las escenas clásicas de susto que resultaron más trilladas. La aterradora Diana es muy efectiva cuando se la retrata a través de sombras o planos alejados que las escenas donde la cámara la registra en primer plano. Más allá de algunas objeciones que se le pueden hacer al argumento, Cuando las lucen se apagan logra brindar algunos sustos y termina siendo una película mucho más decente que Anabelle. Obviamente no se la puede ubicar a la misma altura que las entregas de El conjuro o Mamá (de Andrés Muschietti), pero tampoco decepciona como tantos filmes malos del género que se estrenaron en el último tiempo.
LAS AMIGAS DEMONÍACAS La cuota de terror de la semana, en un género que demuestra siempre que es muy rendidor, aún es sus expresiones más ramplonas. En este caso, el productor es James Wang, el de “El conjuro “1 y 2 y el director David Sandberg, en su opera prima que se basa en un corto de su autoría. Una entidad demoníaca “pegada” a una madre depresiva, que ataca a sus maridos y también a sus hijos. Y si bien todo tiene su lógica, y los consabidos lugares comunes del género, unas pizquitas de humor, lo bueno es que mantiene la tensión y el susto, aun sin llegar a la calidad de segunda de “El conjuro”. Para los amantes del genero, un nivel superior a la clase “B”
La oscuridad marca el camino Algo en la oscuridad acecha al joven Martin (Gabriel Bateman), mientras que en su casa, su madre (Maria Bello) comienza a actuar de forma extraña. Su hermana Rebecca (Teresa Palmer) acudirá en su ayuda para desempolvar temores del pasado que la alejaron de su hogar y familia. Juntos experimentarán sucesos paranormales que pondrán en peligro sus vidas y todo aquello en lo que creían como real o no. James Wan, productor de The Conjuring (2013) presenta Cuando las luces se apagan (2016) de David F. Sandberg basada en su cortometraje homónimo de 2013. El director, en su debut en la gran pantalla, tomó lo mejor del corto que dio vida a la película y lo multiplicó en esta hora y veinte de film. Escenas sofocantes, grandes planos donde se percibe el miedo y el terror del personaje con un brillante y necesario final, a veces no tan preciso en el resultado en este género para que sea más agradable y asequible para el espectador. Sanderberg pudo explotar bien las situaciones adversas que deben superar los protagonistas como también sus demonios internos, que no siempre se esconden bajo la oscuridad. Tanto Teresa Palmer (Point break / 2015) como Maria Bello (Prisoners / 2013) cumplen de manera eficaz con sus actuaciones en la película, sin maravillar pero tampoco por debajo de la media. La bella Palmer carga sobre sus hombros ser la protagonista y lo resuelve de manera natural. Bello, en el rol de una madre atormentada por el pasado y problemas psicológicos que vuelven a atosigarla, también es otro punto importante en la película que llegará a su mejor momento hacia el final con un desenlace justo y necesario. La parte sonora es otro punto fuerte ya que mantiene la tensión en las escenas más dramáticas, repercutiendo en las confusiones y desmanes que acechan a los personajes. A diferencia de las demás películas del género, Cuando las luces se apagan presenta a su fantasma, demonio o espectro a la audiencia desde la primera escena, con sus habilidades y falencias. En este caso, cambia las piezas del tablero para posicionar en la misma escala a los protagonistas y espectadores, para que a la par se asusten, sufran y busquen una salida. A pesar que en algún punto los diálogos y comportamientos de los personajes parezcan inverosímiles, el film nunca pierde intensidad y obliga al espectador a aferrarse al asiento con las situaciones que deberán sobrepasar. Sin embargo, el guión cae en pozos adversos para salir con facilidad o explicar actitudes o falencias argumentativas. Cuando las luces se apagan es un film muy ambicioso e impactante para el género, con una historia atrapante, eficaz pero no desarrollada en plenitud ni al 100%. A pesar de esto, cumple con lo que se con su cometido y obliga al espectador a fijarse en su asiento para llegar a un final impulsivo, necesario y especial, alcanzando así el éxtasis de la película.
LOGRAR EL PISO PERO NO EL TECHO Films como Cuando las luces se apagan prueban que determinados objetivos no son tan difíciles de cumplir dentro del género de terror, exigiendo más que nada un cierto conocimiento de las herramientas genéricas, pero que hay otras metas que son mucho más difíciles de alcanzar y exigen un trabajo narrativo más ajustado, preciso y, especialmente, un tipo de sensibilidad que no cualquiera posee. El arranque de Cuando las luces se apagan, preciso y terrorífico, ya evidencia todas sus virtudes pero deja entrever varias de sus limitaciones: ya queda claro que hay una entidad, tenebrosa y terrible, que utiliza la oscuridad como vehículo y acecha a un niño y su hermana mayor (Teresa Palmer), quien comienza a darse cuenta que los miedos infantiles que plagaron su infancia tienen la misma fuente y que esa entidad tiene un largo y enfermizo vínculo con su madre (Maria Bello), quien arrastra un historial de desequilibrios psiquiátricos. Hay de movida un relato donde el horror se da la mano con el drama familiar, pero el director David F. Sandberg (quien se basa en su propio cortometraje del 2013 y cuenta con el respaldo de James Wan en la producción) muestra que lo suyo es la puesta en escena y no la construcción de personajes: hay unas cuantas secuencias que funcionan realmente bien, con un hábil uso de los contrastes entre luces y sombras, el fuera de campo y el sonido; pero es cuando menos difícil identificarse con los padecimientos del triángulo de protagonistas, que nunca consiguen salir de un compendio de lugares comunes. Eso explica que Cuando las luces se apagan avance en su trama colocando cada tanto situaciones que permiten el despliegue de ese miedo central y casi visceral que genera la oscuridad, donde las posibilidades estéticas y formales se potencian fuertemente. Lo dramático queda ubicado dentro del rango de mera transición, lo que queda aún más explicitado por los modos en que se explican los enigmas centrales: todo es muy obvio y apresurado, con un nivel de descuido en las revelaciones que es cuando menos llamativo. Lo que se percibe es un film sustentado en sus ideas temáticas y formales, que se apoya en temores emblemáticos pero que es incapaz de hilvanar una historia consistente, con personajes que generen una real empatía. Hay, sí, mucho drama, seres que cargan en sus espaldas con pérdidas, culpas y secretos, pero las fórmulas y costuras están demasiado a la vista. Lo que sí, Cuando las luces se apagan tiene la coherencia e inteligencia suficiente como para ser consciente de sus limitaciones. Por eso es que, frente a su incapacidad para capturar la total atención del espectador, va a lo seguro y descansa en su habilidad para causar miedo o incluso esa expectativa que se transforma en temor. El film de Sandberg cumple entonces con las exigencias mínimas, con ese piso que se le reclama al género de terror actual, pero queda lejos de la potencialidad, de ese techo que su premisa prometía. Por ende, no es extraño que dure apenas 80 minutos: da lo que puede dar, redondea su historia y no se adentra en terrenos inestables. Es tan breve como sólida, tan compacta como efímera.
Cuando las luces se apagan...todos nos asustamos Aclamado cortometrajista, el sueco David F. Sandberg se basó para su debut en el largometraje en el trabajo homónimo, de apenas tres minutos, que filmó en 2013 y luego terminó viralizándose. Sólo la idea original (la aparición de fantasmas cuando las luces se apagan y su desaparición apenas se prenden) perdura, pero es otra muestra de que Hollywood siempre está atento a los directores que hacen cine de género en formato reducido. Tal como le ocurrió al argentino Andrés Muschietti con su corto Mamá, que luego fue llevado al largo con producción de Guillermo del Toro, aquí es James Wan quien apadrina a Sandberg para "ampliar" la historia original. Y no sólo eso: el director de las dos entregas de El conjuro ya logró que contrataran a su protegido sueco para la secuela de Annabelle, que no es otra cosa que un spinoff de su creación. Cuando las luces se apagan arranca con la muerte de un empresario textil (Billy Burke) en su fábrica de Los Ángeles. Luego veremos que el difunto tenía una esposa, Sophie (Maria Bello), en absoluto desequilibrio emocional, y dos hijos de distintos matrimonios: la ya independizada veinteañera Rebecca (Teresa Palmer) y un niño llamado Martin (Gabriel Bateman). Estos tres personajes y Bret (Alexander DiPersia), el novio de Rebecca, serán los protagonistas de una propuesta que trabaja sobre elementos reconocibles (si se quiere remanidos) del género, como las presencias sobrenaturales en el ámbito de una casona (y su inevitable sótano), pero que lo hace con algunas ideas ingeniosas y bastante solidez en cuanto a la narración, las actuaciones, la edición, la iluminación y la utilización no abusiva de efectos visuales. Sin ser ninguna maravilla (queda a una buena distancia de los hallazgos de la saga de El conjuro), Cuando las luces se apagan resulta una producción de bajo presupuesto (cinco millones de dólares), modestas ambiciones, limitada duración (81 minutos) y aceptables resultados artísticos. Entretiene y asusta (cada vez que la luz empieza a parpadear es un infierno) con dignos recursos.
Oscuridad profunda Siempre los proyectos cinematográficos necesitan un empuje, y en el cine de género o terror eso muchas veces se logra con un nombre que esté relacionado y sirva para venderlos al público que sigue a cierto director. El cortometraje que luego se convirtió en la película Mamá (2013) tenía en el rol de productor a Guillermo del Toro. Ahora llega Cuando las luces se apagan (Lights Out) también basada en un corto y como productor tiene a James Wan. Martin (Gabriel Bateman) es un niño de 10 años que acaba de perder a su padre y vive con su madre Sophie (Maria Bello), una mujer inestable mentalmente. Una noche nota a su madre hablar con la presencia que los azota desde hace rato por las noches y que se oculta de la luz. Rebecca (Teresa Palmer) es la hija de Sophie y hermanastra de Martin. Los hechos harán que se lleve a Martín a vivir con ella y ponga en jaque a su madre cuando la presencia complique más la existencia de todos y haya que mantener las luces encendidas. Una película de terror donde la fórmula está vista hasta el hartazgo, con climas bien construidos pero que el misterio de la presencia extraña es algo tirado de los pelos. Las actuaciones están correctas pero Maria Bello es la que mejor está como la madre demente, Teresa Palmer es una gran elección de casting bastante buena para la hija ya que da en lo físico. Gabriel Bateman es el niño y no recae en la sobreactuación del infante en peligro que no entiende qué sucede. Hay algunas escenas que intentan dar más dramatismo pero que terminan sacando al espectador de la historia. Por ejemplo, la protagonista y su hermano agarran un linterna a la que hay que “darle cuerda” para encenderla, el ruido es algo ridículo y para agregarle algo más la luz se termina enseguida. Cuando las luces se apagan llega en un momento donde en la cartelera se encuentran dos títulos fuertes como El conjuro 2 (The Conjuring 2) y 12 horas para sobrevivir: El año de la elección (The Purge: Election Year). Las tres películas atraen al mismo público a las salas y esta es la más flojas de ellas... pero aún es mirable.
Todas las personas le temen a algo, a veces es un miedo tan profundo que termina por convertirse en una fobia que llega a durar toda una vida, otras veces es solo algo pasajero que con el correr de los años uno se olvida. Algunos le temen a los payasos, otros a las arañas, a las ratas, pero en este caso el gran temor gira en torno a la oscuridad y cuando la pesadilla se puede convertir en una realidad. Rebecca (Teresa Palmer) es una joven de veintitantos años, bastante independiente y sin un rumbo fijo en su vida, todo se le complica cuando debe recuperar contacto con su madre Sophie (Maria Bello) que está teniendo algunos problemas mentales, por lo que Rebecca tendrá que cuidar a su pequeño hermano Martin (Gabriel Baterman). Lo que ellos no esperaban era encontrarse con un ente maligno que se oculta en lugares oscuros y que en ningún momento se lo puede ver a la luz. Ahí empieza una carrera desenfrenada para que la protagonista reúna piezas del pasado y descubra una terrible realidad que acechaba a su madre y que ahora vuelve para torturarla a ella y a su hermano. Cada tanto en Hollywood se dan el gusto de llevar a la pantalla grande algunos cortos independientes que la rompieron viralmente en internet, este es uno de esos casos, “Lights Out” fue primero un corto (que se puede ver en You Tube) con una trama sencilla pero que eriza la piel, es un video con una duración de casi tres minutos, que lograron que Warner Bros. Pictures tenga los derechos del corto y hacerlo un largometraje de 90 minutos. Por desgracia la película no cumple las expectativas y pierde peso por sí sola. Los sustos al comienzo están bien manejados durante los primeros minutos, pero luego se hacen repetitivos (apagar y prender la luz, apagar y prender la luz) El guión es de Eric Heisserer, reconocido por escribir la precuela de “La Cosa” y “Destino Final 5”, pero uno de los puntos débiles del film es justamente eso, el guión, que tiene baches muy notorios y que no encontramos el por qué de la situación en ningún momento. Las actuaciones están bien, pero si ser tampoco la gran cosa, aunque una de las que si se destaca muy bien es María Bello. “Cuando las Luces se Apagan” intenta superar al corto original pero en ningún momento lo logra, llega a ser por momentos absurda y casi cómica y en los momentos de tensión no se sienten como tal, generan algún susto pero muy repetitivo. Se confirmó una secuela, esperemos que ahí se arreglen los problemas de la primera entrega. Lo bueno: Una propuesta interesante salida de un corto viral de internet que logra tener su gran salto al cine e inclusive mantiene a su mismo director, David F. Sandberg. Lo malo: Una historia que podría haber sido muy interesante pero que no lo logra con un flojo argumento.
ENTRE LA OSCURIDAD Y LA PSICOSIS Sin rodeos ni presentaciones, la historia comienza con la criatura terrorífica y asesina que aparece cuando las luces se apagan para cobrarse la vida de su primera víctima. Entre muchas otras fobias que atemorizan a la sociedad moderna, el director sueco David Sandberg fue por lo seguro y eligió explotar la oscuridad a la hora de inducir terror. A pesar de los baratos y recurrentes jumpscares (los golpes de efecto dentro del género), el suspenso y la inquietud mantienen el interés fijado no solo en esperar el susto fácil, sino en la fastidiosa agonía de que la trama que sugiere siempre algo diferente. Demostrar la humanidad de los personajes y cómo lo sobrenatural transgrede en su vida cotidiana, es lo que genera el nexo clave con el espectador en el relato. Entonces hay una familia inestable con todas las letras, con Rebecca (Teresa Palmer), la clásica scream queen y chica rebelde, Martin (Gabriel Bateman), el niño indefenso pero lúcido y Sophie (Maria Bello), la madre loca, responsable de la presencia infernal de Diana, que atenta contra la vida de quienes quieran brindarle ayuda psiquiátrica. Otra chica más de pelo sucio, cuyo rostro no se ve detrás de sus cabellos largos y oscuros en plan psicópata sobrenatural que vive gracias a la inestabilidad de su amiga y ex compañera de hospital. Sí, efectivamente, todo comenzó con una niña aterradora y perturbada, que recuerda a la espeluznante Samara de La llamada. Basado en su cortometraje de 2013, el director apeló a un efectivo y simple concepto: un ser siniestro que se materializa en la oscuridad y se desvanece al exponerse a la luz. Prefiere no alejarse de su demonio omnipresente -el día tampoco es un lugar seguro- y repite esencialmente el mismo susto, una y otra vez, en un constante prender y apagar de luces. Quienes quieran buscar una explicación racional, pensarán a la oscuridad como una metáfora para la depresión que te aleja de tus seres queridos o algo por el estilo. Quienes solo quieran ver cine de terror, sean bienvenidos, Cuando las luces se apagan es una de las películas más prometedoras del género, aunque tal vez este año no sea el mejor para mantener la luz encendida. CUANDO LAS LUCES SE APAGAN Lights Out. Estados Unidos, 2016. Dirección: David F. Sandberg. Intérpretes: Teresa Palmer, Gabriel Bateman, Alexander DiPersia, Billy Burke y Maria Bello. Producción: James Wan, Lawrence Grey y Eric Heisserer. Guión: Eric Heisserer. Montaje: Michel Aller. Fotografía: Marc Spicer. Duración: 81 minutos.
El poder incisivo de James Wan a la hora de dirigir películas de horror es inagotable. Tras haber cimentado no una, no dos, sino tres sagas con Saw, Insidious y The Conjuring, su tarea como productor es seguir impulsando buenas historias ahí donde ya no tiene tiempo para dirigirlas. Tras un par de traspiés donde Annabelle y Demonic no llenaron la expectativa que genera su apellido, el corto devenido en largo Lights Out finalmente tiene la astucia y la capacidad de asustar mientras cuenta una buena historia, cualidades que el género siempre agradece. A lo largo de unos acotados pero muy bien dispersos 81 minutos de duración, el director del cortometraje del 2013 David F. Sandberg y su guionista, Eric Heisserer -de las nuevas A Nightmare on Elm Street y The Thing, más la superlativa Final Destination 5-, toman un miedo tan cotidiano como lo es el de la oscuridad y lo trenzan con un drama sobrenatural acerca de los peligros de la depresión clínica y la horripilante figura que se esconde tras las penurias de una mujer madura, que afectan a cada integrante de su fragmentada familia. Aunque la protagonista casi absoluta es la endurecida Becca de Teresa Palmer, su madre Sophie -interpretada con mucho tacto y sentimiento por María Bello- se roba más de un momento, al atravesar dicho pozo depresivo en el cual se la pasa hablando con una amiga llamada Diana. Siempre en las sombras y mucho mas espeluznante oírla que verla, Diana va cerrando su puño invisible alrededor de la familia de Sophie en el escalofriante prólogo y luego en Martin, el pequeño de la casa. Con una madre desequilibrada, que niega rotundamente cualquier extrañeza en su casa, y apresurada por un galán de turno -Alexander DiPersia, una versión de presupuesto de Jai Courtney bastante solvente-, Becca debe volver a su hogar para proteger a los suyos de una amenaza que le teme a la luz, pero que volvió la oscuridad su dominio. Salvando las distancias en la historia detrás del monstruo ocasional, Lights Out se deja ver porque no subestima a su espectador, sino que lo hace partícipe de la pesadilla que viven sus personajes. Heisserer ya tuvo oportunidad de pulir las fabulosas escenas de muerte en la saga Final Destination y pone manos a la obra en esa misma inventiva, para crear varios momentos de suspenso en los cuales los personajes juegan por su vida con la luz y la oscuridad. No es una novedad en el género. Sin ir más lejos, la menor pero aún interesante Darkness Falls ya jugaba con esas nociones. Pero en esta ocasión están mejor aplicadas, con un impacto mas contundente si se dejan pasar los efectos de sonido, a veces una bendición y una maldición para este tipo de producciones. El toque mágico de James Wan sigue mas vivo que nunca en Lights Out, más allá de que sea la primera vez que su padrinazgo saca buenos frutos. Cual paseo en montaña rusa, el debut cinematográfico de Sandberg es excitante, hilarante cuando puede y muy tenso. Y propone seguir aterrorizando espectadores, porque luego de un exitoso primer fin de semana en su país natal, se ha confirmado una segunda entrega. El miedo a la oscuridad seguirá ganando adeptos de acá a un futuro cercano...
Con un concepto básico e interesante, que consiste en jugar con el miedo a la oscuridad, se da rienda suelta a una historia en la que una aparición fantasmagórica altera la vida de una familia no tan tranquila. No apagues las luces!. Hace tres años el director David F. Sandberg presentó su cortometraje Lights Out en YouTube, en donde obtuvo más de veinte millones de visitas. En menos de tres minutos logró crear el clima adecuado para asustar al espectador. Ahora el desafío se extiende a un largometraje que tiene el apoyo de James Wan en el rol de productor, el mismo de la sagas de La noche del demonio y El conjuro. Con un concepto básico e interesante, que consiste en jugar con el miedo a la oscuridad, se da rienda suelta a una historia en la que una aparición fantasmagórica altera la vida de una familia no tan tranquila. Una casona habitada por Sophie -María Bello-, una madre con problemas psiquiátricos, y su pequeño hijo Martin -Gabriel Bateman-, es el escenario para instalar el horror cuando una monstruosa figura aparece en la oscuridad. Al inestable cuadro familiar se suma la joven hija Rebecca -Teresa Palmer-, quien regresa al hogar luego de escapar de su pasado, y su novio Bret -Alexander DiPersia-. Juntos intentarán descifrar un misterio que viene de años atrás y está causando estragos en el clan. Si en Pesadilla en lo profundo de la noche, de Wes Craven, los adolescentes eran asaltados por un asesino despiadado mientras dormían, acá la oscuridad aparece como el móvil para desarrollar un relato de climas inquietantes y sobresaltos. Con un inicio que sigue casi fielmente el corto pero sitúa la acción en una fábrica textil, llena de maniquíes y sombras siniestras, Cuando las luces se apagan transmite la atmósfera de terror con la extraña criatura que sólo cobra vida en las sombras, alterando la mente de los protagonistas. Si bien hay algunos elementos forzados -como el corte de luz en el barrio-, los resortes del suspenso funcionan y crean la atmósfera necesaria para sacudir al público. En ese sentido, la escena del sótano desarrollada con luz negra o el comienzo en la textil logra momentos terroríficos. Los tópicos del cine de Wan, nuevamente alimentados por niños y adultos asustados frente a lo desconocido, resucitan en su discípulo con esta nueva realización que, si bien no descubre la pólvora, logra poner los pelos de punta.
Las películas de terror más sólidas, al menos para mí, no son las que tienen más sobresaltos o mayor cantidad de sangre, sino aquellas que toman nuestros miedos más íntimos y los materializan a través de personajes que nos importen. Cuando las Luces se Apagan intenta ir por ese camino, pero afloja en lo que se supone es su objetivo último. El último que apague la luz Sophie es madre de dos hijos y no está lo que se dice bien de la cabeza. Habla sola y esto preocupa alcuando las luces se apagan 2 más pequeño de sus hijos, así como a su hija ya adulta que lo quiere sacar de esa casa cuanto antes. Naturalmente las autoridades atribuyen estas rarezas al hecho de que el primer marido de Sophie abandonó a la familia, mientras el segundo esposo encontró una muerte horrible. Pero ambos retoños terminan por descubrir que hay una amenaza en su casa y es muy real. Voy a ser justo y le voy a conceder a la película que por lo menos trata de abarcar temas serios como el abandono, el temor a la intimidad y el no dejar atrás a un familiar en problemas. Pero el punto es que lo que están ofreciendo acá no es un drama: por logrado que esté en este apartado, si no generás el terror que supuestamente querés vender, lo dramático será reconocido más como un pie de nota que por un atributo en sí mismo. Del terror per se, debo reconocer que sólo los primeros 10 minutos me generaron algo de ese temor que se supone debe tener una película de terror. Que se invierta tanta energía y tanto desarrollo de personaje en ese tiempo tan acotado, puso en evidencia sus orígenes de cortometraje (los que pude confirmar al ver los créditos). Ahora, de la película como un todo, estamos hablando del mismo repertorio de jump scares que pueblan a todas las producciones de terror actuales. Por el costado de la actuación tenemos labores decentes de Teresa Palmer como la hija mayor y de Gabriel Bateman como el hermanito de ella. Eso sí, esa decencia se aplica cuando están trabajando por separado: cuando tienen escenas juntos no poseen química y da la sensación que están repitiendo las líneas de memoria sin emoción alguna. Parecen dos personas que se acaban de conocer más que ser hermano y hermana. Párrafo aparte merece María Bello, me saco el sombrero ante su enorme profesionalismo. Ya es la segunda película de terror deficiente en donde la veo y donde ella es lo único rescatable a nivel interpretativo. Le creés su locura y lo que la motiva. Se nota que la actriz trabajó con enorme detalle la mentalidad y los movimientos del personaje que le tocó dar vida. Por el costado de la técnica no hay mucho para criticar, pero tampoco mucho para admirar; se trata de la estética promedio que se ha visto en cada película de terror de los últimos 10 años. Conclusión Cuando las Luces se Apagan es un título que aunque posee nobles resultados dramáticos, como película de terror es una más del montón. No es una porquería, pero tampoco suma los suficientes puntos para justificar una recomendación.
Tomando de partida un corto que fue un suceso en las redes sociales “Cuando las luces se apagan” (USA, 2016), de David F. Sandberg, trabaja con una idea tan simple como a la vez aterradora. Desde pequeños el miedo a la oscuridad es uno de los que más marca a fuego el descanso o no, pero también uno que ha posibilitado la elucubración de un sinfín de posibilidades sobre aquello que la oscuridad encierra en el momento que apagamos las luces. Así, el relato comienza con la presentación de un hombre agobiado por su trabajo (Billy Burke) que recibe el llamado desesperado de su pequeño hijo Martin (Gabriel Bateman) con un alarmante mensaje sobre el estado actual de su mujer (Maria Bello). Terminando su actividad y sin prestar atención a los alertas de una de las empleadas (Lotta Olsten, quien además de actuar es una de las creadoras junto a su marido Sandberg del filme) de que algo “extraño” ocurre con las luces, Paul (Burke) avanza en la oscuridad sin prestar atención a su entorno. Pero algo allí lo vigila, algo imperceptible en los intervalos iluminados del inmenso galpón, pero que agazapado aguarda al mínimo descuido para acechar y terminar con una misión que posee para continuar con su plan. Ese arranque tenso, pleno de suspenso y con un logrado nivel de referencia de género, es el climax de un filme que a medida que va avanzando en el relato, tomando distancia del arranque, potencia la necesidad de construir un verosímil que nunca termina de forjar. Si Pau fue víctima de aquello que la oscuridad esconde, su pequeño hijo, su mujer y su hijastra (Teresa Palmer) terminarán por vivir en vida una pesadilla al desentrañarse el origen del miedo, una mujer llamada Diane (Alicia Vela-Bailey), que sólo habita cuando las luces no están encendidas y que será una trampa mortal para todos. Sandberg crea un universo único para su Diane y la oscuridad, algo que ya se ha trabajado en un sinfín de historias del género, como “Pesadilla” y subsiguientes, y en más recientes, como en la inédita “The Babadook” (Australia, 2014), o “Somnia” (USA, 2016) en las que un misterioso personaje busca vengarse de un hecho del pasado por el que perdieron la vida. Por momentos la historia cae en lugares comunes, y hasta se puede perder el vector de la narración al concentrarse, en, por ejemplo, el vínculo entre la hijastra (Palmer) y su pareja (Alexander DiPersia), plagado de clichés y lugares comunes, o en algunos giros de efecto que no terminan por cerrar del todo su idea. Pero cuando profundiza en el imaginario que relaciona la oscuridad con la amenaza, con el miedo y la muerte, y cuando presenta a Diane, un personaje que debe quedar en la historia de los personajes de filmes de terror, por su horrible aspecto, desaliñada y su capacidad para aprovecharse de los más débiles (la madre), “Cuando las luces se apagan” avanza en su propuesta. Filme que bucea en miedos comunes y universaliza su historia desde la concepción de una historia simple pero efectiva, el director sabe como potenciar los factores que llevaron a su corto a generar un sinfín de posibilidades para transformarlo en un ser largometraje tomando como eje a un personaje despreciable y manipulador, y a la vez asesino.
“Cuando las luces se apagan”: una buena idea que no enciende el terror David F. Sandberg es un director sueco que comenzó su carrera haciendo cortos. Tan artesanal era su obra que usaba su departamento como locación y a su novia Lotta Losten como protagonista, productora e incluso más adelante como guionista de sus cortometrajes de terror. Pero en el año 2013 Sandberg estaba terriblemente endeudado, casi arruinado, y lo que le cambió la vida –literalmente– fue su nuevo trabajo: “Lights Out”. En un poco más de dos minutos y medio, el corto narra la historia de una mujer (Losten) que se va a acostar y, cuando apaga la luz, nota que aparece una extraña silueta. Cuando vuelve a prenderla, desaparece... ¿O no? Esta obra fue un suceso, ganó diversos premios en varios festivales y posibilitó que el director aterrizara en Hollywood para hacer un largometraje basado en él. Le revolucionó tanto la vida que hasta se casó con su novia; y además está filmando “Annabelle 2” (2017). Todos sus cortometrajes se pueden encontrar en YouTube (tiene un canal propio) y no se sorprendan si ven otro de ellos adaptado a largometraje. La película va “directo a los bifes”, usando una expresión nueva. Comienza con un hombre (Billy Burke) al que se lo nota preocupado por lo que está sucediendo con su familia, específicamente con su mujer Sophie (Maria Bello). Mientras habla de esto con su pequeño hijo Martin (Gabriel Bateman) y le promete que va a tratar de remediar la situación, no sabe que le queda poco tiempo de vida. Pronto será víctima de un ser sobrenatural que se oculta en la oscuridad y que es lo que está perturbando a su familia. Ahora esta entidad, que tiene que ver con el pasado de la madre de Martin, va por el pequeño para que no se interponga en su camino. Ahí es cuando hace su aparición Rebecca (Teresa Palmer), hija del primer matrimonio de Sophie y que hace tiempo se fue del hogar familiar dejando atrás miedos y pesadillas de la infancia que la aterrorizaban. La joven no tardará en darse cuenta de que los que los sucesos escalofriantes que está experimentando su hermanastro son los mismos que ella padeció de pequeña. El miedo a la oscuridad debe liderar el ranking de cosas a los que todo ser humano le ha tenido terror/pavor/horror alguna vez. Entonces, bajo esa premisa, hacer un filme que se centre en ese tema lleva al espectador a sus temores más viscerales. A esto hay que agregarle a James Wan oficiando de productor, buenas actuaciones –no es tan común en el género tenerlas– y un énfasis en usar lo menos posible efectos digitales. Y al principio todo esto va funcionando, pero rápidamente el filme va decayendo y comienza a ofrecernos los típicos sustos de manual: primeros planos para asustar a la audiencia, efectos de sonido fuertes y música acorde. Es como que la película muestra sus cartas demasiado rápido y después no tiene mucho más que ofrecer o contarnos, y rellena todo el tiempo restante con una trama que se hace poco atractiva llena de clichés que hemos visto miles de veces. Para el que se asusta fácil, esta película tiene sus momentos; pero para el que es fanático del terror es una más del montón y se torna previsible. Esto es lo que ocurre cuando a una gran idea que demuestra ser efectiva en un cortometraje, que sólo requiere unos pocos minutos para lograr su objetivo, se la quiere estirar todo lo posible: termina autodestruyéndose. “Cuando las luces se apagan” no pasa absolutamente nada. Al menos en los años ochenta se encendía Gi Monte, pero acá ni esa diversión tenemos.
La oscuridad, el miedo y lo mismo de siempre. El final inesperadamente crudo levanta un poco el promedio del film de Sandberg. Sin dar pena, como ocurre de manera bastante frecuente, pero tampoco sin grandes novedades respecto de su temática o del enfoque estético con el cuál se aborda la narración, Cuando las luces se apagan, de David Sandberg, se suma a la lista siempre extensa de las películas de terror que se estrenan cada año. Nada nuevo, sí, pero combinado de tal forma que al menos ofrece algunos puntos dignos de mencionarse. Eso, más una cuota más o menos certera de efectismo es lo que salvan a esta propuesta convencional de desbarrancar por completo en el abismo de las películas estériles e inocuas. Con un título que deschava por completo el rumbo que irá tomando la cosa, Cuando las luces se apagan está ordenada en torno de los miedos más extendidos vinculados a la infancia, al menos dentro de la cultura occidental. Pero no se limita a los miedos específicamente infantiles, es decir, aquellos que los chicos padecen en forma directa, sino también a otros que los padres pueden sentir frente a ciertas conductas de sus hijos que se apartan de lo convencional o lo esperable, o de algunas de las fantasías más comunes de la primera edad. De ese modo la película recorre (de manera obvia) el temor a la oscuridad, pero además el miedo al abandono parental, combinándolo con el tema del amigo invisible (que remite al clásico y muy citado tópico freudiano del doble), asunto que suele aterrorizar a más de un padre, y por el que no pocos chicos acaban abonados a gabinetes psicopedagógicos y consultas psiquiátricas. O, como en el caso de las películas de terror, a alguna institución mental en donde se experimenta con los pacientes. Basada en un corto del propio Sandberg, quién debuta en la dirección de largometrajes, la película gira en torno de una mujer que mantiene una relación de aparente (y retorcida) amistad con un ente que habita en la oscuridad de su casa y al que la luz hace desaparecer. Y, por su puesto, del vínculo de esta mujer con sus dos hijos, los protagonistas, una joven y un niño que son acosados por esta presencia, porque los celos también forman parte de este cóctel. Pero si la suma de los elementos podría (hubiera podido) dar por resultado una película menos convencional, la omnipresencia de esa entelequia a la que se puede bautizar ad hoc como “Lo mismo de siempre”, pronto aparece para achatar todo el potencial. Víctimas encerradas en sótanos laberínticos; personajes arrastrados por las piernas hasta desaparecer en la oscuridad; luces que insisten en apagarse en el momento justo; el ya mencionado hospital psiquiátrico como deus ex machina y mito de origen. Un final inesperadamente crudo vuelve a levantar un poco el promedio, pero no alcanza para poner la balanza a favor.
Producida por el director de “El conjuro”. En 2013 el director sueco David F. Sandberg presentó su cortometraje “Lights Out”, en YouTube fue vista unas 20 millones de veces y obtuvo varios premios. Algo similar había sucedido con “Mama”. De esta forma nace este largometraje que se desarrolla en la oscuridad donde aparecen unos fantasmas horribles oscuros, gritones y escalofriantes, se los puede vencer únicamente con luz. Contiene escenas con varios sobresaltos, misterios, escalofrió y se utilizan todos los elementos que hacen al género. Aquellos espectadores impresionables después de verla no querrán dormir con las luces apagadas.
Cuando el terror empieza por casa Hacer una autoremake de un corto de 3 minutos en versión largometraje es una de esas misiones imposibles sólo justificadas por una propuesta de un productor como James Wan (el de "El conjuro") para filmar películas de terror en Hollywood. Así que no se puede culpar al debutante realizador sueco David F. Sandberg por hacer lo imposible para intentar darle coherencia al guión de su opera prima, de todos modos bastante potable. Hay un chico con problemas y terrores de todo tipo, sobre todo cuando, como bien señala el título, se apaga la luz. El miedo a la oscuridad es algo más o menos universal, así que nadie le daría demasiada importancia a ese detalle salvo debido a una historia familiar completamente perturbadora. Su padre muerto misteriosamente, su madre desquiciada (María Bello se luce en este tipo de personajes) y su hermana mayor que sabe perfectamente qué es lo que pasa por haberlo experimentado en carne propia configuran un relato de espectros que va más bien a lo genealógico, aunque en los papeles funciona como historia de casa embrujada. Las imágenes tienden a mostrar eso, detalle que junto a los vericuetos que necesita el guión para justificar varias escenas tiradas de los pelos, no ayudan. Lo que no significa que la película no tenga una idea original, sólidas actuaciones, excelentes imágenes ominosas y buenos momentos terroríficos.
Todo oscuro, sin estrellas Cuando las luces se apagan, la nueva película producida por James Wan, cuenta con una sucesión de sustos predecibles y una trama trillada. Hay una manera de abordar el terror que consiste en asustar con recursos un tanto violentos, como el repentino aumento del volumen para que el espectador salte de la butaca. En inglés este mecanismo se llama jump scare (saltar del susto), una técnica propia del género. Pero el terror no se basa sólo en el susto, sino también en la construcción de la atmósfera, la tensión, el suspenso, el cuidado en la trama y en los personajes. Y esto es justamente lo que falta en Cuando las luces se apagan, la nueva película producida por James Wan, el celebrado director de la saga El conjuro. James Wan es en la actualidad el principal exponente de esta manera poco interesante de hacer cine de terror. Sin embargo, las películas que dirige son harto mejores que las que produce, como si sólo él tuviera la capacidad para hacer de una fórmula remanida algo verdaderamente terrorífico. La idea de Cuando las luces se apagan es prometedora. Una extraña entidad cobra vida cuando las luces se apagan; la luz es lo único que puede ahuyentarla. El debutante en la dirección David F. Sandberg parte de una buena premisa, pero la arruina con la incorporación de elementos traídos de los pelos, como la trillada explicación psicológica para justificar la aparición sobrenatural y darle verosimilitud a la historia. Teresa Palmer (especie de Kristen Stewart clase B) interpreta a Rebecca, una joven independiente que quiere empezar a hacerse cargo de su hermano menor, ya que Sophie (Maria Bello), la madre de ambos, padece una inestabilidad emocional que pone en peligro al niño. Cuando las luces de la casa se apagan, Sophie empieza a hablar con una supuesta amiga llamada Diana, una suerte de espíritu amenazante que vive en la oscuridad. El filme está lleno de vicios perjudiciales para la salud del género: la mencionada explicación psicológica, golpes de efecto desprovistos de sentido, relación endeble de los personajes (Rebecca tiene un novio al que no se sabe si quiere o no), falta de preocupación por el plano y poca inteligencia para desarrollar algunas cuestiones de la trama (como la rivalidad entre la madre y la hija por la tenencia del menor). Los personajes son inconsistentes y la mayoría de los sustos son poco efectivos porque pecan de predecibles. Tampoco hay novedad argumental ni una vuelta de tuerca digna. Su única virtud es que dura apenas 80 minutos.
David F. Sandberg debuta en el largometraje con la película Cuando las luces se apagan, mientras prepara la segunda parte del éxito de terror Anabelle. Para que una película de terror funcione es necesario que varias cosas se amalgamen de manera correcta. Si cada una de ellas funciona bien por separado y en conjunto el resultado sera perfecto. A lo largo de la historia del cine de terror, son pocos los films que logran esta tarea que incluye: actuación, guión, banda sonora y fotografía. En Cuando las luces se apagan las ultimas dos son están perfectamente realizadas en solitario y conjunto. Pero en el caso del guión nos encontramos con poca originalidad y resoluciones un tanto forzadas. En cuanto a las actuaciones Maria Bello, no siendo la protagonista, es quien demuestra mayor desenvoltura y solides. En el caso de la pareja protagonista, no están mal, pero la realidad es que tampoco logran transmitir mucho, principalmente cuando se trata de escenas en conjunto. En la película vamos a descubrir a una entidad que ataque en las sombras, cuando no hay luz. La idea sin dudas es brillante, por que no hay nada que de mas miedo desde los primeros años de vida de todos que la oscuridad total y la ausencia de luz. Ese sin dudas es el punto fuerte de Cuando las luces se apagan. Si bien no tiene un guión atrapante y las actuaciones no son las mas solidas, la generación de climas y de sobresaltos es la justa y logra su cometido. Por que la fin de cuentas lo que tiene que hacer una película de terror es asustarnos y esta sin dudas logra eso.
Miedo en la oscuridad Cuando las luces se apagan es una breve y muy efectiva película de terror basada en un cortometraje que se viralizó en 2013. A fines de 2013, un sueco de 32 años publicó en YouTube un corto casero de terror. Se llamaba Lights Out y con una premisa sencilla lograba un par de sobresaltos en menos de tres minutos: una mujer (Lotta Losten) está en su casa a punto de acostarse y cuando apaga la luz ve la silueta de una mujer, que desaparece cuando la prende. El corto se viralizó y entró en el radar de James Wan, el creador de las franquicias de El juego del miedo, El conjuro y La noche del demonio. Así este sueco, que se llama David Sandberg, llegó al dirigir su primer largo, una adaptación de ese corto. Cuando las luces se apagan -así se llama en castellano- tiene la misma premisa que el corto, y el guionista Eric Heisserer -responsable de los libros de la precuela de El enigma de otro mundo y de la remake de Pesadilla en lo profundo de la noche- la dotó de una historia y de personajes. El resultado es asombrosamente sólido. El prólogo es contundente y lo más parecido al corto, incluso con la presencia de la propia Lotta Losten. Después se introducen los personajes que le dan cuerpo a la historia. Sophie (Maria Bello) vive sola con su hijo Martin (Gabriel Bateman) y no parece estar en sus cabales. Habla con alguien que no sabemos si es real o imaginaria, y Martin no puede dormir por el miedo que le da esa intrusa. Entonces va a buscar la ayuda de Rebecca (Teresa Palmer), su hermana mayor, que huyó de la casa hace años por la inestabilidad de su madre. Sin dudas uno de los grandes aciertos de Cuando las luces se apagan está en no dar demasiadas vueltas a la hora de las explicaciones. Apenas un par de escenas cuya función no es explicativa sino que sirven para disponer las piezas en el tablero de forma tal de sacarles el mayor jugo posible a las escenas de terror que construye Sandberg. Porque ahí está todo el encanto. Cuando las luces se apagan no pretende generar suspenso, su objetivo no es tanto que queramos saber “qué pasa”, quién es esa intrusa, por qué está ahí. Todas las ideas, todos los planos están ahí para asustar al espectador. Con sobresaltos y con la amenaza de sobresaltos. El juego con la luz y la oscuridad, corazón de la película, está explotado al máximo. Hay veladores, linternas, destellos de disparos de armas de fuego, velas y hasta una lámpara de luz negra que construyen una variedad asombrosa de situaciones aprovechando la misma idea. La brevedad de la película (80 minutos) es fundamental: a pesar de que el final puede parecer un poco abrupto, le da a todo un aire de ejercicio, de experimento que no pierde el espíritu del corto que le dio origen, aunque por supuesto es todo mucho menos amateur. Si 2015 fue el año de las películas de acción, con la aparición prodigiosa de Mad Max: Furia en el camino, Misión imposible: Nación secreta, El agente de C.I.P.O.L. y hasta Kingsman: El servicio secreto, 2016 viene siendo el año del terror: La bruja, Avenida Cloverfield 10, El conjuro 2 y ahora Cuando las luces se apagan son todas películas de espíritu clásico que no buscan la referencia ni mucho menos la parodia y simplemente -y nada menos- se dedican a asustar.
El esquema/truco/trampa en el que se apoya CUANDO LAS LUCES SE APAGAN es simple pero ingenioso. Como dice el título local (el inglés es un más directo “Lights Out”), cuando eso sucede aparece el monstruo/criatura en cuestión, la que aterrorizará a los protagonistas de este compacto, simple y efectivo filme de terror. La “vuelta de tuerca” es igual de básica y creativa: cuando las luces se prenden, la criatura monstruosa desaparece. O no se la puede ver. Solo tómense el trabajo de prender y apagar la luz de algún cuarto de su casa y entenderán claramente la cuestión. Es así de simple. Pero no es tan sencillo de resolver, finalmente, porque la criatura puede entrometerse también con la iluminación y poner en peligro a los protagonistas, que en este caso son los miembros de una problemática familia. El primero en caer, en la escena inicial, es el padre (Billy Burke), en su fábrica. Quedan en pie su algo trastornada mujer (María Bello), quien tiene el habito de hablar sola, el asustado hijo de ambos (Gabriel Bateman) y la hija de ella de un anterior matrimonio (Teresa Palmer), quien dejó la casa familiar y casi no tiene contacto con su madre. Hasta que los problemas en el colegio de su medio hermano (se queda dormido en clase ya que los raros comportamientos de su madre lo mantienen despierto por las noches) la obligan a tomar cartas en el asunto. Es evidente de entrada –la película equivoca el camino, a mi gusto, mostrando la criatura en cuestión demasiado rápidamente– que la locura de la madre está relacionada con este ser que actúa en la oscuridad. Y CUANDO LAS LUCES SE APAGAN no se demora demasiado en ponerlos en acción: luces se prenden y apagan, la criatura empieza a atacar a quienes se acercan a su presa y estarán luego tanto las explicaciones del caso (ligadas al pasado) como la puerta abierta a una secuela que, a juzgar por el gran éxito de esta película producida por James Wan (costó 5 millones de dólares y lleva recaudados 28 millones en solo cinco días en Estados Unidos) no tardará en aparecer, cuando las luces de la sala de cine se apaguen otra vez. La película tiene otro punto a favor para ser un éxito: Wan, el productor, es el realizador de EL CONJURO 2, que se acerca a los 2 millones de espectadores en la Argentina, algo nunca visto en una película de terror aquí. Si a eso se le suma el creciente éxito en todos los formatos de las historias de terror (ver el fenómeno de Netflix, STRANGER THINGS, por ejemplo) estamos hablando no sólo de un seguro suceso comercial sino de la prueba de que el cine (y la TV) de terror está atravesando otro de sus altísimos períodos de gran convocatoria acompañado, por suerte, de productos de bastante digna calidad y no solo de repetitivas secuelas y remakes.
Nada mal: más allá de que la película no tiene una trama o una historia que podamos definir como “originales” (hay elementos de un pasado ominoso que se repiten, apariciones fantasmales, algo que viene de la propia historia familiar, etcétera), funciona muy bien el juego de la luz y la oscuridad. Porque el truco es simple: cuando hay luz, las cosas son “normales” y en la oscuridad, hay peligro, miedo, monstruos. Así que la película debe construirse alrededor de esa dialéctica (perdón por el término) y lo logra. La oscuridad es peligro, la luz es seguridad aunque en algunas circunstancias nada parece del todo claro. El espectador se conecta con cuestiones casi atávicas, más allá de que el entretenimiento y el relato mantienen la tensión durante toda la proyección. Sin llegar a los niveles de construcción de personajes que hace fuerte la serie El Conjuro, este ejercicio concreto y conciso resulta estimulante. Dicho de otro modo, si de quiere asustar, se va a asustar como corresponde.
En el 2013, se viralizaba un corto de terror que en menos de tres minutos lograba erizar la piel. El responsable fue David F. Sandberg, quien gracias a ese corto consiguió realizar su primer cortometraje ni más ni menos que bajo la producción de James Wan, uno de los nombres más importantes que tiene el cine de género actualmente. Cuando las luces se apagan es el resultado de un guión escrito por Eric Heisserer (guionista de Destino Final y la remake de Pesadilla) que le crea una historia alrededor de esa figura que aparecía en el cortometraje. Es que el motivo principal por el que funciona el cortometraje (que se puede encontrar online fácilmente y recomiendo ver) es que genera con muy pocos recursos, una buena iluminación y puesta de cámara especialmente, toda una atmósfera de miedo y misterio. Una mujer (la esposa del director, que aparece al comienzo del largometraje) que cada vez que cada vez que apaga la luz ve una extraña figura acechándola, ése es todo el argumento que tiene el corto. Para la película se le crea un trasfondo y así tenemos a una mujer “loca” que habla sola por las noches, su marido, su pequeño hijo y una hija más grande que ya no vive en casa. Maria Bello interpreta a esta madre que genera especialmente en su hijo menor, la duda de si lo que le pasa a ella, esa enfermedad mental que le diagnostican, será hereditaria genéticamente. Teresa Palmer es la hija independiente que se alejó de esa familia pero no es capaz de asumir compromisos como uno tan simple como un noviazgo oficial. Cuando la madre queda sola con su pequeño hijo, ella acude a rescatarlo sólo para verse envuelta también en medio de algo tan inexplicable como aterrador. Es así que el argumento, al igual que en el corto, gira alrededor del miedo que puede provocarnos la oscuridad, un miedo tan universal como creíble. Cosas que creemos ver mientras las luces se apagan, porque no todo se ve igual entre las sombras. En este aspecto, el film está bien logrado a nivel estético, aunque si vieron el corto no tiene mucho más para sorprender. Están además los infaltables golpes de efectos que pueden generar algún saltito. Quizás a modo argumental, se podría haber ahondado en esto un poco más desde lo psicológico. Las actuaciones son buenas, pero el guión termina cayendo en lugares esperados y, sobre todo, sobreexplicados. El fantasma de Mama también ronda (curiosamente otro largometraje basado en un corto) aunque acá el personaje de Diana, el fantasma, monstruo o esa cosa rara que se aparece en la oscuridad, tenga menos dimensiones. La resolución también deja gusto a poco, no obstante hay que decir que la película cumple, funciona como película de terror y el guión cierra. Una ópera prima más que aceptable. Lo cierto es que en su primer día de proyección en los Estados Unidos, la película ya había recaudado su presupuesto. Por eso no sorprende que una secuela esté confirmada.
¿Le temes a la oscuridad? El terror es un género complicado, especialmente en la actualidad, donde muchas veces las producciones se apoyan demasiado en los sustos fáciles, el abuso de efectos hechos por computadora y tramas rebuscadas. Pero de vez en cuando algún film del género toma otro tipo de dirección, comprendiendo que menos es más. Cuando las luces se apagan (Lights Out, 2016) intenta transitar este camino menos recorrido y logra su cometido con más aciertos que errores. Basada en un corto de tres minutos del 2013, el largometraje expande la historia mínima de la mano del debutante David F. Sandberg, mismo director del corto original. Una familia de Los Angeles es acosada por una extraña criatura que vive en la oscuridad, el único lugar desde el cual puede hacer daño a sus víctimas cada vez que se apagan las luces. Tal es el planteo elemental sobre el cual se sostiene el relato. Por supuesto -y acá entramos en la parte más estándar de la historia- conforme avanza la trama se develará el origen del monstruo de turno, pero esto abre la puerta al drama de la familia protagonista. Una interesante elección hecha desde el guión que le da otra dimensión al conflicto, humanizando a sus personajes y dotándolos de una profundidad que no suelen tener en producciones del género. El empleo de efectos en cámara y otros artilugios prácticos -evitando caer en el tan denostado CGI de la contemporaneidad- proveen a la película ese clima fantástico que parece sacado de otra época y logra que lo expuesto sea percibido de forma diferente por el espectador. A pesar de un final que muchos podrán considerar algo anti-climático y una lógica interna que no siempre es consistente, Cuando las luces se apagan es una experiencia en mayor parte satisfactoria, con una historia que se sostiene desde la simpleza de su propuesta y trae un poco de aire fresco a un género muchas veces es víctima de sus propios lugares comunes y falta de originalidad.
Película antitarifazo En "Cuando las luces se apagan" dos hermanos tratan de combatir una entidad tenebrosa que tiene una misteriosa atadura con su madre, Sophie. Si bien el argumento va haciendo agua en los minutos finales, el manejo de los tiempos y principalmente el buen uso de la oscuridad equilibran el proceso y mantienen la tensión hasta el desenlace. Dormir con alguna luz prendida, no entrar en habitaciones oscuras y tenebrosas, caminar rápido por un pasillo poco iluminado. Seguramente son situaciones que de chicos les tocó vivir a todos, porque el miedo a lo que no se ve es tan infantil como lógico. El director David Sandberg, que goza de una notoria trascendencia en las redes sociales por sus cortos de terror de menos de tres minutos, recogió ese miedo originario para “Lights out”, y tuvo tanta repercusión que fue llamado para realizar un largometraje de misma esencia pero con un argumento un tanto más complejo, con decentes resultados. En tiempos en los que están las batallas por la luz y el gas por el excesivo aumento de sus tarifas en nuestro país, “Cuando las luces se apagan” viene a ofrecer resistencia al ahorro exagerado del servicio, recordándonos que la oscuridad no es buena compañía. Todo comienza con la sorpresiva muerte de un padre de familia. Por el trauma, la esposa (Sophie) no puede dormir y habla todo el tiempo con una tal Diana, como escucha su hijo (Martin) aunque nunca la haya visto. Asustado por los ruidos extraños de la casa, nunca concilia el sueño y, desde el colegio, al no encontrar a su madre, llaman a su hermana (Rebecca), que sabe de los problemas psicológicos de su madre, pero también que hay algo más detrás de la paranoia. Los hermanos se unirán para salvar a su madre, sin saber que por ello podrían ser víctimas de algo terrible que los acechará. Desde su trailer (que adelanta demasiado), sabemos que “Cuando las luces se apagan”, Diana es una amiga que Sophie tuvo de pequeña, y que a pesar de que “algo terrible le ocurrió”, según cuenta la protagonista, nunca terminó de irse y mantiene una relación íntima y sombría con ella. “¿Te despertamos?”, le dice la madre a Martin, que se espanta por no ver a nadie más en la habitación. Desde sus dos adelantos promocionales, vemos que el filme irá en la búsqueda de los sustos desprevenidos. Como defecto, podría decirse que es reiterativo el uso de este recurso, pero, como virtud, no importa cuántas veces haya pasado en las escenas pasadas, ni cuántos indicios haya de que se vendrá un sobresalto seguro, efectivamente lo sufriremos y saltaremos de la butaca. Producto de la fusión entre imagen inesperada-aumento de sonido ambiente-grito-alarido, con un director especialista en hacer terror en pocos minutos, es obvio que los climas serán los mismos en su visión extendida del género. Si bien el argumento va haciendo agua en los minutos finales, el manejo de los tiempos y principalmente el buen uso de la oscuridad equilibran el proceso y mantienen la tensión hasta el desenlace. Un buen exponente del terror en la más minimalista de sus formas.
Cuando las luces se apagan: el “con-curro” 3 Con El Conjuro 2 todavía en cartelera con más de un millón setecientas mil personas, llega a los cines locales Cuando las luces se apagan, una película que cuenta con el aval de James Wan –responsable de ese film- pero sólo con eso. La historia narra como una casa de familia es acosada desde hace años por un supuesto espíritu que puede comunicarse solo con la madre y que busca eliminar a todos los que allí duermen. Eso sí, la amenaza se presenta cada vez que se apagan las luces por lo que el pequeño Martin (Gabriel Bateman) opta por dormir con el velador encendido. Claro que el niño no cuenta con que "Diana" –así se llama este engendro que sólo se puede ver como la sombra de una mujer con manos largas y ojos brillantes- manipule la electricidad para ganar terreno por lo que termina pasando sus noches en vigilia y eso le ocasiona problemas en la escuela. Hasta que un día, Martin le pide a las autoridades de la escuela que llamen a Rebecca, su media hermana que sufrió el mismo problema durante años y finalmente terminó por abandonar el hogar familiar en busca de una vida mejor. Rebecca se hace cargo del niño sabe que debe devolvérselo a su desequilibrada madre y dejarlo a merced de "Diana", a quien ella cree una alucinación de su progenitora sin saber en lo que se mete. La película parte de una premisa básica que es buscar el susto fácil con las apariciones repentinas de "Diana" y, por desgracia para James Wan –que debería prestar atención donde pone su nombre y su dinero-, no pasa de eso ya que la historia presenta varios baches y pocas justificaciones que sumen al espectador en una continua contradicción que se extiende hasta el mismo final. En el plano actoral, la cosa no mejora, con algunos momentos de María Bello –la sufrida madre de Rebecca- y el pequeño Gabriel Bateman que asume el papel de niño sufrido pero vivísimo. Es una pena que no se pueda decir mucho más de "Cuando las luces se apagan", salvo que el director David Sandberg –que realizó el corto del mismo nombre por el que lo contrataron para escribir y dirigir este film- no haya sabido aprovechar este tiempo para desarrollar sus ideas y buscar algo más que el chucho inmediato. El corto original "Lights Out": Se nota que Sandberg busca y busca a través de varias escenas lograr el efecto deseado mientras cae una y otra vez en los mismos lugares comunes de este tipo de producciones, y recién al final logra una pequeña chispa que se apaga tan rápido como las luces del título.
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Cuando las luces se apagan originalmente comenzó, como en muchos casos en el cine de género de horror, con un corto que se volvió viral (podes verlo haciendo click aquí ) David F. Sandberg, su realizador, se la juega y da un salto a la pantalla grande adaptando su proyecto de 3 minutos sobre el miedo a la oscuridad o Nictofobia. Con el clásico comienzo de película del género, el film pone en duda su integridad dando uso de los tres puntos infalibles del terror: a) un trabajador nocturno acosado, b) una presencia asesina a punto de atacar y finalmente c) Una familia en fase de duelo. Estos tres hechos, dejan al espectador con una temprana – y errónea, me atrevo a decir – resolución de lo que está por venir. Para sorpresa, en Lights Out – titulo original – el cliché, funciona. En sus 81 minutos, filmada casi en su totalidad en interiores, se muestra rápida y frenética con sustos fáciles y efectivos. Gracias a las actuaciones de un elenco veterano y nuevas caras de la industria, la película utiliza un humor simpático y preciso el cual en ningún momento se siente forzado en agradar al público. Hay tensión y bromas, pero sólo en el momento justo. La combinación de duración más las buenas actuaciones (a destacar Maria Bello y Alexander DiPersia) logran que Cuando las luces se apagan tenga todo para ganar; igualmente, en la facilidad de contar una historia directa, el misterio y las preguntas no llegan a tener una resolución clara. Todo se busca a las apuradas por un guion demasiado básico a cargo de Eric Heisserer (guionista de la secuela de The Thing, 2011) y lo gratificante de descubrir el cómo y porqué del “amable” intruso espectral se desecha rápido. Esto es una pena, porque este antagonista se presta para tener una gran historia y hace que el espectador se interese por él. Elementos de Boogeyman (2005) y Mirrors (2008) van a hacer eco a lo largo de su presencia. Sin embargo, a pesar de hacer una correcta entrada en el mundo de “villanos del cine de horror”, las ilusiones quedan cortas por el trato que le da Heisserer. Cuando las luces se apagan es un buen comienzo para Sandberg en la pantalla grande, posee una gran ambientación, un colorido villano y, además, la compleja relación entre sus protagonistas ayuda a elevar la tensión a grados bastantes altos. Es una experiencia grata en el cine de terror actual. Ahora, ¿es para recomendar? Si buscas algo sin complicaciones y un par de sustos, esta es tu película.
VídeoComentario
Así no hay quien duerma La luz, la oscuridad, puertas que se cierran o se abren solas, un caserón medio aislado, presencias inquietantes ¿o es sólo sugestión de sus protagonistas? Ninguno de esos elementos faltan en "Cuando las luces se apagan". Tampoco un niño en peligro -el epítome del bien contra el mal- es ajeno a esta película que, después de unos primeros minutos en los que parecen concentrarse todos los lugares comunes, comienza a profundizar en el conflicto central: algo pasa en esa casa cuando llega la noche. Basada en un corto del director David F. Sandberg, el mismo que está dirigiendo la secuela de "Annabelle", aquel filme de 2014 sobre una muñeca maldita, la trama toma impulso cuando se involucra la hermana del nene que años antes había huido su casa por los desequilibrios mentales de su madre. Cuando su hermanito empieza a padecer los mismos problemas, resuelve averiguar qué hay detrás de todo esa espiral de locura que devastó a su familia y a ella misma. A todos los elementos del principio que delinean el clima ominoso, el director añade los recursos técnicos habituales para acentuar el suspenso, en una película que deja algunos interrogantes, pero que se queda a mitad de camino entre el terror sicológico, el gore y lo sobrenatural.
Cuando se apagan las luces nuestros miedos primarios se encienden El director David F. Sandberg comenzó con el juego de los monstruos en la oscuridad con su corto, de título homónimo a la película, que se viralizó de forma inmediata en la web. Desarrollando el concepto de la historia, crea un largometraje basado en la vida de dos hermanos que padecen un mismo “mal”. Ambos, en su casa materna, en la oscuridad ven una especie de monstruo, algo que no pueden descifrar qué es. Debido a estos incidentes y a la muere de su padre, la hermana mayor hace tiempo que se fue del hogar. Ahora la misma secuencia se repite con su hermanito menor, sumada a la inestabilidad psicológica de su madre, quien vive hablando sola entre sombras. Desde la secuencia inicial se nos deja bien en claro que en la oscuridad se materializa un ente indescifrable con garras afiladas y una fuerza sobrehumana, que seguirá específicamente, y a todas partes, a los miembros de esta familia, incluso los dañará. Entonces, aquí lo importante es que este ser es una amenaza, por lo que los hermanos se pondrán a investigar “qué” los persigue. Y todo apunta hacia su madre, quien de adolescente estuvo internada en un hospital psiquiátrico y allí sostenía un extraño vínculo simbiótico con una amiga muy “especial”. Estamos ante una narración que va in crescendo hasta descubrir que detrás del miedo también hay un gran drama. Un pasado difícil, en el que la sombra y los temores ocultos del inconsciente adoptan múltiples formas y hasta se materializan. Un sufrimiento que escapa a la razón y a los deseos. Precisamente, es una pena que el director no explore con mayor detenimiento ese lado, la próspera psicología de los personajes y sus dramas, David F. Sandberg apuesta por lo seguro concentrándose solo en una construcción de puesta en escena y una confección de climas tan efectiva como efectista.
Crítica emitida por radio.
El cortometraje Lights Out, de David F. Sandberg, data de 2013 y es tan breve como contundente: “algo poco amistoso” avanza hacia vos cuando las luces están apagadas, y deja de aparecer a tu alcance cuando las encendés. Es decir que, mientras no estés en lugares oscuros, esta entidad no te puede alcanzar. En aquel entonces tuvo una importante recorrida festivalera y puede resumirse en una sola palabra: conciso. No pierde el tiempo en relatos banales sino que va directo a la acción, a la causa, la consecuencia y el susto, sin dejar de lado el clima. Este año, de la mano del mismo director, se vino el largometraje correspondiente con un montón de incógnitas alrededor. ¿Podría mantener la misma tensión a lo largo de una hora y media? ¿Se perdería la película en medio de explicaciones innecesarias sobre qué es lo que aparece cuando las luces se apagan? ¿Nos hará sobresaltar como el corto? Cuando las Luces se Apagan (nombre con el que se conoció en la región) nos cuenta la historia de Rebecca (Teresa Palmer), una joven treintañera con una onda medio darks o metalera, y que no quiere asumir compromisos con su pareja, Breth (Alexander DiPersia), un simpático re copado que de entrada te parece que va a morir (porque es fijo que cuando te encariñás con algún personaje, la queda). Tiene que acudir en auxilio de su hermano menor Martin (Gabriel Bateman), que por segundo día consecutivo se quedó dormido en el colegio. Cuestión que el nene no duerme porque aparentemente, a la noche, su madre (María Bello), frecuentemente deprimida, habla con alguien. A partir de esta situación inicial, Rebecca coquetea con la idea de quedarse con la tutela de su hermano debido a los vaivenes emocionales de su madre. Entonces surgen una serie de tramas secundarias y acciones que tendrán sus consecuencias a lo largo del film pero que no vale la pena spoilear (en serio). La principal virtud del film es ser autoconsciente de su sencillez y de sus propias limitaciones, hecho que se refleja desde la historia (nunca se trata de salvar el mundo, el riesgo es mucho mas chico), la economía de locaciones, la escasez de actores, y esta especie de sombra que aparece en la oscuridad, que -lejos de ser un monstruo construido por CGI- es la delgadísima actriz Alicia Vela-Bailey, con ojos realizados artesanalmente con cinta refractaria e iluminadas, simplemente, con la linterna de un celular (lo sabemos porque somos unos ñoños que vimos el backstage, sino ni te enterás). Lo mismo respecto a su duración: una hora y veinte minutos, frente a películas que rondan las dos horas como nos estamos acostumbrando a ver últimamente. Sin embargo, la cinta aprovecha cada segundo y no derrocha ni un solo fotograma en información que no necesitamos para resolver la trama. Sandberg hace gala de una excelente noción de cómo dosificar la información: nunca nos abruma, nunca sobreexplica, siempre nos brinda los datos necesarios para seguir la historia segundo a segundo sin aburrir y sin saturar. Ya desde el argumento, el personaje de la madre, Sophie, es central en la historia. Presenta una complejidad psicológica que prácticamente sostiene todo el relato: presa de una profunda depresión, ha dejado de medicarse, por lo que nos cuesta tomar la medida precisa de qué tan lúcida se encuentra. No tenemos cómo distinguir cuáles de sus dichos son reales y cuáles de sus actos son genuinos. Y además está interpretada de manera soberbia por Bello, a quien ya habíamos visto por ejemplo en Prisoners y Secret Window. En cierto punto el registro actoral nos puede recordar a la también sobresaliente madre atormentada de The Babadook. Tal como la propuesta requiere, la iluminación es impecable. Las zonas de luz y las zonas de sombra están delimitadas de manera precisa, dividiendo con ello las zonas donde estás a salvo y las zonas donde podés ser atacado. Relacionado con las características de esta entidad viene, previsible pero siempre efectivo, el sobresalto: sabés que cuando se apaguen las luces estás en peligro, y aún así saltás igual de la butaca. VEREDICTO: 7.0 - CORTITA PERO VIGOROSA Lights Out conoce perfectamente bien sus límites y hace de ello su principal fortaleza. Te involucrás, te indentificás y te asustás. Breve, concisa, directa y efectiva.
El padre de Martin (Gabriel Bateman) murió hace un tiempo, la madre (María Bello en el papel de una consumidora crónica de antidepresivos) habla sola de noche y él tiene problemas para conciliar el sueño a causa de las visitas poco amistosas de Diana. Cuando el niño comienza a quedarse dormido en las clases, su hermana mayor Rebecca (Teresa Palmer) se ve obligada a dejar la rebeldía por un rato -toda vestida de negro y con un departamento empapelado con afiches de calaveras, obvio- para hacerse cargo de Martin, y de lo que ocurre en su antigua casa desde que ella no vive allí. Luego de intentar convencerlo de que lo que sucede en las noches son solo pesadillas, Rebecca comienza a recordar su pasado y a entender cómo es que una niña muerta (Diana) se ha ido cargando con los hombres de su familia.
Basada en el cortometraje homónimo dirigido por David F. Sandberg en el 2013, esta ampliación de la muy buena idea presentada en su momento le regala escalofriantes situaciones de terror al espectador y una premisa muy interesante, además de correctas interpretaciones y originalidad en el uso de los clásicos elementos del género. Martin es un niño que no puede dormir de noche producto de una sombra que ve cuando las luces se apagan. Cansado y asustado, se va a vivir con su hermana, quien también comienza a experimentar los mismos síntomas que el chico. Es así como ellos comienzan a buscar las causas de lo que está sucediendo. Todas las pruebas apuntan a su madre y a un complicado pasado con una niña en un hospital psiquiátrico.